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Introducción

En busca de un periodismo cultural


Por Antonio Cacua Prada (0)

La Secretaría Ejecutiva del Convenio Andrés Bello, organización


intergubernamental internacional integrada por Bolivia, Colombia, Chile Ecuador,
España, Panamá, Perú y Venezuela, ha venido adelantando una sostenida labor
"por una definición de la cultura en los medios de comunicación social", con miras
a buscar un mayor espacio para la información cultural en la prensa, la radio, la
televisión y el cine, en los países miembros del Convenio.

Para ello ya celebró dos foros internacionales en Quito, Ecuador, en 1989, y en


San Cristóbal, Venezuela, en 1990, y ocho seminarios nacionales entre 1991 y
1992 en Girardot, Colombia; Santa Cruz, Bolivia; Concepción, Chile; Ambato,
Ecuador; Ciudad de Panamá, Caracas y Lima. Más de un millar de periodistas
concurrieron a estos encuentros.

Este esfuerzo, que ha contado con la colaboración de la Fundación Konrad


Adenauer, ha producido benéficos resultados.

Dentro del ideal de la integración, la creación de la Comunidad Latinoamericana e


Iberoamericana de Naciones, la realización de esfuerzos conjuntos en favor de la
cultura para lograr el desarrollo integral de las naciones cumple uno de los
objetivos del Convenio Andrés Bello.

Como también contribuye, con el conocimiento de sus culturas, al adecuado


equilibrio en el proceso de desarrollo de los países de la subregión.

En estos seminarios se han buscado las vías más adecuadas para un fácil acceso
al conocimiento de los valores culturales por parte de quienes tienen la
responsabilidad de su divulgación masiva y se ha estimulado el conocimiento
recíproco y la fraternidad entre los pueblos, mediante la información cultural de
cada uno y la suma de todos ellos.

Los medios masivos de comunicación social son vehículos indispensables para el


desarrollo cultural de nuestros países, y más aún en los albores del nuevo milenio,
cuando la información se ha constituido en el centro y motor del progreso.

En buena hora el Convenio Andrés Bello, rindiéndole homenaje al gran humanista


y periodista latinoamericano, ha tomado en sus manos esta tarea de fomentar la
difusión de la cultura, tan olvidada y abandonada en nuestros medios de
comunicación, tarea de la cual ha sido pionero Héctor Troyano Guzmán,

1
coordinador del Área de Comunicación de la SECAB, quien tuvo la idea de este
diálogo intercultural.

¿Que es la cultura?
Los términos "cultura" y "cultural" se refieren tradicionalmente a las artes, las
humanidades, la filosofía y la ciencia. Pero en el mundo moderno tienen otras
connotaciones.

La excelente por mil títulos revista del Convenio Andrés Bello, Tablero, en su
entrega No.43 recogió una brillante nómina de colaboradores y de sus
substanciosos escritos hemos hecho una selección en cuanto a nuestro tema se
refiere.

"El gran desafío del mundo que viene es la socialización de la II creatividad y la


generación de formas de convivencia que permitan a todos y cada uno, países,
grupos y personas, desarrollarla. Ello significa que hay un desplazamiento de la
cultura política hacia la política cultural en el sentido fuerte de este último término.
La preocupación fundamental no será tanto el problema de la economía ni el de
los tipos de regímenes políticos, sino los temas culturales, el tema del sentido, del
lenguaje, de las formas de comunicación y creatividad", expresó el analista chileno
Manuel Antonio Carretón (1).

Con motivo de la celebración del V Centenario del Descubrimiento “se habla


mucho del ‘choque cultural’ que se produjo cuando los hombres de Europa
llegaron a América y es que en cuestiones de alimentación y cocina la colisión fue
inmediata, pues la comida representa un aspecto primordial de los seres vivos.
Fue en el ámbito de la cocina, de las costumbres de mesa, entre otras, donde
ocurrió una gran revolución cultural de la cual todavía dependemos” (2).

“Los antropólogos - dice Alfredo Castillero Calvo - están convencidos de que, en


materia de dieta, lo que cuenta no es tanto el valor nutritivo de los alimentos como
su significado sociocultural. No sobra recordar que las plantas americanas, en las
épocas del descubrimiento, eran miradas al principio con recelo y prevención, y
algunas como la papa se le consideraba, incluso, un veneno y un afrodisíaco, y
hasta se creía que causaba lepra”(3).

Por eso “no puede asegurarse un verdadero cambio sin el estímulo, energía y
apoyo que proviene del ámbito cultural. Para decirlo más explícitamente: cualquier
cambio que se pretenda en la realidad socioeconómica-política debe considerar el
aspecto artístico cultural”, afirmó Víctor Cuédez, secretario ejecutivo del Convenio
Andrés Bello (4)

2
“El actual momento cultural ha privilegiado, por su misma y nueva concepción
ideológica, a la comunicación. Hoy se entiende como cultura la comunicación y el
comunicar” sostiene Ana María Maza S. (5)

Dominique Desjeux anota: “La cultura, en su dimensión más exacta y compleja,


comprende todos los modos de vida, las formas de pensamiento que estructuran
tanto el comportamiento como las relaciones de los individuos y de los grupos” (6)

El ex director del Instituto Colombiano de Cultura, Col cultura, Juan Manuel


Ospina, señala que II el neoliberalismo es enemigo de la cultura " , y comenta: “En
ese contexto, la cultura y lo cultural pierden toda significación social y toda
trascendencia política al quedar reducidos a un simple divertimento, como
agregado al conjunto social que puede incorporarse al “ sector espectáculos”
como actividad con posibilidades de comercialización pero nada más. En la
perspectiva neo liberal de la internacionalización, los aspectos específicos de la
cultura y asuntos tan críticos como la identidad no tienen ninguna validez y, antes
bien, son vistos como una supervivencia de épocas oscuras" , y concluye: "La
solución no está en privatizar, sino en desestatizar la cultura, para que el Estado
conserve respecto a ella una responsabilidad que le es propia y, por consiguiente,
indelegable" (7).

Para Luis A. Pardo Barrientos, la información constituye la esencia de la


comunicación. Agrega que "la cultura parece ser la bandera que ahora se enarbola
no solamente como elemento auxiliar sino como base de la integración. La cultura
es el verbo y fundamento de una nueva visión del futuro, de un futuro nuestro, rico
y diverso, y que, por sobre todo, se prevé como un futuro integrado e integrador.
La sola idea de conformar una red de instituciones culturales certifica la
importancia de la dimensión cultural del desarrollo, la importancia de la
transmisión de la información para la efectividad de los programas de desarrollo y
finalmente la concepción global de la cultura como instrumento integrador de
nuestros pueblos" (8)

Alfredo Pareja Diezcanseco en "Perspectivas de la Cultura Hispanoamericana", se


refiere a la velocidad actual de los medios de comunicación y que " gracias a ella
proseguirá intensificándose la universalización cultural de América Latina".
Después de un análisis histórico concluye que en pocas vueltas "tendremos al
amenazador siglo XXI, marcado a hierro ardiente por la destrucción ecológica, la
drogadicción, el narcotráfico, y la multiplicación de los instrumentos de muerte,
llamados tan hipócritamente armas de defensa. El terrorismo no es, a buen
examen, una dolencia endógena. Créese, con razón fundada, que las armas
usadas por 1os terroristas son proporcionadas como un negocio de enorme
rendimiento por grandes países industriales, y adquiridas por los barones de la
coca, de la heroína, o de la bella, rosada y somnífera amapola. No obstante, los
fundamentos de la cultura hispanoamericana conducen a una esperanza, que bien

3
pudiera trocarse en fe, para derrotar la agresión de los traficantes con el desarrollo
de los países débiles, pauperizados por la codicia de los poderosos" (9)

Después de esta antología moderna y presente sobre la cultura, veamos qué es el


periodismo cultural.

Periodismo Cultural
El periodista argentino Tomás Eloy Martínez sostiene que el periodismo cultural
nació en América Latina y que es "aquí donde alcanzó su genuina grandeza".

"Todos, absolutamente todos los grandes escritores de América Latina fueron


alguna vez periodistas. Ya la inversa: casi todos los grandes periodistas se
convirtieron, tarde o temprano, en grandes escritores. Esa mutua fecundación fue
posible porque, para los escritores verdaderos, el periodismo nunca fue un
mesomodo de ganarse la vida sino un recurso providencial para ganar la vida ".

"El compromiso con la palabra es a tiempo completo, a vida completa. Puede que
un periodista convencional no lo piense así. Pero un periodista cultural no tiene
otra salida que pensar así. La cultura no es algo que uno se pone encima a la hora
de ir al periódico. Es algo que duerme con nosotros, que respira y ama con
nuestras mismas viseras y nuestros mismos sentimientos".

"El periodismo cultural encuentra su sistema actual de representación y la verdad


de su lenguaje en el momento en que el nuevo periodismo impone su ética. Según
esta ética, el periodista no es un agente pasivo que observa la realidad y la
comunica; no es una mera polea de transmisión entre las fuentes y el lector sino,
ante todo, una voz a través de la cual se puede pensar la realidad, reconocer las
emociones y las tensiones secretas de la realidad, entender el porqué y el para
qué y el cómo de las cosas con el deslumbramiento de quien las está viendo por
primera vez". Esto es el periodismo cultural.

"El periodismo cultural, asevera Tomás Eloy Martínez, no tiene sino una forma que
cuidar: la de su herramienta -el lenguaje-; y la de su ética, que no responde a otro
interés que el de la verdad. El periodista está obligado a pensar todo el tiempo en
su lector. En el periodista hay una alianza de fidelidades: a la propia conciencia, al
lector ya la verdad. El periodista cultural es también un productor de pensamiento"
.

Este claro perfil del periodista cultural desplaza al tradicional gacetillero de


agendas, notas, resúmenes y comentarios sobre espectáculos y farándulas. La
cultura es otra cosa (10)

4
La integración cultural
En reciente escrito el ex presidente colombiano Alfonso López Michelsen,
refiriéndose a Latinoamérica indica que "la integración que nos ha sido tan esquiva
en otros órdenes se produjo espontáneamente en el cultural, aun antes de la
Independencia".

"El mestizaje racial desde México hasta la Patagonia se hizo patente en las
manifestaciones artísticas de la imaginería religiosa del barroco. El sincretismo
espiritual se reflejó en la plástica, dando origen a escuelas como la quiteña ya
legados como el mexicano en donde la raza vencida hace acto de presencia con
su aporte vernáculo".

"La unidad literaria, que ya se vislumbra en los albores de este siglo con la novela
de estirpe latinoamericana, rural o selvática, le ha dado paso al realismo mágico
en la novelística y en la propia poesía".

"Como elemento de identificación entre las distintas naciones, ninguno comparable


a la cultura en su más amplia acepción. El idioma y la religión han mantenido
nuestra identidad cultural por siglos, pero fueron una importación europea, en los
años posteriores al descubrimiento. Lo verdaderamente extraordinario y autóctono
es el mestizaje en sus manifestaciones filosóficas y artísticas" (11).

En estos pareceres abunda Antonio José Galvis Noyes cuando sostiene que la
cultura latinoamericana es fundamentalmente mestiza, reflejo del grupo que la ha
hecho. y señala que "el latinoamericano se caracteriza, en general, por su gran
capacidad de admiración estética, poco pragmatismo, espíritu universal,
entendimiento dúctil, poca inclinación al estudio profundo, poseedor de una gran
destreza manual y habilidad imaginativa".

"El mestizo se manifiesta como un hombre anárquico, debido a su sentimiento de


igualdad, que lo hace rechazar la autoridad de cualquier otro hombre. Ahí está la
raíz de su individualismo y tendencias anticooperativas. Solo se pliega ante el
caudillo, que con su fuerte personalidad lo domina y lo conduce ciégame te a
ejecutar sus deseos " .

La dictadura es "la expresión política de nuestra cultura". El latinoamericano tiene


una cultura propia que representa un modo de ser dentro de la gama que vive la
humanidad, concluye Antonio José Galvis Noyes (12).

Reforma de la información
El escritor mexicano Carlos Fuentes, quien visitó a Santafé de Bogotá, en la
primera semana de marzo de 1993 en relación con el periodismo cultural dijo:
"Tenemos que hacer una gran reforma de la información en América Latina. No

5
sólo en nuestro continente sino en todo el mundo, está pasando por información
una abundancia no selectiva de ella que se convierte en no información
finalmente. Usted ve cualquier canal de la televisión norteamericana y verá el
escaso lugar que tiene la cultura. La sensación y el entretenimiento ocupan los
lugares de privilegio. Yo creo mucho en la posibilidad de una paideia, de una
educación que sea gradual, que incluso se dirija a poca gente, pero que vaya poco
a poco, sembrando semillas y dando frutos" (13).

En el mismo 'Magazín Dominical' de El Espectador, No.517, del 21 de marzo de


1993, donde aparecieron las declaraciones del novelista Carlos Fuentes, bajo el
título: "De la resistencia espiritual", dice:

"Ayer 20 de marzo, el Magazín Dominical cumplió una década de festejar,


padecer, discutir, testirnoniarl pensar, y, por qué no, de crear parte de la cultura
del país, incluido en esto el orbe de la cultura política".

¿Qué es cultura?

De todo lo anterior se deduce que la cultura es periodisrno filosofía, antropología,


sociología, economía, ciencia, biología, lingüística, deportes, música, literatura,
poesía, teatro, cuento, narrativa, crítica literaria, historia, geografía, arquitectura,
cerámica, textiIes, culinaria, integración, matemáticas, folclor, religión,
investigación, etc.

“Cultura es: civilización, progreso, adelantamiento, rnejoramiento, perfección,


instrucción, enseñanza, ciencia, arte, cortesía, costumbres , luces, intelectualidad,
civilizar, ilustrar. Todo es cultura” (14)

“La cultura, enseña el Papa Juan Pablo II, debe considerarse como el bien común
de cada pueblo, la expresión de su dignidad, libertad y creatividad, el testimonio
de su camino histórico”

Actualmente el camino privilegiado para la creación y para la transmisión de la


cultura son los instrumentos de comunicación social. En el uso y recepción de los
instrumentos de comunicación urge tanta labor educativa del sentido crítico
animado por la pasión de la verdad, como una labor de defensa de la libertad, del
respeto a la dignidad personal, de la elevación de la auténtica cultura de los
pueblos, mediante el rechazo firme y valiente de toda forma de monopolización y
manipulación" (15)

La UNESCO definió en 1982 la Cultura en estos términos: "La cultura puede


considerarse actualmente como el conjunto de rasgos distintivos, espirituales y
materiales, intelectuales y afectivos que caracterizan a una sociedad o aun grupo
social. Ella engloba, además de las artes y las letras, los modos de vida, los

6
derechos fundamentales del ser humana;.los sistemas de valores, las tradiciones,
las creencias".

La cultura en Colombia

El escritor y poeta Juan Gustavo Cobo Borda, afirma que "la cultura colombiana es
hoy en día una de las más vitales y diversificadas de Hispanoamérica. Las
transitorias y afligientes circunstancias por las cuales atraviesa el país no han
hecho más que reforzar una eclosión creativa. Un trabajo en torno al valor humano
por excelencia: el de crear y comunicar imágenes acerca de nuestra condición".

"Una cultura, por cierto, que no sólo mira el pasado histórico. También ella se
interna en las exigencias de la modernidad" (16).

De otra parte, Patricia Ariza F. anota que "hasta ahora se ha concebido a la


comunidad como una sociedad. Y es verdad que somos una sociedad pero
también somos una cultura. Pluriétnica, mestiza, sincrética, pero una cultura.
Somos una nación y por lo tanto, somos una cultura. Es que somos el derecho de
la cultura, y ambas, la sociedad y la cultura trabajan sobre y desde la comunidad
de manera distinta, a veces incluso opuesta. En algunos países se priorizó la
solución de los problemas sociales pasando por encima, por ejemplo del problema
cultural de las nacionalidades. Y eso puede llevar como está llevando, incluso, a
profundos retrocesos en las conquistas sociales. No puede la sociedad pasar por
encima de la cultura de los pueblos".

"En este país enmarcado en la escuela de la vieja violencia y en la reciente, la


cultura se había manejado como una rama de la caridad o de la beneficencia
pública. Las relaciones del talento vivo con el estado eran de carácter autoritario
paternalista. En el país aldeano -que estamos dejando de ser- la cultura era un
adorno, algo de lo que se podía prescindir o que se podía usar" (17)).

Bien lo sostuvo Juan Manuel Ospina cuando dirigió a Colcultura: "La cultura es
una responsabilidad y una tarea de todos. Debemos dejar atrás el concepto
vergonzante y mendicante de la cultura". En un reportaje trajo a cuento la frase de
André Malraux, cuando era ministro de Cultura en Francia, en la presidencia del
general Charles de Gaulle: "El estado debe apoyarla cultura sin intervenir".

"La cultura empieza a ser entendida como un servicio público, equiparable a la


educación, a la justicia o a la seguridad social" (18).

"El difícil reconocimiento de la diversidad en nuestra cultura debe afrontarse a


través de políticas culturales que difundan desde la familia, la iglesia, el sistema
educativo formal y los medios de comunicación de masas, el carácter plural en la
político, étnico y religioso, de la cultura colombiana", sostiene el profesor del

7
Departamento de Historia de la Universidad de los Andes, Bogotá, Fabio E. López
de la Roche (19).

La identidad cultural

El periodista Alberto Zalamea en su " Antología del pensamiento colombiano en el


siglo XX", escribe: 'No hay país sin pasado y sin esperanza de porvenir. Su
memoria colectiva es el mayor tesoro social posible. Sólo conociendo el pasado se
puede preparar el futuro".

“El problema de la paz colombiana es un problema de cultura”.

«Aproximarse ala dura esencia del ser colombiano ya su larga lucha por
encontrarse a sí mismo, ha sido durante dos siglos de historia independiente la
labor de la inteligencia nacional. La búsqueda de una identidad cultural" (20)

En la actualidad se persigue un plan integral de valoración cultural que mantenga,


estudie y conserve el pasado precolombino, los valores del poblamiento, el
patrimonio arquitectónico y las representaciones artísticas y culturales de las
diferentes comunidades.

En 1990 la directora de Colcultura, Liliana Bonilla Otoya, consiguió del Consejo


Nacional de Política Económica y Social, CONPES, un documento que estableció
los lineamientos de una política cultural para Colombia. Allí se anotó: "La cultura
debe comprenderse como elemento vital de la nacionalidad. Concepciones
modernas de la economía indican que el desarrollo de la capacidad de
conocimiento y dominio de una sociedad sobre su medio ambiente y sus recursos.
Esta capacidad es una función de la cultura, concebida en sentido amplio como
pensamiento, sentimiento, expresión, memoria y deber ser de un pueblo" (21).

Con esto se buscó la preservación del patrimonio cultural colombiano, la


democratización del acceso a la cultura y la formación del talento artístico.

En 1991 el nuevo director de Colcultura, Juan Manuel Ospina, preparó otro


informe: "La cultura en los tiempos de la transición".

A su turno, su sucesor, Ramiro Osorio Fonseca, observó "que el proyecto


económico del país también debe contemplar la cultura, la defensa y el rescate del
patrimonio nacional y el fortalecimiento de la identidad nacional". "Esos son
valores nacionales de suma importancia indispensables para afianzar la
democracia" (22)

Bien sabemos que el fundamento de la nacionalidad es la cultura.

8
La Constitución Política de Colombia
Se puede afirmar que la cultura es una forma de vida. Está presente en todos los
aspectos del diario vivir. Comprende normas, valores y actitudes.

La Constitución Política de Colombia de 1991, por primera vez en la historia


constitucional de la República incluyó a la cultura entre "los principios
fundamentales". En el título I, artículo 7° expresó: "El Estado reconoce y protege la
diversidad étnica y cultural de la nación colombiana".

En el título III, "De los Derechos, las Garantías y los Deberes" , capítulo 2: "De los
Derechos Sociales, Económicos y Culturales" , consignó: Artículo 70.- "El Estado
tiene el deber de promover y fomentar el acceso a la cultura de todos los
colombianos en igualdad de oportunidades, por medio de la educación
permanente y la enseñanza científica, técnica, artística y profesional en todas las
etapas del proceso de creación de la identidad nacional" .

"La cultura en sus diversas manifestaciones es fundamento de la nacionalidad " .

"El Estado reconoce la igualdad y dignidad de todas las que conviven en el país".

"El Estado promoverá la investigación, la ciencia, el desarrollo y la difusión de los


valores de la nación".

Conc. Art. 27,100.


Artículo 71.- "La búsqueda del conocimiento y la expresión artística son libres. Los
planes de desarrollo económico y social incluirán el fomento a las ciencias y, en
general, a la cultura. El Estado creará incentivos para personas e instituciones que
desarrollen y fomenten la ciencia y la tecnología y las demás manifestaciones
culturales y ofrecerá estímulos especiales a personas e instituciones que ejerzan
estas actividades".

Conc. Art. 339.


Artículo 72.- "El patrimonio cultural de la Nación está bajo la protección del Estado.
El patrimonio arqueológico y otros bienes culturales que conforman la identidad
nacional, pertenecen a la Nación y son inalienables, inembargables e
imprescriptibles. La Ley establecerá los mecanismos para readquirirlos cuando se
encuentren en manos de particulares y reglamentará los derechos especiales que
pudieran tener los grupos étnicos asentados en territorios de riqueza
arqueológica".

Conc. Art. 63,102. (23)

9
Los medios y la cultura
Antonio Montaña en sopesado artículo afirmó: "La cultura se hace. Cultura no es,
apenas, aquello que recibimos como legado. La cultura no es un resultado
genético; la producen los pueblos. Se genera gracias a los impulsos que dota un
repertorio de convicciones, creencias, pareceres, y consecuencia de transmisión
comunicativa".

"No surgieron las bases de la civilización occidental de casualidad o milagro, sino


de una paideia: la educación dirigida hacia el fin de dotar al hombre de
herramientas con las cuales adquirir dignidad y dotar la vida de grandeza " .

"La cultura es el rastro de la vida del hombre".

"En el origen del periodismo contemporáneo antes que la información estuvo la


formación, es decir, la transmisión y consolidación de las ideologías".

Luego observó refiriéndose a los medios de comunicación: "La tendencia al


descenso del nivel intelectual ya la complacencia por el gusto del sector menos
educado no es exclusiva de la prensa escrita sino compartida por los otros medios
de comunicación masiva: radio y televisión, y en la última adquiere carácter de
peligrosidad porque la televisión reemplaza al maestro, a la lectura de libros,
diarios y revistas en un amplísimo espectro de hogares colombianos" (24).

Muy grave, gravísimo el hecho de que ante el poco o casi ningún espacio que los
medios de comunicación otorgan a la cultura se emplee éste como lo dice Antonio
Montaña, en información tremendista que produce "sensaciones".

"La televisión, agrega, manejada con el criterio de movilizar apetencias se


convierte en mecanismo de disolución social",

En lugar de noticias e informaciones culturales se difunden sólo hechos criminales.


Por eso se habla de la cultura de la violencia.

Un notable grupo de intelectuales colombianos en carta a los directores de


medios, les dicen: "La información cultural no sólo se confunde cotidianamente
con noticias que pertenecen al mundo del espectáculo y la farándula, sino que
viene siendo objeto de inquietantes restricciones, tanto en lo que corresponde a su
divulgación como a las apreciaciones de los especialistas".

"Queremos señalar que, por lo demás, la información cultural no es un favor que


se les hace a los trabajadores de la cultura, sino un deber de los medios de
comunicación con sus usuarios y un derecho que tienen estos de recibir esa clase
de información".

10
Para finalizar apuntaron: "No hay que equivocarse, estimados señores: en estos
momentos de profunda crisis nacional, la vida cultural ha adquirido una dimensión
prioritaria para los colombianos, como antídoto del deterioro moral que se ha
apoderado de nuestra vida colectiva" (25)

El profesor Jesús Martín Barbero comentó: "En los últimos años los medios de
comunicación han comenzado a hacerse cargo de que lo que está en juego en la
cultura no son únicamente exposiciones, espectáculos y personajes geniales sino
el diario convivir de la gente".

La tendencia del periodismo cultural, dice Martín Barbero, busca mimetizar lo


único que la gente puede digerir hoy, algo que sea " suave, ágil y corto". "Estamos
necesitados de experimentar otros modos de relación entre cultura e información,
entre cultura y comunicación" (26).

"Hoy más que nunca hay necesidad en el país, no sólo de hablar de arte, ciencias,
bibliotecas, investigación, folclor, cine, sino de crear con urgencia los espacios
culturales y económicos que propicien en forma contundente y aun desconocida
entre nosotros esas actividades. y no como un mecanismo de evasión, sino todo lo
contrario", escribió María Mercedes Carranza.

Y agregó: "Colombia es un país sin principios, en el que se favorece el más


aberrante individualismo y en el que se ha instaurado una ética de la
supervivencia y se ha arrasado con la cultura de la solidaridad " (27).

Periodistas y medios
El desarrollo cultural de los países latinoamericanos en los últimos años no se
refleja en los medios de comunicación. Las limitaciones de espacio para registrar
las actividades culturales es el principal problema que tienen los periodistas
dedicados a esta especialidad. La prensa ha sido más pródiga frente a la radio, la
televisión y el cine. A esto se suma la falta de capacitación de los redactores, la
poca o ninguna profundización en los temas culturales y el tratamiento que en
cada medio se da a esta materia. La pauta publicitaria siempre va en contravía del
registro informativo cultural.

Las facultades de Ciencias de la Comunicación para contrarrestar en la medida de


sus capacidades ante esta situación han organizado cursos, seminarios y talleres
sobre periodismo científico, cultural, ecológico y de ambiente, las nuevas materias
de moderna especialización que reclama la opinión.

La cultura no sólo es noticia sino también vende. Esta afirmación parece que ya
empieza a penetrar en la gerencia de los medios y ha superado cierto bloqueo que
existía en la comunicación cultural.

11
Por esa notoria ausencia de información sobre actividades culturales, que el
propio Convenio Andrés Bello padeció durante varios años, sus directivos
resolvieron investigar el origen de ese silencio y se encontraron con que había un
número muy respetable de periodistas dedicados a la noticia y el comentario sobre
aspectos de cultura, pero no tenían púlpito donde predicar .

En las encuestas que con frecuencia adelantan los medios para auscultar el
interés de la opinión pública, los primeros lugares en las respuestas los copan las
informaciones de carácter científico seguidas de las culturales.

El lector, oyente o televidente está saturado de política, sensacionalismo,


narcoterrorismo, violencia y sexo. En cambio le interesa todo lo relacionado con su
salud, los inventos científicos, la tecnología y su entorno. Hoy las gentes buscan
precisar su propia identidad.

En recientes debates entre las Facultades de Comunicación y los medios, las dos
partes se dijeron sus verdades, pero así como es palpable el poco espacio
otorgado a la información cultural también es cierto que se impone una mejor
preparación del periodista dedicado a esta especialidad. Si la parte académica
falla se debe a la poca valoración que se le da al sentido vocacional ya las
aptitudes del futuro profesional.

Si como describe el "Mensaje a los Pueblos de América Latina y el Caribe",


suscrito por la Conferencia Epicopal Latinoamericana, CELAM, en Santo Domingo,
con ocasión del V Centenario del Descubrimiento, en octubre de 1992, los
comunicadores sociales deben ser "voceros incansables de reconciliación, firmes
promotores de los valores humanos y cristianos, defensores de la vida y
animadores de la esperanza, de la paz y de la solidaridad entre los pueblos",
frente al futuro inminente, los periodistas, con ideas, imaginación y creatividad,
tienen que asumir las exigencias acordes con los tiempos actuales.

Los periodistas, ante las crisis que viven los países, deben convertirse en
abanderados de la cultura para hacer realidad "la dignidad soberana del
conocimiento".

0 De las academias de Historia y de la Lengua de Colombia. Regresar a (0)

1 Miguel Ángel Carretón M. América Latina: Cultural y sociedad en el fin del siglo.
En Tablero, Revista del Convenio Andrés Bello, agosto de 1992, año 16, No.43,
Bogotá, págs. 17 a 21. Regresar a (1)

2 Esperanza Fajardo de Monroy. Costumbres alimenticias a partir del encuentro


cultural. En Investigación y desarrollo social. Volumen 3, No. 3. Septiembre-
diciembre, 1992, Santafé de Bogotá, págs. 304 a 315.
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12
(3) Alfredo Castillero Calvo. El encuentro de dos mundos: revolución biológica,
revolución urbana. En Tablero, Revista del Convenio Andrés Bello, agosto de
1992, año 16, No.43, Bogotá, págs. 29 a 50.
Regresar a (3)

(4) Víctor Guédez. Arte y sociedad en el umbral del siglo XXI. En Tablero, Revista
del Convenio Andrés Bello, agosto de 1992, año 16, No.43, Bogotá, págs. 59 a 64.
Regresar a (4)

(5) Ana María Maza S. El mirar de nuestro tiempo. En Tablero, Revista del
Convenio Andrés Bello, agosto de 1992, año 16, No.43, Bogotá, págs. 68 a 73.
Regresar a (5)

(6) Dominique Desjeux. Les sens de l' autre. Strategies, reseaux et cultures en
situation interculterelle, UNESCO, ICA, 1991.
Regresar a (6)

(7) Juan Manuel Ospina. El reto del Viejo Nuevo Mundo. En Tablero, Revista del
Convenio Andrés Bello, agosto de 1992, año 16, No.43, Bogotá, págs. 82 a 86.
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(8) Luis A. Pardo Barrientos. La transferencia de información cultural como


instrumento de integración en el reencuentro de dos mundos. En Tablero, Revista
del Convenio Andrés Bello, agosto de 1992, año 16, No.43, Bogotá, págs. 87 a 92.
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(9) Alfredo Pareja Diezcanseco. Perspectivas de la cultura hispanoamericana. En


Tablero, Revista del Convenio Andrés Bello, agosto de 1992, año 16, No.43,
Bogotá, págs. 93 a 96.
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(10) Tomás Eloy Martínez. Defensa de la utopía. En Tablero, Revista del Convenio
Andrés Bello, agosto de 1992, año 16, No.43, Bogotá, págs. 110 a 115.
Regresar a (10)

(11) Alfonso López Michelsen. Fuentes de la cultura latinoamericana. En el diario


El Tiempo de Bogotá, domingo 21 de marzo de 1993, pág. 7 B.
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(12) Antonio José Galvis N oyes. La originalidad de la cultura latinoamericana En


Nuestra América, Instituto de Estudios para el Desarrollo y la Integración de
América Latina, junio de 1982, Número 1, Tunja, Boyacá, Colombia, págs. 34 a 38.
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13
(13) Carlos Fuentes. Carlos Fuentes, sus vasos comunicantes, por Marisol Cano
Busquets y Juan Manuel Roca. En El Espectador, Magazín Dominical, No.517, 21
de marzo de 1993.
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(14) Julio Casares. Diccionario Ideológico de la Lengua Española, Barcelona,


Editorial Gustavo Gili S.A. Primera Edición, 1957, pág. 146.
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(15) S.S. Juan Pablo II. Christi Fidelis Laici. Exhortación post-sinodal,diciembre 30
de 1988.
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(16) Juan Gustavo Cobo Borda. Otro contraste llamativo. Cultura sana en un país
enfermo. En Lecturas Dominicales de El Tiempo, Bogotá, 22 de julio de 1990,
págs. 4 y 5.
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(17) Patricia Ariza F. Cultura por la vida. En Vanguardia Dominical, Bucaramanga,


9 de septiembre de 1990, págs. 6 a 8.
Regresar a (17)

(18) Juan Manuel Ospina. Políticas para un espacio cultural. En El Nuevo Siglo,
por Ximena Fidalgo, Bogotá, 21 de septiembre de 1990.
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(19) Fabio E. López de la Roche. Cultura y procesos culturales en Colombia. En


Vanguardia Dominical, Bucaramanga, 6 de enero de 1991, págs.5 a 7.
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(20) Alberto Zalamea. Identidad nacional. Debate del siglo. En Lecturas


Dominicales de El Tiempo, 24 de febrero de 1991, págs. 4 a 6.
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(21) La política cultural. Nueva orientación de una política cultural para Colombia,
Colcultura, Departamento Nacional de Planeación, cuatro páginas, en 16avo.
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(22) Ramiro Osorio. Llegó la hora de reajuste. Por Donaldo Donado v. En El


Espectador, Bogotá, domingo 22 de diciembre de 1991, pág. 14 A.
Regresar a (22)

(23) Jorge Mario Eastman. Constituciones políticas comparadas de América del


Sur. Parlamento Andino. Secretaría General Ejecutiva. Colección Fondo de

14
Publicaciones, Santafé de Bogotá, D.C. 1991. Páginas 255 a 392.
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(24) Antonio Montaña. La cultura en los medios. Tendencia al descenso


intelectual. En Lecturas Dominicales de El Tiempo, Santafé de Bogotá,28 de
febrero de 1993.
Regresar a (24)

(25) Germán Arciniegas. Por la cultura. Petición a los medios. En El Tiempo,


Santafé de Bogotá, lunes 25 de enero de 1993.
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(26) Jesús Martín Barbero. Un periodista para el debate cultural. En Magazín


Dominical de El Espectador, Santafé de Bogotá, No.425, 16 de junio de 1991,
págs. 18 y 19.
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(27) María Mercedes Carranza. Cultura y crisis nacional. País escindido. En


Lecturas D0minicales de El Tiemupo, Santafé de Bogotá, 14 de marzode 1993,
página 3.
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15
Periodismo, Historia, Literatura
Por Juan Gustavo Cobo Borda
Periodista colombiano

La historia de Colombia se ha escrito en los periódicos, de Antonio Nariño a


Guillermo Cano, y allí ha quedado rubricada con sangre. Por ellos los doscientos
años de historia de nuestro periodismo pueden simbolizarse también con la vieja
disputa de las armas y las letras.

"La imprenta, artillería del pensamiento" la llamó en una ocasión Bolívar y no


estaba errado. Páginas suspicaces que envenenaron la atmósfera. Páginas
límpidas que propiciaron el diálogo. De unas a otras hemos ido pasando, viendo
las ideas convertidas en balas y las balas que vuelven al redil pidiendo, a través
de la palabra, espacios de convivencia donde todos hallen cabida. Del sectarismo
hirsuto a la convivencia aceptada, las columnas de los periódicos colombianos no
sólo han sido sismógrafos. También, al redactarlas, han configurado nuestra
historia.

El periodismo colombiano: "La forma literaria más tradicional de Colombia y hasta


hace poco, la única", como lo llamó Alberto Lleras en 1980 olvidando quizá al país
de poetas y de gramáticos, de profesores y rábulas. Pero Lleras tenía razón:
todos, en el fondo, eran periodistas.

Lo fue Miguel Antonio Caro preguntándose furioso por qué en Santafé de Bogotá
se reproducían páginas de Renán. y lo fue Porfirio Barba Jacob recorriendo
Centroamérica y describiendo el terremoto de San Salvador en 1917. Así era el
pequeño país conservador de aquel entonces, conocido más por los viajeros
extranjeros que por los reinosos, ignorantes del mar y duchos en latín y
correcciones idiomáticas.

Prosas como las de Caro se sostenían, macizas y lógicas, al utilizar silogismos


cristianos y elogiar el hispanismo y la escolástica en contra de los afrancesados y
sus veleidades positivistas. Pero su intolerancia militante:, reflejada en "la ley de
los caballos" de 1888 gracias a la cual Rafael Núñez suspendió El Espectador, dio
paso a la elegancia modernista. Allí estaba Eduardo Castillo, el caballero duende,
buen reportero y mejor poeta, y también traductor como el señor Caro, pero no de
Ovidio y Horacio sino de los poetas malditos de fin de siglo.

Así vamos yendo, siempre a través de la prensa, entre la asimilación de lo ajeno y


la producción de lo propio. De España a Francia y de esta a Estados Unidos. De
Menéndez y Pelayo a Azorín y, ¿por qué no? , de Emilia Pardo Umaña a Oriana
Fallaci. Reconociendo, en definitiva, lo que señaló Eduardo Carranza: "Podría
decirse casi que la historia de nuestro periodismo es la historia de Colombia" y
también, en alguna forma, la de nuestra literatura.
16
De la edad de plomo a la era del fax
Pero qué cambio formidable desde aquella edad de plomo, con linotipo y máquina
de escribir ruidosos, hasta la asepsia de hoy, con impresión offset en colores,
computador, antena parabólica, procesador de palabras y prohibición de fumar en
los espacios públicos.

Cambió también, como lo señalaron Enrique Santos Calderón y Daniel Samper


Pizano, entre un periodismo de franca militancia política a uno que se esfuerza por
ser veraz, objetivo y más pluralista, así no siempre lo logre. Qué complejas, en
consecuencia, las relaciones entre prensa y estado. O entre medios de
información y empresa privada. ¿Cómo fiscalizar al poder? ¿Cómo oponerse a la
censura, por indirecta que sea? ¿Cómo informar, opinar, criticar, conjugando
libertad con responsabilidad, todo ello en "un medio arrebato como el nuestro
según palabras de Manuel Mejía Vallejo, novelista pero también como no,
periodista de larga data? Recordemos sus reportajes por toda Centroamérica,
persiguiendo el fantasma de Porfirio Barba Jacob, ahora encarnado en la biografía
novelada de Fernando Vallejo: "El mensajero" .

Por ello en "nuestra tierra, asolada y entrañable", como también la llama Mejía
Vallejo, se dio silvestre el periodismo. Hoy más técnico y con título universitario,
que busca autorregularse y superar así el síndrome de la chiva, al desarrollar su
tarea en medio de amenazas sin cuento, del secuestro al asesinato. Un
periodismo, tal como lo señaló José Salgar en 1990, que se ha convertido, a nivel
internacional, en "símbolo y mártir de la libertad de prensa y de los derechos
humanos".

Libertad de prensa, por cierto, que ha sido rasgo distintivo de nuestra tradición
democrática. Así lo reconoció Mario Vargas Llosa, con estas palabras:

"Hay un aspecto sobre todo en el que creo que todos los latinoamericanos
tenemos que admirar y envidiar a la sociedad colombiana, es una de las
sociedades que ha tenido en el curso de su historia quizás el margen más amplio
de prensa libre". Al repasar el pasado, valorar el presente e intuir el futuro, la
sociedad colombiana halla un motivo de confianza. El debate en torno a una
prensa libre, respetada por el Estado incluso en su desbordamiento, como dijo el
presidente Betancur, antes que verla censurada. Existe, en consecuencia, una
mirada crítica, constituyéndonos en el análisis. La distancia imprescindible para
vernos a nosotros mismos en el espejo de la palabra reflexiva y esclarecedora.
Polémica pero necesaria esto, no hay duda, en momentos en que el país se abría,
dentro de una participación de fuerzas mucho más amplia que la secular del
bipartidismo, y los propios enemigos declarados del Estado adquirían un excesivo
papel protagónico, utilizando los medios de difusión que el propio Estado otorgaba
a los particulares para su uso, tal como lo ha estudiado Enrique Santos Calderón.

17
De todos modos, con el aporte del periodismo investigativo y una concepción más
universal de los hechos, que por haber ampliado la óptica permite comprender
mejor la rica diversidad cultural del país, el balance que hace Santos Calderón
puede considerarse válido, más allá de las excomuniones clericales de antaño y la
indisoluble ligazón entre periodismo y política, indesarraigable, al parecer, de
nuestros medios de comunicación.

Dice Santos Calderón:

"La existencia de una prensa combativa, dinámica y con influencia política ha sido
sin lugar a dudas -y pese a sus acostumbrados excesos partidistas un soporte
esencial de la democracia representativa en nuestro país" (p. 129).

Prensa, además, que ocupa sitio de vanguardia en América Latina, al cual no ha


sido ajeno, ni mucho menos, el auge informativo de la radio en Colombia, sin lugar
a dudas una de las más alertas del continente. Las palabras de Yamid Amat al
respecto hablaban de "una cultura vivencial y no histórica", más de ciencias
sociales que de filosofía humanística. Una cultura, en definitiva, viva y dinámica,
en su evolución constante, pero que tampoco debe olvidar sus raíces. El fecundo
matrimonio entre periodismo, historia y literatura, tal como lo ha recordado Alberto
Lleras, reviviendo su época:

"Las grandes páginas eran baldíos grises, para colonizar escribiendo do muchas
cosas necias, probablemente. Para llenarlas se llegaron a publicar novelas, no
pocas como las experimentales de García Márquez se ensayaron en ellas. Con
todo, si no fuera por estos diarios amarillos de la Hemeroteca, no se sabría nada o
casi nada de la vida pública del país en este siglo que va terminando".

Periodismo literario
Y fue también Alberto Lleras Camargo, al prolongar un volumen póstumo de
Hernando Téllez, Confesión de parte (1966), quien recordó aquellos tiempos
heroicos en que los periodistas, a la madrugada dejaban el diario, luego de
haberse intoxicado de café, tabaco y política, y recibían el nuevo día hablando de
literatura por las calles de Bogotá.

Igual recuerdo conserva de sus tiempos en El Universal de Cartagena Gabriel


García Márquez y de las suculentas sopas de cangrejo, en las tabernas del
muelle, cuando ya hecha la columna del día siguiente, era factible asimilar nuevas
anécdotas y repasar viejos libros.

Si existía una tradición en el periodismo colombiano era ésta, la indiscernible


mezcla de bohemia y política, alcohol y literatura. Y la buena prosa, económica y
ajustada a las estrechas columnas, el indispensable requisito.

18
Al recopilar páginas de Luis Tejada y Armando Solano, José Umaña Bernal o
Eduardo Zalamea Borda, asombra la capacidad que demostraron para escribir
sobre todo, o casi todo, con altura y cordura, día tras día. Bloques sintéticos que
agrupados en libro resultan, no hay duda, reiterativos, pero que cada mañana, al
abrir el periódico, comunicaban algo de su inteligencia al afanado lector que hacía
de tales páginas su Biblia para conversar en la oficina.

Ante estas prosas estrictas los largos ensayos de Baldomero Sanín Cano o Luis
Eduardo Nieto Caballero llevaban a pensar en un siglo atrás, el XIX, cuando la
prensa era doctrinaria y solemne, y las ideas predominaban sobre los hechos.

Pero si bien Sanín Cano estaba dotado de un humor nada obvio y LENC volvía a
redactar, exhaustivo y generoso, el libro que acababa de leer, ellos también
formaban parte de la corriente, central en nuestras letras por mucho tiempo, que
armó sus libros con recortes de periódico y participó, desde las trincheras de la
prensa escrita, en las luchas políticas.

De allí, del periódico, los escritores colombianos ascendían ala Presidencia de la


República, como Eduardo Santos o Alberto Lleras, o se iban al exilio. Ocupaban
ministerios, embajadas y redactaban cuentos y novelas, algunos de ellos
inolvidables. O se volvían, como Luis Carlos Galán, líderes políticos de hondo
arraigo, por su conocimiento del país, iniciado como simples redactores.

Y allí, al periodismo, volvían luego, al reconocer cómo la fraternidad de ese cuarto


poder era menos voluble y amarga que las soledades inherentes a cualquier
mando.

Gracias a la prensa habían visto esfumarse tantas celebridades de un solo día,


que el sano pesimismo que impregna los Carnets de José Umaña Bernal o la
lucidez desencantada que Alberto Lleras puso en sus últimas columnas, en Visión,
muestran la rigurosa escuela que fue ese periodismo, obligándolos a dudar y
matizar. A reflexionar sobre lo que veían. Fue un tónico, una cura, que hacía
astringente su prosa e innecesario el prodigarse en exceso. Su eternidad duraba
un día.

En nueve tomos, no hace mucho, la Flota Mercante y la Federación de Cafeteros,


han recopilado una parte de la obra periodística de Alberto Lleras. Allí está todo. El
fin de la hegemonía conservadora, las facciones liberales en pugna, la invención
del Frente Nacional: el cambio de un país a otro. Todo, sin excepción, porque en
él, como en Gabriel García Márquez, nuestras más altas cimas en esta fusión
periodismo-literatura, el periodismo se volvió alta literatura: captó todos los
matices. Retrató una época y sus gentes. Trazó su perfil.

Y lo que en las plazas públicas, a través de la radio, fue necesidad retórica del
discurso, meciendo los párrafos, recurriendo a las metáforas obvias, acentuando

19
los finales, en la columna de la revista admitía el esguince irónico, las preguntas
inquietantes, la crítica implacable pero buida, para usar una expresión, como
todas, ya fechada.

Si antes la prensa era digresiva y literaria, salpicando las apretadas columnas con
versiones al español de los poemas de Víctor Hugo, y luego se convirtió en
reporteril y exhaustiva, cuando no en simplemente frívola, este medio siglo 1910-
1960 parece constituir un período afortunado para estudiar las relaciones entre
periodismo y literatura. y medir también la forma en que tantas espléndidas
vocaciones literarias fueron devoradas por el trapiche voraz de las rotativas.

Me convencí definitivamente que no podría vivir sino escribiendo pero como para
escribir -qué remedio!- hay que comer, no estaba en condiciones de hacer nada
distinto de vincularme al periodisrno (El Independiente, Bogotá, abril 20 de 1958).

Las palabras de Eduardo Zalamea Borda, descubridor literario de García Márquez,


bien pueden generalizarse. A partir de la única novela, que publicó, "Cuatro años
abordo de mí mismo", es factible repasar un panorama donde se destacan el único
volumen de cuentos que escribió Hernando Téllez, "Cenizas para el viento" o los
dos delgados volúmenes de cuentos, "Todos estábamos a la espera" y "Los
cuentos de Juana" de Alvaro Cepeda Samudio junto con su única novela: "La casa
grande".

Por más buena escuela crítica que fuere también hay algo en el periodismo que
hace daño a la literatura. Posee algo fugaz y efímero, que la uña del tiempo
descascará con más prisa y que requiere de la también relativa perdurabilidad
creativa de la ficción o de la historia, para otorgarle trascendencia a la implacable
exigencia periodística de cada día.

Algunos, como García Márquez, aprovecharon su crónica sobre el vallenato y La


Guajira, o los perfiles individuales de sus personajes para incorporarlos luego,
metamorfoseados, en sus amplias máquinas de ficción. Otros, como Germán
Arciniegas, trátase de sus viajes por medio mundo, del Congo a Dinamarca (Medio
mundo entre un zapato) de episodios de nuestra independencia (Transparencias
de Colombia) o de incidentes de la historia de América (Los pinos nuevos) han
establecido vasos comunicantes en los dos sentidos: las columnas de prensa le
sirven, luego, para nutrir los capítulos de sus libros de historiador y ensayista y
éstos, en muchos casos, vuelven más tarde, ya deshuesados y sintetizados, a las
mismas columnas que los vieron nacer.

Sin embargo la mejor columna periodística, por perfecta que sea, ¿no convoca
quizás un reclamo injustificado pero que no por ello deja de surgir? El que ese
breve apunte se convierta en ensayo. El que ese instantáneo perfil, tan certero se
transforma en biografía, como la de Tomás Cipriano de Mosquera que en varias
ocasiones anunció Lleras Camargo.

20
Oscilamos así entre aprovechar el poco tiempo de que disponemos con el disfrute
de una prosa ágil y una mente rápida o aguardamos el volumen redondo que, por
un tiempo por lo menos, agote el tema. Pero el periodismo no es eso. Su gloria
mortal reside en ese único día que las antologías, a veces, preservan, del mismo
modo como hoy subsisten los cuadros de costumbres que redactó el padre de
José Asunción Silva y sus coetáneos de El Mosaico: como una curiosidad
pintoresca y divertida, no como una literatura viva. La literatura viva de ese
período, continúa siendo, no hay duda, "María", de Isaacs.

El periodismo, cuando no se vuelve literatura, termina por convertirse en


documento acerca de una época, por más efímera que ésta haya sido. Los varios
volúmenes, por ejemplo, que Daniel Samper Pizano ha recopilado con sus
crónicas sobre el adolescente que fue sólo parecen factibles, en su anacronismo,
gracias a la imaginación de quien los padeció. Pero lo más curioso es que estas
páginas, datadas y exactas, también cobran con el tiempo un irreal aire de ficción.
Los días que pasan cambiaron su sentido. La distancia modifica los actos y los
convierte en mitos. Así los años 60, de los Beattles en adelante, han engrosado el
negocio de la nostalgia ida. Nos traen la sensación, siempre repetida a través del
periodismo y la literatura, de que aquello sí fue vida. De que esos fueron los
últimos hombres felices. Como les sucedía a quienes vivieron antes de la Primera
Guerra Mundial. O en el siglo XIX. O en las tertulias inteligentes del XVIII. Lo
bueno del pasado es que la literatura lo embellece, al convertirlo en novela, y el
primer paso es casi siempre , el periodismo.

Quien lee a los cronistas de antaño, trátase de Jaime Barrera Parra al despedir a
Ricardo Rendón " se marchaba a su casa masticando bondad y fastidio" , o de
quien rememora a un insigne orador sagrado, el padre Carlos Cortés Lee,
llamándolo "griego de Zipaquirá", comprobará los derrumbes geológicos que las
épocas van superponiendo, en indetenible olvido. y como ellas cancelan géneros
que parecían indestructibles, como el de la oratoria sagrada, o nos acercan
ambientes y figuras, en esa incesante lanzadera entre rescate y amnesia que es
todo lectura. La oratoria sagrada, de una parte, las caricaturas de Rendón, de otra.
Una muerta, las otras aún dicientes y ambas interesándonos gracias a cronistas
que escribieron sendas notas necrológicas. Un buen réquiem, en el periodismo,
garantiza la última posibilidad de vida.

Así es el periodismo. Cuando hombres futuros quieran saber qué pasó en la


Colombia de estos años, encontrarán algunas de las raíces de sus males
repasando las crónicas de Germán Santamaría sobre el Magdalena Medio o el
Caquetá incluidas en su libro Colombia y otras sangres. Tal la virtud del
periodismo y tal también su drama: estar fechado; servir, luego, apenas como
auxiliar de investigación.

También la lectura de periódicos de antes puede llevarnos a pensar que los temas
no cambian y que un mismo Espíritu, a través de plumas diversas, continúa

21
tratando, por siempre, idénticos problemas sin resolver Los apuntes de Carlos
Martínez Silva sobre reforma constitucional o los de Fidel Cano, respecto al
concordato, ¿no encerrarán aún lecciones válidas, dignas de repasarse? y temas
eternos, de la descentralización a pensiones de los colegios, del Chocó
abandonado al canal del Dique, de Bolívar a Santander, ¿no jalonan editoriales o
comentarios, década tras década? Tal la sensación recurrente de quienes, por un
motivo u otro, escarban en antiguos periódicos.

Qué viejas ya la vez qué sugerentes tales páginas: el pasado no ¡ vuelve, pero
pareciera que nada ha cambiado. Tal sucede, también, con otra tradición ilustre de
nuestras letras: la de los litera tos periodistas que , hacen revistas.

Desde Alberto Urdaneta y su Papel Periódico ilustrado (1881) que alcanzó los 116
números hasta los jóvenes poetas que hoy luchan por un aviso para editar revistas
con nombres tales como Puesto de Combate, Ulrika o Común Presencia, el
periodismo literario también vive, agoniza quiebra y resucita, a través de esos
afanes. Lo hizo Baldomero Sanín Cano con su Revista Contemporánea de 1904, y
lo hizo López de Mesa con su revista Cultura. Lo hizo Germán Arciniegas con su
revista Universidad de 1921 a 1929, y n01e importó seguir haciéndolo con
su Correo de los Andes de 1979 a 1989. Lo hizo Enrique Uribe White con su
legendaria Pan y lo hicieron Jorge Gaitán Durán y Hernando Valencia Goelkel, con
Mito, entre 1955 y 1962. Lo hizo Mario Rivero, fundando Golpe de Dados en enero
de 1973 y aún continúa haciéndolo, cien números después. Lo hicieron también en
alguna forma Alberto Lleras y Hernando Téllez a través de Semana y Alberto
Zalamea con La Nueva Prensa. Lo hace Carlos Lleras Restrepo, en Nueva
Frontera, cuando posterga sus análisis económicos o sus denuncias morales,
comentando un poema de Silva o recordando a alguna fogosa dama. Lo hizo
Abelardo Forero Benavides en las anchas páginas de Sábado y lo hizo Laureano
Gómez en las pequeñas de la Revista Colombiana.

En ellas, como en los suplementos literarios de El Tiempo y El Espectador, de El


Colombiano, Vanguardia Dominical, La Patria o Diario del Caribe se va
acumulando un rico legado: el de nuestra herencia literaria. El de las constantes
relaciones entre periodismo y literatura. Baste repasar una obra como la de Plinio
Apuleyo Mendoza, de Años de fuga (1979) a La llama y el hielo (1984) para
comprender cómo las fronteras entre uno y otra son tenues, evasivas y
enriquecedoras. Lo supo Norman Mailer. Lo ha analizado Tom Wolfe. Hace
algunos años Alejandro Obregón me entregó una carpeta negra, rota y vuelta
cenizas en uno de sus bordes. Era el manuscrito, de 308 páginas, de la novela
perdida de la novela de Eduardo Zalamea Borda, 4a. Batería, quemada cuando el
incendio de El Espectador. Algún día podremos publicarla, fragmentaria pero por
ello mismo más atractiva, comprobando así cómo ni las llamas de la política ni la
vorágine caudalosa de los hechos diarios, puede amortiguar el afán de esos
periodistas literarios que, como Hemingway, corrían ávidos, trátese de una cacería
en Africa o de una corrida en España, dejando para luego la reposada novela en

22
que estaban trabajando. Estos dos dioses, el periodismo y la literatura, continúan
disputándose los talentos. Pero, no hay duda, que varias de esas densas páginas
siguen esclareciendo la historia desde la literatura.

Así lo comprueba Jorge Orlando Melo cuando recopiló 158 relatos de testigos
presenciales sobre hechos ocurridos a lo largo de cinco siglos en la historia a
Colombia: Reportaje de la historia de Colombia (1989). De Rodríguez Freyle a las
inolvidables Memorias de un abanderado (1876) de José María Espinosa, el más
sagaz y ameno recreador del período de la patria. Ellos, como más tarde Osorio
Lizarazo o Juan Lozano, mantienen ágil la pluma y firme la mirada. Sin ambas es
imposible hacer buen periodismo y mucho menos perdurable literatura. Sin el
periodismo literario Colombia sería más pobre y mucho menos comprensible. y sin
el periodismo, en general, la verdad sea dicha, tampoco nuestra historia existiría.
Así lo comprueba esta memoria de 15 años en la vida colombiana.

23
La radio como instrumento cultural en Colombia
Por Alberto Duque López

Esta mañana, mientras trataba de encontrar una respuesta en el espejo que me


contemplaba en silencio en la penumbra de la madrugada, me preguntaba lo que
otras personas han venido preguntándose durante los últimos años: ¿hasta dónde
la radio en este país está contribuyendo o no a la cultura de los colombianos... ?
¿Hasta dónde las radioemisoras en AM o PM con su programación cotidiana están
aportando todos los días, algún elemento nuevo al desarrollo cultural de sus
oyentes... ? O mejor, ¿qué significa la palabra Cultura en el ámbito de la radio, un
ámbito que no tiene límites y menos ahora con los satélites y los avances
tecnológicos que hacen sentir nostalgia por los modestos enlaces de antes.

Hasta hace algunos años la palabra Cultura, en la radio, estaba ligada


irremediablemente a la emisión, a la una de la tarde, del concierto 21 de piano de
Mozart con una breve explicación del presentador, anotando que esta obra
también se titula "Elvira Madigan" por la película sueca de la pareja que se suicida
por amor ... La palabra Cultura estaba ligada, especialmente durante los oscuros
días de la Semana Santa, con la emisión de las obras de Bach para órgano o los
conciertos de Vivaldi y Paganini... Culttura en la radio, hasta hace algunos años en
Colombia tenía un significado terrible, aburrido, lúgubre, quizá solitario.

El crecimiento de las ciudades, la aparición de nuevas generaciones ávidas de


información, conocimientos y excitaciones obligó al mismo término de Cultura, en
la radio, a replantear su naturaleza, a ser más agresivo, a convertirse en un
instrumento más ágil y contagioso.

Hace 25 años fui partícipe de un experimento curioso. En Barranquilla, los


domingos, entre siete y media y doce de la mañana, en una emisora pequeña
llamada Radio Piloto. Durante más de dos años y gracias aun industrial ganadero
que todos los meses de octubre se marchaba a Nueva York a enloquecer con las
compañías de ópera y regresaba a la ciudad con centenares de discos raros,
gracias a esa complicidad y por unos pocos pesos, realizaba un programa que
alternaba la música con la lectura de textos literarios.

Eran domingos inolvidables, domingos llenos de buses repletos de turistas que


salían de la Plaza de Colón rumbo al muelle de Puerto Colombia, mientras los
fanáticos del fútbol comenzaban su romería hacia el estadio. Comenzaba con
Bach. Pesado, duro, con un órgano disparado hacia las fugas que seguramente
eran emprendidas por los escasos oyentes. Luego leía un texto de Truman Capote
y en seguida, Vivaldi, más alegre, más dinámico. Luego otro texto literario, de
Cortázar o García Márquez y en seguida, una obra de Berlioz o Mozart, y más
tarde otro texto, de Gonzalo Arango o de Burgos Cantor. Cuando ya la mañana
estaba en pleno apogeo, entonces aparecía el jazz, con algún tomo de Miles Davis

24
o Louis Armstrong o Charlie Parker. Por supuesto los oyentes del mediodía no
eran los mismos de las primeras horas del programa. No sé si era un aporte a la
Cultura de los barranquilleros, nunca tomé el programa con ese sello, simplemente
sabía que estaba divirtiéndome, que era la única posibilidad de poder expresar de
una manera impúdica mi locura por dos ídolos, Cortázar y Charlie Parker en una
misma mañana. Por esa misma época ya existían en Barranquilla otros programas
culturales orientados por personas como Rafael Oñoro, César Ruiz, Jesús María
Guillén y Alfredo Gómez Zurek. Ellos sí estaban realizando un aporte a la cultura
de mi ciudad.

¿Qué significa trabajar por la cultura en la radio? ¿Pasar las obras de los
compositores clásicos? ¿Emitir la música colombiana, o las obras de Marsalis, o
un poco más allá, realizar programas con la música de Vangelis o los
compositores andinos o los músicos griegos y españoles?

¿Qué es cultura en la radio? ¿Informar sobre los conciertos de esta noche, o las
obras del festival de Manizales o comentar la nueva película dirigida por Bernardo
Bertolucci sobre una novela espléndida del solitario Paul Boeles?

Dándole la vuelta a la pregunta, a esta preocupación: ¿qué hace la radio


colombiana por la cultura de este país? ¿Está contribuyendo en algo? ¿Está
enseñando a sus oyentes los distintos matices que tiene una obra de Matisse, o
las variaciones de un concierto de Phillip Glass o las trampas de una película de
Jim Jarmusch o las historias de Nadine Gordimer y Moreno Durán ?

Hasta hace unos años, los dos mejores ejemplos de esta preocupación de la radio
por difundir la cultura, al menos dentro de sus alcances físicos en Bogotá, eran la
Radio Nacional y la emisora HJCK. Después, a medida que las universidades
crecían y sus presupuestos eran más sólidos, tuvieron la excelente idea de
incorporar una estación de radio dentro de sus actividades cotidianas. En
Medellín, Barranquilla, Manizales, Cali, Cúcuta, Bogotá, para citar unos pocos
ejemplos, las universidades vienen adelantando una labor grata, agresiva y juvenil
a través de estas emisoras; y en Bogotá, el trabajo de las estaciones de la
Nacional, la Tadeo, la Javeriana y otras universidades es ejemplar, y con una
ventaja: su programación está dirigida hacia un público específico, los estudiantes,
utiliza su lenguaje, maneja su entorno psíquico y físico, sabe comunicarse con
ellos y por eso ha logrado superar los obstáculos iniciales. Mientras tanto, en
ciudades como Barranquilla, Medellín y Cali las universidades trabajan en
colaboración con otras entidades, como las Cámaras de Comercio, con iguales
resultados.

Esa es la labor de organismos como la Radio Nacional, la HJCK y las estaciones


universitarias... Pero, ¿qué ocurre en la radio comercial, la de las grandes
cadenas?

25
Durante una época, Caracol produjo uno de los programas más completos de la
radio latinoamericana, "Monitor" , dirigido por profesionales como Enrique Pardo,
Julio Nieto Bernal y Mario Rivero, utilizando el ritmo y el lenguaje de las revistas
de radio que mezclan la música con las noticias y la información cultural. Después
cambiaría de naturaleza.

En el sistema Caracol Stereo, especialmente los fines de semana, son realizados


programas interesantes que buscan la divulgación de la obra de grandes
compositores y cantantes contemporáneos. En otras cadenas y de manera
esporádica también se trabaja en este impredecible campo de la cultura. Por
supuesto, alguien podría afirmar que la simple difusión de la música,
especialmente la colombiana, ya encierra un aporte en este campo.

Desde hace dos años trabajo con la cadena RCN, en el noticiero que va de las
6:00 a las 10:00 de la mañana. Mezclada con las informaciones de asaltos
guerrilleros, terremotos, golpes de Estado, divorcios de las estrellas, planeación de
impuestos y renuncias de ministros, he tratado con la complicidad de Juan
Gossaín de informar sobre algunas actividades culturales. Son pocos minutos, es
un tiempo insuficiente pero alcanzamos en una mañana, por ejemplo, a comentar
una novela de Nadine Gordimer, reseñar rápidamente una película de Camila
Loboguerrero, decir algo sobre las exposiciones de pintura o las obras de teatro, y
también algo de la que ocurre en otros países.

Por supuesto, que esos minutos no son suficientes. Esas píldoras regadas a la
largo de cinco horas de entrevistas, cuñas, noticias, llamadas del extranjero,
proclamas de los políticos, llamadas de madres angustiadas poco pueden hacer
por el desarrollo cultural de los colombianos, pero seguimos tratando. Hemos
sostenido un lema, "La cultura es noticia" y la mantenemos, reconociendo que es
un tiempo mezquino, que podría mejorarse, que podría tener un mayor impacto,
un mayor alcance.

Estas ideas expuestas aquí ante ustedes, buscan el debate sobre un tema tan
vasto y complejo: ¿hasta dónde la radio colombiana está realizando un aporte real
a la cultura de los colombianos? ¿Hasta dónde ese aporte es recibido por los
oyentes, hasta dónde éstos mejoran su vida por el simple hecho de encender un
aparato de radio y escuchar mientras se bañan, duermen, comen, caminan, hacen
deporte o conduce su vehículo? La pregunta es simple: ¿estamos cumpliendo,
quienes trabajamos en la radio, con nuestra obligación de apoyar y difundir y
fomentar la cultura de los colombianos?

26
Periodismo cultural en tiempos de crisis:
creadores de cabeza descubierta
Por Arturo Guerrero (Colombia)

Ponencia presentada en el marco del I Encuentro Iberoamericano


de Periodismo Cultural celebrado en Caracas en abril de 1992.

Hace poco menos de dos siglos decía el romántico y demente escritor alemán
Friedrich Holderlin que "la misión del poeta es permanecer con la cabeza
descubierta en medio de las tormentas de Dios". He aquí una definición alada de
lo que son las crisis: las tormentas de Dios. Y he aquí, en magnífico contraste, un
mandato para los protagonistas de la cultura: resistir a cabeza descubierta.

Nuestro mundo latinoamericano, quieto en cercanía del tercero de los milenios,


parece estar acostumbrado a un paradójico perpetuo estado de crisis. Ahora
cuando terminó la guerra fría, las tormentas de diversas divinidades fulguran sobre
la pobreza de las víctimas del neoliberalismo económico, de la corrupción oficial,
de la violencia de todos los colores, de la democracia desdibujada, de los golpistas
hirsutos, de los traficantes de los opios.

Entre nosotros prácticamente no ha quedado títere con cabeza. Las viejas


instituciones públicas han colapsado. Y las privadas están muy ocupadas
haciéndose competencia. Frente a este panorama, vale escuchar voces como las
del novelista Rafael Humberto Moreno Durán, quien dice: " Ante la decepción de la
política sólo nos queda la opción de la cultura... Cuando el político fracasa, sólo el
artista es capaz de devolverle la dignidad al ser humano".

La decepción ante los políticos no se queda atrás del sinsabor frente a los
economistas. Las convulsiones sociales, militares, estudiantiles, sindicales, tienen
como apremiante marco las cifras extenuadas del dinero. Jack Lang, ministro
francés de la cultura, avanzaba la siguiente hipótesis: "El fracaso económico de
nuestros antecesores fue ante todo un fracaso cultural. Ellos habían perdido la fe
en la fuerza del espíritu y de la voluntad. Nosotros creemos en la fuerza del
espíritu y de la voluntad para transformar el curso de las cosas... La cultura puede
ser una de las respuestas a la crisis, pues esta crisis económica está ante todo en
nosotros, está en nuestras cabezas y en nuestros corazones, está en un
comportamiento mental... Entonces, con nuestra voluntad, podemos subyugarla y
darle a las fuerzas del espíritu, a las fuerzas de la invención, a las fuerzas de la
creación, prioridad para construir el porvenir".

Jack Lang y Moreno Durán no están proponiendo cosa diferente de la enunciada


por el atormentado Holderlin: cabeza descubierta para los poetas que cantan en
medio de la guerra.

27
No hay manera, en estas cortas líneas, de desentrañar el poder demiúrgico de la
cultura en la sociedad humana. Que baste entonces con pincelarlo a la manera
impresionista, configurarlo alusivamente, en las palabras del poeta y ensayista
William Ospina, quien fatigando el lenguaje atrevido de la física señala que "un
solo verso de Virgilio acrecienta mágicamente el caudal de la realidad y modifica
de algún modo el peso del mundo".

Cada vez que un creador signa una semicorchea o espanta el blanco del lienzo
con una masa de color o le pone una trampa en el aire al ángel del poema, o
inventa un piropo para conquistar a la mejor mujer del orbe, se reafirma la solidez
del universo y algunos gramos de más quedan registrados en la balanza de los
astros.

Esto que a primera vista suena a delirio de los años sesenta está, por el contrario,
próximo a entrar en los monótonos rubros de la contabilidad empresarial. La
sesuda revista económica Fortune, en un reciente informe, puso el grito en el cielo
raso de las gerencias al demostrar que la industria de Estados Unidos está
perdiendo la competitividad indispensable porque la gente que está en los
negocios ya no lee. Pero no porque no lea texto sobre finanzas, sobre la teoría
Zeta o sobre la manera de alcanzar la excelencia. No. Los industriales, según
Fortune, se están rezagando porque no leen libros de filosofía, de historia, de
literatura, es decir, porque le han dado la espalda a la cultura. Y a continuación
aduce la explicación formulada por el presidente de la firma Monsanto a este
fenómeno: la persona lectora de estas materias descubre vínculos en hechos sin
relación entre sí, que es lo que se necesita en el mundo de la productividad.

La cultura como la fuerza del espíritu, como el arte de vivir intensamente, como la
vivencia espiritual y estética de los hechos cotidianos, necesita del periodismo
para volverse un sueño en plural. Pero no de cualquier periodismo. Gracias a los
medios de comunicación, la danza de las horas y de los días puede dejar de ser
una prosaica sucesión de opacidades, para revelarse como el escenario donde los
hombres van fabricando la eternidad, van descubriendo su genuina naturaleza de
seres "en tenso aprendizaje de lucero", como lo escribe Octavio Paz.

Para cumplir esta misión, más compleja aún en estos tiempos de tormentas de
Dios, el periodismo cultural tiene que trascender su tradicional molienda de
cartelera de espectáculos, de reseña sintética de libros, de alambicada crítica de
arte, de comentario razonado de conciertos, de entrevista descriptiva a luminarias.
El periodismo cultural tiene como materia prima los hechos en los que brilla el
genio de los pueblos, y con esta arcilla prodigiosa debe elaborar un producto de
prodigio.

Para decirlo de una vez, el periodismo cultural ha de ser un poema, una creación
de hombres y mujeres con la cabeza descubierta. No en el sentido caricaturesco
de que tenga que ser escrito en verso o con la retórica de floridas palabras sin

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sentido. No. Ha de ser un poema, visual sonoro o escrito, porque sus textos en sí
mismos estén forjados en los idénticos altos fuegos que cocinaron la pintura, el
concierto, la novela, el ángel de alfarero, los graffiti, el vuelo de la moda, el
lenguaje adolescente, la película, la copla, la arquitectura futurista, el fruto
culinario, la muerte de los héroes.

Los textos del periodismo cultural han de ser ellos mismos otra obra de arte
mínimo. Han de conmover más que convencer, seducir más que demostrar. Han
de librar al periódico de ayer de su triste destino de basura. Que cuando el lector
los recorra termine bañado en alhucema, y descubra sorprendido que en medio de
las crisis existen voces que aún creen en la mañana.

Estamos en esta forma haciendo un llamado al ejercicio de un periodismo


vibratorio, urticante, prensil y ondulante, cuyo espíritu se adose al lado nocturno de
las cosas, al otro lado de la realidad donde todo es más intenso y duradero. Un
periodismo cuyos textos sean más bien textiles, con una trama y una urdimbre de
múltiple dimensión para que cada lector, cada oyente, cada televidente, se sienta
único y propio bajo el cobijo del universo.

Obviamente, la práctica de este oficio renovado requiere de profesionales lúcidos,


capaces de relatar la realidad no desde el exterior, como si ella fuera un objeto
separado, sino desde su interioridad de seres resonantes, en donde esa realidad
haya sido incorporada ya al torrente sanguíneo de una vida. Los periodistas
culturales han de entregar en cada trabajo un paraje de su alma, para de esta
forma elevar la regla de oro de la objetividad profesional al estrado sin par de la
integralidad del ser humano, ese prodigioso ente a medio camino entre los
hombres y los dioses, entre la luz y las penumbras, entre la seguridad y el miedo.

Sólo de esta manera podremos enamorar al público y no simplemente informarlo,


estremecerlo y no sencillamente instruirlo, abrirle el apetito de la belleza y no
únicamente presentársela como otra mercancía de la tienda. Sólo así podremos
apasionar a la mejor mujer de la vida, a esa que en alguna esquina nos aguarda,
ilusionada porque quizá nosotros llevamos en la frente esta sentencia de Jorge
Luis Borges: "El deber de todas las cosas es ser una felicidad; si no son una
felicidad son inútiles o perjudiciales".

Para lograr este ejercicio de superhombre, el periodista cultural debería tener


como su lema aquel epígrafe que le dio el título uno de los libros del gran poeta
venezolano de cabeza descubierta, Carlos Augusto León: "Yo recorrí los nombres
de la vida y en cada uno eché mi corazón".

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Las revistas culturales
Por Juan José Hoyos
Periodista colombiano

Sur ha dejado de publicarse hace tantos años que sus ejemplares son guardados
como reliquias, y casi siempre bajo llave, en las bibliotecas de los escasos
coleccionistas y lectores que tuvieron la fortuna de adquirir algunos números
sueltos que llegaban a Colombia, en los barcos, desde Buenos
Aires. Mito desapareció de los estantes de las librerías en 1962, y desde ese año
los 42 números de su colección se han convertido en una joya de bibliómanos y
han pasado a formar parte de colecciones especiales de bibliotecas públicas y
privadas de nuestro país. Las páginas de Eco, después de 272 números, más de
40 mil folios y 24 años de trabajo, se cerraron definitivamente hace siete años,
casi al mismo tiempo que se cerraban las puertas de la legendaria Librería
Buchholz de la Avenida Jiménez, en Bogotá; Orígenes, la revista fundada por José
Lezama Lima en los años cuarenta, en Cuba, corrió la misma suerte.

Pareciera que abordar el tema de las revistas culturales en un momento en el que


casi todas, con contadas excepciones, han desaparecido, fuera hablar de cosas
muertas. Yo pienso lo contrario: hablar de las revistas culturales no es hablar de
cosas muertas. Pocas cosas hay que tengan más vida que la manera de hacer
cultura y de hacer periodismo que propusieron muchas de ellas. En los países
donde aparecieron su obra, a pesar del paso del tiempo, sigue tan viva como la
obra de los escritores que las fundaron, que colaboraron con ellas, que lucharon
para que se mantuvieran vivas a lo largo de los años.

Tengo en mis manos el primer número de la revista Mito, fundada en 1955 por
Jorge Gaitán Durán y Hernando Valencia Goelkel. Hay un artículo sobre el
marqués de Sade y una traducción de su "Diálogo entre un sacerdote y un
moribundo". Hay una "Sonatina" de León de Greiff. Un poema de Octavio Paz.
Otro de Vicente Alexaindre. Otro de Saint John Perse. Una consideración sobre
las brujas y otros engaños, de Pedro Gómez Valderrama. Hay comentarios de
libros de Simón de Beauvoir, Francoise Sagan, Gabriel García Márquez, Fernando
Arbeláez. Hay un testimonio sobre el drama de las cárceles en Colombia. Repaso
algunos números de la colección. Hay colaboraciones de Carlos Drumond de
Andrade, Alfonso Reyes, Jorge Luis Borges, Alvaro Cepeda Samudio, Álvaro
Mutis, Fernando Charry Lara, Carlos Fuentes, Julio Cortázar, Hernando Téllez,
Rafael Gutiérrez Girardot, Martha Traba, Baldomero Sanín Cano, Aurelio Arturo,
Jorge Zalamea, Rogelio Echavarría. Hay traducciones de Gottfried Benn, George
Bataille, Luchino Visconti, Vladimir Nabokov, Ezra Pound, John Updike. Hay
nuevos testimonios sobre los problemas de la administración de justicia, la
prostitución, la sexualidad, los intelectuales y el problema de la violencia. Está el
texto íntegro de "El coronel no tiene quien le escriba", de Gabriel García Márquez.

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Por supuesto que las páginas de este ejemplar de Mito ya están un poco
amarillentas pero, ¿es esto una cosa muerta? Repaso con mis ojos los trazos
sosegados de los tipos de imprenta Bodoni, con que componían la revista, y veo
con asombro que la tinta todavía brilla sobre el papel. Leo uno de los escasos
editoriales con que abrían la edición Valencia Goelkel y Gaitán Durán:

"Mito se convierte, exclusivamente, en un foro para debatir las complejas


relaciones entre economía, política, vida social y cultural; y, ciertamente, los tristes
datos de la realidad colombiana. Pero seguiremos prestándole apasionada
atención a la filosofía, la literatura y el arte de nuestros días, y sus fascinantes
luchas con la tradición. Continuaremos rechazando el dilema bizantino: Estética o
política, pretexto de innumerables imposturas (...) Por ahora nos limitaremos a
poner en servicio una herramienta eficaz: las palabras (...) Pretendemos hablar y
discutir con gentes de todas las opiniones y de todas las creencias. Esta será
nuestra libertad".

Ahora está en mis manos un ejemplar de la revista Eco, que dirigieron en Bogotá,
entre 1980 y 1984, sucesivamente, Elsa Goerner, Hernando Valencia Goelkel,
José María Castellet, Nicolás Suescún, Ernesto Volkening y Juan Gustavo Cobo
Borda. Leo una introducción al número en que celebran el quinto aniversario: "Eco
renuncia a participar en la polémica cotidiana y opta por reflexionar detenidamente
sobre los problemas de todo orden que agitan a los países de habla española". La
revista tiene una tipografía de corte clásico similar a la de Mito. No hay ligereza ni
superficialidad en ninguno de sus artículos, pero su lectura es agradable,
reposada, su tamaño es humano. El único "exceso" que se permiten los editores
es una carátula a dos o tres tintas, y en colores planos, dibujada por Alejandro
Obregón o Ramírez Villamizar .

De pronto descubro en los anaqueles de la biblioteca una revista todavía más


antigua. Se llama Pan y de acuerdo con los créditos editoriales ha sido publicada
en Cali, en 1935, por Enrique Uribe White. El contenido parece compilado por un
periodista loco: unos poemas de Keats, un estudio sobre la ganadería en el
Cauca, otro sobre la justicia en Colombia y uno más sobre la industria del fique. A
estos se agrega un comentario sobre el humorismo en las dictaduras. También
aparece una novela de un joven escritor entonces desconocido: "Diez muertos
obreros" , de Antonio García. Repaso la colección, que se extiende hasta 1940.
Comprendo que el "loco" que juntó los poemas de Keats con la industria del fique
juntó también en las páginas de Pan a casi toda la intelectualidad colombiana de
la época: Guillermo Valencia, Eduardo Caballero, Ricardo Rendón, Germán
Arciniegas, Rafael Maya, Luis Tejada, Silvio Villegas, Porfirio Barba Jacob,
Baldomero Sanín Castro, José Osorio Lizarazo, Alberto Lleras, Juan Lozano, Luis
Vidales, Jorge Eliécer Gaitán... Y sus escritos los mezcló, de paso, con
traducciones de autores extranjeros y bellas reproducciones en color de las obras
de pintores como Pedro Nel Gómez e Ignacio Gómez Campuzano.

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Sé que en mi país han existido muchas revistas más de esta clase. Mis amigos me
han hablado de algunas: la vieja revista Semana que publicaba Alberto Lleras,
donde al lado de muchos reportajes memorables se divulgaron también los
ensayos de Indalecio Liévano Aguirre sobre los grandes conflictos de nuestra
historia. La vieja revista Antioquia, donde Fernando González escribe desde
Medellín sobre todas las cosas habidas y por haber y se empeñaba en redactar,
de su propio puño y letra, hasta los textos de los anuncios publicitarios. La
antigua Revista de Indias, que dirigía en Bogotá Germán Arciniegas. Voces, la
revista literaria de la Costa Atlántica que publicó durante varios años don Ramón
Vinyes, el célebre sabio catalán evocado por Gabriel García Márquez en "Cien
años de soledad " .

Sin embargo, sé que no debo aburrir a mis compañeros de oficio con una larga
lista de nombres y de fechas y pongo punto final a mi recorrido por los anaqueles
de la biblioteca. De salida hojeo algunos periódicos de la última década. Los
bibliotecarios los han arrumado en cajas que parecen ataúdes de cartón. Casi
nadie los consulta. Abro sus páginas. Están más amarillos que las revistas. Mis
ojos chocan de inmediato con un mar de titulares, casi todos anodinos, vistos
desde hoy. Muy pocas cosas invitan a la lectura. Hay que pasar muchas páginas
para que lo ojos se detengan y no abandonen un escrito después de un par de
miradas. Después de media hora la fatiga me obliga a suspender el examen.

No es la primera vez que esto me sucede. Confieso que a medida que los
periódicos se vuelven más monótonos y más confusos y repiten al día siguiente
las mismas noticias de los noticieros de radio y de televisión, cada vez las revistas
me gustan más. Leer los periódicos me confunde y hasta me quita el sueño y me
deprime. Ahora entiendo un poco mejor por qué los peluqueros no botan las
revistas. y por qué las encuentra uno en los consultorios médicos, en las salas de
espera, en lo aviones, en las clínicas... y por qué, a veces, uno abre las páginas
de ejemplares de hace seis meses, de hace un año y disfruta leyéndolas.

Una revista y un periódico tienen muchas similitudes: ambos están hechos de


papel, ambos están escritos -casi siempre- por periodistas, ambos se ocupan de la
realidad, ambos aparecen publicados en forma periódica. Pero he notado que la
gente, por lo general, hojea lo periódicos y luego los bota, o los deja tirados por
ahí. En cambio, guarda las revistas. A veces, incluso, sin leerlas, pero siempre con
la ilusión de robarle un rato a las ocupaciones diarias para sentarse a disfrutarlas.

Durar. Yo diría que alcanzar este destino es la aspiración más grande de todas las
revistas que existen en el mundo, tanto las que se hacen para las peluquerías,
como las que se hacen para los intelectuales engominados: durar más que un
periódico, lograr que la gente no las bote a la basura al día siguiente. Decir cosas
importantes o más divertidas o más emocionantes que los periódicos.

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Por supuesto que quiero reivindicar el papel de las revistas. Soy un colombiano
más que descubrió muchas cosas del mundo, de la vida, del arte, de la cultura,
hojeando las páginas adustas, pero llenas de cosas importantes, de la revisa Eco,
releyendo admirado en bibliotecas públicas las hojas amarillentas de la
revista Mito. Leyendo en las peluquerías los reportajes escandalosos que publica
Gonzalo Arango en las páginas de Cromos en los años sesenta.

¿Un periodismo anacrónico?


A los que piensan que estoy defendiendo un estilo anacrónico de periodismo,
quiero decirles que han sido las revistas las que han revolucionado en casi todas
las épocas el estilo periodístico. A ellas se debe, por ejemplo, la consolidación del
estilo del reportaje moderno y el cultivo de un nuevo tipo de crónica vinculada por
entero al cubrimiento de hechos noticiosos. El llamado "nuevo periodismo" surgió
alrededor de revistas y suplementos de periódicos de Estados Unidos en los años
sesenta. Una de esas revistas fue The New Yorker. Otra, Esquire, que ya había
alentado a Hemingway a escribir reportajes sobre temas tan diversos como la
pesca deportiva en el mar Caribe, los toros, el arte de narrar... Muchos de los
reportajes que revolucionaron el estilo de la prensa aparecieron también en New
York, el suplemento dominical del Herald Tribune. New York fue una publicación
concebida, editada y diseñada con el formato de una revista. En ella trabajaron
reporteros de planta del periódico, como el célebre Tom Wofe: ellos abandonaban
por unos días los frentes noticiosos para entregarse por entero a la tarea de
escribir reportajes.

Muchos años antes, a mediados del siglo XVIII, Daniel Defoe también había
causado una revolución en el estilo de la prensa en The Review, una de las tantas
publicaciones que dirigió a lo largo de su vida. Defoe es, sin lugar a dudas, el
verdadero padre de lo que más tarde se llamó "gran reportaje" moderno. Su obra
"Memoria del año de la peste", publicada en 1722, es el primer gran reportaje en la
historia del periodismo y la literatura: la reconstrucción minuciosa de la llegada de
la peste a las calles de Londres en 1665, cuando Defoe era todavía un niño.

También fueron las revistas las que albergaron en su seno a los


llamados muckrackers (apodados así por el presidente Roosevelt por dedicarse,
según él, a buscar noticias alborotando el cieno de las alcantarillas), pioneros del
periodismo investigativo en los comienzos del siglo XX. Fueron, entre otras,
algunas revistas de las llamadas femeninas -como Cosmopolitan y Lady Homés
Journal- las que dieron cabida en sus páginas a grandes reporteros investigativos.
Por ello algunos de los mejores y más polémicos reportajes de la época
aparecieron en medio de avisos de perfumes, lápices labiales y artículos sobre el
hogar .

Metropolitan, otra revista memorable de comienzos de este siglo, conmovió a los


lectores norteamericanos con los emocionantes reportajes que escribió John Reed

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sobre la revolución mexicana. Casi todos ellos fueron escritos desde los pueblos
tomados por las tropas de Pancho Villa. Reed habló con Villa varias veces en
mitad de la campaña. El "bandido" reveló a Reed su historia, y habló sobre los
amores de su vida, sus ilusiones y algunas de las fechorías que se le endilgaban.
El reportaje permitió la otra cara de un hombre que soñaba con abolir el ejército
para que en el futuro no hubiera más tiranías. El reportaje de Reed termina con
estas palabras de Villa: Quisiera hacer de México un lugar feliz. Entre los
colaboradores de Metropolitan estaban Rudyard Kipling, Joseph Conrad, D.H.
Lawrence, Bernard Shaw y Scott Fitzgerald.

El reportaje se mantuvo vivo durante décadas en la prensa de Estados Unidos


(después de desaparecer en muchos periódicos) gracias a los periodistas de
revistas como The Masses (su sucesora). Allí colaboraron Máximo Gorki,
Sherwood Anderson, Bertrand Russel y el mismo Reed.

The New Yorker, a pesar de su carácter marcadamente elitista e intelectual,


también tiene parte fundamental en esa historia. Esta fue la primera publicación
que les permitió a lo norteamericanos conocer desde adentro el holocausto
desatado en Hiroshima con la explosión de la bomba atómica lanzada sobre esa
ciudad japonesa por la aviación norteamericana. El reportaje fue escrito por J.
Hersey en 1946. Life, True Esquire, entre otras revistas, fueron las precursoras en
los años cincuenta de esa revuelta en el estilo llamado "Nuevo periodismo", que
alzó vuelo en forma definitiva en los sesenta. "A sangre fría ", de Truman Capote,
uno de los grandes reportajes -y al mismo tiempo una de las novelas más
importantes de las últimas décadas- se convirtió en símbolo de ese nuevo
movimiento, luego de ser publicado por entregas, en 1966, por The New
Yoker. Mientras los periódicos se nutrían de información oficial sobre la guerra de
Vietnam con despachos noticiosos enviados por sus corresponsales desde los
hoteles de Saigón, después de leer los boletines y asistir a las ruedas de prensa
del Alto Mando militar norteamericano, la revista Esquire enviaba al frente de
guerra a su periodista Michael Herr, con la consigna de permanecer entre las
avanzadas de los marines, sin enviar una sola línea hasta que hubieran
transcurrido, al menos, varios meses. Cuando ya había sido tocado por la locura
de esa guerra, y después de haber estado apunto de perecer bajo la lluvia de
bombas y balas que dejaban caer sobre los marines del Vietcong y, a veces, hasta
los propios aviones norteamericanos, Herr comenzó a enviar una serie de
reportajes llenos de horror crudeza y verdad. Los mismos fueron recogidos luego
en el libro "Despachos de guerra" que le mereció el Premio Pulitzer.

Las revistas, pues, no han sido nunca el vagón de cola en el tren del periodismo y,
por el contrario han estado a la vanguardia en muchas de las principales
coyunturas de su historia.

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Una forma distinta de mirar las cosas
Una revisión del significado de la palabra revista puede darnos algunas luces
acerca del tipo de periodismo que pretenden hacer las revistas y acerca del papel
vanguardista cumplido por ellas a lo largo de la historia del periodismo.

En idioma español la palabra "revista" significa además "segunda vista", "examen


hecho con cuidado y diligencia. En idioma inglés la palabra review, que
antiguamente llegó a designar también las publicaciones de esta clase significa
hoy "rever, repasar, revisar, analizar escribir una crítica". Como sustantivo significa
"examen, análisis". Paradójicamente, en la época moderna la palabra review, para
referirse a las revistas, ha sido reemplazada por "magazín", que también significa
almacén y "cámara o depósito para cartuchos en armas de repetición".

"Segunda vista, examen, análisis"; "rever, revisar, analizar". Estas son palabras
fundamentalmente a la hora de hablar de la filosofía de las revistas, de su estilo,
de su propósito.

Frente a la competencia cada vez más importante de la televisión y de la radio, es


el examen de las cosas que pasan, "hecho con cuidado y diligencia", el que le da
al periodismo escrito una perdurabilidad, una profundidad y por ende una
importancia mayores. Y las revistas se han convertido en el mejor espacio para
preservar ese estilo de hacer periodismo.

Reivindicación de las revistas


Quiero reivindicar las revistas por muchas cosas. Algunas de ellas podrán
aparecer sin importancia. Sin embargo, detrás de algunos de esos detalles
supuestamente elementales se esconden razones muy profundas.

Primero que todo, quiero reivindicar las revistas por su tamaño. Son pequeñas.
Tienen dimensiones humanas. Se pueden leer en un avión, en un bus, sin
necesidad de doblarlas, sin temor a molestar a los vecinos cuando uno pasa una
página.

El tamaño reducido obliga a las revistas a tener un universo más limitado que el
del periódico. Hay que ocuparse de menos cosas pero, por ello mismo, hay que
hacerlo con más hondura. Frente al desorden del mundo, ellas nos presentan un
orden: esa parte del mundo que nos interesa, que nos permite la identidad.

Una segunda razón para reivindicar las revistas: en una época en que la lectura
empieza a ser hábito en desuso, ellas son hechas para leer. y para guardar. Una
revista que no provoque deseos de leerla ni guardarla, sino de hojearla y tirarla
luego a la basura, como un periódico, no tiene razón de existir .

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Una tercera razón: las revistas han suprimido un montón de barreras generadas
por la división del trabajo. En una revista se puede ser el redactor, el corrector, y al
mismo tiempo el diseñador. Ahora, con las nuevas técnicas de autoedición, un
periodista puede llegar a producir hasta los artes finales de su publicación. La
complicada visión del trabajo que ha convertido a muchos periódicos en
mastodontes condenados a repetir todos los días las mismas rutinas de
producción tiende a desaparecer en muchas revistas.

Una cuarta razón: la influencia de las revistas en la cultura. Es difícil imaginar la


poesía y la narrativa moderna en Colombia sin Mito. Y la literatura argentina
sin Sur. Y la moderna narrativa mexicana sin Plural, ni Vuelta. Y la uruguaya sin
Marcha. Y la literatura cubana sin Orígenes. Pero éstas no han sido las únicas
revistas importantes en Iberoamérica. En Honduras existieron excelentes revistas
culturales como Esfinge, Ateneo y Germinal. En Costa Rica se publicó durante
varios años Cuadernos Americanos. En México, Porfirio Barba Jacob fundó
la Revista Contemporánea, en Monterrey, y en la capital aparecieron muchas
revistas culturales de gran calidad, tales como Barandal y Los Contemporáneos.
En Cuba, don Ramón Catalán publicó El Fígaro durante varias décadas. Y
también circularon las revistas Letras y luego Orígenes, que dirigía José Lezama
Lima. En Colombia, Germán Arciniegas fundó y dirigió durante algunos años
la Revista de Indiasy Colombia. Cuentan que en su juventud, Arciniegas arriesgó
casi toda su fortuna en aventuras editoriales de esta clase. Hasta hace pocos
años, dirigió también El correo de los Andes. En España, don José Ortega y
Gasset fundó la Revista de Occidente, decana de las revistas culturales de ese
país. Alrededor de ella se fundó Alianza Editorial, una de las casas editoriales más
importantes de la lengua española.

Una quinta razón: las revistas tienen una vitalidad singular. Aparecen por todas
partes. Mueren. Resucitan. Desaparece una y aparecen tres.

Una sexta razón: las revistas son hechas para el ocio. Si la gente no accede a
detenerse un instante, a abandonarse en un sillón, en fin, a respirar, en medio del
tráfago de la vida diaria, a duras penas podrá hojear una revista. Tal vez por eso
las revistas viajan de mano en mano, se van, hacen su propia vida. Me gusta el
espectáculo de las señoras mirando las revistas, estacionadas en medio de la
multitud, en los grandes supermercados, junto al carrito lleno de legumbres y
detergentes.

Una séptima razón: las revistas son uno de los últimos reductos de la prensa en
los que puede hacerse un periodismo integral. Antonio Gramsci, inventor de esta
palabra, lo definía como un periodismo que no sólo trata de satisfacer las
necesidades de su público, sino que se esfuerza por crear y desarrollar esas
necesidades y estimular, en un cierto sentido, a sus lectores, y aumentar su
número progresivamente. Para ello, dice Gramsci, debe existir como punto de
partida un agrupamiento cultural más o menos homogéneo, de cierto tipo, de

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cierto nivel y especialmente con cierta orientación. Sobre esa agrupación una
revista puede apoyarse para construir un edificio cultural completo, autárquico,
comenzando directamente por la lengua.

Una octava razón: en medio del maremágnum informativo creado por la televisión,
la radio y la prensa diaria, creo que las revistas -y especialmente las revistas
culturales- tienen un papel que cumplir, cada día más importante: quiero decir,
explicar las cosas; ahondar en las causas de nuestros problemas; servir de
espacio de discusión, sobre todo ahora que estos espacios escasean cada vez
más; recapitular, hacer recuentos, cruzar datos de una y otra parte, de una y otra
historia; al fin y al cabo todas esas pequeñas historias son nuestra historia;
mostrar la coherencia de este caos en que estamos hundidos, aparentemente tan
incoherente; gastarse las páginas que sean necesarias para explicar los
problemas que nos agobian; dedicar hojas y más hojas a todas esas cosas que a
los periódicos les parecen intrascendentes pero sin las cuales no soportaríamos la
vida (estoy hablando, ustedes me entienden, de la poesía, de la música, de la
pintura, del cine, de las novelas y los cuentos, del teatro, de la vida diaria, y
también -como hacía la revista Mito- del drama de las cárceles y de la prostitución
y de muchas cosas más, porque creo que la cultura son muchas cosas más). Abrir
las puertas a esos tipos que escriben sin afán, que se gastan un año en los
archivos y luego ocupan páginas y más páginas para contarnos cosas que ya se
olvidaron, pero que explican lo que somos hoy. Dar la palabra, para que los
escuchen, a esos geólogos sin oficio conocido que se pasan la vida estudiando los
volcanes y las montañas, tratando en vano de ser oídos. Abrir las puertas a los
politólogos, a los sociológicos, a los antropólogos, a los historiadores ya los
pensadores que desde hace muchos años nos vienen explicando, sin que casi
nadie los oiga, las causas de este baño de sangre en que nos estamos ahogando
los colombianos, con una que otra pausa, hace más de cuarenta años.

Creo que las revistas pueden luchar por un periodismo distinto, que no tenga
como meta la fragmentación de la realidad, separar siempre un hecho de otro, en
aras de la novedad. La matanza de hoy, distinta a la de ayer y distinta a la de hace
dos semanas. Y, por supuesto, distinta a la de hace dos años. La tragedia invernal
de hoy, producto del aguacero de ayer y distinta a la tragedia invernal del año
pasado. Esto, mientras cada año los ríos se desbordan y se repiten las matanzas.

Defensa de la medida
Voy a hacer una última defensa de las revistas. Esta sí más anacrónica que las
anteriores. Voy a defender el "minimalismo" de las revistas frente al gigantismo de
los periódicos. Voy a tratar de demostrar que hay algo peor que la falta de
información y es el exceso. Para ello voy a pedir la ayuda de don Pedro Salinas,
uno de los más grandes poetas españoles de este siglo. El, hablando de algunas
de estas cosas, y refiriéndome especialmente a la afición del hombre moderno por
lo gigantesco, recordaba los monstruos de la naturaleza. En una de las páginas

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del libro "El defensor" , escrito en buena parte durante su exilio, cuando la
Universidad Nacional lo acogió temporalmente en su claustro, en Bogotá, don
Pedro escribió:

"Al principio fueron los monstruos. Cuando la naturaleza se ensaya y ejercita en


sus caprichos creadores, empieza por dinosaurios: sus hijos primeros alcanzan
tamaños fabulosos, dimensiones que amedrentan. La naturaleza no tiene medida,
y desmandadamente se lanza a una orgía de tentativas, disparatadas, que acaban
de mala manera. El Tetrabelodón, elefante de cuatro colmillos, lo cual, al parecer,
le da ventaja notoria sobre el desgraciado y menesteroso elefante de dos, es un
callejón biológico sin salida. Tanto le pesa la dentadura, que, para aguantarla, el
pescuezo se le mengua y se le mengua, hasta que ya no puede alcanzar con la
testa al suelo, y muere de grandeza. Mejor dicho, de exceso, de cantidad.
Oportuno símbolo de imperios y soberbias. Así se extinguen otros graciosos
animales de ese entonces. La Naturaleza se impone sus propios castigos, y el
Megalosaurio y compañía sucumben, enfermos de tamaño, por desmesura, de
puros monstruos que eran.

Cuando más adelante el hombre, sin duda más proporcionado y por las señas -
que se llaman Historia- con algunos mejores condiciones de sobrevivir que el
Megaterio, se pone él a crear, también se le va la mano. Las primeras
civilizaciones inventan Estados enormes, erigen fábricas poderosas, como la torre
de Babilonia; se afanan tras lo magno; pirámides y esfinges se empeñan por
perdurar sobre las arenas hasta hoy día, como lecciones de exorbitancia. A los
leones asirios responden los colosos egipcianos, modelos del rodense. Pero los
griegos son los grandes maestros de la medida. Ellos descubren, antes que nadie,
que la grandeza puede muy bien no consistir en el tamaño, y que la belleza de la
forma casi nunca se encuentra en la disformidad. La preocupación de la escultura
griega por los cánones es una de las más hermosas páginas de la historia del
hombre. Preciosa es entre toda la noción de la medida, certero camino hacia la
verdad. Las ciencias progresan al compás del arte de medir; de medir cada vez
mejor y con más precisión. Diríase que los humanos tienen ya superada la etapa
de lo monstruoso, y que el hombre se ha decidido a ser como uno de ellos,
eminente, dijo: "Medida de todo lo humano" .

Y sin embargo, ese arte de la medida, que se va defendiendo tan


maravillosamente en el gótico, y en el mismo vórtice del barroco, hasta el siglo
XIX, ha llegado hoy día, en este preciso momento, al borde de su mayor riesgo.
Porque el hombre del siglo XX se ha enamorado de los monstruos, y adora el
tamaño, sobre todas las cosas. De emblema le serviría el Coloso, con la leyenda
no en griego, sino en inglés de América: "The bigger, the better". Cuanto más
grande, mejor. Trágico lema, manantial de confusiones sin cuenta, aunque sí con
cuento, de la humanidad moderna".

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"La tierra se vuelve a poblar de monstruos. Ahora no son hijos de la naturaleza:
son artifechos, artefactos, criaturas del hombre".

Sé que estas palabras están muy lejos de los cánones de objetividad que nos
enseñaron nuestros profesores en las cátedras de periodismo. No soy una
persona que puede hablar fríamente del tema. Soy un periodista apasionado por
las revistas. Soy un lector cansado de los periódicos. Pienso que su gigantismo ha
provocado males similares a los que también causó el gigantismo en los
brontosaurios.

No me gustan los monstruos, las criaturas de tamaños fabulosos y dimensiones


que provocan miedo. Prefiero las especies menores, de proporciones más
cercanas a las del hombre. Entre una modesta página de Mito, impresa en
tipografía, en un cuerpo de diez puntos, sin ilustraciones ya una sola tinta, donde
puedo leer después de 30 años algo perdurable, y una página de tamaño
universal, impresa a todo color, de la edición gigante de un diario del domingo,
llena de titulares insulsos y policromías, donde todo lo que leo se pierde en el
olvido después de unos minutos, no vacilo nunca en elegir la página modesta,
pero que dice, de la revista. Sé que no tengo remedio. Amo las revistas. Y pienso
que ellas, junto con los libros, son el último reducto que nos queda para hacer un
periodismo de tamaño humano, un periodismo que no desaparezca en el breve
lapso de un día y una noche, un periodismo que, en suma, nos diga lo que somos.

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Periodismo y cultura, modelo para armar
Por Adriana Mejía
Periodista colombiana

La escritora sudafricana Nadine Gordimer, actual Premio Nobel de Literatura,


alguna vez en una entrevista, traída nuevamente a cuento gracias al
reconocimiento reciente, citó un proverbio chino: "Saber y no actuar es no
saber". "lo dijo hace muchos años Wang Yang-Ming -precisó la autora- y es un
pensamiento lúcido que debería llenar de vergüenza a tantos escritores, tantos
artistas de tantos países oprimidos que prefieren hacerse los locos, los ciegos, los
sordos, los mudos en medio del infierno que vive su gente". Yo me atrevo a añadir
que llenaría de vergüenza también a tantos periodistas inaccesibles y esponjados
que confunden sus deberes con derechos, y que en lugar de servir ala comunidad,
se sientan cómodamente a esperar que ella, la comunidad, les rinda pleitesía. Nos
tomamos muy en serio aquello de Cuarto Poder (no en el sentido estricto de
responsabilidad) y eso se nos ha subido a la cabeza. Trastócanos los conceptos
de testigos y protagonistas de la historia. Parece ser que los segundos están
ganando la partida.

Muy lejos está Colombia, para no mencionar otros países, de contar con un
periodismo cuyos lineamientos estén trazados por una búsqueda constante de la
verdad, del bien común, del inconformismo, de los desprestigios, de la función
social, de esa raíz humanista que le dio vida a la profesión y que debemos
(tenemos) que reivindicar. Aquí nos copan el tiempo, el poder y los boletines
oficiales.

Es que el asunto es de fondo. Hablar de periodismo cultural, o de periodismo y


cultura, o de cultura y periodismo, se ha puesto de moda, como de moda se han
puesto la minifalda y el "ciertamente". Con muy buenas intenciones se organizan
foros, seminarios, encuentros... importantes por el debate que suscitan, pero
insuficientes porque no trascienden la teoría y el diagnóstico. La cultura en nuestro
país está sobrediagnosticada, ya es hora de que divaguemos menos y trabajemos
más.

La palabra cultura ha tenido connotaciones hegemónicas, aristocráticas,


exquisitas, excluyentes y por qué no decirlo aburridoras. Y un buen periodista
cultural ha sido el que, como directorio telefónico, se empaca de una todo ese
mamotreto nacional de las bellas artes, con teléfonos, direcciones y amores
difíciles incluidos, erigiéndose muchas veces en crítico y pontífice, aunque sus
argumentos tengan la solidez de una cometa al viento.

Aparentar un mar de conocimientos (con un centímetro de profundidad) no es, no


puede ser, nuestro quehacer. Amo las bellas artes pero estoy convencida de que
si bien son cultura, no son La Cultura.
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La cultura no puede seguir siendo un teléfono rojo que comunica a unos escogidos
con otros escogidos, pasando por encima y dejando de lado a la masa "inculta",
que sólo digieren pan y circo. La cultura somos todos: los de arriba, los de abajo y
los de la mitad. Las luminarias del escenario del Teatro Colón en noches de gala y
las lucecitas que encienden los pescadores del Magdalena en noches de
subienda, cuando pican los bocachicos.

Su fuente está en la médula del pueblo, la corriente es la que aflora hasta la


epidermis del Estado, no para que éste la emplee como arma politiquera tan
usada y abusada en todos los sistemas, sino como un fenómeno social que todo
gobierno debe ayudar a preservar, fomentar y proyectar, sin paternalismos ni
imposiciones, porque la cultura gubernamental es despreciable.

La cultura no se reglamenta, se asume; no es un privilegio, es un derecho


inherente a nuestra condición humana, con o sin Constituyente.

Hay que reconocer, sin embargo, que bastante hizo ésta con caer en la cuenta de
que Colombia es un país multiétnico y pluricultural, y consignarlo por escrito en la
nueva Carta.

El malentendido que existe con relación al papel que los periodistas (culturales o
no) estamos en la obligación de ejercer respecto a la cultura, viene desde la
universidad que nos proporciona técnicas y herramientas para ejercer un oficio,
mas no bases filosóficas para sustentar una profesión eminentemente social, en
cuyo ejercicio podamos despertar, en cada ciudadano, su capacidad de apropiarse
del mundo y crear .

El buen periodista lo es desde antes de ingresar a una facultad, aunque la


importancia del aspecto académico en la formación integral del profesional, no se
discute. Sí se discute que las aulas, ellas solas, arrojen al medio periodistas
idóneos. El asunto no es de pizcas, gramos y cucharaditas dulceras, estilo recetas
de cocina. El buen periodismo no resulta de fórmulas; es personal y universal al
mismo tiempo, producto de una compulsión interna que se cuece a fuego lento. Es
una actitud frente a la vida, una toma de posición (la objetividad es un sofisma de
distracción), un compromiso de transformación con la sociedad y el momento
histórico que nos tocó vivir. Es entender y hacer entender .

El periodista polaco Ryszard Kapuscinski, testigo y cronista de los procesos


independentistas en Asia y África, un grande de este siglo por derecho propio, no
cabe duda, dice: "El periodismo tiene como tarea principal el hacernos
comprender. Si comprendemos somos tolerantes, capaces de amar a nuestro
semejante, por más que su piel sea de un color distinto, sus ideas contrarias a las
nuestras, o sus costumbres extrañas... Ser periodista es ser traductor de una
civilización a otra, de una mentalidad a otra, que es de todo lo que se compone el
mundo en que vivimos". Traigo estas palabras, no sólo porque son hermosas, sino

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porque adquieren toda su dimensión, en una ciudad rica en matices y noticias,
como lo es mi ciudad, Medellín.

En la recta final de la década de los años ochenta, Antioquia toda, muy


especialmente los municipios de Medellín y el Valle del Aburrá, se encontraron
envueltos y arrastrados en un remolino de violencia urbana que cogió a sus
habitantes, fuera de base ya los periodistas tan ocupados con la chiva, la
exclusiva y la última noticia, que... no supieron qué hacer. Y no porque el sicariato,
el secuestro, la delincuencia organizada y las bombas nos hubieran atacado por la
espalda, sino porque "saber y no actuar es no saber". Más cómodo fue posar de
miopes frente a la ausencia de calidad de vida en cuarenta barrios a los que, por
no molestamos en conocerles siquiera el nombre, encostalamos con el sello de
"Peligro-Comuna Nororiental". Más cómodo fue eso digo, que cuestionar,
despertar conciencias, aportar ideas, entender y hacer entender lo que allí se
estaba gestando.

No necesariamente atacábamos la comuna, la ignorábamos. Construimos con


nuestra omisión, a su alrededor, un muro de Berlín invisible pero efectivo; nos
volvimos dos ciudades en una y, claro, nos estrellamos. La no-ciudad, repleta de
edificios de cemento, de calles, de carros y de gente, hizo !pum! "Vivimos lo que
pudo ser y ya no es más una ciudad " , en palabras del profesor Francisco de
Roux. Ahora intentamos reconstruirla, se empieza anotar.

El no saber qué terreno pisábamos, nos convirtió en este último tiempo en


francotiradores de noticias, caza-cifras de muertos, muy poco más. ¿Dónde
estaban la perspectiva, la capacidad de análisis, de ubicación, de
contextualización? Tal vez en el mismo costal en el que habíamos dejado a medio
millón de personas, casi la mitad de ellas menores de diecinueve años, habitantes
de la tristemente célebre Comuna.

Desempeñamos el papel de simples espectadores, coincidiendo en ese momento


con lo que Maruja Torres, periodista española, sintió mientras cubría la tragedia de
Armero: "Por primera vez pensé que esta profesión es un jodido asunto que te
vacía por dentro y sólo te ofrece el privilegio de un asiento en primera fila para
disfrutar del espectáculo de la impotencia". Una triste carta, que de ser así, no vale
la pena jugársela.

La ciudad estigmatizó a la Comuna y el país estigmatizó a la ciudad. Ser de


Medellín era ser sospechoso de algo, mientras no se demostrara lo contrario. Los
corresponsales de prensa extranjeros nos invadieron, el interés mundial se detuvo
por más tiempo de lo acostumbrado, en el placer morboso de describir nuestra
violencia. No interesaba llegar hasta las raíces para dar con posibles
explicaciones, sino saber en cuál árbol había quedado un pedazo de falda, o de
brazo, o cómo se desgarraban de dolor frente a las cámaras los familiares de las
víctimas, casi siempre inocentes. Pura hojarasca que impedía mirar el fondo.

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Los mismos compatriotas nos endosaban, y nosotros como que nos estábamos
dejando (los violentólogos se dieron silvestres), una tenebrosa característica de
cultura de la violencia. Nada más contradictorio.

Violencia es muerte y muerte es ausencia de cultura. La cultura es vida,


reaccionamos en Medellín. Tal vez por eso no nos espantan términos utilizados en
otras ciudades que llegaron a corrernos como al diablo. "Medellinización" por
ejemplo. Volteamos la torta y nos encontramos con el calificativo apropiado para
una ciudad que, con todo y sus grandes errores, explora alternativas de futuro
para lograr una convivencia pacífica entre sus habitantes. Eso sí es cultura.

Conocer la ciudad en la cual vivimos, buscar nuestra verdad en la historia (una


historia variante y subjetiva porque es la historia de los hombres), aceptarnos
como somos (sin llorar lo que hicieron o dejaron de hacer los españoles hace 500
años), reconstruir el pasado desde hoy, asumir el mestizaje como la nueva
identidad tan claramente descrita por el peruano José María Arguedas: "El
indígena se repliega, el blanco arrasa, el mestizo tiene claves culturales de los
dos; es el único. Es un bastardo, el único que tiene futuro y que podrá producir
una cultura". No podemos hacer cultura aislándonos y levantando fronteras; para
sobrevivir es indispensable tener vocación universal. No hay que rechazar lo
extranjero porque sí, hay que estimular de adentro una respuesta.

Entre bellas artes y cultura como un todo, los periodistas culturales tenemos que
encontrar el punto adecuado, sacándole el cuerpo a la información mercantilizada
ya la noticia como espectáculo, al fetiche de la actualidad inmediata que tanto
desvaloriza la permanencia. Tenemos que enriquecer y diversificar temas y
personas a quienes nos dirigimos para escaparnos de la uniformidad acartonada
de los medios, para evitar que el poder legitimizador de los mismos excluya del
panorama a la cultura que no accede a la gran prensa. La provincia que llaman,
suele ser tratada con indiferencia en su dimensión cultural; también la cultura ha
estado centralizada en la capital. Y sólo en la medida en que más diferencias
convivan en nuestra información cultural, más culturales seremos.

No creo posible, en consecuencia, que nos llamemos periodistas culturales (todos


los periodistas debemos serlo) cuando reseñamos un concierto para violín y flauta,
mientras la ciudad hierve a nuestros pies, tan ancha y tan ajena. Bernard Henry
Levy en su libro "Elogio a los intelectuales" se preguntó: ¿para qué los
intelectuales? Según él ya no son lo que fueron. Dejaron de servir, abandonaron
su papel, la preocupación del otro, la ilusión de un mundo donde prevalecerían los
valores universales, el retraso del mundo en su complejidad, la búsqueda de la
verdad... ¿Para qué los periodistas culturales? Nosotros tenemos la respuesta.
Saber y actuar sí es saber, señora Gordimer.

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Sobre televisión y bustos parlantes
Por R.H. Moreno Durán
Periodista colombiano

¿Cuál es el tratamiento que la televisión le brinda a la cultura? Al sintonizar el


primer canal, la pantalla le ofrece al televidente la imagen de una señora de la
tercera edad en pleno ejercicio de la palabra. Habla sobre la reproducción de los
osos panda en cautiverio, sobre exóticas clases de pájaros que sobrevuelan el
Fujiyama y sobre la rica variedad ictiológica que caracteriza el archipiélago nipón.
Algo cansado por la lección ecológica, el espectador se pasa a la segunda cadena
y allí encuentra a la misma señora en plena fiesta: en medio de ollas y sartenes
hace bailar bambucos y currulaos a las amas de casa y al final premia los
esfuerzos de los más hábiles con electrodomésticos japoneses. En el tercer canal,
el televidente vuelve a ver a la dama de marras que, ante pilas de libros, habla con
conocimiento de causa sobre la relación que existe entre los bonsai y la estatura
de los japoneses. El común denominador del discurso de esta ubicua señora es la
cultura en el Imperio del Sol Naciente, trátese de una exposición sobre los pintores
impresionistas (que ella se encarga de ambientar en Tokio), de un documental
sobre la falsificación de violines Stradivarius (que descubre la policía de Kyoto) o
sobre la más sana forma de comenzar el día (que ilustra con la gimnasia marcial-
por supuesto- de los japoneses).

Y si el espectador no escarmienta con tanto orientalismo, más tarde uno de los


canales lo asedia con la presencia de otra señora, que habla y habla de algo que
nadie descifra al comienzo, aunque llama la atención ver a la presentadora en
compañía de sujetos algo desaliñados, con barba y muchos pelos y con cuadros al
fondo del set, por lo que se sospecha la charla trata sobre pintura y esas cosas.
Cuando esta señora habla, sonríe y achica sus ojos muy japonesamente y su voz
también se diluye hasta hacerse tan incomprensible como el arte moderno. Y
como de soliloquios y ojos se trata, el televidente podrá ver en el canal de la
competencia a una émula de la princesa de Eboli, una hermosa filibustera con un
parche en el ojo, prenda que cambia de color según el tema y estado de ánimo de
la presentadora. En cualquier caso, es mejor ver a estas impenitentes divagadoras
que a un señor que a media noche asusta a la teleaudiencia con sus enormes
orejas, sólo comparables a su vanidad, o a un par de ancianos que musitan
opiniones sobre la Constitución de Rionegro, el florero de Llorente o la dictadura
del general Reyes.

Pero como lo último que el espectador pierde es la esperanza, sintoniza al canal


culto y allí se entera de los versos, plagios y demás escándalos que en los últimos
días han animado el ambiente de la República de las Letras. En torno a una mesa,
una señora dialoga con individuos que por su aspecto parecen escritores y a
quienes ella interrumpe a menudo con edulcoradas expresiones de La Sultana del

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Valle. Lo curioso es que esta actitud no se suspende ni cuando la dama en
cuestión entrevista a su marido -pues estas cosas ocurren en la televisión criolla-,
que además es un señor que manda en Colcultura. Y para sorpresa al televidente,
el alto funcionario da un ejemplo gráfico de sus proyectos al acompañar sus
misteriosas palabras con extraños malabares físicos en los que intervienen los
músculos faciales y sus extremidades superiores. Al espectador sólo le queda el
consuelo de ver la cara de hondo escepticismo que la abnegada presentadora
exhibe ante las indescifrables gesticulaciones de su marido. En otras ocasiones, el
llamado coloquio de este programa es moderado por un intelectual de aspecto tan
poco compadecido con la elegancia que bien podría esgrimir en la mano un
palustre.

No obstante, lo llamativo aquí es que ese señor coordina una serie de denuestos
que tiene por objetivo un libro, una escuela literaria o alguien, por lo general un
gringo, contra el cual azuza a las peores lenguas de la Sociedad Literaria. Vale
decir que estos señores tan bravos protestan en comandita por considerarse
excluidos o blanqueados por el tratadista en cuestión, a quien públicamente
despellejan con los mejores dicterios del Siglo de Oro y la picaresca. Ciertamente,
las cosas en la televisión cultural no son como para echar las campanas al vuelo.

A punto de cumplir 40 años de vida, muy pobre resulta el papel desempeñado en


este aspecto por el Estado y las programadoras. La televisión, en nuestro país, es
una cajita de lugares comunes en la que, año tras año, se exhiben las mismas
fórmulas, por lo general calcadas de experiencias extranjeras. No hay pausa, ni
siquiera cuando los enlatadoshacen mutis en su tediosa rutina, ya que el sufrido
espectador suele ser víctima del acoso de un busto parlante, que divaga entre la
improvisación y el telepronter. La cultura así concebida es un cliché que la
televisión repite hostigantemente a través de esquemas fieles al mismo modelo.

Por un lado, el diálogo cultural se hace redundante en programas de presunta


divulgación científica, charlas sobre libros, correos especiales y magazines, que a
la postre responden a un patrón ya cansado: el coloquio entre entrevistado y
presentador. Y hablamos de coloquio por generosidad semántica, puesto que, por
lo general, el presentador somete al entrevistado a una tortura mayéutica o le
impone el rigor de un catecismo que el invitado se ve obligado a contestar
atropelladamente, casi siempre en off a causa de las pertinaces interrupciones de
su interlocutor, que normalmente es una diva.

Queda claro que quien lleva la voz cantante es la gran dama de moda y que su
invitado aparece casi siempre como un elemento del cual hay que servirse para
decorar un poco el discurso. La vida es de quien habitualmente se luce, y la
cultura, a ojos del pávido televidente, no es otra cosa que un aditamento más en el
recargado ajuar de la presentadora. Pero lo que más llama la atención es la osada
incursión de tal dama en temas que desconoce impecablemente, así como su
especial vocación para lastimar la sintaxis y un evidente esmero por pronunciar al

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revés nombres y términos de otras lenguas. La cultura tergiversada de esta
manera desde la pantalla gracias a intelectuales de última hora a libretistas y
presentadores, no puede traer como consecuencia sino un creciente pasmo,
indiferencia o desdén por parte de la teleaudiencia.

De esta forma, y uno tras otro, los programas culturales se las ingenian para
anestesiar el interés de los televidentes, que al final renuncian a disfrutar un poco
de cultura fina y se pasan en masa a los musicales, a los deportivos o a espacios
tremebundos que ponen los pelos de punta, como ese en virtud del cual su
presentador interrogó durante semanas a todos aquellos que habían muerto y
habían regresado para contar el cuento. En fin, con el mismo esquema
monopolizado por la diva de rigor, el talento momificado y la penuria idiomática, la
televisión ratifica sus virtudes estupefacientes, su inclinación por las fórmulas
manidas y su corruptible actitud ante cualquier amenaza de innovación y calidad.
Vistas así las cosas, el televidente bosteza, se frota con fuerza sus castigados
ojos, más oblicuos que los que poblaban la pantalla, y mientras se libera de las
exóticas imágenes piensa que todo, como la marca de su televisor, responde a las
pautas del Sistema de Producción Asiático.

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La cultura en los medios audiovisuales en
Colombia
Por Germán Muñoz
Periodista colombiano

Tratar el tema de la Cultura en relación con los medios audiovisuales impone


precisar desde el comienzo qué entender por Cultura y cómo enfocar dichos
medios. Del primer asunto me encargaré brevemente en seguida, pero desde
ahora quiero anunciar el modo en que asumiré el segundo para evitar falsas
expectativas. Por su historia y características particulares, el cine se presentaría
mejor para ser estudiado y definido en relación con la producción cultural. Sin
embargo, me atrevo a decir, que su importancia al lado de las demás artes en
Colombia y su limitadísima relevancia en el ámbito latinoamericano y mundial, así
como su desigual desarrollo y virtual desaparición en el panorama actual del
espacio audiovisual, lo hacen mucho menos significativo que su vástago
tecnológico, la televisión. Aunque dedicaré mi atención a este "discurso
espectacular", debo aclarar que no voy a caer en la trampa de hablar de los
programas llamados "culturales" de la pantalla chica, sino que voy a intentar
caracterizar la "cultura electrónica", en la cual todos los géneros programados
tienen cabida.

Tal vez ya haya sido objeto de discusión en otros foros, pero no deja de ser
importante empezar esta charla fijando una posición respecto a la relación entre
Cultura y Medios. Puede parecer evidente que la ópera y los libros tengan relación
con la cultura. También se admite que las danzas folclóricas sean cultura. Incluso
el cine se ganó su lugar en el parnaso artístico. Pero la televisión se sigue
considerando pura diversión, vulgar entretenimiento, especialmente cuando
transmite telenovelas o partidos de fútbol.

Sin embargo, si asumimos que la cultura es "el conjunto de procesos simbólicos a


través de los cuales se comprende, reproduce y transforma la estructura social",
no cabe duda que en la "era neobarroca" se está produciendo una reformulación
de la estética, de las formas simbólicas de apropiación de lo social, de la
trasmutación de objetos en signos, de los escenarios para el intercambio de
significados y la objetivación de los deseos, de los rituales que dan sentido a los
acontecimientos...

Si al decir de H. García Canclini, todos los actos de consumo son culturales y en


ellos prevalecen los valores simbólicos, ver televisión, jugar al nintendo o ir al cine
a presenciar la destrucción de Terminator, son actos de una profunda significación
social en la vida cotidiana. Los medios no están relegados a la zona oscura del
pasatiempo o del objeto técnico intrascendente. Los medios, gústenos o no,
producen discursos mediante lenguajes que representan valores y emociones en

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estilos propios de conocimiento de la realidad. La televisión y el cine son objetos
culturales.

Y su historia, como la de su introducción ala vida cotidiana, van de la mano con el


acontecer nacional y con la conformación de nuestras identidades culturales.

Recordemos que en sus casi cuarenta años de vida en Colombia (el cine tiene
casi setenta), la televisión se ha multiplicado y diversificado increíblemente,
invadiendo el escenario de la vida diaria de las mayorías. Hoy, su producción y
estilos narrativos, así como su estructura organizativa, se sitúan entre las más
destacadas del continente.

En esta minicrónica encontramos que en 1968 se implanta en Colombia el Centro


Audiovisual Internacional -CAVISAT- con el propósito expreso de "desarrollar una
política de educación accesible a todos los latinoamericanos, quiéranlo éstos o
no". Acotemos que se ha tratado de educación para el consumo, de circulación de
la cultura por los mismos circuitos de la economía, en permanente integración y
distanciamiento de ella.

El maquillaje educativo que aparece en superficie, no ha logrado paliar el


propósito modernizante. Los medios audiovisuales son básicamente canales de
acceso al universo tecnológico.

El satélite aparecerá luego como la herramienta más refinada para la extensión


cultural. Su conjunción telemática con el computador , hace de la pantalla
electrónica el soporte privilegiado del nuevo lenguaje de Adán.

A finales de los años 70 la extensión de la TV será una de las fórmulas para


"integrar" el territorio nacional y en 1982 mediante el Centro Regional de
Informática se propondrá la reestructuración entera de la sociedad. Más
recientemente, en el gobierno Barco, el eje de la apertura y mundialización
económica, se hace con base en la adopción de nuevas tecnologías de
comunicación (cable, telefonía celular, todas las peri-televisiones...). No cabe
duda, en nombre de la modernidad, la cultura electrónica se ha instalado en
nuestras vidas.

Detengámonos un momento en una tipificación del cine. Su introducción a


Colombia se remonta a la segunda década del siglo. Desde sus comienzos recoge
escenas de nuestra historia, de nuestro paisaje, muestra nuestros rostros y formas
de hablar y de vestir .

Se le ha llamado con razón el séptimo arte, la fábrica de sueños, mágica ilusión de


realidad. El cine, según McLuhan, nos permite enrollar el mundo real en un carrete
para poder desenvolverlo luego como si fuese una alfombra mágica de fantasía.
Su alto grado de iconicidad lo vinculan directamente con toda una tradición

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artística orientada hacia la mímesis, a la vez que su dimensión temporal lo orienta
hacia las áreas de la narratividad. Y en tanto lenguaje, hereda del teatro la
visualización socializada. En su calidad de acto comunicativo inscribe el
movimiento en la visión de la vida, e introduce así un nivel participativo entre la
obra y el espectador.

El espectador de cine vive la clara sensación de estar asistiendo al mero


desenvolvimiento de la realidad ante sus ojos. Esta ilusión es el resultado de un
dispositivo que produce el efecto de sujeto, es decir, que materializa el deseo
inherente ala estructuración del siquismo humano, de la cual la impresión de
realidad parece ser la clave.

Por todo lo anterior, el discurso cinematográfico difiere radicalmente del discurso


televisivo. Tanto el cine narrativo como el documental tienen un diseño referencial,
una enunciación no subjetiva, una puesta en escena que moviliza el espacio off en
continuidad y homogeneidad con el campo visual. Bien podríamos dedicarnos a un
prolijo análisis de los más y los menos del cine colombiano. Dejemos en el aire
algunos interrogantes claves: ¿De qué realidad habla ? ¿Qué imaginarios sociales
ha construido? ¿En qué forma representa nuestras identidades culturales? ¿Cómo
evoluciona en la dinámica histórica reciente?

Glosando ahora a J. González Requena, vamos a la televisión. No se trata sólo de


un aparato industrial o un instrumento tecnológico o un medio de comunicación de
masas. Es, desde el punto de vista cultural, un fenómeno discursivo y
espectacular.

La totalidad de la programación televisiva constituye un macrodiscurso con


múltiples fragmentos (cada uno de los programas), que, sin embargo, poseen una
coherencia superficial y que dan la impresión de continuidad a pesar de su
heterogeneidad. La programación televisiva funciona como una muñeca rusa, en
la que se contienen infinitos y diversos géneros y estilos, en múltiples canales a la
vez. Este particular discurso se presenta como si fuera interminable, permanente,
como un "jardín de senderos que se bifurcan y proliferan incesantemente", y a la
vez como una polifonía en la que múltiples voces se recubren e intercalan.

El espectador de este discurso es un espectador que consume sus programas en


una relación espectacular con ellos, en donde la comunicación es un puro
simulacro. Consume a trozos un espectáculo ininterrumpido, un mundo de
fantasmas accesible únicamente a su mirada (no a su cuerpo), un ritual profano en
el cual la relación estética está mediada por la exhibición, la seducción, el juego
del deseo a través de la mirada.

Se introduce y niega hasta los espacios de intimidad, se convierte, en cuanto


mueble, en pieza clave del interior hogareño. En su multiforme habilidad se
descubre compatible con las más variadas actividades del sujeto, desde la comida

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al sueño, desde la defecación hasta el acto amoroso. Se trata, dicho de manera
brutal, que la televisión tiende a convertirse no sólo en el único espectáculo -pues
se ha apropiado de todos los demás, los ha devorado y desnaturalizado ala vez-
sino en el espectáculo absoluto, permanente, inevitable. y son tales los efectos
eco lógicos de esta revolución en la historia del espectáculo que la relación que la
sustenta - plenamente concéntrica, hasta el extremo de negar el cuerpo y
sustituirlo por su imagen luminosa- tiende a negar cualesquiera de las otras
formas de relación: tanto el carnaval como la ceremonia, la intimidad como la
relación estética parecen verse excluidas progresivamente de un universo cultural
monopolizado por el espectáculo electrónico.

La cultura electrónica bien podría ser definida como la cultura de la absoluta


accesibilidad. Pero el precio de esta omnipresencia, de esta cotidianización, es su
desacralización: la ausencia de esfuerzo y de trabajo en el espectador, la
sistemática banalización y fragmentación del discurso, la tendencia a la absoluta
obviedad y redundancia... En una sociedad urbana intensamente individualizada (y
al mismo tiempo masificada) el discurso televisivo dominante produce un entorno
social al alcance del individuo. Así, cuando los vecinos ya no son más que formas
huidizas cuyas miradas apenas se encuentran en el ascensor, los telefilmes
brindan al sujeto un nuevo vecindario electrónico, que, como el del pasado,
constituirá uno de los repertorios básicos de conversación.

En la cultura electrónica, la imagen televisiva confirma la verdad de los hechos.


Para el niño, para las nuevas generaciones, el primer contacto con la gran
mayoría de los objetos, de los paisajes, de las situaciones, se produce a través de
la imagen televisiva. En ese mundo, el cuerpo del hombre y el de sus objetos, a
pesar de ser continuamente invocado a través de las imágenes, se halla, sin
embargo, cada vez más intensamente denegado.

La televisión está ahí, delante de nosotros. Esa es una verdad suprema. Quien
sea que esté ahí, en el escenario, me mira, nos miramos, estamos siempre en
contacto. La única relación posible en ese universo espectacular se realiza con
esa realidad ilusoria (de enorme atractivo físico, de gran sentido del humor, de
perspicacia e inteligencia increíbles...), con ese espacio en donde siempre hay
risas y aplausos, espectadores y vedettes, permanentes estimulaciones visuales
que destacan hiperbólicamente el look del intérprete y el universo del star-system,
donde se mezclan indeterminada y confusamente información y ficción, artificiales
ensaladas de actualidad deportiva en vivo y en directo con sistemática
reconstrucción de dramas cotidianos interpretados con gestos creíbles.

El espacio propio de ese espectáculo es el dulce hogar, sus más íntimos rincones,
las redes comunicativas intrafamiliares que poco a poco se ven fracturadas por la
permanente renovación de la estimulación visual.

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Cuando lo seudopúblico se introduce violentamente en la alcoba (médicos,
cocineras, presentadores de noticias y concursos) sus gestos y saludos y
fanfarrias y conversaciones doctas y visitas ecológicas y pretendidos music-halls...
son el reino kitsch de la seudointimidad espectacular, de la simulación inverosímil,
de la farsa histriónica, de la puesta en escena de lo natural fingido.

En ese ámbito tan particular el espectador, aunque no puede dudar de su


percepción, porque ve objetos y sucesos, cadáveres y besos que parecen reales,
sin embargo, los vive como dotados de un grado inferior de realidad, como partes
de un universo imaginario en el que no puede intervenir. Y lo entiende como un
dispositivo de seducción que lo amarra a ese cordón umbilical visual, a veces con
la voz autorizada de la ciencia, a veces con la promesa erótica incontenible, con
ironía o broma, con ambiguos gestos de pretendido despego... que instalan
mecanismos de voyeurismo y exhibicionismo a la vez.

En este espectáculo regido por la lógica del espejo imaginario, el spot publicitario
es la quinta esencia donde el deseo se actualiza en todas las variantes, ofreciendo
satisfacción en objetos de consumo, apelando ala complicidad y al acceso fácil a
través de la mirada.

La construcción del sujeto en la cultura requiere de su apropiación en el plano


simbólico de la esencia del conflicto humano. Y este conflicto aparece
representado en relatos, mitos, historias narradas de viajes, luchas y odiseas, en
las cuales el fondo será siempre el afrontamiento de la ley y del deseo entre el
momento del orden inicial perturbado y la puesta en suspenso que culmina con un
desenlace restaurador. Esta estructura narrativa tiende a romperse o eclipsarse en
el discurso televisivo dominante. En el noticiero, el dramatizado o el concurso,
todo se supedita a producir estímulos visuales que satisfagan el deseo inmediato
del espectador. No hay trama, no hay sentido, hay una simple estrategia de
tensión.

En donde más claramente se produce esta hipertrofia cancerígena es en las


telenovelas, que se convierten en relatos sin fin, en terribles culebrones que
valiéndose de todos los fetiches y técnicas, de todas las combinaciones y
transformaciones, vacían cada gesto, cada acto y finalmente cada personaje, de
todo sentido. Para el espectador, todo lo que sucede en la telenovela coexiste con
él en su mismo tiempo cotidiano, en su propio entorno interpersonal, en sus
relaciones familiares, en un universo incestuoso, caótico, habitado por el dinero y
el sexo, significantes ahuecados, cerrados, puro simulacro del sentido. La
telenovela no pretende decir nada, narrar ni fundar relatos sobre los orígenes...
simplemente entretener, atrapar el deseo del espectador, establecer un contacto
infinito y vacío con su deseo visual. Es un espejo que refleja fragmentos
desconectados, imaginarios, desestructurados. Es así como la televisión se
constituye en espacio de identificación del espectador con una imagen seductora,
fascinante y vacía: es un discurso que pretende decirlo todo y que en

51
consecuencia está condenado a no decir nada, porque en él nadie habla, es un
discurso de nadie, en el cual la verdad y el saber son hueco, caricatura, tautología.
En este discurso no hay intercambio simbólico, no hay identidad (puro juego de
espejos), no hay interpelación (puro vínculo umbilical), no hay circulación de la
palabra (simplemente mercancía y consumo).

Y el cuerpo, base misma de la relación humana, es negado en el espectáculo


electrónico, se convierte en un puro modelo que no huele, que carece de textura,
que no envejece, tan inmaculado como aséptico, la versión plástica en colores de
una cultura plástica, cómoda e hiperestimulante. Ser es ser imagen seductora, ser
deseado por la mirada del otro, trascender el espesor de la carne que es vivido
como maldito, alcanzar el esta tus fascinante de los cuerpos light de la publicidad.

El mundo del discurso espectacular televisivo simplemente es, no importa que sea
verdad o mentira.

Y provoca una mirada profana y profanadora: sobre los rostros de los


concursantes convertidos en mueca mostrada sin pudor; sobre los alardes,
torpezas, éxtasis, humillaciones y violencias de los cuerpos de los deportistas y
sus hinchas salvajes; sobre el drama del entrevistado puesto en escena para la
mirada del espectador; sobre las burdas interpretaciones de actores que muestran
hasta la evidencia su impostura; sobre la morbosa insistencia de los noticieros en
mostrar cuerpos heridos, mutilados, deformes, muertos, llorosos, desgarrados,
falsamente afectados de estructura narrativa.

El discurso televisivo dominante posee rasgos sicóticos: disocia y descompone la


función del lenguaje, se prolonga al infinito, multiplica los estribillos, es vacío de
contenido, se propone como una forma delirante desconectada de la realidad, que
habla sin parar en forma alucinante y hueca, sobrecargado de apariencias, de
destellos siniestros. Es una máquinas que está hecha para negar la interpelación
del sujeto como ser diferente, como alguien dotado de un ser fuera del espejo. El
mundo televisivo -simultáneo, inmediato, seductor, espectacular- tiene efectos al
existir así sobre lo real social, en cuanto es un puro fetiche imaginario. Se parece
al mundo real y trata de superponérsele totalmente, pero diverge de él
inevitablemente.

La cultura electrónica genera un simulacro de comunicación, un ruido incesante


con el cual el sujeto pretende ocultar la emergencia siniestra de lo real y negar
toda la soledad. Su emisión continua es recibida por millones. Pero sus locutores,
actores y presentadores, también sus espectadores, olvidan que para que la
comunicación pueda conservar su digno nombre lo importante es tener algo que
decir y decirlo sólo cuando es necesario. Porque sólo el silencio dota de sentido y
de espesor ala palabra. Le queda al espectador un derecho, una vez desposeído
de toda intimidad, huérfano de ritos y mitos: el de oprimir -frenética, pero también

52
monótonamente- los botones del mando a distancia como forma desesperada de
acceder al olvido.

Estos parecen ser rasgos típicos de la "estética social" de nuestra época tan
confusa e indescifrable, comunes a los fenómenos culturales de hoy en todos los
campos del saber, en los cuales ya no es posible disociar el más reciente
descubrimiento científico concerniente a la fabrilación cardiaca, del Pato Donald, ni
la más sofisticada novela de vanguardia del último videoclip de Madonna...
manifestación de nuevas órdenes racionales: el de la repetición, el de la
excentricidad, el del gusto por la monstruosidad y por el desorden, el del placer del
extravío, el enigma y la imprecisión.

Cultura electrónica es el nombre de la forma de producción simbólica por


excelencia de nuestro tiempo, y el discurso espectacular televisivo su vehículo
predominante. En este marco cobra sentido nuestra reflexión de trabajadores de la
Cultura.

Referencias bibliográficas
- Calabrese, Omar. La era Neobarroca. Ediciones Cátedra, Madrid, 1987.
- González Requena, Jesús. El discurso televisivo: espectáculo de la
post/Modernidad. Ediciones Cátedra. Madrid, 1988.

53
Sobre el camino del libro en Colombia: ante una
cumbre solitaria y borrascosa
Por Hugo Sabogal
Periodista colombiano

La cultura, entendida ésta como un conjunto de conocimientos científicos, literarios


y artísticos de un individuo, pueblo época, no está aquí en observación. Lo que
debe ponemos a pensar es el presente y futuro de uno de los vehículos más aptos
para difundirla y preservarla: el libro.

Pero antes de hablar del libro y de sus procesos es indispensable aclarar un


malentendido en torno a lo que suele llamarse "la industria editorial colombiana". Y
hay que hacerlo porque pocos distinguen las sutilezas de dos oficios bien
diferentes: el de imprimir y el de editar .

Si se piensa por un momento en dos vertientes claramente demarcadas en los


medios de comunicación -la publicitaria y la periodística- la diferencia salta a la
vista sin dificultad. El departamento de avisos se limita a recibir del cliente o
agencia un arte inmodificable, con indicaciones de ubicación, tamaño y fecha de
publicación. Esto es algo que no debe ocurrir en el campo periodístico: el redactor
recibe informaciones que luego comprueba, compara, complementa, redacta,
titula, ilustra y entrega aun editor antes de incluirse en una determinada edición.

En el caso del libro, el impresor recibe una orden de rodar, mientras que el editor,
entre muchas funciones, decide si publica o no y si mantiene o cambia el
manuscrito. Debe reconocerse, sin embargo, que una parte de la confusión radica
en el hecho de que la razón social de muchos talleres de impresión colombianos
incluyen la palabra "editores" o "ediciones", sin serlo realmente.

No se trata de desdeñar a los impresores, tan apreciados hoy en el mundo.


Mediante su actividad, Colombia genera empleo y divisas, ya ellos corresponde,
en muy buena y merecida parte, la medalla del "éxito editorial".

En cambio, los editores conforman no solamente una minoría, sino que muchos
están quebrados o hacen actualmente malabares para evitar o postergar el
desplome. Además, no todos los que existen son editores en pocos sectores por
razones de peso: incipientes presupuestos familiares, nulos hábitos de lectura,
mala o deficiente prensa escrita y una incontenible expansión de los medios
electrónicos.

¿Cómo puede haber lectores críticos y exigentes en un país donde la familia


promedio compra medio libro al año en comparación con la familia promedio
norteamericana, que adquiere quince? ¿Cómo puede desarrollarse una conciencia

54
lectora si en playas, parques y piscinas no vemos gente leyendo sino bailando al
ritmo de lo que sale de estruendosos equipos de sonido y al calor de unas cuantas
botellas de aguardiente? ¿Quién puede encontrarle sabor a la lectura cuando
debe transportarse en incómodos y bruscos vehículos de servicio público que, en
ningún momento, tienen en cuenta la comodidad del usuario? ¿Cómo pueden las
nuevas generaciones despertar sus intereses literarios y artísticos cuando la
preocupación de los padres es invertir "en el carrito", "el equipo de sonido", "el
televisor y el betamax" y en las entradas para ir a ver a "FM Stereo" o a Julio
Iglesias? ¿Qué podemos pensar de universitarios y bachilleres que dicen que el
Quijote "está mal escrito" porque no entienden "nada" y que prefieren consultar un
resumen de María que la obra misma ?

La deficiente formación es, pues, un factor clave en la cojeadera de la actividad


editorial. Es cierto que los libros son costosos y las bibliotecas escasas, pero en
Colombia ni siquiera se leen periódicos ni revistas, en parte por mala dirección y
edición: el contenido es abstracto y parece hablar de otro país.

Para que exista un lector debe darse una mágica fusión: el gusto por la lectura y el
respeto por lo que dicen -y lo que no dicen- las palabras. Difícilmente puede
aspirar a ser culto un país que viola sistemáticamente la ortografía, desconoce la
sintaxis e ignora las normas elementales de puntuación.

Y sin lectores formados y concienzudos no puede haber tampoco abundancia de


autores. Y menos aún, exploración de géneros diferentes de los casi innatos de la
poesía y la narrativa. Es bien conocido el dicho de que todos los bogotanos son
poetas. Porque como dice Gabriel Zaid, "hay gente que escribe con más facilidad
de lo que lee". Esto no quiere decir que no haya entre nosotros buenos y
prometedores narradores y poetas, pero la acepción moderna de cultura abarca
otros oficios literarios igualmente artísticos y provechosos. Pese a esta familiar
inclinación hacia la literatura de imaginación, el nivel de lectura de este tipo de
obras en Colombia es lamentablemente bajo.

Otro género trajinado en Colombia es el ensayo, pero casi siempre ligado a las
ciencias sociales: política, antropología, economía, sociología, comunicación
social. El semillero en el género del ensayo se ha fortalecido en los últimos cinco
años mediante los numerosos trabajos que realizan los centros de investigación
de las principales universidades colombianas. Las obras resultantes son, en su
mayoría, aburridoras y de pesada digestión porque los profesores universitarios -
dicen ellos mismos- escriben para sus colegas, con términos incomprensibles y
con un presuntuoso objetivo académico y elitista. Por fortuna, algunos de estos
investigadores han comenzado a atender gradualmente el llamado de algunos
editores para que descompliquen sus textos. Ese trascendentalismo impide que
muchas obras importantes sobre nuestro pasado y nuestro presente; o mejor aún,
nuestra cultura- alcancen más conciencias.

55
La ventaja para los editores es que, por cerrados que resulten, estos libros de
ensayo tienen en Colombia un mercado asegurado en la creciente población
universitaria. Si se quiere ampliar el espectro de interés a otros lectores -asunto
deseable desde el punto de vista comercial- autores y editores deben sentarse a
estructurar los trabajos y darles un estilo más universal, sin que por ello
sacrifiquen su seriedad académica.

Una de las investigaciones norteamericanas más destacadas e interesantes de los


últimos años fue un análisis de Nixon el hombre y Nixon el estadista, realizado por
un respetadísimo profesor de Harvard; él publicó su investigación, Harvard
aumentó su prestigio como centro de reflexión y el lector (de todas las corrientes y
todas las formaciones) tuvo acceso a un material sobre un hombre y una época
cruciales en la historia estadounidense.

De manera que la difusión de la cultura a través de la palabra en Colombia está


atrapada en un círculo vicioso, caracterizado -por un lado- por pocos y malos
lectores -y por otro- por un reducido núcleo de escritores, muchos de ellos de
estilo impenetrable.

La falta de gusto por la escritura la vemos en la fórmula más elemental de


comunicación escrita: el periodismo. Nuestro periodismo es institucional,
impreciso, no comprometido, hecho con una sola fuente, sin imaginación, sin vida,
sin seres humanos con nombre propio, concebido, desarrollado y ejecutado desde
un escritorio, lugar nada propicio para palpar una realidad; es un periodismo
sesgado por lo político y lo económico y como consecuencia, aburridísimo,
alienante, de poco valor y significado para el lector. Y con terreno de cultivo tan
desértico difícilmente podemos encontrar autores potenciales que incrementen o
mejoren nuestro gusto por la lectura.

Las noticias políticas e institucionales ahogan en periódicos y revistas las pocas


"historias" sobre hombres, mujeres, niños, lugares aventuras, vivencias, dramas,
descubrimientos, oficios, expresiones, nuevas maneras de ser... En muchos
casos, los dueños prefieren que sus medios hagan carrera como vehículos
publicitarios y no como órganos periodísticos que están ligados a todos los
géneros literarios.

A todo lo anterior se suma el equivocado criterio de que quien no detenta título de


poeta, novelista o comunicador profesional no puede ni tiene derecho a
expresarse a través de un medio difusor. Hay personas de otras disciplinas que
sienten con más pasión el arte de zurcir palabras para hablar del mundo y del
espíritu, pero que, por no ser "periodistas", quedan por fuera de la tarima. y los
que quedan por dentro nos intoxican con sus mediocridades.

Como escribió Elena Poniatowska en su ensayo "El escritor en la sociedad


mexicana" , "estamos sumergidos por libros para no ser leídos y revistas de

56
divulgación -economía, sociología, historia, literatura para ser hojeadas y
abandonadas. Nuestro papeleo es infinito".

Sin duda, una de las fuentes culturales que inspiran muchas de las corrientes
literarias mencionadas es el conocimiento de nuestra esencia como país. ¿Pero
quién, en esta sala, puede explicar lo que significa, cultural y filosóficamente
hablando, ser colombiano? Es más que sentarse a ver un partido de la selección
de fútbol de Colombia, recibir al torero César Rincón, cantar el Himno Nacional o
decir, con voz de macho cabrío, que "las leyes, como las mujeres, se hicieron para
violarlas".

El mismo panorama de desolación de identidad se vive en las regiones: ¿qué es


ser ibaguereño o bogotano?

En la difusión de tantas y tan diferentes maneras de ser y de pensar, la televisión


ha comenzado a desempeñar un mejor papel. "Cuando quiero llorar, no lloro", "La
casa de las dos palmas", "Espumas", "Escalona" , "El cuento del domingo" -para
mencionar unos cuantos ejemplos- cumplen una función creativa y de dimensión
cultural y social que la literatura, en todas sus modalidades, debiera estar
enriqueciendo, pero que no hace. Tal vez porque en un país con tan bajo nivel de
lectura, televisión es diversión, y cultura es aburrición.

Los libros, entonces, terminan por ser casi exclusivamente textos de enseñanza. Y
a veces ni siquiera eso: los cada vez más costosos libros pasan de mano en
mano, no como un objeto integral ni deseado, sino como un paquete de fotocopias
que hay que leer para no perder la materia. De todas maneras, para los pocos
editores colombianos resulta comercialmente más atractivo invertir en este tipo de
obras por su relativa buena demanda en el aula de clase.

La publicación de novelas, por otra parte, se ha mantenido gracias a programas


como el de la Editorial Planeta, que se ha trazado la meta de abrir el espectro a
autores no consagrados. Gracias a esa labor hemos conocido obras de autores
como Juan José Hoyos, Fernando Cruz Kronfly, Roberto Burgos Cantor, Azriel
Bibliobicz, Silvia Galvis. Tercer Mundo Editores también ha descubierto valores
como Boris Salazar, Pedro Sorela, Luis Zalamea. Pero en narrativa y poesía, por
fortuna, es más elevada la oferta de trabajos que la capacidad de publicarlos.

Sin embargo las ventas siguen siendo moderadas y el retorno económico -vital
para ampliar las oportunidades a otros escritores, demorado.

Los editores que publican trabajos de pensamiento crítico, por otra parte, lo hacen
a sabiendas de los efectos negativos que su decisión pueda tener para la
estabilidad de la empresa. Los grandes conglomerados editoriales prefieren
publicar obras extranjeras -por cuyos derechos pagan mucho más de lo que se
ganaría un autor colombiano en muchos años de trabajo- porque así se evitan

57
arriesgar su imagen o contrariar poderosos intereses económicos o políticos. El
mejor consejo entre ellos es evitar la polémica: precisamente, lo contrario de lo
que debe generar un libro.

¿Qué salidas pueden mejorar este panorama de encierro que frena el desarrollo
editorial -y por implicación el desarrollo cultural- colombiano? Las nuevas
características políticas del país -de apertura política, económica y cultural- son
favorables a la reafirmación de la diversidad cultural y étnica y al rescate de lo
humano, ya en el plano de lo urbano, ya en el de lo rural.

Según lo ha descrito muy acertadamente el ensayista mexicano Adolfo Castañón -


al referirse al tránsito de su país de lo nacionalista a lo internacionalista-, estos
nuevos procesos de cambio tienen un gran aliado en la crónica y la narración
periodística.

Pero en Colombia la producción de este tipo de material es irregular en calidad y


contenido, y las crónicas aparecidas en periódicos y revistas no prometen como
futuros documentos más extensos y amenos. Esta literatura testimonial y
periodística ha corroborado su acogida entre el pacto en otros países
hispanoamericanos, es la narración histórica con efectos similares a los del
excelente libro de Gabriel García Márquez, El general en su laberinto, o a los del
majestuoso volumen de Carlos Fuentes, Cristóbal Nonato, o a los del
sobrecogedor relato de Fernando de Paso, Noticias del Imperio.

La literatura de imaginación, descontando los ya reconocidos exponentes de esta


variante en Colombia, todavía tiene un largo camino por recorrer, tanto en la
materia temática como en calidad. Por ejemplo, todavía no puede hablarse de una
narrativa urbana colombiana; ni siquiera un borrador de lo que han logrado en sus
ciudades Jorge Luis Borges, Carlos Fuentes, Julio Cortázar, Mario Vargas Llosa.

La literatura de entretenimiento, y dentro de ésta el humor, es otro género virgen


para nosotros, lo mismo que la literatura infantil.

Y no hablemos de las posibilidades de creación que ofrecen experimentos


literarios con personajes de las tiras cómicas y la mitología indígena.

Donde hay menos trauma y frustración es en el ensayo. Los investigadores de las


ciencias sociales, adscritos a universidades como Los Andes y la Nacional,
enriquecen con sus obras el pensamiento crítico colombiano. Pero hay que
trabajar más con ellos para que sus textos pierdan su textura de almidón.

Es irresistible referirse a literatura vivencial, testimonial y de periodismo sin hablar


de uno de los más grandes maestros de ese género: el norteamericano David
Halberstam. En sus escritos no sólo hay interpretación histórica, sicología, análisis
político, sociología y alta política, sino entretenimiento.

58
Tómese por caso la traducción libre de este fragmento sobre su descripción de
Phillip Leslie Graham, el más tesonero hacedor de The Washington Post. El
fragmento es del libro "The Powers that Be", en el que se cuenta la historia de los
más poderosos medios de comunicación de Estados Unidos -su impacto, sus
errores, sus vínculos (limpios y sucios) con la política-, pero a través de sus
protagonistas:

"Brillaba como una luz incandescente. Phil Graham entraba en un recinto, y, de


inmediato, lo hacía suyo; no había hombre o mujer que se resistiera a sus
encantos. Nadie podía igualarlo en Washington. Ni siquiera el encantador John F.
Kennedy, antes de alcanzar la presidencia. Era apuesto y delgado, y cuando reía -
primero con timidez y luego con audacia-, el mundo se detenía.

Era brillante y mordaz, intermitentemente serio e imaginativo, y jamás le perdía el


hilo a su discurso intelectual, tan apartado de las ideas del momento; hombre
pensativo y analítico, Graham podía, en la misma frase, ser cortés para luego ser
irreverente e, incluso, impío. Siempre estaba ahí, en las grandes fiestas de
Washington, ciudad que adora el poder por encima de todas las cosas, pero que,
al mismo tiempo, puede burlarse de los grandes hechos y los grandes hombres;
pero, claro, Graham era también un hombre que buscaba el poder, y que tenía -
gracias a su matrimonio con la heredera del periódico ya su energía y brillantez
intelectual- línea directa con cualquier hombre poderoso de la capital. y aunque
podía reírse de las habilidades y las tonterías del político, luego se encerraba en
su casa y llamaba por teléfono a Félix Frankfurter, Dean Acheson, Lyndon B.
Johnson o Richard Nixon.

Pero, en cierto sentido, era diferente del resto de los hombres de Washington,
porque le importaba tanto el poder de la inteligencia como el poder desnudo de los
votos. Precisamente, esa diferencia lo hacía un hombre especial y deslumbrante.
Nadie, ni el más experimentado político, dominaba un recinto como él lo hacía.
Todos querían hablarle, sentarse a su lado en la cena, deleitarse con la
originalidad de su intelecto, sentir de cerca el calor de su sonrisa y la agudeza de
su mordacidad. Una vez tuvo que dirigirse a todos los participantes en la
ceremonia de graduación de su hija, Lally, en el exclusivo colegio Madeira, de
Washington.

Después de que la rectora lo presentara como el presidente del periódico The


Evening Star, Graham, con gran naturalidad dijo: "No saben lo feliz que me siento
al estar aquí, en Foxcroft, con ustedes". Parecía remontarlo todo más rápido y a
más altura que cualquier otra persona, con una energía que irradiaba fiebre de
vida; era como si estuviera en una carrera de velocidad contra el tiempo. No le
interesaban las ideas convencionales, sino lo que tuviera que ver con el riesgo y la
aventura. Era, en el mejor sentido político, un aventurero, y le daban lástima
aquellos que no arriesgaban nada. La vida, para él, era algo con lo que siempre se
apostaba".

59
El texto de Halberstam es hoy lectura obligada para los estudiantes de historia,
ciencias políticas y periodismo. Sin embargo, está desprovisto de academicismos,
cátedra, elitismo o exclusivismo. Porque así como el autor se deleita esculpiendo
cada frase, el lector goza cada matiz de su resultado. Halberstam escribe,
nosotros leemos; nosotros leemos, Halberstam escribe: fórmula sencilla, porque
hay que escribir para leer y leer para escribir. Lo demás es letra muerta.

60
Mesa Redonda: Alberto Duque, Bernardo Hoyos,
Héctor Rincón y Gabriel Cantor
Seminario Periodismo Cultural y Cultura del Periodismo
Convenio Andrés Bello, Abril de 1993
ALBERTO DUQUE:

"El tema: ¿Qué está haciendo la radio en Colombia, especialmente la radio


comercial, por la cultura colombiana? ¿Está contribuyendo o no? ¿O está
simplemente suministrando algunos elementos dispersos para que los
colombianos supuestamente se conviertan en hombres, mujeres, niños cultos,
entre comillas?

Eso indica la palabra cultura. Ser cultos a través de la radio. Propender por unos
conocimientos. Descubrir, por ejemplo, que existe un director de cine llamado
Bernardo Bertolucci o un compositor llamado Philip Black. O saber que Mac Davis
se murió. O que hay una señora llamada Nadine Gordimer que se ganó el Premio
Nobel de Literatura.

Hasta hace algunos años hablar de cultura en radio era escuchar el Concierto XXI
de Mozart para piano, tal y como lo anunciaba el locutor. Decir cultura era pasar
música clásica y apoyarse, por lo menos hablando en términos de una ciudad
como Bogotá, en estaciones como la HJCK, : el Mundo en Bogotá, o la
Radiodifusora Nacional.

Sin embargo, con la aparición de nuevas generaciones, gente joven, como


ustedes, con más agresividad, con más imaginación, con ganas, y sobre todo con
más conocimientos que los mismos que están haciendo radio; todos estos
conceptos de la cultura, en esa misma radio, se han ido modificando.

Hace 25 años muchos de ustedes estaban 'gateando' o, de pronto, no habían


nacido todavía. Por entonces, realicé un experimento en una emisora llamada
Radio Piloto de Barranquilla. Emisora de propiedad de un ganadero, millonario él,
que montó la emisora por diversión. Le gustaba la música clásica. Un día nos
encontramos en la Librería Nacional y me dijo: Usted por qué no me hace un
programa los domingos. Entonces comencé a ir los domingos de siete de la
mañana a once y media. Era divertidísimo porque la gente estaba oyendo El
Retorno Agrario y se topaba con Vivaldi a las ocho, ocho y media de la mañana,
en Barranquilla, en el mismo momento que el resto de las emisoras estaba
pasando la pollera colorá?.

Poco a poco el programa empezó a consolidarse a medida que la gente lo


identificaba. Se sabía que en la mañana del domingo se encontraban con Vivaldi,

61
luego iba un texto de Cortázar y, más tarde, un compositor un poco más digerible,
para terminar con jazz.

Nunca le conté a nadie, sólo hasta ahora, que en realidad yo hacía el programa.
No tanto porque la gente se 'culturizara' en Barranquilla, sino que simplemente
necesitaba algún pretexto durante cada domingo para hablar de mis dos grandes
pasiones que son: Charlie Parker y Julio Cortázar.

Con esa manía por mezclar la música y los textos literarios, poco a poco me fui
conectando con otras formas de trabajo de la radio. Pero tenía inquietudes: ¿lo
que estaba haciendo era un aporte positivo para la gente? En las calles me
preguntaban sobre los escritores del programa pasado, sobre algunos que les
parecían nuevos. Pero, ¿había una verdadera retroalimentación en torno a lo que
se les entregaba?

Siempre me quedó esa preocupación y por fin hubo la oportunidad de expresarla y


plantearla como lo hago en este foro. No tengo dudas sobre que la Radio Nacional
o la HJCK, como dije antes, eran tomadas como símbolos, como elementos vitales
en esta labor de la Radio Cultural.

Surgieron luego las emisoras de las universidades. En ciudades como


Barranquilla, Bogotá, Cali, Medellín. Algunas se han sostenido con muchos
problemas. Lamentablemente, acaba de decirse aquí, en ciudades como
Barranquilla el proyecto ha dado la vuelta, o sea que se han comercializado, y lo
que antes era un pretexto cultural, ahora es igual a las radiodifusoras que pasan
los partidos de Junior con el negro Perea y la pollera colorá.

¿Qué están haciendo las cadenas radiales, las comerciales, ya en este caso, por
la cultura?

Durante una época larga en Caracol, por cierto con gente como Julio Nieto Bernal,
Enrique París y Mario Rivero, se realizó un programa llamado Monitor. Programa
vivo, estupendo, lleno de corresponsales de otros países con noticias. Iban
mezclando la música, temas sobre cine, literatura, arte. Después cambió por
razones que no vale la pena mencionar ahora.

En Caracol Estéreo, y de esto es responsable en buena parte Bernardo Hoyos, se


viene realizando entre semana, sábados y domingos una programación muy
cuidadosa, muy especial. Es uno de los mejores ejemplos que tengo a la mano de
un aporte de la radio a la cultura nuestra.

¿Qué está haciendo RCN, la cadena a la cual madrugo todos los días de lunes a
viernes a decir tonterías durante cinco horas por la cultura? Prácticamente está
haciendo muy poco. Muy poco, porque durante esas cinco horas, mezclando
noticias de secuestros, asesinatos, de guerrilleros que hablan y no hablan, de

62
políticos, de campañas... todas esas tonterías, a veces tengo 30 ó 45 ó 60
segundos para decir a las ocho y dos minutos, luego de escuchar el programa de
un candidato ala Alcaldía de Bogotá, alcanzo a decir algo sobre el Nobel o los
libros más vendidos en Colombia.

Luego, como a las nueve menos cinco, cuando acaba de pasar el director de
Valorización de Bogotá explicando por qué fracasó una nueva campaña para
cobrar más impuestos, se vuelve a encender el botoncito rojo. Hablo sobre un
conjunto de jazz que acaba de llegar de Cuba y se va a presentar esta noche en la
sede del Teatro Popular de Bogotá; sólo alcanzo a decir la última parte.

Eso durante dos años, semana a semana, por supuesto que no representa sino un
aporte muy mínimo casi que vergonzoso a la cultura, y todos en RCN son
conscientes de eso.

Durante algún tiempo acudí a una frase: La cultura es noticia. Yo diría ahora que
la cultura es casi noticia, o sea está casi está alcanzando ese nivel para
equipararse e igualarse al resto de la información.

-¿La radio está contribuyendo a la cultura de los colombianos? Yo creo que no. No
está haciendo lo que debe. En ese caso pongo a la Cadena en la cual trabajo, y
espero seguir trabajando un año más, como : ejemplo de no estar haciendo lo que
se debe hacer por la cultura. Pero bueno, ahí están los casos de la HJCK, la Radio
Nacional, las emisoras de algunas universidades en varias ciudades del país y,
por supuesto, la programación de Caracol Estéreo que ha realizado unas series
estupendas, especialmente sobre música norteamericana".

BERNARDO HOYOS:

Yo diría que el sólo hecho de que la radio comercial, por ejemplo, permita la
presencia de Alberto Duque y la mía en las mañanas, y a veces por las tardes,
disfrutando de unos cuantos minutos, ya revela una preocupación de lo que se
llama los medios masivos por la cultura. Y no porque seamos símbolos de ella,
sino porque creyeron en nosotros como mensajeros de eso que se llama la
cultura.

Cuando me interrogan sobre qué es la cultura, y es la pregunta que con mayor


frecuencia me hacen los estudiantes, pues me hallo ante una definición muy difícil.
Hay una respuesta sencilla de Arturo Uslar Pietri, un venezolano ilustre a quien
entrevisté una vez y me dijo: 'Cultura es todo lo que mejora la condición humana '.

Si un campesino hace de un tronco un buen mueble, un taburete donde sentarse,


eso es cultura. Si una mesonera hace una buena torta de maíz, la mejor posible,
eso es cultura y yo pienso que un buen programa de deportes bien realizado, es
cultura visual.

63
Traigo dos ejemplos: una película famosa y clásica, ojalá algunos de ustedes la
vean si no la han visto se llama 'El triunfo de la voluntad', de Leni Reifenstal, que
por encargo de Hitler y del doctor Gobbels hizo en 1936. la película oficial de los
Juegos Olímpicos; es una obra maestra desde el punto de vista de las
posibilidades del cine en blanco y negro. No se trabajó con muchas cámaras pero
parece un ballet. Por supuesto, en edición, contada para los alemanes. No se
incluyeron las cuatro grandes conquistas de un atleta negro porque Hitler quería
que a toda costa 'El triunfo de la voluntad' fuera el triunfo de lo que él pensaba era
la raza aria. Pero la versión que vimos después en Gran Bretaña con un pietaje,
como se dice, que recuperaron no se cómo los británicos, se dieron los cuatro
triunfos gloriosos de Jesse Owens, con sus cuatro medallas de oro que Hitler
quería no entregarle. Y, sin embargo, él, no para verguenza de la raza negra sino
de la raza aria, conquistó.

Cultura es, creo yo en el mejor sentido de las palabras, la maravillosa película que
hicieron los mexicanos después de las Olimpíadas de México en 1968, y que
vimos en el año 1969. Ahí el director Alberto Isaac trabajó con algo así como 62
cámaras e hizo también un ballet, un espectáculo maravilloso para los ojos.

A mí me han acusado de que mis programas de televisión son buenas


conversaciones de radio en televisión y eso me encanta si el televidente no apaga
la conversación, porque no todo programa en televisión está destinado a ilustrarlo
en forma fragmentaria, repetitiva, arbitraria y caprichosa como hacen nuestros
noticieros de televisión en general. No se puede ilustrar una sola palabra sin que
esté segmentada en 40 ó 50 imágenes.

En Colombia, sobre todo en ciudades como Bogotá la abundancia de la radio


cultural es un fenómeno que ya tiene repercusión mundial. No quiero decir que
cada emisora de estas llamadas culturales sea un modelo desde el punto de vista
de la producción, que es muy costosa; pero desde el punto de vista de difusión, de
la buena música, de programas de variedades, tenemos riqueza.

El señor René Clemencesu, quien es el director de uno de los grandes conjuntos


de música antigua de Europa, estuvo hace poco en Bogotá. Lo dejó un avión, y se
quedó feliz. Casi se queda en Bogotá. Me dijo: "Por vez primera me encierro en
una habitación, lo que no hago en Viena, a escuchar radio. No puedo hacerlo en
mi casa en Viena. Primero, porque no tengo en Viena una emisora que me toque
la música que hay aquí. Segundo porque no tengo los discos, y tercero porque
hacía más de treinta años no oía a Herbert von Karajan, Charles Seize. De
manera que estoy absolutamente encantado de ver que hay una ciudad que me
ofrece esas posibilidades".

Dentro del fenómeno de nuestra radio cultural universitaria, hay que saludar a la
Universidad Nacional, que sí hace uso de ese arsenal inmenso de información y
de riqueza, es, simplemente, la mejor emisora de América Latina posiblemente.

64
Caracol Estéreo, y no lo digo por las contribuciones que he hecho ahí desde hace
17 años, es un modelo de programación de radio popular y radio contemporánea
hecha con rigor, con buen gusto, con una inmensa variedad. Es también una
emisora cultural porque hay que partir de la base. Yo creo, y así se lo decía algún
día a Juan Gustavo Cobo Borda, que nuestros programas serían más exitosos si
les quitáramos el mote de culturales. La gente verá si se amaña o no; simplemente
les quitamos por anticipado el terror de enfrentarse al aburrimiento de la cultura, la
sosera de la cultura o al ladrillo de la cultura y hay que trabajar por quitar de ese
pedestal a todos los que trabajamos en la tarea de divulgación cultural en que nos
asentamos desde hace tiempo; que son ladrillos las cosas que hacemos y no hay
tal.

Es cierto que no tenemos los recursos, desde el punto de vista de edición de un


programa, para que sea mucho más variado; pero es cierto también que desde
hace unos 10 ó 15 años la gente de esta ciudad, y de todas las grandes ciudades
de Colombia, se ha venido familiarizando mucho más con ese factor de
información y de divulgación cultural.

Como divulgador de la cultura que soy, la inquietud que quería dejar en esa charla
es la siguiente: tenemos ciertamente abundancia de medios y abundancia de
cosas para contar desde el punto de vista de la materia de información. Bogotá es
una ciudad cinematográfica, fuera de ser una ciudad radial maravillosa; hay que
ver la programación de las diversas cinematecas, del Museo de Arte Moderno, de
las universidades Nacional y Distrital, y, en general, de los museos.

Por ejemplo, en el Museo de Arte Moderno de la Biblioteca Luis Ángel Arango,


cantidad de exposiciones. No hablo de otras partes donde sé que hay mucha
actividad, porque ésta es la que conozco pero creo yo, en mi criterio, hay
oportunidades, hay material. Abunda qué informar. ¿Qué nos hace falta? Nos
hace falta criterio de selección editorial.

En Bogotá hay excelentes guías de acontecimientos culturales. Elogiando el


esfuerzo que están haciendo, quiero advertir que no hay, en términos generales,
criterio editorial para contarle aun lector confuso qué es bueno de la cantidad de
cosas que tiene para ver u oír. ¿Qué es lo bueno? ¿Qué es lo que no debe
perderse? Esta noche, por ejemplo, vamos a ver la Opera de Los Tres Peniques,
que es una obra de 1930 que usted no va a volver a ver.

Eso hay que contárselo en un recuadro. Así como hay un criterio editorial en la
política y la economía, tenemos que luchar, propender, por la creación de un
criterio editorial desde el punto de vista de la información, de la divulgación, de lo
que ocurre alrededor de la vida cultural.

Esto se hace a través de seminarios como éstos. Todos somos profesionales,


pero hay mucha gente que viene detrás que seguramente no tiene ese criterio; a

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lo mejor no se han dado cuenta; entonces tienen que preguntarle al editor: bueno
jefe, qué es lo bueno de todo el cine, qué vamos a ver. Creo que cuando vayamos
logrando ese propósito a través de los medios impresos, de las revistas, de la
radio misma, estaremos dando pasos importantes. ¿Que todo es bueno? Si todo
es tan bueno, pues estamos en un mundo maravilloso. De todas maneras, a
Bogotá, y a otras ciudades, les hace falta una revista cultural. Una revista que yo
sé que aquí hay gente capaz de hacer. Yo sueño con una revista hecha por Juan
Gustavo Cobo y por R.H. Moreno, una especie de New Yorker. O como la que
circuló durante mucho tiempo y con éxito que se llamaba La Capital. Una
publicación ojalá semanal, o quincenal. Una visión detallada, analítica y
editorializada de todo el quehacer cultural.

Es importante que a la gente le digan por qué lo que vio fue bueno, por qué lo que
oyó fue bueno, por qué Rubalcaba es el mejor pianista de jazz que hemos visto en
los últimos 30 años.

Muchas revistas fracasan entre nosotros. Hay unas muy buenas como información
general, pero yo creo que ya nos merecemos una publicación especializada donde
se le cuenta a esta inmensa mayoría que es el público de la cultura, el consumidor
de la cultura en Bogotá y en Colombia, qué es lo bueno por ver y qué fue lo bueno
que vio u oyó o leyó".

HECTOR RINCON:

"Soy de los que considera odioso llamar al periodismo que revela el quehacer
cultural, Periodismo Cultural. Soy de los que opina que el periodismo todo debe
ser cultural, debe ser investigativo y debe ser político.

Cultural porque estamos en la obligación de regar por toda la redacción una


actitud de cultura que incluya a los cronistas judiciales. La única manera de
transmitir a un público, de expresar bien las noticias a un público es tener
redactores cultos en todas las áreas y mirar los acontecimientos, las noticias en un
escrito natural.

Investigativa porque de la severidad y el rigor de la consecución de sus datos no


puede estar excluida ninguna área del periodismo, y política porque el periodista,
en este momento más que en cualquier otro, tiene la obligación de tener un
proyecto de país, superadas ya las discusiones eternas alrededor de la
objetividad, y sabido que no existe, y establecido por algunos la necesidad de
ejercer una subjetividad : honesta en la mirada de las cosas que suceden. El
periodismo tiene que ser político en ese sentido.

Estamos bajo la responsabilidad de tener un proyecto de país y servirle a ese


proyecto de país con honestidad. En ese sentido menciono el carácter político del
periodismo. Pero traigo el caso de un periodismo cultural. Aquel de la sala de

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redacción. El que tiene un lugar donde hay afiches distintos a los afiches que hay
en deportes. Todos sabemos cuál es y todos sabemos cómo es. Se visten distinto
a como se viste el resto de los señores de redacción. Me parece que eso ha hecho
que el periodismo cultural se haya "ghettizado" de una manera atroz y no sólo por
cuenta de la reunión de los redactores que hacen cultural sino que adicionalmente
se han restringido estos redactores a los espacios que les otorga la pauta
comercial cuando el periódico tiene pauta comercial o a los caprichos que los jefes
de redacción o los directores tienen sobre unos espacios que han conquistado por
la fuerza de la inercia. Porque, de todas maneras hay que publicar cosas
culturales. Pero no he visto en muchos años de experiencia, de manejos globales,
de informaciones generales a muchos redactores culturales, entre comillas, luchar
por conseguir más espacios, otros distintos a los que les otorgan.

Tampoco recuerdo una discusión en el seno de un consejo de redacción donde un


redactor cultural haya defendido que su noticia, la denominada cultural vaya en
primera página. Parecen claudicar ante la costumbre de que las primeras páginas
son para las noticias económicas, políticas, los hechos de orden público.

No hay un esfuerzo que se vea, se oiga, se sienta, por parte de los redactores
culturales para encontrar espacios distintos a los ya colonizados.

Quizá, supongo, de deba a que, como sucede en general con el periodismo


colombiano, no está recurriendo a fuentes alternativas de manera sistemática. En
el periodismo cultural quizás el caso es más dramático que en otros, porque la
recurrencia hacia las fuentes establecidas hace que el periodismo resulte ser un
ghetto al cual no se arriman sino las propias fuentes que dan las noticias.

Los redactores culturales generalmente entienden como cultura las bellas artes.
Cultura es entonces la exposición de Grau. Pero cultura no es un grupo
comunitario del barrio Meissen, por ejemplo, para citar el caso de Bogotá; o para
decirlo en términos medellinenses, no hay espacio para el barrio Comparsa, pero
sí hay espacio para el taller de escritores de La Piloto.

Ambos son importantes. No quiero decir que hay que excluir unos y meter otros.
Pero se concibe la cultura sólo como bellas artes; y el cóctel de inauguración del
lanzamiento de un libro, el poeta que publicó su obra, el escritor nuevo que está
vendiendo, la llegada del cuarteto de jazz de Praga. Pero no hay en el periodismo
cultural (ni tampoco en el otro), aunque empiezan a notarse por fortuna cambios
en los dos, una recurrente y sistemática llamada a las fuentes alternativas,
provocando la frustración que es imaginable al sembrar zonas de exclusión en los
periódicos; porque los periódicos solamente revelan el establecimiento de siempre
y no se revela la totalidad del país. Si no se cuenta el país globalmente, hay
territorio de exclusión, lo que no es otra cosa que una contribución al desorden
público. De alguna manera, la gente, al sentirse excluida también por los medios

67
de comunicación y por el Estado, de suyo revierte en una frustración que
finalmente explota.

Cuando menciono que el periodismo debe tener proyecto de país y cuando hago
referencia a la necesidad entonces de que sea político en el más amplio sentido
del término, lo hago a sabiendas de la confusión que puede crearse dentro de las
inexperiencias de quienes llegan a una redacción; y si se les vende como una
necesidad de ejercer un periodismo político, como proyecto de país, puede haber
un desbordamiento más partidista que político. De tal suerte que el control debe
ejercerse por parte de los editores y de la formación profesional de los periodistas.

Y a propósito de la formación de los periodistas, me parece que hay cierta énfasis


en el arribismo en la educación del periodista. Cuando un periodista llega al medio
de comunicación a cubrir cultura, empieza a entender que su más buscado
objetivo debe ser la legitimación que le dé la fuente informativa; el reconocimiento,
lograr el reconocimiento de la fuente informativa. Por eso quizá no hay tanto
interés en descubrir el Meissen o en descubrir el barrio Comparsa en la comuna
nororiental de Medellín; sino que en el fondo la laguna, la deformación, o el
arribismo propiamente dicho representan el reconocimiento social de la fuente
informativa.

Quizá la gente queda mucho más contenta no de haber hecho un trabajo sobre los
grupos de danzas del departamento del Guainía, así sea un serial magnífico que
revele cosas, sino que de pronto quedan felices y realizados en el momento en
que ya Gloria Zea los saluda con nombre propio. Consideran que ahí ya
cumplieron su función profesional de informar sobre 'cultura'. Creo que ese
periodista no tiene dentro de la libreta de fuentes más que cuatro o cinco nombres,
lo que impide realmente mostrar el país en general".

GABRIEL CANTOR:

"Cuando conocí el temario general de la reunión me llamó mucho la atención un


tema: la definición de cultura en la televisión ¿Por qué la cultura sí encuentra alta
receptividad en la teleaudiencia, como ha quedado demostrado en canales y
programaciones diferentes a los netamente comerciales? Y me entusiasmó la idea
de poder referirme a esa situación como que ejercí la jefatura de producción de lo
que se llamó Fondo de Capacitación Popular, luego Canal 11, y ahora Cadena 3,
el cual tenía entonces un sistema de clases con telemaestro y lo convertimos
lentamente en una programadora de tipo cultural.

Primero se elaboró una programación de carácter propio con los recursos


humanos existentes en la línea de producción; algunas actividades del campo,
muestras de museos, conciertos, etc., que le dieron una calidad determinada a las
emisiones con unas características particulares.

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Posteriormente vino una inyección de programación comercial. Algunas
programadoras habían realizado esfuerzos en el campo cultural -bien o mal
elaborados, no discutamos ahora la calidad- tendientes en presentar nuevas
alternativas, mensajes distintos a los televidentes, pero la mayoría de ellos
sucumbían porque estaban enfrentados, por ejemplo, a telenovelas. Entonces la
Cadena 3 les abrió las puertas para que a través de ella se pudieran programar en
horarios más benignos con respecto a los enfrentados. Para que pudieran cumplir
con su cometido: prestarle un servicio a la gente y no desperdiciar ese mensaje
que había sido elaborado con una buena intención. Actualmente, para poder
continuar con esa idea de la programación comercial, es la propia Cadena 3, con
sus sistemas de producción, la que está facilitando programas para cubrir algunos
horarios a las cadenas comerciales.

Se invitó a universidades que tenían un sistema de producción con características


de tipo profesional, como la Javeriana y la Tadeo Lozano, a que presentaran
programas de cierta calidad y lo han hecho, sus emisiones se hacen a través de la
misma cadena; e incluso se convino, con algunas instituciones como la Academia
de la Lengua, preparar también programas que llevaran algún tipo de mensaje
especial dentro del espíritu de continuar con los programas de tipo cultural. Se
emitieron clásicos de cine, deporte internacional; se buscó apoyo de las
embajadas para presentar mensajes novedosos, una forma de enriquecer la
curiosidad de las gentes en estos campos.

De todas maneras 40 horas semanales de televisión no son fáciles, y menos en


materias que no abundan. Los costos de producción han obligado a que la
Cadena adquiera unas características particulares poco beneficiosas, como es el
caso de la permanente repetición de programas. En un comienzo le dimos impulso
a los canales regionales que se fundaron en su momento, y luego pues ya ellos se
independizaron, se desarrollaron y eso, lógicamente, ha sido un estímulo para la
Cadena 3 porque, en su momento, les dio la ayuda permanente.

Existe, eso sí, la necesidad indiscutible de plantear criterios de programación.


Considero que la televisión es un medio realmente maravilloso y que el único
responsable es quien se encarga de su programación. Obviamente se necesitan
criterios sólidos, pero no solamente en la parte de la Cadena Cultural sino, en
general, en las cadenas comerciales. Ahí esta el caso de la última licitación. A las
programadoras de carácter cultural, que tienen una baja pauta comercial, el
Instituto Colombiano de Radio y Televisión les autorizaba unos minutos más de
publicidad en los programas comunes y corrientes. Eso ha dejado de existir. Para
la cultura va a ser peor. No quiero augurar nada malo. Pero, de hecho, los
programas culturales van a quedar en una situación bastante delicada.

Finalmente quiero hacer énfasis en dos premisas que son igualmente falsas.
Primero: que la cultura no vende. Allí la que tiene que primar es la calidad. y la
otra, que los programas culturales son ladrillos. Si nosotros hacemos uso de las

69
bondades del medio y utilizamos adecuadamente su lenguaje, tiene que
desaparecer esa premisa como una constante.

Y dos conclusiones: la calidad es absolutamente indispensable en los programas


culturales; si se quiere competir con otro tipo de programas solamente la calidad la
podrá hacer, fortaleciendo los criterios de programación. Y segundo, afirmar que
no creo en la televisión que pretende educar formalmente. En la que sí no tengo
dudas es en la televisión como difusora de cultura dentro de la educación
permanente que cada persona debe seguir a la largo de su vida".

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La difusión cultural en la televisión
Por Héctor Troyano Guzmán
Periodista colombiano Coordinador del Área de Comunicación del
Convenio Andrés Bello

La TV como elemento común

Hace algunas semanas pude observar en televisión un drama de la vida real que
me causó profundo impacto. En un programa de variedades bastante conocido por
ustedes, "Sábados Gigantes", dos hijos y su padre se reencontraron luego de
varios años de total alejamiento, gracias a un simple llamado público hecho al aire
por el prestigioso presentador del espacio.

La situación vivida y el desenlace feliz me llevaron a dos conclusiones inmediatas.


La primera, que un par de décadas atrás hubiera resultado impensable creer en
semejante alcance y eficacia de un medio de comunicación. Y la segunda, que si
existía alguna duda en torno al nivel de sintonía, la misma estaba descartada a los
ojos de todos, incluidos los canales vecinos.

La televisión es hoy, quizás, el único elemento común a todos los pueblos del
mundo. Hablo, claro, del medio como tal. Una imagen de una favela en cualquier
rincón de Rió de Janeiro y otra de una mansión en Beverly Hills, tienen como
afinidad, única y exclusiva, la antena que trae al mundo de los destechados del
Brasil y al hombre de Hollywood, el último de los "Oscares", por ejemplo. Hay
tantos receptores de televisión, como espacios libres para colocar sus, cada vez,
más pequeñas y sofisticadas estructuras. No está lejos de nosotros la televisión de
alta definición, una gran calidad gráfica y, además, escasos centímetros de fondo.
Entonces, los cuadros serán descolgados de las paredes para dar paso a
imágenes en movimiento que convertirán los pasillos en improvisadas salas para
telespectadores.

Pese a los rigores de la deuda externa, el resurgimiento del cólera o las altas
tasas de desempleo, no podemos negar que las últimas innovaciones y todo
aquello que ha dado en llamarse pomposamente tecnología, está al alcance de la
mano. Tan cerca que una promoción de una entidad financiera en Colombia lo
pintó en sobrecogedores treinta segundos de televisión. Un eco de tambores
precolombinos da el salto de 500 años para concluir en el índice derecho de un
indígena que, con temor, oprime el teclado de un computador. Otro
descubrimiento, tan impactante como debieron resultar los espejos para nuestros
antepasados, en 1492.

71
Vehículo cultural

Pero volviendo a la pantalla que es objeto de este análisis, hay que señalar su
trascendental papel en la sociedad actual, en nuestra sociedad de hoy. La
televisión ha permitido, para citar un caso, que nuestros niños cuenten con un
vocabulario mayor al nuestro.. y también, que los mismos pequeños tengan un
concepto diferente -o mejor, más real- de la división política del planeta.

Sin embargo, sería bizantino entrar en una discusión en torno a si la televisión es


buena o mala, o, si ha significado desarrollo o alienación. Estamos aquí para mirar
la cultura al interior de los medios de comunicación.

Casi desde su irrupción en estas tierras, la televisión fue contemplada como un


vehículo cultural por excelencia. La primera y -a mi parecer- sabia ocurrencia,
consistió en abrirle paso a las expresiones populares. la danza y el teatro, siempre
en vivo, alumbraron las emisiones. Había, y resulta sorprendente verlo a la luz de
finales de siglo, una tendencia exclusiva: la cultural. Junto a las anécdotas sobre la
forma como actores y demás integrantes de los elencos tropezaban contra sus
propias confusiones de un libreto mal aprendido, quedó un precedente que, poco a
poco, es cada vez más leyenda y menos alternativa.

Después, por la pantalla chica, corrieron vientos de educación. Con toda la fuerza
de la razón, a los ministerios del ramo se les ocurrió la feliz idea de poner fin al
analfabetismo, o por lo menos reducirlo a niveles ínfimos, mediante la difusión de
cursos básicos. Algunas metas iniciales se lograron para beneficio, en especial, de
la población adulta. Pero en definitiva, los objetivos nunca se cumplieron a
cabalidad.

Enlatados

Diferente suerte tuvo la programación que, con fines comerciales, hizo aparición
casi de inmediato. Hablo del punto de partida de los "enlatados" producidos por
Estados Unidos, doblados al español y pasados y repasados, una y mil veces, en
nuestros canales. Enlatados que, entre otras cosas, no sé si por la nostalgia del
tiempo o por la seriedad y categoría de directores y protagonistas, me parecen, y
me seguirán pareciendo, mucho mejores a los de hoy. Me refiero, por supuesto, al
"Llanero Solitario", "Batman", "El Zorro", "La Familia Monster", versiones
originales, por que las renovadas y modernas obedecen a ese viejo principio del
cine que afirma que segundas partes nunca fueron buenas.

Una a una, esas series fueron apropiándose del terreno que la forma cultural
inicial, por llamarla de alguna manera, había ocupado en una decisión institucional
surgida más de la necesidad que de cualquier otra razón.

72
En principio, la proporción era abrumadora en favor de los hechos aquí y con
rasgos propios. Es decir, para hablar en términos de esa lejana niñez, nos
entregaban treinta minutos de "Zorro" por dos horas de una mezcla en la que
figuraban cumbias, una versión criolla de Hamlet (bastante criolla) y un
documental sobre la caída de París en la Segunda Guerra Mundial.

Del equilibrio (un "Zorro" y un "Batman" por "La dama de las Camelias") no pasó
mucho tiempo hasta dar con un panorama diferente y, en verdad, desolador para
el talento nacional... y, claro, para la cultura.

El panorama era oscuro para la cultura porque, sencillamente, de cien estamos


pasando a cero. Los programas musicales, valga el ejemplo, ahuyentaron las
expresiones nativas y abrieron las puertas de los escenarios a lo extranjero. Otras
muestras de "lo cultural" (espacios , sobre libros, pintura y afines), fueron
relegados a horarios casi de cierre, con todo y lo que implica bordear la media
noche frente al televisor, en una época en que la gente tenía la mala costumbre de
irse temprano a la cama.

La respuesta autóctona no tardó en llegar: en horarios para las amas de casa y los
estudiantes de bachillerato aparecieron las telenovelas. Por supuesto la acogida
fue impresionante. Aunque cada día tiene su afán, en 1970, dos situaciones
apuraban el reloj: la selección de fútbol del Brasil que dirigía Zagallo (la de Pelé,
Jairzinho, Gerson, Rivelino) y "Simplemente María".

Los culebrones

Las telenovelas -esos "culebrones"- como las definen los críticos de televisión
porque, dicen ellos, no parecen tener final, cumplieron, a mi entender, un papel
cultural, discreto, pero cultural. Los interrogantes actuales son ¿cómo han logrado
sobrevivir por tanto tiempo? , ¿y cuál es su función en el presente? Tema digno de
investigación que dejo en manos de ustedes.

Curioso es también el hecho de que los novelones no fueron, en principio,


producción nacional. Llegaron de México, Venezuela y Argentina a Colombia. Sin
embargo, allí se veían retratadas las familias nuestras. No sé, pero me parece que
se presentaba un fenómeno de integración; discreta, pero integración.

Creo que ya le gastamos suficiente tiempo a algo tan aparentemente frívolo como
las telenovelas. Hubo, posteriormente, a mediados de los setenta, un período de
ligera reconversión. Desde la orilla opuesta a la netamente comercial surgieron
voces que clamaban por la defensa del patrimonio cultural. Unas radicales: no
más enlatados, ni música foránea! Otras, las más prudentes: ¡se necesita un
viraje!

73
Para un sistema de apenas dos canales, había poco que hacer. Uno de ellos en
manos privadas y el otro estatal. No obstante, existió el resurgimiento de lo
nacional e hizo presencia el programa "netamente cultural".

"Netamente cultural" , quiero decir, un espacio hecho con alto perfil, para ser visto
por personas allegadas al medio, de fácil comprensión para ellas y sin interesarse
mucho del inmenso vulgo que resultaba ajeno a sus intereses. Desde entonces el
"programa cultural" hecho en televisión y bastante afín a las páginas "culturales"
de los diarios y las emisiones de radio "culturales"- es así. Tiene ese formato, con
excepción, claro está.

Un formato que le imponen los periodistas a quienes, como bien señalaba Miguel
González, de televisión española, en el curso de un seminario realizado en
Santafé de Bogotá, parece preocuparles excesivamente el concepto de sus
colegas, hasta el punto de olvidarse que otros televidentes, diferentes a los
periodistas, también ven el programa.

Es muy probable, y así lo encuentro, que el término "ladrillo" que se aplica a los
programas culturales tengan razón de ser en esa concepción periodística.

Creo que la televisión cultural debe ser ante todo televisión, buena televisión.
Como medio que tiene a su favor la imagen, el movimiento, el color, la voz, el
sonido y tantas cosas más, considero que tenemos que salir de los estudios, de
las galerías, de los grandes salones para buscar la cultura, también, en otros
lugares.

El ejemplo que voy a dar a continuación peca de excesivo, pero puede contener el
espíritu de los que trato de hacer entender: Hemingway era un desconocido para
la mayoría de colombianos hasta hace un año. De Hemingway se había
pontificado, analizado, criticado en centenares de oportunidades por parte de
hombres conocedores en la materia. Sin embargo, ahora Hemingway es familiar
porque una serie sobre su vida se transmitió semanalmente los sábados en la
noche, a lo largo de una hora de cultura.

No tenemos recursos para realizar producciones de esa talla, pero sí el ingenio y


la capacidad para contar historias, en torno al arte, a la etnia, tantas cosas que
están a la vuelta de la esquina.

Aspiro a que dentro de un tiempo prudencial pueda recorrer un libro de


prestigiosos caricaturistas que tengo en mi biblioteca, sin que uno de sus trabajos
me cause la mueca de horror que hoy me produce. En ella aparece el presentador
de planta de una estación de televisión que ofrece disculpas a quienes "por error
en los transmisores, acaban de presenciar un programa cultural".

74
Los medios de comunicación social y los procesos
de integración andina
Por Héctor Troyano Guzmán
Periodista colombiano. Coordinador del Área de Comunicación
del Convenio Andrés Bello.

Tres son los temas de este encuentro o diálogo intercultural: integración,


comunicación social, y cultura.

Varias son las definiciones de integración. El diccionario de la Real Academia


Española señala que "integración es la acción y efecto de integrar"; este concepto
es definido luego como el "equivalen te a formar las partes de un todo, o bien,
complementar un todo con las partes que faltaban".

Comunicación Social: es el proceso de producción y transmisión social de la


información.

Cultura: hay cientos de definiciones. Me gusta la parte del periodista y escritor


venezolano Arturo Uslar Prieti: "Cultura es todo lo que mejora la condición
humana".

Sobre estos tres objetivos dialogaremos en este encuentro con los trabajadores de
la cultura y la integración. Se trata de aproximarnos al rol que tiene la cultura en
los medios de comunicación social o viceversa, ya su misión en la construcción del
nuevo núcleo de familia, del nuevo país o grupo de países o continente que
queremos edificar.

Estamos aquí para ver la cultura al interior de los medios de comunicación social;
de la relación de estos con los procesos de integración y sus desafíos a nivel
latinoamericano y mundial. Porque hablar de los desafíos de América Latina
parece un pleonasmo. Si hay una parte de este continente que, por su propia
historia y por definición está establecido en un esquema de retos, esa es nuestra
América Latina. Miremos la historia. Veamos el presente.

En nuestras grandes civilizaciones precolombinas, cada vez más revalorizadas,


debemos aceptar, hoy desunidos o divididos, cómo esos grandes conglomerados
humanos fueron capaces de responder a procesos de convivencia humana ya la
relación del hombre con el medio natural. Sin embargo, sucesos posteriores de la
historia han sido, con frecuencia, parte de la destrucción y absorción de esas
culturas. Mas, el hombre precolombino tuvo una capacidad de respuesta, de
entendimiento, de identidad, de integración. Sus huellas están presentes.

75
La pregunta es: ¿estaremos nosotros, como comunicadores sociales y periodistas,
presentes en este legado? Este interrogante espero sea asunto de interés por
parte de este Foro.

Las anteriores reflexiones me permiten entrar en el tema: Los Medios de


Comunicación Social y los Procesos de Integración Andina.

Marco histórico

Cuando entre el 27 y el 29 de noviembre de 1989 el Convenio Andrés Bello


decidió adentrarse en un mundo aún fresco, como lo es todavía el del periodismo
cultural y la integración, resulta impensable que en tan sólo dos años los efectos
de su convocatoria, obtuvieran un eco como el que se percibe ahora.

En el curso de dos certámenes similares -el Foro de Quito realizado en la fecha


anotada y el escenificado en San Cristóbal (Venezuela), en agosto de 1990- se
abrió el camino para la búsqueda de un efectivo desarrollo de la actividad en la
subregión.

A partir de los propios directores de los medios masivos de comunicación el aporte


de las Facultades de Comunicación, los Foros han servido para la búsqueda de
uno de los más preciados objetivos de la Secretaría Ejecutiva del Convenio
Andrés Bello: ganar espacios para la cultura, y para la integración.

Porque -en mayor o menor medida, dependiendo del medio y del momento
histórico en un periodismo que como el de hoy se caracteriza por moverse en
torno al fenómeno "actualidad" - esos mismos participantes y los ejércitos de
comunicadores, lectores, radioescuchas, televidentes, alumnos y receptores en
general, han generado un nuevo mensaje: la promoción del periodismo cultural, y
la necesidad de no vivir aislados.

No obstante, la tarea apenas comienza. En el momento definitivo de mirar hacia el


futuro, los Foros han dejado constancia de la impostergable necesidad de poner
en marcha Seminarios Nacionales de Periodismo Cultural e Integración.

La Secretaría Ejecutiva del Convenio Andrés Bello comparte e impulsa esta idea.
Dentro de la globalización que atañe a cada una de las actividades de un
organismo internacional, es el momento de ampliar el espectro de lo realizado en
Quito y San Cristóbal, a los siete países latinoamericanos signatarios del Convenio
Andrés Bello.

¿Qué buscamos con estos seminarios?

76
Junto con la consecución de terrenos amplios, apropiados y fértiles para la cultura
y la integración en los medios de comunicación, es indudable que, a nivel nacional
los periodistas especializados pretenden unificar intereses.

Quizás por lo novedoso de la actividad o, de pronto, porque en su gran mayoría


los comunicadores en mención han vivido patéticamente el marginamiento en el
seno de las propias casas editoriales, estaciones de radio o televisión;
marginamiento que obedece a causas tan diversas como la falta de conciencia de
sus colegas y directores sobre la trascendencia de la integración, o, a lo mejor,
discriminación atribuida al innecesario perfil "intelectual" que han asumido los
especialistas en la materia; por todo ello, y por mucho más, el periodista cultural
es uno solo en su problemática, así vea al mundo con la irrepetible óptica
personal.

Un tercer objetivo tiene que ver con la necesaria divulgación del proceso
integracionista del Convenio en los países signatarios. Ahora que la nueva
administración de la SECAB propugna por el conocimiento de la organización en
el seno de los propios pueblos, nada mejor que llegar a quienes difunden la cultura
y hacer conocer nuestros alcances y tareas por su intermedio. No en el plan de
utilizar al profesional de la comunicación, sino en la verdadera convicción de que
estamos haciendo las cosas bien y en beneficio directo de 120 millones de
habitantes de la subregión.

La integración andina

¿Qué sabemos de la integración andina?

Es en 1967 cuando los gobiernos de Bolivia, Colombia, Chile, Ecuador, Perú y


Venezuela, inician el diálogo de la integración pero desde el punto de vista
industrial y comercial. La necesidad de integración como mecanismo capaz de
hacer frente a las grandes potencias estaba referida a los sectores metálico,
petroquímico, y automotor; a la armonización de políticas económicas, al
mercadeo. Un año después nace la Junta del Acuerdo de Cartagena. Pese al
sesgo exclusivamente económico que se le dio a la integración, en el transcurso
de los siguientes años y ante las necesidades derivadas de la creciente
interdependencia de la subregión, y especialmente ante la necesidad de cubrir
otras áreas, el proceso se fue perfeccionando dando a la suscripción de nuevos
acuerdos, los que a su vez dieron origen a otros organismos subregionales.

Un año antes de que se suscribiera el protocolo que le dio vigencia al Acuerdo de


Cartagena, se firmó en Bogotá el convenio constitutivo de la Corporación Andina
de Fomento, con sede en Caracas, organismo financiero de la integración y que
entró a funcionar en junio de 1970.

77
El 31 de enero, en la Quinta de Bolívar, también en Bogotá, los Ministros de
Educación de Bolivia, Colombia, Chile, Ecuador, Perú y Venezuela, suscribieron al
Convenio Andrés Bello, de integración educativa, científica y cultural. En Lima, en
1971 se aprobó la constitución de la Asociación de Empresas Estatales de
Telecomunicaciones del Grupo Andino -ASETA-. En Caracas, 1976, se suscribió
el Convenio Simón Rodríguez para la integración socio laboral del Grupo Andino.
Ese mismo año se creó el Fondo Andino de Reservas como mecanismo de apoyo
de la balanza de pagos de los países miembros. El Tribunal de Justicia del
Acuerdo de Cartagena nace en 1979, como órgano jurisdiccional establecido para
garantizar el respeto al derecho de la aplicación e interpretación del ordenamiento
jurídico del Acuerdo. En 1979 se firmó en la ciudad de La Paz, Bolivia, el Tratado
Constitutivo del Parlamento Andino, órgano político del Acuerdo de Cartagena,
cuyo objetivo principal es el de coadyuvar a la promoción y orientación del proceso
integracionista.

En reunión de Cancilleres se firmó en noviembre de 1979, en Lima, el Consejo


Andino integrado por los Ministros de Relaciones Exteriores de Bolivia, Colombia,
Ecuador, Perú y Venezuela, el que tiene a su cargo la formulación de la política
exterior conjunta de los países miembros y la orientación y coordinación de la
acción externa de los diversos órganos del sistema andino. Este Consejo Andino
de Cancilleres definió las bases para otra importante figura de integración; El
Consejo Presidencial Andino.

Es importante anotar que en 1973, cuando los militares asumieron el poder en


Chile, este país, con excepción del Convenio Andrés Bello, se retiró de todos los
organismos de integración andina.

De la anterior cita se desprende que a partir de 1970, el proceso de integración fue


llegando a otros escenarios, pasando de lo estrictamente económico y financiero
para incursionar en áreas como la salud, educación, cultura, ciencia, trabajo,
comunicaciones, orden político y jurídico. Mas esta evolución no correspondió a un
ordenamiento con base en los desarrollos del proceso, "sino que obedeció,
fundamentalmente, a impulsos políticos surgidos en reuniones
intergubernamentales que trataron de apoyar y fortalecer la integración andina en
otras áreas no cubiertas originalmente por el Acuerdo de Cartagena" (1).

Bien saben ustedes que el proceso integracionista ha tenido dificultades,


tropiezos, que en muchos sectores de nuestras comunidades y de la opinión
pública existen interrogantes respecto de si ha sido benéfica o no la integración.

Hemos mirado la integración desde el punto de vista del Acuerdo de Cartagena


que es la que tiene más espacio, especialmente en los medios de comunicación
social y en los gobiernos. Sus éxitos o fracasos influyen en los demás organismos
internacionales a nivel andino. y con frecuencia se confunden a los otros
Convenios Internacionales con la Junta de Cartagena. El proceso económico, la

78
Programación Industrial Conjunta, el Arancel Externo Común, para mencionar sólo
algunos ejemplos, se han visto seriamente afectados; también ha habido
estancamiento y el avance económico del proceso ha estado perturbado, entre
otras causas, por la profunda crisis mundial que ha golpeado seriamente las
economías de nuestros países. Además el incumplimiento de las naciones a
cientos de resoluciones y compromisos, afecta la integración. Todo esto es
manejado de diferentes formas por los medios de comunicación social,
especialmente desde el lado negativo y de incredulidad, sosteniendo, en muchos
casos, que la integración no sirve. Es ahí donde salen afectados los demás
órganos de integración porque se ha generalizado.

La crisis no se ha manifestado con similares características en los demás


mecanismos de integración andina. La Corporación Andina de Fomento y el Fondo
Andino de Reservas han alcanzado logros significativos y poseen gran solvencia y
capacidad operativa. Para destacar lo realizado por el Convenio Andrés Bello en
los campos de la educación, cultura, ciencia y comunicación social. También el
Parlamento Andino y ASETA tienen realizaciones para mostrar. Preocupa, sin
embargo, las dificultades que afrontan los Convenios Simón Rodríguez y el
Hipólito Unanue, así como el órgano jurisdiccional del Acuerdo de Cartagena.

La disparidad en el funcionamiento de los instrumentos de la integración determina


también un desbalance en el dinamismo que debe tener el proceso.

Las altas esferas gubernamentales, con los Presidentes a la cabeza, así como los
medios de comunicación han hecho énfasis en el análisis de los instrumentos
económicos, restando importancia a las actividades sociales, lo que limita ampliar
el ámbito de la integración, quizá por desconocimiento de los demás entes que
conforman el sistema andino de integración; tal vez porque, en el caso del
Convenio Andrés Bello, falta mayor decisión política para impulsarlo, es posible
que ello suceda porque no ha habido capacidad de convocatoria de los
organismos responsables del manejo a nivel nacional del Convenio,
especialmente frente a los medios de comunicación, lo que poco saben de él,
porque éste permanece en arresto domiciliario en los Ministerios de Educación,
limitando que la integración cultural cumpla con sus objetivos de servir a las
comunidades de nuestras naciones, para no hablar de si es que a los medios de
comunicación no les interesa la integración, la cultura o si es que nos falta
emprender la marcha de preparar a nuestros comunicadores y periodistas en
estos campos, con el fin, no solamente de escribir y hablar con conocimiento de
causa, sino de ganar el espacio que estos temas ameritan.

La integración tiene un nuevo giro: se trata de la inclusión de actividades


comunitarias en educación, recursos naturales, turismo deporte, medio ambiente,
servicios, integración fronteriza, ciencia tecnología y comunicación social, para
citar algunas áreas. Mas este giro requiere de la participación de los sectores
sociales, los que deben dejar de ser obstáculos para lograr la plena integración de

79
nuestros países. También requiere de una real y efectiva coordinación
interinstitucional a nivel de los instrumentos que constituyen el proceso de
integración subregional, porque hasta ahora cada uno va por su lado; porque en
muchos casos hay celos; porque no es raro encontrar que tres o cuatro
organismos estén trabajando sobre un mismo proyecto, pero sin que los demás lo
sepan. Estamos trabajando por la integración pero no damos el ejemplo de
hacerlo a nivel de organizaciones.

Comunicación social e integración

Sin temor a equivocarme, uno de los aspectos que más han incidido
negativamente en la imagen del proceso es la carencia de una política de difusión
de los objetivos y logros de la integración, lo que ha llevado a que los medios de
comunicación hayan dejado de lado los aspectos sociales, para referirse
especialmente a los mecanismos económicos del Acuerdo de Cartagena, y dada
las dificultades que éste ha tenido y sigue teniendo, la imagen que se difunde es
negativa, produciendo, como es lógico, desconfianza respecto a las bondades del
proceso, en forma global.

La divulgación de informaciones de todo proceso de integración tiene que


responder a objetivos concretos, como por ejemplo promover una "actitud de
cambio" que esté orientada hacia la "unidad para la integración entre nuestros
pueblos". El objetivo principal de la comunicación en los procesos integracionistas
es formar el ser que requerimos para la integración.

Existe, debe existir, complementariedad entre integración. La integración sólo se


dará en la medida en que la comunicación sea efectiva. La integración debe ser
también cultural o no será integracionista.

La cuarta Reunión del Comité de Coordinación Técnica del Sistema de


Coordinación Permanente de los Organismos de la Integración Andina, reunido en
Lima en octubre de 1987, acordó la puesta en marcha del Programa de
Comunicación y Difusión de los Organismos del Sistema Andino. Este proyecto
tiende a "articular el mensaje de integración que las distintas instituciones vienen
transmitiendo en forma aislada y de acuerdo con su campo de competencia con el
fin de lograr que el habitante andino tenga una visión del proceso en toda su
dimensión" (2).

En materia de comunicación busca "fortalecer la conciencia integracionista".

El proyecto tiene dos líneas: comunicación y difusión.

La comunicación, cuyo objetivo es fortalecer la conciencia integracionista,


dirigiendo sus esfuerzos a los distintos sectores de la población, especialmente el
estudiantil, mediante la utilización de medios y mecanismos que permitan que el

80
mensaje convierta en agentes activos del proceso, a los grupos sociales a los
cuales va dirigido.

Respecto a la tarea de la difusión, ésta debe cumplir la misión de informar a los


120 millones de habitantes de los países de la subregión sobre todos los aspectos
que son competencia de los distintos órganos andinos, utilizando, como en la
comunicación, los medios y mecanismos capaces de articular el mensaje integral
sobre el proceso, garantizando, entre otras cosas, que "la integración esté en la
noticia"; logrando también que las empresas de la comunicación social, que las
instituciones públicas y privadas, como partes integrales del proceso, hagan el
seguimiento permanente de las acciones y actividades que desarrollan los
organismos del Sistema Andino, y finalmente "complementar la tarea de la
comunicación a través de la difusión a niveles más amplios de información
especializada".

Esta tarea es urgente ponerla en marcha, y el Convenio Andrés Bello está


dispuesto a liderarla, porque no podemos seguir creyendo que separadamente
vamos a sobrevivir, así tengamos problemas de fronteras, de actos lesivos a la
soberanía nacional en muchos de nuestros países. Nosotros somos países en vía
de desarrollo, con un excelente producto humano, que tenemos que ir unidos
como única forma para enfrentar a las potencias y como uno de los medios para
evitar que nuestros valores culturales desaparezcan.

Y al retomar la palabra cultura, es necesario preguntamos:

¿Existe una política cultural en los medios de Comunicación Social? No. La cultura
está al margen, por que no es actualidad, por que no vende y, en el fondo, porque
existe confusión sobre qué es cultura.

En consecuencia, hay serias dificultades para el desarrollo de los procesos de


integración y, aún más, para los de integración cultural.

Los grandes medios de comunicación -aquellos que crean la 'opinión pública"-son


de tipo centralista y urbano. Ejemplo: un noticiero, de cubrimiento nacional, habla
sobre huecos en las calles de la capital del país, problema mínimo e
intrascendente para quienes habitan fuera de la capital.

La otra cara de la moneda: los medios de comunicación social que tienen asiento
en las zonas fronterizas -obviamente más pequeños que los de las grandes
ciudades- viven intensamente los procesos de integración y les dan gran
despliegue, convirtiéndose en impulsores de los mismos.

El tratamiento de los medios masivos, a los hechos que tengan que ver con
procesos de integración, es netamente coyuntural. Más, si es de tipo cultural. Y,
más allá, existe una marcada tendencia a darle mayor énfasis a hechos

81
internacionales europeos o estadounidenses que a noticias providentes de los
países con los cuales, inicialmente, debe darse la integración.

En los países andinos existen dos intentos de integración a gran escala, en cuanto
hace a la comunicación y difusión. El primero es el Sistema de Información de
América Latina y el Caribe, SIDALC, integrado por la mayoría de los organismos
internacionales de integración y cooperación internacional. Se trata de un boletín
semanal con noticias donde el tema económico sigue imperando, mientras que el
cultural va en franca desventaja; este boletín del SIDALC tiene destinatarios
específicos: los periodistas especializados en asuntos económicos, a quienes la
noticia o artículo especial de cultura no interesa y entonces en lugar de pasar la
información al compañero de redacción, ésta va al cesto de la basura.

El otro es el conformado por cadenas de radiodifusión, conocido como solar. Se


pensó que iba a ser un medio de integración. Pero no ha sido así. Se trata de
difundir más las desgracias que las bienaventuranzas de nuestras naciones. Pero
son dos buenos esfuerzos que merecen apoyarse, eso sí, invitando al sistema
solar, por el poder de penetración de la radio, a pensar que es mucho la que
puede y debe hacer por el bien de las comunidades, mediante la difusión de
noticias más amables, donde se resalte la bueno y grande que tienen nuestros
países antes que seguir cayendo en el tema de la guerrilla, del narcotráfico, del
narcoterrorismo menos para que se intente, hay que comenzar por darle a la
cultura el nivel que se merece en los medios de comunicación social de cada país.
A todas luces, una tarea dura y ardua.

El Convenio Andrés Bello, la integración y la comunicación social

Cuando se suscribió el Convenio Andrés Bello en Bogotá, el 31 de enero de 1970,


las Altas Partes Contratantes acordaron estimular a los medios de comunicación
social de cada país, para que incrementen la información sobre los demás países
del área e intensifiquen la cooperación entre ellos para el oportuno intercambio de
informaciones.

También acordaron dedicar preferente atención al uso de los medios de


comunicación social en razón de su influencia educativa y promover la
coproducción de programas audiovisuales con el propósito de asegurar una sana
formación y recreación del pueblo y preservar los valores éticos y culturales.

Para el cumplimiento de estos dos propósitos, el Convenio Andrés Bello, el más


fiel representante del proceso de integración latinoamericano y en el cual están
fincadas las esperanzas de unidad, ha logrado avanzar en la difusión de los
valores culturales de los países que lo integran.

La producción de la serie de televisión Expedición Andina, con 230 programas


sobre cultura, medio ambiente, ciencia, desarrollo social y temas para niños, ha

82
venido fortaleciendo la integración. Pero necesitamos más capacidad de
movilización y negociación por parte de las Secretarías Nacionales del Convenio
para colocar este producto, el que por su calidad y contenido -que es con lo que
se puede competir-, es emitido en Estados Unidos, Costa Rica y México, firmado,
además el acuerdo de miembro con la Universidad Internacional de Radio y
Televisión, URTI, con sede en París, lo que permite que en Europa haya una
imagen diferente de Bolivia, Colombia, Chile, Ecuador, Panamá, Perú y
Venezuela, en relación con la que las agencias internacionales presentan de
nosotros. Pertenecemos al sistema de la Unión Latinoamericana y del Caribe de
Radio y Televisión, ULCRA.

La producción de la televisión también se utiliza en el proceso enseñanza-


aprendizaje. Sin embargo, requerimos más espacio en ese 28 por ciento que
representa la televisión de los países del Convenio a nivel Latinoamericano y del
Caribe.

La experiencia en radio es positiva. Un total de 187 emisoras en los siete países


latinoamericanos del Convenio emiten, una vez por semana, el Programa
Expedición Cultural. Se trata de una radio revista ágil e interesante. Necesitamos
llegar a más oyentes y por ello requerimos del aporte de mayor número de
emisoras. El área andina posee el 30 por ciento de radio en Latinoamérica, siendo
la de mayor concentración como grupo de países.

En lo que respecta a los diarios, trabajamos en la actualización del periodista


responsable de los temas de la ciencia, la cultura y la integración. Buscamos con
los propietarios de este sector de la comunicación, que haya mejor tratamiento
para la noticia cultural. Tenemos la esperanza que la información que tiene que
ver con el bienestar del pueblo le gane espacio al síndrome de la doble SS:
sensacionalismo y sexo. Los países del Convenio Andrés Bello representan un
potencial del 39 por ciento de los diarios que existen en Latinoamérica. La
integración y la cultura merecen más atención en los diarios y revistas.

Los anteriores son ejemplos de cómo la Secretaría Ejecutiva del Convenio Andrés
Bello, ha logrado vincular a los medios de comunicación con el proceso de
integración cultural.

El Convenio Andrés Bello cumplió 21 años en enero de 1991. Se ha convertido en


el organismo más ágil de América Latina destinado a favorecer la integración. Lo
hecho hasta el momento es mucho. Es obra hecha.

Hacia el mañana los desafíos de un mundo que se abre entre grandes promesas e
inquietantes desafíos al siglo XXI determinarán, sin duda alguna, las respuestas
más convenientes del Convenio Andrés Bello.

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La integración de nuestros pueblos en una vigorosa comunidad de naciones, que
sin menoscabo de la identidad de cada una, sea para todas as la mejor garantía
de su soberanía, prosperidad y supervivencia, es uno de los grandes ideales del
Convenio y de Latinoamérica. Tal vez sea el más grande.

La integración sólo es posible en el encuentro, en el diálogo, como este que hoy


iniciamos. Se hace necesario, en consecuencia, emprender o profundizar el
diálogo, no solamente entre los entes responsables de la economía, la política o
las organizaciones sociales, sino entre los pueblos como creadores y depositarios
de sus culturas. Es aquí donde el periodismo tiene que tener proyecto de país y de
subregión.

Se ha hablado mucho de la integración cultural. Y se ha reconocido que la


integración económica, social y política, nunca serán realidad si no se alcanza,
previa o simultáneamente, la integración cultural. Por esa realidad viene
trabajando el Convenio Andrés Bello, siendo uno de los mecanismos para llegar a
ella, estos encuentros con los trabajadores de la cultura.

En síntesis

Para que los medios de comunicación social tengan mayor interés por los asuntos
integracionistas, es necesario tener en cuenta, entre otras, las siguientes
consideraciones:

- Menos contradicciones entre los pronunciamientos gubernamentales y la


realidad.

- Más decisión política por parte de los Estados.

- Resultados prácticos y efectivos como respuestas a tantas reuniones.

- Mayor coordinación, solidaridad, dinamismo y efectividad entre los órganos que


conforman el proceso integracionista.

- Flujo permanente de información.

- Mayor participación del sector empresarial, educativo, cultural, científico y de


comunicación social en el proceso.

- Que las acciones, actividades, proyectos y programas, respondan a realidades y


necesidades sentidas por las comunidades.

-Que no sea la pauta comercial la única medida para que tenga campo la
integración y la cultura en la radio, la televisión y los medios impresos.

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- Que como responsable del proceso integracionista, seamos capaces de elaborar
mensajes que logren comprometer a los receptores en este derecho y deber que
es de todos.

- Requerimos también seguimiento a la noticia, análisis de la misma, para lo cual


es necesario contar con periodistas o comunicadores sociales preparados para el
manejo del tema.

- Tenemos que mejorar la capacidad de nuestras organizaciones integracionistas


con el fin de garantizar la libre circulación de la información en los ámbitos
nacional e internacional; una distribución más amplia y mejor equilibrada, sin traba
alguna a la libertad de expresión, y al fortalecimiento de la capacidad de
comunicación de los países en desarrollo para que se integren mejor en el
proceso de la comunicación.

- Que los órganos de integración andina sean permanente foro de intercambio de


ideas y desempeñar el papel de catalizadores de los esfuerzos encaminados a
identificar y resolver los problemas que se plantean en el ámbito de la
comunicación en un mundo en rápida evolución.

- La integración no es igualación.

- No podemos olvidar que nuestros países, especialmente los andinos, se


proyectan hacia el próximo siglo, convencidos de que la integración Al revisar
algunas de las libretas en las que he hecho anotaciones durante los 31 años que
llevo como periodista, he encontrado algunas reflexiones que quiero compartirlas
con ustedes:

- El volumen de trabajo no es tan importante como la calidad.

- En todos los casos el precio que paga la sociedad, por la manipulación


periodística del conocimiento, es alta.

- La necesidad compulsiva de figuración de muchos comunicadores y periodistas


es más digna de Hollywood que de Harvard.

- En los países latinoamericanos la gente no lee; ese es un drama. ¿Cómo superar


este bajo y pésimo nivel de lectura? La fórmula es sencilla: hay que escribir para
leer y leer para escribir; lo demás es letra muerta.

- La historia de nuestros países se ha escrito en los periódicos; sin periodismo


nuestra historia tampoco existiría.

- En países latinoamericanos el periodista, infortunadamente por la prisa y el


volumen de trabajo, tiene una memoria corta, repite la misma noticia y por lo

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general no lleva a cabo ningún seguimiento de su desarrollo después de que deja
de ser actual.

- Debemos ser conscientes y empeñarnos en el reencuentro con nosotros, con


nuestro entorno, con la época, con nuestro país, con nuestros países, desde aquí.

- Los periodistas y los comunicadores somos, por sobre todo, educadores.

- El crimen y el terror no pueden asediar los claustros de pensamientos libres.

- Los halagos del poder, es un riesgo que no debe correr el periodista, porque
disminuye su autoridad moral.

Permítanme invitarlos a reflexionar sobre nuestro papel como actores, autores y


beneficiarios del proceso cultural e integracionista en el cual se han empeñado
nuestras naciones, de las cuales somos parte vital.

Quien se coloca al margen de la integración, se coloca al margen de la historia.

Que el mañana no nos encuentre desintegrados por el alma.

(1)(2) Características y Tendencias de la Integración Global y el Sistema Andino de


Integración - JUNAC 1987.

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De la cultura del periodismo
Por Víctor Diusabá Rojas
Periodista colombiano

Contaba Jorge Luis Borges que, alguna vez, mientras paseaba por el centro de
Buenos Aires de la mano del cantautor Facundo Cabral un hombre que lo creyó
más sordo que ciego le gritó al oído "viejo reaccionario" , Borges caminó un par de
cuadras antes de referirse al asunto: "para que ese tío me haya gritado eso, le dijo
a Cabral, no hay sino dos alternativas: o que no me haya leído o que me haya
leído".

Poco o nada leído el periodismo cultural suele merecer hoy muchas menos
ofensas, honrosas ofensas que Borges, aunque tampoco elogios.

El periodismo cultural, de alguna manera el primer periodismo de la historia, pasa


ahora por entre la gente sin que le griten cosas al oído o le den palmaditas en la
espalda, ni siquiera de la gente que se gana la vida buscando noticias para llenar
las inmensas páginas blancas de los diarios, el silencio de las radios o el color de
la televisión.

El periodismo cultural vive desde hace mucho tiempo en la clandestinidad,


encerrado en espacios estrechos, ala sombra de la noticia ya la luz del neón,
porque la única manera en que la cultura gana espacio en los medios de
comunicación, es siendo, a la vez, suceso y espectáculo.

El periodismo cultural es el hijo aquel que quiso ser arqueólogo, filósofo o poeta.
El ingenuo que eligió increíblemente el camino empedrado de la utopía ahora
cuando las autopistas son tan rápidas.

Los estudiantes de periodismo aprenden periodismo, pero no creen que el


periodismo sea cultural. Les gustaría ser presentadores de CNN, directores de
diarios, jefes de redacción, deportivos, judiciales, económicos, internacionales,
analistas políticos y hasta asesores de imagen, pero periodistas culturales no. y
¿por qué no? Porque Sarajevo aún está a medio destruir, Bill Clinton le gana a
George Bush, Maradona dice que sí pero el Nápoles sigue diciendo que no, la
princesa Diana no ha vuelto a llorar, o Michael Jackson decidió seguir siendo
blanco.

Y así, piedra a piedra la cultura es arrinconada e incluso sepultada bajo el peso de


la avalancha noticiosa que volvió notarios a los periodistas y por fortuna nunca
periodistas a los notarios. Entonces la reflexión de quien se forma en las escuelas
y que además tiene una extraña inclinación hacia la cultura es sencilla, ¿si
siempre vas a ser suplente por qué no cambias de posición?

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Los periodistas culturales escasean porque su especialidad resulta tan extraña
como la cocina sueca, porque su producto no vende y el periodismo de hoy
necesita vender para sobrevivir. Por eso las proporciones son abismales como en
el caso que relato a continuación:

Cuando nos hicimos a la tarea de poner en marcha el Seminario Nacional de


Periodismo Cultural correspondiente a Colombia, buscamos el aporte de los
especialistas en los medios de mayor penetración en todos los niveles. Algún
colega, novelista, director de cine, periodista forjado en los altos hornos de las
calles barranquilleras era la persona ideal para promover el Seminario en cierta
radio de máxima sintonía, una de las dos grandes estaciones del país.

Lo conocimos, prometió ayudarnos desinteresada mente a la difusión y en efecto


lo hizo, sólo que un detalle nos llamó la atención, él llamaba a la sede de la
SECAB, y advertía: mañana a las 6:24 a.m., voy a referirme al seminario, alas
6:24 a.m., cumplía. Quien les habla, creyó que un caribe estaba cometiendo
puntualidad inglesa. Afortunadamente no fue cierto. La verdad es que la dirección
del noticiero señalaba entonces a lo largo de tres horas y media de programación,
5 ó 6 minutos muy exactos para permitirle a la cultura asomar su prominente nariz.

No fue el único caso, en un diario de circulación nacional con sede en Bogotá viví,
hace 3 ó 4 años, el momento más patético de la conmocionada vida colombiana
contemporánea. Todos los días a las 9 de la mañana realizábamos el consejo de
redacción en la sala del editor, al que yo asistí en calidad de Redactor Jefe de una
de las secciones. Por entonces las noticias trágicas no cabían en la primera
página. Pues bien, el clima noticioso, la dura realidad nos cayó encima. La
imaginación quedó atrapada fuera del pequeño recinto y seguramente desde allí
observó cómo aún, en los días de relativa calma nos empeñábamos en dar con la
mala noticia que merecía el encabezamiento del periódico. "Hoy no tenemos con
qué abrir" , decíamos desilusionados.

Frase célebre aquella que reflejará en el mañana, no sólo un momento crítico del
país sino de nuestra actividad. Pero, y esta es la noticia mala, el periodismo
cultural no contaba con suficientes pertrechos para someterse a las condiciones
del frente. El periodismo cultural no merecía primera página con una guía de
selectas galerías para un público selecto o con una entrevista aun famoso barítono
perfectamente copiada de una revista extranjera; o con ese particular enfoque que
divide la cultura en dos trozos: el inmenso de lo que le es extraño y ajeno, y ese
delicioso pudín que comparte con los más íntimos, el que cabe en las aburridas
páginas culturales. Así, lo que llamamos periodismo cultural desperdició una
inmensa oportunidad, porque como casi todo el periodismo se refugió en una torre
de marfil noticiosa, para olvidarse que las historias están en la cotidianidad y en
los eternos instantes en que tardan en cambiar los semáforos, en los juegos de los
abuelos y en los sabios consejos de los niños; en el mundo que se ve desde las
ventanas abiertas en nuestra fantástica realidad.

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Por eso, porque sí hay una cultura amplia, rica, inagotable, como que es todo
aquello que enaltece el espíritu. Porque sí hay periodistas que matan el tedio, la
monotonía y el reloj. Porque no habrá integración sin que medie la cultura. Por eso
y por mucho más estamos aquí. Hagamos Periodismo Cultural, pero no olvidemos
hacer una cultura del periodismo.

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