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SALTO
El regreso a la rutina grisácea de Viveiro fue un mayor acicate que descubrir esa
Realidad mariquita donde podría llegar a encajar. Cambiar los escaparates brillantes
y las anchas calles pavimentadas por un entorno suburbano semi-rural. Pasar de ser
objeto de deseo tanto en la calle como en locales, a ser sujeto de cuestionamiento y
represión en mi entorno más íntimo. Remplazar alegría y desparpajo por sombra y
melancolía, sol y mar cálido por bruma, lluvia y océano gélido. Fue demasiado.
Siendo como soy, no puedo evitar ser obvix, visible, abiertx y permeable. Por eso
mismo dejé de tener ninguna duda acerca de que por fin estaba tomando la
decisión más correcta, para mí, dejando de sentir la necesidad de complacer o
castigarme por desmerecer. Había llegado el momento de afirmarme, explorarme y
comprenderme, lejos de lxs que no podían siquiera atreverse a intentarlo, por
miedo a las repercusiones de los hechos que podían ocurrir, o de los límites que
habría que infringir en mi camino por la Vida. No les culpo, les agradezco haber
permitido mi salida del huevo materno, del cascarón paterno, del ligamen de la
amistad y la hermandad, sin haberlos perdido, sin haberme distanciado realmente.
Mis progenitorxs no fueron el único escollo en mi decisión, mis amigxs se quedaron
celosxs de mi partida hacia un supuesto paraíso que seguramente sería un sitio más,
sin ellxs para compartirlo, fiestas de pueblo para desbarrar sin ton ni son o nuestras
quedadas para fumar y beber, viendo o jugando, bailando o charlando. Me echarían
de menos, y eso me dolía, porque yo también lxs echaría de menos. Pero también
sabía que podríamos ir a dónde estén lxs demás, para reencontrarnos y celebrarlo.
Mi hermano fue el que más padeció mi decisión, desautorizando cada una de mis
palabras, despreciando mis argumentos y cerrando su mente a la posibilidad que
me fuera, aún sin realmente verbalizarlo, simplemente dirigiendo esa mirada afilada
que hace cuando algo o alguien le contradice o cuestiona, más que odio era miedo.
No habíamos llegado todavía al punto en que nos decimos las cosas de tú a tú,
seguíamos muy lejos aunque siguiéramos compartiendo habitación, éramos
hermanxs, nos queríamos mucho, igual que nos queremos ahora, pero no nos
entendíamos. Todavía. Muchos cambios han ocurrido desde entonces, y agradezco
que ambxs fuéramos capaces de hacer nuestras vidas sin responsabilizar ni culpar al
otro por nada más que lo que las emociones fueron trayendo consigo.
Realmente, Diego fue la persona que más eché en falta al irme. Su crítica mirada
sobre Mi Realidad nunca había sido juzgándome, sino intentando comprenderme, y
eso me había permitido hablar con él de cosas que no había hablado con otras
personas. El respeto irreverente de su presencia había permitido que mi
personalidad tuviera un espacio donde ser libre, donde interactuar sin remilgos.
Echaré siempre en falta las tardes de domingo que pasábamos lxs dos en la terraza,
fumando antes que llegaran papá y mamá, contándonos el sábado noche, con
detalles y alborozo, recordando las locuras que había ocurrido con lxs amigxs.
En esa época, cuando nos encontrábamos de fiesta, él con su pandilla yo con la mía,
teníamos amigxs en común, yo ya había perdido el miedo a que me quitara lxs
colegas, y solía ser motivo de celebración el coincidir en una fiesta, una fecha o
simplemente la misma calle. Ahora el alcohol y las demás sustancias que cada unx
usara para desinhibirse facilitaban la comunicación, y muchas veces acabábamos
abrazadxs, él medio riéndose y yo encantado de tener un bro así de burrx como yo.
Yo estaba en la oficina del taller, haciendo algún plano o visitando alguna web, ella
entró, con mirada solemne, como si hubiera muerto alguien, y preguntó:
- Hijo, una cosa. Necesito saberlo. ¿Tú, eres como nosotros, o eres homosexual?
- No lo sé mamá. Igual regreso con marido que regreso con mujer e hijo. No lo sé.
De todas maneras no te preocupes, estaré bien, y te querré igual.
Sonreí e intenté que esa afirmación fuera lo menos tremenda posible, pero
definitivamente había dicho en voz alta mi impresión de lo que estaba ocurriendo
dentro de mí, intentando que comprendiera con esa frase, corta e indefinida, que
había elegido aventurarme, atreverme y explorar las posibilidades, lejos de las
personas que más podrían sufrir las consecuencias de mi descaro y atrevimiento, no
por avergonzarme de lo que podía ocurrir, sino para evitarme el enfrentamiento que
podría surgir de mi ansiada libertad, enfrentada a la necesidad de normalidad.
Mi madre fue, y es, una de las pocas razones que me hacen cuestionarme mi vida,
porque me gustaría tenerla más cerca, compartir más tiempo y sabiduría con
aquella que más me hace llorar y reír de todas las personas que he cruzado en mi
vida, que es capaz de avergonzarme con una mirada y celebrarme con un bolsazo.
No era una cuestión tan laboral como amical. Fin de semana tras fin de semana, mis
colegas aparecían con nuevos argumentos contra mi partida, nuevas fechas que me
perdería al irme, nuevas propuestas para un futuro lejano en nuestro entorno,
nuevas ganas de que renunciara a mi elección en pro de sus necesidades o deseos.
Pocas veces me había sentido tan valoradx, tan esencial a un grupo, como cuando
decidí alejarme de él. Mis amigxs Pili, Sergio, Uxi, Chicho, Inma, Cristina, Valensa,
Ricardo, Chus, y todxs lxs demás sentían mi partida como una pérdida, aún cuando
pocos meses antes algunxs de ellxs habían participado de mi enfrentamiento con
Antonio, o el verano anterior me hubieran apodado “Cervo usurero”, por pasarles el
hachís a precio de mercado, o cuestionaran mis estilismos y amaneramientos, y eso
me resultaba embriagador, disturbante, y halagador al tiempo, haciendo que noche
tras noche cuestionara yo mismo la decisión que había tomado.
Un día ocurrió algo muy especial, muy yo. Me puse a dibujar, por impulso, como la
mayoría de las veces que hago arte, o lo intento. Me senté a la mesa de la terraza,
cuaderno abierto por una hoja en blanco, lápiz HB (de dureza media) en la mano y
estuche de colores abierto para disponer de ellos. Sólo usé gris y rojo. El dibujo que
empezó a formarse antes mis ojos, responsabilidad de mis manos, era una imagen
profética de lo que estaba ocurriendo dentro de mí, que apareció según dibujaba.
Dos rostros enfrentados, uno exudando maligna alegría mientras observa el destino
de la caída, una espiral de caos y tormento guardada por un rostro ominoso en la
oscuridad reinante, el otro atónito, ojos desmesuradamente abiertos, quijada suelta
y cejas delatando incomprensión e indecisión mientras una mano señala, una mano
demoníaca que inquiere, propone, amenaza a la dualidad suspendida, a la espera
de una decisión. La tomé firmando el dibujo, cuál contrato por mi alma.
Los días anteriores a mi fecha definitiva de partida fueron angustiantes, revitalizantes
y confortantes. Cumplir los pasos que me había propuesto era más importante que
la fecha inicial, y despedirme de mi pueblo natal en la víspera del día de San Roque
fue una señal de final muy evidente, que no dudé en aprovechar para certificarme.
La noche anterior dejé preparado el coche, depósito lleno, aceite revisado,
neumáticos comprobados, maletero lleno, documentación y archivo gráfico
almacenados, CD’s y Compact Disc preparados y conectados, sólo quedaba dormir.
Fácil decirlo, tortuoso de cumplir. Noches antes tuve el sueño más pesadillesco de
mis recuerdos. Empezaba luminoso, caminando sobre un césped prístino, verde
ácido, infinito hacia un horizonte azul libre de nubes e interferencias. Y de repente
llegaba a una falla, una brecha en el camino, muy estrecha, pero muy profunda,
desvelando en su profundidad el magma hirviente y la desolación de la muerte.
- Es fácil, sólo tienes que dar un par más, decidido y hacia adelante. Sin dudas.
Por primera vez en mi vida, me tomé un sueño en serio, y me dije a mi mismx que
tenía que volver a él y superarlo. Así que me tumbé de nuevo, y soñé de nuevo con
el césped, el cielo brillante, y llegué a la grieta. Volví a escucharme aconsejando,
volví a desescucharme, mirando al fondo, y volví a caer en la grieta, y caí, y caí…
Sentí vértigo ante la caída, exaltación ante el salto, decidí olvidarme del futuro y
centrarme en el presente, y decididx me dirigí hacia mi coche, sentándome al
volante, ajustando el espejo retrovisor, el asiento, dejando todo lo que pudiera
necesitar mientras conducía a mano para no tener que buscarlo, comprobando por
última vez gasolina y neumáticos, encendí el motor y empecé a conducir hacia la
rampa por la que iba a dar la vuelta para irme.
Cuando pasé por delante de casa ya enfilando para irme decidí parar el coche, sin
apagar el motor, bajarme y despedirme de mi madre.
Tuve que forzarme a subir de nuevo al coche, y arrancar sin volver a mirar en el
espejo, con miedo de renunciar si volvía a ver los ojos de mi madre. Conseguí llegar
a la carretera, y el camino más importante de mi vida había empezado por fin, un
camino de renuncia y aceptación, un recorrido de emociones y días grises, de risas y
llantos, amor y odio, temor y seguridad, trabajo y paro, sexo y amistad, pérdidas y
ganancias, transiciones y ofuscaciones, movimiento y estanqueidad.
Si los primeros 23 años de mi vida había sido intensos, estos prometían ser la hostia,
lo han sido y espero sigan siéndolo y sigas leyéndome. Gracias.
FIN DE LA PRIMERA PARTE
Dibujo de L01x (2002)