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Importante

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Sinopsis

El desconocido sentado a mi izquierda no me ha quitado ojo desde que entré en


el bar.
Me invita a una copa y le cuento por qué estoy mimando mi autoestima. Es
implacable en su empeño. Es justo el tipo de atención que una chica necesita
después de dos malas rupturas cuando entra mi ex.
El mismo ex que me dijo que quería explorar el océano después de haberle dado
tres años de mi vida.
El hombre dice que hará el papel de mi falso novio si paso la noche con él.
Promete dar un buen espectáculo a mi ex y poner el listón alto para el próximo
hombre que visite mi cama.
De modo que acepto su oferta.
capítulo 1

Trista

El conductor me deja en el único bar de la ciudad que permite fumar en su


interior.
La ciudad prohibió fumar en la mayoría de los establecimientos dentro y
alrededor de sus locales hace décadas, pero no en el Tío Joe. Se trata de un bar de
moteros independiente que se acogió a la ley de derechos adquiridos, lo que les
exime de la nueva ley. La ciudad no puede hacer nada al respecto. Nunca me he
tragado la historia, pero el local lleva aquí desde los años sesenta haciendo lo que
le da la gana. Esta noche es donde voy a tomar unos chupitos de algo fuerte. Se
supone que Noelle se reunirá conmigo aquí para compadecerse de mí después de
haberme dejado plantada otra vez.
Es la segunda vez en dos semanas que Seth me deja plantada, y supone un golpe
a la autoestima. Debería habérmelo esperado después de la primera vez, pero me
aseguró que no volvería a ocurrir. Insistió en que me arreglara y me llevaría a un
bonito restaurante del centro para compensarme. Llevamos saliendo de forma
casual dos meses, después de conectar en Tipsy's, un sitio web de citas. Me apunté
por mero impulso después que Tim, mi novio desde hace tres años, rompiera
conmigo porque quería explorar a otras mujeres. En aquel momento estaba
destrozada.
Tim juró que no se veía con ninguna otra mujer cuando salía conmigo, que la
ruptura se debía a él y no a mí. Curiosamente, le creí, aunque no por ello dolió
menos. ¿Cómo pasas años con alguien para después decidir que no es lo
suficientemente bueno para ti cuando ni siquiera sabes lo que quieres?
Me sorprendieron sus palabras. Creí que las cosas iban por buen camino entre
nosotros. Nos llevábamos bien. Casi nunca estábamos en desacuerdo. Claro que el
sexo era mediocre, pero ninguna de mis amigas tenía orgasmos alucinantes, así
que supuse que nuestra vida sexual era normal. Supongo que buscaba una
cualidad que yo no poseía, porque terminó conmigo hace poco más de seis meses.
Tim me dejó el apartamento de una habitación que compartíamos, ya que yo
podía permitírmelo, y él se mudó alquilando un loft para él solo. Eso me ayudó
más a mí que a él. Odio mudarme, además me gusta la parte del distrito artístico
en la que vivo y no quiero marcharme. Se puede ir andando al trabajo y está
rodeada de una gran variedad de restaurantes. A Tim no le gustaba especialmente
estar aquí y me lo decía a menudo. Prefería los suburbios. Le dije que era
demasiado joven para eso. Tampoco le gustaba mi trabajo, pero eso es otra historia.
Consternada, me marché despechada.
Y aquí estoy, en el Tío Joe, dispuesta a beber para olvidar mis penas. Estoy un
poco hastiada de los hombres. Estoy dispuesta a tirar la toalla y acabar con toda
esa especie.
Noelle oyó la desesperación en mi voz cuando la llamé para decirle que Seth me
había dejado plantada por última vez. No voy a rogarle a un hombre que se quede
conmigo, sobre todo cuando la relación es aún tan nueva. Me limité a aceptar su
excusa, como hacía siempre, y le deseé suerte. Que te dejen plantada tan cerca de
una ruptura emocional es duro para tu corazón. Mi confianza está un poco rota
después de lo que hizo Tim conmigo.
Observo la entrada del bar tirando del dobladillo de mi minivestido. La mayoría
de la gente de dentro llevará vaqueros y botas. Dudo que nadie, excepto yo, lleve
un vestido de seda verde oscuro con tacones altos a juego que griten 'fóllame'. Esta
noche me he arreglado para Seth. Me peiné con ondas amplias el largo cabello e
incluso me maquillé más de lo normal. La humedad hace que mi cabello tenga un
aspecto salvaje y sensual. Me sentía hermosa y quería que se alegrara de verme.
Quería ser lo único que viera en la sala. Engordé un poco tras la ruptura con Tim,
y ahora todas las prendas de ropa que tengo me ajustan en las costuras. Este
vestido, antes vaporoso, me da nuevas curvas. No puedo decir que no me gusten,
porque me gustan. Me siento sexy. Más femenina.
Entro en la sala abierta, poco iluminada e inundada de humo, y me dirijo a la
barra, con la esperanza de sentarme entre algún tipo rudo que aprecie mi
presencia. Mi mirada escanea la cabecera, buscando un espacio libre donde
meterme, pero mi optimismo se desvanece rápidamente. El único asiento
disponible está junto a un hombre que ya me está observando. Nuestras miradas
se cruzan y mi corazón palpita rápidamente. Va vestido con traje ejecutivo y su
aspecto es pulcro, como si dirigiera un negocio sólido. Está un poco fuera de lugar,
como yo, y es exactamente lo contrario de lo que quiero tener cerca esta noche.
Tim y Seth visten trajes de negocios elegantes. No quiero sentarme junto a alguien
que me recuerde a ellos, pero al parecer así funciona el mundo para mí
últimamente.
Nerviosa, jugueteo con el pequeño bolso que llevo en la mano. Está devorando
la longitud de mi cuerpo como si quisiera darse un festín. La consciencia revolotea
por mi espina dorsal. Quizá me invite a una copa. Una oleada de atracción fluye
entre nosotros y me da un vuelco el estómago. Nuestros ojos vuelven a conectarse
cuando termina de observarme una vez más. Mis mejillas arden bajo su mirada
penetrante mientras camino hacia él. Por fortuna, la sala está iluminada con leds
azules, de lo contrario se me notaría el rojo intenso de mis mejillas.
Dejo caer los brazos a los costados. Tragándome el nudo que se me hace en la
garganta, sigo adelante acortando la distancia. Él acerca el taburete para que me
siente. Le ofrezco una tímida sonrisa al tiempo que me deslizo en él.
Inmediatamente, un camarero calvo coloca una servilleta blanca de cóctel delante
de mí y toma nota de mi pedido. Su camisa vaquera tiene las mangas rasgadas y
el tatuaje de su bíceps tiene la vieja tinta verde que cuesta distinguir después de
cuarenta años.
―Un chupito de tequila ―le digo, y él asiente―. Que sea doble, por favor.
―Tomaré lo mismo que ella ―dice el tipo a mi lado.
Le doy al camarero mi tarjeta de crédito y le indico que comience a abrir una
cuenta. Se da la vuelta y el tipo de mi izquierda se gira mirándome. Me clava la
mirada en un lado de mi rostro. Hago como que no me doy cuenta, pero eso no lo
detiene. Se inclina hacia mí y contengo la respiración.
―¿Te han dado plantón?
Cierro los ojos. El universo me está poniendo a prueba.
No respondo permaneciendo mirando al frente. Lo último que quiero hacer es
contarle mis penas a un desconocido. Ya es vergonzoso de por sí y no quiero hablar
de ello. Pero él no se toma mi silencio como una indirecta.
―Si el atuendo no te ha delatado, lo ha hecho tu bebida.
Muevo la cabeza en señal de derrota.
―¿Es tan obvio? ―pregunto y me giro hacia él. Una comisura de sus labios se
levanta y asiente―. ¿Qué tipo de bebida debería haber pedido si no me hubieran
dejado plantada?
―Un cosmo o una copa de vino. No dos chupitos de puro alcohol. ―Hace una
pausa―. Suena fuerte.
Me fijo en el paquete de cigarrillos mentolados a su izquierda. Puede que
sentarme a su lado no fuera tan malo después de todo. Esperaba poder gorronearle
uno a alguien, ya que no acostumbro a llevarlos. El camarero coloca el líquido
transparente delante de mí y un vasito con gajos de lima, luego hace lo mismo con
el hombre de mi izquierda antes de pasar a atender a otro cliente. El hombre me
ve mirando el paquete y lo levanta. Lo destapa y me ofrece uno. Lo cojo, dándole
las gracias con una sonrisa. Me entrega el mechero y coloco ambos sobre mi
servilleta. Primero quiero mi bebida.
―La vida ha sido dura últimamente ―le digo. Es mi recompensa por el humo.
―Por si te sirve de algo, me complace que te haya dejado plantada. Significa
que podré contemplarte. Al menos lo apreciaré.
Se me forma un nudo en la garganta. Este tipo es bueno.
Recogiendo el vaso de chupito, me pregunto por un momento si he provocado
este encuentro. Por mucho que quiera ser una zorra y maldecir a la población
masculina, el hombre no merece mi ira. Puede que tenga que ver con el hecho
evidente de ser un regalo para la vista.
―Gracias.
Coge su vaso y dice:
―No puedo dejar que bebas sola.
―No lo harás. Mi mejor amiga está de camino ―le digo.
―Bueno, hasta entonces, me tienes a mí.
Una sonrisa tímida tira de las comisuras de mis labios. Sus ojos oscuros
centellean con picardía, y esa mirada me atrae. Levanta su vaso. Levanto el mío y
los chocamos sin decir nada. Los bebemos al mismo tiempo, luego cada uno coge
una rodaja de lima, sin apartar la mirada del otro.
―¿El tipo que te dejó plantada es tu novio? ―pregunta.
Actúa como si hubiese bebido agua; entretanto, mi garganta arde y se me eriza
la piel de los brazos.
―¿Ni siquiera sé tu nombre y me preguntas eso? ¿Siempre eres así de
entrometido?
Chupa la rodaja de lima y luego deja la cáscara en la servilleta.
―No. Normalmente me gusta observar cómo interactúan los demás. Pero
entraste pisando fuerte y tuve que conocerte.
―Suerte la mía ―digo con sarcasmo.
Apoya el codo en la barra y se encuentra con mi mirada.
―Me llamo Leo ―me dice.
Trago saliva.
―Trista.
―Entonces, ¿lo es, Trista?
Estudio a Leo, me gusta cómo me provoca con su tono fingiendo que sus
preguntas son inocentes.
―Hace apenas dos meses que comenzamos a vernos. Voy a cortar por lo sano
con él. No me gusta que me dejen plantada. No lo llamaría novio.
Leo entorna los ojos.
―Una relación tan corta no da para beber chupitos con tu mejor amiga.
Me enderezo ligeramente. No me gusta dejar que me perciban totalmente, y él
me hace sentir así. Me fijo en su pantalón de vestir azul marino y pienso en cómo
moldea sus muslos.
―¿También te han dejado plantado? ―pregunto, desviando la atención de mí.
Leo sonríe como si supiera que intento cambiar de tema.
―Estoy aquí por negocios. Mi socio también, pero ha tenido que irse a casa.
Ahora está de camino al aeropuerto a coger un vuelo nocturno. Necesitaba beber
y comer algo, y este sitio apareció cuando hice una búsqueda en mi móvil.
―¿No eres de aquí?
Leo sacude la cabeza.
―Vivo en Hawái. Me voy mañana por la tarde. ¿Vives aquí?
Enarco el entrecejo y asiento con la cabeza. Ahora estoy intrigada.
―¿A qué te dedicas? ―pregunto.
―Soy restaurador. La gente me contrata para montar su negocio. Mi cliente
quiere llevar el sabor de la isla al centro de la ciudad. Va a abrir un restaurante
antes de Nochevieja. Estoy aquí haciendo negocios en su nombre.
Cojo el cigarrillo y me llevo el filtro a la boca. Leo ya tiene el mechero en la mano
y la llama encendida para mí.
―Año Nuevo es este mes. ―Doy una calada y aguanto un momento antes de
exhalar―. ¿Dónde te alojas?
―En el Four Seasons ―me dice.
―Lujoso.
Leo se encoge de hombros.
―No me quejo. Mi cliente lo paga. No hay nada malo en vivir lujosamente.
El camarero vuelve sobre sus pasos y señalándonos a ambos con el dedo.
―¿Queréis algo más?
Leo pide dos chupitos más. Esta vez corren de su cuenta.
―¿En qué parte del centro está el restaurante? ¿En qué calle? ―pregunto
curiosamente.
―Lake Shore Drive ―me dice, y reacciono―. ¿Lo conoces? ―pregunta al ver
mi reacción.
―Perfectamente. Trabajo en la calle de al lado. Estoy rediseñando una manzana
de escaparates para las fiestas. ¿Así que volverás a Chicago, ya que solo faltan un
par de semanas para la inauguración?
Leo asiente.
―Quizá nos volvamos a encontrar.
Mi mirada se cruza con la suya sin pestañear. Siento cosquillas en la parte baja
del estómago.
―Serendipia 1 . ―Sonrío―. Hay mucha gente en la ciudad. ¿Crees en la
casualidad? ―digo, coqueteando un poco.
―Creo que todo es posible ―dice Leo.
―Brindemos por ello ―digo levantando el vaso de chupito y sosteniendo una
lima en la otra mano.
Nos miramos y mi corazón comienza a palpitar de nuevo. Chocamos los vasos
y nos bebemos nuestros tragos. Me lloran los ojos y parpadeo rápidamente por el
fuerte alcohol. Muerdo la lima y agradezco la acidez al tragarla.
Dejo el vaso vacío sobre la barra.
―El chico con el que salí durante tres años decidió que quería explorar el
océano. ―Hago una pausa para lamerme los labios y decido ir al grano―. Y luego
me da plantón este otro chico. Esa es la verdadera razón por la que estoy aquí.
―Uy. Menos mal que he pedido otra ronda ―dice Leo―. Ha sido un golpe tras
otro para ti.

1 Una serendipia es un descubrimiento o un hallazgo afortunado e inesperado que se produce cuando se


está buscando otra cosa distinta. También puede referirse a la habilidad de un sujeto para reconocer que
ha hecho un descubrimiento importante aunque no tenga relación con lo que busca.
capítulo 2

Trista

No se equivoca.
Vierto la rodaja de lima en el vaso de chupito y lo alejo. Me sorprende estar
divulgando tanta información, así que cojo el móvil y compruebo dónde está
Noelle. Le envío un mensaje rápido.
―Qué cliché total soy esta noche ―digo. Aunque no estoy triste por ello. Estoy
en modo rebote―. Me han dejado y necesito emborracharme.
―Es la clásica historia ―dice negando con la cabeza, pero siguiéndome la
corriente.
Mi sonrisa se amplía. Me gusta cómo responde, como si fuera un rito de
iniciación. Suena mi teléfono y lo cojo. Lo abro, leo el mensaje de Noelle y me
desinflo. Su coche no arranca y necesita que lo remolque la grúa antes que el
depósito cierre durante el fin de semana. Le ofrezco ayuda, pero me dice que me
tome una copa y le mande un mensaje cuando llegue a casa. Guardo el móvil justo
cuando el camarero trae la siguiente ronda de chupitos.
Leo desliza cautelosamente un vaso de chupito hacia mí.
―A juzgar por tu cara, yo diría que hay más novedades de mierda.
―Mi mejor amiga ahora no puede venir.
Cojo el chupito como lo que es y lo estudio. Una serie de acontecimientos de
mierda y desafortunados. Caigo en un ataque de risa preguntándome cómo puede
ser esta mi suerte en este momento. La nicotina combinada con el alcohol hace que
ya me sienta un poco achispada. Miro a Leo. Me hace sonrojar.
―Me alegra que hayas pedido esto. Es como si lo supieras. ―bromeo,
esperando que me entienda.
La rodilla de Leo rebota entre nosotros. Parpadea y nuestras copas vuelven a
chocar. No aparta sus ojos de los míos. Es una sensación íntima, como si me
estuviera desnudando. Muerdo un gajo de lima y lo dejo sobre la servilleta blanca.
Me ruborizo. Exhalo y me giro hacia Leo.
―Ahora que conoces mi vida amorosa, ¿qué hay de ti? ―pregunto―. ¿Estás
casado?
Me arrepiento al instante de mi pregunta. Quería desviar la atención de mí, y
estúpidamente le pregunto por su estado civil. Es como una pregunta de entrada
para más.
Sin embargo, al mirarle, no puedo negar que no me interesa, ni sentirme mal por
preguntar. Leo es tan condenadamente atractivo. Tiene esa atracción serena y
seductora que percibo en el centro de mi pecho. Me siento atraída por él. Aunque
no sé si me atrevería a hacer algo después de todo el rechazo que he sufrido
últimamente.
―No, no lo estoy. No salgo con nadie.
―Probablemente mientas ―le digo, y sus hombros rebotan al reírse de mi
respuesta. Busco su mano izquierda―. ¿Qué? Probablemente lo estés haciendo.
―Trista, la odia-hombres. ―Se burla de mí.
Sonrío y admito sin remordimientos la verdad.
―Esta noche odio a los hombres. ¿Pero acaso puedes culparme?
Su mirada recorre mi rostro.
―No, no te culpo. Pero no todos los hombres son así. Que tu ex se marchara es
una bendición disfrazada. Quieres estar al lado de alguien consciente que no existe
nadie más aparte de ti. No encontrará lo que busca. Los de su tipo nunca están
satisfechos.
Necesito ir más despacio. El fuego de los chupitos me está calentando las venas
y me hace sentir aún más achispada. Doy una calada más al cigarrillo y le ofrezco
el resto a Leo. Se inclina hacia mí y aspiro su fragancia picante. Leo se lleva el
cigarrillo a la boca y coloca los labios justo donde yo había puesto los míos. Me
mira por encima de las brasas de la punta. Suena música por los altavoces de fondo
y veo que se está montando un grupo. Me percato que el viernes por la noche hay
música en directo. La expectación me hace sonreír. Me encanta escuchar música
en directo.
―¿Cómo piensas regresar a casa esta noche? ¿Tu amiga? ―pregunta Leo.
Sacudo la cabeza y le devuelvo la mirada.
―En taxi. Al menos sé que no me defraudarán.
Una mueca curva una comisura de sus labios. El humor ácido es lo que surge
cuando estoy atravesando situaciones. No todo el mundo lo entiende, pero a Leo
no parece molestarle.
Leo levanta dos dedos hacia el camarero y pide otra ronda. Iba a ir más despacio,
pero a la mierda. Me gusta el estado en el que estoy flotando. No voy a conducir
y, de todos modos, Leo es una buena compañía ahora mismo.
―¿Sabes qué necesitas? ―pregunta Leo, apagando el cigarrillo.
―Estoy deseando oírlo.
Se inclina hacia mí susurrándome al oído.
―Un buen polvo duro. Un polvo de una noche sin compromiso ni ataduras.
Mis ojos se agrandan y mis labios se entreabren al tiempo que una risita sale de
mi boca. Leo es el hombre más atrevido que he conocido en mi vida. Me echo hacia
atrás y me invade la timidez. Mis mejillas se encienden enardecidas. No pestañea
al observarme, y eso hace que me arda el pecho por la tensión.
―Obviamente. Pero no soy de las que tienen un rollo de una noche.
―Mierda. ―Inclina la cabeza hacia mí con curiosidad―. Todo el mundo lo es.
¿Por qué eres tú la única excepción? ―Su mirada me recorre y me devora.
―Los extraños no tienen la química que tienen los amantes. El sexo apenas se
realiza al cincuenta por ciento. No está mal, pero no es lo suficientemente
alucinante como para que lo haga a menudo. Cuando hay una relación seria, la
sensación es distinta. Entonces lo deseo a menudo.
El tequila me está haciendo divagar, pero no me detengo.
―¿Es que ya no se siente atraído por mí? ¿Es eso?
―Seguro que no eres tú ―dice Leo rápidamente. Se inclina hacia mí y siento un
cosquilleo en la nuca por su proximidad―. No puedo apartar los ojos de ti, Trista.
Me sentí atraído por ti desde el momento en que entraste.
Deja que un desconocido haga aflorar mis emociones. Cojo el cuarto chupito y
le paso el otro a Leo. Después de este, voy a tomarme un descanso. Ya estoy pasada
de copas y me siento muy bien. Quiero asegurarme que parte de mi sentido común
permanece intacto.
―La relación no tiene por qué ser seria para que el sexo siente bien ―me dice,
bajando la voz. Me produce un cosquilleo en la espalda―. Tal vez solo estés
encontrando a inútiles. No todo el mundo sabe cómo tratar el cuerpo de una mujer.
Su insinuación es alta y clara. La tentación sabe deliciosa. Leo quiere que sepa
que sabe cómo complacer a una mujer. Hace tanto tiempo que no flirteo realmente
con nadie que he olvidado lo que se siente.
Levanto el chupito y digo:
―Hay que encontrar un semental.
Golpeo el vaso vacío contra la barra y sacudo la cabeza, haciéndole saber que
necesito un descanso.
Una fresca ráfaga de viento me recorre la espalda. Echo un vistazo por encima
del hombro y veo quién entra por la puerta principal. Me quedo boquiabierta. No
esperaba ver a nadie conocido aquí esta noche. Frunzo el ceño, preguntándome si
estoy borracha, cuando descubro que no lo estoy. Cierro los ojos, me giro y rezo
para que no se haya fijado en mí. Percibo que Leo me observa durante un largo
segundo antes de volverse para mirar a la entrada.
¿Por qué demonios está Tim aquí? No pensé que este fuera precisamente su
ambiente. La última vez que lo vi fue el día que se mudó.
―Tu vida amorosa es fascinante. ¿Quién es ese?
Exhalando un suspiro apretado, digo secamente.
―El explorador de océanos.
Leo suelta una carcajada. Levanto los ojos hacia los suyos y le dedico una media
sonrisa.
―Viene hacia aquí ―me dice Leo sin mover la boca.
―Por supuesto que sí ―murmuro en voz baja.
―En realidad, no hay más taburetes vacíos. El local se está llenando. Van a
sentarse en el otro extremo de la barra.
El estómago se me contrae.
―¿Ellos?
―Al parecer tiene una cita ―me dice Leo, e intento no reaccionar demasiado
ante la noticia. Me mira y hace una pausa―. Esta noche estabas destinada a
sentarte a mi lado. Voy a ser tu compinche.
Mis cejas se fruncen cuando oigo pronunciar mi nombre.
―¿Trista?
Mierda.
Esto significa que Tim sí me ha visto. Ahora no tengo otra opción que dirigirme
a él. Debo ser la ex novia por excelencia que no puede tomarse un respiro tras
haber sido abandonada repetidamente.
Respiro hondo y me invento una falsa alegría.
―Tim ―digo, haciéndome la sorprendida―. Hola. Ah, ¿cómo estás?
Reconozco que se me acelera el corazón y empiezo a sentir pánico. Tim me
recorre con la mirada. Lanzo una mirada fugaz a la mujer a su lado. Es guapísima
naturalmente, y pizpireta. Me sorprende que Tim tenga una cita y yo no consiga
ninguna. Empiezo a cuestionarme seriamente mis capacidades.
―Pensé que eras tú cuando entré. Tienes buen aspecto. Realmente bueno.
Aplano los labios en una fina sonrisa.
―Gracias.
¿Se supone que tengo que decir tú también? Porque no quiero hacerle
cumplidos. Después de todo, es el tipo que me dejó para ir a buscar algo mejor.
Todavía estoy resentida.
―Estás tan elegante ―comienza, y mi estómago se desploma.
Leo me susurra al oído para que le siga el juego antes de acercarse por detrás.
―Soy Leo, el novio de Trista ―me dice, y no puedo evitar que la expresión de
asombro invada mi rostro. Leo extiende la mano para estrechar la de Tim. Un calor
florece en el puente de mi nariz. Incluso me arde el cuello. Tim me mira extrañado
y luego estrecha la mano de Leo.
Esto es lo que Leo quería decir cuando dijo que sería mi compinche.
Va a hacer el papel de mi novio.
Miro el perfil lateral de Leo. Al menos no será difícil fingir que lo encuentro
atractivo, porque ya lo hago.
―Mucho gusto ―dice Tim vacilante.
Leo vuelve a sentarse y me pone la palma de la mano en la cadera
cariñosamente.
―Teníamos reserva para cenar, pero el restaurante estaba lleno. Decidimos
pasar de comer y venir aquí a tomar unas copas.
Tim asiente y traslada a su acompañante a los asientos libres.
Me vuelvo hacia Leo y le digo:
―Gracias. ―Él asiente comprensivo. Doy gracias a Tim por no saber la verdad.
Me haría sentir aún más hundida.
Sin pensarlo, me inclino hacia delante para darle un beso a Leo como
agradecimiento. Sus labios están frescos y su sabor es ácido, lo que consigue
hacerme ver demasiado tarde lo que estoy haciendo. Intento apartarme, pero él no
me deja. Leo acaricia mi nuca y junta nuestros labios. Deja el espacio suficiente
para introducir su lengua en mi boca y enredarla con la mía. La lujuria se agolpa
en mi coño y mi cuerpo se ilumina de deseo. Tan rápido como comienza, se acaba.
Leo desliza otro chupito y lo tomo sin vacilar. Se ríe en voz baja. Arde al bajar y
lo agradezco.
―¿Quieres compartir un cigarrillo? ―pregunta.
Asiento inmediatamente. Después que mi ex entrara en el Tío Joe y yo besara a
Leo, el tequila no parece suficientemente fuerte para la ocasión.
―Si no te van los rollos de una noche, apuesto a que tampoco te besas en la
primera cita ―me dice Leo.
capítulo 3

Trista

La pregunta de Leo me hace cuestionarme a mí misma.


Estuve con Tim tres años. Antes de eso, estuve en la universidad y eso no contó.
Entonces todo el mundo follaba con todo el mundo.
No estoy segura sobre lo que no hago durante las citas. ¿Me gustaban los rollos
de una noche y los besos? ¿O no? Inclinándome más, giro todo mi cuerpo para
mirarle.
―No estoy segura de saber qué hacer en las citas. Tim fue mi primer novio de
verdad, y acabamos saliendo por casualidad de la universidad.
Un cigarrillo cuelga entre sus labios. Leo aprieta el extremo para encenderlo y
luego da una calada. Le sobresalen venas por la columna del cuello. Me hace
preguntarme cuántos años tiene.
Exhalando, Leo dice ―Aún no sabes lo que te gusta.
Se me hace un nudo en la garganta. Me está leyendo como a un libro, y no sé si
me gusta. Trago saliva y sacudo sutilmente la cabeza. Este desconocido me tiene
aturdida y mareada.
―No deja de mirarte ―me dice, y da una calada al cigarrillo antes de pasármelo.
Me encojo de hombros, y el desánimo me invade. El tequila me está afectando
emocionalmente y me hace decir más de lo que probablemente debería.
―Puede mirar todo lo que quiera. ―Doy una calada y le devuelvo el
cigarrillo―. Nunca será lo mismo con él, incluso si no doliera mi corazón.
―Si él quisiera que volvieras, ¿irías?
No. Es lo primero que pienso, y eso me sorprende. Independientemente de cómo
haya llorado nuestra relación, lo cierto es que no podría volver a estar con Tim.
Encontrarme con él lo confirma. Mi corazón no siente lo mismo sobre él. Ahora
siento algo distinto por él. Estoy dolida. Quería ver si había algo mejor ahí fuera
cuando yo debería ser lo mejor de su vida.
―No, no creo que pudiera. ―Esta noche está comenzando a sentirse como una
revelación. Me encuentro con los ojos de Leo―. Eres un buen sustituto de mejor
amiga, ¿sabes? Como si hubiera ido a terapia para mejores amigas. Me siento un
poco aliviada.
Leo da una calada al cigarrillo y me lo entrega.
―Quédate conmigo esta noche. Vuelve conmigo a la habitación del hotel y, a
cambio, haré de novio atento delante de Tim. Haré que se arrepienta de su
decisión.
Me quedo boquiabierta. Leo ni pestañea.
Estas cosas solo pasan en las películas.
El corazón me late más deprisa y me entran ganas de aceptar su oferta. Esto es
lo que necesito, ¿verdad? Una aventura caliente y sucia de una noche. Y
demostrarle a Tim que soy más que suficiente.
Tendré que enviar a Noelle mi ubicación si voy.
―¿Qué dices? ―pregunta.
Me muerdo el labio. Una parte de mí quiere poner celoso a Tim. Quiero
enseñarle lo que se está perdiendo. Después de todo, soy una mujer despechada.
―¿Por qué? ―pregunto―. ¿Por qué hacerlo?
―¿Por qué no? ―responde él―. Será una noche llena de acontecimientos, y los
dos sacaremos algo de ella. Ninguno de los dos tiene planes. Yo me voy mañana a
Hawái. Es la perfecta aventura de una noche sin compromiso.
Mi pecho se estremece tentador. Me pregunto si Leo ha pensado alguna vez en
estudiar Derecho con lo persistente que es.
Se inclina hacia mí bajando la voz y me dice: ―Déjame ser tu primera aventura
de una noche y así tendrás algo con lo que comparar las demás.
El calor sube a mis mejillas. Intento no apartar la mirada.
―¿Vas a poner el listón alto?
Leo se acerca a mí y siento el calor de su cuerpo junto al mío. Me gusta la
sensación tentadora. Hace que mi pecho arda de deseo.
―Quédate conmigo y descúbrelo.
―Ni siquiera sé cuántos años tienes.
―La edad es solo un número. Los dos somos mayores de edad y consentimos,
y eso es lo único que importa. ―Mira por encima de mi cabeza rápidamente y
luego vuelve a bajar hacia mí―. La cita de Tim acaba de marcharse. Supongo que
para ir al baño. Voy al baño de hombres. Si Tim viene aquí y habla contigo
mientras estoy fuera, te vienes conmigo. ―Mira por encima de mi cabeza―. Haré
de novio falso de cualquier manera. Toma tu decisión rápidamente.
Es instantánea.
―Lo haré.
―El tiempo comienza ya.
Sus ojos se clavan en los míos con promesas que piensa cumplir. Leo se inclina
y besa la parte superior de mi frente antes de alejarse.
Participando en esta farsa, miro hacia delante y actúo como si mi ex no estuviera
en el bar. Dudo que Tim me hable. Le hago señas al camarero y pido un
combinado.
―Me alegra verte, Trista ―me dice Tim.
Me vuelvo hacia un lado mientras Tim se desliza en el taburete vacío que hay
junto a mí. Me contempla, prácticamente sin dejar de hablar. Ha tardado diez
segundos enteros en comprometerse, lo que me sorprende, ya que está aquí con
una cita. La verdad es que no pensaba que hablaríamos a solas.
El camarero me pone la bebida delante y le doy un sorbo.
Sonrío amistosamente a Tim antes de responderle.
―A ti también.
―No puedo apartar los ojos de ti ―admite―. Tienes un aspecto diferente. Lo
que sea que hayas hecho, te está funcionando.
Aprieto los labios. Se llama comer por estrés emocional. Sin embargo, no voy a
decírselo. Entonces tendría que admitir cuánto he engordado, y eso no va a ocurrir.
―No sabía que tuvieras un ojo vago. ¿Qué opina tu novia?
―No es mi novia. Solo es una amiga con la que salgo de copas. Nunca me he
acostado con ella. ―Tomo otro sorbo de mi bebida, sorprendentemente
indiferente―. Sabes, estaba pensando en llamarte. Echo de menos tenerte cerca.
Estaba pensando que quizá podríamos tomar un café o cenar alguna vez.
Entonces, ¿por qué no lo has hecho? quiero preguntar, pero no lo hago. La mirada
acalorada de Tim desciende hasta mi boca y no me produce el mismo efecto que
la de Leo.
Interesante.
―Estoy saliendo con Leo ―digo, siguiéndole la corriente―. No creo que deba
tomar café contigo.
―No tiene por qué saberlo.
Mis ojos se agrandan y mi mandíbula cae. A pesar de la falsedad de la relación,
la ira se enciende en mi interior. Su sentido del derecho me hace enfurecer. ¿Era
así con otras mujeres mientras salíamos? No estoy segura de querer saberlo.
―Leo es mi novio ―reitero.
―No creí que pasarías página tan rápido ―me dice, y no puedo creer que acabe
de decir eso. Menudo descaro tiene.
―¿Creías que me colaría por ti a sus espaldas? ―pregunto.
Tim me mira boquiabierto.
―Sí, lo pensé. Soy yo ―dice con arrogancia, como si fuera obvio―. Nuestra
ruptura aún está en las primeras fases. Las reglas son diferentes. Tenemos mucha
historia. Pensaba que podríamos hablar las cosas.
Hace una semana, diablos, ayer, habría dicho que sí, pero ese hombre misterioso
llamado Leo apareció en mi mundo y cambió las cosas. Ahora la respuesta es no.
―No puedo ―le digo―. Me parece engañoso. Como si estuviera siendo infiel.
―¿Dónde lo conociste tan rápido? ―pregunta Tim, y agradezco que Leo me
haya dicho por qué está en Chicago.
―No es que sea asunto tuyo, pero está abriendo un restaurante para un cliente
en el centro. Estaba almorzando en el mismo sitio que yo, y congeniamos.
Tim me estudia, y rezo para que no se dé cuenta que estoy mintiendo.
―¿Me llamarás al menos? ¿Podemos comenzar por ahí? ―suplica.
Estoy a punto de pasar al siguiente nivel cuando aparece Leo. Me rodea la
cintura con un posesivo brazo, hundiendo la nariz en mi cuello.
―Me parece que eres toda mía ―susurra para que solo yo lo oiga. Mis pezones
se endurecen bajo el vestido. Menos mal que no puede verlos. Tim parece
incómodo mirando.
―¿Estás haciendo compañía a Trista, Tim? ―le pregunta Leo. No me quita la
mano de encima cuando se sienta, atrayéndome hacia su regazo. En cierto modo
me gusta.
―Nos estamos poniendo al día. Tenemos mucha historia entre nosotros.
Hay una pausa, y es incómoda.
―Sabes, necesito ir al baño ahora que has vuelto ―le digo, aprovechando para
tomarme un respiro de la extraña tensión―. Todos esos chupitos de tequila me
están afectando. ¿Quieres pedir uno más y luego nos vamos?
Leo asiente. La cita de Tim vuelve y se une a nosotros. Me señala el lavabo de
señoras. Casi corro hacia allí y hago mis necesidades inmediatamente en el
pequeño cuarto de baño. Tengo que idear una estrategia para salir. No es que
intente escapar al hotel de Leo todavía, pero necesito alejarme de Tim. Quizá Leo
quiera ir a otro bar. O a comer algo. Estoy bastante bebida y me vendrían bien unos
carbohidratos.
Mientras me seco las manos, la puerta se abre de golpe y entra Leo. Es alto y sus
hombros son anchos. Llena su camisa de vestir de modo que no le queda espacio
para respirar.
―¿Qué haces aquí? ―susurro.
Me clavo los dientes en el labio inferior esperando ver cuál es su próximo
movimiento.
capítulo 4

Leo

Cuando Trista entró por primera vez en el bar, me sentí atraído por ella como
un oso hacia la miel.
Es la mujer más hermosa que he visto nunca. Me cautivó. Me dejó sin aliento.
Imagina mi suerte cuando se sentó a mi lado. Comencé a sudar. Los latidos de
mi corazón bombeaban contra mis costillas. Mi polla cobró vida y sentí una
extraña tensión en el estómago.
Vine a este bar de mala muerte por casualidad, después que mi compañero
tuviera una emergencia familiar y tuviera que salir volando. Aunque el Tío Joe no
es el tipo de local en el que suelo emborracharme, no vine aquí para hacer amigos.
Lo único que quería era una copa y quizá algo de comer. Lo último que esperaba
era encontrar una mujer para esta noche con el aspecto de Trista.
Sus ojos verdes me recuerdan a los de alguien triste en verano. Les falta esa
chispa. Ella me hace querer devolverles la vida. Y su cuerpo, joder, camina con un
cuerpo que debería ser alabado. Su cabello rubio está encrespado y alborotado, y
su boca respingona es francamente adorable.
Entonces apareció su ex, lanzando una bola curva a la mezcla. Se la comió viva
con los ojos, y no pude soportar verlo. Después de lo que me contó Trista, no se la
merece. Así que, tras unos tragos de valor líquido, le pido que se quede esta noche.
Quiere una aventura caliente y sucia de una noche. Tengo lo que ella busca.
Convenzo a Trista para que me deje actuar como su novio. Aunque no parecía que
necesitara mucho convencimiento. Le enseñaré a su ex lo que ha perdido. Viniendo
de un hombre, sé que se arrepiente de su decisión por la forma en que la mira.
Entro en el baño en el momento en que Trista se lava las manos. Se sobresalta al
verme. Cierro y atranco la puerta, doy media vuelta y me dirijo hacia donde está
ella. No me gustó la forma en que el pequeño Timmy me habló en el bar,
insinuando gilipolleces, así que voy a comerme a Trista hasta que apenas pueda
andar. Cuando vea lo sonrojada que está, pensará que me la he follado en el baño.
Trista retrocede hasta que la empujo contra la pared con mi cuerpo. Mis caderas
presionan su abdomen terso. Acaricio el lateral de su cuello e inclino su cabeza
hacia atrás, girando mis caderas contra las suyas para que sienta lo duro que estoy
por ella.
―Quería que tomara café con él y no te lo dijera.
―Quería que le engañaras ―afirmo. Para un hombre es obvio lo que busca―.
Suena como si se arrepintiera de su decisión.
Las comisuras de sus labios se levantan solo un poco.
―¿Dónde cree que estás ahora?
―No sabe que me fui. Su cita estaba hablando con él cuando me fui.
La siento tragar saliva bajo mi mano. Mi mirada se posa en su boca y decido que
ya está bien de hablar. Deslizo los labios sobre los suyos y ella se abre de
inmediato, permitiéndome deslizar la lengua en su interior y enredarla con la
suya. El deseo recorre mi espalda. Ella me devuelve las caricias con la misma
intensidad y eso me excita aún más. Trista envuelve mis hombros con sus brazos
profundizando el beso. Se desata la pasión entre nosotros. Estoy impaciente por
llevarla a mi habitación y poder tomarme mi tiempo con ella.
Mis manos rozan sus costados y su redondeado trasero. Gimo ante su suavidad.
Tiene dos globitos aquí detrás que no había visto hasta que se alejó. Mi lengua
estuvo a punto de soltarse cuando dobló la esquina y desapareció. Los miraba
rebotar a cada paso que daba, fantaseando cómo se sentiría mi lengua entre ellos.
Presiono los dedos contra su suavidad y gimo en su boca. Es como sostener una
almohada en la que estoy deseando enterrar la cabeza. Trista restriega su coñito
contra mí. Apuesto a que se correría muy rápido al contacto de mis dedos, ya que,
por lo que me ha contado, hace meses que no practica sexo. Introduce la mano
entre nuestros cuerpos y acaricia mi polla por encima de mi pantalón. Mis caderas
presionan su mano y mi polla se hincha de felicidad.
Trista suelta un ronroneo felino, enroscando los dedos alrededor de mi punta.
Aprieta y siseo. Una descarga lujuriosa se dispara directamente a mis pelotas.
Separándose del beso, me mira con ojos brillantes. Trista se lame los labios. Estoy
deseando sentir esos labios alrededor de mi polla. Sabe que estoy a punto de
volverme adicto, y eso me preocupa.
―Súbete el vestido ―le digo, respirando agitadamente―. Y abre las piernas.
Normalmente, dejaría que la mujer me la chupara antes de follármela, pero
como Trista se viene conmigo, tenemos toda la noche para eso. Ahora mismo, solo
quiero probarla, y no me iré sin ello. Cuando acabe con ella, me preguntará si
puede chuparme la polla como agradecimiento.
Trista aprieta el ceñido vestido entre sus puños y se lo sube hasta colocárselo en
la cintura. Se me hace la boca agua ante el sexy espectáculo que tengo delante y
trago grueso de necesidad. Es toda ella carnosidad y densidad. Quiero perderme
en sus curvas. Lleva ropa interior negra de encaje y medias hasta el muslo a juego.
―Déjate las medias puestas. Quítate las bragas y sal de ellas.
Mi voz es baja y gutural, aunque ella no me cuestiona. Apenas el material toca
el suelo, caigo de rodillas. Me mira con los ojos muy abiertos. Trista estira la mano,
pero yo le agarro las dos muñecas y se las sujeto a los lados del cuerpo. La miro
fijamente.
―¿Qué haces? ―susurra.
―Me aseguro que sabes que te vendrás conmigo.
Me inclino hacia delante y beso su coñito, metiendo la lengua entre sus labios.
Su espalda se arquea y suelta un gemido largo y profundo. Se retuerce contra mi
cara sin poder hacer nada más que sentir mi lengua en su clítoris. Su tensión contra
mí se disipa y su postura se amplía milagrosamente. Lo hago de nuevo, esta vez
acariciando más entre los labios de su coño, inclinando ahora las caderas en mi
dirección. Sonrío para mis adentros, orgulloso de haber conseguido todo con una
sola caricia. Soltándole las muñecas, froto toda su abertura y ella se agita contra
mi cara. Está resbaladiza y jugosa.
Tiro de sus labios hinchados hacia atrás con las yemas de los pulgares y la lamo
hasta dejarla limpia. El baño retumba con el sonido que hace mi boca al sorberla.
Voy a por todas y sus muslos tiemblan. Gotea por mi barbilla y frota su coño sobre
mi barba incipiente. Ya está a punto de llegar al orgasmo. Trista me sujeta la cabeza
y me aprieta contra ella. Me encanta cuando una mujer toma el control así. Como
si supiera exactamente lo que quiere y me utilizara para conseguirlo. Mi polla es
como una piedra pendiendo dolorosamente entre mis piernas.
―Leo. ―jadea.
Mi nombre es un susurro en sus labios.
Tarareo mi respuesta con la boca succionada alrededor de su clítoris. Trista
inhala. Aprovechando su humedad, me unto el dedo índice y lo introduzco
lentamente en su entrada. Las paredes de su coño están calientes y suaves como
almohadas, como un sueño adolescente. Me muero de ganas de estar dentro de
ella. Antes de hacerle sentir demasiado placer, aparto los labios de su clítoris y
levanto la mirada. Se queda boquiabierta.
―¿Qué? ¿Qué estás haciendo? ―pregunta jadeando.
―¿Echando de menos mi boca? ―le pregunto mientras le introduzco un dedo.
Se queda boquiabierta. Asiente rápidamente. Su coño está tan cerca de mi rostro
que puedo oler su placer. Saco el dedo, lo vuelvo a meter y lo enrosco para
presionar su pared.
―Cuando termine de devorarte, pediremos la cuenta y nos iremos.
―Sí ―me dice, asintiendo. Y eso es suficiente para mí.
Vuelvo a sumergirme entre sus piernas y succiono con fuerza alrededor de su
clítoris. Le doy un beso con lengua en su coñito y extraigo cada gramo de placer
de su cuerpo hasta que cae al borde del abismo. Sus piernas tiemblan. Trista gira
sobre mi boca mientras le follo el coño con los dedos y succiono el orgasmo de su
clítoris. Suelta un gemido gutural y explota sobre mi lengua. Introduce los dedos
en mi cabello y tira de las hebras. Levanto la vista para observarla y veo el contorno
duro de sus pezones. Su respiración se estabiliza y entonces suelta mi cabello.
Vuelvo a apoyarme sobre mis rodillas, me separo de su coño y me encuentro
respirando con dificultad. Está goteando por la cara interna del muslo. Sin
pensarlo, la limpio con los dedos y luego los lamo. Ella me mira.
―¡Vaya! ―es todo lo que dice―. Joder.
Trista intenta bajarse el vestido, pero no tiene fuerzas. La ayudo hasta que está
suficientemente vestida para salir.
―¿Puedes alcanzarme esas? ―pregunta jadeando.
Introduzco la mano entre ambos, cojo sus bragas, notando una mancha de
humedad en ellas. Las hago una bola y me las meto en el bolsillo, sonriendo para
mis adentros. Es la prueba evidente que se excitó conmigo.
―Será mejor que no las vendas por dinero ―me dice.
De pie, me inclino hacia ella para comprobar si me besa después de habérmela
devorado. Como no se mueve ni se inmuta, acorto la distancia y le doy un
profundo beso.
Ella lo acepta todo.
―Voy a follarme tus bragas cuando regrese a casa ―le digo contra su boca.
―Entonces será mejor que me des algo tuyo antes de irte para que yo pueda
hacer lo mismo.
Se me escapa un gruñido bajo. Rodeo la cintura de Trista con el brazo y la atraigo
hacia mí. Nos ponemos delante del espejo y Trista nota el rubor de sus mejillas y
lo hinchados que tiene los labios. Incluso su pecho tiene un toque enrojecido.
Observo cómo mueve la garganta y luego se cruza con mi mirada en el espejo. Se
gira e intenta arreglarme el cabello revuelto. Hace un minuto me lo estaba
arrancando de la cabeza. La dejo hacer, mirándola a los ojos. Hay una quietud en
ella que me atrae.
―Siento que debería darte las gracias ―me dice, con la respiración entrecortada.
―Lo harás más tarde, cuando volvamos a mi habitación.
Trista suelta sus brazos y la llevo de la mano. Desbloqueo la puerta y regreso
hacia la sala principal. Doblamos una esquina que lleva al lugar donde antes
estábamos sentados. El pequeño Timmy nos nota inmediatamente y se sienta más
erguido. Tiene el ceño fruncido y curioso. Nos mira a los dos con desconfianza.
Espero que la mujer con la que está no sea su novia. Ha mostrado su atención a
todo lo que hay en la sala menos a ella. Si Trista se da cuenta, no da a entender que
lo hace. Parece estar en su propio mundo. Mis ojos se encuentran con los de Timmy
durante un breve instante, y puedo saborear el odio que siente por mí simplemente
porque tengo algo que él desea. Llevo su coño en mi boca, y estoy convencido que
él puede notarlo.
El número de personas en el bar ha aumentado, y se está volviendo sofocante.
Es el momento perfecto para salir.
Levanto el brazo para llamar la atención del camarero. Solicito que añadan lo
suyo a mi cuenta y a continuación exijo la cuenta.
Mi vuelo sale dentro de diez horas. Quiero pasar nueve de ellas dentro de Trista.
Echo un vistazo a Trista. Le brillan los ojos. Está sentada en el taburete y
apoyada en la barra, estudiándome.
―Me siento como si acabara de recuperar el aliento ―dice Trista.
capítulo 5

Leo

—Bien, porque lo vas a necesitar ―le digo, y ella sacude la cabeza―. ¿Qué
ocurre?
―Nunca he hecho nada así ―me dice acercándose a mi oído―. Siento como si
mi cuerpo tarareara. A no ser que sea el tequila.
La sonrisa de mi cara crece. Una sombra se mueve en el rabillo de mi ojo. Miro
por encima del hombro de Trista y veo a su ex caminando hacia nosotros. Mis ojos
se achican hasta convertirse en ranuras. Timmy me ha visto pedir la cuenta hace
un momento, así que debe saber que nos vamos. Me pregunto si no intentará
lanzarse otra vez sobre ella.
―Se acerca ―digo en voz baja.
Trista se levanta y mueve nerviosamente el cabello por detrás del hombro.
Timmy se detiene a su lado cuando el camarero me entrega la cuenta. Coloco la
tarjeta de crédito en el portapapeles sin leer el total y luego me inclino más hacia
Trista. Ella se ve obligada a darme la espalda. Intento escuchar lo que dicen, pero
el bar está muy ruidoso, y puedo apostar a que Timmy está actuando a propósito
silencioso y furtivamente. Saco el móvil y envío un mensaje rápido a mi chófer
para avisarle que estoy preparado para que me recoja. Así nos estará esperando
fuera cuando salgamos.
―Cariño ―digo, firmando con mi nombre en el recibo. Dejo el bolígrafo en la
barra―. ¿Estás lista para irte?
Trista me mira y asiente.
―Sí.
Me sale lujurioso.
―¿Mi casa o la tuya? ―pregunto.
Sus ojos parpadean.
―La tuya.
Aunque estemos metidos en el papel, me doy cuenta que le gusta que la llamase
'cariño'. Sus pestañas caen sobre sus mejillas y aparta la mirada para recoger su
bolso. Timmy me mira fijamente. Su abrasadora mirada hace un agujero en un
lado de mi mejilla, pero no le presto atención. Tengo tres hermanas. Me miran peor
que nadie que conozca. Si no convenciera a Trista para que corriera en dirección
contraria a Timmy después de cómo la ha tratado, me matarían mientras duermo.
Así que, ¿por qué no llevarla directamente a mi cama?
Timmy se inclina para darle un abrazo a Trista, y yo me pongo al rojo vivo.
Necesito toda mi fuerza interior para no echarme hacia atrás y darle un puñetazo
en la cara. Me recuerdo a mí mismo que se trata de una relación falsa, y no voy a
comenzar una pelea de bar en honor a eso. Aunque no por ello deja de cabrearme.
Se está buscando problemas con ese sentido del derecho. Tiene que apartar las
manos de lo que no es suyo. Tal y como yo lo veo, la tiró a la basura. La basura de
un hombre es el tesoro de otro.
Doy un tirón de su cintura, y no hace falta mucho para apartar a Trista.
―Gracias ―susurra una vez que salimos por la puerta doble.
Mi chófer está exactamente donde sabía que estaría. Me ve caminando hacia el
Land Rover negro y se baja para abrir la puerta. Hago que Trista se adelante para
que entre primero. Luego camino hacia el otro lado y subo, dando las gracias a mi
conductor. Nos alejamos y levanto la mampara para tener intimidad. Mi hotel está
a la vuelta de la esquina, así que no tardaremos mucho en llegar.
―Quería romperle el cuello cuando te puso las manos encima.
―Lo sé. Podía sentir la tensión que irradiaba tu cuerpo.
La miro con el ceño fruncido.
―¿Podías? ―Ella asiente―. Sabía que no te gustaría. Me recuerdas un poco al
típico tipo machista y posesivo. Intenté apartarme, pero me abrazó con más fuerza.
Me alegré mucho cuando me preguntaste si estaba preparada para irme.
No se equivoca al decir que soy ese tipo de hombre.
―Mi mujer es mía. No quiero que nadie la toque. Tampoco es por inseguridad.
Es por respeto. ―Hago una pausa―. No respeta a los demás.
Trista se vuelve hacia mí. Sus rodillas tocan las mías cuando doblamos una
esquina.
―Sabes, cuando hablaba conmigo antes de irnos, me di cuenta que nunca me
hizo sentir en tres años lo que tú me hiciste sentir en dos minutos en aquel baño.
Ni de cerca.
Mis cejas se levantan.
―Eso significa que nunca llegó a experimentarte como yo acabo de hacerlo. Lo
siento por él.
Trista se desliza más cerca de mí. Se inclina para capturar mis labios con los
suyos, acoge mi miembro y me frota suavemente con la mano la polla, masajeando
al mismo tiempo mi grueso saco. Separo los muslos para darle más acceso.
―Cuanto mejor se sienta mi pareja, mejor será el sexo ―le digo―. Hazme sentir
bien y verás cómo te follo hasta llevarte a otro estado mental.
Trista se estremece, y me agrada el efecto que tengo sobre ella. A ciegas, conduce
mi mano hacia su pecho para tocar su pezón. Estoy impaciente por tener mi boca
en ellos. Me han provocado toda la noche. Trista tiene los pechos grandes, y me
encantan los pezones gordos. Espero que ella los tenga. Quiero chuparlos mientras
me la follo. Si tuviera que adivinar su talla de copa, diría que es una de esas letras
más grandes, como E o H o algo así.
―Te voy a arrancar este vestido ―le digo. Se me van a poner los huevos azules
cuando consiga desnudarla.
―Tampoco me han arrancado nunca la ropa ―me dice seductora.
Le dirijo una mirada que promete que haré eso y más.
¡Gracias, Dios por haber llegado! El Land Rover se detiene frente al Four
Seasons. Salimos del coche y entramos en la suite del ático en cuestión de minutos.
Trista contempla los ventanales que dan a la ciudad. Es una habitación
sofisticada, pero me encanta. Hay un balcón con jacuzzi, un cuarto de baño con
spa y un dormitorio principal con cama de matrimonio. Se quita los tacones al
caminar. Antes de poder bajarse la cremallera del vestido, me acerco por detrás y
alargando la mano hacia delante introduzco los dedos por la parte superior del
vestido. Con el pecho pegado a su espalda, doy un buen tirón, arrancando el
vestido de su cuerpo. Jadea. La tela cae en un montoncito a sus pies. Mis labios se
entreabren ante su belleza. Acaricio sus pechos y froto mi polla palpitante contra
su culito, debatiéndome entre la necesidad de estar dentro de ella y la de prolongar
el placer.
―Te compraré uno nuevo ―le digo mientras acribillo su cuello a besos. Huele
tan bien que quiero morderla.
―No me importa el vestido.
Mordisqueo su cuello con los dientes y lo acaricio con la lengua. Retuerzo sus
pezones entre mis dedos, haciendo que recueste la cabeza en mi pecho. Trista
extiende su mano hacia atrás y agarra cualquier parte de mi cuerpo que pueda
tocar. Mi polla se hincha aún más. Estoy impaciente por estar dentro de ella. Noto
en la forma en que me agarra lo mucho que me desea, y eso hace aflorar un lado
dominante en mí. Cuando le dije que los rollos de una noche pueden ser
exactamente así, me refería a que solo funciona cuando dos personas tienen la
misma hambre.
Afortunadamente, la tenemos.
―¿Tienes condones? ―pregunto. No quiero esperar ni un minuto más para
estar en su coño.
―Uno ―me dice sin aliento.
―Tengo tres. Puedo follarte cuatro veces antes que me dejes. ―Ronronea ante
mi respuesta, y una risita sale de sus labios―. ¿Qué tiene tanta gracia?
―¿Vas a correrte cuatro veces en una noche? ―pregunta incrédula―. Creo que
nunca he llegado al orgasmo tantas veces en una noche.
Ella no puede ver la sonrisa que se extiende por mi rostro. Presiono contra el
lateral de su cuello y la beso. Trista no sabe con quién está tratando. Considero el
sexo un deporte. Si no tuviera que volver a Hawái, la tendría encerrada en el hotel
todo el fin de semana conmigo y me correría tantas veces que perdería la cuenta.
No sé mucho sobre ella, pero lo que sí sé es que es el tipo de mujer en la que puedo
perderme.
―¿Es eso un reto, cariño? ―pregunto, rodeándola con mis brazos―. Ya he
hecho correrte una vez.
Respira hondo y se gira para mirarme. Trista me rodea los hombros con los
brazos y se inclina hacia mí. Sus enormes pechos me presionan el pecho como
globos. Me mira seductora, y lo único que puedo pensar es que estoy jodido.
―Esta noche es una noche de primeras veces para mí. Veamos lo que tienes,
campeón.
Se despierta el animal que hay en mí. Voy a arruinársela a cualquier otro tío con
el que folle después de mí.
―Quítame la ropa ―le digo. Sus manos vuelan inmediatamente a mi
cinturón―. Buena chica. Quiero que me desnudes y luego te pongas de rodillas.
Trista se lame los labios, moviéndose rápidamente. Noto su piel erizada por sus
brazos. Me alegra que no le repugne la idea de chupármela. No a todas las mujeres
les gusta hacerlo.
Una vez que me quita el pantalón, se acerca a los botones de la camisa y me
desnuda en un abrir y cerrar de ojos. Alargo la mano hacia ella, pero me coge de
la muñeca, haciendo que la siga como un cachorro perdido. Estoy a punto de
cuestionarla cuando nos detenemos frente al ventanal abierto. Se arrodilla,
colocando sus manos sobre mis muslos. Contemplo la ciudad. Anoche me perdí
en el centelleante horizonte.
Miro a esta hermosa chica y acaricio su mandíbula. Abre la boca y me toma de
una sola vez. Su lengua envuelve mi pene cubriéndolo como si fuera una manta
caliente. Me recorre un escalofrío por la espalda. Mi polla se hincha de deseo.
Trista succiona sus labios haciéndome una mamada perversa que hace rechinar
mis muelas. Me la chupa como si eso la hiciera feliz. Si pone tanto empeño en una
mamada, estoy deseando ver cómo se sentirá cuando esté entre sus piernas.
Cojo uno de los paquetitos y lo abro con los dientes. Tengo los huevos apretados
y doloridos. Podemos tomarnos las otras sesiones de sexo con más calma, pero
ahora necesito estar dentro de ella.
Trista se retira y me coloco el condón. Tengo la polla muy dura. Me mira con
ojos tiernos, caminando hacia atrás sobre sus manos y pies. La miro como a una
presa, siguiéndola a cada paso que doy. Se detiene sobre la alfombra, quedando
boca arriba. Trista suelta un suspiro dejando que sus piernas se abran,
exponiéndose a mí.
Caigo de rodillas y me arrastro por su cuerpo. Le doy una buena lamida a su
coño porque no puedo pasar sin hacerlo, y después me vuelvo a colocar de
rodillas. Mi mano recorre el interior de su muslo, enamorado de ella. No recuerdo
ningún momento en que haya estado tan voraz por una mujer.
Palmeo mi polla y paso la punta por su coño para lubricarla.
―Quiero oírte ―le digo. Trista asiente. Los sonidos que emite me indican lo que
debo hacer. Necesito saber lo que le gusta y lo que no.
Presiono la punta contra su entrada y empujo hasta que la corona está dentro.
Sus tiernos labios rosados están abultados e hinchados. Tiro de ellos hacia atrás
con los pulgares y veo cómo su coño se traga mi polla. No puedo apartar los ojos
de ella mientras me absorbe por completo. Suelto un largo gemido y clavo los
dedos en sus muslos. Joder, qué bien sienta. Me retiro y vuelvo a introducirme un
par de veces para que se adapte. Trista levanta los brazos por encima de la cabeza.
Suelta un sensual suspiro, y me encanta cómo suena. Sus pezones se endurecen
cuando le acaricio el clítoris. Bombeo mis caderas contra las suyas con pequeñas y
rápidas embestidas. Trista comienza a jadear. Quiero llevarla al borde del abismo
para destrozarla como un animal y follarla duro. Los talones de sus pies se clavan
en mi trasero.
―Bésame ―susurra.
capítulo 6

Leo

Me dejo caer sobre ella para encontrar sus labios.


Devoro su beso y empujo mis caderas hacia las suyas con una necesidad
desesperada que no puedo detener. Trista sube una pierna por encima de mi
cadera y se encuentra conmigo empujando. Frota su clítoris contra mi montículo,
y yo choco contra ella cuando lo hace. Jadea cuando llego a ese punto y se derrite
debajo de mí. El placer que se apodera de mi cuerpo es intenso. Es eléctrico y
adictivo, y durante un fugaz segundo, eso me preocupa.
Trista forcejea en mi agarre. Sujeto sus muñecas al suelo por encima de su
cabeza. Está encerrada debajo de mí y no puede escapar. Se contonea, pero sigo
penetrando en su cálido coño.
―Leo ―me dice contra mis labios―. Quiero que me folles más fuerte.
Mis ojos se abren y descubro que ella ya me está mirando. En el fondo, me gusta
cuando a una mujer le gusta el sexo un poco más duro. Me excita. Aunque no
muchas lo hacen. El sexo misionero tipo vainilla es su sabor favorito. No lo odio,
pero no es mi preferido.
Agarro los labios de Trista y aporreo dentro de ella, golpeando mis muslos
contra su trasero. Su espalda se arquea, pero no aflojo. Los sonidos que hacemos
son inconfundibles. Si alguien nos oyera, sabría que dos personas están follando
como conejos.
El deseo flota en mi interior, y la chispa de un orgasmo florece en mis pelotas.
Gimo y procedo a follarme a Trista un poco más duro.
―Oh, joder, Trist… ―digo a borbotones.
No puedo terminar de decir su nombre. El placer me golpea como si fuera el
karma por lo que le estoy haciendo.
―Vas a hacer que me corra ―susurra―. Oh, oh, oh. Oh, sí.
Me provoca otro escalofrío. Trabajo su coño, haciendo rodar mi polla dentro de
ella con destreza. Está tan resbaladiza y húmeda que me ahogo en ella. Sus labios
se entreabren y emite pequeños sonidos de placer mientras palpita alrededor de
mi polla.
―¿Ya está? ―pregunto con voz baja y gutural. Mi polla palpita mientras me
burlo de ella―. ¿Eso es todo?
Trista frota su cuerpo contra el mío, retorciéndose de deseo. Asiente con la
cabeza.
―Haz que me corra, Leo ―jadea, y vuelve a decir―, haz que me corra.
Me abalanzo sobre su clítoris y su cuerpo se contrae. Le brillan los ojos cuando
vuelvo a hacerlo. En cuanto siento que su coño se aprieta repetidamente a mi
alrededor, sus ojos se cierran y sé que se va a correr. Trista grita de placer. Sus
besos me dejan hambriento. Bombeo dentro de ella y me corro inmediatamente.
No puedo evitar que mis caderas golpeen las suyas. Trista trabaja su dulce coño
sobre mí, y me corro tan fuerte que no reconozco los sonidos que salen de mí. Este
orgasmo se convierte fácilmente en uno de los mejores que he tenido nunca.
―Joder ―gimo―. Joder, Trista.
Suelto sus muñecas y me apoyo en los codos. Ella envuelve mis hombros con
sus brazos y me pasa las manos por la espalda.
―Tenía tantas ganas de tocarte ―me dice―. Quería sentir cómo me follabas.
Un gruñido vibra en mi pecho.
―¿Por qué no me lo dijiste? Te habría soltado.
Ella traga saliva y sacude la cabeza. Se ruboriza.
―Me gustaba lo que me estabas haciendo y no quise pararlo.
Me inclino y beso sus labios.
―La próxima vez.
Me siento y me quito el condón, luego me levanto para tirarlo. Pero aún no he
terminado con ella. Cojo unos cuantos condones más, vuelvo al salón y le hago
señas para que se acerque a mí. Hay una chimenea falsa a un lado de la sala y una
vista del horizonte al otro. Cojo la mano de Trista y la subo a mi regazo en la chaise
longue.
Nuestras piernas se entrecruzan. Le acaricio las nalgas y la aprieto contra mi
polla semidura. Qué no daría por sentirla de verdad. Trista jadea cuando mi muslo
presiona su clítoris. Está empapada. Quiero hacer que se corra otra vez, y ahora es
el mejor momento para hacerlo mientras aún está aletargada por el placer.
―Quiero sentir cómo te corres sobre mí de esta manera ―le digo, e impulso mi
muslo contra su coño―. Utilízame para sentirte bien. Verte llegar así al orgasmo
hará que vuelva a follarte.
Ella se echa hacia atrás.
―¿Quieres decir que te use como una almohada?
Asiento con la cabeza, sintiendo cómo el deseo ardiente se enrosca en mi pecho.
Contemplar el orgasmo de una mujer me produce un auténtico placer.
―Cuanto más me uses, más dura se me pondrá la polla.
―Dime lo que te gusta ―me dice. Trista no se contiene y se coloca. Su rodilla
empuja mis pelotas, y se siente bien cuando se mece contra mí.
―La forma en que tu cuerpo sexy se mueve sobre mí. Cómo puedo sentir cada
parte de tu coño abierto y húmedo. Cómo goteas por mi muslo. Como aprietas las
piernas para que me sienta bien.
Ella busca mi polla. Sus dedos envuelven mi anchura y su pulgar se desliza por
el precum perlado en la punta.
Me besa el cuello.
―Te gusta esto, ¿cierto?
―Joder, sí.
Trista me agarra la polla un poco más fuerte. Aprieto los dientes, intentando
contener el placer que me produce. Me llevo uno de sus pezones a la boca y lamo
la parte rosada. Ella gime y su coño se empapa. Se desliza por todo mi muslo
mientras me utiliza para su propio placer. Me doy cuenta que está cerca por los
pequeños gemidos que hace y lo fuerte que aprieta mi polla. Mi erección no ha
tardado mucho en volver. De hecho, ha vuelto antes de lo habitual. Utilizo la
lengua para jugar con su pezón hasta que se retuerce sobre mí sin poder
contenerse. Arrastra su clítoris arriba y abajo por mi muslo.
―Eso es. Vente para mí ―le digo. Flexiono mi muslo y ella se deshace.
Trista me besa el cuello y se lleva la piel a la boca. Chupa con fuerza, y no me
extrañaría que me dejara un chupetón.
―Eso es. Buena chica. ―Succiona mi cuello con más fuerza ante el cariñito. Lo
vuelvo a decir para ver qué hace, y esta vez se aprieta contra mi muslo. Lo vuelvo
a decir y ella suelta un jadeo y luego suspira. Le doy una palmada en el culo y se
acurruca contra mí.
Le empuño la nuca y retuerzo su cabello hasta tensarlo.
―No dejas de sorprenderme ―le digo cuando termina su orgasmo―. Buena
chica te pone, ¿eh?
Se encoge de hombros.
―No sabía que me gustaba hasta que lo has dicho. ―Hace una pausa―. Nunca
nadie me había llamado así. Me produce un cosquilleo por todas partes.
Se aferra a mí como un monito araña. Podría devorarla todos los días y seguiría
teniendo hambre de más. Ya estoy deseando volver a estar dentro de ella. Nunca
había llamado a nadie buena chica antes que a ella, y eso hizo que mi polla
palpitara lujuriosamente.
―Coge el condón y pónmelo ―le digo. Trista me escucha y lo hace rodar por
mi eje, luego me mira para dar el siguiente paso―. Ven aquí. Quiero que me
montes.
Trista se sienta a horcajadas sobre mí. Se pone de rodillas y coloca mi polla en
su entrada. Inspira y mis manos encuentran sus caderas. Me muero de ganas de
estar dentro de ella.
―Ve despacio ―me dice―. Eres el tío más grande con el que he estado nunca.
Tardaré un minuto en adaptarme a ti en esta posición.
Hago exactamente lo que me pide. Trista se hunde y su espalda se endereza. Es
un ángulo más profundo en el que puedo sentir la parte posterior de su coño. Le
duele recibir todo de mí así, pero aun así lo hace. Cada vez que la empujo, sus tetas
me presionan el pecho. Me cabalga lentamente y creamos un flujo constante de
fricción. A medida que aumenta nuestra velocidad, el deseo arde entre nosotros.
Saboreo la sensación de su cuerpo sobre el mío. Le agarro con fuerza las nalgas y
clavo las uñas en su piel. Esta mujer tiene un cuerpo para morirse. ¿Cómo podría
el pequeño Timmy renunciar a esto?
Separo sus nalgas y presiono con un dedo su agujerito. Trista me cabalga más
deprisa, así que empujo con más fuerza. Sus pechos rebotan en mi cara y sus jadeos
se convierten en gemidos. Sus piernas descienden por los lados, apoyando los pies
en el suelo. Comienza a follarme más rápido, más fuerte. Se agarra al respaldo de
la butaca y me monta como un caballo. Murmura para sí misma, tirándome del
cabello. Es como una gatita en celo.
―Maldita sea. Me follas tan bien. Fóllame más fuerte, Trista. Coge esta polla
como una buena chica y fóllame.
―Ahhh ―gime.
Vamos a dejar una marca húmeda en esta butaca de la cantidad de placer
goteando entre nosotros.
―Muéstrame cuánto deseas mi polla. Fóllame como me deseas.
Trista casi se derrite sobre mí. Su coño está empapado. Mientras ella puede estar
descubriendo sus primeras cosas esta noche, yo acabo de descubrir una sobre mí
mismo. Me gusta usar nombres cariñosos con Trista. Nunca había sentido el
impulso de utilizarlos con otros ligues. Pero con ella, hay algo que llena mi polla
de euforia.
Le rodeo las caderas con un brazo y le agarro la nuca con la otra mano. Bombeo
dentro de su tierno coño y la follo duro. Ella rebota en mi regazo, pidiendo más.
Justo cuando está al borde del abismo, le digo:
―Sé una niña buena y haz que me corra.
Y lo hace. Explotamos juntos en feliz armonía, con un orgasmo tan fuerte que
nos aferramos el uno al otro como si nos fuera la vida en ello. Tengo miedo de ver
si el preservativo se ha roto de tanto disparar dentro de él. Nunca antes había
ordenado a una mujer que me follara, ni que me hiciera correr, y joder, como que
me gusta.
―Joder, Leo.
Suelta una risita áspera. Está húmeda de sudar y nuestros cuerpos se pegan.
Trista se mueve despacio una vez que baja el subidón del orgasmo. Pero no puedo
apartar mis manos de ella, y ya quiero más.
―Vas a reorganizar todo mi interior.
Esta vez me rio realmente.
―¿No es ese el objetivo? ―Ella se incorpora y el placer rezuma entre nosotros―.
Levántate un momento ―le digo―. Tengo que quitarme este condón.
Trista se levanta sobre unas temblorosas piernas y se sienta a mi lado. Me quito
rápidamente el preservativo y busco uno nuevo. Voy a la otra habitación, lo tiro y
me dirijo al minibar. Cojo cuatro botellas de licor en miniatura y se las llevo a
Trista.
―Creo que necesito descansar un poco. Ahora mismo estoy dolorida y sensible
―me dice.
Sacudo la cabeza y le doy dos botellas.
―No hay descanso para los malvados. Siéntate en mi regazo y mira hacia
delante. Deja que te haga sentir bien.
capítulo 7

Leo

Me mira como si fuera un lunático. Puede que lo sea un poco.


Me siento y me pongo frente a ella. Le quito el tapón e inicio un brindis.
Tomamos un trago juntos y luego hacemos otro.
―Te ofrecería un cigarrillo, pero entonces tendrías que salir al balcón. Ahí fuera
hace como cuatro o cinco grados más la sensación térmica.
―Con un chupito tendré suficiente.
Sentado, abro las piernas y deslizo el látex por mi erección. No me he ablandado.
―¿En serio? ―me pregunta incrédula.
―Sí. Ahora ven aquí y siéntate sobre mí. Tengo una idea.
Sorprendentemente, hace lo que le pido.
―Pensaba que ibas a decir que no.
―No todos los días un desconocido sacude tu mundo y quiere darte más de él.
Mi estómago se tensa. Me gusta que quiera seguir.
Le ordeno que mire hacia delante. Inclinándome hacia atrás, escupo en mi mano
y la froto en su coño. Trista me introduce en ella lentamente, como antes. Me doy
cuenta que está dolorida, así que no la machaco demasiado. Se hunde hasta el
fondo y luego respira hondo. Ambos gemimos al mismo tiempo. Tiro de ella hacia
atrás y le ordeno que se tumbe sobre mí con mi polla dentro. Exhala y se relaja.
―No tienes que moverte ―le digo―. Solo quiero sentirte.
Mis dedos frotan suavemente su clítoris. Cuanto más suave, mejor, sobre todo
después de los orgasmos que ya ha tenido seguidos. Arrastro los dedos y bajo
hasta su entrada. Sus piernas están dobladas sobre las mías. Me balanceo
lentamente dentro de ella, pero apenas me muevo. La fricción hace que nuestros
deseos se aferren el uno al otro. Mi dedo se desliza por la fina piel que se extiende
alrededor de mi polla. Palmeo el interior de sus muslos y masajeo cerca de su coño.
―No me sacio de ti ―susurro. El corazón se me acelera en el pecho. Me
pregunto si ella puede sentirlo―. Podría sentarme aquí y no moverme con mi
polla dentro de ti y estar duro todo el puto día. Eso es lo que me haces.
Beso su hombro y acaricio sus pechos, rozando sus pezones. Ella aprieta los
muslos. Vuelvo a meter la mano entre nuestros cuerpos y encuentro su clítoris. La
forma en que me deja tocarlo estimula mi necesidad de ella.
―No te muevas. Túmbate aquí y deja que juegue contigo. ―Gira la cabeza para
mirarme y me agacho para darle un beso rápido―. ¿Crees que puedes correrte sin
moverte si te froto el clítoris?
―Estoy dispuesta a intentarlo ―me dice con voz deseosa―. Me siento tan llena
en este ángulo.
Beso su cuello y me muevo dolorosamente despacio, meciéndome en su coño
mientras froto el espacio entre su clítoris y su abertura, hacia delante y hacia atrás.
Sisea maravillosamente y vuelve a apretar. Su coño siempre la delata. Paso las
piernas por encima de las suyas y las enredo de forma que queden apretadas
contra el sofá y ella no pueda escapar. Trista está a mi merced. Le paso un brazo
por encima del pecho y el otro en diagonal para acariciar su clítoris y sujetarla
mientras sigo meciéndola. Beso detrás de su oreja y atraigo su lóbulo hacia mi
boca. Gotea por los lados de mi polla cuanto más me acerco a su clítoris. Froto tres
dedos contra su coño y ella gime de placer.
―Joder, Leo. Esto es una tortura. ―Noto cómo sus dientes aprietan su labio
inferior.
―Tu coño me va a arruinar ―le digo―. Daría lo que fuera por probarte todos
los días.
Y lo haría. Ahora entiendo por qué algunos hombres pagan por sexo cuando se
siente así de bien. Ella me deja hacer lo que quiero y también disfruta.
―Me estás tomando el pelo. Frótame más rápido o tendré que comenzar a
follarte. Quiero correrme.
―Voy a hacer que te corras así, luego te inclinarás hacia delante y te pondrás de
rodillas y dejarás que te folle así.
Ella asiente. Apuesto a que podría haberle dicho que iba a follarle el culo y ella
habría aceptado.
La froto más rápido, rodeando su clítoris y llevándola más arriba. Su coño se
contrae alrededor de mi polla y sus piernas se tensan contra las mías. La retengo
para que no pueda moverse. Sus gemidos son eróticos y se suceden cada vez más
seguidos. Mi polla la llena, bombeando dentro de ella lentamente. Sus caderas no
se mueven mientras nos llevo a los dos al éxtasis.
La acaricio cerca de la abertura con dos dedos.
―Oh, Leo. Justo ahí. Sigue haciéndolo.
Deja escapar pequeños resoplidos. Su pecho sube y baja rápidamente.
―Oh, joder, justo ahí.
Trista vuelve a explotar a mi alrededor. El orgasmo la sacude con tanta fuerza
que se estremece. Se retuerce en mi abrazo, con la respiración agitada y áspera. Su
coño palpita implacable alrededor de mi polla. Un líquido transparente se filtra de
ella y gotea sobre mis muslos.
―Me alegro que no vivas cerca de mí ―me dice―. Querría que me follaras así
todos los días.
La cubro con cada parte de mi cuerpo y la abrazo a mí. Sus fluidos corporales
pintan mi piel. El tequila debe estar afectándome esta noche porque quiero poseer
y quedarme con cada parte de Trista. Nuestra química sexual es ardiente. Es muy
buena. No es frecuente encontrar esto.
―Mi turno ―susurro―. Excepto que quiero que te inclines sobre el costado de
la cama.
Inhala profundamente, y me doy cuenta que el orgasmo la ha dejado exhausta.
―Yo te llevaré ―le digo. Dada mi altura, la cama es el mejor ángulo para
nosotros.
Me separo de Trista y la recojo rápidamente en mis brazos. Mi erección se
balancea entre nosotros mientras camino hacia el dormitorio. La cama con dosel
está elevada, así que juega a mi favor.
―No voy a poder andar cuando acabemos ―me dice.
―Sería el mejor cumplido ―le digo.
Coloco a Trista recostada y pellizco su mandíbula entre el dedo índice y el
pulgar. Tirando de su barbilla hacia la mía, le meto la lengua en la boca y la beso.
Enreda los dedos en mi cabello y tira un poco de las hebras. La mujer pone tanta
pasión en cada beso y en cada caricia que me da. Me inclino hacia ella, adorando
lo que siente. Me ahogo en ella. Mis manos se deslizan hasta sus suaves caderas.
Rompiendo el beso, la doy la vuelta. Ella se adelanta y pone un pie en el travesaño
de la cama. La levanto y se pone a cuatro patas. Veo cómo abre las piernas con
valentía y arquea la espalda para que su culo en forma de corazón quede al aire.
―Exquisito ―le digo.
Le acaricio una mejilla y la froto en círculos. Me encantaría pasar más tiempo
jugando con su cuerpo, pero eso requeriría días que no tenemos. Miro entre sus
piernas y veo que sus tetas rozan las sábanas. Esas tetas son como malvaviscos
gigantes. Mi pulgar roza su agujerito y ella se estremece. Inclinándome, lamo su
coño rosado por detrás. Está tierno e hinchado, y aún gotea de deseo. Arrastro la
lengua hasta su entrada y profundizo en su interior. Lamo la crema y la sorbo. Ella
gime, y eso me incita a continuar hasta que mi polla es de acero. No puedo
saciarme de ella lo suficiente.
Trista, como una jodida buena chica, se mece en mi cara. Sus gemidos se acortan
y, sorprendentemente, creo que va camino de otro orgasmo. Pulso de nuevo su
clítoris y lamo hasta llegar a su agujerito. Sus caderas se arquean y grita. Su coño
gotea como una gotera sobre mis dedos. Me siento salvaje y le como el culo
mientras le acaricio la entrada. Sus rodillas se abren más. Me encanta que esta
noche no haya dudado lo más mínimo. Su orgasmo llega de golpe y rebota por
todo su cuerpo. Tiembla, se estremece y aprieta las sábanas entre sus puños.
Limpio parte de su placer con los dedos y cubro mi polla con él. Aún tengo puesto
el condón de antes.
―Dios mío, Leo. ¿Cómo diablos me estás empujando a hacer esto? ―Golpea la
cama con la base del puño.
―Cuando es bueno, es jodidamente genial.
Acerco la punta a su entrada y presiono hacia delante. Sus caderas se expanden
lentamente y gime en lo más profundo de su garganta mientras me introduce hasta
la empuñadura. Nos quedamos quietos, pegados, y nos sumergimos en el dichoso
placer nadando entre nosotros. Me balanceo dentro de Trista e inhalo por las fosas
nasales, intentando no llegar al orgasmo. El calor de su cuerpo y el tacto de su piel
me vuelven loco de deseo. Quiero dominar cada parte de ella.
―No creí que fuera posible estar exhausta por el sexo ―dice Trista con la cara
aplastada contra la cama―. Siento las piernas como gelatina.
Bombeo dentro de ella con la necesidad de reclamarla como mía. Lucho contra
la compulsión y me dejo llevar por los pensamientos, ya que no puedo hacerlo a
pesar de lo mucho que lo deseo. Un orgasmo se arremolina en mis pelotas y mis
dedos se clavan en sus caderas. No sé si es el alcohol de esta noche o qué es lo que
me está volviendo loco por Trista. He tenido relaciones de una noche bajo los
efectos del alcohol en el pasado y nunca me había sentido tan atraído.
Trista nota un cambio en mi ritmo. Se separa más las rodillas y se abre a mí. Me
hundo en su coño y exhalo un largo suspiro de felicidad.
―Después de esto no podrás abandonar mi cama ―le digo.
Mis caderas martillean contra las suyas mientras mi orgasmo serpentea por mi
espina dorsal y estalla en el preservativo. Casi me caigo hacia delante por la fuerza
del placer que me azota. Llego al clímax en oleadas y ella se lleva la peor parte del
impacto.
―Si quieres tener más de mí, me darás un respiro.
Asiento con la cabeza, aunque ella no puede verlo. Jadeo mientras me salgo y
deslizo junto a su cuerpo. Un cuerpo que debería ser apreciado.
Le rodeo la cintura con un brazo y tiro de ella hacia atrás para que caiga sobre
mí. Sorprendentemente, yo también necesito un descanso. Estoy cansado y quiero
dormirme con Trista.
Me arranco el condón de un tirón y lo tiro al suelo. Ya me ocuparé mañana. Me
doy la vuelta, cubro a Trista como si fuera una manta y miro sus ojos soñolientos.
Retiro el cabello de su rostro.
―Me alegra que hayas entrado en el bar esta noche ―le digo.
―Yo también ―me dice en voz baja. Gracias por ser mi primera aventura oficial
de una noche.
La punta de mi polla roza su vientre. Acaricio su clítoris, sintiendo sus tiernos
pliegues y los carnosos labios de su coño. Gotea entre mis dedos. Con cuidado, la
tumbo boca arriba y me llevo a la boca uno de sus grandes pezones. Lo chupo, y
ella no se mueve mientras arrastro mi polla arriba y abajo por su vientre, deseando
estar dentro de ella. Me encanta que sea mía para jugar con ella. Me burlo de su
coño, tocándola juguetonamente y manipulando sus labios. Introduzco un dedo,
lo saco y lo arrastro hasta su clítoris. Su cuerpo se estremece, así que lo repito. Me
desea incluso dormida. Arrastrándome sobre Trista, aprieto sus pechos y aplasto
mi cara entre ellos mientras mi polla se arrastra por su clítoris. Paso la lengua por
ambos pezones y tiro de ellos hasta que están duros.
Cojo el último condón y me lo pongo. Sus caderas comienzan a moverse y sus
piernas hacen una tijera contra las mías. Puedo ver que está excitada.
Me acomodo entre sus piernas abriéndole bien las rodillas. Soy adicto a su coño
y vuelvo a necesitarla. Podría quedarme comiéndomelo todas las noches con lo
bien que sabe. Su clítoris sobresale entre los labios de su coño, y juego con él,
adorando lo resbaladizo que está.
Agarrando mi polla, presiono la punta hacia el interior y la introduzco
lentamente hasta el fondo.
Joder. Gimo para mis adentros. Su calor apretado me hace sentir como en casa.
Mis pelotas se arrastran por la cama mientras follo lentamente a Trista dormida.
capítulo 8

Trista

Un golpe en la puerta me despierta.


Me doy la vuelta y cierro los ojos ante los rayos de sol procedentes de entre las
cortinas. Me fijo en lo que me rodea y todo me viene de golpe.
El Tío Joe. Leo. Tim. Tequila. Orgasmos. Muchos, muchos orgasmos.
Leo murmura agitándose detrás de mí y levantándose de la cama. Me doy la
vuelta y lo veo caminar desnudo hacia una silla junto a la ventana. Mi tierno
clítoris palpita al verle. Aún no sé cuántos años tiene, pero después de lo de
anoche, diría que tiene la resistencia de un veinteañero.
Leo coge una bata de la silla y se la pone rápidamente mientras sale de la
habitación. Me acurruco de lado, disponiendo de una vista completa de la zona
del salón. Momentos después, el servicio de habitaciones se pasea por mi campo
de visión empujando un carrito. Leo indica al camarero que coloque dos platos
cubiertos con una cúpula, una jarra de café y un recipiente de cristal con lo que
parece leche sobre la mesa de centro. El camarero levanta las tapas de acero
inoxidable, dejando al descubierto un plato de fruta recién cortada de diferentes
formas y otro lleno de bollería. El servicio de habitaciones se marcha y Leo vuelve
al dormitorio. Se frota los ojos con el talón de las manos.
―Olvidé que había organizado el servicio de habitaciones con antelación. Siento
haberte despertado ―se disculpa Leo.
Su aturdida voz es adorable. Sacudo la cabeza y le dirijo una sonrisa perezosa.
―No hay nada mejor que despertarse con café recién hecho.
Inhalo profundamente y suelto un suspiro. Seguro que el café de este hotel es
realmente bueno.
Leo me mira en silencio, con la insinuación cargada en su mirada.
―Se me ocurre algo ―me dice y se desata el cinturón. Se retira las solapas y la
bata cae en un montón al suelo. Señor, está guapísimo a la luz.
―Me estás tomando el pelo. Acabas de abrir los ojos hace diez segundos.
―Y ya tengo hambre de ti.
Leo se agarra la erección y se la acaricia antes de doblar una rodilla sobre el
colchón y subirse a la cama. Tiene un cuerpo bonito, tonificado y musculoso,
aunque no parece que se pase los domingos en el gimnasio por diversión. Aparta
la sábana, dejándome al descubierto. Todavía estoy flotando desde la noche
anterior, y mi cuerpo cobra vida. Mis rodillas se cierran de golpe y suelto una risita
cuando intenta abrirlas.
―Así es como pensaba despertarte ―me dice Leo cuando consigue lo que
quiere. Aplasta la lengua y lame un rastro húmedo desde el fondo de mi coño
hasta mi clítoris, donde succiona su boca y me atrae como si yo fuera el néctar más
dulce que jamás haya probado. Mis caderas ondulan dentro de él y me dejo llevar
por el placer que me está dando. Leo tenía razón. Después de esto, voy a comparar
a todos los hombres con quienes me acueste con él. A Tim no le gustaba
chupármelo como lo hace Leo.
Me siento mal comparando a Tim con Leo. Estaba contenta con lo que Tim me
hacía en la cama. No tenía demasiadas quejas.
Pero esto es mucho mejor. No puedo volver a lo que tenía, y no lo haré. No
después de lo que he experimentado y saboreado. Mis caderas se dilatan y aprieto
la cara de Leo contra mi coño. Es irónico que Tim sea el que quería explorar y yo
la que ha encontrado oro con Leo.
―Eres muy bueno en esto ―le digo entre gemidos de felicidad.
En algún momento de la noche dejé de lado mis reservas y me sometí a él. Mis
inhibiciones abandonaron mi cuerpo, y me sentí bien con ello.
―Me gusta saber que soy el mejor ―me dice contra mi coño.
Leo se echa hacia atrás y se sienta sobre las rodillas. Acaricia la parte superior
de su polla por mi coño y luego se cubre de mi placer.
―No quedan más condones ―me dice.
Parpadeo.
――¿Los hemos usado todos?
―Tengo que confesarte algo ―me dice mirándome fijamente.
Mis cejas se levantan.
―¿Qué podrías haber hecho? ―Me acerco a su polla y acaricio lentamente su
erección. Está muy dura, y me sorprende un poco después de la cantidad de veces
que alcanzó el orgasmo anoche.
―Cuando te dormiste, tenía toda la intención de hacer lo mismo a tu lado.
Tenías un aspecto tan hermoso y tranquilo despatarrada que te necesitaba una vez
más.
Mis ojos se agrandan. Dejo de acariciarlo, pero no lo suelto. Aprieto con más
fuerza.
―¿Me follaste mientras dormía? ―pregunto, un poco aturdida.
Él asiente.
―Nunca lo había hecho. Me siento un poco culpable por ello.
Frunzo el ceño. Mi mirada se posa en la punta de su polla, y observo cómo una
gota cremosa cae sobre la cama.
―¿Cómo no me desperté?
―Fui despacio. No te hice daño. No fui enérgico. Solo quería sentirte. ―Hace
una pausa, aspira un suspiro mientras retuerzo mi agarre por su eje―. No soy un
trepa que fuerza a las mujeres. Después de las cosas que hicimos, siento que tú y
yo somos diferentes, y tú no te habrías opuesto.
Vuelvo a mirarle a los ojos, interiorizando lo que siento. No me duele nada, y si
él no me lo hubiera dicho, nunca lo habría sabido. Agradezco extrañamente que
me lo haya confesado.
Aunque nunca lo admitiré en voz alta, una parte profunda y oscura de mí se
excita con lo que hizo. Leo es una especie de sueño húmedo perverso.
―¿Me gustó? ―pregunto con curiosidad.
Él asiente y se arrastra sobre las rodillas.
―Hacías ruiditos mientras dormías. Tus piernas se movían cuando jugaba con
tu clítoris. Estabas húmeda y resbaladiza cuando me deslicé dentro y fuera.
Trago grueso. Mi clítoris se estremece al oírlo y la humedad invade mi coño.
―No practicaré sexo sin preservativo. Pero puedo hacer otras cosas si quieres.
Leo se inclina sobre mí. Sus bíceps forman una jaula alrededor de mi cabeza.
Coloca sus caderas sobre las mías. Clavo los dientes en mi labio inferior al sentir
la tensión de su polla contra mi coño. Gimo y él ve que me gusta lo que hace.
―Sin duda quiero ―gruñe Leo, y luego arremete contra mí―. Eres irresistible.
Un rubor trepa por mi pecho. Se inclina y me besa. Presiona con fuerza y me
mete la lengua en la boca. La cojo y enredo la mía alrededor de la suya.
―Va a ser muy difícil alejarse de ti ―me dice rompiendo el beso.
Sus palabras estrujan mi corazón.
Le agarro por detrás de las caderas y lo aprieto contra mi clítoris. Joder, qué bien
me sienta. La humedad resbala de mi interior hasta deslizarse contra su polla. Sus
caderas bombean contra las mías mientras desliza su polla arriba y abajo por mi
coño. Leo no oculta lo hambriento que está de mí y eso me provoca algo. Me hace
comprender que siempre quiero sentirme así. Atrayéndolo hacia mí, le devuelvo
el beso con la misma intensidad apasionada que él me está dando.
Su mano cae sobre mi garganta y ejerce presión al mismo tiempo que gira contra
mi clítoris. Jadeo y mi espalda se arquea ante el placer. Leo se agacha y se lleva un
pezón a la boca. Muerde, tira y chupa con fuerza hasta que me retuerzo bajo él.
―Apuesto a que podría hacer que te corrieras así. Solo con mi boca en tu pezón
y nada más.
Se me escapa una ronca risita. Nunca he llegado al orgasmo solo por tocarme
los pezones, y ahora siento curiosidad por saber si es posible.
―Si quieres intentarlo, me apunto.
―Pon los brazos por encima de la cabeza y déjalos ahí. Mantén los ojos cerrados
y piensa en lo que te estoy haciendo ―me dice, y sigo sus instrucciones.
Leo echa las caderas hacia atrás y una brisa fresca sopla contra mi coño. Me
quedo inmóvil una fracción de segundo antes que sus labios encuentren mi pezón.
Aplasta la lengua y lo lame y lengüetea. Pellizca el otro antes de agarrarlo. Leo
crea un juego constante de lujuria. Hay en él un punto de contundencia, y eso me
gusta.
Su aliento es caliente contra mi pecho. Me recorre el pezón con la boca. La
incipiente barba oscura de su barbilla intensifica el placer y lo hace fluir por mi
sangre. Los pequeños pelillos pinchan mi piel sensible y me siento extrañamente
bien. Los utiliza para provocarme.
Aprieto los muslos, necesitando que acaricie mi clítoris, y mi pecho se levanta
contra su cara. Su lengua se desliza rápidamente sobre mi pezón. Un orgasmo
comienza en la base de mi columna y suspiro. Me contoneo contra Leo,
persiguiendo el placer.
―Fóllame. Quiero que me folles. Me estás matando con esto ―admito.
Leo me muerde el pezón entre los dientes y tira de él hasta que jadeo. Lo suelta
y arde durante una fracción de segundo.
―Mi polla está tan jodidamente dura por ti ahora mismo ―me dice―. Quiero
llenarte con ella. ―Jadeo mientras me lame, sorprendida por el placer―. ¿Quieres
que te folle? ―pregunta.
Aprieto los ojos, luchando por no abrirlos. Mi cuerpo dice que sí, pero mi cerebro
dice que no. Leo me retuerce solo la punta del otro pezón y me provoca un
hormigueo en el clítoris.
―Sí ―susurro.
Él gruñe.
―Si te follo sin condón, me correré dentro de tu coño. No podré retirarme y,
desde luego, no podré hacerlo cuando esté dentro de ti. Mi semen goteará de ti
durante días.
Mi coño ya está goteando. ¿Por qué suena tan jodidamente excitante? Mi mente
se llena de fantasías con fluidos blancos goteando dentro de mí.
¿Quién soy y qué hizo Leo con Trista?
―Quiero sentir cómo te corres dentro de mí ―le digo.
―Vas a estar cubierta de mi semen cuando acabe. No voy a follarte duro y
rápido. Va a ser un lento viaje de despedida, en el que disfrutaré hasta el último
pedacito de ti. Voy a hacer que empapes las sábanas.
Un orgasmo palpitante me invade al pensarlo. Me corro mientras él juega solo
con mis pezones y mis pechos. Un sonoro estallido de aire sale de mis pulmones.
Mi clítoris sigue palpitando, pero el placer recorre mi espina dorsal dándome
ganas de más.
―Abre las piernas ―me exige, y las abro rápidamente.
Leo golpea su polla contra mi coño, y es como un trozo de acero. Arrastra la
punta arriba y abajo y la presiona contra mi entrada. Mis caderas se curvan para
darle acceso a deslizarse dentro de mí. O todavía estoy achispada por lo de anoche
o él tiene la capacidad de hacerme cambiar de opinión con alucinantes orgasmos.
He experimentado y descubierto algunas cosas sobre mí misma desde que conocí
a Leo que me harán cuestionarme cosas durante los próximos días.
Leo me aparta el cabello de la frente.
―¿Supongo que al pedir esto estás limpia?
Asiento con la cabeza, sabiendo de qué está hablando.
―Me hacen pruebas cuando me hago la revisión anual.
―La industria alimentaria también hace pruebas. Siempre uso protección
―dice, haciendo una pausa―. Como he dicho antes, simplemente eres diferente.
Tiro de él hacia abajo hasta situarlo a unos centímetros de mi rostro.
―Tú también lo eres ―le digo.
Leo se introduce entre nosotros y conduce su polla desnuda hasta mi coño. Las
venas de sus brazos palpitan mientras lo veo desaparecer dentro de mí.
Respiro. La intimidad de estar piel con piel así despierta un deseo en mí. Le beso
el hombro y le doy la bienvenida a mi cuerpo. Leo retrocede, luego se desliza hasta
el fondo hasta que no puede más y bombea contra mi clítoris. Me abraza con
fuerza, besándome los labios hasta dejarme sin aliento. Está encima de mí,
consumiéndome, follando mi cuerpo como si su trabajo fuera hacerme sentir como
si estuviera drogada de orgasmos. La pasión que creamos es un éxtasis para mi
sangre.
Leo vuelve a sentarse sobre sus rodillas y me lleva con él. Me subo a horcajadas
sobre sus muslos. Las sábanas están arrugadas y desordenadas a nuestro
alrededor. Me agarra por las caderas y me empuja hacia su polla. Siento cada cresta
de su polla y me pregunto cómo voy a poder utilizar un preservativo después de
esto. Mis caderas se arquean mientras me hundo y tomo cada centímetro de este
desconocido el cual me ha cambiado. Leo me rodea la parte baja de la espalda con
sus brazos, coloca su cara entre mis pechos y me frota contra él. Bombea dentro de
mí y yo lo tomo con avidez porque necesito su polla. La deseo.
Desgraciadamente, pienso en Tim y en que nunca tuve esa química con él.
Por la forma en que Leo practica el sexo, puedo decir que es un amante que le
dedica todo su tiempo. Nuestros movimientos son lentos y Leo apenas se retira.
Vuelve a empujar hasta el fondo y jadeo. Una presión deliciosa se acumula entre
nosotros. Me estrecha, como imagino que harían dos amantes cuando hacen el
amor de verdad, y nos lleva al límite. Estoy empapada y pegajosa de ambos.
―No podré aguantar mucho más ―le digo. Pequeñas gotas de sudor burbujean
en mi nuca―. Por favor, deseo correrme contigo.
capítulo 9

Trista

Leo me muerde la curva del cuello.


―En el momento en que comiences a correrte es cuando lo haré yo. No podré
aguantarme cuando tu coño comience a contraerse. No me canso de ver cómo tu
coño succiona mi polla.
Un par de bombeos deliciosos más, y entonces Leo me besa profundamente y
nos corremos juntos. Su polla se hunde en mi interior, sacudiéndose contra mis
paredes mientras descarga su semen. Me balanceo dentro de él y su orgasmo me
lleva más alto.
Vamos más despacio. Nuestros besos también se ralentizan. El único sonido de
la habitación es nuestra respiración agitada. Intento apartarme, pero él no me deja.
Leo me estrecha más contra él y me besa como dándome las gracias. Se levanta
sobre las rodillas y me acuna contra la cama. Su polla es gruesa por naturaleza y
la siento llena dentro de mí. Se echa hacia atrás y la introduce lentamente antes de
sacarla y besar mi cuerpo hasta llegar a mi coño. Leo me separa las rodillas hacia
atrás y sus ojos se vuelven pesados ante lo que ve. Presiona con un dedo mi
entrada, deslizando su semen por mi coño. Siento erizarse la piel de mis brazos.
―¿Te gusta lo que ves? ―pregunto. Su nuez se sacude en su garganta.
―Mucho. Si no tuviera que coger un vuelo, diría que deberías quedarte así todo
el día para que pueda mirarte siempre que quiera. ¿Quieres ducharte antes de irte?
―Creo que prefiero llevarte a casa ―le digo.
Sus ojos se clavan en los míos y juro que oigo un gruñido en su pecho.
―Menos mal que estamos a un océano de distancia ―me dice, bajando de la
cama. Leo se pone unos bóxers y se los sube. Se acomoda la polla delante de mí
como si lo hubiera hecho cientos de veces.
―¿Por qué? ―pregunto y me subo la sábana por el pecho. Me siento como si no
me importara nada en el mundo después de todos los orgasmos que he tenido.
Todo el estrés que había acumulado o la indignidad que sentía han desaparecido.
Quién iba a decir que solo hacía falta una buena polla para volver a poner mi culo
en forma.
―Porque no te dejaría salir de mi cama. No conseguiría hacer nada.
Me sonrojo.
―Me lo tomo como un cumplido.
Leo sale al salón, regresando con dos tazas llenas de humeante café. Me
incorporo cuando me tiende una.
―¿Sigues diciendo que es mejor despertarse con café que con sexo?
Le dirijo una mirada divertida. Un vértigo se apodera de mí y no puedo dejar
de sonreír.
―Tu sexo está a otro nivel. No puedes compararlo con el café. Voy a estar
aturdida el resto del día. ¿A qué hora tienes que irte? ―pregunto, ahuecando la
taza caliente.
―Dentro de una hora. Hago el PreCheck, así que no tardo nada.
―¿Qué se supone que me pondré para volver a mi casa? ―pregunto. Hablo con
Leo como si lo conociera de toda la vida―. En realidad, podría mandarle un
mensaje a Noelle para que me traiga ropa.
Recuerdo que anoche no le envié mi ubicación. Espero que no esté preocupada
por mí.
Leo se agacha y revuelve en su equipaje. Coge un pantalón de chándal y una
sudadera a juego y me lo entrega. Levanto el jersey doble extragrande y leo el
anverso.
―¿Fuiste a Stanford? ―pregunto, y él asiente―. No puedo aceptarlo.
―Tómalo. Tengo muchas. ―Leo se aleja antes que pueda protestar. Vuelve en
un instante con algo en la mano―. El hotel da a todo el mundo chanclas blancas
de cortesía. Puedes llevarlas en lugar de tus zapatos de tacón.
Ms ojos se iluminan.
―Gracias. Eres muy amable. Ahora el paseo de la vergüenza no será tan malo.
Se ríe y luego me mira fijamente, como si hubiera caído en la cuenta de algo.
―Puedo proporcionarte una bolsa de lavandería para los zapatos, así nadie verá
lo que llevas.
―Eres el compañero ideal para un rollo de una noche. Ahora estás yendo más
allá.
―Tengo esta habitación hasta las dos. Puedes quedarte y pedir comida, luego
haré que mi chófer te lleve a casa.
Considero la idea, ya que no tengo nada más que hacer, pero probablemente
debería ponerme en marcha. Salgo de la cama y me visto con el chándal y la
sudadera que me ha dado. Me esponjo el cabello y me maldigo por no llevar una
goma para el pelo. Leo mira mi cuerpo como si quisiera volver a darle un
mordisco. Me gusta cómo me mira.
―Ven a comer ―me dice, pero parece más bien una exigencia.
Le sigo como un gatito perdido hasta la mesita del salón. Me quedo boquiabierta
ante el surtido de comida.
―Vaya. Esto no es del hotel, ¿verdad?
Leo me pasa un plato de cerámica y luego coge uno para él.
―No. Cuando vengo a Chicago, siempre voy a Sugar Moon Bakery. ¿Has
estado?
Sacudo la cabeza, asombrada por la comida. Quiero probar uno de cada cosa.
―No, la verdad es que no he ido.
Leo comienza a cortar los bollos en trozos. Hay opciones saladas y dulces. Me
pone un poco de cada en el plato, como si me hubiera leído el pensamiento.
―Mi héroe ―le digo, y Leo sonríe. Me gusta cómo le queda―. ¿Cuándo
volverás a la ciudad?
Utilizo las mini pinzas para coger kiwis con la forma del sol.
―Realmente depende de lo que necesite mi cliente. Sin duda estaré aquí para la
inauguración, pero antes de eso, no estoy seguro.
Sigo a Leo hasta la mesa cercana al balcón con vistas a la ciudad y tomo asiento.
Recupera nuestras tazas y luego trae la jarra para rellenarme el café.
―Gracias ―le digo.
Intento recordar si Tim me ha rellenado alguna vez la taza sin que se lo pidiera.
A no ser que fuera vino, no lo hacía. Echo un vistazo al horizonte invernal y
contemplo la niebla.
―¿Cuántos años tienes? ―pregunto.
Sus ojos brillan a la luz de la mañana.
―Tengo unos diez años más de los que aparento. ―Hace una pausa―.
Cincuenta y siete.
¡Santo cielo! Hago rápidamente las cuentas en mi cabeza. Tiene treinta y tres
años más que yo.
He follado con un abuelo.
Pero definitivamente no folla como uno.
Noelle va a hacer su agosto conmigo.
―Estás callada.
Miro el plato e intento encontrar las palabras.
―Es que no me lo esperaba. Pensaba que tendrías unos cuarenta años. No cerca
de los sesenta.
Leo suelta una carcajada. No me extraña que sepa cómo hacer que una mujer
tenga un orgasmo tan fuerte. Ha tenido mucha práctica.
―¿Te molesta? ―pregunta.
Frunzo los labios y niego con la cabeza.
―¿Te molesta que tenga veinticuatro años?
―Sabes que no. Me di cuenta cuando entraste en el bar que eras joven.
No debería preguntar, pero no puedo evitarlo.
―¿Sueles ir a por mujeres más jóvenes?
―No tengo preferencia por la edad. Como te dije anoche, la edad es solo un
número.
Levanto mi taza de café hacia él.
―¿Tienes hijos? ―pregunto.
―Que yo sepa, ninguno.
Esta vez me rio. Hablamos de cosas sin importancia durante los siguientes
veinte minutos. Recojo los platos y el café. Leo se pone los vaqueros y se mete la
cartera en el bolsillo, no sin antes sacar una tarjeta de visita. Me la pasa. Miro hacia
abajo y la leo.
―Quizá te vuelva a ver cuando regrese. Puedes guardar mi número en tu
teléfono.
Muevo la tarjeta de un lado a otro entre mis dedos, debatiéndome si quiero
cogerla. Leo su nombre y su ocupación. Me muerdo el lateral del labio antes de
devolvérsela.
―A ver si volvemos a encontrarnos ―le digo, recordándole lo que dijo
anoche―. Estaré trabajando allí hasta mediados de enero. ―Inclino la cabeza hacia
la ventana, indicando el centro de la ciudad.
―¿Qué harás después? ―pregunta.
Me encojo de hombros y cojo la bolsa de la colada. Meto mis zapatos de tacón
alto en la bolsa.
―Soy autónoma, así que puedo trabajar en cualquier sitio. De momento no
tengo ningún otro proyecto, pero no me preocupa. Encontraré algo. Puedo viajar
si lo necesito. Tengo un apartamento en la ciudad.
―¿Trabajas fuera del estado?
―A veces trabajo en Los Ángeles o Nueva York.
Leo recoge el vestido que me arrancó del cuerpo.
―Lo repondré y encontraré la forma de hacértelo llegar.
Sacudo la cabeza.
―De todas formas, el vestido era viejo y demasiado ajustado. No necesito que
me lo reemplacen.
Cojo la tela rota y la tiro a la basura. Mirando a mi alrededor, me aseguro de
tener todo lo que necesito. Leo coge su equipaje por el asa.
―Haré que mi chófer te lleve a casa ―me dice mientras caminamos hacia la
puerta.
―No te preocupes. Voy a enviar un mensaje a mi amiga y probablemente coja
el autobús para ir a verla.
Leo saca su equipaje y yo recojo mi bolso. Bajamos en ascensor hasta el vestíbulo
y atravesamos las puertas dobles hasta la acera. El aire frío golpea mis mejillas. La
nieve y el aroma del abeto balsámico llenan el aire.
―Gracias por lo de anoche ―digo, y al instante me arrepiento―. ¿La gente dice
eso después de las relaciones de una noche?
Leo sonríe divertido.
―Normalmente no. ―Hace una pausa y luego dice para mi sorpresa ―. Espero
volver a encontrarme contigo.
Sonrío como una niña feliz. Le rodeo los hombros con los brazos y le doy un
beso en la boca. Me pongo de puntillas cuando me levanta y me devuelve el beso.
Sus dedos se enredan en el cabello de mi nuca. Me aprieta los mechones y me da
un beso de despedida. Me duele un poco que se vaya. Leo y yo congeniamos. Si
no estuviera aquí por negocios, creo que lo nuestro podría haber sido algo más
que una noche.
Llega su coche y Leo me pone de pie. Es el mismo Land Rover de anoche.
―La gente tampoco hace eso después de una aventura de una noche
―murmura contra mis labios.
Coloca su equipaje en el maletero y el conductor le abre la puerta trasera.
―Que tengas un buen vuelo ―le digo.
Leo entra en el coche y la puerta se cierra. Me lo pasé bien con él. Era el perfecto
despecho.
El Land Rover se aleja y vuelvo a entrar en el cálido vestíbulo para enviar un
mensaje de texto a Noelle. Le pregunto si quiere quedar para tomar unas mimosas.
Tengo que contarle lo de anoche con mi irresistible desconocido. Me dice que tiene
el coche en el taller, pero que cogerá el autobús para venir a verme. Quedamos
dentro de veinte minutos. Le pido que me traiga un par de calcetines y unas
zapatillas prestadas. Tengo los dedos de los pies fríos y no quiero beber en
chanclas. La última vez que lo hice, las perdí.
Cuando voy a guardar el móvil, recibo un mensaje de texto de Tim.
Se me revuelve el estómago. Me detengo sobre la notificación. Ayer habría
abierto el mensaje.
Pulso el botón lateral para bloquear la pantalla antes de meter el móvil en el
bolso. Decido que no voy a mirarlo. Ahora las cosas son distintas.
Yo soy diferente.
Tim dejó de quererme. Ahora no puede tenerme.
Quizá Leo tenía razón. Quizá sí necesitaba una buena aventura de una noche.
Me siento rejuvenecida y como una persona completamente diferente. Me siento
más animada. Tengo una claridad y una autoestima que antes no tenía. Y pensar
que me lo ha dado un desconocido sexy que por poco me destroza la espalda.
Salgo del hotel y me dirijo a encontrarme con Noelle. Se va a tragar esto y no va
a dejar que lo olvide nunca. Estoy impaciente por contárselo.
La sudadera que llevo puesta huele a él. Por eso, ahora no sé si podré lavarla.
Me siento sentimental. Seguro que eso tampoco suele pasar con los rollos de una
noche.
Se me dibuja una sonrisa en la cara.
Espero volver a encontrarme con Leo algún día.
Acerca de Lucía

Lucía Franco reside en el sur de la Florida con su esposo y sus dos hijos. Fue una
atleta competitiva durante más de diez años, gimnasta y animadora, lo que inspiró
en gran medida la serie Off Balance.
Su novela Hush, Hush fue finalista en el Stiletto Contest de 2019 organizado por
Contemporary Romance Writers, un capítulo de Romance Writers of America. Sus
novelas están siendo traducidas a varios idiomas.
Ha escrito más de una docena de libros y se la puede encontrar divagando en
Instagram.
Más información en authorluciafranco.com.
Créditos
Traducción, Diseño y Diagramación

Corrección

La 99

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