Está en la página 1de 6

Funciones lingüísticas

Juan Pablo Bermúdez


Karoll Silvana González-Omar Felipe Trespalacios

“El discurso de la maternidad”

El viernes pasado, cuando me dirigía a tomar el transporte, cruzó por mi lado una mujer con
su pequeña hija de la mano, quien, a su vez, sostenía en sus brazos una muñeca de algodón y
plástico, con facciones casi humanas y un biberón en la boca.

La imagen me causó entre gracia e incomodidad. De inmediato pensé en el origen de dicha


práctica: en si se debe a una construcción social en donde lo normal es relacionar a la figura
femenina con la maternidad; o si se trata de un comportamiento de imitación en los niños, o si
tan sólo es una reacción biológica del instinto materno. Sin embargo, mi mayor inquietud fue
ante cómo ese tipo de comportamientos son tan comunes en una sociedad a la cual le alarma
la maternidad temprana, que evita a toda costa los noviazgos jóvenes y en donde hablar de
sexualidad se convierte en un tabú porque, según se dice, promueve las prácticas sexuales en
los adolescentes.

Se data la existencia de muñecas desde 2100 a.C. Éstas cumplían con la función de
representar deidades de manera que los niños pudieran relacionarse con sus dioses a través
del juego. Dicha visión fue abandonada para relacionar el juguete con la figura humana,
herramienta con la cual los niños a través de una dinámica de roles olvidan su naturaleza para
sumergirse en el papel de padres. Así pues, a dicho comportamiento se le da un valor positivo
dentro de varios discursos, entre los que destacan el sexismo, la industria de la juguetería y la
reproducción humana.

Por tanto, si resignificamos la actitud maternalista de la niña con su muñeca desde la teoría
Queer, el hecho de que un niño de género masculino juegue con muñecas parecerá algo
normal, hasta el punto de atribuirlo al instinto paternal. Con todo esto, si suponemos que el
discurso dominante es el del párrafo anterior, la preparación para la maternidad/paternidad
desde los primeros años de vida de un ser humano debería tornarse como lo aceptado, como
lo normal.

En consecuencia, desnaturalizar o deconstruir este hecho que asumimos como común,


implicaría reconocer la existencia de un límite construido socialmente, en donde sólo una de
las dos está bien vista socialmente. Por otro lado, la adopción de verdades impuestas nos
impide darnos cuenta de las prácticas que adoptamos de forma cotidiana e ignorar las
posibilidades de ver otras.
Si se tiene en cuenta la teoría de Foucault con respecto a la relación saber-poder, se puede ver
como muchos de los saberes de la cultura occidental en la que vivimos son en realidad un
constructo establecido por aquellos que ostentan el poder, no sólo con el fin de conocer al
hombre, sino además de conocerlo, dominarlo. Dichos saberes son perpetuados y
transmitidos a través del lenguaje, convirtiéndose de esta manera en discursos. Dentro de
estos mismos, se establecen jerarquías y juicios de valor preestablecidos en el marco de lo
que es normal, lo que es anormal y esto, a su vez, es asociado con conceptos que apelan a lo
bueno, lo malo, lo correcto y lo incorrecto.

En este orden de ideas, los discursos previamente mencionados en este escrito: La


maternidad, los roles de género, la sexualidad y la reproducción, también harían parte de este
entramado en el cual el sujeto detenta el poder establecer relaciones jerárquicas entre estos
conceptos como un supuesto de vida correcta y estable.

Así pues, por ejemplo, se considera que es moralmente adecuado que sean las mujeres,
quienes asuman el rol de la maternidad desde edades tempranas, comportamiento que se
transmite culturalmente con el hecho de que la mayoría de juegos y actividades
recreacionales practicadas por infantes de género femenino están orientadas al proceso de
adaptación de las actividades del hogar (el cuidado de los hijos, el desempeño en la cocina,
etc.). Una vez más el discurso se propone imponer una verdad desde la conciencia social en
donde, además, la misma actividad realizada por un infante de género masculino no puede ser
completamente natural y correcta.

Habiendo dicho esto, es justamente en este punto en donde se justifica la acción de emplear la
genealogía como una herramienta efectiva para iniciar una deconstrucción de los
mencionados anteriormente y así poder hacer una examinación detallada de qué es lo que
constituye la maternidad desde una mirada histórica y cultural separando el apoderamiento de
la subjetividad por parte de aquel que ostenta el poder.

Ahora bien, si se examina el contexto de la maternidad a través de la historia moderna de la


humanidad, por “moderna” refiriéndose al siglo XV en adelante, se podrá dar cuenta de que
el concepto ha variado en su definición a lo largo de los años. Esto quiere decir que el
discurso de la maternidad puede ser analizado y deconstruido genealógicamente para poder
evaluar qué ha constituido el ser madre en distintas épocas históricas. Si se toma un ejemplo
en concreto, las mujeres madres durante el siglo de la colonización de América por parte de
occidente concebían la maternidad como un mandato divino y una tradición bien establecida.
Esto con el tiempo cambió, y la maternidad pasó a ser algo más como una elección sujeto a
distintas subjetividades. Así pues, se puede observar que desde el enfoque de la colonialidad,
a través del lenguaje se pudo establecer cierto status al discurso de la maternidad, al menos
hasta la Edad Media, como algo trascendental y que era propio de la divinidad. Después de
esto, y con la llegada del Renacimiento hasta nuestros días el estatus de poder de la
maternidad cogió nuevos sentidos y prácticas discursivas. Por todo, se propone hacer una
deconstrucción a partir de la genealógica de la maternidad al investigar algunas posturas
acerca de esta a lo largo de la historia.
Según Oiberman (2005) Knibiehler afirma que el término maternidad no existía en griego ni
en latín, pero su función se encuentra latente en el contexto mitológico. De esta forma la
concepción divina de fertilidad y maternidad se materializa en los hombres como prueba de la
salud de su cuerpo. Esta concepción es absorbida por un marco político en el que la familia
constituye una institución social para los romanos; El pater familias o padre de familia como
figura del derecho patriarcal es quien decide y reconoce a sus hijos como herederos,
restándole importancia a la relación psicoafectiva. Con el mito del génesis en el que Eva es
castigada con el dolor del parto y disponibilidad fértil, la base del matrimonio se convierte en
controlar la fecundidad y se considera virtuosa aquella mujer con familia numerosa hasta el
siglo I, en el que el cristianismo y la figura de María, proponen ya no una humanización de la
maternidad divina como la de los helénicos, si no una divinización de la maternidad terrenal y
símbolo de trascendencia para las mujeres más humildes.
En el siglo XVII se instaura el término “maternita” con el fin de reconocer una dimensión
espiritual de la maternidad que era asunto de mujeres carnales a excepción de María.
En Francia en 1556, con el reinado de Enrique II, se buscó a toda costa prevenir el
infanticidio obligando a las mujeres a declarar su embarazo ante las autoridades. En periodos
de expulsión la maternidad fue asumida colectivamente en sociedades rurales, se
establecieron ritos entre la separación de hijos y madres, se crearon instrumentos para
facilitar el parto y el padre, quien también cumplía un papel importante, ayudaba a su mujer
en el parto y realizaba un primer contacto con su hijo como símbolo de reconocimiento. En la
Europa meridional el parto era acto de recelo, sólo el padre del niño podía estar presente y se
llamaba al cirujano sólo en circunstancias de peligro. Hasta finales del siglo XVII el parto fue
blanco de prejuicios y escrúpulos. En el siglo XVI, después de revueltas religiosas las
parteras son tildadas de cómplices con el infanticidio, promotoras de la brujería y de la
magia. La iglesia y la monarquìa establecieron los partos como obligación de los médicos y
se crearon instrumentos para extraer los niños y evitar tanto el contacto con las madres como
la exposición a enfermedades.
Al declinar la iglesia con la llegada del siglo de las luces, se cuestionó la maternidad como
tradición social. Esta misma, sometida aún a la autoridad del hombre, fijaba a la mujer como
servidora de su hijos. Para economistas y médicos el futuro de la sociedad dependía de la
calidad y cantidad de sus habitantes, se establecieron políticas para que los nacimientos se
dieran en las mejores condiciones, se hacen populares las nodrizas o amas de crianza y las
madres aristocráticas se negaban a amamantar a sus hijos. Nace una percepción en la que el
cuerpo de la mujer es digno de atenciones y cuidados como refugio de cualquier ser humano
y se convierte en objeto de culto. Sin embargo, en su libro “Emilio, o la de educación”
Rousseau (1762) afirma que si las madres se dignan a alimentar a sus hijos, las costumbres se
transforman por sí solas y los sentimientos se despiertan en otros corazones de forma natural.
Durante el siglo XVIII se ayudó a las mujeres a reflexionar acerca de papel y su
responsabilidad social. De esta manera y en nombre de la maternidad se invalidan los
derechos civiles de las mujeres. En 1804 Napoleón afirma que los padres son la figura de
autoridad de los hijos, mediante el Código Civil, restándole importancia nuevamente al papel
de las madres. En épocas del desarrollo industrial los padres se alejan del seno de la familia
dejando a la mujeres como únicas veedoras de los hijos. En los sectores más pobres, nacen las
madres industriales que debían trabajar durante horas lejos del hogar, hecho que daría origen
a la licencia de la maternidad promovida por Alemania y más adelante los subsidios,
otorgándole a la maternidad por primera vez un significado social.
Con el crecimiento de la ciencia y la medicina en años posteriores se redujeron las muertes y
los médicos empezaron a analizar el“instinto materno”. Se empezó a exigir una cultura de
origen científico para la maternidad., se descubrió que la leche materna era aséptica lo cual
replanteó la lactancia como un vínculo afectivo. Hacia 1870 el feminismo empezó a
promover una maternidad consciente y en 1900 la doctora Blanche Edwards Pilliet propone
el ministerio de infancia y de escuela de madres.
En el siglo XX se plantearon estrategias para promover la natalidad, el prospecto de madre
socialista buscó abolir la estructura de los hogares burgueses, integró a las mujeres en la vida
laboral, se simplificó el divorcio y en 1920 el aborto fue aceptado.
Por otro lado, las dificultades económicas de la sociedad soviética provocaron la miseria y el
abandono y con ellas el rechazo a la procreación. En Francia también se adoptaron estrategias
para la natalidad y según la ley del 11 de marzo de 1932 se plantearon los subsidios a la
maternidad, que se extendieron en varios países de occidente. Hasta la segunda guerra
mundial se impidió la procreaciòn de ciertas personas consideradas de raza inferior (judìos,
negros, gitanos o enfermos mentales) y se promovieron los métodos de esterilización con el
fin de abolir las cifras de aborto y maternidad en los sectores más pobres.
Tras la segunda guerra mundial se presentó un fenómeno denominado “El baby boom” en el
que la natalidad se incrementó notablemente a partir de la desmovilizaciòn militar y la
natalidad reprimida en tiempo de guerra. El papel de la mujer vuelve a ser planteado en
términos de maternidad, la ciudadanía comienza a ligarse a ella y además se le da a la madre
también un valor político y social. En años posteriores, referentes del feminismo como
Simone de Beauvoir y Betty Friedan, fieles a la maternidad como proceso electivo,
construyen las bases de la revolución materna en la que se desprende dicho concepto al de
calidad de vida y niegan la existencia del instinto materno.

En conclusión, después de analizar la genealogía de la maternidad en un nivel histórico-


cultural, se puede dar cuenta de que la propuesta inicial cae nuevamente en el binarismo
sobre ¿Cuál de los dos comportamientos infantiles, si entre jugar a ser madre o convertirse en
madre, es el correcto? Sin embargo, sí se puede afirmar que la maternidad es algo
completamente sujeto a cambios culturales sujetos a los patrones tipificados como normales
para la época y cuya importancia ha variado a lo largo de la historia. Se puede concluir que,
con respecto a la pregunta planteada anteriormente, esta termina limitando algo que no se
puede limitar sino que simplemente puede ser analizada a partir de las distintas facetas de la
maternidad estudiados a lo largo de todo el escrito. Finalmente, y como una última
observación, Oiberman (2005) afirma que “en nuestras sociedades muchos factores
desfavorecidos eligen la maternidad porque al no tener estatus ni poseer rol social alguno, el
hecho de tener un hijo constituye el acceso a la vida adulta, la posibilidad de recibir atención
y consideración”. Lo anterior es prueba de un escenario en el que la maternidad constituye
otro tipo de ritual social y psicológico. Como invitación para futuras investigaciones, se
podría examinar cómo las prácticas promotoras de la maternidad se reflejan en el juego de los
niños como asimilación de su realidad social, lo cual es visto muy bien en las comunidades
indígenas que sobreviven a la colonialidad y en las que la maternidad está lejos de ser una
estrategia de poder.

REFERENCIAS:
1- Gibson-Graham, J.K. (2002). Intervenciones Posestructuralistas. Revista Colombiana de
Antropología. Vol. 38. pp. 261-286.
2- Foucault, M. El orden del discurso. México: Tusquets, 2013
3- Restrepo Jiménez, A.C. Contra la maternidad. El Espectador. Recuperado de
https://www.elespectador.com/opinion/contra-la-maternidad-columna-693543
4-Veronelli, A. Sobre la colonialidad del lenguaje. State University of New York,
Binghamton, NY, Estados Unidos de América. doi:10.11144/Javeriana.uh81.scdl
5-Fraser, Antonia (1973). Dolls. Octopus books.
6-Oiberman, A (2005). Historia de las madres en occidente: repensar la maternidad.
Recuperado de https://www.palermo.edu/cienciassociales/publicaciones/pdf/Psico5/5Psico
%2009.pdf
7-Posso, J (2010). Las transformaciones del significado y la vivencia de la maternidad, en
mujeres negras, indígenas y mestizas del suroccidente colombiano. Recuperado
dehttp://www.redalyc.org/pdf/996/99618003003.pdf
8- Rousseau, J. Emilio o de la educación. 1762

También podría gustarte