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Los principales del pueblo judío han sido deportados a Babilonia. Sufriendo el desprecio
de sus opresores, se preguntan dónde está Dios liberador de los pobres. En esta
situación el profeta Ezequiel trae la parábola de los huesos secos y amontonados porque
no tienen vida. Y desde la experiencia de Dios anuncia que en esos huesos secos se
infundirá el Espíritu de vida y se reanimarán.
Si bien el profeta se refiere a la liberación de las vejaciones que están sufriendo en
Babilonia os judíos deportados, esa parábola de algún modo anuncia ya la esperanza en
la liberación final de toda la humanidad gracias al Espíritu de vida cuya voz y fuerza está
presente y actúa en la evolución de la historia con tantos cementerios de huesos secos.
Es importante actualizar hoy la presencia y actividad del Espíritu cuando persiste a
ideología del imperialismo que impone la ley del más fuerte; cuando la insaciable codicia
de unos siembra miseria y muerte para lo más desvalidos; cuando muchos se preguntan
dónde está Dios liberador de los pobres.
Cristo Jesús vivificará también vuestros cuerpos mortales
Segunda lectura. San Pablo en su carta a los cristianos de Roma indica bien la alternativa
de fondo a la hora de caminar hacia una sociedad de vida y de liberación para todos:
vivir según la carne cuyo resultado es la muerte, y vivir según el espíritu cuya tendencia
es la vida. Con frecuencia identificamos esas dos tendencias con el binomio cuerpo-alma;
la vida material sería del cuerpo, mientras la vida espiritual se forjaría en el alma. Incluso
en algunos persiste la visión griega del cuerpo como prisión y enemigo del alma cuya vida
espiritual tiene que liberarse de los condicionamientos y relaciones corporales.
Pero en la visión bíblica el ser humano es cuerpo y alma, como un todo, puede ser
enteramente vivificado por el espíritu de Dios. El cuerpo es la persona humana vuelto
hacia los demás y en relación con ellos; en esta relación individualista o solidariamente.
Según el mismo San Pablo en la segunda carta a los fieles de Corinto, en la resurrección
también el cuerpo es transformado y entra en comunicación solidaria con todos y con
todo, será “un cuerpo espiritual. En esta visión bíblica debemos interpretar la distinción
que hoy hace San Pablo: “los que viven según la carne y desean lo carnal; y los que viven
según el Espíritu y desean lo espiritual.
Las palabras “carne y carnal” tienen aquí un significado peyorativo: instinto egoísta de
cerrazón a la vida comunitaria. Lo explicita bien el mismo San Pablo en la carta dirigida a
los fieles de Galacia: “Si vivís según el Espíritu, no deis satisfacción facción a las
apetencias de la carne que son contrarias a las apetencias del espíritu. Las obras de la
carne ya son conocidas: idolatría, odios, discordia, celos, iras, rencillas, envidias. En
cambio, fruto del espíritu es amor, alegría, paz, paciencia, afabilidad, bondad, fidelidad,
mansedumbre, templanza”. Carne y espíritu no son equivalentes a cuerpo y alma.
Designan dos actitudes y conductas en la forma de interpretar y tejer la existencia.
En su carta a los cristianos de Roma que hoy leemos, San Pablo recomienda que nos
dejemos seducir por el Espíritu de vida que hemos recibido en el bautismo y siempre nos
acompaña. Es la clave para vencer a la muerte o cerrazón a la Presencia de Dios en que
habitamos y nos sostiene garantizando que nuestro destino es la vida en plenitud.
Tu hermano resucitará
Es muy significativo el relato de San Juan sobre la resurrección de Lázaro. Jesús
experimenta la sombra de la muerte física que sufrimos los mortales. Pero no da mucha
importancia a la muerte física; no se apresura para ir a Judea donde está el pueblo de
Lázaro; incluso aguarda cuatro días cuando según la legislación judía, la muerte física ya
está confirmada. Sin embargo es importante un detalle. Cuando llega al sepulcro de su
amigo, Jesús “sollozó muy conmovido” y los presentes comentaban: “mirad cómo le
amada”. En los sentimientos de Jesús se está revelando los sentimientos de Dios que nos
ama; en este amor gratuito y siempre actual, se fundamenta nuestra esperanza en la
resurrección.
Marta piensa como muchos judíos de su tiempo ¿por qué no interviene Dios con un
milagro para librarnos de la muerte física? “Si hubieras estado aquí, mi hermano no habría
muerto”. Simbólicamente María, la otra hermana de Lázaro, tiene una mirada
contemplativa sobre la muerte física, y no sale a pedir milagros, “se queda sola en casa,
acepta en silencio la muerte y confía en el amor de Dios que Jesús respira y manifiesta en
su conducta.
En efecto responde con una luz nueva para esa confianza: “El que cree en mí no morirá
para siempre”. La fe cristiana es la entrega confiada y libre de toda la persona a esa
Presencia de Jesucristo como Palabra de Dios, amor y vida que continuamente se está
dando “en la carne”. Esta fe, como el amor, es más fuerte que la muerte física. Por eso el
que cree de verdad, aunque físicamente como mortal acaba su tiempo en la tierra, la
muerte no tiene dominio sobre él. Su destino es la plenitud de vida.
Con este relato San Juan ya está remitiendo a la resurrección de Jesús. Su alimento ha
sido hacer a voluntad del Padre y amar a los seres humanos “hasta el extremo”. Por eso,
según el cuarto evangelista, su entrega por amor hasta dar la propia vida, ya es victoria
sobre la muerte. Camino, Verdad y Vida para todos.
Y un detalle bien significativo. Lázaro sale del sepulcro: “los pies y las manos atados con
vendas, y la cara envuelta en un sudario”. Son los signos de la muerte que permanece;
Lázaro vuelve a la vida pero no está liberado de a muerte; se trata de una revivificación.
En cambio, según el mismo evangelista, cuando Pedro entra en el sepulcro donde habían
colocado el cadáver de Jesús, “ve las vendas en el suelo y plegado en un lugar aparte el
sudario que cubrió su rostro”. El Resucitado ha entrado en una plenitud de vida sin
muerte; ya no muere más.
En las tres lecturas somos invitados a dejarnos educir y trasformar por el espíritu de Jesús
que anima nuestros huesos secos, nuestra vida que sucumbe a los fracasos; que nos
saca del egoísmo y apetencias individualistas, que nos da confianza para superar el
trance de la muerte física sorda y muda: el que creen en Jesucristo, aunque físicamente
muera, entra en la plenitud de vida sin dolor ni muerte.
Es oportunidad para reflexionar como creyentes cristianos:
“El que está vivo y cree en mí, no morirá para siempre”. Gracias al Espíritu, Jesús está
dentro de nosotros como palabra de Dios que no pregunta: “¿Crees esto?”
En el panorama de mundo actual con tantos desastres ¿en qué fundamentas la
esperanza o mirada confiada hacia el porvenir?
¿Hasta qué punto y en qué medida estás superando la crisis de fe o confianza que hoy
está sufriendo a comunidad cristiana?
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Hoy, la Iglesia nos presenta un gran milagro: Jesús resucita a un difunto, muerto
desde hacía varios días.
La resurrección de Lázaro es “tipo” de la de Cristo, que vamos a conmemorar
próximamente. Jesús dice a Marta que Él es la «resurrección» y la vida (cf. Jn
11,25). A todos nos pregunta: «¿Crees esto?» (Jn 11,26). ¿Creemos que en el
bautismo Dios nos ha regalado una nueva vida? Dice san Pablo que nosotros somos
una nueva criatura (cf. 2Cor 5,17). Esta resurrección es el fundamento de nuestra
esperanza, que se basa no en una utopía futura, incierta y falsa, sino en un hecho:
«¡Es verdad! ¡El Señor ha resucitado!» (Lc 24,34).
Jesús manda: «Desatadlo y dejadle andar» (Jn 11,34). La redención nos ha liberado
de las cadenas del pecado, que todos padecíamos. Decía el Papa León Magno: «Los
errores fueron vencidos, las potestades sojuzgadas y el mundo ganó un nuevo
comienzo. Porque si padecemos con Él, también reinaremos con Él (cf. Rom 8,17).
Esta ganancia no sólo está preparada para los que en el nombre del Señor son
triturados por los sin-dios. Pues todos los que sirven a Dios y viven en Él están
crucificados en Cristo, y en Cristo conseguirán la corona».
Los cristianos estamos llamados, ya en esta tierra, a vivir esta nueva vida
sobrenatural que nos hace capaces de dar crédito de nuestra suerte: ¡siempre
dispuestos a dar respuesta a todo el que nos pida razón de nuestra esperanza! (cf.
1Pe 3,15). Es lógico que en estos días procuremos seguir de cerca a Jesús Maestro.
Tradiciones como el Vía Crucis, la meditación de los Misterios del Rosario, los textos
de los evangelios, todo... puede y debe sernos una ayuda.
Nuestra esperanza está también puesta en María, Madre de Jesucristo y nuestra
Madre, que es a su vez un icono de la esperanza: al pié de la Cruz esperó contra
toda esperanza y fue asociada a la obra de su Hijo.
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