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1.1. OBJETIVOS
3. TEMAS Y SUBTEMAS:
1. INTRODUCCIÓN
1.1. Tratado de sacramentología
1.2. Lugar en los estudios teológicos
4. ACTIVIDADES
5. CRITERIOS DE EVALUACIÓN
BIBLIOGRAFÍA
A. LIBROS
B. COLABORACIONES O ARTÍCULOS
Introducción
sacramentos están alejados del mundo real, de que la liturgia no incide sobre la vida y
que no tiene ningún valor práctico. Nada más equivocado. Si la celebración sacramental
de la fe no ayuda a edificar un mundo nuevo y reconciliado en la paz, será porque la fe
de los que celebramos no se deja modelar por la fuerza de Dios que nos llega en los
sacramentos. La culpa, pues, no será de la celebración sino de los que celebramos. En
definitiva, los cristianos tenemos mucho que aportar a este mundo tan polarizado y
violento. Entre otras cosas: la paz y el encuentro reconciliador que Dios regala. Los
sacramentos son una escuela de aprendizaje y de crecimiento en ambas realidades.
En los capítulos que siguen vamos a ahondar en todas estas ideas. La
sacramentalidad y los sacramentos son favorecedores de una cultura de la paz.
La fe cristiana supone una relación viva entre Dios y el ser humano. La fe afirma
sin titubear que es posible experimentar a Dios en las condiciones del mundo humano.
Luego, una vez que se ahonda en la respuesta cristiana, aparecen los matices. Lo
más reseñable de la respuesta creyente a este asunto es que el escenario mediador
ofrecido por Dios en su relación con el ser humano es el mundo creado y, de un modo
particular, la realidad de aquél que, en la Creación, ocupa la cúspide: creado a imagen y
semejanza del Creador (Gn. 1, 27). El mundo creado, y en él las personas, es la
mediación que posibilita la relación entre Dios y el ser humano.
Unidas a los matices brotan las consecuencias de una mediación tan particular.
Por ejemplo, se descubre que para ser eficaz y garantizar una comunicación en
condiciones, cualquier mediación entre Dios y el ser humano tendría, por un lado, que
llevar el sello del Creador y, por otro, estar a la altura de la condición creada. Por
consiguiente, una mediación efectiva, como principio irrenunciable, debería provenir de
Dios, tanto en lo que se refiere al lugar de su incidencia como al del lenguaje de la
comunicación; al mismo tiempo, dicha mediación habría de estar adaptada, tanto en el
lugar como en el lenguaje, a las condiciones de la criatura destinataria de la
12
3
En relación con Dios, mientras estemos en este mundo será siempre una relación mediada. En este
sentido, será una relación en la fe. Una vez en el Reino ya no será necesaria la mediación. Ello supondrá,
igualmente, la sustitución de la fe por la visión (cf. 1 Co 13, 12). La teología siempre ha enseñado que los
sacramentos son sacramentos de vivos; es decir, de personas que viven su relación con Dios en las
condiciones de este mundo.
4
Sobre este particular tiene E.SCHILLEBEECKX unas páginas muy sugerentes en su libro En torno al
problema de Jesús. Claves de una cristología, Madrid, 1983, pp.158ss.
13
el de Dios (“he visto tu rostro como quien ve el rostro de Dios y me has acogido bien”,
Gn. 33, 10).
Queda clara la necesidad de la mediación entre Dios y el ser humano para la fe.
También el tenor creado de la misma. Sin embargo, el discurso de la mediación
esbozado ha de completarse para que se vislumbre toda su riqueza y, de paso, nos
introduzca verazmente en el tema sacramental.
Camino, la Verdad y la Vida (Jn 14, 6); también comprendió, consecuentemente, que la
humanidad de Jesús era el trazo 5, la escritura, el signo, el lenguaje de Dios; en suma, la
Iglesia creyó y proclamó que la humanidad de Jesús era la humanidad de Dios. Desde
entonces, el seguimiento de la humanidad de Jesús, en cuanto humanidad salvadora de
Dios, es la condición del discípulo. Por eso, Jesucristo, Hijo de Dios y verdadero
hombre, es, en su humanidad, la mediación entre Dios y la criatura humana.
A esta altura del discurso se hace necesaria una aclaración. Estamos dando por
supuestas muchas cosas. ¡Y al tensar tanto el hilo se puede romper!
Hay que comenzar por recordar que la palabra sacramento no aparece recogida
en la Escritura. No es un vocablo bíblico. Su origen es latino, y la Biblia está escrita en
hebreo y en griego. Este hecho invita a la reflexión: ¿cómo se ha abierto camino en el
mundo cristiano una realidad tan nuclear como la de sacramento sin apoyatura en la
Revelación de Dios? La respuesta ha de ser gradual.
12
Cf. H.VORGRIMLER, Teología de los sacramentos, Barcelona, 1989, p.68.
13
Del griego era misterio, al traducirlo al latín se usó sacramento: la transferencia jurídicamente valida de
una realidad desde el mundo profano al mundo religioso o sagrado. Era la cantidad de dinero que se
quedaba en un templo, a una diosa cuando el perdedor en un litigio pues tenia que asumir lo que el juez
había determinado. Había un litigio entre dos, se acude al juez, este decía, vaya al templo de venus y
depositen una cantidad de dinero, ahí se queda. El ganador del pleito recupera su dinero. Otro era el
18
proyecto de Dios escondido y ahora manifestado visiblemente. Cristo mismo, por ende,
es el misterio. Por su parte, la palabra sacramento tenía un significado jurídico-religioso
en el mundo romano. Expresaba la acción legal por la que una realidad quedaba
transferida de la esfera profana a la religiosa. Con el paso del tiempo, y gracias a San
Agustín (teólogo norteafricano), el vocablo sacramento fue interpretado como
perteneciente al género de los “signos”: signo visible de una realidad invisible (la
gracia)14.
Si nos fijamos bien en estos breves apuntes en torno a la cuestión del nombre
sacramento, el misterio paulino recoge en sí la entraña de las condiciones características
de la mediación en la relación entre Dios y el hombre y, además, de acuerdo a su verdad
cristológica. A su vez, sacramento, en cuanto signo (la orientación latino-occidental),
conserva también la estructura formal de la mediación entre Dios y el ser humano: el
encuentro en las condiciones del mundo del ser humano (en los signos) con el que es
transcendente (Dios, Cristo, la Gracia). Desde aquí se esclarece un poco más la
conexión entre los presupuestos en los que se da la relación creyente y la palabra
sacramento15.
Y con la claridad que nos proporciona esta información estamos mucho mejor
pertrechados para seguir avanzando.
juramento que se incorporaba a la milicia militar, renunciaba al mundo civil al mundo sagrado de la
milicia, pues se consideró al emperador como sagrado y juraba casi al mismo emperador en calidad de
semidios. Son marcados con un sello de pertenencia al Imperio. Tertuliano ve esto como una analogía, lo
ve en el Bautismo como sacramento, la palabra sacramento no está en la biblia, está presente las
realidades que son ritos, que se definirán como realidad sacramento. Ve en cristianismo que el Bautismo
que imprime un sello indeleble. Este es el contexto: el dinero es sacramento que pasaba del aspecto civil
pasaba a un orden religioso. Tertuliano le pareció que por el bautismo el cristiano pasaba al mundo de la
milicia a la vida de Dios.
14
La palabra misterio+ sacramento+ signo: con la definición de Agustín recuperamos la definición de
misterio, como salvación de Dios. Signo visible de una realidad invisible. Realidad sensible de este
mundo por la que podemos llagar a otra realidad sin que hay una participación directa con la realidad
a la que se hace referencia. Comprobar si lo que decía Agustín con nuestro pensamiento.
15
Fe: es relación de Dios con el ser humano. Tiene como punto de mediación a la humanidad, porque así
se ha manifestado, Jesucristo es Dios y ser humano. Luego la humanidad de Jesucristo revela a Dios y lo
hace en el lenguaje humano, que puede ser mediado y conocido por los humanos.
19
Así pues, todo en las relaciones entre Dios y el ser humano está tocado por la
gracia del gran sacramento que es Cristo: mundo creado, ser humano, Iglesia, proyecto
de Dios. Consecuentemente, la “cualidad sacramental” de Cristo habita e identifica
como sacramentales otras realidades. En este sentido, se habla del sacramento de la
Iglesia, del mundo, del ser humano 18 etc. Con todo, la historia de la teología cristiana ha
reservado, prácticamente en exclusiva, el nombre de sacramento para algunas
celebraciones rituales eclesiales en las que, de modo real y eficaz, acontece un
encuentro de los creyentes con la fuente de la gracia y de la salvación; es decir, con
Jesucristo. La Iglesia, además, siempre ha estado persuadida de que esas celebraciones
las realizaba en nombre de Cristo, de quien, por supuesto, reciben su ser y fuerza
salvífica.
16
La denominación de Jesús como sacramento se apoya en la teología del misterio de Pablo. Lutero
afirmaba que la Escritura sólo conoce un sacramento, Cristo. La teología contemporánea ha vuelto a
aplicar a Cristo el título de sacramento: C. Feckes (protosacramento o sacramento originario), E.
Schillebeeckx (sacramento del encuentro con Dios).
17
Por ejemplo, Santo Tomás en la Suma III, q.61, a 3 y 4.
18
Ver L.MALDONADO, Sacramentalidad evangélica. Signos de la Presencia para el Camino, Santander,
1987.
20
Católica celebra19. Entre sacramentalidad y sacramento hay una relación particular que
hay que justificar convenientemente para evitar malentendidos.
Los hay que piensan que el tema sacramental se limita al septenario o héptada (a
los siete sacramentos). Para éstos, extender la cuestión más allá de ese espacio sería algo
así como acabar difuminando la especificidad de las celebraciones sacramentales en alas
de una noción de sacramento tan amplia como confusa 20. Por eso, están persuadidos de
que la univocidad del concepto sacramento favorece la claridad de las cosas, la
veracidad de la práctica eclesial y, por tanto, el desarrollo de la vida espiritual de los
fieles. Además, si todo es sacramental, ¿los siete sacramentos no pierden importancia?
Si todo es sacramental, ¿qué tiene de singular un sacramento?
19
Esta distinción nos la ha inspirado L.M.CHAUVET en la o.c., pp.159-162.
20
R.ARNAU explica muy bien esta discusión en Tratado general de los sacramentos, Madrid, 1994,
pp.6ss.
21
punto nuclear, a su vez, los siete sacramentos son focos clave 21, con personalidad
propia, que iluminan y explican el horizonte del que forman parte.
21
«Esta venida de la gracia en visibilidad va a ser sometida a análisis aquí, para llegar finalmente a
comprender que los siete sacramentos de la Iglesia constituyen sólo los focos de una sacramentalidad más
amplia, que abarca el mundo entero» (E.SCHILLEBEECKX, Jesucristo, sacramento del encuentro con
Dios, San Sebastián, 1964, p.10).
22
algo así como “la práctica de la fe”; en tal caso, se cree pertinente que la preceda la
teoría.
22
Idea muy extendida en la teología contemporánea (ver L.M.CHAUVET, o.c., pp.12s). No olvidemos el
título de nuestro libro: sacramento, una noción cristiana fundamental.
23
Entendemos por categoría “transcendental” lo que dice H. FRIES; es decir, aquélla que posee la
capacidad de orientar, abarcar y acompañar todos y cada uno de los temas de la geografía teológica
(“Revelación”, en Mysterium Salutis I, Madrid, 1981, p.207).
24
Se sigue muy bien este debate en R.ARNAU, o.c., pp-10-11
25
Título de la famosa obra de E.SCHILLEBEECKX ya citada.
23
Así pues, la definición de sacramento será tanto más veraz cuanto refleje toda su
hondura. Queremos decir que será más completa aquella definición que manifieste el
tenor cristológico y eclesial de la noción, pero que recoja también los matices del
conjunto de los temas que entretejen el misterio de las relaciones Dios-ser humano, y
que hacen del sacramento un tema transversal (la sacramentalidad). En este sentido, una
definición extensiva e inclusiva será más pertinente que una reducida o sintética.
Sacramento, en suma, tiene que ver con la Revelación del misterio de Dios en toda su
amplitud. De ahí que la definición deba contener matices creacionales, histórico-
salvíficos, antropológicos, morales, trinitarios, espirituales..; todos ellos capitaneados
por la cristología y su prolongación eclesial y celebrativa.
26
La expresión “archisacramentalidad de la fe” se la hemos tomado prestada a L.M.CHAUVET, o.c.,
pp.161s.
24
Con esto que comentamos está relacionado también un tema que, desde hace
tiempo, se viene repitiendo en el contexto occidental. La sacramentalización, se ha
dicho, no ha de acaparar la actividad de la misión eclesial. No obstante, sigue siendo
cierto que gran parte de las energías empleadas en la transmisión de la fe se centran en
las celebraciones sacramentales. Esto es necesario pero no es suficiente, sin caer en
polarizaciones absurdas. No hay que olvidar que la misión primera de la Iglesia es el
anuncio y el testimonio de la Buena Noticia, y que este anuncio ha de ir acompañado de
una celebración sacramental consecuente. Desgraciadamente, el énfasis eclesial en la
evangelización, de los últimos tiempos, ha coincidido con el período de mayor
deserción con respecto a los sacramentos.
25
27
Esta fórmula es una divulgación afortunada de la frase legem credendi lex statuat supplicandi, que tiene
su origen en Próspero de Aquitania, quien la empleó con acierto en la discusión con los semi-arrianos.
26
asimetría entre la relevancia del tema sacramental y la crisis de nuestros días. Una crisis,
en último término, de fe, de viabilidad de la experiencia de fe. ¡Casi nada!
Tema 3: La sacramentalidad: unidad en la diferencia
de Nazaret; tan humano como cualquier otro ser humano o incluso más por la ausencia
de pecado29 (aunque de un modo especial, en lo referente al principio de la
personalización e individuación de la humanidad, dada la singular vinculación entre el
Verbo de Dios y Jesús de Nazaret30). Y es que desde la Creación la humanidad es de
Dios. Creación, Encarnación y Salvación, por ende, se han de leer en relación. Ello
justifica el que, en verdad, nadie pueda ser tan humano como Dios. Desde el punto de
vista que nos interesa, esto supone, entre otras cosas, que cuando alguien encuentra a
Dios en Jesús halla también su propia verdad; una verdad que es suya (la que explica su
finitud), pero una verdad que, simultáneamente, está más allá y es transcendente (Dios).
Se trata del lado de la unidad de la figura que estamos analizando. Pero, claro está, no
hay que olvidar el otro. Sin negar nada de lo indicado, se ha de afirmar también que, el
momento de comunión entre el Creador y la criatura en la humanidad, se ha de
combinar con el respeto escrupuloso de la realidad específica de cada uno de ellos; por
tanto, este encuentro comunional ni atrapa a Dios en el mundo humano, ni convierte en
Dios al hombre. Dios y el hombre no son lo mismo. Si hay una unidad entre Creador y
criatura, esa unidad no suprime su distancia. Es la vertiente de la diferencia, que hace de
contrapeso equilibrador en el trazo de nuestra figura.
29
La ausencia de pecado en Jesús no supone una merma en su condición humana. Al contrario, subraya la
verdad del proyecto humano que ha salido de las manos de Dios (bueno y sin maldad) y expresa la
vocación a la que está llamada toda persona.
30
Nos referimos al hecho de que la tradición dogmática cristológica nos recuerda que la naturaleza
humana de Jesús subsiste (se individualiza, se sujeta) en la persona divina del Verbo.
31
Seguimos aquí el pensamiento de B.SESBOÜÉ, quien habla de la unidad diferenciada como del
“criterio que Calcedonia entrega a la teología” (Jesús-Christ dans la Tradition de l’Église, Paris, 1990,
pp.195ss.).
28
Por ejemplo, ¿qué se quiere decir cuando se afirma que en el sacramento está
Dios? Expresado de otra forma, ¿qué cabe entender por eficacia sacramental? Que
Dios está en el sacramento o que el sacramento es eficaz son dos proposiciones
verdaderas. En ellas, se expresa el hecho de que, en la humanidad y materialidad de la
celebración de un sacramento, Dios mismo, en Jesucristo y por el Espíritu, nos sale al
encuentro. Por tanto, el sacramento supone una auténtica experiencia de gracia. Allí, en
el sacramento, encontramos a Dios. Pero cuidado, se trata de una presencia en la
mediación sacramental. En el sacramento no hay un encuentro cara a cara (inmediato)
con Dios; se da, en efecto, una vivencia real de contacto con Él, aunque siempre de
acuerdo a las condiciones sacramentales (humanas) del encuentro. Este hecho es
insuperable. Mientras estemos en este mundo no cabe una forma de presencia de Dios
que no sea sacramental. Y es que la distancia entre Dios y la criatura urge y reclama
siempre la mediación. En este sentido, habrá que concluir que la presencia eficaz de
Dios en los sacramentos no es distinta, sino que prolonga ya que es su fuente, la
presencia de Dios en Jesús de Nazaret. Por eso, hay que equilibrar la afirmación de la
presencia sacramental y eficaz de Dios con la de su transcendencia y alteridad. Dios
nunca queda circunscrito en su presencia sacramental. Dios siempre es más y está más
allá del sacramento en el que traba contacto real con nosotros. La unidad entre Dios y la
criatura en la sacramento no suprime la alteridad, ni la diferencia entre los dos. Más
bien la presupone. De ahí la relevancia, el interés y el valor del sacramento en la actual
economía de la salvación.
32
Es una idea que nos acompaña desde hace tiempo (ver V. BOTELLA, Hacia una teología tensional,
España, 1994).
29
también tiene sus peligros, en cualquier momento se puede cortar. Y así ha sucedido y
sucede. Se trata de una tentación que acecha la vivencia de la fe. La ruptura de la
tensión puede acontecer en dos niveles complementarios. En un primer nivel (el
fundante), la tensión de la sacramentalidad se rompe cuando Dios se aleja tanto de la
realidad creada que la posibilidad de su mediación en el mundo se vuelve irrelevante o
carente de sentido (la tendencia gnóstica, doceta y los espiriritualismos desencarnados)
o, por el otro extremo, cuando se suprimen la diferencias entre Dios y su mediación
(Dios no sólo es igual, sino que queda reducido a Jesús o a cualquier proyecto humano).
En otro nivel (el específico del septenario), se quiebra la tensión de la sacramentalidad
cuando se niega la utilidad y la necesidad de los sacramentos o, por el contrario, cuando
éstos se emplean para manipular a Dios, como si Dios y el sacramento fueran una
misma cosa.
33
«El cristianismo no puede ser dualista; no cree que haya parcelas de realidad contaminadas de
antemano, impuras por naturaleza; no impone la censura previa o el veto a ninguna región de los real; no
alberga un sentimiento trágico de la realidad, como si fuese una magnitud partida en dos hemiferios
beligerantes» (J.L.RUIZ DE LA PEÑA, Creación, Gracia, Salvación, Santander, 1993, p.23).
34
«En su materialidad significante, los sacramentos constituyen así un tope insoslayable que impide toda
reivindicación imaginaria de empalme directo, individual e interior, con Cristo o de contacto iluminista de
tipo gnóstico con él. En ellos se ponen de manifiesto las imprescriptibles mediaciones, empezando por la
de la Iglesia, fuera de las cuales no hay fe cristiana posible» (L.M. CHAUVET, o.c., 160).
35
Ver P.GISEL, Croyance incarnée, Genève, 1989.
36
Hacemos una traspolación del lenguaje que B.SESBOÜÉ utiliza a propósito del sacramento de la
reconciliación (en la reconciliación hay un diálogo teológico-antropológico: a la confesión le responde la
palabra del perdón) a todos los sacramentos (ver “Pardon de Dieu, conversión de l’homme et absolution
par l’Église”, en L.M.CHAUVET-P.DE CLERCK, dirs., Le sacrement du pardon, Paris, 1993,
pp.157ss.).
37
Ver L.M.CHAUVET, Símbolo y sacramento, p.159.
31
38
Es la postura de L.M.CHAUVET, o.c., p.159.
32
39
El mundo nace y sale de las manos de Dios. su validez de criatura encuentra su unidad en el Padre Dios.
uno es el que está en el origen. Las criaturas guardan algo u origen común, todas han sido creadas por
Dios. esta condición vuelve hermanas las creaturas. Hay diferencias que deben ser respetadas. La relación
en la creación es tensa y todas tienen que estar en su lugar para que se pueda dar la convivencia en la casa
común. Puede ser beneficiosa de comunión o conflictiva donde no es posible la paz en dicha relación.
40
Llama a la existencia Dios lo que no era o no existía. Dios es el increado, luego todo el resto de las
creaturas procede del acto creador de Dios.
33
(la comprensión sacramental) postula una comprensión relacional del ser, una ontología
relacional. Sobre ello vamos a reflexionar en este primer apartado, fijándonos, sobre
todo, en la antropología.
La antropología cristiana tiene en los textos de los orígenes una referencia fontal.
Por ellos hay que pasar una y otra vez para responder a la pregunta por la concepción
del ser humano que la Revelación ofrece.
Dos son los relatos que contienen las enseñanzas fundantes sobre la comprensión
del ser humano: los textos creacionales de los dos primeros capítulos del libro del
Génesis (Gn 1,1-31 y 2,4-25) .
Palabra de Dios que constituye en su verdad al ser humano 42. Si el mundo ha sido
vocacionado para ser por la Palabra Dios, en el hombre esa vocación (llamada) tiene un
sentido mucho más hondo. La criatura humana -aquí radica la singularidad- ha sido
habilitada por la Palabra creadora para responder a la llamada con su propia palabra y,
de este modo, convertirse en interlocutor cualificado del Creador, colaborar con Él en el
acabado del mundo (co-creador43) o, lo que es más extraordinario, rechazar incluso la
conversación planteada por su Hacedor. Desde esta perspectiva, parece evidente que el
sujeto humano crece en su mismidad en la medida en que responde a la Palabra que le
ha modelado y le hace ser (todo lo contrario, claro, acontecerá cuando no haya respuesta
o se dé un rechazo explícito de la conversación). En este sentido, la estructura del ser
humano es claramente dialogal (un yo frente a un Tú primero y creador) y, por eso,
constitutivamente social (un yo frente a “otros”). Este hecho es de enorme
transcendencia.
42
Se puede consultar W.KERN, “Interpretación teológica de la fe en la Creación”, en Mysterium Salutis
II, Madrid, 1977, pp.389-398.
43
La co-creación (lenguaje de D.BOROBIO, “El matrimonio”, en La celebración en la Iglesia II.
Sacramentos, Salamanca, 1988, p.519) a la que aludimos tiene en la obra citada de P. GISEL otra
presentación, quizás más clara todavía: el hombre no es creador primero y último; es creador en situación
de respuesta (p.37).
35
El segundo de los relatos de los orígenes (el yahvista) narra de una forma
dramatizada y colorista la creación del ser humano. Dios, a modo de alfarero que trabaja
el polvo del suelo primordial, modela al hombre y le insufla en sus narices aliento de
vida para que resulte un ser viviente (Gn 2, 7). El hombre creado es colocado en el
jardín del Edén. El mismo Dios percibe la soledad del hombre y trata de ofrecerle una
ayuda adecuada (2, 18); Dios se pone otra vez manos a la obra trabajando el polvo del
suelo y, ahora, modela los animales; a continuación, se los presenta al hombre, que les
da un nombre, participando de este modo en el acabado de la obra creacional (2, 19-20);
sin embargo, ninguno de ellos representa la ayuda deseada. Finalmente, Dios adormece
al hombre para quitarle una costilla de la que forma una mujer (2, 21-22). La reacción
del hombre al verla es inmediata e inequívoca: “esta vez sí que es hueso de mis huesos y
carne de mi carne. Ésta será llamada mujer, porque del varón ha sido tomada” (2, 23);
para concluir, el texto extrae una conclusión antropológica de largo alcance: “por eso
44
Recordemos un texto muy significativo del libro del Génesis: el encuentro entre Esaú y Jacob en el
capítulo 33. Después de la distancia entre los hermanos, distancia introducida por el engaño por el que
Jacob suplanta a su hermano ante su padre Isaac para recibir la bendición paterna, se produce un
encuentro fraterno que, lejos de estar marcado por el enfrentamiento, conduce a una reconciliación. Jacob,
entonces, exclama: “si he hallado gracias a tus ojos, toma mi regalo de mi mano, ya que he visto tu rostro
como quien ve el rostro de Dios, y me has mostrado simpatía” (33, 10). El rostro de Esaú que perdona
refleja el rostro misericordioso de Dios. Jacob reconoce en su hermano a Dios.
45
La expresión está tomada de D.BOROBIO, o.c., p.516s.
46
Cf. P.GISEL, o.c., pp.35-36.
36
deja el hombre a su padre y a su madre y se une a su mujer, y se hacen una sola carne ”
(2, 24). En este relato se perfilan algunas ideas interesantes para nuestro discurso: a) la
radical pertenencia a Dios del hombre y de la mujer; b) la igualdad en la condición
humana del hombre y de la mujer, más allá del tenor patriarcal del texto y c) el apunte
de un proyecto de vida coherente con la unidad diferenciada de la condición humana: el
matrimonio.
a. La radical pertenencia a Dios del hombre y de la mujer. Como en el relato
sacerdotal, es palmario el hecho creacional y, como consecuencia, la pertenencia
constitutiva del ser humano, varón o mujer, al Dios creador y modelador del ser. Una
pertenencia que, en el texto, se expresa en el trabajo divino del polvo del suelo, o de la
costilla del varón, y en la donación del soplo del aliento vital.
Alianza. Ella sirvió de clave iluminadora de los caminos presentes y futuros de Israel,
pero, igualmente, alumbró retrospectivamente sus comienzos como pueblo y los del
mismo mundo49. La Alianza, pues, ayuda a entender al ser humano y la noción de sujeto
en el proyecto de Dios.
La Alianza es una vivencia relacional: tanto ama Yahveh a Israel que lo libera de
la esclavitud y lo constituye como pueblo, regalándole una tierra y una ley. Israel, por
tanto, es introducido gratuitamente en una relación con el Dios creador y de la historia.
En contrapartida, se le pide a Israel que acepte la relación con este Dios y que se deje
conducir por Él: “tú serás mi pueblo y yo seré vuestro Dios”50. La Torá, la Ley, es el
signo visible del pacto, de la Alianza, de la relación contractual entre los dos
contrayentes. No es extraño que la Alianza, pronto, fuera considerada en la
espiritualidad judía como una boda o matrimonio. Dios y el pueblo, en ella, se
desposaron y se convirtieron en marido y mujer. Por esta vía la fidelidad a la Alianza se
convirtió en fidelidad matrimonial y la infidelidad en adulterio. Los profetas se
encargaron de recordar esta circunstancia para sostener y renovar la fe del pueblo51.
49
Se pueden leer con provecho las reflexiones de W.KERN, “La Creación, fuente permanente de la
salvación”, en Mysterium Salutis II, pp.368-380.
50
Se comprometa a seguir la ley.
51
El caso del profeta Oseas es ejemplar. Su propio matrimonio tiene un valor simbólico de cara a la
relación de Yahveh con el pueblo.
52
Es la imagen del matrimonio que expone el profeta: fidelidad e infidelidad-adulterio.
39
descanso del séptimo día de la creación, Ex. 20, 1-11). El segundo es el de la relación
con los demás53 (honrar padre y madre, no matar, no adulterar, no robar, no dar falso
testimonio contra el prójimo, no codiciar lo ajeno, Ex. 20, 12-17).
Con todo, hay un caso en la Ley sobre el que conviene fijar la atención de modo
singular. Nos referimos, concretamente, a la relación que los israelitas han de tener con
los extranjeros. Dice la Ley: “no maltratarás al forastero, ni le oprimirás, pues
forasteros fuisteis vosotros en el país de Egipto” (Ex. 22, 10). Es cierto que el extranjero
tiene varias consideraciones a los ojos de Israel (enemigo, el que está de paso y que no
puede ser asimilado, el residente). En nuestro texto, la consideración que está en juego
es la del residente en suelo israelita. El comportamiento para con él ha de ser exquisito.
El libro del Levítico explicita mejor el alcance de este comportamiento: “cuando un
forastero resida junto a ti, en vuestra tierra, no le molestéis. Al forastero que reside
junto a vosotros le miraréis como a uno de vuestro pueblo y lo amarás como a ti
mismo” (Lv. 19, 34). La razón esgrimida tanto por el Éxodo como por el Levítico para
exigir este comportamiento (amar al extranjero como a uno mismo) es relevante: “pues
forasteros fuisteis vosotros en el país de Egipto”. Dicho con otras palabras, se ha de
amar al forastero porque ese forastero es Israel54. La Ley desvela al pueblo de Dios que
el extranjero residente en su tierra es una imagen veraz de cada israelita; en él, un buen
judío está llamado a descubrirse a sí mismo. Por eso, no sólo ha de amar al forastero a
causa del imperativo emanado de la Ley, sino, sobre todo, como resultado del
53
Jesucristo se personaliza humanamente, adquiere consciencia de quiÉn es a partir de dos relaciones, por
la relación con el Padre y con la relación con los otros. Hay dos relaciones que explican su identidad y su
ser. Una relación se llama filiación y la otra fraternidad. Jesucristo es el Hijo del Padre, es el hermano
especialmente de los pobres- criaturas. ¿Quién es el ser humano desde Cristo? Un ser humano que hace
que sea verdaderamente y consecuente con su ser es el vaciamiento, es el descentramiento, un olvido de sí
mismo, en servicio, la entrega, y todo esto no es otra cosa que es el amor.
Relación: unidad de la diferencia: amor: ponerse en el lugar del otro.
Buen samaritano:
54
V. BOTELLA, “Identidad en la alteridad. Reflexiones teológicas a propósito de la figura del extranjero
inmigrante”, en Teología Espiritual 40 (1996), pp. 141-156
40
Con todo, el lugar por excelencia en el que la Escritura revela el estatuto del ser
humano es Jesucristo. La fe confiesa en él al Hijo de Dios encarnado: verdadero Dios y
verdadero hombre. Por eso, si se quiere averiguar qué significa la realidad humana para
Dios hay que acudir a Jesús de Nazaret. La antropología halla en Él su verdad. Una
antropología que confirma y lleva a plenitud las enseñanzas creacionales y de la
Alianza.
le une con intimidad a Dios, su Padre. Su experiencia del Abbá expresa con rigor esta
realidad. Jesús no entiende su condición humana como una entidad cerrada en sí misma.
Al contrario, su razón de ser, su singularidad, está sostenida por Otro, por su Padre.
Jesús vive este hecho -la filiación- como una fuente de personalización. La segunda
relación que explica al hombre Jesús es su entrega a los otros en razón de su relación
con el Padre. Jesús, como repite la Escritura, no hace su voluntad sino la de Aquél que
lo ha enviado55. Él está al servicio de los otros a causa del reino (proyecto del Padre). La
entrega generosa a favor de los demás -la fraternidad- explica también la raíz de su ser
hombre y se une con naturalidad a la relación de filiación que le configura.
55
Ver Jn 4, 34; 6, 38-40.
56
La idea de Jesús hombre para los demás tiene su origen en la antropología teológica de K. Barth, que
define así a Jesús al esclarecer la relación que él tiene con los demás hombres, en cuanto que se integran
en la alianza que Dios les ofrece. H. Schürmann le dio fundamentación exegética a esta idea y creó la
categoría “pro-existencia” (cf. O.GONZÁLEZ DE CARDEDAL, La entraña del cristianismo,
Salamanca, 1997, p.469).
42
Pero Jesús enseña algo más. Las relaciones de filiación y de fraternidad, que
explican quién es el ser humano de acuerdo al Evangelio, tienen un punto de
convergencia que es preciso explicitar. En él se ve toda la hondura del planteamiento
cristiano. La filiación y la fraternidad, que articulan al sujeto humano en su conexión
con el Otro y los otros, se encuentran en la dirección de la figura del pobre y del
necesitado. En el lugar del pobre, aunque parezca paradójico, se juega la identidad del
que vive la filiación y la fraternidad y, por tanto, de la persona humana. Hay un texto
57
Sobre este tema se puede ver D.SALADO MARTÍNEZ, “¿Para cuándo una verdadera explicación
sacramental de la sacrificialidad eucarística? Anotaciones críticas a un documento eucarístico para el
Añor Jubilar”, en Escritos del Vedat 30 (2000), 147-206.
58
“El hombre Jesús no es una anomalía de lo humano que haya que explicar, sino, a la inversa, la meta y
norma, desde las cuales hay que explicar nuestra humanidad como forma proficiente” (O.GONZÁLEZ
DE CARDEDAL, Cristología, Madrid, 2001, p.456).
59
O.c., p.448.
43
lucano que nos lo muestra con una agudeza incomparable y sobre el que hay que volver
una y otra vez: la parábola del Buen Samaritano (Lc. 10, 29-37).
60
Algo de esto nos explica el Papa Ratzinger cuando afirma: “Idem velle, idem nolle, querer lo mismo y
rechazar lo mismo, es lo que los antiguos han reconocido como el auténtico contenido del amor: hacerse
uno semejante al otro, que lleva a un pensar y desear común. La historia del amor entre Dios y el hombre
consiste precisamente en que esta comunión de voluntad crece en la comunión de pensamiento y del
sentimiento, de modo que nuestro querer y la voluntad de Dios coinciden cada vez más” (BENEDICTO
XVI, Deus caritas est, n.17).
44
No todo queda aquí. Avanzando por la senda abierta por el texto de Lucas se
vislumbra la posibilidad de completar y precisar mejor las cosas. Por ejemplo, si nos
fijamos bien, el texto del Buen Samaritano enseña que hay un “otro” muy especial que,
por eso mismo, ayuda a construir con mayor nitidez y veracidad la propia identidad. Se
trata del otro vulnerable y sufriente. El evangelio de Mateo confirma esta visión en el
texto de la parábola del Juicio Final (25, 31-46). Tanto en un texto como en otro la
salvación escatológica (¡no olvidemos que la parábola del Buen Samaritano, en
principio, guarda relación con la pregunta por la vida eterna!) es deudora de la actitud
con respecto a la persona necesitada. No obstante, esta circunstancia es más notoria en
Mateo. En efecto, en la parábola mateana el sufriente se revela como un seguro -aunque
desconocido- aval salvífico. Su persona y su situación provocan (o no) un movimiento
de amor compasivo que coloca a quien responde amorosamente en su lugar (en el del
sufriente), llegando, de este modo, a hacerse uno con él; este encuentro de comunión
con el necesitado, se podría decir, introduce directamente al que ama en el misterio del
Dios revelado por Jesús. De ahí su arrolladora fuerza salvífica. Justamente, lo más
llamativo de la enseñanza de la perícopa de Mateo es que la persona empobrecida o
necesitada, a la que se socorre, es el Señor (“cuanto hicisteis a uno de estos hermanos
míos más pequeños, a mí me lo hicisteis”). El sufriente y el Señor coinciden en la
situación del necesitado. ¿Cuál es la razón que justifica este hecho? Ya está apuntada,
pero conviene el explicitarla. La respuesta de amor hacia el necesitado reproduce, por
participación, el movimiento de amor de Dios hacia el empobrecido, predilecto suyo y
con el que se ha identificado en Cristo. Quien así actúa, actúa movido por Dios, actúa -
entiéndase bien- como Dios. De ahí que en el encuentro con el sufriente, se produzca un
verdadero encuentro con Dios. El “otro” vulnerable y sufriente es un “sacramento” del
encuentro con el Dios revelado por Cristo61.
61
Ver L.MALDONADO, Sacramentalidad evangélica. Signos de la Presencia para el Camino,
Santander, 1987, pp. 137-154.
45
duda, pues, de que es posible extraer un concepto evangélico de persona humana bien
definido. En dicho concepto, la interioridad consciente y singular de cada ser humano,
que le permite apropiarse de su existencia y vivir individual y socialmente, no sólo es
compatible sino que tiene mucho que ver con su historia de relaciones (con Otro y con
otros); en suma, la interioridad y la exterioridad del sujeto se combinan ponderadamente
en la definición del concepto de persona que nos entrega la Escritura.
Después del camino recorrido, queda claro que el ser humano se ha de entender
en clave relacional y que el concepto de persona también es relacional. Podrñiamos
resumir esta doctrina sobre el ser relacional del hombre en seis puntos.
62
Hay una continuidad entre la creación, la alianza y la cristología que ha de ser destacada.
O.GONZÁLEZ DE CARDEDAL, habla de la creación y de la alianza como fundamentos teológicos de la
encarnación (Fundamentos de cristología II, Madrid, 2006, pp.917-929).
63
Se leerán con mucho agrado las reflexiones de T.RADCLIFFE en su libro ¿Qué sentido tiene ser
cristiano?, Bilbao, 2007, pp.209-229.
64
O.GONZÁLEZ DE CARDEDAL, Cristología, p.444. Comenta T.RADCLIFFE: “Fue la lucha por
darle forma al misterio de la Trinidad, de un solo Dios y tres personas, de una pura relación, lo que ayudó
originalmente a Occidente a acceder a una nueva comprensión de la condición de persona, de individuo
de la especie humana. Lo que distingue a los componentes de la Trinidad no es que tengan diferentes
cometidos... Son las relaciones que tienen unos con otros, el don y la recepción del ser” (o.c., p.219).
46
2) La razón que explica esta noción del ser humano es evidente: la Escritura
enseña que Dios es Creador. En efecto, Dios es la causa de todo lo que existe. Aplicado
a nuestro caso, eso significa que todo lo que tiene la criatura humana lo ha recibido. El
hombre, consiguientemente, es pura gracia y se mantiene en la existencia de forma
gratuita, sostenido en Dios. Sin esta relación primera y fundante no hay ser humano. De
aquí hay que sacar las derivaciones oportunas: el ser humano es sujeto porque se sujeta
en Dios o es sujetado por Dios; cualquier definición del mismo65, pues, ha de reflejar
esta circunstancia relacional primera; después, la Escritura es coherente y entiende el
resto de relaciones con otros a partir de esta primera relación; en ellas se consolida y
desarrolla lo que el sujeto humano es de acuerdo a Dios. No extrañe que la Escritura
hable de amor a Dios y de amor al prójimo, de filiación y de fraternidad como formando
parte de un mismo movimiento conformador del ser humano creyente y cristiano.
3) Resulta del máximo interés comprender que tanto la relación con Dios, que
explica y justifica la individualidad, lo característico del ser humano, como las
relaciones con los otros humanos, que la consolidan en su verdad, son realizadoras y
personalizadoras. Por tanto, el concepto abierto y relacional de persona que dibuja la
Escritura no convierte al ser humano, en ningún momento, en un títere en manos de
Dios o de los otros. Al contrario, la Escritura muestra sin ambages cómo el contacto con
Dios y la entrega a los demás hacen crecer y maduran a las personas. La libertad
humana creada nunca es más libre como cuando acepta libremente la orientación que
Dios le propone. Esta capacidad liberadora y personalizadora de la apertura a Dios y al
prójimo la proporciona el amor, que explica la realidad del ser humano como una
participación misteriosa en el ser amoroso de Dios.
relación es como un espejo en la que uno se descubre a sí mismo. Si, como reza el título
de este artículo, “uno es ese ‘otro’ hombre” (¡Tú eres ese hombre!), también habrá que
decir (salvando las distancias que haya que salvar), que ese ‘otro hombre’ (sobre todo el
necesitado), que es uno mismo, es Dios.
6) Finalmente, todo cuanto se dice a nivel individual del concepto de ser
humano emanado de la Escritura, se ha de integrar en el horizonte del nosotros, del
pueblo, de la comunidad, de la Iglesia, de la humanidad. La visión del sujeto humano en
la Palabra de Dios, siempre abierta al tú y construida desde el tú, reclama
coherentemente una comprensión fraterna y comunitaria entre todos los humanos que,
ciertamente, tenemos mucho que ver los unos con los otros. No hemos tenido
oportunidad de centrarnos en ello, pero esta dimensión social del sujeto humano es de
una gran transcendencia. Temas como el pueblo de Dios y la Iglesia nos lo recuerdan
5. Relación y tensión
Pero la tensión caracteriza, sobre todo, la relación entre los propios hombres.
Nace de la conexión con Dios que une misteriosamente al Creador con la criatura, pero
luego se extiende a los intercambios entre los humanos. Del mismo modo que Dios y el
49
Introducción
69
Tomamos esta idea prestada de L.M.CHAUVET en su libro Símbolo y sacramento, Barcelona, 1991,
pp.176ss. Ver también, V.BOTELLA, “La Eucaristía, compendio de la vida cristiana”, en Escritos del
Vedat 30 (2000), pp.116ss.
51
las instituciones cristianas70”. La obra del Espíritu es la obra del Dios Trinitario y se
desvela en el proyecto salvífico del Reino encarnado por Jesucristo. La espiritualidad
cristiana es cristiforme y tiene en el camino del Nazareno su manantial inagotable.
Creemos que esta espiritualidad, con los rasgos que veremos, es una espiritualidad
conducente al arraigo en el creyente de los cimientos de la cultura de la paz. El discurso
y la praxis sacramental favorecen la paz.
70
I.ELLACURÍA, “Espiritualidad”, en Conceptos fundamentales de Pastoral, Madrid, 1983, pp.303-304.
52
No obstante, sin dejar de lado la luz pascual que estamos comentando, tiene
mayor relevancia recordar lo esencial del camino eucarístico de Cristo. Para ello hemos
de volver la mirada al ministerio público de Jesús. Suele decirse que para entender el ser
y la misión del hombre Jesús hay que considerar dos hechos íntimamente unidos: la
relación con Dios (su Padre) y la entrega incondicional al Reino, el proyecto del Padre.
La vida humana de Jesús, en consecuencia, es un servicio al Padre y un servicio a los
hombres a causa del Reino. Acercarse a Jesús al margen de estos datos es desconocerle.
En este contexto, una pregunta clave es: ¿qué es el Reino de Dios? No es fácil
resumir en pocas palabras una realidad tan rica y que, a la postre, define el proyecto de
Dios, a Dios mismo y a Jesucristo. El concepto de Reino tiene que ver con el ejercicio
soberano de Dios sobre su obra creacional. Se trata -y esto es capital- de un ejercicio
soberano, actual y definitivo (escatológico), que se acerca progresivamente a su
plenitud71. Este hecho explica que el Reino de Dios posea unas características
temporales singulares: el Reino está presente en la predicación y en la actuación de su
heraldo, Jesús; pero, al mismo tiempo, aguarda una eclosión y un cumplimiento plenos;
el Reino también es futuro. Junto a éste, el Reino posee otros rasgos característicos: la
acción salvífica de Dios lleva acuñada su impronta. Por eso, el Reino participa de la
universalidad y de la gratuidad que definen al Dios del Reino; esto, sin embargo, no
impide que la universalidad del Reino comience por los últimos y los empobrecidos;
ellos son los que tienen más necesidad de que Dios reine en sus vidas y en el mundo
entero. Por otra parte, y ahora consideramos la vertiente humana frente a la realidad del
71
Sobre el apasionante tema del Reino de Dios se puede leer J.P.MEIER, Un judío marginal. Nueva
visión del Jesús histórico, t. II/1, Estella, 1997, pp.293-592.
53
Reino, la oferta gratuita de Dios ha de ser acogida gozosamente en la fe; esta acogida, a
su vez, conlleva en las personas una nueva orientación vital (la conversión): caminar a
la luz del Dios del Reino. Recapitulando: gratuidad, universalidad desde abajo, acogida
en la fe, conversión y una temporalidad en la que el presente y el futuro se cruzan sin
confundirse, son los datos señeros del Reino de Dios al que Jesús se consagró.
Los evangelios explican el servicio al Reino de Dios por parte de Jesús como el
servicio a un banquete (o el servicio a la mesa) 72. Y es que no hay que olvidar que una
de las imágenes preferidas por Jesús para hablar del Reino fue la del banquete o la
comida festiva. A través de ella, se entiende que el Reino es una comunión profunda y
graciosa con Dios y entre los comensales entre sí gracias a Dios. Dios y el Reino son
comunión. La imagen del banquete no es original de Jesús. La hallamos, por ejemplo,
en la tradición profética del capítulo 25 de Isaías en relación con el futuro proyecto
salvífico de Dios73. Jesús, ciertamente, le sacó un extraordinario partido al convertirla en
la representación simbólica preferida del Reino de Dios. Así lo atestigua la fecunda
predicación parabólica. Pero hay más. La conexión banquete-Reino en Jesús transciende
el ámbito de lo imaginario. En la existencia efectiva de Jesús la imagen cobró vida en
las comidas en las que participó. Los evangelios nos narran episodios en los que Jesús
aprovecha el marco convival para hacer presente el Reino y sus valores 74. Cabe
considerar estos banquetes como comidas en las que se anticipa el Reino. La más
significativa de todas, sin duda, fue la Última Cena.
Ahora se entenderá mejor la razón por la que la Última Cena sintetiza y recoge
la vida de Jesús como servicio al Padre y al Reino; es decir, como gran pascua
salvadora. Incluso algunos textos evangélicos reflejan claramente la relación entre el
servicio a la mesa-banquete del Reino y la Última Cena, momento supremo de ese
servicio. Nos referimos a las palabras de Jesús sobre quién es el mayor en Lucas 22, 24-
27 y al gesto simbólico del Lavatorio de pies en el capítulo 13 del cuarto evangelio.
72
Hay que mirar Mc. 9, 33-34 y 10, 41ss; Lc. 22, 24-27. Sobre la importancia del servicio (como servicio
a las mesas) ver J.M.DÍAZ RODELAS, “El testimonio del servicio en el Nuevo Testamento”, en San
Vicente Mártir: servidor y testigo. En el XVII Centenario de su martirio. Actas del XII Simposio de
Teología Histórica, Valencia, 2005, pp. 201-222.
73
“Hará Yahveh Sebaot a todos los pueblos en este monte un convite de manjares frescos, convite de
buenos vinos: manjares de tuétanos, vinos depurados; consumirá en este monte el velo que cubre a todos
los pueblos...” (Is. 25, 6ss)
74
Cf. M.GESTEIRA GARZA, La Eucaristía misterio de comunión, Salamanca, 1992, pp.24ss.
54
Todo esto es relevante para nuestro discurso. Permite vislumbrar con mayor
exactitud el tenor eucarístico del itinerario de Jesucristo. Padre y Reino se entrelazan en
la senda de Jesús, que es un servicio al banquete de Dios Padre (un banquete de
comunión); esta senda halla en la Última Cena su confirmación y verdad. En la fe
pascual de la Iglesia naciente Padre, Jesucristo, Reino y Eucaristía forman parte de un
mismo movimiento estructurador de personas y grupos. Concluyendo, el servicio al
Padre y al Reino en la vida de Jesucristo tiene un sentido eucarístico. Este sentido
ilumina también el ritmo cristiano y eclesial.
su donación salvadora en la Cruz. Éste es el motivo por el que el estilo de ser hombre de
Jesús, su forma humana, es eucarístico: él se vació de sí mismo para ofrecerse, en una
donación amorosa incondicional y total, al Padre y al prójimo. Como sabemos, este
movimiento de servicio, de entrega, de sacrificio personal sin límites desvela,
simultáneamente, la verdad del misterio del ser humano y la condición divina del Hijo
de Dios; por este conducto, se vislumbra un encuentro, una unidad profunda en el amor
entre Dios y la criatura, entre el ser humano y el Creador. La comunión es el resultado
final del proceso sacrificial que hizo suyo Jesucristo: comunión con y en Dios y
comunión con la humanidad en Dios76.
quién es Jesús y lo que está llamado a hacer. El modelo elegido es el de la teofanía. Una
teofanía de contornos trinitarios. ¿Quién es Jesús? El texto del bautismo lo expresa con
claridad: el Hijo de Dios y el Mesías. La voz del cielo lo proclama Hijo. La presencia
del Espíritu ungiéndolo manifiesta su condición mesiánica. El bautismo proclama el ser
y la misión del bautizado. Y expresada esa identidad y la tarea correspondiente, Jesús
inicia su ministerio. Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios. Con todo, en el relato hay un
matiz que no puede pasar desapercibido. Las palabras del Padre en el momento del bau-
tismo, sobre todo en Mateo (“Éste es mi Hijo amado, en quien me complazco”, 3, 17),
evocan el inicio del primero de los Cánticos del Siervo de Isaías (“He aquí mi siervo a
quien yo sostengo, mi elegido en quien se complace mi alma”, 42, 1), invitando, como
la propia liturgia destaca, a una lectura relacionada de los pasajes. Si esto es así, da la
impresión de que el mensaje que el bautismo transmite sea el siguiente: Jesús es el Hijo
de Dios y el Mesías-Cristo; pero es Hijo y Mesías haciendo suyo el camino del Siervo
de Yahveh. La plausibilidad de esta lectura la corroboran los propios textos evangélicos
que, a continuación, cuentan que Jesús afronta las tentaciones; el tentador, en Lucas
(4,3ss) y en Mateo (4,3ss), aceptando que Jesús sea el Hijo de Dios, le propone una ma-
nera “diabólica” de ser Hijo; es decir, distinta de la humildad y del servicio. Si ahora
nos fijamos bien, nos daremos cuenta de que hay aquí una perfecta coincidencia entre
los datos explicados en el apartado anterior y los que estamos comentando a propósito
del bautismo de Jesús. Esa coincidencia refuerza nuestra argumentación eucarística:
afirmar que Jesús es Hijo y Mesías, asumiendo el camino del servidor humilde, equivale
a la afirmación de que Jesús es el servidor del Padre y del Reino. Ambas propuestas
conducen hacia la Eucaristía.
que Cristo ha sido desde siempre y de lo que seguirá siendo para siempre. Jesús ha sido
absolutamente fiel a su vocación diaconal y sacrificial. Su itinerario, desde el Jordán
hasta el Cenáculo, es eucarístico.
comunión eucarística, pues, no es sólo una comunión real con Cristo y con la realidad
bautismal de cada uno, sino una comunión con esa realidad comunional que es la misma
Iglesia. En estas últimas reflexiones conviene detenerse.
78
Cabría recordar la famosa afirmación de H. De Lubac: “la Iglesia hace la Eucaristía y la Eucaristía hace
la Iglesia”.
60
Algo similar acontece con la vida cristiana. También tiene su escuela. Es una es-
cuela con diversos ámbitos de aprendizaje coordinados siempre por la comunidad ecle-
sial. La escuela de la vida cristiana modela y da forma a sus alumnos a lo largo de un
proceso que tiene siempre un mismo patrón: Jesucristo. En este proceso se intercalan de
manera convergente las enseñanzas sobre Cristo que brotan de la Palabra, de la celebra-
ción y de la comunión de vida en el amor. La formación cristiana culmina en la Eucaris-
tía. La Eucaristía -podría decirse- gradúa a los cristianos que finalizan el aprendizaje
cristiano básico. No obstante, aunque con la Eucaristía se alcance una etapa de madurez,
la formación cristiana no termina nunca. Siempre cabe mayor maduración en la madu-
rez cristiana. En esta fase de ahondamiento en la madurez, como es lógico, la Eucaristía
sigue desempeñando un papel transcendente. No podemos olvidar que la vida cristiana
es un bautismo que ha de hacerse Eucaristía. La Eucaristía siempre es meta. Y ese pues-
to lo ocupa, constante, en cualquier etapa de la progresión en la existencia cristiana. La
conclusión se impone: la Eucaristía no sólo es la escuela básica del cristiano, posee,
igualmente, el rango de escuela superior de formación permanente cristiana. Y es que la
61
teriores. La forma humana de ser de Cristo (en la que Dios se revela) se asienta en dos
principios convergentes, generadores de valores, actitudes y comportamientos. Los prin-
cipios son Dios (su Padre) y el proyecto de su Padre (el Reino). Estos principios sostie-
nen su identidad de Hijo y de Mesías. Esta identidad se traduce, a su vez, en actitudes
concretas como, por ejemplo, el desasimiento, la humildad, el servicio y la entrega sin
reservas, el sacrificio. Todas estas actitudes reflejan la interiorización de los valores
emanados de Dios y de su Reino: el amor solidario, la apertura a la universalidad, la
gratuidad, la justicia, la compasión por los empobrecidos y marginados etc. Pues bien,
todo este conjunto de principios, valores y actitudes que configuran la forma humana de
ser o estilo de Cristo, se halla a disposición de todos los que frecuentan la celebración
eucarística.
Pues bien, celebrar la Eucaristía significa comulgar con esta forma de ser des-
prendida y sacrificada de Jesús. Esa forma de ser es la que real y sacramentalmente se
hace presente en la celebración. Una presencia que incluye el ser de Jesucristo y su ac-
84
En la vida ascética cristiana se habla del desasimiento, del despojarse, de la renuncia, del desapego, del
abandono, de la abnegación, del olvido de sí como realidades sinónimas o muy cercanas. Utilícese el
término que se utilice, el desasimiento se presenta como una necesidad absoluta para alcanzar la santidad
y, en este sentido, para avanzar en el seguimiento de Cristo (ver “Despojarse”, en Diccionario de
Espiritualidad, E.ANCILLI, dir., T. I, Barcelona, 1983, pp.565-567).
64
ción sacrificial salvífica. La Iglesia y cada celebrante, al comulgar, hacen suya, interiori-
zan y asimilan esta espiritualidad del desasimiento y el sacrificio (“sed lo que recibís”,
como diría San Agustín).
Sobre este extremo, cabe recordar que Juan Pablo II proponía la necesidad de
avanzar en la espiritualidad de la comunión a la Iglesia que se adentraba en el nuevo mi-
lenio. Y lo hacía en unos términos escolares que recuerdan el hilo conductor de nuestro
discurso. Aseveraba:
85
Novo Millennio Ineunte, n.43.
86
Sobre este tema se puede ver mi artículo “Universalidad e inclusión, dos aportaciones del cristianismo
para la paz”, en Escritos del Vedat 33 (2003), pp.115-127.
87
Pablo, sabiendo lo que sucede en las asambleas de Corinto en relación a la Cena del Señor, censura el
comportamiento de los que se preocupan de su propio alimento y dejan que otros pasen hambre. Tal
comportamiento refleja abiertamente la división en la comunidad cristiana, una comunidad eucarística.
66
“El altar del que os hablo está constituido de los miembros mismos de
Cristo y el cuerpo de Cristo se convierte para ti en altar. Venéralo, porque tú ofreces
allí el sacrificio al Señor. Este altar es más sagrado que el que hay en esta Iglesia y,
con mucha más razón, que el altar de la ley antigua. No os ofusquéis. El altar que hay
aquí es ciertamente augusto, debido a la víctima que en él se inmola; el de la limosna lo
es más todavía, porque está hecho de la misma víctima. Éste es augusto porque, hecho
de piedras, está santificado por el contacto con el cuerpo de Cristo; el otro, porque es
el cuerpo mismo de Cristo. Por tanto, éste es más venerable que aquél ante el cual te
encuentras tú ahora, hermano mío”88.
significativa entre ellos. Por ejemplo, llama la atención el hecho de que el punto de par -
tida y de llegada de la espiritualidad cristiana sea la pobreza, bien la personal (la espiri-
tualidad del desasimiento) o la distintiva de los destinatarios de la misión (la espirituali-
dad del compromiso con los menos favorecidos). En este sentido, la escuela eucarística
enfatiza, proclama y asienta en los cristianos que la pobreza es la condición necesaria
para que Dios llegue “consentidamente” a la vida humana y, de este modo, impulse el
proceso de su desarrollo y realización. Pero el estudio comparado no se detiene aquí.
Ofrece otro dato de interés. Si la pobreza es punto de partida en la espiritualidad cristia-
na, la comunión (la participación gratuita y activa en la misma vida de Dios) es la meta
a alcanzar. La pobreza es la vía conducente a la comunión. En la eucaristía, por ende,
se evidencia un misterio primordial para la fe: la pobreza del ser humano, habitada por
la gracia de Dios, nutrida por el Pan de vida que es Cristo, se torna en riqueza. Expresa -
do de otra forma: la Eucaristía facilita que aquello que es propio de Dios sea asimilado
por la criatura, en una experiencia de comunión sorprendente y única que, además, es
expansiva. Y es que, como sabemos, la comunión, que es el misterio de Dios, es tam-
bién la verdad de cada cristiano y de toda la Iglesia; la comunión, igualmente, es el
nombre de la misión, a través de la cual el Dios-comunión aspira a hacerse presente allí
donde la pobreza humana no ha sido todavía enriquecida.
Estos datos nos pueden ayudar a entender una última cuestión. La eucaristía es
fuente de vida cristiana y escuela de espiritualidad. Esta escuela forma personas y las
socializa. Esta escuela entrega valores. En suma, educa y da cultura. Entre las enseñan-
zas que podemos hallar en la espiritualidad eucarística está la paz. ¿Por qué?
68
“Hacen falta caminos de paz que cicatricen las heridas y se necesitan artesanos de paz
dispuestos a generar procesos de sanación y reencuentro con ingenio y audacia” (FT
225)
. Nace de una preocupación (la fraternidad y la amistad social) del Papa de hace
tiempo, antes de que fuera elegido Pontífice. La encíclica recoge muchas de las
intervenciones sobre del Papa sobre este particular de hace tiempo, pero las sitúa en un
contexto de reflexión más amplio (5).
. La reflexión en la encíclica también está estimulada por la figura del Gran Imán
Ahmad Al-Tayyeb, con quien se encontró en Abu-Dabi y con quien redactó el
Documento sobre la fraternidad humana por la paz mundial y la convivencia común (4
de febrero 19), del que recoge y desarrolla temas (5).
sino detenerse en su dimensión universal. Por eso, aunque está escrita desde las
convicciones cristianas, se abre al diálogo con todas las personas de buena voluntad (6).
. Sobre este particular el Papa recuerda un principio que ya mostrara en EG: “un
principio que es indispensable para lograr la paz social: la unidad es superior al
conflicto… No es apostar por un sincretismo ni por la absorción de uno en el otro, sino
por la resolución en un plano superior que conserva en sí las virtualidades valiosas de la
polaridades en pugna” (245). La unidad en la diferencia, el principio de Calcedonia que
hace suya la sacramentalidad (sin confusión, sin división, sin cambio, sin mezcla).