Está en la página 1de 13

5i EDWARD GORDON CRAIG

experiencia que cada uno de ellos puede ofrecer.


Creo que llegará el tiempo en .que podremos crear obras de
arte del Teatro sin servirnos de la pieza escrita, sin servirnos
de los actores; pero creo igualmente en la necesidad de la labor
cotidiana en las condiciones actuales.
La palabra "Hoy” es muy hermosa, la de "Mañana*’ lo es
también, y la de “Porvenir” es divina; pero la palabra que
encadena tina a la otra y las armoniza es más perfecta que E L A C T O H Y L A S U P E R M A E IO N E T A
todas: es la palabra "Y ”.
Florencia, 1911. •
AFECTUOSAM ENTE DEDICADO A M IS BUENOS
AMIGOS DE VOSiY, A L E X A N D R E HEVÉSI
“ 'P a s a s a l v a r , a l T e a t r o h a y q u e d e s t r u i r l o ; q u e t o d o s l o s . a c t o r e s
■Y ACTRICES MUERAN DE LA PE ST E . . . H A CE N EL Á RTE IM POSIBLE.” -r— E leO -
a o t a D .u se . S t u á i e s i n S 'e v e n A r t s . . . A r t l m r S y m o a s . (C o n s tá lD le , 1 9 0 0 .)

E n todo tiempo se ha discutido la cuestión de saber si la


profesión dram ática es un arte, i si elf actor es propiamente un
artista o algo m uy diferente. Apenas hay Indicios de que los
M aestros del Pensamiento se hayan inquietado por esta cues­
tión, pero"sí la hubiesen juzgado digna de examen ^ a b ría n
sin duda aportado el mismo xnétodo que al estudio de las otras
artes, como la Música y la Poesía, la A rquitectura, la Escul­
tura y la Pintura.
Por otra parte, ese mismo tem a ha dado lugar en ciertos
medios a vivas discusiones;, quienes participaron en ellas que
no eran ni actores y ni siquiera profesionales del Teatro, die­
ron pruebas de tanto arrebato en la discusión como de igno­
rancia del tem a. Quienes niegan que el Juego del actor sea
un arte, y el actor un artista, presentan argumentos tan irra­
zonables, tan personales en su odio al actor, que a ello se debe
sin duda que los actores hayan desdeñado entrar en el debate.
Así, cada tem porada ve recomenzar la campaña periódica
llevada contra el actor y su brillante profesión; campaña que
ordinariamente terminaTcon la retirada del enemigo. E n ge­
neral, este enemigo se compone de hombres de letras y de
burgueses. So pretexto de que toda su vida han ido al Teatro,
o de que en su vida han puesto los pies en él, parten en tren
de guerra por razones sólo de ellos conocidas. D e temporada
en tem porada he visto renovarse sus ataques, que parecen
56 EDWARD GORDON CRAIG DEL ARTE DEL TEATRO 57

no tener otros móviles que el mal humor, la enemistad personal pensamiento, que se había hecho por un tiempo el amo de la
ó la vanidad. Son ilógicos desde el principio al fin. No podría expresión, es barrido por la emoción, que se caldea al traba­
haber en ello ataques de ese género contra el Actor y su voca­ jo de ese m ism o^ensáwitíntü. EinnrT elám pago, antes de que
ción. Y no tengo en modo alguno la intención de librarme a el pensamiento proteste, la pasión ardiente se ha apoderado
semejante tentativa, pero quisiera simplemente exponeros lo de la expresión del actor. Ésta se matiza, cambia, la pasión
que me parece ser el encadenamiento lógico de hechos curio­ la atorm enta, la hostiga desde la frente hasta la boca del ac­
sos y ajenos a toda discusión. tor; helo aquí, enteram ente dominado por la emoción; se aban­
dona a ella: "Haz de mí lo que quieras”, la expresión de su
rostro se extravía cada vez más — ¡ay!--, "nada sale de
El Juego del Actor no constituye un. Arte; y es porf error nada” .
que se 33. al actor el todo lo que es Lo mismo en cuanto a la|£ojf. La emoción la. quiebi-a^la.
¿ .¿ d ental e# ,coatraim»ai.Arte. l l j b t e es la antítesis del Caos, encadena al complot de las sensaciones contra el pensamien­
' que no es sino un alud de accidentes. El Arte no se desarrolla to. Domina la voz del actor al punto de que da la impresión
más que según un plan ordenado. Surge, pues, claramente, de emociones en conflicto. De nada sirve decir que la emo­
que para crear una* obra de Afte no podemos servirnos de ción es la inspiración de los Dioses, y que es precisamente
otros materiales que de aquellos que usamos con certidum bre. lo que el Artista, en todo otro Arte, tra ta de dar; en primer
Ahora- FíénT”el jhom bre no es de éstos. Toda su n atu raleza lugar, esto no es exacto, y aunque lo fuese, muchas emocio~<
tiende a la independencia; toda su persona m uestra hasta la nes fugitivas, J o rtu ita s, no tienen ningún vá!oF~grtfetÍTOT- f e
evídencii~qüé~como^ para el teatro es inútil así, lo hemos visto, cómo-^pensam iento"del actor es domina­
GPor el hecho mismo de que el teatro moderno se sirve de do por la emoción que consigue destruir lo que el pensamien- ^
los cuerpos- de hombres y mujeres como su material, todo to' quería crear; y /triunfante la emoción, el accidente su-
cuanto en él se crea reviste un carácter accidental. Los [gestos, cede al accidente. Y venírnosla parar e T ^ t o T ^ é ^ 'a temocióñ... /,
del actor, la expresión de su rostro,' el sonido de su voz, todo o fig liE g ^ c ñ re creadora de todas las #cosas, es después des­
eso se halla a merced de sus emociones: ráfagas que envuel­ tructora. Ahora bien, el Arte no admite el acciaente. Tanto ^
ven siempre sfl" A rtista y llevan su esquife sin hacerlo volcar. quelo"que el actor nos p resS itZ ^ o _es^ma~oBra”3Firrte, sino
Pero el Actor, por su parte, está poseído por su emoción; ésta una serie de confesiones involuntarias.
encadena sus miembros, dispone 'He~él a su antojo. ’Es"’sü es­ . Originariamente, el cuerpo humano no servía de instru- ’
clavo, se mueve como perdido* en un sueño, como en demencia, mentó al Arte del teatro. No se consideraban las emociones
vacilando aquí y allá. Su rostro y sus miembros, si no escapan humanas como un espectáculo apropiado para la muchedum­
a todo gobierno, resisten muy débilmente al torrente de la bre. El combate de un tigre y de un elefante en la arena con­
pasión iadbfiOQrj^-istañ a punto de traicionarlo a cada instan- venía más cuando se tratab a de obtener emociones violentas.
feTTnútil tra ta r de dominarse. Las sabias recomendaciones L a lucha encarnizada de dos animales ofrecía todas las sen­
de Ham let a los comediantes (las del soñador, dicho sea de saciones que podemos hallar en el teatro moderno, y las ofre­
paso, y no del lógico) se van en humo. Los miembros se nie­ cía sin mezcla. Un espectáculo como ése no era más brutal;
gan a obedecer al pensamiento tan pronto la emoción se in­ era más delicado, más humano; pues nada podría ser más
flama, en tanto que el pensamiento no cesa de alimentar el repugnante que ver hombres y mujeres sueltos sobre un es­
hogar de las emociones. Y sucede con la expresión del rostro trado y que exhiben al público lo que el A rtista rehúsa mostrar
lo mismo que con los movimientos del cuerpo: el/pensamiento si no es velado bajo una forma de su invención. Cómo el
lucha y consigue m omentáneamente dirigir- la mira3a7”modc- hombre llegó a ocupar el lugar hasta entonces ocupado por
lar los nmsHlóT SeT rostro a su arbitrio; pero súbitam ente el el animal, es fácil de comprender.
58 59
EDWARD GORDON CRAIG DEL ARTE DEL TEATRO

El hombre que posee más saber se encuentra con el hombre humana. N o conocían las cuerdas y la pulsaban torpemente,
que tiene más temperamento, y lo aborda aproximadamente aunque sacaban partido de ellas. Tam bién asistimos hoy a
en estos términos: ese extraño espectáculo de un hombre que expresa los pen­
"Realmente, tenéis una prestancia admirable. ¡Qué magní­ samientos de otro bajo la forma en que este otro los ha con­
ficos son vuestros gestos! V uestra voz recuerda el canto de cebido, mientras exhibe su propia persona en público. Hace
los pájaros, vuestros ojos brillan. Una noble impresión emana esto porque su vanidad se complace en ello, y la vanidad no
de vuestra persona. ¡Casi os parecéis a un Dios! Opino que razona. Pero mientras dure el mundo, la naturaleza del hom­
cualquiera-, debiera reconocer la belleza que hay en vos. Es­ bre luchará por la liberación y se rebelará a que se haga de
cribiré algunas palabras que dirigiréis a la. m ultitud. Os m an­ ella el esclavo o el portavoz de otro hombre. Todo esto es
tendréis delante de ella y diréis mis versos como os guste. Lo muy grave: de nada sirve apartarlo, pretender que el actor
haréis sin duda perfectamente bien.” no es el portavoz de otro, sostener que él anima con el soplo
El hombre que tiene más temperamento responde al punto: de la vida las obras m uertas del autor. Aunque esto fuera
"¿Tengo yo realmente el aire de un Dios? Es la primera vez verdad (y no puede serlo), aunque el actor no tuviese que
que pienso en ello. ¿Y creéis que apareciendo ante la m ultitud expresar sino ideas concebidas por él mismo, su naturaleza
podré darle una impresión que la llene de contento y de entu­ no estaría por eso menos encadenada; su cuerpo sería el escla­
siasmo?” vo de su pensamiento y esto es a lo que se niega un cuerpo
—"No, no”, responde al instante el hombre instruido; "no sano, como ya os lo he hecho ver. Es porque el cuerpo del
bastará para eso aparecer ante la m ultitud. Pero habladle y hombre, por su naturaleza misma, es impropio para servir de
le causaréis una impresión profunda.” instrumento a un arte. M e doy cuenta de lo que de absoluto
Y el otro: "Tendré alguna dificultad en recitar vuestros tiene esta aserción, y cómo ella apunta a hombres y mujeres
versos. Me sería más fácil aparecer ante el público y decirle contemporáneos que, en tanto que grupo, tienen derecho a
lo que acudiera a mis labios, algo así como: ‘¡Salud a todos nuestro eterno agradecimiento, me apresuro a explicar, de
los hombres!’ M e parece que sería más yo. mismo si proce­ miedo de herir a algunos. Sé m uy bien que lo que digo no pro­
diese así.” ducirá un éxodo de todos los actores de todos los teatros del
"Excelente idea”, replica el tentador: "¡Salud a todos los globo y no los arrojará a tristes monasterios donde pasarán
hombres!” Voy a componer sobre ese tem a de cien a doscien­ el resto de su vida riendo y departiendo sobre el Arte del T ea­
tos versos. Sois esencialmente el que debe recitarlos. Por lo tro en tren de divertida charla.
demás ¿no es vuestra la idea? Salud a todos. Queda convenido,
Como lo he escrito en otra parte, el Teatro continuará cre­
¿no es cierto?, y "vos recitaréis.”
ciendo, y los actores durante todavía cierto número de años
"Si lo queréis”, asiente con benévolo aturdimiento el otro, retrasarán su desarrollo. Pero percibo una salida por donde
halagado más allá de toda expresión.
podrán escapar a su servidumbre actual. Recrearán una m a­
Y de ese modo la comedia de autor y actor comienza.
nera nueva de actuar consistente en gran parte en gestos sim­
El joven aparece ante la m ultitud, recita los versos y hace
bólicos.
de este modo una soberbia propaganda al a,rte del escritor.
Después de su éxito, el joven es olvidado; hasta se le per­ E n nuestros días el actor se aplica a personificar un carác­
dona la manera como ha recitado los versos; pero siendo la ter y a interpretarlo; m añana ensayará representarlo e inter­
idea nueva y original en ese momento, el autor saca su pro­ pretarlo; al día siguiente creará uno él mismo. Así renacerá
vecho,-y poco después otros autores juzgarán bueno servirse el estilo.
de hombres hermosos y desenvueltos como instrumentos de su Hoy, el actor que personifica un carácter parece advertir
arte. Poco les importaba que el instrumento fuese una criatura al público: "¡Miradme! voy a ser fulano, haré tal cosa.” Des­
60 EDWARD GORDON CRAIG DEL ARTE DEL TEATRO 61

pués, se pone a imitar lo más exactamente posible lo que anun­ —"¡Qué!”, exclama el actor con sangre viva y ojos relam­
ció que iba a indicar. Pongamos que sea Romeo. Explica al pagueantes: "¡No habrá pues ni carne ni vida en nuestro Arte
auditorio que está enamorado y lo dem uestra. . . besando a. del Teatro!” Todo depende de lo que entendáis por vida cuan­
Julieta. do os servís de esa palabra en relación con la idea de Arte.
He aquí qué se llama hacer obra de arte, qué se dice ser P ara el pintor, la palabra vida representa una cosa muy dife­
una manera inteligente de sugerir una idea. A fe mía, esto rente de la realidad; para los demás artistas la palabra vida
hace pensar en un pintor que trazara en un muro la imagen de tiene un sentido completamente ideal; y sólo los actores, ven­
un cuadrúpedo de grandes orejas y después escribiese debajo: trílocuos o taxidermistas, creen que poner .vida en su obra
"asno”. Las grandes orejas lo indicaban sin que necesitara significa proporcionar una imitación material, grosera, inme­
escribir nada; un escolar no hubiese procedido de otro modo. diata de la realidad. Y por eso sostengo que más valdría que
La diferencia entre el escolar y el artista es que éste, por m e -. el actor estuviera completamente fuera de su papel.
dio de trazos únicamente y de los contornos evoca al punto Si algún actor lee estas líneas, ¿no puedo hacer brillar, ante
la imagen del asno, y si es- un gran artista evocará la idea de sus ojos todo el absurdo de esa idea falsa, de esa creencia de
la especie entera de asnos, el espíritu de la cosa. que debe'tender a copiar,, a im itar materialmente la realidad?
El actor registra la vida a la manera de un aparato foto­ Supongamos que este actor esté presente en efecto y que yo
gráfico y tra ta de dar de ella un clisé fotográfico. No sospe­ invite a un pintor y a un músico a unirse a nosotros. Que se
cha que su arte pueda ser un arte como la Música. Se esfuerza expliquen. Estoy cansado de aparecer siempre como atacando
únicamente en reproducir la naturaleza, rara vez piensa en al actor por motivos vulgares. No he hablado como lo hice
inventar según ella; jam ás sueña en crear. Lo mejor que sabe sino por amor al Teatro, porque estoy convencido de que den­
hacer si quiere expresar la poesía de un beso, el ardor de una tro de poco un desarrollo extraordinario levantará y reani­
lucha o la calma de la m uerte, es copiar servilmente, foto­ m ará lo que él caduca, y que el actor contribuirá con todas
gráficamente, la realidad. D a un beso, lucha, cae fingiendo la sus fuerzas a este renacimiento.
muerte. Reflexionando, ¿no os parece todo esto un poco ab­ M ucha gente, en el mundo del Teatro, se equivoca sobre
surdo? ¿No es un pobre Arte y una mezquina inteligencia la actitud que he asumido. No ven en ella sino una actitud
los que no pueden comunicar la esencia de una idea al pú­ 'personal, la mía; la de un disidente extraviado, de un pesi­
blico, no saben sino m ostrar una copia torpe, un facsímil de mista refunfuñón, la de alguien que, cansado de una cosa,
la cosa misma? Es hacer obra de imitador y no de artista.. intenta romperla. Es por esto que le dejamos la palabra a los
Es avecinarse al ventrílocuo . 1 Se dice comúnmente del actor otros artistas.
"que ha entrado bien en su papel”; más valdría poder decir Dejemos al actor defender su causa lo mejor que pueda
que está completamente fuera de éste. y escuchar lo que otros puedan decirle en cuestión de arte.
Henos, pues, a los cuatro sentados: el actor, el pintor, el mú­
1 “Y luego uno de esos señores de la pantom im a, ta n inteligentes que sico y yo. Tres hablan, y yo, que represento un arte distinto
son capaces de im itar cualquier eosa, se nos acerca y nos propone etxbibir del de ellos, callo,
su persona y su poesía, y aceptamos llenos de arrobo y le adoram os como
un ser dulce y santo y m aravilloso; pero tem o s de in form arle que en nues­ La charla, al principio, es sobre la naturaleza. Ante nosotros,
tro Estado no se los d e ja v iv ir: la ley no lo perm ite.- Y así, luego de destácanse hermosas colinas y árboles; en la lejanía se yerguen
haberlo ungido con m irra y puesto u n a corona de la n a en la cabeza, lo altas montañas cubiertas de nieve; a nuestro alrededor el
mandamos a o tra ciudad. P ues p o r amor a n u estra alm a preferim os al murmullo innumerable y tenue de la naturaleza que vibra
poeta más tosco y severo, al que re la ta h istorias, que sólo im ita el estilo
de los virtuosos, y liemos de seguir, los modelos que nos prescribieron nues­ —con la vida—. "¡Qué hermosa la armonía de todo esto!”,
tra s leyes cuando empezamos la educación de nuestros soldados.” Platón. dice el pintor. Sueña en la casi imposibilidad de llevar a la
[Como el p asa je completo es demasiado largo p a ra incluirlo aquí, remi­ tela todo el valor terreno y espiritual de cuanto lo rodea, y
timos al lector a La República, libro I I I , pág. 395.]
62 DEL ARTE DEL TEATRO es
EDWARD GORDON CRAIG'

no obstante enfrenta el hecho tal como el hombre generalmen­ y camina de un lado a otro. Esperaba que la emoción no ocu­
te enfrenta aquello que es más peligroso. El músico mira el para lugar alguno en la interpretación y que su amigo le di­
suelo. El actor se m ira interiormente. Inconscientemente se- jese que él usaba de su voz, de su rostro, de sus gestos como
deleita con la sensación de sí mismo, como representando el lo haría con un instrum ento. El músico queda absorto.
personaje central y más im portante en una escena.realm ente —Pero —continúa el pintor—, ¿no hubo jamás un artista
buena. Pasa delatíte de nosotros, entre la vista y nosotros, y que haya disciplinado' su cuerpo de tal modo que éste res­
con un gesto abarca la extensión, sin verla, consciente tan pondiera exactamente a lo s' movimientos de su pensamiento,
sólo de la silueta que él recorta. Una actriz se haría humilde sin dejar asomar una emoción? Sin duda habrá habido uno
ante la Naturaleza. Sabe bien que ella no es nada, nada m ás entre millares. . .
que un átomo gracioso; pero ella es graciosa hasta en sus me­ — ¡No! — afirma el actor—. ¡Jamás! Jam ás ha habido un
nores movimientos; hasta en el suspiro apenas perceptible con actor capaz de someter su cuerpo a su espíritu. Edm und Kean
el que deja entender a los otros y a sí misma que está allí, en Inglaterra, Salvini en Italia, Rachel, Eleonora Duse, los
"pobre de m í”, en presencia del Creador, y otras simplezas evoco a todos y os repito que no ha habido actor o actriz
sentimentales. como ése de quien usted habla.
Así reunidos, y cada uno en la actitud que le es propia, Y el pintor: ,
hablamos e imaginamos que por una vez cada uno desea sin­ —¿Convenís, pues, en que eso sería' la perfección?
ceramente saber que interesa a los demás. (Os concedo que —Naturalm ente; por lo demás es completamente imposible,
es completamente extraordinario, y que el egoísmo intelec­ ¡y lo será siempre! —exclama el actor con oculto alivio.
tual, la forma más elevada de 1a, estupidez, encierra a más —Eso equivale a decir que no ha habido jamás un actor
de un artista en sus estrechos límites.) Pero supongamos que perfecto, un actor que no haya estropeado su papel dos, seis,
reina un interés general: que el actor se informa sobre pin­ veinte veces por noche. Que no ha habido y que no habrá
tura; que el músico y el pintor quieren saber por qué y cómo nunca una/ interpretación, por así decir, perfecta.
el actor considera que su interpretación es un arte. Aquí nadie Inm ediatam ente el actor pregunta:
andará con rodeos, sino que cada uno dirá lo que piensa, sin —¿Pero hubo jamás en pintura, en arquitectura, en música,
temer nada, pues todos son buenos amigos y no tienen la obra que pueda llamarse perfecta?
piel tan sensible que no puedan dar y recibir golpes. —Ciertamente; las leyes que rigen nuestras artes respecti­
—¿Es verdad —pregunta el pintor— que antes de poder vas hacen lá cosa posible. Un cuadro, por ejemplo — dice
interpretar convenientemente un papel es preciso experimen­ el' pintor— puede componerse de apenas algunas líneas. Pero,
tar todas las emociones del personaje que representáis? por simple que sea, puede ser perfecto. Es decir, que yo puedo
—Sí y no; eso depende de lo que queráis decir —responde elegir libremente la m ateria con la que trazaré esas líneas y
el actor—. Ante todo debemos ponernos en estado de com­ aquella sobre la cual las agruparé; soy libre de modificarlas
prender, de sentir, y tam bién de analizar las emociones de a mi antojo, libre además de elegir el momento en que, sin
nuestro personaje. Lo medimos antes de entablar la lucha; prisa, sin fiebre, sin nerviosidad, las compondré; helas aquí
sacamos del texto todo lo que podemos hallar en él, luego en su lugar. Dependen de mi sola voluntad, la que domino
evocamos todos los sentimientos que son verosímiles en el enteramente. Serán a mi antojo rectas o curvas, y no hay
personaje. Después de haberlos agrupado y elegido cuidado­ temor de que mi mano las trace curvas si yo las deseo rectas.
samente, nos ejercitamos en hacerlos inteligibles al público;, La obra, una vez terminada, no sufrirá más que los cambios
y para eso, cuanto menos emoción personal tengamos, más del Tiempo, que term inará por destruirla.
dueños seremos de nuestra expresión y de nuestros gestos. —Eso es algo curioso de pensar —responde el actor—; que­
E l pintor se levanta con un movimiento de impaciencia rría que sucediera lo mismo en nuestra profesión.
84 EDWARD GORDON CRAIG DEL ARTE DEL TEATRO 65
<—Sí, es curioso, en efecto, y es lo que a mis ojos establece trozo de arcilla insensible que obedeciera durante todo el tiem ­
la diferencia entre la resultante de la Inteligencia y la resul­ po que está usted ante el público, y si pudiera separar el texto
tante del Azar. La primera da una obra de arte, la segunda shakespereano, sabría usted hacer obra de arte de eso que
no es sino una obra de circunstancias. Que una obra de la está en usted. Pues usted no se habría atenido al sueño, usted
inteligencia alcance su forma perfecta y será una obra de arte lo habría realizado perfectamente; y habría podido recomen­
puro. E sta es la razón por la que he sostenido siempre, aun­ zarlo muchas y muchas veces de una manera idéntica.
que pueda equivocarme, que vuestra profesión no es de n atu ­ — ¡Ay! —suspira el actor—, ¡qué cuadro más horrible co­
raleza artística, puesto que cada una de vuestras realizaciones loca usted ante mis ojos! Ahora quiex-e usted probarme que
(ya lo habéis dicho) está sujeta a ser modificada por la emo­ no podemos considerarnos como artistas. M e arranca usted
ción. Lo que ha concebido vuestra mente, la naturaleza im­ mi más hermoso sueño y no me da nada en su lugar.
pide a vuestro cuerpo llevarlo a cabo. Vuestro pensamiento ■’—No soy yo quien puede dárselo, es lo que usted mismo
es traicionado por vuestro cuerpo, que en muchas ocasiones encuentre. Sin duda el Arte del Teatro, como todas las artes
ha triunfado de la Inteligencia hasta barrerla de la escena. verdaderas, se sustenta en leyes que es preciso descubrir, y
Ciertos actores parecen decir: ¿De qué sirve tener hermosas, que, cuando usted las conozca, lo satisfarán plenamente.
felices ideas, si mi cuerpo, que escapa a mi gobierno, debe
—Búsqueda que nos llevaría derecho a un muro.
deformarlas? Rechacemos todo pensamiento, y que mi cuerpo
— ¡Sáltelo!
decida de mí y de la pieza. Y hay sabiduría en esta manera
de ver. Este actor al menos no oscila entre dos influencias <— ¡Es demasiado alto!
que luchan en él. No se espanta de lo que pueda ocurrir. Se — ¡Escálelo entonces!
arroja a la contienda, como un hombre, como un loco, olvi­ —¿Y a dónde nos llevaría eso?
dando todo saber, toda prudencia, toda razón; he aquí al —M ás lejos, más allá.
público puesto de buen hum or y eso es lo que quería a cam­ >—Palabras en el aire, todo eso.
bio de su dinero. Pero nosotros apuntamos a otra cosa que — ¡Ah! Es justam ente en el aire donde habría que tom ar
a este buen humor, ¿verdad? Y, aunque aclamemos al actor impulso, por sobre todas las cimas, en pleno cielo; otros le
de brillante personalidad, no olvidemos que es a él, al hom­ seguirán si usted da el ejemplo. Pero descubrirá los principios
bre, a quien aplaudimos, y no eso que él representa o la de su Arte algún día, ¡y qué porvenir admirable se abrirá en­
manera como lo representa; y que eso no tiene nada que ver tonces ante usted! En el fondo, lo envidio. M e sucede a veces
con el arte, eí cálculo, la composición. desear que la fotografía hubiese sido conocida antes que la
—Es 'usted muy amable al venir a decirme que mi arte no pintura para que la generación actual tuviese la inmensa ale­
es tal —replica el actor riendo alegremente—. Pero veo lo gría de superarla, de m ostrar que en sí la fotografía era una
que usted quiere decir: mientras yo no estoy en escena y el buena cosa, pero que hay algo mejor.
cuerpo no se halla en juego, soy artista. —-Según usted —replica el actor—, ¿nuestro arte equivale
—Sí, usted tal vez, porque usted es un malísimo actor, de­ a la fotografía?
testable en la escena, pero que tiene imaginación; usted es —No, está lejos de ser ta n exacto; lo es aún en grado menor.
una excepción. M e ha dicho usted cómo interpretaría Ricar­ Pero mientras nosotros charlamos, el músico se ha ido que­
do III, la extraña atmósfera que haría planear sobre todo el dando cada vez m ás absorto en su mutismo. Nuestras artes,
drama; y lo que usted ha visto en el texto, lo que ha inventado al lado de la suya, no son sino juguetes, diversiones, des­
y completado es tan notable, tan lógico en el pensamiento, varios.
ta n claro y tan neto en la expresión, que si usted pudiese trans­ „ Aserto que el músico compromete al punto diciendo una
form ar su cuerpo en autóm ata absolutamente obediente, en torpeza.
66 EDWARD GORDON CRAIG 67
DEL ARTE DEL TEATRO
— ¡Caramba!, eso es algo que no me parece m uy sabio por me esforzaré por alcanzar algo totalm ente opuesto a la vida
parte del representante del único arte, que existe en el mundo tangible, real, tal como la vemos. E sta vida, de carne y san­
—exclama el actor. Todos ríen, incluso el músico, que lo hace gre, por más encantadora que sea para todos nosotros, no la
con aire tímido y forzado. considero m ateria para la investigación, o para ser entregada
—Amigo mío, ¡justamente porque es un músico! Él no es alfmundó, aunque de modo convencional. Creo más bien que
nada fuera de la música. Es hasta un poco limitado cuando mi aspiración es captar ese espíritu remoto que llamamos
no habla con ayuda de los sonidos, de las notas y de los tiem ­ M uerte, recordar hermosas cosas de un mundo imaginario;
pos. Ignora casi nuestro lenguaje, ignora casi el mundo, y suelen decir que 1 el mundo de la m uerte es helado; no lo sé.
cuanto más grande es en su arte, más patente es esto. H asta A menudo párece más cálido y animado que el de la vida. Las
es mala señal en un compositor que sea inteligente. E n cuanto sombras, los “espíritus parecen más hermosos, más llenos de
al músico intelectual c o m o ... pero, ¡pss!, no pronunciemos vitalidad que los seres humanos; las ciudades de los hombres
ese nombre ilustre. ¡Qué actor habría hecho! ¡Qué persona­ están llenas de mezquindad, de seres inhumanos, dotados de
lidad! La escena lo ha tentado toda su vida. H abría sido un la más vergonzosa, más fría, más dura hum anidad. Pues, si
perfecto comediante; en cambio se ha convertido en compo­ nos detenemos demasiado tiempo en la vida, ¿hallaremos acaso
sitor o aun autor dramático. En todo caso, eso ha sido un la belleza, el misterio, la tragedia? ¿O en vez de ello la vul­
triunfo, un triunfo de personalidad. garidad, el melodrama, la tontería? ¿La conspiración contra
—¿Pero es un triunfo para el' Arte también? —pregunta el la vitalidad, contra la vida llevada al rojo blanco? Y nunca
músico. se podrá obtener la inspiración de lo que está desprovisto del
—¿Para qué arte? fuego de la vida. Pero esta vida misteriosa, gozosa, soberana­
— ¡Oh, para todas las artes reunidas! —responde el músico m ente completa, a la que llamamos M uerte; esta vida de som­
con sereno candor. bras y de formas desconocidas, donde todo lo que suponemos
• —¿Pero cómo quiere usted que eso sea posible? ¿Cómo to­ negrura y brum a sea quizá color vivido, luz brillante, forma
das las artes reunidas constituirían un arte? Un desfile, cier­ definida, y lo que para nosotros está poblado con figuras ex­
tamente, un teatro, pero no un arte. Únicamente las cosas len­ trañas, bravias y solemnes, quizá lo esté por figuras hermosas
tam ente unidas por una ley natural pueden, en el curso de y tranquilas, que obedecen a alguna arm onía maravillosa de
los años o de¡ los siglos, pretender un nombre nuevo para el movimiento, todo eso es más que simple conjetura. Pues de
resultado de su fusión; y es sólo de este modo como puede esta idea de la muerte que parece una especie de venero, de
nacer un arte. N uestra vieja madre N atura no admite ser florecimiento; de esta tierra y de esta idea puede obtenerse
forzada; si ocasionalmente cierra los ojos, no tarda en ven­ tan elevada inspiración que, lleno de exaltación, sin vacilar,
garse. Lo mismo ocurre con las Artes: no sería posible, mez­ voy hacia ella; y, asombraos, de pronto me encuentro con los
clar las unas con las otras y luego venir a proclamar que se brazos llenos de flores. Adelanto un paso o dos y, nuevamente;
ha creado un arte nuevo. Si descubrís algún día en la N a tu ­ me veo colmado. Bogo en un m ar de belleza, voy con las
raleza una manera nueva que el hombre no haya m ado jamás velas desplegadas adonde el viento quiera llevarm e. . . allá,
para expresar su pensamiento, sabed que estaréis en vísperas donde el peligro no existe.
de, crear un nuevo Arte¿ pues habréis descubierto los elemen­ Pero esa es una visión personal y el Teatro no está repre­
tos mismos de ese Arte. Comenzad vuestras búsquedas. El sentado en este mundo por mí solamente, ni siquiera por un
Teatro, tal como yo lo entiendo, no ha hallado aún ese modo centenar de actores y de actrices, sino por algo m uy diferente.
de expresión. ‘ E l objeto del Teatro considerado como un todo, es restablecer-
Allí se detiene su charla. Yo me inclino hacia la opinión su Arte. Y para ello es preciso en primer lugar renunciar a
del pintor: muy lejos de rivalizar en celo con el fotógrafo, la idea de la personificación, esa idea de la imitación d e j a
DEL ARTE DEL TEATRO 69
68 EDWARD GORDON CRAIG
los tiempos y en todas sus empresas. Pero si algunos se mo­
Naturaleza; mientras ella subsista el Teatro no podrá jamás lestan porque yo proponga desembarazar la escena de todos
liberarse. Los comediantes recibirán primero una enseñanza sus actores a fin de renovar el Arte del Teatro, también hay
clásica (a falta de los preceptos más viejos, todavía admira­ quien, por el contrario, se complace en ello.
bles, pero demasiado austeros quizá para ser inculcados desde "El artista —dice Flaubert— debe estar en su obra, como
el comienzo) y se guardarán de la tentación .furiosa de poner Dios en el universo, invisible y todopoderoso; por doquier se
vida en su desempeño; pues de tres mil veces una eso acarrea le adivina, no se le ve en parte alguna. Es preciso elevar al
movimientos exagerados, una mímica demasiado rápida, una arte por sobre los sentimientos personales y la susceptibilidad
dicción bramadora, un decorado chillón, en la idea 'Vana y nerviosa . 1 H a -llegado el momento de dar al Arte la misma
falsa de que semejantes medios darán la impresión de la vida. perfección que a las ciencias físicas por medio de un método
No obstante, como para confirmar la regla, esos medios triun­ inflexible.”
fan en parte cuando se tra ta de poderosas personalidades de Y en otra parte: "Siempre me he esforzado por no dismi­
la escena. Éstas triunfan a des-pecho de las reglas, con despre­ nuir el arte en provecho de una personalidad aislada.”
cio mismo de las reglas, y nosotros, espectadores, los cubrimos El autor piensa aquí en el arte literario; pero si es tan for­
de entusiastas aplausos. N o podemos evitarlo; no podemos ni mal hablando del escritor (que no aparece ante nuestros ojos
reflexionar, ni analizar; somos presa de la admiración y de y no se deja entrever sino a través de su obra), ¡cuánto se
la sugestión. Poco nos importa que hayamos sido hipnotiza­ debía oponer al exhibicionismo del actor, tratárase o no de
dos: estamos encantados de sentirnos tan emocionados, gri­ una gran personalidad!
tam os literalm ente de alegría. La gran personalidad del Actor Charles £am b )ha dicho: "Ver Lear en escena, ver a ese
ha triunfado sobre nosotros y nuestro Arte. Pero esas grandes anciano echador-fuera por sus hijas en la noche tormentosa,
figuras son m uy raras, y cuando deseamos ver una persona­ no es sino repugnante v penoso. Siento ganas de prestarle
lidad afianzarse en la escena e imponerse, es preciso al mismo asilo, y eso es cuanto la representación fie R ey Lear me Ha
tiempo desinteresarse de la pieza y de los actores, del arte inspirado siempre. La lamentable maquinaria que im ita la
y de la belleza. tem pestad en que Lear se hunde es ta n impotente para re p ro ~
Sobre este punto difieren conmigo todos los admiradores de ducir el furor de los elementos, como un actor, cualquiera que
las grandes personalidades de la escena. Les parece inadmisible sea, para encarnar al rey Lear. Sería más fácil personificar al
afirmar que habrá que vaciar la escena de todos sus actores, Satán de M ilton o a una de las terribles figuras de Miguel
para resucitarla. ¿Cómq podrían estar de acuerdo conmigo y Ángel que representar al rey Lear.”
consentir en la partidá de sus ídolos, esos dos o tres seres ex­ "H asta Ham let es casi irrepresentable”, según William Haz-
cepcionales que, para ellos, transform an la escena en un país Iitt. ~ ~~
encantado? Mas, ¿por qué alarmarse? Sus ídolos no están En la Vita Nuova, cuenta D ante que el Amor se le apareció
amenazados, y aun cuando un decreto' prohibiera a hombres en sueños bajo los rasgos de un muchacho joven; ambos con­
y mujeres comparecer en escena, eso no alcanzaría a sus favo­ versan acerca de Beatriz, y el Amor dice al poeta: "Compone
ritos, esas personalidades que los aficionados al teatro ponen versos donde muestres qué poder tengo sobre ti por ella.
en las nubes. Suponed que una de esas personalidades haya Escribe , esos versos de tal suerte que parezcan pronunciados
vivido en un tiempo en que la escena aún no se conocía: por una tercera persona y no dichos a ella por ti, lo cual no
¿habría por eso disminuido su prestigio, su don de expresión? sería correcto.” Y en otra parte: "Un gran deseo ¿me vino
D e ningún modo. L a individualidad halla los medios de ma­ de decir cierta cosa en verso; pero cuando comencé a pensar
nifestarse; el juego, la actuación es sólo uno, el menos impor­
tante, de esos medios de que dispone una gran personalidad, 1 “Polichinela no tiene sentimientos”, gruñó el doctor Johnson.
y esos hombres y esas mujeres habrían sido famosos en todos
70 EDWARD GORDON CRAIG DEL ARTE DEL TEATRO 71

cómo lo expresaría, me pareció que no. sería conveniente ha­ y finalmeftte irían ta n lejos que serian ellos, el público, y no
blar de Ella, a menos que fuera a otras damas, y en segunda ■los directores, quienes- reformarían el Arte del Teatro.
persona.” Napoleón dijo: '*Hay en la vida m ultitud de pequeñeces
Esas personas no admitían, pues, revelarse a ellos direc­ que deben evitarse en Arte; como la duda y la irresolución,
tamente. Lo juzgaban "poco correcto, inconveniente”. por ejemplo. Todo eso no entra en la representación del héroe.
Son los testigos, de cargo en la causa del Teatro moderno. >, Debemos figurárnoslo como una estatua donde las debilida­
Juntos pronuncian: "Malo es el arte que hace un llamado tan des y estremecimientos de la carne ya no son perceptibles
directo, tan emocionante, al espectador, que éste olvida la Podrían citarse muchos otros aun: Ben Jonson, Lessing,
obra, tanto, es arrastrado por la emoción, la personalidad del Andersen, Charles Lamb, Goethe,, George Sand, Ed. Scherer,
ejecutante.” Ana tole France, Ruskin, Coleridge, P ater , 1 y con ellos todos
He aquí ahora el testimonio de una actriz: "P ara salvar al los hombres y mujeres inteligentes de Europa han protestado
Teatro —dice Eleonora Duse— hay que destruirlo; es preciso sin
que todos los actores, todas las actrices mueran de peste. Por hablar~aquí del Asia, donde las personas menos dotadas no
ellos la atmósfera está viciada, el Arte imposible.” 1 logran comprender la fotografía, mientras que el Arte se lea
aparece como una manifestación clara y explícita.
Démosle crédito, pues ella quiere decir la misma cosa que H a comenzado la discusión entre los directores del Teatro
Flaubert y que Dante, aunque lo formule en forma tan dife­ y las personas que protestan. Todo induce a creer que la ver­
rente. Podrían invocarse aún muchos testimonios, si éstos no dad se hará luz pronto. Suprimid el árbol auténtico que h a­
bastasen. Aquel, por ejemplo, de la m ultitud de personas que bíais puesto en escena, ^ p rím íd "eO o ñ 3 _m t u r á l 7 ^ gesto na- ■
no va jamás al teatro y que se cifra en millones,, por los pocos tural y llegaréis a suprimir tam bién al actor. Es lo "que^üCS^
millares que asisten a él. Tendríamos igualmente el apoyo de rpeatro e n c a _

la mayoría de los directores de teatros. El director de teatro • rar esa idea desde ahora. Suprimid al actor y arrebataréis a
modm ío T li] ? ^ escena. No 'retrocede un grosero realismo, los en escena. No habrá
ante ningún esfuerzo para dar al público la .m.DI.fiSÍfiP.de la ya nersoñaTñ~vmeñte q ú é l5 5 5 fu 5 ^ e s p ír ítu e la r te
realidad transportada a la escena. No cesa de repetir que de­ y la realidalTf Imsta de personaje vm eñtefB ondeT aF^ebiíida-
corador y puesta en" escena son de capital importancia. Y esto des de la carne sean perceptibles . 2 ‘
por varias razones, la principal de las cuales es que presiente
un grave peligro en la interpretación toda ’pareja y bella; ve i; Pater escribió a'propósito de la escultura: “Su luz blanca, lavada
formarse un grupo de pefs5!!Si*^uriíoT oñ^ártídarias' de esas de la púrpura sangrienta de la acción y dei la pasión, revela, no ya lo
que es accidental en el hombre, sino lo que en él es divino, lo quei cons-
fastuosas mises en scéne; no ignora que se ha esbozado en trasta con. su continua agitación.” Y por otra parte: “L a base de todo
Europa un movimiento en ese sentido; que se ha pretendido genio artístico j s la facultad de concebir la humanidad bajo un aspecto
que las piezas clásicas podrían ser representadas ante un sim­ jnlp1.esi0jlallte) fe liz . substituir por un mundo ideal hecho p o n w - ~
ple telón de fondo.; Movimiento importSHFéTqüeHie extiende ffg55~al toando mediocre de ía realidad; suscitar en torno una atmósfera
de una cualidad nueva, que refracta, transforma y recompone las imá­
desdé- Cracovia a Moscú, desde París a Boma, desde Londres genes que ella transmite, según el antojo de nuestra imaginación.” Y aún
a Berlín y a Viena. Los directores de teatros ven venir esa páLL más: “Poco a poco la escultura suprime todo lo que es accidental, todo lo
j£o¿se dicen que el día en que eppúblico lo advirtiera, el día que turba la impresión producida en nosotros por tipos de humanidad
perfectos, y los despoja da los vestigios de vulgaridad que podían, subs-
en que los espectadores gustaran las alegrías de una pieza sin
sistir en ellos.”
decorados, irían más lejos y reclamarían una pieza sin actores; 2 Desde otro punto dei vista, un. punto de vista que no debe ser tomado
ni discutido a la ligera, el Cardenal Manning, inglés, se muestra enfático
1 Studies in Seven A rts. Arthur Symons (Constable). cuando habla de la obligación en que se halla el actor de “prostituir un
cuerpo purificado por el bautismo”.
11

72 EDWARD GORDON CRAIG DEL ARTE DEL TEATRO 73

El actor desaparecerá; en su lugar ‘veremos un personaje dujo el efecto del uno y de la otra— una tjHfcmosa Reina
inanimado, que llevará, si queréis, el nombre de "Superma- bronceada. Reclinado en mi asiento, observé sus •¿estos simbó­
rioncta 77 basta que haya conquistado otro más glorioso. licos. Eran tan fáciles los ritmos cambiantes de sus gestos suce­
Ya se ha escrito mucho y muy bueno sobre la marioneta. sivos; tan ta calma había en la manera de revelar sus secretos
H asta ha inspirado no pocas obras de arte. pensamientos; tan ta nobleza y belleza en la expresión soste­
E n nuestros días, la m arioneta atraviesa una era desdi­ nida de su pesadumbre, que nos parecía que ningún dolor
chada; muchas personas la consideran como una especie de podría herirla; nada de violencia en sus gestos; ninguna alte­

I
pelele de orden superior, derivado de la muñeca. Pero se equi­ ración en sus rasgos que nos hiciera creer que sucumbía a su
vocan. La m arioneta es la descendiente de los antiguos ídolos pasión; sin cesar parecía tom ar su dolor entré sús palmas, te ­
de piedra de los templos, es la imagen degenerada de un dios. nerlo en ellas delicadamente, contemplarlo con calma. Sus bra­
Amiga de la infancia, sabe todavía elegir y atraer discípulos. zos y manos se elevaban a veces, como un esbelto y tibio
Que alguien dibuje una marioneta, hará de ella una figurita chorro de agua que se rompía y caía, la espuma de sus dedos
congelada y grotesca. Esa persona no percibió el contenido de blancos y ligeros resbalando hasta sus rodillas. Esto- habría sido
la idea que ahora llamamos marioneta. Es que toma por pla­ para nosotros una revelación de arte si no hubiéramos encon­
cidez imbécil y angulosa deformidad lo que es la gravedad de-
la máscara y la inmovilidad del cuerpo. Pues aun nuestras
trado ya un espíritu análogo en otros ejemplos del arte de los
egipcios. E ste arte, que ellos llaman el de «mostrar y velar»,
I
marionetas modernas son seres extraordinarios. Estallen los es una fuerza espiritual tan grande en el país, que ocupa un
aplausos como truenos o se pierdan aislados, la marioneta nó lugar preponderante en la religión. Sin duda nos enseña’ la
se conmueve; sus gestos no se precipitan y no se confunden; virtud y la gracia del valor, pues no se puede asistir a una
cúbrasela de flores y de alabanzas, la heroína conserva un de esas ceremonias sin experimentar un alivio físico y moral. ,y
Esto data del año 800 a. J. C. ¿Quién sabe? Tal vez la m a­ r
rostro impasible. H ay más que un rasgo de genio en la per­
sonalidad que se despliega: es para mí el último vestigio del rioneta vuelva algún. día a ser el médium fiel del bello pen­
arte noble y bello de una civilización pasada. Pero como el ar­ samiento del artista. ¿Se acerca la hora que nos devolverá el
te se envilece en manos groseras, las marionetas ya no son pupazzi, criatura simbólica construida por el genio del artista,
sino grotescos, vulgares histriones. Im itan a su medida a los y donde volveremos a hallar "la noble convención” de que
actores del Teatro. Si los pupazzi entran en escena es para habla el historiador griego? Ya no estaremos entonces a mer­
caer patas arriba; no beben sino para tambalearse, no aman ced de esas confesiones de debilidad que traicionan sin cesar
más que para hacer reír. H an olvidado las m aternales ense­ los actores y despiertan a su vez en los espectadores debili­
ñanzas de la Esfinge. Su cuerpo rígido ha perdido la gracia dades parecidas. Con tal propósito, debemos aplicarnos a re­
hierática de antaño; sus ojos desencajados ya no parecen mi­ construir esas imágenes, y no contentos con los pupazzi, tene­
rarnos. E l pelele m uestra su cordel y se cuadra en su sabidu­ mos que crear una “supermarioneta”.
ría de madera. Ya no recuerda que su Arte debe tam bién lle­ Ésta no rivalizará con la vida, pero irá más allá; no figura­
var el mismo sello de sobriedad que hallamos en las obras rá el cuerpo de carne y hueso, sino el cuerpo en estado de
de otros artistas, y que el arte más perfecto es aquel que éxtasis, y en tanto que emanará de ella un espíritu viviente,
oculta el oficio y olvida al artesano. se revestirá de una belleza de muerte. E sta palabra muerte
¿No fué Herodoto quien, en el año 800 a. J.C ., relatando su ■viene naturalm ente a nuestra pluma por aproximación con
visita al teatro sagrado de Tebas, dijo que se quedó maravi­ la palabra vida, a la que apelan incesantemente los realistas.
llado de admiración "por su noble convención” ? ' Cuando en­ Algunos verán en ello, quizá equivocadamente, u n a . afec­
tré en la Casa de las Visiones —escribe— percibí al fondo, tación de mi parte, sobre todo aquellos que no experimentan
sentada en un trono o en una tum ba —por lo menos me pro­ el poder y la alegría misteriosa de las obras de arte serenas.
74 EDWARD GORDON CRAIG DEL ARTE DEL TEATRO 75

Si un Rubens, un Kafael, no han dejado nada que no sea apa­ grandes maestros, no ya hombres atorm entados por el deseo
sionado y ardiente, muchos otros artistas, por el contrario, de afirmar cada uno su preciosa personalidad, sino sabios ani­
antes o después que ellos, tuvieron por ideal la mesura, y sin mados de una santa paciencia, dichosos de conformar sus pen­
embargo estos artistas testimoniaron más que todos los otros samientos y sus gestos a la ley, al servicio de las simples ver­
un vigor viril en su arte. Otros artistas, decadentes o ribom- dades.
bantes, cuyas obras y nombres llaman actualmente la aten­ E l arte egipcio nos m uestra abundantem ente cuán severa era
ción, antes que hablar como hombres chillan como animales esta ley, y hasta qué punto el artista se prohibía el expresar
o balbucean como mujeres. ningún sentimiento personal en su obra. Observad las escul-.
Los maestros sabios y mesurados* seguros de las leyes que turas egipcias: sus ojos impasibles guardarán su secreto hasta
habían jurado observar siempre, los maestros de nombres en el. fin del mundo. Su gesto está lleno de un silencio que se
su mayor parte desconocidos, admirable dinastía que creó los asemeja a la muerte. Empero, se descubre en él ternura, en­
dioses de Oriente y de Occidente, guardianes de las épocas canto, una gracia lindante con la fuerza, y el amor expandido
heroicas, todos tendieron su pensamiento hacia el M ás Allá, por toda la obra; de efusión, de "pathos”, de sentimiento
buscaron visiones y sonidos en esa región feliz y serena, a personal del artista, ningún rastro. ¿Lucha interior? Tampoco.
fin de infundir en la forma de una estatua, en la cadencia N ada deja ver el artista de su esfuerzo obstinado; su obra
de un poema, esa serenidad entrevista un instante, compen­ no contiene confesiones. Como tampoco orgullo, temor, o Co­
sadora de la turbación y de la agitación de aquí abajo. micidad; ni un rasgo que deje suponer que un soló instante
En América, los hermanos de esta dinastía de maestros vi­ el artista se haya- apartado de las leyes que lo gobiernan.
vían en ciudades magníficas, colosales, que podrían desplazar­ ¡Admirable! H e aquí el artista verdadero, y todas las efusio­
se en un día; ciudades de vastas tiendas sedosas y doradas que nes sentimentales de los últimos siglos y de nuestros días
cobijaban a sus dioses; moradas adornadas, con el lujo más no son índice de una inteligencia superior, es decir, de un
suntuoso; ciudades nómades que, de las colinas a las llanuras, arte supremo.
franqueaban los cursos de agua y cruzaban los valles, como E ste espíritu gana Europa, encanta a Grecia, resistió lar­
un gran ejército pacífico en marcha. go tiempo en Italia; luego, un día, se desvaneció, dejando
En cada ciudad, no se contaba un puñado de esos indivi­ caer lágrimas de perlas. Y nosotros, que las masticamos con
duos llamados "artistas” y considerados corno inútiles holga­ las bellotas de nuestra pitanza, hemos hecho algo peor aún:
zanes, pero sí muchas personas elegidas por el contrario por nos hemos prosternado ante los pretendidos "grandes maes­
su percepción más intensa: verdaderos artistas. El artista,, tros” y hemos adorado a esas peligrosas y deslumbrantes
que es por definición aquel que percibe más que quienes le personalidades. U n malhadado día creimos en nuestra igno­
rodean, y que expresa más de lo que ha visto. Y entro los ar­ rancia que eran nuestros rasgos los que ellos debían retra­
tistas, no era el menor el ordenador de ceremonias, el creador tar, nuestros los pensamientos que expresar, y que se ins­
de visiones, ministro cuyo oficio era celebrar el espíritu que pirarían en nosotros para su arquitectura, para su música.
presidía la ciudad, el espíritu del Movimiento. Llegamos así a querer reconocernos en todas sus obras, a figu­
Igualmente en Asia, los maestros olvidados de los Templos rar en todas sus artes, y los incitamos a invitarnos con estas
y de sus tesoros impregnaron cada pensamiento,, cada parcela palabras: "Venid tal cual sois.”
de su obra de ese sentido del ritmo, calmo, semejante a la Después de muchos siglos, los artistas term inaron por ce­
muerte, a la que exaltaban y honraban. der y nos dieron lo que les pedíamos. Y cuando nuestra
E n Africa (a donde se pretende que aportamos la civiliza­ ignorancia hubo rechazado el bello espíritu que antaño guiaba
ción) se hallaba desde hacía mucho tiempo ese espíritu, esen­ el pensamiento y la mano del Artista, un espíritu obscuro
cia de una civilización perfecta. Se encontraban también esos ocupó su lugar, demonio peligroso que gobierna el mundo.
76 EDWARD GORDON CRAIG
DEL ARTE DEL TEATRO 77
¡Y cada uno clamó al Renacimiento!, mientras pintores y
escultores, arquitectos y músicos trabajaban a porfía para desesperación contemplas el pasado a través de los siglos, mien­
entregar las obras que se les reclamaba, donde todo hombre tras las lágrimas corren por tus pintadas mejillas y suplicas a
pudo reconocer una relación consigo mismo. Vinieron los re­ tu perro: hermana Ana, hermana Ana, ¿aún no viene nadie?
tratos de máscaras coloradotas, ojos saltones, bocas torvas;, Y luego, con maravilloso valor, haces que nos riamos de ti
las manos que parecen salir de la tela, las muñecas de venas ly a mí me haces llorar] con el desgarrador grito ¡oh, mi nariz!,
hinchadas, los colores desordenados, las líneas en tum ulto, ¡oh, mi nariz!, ¡oh, mi nariz!) ¿Creéis por acaso que esas ma­
como extraviadas por la locura. Las formas se dislocan; el rionetas fueron siempre casillas de un palmo de alto? ¡No! La
soplo ligero de la vida estática, que antaño hacía florecer marioneta hizo,antaño un mejor papel que vosotros mismos.
una esperanza tan dulce, se trueca en tem pestad y se ani­ ¿Creéis que su antepasado gesticulaba sobre un tablado de
quila, y he aquí que triunfa el realismo, esa copia grosera, u n ancho de seis pies que representaba un teatrillo anticua­
de la vida que todos comprenden al revés mientras la adop­ do, al punto que poco faltaba para que tocara con la cabeza
tan. M uy lejos en esto de servir al, Arte; pues el objeto del lo alto del proscenio? ¿Creéis realmente que habitaba siempre
Arte no es reflejar la realidad y el artista no acostumbra a una casita con ventanas y puertas de muñeca, con postigos
rezagarse, sino a adelantarse a los hechos; pero es la vida pintados abiertos de par en par y donde las flores del cantero
que debe llevar el reflejo de la Imaginación, la cual ha esco­ tenían valerosos pétalos grandes como su cabeza? Desechad
gido al artista para fijar su belleza. 1 Y en esta imagen, si esa idea. El Asia vió su primer .reino. E n las riberas del Gan­
la forma, por su belleza y su ternura, tiene algo de la vida, ges se le construyó una morada, un vasto palacio que erguía
el color es extraído de ese mundo desconocido de la Im a­ al cielo sus hileras de columnas y bañaba otras en el agua,
ginación que no es otro que la m orada de la muerte. No es rodeado de jardines de tibios montecillos tornasolados, con
pues a la ligera o descaradamente como hablo de la marione­ frescas fuentes; jardines colmados de un silencio inmóvil. Sólo
ta y de su capacidad de retener una expresión bella y serena en la secreta frescura de las salas del palacio, el espíritu
ante el elogio y el aplauso. Algunos se han chanceado, la alerta de sus seguidores estaba en movimiento. Preparaban
palabra misma ha adquirido un sentido despectivo, pero hay una fiesta digna de él, que celebraba el genio que le había
todavía personas que ven belleza en esas pequeñas figuritas, dado nacimiento. De allí vino la ceremonia.
por bastardeadas que sean hoy en día. Tomó parte en ella; era la glorificación de la Creación,
La mayoría de las personas sonríen tan pronto les hablo la antigua acción de gracias, el himno exuberante de la vida,
de marionetas o de pv/pazzi. Piensan al instante en sus hilos, y el más grave de una existencia por venir, al otro lado del
en sus brazos rígidos, en sus gestos bruscos; me dicen: "son velo de la M uerte. Ante la m ultitud bronceada de los adora­
curiosos muñequitos”. Pero recordad que esos mismos pupazzi dores aparecieron los símbolos de todo lo que existe en este
son los descendientes de una noble y gran familia de ídolos, mundo y en el Nirvana; los símbolos del hermoso árbol, de
ídolos hachos en verdad "a imagen de un dios”, y que hace los montes, de las riquezas que éstos encierran; símbolos de
muchos siglos esas figurillas tenían movimientos armoniosos la nube, del viento, de todas las cosas aladas; símbolo de
y no bruscos, que no necesitaban hilos o alambres, y que la más rápida de todas ellas: el pensamiento, el recuerdo;
no hablaban por medio de la voz gangosa del titiritero. (¡Pobre símbolos del animal, del Buddha, del hombre, y he aquí
Polichinela, no quiero ofenderte! Solo, con la dignidad de la donde interviene la figurita, el original de esta marioneta de
la que tanto os habéis burlado. Es que en nuestros días ella
no conserva más que sus ridiculeces, copiadas de las vuestras.
i “Todas las formas son perfectas en. el espíritu del poeta; éste no las
extrae de la Naturaleza, no las compon® según ella; nacen de su ima­ No os hubierais reído al ver su modelo en la gloria, en los
ginación.” WlLMAM BlíAKB. tiempos enj que representaba el símbolo del hombre, en las
fiestas de la Creación, donde era la imagen que nos trans­
78 DEL ARTE DEL TEATRO 79
EDWARD GORDON CRAIG

portaba de admiración. Insultar su memoria sería burlarnos sin desear participar en él; su parodia redundó en ventaja de
de nuestra propia caída, de las creencias y de las imágenes ellas. A los cincuenta o cien años, se hallaba- la misma en
que hemos roto. Algunos siglos después volvemos a hallar todos los lugares del país.
su morada un tanto arruinada por el uso. De templo que era "La mala hierba pronto crece”, dice el adagio. E sta sabana
ha llegado a ser no ya un teatro, sino una cosa intermedia, de hierbas locas que es el Teatro moderno creció m uy pronto.
y el original de la marioneta ve por ello alterarse su salud. L a divina m arioneta tuvo cada vez menos adoradores, y Sas
H ay algo en el aire; sus médicos le aconsejan prudencia. dos mujeres tuvieron toda la boga. La decadencia de la m a­
"¿Qué es lo que más debo temer?”, pregunta. "Teme la va­ rioneta y el éxito de las dos mujeres, al mostrarse en su
nidad de los hombres.” — "¿Pero no es eso justam ente lo lugar, señalaron 1a llegada del sombrío Caos y, a continuación,
que yo siempre he enseñado? ¿No he dicho que para glorifi­ de la personalidad desencadenada.
car así nuestra existencia debíamos tem er ese solo escollo ¿Comprendéis ahora lo que me hizo am ar y apreciar eso
de la vanidad? ¿Es posible que habiendo proclamado esta que en nuestros días se denomina "m arioneta”, lo que me
verdad incesantemente, la haya perdido de vista yo misma ha hecho detestar eso que se llama "el realismo en el A rte” ?
y sucumbido ía primera? E stá claro que se prepara un com­ Deseo ardientem ente el retorno de esa imagen al Teatro, de
plot contra mí. No miraré más que al cielo.” Y, despidiendo esta supermarioneta. Que ese símbolo vuelva, y tan pronto
a los médicos, medita. aparecido conquistará tan bien los corazones, que veremos
Ahora bien, he aquí cómo fué turbada la serena atmósfera renacer la antigua alegría de las ceremonias, la celebración
que rodeaba a ese extraño ser perfgsto: los anales cuentan de la Creación, el himno a la vida, la divina y feliz invoca­
que algún tiempo después fué a establecerse en la costa ción, a la M uerte.
extremo-oriental y que dos mujeres vinieron a contemplarlo.
E n la ceremonia a la cual asistieron, el ídolo irradió un Florencia, marzo 1907.
esplendor tan vivido al mismo tiempo que una simplicidad
tan divina, que las mil almas reunidas en esa fiesta quedaron
maravilladas con un éxtasis tan lúcido como embriagador;
únicamente esas dos mujeres no gustaron más que la embria­
guez.
El ídolo no las vió, pues! sut mirada estaba fija en los cie­
los, pero hizo nacer en esas dos mujeres un deseo demasiado
grande como para que pudiese ser saciado: el de ser el sím­
bolo de lo que hay de divino en el hombre. T an pronto con­
cebido, tan pronto puesto en ejecución: se engalanaron lo
mejor que pudieron con vestiduras (parecidas a las del ído­
lo, decían ellas); hicieron gestos que creyeron parecidos a
los suyos, y persuadidas de que provocarían la misma m ara­
villa en el espíritu de los espectadores, construyeron un
templo (¡igual! — ¡igual!) y pensaron responder al deseo
de la m ultitud con esta mala parodia.
Así dicen los anales; es la primera relación de Oriente
donde se trate del actor. Nació de la estúpida vanidad de
doa mujeres que no pudieron ver el símbolo de la divinidad

También podría gustarte