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Índice
Prólogo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 11
Introducción. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 15
El principio del fin. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 19
El árbol familiar. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 31
Proyecto sentido. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 39
La niña interior . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 49
El ego. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 59
La adolescente interior. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 65
El día de la marmota . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 81
Avanza, no mires atrás. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 85
El universo sigue a lo suyo. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 95
Mi espíritu criminológico. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 103
Bienvenida al mundo, Itziar. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 109
Hasta siempre, abuelo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 121
Tal vez no era para mí. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 129
¿Y si dejo de luchar? . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 139
El último cartucho. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 147
La niña que sana . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 165
Una nueva vida . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 185
Gracias infinitas. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 189
Antes de despedirnos. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 193
A Sigfrid, mi incondicional compañero de viaje vital,
y a nuestra especial y maravillosa hija Itziar.
Prólogo
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mienza, no de forma casual, con las marcas de nuestro linaje;
con la marca de una abuela abandonada cuando era niña o la
de un bisabuelo que se fue a la guerra. Marcas de miedo, de
esperanza, de traumas, de lucha, de trabajo duro y de sueños
frustrados; las marcas de ser humanos. Y las marcas de gene-
raciones que vivieron hambre, miseria, enfermedades, aban-
donos, dictaduras, guerras, falta de libertades, desigualdad
de género y de oportunidades.
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quien no ha aprendido a expresar lo que necesita y lo único
que sabe es reñir y criticar.
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como seguridad y amor es lo que es seguro y amoroso para el
niño eterno que llevamos dentro.
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Introducción
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del mundo, me acompañaría allá donde fuese. Porque no po-
día huir. Porque todo aquello formaba parte de mi historia.
Formaba parte de mí.
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puedes separar el grano de la paja. Porque has entendido que
la vida funciona de esa forma, y que, si has nacido en un
entorno como en el que yo nací, no te queda otra que resig-
narte porque es el lugar que ocupas en la cadena de la vida.
Después de todo, unos nacen con estrella y otros nacen estre-
llados. A mí me tocó lo segundo.
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El principio del fin
19
sobresaltada, porque ya se me había olvidado esa bonita y
empática costumbre. Y mis quejas no le gustaron, así que
su mente volátil se cruzó y empezó a gritarme como si no
hubiera un mañana.
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Tenía hijos y alguno de mi edad. Podría ser una buena so-
lución. Enseguida lo localizó y unas horas más tarde vino a
buscarme.
21
así. Por muy bien que me estuviera tratando aquella familia,
no tenía ningún derecho a hacerme sentir así. Habían sido
ya muchas veces y esta era la última. Estaba decidido. Iría a
despedirme antes del vuelo de vuelta a casa y ya no volvería
nunca más.
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momento, me di cuenta del daño que me había hecho. Ahí
estaba yo imaginando esas barbaridades que ya estaban tan
interiorizadas en mi mente. Sin duda, crecer y vivir con él me
había pasado factura. Cortar la relación con él era lo mejor
que podía hacer.
23
ticamente apareció la pena y automáticamente la culpa por
haber pensado eso.
24
Pero mala hierba nunca muere, dicen. Estuvimos allí unos
días, visitándolo en la unidad de cuidados intensivos. Cada
vez que entraba y lo veía inconsciente en la cama, enchufado
a una máquina, no podía dejar de sentir una contradicción
enorme. Por un lado, sentía mucha pena. Era mi padre y no
sabía si se volvería a despertar. Me había ido de su casa de
muy malas maneras unos días antes y ahora me sentía muy
culpable. ¿Y si nunca despertaba y se quedaba así para siem-
pre? ¿Y si se moría y no podía despedirme de él? Pero, por
otro lado, una parte de mí, que jamás compartí con nadie,
pensaba que si nunca despertaba, quizá nos haría un favor a
todos. Y entonces me sentía todavía más culpable por pensar
aquello. ¿En qué clase de monstruo me había convertido?
¿Qué clase de persona piensa esas cosas? ¿Y si en el fondo
me parecía a él?
25
De repente, me encontré allí con él, ayudándole en todo
lo posible, dándole la comida, y lo que recibía eran comenta-
rios de desprecio y desagradecimiento. Entonces lo vi. Había
vuelto a nacer. La vida le había dado una oportunidad de
volver a hacer las cosas diferente, pero él estaba eligiendo
continuar con su camino. Él elegía de nuevo hacerme daño.
Y yo elegí de nuevo poner fin a aquello.
Robe Iniesta
26
Silencio ensordecedor
27
Así que me tragué toda aquella pelota de sentimientos y
me los guardé para siempre.
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No hacía más que retar a mi madre. Me hacía conectar
con esa rabia tan candente que sentía. Me hablaba constan-
temente de mi padre, no dejaba de decirme que lo llamara,
que fuera a verlo, que era mi padre y que no podía dejar de
tener relación con él. Pero ¿cómo no podía darse cuenta del
daño que me hacía aquello? Decirme eso me hacía sentir más
culpable todavía.
29
¡Pero qué narices importará que sea mi padre, mi tío o
el vecino del quinto! Me había hecho mucho daño y estaba
harta de decepcionarme una y otra vez con sus falsas prome-
sas. Aunque quizá él nunca prometió nada y fui yo quien se
hizo falsas ilusiones. Después de todo, no tengo claro si él fue
quien nos enseñó lo que quería enseñar para manipularnos, o
fuimos nosotros los que vimos lo que queríamos ver.
30
El árbol familiar
31
respectivas familias, han tenido un papel muy importante en
mi vida. Enseñando, condicionando, limitando…
32
para él, pero nunca lo consiguió. Sus sombras tenían mucha
más fuerza que sus luces. Un hombre que pretendía evadirse
de la realidad y de sus pensamientos consumiendo alcohol y
cannabis, lo que consiguió agudizar su inestabilidad mental.
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a poco, fue destruyéndose y distanciándose. Una familia en
la cual la creencia de la importancia de la familia estaba muy
arraigada, pero en la que pocos miraban por el bien ajeno o
por el bien común. Una familia en la que cada uno luchaba
por sobrevivir y alejarse del sufrimiento de la mejor forma
que sabía.
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recibía en aquella época en la que el franquismo reinaba y
los rescoldos que dejaron después causaron grandes estragos
en su autoestima. Creció en una época complicada para la
diferencia individual. Una época en la que las personas de
mente abierta eran un peligro para la sociedad, así que poco
a poco fue dejando mella en su autoestima y su confianza.
Puso mucho esfuerzo en encajar, pero estaba claro que no era
como el resto. Era una niña zurda, curiosa y probablemente
rebelde para la época, a la que el entorno se encargó de apla-
car para que dejara de ser todo esto. Así que el sentimiento
de inferioridad y la necesidad de sentirse validada siempre
debió acompañarla.
35
mente, un hermano de mi padre, con el mismo nombre. Esa
absurda tradición de poner nombres de difuntos de la familia
a los hijos para honrar y recordarlos coloca a los niños una
carga que no les pertenece y les impide ocupar el lugar que
sí les corresponde en la familia. A mi hermano le impusieron
esa penitencia.
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Mi madre se vio arrastrada a una vida desconocida. Una
vida solitaria. A pesar de tener una familia que siempre la
ayudaría a salir de aquel pozo, ella misma no fue capaz de
darse cuenta de que debía salir de él. Se vio inmersa en una
relación en la cual su pareja la ninguneaba, la insultaba y la
menospreciaba cada vez que le venía en gana. Y que después,
de forma más racional, le pedía perdón por todo lo que hu-
biera hecho, y volvían a empezar. Vivían en una constante
rueda de efecto luna de miel, en la que después de la tormen-
ta siempre venía la calma, hasta que volvía la tormenta, y así
sin parar.
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la cuestión es, ¿realmente estamos preparados para descubrir
ciertas cosas? La información es poder, pero quizá todavía
no has llegado a ese punto en el que puedas utilizarla para
comprenderte y descubrirte.
38
Proyecto sentido
39
le habían dejado en silla de ruedas y le impedían caminar de
forma permanente.
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venía a una familia en la que su madre era consciente de la
situación tan delicada que ya tenía en casa como para com-
plicarlo todavía más.
41
con su forma de actuar, con sus desprecios, con sus insul-
tos, seguía sintiendo una lealtad y fidelidad hacia él. Era algo
sobrenatural. Algo me mantenía siempre a la espera de que
cambiara. Después de todo, era mi padre y no podía ser que
no me quisiera. No podía ser que fuera tan malo.
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espera de que te caiga alguna por alguna parte. Siempre es-
perando que pase algo desagradable, porque la cosa se podía
torcer aún más. Por más maravilloso que fuera el momento o
incluso el día, de un segundo a otro podía desatarse el caos.
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problema de visión, y pasar el día con él. Aprender a leer, a
tocar el piano, jugar al billar. Él me enseñaba muchísimo, era
una gran fuente de sabiduría. Para mí era un referente al que
quería mucho. Era divertido, tenía un gran ingenio y también
tenía una parte muy espiritual. Hasta me enseñaba a meditar,
incluso creo que estaba conectado con algo muy sutil del uni-
verso y quería mostrármelo a mí.
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zá fue mi percepción. Quizá fue mi memoria que estaba satu-
rada de tanto estrés y dolor que me hizo verlo así. Sea como
fuere, comencé a darme cuenta de que esas sombras se esta-
ban apoderando de mi vida y de mi familia. Cada vez eran
más las circunstancias en las que nos hacía sentir asustados,
humillados y castigados. Cada vez había más situaciones en
las que me tenía que esconder por miedo a lo que fuese capaz
de hacer, cada vez me hacía más la dormida para engañarlos
y engañarme a mí misma de que no me enteraba de lo que
estaba pasando, cada vez veía a mi madre y a mi hermano
más atormentados, más tristes, más apagados.
Hasta que un día dije algo que me costaría otro gran peso
a mi espalda. Un día, estaba tan triste y tan cansada de vivir
entre gritos, amenazas e insultos que, mientras mi madre llo-
raba, le dije: «Él no va a cambiar. Para que estéis siempre así
prefiero que os separéis porque ya no puedo más».
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más frecuentes y más bastas, y mi sentimiento de culpa iba in
crescendo. Vivía con una mezcla de culpa y miedo constante.
No eras bienvenida
46
He tardado muchos años en comprender que este fue el
origen emocional del desarrollo de una patología que me ha
acompañado desde entonces. Desde esa temprana edad, algo
se interpuso entre mis órganos reproductores y yo. Me estaba
atacando a mí misma porque no tenía derecho a estar aquí.
Porque yo no era bienvenida.
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concepto «proyecto sentido». Si entre ellos no hay amor, si
no desean que vengas al mundo, si no están preparados o no
tienen unas circunstancias propicias para quererte, cuidarte
y aceptarte por encima de todo, se estarán generando heri-
das en tu propia esencia que te marcarán para toda la vida y
atraerás experiencias crudas y dolorosas para que desarrolles
la capacidad de mirar de frente a esas heridas con la inten-
ción de sanarlas.
48
La niña interior
Era una niña dulce, profunda y muy sensible. Una niña con
muchísima empatía y respeto por los demás, con muchísima
sensibilidad por el entorno, por los animales. Una niña que
quería querer y dejarse querer. Como todos los niños. Todos
nacemos con esa capacidad, aunque poco a poco nos tene-
mos que ir adaptando al entorno para no sufrir en exceso.
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tenía edad para entrar a la unidad de cuidados intensivos.
Pasaba horas en el hospital esperando pacientemente en la
sala de espera mientras mi madre y la familia le visitaban. Se
tenían que turnar porque justo en los mismos días mi abuelo
había tenido un infarto y también estaba ingresado. Tenía
a dos personas a las que quería mucho en el hospital y no
podía verlas. Solo me quedaba esperar, ir al colegio y volver
a casa de mis tíos.
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sombras. Poco a poco, yo sentía más distancia y miedo. Ya
no era capaz de reconocer aquella parte que tanto me atraía
de él, ya no estaba.
51
do. Ese día, no pudo evitarlo y mi tío le vio en plena acción,
así que se metió entre medio de los dos para defender a mi
madre. Casi llegan a las manos. Yo tenía mucho miedo, por-
que realmente una parte de mí temía lo que mi padre sería
capaz de hacer. Dicen que perro ladrador, poco mordedor,
pero él ladraba mucho y era mejor no comprobarlo.
Mi tío dijo que nos íbamos con él, mi padre nos prohibió
hacerlo. Yo no quería quedarme allí, el miedo se apoderó de
mí y quise irme con él. Corrí literalmente hasta el coche de mi
tío y mi padre comenzó a correr detrás de mí. Estaba dispues-
to a pararme para que no me fuese y no sabía cuáles serían
las consecuencias si me alcanzaba. Cerré la puerta del coche
lo más rápido que pude y bajé el pestillo. Él intentó abrir la
puerta, golpeó con fuerza en la ventana y gritó todo lo que
se le pasó por la cabeza. Se me iba a salir el corazón por la
boca. Nunca había sentido tanto miedo. Le había visto muy
enfadado, pero jamás así.
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Como no sabía dónde estaba aquella casa, no pudo ir a
buscarme. Hasta que al final no me quedó más remedio que
volver a casa. Solo era una niña, no podría estar mucho más
tiempo fuera. Sentía mucho miedo de volver a casa, pero la
culpa por haber dejado allí a mi madre lo superaba por go-
leada. Aunque creo que lo escondí bastante bien, fingí que
todo estaba bien. Lo más probable es que mis tíos se imagi-
naran lo que estaba sintiendo, pero yo no me atrevía a verba-
lizarlo. Era demasiado hasta para mí. Mejor hacer que todo
estaba bien y que podía con ello.
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tragado su dignidad y había hecho cosas por él que no vivirá
suficientes años para agradecérselo. ¿Y todo para qué? ¿Todo
a costa de qué? De su vida y de su felicidad. Le había quita-
do lo más valioso, su esencia y su libertad. Y había llegado
el momento de recuperarla. Mi madre, por fin, después de
tantos años de sufrimiento y de altibajos, decidió separarse
de mi padre.
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que yo no me sentía segura estando con él, que no nos trata-
ba bien y que no quería ni de lejos estar obligada a estar con
él porque no me gustaba, porque yo misma había pedido a
mi madre años antes que se separaran.
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Y por fin llegó el momento. Nos fuimos a vivir los tres so-
los, mi madre, mi hermano y yo. Mi padre acabó su relación
con aquella mujer, o más bien la acabó ella cuando le vio el
plumero y mi padre se fue a vivir a Mallorca. Pero se toma-
ba la libertad de presentarse en nuestra nueva casa como si
aquello fuera suyo o como si todavía tuviera algo que opinar.
56
hecho de que le tuviera pánico a volar no le ayudaba a gestio-
nar sus emociones. Aunque creo que también debía tener esa
lucha interna. Por una parte, me invitaba a ir a verlo, y por
otra sentía vértigo al dejarme ir sola. Y yo también sentía esa
lucha en mí. Iba a ver a mi padre, a un sitio donde había pla-
ya, donde mucha gente se iba de vacaciones y la idea era ir a
pasarlo bien, compartir tiempo con él, y sentir que me quería
y que quería estar conmigo. A veces, sentía que sí, y a veces,
no tanto. Las primeras veces, todo era nuevo y me enseñaba
cosas chulas. Íbamos a la playa y pasábamos tiempo juntos.
Incluso hice alguna amiga allí. Pero siempre encontraba la
manera de boicotear la experiencia. Después de todo, nada
podía ser sencillo y tranquilo. Con él no.
Una de las veces en las que fui a visitarlo, el día que tenía
que coger el avión para volver a Barcelona, me dejó en casa
de unos amigos y se fue a vete a saber dónde. Llegó dos horas
tarde. Perdí el avión. Creo que le debí dar pena a la mujer
que se encargaba de los billetes porque me dio uno para el
siguiente vuelo.
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dejar de vivir así. Estaba cansada de sentirme la rara del co-
legio, de tener que esconder todo lo que me pasaba en casa
porque no era normal, de tener que cargar con una lacra que
no era mía. Estaba cansada de no tener un lugar seguro. Eso
acabó con mi inocencia y mi ingenuidad, además de cargar-
me con la culpa de ser la responsable de su separación.
58
El ego
59
tando siempre la misma milonga a la gente. Qué bien sabía
quedar en la calle. Pero conmigo lo tenía todo hecho. A mí
ya no me engañaba más. Yo no quería caer en la misma tram-
pa que mi madre, no me iba a dejar embaucar más por mi
padre como había hecho ella. No quería convertirme en mi
madre ni pasar por todo lo que ella había tenido que pasar,
así que puse punto y final a nuestra relación. Si estaba con-
valeciente, era su problema. Yo había intentado ayudarle y
él había sido un desagradecido, como siempre. Así que corté
cualquier tipo de comunicación con él. Él en Mallorca y yo
en Barcelona. Como si no existiera.
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me había cambiado de casa, que mis padres se habían sepa-
rado y ya. Yo no estaba por la labor de contarle nada a nadie
y nadie parecía querer saber nada de mí.
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ser una niña perfecta, para hablar con un rico vocabulario,
para sacar las mejores notas, para no decir jamás una pala-
bra fuera de tono, ¡ni siquiera había dicho una palabrota en
mi vida! Y entonces lo vi claro. Esa no era yo, esa era la niña
que mi padre había moldeado a su antojo y la mejor forma
de perderlo de vista, la mejor forma de sacarlo de mi vida,
era sacar todo aquello que había dentro de mí que me recor-
dara a él. La mejor forma de darle donde más le dolía era
hacer todo lo contrario de lo que había sido siempre.
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podía expresarle afecto ni tampoco respeto, volcaba contra
ella toda mi rabia. Tenía una gran facilidad para encender mi
fuego interno simplemente con hablarme. Y eso a mi abuelo
le cabreaba mucho, se enfadaba conmigo porque me decía
que tenía que tenerle respeto a mi madre, pero no era capaz
de controlarlo.
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siendo solo un niño o una niña, te acabas protegiendo de la
vida tan dura que hay a tu alrededor, poniendo distancia del
mundo exterior para que no te haga daño, aunque, probable-
mente, esa distancia sea la que mayor daño te cause.
64
La adolescente interior
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amigos a fumar y a pasar un rato divertido. Y salir de fiesta.
Salíamos de fiesta cada fin de semana y bebíamos cantidades
ingentes de alcohol. Desarrollé una gran tolerancia al alcohol
y a los porros. Solo era cuestión de practicar y acostumbrar
al cuerpo.
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Nada era lineal. Todo variaba según mi estado de ánimo,
y los días podían fluctuar mucho, pero nunca, en ningún mo-
mento, le dije nada a nadie. En algún momento, mi madre se
dio cuenta de mi conducta, y de hecho hizo algún comenta-
rio al respecto, pero creo que no le dio mayor importancia.
No sé si no quiso ver el problema que tenía delante o es que
realmente no se daba cuenta de la gravedad de lo que estaba
pasando en mi cabeza.
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ción tan tóxica que tenía con mi padre. Aunque la verdad es
que no tenía claro que ella se hubiera liberado de su historia
con él. Si no lo había hecho yo, ¿cómo lo iba a haber supera-
do ella después de haber estado veinte años con él? Ni siquie-
ra se había molestado en ir a un profesional que la ayudase a
poner su mente en orden.
68
cientes historias como para que viniera otra persona a liarla
de nuevo. Él se rio con esa risa tan característica que tiene
en respuesta a mi advertencia. Desde aquel momento, supe
que sería una persona importante en nuestras vidas y tuve la
esperanza de que así mi madre soltara, por fin, aquel vínculo
tan siniestro que tenía con mi padre.
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que, aunque no tuvieran nada que ver el uno con el otro, se
atrajeron mutuamente. Incluso más adelante se casaron.
Tocada y hundida
Tenía un amigo que iba conmigo a clase, era uno de los po-
cos con los que podía ser yo misma. Un amigo con el que me
mostraba payasa y absurda cuando me apetecía. Creo que,
en aquel entonces, realmente había pocas personas con las
que me podía sentir como con él. Iván no me juzgaba, no me
miraba diferente. Simplemente, compartíamos momentos de
diversión, ratos de piscina, ratos de estudios. Él también se
sentía solo. Sus padres eran bastante mayores, sus hermanos
también y también le costaba sentirse integrado en el insti-
tuto. Nunca nos lo contamos así, pero creo que los dos lo
sabíamos. Pasábamos muchos ratos juntos sin hacer nada,
pero eran ratos en los que no nos sentíamos solos.
70
público. Y ahora, había dejado de respirar. Joder. Me marti-
ricé con esa frase durante mucho tiempo. «Respira más flojo,
tío, que me molesta». Y entonces me venía su cara, como si
le hubiera dado una bofetada con la mano abierta. Aquella
imagen la tuve grabada en mi mente durante mucho tiempo.
71
mulo para centrarme en él y olvidarme de lo que pasaba en
mi cabeza. Alguno de mis piercings me lo hice en estudios de
tattoos, pero hubo uno que me lo hice yo misma una mañana
cualquiera. Sin venir a cuento y sin premeditarlo. Me levanté
por la mañana para ir al instituto. Se me cruzó la idea por la
cabeza y fui a la habitación de mi hermano.
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Llevaba tiempo sintiéndome excesivamente vulnerable,
así que cada vez me hacía más la dura. Pero eso no hacía
que me sintiera mejor. Entonces, un día en clase, mi vulne-
rabilidad se vio aflorar y fue machacada y pisoteada por dos
compañeros que eran amigos míos fuera del instituto, que
comenzaron a hacer dibujos sobre mí y a reírse. Se estaban
riendo de un piercing que me acababa de hacer en la oreja. El
tema no tenía mucho sentido, pero tuvo menos todavía cuan-
do me dibujaron con pene y comenzaron a decir que yo tenía
«rabo» y que era un hombre. Todo parecía muy absurdo, no
entendía de dónde estaban sacando eso y por qué lo hacían.
Eran mis amigos, o eso creía yo. Y así empezaron a acosarme
con el mismo tema que no tenía ni pizca de gracia.
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tía sola, muy sola. Llegaba a casa y no había nadie. Mi madre
tenía que trabajar y mi hermano estaría trabajando o con sus
amigos. Ya llevaba tiempo obsesionándome con la comida,
pero desde entonces fue a peor. Mucho peor. Comía hasta re-
ventar y acto seguido me sentía tan mal que iba a vomitar. Y
después, para compensar, me pasaba horas y horas sin comer
nada. Me sentía muy mal al hacerlo, pero no podía parar.
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de no preocuparme por lo que sentía. Seguía machacándome
y lo estaba haciendo de mil formas diferentes. No tenía que
demostrar nada a nadie, me lo estaba demostrando a mí. Me
estaba demostrando que merecía ser tratada con la punta del
pie tal y como me habían tratado siempre.
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por qué me comportaba de aquella manera. Ni siquiera en el
instituto cuando hablaba mal a los profesores, cuando hacía
campana de forma reiterada, cuando suspendía, cuando me
pillaban fumando en el patio, cuando iba con los ojos rojos a
clase. Ni siquiera entonces hubo alguien se me molestara en
hablar con mi madre para saber qué estaba pasando. En mi
familia tampoco.
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muy nociva con la comida y con mi cuerpo, pero, por lo
menos, dejé de pegarme atracones y vomitar. Algo era algo.
77
Fue una etapa en la que sentí como si hubiera encontrado
una familia en mis amigos, porque lo hacía y lo compartía
todo con ellos. Y un día, sin darme cuenta, comencé a sen-
tirme atraída por un chico de los del grupo. Quizá era con
el que menos había hablado. Sigfrid era muy tímido. Tenía
cuatro años más que yo, pero se ponía nervioso enseguida e
incluso puede que se sintiera intimidado. De alguna manera,
sentía que la atracción era mutua. Era un chico guapo, con
una mirada muy profunda. Y se le veía a leguas que era muy
buena persona.
78
volver a confiar en las personas, a volver a querer y a volver
a sentirme querida. Él me ayudó a abrir el muro que había
puesto mi ego, y se pudo escurrir hasta dentro de mi corazón.
Sin duda, fue la persona que el universo me puso en el cami-
no para no perderme definitivamente.
79
hecho. Así que, en el final de un camino muy oscuro, cuando
ya me encontraba cegada por toda aquella oscuridad, la vida
me puso una persona a mi alcance en la que apoyarme. No le
conté lo que me pasaba, no hacía falta. Él era tan bueno que
simplemente con eso ya me sentía en calma, y eso me ayudó
a volver a poner los pies en la tierra. Incluso sin saberlo en-
tonces, Sigfrid me ayudó a salir de aquel oscuro y profundo
pozo del que pensé que jamás podría salir.
80
El día de la marmota
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Estuve estudiando estética todo aquel año y aquello me
ayudó a mantener mi mente un poco ocupada, aunque pasa-
mos muchas horas en el hospital mientras Manolo estaba in-
gresado. Cuando acabó el curso, entré a trabajar en el mismo
centro de estética donde mis dos antiguas amigas con las que
había estado estudiando trabajaban. Ellas ya llevaban más
tiempo, habían hecho las prácticas allí, así que ya se habían
habituado al entorno y al trabajo. Yo ni siquiera había podi-
do hacer las prácticas, así que estaba muy verde. Pero estaba
segura de que me adaptaría rápido.
La herida se reaviva
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Sentía como si una cuerda dentro de mí se estuviera es-
tirando con fuerza. Pero como siempre, yo tragué y tragué.
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A veces, tienes la sensación de que nada en la vida puede
ser fácil. De que siempre van a pasar cosas que te ponen
a prueba una y otra vez. Probablemente, sea porque en los
primeros años de vida hayas aprendido a vivir de esta forma,
y siempre acabas entrando en espirales que te devuelven al
mismo lugar. Era como si hubiese un patrón que se repetía,
como si siempre fuese a encontrar decepción y rechazo. Aun-
que ahora, por lo menos, tenía una constante que me mante-
nía a flote: Sigfrid.
84
Avanza, no mires atrás
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Trabajaba en la parafarmacia de El Corte Inglés de Bar-
celona, y una responsable de una marca de cosmética en pa-
rafarmacia me habló de un cliente que tenía una farmacia
en Sabadell. Por lo visto, le gustó mi forma de trabajar la
cosmética y creyó que encajaría bien allí. Cogí al vuelo la
oferta porque tardaba hora y media cada día en ir y volver a
Barcelona. Así que, sin comerlo ni beberlo, sin tener ni idea
de nada de farmacia, solo de cosmética, acabé trabajando en
una farmacia en Sabadell.
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Los jefes eran muy buenas personas y nos trataban muy
bien. Nos llenaban la nevera y la cocina de comida que nos
gustaba, nos invitaban a cenar cuando teníamos reuniones,
nos regalaban cremas. Confiaban en el equipo y se notaba.
Eso hacía que yo fuese a trabajar siempre con ganas porque
me motivaba. Por primera vez, había encontrado un sitio
donde me sentía a gusto, donde me valoraban, donde confia-
ban en mí y donde apostaban por mí.
87
Nos fuimos a un piso muy bonito en Ullastrell, un pueblo
pequeñito de las afueras de Barcelona, cerca de donde vivía
con mi madre. Fue una etapa muy chula, nos sentíamos muy
bien compartiendo piso y compartiendo vida desde otro pun-
to. Yo estudiaba por las mañanas y trabajaba por las tardes,
así que el poco tiempo que nos veíamos lo aprovechábamos.
Obviamente, teníamos nuestros roces, como todas las pare-
jas, pero nos sentíamos muy bien compartiendo vida.
88
Y entonces comenzó a llamarme bastante seguido, incluso
me propuso ir a verle a su casa, a Almería. Yo me lo planteé
firmemente. Hasta que de repente me di cuenta de que siem-
pre era lo mismo. Él hablaba de él mismo constantemente.
Habían pasado siete años desde que nos habíamos visto por
última vez y él seguía centrándose como siempre en él y des-
pués en él.
89
ninguna explicación. Ni yo misma entendía lo que me pasa-
ba, así que simplemente le di la espalda.
Abriendo la mente
90
distinto. Aunque los jefes y las compañeras me apreciaban
mucho, sentía que estaba atrapada en aquella categoría, en
aquel sueldo y en aquel horario, así que me fui para probar
en una empresa de cosmética como formadora. La cosa pro-
metía, pero el trabajo era muy absorbente. Tenía que viajar
mucho y trabajar y estar disponible para la empresa a horas
intempestivas. Eso no me gustaba nada y en poco tiempo lo
dejé. Tardé muy poco en encontrar otro trabajo en donde
también aprendería mucho, y en donde conocí a una muy
buena amiga.
91
también bastante fuerte y a veces éramos un poco cabezonas,
pero al final siempre volvíamos al punto de encuentro.
Mi jefa, que muchas veces parecía una madre más que una
jefa, nos empujaba a hacerlo y, poco a poco, fuimos entran-
do. Un día decidimos ir a un retiro de coaching y de creci-
miento personal. Cuando llegamos, el hombre que lo impar-
tía me pareció un poco pedante. Daba por hecho que lo sabía
92
todo y eso me rechinaba mucho. Ahí había muchas personas
y cada una tenía su historia, no todo es blanco o negro, cada
uno teníamos nuestras sombras con las que lidiar.
93
cierto punto. Creo que me daba miedo que se asustara de
mí. Que no le gustara esa parte tan oscura. Él venía de una
familia tan tranquila y calmada que no podía imaginarse ni
por un segundo lo que yo había vivido.
94
El universo sigue a lo suyo
95
Cada vez que tenían una bronca, yo la apoyaba y ya no
podía callarme. Le avisé mil veces que no era trigo limpio,
le dije que me recordaba a mi padre y que lo que le estaba
haciendo era maltratarla psicológicamente, pero no hay nada
que ciegue más que una relación para la que no estás prepa-
rada para ponerle fin. Yo hablaba, incluso sabiendo que des-
pués quedaría mal, porque sabía que después de cada bronca
ella volvería con él y yo solo quedaría como la amiga cizañe-
ra que los quería separar. Era consciente de que no hay que
meterse en historias de parejas porque sales escaldada, pero
eso no lo iba a consentir. No iba a dejar que se estampara
ella sola.
96
meses decidirlo. Prácticamente, en el último momento para
poder hacerlo tomó la decisión y todos la apoyamos en todo
lo que pudimos.
97
—Hoy mismo tienes que contarles a tus padres todo esto
y después ir a denunciarlo porque todo lo que te ha hecho
es delito. No puedes dejar pasar ni un día más, tienes que
acabar de una vez por todas con esta historia. Será un pro-
ceso duro, pero más duro sería mirar hacia otro lado y hacer
como si nada hubiera pasado. Más duro será seguir con él.
Me tienes para todo lo que necesites, si quieres te acompaño
yo a poner la denuncia, pero creo que es importante que le
cuentes todo esto a tus padres porque ellos también te van a
apoyar.
98
cerme de mí misma. A Sigfrid le conté que no estaba bien,
aunque eso era obvio, pero no le conté lo que realmente me
pasaba porque ni yo misma lo sabía.
Por más que pasaran los años, nunca sería capaz de dejar
atrás aquella pesadilla. Lo había intentado. Había hecho mi
vida y la había defendido con uñas y dientes. Había luchado
por salir adelante y por tener una vida mejor, pero jamás con-
seguiría dejar atrás a mi padre porque siempre estaría dentro
de mí y de mis pensamientos. Bastaba la luz de una vela para
iluminar mis sombras y ya estaba harta de ello.
99
pero por lo menos no me entraban ganas de gritarle hasta
quedarme afónica. Me di cuenta de que sentía rabia hacia
ella porque ella había consentido toda aquella locura de vida.
Que lo que me despertó tanto dolor fue darme cuenta de
que Abril le echó un par de ovarios para poner las cosas en
su sitio y mi madre nunca lo hizo. Me di cuenta de que toda
esa rabia contenida era porque mi madre no había acabado
la relación antes de comernos tantos años de maltrato, que
le hizo falta darse cuenta de que perdía a sus hijos para deci-
dir, y que encima de todo lo que habíamos tragado, encima
de haber tenido que aguantar los desvaríos insufribles de mi
padre, ella lo seguía defendiendo.
100
aparecen situaciones que te hacen sentir que estás viviendo
un déjà vu y, sin darte cuenta, vuelves a sentirte como tiempo
atrás. Sin saber cómo ni por qué, pero vuelves al mismo pun-
to del que intentabas huir. Y entonces te das cuenta de que
por más que huyas, nunca te mueves del lugar, que te pasas la
vida dando pasos hacia delante y hacia atrás constantemente
intentando buscar un equilibrio que nunca llega. Quizá es
que necesitamos estar en ese vaivén para que entre zarandeo
y zarandeo nos dé por mirar el motivo de tanto movimiento.
Quién sabe.
101
Mi espíritu criminológico
103
ya no tenía nada más que aprender, en el que había estado
muy bien, pero ya se me quedaba pequeño. Había llegado el
momento de dedicarme a lo que llevaba tanto tiempo estu-
diando.
104
Yo no era una persona a la que guiar por una corriente y si
formaba parte de algo con una estructura de ese calibre, lo
iba a pasar muy mal. Así que, con el tiempo, acabé agrade-
ciendo que no salieran aquellas oposiciones.
105
después de tantos años, y de haber probado tantas cosas, no
pasaba nada por probar otra más. La mujer, a la que nunca
vi y con la que nunca hablé, me pidió que dibujara un árbol
en un papel y con ese dibujo y algunas preguntas que me hizo
a través de mi jefe, me pautó un tratamiento de homeopatía.
106
solían venir en nuestra dirección. Eso no me gustaba nada, y
me hacía estar siempre a la defensiva.
107
Bienvenida al mundo, Itziar
110
Luz en la oscuridad
111
En ese entonces, no me paraba a pensar nada de lo que
estaba pasando dentro de mí, simplemente me dejaba llevar.
Me dejaba querer y eso para mí era más que suficiente. Por
supuesto que hubo algunos momentos más complicados,
tener niños es lo que tiene, que tienes que adaptarte. Pero
creo que siempre he sido una persona con gran facilidad para
adaptarse a los cambios. A pesar de ser muy cuadriculada, no
me ha quedado otra que amoldarme a lo que venía. Y esta
vez, lo que la vida me había traído era muy especial, así que
tenía que aprovecharlo.
112
madre. Trabajar y hacer algo por mi cuenta. Qué difícil y des-
agradable era sentir aquello. Y más cuando me costaba tanto
expresar lo que sentía. Así que me callé. Volví a trabajar y no
dije lo que sentía. Y eso me provocó mucho estrés. Era como
si me exigiera demasiado yo misma. Nadie me había dicho
nada. Yo sola me estaba metiendo una presión que al final
acabaría saliendo por algún lado. Y vaya si salió.
113
entendía ni me ayudaba. Aunque en ningún momento se me
ocurrió pedir ayuda.
114
Pero en aquel momento yo no veía mi parte, solo veía la
suya. Solo veía que lo que tenía delante no me gustaba, que
me recordaba demasiado a una etapa de mi vida que no so-
portaba. Decidí pensar que el problema era suyo. Que él era
el responsable de que nuestra relación estuviera tan mal. Él
y solo él.
115
Cada día, casi como con la puntualidad de un reloj suizo
volvían a salir a flote. Recuerdos que hacían que no pudiese
vivir mi sexualidad plenamente. Me había acostumbrado a
vivir con aquello en mi cabeza. Creo que la única etapa de
mi vida en la que no había conectado con ellos había sido
durante el embarazo. Quizá el hecho de compartir conciencia
con mi hija me había dado esa paz interior que nunca había
sentido. Pero ahora volvía a sentirlo y probablemente con
más intensidad.
116
parte de mí no quería que naciese para que aquello no vol-
viese a desencadenarse. Comprendí que yo tenía un papel
importante en todo aquello. Que yo no podía ser la víctima
de las circunstancias de nuevo. No, con él no. Sigfrid se había
comportado durante todos aquellos años de una manera que
jamás le podré agradecer con palabras.
117
a flote todas mis historias del pasado y eso había generado
cierta distancia entre nosotros en todos los aspectos, y por
supuesto, eso a él también le hacía daño aunque yo no le
había prestado la atención que merecía.
118
cer ver que todo está bien. Cuando en realidad el ser humano
está acostumbrado a tenerlo todo bajo control. Tener hijos
es la etapa de la vida con mayor capacidad de desestabilizar,
aunque esto no se cuente. Solo se cuenta lo maravilloso que
es. Y realmente lo es. Cada día doy gracias por haber tenido
la oportunidad de traer a mi hija al mundo. Pero también es
importante entender que es un cambio muy importante en
nuestras vidas y que el hecho de ser madre o padre te hace
darte cuenta de todo, absolutamente todo lo que tienes to-
davía por resolver. Cada uno lo gestiona de la mejor forma
que puede y sabe. Hay parejas que sobreviven y otras que
no. Hay parejas que ya tenían problemas antes de ser padres
y el hecho de serlo les acaba de remover todavía más su es-
tructura, porque ningún niño puede venir al mundo como un
parche para salvar una pareja. Nadie se salvará, ni siquiera
el niño.
119
Por suerte, la vida quiso revertir aquello y volver a demos-
trarme que la persona con la que compartía vida era distinta.
No diré que es mi media naranja porque todos debemos ser
naranjas enteras. Pero sí que sé que él ha sido el mayor apo-
yo que he tenido en mi vida para hacer el camino que había
hecho hasta aquí y el que todavía me quedaba por recorrer.
Juntos, como el equipo que éramos. Y ahora teníamos una
acompañante a bordo que nos aportaba más luz todavía.
120
Hasta siempre, abuelo
121
lo. La sentí como si fuera una niña pequeña, como si yo fuera
la adulta que tenía que mantenerse entera para sostenerla a
ella. No creía que fuera el final, estaba segura de que había
más opciones y tuve que ayudarla a comprender la situación.
Tenía que venir para despedirse de su padre.
122
había inculcado en todos nosotros.
123
a mi madre en aquel proceso. Estuvimos un tiempo viviendo
con ellos hasta que nos fuimos a la nueva casa. Ellos, con la
mejor intención del mundo, quisieron protegernos tanto que,
de alguna forma, se colocaron como si fueran nuestros pa-
dres. Como si mi madre no hubiera sido válida o no estuviera
capacitada para gestionar por sí sola la situación. Como si
no fuera nuestra madre. Así que, energéticamente, mi madre
pasó a ser una igual.
124
mentalidad que provenía de la posguerra y de la época fran-
quista había ido evolucionando hasta crear una familia en
donde la mujer tenía un papel muy importante. No sé si era
consciente de lo que había hecho, pero se encargó de criar
hijas que fueran autosuficientes y se sentía orgulloso de ello.
Él apostaba por mí
125
siempre acababa todo y ya no me sentía nada bien allí. Ha-
cía un mes que por fin había acabado la carrera que tanto
esfuerzo me había costado y estaba preparada para saltar de
aquel trabajo. No quería seguir tragando turnos que no me
dejaban estar con mi hija, no quería seguir cobrando aquel
sueldo que nunca iba a mejorar. Y no quería hacer lo que
nadie me dijera.
127
tearme mi vida laboral. Ese momento me empujó a saltar al
vacío buscando mi libertad laboral, que tanto tiempo llevaba
buscando.
128
Tal vez no era para mí
129
idea de cómo comenzar un negocio y más un negocio de ese
tipo, que nadie conocía y en el que todo se desarrollaba por
internet. Y comencé a buscar información.
130
Hay que hacer caso a quien ya lo ha logrado
Ya era enero del 2019. Conocí a Josep Coll, Pepe para amigos
y conocidos, un hombre que ofrecía mentorías solidarias a
emprendimientos que lo necesitaran. Aquel hombre acababa
de vender su empresa por varios millones de euros. Sin duda,
algo había hecho bien, así que decidí escuchar su opinión.
131
nada y mi trabajo iba a ser la bomba. Iríamos creciendo,
montaríamos una empresa física empezando por un cowor-
king y la cosa sería grande.
132
con sus valores, no con los míos.
Vuelta al tajo
133
así que acepté y en pocos días empecé a trabajar.
134
de lo que habíamos hablado en la entrevista tenía que ver con
lo que realmente había ido a hacer allí. Yo, como técnica de
farmacia, tenía un perfil muy comercial, muy enfocado a la
dermocosmética.
135
de salir ni de hacer absolutamente nada. Solo me sentía tris-
te y con ganas de llorar constantemente. Me sentía abatida,
menospreciada y ninguneada. Joder, otra vez me sentía igual
que tiempo atrás.
136
Yo asentí con la cabeza y me dio un abrazo muy tranquili-
zador. Sin duda él tenía la capacidad de hacerme volver a mi
centro, de ayudarme a superarlo todo, de estar ahí para escu-
charme y para quererme, estuviera como estuviera. Éramos
personas muy diferentes, pero siempre nos teníamos el uno
al otro, para lo bueno y para lo malo. Y sentir eso me dio la
seguridad que necesitaba para largarme de aquella farmacia.
137
ción, cogí varios casos de niños que sufrían bullying de forma
gratuita para validar el programa que había diseñado y me
puse a trabajar con ellos. Mientras tanto, me iban alargando
la baja. No iba a pedir el alta porque esta vez sí que estaba
muy cerca de lograrlo. Me lo estaba currando mucho y lo iba
a conseguir, y cobrando la baja podría llegar sin tener que
buscar otro trabajo. Después de tanta lucha, iba a sacar mi
proyecto adelante, fuera como fuese.
138
¿Y si dejo de luchar?
139
¿Quién cree en las casualidades?
140
bajan las emociones parecía muy diferente al resto.
141
nuevo el proyecto y buscar trabajo. Pero, entonces, sonó mi
teléfono. Era la central del tribunal médico, querían anular
mi visita. Dada la situación de emergencia sanitaria que es-
taba ocurriendo, lo anularon por el momento porque man-
tenían solo atención mínima. Respiré muy aliviada. Aunque
no sabía cuánto, me estaban dando un margen para seguir
luchando por mis sueños. Lo iba a conseguir, solo tenía que
apretar un poco más.
142
un mes y medio una formación que se aprendía en un año.
143
a hacer las respiraciones necesarias para volver a sentir esa
sensación, y cada vez que conectaba con ella, cada vez que
sentía ese cable entre el oído y la nariz, por raro que pudiera
parecer, me sentía en calma y abierta al universo.
144
ámbitos de mi vida, también en el ámbito laboral donde todo
era siempre un gran sacrificio, donde tenía que trabajar mu-
chísimo para encontrarme con un muro.
145
Estamos hartos de escuchar que hay que luchar, que hay
que dejarse la piel para conseguir avanzar. Que para absolu-
tamente todo hay resistencia y la verdad es que sí. Yo lo es-
taba experimentando. Me estaba cayendo una y otra vez. Me
levantaba una y otra vez también, pero ¿es que no hay nada
sencillo en la vida? ¿Es que acaso todo lo tenemos que conse-
guir con esfuerzo, sudor y lágrimas? ¿O podemos encontrar
caminos más sencillos? Quizá es que nos empeñamos en se-
guir por el camino equivocado y la vida pretende avisarnos
que hay que aprender algo antes de avanzar. Quizá debemos
observar esa lucha para ver qué esconde detrás. Pero claro,
cuando desde siempre nos han enseñado que la vida no es
fácil, habrá que experimentarla de esta forma para no des-
merecer esas creencias.
146
El último cartucho
147
forma en la que se entregaba en la formación, la forma en
que se interesaba a nivel individual por nosotras, había algo
distinto en su manera de enseñar y de conectar.
148
—Bueno, es que de alguna manera, si me paro a pensar, es
como que no acabo de estar del todo convencida. Sé que lo
ideal para centrarnos en un público concreto al que ayudar es
centrarse en un tema que hayamos tenido que superar. Y sí,
en mi adolescencia me hicieron bullying y por eso sentí que
tenía que centrarme en esto, pero en realidad fue la punta del
iceberg. Solo eran daños colaterales, porque lo que de verdad
me ha marcado, el tema de mi vida ha sido mi padre. —Me
sinceré—. Es algo que me he ido trabajando toda la vida y
que ha sido mucho más fuerte que lo que me pasó en el ins-
tituto.
—Hombre, ese es un temazo, yo también he tenido histo-
rias familiares, igual que otras muchas personas. Y creo que
es un tema en el que sí que hay gente interesada por encon-
trar soluciones. Puede que sea por aquí.
149
—¡Claro! Pero ¿cómo no lo he visto antes? Es eso, claro.
Sí, sí, está clarísimo —dije convencida.
—A ver, estamos en pleno mercurio retrógrado, no hay
que tomar decisiones a lo loco. Tómatelo con calma y piénsa-
telo bien —me advirtió ella con sus ideas astrológicas.
—No, no tengo nada más que pensar. Está claro. Esta mis-
ma tarde haré un comunicado en mi cuenta de Instagram
para explicar esto —dije con una sonrisa imborrable en la
cara.
150
Remar sin lastre
151
ración y del producto sobrante. Y él solía despreocuparse de
esa tarea. O la hacía mi madre o le tocaba pagar todos los
números sobrantes de su bolsillo. Eso había pasado muchas
veces, pero él no le daba mucha importancia.
152
dos, energías, vínculos y a priori puede parecer absurdo y
un sinsentido, pero a medida que vas avanzando todo va co-
brando sentido. Hay momentos en los que de forma energé-
tica das posición a otras personas que van apareciendo en
tu mente, como si estuvieran ahí contigo sentadas a tu lado,
para buscar las emociones relacionadas con ellas e incluso
para darte la oportunidad de entrar en su propia energía,
sentir sus propias emociones e incluso ver experiencias desde
su propia piel. Es algo que sucede de forma intangible, no
se toca, pero se siente, se ve y se conecta con ello. La mente
racional puede pretender desacreditar lo que sucede, porque
es algo que al principio puede desconcertar, pero a medida
que entras en ello no hay mente que pueda negar lo que está
viendo y sintiendo. Va mucho más allá de la razón.
153
con reprocesamiento cerebral para ir liberando esas emocio-
nes y sensaciones hasta neutralizarlas.
154
que podía sentir era que apenas veía y sentía mucho frío.
Sentía la soledad y la tristeza a mi alrededor, como si hubiese
calado en mis huesos y no pudiese sacármela de encima. Era
junio y hacía bastante calor, pero yo tenía las manos y los
pies helados. Literalmente, me sentía congelada.
155
una prisionera de su hogar y tendría que tragar con todo, así
que nunca podría ser alguien que persiguiera ningún objetivo
ambicioso. Su papel era simplemente ver, oír y callar. Esta era
una frase que mi padre me había repetido durante toda mi
infancia y en aquel momento comprendí de dónde procedía.
156
arrastraba hacia la profundidad del océano. Como si me hu-
biese pasado la vida moviendo una y otra vez aquellos remos
intentando llegar a un lugar seguro, pero algo imperceptible
siempre hubiese estado ahí para mantenerme en ese esfuerzo
constante, tirando mi energía por la borda. Y en aquel mo-
mento, aquella cuerda que quería arrastrarme hacia un lugar
donde jamás podría palpar la arena, se había soltado. Me
había dejado libre para dar el último empujón y poder pisar
la orilla.
157
todo lo que las había estado condicionando en todos los as-
pectos de sus vidas. Comprendí que la revelación de aquella
mañana con Irene había sido la antesala de lo que iba a pasar
horas más tarde en aquella sesión. Mi propia historia me es-
taba marcando el camino. Integré toda aquella información.
Agradecí todo lo que mi sistema había mostrado allí y acepté
que ese era mi destino. Pelos de punta.
158
volar por el teclado para contar un breve resumen de mi his-
toria y de cómo podía ayudar a otras personas con experien-
cias parecidas a la mía.
¿Soltamos? Soltamos
159
miré el móvil, tenía muchas notificaciones sin atender. Miré
el e-mail y de repente me dio un vuelco el corazón. Me ha-
bía llegado un correo electrónico del tribunal médico. Estaba
citada el siguiente lunes para valorar si me cortaban la baja.
Ahora sí que había llegado el momento en el que aquella tre-
gua acababa. Volví a mirar el móvil, y entonces me di cuenta
de que me habían reservado tres mujeres una entrevista para
valorar trabajar conmigo. ¡Madre mía, estaba pasando! El
universo me estaba hablando.
160
Por otro lado, aquellas entrevistas que habían reserva-
do porque querían valorar trabajar conmigo me estaban
indicando que había interés, pero tampoco era nada segu-
ro. Si mi mente suele ser activa, en aquel momento echaba
humo.
161
ti. Suelta la baja —dijo sonriendo, pero con seguridad en la
mirada.
162
cer y estaba ayudando a otras personas a cambiar sus vidas
con ello. Estaba pletórica.
163
La niña que sana
165
a esas mujeres en aquellos batiburrillos mentales y emocio-
nales, en aquellas duras experiencias y recuerdos, y me sen-
tía en mi centro. Gestionaba todo aquello prácticamente sin
pestañear. Y, por primera vez en mi vida, no era porque estu-
viese bloqueando lo que sentía, sino porque realmente estaba
preparada para sostener y acompañar sin sentirme removida.
167
ra y quien me acompañara en mi propio proceso de sanación.
168
Mi padre
169
muchas sensaciones: miedo a convertirme en una persona
despiadada y aislada de las emociones ajenas, miedo a tener
que volver a verle, tanto que incluso me temblaban las pier-
nas cuando lo pensaba.
170
Entendí que fue ahí cuando experimenté la conexión con
mi gestación en una sesión muy intensa. Sentí lo que había
sentido en aquel momento en el que todavía no había nacido
y el mensaje fue muy claro: era la encargada de hacer este tra-
bajo. La encargada de devolver a mi padre la vida y salvarlo
de aquella espiral familiar que le había atrapado igual que a
sus padres. Era curioso que fuera yo la que debía hacerlo, al
fin y al cabo, era una mujer, y las mujeres no eran dignas de
respeto en su familia. Pero él se había empeñado en tener una
hija. Se pasó años diciéndole a mi madre que quería tener
una hija. De alguna manera, él sabía el porqué. Sabía cuál
sería mi cometido en este mundo. Había llegado aquí con
una tarea muy complicada de cumplir. Y me pasé muchos
años cargando con ella, disculpándome por todo y con todo
el mundo, porque mi función vital principal era esa y cual-
quier cosa que me hiciera sentir que no estaba a la altura me
frustraba y me hacía sentir culpable.
171
Desde ese momento, acepté por fin la parte de mi padre
que habitaba en mí, y ya no me molestaba parecerme a él.
Agradecí la genética tan resiliente y fuerte que me había re-
galado, la inteligencia, la seguridad y las habilidades para
adaptarme a los cambios que me presentaba la vida. Mi pa-
dre había sido un hombre que no se había conformado con lo
que su entorno le podía ofrecer y decidió buscar conocimien-
to en otros lugares fuera de lo que conocía. Fue una persona
que allá donde fuera hacía amigos, que conocía a muchas
personas y aprendía de ellas y eso era algo muy valioso. En-
tendí que todo eso era algo que teníamos en común y decidí
agradecerlo.
Mi madre
172
Sentía rabia porque seguía enganchada en esa espiral de
drama. Por muchos años que pasaran, por muchas cosas que
cambiaran, mi madre siempre tenía un imán para las situa-
ciones complicadas. Era como si atrajera los problemas. Ya
no solo a nivel emocional, sino también económico. Y me
daba mucha rabia que me usara de cubo de basura. Su mente
se había comportado como la de una niña pequeña durante
muchos años, y se había apoyado en mí igual que lo había
hecho con mi abuela.
173
No. Yo estaba sanando, y si ella no quería poner de su
parte, no era mi problema. Tiempo atrás me había empeñado
en buscarle ayuda, pero no puedes buscar ayuda a una per-
sona que en realidad no la quiere. No era su momento y yo
debía respetarlo, pero también debía respetarme a mí misma,
así que iba a empezar a poner unos límites muy claros. Todo
lo que me molestaba no iba a ser bienvenido. Ya no quería
más dramas. Si ella los quería en su vida, era su decisión, no
la mía.
174
ra, tenía claro que sería más que capaz de hacerlo. Después
de todo, si había sido capaz de llegar hasta aquí ella sola,
sería capaz de cualquier cosa, aunque todavía le quedaba
descubrirlo.
175
La estructura familiar
176
forma más objetiva. Después de haberme puesto en la piel
de mi madre, entendí en la maraña en la que seguía metida.
No había salido de esa espiral porque no había sido capaz de
hacerlo. Entendí que llevaba años intentándolo, pero no lo
había conseguido porque realmente había algo mucho más
profundo que no se lo permitía.
177
La familia
178
Fue verdaderamente desagradable sentir todo esto. Las
palabras me salían solas de la boca. Su mala energía había
conectado fácilmente conmigo y no me estaba gustando
nada. No quería saber nada más de aquella señora.
179
vida y habían estado esperando un largo tiempo para que
alguien, incluso después de haber desaparecido de este pla-
no físico, entendiera lo que había marcado a aquella familia
generación tras generación. Aquellas personas ya podían
descansar en paz porque su mensaje había sido entregado
y entendido.
Proyecto sentido
180
compartido. Aquello que se pasa de generación en genera-
ción. Aquella impulsividad que te hace pasar de cero a cien
en un segundo y que es capaz de borrar cualquier ápice de
razón de tu mente. Aquella chispa que acaba provocando un
incendio había derrumbado su vida. Y era de lo que había
estado intentado huir durante tanto tiempo. Pero fue incapaz
de encontrar la forma de hacerlo.
181
habían dejado en coma y después en silla de ruedas. Había
sacado la fuerza a saber de dónde para volver a la vida, todo
porque necesitaba asegurarse de que yo hiciera el trabajo.
182
su vida, sino también la de muchas otras almas que habían
estado sufriendo igual que ella y que necesitaban encontrar
también su camino de paz y de conexión con el universo.
183
Una nueva vida
185
el ego y encontrarte con lo que tu alma necesita, para sanar y
para avanzar en el camino, en tu camino.
Puede que a corto plazo sea más fácil dejarse llevar y elu-
dir cualquier tipo de responsabilidad, pero a la larga se tor-
nará más complicado. Somos seres que hemos llegado a este
mundo para conectarnos con nuestras capacidades más ele-
vadas. Nuestra alma llega a la familia que necesita para expe-
rimentar aquellas experiencias que le muestren el camino. Sí,
mi madre tenía razón, pero no se lo digas, que se lo acabará
creyendo. Elegimos a nuestros padres para sentir las heridas
de nuestra alma. Sin ellos, no sería posible poder atenderlas
porque no las podríamos sentir.
187
invito a hacerte preguntas sobre tu existencia, sobre aquello
que has ido experimentando en ella. Te invito a preguntarte
si la vida que tienes es la que deseas, si hay cosas que te gus-
taría que fueran diferentes, si has tenido una infancia en la
que has experimentado dolor de diferentes formas. Te invito
a sincerarte de una forma muy profunda y consciente para
que puedas tomar la responsabilidad completa de tu vida.
Porque, te guste o no, tu vida, tal y como es ahora, no es más
que un reflejo de tu historia.
188
Gracias infinitas
190
A Sara Forrellad, por haber creado algo tan maravilloso
como Qilimbic. Por no haberse conformado con lo que tenía
y querer llegar más allá en los procesos de sanación. Gracias
a ella he podido sanar mi historia y sanar muchas otras his-
torias.
191
dor de este libro, por haber puesto todo tu amor en escribir
el prólogo y gracias por formar parte de mi vida.
Doy cada día gracias a la vida por ser quien soy y tener la
vida que tengo.
192
Antes de despedirnos
193