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¿Cuál es la

Verdadera Iglesia
de Cristo?

Para mi amigo católico

Geraldo Eash T.

Apreciado Amigo:
Usted pertenece a la Iglesia Cristiana más numerosa del mundo, la Iglesia Católica Apostólica
Romana. Su influencia se extiende a todas partes y penetra en todas las esferas de la vida cotidiana: la
política, social, deportiva, educacional, y religiosa. La iglesia tradicionalmente ha mantenido la creencia de
que es la original y única Iglesia de Cristo, y que sin ella no hay salvación.
¿Tiene usted la plena seguridad de que esto es cierto?
¿Está convencido de que si acaso usted se muere esta noche en la Fe Católica, irá a la presencia de
Dios? ¿Se ha puesto alguna vez a examinar su Fe para asegurarse de que está en la verdad? No es una mala
idea, ¿verdad? Sin duda, usted sabe que hay personas que no comparten sus creencias y no aceptan la
autoridad y la unicidad de su Iglesia.
Quisiera, con toda sinceridad, lanzarle un reto. Conozca su religión. Estudie su Iglesia. Busque
razones y pruebas para poder defender la Fe que profesa. En las páginas de este librito encontrará algunas de
las doctrinas principales de su Iglesia, y muchos textos bíblicos que tienen que ver con esas doctrinas. Espero
que la lectura de este librito le sirva de mucha bendición y ayuda para que pueda contestar con plena
seguridad la pregunta que aparece en la portada del libro: ¿Cuál es la verdadera Iglesia de Cristo? ¡Dios le
bendiga!
Geraldo Eash T.

CONTENIDO

Introducción.
1. La Regla de Fe de la Iglesia
2. El Clero de la Iglesia
3. El Culto de la Iglesia
4. El Sacrificio de Cristo
5. La Confesión del Pecado
6. Después de la Muerte
7. La Salvación
8. Bibliografía

Introducción

El mundo se ha llenado de religiones, sectas, iglesias, y creencias muy variadas y distintas. Muchas
de las llamadas “cristianas” son exclusivistas, manteniendo la posición de ser la única iglesia verdadera de
Cristo. El hombre se confunde. No es posible que todas tengan razón. ¿No es cierto? ¿Cuál es, después de
todo, la verdadera iglesia de Cristo? ¿Cuál es la iglesia que Cristo fundó en la tierra? En América Latina,
como en otras partes del mundo, predomina la Iglesia Católica Apostólica Romana. En muchos pueblos sus
capillas y templos están situados en el punto más alto donde domina el paisaje, y donde se pueden ver de
lejos. Las ciudades grandes tienen impresionantes catedrales, algunos del estilo moderno y otros del estilo
español colonial, muy bellos y pintorescos. Durante los días de las fiestas religiosas, y especialmente la
Fiesta del Santo Patrón, las calles se llenan de feligreses que caminan largas distancias en la procesión del
Santo con el fin de rendirle culto. En la ciudad de Barquisimeto, Venezuela, medio millón de personas llenan
las calles por donde pasa la procesión de la Divina Pastora. Asimismo sucede en muchas otras ciudades del
mundo. Pero la belleza de los templos, de las imágenes que cargan en las procesiones, y del colorido
vestuario del clero es poca en comparación con la belleza que uno puede disfrutar cuando visita la sede de la
Iglesia Católica, el Vaticano.
Más o menos el tamaño de un parque grande en una ciudad, el Vaticano es el centro y sede de la
Iglesia Cristiana más numerosa del mundo, y contiene la basílica más grande del mundo, la de San Pedro.
Adentro de los muros altos que rodean la ciudad, situada dentro de la ciudad de Roma, hay muchos edificios
muy pintorescos, como el museo, la Capilla Sixtina, y el Edificio de los Archivos, además de otros edificios
para los residentes y el gobierno del Vaticano. El visitante puede disfrutar con admiración de la hermosura de
los muchos patios bonitos y bien cuidados, los jardines llenos de bellas flores, y las calles muy tranquilas.1 En
esta lujosa ciudad reina el Papa, la Cabeza espiritual y temporal de la Iglesia. La prensa italiana ha estimado
que cambiar de Papa, esto es, enterrar al muerto y nombrar al nuevo, cuesta como veinte millones de dólares,
pero eso no es nada para la Iglesia, cuyos activos son estimados en miles de millones de dólares.2
La historia de la Iglesia Católica Apostólica Romana es sumamente interesante. Cuando Cristo
anduvo aquí en nuestro planeta Tierra, afirmó categóricamente: “...edificaré mi Iglesia.” (Mateo 16, 18)
Después de su muerte y resurrección, los apóstoles, junto con otros creyentes, llevaron el mensaje del
Evangelio a todas partes del Imperio Romano con mucho éxito. Miles de personas creyeron en Cristo. Se
establecieron iglesias de Cristo en las grandes ciudades del Imperio y en muchos pueblos y aldeas. Con el
paso de los años los obispos de las grandes ciudades como Éfeso, Constantinopla, Alejandría, y Roma
comenzaron a disputar la supremacía de la Iglesia, quedando el obispo de Roma como el Obispo Universal.
Muchas circunstancias contribuyeron a este reconocimiento, comenzando con el hecho de que Roma fue la
capital del Imperio Romano.
Esta Iglesia, que tanto impresiona, tiene que ser la verdadera Iglesia de Cristo. ¿No es cierto? Su
historia, comenzando con el ministerio de Cristo mismo, sus grandes edificios, la belleza y riqueza del
Vaticano, y sus millones de feligreses en todo el mundo: todo esto parece indicar que es de origen divino. Y
especialmente si su fundador fuera el gran apóstol Pedro, el príncipe de los apóstoles. Sí es, en verdad, la
verdadera Iglesia de Cristo, y que sin ella no hay salvación, sus enseñanzas estarán de acuerdo con las de
Cristo y de los apóstoles, o sea las de las Sagradas Escrituras. ¿No es así? Fíjese que San Pablo le comunicó
al joven Timoteo que la Iglesia del Dios viviente es: “...el pilar y la base de la verdad.” (1 Timoteo 3,15).
¿Dónde se consigue la verdad? En la Palabra de Dios. En la Biblia. Jesucristo en su oración inter-
cesora a favor de los suyos confirma esto al decir a su Padre Celestial: “tu Palabra es la verdad.” (Juan 17,17)
Y el apóstol Pablo expone tanto la importancia como la inspiración de la Biblia en 2 Timoteo 3,16-17:
“Todos los textos de la Escritura son inspirados por Dios y son útiles para enseñar, para rebatir, para
corregir, para guiar en el bien. La Escritura hace perfecto al hombre de Dios y lo deja preparado para
cualquier buen trabajo.”
En las páginas que siguen, estimado amigo, deseamos comparar los dogmas de la Iglesia Católica
Apostólica Romana, que llamaremos “Iglesia Católica” o sencillamente “Iglesia”, con las Sagradas
Escrituras.
El estudio de la Biblia nos lleva a la conclusión inmediata que la Iglesia Católica tiene plena razón
cuando enseña que hay un Dios en el cielo, que ese Dios se manifiesta en tres Personas, la Santa Trinidad,
que Cristo fue concebido por obra del Espíritu Santo en la Virgen María, que vivió una vida santa sin pecado,
que murió en la Cruz por los pecados del mundo, resucitó corporalmente, ascendió al cielo, y que viene otra
vez al mundo. No se equivoca la Iglesia al afirmar que Cristo es el Hijo de Dios, que el Cielo es la esperanza
de los salvados y el Infierno la condenación de los perdidos, que el Espíritu Santo es una Persona Divina,
miembro de la Trinidad de Dios, que el hombre nació en pecado, y que Cristo es el Salvador del mundo. La
Biblia contiene muchos textos que comprueban la veracidad de estas doctrinas. El Credo de la Iglesia, que
menciona muchas de estas doctrinas, se apega mucho a la Biblia. Reza así:
“Creo en Dios, Padre todopoderoso, Creador del cielo y de la tierra. Creo en Jesucristo, su único
Hijo, nuestro Señor; que fue concebido por obra y gracia del Espíritu Santo, Nació de Santa María Virgen;
padeció bajo el poder de Poncio Pilato, fue crucificado, muerto y sepultado; descendió a los infiernos; al
tercer día resucitó de entre los muertos; subió a los cielos y está sentado a la diestra de Dios Padre; desde allí
ha de venir a juzgar a los vivos y a los muertos. Creo en el Espíritu Santo, en la Santa Iglesia Católica, en la
comunión de los Santos, en el perdón de los pecados, en la resurrección de los muertos y en la vida eterna.
Amén.”3
Además de las doctrinas ya mencionadas, la Iglesia Católica enseña muchos otros dogmas y
doctrinas en sus libros de catecismo y libros doctrinales. La evolución de su doctrina a través de los siglos
con las fechas de su promulgación se ve abajo.4
431 D.C. El culto a la virgen María en el concilio de Éfeso.
553 D.C. La perpetua virginidad de María en el concilio de Constantinopla.
593 D.C. La doctrina del Purgatorio, reconocida oficialmente en 1439.
606 D.C. El inicio oficial de la Iglesia Católica Romana con el decreto del Emperador Focas de que
la Iglesia Romana es Cabeza y Señora de todas las iglesias, y el obispo es Papa u Obispo
Universal.
787 D.C. El culto a las imágenes y reliquias.
993 D.C. La canonización de los santos
1001 D.C. El sacrificio de la Misa.
1070 D.C. El celibato del clero.
1076 D.C. La infalibilidad de la Iglesia.
1090 D.C. El uso del Santo Rosario.
1140 D.C. La Fiesta de la Inmaculada Concepción de María, reconocida oficialmente como
dogma en 1854.
1215 D.C. La confesión auricular y la doctrina de la Transubstanciación.
1264 D.C. La Fiesta del “Corpus Cristi”.
1545 D.C. La doctrina de que las tradiciones de la Iglesia tienen igual importancia que la
Biblia.
1546 D.C. Los libros del Apócrifa, agregados al canon de la Biblia.
1563 D.C. Los siete sacramentos decretados en el concilio de Trento.
1570 D.C. La infalibilidad del Papa, aunque la autoridad del Papa había sido discutida antes
en el concilio de Trento (1545-1563).
1950 D.C. La Asunción de María.
No pretendemos en esta obra breve examinar todas las doctrinas de la Iglesia ni analizar a fondo
todos los puntos de cada doctrina, sino sólo estudiar algunas de las doctrinas que ya hemos mencionado para
compararlas con las enseñanzas de la Biblia, la Palabra de Dios. Nuestro propósito es ayudarle, amado
amigo, a contestar para su propia satisfacción la pregunta en el título de este libro: ¿Cuál es la verdadera
Iglesia de Cristo? La comparación de los dogmas de la Iglesia con los textos de la Biblia nos dará la
respuesta. La mayoría de los textos que citamos son de la versión Latinoamericana, pero hay también unos
cuantos de la Biblia de Jerusalén, marcados (B.J.).
Ambas versiones tienen la aprobación oficial de la Iglesia Católica.
Hemos subrayado algunas palabras claves de ciertos textos bíblicos para destacar su importancia.

Capítulo 1
LA REGLA DE FE DE LA IGLESIA
¿De dónde consigue la Iglesia Católica sus enseñanzas, los dogmas y las prácticas que forman su
credo completo? ¿Cuál es la fuente de su doctrina? ¿En qué se basa? La Iglesia afirma categóricamente que
se basa en las enseñanzas de Cristo y de los apóstoles, y que éstas se encuentran en la Palabra escrita y oral.
La Palabra escrita es la Biblia. La palabra oral es la tradición. La Iglesia es completamente veraz al afirmar
que la Biblia es la Palabra de Dios; que es “el mensaje de Dios en palabra humana, que “es un libro escrito
bajo la inspiración divina”, que ...“como mensaje de Dios transmite las verdades religiosas que Dios quiere
comunicar al hombre y en este sentido no cabe en él ningún error”, y que “la Palabra de Dios constituye:
sustento y vigor de la Iglesia; firmeza de la fe para sus hijos; alimento del alma, fuente límpida y perenne de
vida espiritual...”5 En esto concuerdan las palabras de la Biblia misma:

“Todos los textos de la Escritura son inspirados por Dios y son útiles
para enseñar, para rebatir, para corregir, para guiar en el bien. La Escritura hace
perfecto al hombre de Dios y lo deja preparado para cualquier buen trabajo.”
2Timoteo3,16-17

El gran apóstol agrega su propia afirmación a la veracidad de la inspiración divina de la Biblia en 2


Pedro 1,21:

“Ya que ninguna profecía proviene de una decisión humana, sino que
los hombres de Dios hablaron, movidos por el Espíritu Santo.”

La Biblia es la biografía del Señor Jesucristo. Es su historia.


Se nos introduce en tipología y profecía en el Antiguo Testamento.
Los eventos de su vida y las enseñanzas que dejó con su Iglesia llenan el Nuevo Testamento. No hay
historia más bella y sublime, más fascinante e inspiradora, que la hermosa historia de Cristo: su concepción
milagrosa, nacimiento virginal, ministerio tan lleno de obras milagrosas y compasivas, muerte dolorosa y
substitucionaria, resurrección victoriosa, y ascensión gloriosa al cielo. El centurión que estaba encargado de
la crucifixión de Cristo, al observarlo en la Cruz, no pudo menos que exclamar: “Realmente este hombre era
un justo.” (Lucas 23,47) A esto agregamos que, más que un justo, Cristo era y es el mismo Hijo de Dios, el
Salvador del mundo. Y la Biblia cuenta su historia, siendo que él mismo dijo en cierta ocasión: “Las
Escrituras hablan en mi favor.” (Juan 5,39). La Biblia de Jerusalén da esta versión: “...ellas son las que dan
testimonio de mí.”
El tema principal de la Biblia es la salvación que Cristo compró con su sangre en la Cruz del
Calvario y ofrece al hombre. De que la Biblia contiene el mensaje de salvación se ve claramente en las
palabras de Pablo en 2 Timoteo 3,15:

“Además, desde tu niñez conoces las Sagradas Escrituras. Ellas te darán


la sabiduría que lleva a la salvación mediante la fe en Cristo Jesús.”

La Biblia nos hace sabios para la salvación que se consigue por la fe en el Señor Jesucristo. Ese es su
tema — la salvación. Por eso, es tan importante leer y estudiar la Biblia, porque en verdad no hay nada más
importante para nosotros, amado amigo, que conseguir la salvación. Cristo nos advirtió que si ganamos todo
el mundo pero perdemos el alma, hemos hecho mal trato. (Marcos 8,36). Hemos perdido. Hemos fracasado.
El mundo es tan temporario, tan pasajero, que tiene poco valor en comparación con el alma que es eterna. Y
es la Biblia la que nos revela el bello mensaje de la eterna salvación del alma, del perdón del pecado, y de la
vida eterna. Es interesante que a pesar de que durante los siglos muchos han sido los esfuerzos para
destruirla, la Biblia ha durado y durará para siempre, como ella misma afirma:

“Está escrito: Toda carne es como hierba y su gloria como flor del
campo. La hierba se seca y la flor cae, pero la Palabra del Señor permanece
eternamente.” 1 Pedro 1, 24-25

El emperador Diocleciano procuró destruir la Biblia y a los que seguían sus preceptos. Mandó
quemar todas las Biblias, y muchos cristianos sufrieron muertes crueles en sus manos. Al final, consideró sus
ataques tan efectivos contra los cristianos y su libro, la Biblia, que construyó un monumento con las palabras
en el latín: “El Nombre de Cristiano ha sido Extinguido.” Pero sucede que el siguiente emperador, Constan-
tino, abrazó el cristianismo en el año 312 D.C., y el cristianismo fue proclamado la religión oficial del
imperio. La Biblia había triunfado. El poeta y escritor francés Voltaire (1694-1778), quien atacó la Biblia
duramente, afirmó que: “Dentro de un siglo más y no habrá ni una sola Biblia en la tierra.” Pero Voltaire
murió, y su casa se convirtió en una agencia de publicaciones de la Biblia.6
“La Biblia firme está cual roca, nunca se desvanecerá.
El cielo y la tierra al olvido pasan, mas la Biblia perdurará.”
Sí, es vital que la Biblia sea la base de nuestra fe. Ahora bien, el Antiguo Testamento de la Biblia,
versión católica, contiene algunos libros, llamados apócrifos, que no aparecen en otras versiones.
Son los libros siguientes: Tobías, Judit, Sabiduría, Eclesiástico, Baruc, 1 y 2 Macabeos, más algunas
porciones o adiciones a otros libros del Antiguo Testamento. La Iglesia apela a estos libros para verificar
algunas de sus enseñanzas. Usted puede juzgar si estos libros son, en verdad, libros inspirados por Dios y
dignos de toda confianza al leer los siguientes datos referentes a ellos:
1. Los libros apócrifos no están ni nunca han estado en el canon hebreo del Antiguo Testamento.
Los Judíos, a quienes Dios entregó el Antiguo Testamento, siempre han rechazado estos libros
del canon de sus Escrituras Sagradas, o sea de su, Biblia.
2. No hay en el Nuevo Testamento ni una sola cita de ninguno de estos libros, aunque hay como
350 citas del Antiguo Testamento. De manera que, ni Cristo ni los apóstoles hicieron referencia
alguna a estos libros.
3. Filón de Alejandría, un filósofo griego de origen judío, escribió extensamente durante el
tiempo de Cristo, citando constantemente del Antiguo Testamento, pero ni una sola vez
nombró ni citó ninguno de los libros apócrifos.
4. Los libros apócrifos no se encuentran en ninguna lista de libros inspirados hasta después del
siglo 4, y no fueron aceptados por la Iglesia Católica como libros inspirados por Dios hasta el
Concilio de Trento en 1546. Fueron rechazados por el Concilio de Laodicea (343- 381), y por
los padres de la Iglesia como Melito, Justino, Orígenes, Jerónimo, y Josefo.
5. Algunos de los autores de los libros apócrifos reconocieron la ausencia de inspiración, y nin-
guno reclamó inspiración y autoridad para su libro. Vea 2 Macabeos 2,25-27.
6. Estos libros contienen muchas trivialidades y el tenor general no se puede comparar con los
libros de la Biblia.
7. Estos libros contienen enseñanzas contrarias a las revelaciones doctrinales de la Biblia.
Aprueban la mentira, el suicidio, el homicidio, la salvación por obras, la salvación por
limosnas, oraciones mágicas, etc. Vea Tobías 4, 10-11.
8. Estos libros fueron escritos muchos años después de los otros libros del Antiguo Testamento.
El canon hebreo fue cerrado con el libro de Malaquías, escrito como 450 años antes de Cristo,
mientras que los libros del Apócrifa fueron escritos en el primer o segundo siglo antes de
Cristo. En cuanto al idioma, los libros del Antiguo Testamento fueron escritos en el hebreo,
mientras que los libros apócrifos fueron escritos en el griego. Así que, no cuadran con los
libros del Antiguo Testamento ni en tiempo ni en idioma.7
Otra fuente de dudoso origen e inspiración es la tradición. Aunque es muy cierto que Cristo enseñó
muchas cosas que no están en los cuatro Evangelios: Mateo, Marcos, Lucas y Juan, como Juan mismo afirma
en 21,25 de su libro, sin embargo las que fueron escritas tenían un buen propósito:

“Estas han sido escritas para que creáis que Jesús es el Cristo, el Hijo de
Dios, y para que creyendo tengáis vida en su nombre.” Juan 20,31 (B.J.)

La Biblia contiene todas las historias de la obra ministerial de Cristo y todas las enseñanzas que el
Dios del cielo creyó necesarias para que el hombre reconociera que Cristo es el Hijo de Dios y creyera en él.
En ninguna parte de la Biblia se nos insta a indagar y a buscar otros eventos o enseñanzas que supuestamente
han sido entregados por boca de los apóstoles o profetas a los que creyeron en su mensaje.
Hay un texto muy interesante en la epístola de Judas. El verso tres reza así:

“Amadísimos, tenía un gran deseo de escribirles acerca de nuestra


común salvación, y me vi obligado a hacerlo para moverlos a luchar por la fe que
Dios entregó de una vez a sus santos.”

Las palabras “la fe que Dios entregó de una vez a sus santos,” se refieren a las palabras bíblicas, o
sea todas las enseñanzas que Cristo y los apóstoles entregaron a la Iglesia. Esta “fe” fue dada “de una vez
para siempre” a los santos cristianos de aquel tiempo. Para conservarla los santos hombres de Dios
escribieron los libros de la Biblia bajo la inspiración del Espíritu Santo. San Pedro también creyó que la
revelación de Dios era completa, sin necesidad de nada más, porque así lo afirma en 2 Pedro 1,3:

“Su poder divino nos ha dado todo lo que necesitamos para la Vida y la
Piedad.”

Ya no necesitamos más. Tenemos todo. Y al completar el canon del Nuevo Testamento con su libro
de Apocalipsis, el apóstol Juan da esta advertencia muy seria:

“Yo, por mi parte, declaro a todo el que escuche las palabras proféticas
de este libro: a quien se atreva a añadirle algo, Dios añadirá sobre él todas las
plagas descritas en este libro.” Apocalipsis 22,18

Si alguien cree que este texto solamente prohíbe que se le agregue al libro de Apocalipsis, le
llamamos la atención al consejo de Agur en Proverbios 30,5-6:

“Toda palabra de Dios es verdadera, es un escudo para quien se refugia


en él. No agregues nada a sus palabras, no sea que te reprenda y te tenga por
mentiroso.”

¡Gracias a Dios por la Biblia! ¡Qué sea siempre la luz que alumbra en nuestro camino, para que
sepamos dónde andar y qué creer, y que sea el alimento espiritual que nos da crecimiento en nuestra vida
cristiana!

De palabras el mundo se llena,


Por la radio y el televisor;
Revistas y libros abundan,
Material para todo lector.

Entre todos los libros hay uno


Que brilla en el mundo atroz,
Ninguno hay tan respetado,
Es la Biblia la Palabra de Dios.

Me habla de Cristo el santo,


Que por mí en la Cruz sufrió,
Llevando mi mucho pecado,
Para mi salvación él murió.

La Biblia me alumbra el camino


Al cielo el bello hogar,
La Biblia alimenta mi alma,
Es pan de que puedo gozar.

Sí, amigo, conozca la Biblia.


En la mente y el corazón.
Obedezca sus mandamientos;
La vida eterna es su don.
G.E.T.

Capítulo 2
EL CLERO DE LA IGLESIA
La efectividad de una organización, sea civil, secular, o religiosa, depende mayormente de sus
líderes. Todas las iglesias necesitan y tienen los que llevan la batuta, los que se encargan de sus ceremonias,
los que enseñan sus doctrinas. La cabeza espiritual y temporal de la Iglesia Católica es el Papa, y los que
comparten este ministerio se llaman cardenales, arzobispos, obispos, sacerdotes, presbíteros o ancianos y
diáconos. Recientemente se ha leído mucho acerca del Papa en la prensa. Los periódicos y la televisión
cubren cada movimiento de importancia de este personaje tan célebre. El Papa Juan Pablo II se ha hecho
notorio con sus frecuentes viajes a otros países para llevar a las gentes del mundo un mensaje de renovación
espiritual. No cabe duda de que más personas han visto a este Papa en persona que a cualquier otro en la
historia de la Iglesia. Y siempre en todas partes ha dado una buena impresión y ha conquistado la lealtad y el
amor de millones de los feligreses de la Iglesia. Su primer acto al llegar al país extranjero, de arrodillarse y
besar el suelo, ha sido bien recibido. Un hombre sincero, amoroso, espiritual, y a la vez sencillo así opinan
las masas que esperan muchas horas para tener un vistazo breve del máximo líder de la Iglesia Cristiana más
numerosa del mundo. Siendo de tanta importancia el oficio del Papa, vamos a dedicar nuestra atención por
unos momentos a sus funciones.
El Papa
El título completo del Papa es “Obispo de Roma, Vicario de Jesucristo, Sucesor del Príncipe de los
Apóstoles, Pontífice Supremo de la Iglesia Universal, Patriarca del Occidente, Primado de Italia, Arzobispo y
Metropolitano de la Provincia Romana, y Soberano del Estado de la Ciudad Vaticana.”8 La Iglesia afirma que
es el sucesor del apóstol Pedro, el primer Papa, basándose en las palabras de Cristo en Mateo 16,18-19:

“Y ahora, yo te digo: Tú eres Pedro, o sea Piedra, y sobre esta piedra


edificaré mi Iglesia y las fuerzas del Infierno no la podrán vencer.”

Según la Iglesia, Cristo prometió a Pedro en este texto que edificaría su iglesia sobre él, Pedro, la
piedra, efectivamente nombrándolo como el fundador o piedra principal de ella. El primer Papa. ¿Es esto lo
que Cristo realmente estaba diciendo? Vea de nuevo el texto. La palabra “Pedro”, en el griego en que fue
escrito el Nuevo Testamento, es “Petros”, que significa “una pequeña piedra.”
Pero la palabra “piedra” en la expresión “sobre esta piedra” no es “Petros”, sino “petra”, que quiere
decir “una gran roca.” Son dos palabras distintas en el griego, una la diminutiva y otra la aumentativa. Cristo
le dijo a Pedro algo así: “Tú eres una pequeña piedra, y sobre esta gran roca edificaré mi iglesia.” En otras
palabras Cristo no prometió edificar su iglesia sobre Pedro sino una roca mucho más grande que Pedro. ¿A
qué roca se refiere? Echemos una mirada a los versículos anteriores. Directamente antes de esta importante
declaración de los labios del Señor Jesucristo, el apóstol Pedro exclamó:

“Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios vivo.” vs.16

¡Vaya qué declaración! Aquí encontramos la piedra grande. Es Cristo mismo. Con esto concuerdan
otros textos de la Biblia. Por ejemplo, en 1 Corintios 3:11 leemos:

"Pues la base nadie la puede cambiar, ya esta puesta y es Cristo Jesús.”

La base de la Iglesia es Cristo Jesús. No hay otra base. Y en Efesios 2,20 Pablo afirma que los
verdaderos cristianos componen la casa de Dios de la cual la piedra angular es Cristo.

“Ustedes son la casa, cuyas bases son los apóstoles y los profetas, y cuya
piedra angular es Cristo Jesús.”

Pedro mismo declara en su primera carta, capítulo 2, versículo 3 al 8, que el Señor Jesucristo es la
piedra viva, preciosa, rechazada por los hombres, pero escogida por Dios para servir de piedra angular. Los
versículos 3 y4 rezan así:

“En realidad, ya han aprobado lo bueno que es el Señor. Acérquense a


él: ahí tienen la piedra viva, rechazada por los hombres, y sin embargo, escogida
por Dios que conoce su valor.”
Es evidente, entonces, que el Señor Jesucristo es esta piedra sobre la cual su iglesia ha sido
edificada. El apóstol Pedro llega a ser una de las columnas de la iglesia, según Gálatas 2,9, donde el apóstol
Pablo comenta:

“Santiago, Pedro, y Juan reconocieron las gracias que Dios me concedió.


Esos hombres, que pasan por los pilares de la iglesia, nos estrecharon la mano a
mí y a Bernabé, en señal de comunión.”

Aunque la Iglesia Católica tiene mucha dificultad sosteniendo su creencia de que el apóstol Pedro
fue el primer Papa, tanto bíblicamente como históricamente, sin embargo, tiene razón al enseñar que Cristo
dio las llaves del reino de Dios a Pedro. Las palabras de Cristo, dirigidas a Pedro, son bien claras:

“Yo te daré las llaves del Reino de los Cielos.” Mateo 16,19

Y efectivamente, en el libro de los Hechos de los Apóstoles encontramos que nada menos que el
apóstol Pedro, usando las llaves, abrió las puertas del cielo para los diferentes grupos del mundo de aquel
tiempo. En el día de Pentecostés Pedro se levantó y predicó ese primer sermón potente que abrió la puerta del
reino de los cielos para que entraran muchos judíos. (Hechos 2,14-36) Mas luego Dios le concedió la
oportunidad de abrirla puerta a los Samaritanos. (Hechos 8,14-17) Y no muchos días después usó las llaves
de nuevo para abrir la puerta a los Gentiles. (Hechos 10) Habiendo abierto la puerta del reino de los cielos
por medio de la predicación del mensaje de salvación en Jesucristo que resultó en la conversión de distintos
grupos de personas, Pedro entonces cedió el lugar a Jacobo como líder de los apóstoles y de la iglesia en
Jerusalén. (Hechos 15,13-21) Jamás leemos en las Escrituras que Pedro tomó ni el nombre ni la autoridad de
Papa de la iglesia. Al contrario, en su primera carta, 5,1, (B.J) Pedro escribe esto:

“A los ancianos que están entre vosotros les exhorto yo, anciano como
ellos...”

Pedro se consideraba un anciano también como los otros ancianos, del mismo nivel, y con el mismo
oficio que ellos. La palabra “Papa” viene del latín “papá”, que sencillamente significa “padre”. Cristo
expresamente prohibió el uso de este título, al decir:

“Tampoco deben decirle Padre a nadie en la tierra, porque un solo Padre


tienen: el que está en el Cielo.” Mateo 23,9

Claro que estaba refiriendo al uso de este título en referencia a la familia espiritual y no para el padre
humano, físico. Dios es nuestro Padre espiritual, nuestro único Papa, y ningún hombre tiene derecho a ese
puesto.
¿Es infalible el Papa cuando habla ex-cátedra en asuntos de fe y moral? La Iglesia Católica afirma
que sí. La Biblia mantiene absoluto silencio en cuanto a este dogma tan importante para la Iglesia. No la
confirma. No la aprueba. Y ¿qué enseña la historia? En la evolución de la Iglesia Católica es bien sabido que
muchos Papas contradijeron lo que otros antes de ellos enseñaron.
Pero si el Papa es infalible Vicario de Cristo, se supone que Dios lo guardará de errores en sus pro-
clamaciones de asuntos de fe y moral. Sencillamente, no ha sido el caso. No vamos a tomar el tiempo para
señalar los muchos casos de diferencias de opiniones entre Papas en los asuntos importantes de la fe, pero lea
la historia de la Iglesia para quedarse convencido. Basta algunos ejemplos de falibilidad papal: el Papa
Honorio I fue denunciado, después de su muerte, por el Sexto Concilio celebrado en el año 680, como un
hereje. El Papa Gregorio I declaró que aquel que se hace obispo universal o que pretende serlo, es precursor
del Anticristo; y, sin embargo, su sucesor, Bonifacio III, se hizo dar aquel título por el emperador Focas. El
Papa Adriano II declaró los matrimonios civiles como válidos, pero el Papa Pío VII los condenó.9 Y así
sucesivamente. Se puede ver que los Papas no han sido infalibles. También es menester hacer la pregunta:
¿Dónde dice en la Biblia que el Papa es el Vicario de Cristo aquí en la tierra? Lo que la Biblia enseña es que
Cristo prometió la venida del Espíritu Santo al mundo como sucesor. Juan 14,16-17 registra las siguientes
palabras de Cristo:

“Y yo rogaré al Padre y les dará otro Intercesor que permanecerá


siempre con ustedes. Este es el Espíritu de verdad...”
La palabra “Intercesor,” “Parákleton” en el griego, tiene varios significados: Intercesor, consolador,
ayudante. La palabra “otro” es muy importante aquí. Hay dos palabras griegas que se traduce “otro”. Son
“allon” y "éteron”. En Gálatas 1,6 Pablo advierte a los de Galacia a que no sigan “otro” evangelio. La palabra
“otro” en este texto es “éteron” y quiere decir “uno completamente diferente.” Mientras que en Juan 14,16 la
palabra “otro” es “allon” que quiere decir “otro exactamente igual”. Cristo prometió enviar otro Intercesor o
Ayudante exactamente igual a él. Este es el verdadero vicario de Cristo aquí en la tierra. Al llegar al libro de
los Hechos, encontramos que ya no es Cristo que dirige la iglesia a solas sino que es el Espíritu Santo quien
controla, dirige, y da poder a los que llevan el mensaje glorioso del Evangelio de salvación a todo el mundo.
El es completamente infalible y digno de toda confianza.
Los Sacerdotes
Sirviendo al Papa y a la Iglesia Católica, hay miles, y quizás cientos de miles, de sacerdotes en todas
partes del mundo. También se identifican como Curas o Padres. Ellos son, según la Iglesia, los sucesores de
los apóstoles, encargados del ministerio de la Iglesia, en cuya función escuchan confesiones, perdonan
pecados, y celebran la Misa, matrimonios, bautizos, etc. Son sacerdotes. ¿Sacerdotes? ¿Dónde se encuentra
ese título en las páginas del Nuevo Testamento? El Nuevo Testamento nombra apóstoles, profetas,
evangelistas, pastores, maestros, obispos, presbíteros, ancianos y diáconos, pero nunca nombra cardenales ni
arzobispos, y no usa el término “sacerdote” para identificar una clase de oficiales o ministros de la iglesia. Lo
usa solamente para identificar el ministerio sacerdotal que incumbe a cada verdadero creyente en Cristo. San
Juan, el escritor del único libro profético del Nuevo Testamento, incluye a todos los cristianos cuando afirma:

“Al que nos ama y nos ha lavado con su sangre de nuestros pecados y ha
hecho de nosotros un Reino de Sacerdotes para su Dios y Padre...” Apocalipsis
1,6 (B.J.)

Esta verdad de que cada cristiano es sacerdote de Dios se confirma en 1 Pedro 2,5, cuando Pedro se
dirige a los expatriados de la dispersión de la manera siguiente:

“Ustedes pasan a ser una comunidad de sacerdotes que, por Cristo Jesús,
ofrecen sacrificios espirituales y agradables a Dios.”

¿A quiénes está llamando Pedro sacerdotes? ¿A un grupo selecto de personas dedicadas a servir a la
Iglesia? ¿O a todos los cristianos? Busque el primer versículo de esta carta para descubrir a quiénes la dirigió.

“Pedro, apóstol de Cristo Jesús, a los judíos que viven fuera de su patria,
dispersos en Ponto, Galacia, Capadocia, Asia y Bitinia.”

Es evidente que estos judíos cristianos, dispersados a todas partes por la persecución del Imperio
Romano, son los sacerdotes que deben ofrecer sacrificios espirituales a Dios, sacrificios de la alabanza y de
las buenas obras de generosidad, (Hebreos 13,15-16). De estos sacrificios, entregados por cada cristiano
como sacerdote de Cristo, Dios se agrada.
El celibato de los sacerdotes católicos fue promulgado en el año 1070. Es cierto que el apóstol Pablo
recomendó a los Corintios que no cambiaran su estado civil, que los solteros no se casaran, (1 Corintios 7,7-8
y 26), pero expone la razón también:

“Esto me parece bueno en los tiempos difíciles en que vivimos.”

La persecución que estaba diezmando a la iglesia de aquellos días, separando a los familiares,
requería de esa enseñanza. Pero la clara enseñanza de las Escrituras favorece el matrimonio. Textos como los
que siguen: Génesis 2,18; Hebreos 13,4; y 1 Corintios 9,5. El celibato ha sido la causa directa o indirecta de
mucho pecado. Fíjese que los mismos apóstoles se casaron, incluyendo el apóstol Pedro.

“¿No tenemos derecho a llevar con nosotros una mujer cristiana, como
los demás apóstoles y los hermanos del Señor, y Cefas?” 1 Corintios 9,5 (B.J.)

“Habiendo ido Jesús a la casa de Pedro, encontró a la suegra de éste en


cama, con fiebre.” Mateo 8,14
No vaya a pensar el lector que la mujer cristiana a que hacía referencia el apóstol Pablo en 1
Corintios 9,5, era solamente una cocinera o lavandera para cuidar de su comida o ropa. Pablo se estaba
refiriendo a una esposa. Los apóstoles tenían sus esposas, tanto como los hermanos de Cristo, y Pedro mismo
(Cefas), Cristo sanó a la suegra de Pedro de la fiebre que tenía. No se puede tener suegra sin tener esposa. En
las instrucciones que Pablo dio al joven Timoteo, le comunicó la necesidad de que el obispo sea marido de
una sola mujer. (1 Timoteo 3,2) Por consiguiente, el celibato del clero católico es un dogma de la Iglesia que
carece de base bíblica. Y hablando de base bíblica, hay dos cosas más que debemos señalar en cuanto a los
sacerdotes: la primera, el uso del título “padre” que Cristo condenó en Mateo 23,9, como ya hemos visto; y la
segunda, la función de perdonar pecados, de la cual hablaremos en el capítulo 5. Todo esto arroja duda sobre
la autenticidad escritural de la jerarquía de la Iglesia Católica, en cuanto a sus funciones.

Capítulo 3
EL CULTO DE LA IGLESIA
¿A quién o a quiénes rinden culto los fieles de la Iglesia Católica? Claro que adoran a Dios, el Dios
del cielo, grande, poderoso, sabio y santo; y junto con Dios Padre, también tributan loor a su Hijo Jesucristo,
el Verbo Encarnado y el Salvador del mundo. En esto están cumpliendo el mandato bíblico: “A Dios debes
adorar.” Apocalipsis 19,10. Los Salmos están repletos de hermosas expresiones de alabanza y adoración a
Dios, como las que siguen:

“Alma mía, bendice al Señor, alaba de corazón su santo Nombre.”


Salmo 103,1

“¡Bendice al Señor, alma mía! Eres grande, oh Señor, mi Dios, vestido


de honor y de gloria, envuelto de luz como un manto.” Salmo 104,1-2

“Celebren al Señor, alaben su Nombre, digan sus hazañas a todo el


mundo. Entónenle cantos, y mediten todos sus prodigios.” Salmo 105,1-2

Más recientemente muchos cristianos han puesto en papel sus emociones y pensamientos al
contemplar la grandeza de Dios. Uno de los más conocidos himnos de adoración se intitula: “¡Cuán Grande
Es El!”

“Señor, mi Dios, al contemplar los cielos


El firmamento y las estrellas mil,
Al oír tu voz en los potentes truenos
y ver brillar al sol en su cenit,
Mi corazón se llena de emoción:
¡Cuán grande es El! ¡Cuán grande es El!
Mi corazón se llena de emoción:
¡Cuán grande es El! ¡Cuán grande es El!
A.W. Hotton

El ejercicio más alto y sublime que el cristiano puede hacer es adorar y alabar a Dios. Pero el Señor
Jesucristo puso límites a la adoración, confinando la adoración y el servicio cristiano sólo al Ser Supremo,
cuando afirmó:

“Adorarás al Señor tu Dios, y a él solo servirás. Mateo 4,10

Desde el libro de Génesis hasta el Apocalipsis la Biblia declara que hay un solo Dios, y uno sólo
digno de adoración, homenaje, y veneración, Dios mismo. Por eso, hay algo preocupante en el culto de la
Iglesia Católica.
El Culto a la Virgen María
No hay mujer en toda la Biblia ni en toda la historia del cristianismo más amada que María. Sin duda
fue una dama muy consagrada a Dios, justa en sus hechos, piadosa en su devoción, y en sobremanera buena
con todo el mundo. Dios la escogió para ser la madre de nuestro Señor Jesucristo. Nos toca amarla, respetarla
y apreciarla. Pero el estudiante cuidadoso de la Biblia se preocupa al darse cuenta de que la devoción que
sienten los adeptos de la Iglesia a veces va más allá de lo permitido en la Biblia. Por ejemplo, el llamar a
María la Madre de Dios.10 María fue madre de Jesús, del cuerpo humano de nuestro Señor. Pero Dios no tiene
madre. Es eterno. Sin principio y sin fin. No nació. Cuando el eterno Cristo se hizo hombre, el Espíritu Santo
produciendo la concepción milagrosa en la virgen María, ella le proveyó el cuerpo humano. Es madre de
Jesús. No es madre de Dios. Tampoco convencen los que señalan que Elizabet llamó a su prima María, “la
madre de mi Señor”, y siendo que la palabra “Señor” se refiere a la Divinidad en la Biblia, también podemos
llamar a María, "la Madre de Dios.” Una buena exposición de un texto bíblico toma en cuenta no solamente a
qué se refiere una palabra, sino también lo que significa. La palabra “Señor” quiere decir “amo”, “dueño”,
“jefe”. A Jesucristo, el hombre-Dios, le pertenece el Señorío sobre nuestras vidas tanto como sobre toda la
creación.
Elizabet estaba reconociendo este Señorío del hijo de María, aún antes de nacer. Pero llamar a María
“la Madre de Dios” va más allá de esto, porque directa o indirectamente atribuye divinidad a María. Si Dios
es único y primero, no puede tener madre.
La expresión es incorrecta porque atribuye a María lo que la Biblia nunca le concede, ni tampoco
puede, siendo que Dios es eterno.
Otra doctrina de la Iglesia que carece de base bíblica es la de la Concepción Inmaculada de María.
Aparte de que no hay ni una chispa de evidencia bíblica de que María nació sin pecado, el testimonio de toda
la Biblia con una multitud de textos es que nadie nació sin pecado, excepto Jesucristo. El pecado es una
contaminación que ha penetrado por toda la raza humana, haciéndonos todos culpables delante de Dios. Este
es el tema del capítulo 3 de Romanos. Considere los versículos 11y23:

“No hay nadie bueno, ni siquiera uno...”

“Pues todos pecaron y a todos les falta la Gloria de Dios.”

Como miembro de la raza humana, María participó de la misma naturaleza que nosotros, y por eso
ella le exclamó emocionada a su prima Elizabet:

“Celebra todo mi ser la grandeza del Señor y mi espíritu se alegra en el


Dios que me salva.” Lucas 1,46

María confesó su necesidad de que Dios le salvara, confesión que sólo un pecador puede hacer. El
único que nació y vivió sin pecado fue Cristo, porque es el Hijo de Dios.
Es cierto que María concibió a Jesús estando en la condición de virgen. ¿Pero será cierto también
que siempre fue virgen?
Los siguientes textos de la Biblia presentan evidencia de que ella vivió con su esposo José en el
santo estado de matrimonio como buena esposa y madre, después del nacimiento de su primogénito Jesús,
dando a luz a otros hijos.
1. Mateo 1,24-25 (B.J.)

“Despertando José del sueño, hizo como el Ángel del Señor le había
mandado, y tomó consigo a su mujer. Y no la conocía hasta que ella dio a luz un
hijo, y le puso por nombre Jesús.”

Este texto nos enseña que José recibió a Maria como esposa, después del mensaje del Ángel que le
quitó las dudas acerca del autor de su embarazo, pero sin tener relaciones sexuales con ella hasta que nació
Jesús. La palabra “conocía” se usa en la Biblia por conocimiento sexual. Claro que él la conocía como
persona mucho antes de esta experiencia. Solamente que no la conocía sexualmente hasta después del
nacimiento de Jesús.
2. Mateo 13,55-56

“¿No es el hijo del carpintero? ¿No se llama María su madre? ¿No son
sus hermanos Santiago, José, Simón, y Judas? Y sus hermanas, ¿no están todas
viviendo entre nosotros?”

3. Otros versículos que también introducen a los hermanos de Jesús, y por consiguiente a los
hijos de María, son Mateo 12,46-47; Marcos 3,31; Marcos 6,3; Juan 2,12; Juan 7,3-5; Hechos 1,14; y 1
Corintios 9,5.
4. Santiago, el mayor de los hermanos de Jesús, vio al Cristo resucitado, 1 Corintios 15,7,
creyó en él, y llegó a ser el líder de la Iglesia de Jerusalén, Hechos 12,17; 15,13; y Gálatas 2,9. Escribió el
libro que lleva su nombre.
5. El hermano menor de Jesús se llamaba Judas. Escribió el libro que lleva su nombre,
identificándose como el hermano de Santiago, Judas 1.
6. La afirmación de que éstos no son hermanos, sino primos, carece de base por varias
razones, pero especialmente porque la Biblia siempre los llama “hermanos” (griego “adelfos”) y nunca
“primos” (griego “anepsios”), y también porque siempre aparecen con María y no con su hermana.
7. El hecho de que la Biblia no llama a Jesús el unigénito hijo de María, sino su primogénito,
Lucas 2,7, da testimonio de que María sí tuvo más hijos. Unigénito significa que no hay más, pero el
primogénito es el primero de varios.
Esperamos que nadie tenga menos estima, respeto y amor hacia Maria por ser ella la madre de otros
hijos, y no siempre virgen, porque el matrimonio es un estado santo instituido por Dios mismo, y la Biblia
enseña que no hay pecado en la unión de dos seres casados.

“Tened todos en gran honor el matrimonio, y el lecho conyugal sea


inmaculado.” Hebreos 13,4 (B.J.)

No hay pecado en las relaciones sexuales de dos personas casadas. Ni es más santa la persona que no
se casa. Muchas veces sucede lo opuesto, porque el estado de virginidad, o sea de soltero, no lo soportan
muchas personas sin cometer toda clase de inmoralidad.
Maria es santa, habiendo sido santificada por Dios, y merece todo nuestro respeto y amor.
Muy recientemente, en el año 1950 para ser exacto, la Iglesia Católica proclamó la Asunción de
Maria al cielo, donde en la actualidad, según la Iglesia, es Mediatriz y Co-redentora con Cristo, y la Reina del
Cielo. Pero preguntamos, ¿cómo es posible que sea Mediatriz?, cuando la Biblia afirma categóricamente:

“Porque hay un solo Dios, y también un solo mediador entre Dios y los
hombres, Cristo Jesús, hombre también.” 1 Timoteo 2,5 (B.J.)

¿Cómo es posible que sea Co-redentora con Cristo?, cuando la Biblia asevera:

“Jesús es la piedra que ustedes los constructores despreciaron y que se


convirtió en piedra fundamental, y para los hombres de toda la
tierra no hay otro Nombre por el que podamos ser salvados.” Hechos 4,11-12

“El nos libró del poder de las tinieblas y nos trasladó al Reino del Hijo
de su amor, en quien tenemos la redención: el perdón de los pecados.”
Colosenses 1,13-14 (B.J.)

Solamente en Cristo,
Solamente en él,
La salvación se encuentra en él.
No hay otro nombre,
Dado a los hombres.
Solamente en Cristo,
Solamente en él.

El Señor Jesucristo se hizo hombre, uno de nosotros, tomando nuestra naturaleza pero sin pecado,
experimentando nuestras tentaciones, pero sin ceder, para poder compadecerse de nuestras debilidades; y
murió en la Cruz del Calvario por nuestros pecados. Es el único Salvador. El único Redentor. La exaltación y
veneración de María, su madre, no cuadra con las enseñanzas de la Palabra de Dios. Podemos y debemos orar
a Dios en el santo Nombre de Cristo. Es el único mediador entre Dios y el hombre. Jesús, el Hijo de Dios, es
nuestro Sumo Sacerdote y por medio de él podemos allegarnos a Dios.

“Jesús, en cambio, permanece para la eternidad y ningún otro sacerdote


lo reemplazará. Por eso, él es capaz de salvar de una vez a los que, por su
intermedio, se acercan a Dios. El vive para siempre, y para interceder a favor de
ellos.” Hebreos 7,24-25

“Jesús contestó: Yo soy el Camino, la Verdad, y la Vida. Nadie viene al


Padre sino por mí. Juan 14,6

La oración se debe dirigir a Dios Padre en el nombre de Cristo, como él mismo nos instruye en Juan
16,23:

“En verdad, les digo: Todo lo que pidan al Padre en mi Nombre, él se lo


dará.”

No es correcto orar o rezar a Dios en ningún otro nombre, sea el de Pedro, o de Tomás, o de María; y
menos correcto todavía es pedir algo directamente a estas personas humanas. Toda oración bíblica se dirige a
Dios Padre en el Nombre de Cristo. Sí, mi amigo, amamos a María y la respetamos como madre de nuestro
Señor Jesucristo, pero no debemos rezar a ella ni venerarla, porque estas acciones se reservan solamente para
Dios. “A Dios debes adorar.” Algunas oraciones a la Virgen nos preocupan porque atribuyen a María lo que
sólo Cristo merece. Por ejemplo, la SALVE.
“Dios te salve, Reina y Madre de misericordia, vida, dulzura, y esperanza nuestra; Dios te salve, a ti
llamamos los desterrados hijos de Eva, a ti suspiramos, gimiendo y llorando, en este valle de lágrimas, ea,
pues Señora, Abogada nuestra, vuelve a nosotros esos tus ojos misericordiosos, y después de este destierro,
muéstranos a Jesús, fruto bendito de tu vientre, ¡oh clementísima, oh piadosa, oh dulce Virgen María! Ruega
por nosotros, Santa Madre de Dios, para que seamos dignos de alcanzar las promesas de Jesucristo. Amén”11
Con todo respeto y amor hacia María y para con los amigos sinceros de la Iglesia Católica, debemos
señalar algunas divergencias que tenemos en cuanto a esta oración. Primeramente, como ya hemos visto, toda
oración se debe dirigir a Dios Padre en el nombre de Cristo.
El llamar a María “Abogada nuestra” no concuerda con los textos bíblicos como 1 Juan 2,1. Cristo es
nuestro único abogado. No es María quien ruega por nosotros, sino su Hijo Jesucristo, Hebreos 7,23-25.
Además, ¿cómo puede uno rezar estas palabras sin incurrir en el pecado de adorar a María? Parece muy
difícil. “A Dios debes adorar.”
El siguiente incidente en la vida de Abraham Lincoln ilustra la necesidad de tener a alguien que
puede interceder por nosotros.
Un día un soldado entró en el espacioso cuarto de espera para los que deseaban hablar con el
Presidente Lincoln, y tomó un asiento. Pronto entró al cuarto el hijo pequeño del presidente, y fue atraído al
uniforme del soldado. Al acercarse al soldado se dio cuenta de que había perdido un brazo en la guerra.
Comenzó a conversar con él, y el soldado le dijo que tenía necesidad de hablar con el presidente. “No hay
problema, le dijo Tad, el hijo del presidente. “Es mi padre. Yo puedo lograr que lo vea.” Se fue enseguida y
entró por una puerta privada a la oficina de su padre. Mientras tanto, el secretario del presidente salió para
avisar a los que estaban esperando que el tiempo se había agotado y que el presidente no podría ver a nadie
más ese día. Todos se marcharon menos el soldado.
Cuando el secretario le dijo que era inútil esperar, él contestó que el hijo del presidente le había
asegurado que tendría la oportunidad de ver a su padre. “Bueno,” le contestó el secretario, “si Tad se lo dijo,
tendrá su deseo, porque él ama a ese muchacho y siempre lo complace.” Asimismo nosotros podemos llegar
a la presencia del Dios del cielo, de nuestro Padre, por medio de su Hijo Jesucristo. Dios lo ama y siempre le
complace en todo, porque Cristo hace siempre la voluntad de su Padre. Es nuestro mediador, nuestro
abogado, nuestro único medio para poder entrar a la presencia de Dios Padre y presentarle nuestras peticio-
nes. ¡Gracias a Dios que su puerta está siempre abierta y podemos acercarnos al trono de la gracia en todo
momento, si vamos en el nombre de su Hijo Jesucristo!
El Culto a los Santos
La virgen María no es la única que tiene poderes de mediación según la Iglesia, sino que también los
santos, habiendo vivido aquí en el mundo y conociendo nuestros problemas, flaquezas, y debilidades, sirven
de mediadores entre el hombre y su Dios, porque pueden ayudarnos a conseguir la gracia del Señor y la
eterna bienaventuranza del cielo.12 Además dicen que es conveniente orar a los ángeles para que intercedan a
Dios a favor de nosotros.13 ¿Quiénes son los santos? Un estudio de la Biblia revela que los santos son los
cristianos vivos y muertos que conocen o han conocido a Cristo Jesús como su Salvador y Señor. Casi todas
las cartas del Nuevo Testamento están dirigidas a los santos. Por ejemplo, 2 Corintios 1,1:

“Pablo, apóstol de Cristo Jesús por la voluntad de Dios, y el hermano


Timoteo, a la Iglesia de Dios establecida en Corinto, y a todos los santos que
viven en toda Acaya.”

Los santos son los verdaderos creyentes en Cristo. Nosotros también somos santos si entregamos el
corazón a Jesucristo y lo recibimos como Salvador de la vida. Podemos seguir el ejemplo expuesto por San
Juan en su Evangelio:

“Pero a todos los que le recibieron, les concedió ser hijos de Dios: éstos
son los que creen en su Nombre.” Juan 1,12

Los santos que murieron están con Cristo ya. No nos pueden ayudar. Además no necesitamos su
ayuda. Tenemos a Cristo. ¡Qué más! Cristo es más que suficiente para nuestra salvación, consolación, y
edificación, mientras andamos en este mundo. El mismo afirmó:

“Yo estoy con ustedes todos los días hasta que se termine este mundo.”
Mateo 28,20

Un hombre soñó que estaba caminando por el mundo con Dios, dejando huellas en la arena, cuando
de repente se dio cuenta que en los lugares difíciles y peligrosos de la vida aparecía un solo par de huellas en
la arena en vez de dos. En seguida preguntó: “Señor, ¿por qué me abandonas cuando la senda se torna difícil
y peligrosa?” El Señor le contestó: “No, mi hijo, yo no te abandono. Cuando tú ves un solo par de huellas en
los lugares tenebrosos es porque yo te estoy cargando.” Cristo nos ayuda especialmente en esos tiempos de
pruebas por los cuales tenemos que pasar. Y cuando nos toca el último viaje, no olvidemos que Cristo dijo:

“Yo soy el Camino... Nadie viene al Padre sino por mí.” Juan 14,6

No hay otro camino al cielo; no hay otro Salvador; no hay más nadie que nos puede conseguir la
salvación, sino Jesucristo. Cristo es el único camino; el único mediador entre Dios y los hombres; el único
que murió por nosotros.
¿Y qué diremos de las estatuas, reliquias, e imágenes? Solamente que no debemos venerarlos. No
deben tomar el lugar de Dios en nuestras vidas. Dios mismo prohibió esto en los primeros dos man-
damientos:

“No tengas otros dioses fuera de mí. No tengas estatua ni imagen alguna
de lo que hay arriba, en el cielo, abajo, en la tierra, y en las aguas debajo de la
tierra. No te postres ante esos dioses, ni les des culto, porque Yo, Yavé, tu Dios,
soy un Dios celoso.” Éxodo 20,3-5

Siendo que Dios es un Dios celoso, no acepta que adoremos a los ídolos, porque la Biblia también
dice: “A Dios debes adorar.” El culto del verdadero cristiano se dirige a Dios, y solamente a Dios. Y es en el
nombre de su Hijo Jesucristo, el nombre más alto en el cielo y en la tierra, que podemos acercamos a Dios.
EL NOMBRE DE JESUS
No hay nombre más sublime
En el mundo de dolor,
Donde muchos con renombre
Nada saben del Señor.
Grandes hombres de ciencia,
Deportistas, estadistas,
Gobernantes y artistas
Brillan con fulgente luz;
Mas ninguno hay tan grande
Cual el nombre de Jesús.
Jesucristo, tan glorioso;
El Señor de salvación,
Emanuel, el Rey de Gloria,
Ofreciendo redención.
Padre eterno El se llama,
Príncipe de Paz su nombre,
Hijo de Dios y del hombre,
Es el Cristo de la Cruz,
Ningún nombre se compara
Con el nombre de Jesús.

Autor desconocido

Capítulo 4
EL SACRIFICIO DE CRISTO
“Creemos que Jesucristo padeció en tiempos de Poncio Pilato, como
cordero de Dios que lleva sobre sí los pecados del mundo, y murió por nosotros
en la Cruz, salvándonos con su sangre redentora.”

Así reza el credo del Artículo 10 del capítulo dos, PASION Y MUERTE DE CRISTO, del libro “LA
FE DE MI PUEBLO,” escrito por Mons. Constantino Maradei, un eminente clérigo venezolano. ¡Qué
magníficas palabras! Completamente bíblicas. Veraces. Es la enseñanza clara de las Sagradas Escrituras. El
apóstol Pedro afirma la veracidad de este credo cuando escribe:

“Pues también Cristo, para llevarnos a Dios, murió una sola vez por los
pecados, el justo por los injustos...” 1 Pedro 3,18 (B.J.)

“El mismo subiendo a la cruz cargó con nuestros pecados para que,
muertos a nuestros pecados, empecemos una vida santa.” 1 Pedro 2,24

Es el hecho histórico de mayor trascendencia que Jesucristo, el verdadero Hijo del Dios omnipo-
tente, entregó su cuerpo y derramó su sangre en la Cruz del Calvario para pagar el precio por nuestros
pecados.
El profeta Isaías, que algunos llaman el profeta evangelista del Antiguo Testamento, profetizó unos
600 años antes de Cristo acerca de su crucifixión con lujo de detalles. En el capítulo 53, versículos 5 y6 de su
libro, anuncia lo siguiente:

“Fue tratado como culpable a causa de nuestras rebeldías y aplastado por


nuestros pecados. El soportó el castigo que nos trae la paz y por sus llagas hemos
sido sanados.
Todos andábamos como ovejas errantes, cada cual seguía su propio
camino, y Yavé descargó sobre él la culpa de todos nosotros.”

Nosotros somos pecadores, apartados de Dios (Isaías 59,2), sentenciados a la muerte, porque
también proclama la Biblia:

“Pues el salario del pecado es la muerte...” Romanos 6,23 (B.J.)

Pero gracias a Dios que encontramos en Cristo un Sustituto, un perfecto Cordero que murió en
nuestro lugar, llevando sobre sí nuestros pecados, para poder ofrecernos la salvación y la vida eterna. Hace
recordar la historia del muchacho que hizo un pequeño barco con su navaja. Le puso una pequeña vela a su
barquito, y un día lo llevó al río para jugar con él. Cuando de repente oyó la sirena de los bomberos, corrió
emocionado tras los bomberos para ver el incendio, olvidando su pequeño barquito. Recordando su barquito
de nuevo, corrió otra vez al río, pero no pudo encontrarlo. El viento y la corriente lo habían llevado a otra
parte. Regresó muy triste a su casa. Pero no muchos días después, mientras paseaba por la calle principal de
su pueblo, vio su barquito en el mostrador de un negocio. En seguida le dijo al vendedor: “Ese barco es mío.
Yo lo hice.” “Lo siento,” le contestó el vendedor. “Lo compre no hace mucho. Si lo quieres, tendrás que
pagar el precio que yo pagué.” El muchacho volvió a casa, vació su alcancía, y regresó corriendo a la tienda.
Compró su barquito. Cuando salió del negocio, dio un beso a su barquito y dijo: “Ya tú eres dos veces mío,
porque te hice y “te compré.” También nosotros pertenecemos dos veces a Dios. Nos hizo en el principio y
nos compró con la sangre de Jesucristo en el Calvario.
Sí, mi amigo, la Biblia apoya cien por ciento esas palabras del credo católico. El Señor Jesucristo
nos dejó un acto para recordar su muerte.
La Biblia lo llama la Comunión o la Cena del Señor. A estos dos nombres la Iglesia agrega la Misa y
la Eucaristía. Afirma la Iglesia que la Misa es el sacrificio del Calvario, hecho presente en el altar, “una
auténtica renovación del acto del Gólgota.”14 En otras palabras la Iglesia está diciendo que cada vez que un
sacerdote celebra la Misa está actualmente crucificando a Cristo de nuevo sobre el altar.
Afirma que el vino se convierte literalmente en la sangre de Cristo y el pan o la hostia se convierte
en el cuerpo de carne del Señor.
Se calcula que se celebra la Misa cuatro veces cada segundo en alguna parte del mundo, o sea 240
veces cada minuto, 14.400 veces cada hora, y 345.600 veces cada día. Así que en nuestro mundo Cristo
muere de nuevo 345.600 veces cada día. ¿Es esto lo que enseña la Biblia? Veamos algunos textos. Primero,
el autor de la carta a los Hebreos afirma que Cristo murió una sola vez.

“Los sacerdotes permanecen a diario, de pie, para cumplir su oficio, y


ofrecen repetidas veces los mismos sacrificios que nunca tienen el poder de
quitar los pecados. Cristo, por el contrario, ofreció por los pecados un único
sacrificio y se sentó para siempre a la derecha de Dios. Así, pues, con su única
ofrenda llevó a la perfección para siempre a los que hizo santos.” Hebreos 10,11-
12 y 14

Afirma el autor de estas palabras bíblicas que el sacrificio de Cristo culminó en dos resultados:
primero, Cristo se sentó a la diestra de Dios. Ya no se puede sacrificar más, siendo que está sentado, y el
sacrificio siempre se hace de pie. Su sacrificio por el pecado finalizó con su único acto de esta naturaleza en
la Cruz. Segundo, Cristo hizo perfectos para siempre a los santificados. No se requieren más sacrificios para
perfeccionar a nadie, porque con su sola ofrenda hizo perfectos para siempre a todos los verdaderos cristianos
(santos). El apóstol Pablo está de acuerdo con esto, y lo manifiesta en Romanos 6,9:

“Sabemos que Cristo, una vez resucitado de entre los muertos, no muere
más y que la muerte, en adelante, no podrá contra él.”

¿Cuándo murió Cristo? En el Calvario. En la Cruz. No muere más. El autor de la carta a los Hebreos
se preocupa de que quede bien clara esta verdad, porque muchas veces la confirma. Otro ejemplo se halla en
Hebreos 9,26-28.
“El, en ese caso, habría tenido que padecer muchísimas veces, desde la
creación del mundo. Pero no; esperó que fuera el fin de los tiempos y se
manifestó ahora, de una vez, para borrar el pecado con su sacrificio. Y puesto
que los hombres mueren una sola vez, y después viene para ellos el juicio, de la
misma manera Cristo se sacrificó una sola vez para borrar los pecados de una
muchedumbre.”

Cristo murió una sola vez para siempre. Ya no muere más. Murió para borrar el pecado con su
sacrificio. ¿No enseña esto que el sacrificio de la Misa es innecesaria? ¿Cómo es posible que el sacrificio de
la Misa sea el auténtico sacrificio de Cristo, si Cristo no muere más?
Cuando Cristo ofreció la Cena del Señor a sus discípulos en el aposento alto antes de su crucifixión,
él tomó el pan y dijo: “Esto es mi cuerpo.” Tomó la copa y dijo: “Esto es mi sangre.” Léalo en Mateo 26,26-
29 y en 1 Corintios 11,23-26. Ya, por los textos que hemos citado, es difícil creer que estaba hablando en
forma literal. También en otra ocasión Cristo dijo: “Yo soy la puerta.” Pero claro está que no es ninguna
puerta material. Además dijo: “Yo soy el buen Pastor.” Pero jamás cuidaba un rebaño de ovejas. También
dijo: “Yo soy la luz del mundo.” Pero no debemos imaginar que estaba hablando del sol o de las lámparas de
kerosén de aquellos días como si fuera una de ellas.
Cuando Cristo dijo: “Yo soy...” o “Esto es...” casi siempre, si no siempre, estaba dando una compa-
ración, y se debe agregar la palabra “como” después de la expresión. Cristo es como una puerta, porque es la
única entrada al cielo. Es como un pastor, porque tiene muchos seguidores que él guía, alimenta y protege. Es
como la luz porque sus enseñanzas proveen comprensión y entendimiento en medio de la ignorancia
espiritual que abunda en el mundo. Asimismo en Mateo 26,26-29 Cristo quiso decir: “Esto simboliza o
representa mi cuerpo,” al tomar el pan en la mano. Y “esto simboliza o representa mi sangre,” al levantar la
copa de vino. Cualquiera que haya participado del vino y de la hostia sabe que no se convierten en sangre y
carne, por lo que llaman los accidentados: el color, la forma, la textura, el olor, y el sabor. Dios nunca pide
que creamos sin razón. La fe bíblica no es una fe ciega. Tiene muy buena base. Cristo murió una vez para
siempre en el Calvario, y cada vez que participamos de los elementos de la Cena del Señor estamos
recordando su muerte hasta que él venga de nuevo a este mundo atribulado.

A la cruenta Cruz anduvo Jesús,


El pecado del mundo cargó.
Su vida entregó, su cuerpo sufrió;
En sacrificio perfecto murió.
Los sacrificios mil para el pecado tan vil
Jamás consiguieron la paz.
Con su sangre que dio, el Cristo proveyó
Salvación y eterno solaz.
Su sola ofrenda abrió la senda
Al cielo el eterno hogar,
Más nunca sufrir, más nunca morir.
La redención logró preparar.

G.E.T.

Capítulo 5
LA CONFESION DEL PECADO
El devoto seguidor de la Iglesia Católica tiene el deber de confesar sus pecados mortales, los más
serios como el adulterio y el robo, al sacerdote; y se le recomienda que confiese también los pecados
veniales, los menos serios como la mentira, aunque este último no es un requisito absoluto. Luego de un
examen de conciencia para tratar de recordar estos pecados, y del arrepentimiento que se manifiesta en el
dolor del corazón, y de la confesión sincera de los pecados al sacerdote, y de cumplir la penitencia, 16 el
penitente oye con alivio cuando el sacerdote le dice: “Yo te absuelvo de tus pecados en el nombre del Padre,
y del Hijo, y del Espíritu Santo.” Hasta el siglo XII el sacerdote sólo decía: “Dios te absuelva...” pero en
aquel tiempo las palabras fueron cambiadas a “Yo te absuelvo...” para darle al sacerdote mucho más
poder.17 Sintiendo perdonados sus pecados, el confesante sale de la Iglesia y regresa a casa, sabiendo que si
vuelve a cometer los mismos pecados, no hay problema. Con sólo regresar al confesionario, estará bien otra
vez. La Iglesia basa su dogma de la Penitencia en las palabras de Cristo a los apóstoles en Juan 20,23 (B.J.):

“A quienes perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se


los retengáis, les quedan retenidos.”

Este poder, para perdonar o retener los pecados, que Cristo concedió a sus discípulos, ha sido
transmitido a los sacerdotes de la Iglesia, según afirma.
Debemos examinar este texto, Juan 20,23, a la luz de otras Escrituras para determinar exactamente lo
que quería decir el Señor Jesucristo. La primera cosa que notamos en seguida es que no hay ninguna mención
de la confesión del pecado en las palabras de Cristo. Cristo no les dijo a los apóstoles que primero tenían que
escuchar la confesión del pecado de los labios del penitente para poder absolverlo del pecado. En efecto, en
ninguna parte de la Biblia se nos enseña que la confesión del pecado al apóstol o al sacerdote es necesaria
para el perdón del pecado. Y si nos ponemos a buscar ejemplos en el libro de los Hechos de los Apóstoles, o
en cualquier otro libro de la Biblia, para el uso del confesionario, buscaremos en vano. No hay ni un solo
ejemplo. Ninguno. Aunque la Biblia nos enseña la necesidad de la confesión del pecado, también nos señala
a quién debemos confesarlo. Tenemos, por ejemplo, las palabras de Santiago en Santiago 5,16:

“Confiésense unos a otros sus pecados y pidan unos por otros para que
sanen.”

La palabra “pecados” en este texto quiere decir “ofensas”. Son pecados contra otras personas. Es el
deber del cristiano confesar una ofensa a la persona ofendida y pedirle perdón. En 1 Juan 1,9 nos promete la
Palabra:

“Si confesamos nuestros pecados, él, por ser fiel y justo, nos perdonará
nuestros pecados; y nos limpiará de toda maldad.”

Es de suma importancia que determinemos a quién se refiere Juan con la palabra “él”. Si regresamos
al versículo 7 del mismo capítulo, las últimas palabras de este texto nos revelan la identidad que buscamos.

“...la sangre de Jesús, Hijo de Dios, nos purifica de todo pecado.”

Juan está hablando de Jesucristo, el Hijo de Dios. Desde luego, es claro que tenemos que confesar
nuestros pecados a Jesucristo para que nos perdone y nos limpie de todo pecado. Los escribas en el día de
Cristo hicieron esta pregunta retórica:

“¿Quién puede perdonar pecados, sino Dios sólo?” Marcos 2,7 (B.J.)

Para ellos la respuesta fue obvia. Nadie. No hay persona humana que puede perdonar pecados. Sólo
Dios tiene esa capacidad. El Salmista sabía qué hacer para conseguir el perdón de pecado. Expresó su
experiencia en el Salmo 32,5 al clamar:

“Te confesé mi falta, no te escondí mi culpa. Yo dije: Ante el Señor


confesaré mi falta. Y tú, tú mi pecado perdonaste, condonaste mi deuda.”

Nuestro abogado, nuestro único abogado, aquí en la tierra es Jesucristo. San Juan lo confirma en 1
Juan2, 1:

“Hijitos míos, les escribo para que no pequen. Pero si alguien peca,
tenemos un abogado ante el Padre; es Jesucristo, el Justo.”
Nuestro abogado ante el Padre celestial es su propio Hijo, Jesucristo. No tenernos otro abogado, ni
Pedro, ni Pablo, ni María, ni el sacerdote. Sólo Cristo. Y tampoco podemos defendernos a nosotros mismos
ante Dios. Si procuramos hacerlo, fracasaremos, como el hombre que fue acusado de robar, y decidió no
contratar un abogado, sino defenderse él mismo. Pero perdió el pleito cuando estaba examinando a la víctima
y le preguntó: “¿Me vio bien la cara cuando robé su bolsa?” Nos reímos de su equivocación, pero el jurado le
condenó a 10 años de prisión por robo. No piense, amigo, que podrá defenderse ante un Dios santo y
omnisciente. Tome a Cristo como su abogado, y confiese su pecado a él. Es el único que puede perdonar sus
pecados. ¡Gracias a Dios que el cristiano tiene un mediador, un abogado, que está siempre a la orden para
interceder al Padre a favor de él, para perdonar sus pecados, y limpiarlo de toda maldad! Ese Mediador se
llama Jesucristo. Oiga las palabras de Cristo mismo:

“...el Hijo del Hombre tiene poder en la tierra para perdonar los
pecados.” Lucas 5,24

Ese Hijo del Hombre es Cristo mismo. Y más que una vez durante su vida terrenal, se le oye decir:
“Tus pecados te son perdonados.” El perdonar pecados es atributo de Dios, y solamente de Dios.
Pues, si la Biblia enseña que solamente Dios tiene el derecho de perdonar los pecados, ¿qué quería
decir Cristo con las palabras del texto que antes citamos en Juan 20,23?

“A quienes perdonéis los pecados, les quedan perdonados; y a quienes


se los retengáis, les quedan retenidos.”

Este texto forma parte de la Gran Comisión que Cristo encomendó a sus discípulos en Mateo 28,18-
20; Marcos 16,15-16; Lucas 24,45-48; Juan 20,21-23; y Hechos 1,8. Citamos solamente Marcos 16,15-16:

“Y les dijo: Vayan por todo el mundo y anuncien la Buena Nueva a toda
la creación. El que crea y se bautice se salvará. El que se resista a creer se
condenará.”

Cristo comisionó a sus fieles discípulos a llevar el mensaje de la Buena Nueva de salvación y perdón
del pecado por medio del arrepentimiento y la fe en él a todas partes del mundo. Todos los que escuchan el
mensaje de salvación y perdón del pecado por medio de la Cruz de Cristo se hacen responsables de recibir a
Cristo, o de rechazarlo. Los que ablanden sus corazones y depositen toda su confianza en el Señor Jesucristo
para su eterna salvación, reciben el perdón de pecados y la vida eterna. Sus pecados son perdonados. Pero los
que resistan a creer y rechacen a Cristo con sus corazones no arrepentidos mueren en sus pecados. Retienen
sus pecados. La predicación del mensaje de salvación por los apóstoles resultaba en el perdón del pecado o la
retención del pecado. Y Pablo, ese gran apóstol a los Gentiles, confirma esto en 2 Corintios 5,20:

“Nos presentamos, pues, como mensajeros de parte de Cristo, como si


Dios mismo les rogara por nuestra boca. Déjense reconciliar con Dios: se lo
pedimos en nombre de Cristo.”

Adondequiera que iba el apóstol Pablo, algunos endurecían sus corazones y rechazaban el mensaje
de Cristo. No querían reconciliarse con Dios. Retuvieron sus pecados. Otros, dándose cuenta de su necesidad,
y de la veracidad del mensaje que predicó Pablo, se reconciliaron con Dios. Sus pecados fueron perdonados.
No por medio del confesionario, sino por su arrepentimiento y fe en Cristo el Salvador. De esta forma, hoy
día también, nuestros pecados son perdonados o retenidos. Y usted, amigo, ¿qué escoge, el perdón de sus
pecados o la retención de ellos?
Cuentan la historia del último esfuerzo que hizo un sacerdote para traer de nuevo a una señora
moribunda a la Iglesia.18 Le dijo: “Yo he venido para perdonar sus pecados.” En seguida la señora respondió:
“Muéstreme sus manos.” Cuando el sacerdote asombrado le mostró sus manos, la señora le dijo: “Usted no
puede perdonar mis pecados. El que me perdona los pecados tiene las marcas de los clavos en la mano.” El
Señor Jesucristo sí puede perdonar sus pecados, mi amigo. Acuda a él con fe.
Dios en Cristo está siempre dispuesto a perdonar al que se acerca a él con sincero arrepentimiento y
verdadera fe, aun cuando haya vivido en las profundidades del pecado. Cuentan la historia de un joven que
salió de su casa disgustado para vivir su propia vida en algún lugar distante del hogar. No le fue bien. No se
comunicó con sus padres. Después de un largo tiempo reconoció su falta, se dio cuenta de que había ofendido
a sus padres, y decidió regresar a casa. Pero, ¿lo perdonarían? ¿Lo aceptarían otra vez? Al fin les escribió una
carta para pedirles perdón y avisarles que quería regresar a casa. Les dijo que si lo perdonaban y lo recibían
de nuevo, que atasen una tira blanca de tela al árbol cerca de los rieles del ferrocarril, para que al pasar por
ese punto en el tren, si veía la tira blanca, se bajaría del tren en la parada, pero si no, continuaría su viaje.
Estaba muy nervioso durante el viaje del tren, y el pasajero a su lado notó su nerviosismo. Le preguntó la
razón por su aparente excitación. El joven le contó la historia y le dijo: “Estamos llegando a la granja de mi
padre, y tengo miedo. No quiero mirar.” “Bueno”, le dijo su nuevo amigo, “No mire usted, y yo miraré a ver
si han amarrado la tira blanca al árbol.” De repente, le dio un codazo al joven y le dijo excitado: “¡Mire,
mire!” El joven enseguida echó la mirada en la dirección de la granja de su padre. El árbol estaba
completamente cubierto de tiras blancas. Cada rama tenía tiras blancas. Los padres no solamente lo
perdonaron, sino fue tan amplio su perdón que cubrieron el árbol de tiras blancas para que supiera el gran
amor que sentían por él. Así es nuestro Padre Celestial. Cuando nos acercamos a él con arrepentimiento y fe,
y le confesamos nuestros pecados, nos perdona ampliamente, y nos recibe gozosamente.

Hay perdón por la sangre de Jesús.


Hay perdón por su muerte en la Cruz.
Proclamad que hay perdón;
Para todos hay perdón,
Los que acuden al Señor Jesús.

L.M. Roberts

Capítulo 6
DESPUES DE LA MUERTE
¿A dónde vamos cuando nos llega la hora de la muerte? ¡Vaya qué pregunta! Vamos al cementerio.
¿A dónde más, pues? Por supuesto que el cuerpo va al cementerio, donde estará enterrado, para luego, poco a
poco desintegrarse hasta volver a la tierra de que fue formado. Mas no me refiero al cuerpo sino al alma. Es
una preocupación universal saber qué pasa con nosotros después de la muerte. Solamente pensar en la muerte
infunde temor. Echan el cuento de un joven que, al pasar por el cementerio en la oscuridad de la noche, cayó
en una nueva fosa que había sido cavada hacía poco. Procuró salir pero la fosa era demasiada honda y todo su
esfuerzo resultó en vano. Decidió sentarse en un rinconcito de la fosa y esperar el amanecer, cuando de
repente pasó otro joven por el mismo camino, y también cayó en la fosa. El primero lo miró en silencio desde
la oscuridad mientras trataba de subir pero siempre volvía a caer dentro de la fosa y nada podía hacer para
salir. De repente quebró el silencio de la noche al decirle: “Tú no puedes salir de aquí.” El otro joven se
asusto tanto que pegó un brinco y salió. Aunque el cuento es gracioso, nos recuerda que por nuestro camino
nos espera una fosa de la cual no saldremos hasta que Dios mismo nos saque. Pues bien, ¿qué hay después de
la muerte? ¿Qué hay en el más allá? No tenemos ninguna experiencia que revele lo que nos espera cuando
crucemos ese portal misterioso entre la vida y la muerte. Hay muchas opiniones. La reencarnación. Sus
seguidores esperan volver a la vida en otra forma, quizás la de un animal, o la de otra persona. El sueño del
alma. Algunos creen que tanto el alma como el cuerpo duermen hasta el día de la resurrección. ¿Y qué
enseña la Iglesia Católica? Hay un catecismo para niños que contesta de esta forma:

“¿A dónde se va el alma cuando uno se muere? Cuando uno se muere, si


está en gracia de Dios, su alma se va al cielo; y, si tiene pecado mortal, su alma
se va al infierno.”19

Los nombres de los dos lugares mencionados en este artículo del catecismo aparecen muchas veces
en la Biblia: el cielo para los salvados, y el infierno para los condenados. Es de suma importancia saber
quiénes van al cielo, para procurar asegurarnos un puesto en ese lugar tan bendito; y quiénes van al infierno,
para poder evitar ese horrible lugar. En otras palabras, ¿qué hay que hacer para conseguir entrada en las
mansiones gloriosas del cielo y evitar las penas terribles del fuego eterno? Pero vamos a esperar el próximo
capítulo de este libro para escudriñar la enseñanza bíblica en cuanto a la salvación. No cabe duda de que la
Biblia enseña que hay un cielo que ganar y un infierno que evitar.
¿Se concreta la Iglesia en enseñar solamente estos dos destinos del alma? No. También agrega dos
otros lugares para el estado intermediario del alma hasta que alcance el cielo. Son: el Purgatorio y el Limbo,
el Purgatorio para adultos y el Limbo para niños. Parece que recientemente hay una corriente en la Iglesia
que rechaza la enseñanza del Limbo y afirma que el niño no bautizado, siendo que no ha cometido pecados
mortales, pasa directamente a la presencia de Dios. Y creo que tienen razón, porque Cristo dijo:

“Dejen a esos niños y no les impidan que vengan a mí, porque el Reino
de los Cielos es de los que se asemejan a los niños.” Mateo 19,14

Pero, ¿qué de los adultos? Los fieles adultos tienen que pasar un tiempo indeterminado en el
Purgatorio, para la purificación de sus pecados, para prepararse para entrar al cielo, donde según la Biblia:

“...no entrará nada manchado. No. No entrarán los que cometen maldad
y mentira, sino solamente los que están escritos en el Libro de la Vida del
Cordero.” Apocalipsis 21,27

Para poder conseguir la libertad del Purgatorio, se requieren muchas misas y muchos rezos de parte
de los amados que se han quedado aquí en la tierra. Aunque para algunos parece lógica esta enseñanza, para
decirle la verdad, no tiene ninguna base bíblica. Jamás se menciona en la Biblia ni el lugar llamado
Purgatorio ni la posible purificación del pecado después de la muerte. La Biblia nada habla de ese lugar. Y si
la base de nuestra fe es la Palabra de Dios, ¿no es mejor aceptar como cosa segura lo que afirma y enseña,
rechazando las ideas que no se encuentran en ella?
El catecismo para niños tiene toda la razón cuando indica que hay dos lugares eternos del alma: el
cielo y el infierno. Pero sin lugar intermedio. Sin Purgatorio. Sin Limbo. Echemos un vistazo al Evangelio
según Lucas, el capítulo 16, y los versículos 22 y 23. Cristo nos narra la vida y la muerte de dos hombres,
uno rico, sin nombre, y el otro pobre, llamado Lázaro. Veamos lo que dice:

“Pues bien, murió el pobre y fue llevado por los ángeles hasta el cielo
cerca de Abraham. Murió también el rico y lo sepultaron. Estando en el infierno,
en medio de tormentos, el rico levanta los ojos y ve de lejos a Abraham y a
Lázaro cerca de él.”

El rico y el pobre partieron de este mundo hacia la eternidad. El pobre se encontró con suma felici-
dad cerca de Abraham, el amigo de Dios. El rico no tenía la misma suerte. Abrió los ojos en el infierno, en
los tormentos. Nada se habla de un lugar intermediario llamado el Purgatorio. O es el cielo o es el infierno.
Ni más ni menos. Hay muchos otros textos en la Biblia que indican claramente que el salvado pasa
directamente a la presencia de Dios en el día de su muerte. Tomemos, por ejemplo, a dos: 2 Corintios 5,6-8 y
Filipenses 1,21-24.

“Sabemos que mientras vivamos en el cuerpo, estamos aún fuera de


casa, o sea, lejos del Señor; pues caminamos por fe, sin ver todavía. Pero nos
sentimos seguros y nos gustaría más salir de ese cuerpo para ir a vivir junto al
Señor.”

“Cristo es mi vida, y de la misma muerte saco provecho. Pero, si la vida


en este cuerpo me permite aún un trabajo provechoso, ya no sé que escoger.
Estoy apretado por los dos lados. Por una parte siento gran deseo de partir y estar
con Cristo, lo que sería sin duda mucho mejor. Pero a ustedes les es más
provechoso que yo permanezca en esta vida.”

En ambos textos el apóstol Pablo afirma que para el cristiano salir del cuerpo es estar con Cristo.
Directamente a la presencia del Señor. Sin parada intermediaria. Recordemos además que Cristo le prometió
al ladrón penitente que estaría con él en el Paraíso ese mismo día, Lucas 23,43. Si pasó primero al Purgatorio,
su estadía allí fue bien corta. Pero no fue al Purgatorio sino directamente a la presencia del Señor.
Pues bien, ¿qué pasa con el perdido? Ya hemos visto lo que sucedió con el hombre rico. Además, el
autor de la carta a los Hebreos nos advierte que habrá un día de juicio.

“Y puesto que los hombres mueren una sola vez, y después viene para
ellos el juicio.” Hebreos 9,27

Al pasar, quiero agregar que este texto prueba la imposibilidad de la reencarnación, porque todos
morimos “una sola vez”, no muchas veces en diferentes formas, y después entramos en juicio. Volviendo al
tema, Dios abre la cortina del futuro para mostrarnos la escena impresionante de ese espantoso día del juicio
en Apocalipsis 20,11-15. Lea despacio acerca de los eventos de aquel día.

“Después, vi un trono espléndido, muy grande, y al que se sentaba en él,


cuyo aspecto hizo desaparecer el cielo y la tierra sin dejar huellas. Los muertos,
grandes y chicos, estaban de pie ante el trono. Se abrieron unos libros, y después
otro más, el Libro de la Vida. Entonces los muertos fueron juzgados, de acuerdo
con lo que está escrito en los libros, es decir, cada uno según sus obras. El mar
devolvió los muertos que guardaba, y lo mismo la muerte y el Lugar de los
Muertos, y cada uno fue juzgado según sus obras. Entonces la Muerte y el Lugar
de los Muertos fueron arrojados al lago de fuego. En esto consiste la segunda
muerte: el lago de fuego. Todos los que no se hallaron inscritos en el Libro de la
Vida, fueron arrojados al lago de fuego.”

De modo que, según estos textos, primero viene la muerte, y segundo el día del juicio, cuando todos
estarán congregados ante la presencia de Dios. Aunque el grado de castigo varía de acuerdo con las obras de
cada uno, el punto importante para determinar la salvación o perdición de cada uno se encuentra en el Libro
de la Vida. Los que están inscritos en este libro se salvan. Los que no están inscritos se pierden. Pero, ¿qué es
el Libro de la Vida? ¡Eso sí es importante! Determina nuestro destino eterno. Recordemos que Cristo dijo:

“Yo soy el Pan de Vida.” Juan 6,35

“En verdad les digo: El que cree tiene vida eterna.” Juan 6,47

“Yo he venido para que tengan vida y la tengan en abundancia.” Juan


10,10 (B.J.)

“Yo soy la Resurrección. El que cree en mí, aunque muera, vivirá.” Juan
11,25

A este testimonio de los labios de Jesucristo mismo, agregamos las palabras del autor del libro de
Juan.

“Estas han sido escritas para que creáis que Jesús es el Cristo, el Hijo de
Dios, y para que creyendo tengáis vida en su nombre.” Juan 20,31 (B.J.)

El Libro de la Vida es sencillamente el libro de Cristo, donde se registran los nombres de todos sus
verdaderos seguidores, los que creen en él y en su muerte sustitucionaria en la Cruz; es el registro de todos
los que han recibido a Cristo por Salvador. Recibir a Cristo es recibir la vida. Es inscribirse en el Libro de la
Vida en el cielo.

“El que tiene al Hijo, tiene la Vida, el que no tiene al Hijo, no tiene la
Vida.” 1 Juan 5,12

De nuevo, el apóstol Juan en su primera carta afirma:

“Les escribo entonces todas estas cosas para que sepan que tienen la
Vida Eterna todos los que creen en el Nombre del Hijo de Dios.” 1 Juan 5,13
Fíjese en los verbos que usa Juan, “sepan” y “tienen”. Ambos, en el tiempo presente, indican que es
posible saber hoy día que uno tiene Vida Eterna. ¡Cuán importante es depositar toda nuestra confianza y fe en
Cristo para obtener la Vida Eterna!

Capítulo 7
LA SALVACION
La doctrina más importante de toda la Biblia responde a la pregunta más importante de toda la vida:
¿Cómo se consigue la eterna salvación del alma? El carcelero de Filipos hizo la misma pregunta pero en otras
palabras:

“Señores: ¿Qué debo hacer para salvarme?” Hechos 16,30

¡Qué pregunta tan significativa! Su suprema importancia se revela en las palabras del Señor
Jesucristo en Marcos 8,36:

“¿De qué le sirve al hombre ganar el mundo entero si se pierde a sí


mismo? Pues, ¿de dónde sacará con qué rescatarse a sí mismo?’

Gracias a Dios que el hombre no tiene que rescatarse a sí mismo. En efecto, no puede. Y gracias a
Dios que Cristo ya efectuó ese rescate. San Pedro nos revela cómo lo hizo en 1 Pedro 1,18-20.

“No olviden que han sido liberados de la vida inútil que llevaban antes,
igual que sus padres, no con algún rescate material de oro o plata, sino con la
sangre preciosa del Cordero sin mancha ni defecto. Ese es Cristo...”

En el capítulo 4 de este libro alegamos que el sacrificio de Cristo es la base de la salvación. Es que
todos hemos ofendido a Dios con nuestros pecados, y Dios decretó que:

“...el que peque, ése morirá.” Ezequiel 18,4

“Pues el salario del pecado es la muerte; pero el don gratuito de Dios, la


vida eterna en Cristo Jesús Señor nuestro.” Romanos 6,23 (B.J.)

El hombre destinado a la muerte física y eterna, mientras ande en la muerte espiritual, separado de
Dios, necesita de un sustituto, porque le es imposible salvarse a sí mismo. Si paga el precio de su propio
pecado, se muere. Por eso, Dios envió a su Hijo, Jesucristo, quien vivió una vida perfecta, sin pecado, aquí en
el mundo tan lleno de corrupción y pecado, habiendo sido tentado en todo, pero siempre victorioso sobre la
tentación, para que pudiera servir de nuestro sustituto. En la cruenta Cruz del Calvario Dios colocó nuestro
pecado sobre su Hijo, así que Cristo murió en nuestro lugar como nuestro perfecto Sustituto.
Hay una historia, autor desconocido, que ilustra lo que Cristo hizo por nosotros en la Cruz. Una casa
se incendió y se quemó rápidamente. Llegaron los bomberos y lucharon contra las llamas que subían hacia el
cielo. De repente apareció la cara de un muchacho pequeño en una ventana del segundo piso. ¿Quién se
atrevería a salvarlo? Del gentío curioso que se había reunido para presenciar el espectáculo, salió un hombre,
y sin perder tiempo, corrió a la casa. Agarró el tubo del drenaje del techo, y comenzó a subir. El tubo estaba
calientísimo. La gente le gritó palabras de ánimo. Haciendo mucho esfuerzo, el señor llegó a la ventana, tomó
el niño en los brazos, y comenzó a descender lentamente. Deposito el niño en el suelo, sano y salvo, y luego
desapareció. Pero tenía las manos horriblemente quemadas. El único sobreviviente de esa tragedia fue el
niño, así que lo colocaron en el hogar de un ministro por un tiempo, y después lo ofrecieron para la adopción.
Una pareja de clase media decidió adoptarlo, pero de repente apareció otro interesado. Cuando el juez le
preguntó por qué quería adoptar al muchacho, siendo que no era casado, le mostró las manos terriblemente
cicatrizadas, y le hizo recordar la historia de esa tragedia. Ciertamente merecía el privilegio de poder adoptar
al niño, y lo logró, porque había arriesgado su vida por él. Cristo no solamente arriesgó su vida por nosotros,
sino que la entregó por completo. Murió por nosotros. Las heridas en sus manos y sus pies son las evidencias
de su gran amor para con nosotros. Basado en su muerte sustitucionaria, nos ofrece la vida, la vida eterna y la
vida abundante.

Hubo quien por mis culpas muriera en la cruz,


Aún indigno y vil como soy;
Soy feliz, pues su sangre vertió mi Jesús,
Y con ella mis culpas borró.
Mis pecados llevó en la cruz, do murió,
El sublime, el tierno Jesús.
Los desprecios sufrió, y mi alma salvó,
El cambió mis tinieblas en luz.
Es mi anhelo constante a Cristo seguir,
Mi camino su ejemplo marcó;
Y por darme la vida él quiso morir,
En la cruz mi pecado clavó.
Pedro Grado

La gran pregunta es: ¿Cómo conseguimos esa vida, esa salvación? La Iglesia Católica responde a esa
pregunta de la manera siguiente: “No olvidemos: Jesucristo redimió la humanidad por su muerte de Cruz…,
pero con la muerte de Cristo, no estamos automáticamente salvados, ni basta sólo la fe. Hay que trabajar con
amor y temblor por la salvación individual.” (La Fe de Mi Pueblo, por Mons. Constantino Maradei, págs.
179-180). El capítulo siguiente del mismo libro, Artículo 4, lleva por título: “El Bautismo Borra el Pecado.”
Y en seguida expone: “Creemos en un solo Bautismo, instituido por N. S. Jesucristo para el perdón de los
pecados.” Quisiera citar también lo escrito en el catecismo para adultos, intitulado “Dios te Ama” por
Eduardo Boza Masvidal, p. 37, en que el autor hace referencia a las palabras de Cristo a Nicodemo de que es
necesario nacer de nuevo: “Jesús, explicándole un poco más, le dijo: ‘Si no naces otra vez por el agua y el
Espíritu no puedes entrar en el reino de Dios.’ Con estas palabras le estaba hablando del bautismo, que es un
nuevo nacimiento, recibir una vida, que hasta entonces no se tenía, la vida de la Gracia que nos hace hijos de
Dios. El agua, que lava y vivifica, es sólo un signo externo de lo que está sucediendo interiormente por la
virtud del Espíritu Santo.” El autor tiene mucha razón al afirmar que el agua del bautismo es sólo un signo, o
señal como lo identifican en otros escritos, un signo externo de lo que sucede en el interior de la persona.
Realmente un signo nada puede hacer, ni nada hace. Solamente simboliza una obra hecha por otro medio. En
este caso es la obra eficaz del Espíritu Santo en el corazón del que cree en Cristo. Si es así, ¿por qué afirma la
Iglesia que el bautismo borra el pecado, que da el perdón a los pecados? Además, el señor Masvidal agrega
en la página 38: “Pero el bautismo no obra todo esto por arte de magia, sino que exige y supone la fe y la
voluntad de vivir de acuerdo con ella.” Si es que el bautismo exige la fe y la voluntad de vivir de acuerdo con
ella, ¿por qué bautizan a los niños? Ellos no tienen ni fe ni voluntad. No saben lo que está pasando. Son
inocentes. No entienden nada. Es cierto, como agrega la Iglesia, que los padres pueden tener fe y voluntad, y
prometer criar a sus hijos para entregarles esa fe y voluntad, pero cabe la pregunta: ¿No tienen los mismos
niños, al llegar a la edad de la comprensión, algo que hacer con este asunto tan importante? ¿No sería mejor
esperar hasta que sean suficientemente grandes para que escojan ellos mismos el camino de Cristo, y luego
bautizarlos? Especialmente cuando no hay ningún mandamiento bíblico de bautizar a los niños, ni tampoco
un solo ejemplo bíblico del bautismo de un niño. El bautismo de la Biblia fue reservado para los que tienen
suficiente edad y suficiente conocimiento para creer en Cristo como su Salvador.
Ya hemos visto que la doctrina católica acerca de la salvación comienza con el bautismo. Los otros
sacramentos son importantes también, según la Iglesia, porque por medio de ellos se consigue la Gracia. Por
eso es que la Iglesia ha afirmado que fuera de ella no hay salvación, porque se cree el depósito y guardador
de la Gracia de Dios entregada por medio de los sacramentos. Afirma que la fe sola no puede salvar, porque
es hecha viva por medio de los sacramentos, por el amor y la gracia, y por las buenas obras que hay que
hacer con temor y temblor. De nuevo hacemos la pregunta, ¿es ésta la enseñanza de la Biblia en cuanto a la
salvación? Vamos a la Biblia.
El patriarca Abraham fue llamado el Padre de la Fe. Ese gran caudillo de Dios dio comienzo a la
nación de Israel cuando obedeció a Dios para salir de Ur de los Caldeos y caminar a la tierra que Dios le
prometió. Dios le llamó un santo. ¿Pero cómo consiguió la santidad, por obras o por la fe? Veamos lo que
nos dice Dios en Romanos 4,3-7:

“En efecto, ¿qué dice la Escritura? ‘Abraham le creyó a Dios, quien se


lo tomó en cuenta y lo constituyó santo.’ Ahora bien, cuando alguien hace una
obra, no se le entrega su salario como un favor, sino como deuda. Por el
contrario, quien no tiene obras que mostrar, pero cree en el que hace santos a los
pecadores, a ese tal se le toma en cuenta su fe y, como un favor, se le hace santo.
Es así como David felicita al hombre que llega a ser santo por favor de Dios, y
no mediante obras: ‘Felices aquellos a quienes Dios les perdona sus pecados,
olvidando sus ofensas. Feliz el hombre a quien Dios no le toma más en cuenta
sus pecados.”

Creo que el argumento del apóstol Pablo es suficientemente claro, porque es de la vida real. El que
trabaja por otro espera recibir su salario. El salario viene siendo la paga justa por su trabajo. No es regalo.
Pero si uno no ha trabajado y recibe algún dinero, ése sí es un regalo. Es un favor. Es por gracia. Nosotros no
podemos trabajar lo suficiente para merecer la salvación. Nuestras obras están manchadas por nuestro
pecado. Por eso, Dios nos la ofrece a nosotros completamente gratis, sin obra alguna, sino solamente por la fe
en Cristo.
En seguida miremos al mensaje de Pablo a los Efesios.

“Pues habéis sido salvados por la gracia mediante la fe; y esto no viene
de vosotros, sino que es don de Dios; tampoco viene de las obras, para que nadie
se gloríe.” Efesios 2,8-9 (B.J.)

¿Qué le parece? La salvación sin mérito alguno, sin obras algunas. Así dice. Léalo otra vez. Es por la
fe solamente. La palabra “gracia” quiere decir que es gratis. Claro que esta fe que salva produce buenas
obras, según nos indica el versículo 10. Pero las obras nada tienen que ver con la apropiación de la salvación,
sino más bien, son la manifestación de ella. La fe que salva produce buenas obras como resultado natural. Al
carcelero de Filipos que preguntó cuáles eran los requisitos de la salvación, los apóstoles le contestaron:

“Ten fe en el Señor Jesús y te salvarás tú y tu familia.” Hechos 16,31

No le dieron otro requisito, sino solamente la fe. No le hablaron del bautismo, de los sacramentos, ni
de las buenas obras. No le dijeron que tenía que trabajar con temor y temblor para conseguir su salvación. La
fe en Jesucristo es el único requisito para la salvación. En cierta ocasión un hombre vio que muchas personas
entraban y salían de una casita de herramientas, y fue a investigar.20 Adentro estaba el cadáver de un hombre
que habían encontrado al pie de un cerro esa misma mañana. Estaban procurando identificarlo. Al mirar a esa
forma sin vida, el hombre se dio cuenta de que en una mano tenía agarrada una paja larga. Evidentemente el
hombre la agarró desesperadamente, esperando que lo aguantara para que no cayera por el precipicio. Hay
muchas personas hoy día que agarran la paja de las ceremonias religiosas y las buenas obras, esperando
salvarse de la eterna condenación. Son como el apóstol Pablo antes de su conversión a Cristo, cuyo
testimonio de cómo había abandonado esa paja de los propios méritos para poder ganar a Cristo se encuentra
en su carta a los Filipenses.

Porque, hablando de méritos humanos, yo también tendría con qué


sentirme seguro. Si alguno cree que puede confiar en tales cosas, cuánto más lo
puedo yo. Nací de la raza de Israel, de la tribu de Benjamín, y fui circuncidado a
los ocho días. Soy hebreo e hijo de hebreos; con referencia a la Ley, soy fariseo;
mi fanatismo lo demostré persiguiendo a la Iglesia; en cuanto a ser justo de la
manera que dice la ley, fui un hombre irreprochable. Pero, fijándome en Cristo,
todas esas ganancias me parecieron pérdidas. Más aún, todo lo tengo al presente
por pérdida, en comparación con la gran ventaja de conocer a Cristo Jesús, mi
Señor; por su amor acepté perderlo todo y lo considero como basura. Ya no me
importa más que ganar a Cristo y encontrarme en él, desprovisto de todo mérito
o santidad que fuera mío, por haber cumplido la Ley, sino aquel mérito o santi-
dad que es el premio de la fe y que Dios da por medio de la fe en Cristo Jesús.”
Filipenses 3,4-9

Ya vemos que nuestros méritos no nos pueden salvar; son como la paja que agarramos para no caer
por el abismo al Infierno, pero es aquel mérito que Dios da por medio de la fe en Cristo Jesús que nos salva.
Cristo mismo dio una atrayente invitación a la gente de su época, que resuena por todas las edades
hasta el día de hoy, con estas palabras:

“Vengan a mí los que se sienten cargados y agobiados, porque yo los


aliviaré. Carguen con mi yugo y aprendan de mí que soy paciente de corazón y
humilde, y sus almas encontrarán alivio. Pues mi yugo es bueno, y mi carga
liviana.” Mateo 11,28-30

También el Evangelio según Juan contiene unos cuantos textos tan sencillos y claros que nadie
necesita extraviarse o confundirse en cuanto al modo de conseguir la salvación. Voy a citar algunos.

“Tanto amó Dios al mundo que entregó su Hijo Único, para que todo el
que crea en él no se pierda, sino que tenga vida eterna.” Juan 3,16

“El que en el Hijo tiene vida eterna; el que rehúsa creer en el Hijo, no
verá la vida, sino que la cólera de Dios permanece sobre él.” Juan 3,36 (B.J.)

“En verdad les digo: El que escucha mi palabra y cree en el que me ha


enviado, vive de vida eterna; ya no habrá juicio para él, porque ha pasado de la
muerte a la vida.” Juan 5,24

Todos estos versículos de la Biblia, y muchos otros que se encuentran en las páginas del sagrado
libro, nos señalan un factor de suma importancia para la salvación. La fe. El creer. El creer en Cristo como el
sacrificio por nuestros pecados. Y el que cree de verdad, de corazón, recibe la paz con Dios, don de mucha
estima para el alma cargada de pecado. Hay otro elemento que actúa junto con la fe y de modo simultáneo en
la conversión a Cristo. Es el arrepentimiento del pecado. San Pedro dio la siguiente exhortación:

“Arrepiéntanse entonces y conviértanse, para que todos sus pecados


sean borrados.” Hechos 3,19

Arrepentirse es cambiar de actitud hacia el pecado y dar la vuelta. Es reconocer el mal camino en
que cada uno de nosotros anda, darse cuenta de que Cristo murió en la Cruz para pagar el precio de nuestros
pecados, y con verdadero pesar de corazón a causa del pecado de uno, aceptar ese sacrificio de Cristo a favor
de nosotros. Un verdadero arrepentimiento junto con la fe en Cristo resulta en la justificación, o sea el perdón
de pecado, y un cambio de vida. Cristo llamó ese cambio de vida un nuevo o segundo nacimiento. Pablo se
refirió al cambio de vida que resulta de la conversión a Cristo cuando dijo:

“Por tanto, el que está en Cristo, es una nueva creación; pasó lo viejo,
todo es nuevo.” 2 Corintios 5,17 (B.J.)

Esto también es lo que Pablo declaró en su carta a la iglesia de Roma.

“Por la fe, pues, conseguimos esta santidad, y estamos en paz con Dios,
gracias a Cristo Jesús, nuestro Señor.” Romanos 5,1

Hay dos versículos más que quiero citar porque son textos claves, de mucha importancia, en cuanto a
la doctrina de la salvación. El primero es Juan 1,12.

“Pero a todos los que lo recibieron, les concedió ser hijos de Dios: éstos
son los que creen en su Nombre.”
Creer en Cristo es recibirlo, según este texto. Es recibirlo como Salvador. Si yo le ofrezco un regalo,
no es suyo hasta que extienda la mano, y lo reciba. Pudiera rechazarlo. Y nunca sería suyo. Así es la
salvación. Cristo la ofrece como regalo, como don de Dios. Tenemos que creer en él, extender la mano de la
fe, y aceptarla. La fe que salva no es el mero consentimiento del intelecto. No es creer con la cabeza
solamente. Es creer con el corazón. El segundo texto que quiero mostrarle es Apocalipsis 3,20 (B.J.), donde
Cristo presenta esta invitación:

“Mira que estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz, y me abre la


puerta, entraré en su casa y cenaré con él y él conmigo.”

La puerta que Cristo menciona aquí no es la de nuestra casa, sea una mansión lujosa o una choza de
bajareque, sino la puerta del corazón. Cristo le invita a abrirle la puerta de su corazón. El está llamando a esa
puerta, pidiendo entrada. Ábrale la puerta y dígale: “Señor Jesucristo, quiero que entres en mi vida.” Recite la
siguiente oración a Dios desde lo profundo de su corazón, y Cristo entrará en su vida, dándole un nuevo
nacimiento y la salvación eterna, perdonando todos sus pecados, dándole también la paz y la felicidad, y
llegará a ser miembro de la Verdadera Iglesia de Cristo. Dios anotará su nombre en el Libro de la Vida. Si en
verdad ora esta oración, ponga su nombre y la fecha.
“Padre Celestial, reconociendo que te he ofendido con mis pensamientos, palabras y hechos
pecaminosos, estoy sumamente agradecido que Cristo murió por mis pecados, como mi Substituto, en mi
lugar. En este momento solemne abro la puerta de mi corazón para que Cristo entre en mi vida. De todo
corazón me entrego a ti. Perdona mis pecados; límpiame de mi maldad; y entra en mi vida. Acepto a Cristo
como mi Salvador y Señor.
Gracias, Padre, que según tu Palabra, soy ya hijo tuyo por la fe que he puesto en tu Hijo Jesucristo.
De aquí en adelante voy a servirte de todo corazón. Lo pido en el Nombre de Cristo.”
Amén.
Fecha_____________Firma_____________

“Les escribo entonces todas estas cosas para que sepan que tienen la
Vida Eterna todos los que creen en el Nombre del Hijo de Dios.” 1 Juan 5,13

BIBLIOGRAFIA

1. Enciclopedia WORLD BOOK, sección Vaticano.


2. De un escrito en El Universal, periódico de Venezuela, por Ernest Bakker, Ciudad del Vaticano, 1
de octubre de 1985.
3. MI CATECISMO, por Santos Lorenzana, p. 5.
4. EL CATOLICISMO ANTE LA HISTORIA Y LA BIBLIA, por Francisco Fernández Marín,
publicado en la Estrella de la Mañana, Diciembre, 1977, p. 362, y otras referencias.
5. DIOS TE AMA, por Eduardo Masvidal, págs. 9-10.
6. De un escrito intitulado: “The Word of God shall Stand”, por George Sweeting, publicado en la
revista MOODY, Junio, 1978.
7. UN VISTAZO A LA DOCTRINA ROMANA, por Adolfo Robleto, capítulo 6. GENERAL BI-
BLICAL INTRODUCTION, por H.S. Miller, págs. 117-119.
8. Enciclopedia WORLD BOOK, sección Papa.
9. UN VISTAZO A LA DOCTRINA ROMANA, por Adolfo Robleto, págs. 30-31.
10. LA FE DE MI PUEBLO, por Mons. Constantino Maradei, págs. 153-160.
11. DIOS TE AMA, por Eduardo Boza Masvidal, págs 21-22.
12. LA FE DE MI PUEBLO, por Mons. Constantino Maradei, p. 293.
13. MI CATECISMO, por Santos Lorenzana, p. 27.
14. LA FE DE MI PUEBLO, por Mons. Constantino Maradei, págs. 247-250.
15. THE BIBLE AND THE ROMAN CHURCH, por J.C. Macaulay, p. 30.
16. MI CATECISMO, por Santos Lorenzana, págs. 41-43.
17. CATOLICISMO ROMANO, por Francisco Lacueva, p. 180.
18. THE BIBLE AND THE ROMAN CHURCH, por J.C. Macaulay, págs. 63-64.
19. MI CATECISMO, por Santos Lorenzana, p. 15.
20. OUR DAILY BREAD, 3 trimestre de 1986, Viernes, 20 de junio.

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