Está en la página 1de 4

Historia de una amistad

Señor, si, tú sabes que soy tu amigo.


Recuerdo que nuestro primer encuentro no fue en Galilea, sino en el lejano
Jordán. Yo era discípulo de Juan el Bautista.
-Te llamarás Cefás- me dijiste.
¿Pero, por qué? ¿Por qué debo cambiar mi nombre, mi personalidad? Hasta
ahora he vivido muy a gusto como soy y con lo que tengo: mi familia, mis
amigos, mi trabajo. Jamás nadie me tiene que decir cómo debo ser.
Tu mirada me persiguió durante muchos días. Tu mirada me acosaba, me
hería, me arrancaba de mí mismo y me arrojaba a un abismo sin fondo,
desconocido.
Por primera vez en mi vida me sentí débil, inseguro. Tuve miedo y no te
contesté nada.
Su mirada venció. Era como un torbellino de fuego que incendiaba todo a su
paso.
Me invitó a ser su amigo. A seguirlo más allá de todas mis seguridades, de
mis conceptos de Dios y del universo.
Nunca había tenido yo un verdadero amigo. Quizá, no sabía amar; sólo me
quería a mí mismo.
Todo iba muy bien, hasta que me topé con su mirada.
Una mañana lo volvía encontrar. Me pidió mi barca para predicar desde ahí
a la gente que estaba sentada en la playa. Y comenzó a hablar sobre el
Reino. Un Reino de amor y libertad; de alegría y paz. Jamás yo había oído
hablar a alguien así. De su boca salían palabras de vida, sencillas y
maravillosas Nos habló de un Padre -su Padre- que nos amaba a todos,
buenos y malos; que velaba por cada uno de nosotros y nos perdonaba a
todos.
Eché las redes.
De pronto, la fuerza de mil peces me jaló con violencia. La fuerza de su
mirada me arrancaba de la oscuridad a la luz. La esterilidad de mi vida
mediocre era sacudida hasta en sus raíces más profundas...hasta mi
pecado: pecado de orgullo, de obstinación, de egoísmo. -¡Apártate--grité
con verdadero dolor. Experimenté el terror de estar junto al Santo. Y nadie
puede ver a Dios sin morir.
Entonces, el Santo, se acercó hacia mí y me sonrió.
Esa mañana de primavera, en medio del lago, en una barca a punto de
volcarse, me sentí el hombre más feliz de la tierra. Había encontrado a un
Amigo.
A partir de aquella mañana viví los meses más felices de mi vida.
Mi amigo y yo caminábamos por todos los montes y por todas las playas.
Comíamos del mismo pan y bebíamos el mismo vino.
Por las noches, al calor de una fogata, me hablaba del Padre y de su reino.
Creía que ya conocía a Jesús. Hasta que una noche...
Creo que en toda amistad verdadera ha habido muchas noches de duda y
soledad; de cansancio y desconcierto. Entonces sentimos al amigo lejano y
frío.
Me hundí en mi angustia desesperada de haberle fallado a un amigo.
En los días siguientes me sentí muy solo, rehuía su compañía. Fue entonces
cuando Jesús tuvo un gesto muy conmigo. Un gesto de amistad, de unión,
de compartir el mismo destino, la misma vida.
Me sonrió. No necesite más. Corrí a la playa. Y en mi barca, en la boca de
un pescado, reencontré la luz. Volví a creer en la amistad.
Desde que conocí a Jesús me hablaba de su Padre. Deseaba ardientemente
que lo conociera, que lo amara. Nuestra amistad siempre estuvo orientada
hacia el Padre.
Lo llamaba cariñosamente Abbá.
La amistad es un océano insondable; y cuando yo creía ya conocer a Jesús,
apenas si alcanzaba a rozar el misterio.
Jesús me desconcertaba cada vez más.
Fuerte y débil, tan humano y tan... diferente. A veces, bajo la lluvia lo veo
tiritar de frío y, sin embargo, domina las aguas del mar y la fuerza del
viento. Cuando se hiere los pies con piedras y de espinas del camino sé que
sufre y.… con un simple gesto sana la piel de los leprosos. Se queda
profundamente dormido, como un niño, agotado por Cansancio y su
poderosa voz lanza demonios; tiene sed y posee el agua que sacia toda sed;
tropieza en la oscuridad y es la luz del mundo; toma, lleno de ira, el látigo
para lanzar a los profanadores de la Casa de su Padre y.. sus manos
acarician a los niños y tranquilizan a los ancianos.
Definitivamente me desconcierta mucho.
Ésta es la prueba de fuego en toda amistad: aceptar las miserias del otro y
seguirlo amando.
-Señor, ¿cómo vas a lavarme tú a mí los pies?
Mi grito fue sincero; no sólo porque siempre me ha costado mucho dejarme
ayudar, sino, sobre todo, ver a mi Maestro y Señor haciendo algo propio de
esclavos. Jamás.
Pero, si para llegar a ser tu amigo, Jesús, es necesario esto, entonces
lávame todo el cuerpo.
El único verdadero amigo que había tenido se alejaba.
-¡No conozco a ese hombre!-grité no sé cuántas veces.
No fue un grito nacido del miedo, sino del desconcierto. No fue una mentira,
sino una espantosa certeza. Yo ya no sabía quién era ese Jesús maniatado y
cubierto de insultos.
Fue, en ese instante, cuando Jesús me miró.
¡Oh, su mirada! De nuevo esa mirada de amigo. Yo lo había traicionado; él
jamás lo haría.
No lo soporté más. Corrí, corrí como loco, mientras unas lágrimas amargas
limpiaban mi pecado.
Descubrí que existe algo peor que la muerte: traicionar a un amigo.
comprendí que nunca había conocido plenamente a mi Amigo, hasta que lo
acepté débil, abofeteado, crucificado. Que nunca su amor había sido tan
grande, como cuando dio su vida por mí.
Simón, ¿quieres ser mi amigo? ¿te atreves a amarme más que a todos?
¿Sabes amar?
-Señor, ya no sé nada. Aprendí la lección. Ya sólo sé que tu sabes... y sabes
que soy tu amigo y te quiero.
Me queda muy poco tiempo. Mis recuerdos se van desvaneciendo. ¿A
dónde, Señor, ¿a dónde iré?
-Simón, amigo, toma tu vieja barca. Boga mar adentro. Navega rumbo a la
Casa de mi Padre. Él ya te espera.
-Jesús, estoy viendo ya la Playa! El dolor de la cruz ha desaparecido. Mis
ojos de pescador alcanzan a ver a tu Abbá que sale a mi encuentro.
-Simón Pedro, amigo mío, vamos...

También podría gustarte