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Ballet Nacional de Cuba: preservación y argumentación de un repertorio (I)

Por Noel Bonilla Chongo

“Un gesto bailado no es efímero:


puede tener una larga vida si encuentra
ambientes para acogerlo y mantenerlo.
Así circulan, se transmiten y se transforman …”

Isabelle Launay

Sí, al asumir la cuestión de la memoria de las obras de danza en tanto repertorio


“pasivo o activo” de una compañía, se cruzan historias, aproximaciones
antropológicas, multiplicidad de ideas estéticas, apreciativas, anecdóticas, etc.; pero,
la visión crítica de la problemática que marcaría la preservación y la creación de
coreografías, va más allá de las dinámicas poéticas o prácticas en la tenencia de un
repertorio vivo. Constituyendo la argumentación de dichas dinámicas el meollo del
asunto en cuestión.
La imagen que sirve de pórtico a esta serie es convincente de la potencia creativa de
cuatro de las figuras capitales en el quehacer coreográfico del Ballet Nacional de Cuba
(de izquierda a derecha: Iván Tenorio, Alicia Alonso, Alberto Alonso y Alberto Méndez);
obvio, yo sumaría otras voces innegables, solo que no estaban allí para ser retenidas
en la lente de Marquetti, el fotógrafo.
La fiesta que implica la celebración de los setenta y cinco años de tránsitos del Ballet
Nacional de Cuba (BNC), nuestra mayor conquista grupal en la danza escénica
insular, ha traído nuevos despertares. Me refiero a la importancia encomiable que ha
significado el viaje hacia la cultura coreográfica que históricamente sostuviera el
repertorio de la compañía. Como viene relatando el colega Ismael Albelo desde este
mismo sitio, en su génesis el BNC ya contaba con un repertorio de lo más
representativo de la danza universal: clásicos de dos y tres actos, divertissements y
fundamentales pas de deux, obras que sellarían el valioso inicio del siglo XX en el
hacer de la compañía y de su consustancial “escuela cubana de ballet”.
Ahora, parafraseando a la investigadora, crítica y profesora francesa Isabelle Launay,
perdurable puede llegar a ser la duración de vida de un gesto bailante, siempre que
éste encuentre el contexto grato que lo acoja y preserve en diálogo permanente con
los tiempos que corren. Es así como ese gesto, ese baile, esa pieza de danza, puede
circular, ser trasmitida y transformada en el tiempo y con su transcurrir, tanto para los
llamados ballets cásicos como para las coreografías contemporáneas. Solo así, las
fuerzas del olvido y de la invención permitirán acceder a la configuración argumentada
de un repertorio convergente, tanto en la preocupación por “lo pasado” como por lo
que se produce de cara al presente.
Ah, en la entrada a la configuración argumentada de ese repertorio, valdría preguntar:
¿qué interés puede haber por las obras del pasado? ¿Cómo tramar su transferencia,
el reacomodo de la tradición, hacer “invisible” esos deslizamientos progresivos que
relatan la “invisibilidad” de la historia, del lugar común, de la multitemporalidad y
migración del tema y su variación, a los ojos del presente? ¿Cómo impulsar (recuperar
a la vez) el gusto por un repertorio que fue elección de anteriores afectos de un lector-
espectador otro? Otro ayer, tal vez parecido hoy, en tanto la fuerza de la tradición, la
del dispositivo clásico, del sistema de regulaciones y sus representaciones facilitan
genealogías del lugar de la memoria en la construcción de nuevas narrativas
temáticas, aparenciales, estilísticas y seductoras de las audiencias tanto como de sus
hacedores.
De estas preguntas están hechos mis modos expectantes ante la atractiva agenda
que, por el cerrado aniversario 75, el BNC ha tenido a bien poner en ofrecimiento a
sus públicos. Creo que los programas conciertos propuestos para la sala Avellaneda
del Teatro Nacional de Cuba, así como las conocidas charlas didácticas, encuentros
con la crítica o muestras expositivas, imprimen oportunas líneas de acceso al trabajo
actual de la compañía. De manera análoga, no puedo dejar de reconocer el atinado
trabajo de selección en los propósitos del colega Ahmed Piñeiro desde el espacio
televisivo La Danza Eterna en le voyage sincrónico por el comportamiento de la
coreografía cubana dentro del BNC. Acercarnos a las figuras principales que han
construido nuestro gusto y preferencia, es decisivo en la formación como atentas y
atentos lectores-espectadores, como profesionales de la danza y público común.
Y es ahí donde “lo pasado” cobra presencia, justo en la medida que se pondere la
vitalidad de una conciencia crítica en la danza, en el examen retrospectivo de sus
propósitos artísticos pasados -en sus permanencias o agotamiento-, y que ellos
mantengan alguna repercusión operativa en la actualidad; del mismo modo que la
inclusión de otros niveles de comprensión de las expresiones artísticas que amplifican
sus discursividades, reactualicen los procesos y creaciones artísticas que guiaron las
principales líneas del pensamiento coreográfico en la danza escénica, superando la
mera narración de hechos particulares o iniciativas personales aisladas de sus
contextos. ¿Qué herramientas usará el artista de la danza para hablar desde su
presente, estimando el pasado y pretendiendo conquistar l’avenir? ¿Cómo hacer de la
intuición una fuente de discursividad?
En la configuración argumentada del repertorio con obras originales firmadas con
derecho de autor, “¡qué mejor comienzo para esta suerte de jubileo que un programa
conformado íntegramente por creaciones de coreógrafos cubanos que forman parte de
nuestro repertorio!”.
Termina la primera temporada del BNC en la Sala Avellaneda y solo puedo decir que
me siento feliz con la selección de las obras. Contienen ellas la anchura de esos
modos diversos de entender “lo coreográfico”, no solo como escritura del cuerpo en el
espacio, sino por la demandante cultura general que necesita el arte de la coreografía
para poder transparentar el registro de la memoria de un cuerpo que se inscribe desde
su fisicalidad, desde su dinámica y calidad movimental, desde su necesidad hedonista
de decir y, también, desde su calistenia y presencia pre-expresiva en el cúmulo de
experiencias situadas más allá de la combinación arbitraria de pasos. Vimos obras
distintas en su factura espacial, corporal, musical, visual, temática, donde no había
escapes a ninguna preocupación por soez o banal que pudiera parecer, para dejarnos
sucumbir ante el poder de la imagen, el poder del genio, del ritmo, en la posibilidad de
la cita cultural, el intertexto o el goce, en las grafías de Alberto Méndez, Gustavo
Herrera, Iván Tenorio, Pedro Consuegra y Jorge García.
Obvio, en ese viaje a lo pretérito, pesará la heredad de un mundo repleto de sílfides,
ondinas, náyades, elfos, willis, princesas durmientes y príncipes enamorados; solo que
los personajes/roles de estas piezas vistas en la primera semana de celebración, hay
una evidente transformación de los símbolos en plena significación, paralelismos y
máscaras desde donde abrirse al mundo en conocimiento de su pasado; ya sea para
re-vivirlo, re-citarlo, cuestionarlo, parodiarlo, ignorarlo, en fin, al decir de Eco, “el
pasado nos condiciona, nos chantajea” y es imposible escapar.
La selección ofrecida por el BNC constituye “una muestra elocuente de cómo nuestros
coreógrafos han asumido y asumen el hecho danzario (el legado, la técnica, el
vocabulario académico…) para convertirse en auténticos paradigmas de un
movimiento danzario nacional”. Y en él, a las puertas del aniversario 75 el próximo 28
de octubre, la máscara (la real, el artefacto que cubre el rostro y el cuerpo), aquella
que Noverre optara por “proscribirlas del teatro” y la máscara invisible (aquella que
como metáfora “encubre y revela lo esencial”), regresan como elemento significante,
como pretexto discursivo dentro del entramado coreográfico que conlleva la
preservación y argumentación de un repertorio vivo.
…continuará…

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