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Uno de los problemas básicos del conflictivo mundo de La, Celestina es el del
enfrentamiento del individuo con su ambiente social. Los personajes celestinescos están,
en efecto, conscientes del valor de sí mismos como personas, excepción hecha -y ello
es harto significativo- de Calisto 1• Coincide tal actitud con lo que Américo Castro ha
llamado la dimensión imperativa de la persona y el voluntarismo individualista, de que
tan soberbio ejemplo encontramos en el «Yo sé quién soy» de don Quijote: la afirmación
categórica del yo frente a un mundo reconocidamente hostil, ajeno y deshumanizador2.
Una breve selección de pasajes de La, Celestina nos señala bien obviamente lo recién
dicho:
Yo digo que la agena luz nunca te hará claro si la propia no tienes. E por tanto, no te esti-
mes en la claridad de tu padre, que tan magnífico fue, sino en la tuya (11.113, Sempronio;
cf. también I.51-53) 3•
Yo soy querida por mi persona; el rico por su hazienda (IV.168, Celestina; cf. también
XIl.101).
Ruyn sea quien por ruyn se tiene. Las obras hazen linaje, que al fin, todos somos hijos de
Adán e Eua. Procure de ser cada uno bueno por sí e no vaya buscar en la nobleza de sus
passados la virtud (IX.34-35, Areúsa).
Los populares cada quien es cada quien de México, y nadie es más que nadie de
España, no parecen andar muy lejos de todo esto. Nótese bien quiénes son los persona-
jes a que pertenecen las palabras citadas: Sempronio, Areúsa, Celestina; un criado, una
prostituta, una vieja alcahueta. Dice Stephen Gilman que «con supremo cinismo atribuye
[Rojas] a una sentina de la degradación humana el rasgo centralmente admirado del
mundo hispano»4, es decir, la sustentación de la voluntad imperativa de la persona. Pero
el profesor de Harvard parece olvidar algo fundamental que probablemente no encaja en
esa categoría de «supremo cinismo» y que María Rosa Lida captó en toda su importan-
cia:
1 Cf. María Rosa Lida de Malkiel, La originalidad artística de La Celestina (Buenos Aires, 1962), pp. 348-349,
356-357; Julio Rodríguez Puértolas, «El linaje de Calisto» y «Nueva aproximación a La Celestina», en De la Edad
Media a la Edad Conflictiva (Madrid, 1972), pp. 213-215 y 219-224, respectivamente.
2 Por ejemplo en Los españoles: cómo llegaron a serlo (Madrid, 1965), pp. 197-229. También Rodríguez Puértolas,
«Américo Castro y Cervantes», en Estudios sobre la obra de Américo Castro (Madrid, 1971), p. 396; Stephen
Gilman, introducción a la edición de La Celestina hecha por Dorothy S. Severin (Madrid, 1971; 2a), p. 28: <~con
servación íntegra del yo frente a cualquier circunstancia adversa».
3 Todas mis citas de La Celestina, según edición de Julio Cejador en Clásicos Castellanos (1962-63). Los números
romanos indican acto; los arábigos, páginas.
4 Introducción citada, loe. cit.
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[... ] la piedad que el autor excita y que el editor reclama para todos los personajes, todos
condenables en terreno estrictamente ético, revelan que eran para uno y otro mucho más
que perchas de la moraleja[ ... ] Criaturas humanas, pintadas en su explicable miseria5 •
¡[ ... ] qué duro nombre e qué graue e soberuio es «señora>> contino en la boca! Por esto me
vivo sobre mí, desde que me sé conocer. Que jamás me precié de llamarme de otrie, sino
mía (IX.41; cf. también p. 43)6 •
Tópico literario, sin duda, pero como tantos otros en La Celestina, funcional y no
petrificado. Podría pensarse a simple vista que lo dicho por Areúsa es una falacia, pues
ella misma, a la muerte de Celestina, muestra su contento final por sentirse ahora más
libre y señora (XVI 156, por ejemplo). Pero Américo Castro había visto ya que es en las
prostitutas -y también en Sosia- en quienes se pueden escuchar «los únicos rumores espe-
ranzados de un futuro mejor» 7 • Ahora bien. Una cosa es lo que los personajes piensan,
aquello de lo que tienen conciencia -su propio valer, en este caso- y otra lo que en verdad
pueden hacer con sus vidas, atrapadas en un condicionamiento realmente siniestro y, a lo
que parece, sin salida. Es preciso acudir de nuevo a Américo Castro:
[... ] lo peculiarmente angustioso de tal historia fue el reiterado intento de querer ser de
un modo y tener que ser de otro, conflicto que se plantea en el siglo XV con más acuidad
que nunca antes [... ] El primer gran ciclo de ese hasta hoy ineluctable proceso se cierra
con La Celestina [... ]8
Areúsa expresa sin posibilidad de ambigüedad el querer ser: «Nunca alegre vivirás
si por voluntad de muchos te riges» (IX.34-35). Frente a estas palabras de la prostituta
es preciso situar el desarrollo de la personalidad de Pármeno, el joven criado que ini-
cialmente duda y rechaza participar en el plan de Celestina y de Sempronio para lograr
la seducción de Melibea y así los beneficios y dádivas de Calisto. Pármeno, en efecto,
empieza por llamar a Celestina por su verdadero nombre (L.67-68); la conoce bien por
haber servido anteriormente con ella (ibid., 69-86): aconseja a su señor no confíe en
semejante mujer. Celestina inicia su campaña por atraer a su bando al mor;o Pármeno
(ibíd., 89). Éste sabe que su amo «deshecho es, vencido es, caydo es» (ibíd., 92) al abrir
su corazón a Celestina, la cual, de forma genial, excita no la codicia del criado, sino su
5 Op. cit., pp. 311 y 314. Cf. también Rache! Frank, «Four Paradoxes in the Celestina», RR, XXXVIII (1947), 67-
68.
6 Véase lo dicho por la Sra. Lida, op. cit., p. 671.
7 La Celestina como contienda literaria (Madrid, 1965), p. 156; cf. también p. 154. El «futuro» de los supervivientes
de la tragedia celestinesca es tema digno de estudio aparte, así como el de la «prehistoria» de los habitantes de la
ciudad de Rojas.
8 Aspectos del vivir hispánico (Santiago de Chile, 1949), p. 121. Op. cit., p. 604.
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sensualidad (ibíd., 93ss), como bien ha visto la Sra. Lida,9 manejando también, con obje-
to de quebrantar la fidelidad del servidor, argumentos de tipo social:
[... ]que con él no pienses tener amistad, como por la diferencia de los estados o condicio-
nes pocas vezes contezca (ibíd., 103).
¡O, desdichado de mí! Por ser leal padezco mal. Otros se ganan por malos; yo me pierdo
por bueno. ¡El mundo es tal! Quiero·yrme al hilo de la gente, pues a los traydores llaman
discretos, a los fieles nes<¡:ios [... ] ¡Nunca más perro a molino! (IL 125-126).
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precisamente, por su salida arrebatada del jardín de Melibea (XIX.183). Y al lado de ello,
su correlato, la angustia por el tiempo perdido, por el tiempo que pasa inexorablemente.
Así, de modo fríamente lógico, el tiempo en La, Celestina no tiene caracteres aristoté-
licos, sino, como dice la Sra. Lida, impresionistas 13 • Pero esta prisa por actuar tiene su
explicación precisa en este momento histórico del desarrollo de la burguesía. En efecto:
[...]se impone el concepto moderno del tiempo, como un valor, cómo una mercancía útil.
Se percibe que el tiempo es algo fugaz, algo que escapa, y se trata de retenerlo. Desde el
siglo XIV, resuenan, en todas las ciudades italianas, las campanas de los relojes, contando
las 24 horas del día, y así recuerdan que el tiempo es escaso, que no debe perderse, sino
administrarse bien; que hay que economizarlo, que ahorrarlo, «si se quiere ser dueño de
todas las cosas 14•
Cal.-[ ... ] aunque primero sean los cauallos de Febo apacentados en aquellos verdes prados
que suelen quando han dado fin a su jornada.
Semp.- Dexa, señor, essos rodeos, dexa essas poesías, que no es habla conueniente la que
a todos no es común, la que todos no participan, lo que pocos entienden. Di «aunque se
ponga el sol», e sabrán todos lo que dizes (VIII.21-22).
Lo que importa, pues, es el tiempo como tal, sin falsas decoraciones ni escapistas y
complejas abstracciones; importa el tiempo, escuetamente, y la vida del hombre en ese
tiempo 15 • Veamos, a la luz de esta idea, algunos casos significativos:
Celestina:
no debemos passar el tiempo en balde (l.62).
Muertas sí; cansadas no. Si de noche caminan, nunca querrían que amaneciesse; maldizen
los gallos porque anuncian el día e el relox porque da tan apriessa [... ] Camino es, hijo,
que nunca me harté de andar. Nunca me vi cansada (III.38).
¡O malditas haldas, prolixas e largas, cómo me estoruáys de llegar adónde han de reposar
mis nueuas! (V.194).
[... ]quien tiempo tiene e mejor le espera, tiempo viene que se arrepiente. Como yo hago
agora por algunas horas que dexé perder quando moga [...] (IX.39).
Melibea:
No tengo otra lástima sino por el tiempo que perdí de no gozarlo, de no conoscerlo, des-
pués que a mí me sé conoscer (XVI.148).
13 Op. cit., pp. 174-175, 186, 189. Cf. también 169-173, y Gilman, «El tiempo y el género literario en La Celestina»,
RFH, VII (1945), 147-159; The Art aj La Celestina (Madison, 1956), especialmente pp. 134-139, 200-201; Ma-
nuel J. Asensio, «El tiempo en La Celestina», HR, XX (1952), 28-43; Dorothy S. Severin, Memory in La Celestina
(Londres, 1970), pp. 43-55, especialmente.
14 Alfred von Martin, Sociología del Renacimiento (México, 1968; 4a), pp. 32-33. Cf. también José Antonio Mara-
vall, El mundo social de La Celestina (Madrid, 1964), p. 65.
15 Rodríguez_Puértolas, «Aproximación», pp. 235-236, y capítulo IV del presente libro: también en el Romancero
aparece idéntico concepto del tiempo.
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¿Cómo no gozé más del gozo? ¿Cómo tuue en tan poco la gloria que entre mis
manos toue? ¡O ingratos mortales! ¡Jamás conoscés vuestros bienes sino quan-
do dellos carescéys! (XIX.186).
Pleberio:
[...]el tiempo, según me paresce, se nos va, como dizen, entre las manos. Corren los días
como agua de río. No hay cosa tan ligera para huyr como la vida (XVI. 144).
Todo se rige con un freno ygual; todo se mueue con ygual espuela: cielo, tierra, mar,
fuego, viento, calor, frío. ¿Qué me aprovecha a mí que dé doze horas el relox de hierro
si no las ha dado el del cielo? Pues por mucho que madrugue, no amanesle más ayna
(XIV.128-129, Calisto).
[... ]de lo que houiéremos démosle parte: que los bienes, si no son comunicados, no son
bienes. Ganemos todos, partamos todos, holguemos todos (1.89; Celestina a Sempronio,
sobre Pármeno).
¿Ay deleite sin compañía? (L108; Celestina a Pármeno)
En viéndote solo dizes desuaríos de hombre sin seso, sospirando, gimiendo, maltrobando,
holgando con lo oscuro, deseando soledad, buscando nueuos modos de pensatiuo tormen-
to. Donde, si perseueras, o de loco o de muerto no podrás escapar (II.115-116; Sempronio
a Calisto)
Cierto que no se puede dezir nacido el que para sí solo nasyió [... ]¿Por qué no daremos
parte de nuestras gracias e personas a los próximos ... ? (IV.175-77; Celestina a Melibea)
[... ] lo hago por amor de Dios e por verte solo en tierra agena [... ] (VII.236; Celestina a
Pármeno)
[... ] no seas auarienta de lo que poco te costó. No atesores tu gentileza [... ] (VIL250;
Celestina a Areúsa)
¿A quién contaría yo este gozo? ¿A quién descubriría tan gran secreto? ¿A quién daré parte
de mi gloria?[ ... ] El plazer no comunicado no es plazer [... ] (Vill.8-9; Calisto)
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extrañar la abundante literatura renacentista dedicada al tema de la «dignidad del hom-
bre». De hecho,
[... ]la sociedad feudal se disolvió por su base, en el hombre. Pero en el hombre que for-
maba esa base verdadera, el hombre egoísta. Este hombre, miembro de la sociedad civil,
es a su vez la base, la presuposición del estado político24 •
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el surgimiento de esas nuevas relaciones de producción ya mencionadas; la aparición de
una nueva clase, la burguesía, que trastoca todo el sistema social y político tradicional, y
como consecuencia, todo el sistema de «valores» correlato de aquél. Necesitamos pues,
para empezar, ver qué impacto causa -y por qué- el nuevo orden de cosas en la Castilla
de Fernando de Rojas tal y como se refleja en La Celestina, cuando brotan los nuevos
modos burgueses de producción, la venta del trabajo, éste como actividad ajena no satis-
factoria por sí misma, la cosificación del trabajador y por extensión del ser humano y de
sus relaciones, lo que causa la aparición del fetichismo del dinero y de la cosa producida.
Todo se transforma así
[... ]transforma fidelidad en infidelidad, amor en odio, odio en amor, virtud en vicio; vicio
en virtud; criado en señor, señor en criado, estupidez en inteligencia, e inteligencia en
estupidez33 •
Todo lo puede el dinero: las peñas quebranta, los ríos passa en seco. No ay lugar tan alto
que un asno cargado de oro no le suba (IIl.137).
30 Marx, On the Jewish Question, p. 114; cf. también Manuscripts, pp. 133-145, 178-183, por ejemplo; Mészáros,
op. cit., especialmente pp. 140-150.
31 Op. cit., p. 125.
32 Cf. Rodríguez Puértolas, Poesía de protesta en la Edad Media castellana (Madrid, 1968), pp. 30-35, por ejemplo.
Y cap. III de este libro.
33 Manuscripts, ed. cit., p. 182; cf. también pp. 180-181, y On the Jewish Question, página 112.
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humana, fracasan estrepitosamente ante la realidad del dinero y de la lucha de clases;
todos los personajes de La Celestina cosifican a los demás, en tanto que, de un modo u
otro, los utilizan, excepción hecha, quizá, de Melibea. La amistad, en efecto, no existe:
Que con él no pienses tener amistad, como por la diferencia de los estados o condiciones
pocas vezes contezca (I.103).
Sobre dinero no hay amistad (XII.95; cf. el refrán «Sobre dinero, no hay compañero»).
Elic.- ¡Mirá si tomará! Tiénete dada una manilla de oro en prendas de tu trabajo, ¿e no
hauía de venir?
Gel.- ¿La de la manilla es? Ya sé por quién dizes.
Un ser humano y sus problemas es así recordado y reconocido no por sí mismo, sino
a través de la mediatización fetichista, en este caso una manilla de oro 34• Pero el proble-
ma es doble: no se trata solamente de la cosificación de los demás, sino de la alienación
de uno mismo también, como dice Celestina con palabras y tópicos tradicionales pero
que a esta luz y en este contexto adquieren significación especial:
Las riquezas no hazen rico, mas ocupado; no hazen señor, mas mayordomo. Más son los
posseydos de las riquezas que no los que las poseen (IV.168).
34 Dorothy S. Severin (Memory, p. 32) se ha percatado también del sentido de este episodio, si bien no deriva de él
las consecuencias lógicas.
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de los elementos estructurales de la obra es la dicotomía entre señores y criados, es claro
que las referencias al tema son abundantes. Basten algunas:
Dexa los vanos prometimientos de los señores, los cuales desechan la sustancia de
sus simientes [... ] como la sanguijuela saca la sangre, desagradesen, injurian, oluidan
serui9ios, niegan galardón[ ... ] Estos señores deste tiempo más aman a sí que a los suyos.
E no yerran. Los suyos igualmente lo deuen hazer [... ] (1.101-102).
[... ] ¡Y qué duro es «señora» contino en la boca! Por esto me viuo sobre mí, desde que
me sé conocer. Que jamás me precié de llamarme de otrie, sino mía. Mayormente destas
señoras que agora se usan [... ] Nunca oyen las sirvientas su nombre propio de la boca
dellas, sino puta acá, puta acullá. ¿A do vas, tiñosa? ¿Qué heziste, vellaca? [... ] Por esto,
madre, he querido más viuir en mi pequeña casa esenta e señora que no en sus ricos pala-
cios sojuzgada e catiua (IX.41-43).
Aparte del fundamental hecho de que Areúsa está dispuesta a defender su integri-
dad personal y su dignidad, como ya se mencionó más arriba, llama la atención en este
texto la conciencia que la prostituta tiene del problema, y sobre todo, esa explicación
tan sorprendentemente clara del hecho de la cosificación: las criadas nunca oyen su
nombre propio de la boca de las señoras 35 • Nótese también la reveladora coincidencia de
lo dicho por Areúsa y por Celestina en el fragmento que precede a éste: ambas señalan
significativamente cómo son los señores deste tiempo, estas señoras que agora se usan.
El anónimo autor del Libro de miseria de omne lo había dicho paradigmáticamente ya
en el siglo XIV:
Todo lo dicho hasta aquí sería más que suficiente para situar adecuadamente La
Celestina en su auténtico contexto social y humano. Pero disponemos todavía de un ele-
mento más, y de la mayor importancia: la figura de Pleberio. Nos encontramos, en efecto,
con un personaje, el padre de Melibea, que la crítica coincide en calificar habitualmente
35 En el Quijote la situación es muy similar, como ha visto Américo Castro: «quieren que se convierta en otra perso-
na, que abandone su nombre» (El pensamiento de Cervantes, ed., al cuidado de J. Rodríguez Puértolas; Barcelona,
1972; página 335).
36 Rodríguez Puértolas, Poesía de protesta, p. 101. El tema de criados y señores no es nuevo, pues constituye un
tópico del teatro clásico y humanista y de la novela caballeresca y sentimental (cf. Lida, op. cit., pp. 616-630).
Pero sí lo es la intencionalidad con que en La Celestina se utilizan éste y otros muchos antecedentes librescos (cf.
Américo Castro, La Celestina como,passim).
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de burgués, y en cuyo monólogo final se encierra, a lo que parece, el mensaje de la obra
y su cosmovisión. Acudamos, en primer lugar, al acto XVI, a la escena en que los padres
de la joven tratan de la conveniencia de casar a su hija. La conversación, tras unas con-
sideraciones de tipo genérico acerca de la brevedad de la vida, comienza en verdad en
los siguientes términos:
Demos nuestra hazienda a dulce sucessión, acompañemos nuestra única hija con marido
qua! nuestro estado requiere (XVI.145).
Se supone que Melibea obedecerá, una vez elegido por los padres el marido apro-
piado (p. 146), pues Pleberio, si bien considera la posibilidad de dar a elegir a la hija,
queda convencido de lo contrario (p. 151). En todo este contexto, como es natural, la
virginidad de Melibea se da por supuesta. Se trata, en fin, de un problema todavía en
buena medida actual:
No piensen en estas vanidades ni en estos casamientos: que más vale ser buena amiga
que mala casada[ ... ] No quiero marido[ ... ] ni quiero marido ni quiero padre ni parientes
(pp. 150-151).
[... ] ya quedas sin tu amada heredera. ¿Para quién edifiqué torres? ¿Para quién adquirí
honras? ¿Para quién planté árboles? ¿Para quién fabriqué navíos [... ] (XXI.202).
37 Jean-Michel Palmier, Introducción a Wilhem Reich. Ensayo sobre el nacimiento del freudo-marxismo (Barcelo-
na, 1970), p. 106.
38 Cf. Fredrich Engels, El origen de la familia, la propiedad privada y el estado (Madrid, 1971), pp. 56-57, 60, 62-
70. También Kostas Axelos, Arguments d'une recherche (París, 1969), pp. 86-92.
39 Cf. mi «Aproximación», pp. 237-242; Gilman, The Spain, pp. 367-390.
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como el elemento que más angustia al viejo burgués. Por ello es castigado, y de peor
manera que quienes mueren en La, Celestina, pero en modo alguno es «inocente»40 • Así
pues, amor de padre ¿o preocupación por no tener a quién transmitir sus posesiones, su
herencia?41 Aquí, como para tantas otras cosas, son aplicables los clásicos del marxis-
mo:
[... ]la burguesía ha desgarrado el tupido velo de afecto y de sentimentalismo con que se
encubría, idealizándose, la familia; hoy el vínculo familiar no es más que un negocio de
dinero42 •
No. Pleberio, una figura patética, sin duda, no es inocente. La cosificación a que ha
sometido a su hija así lo demuestra. Y por ello es quizá más castigado. Como al duque
de Ferrara en el lopesco Castigo sin venganza, nos lo imaginamos solo, fantasma de sí
mismo, vagando por los corredores de un palacio vacío.
Al llegar aquí se hace imperioso poner algunas cosas en su lugar. El monólogo de
Pleberio, con sus consideraciones acerca del mundo y de la vida, presenta una cosmo-
visión terriblemente pesimista, en que el personaje pasa, llevado por su tragedia, a creer
su situación personal como representativa de lo que habitualmente se llama la condición
humana. Es necesario no dejarse caer en la trampa tendida por párrafos como éste, por
ejemplo:
¡O mundo, mundo [... ] Yo pensaua en mi más tierna edad que eras y eran tus hechos
regidos por alguna orden; agora, visto el pro e la contra de tus bienandans;as, me pareces
un laberinto de errores, un desierto espantable, una morada de fieras, juego de hombres
que andan en corro, laguna llena de cieno, región llena de espinas, monte alto, campo
pedregoso, prado lleno de serpientes, huerto florido e sin fruto, fuente de cuydados, río
de lágrimas, mar de miserias, trabajo sin prouecho, dulce pons;oña, vana esperans;a, falsa
alegría, verdadero dolor (XXl.203-205).
40 Cf. Gilman, op. cit., p. 370. Véase también cómo habla ahora Pleberio del mundo: «lo contaré como a quien las
ventas e compras de tu engañosa feria no prósperamente sucedieron» (XXI.203).
41 En el fluir de las ideas angustiadas de Pleberio, aparece después una frase dirigida a la Fortuna: «¿Por qué no
destruyste mi patrimonio?» (p. 203), que no será arriesgado poner a beneficio de inventario, pues «la honra de una
familia [burguesa] no puede separarse del buen nombre de la firma» (von Martín, op. cit., página 34). Y Maravall
(op. cit., p. 40): «Son los honores sociales que el rico burgués compra con su dinero, introduciéndose en formas
de tipo nobiliario, por la nueva vía de la riqueza».
42 Marx-Engels, Manifiesto comunista (Toulouse, 1946), p. 41; traducción española de Rafael García Ormaechea.
43 Op. cit., p. 76.
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En su estudio sobre el importante monólogo, Gilman insiste en que se trata de una
«meditación sobre la condición humana», en que la de Pleberio «es una soledad irreme-
diable, inherente a la condición humana» 44 • Gilman cae en lo que Marx llamó la «falacia
ideológica»:
Cuantas servidumbres y yugos tenga el hombre en este mundo, cada uno, si quisiere pen-
sar en ello, lo verá en sí mesmo. Porque desde que nascemos somos captivos y subjectos
a las necesidades del mundo adonde venimos, conviene saber: a la hambre, a la sed, a los
grandes fríos y a las grandes calores, a las enfermedades y dolores, e a las veces a los tiran-
nos e malos jueces, a las pasiones de la carne e a sus concupiscencias. E finalmente, ¿a
quién no servimos? Servimos a la tierra, que fue hecha para nuestro servicio; servírnosla
labrando en ella para que nos dé de comer[ ... ] y también somos subjectos a los peligros e
destemplanzas y corrupciones de la tierra y del agua y del aire, e a los terremotos y a las
tempestades del mar, y a los truenos y rayos y relámpagos del fuego. Y somos subjectos a
las guerras y tumultuaciones y disensiones del linaje humano. Y en fin, ¿a quién no somos
nosotros subjectos?53
Villalobos ve con claridad los diferentes tipos de servidumbre a que el hombre está
sujeto, y que coinciden con los señalados por Marx y clasificados en tres grandes catego-
rías: la servidumbre derivada de las necesidades naturales (la Naturaleza); la causada por
otros hombres (el sistema social); la personal (enajenado el ser humano de la actividad
que le es propia) 54 • Lo cual es lo mismo que, de un modo u otro y con toda la complejidad
producida por las interrelaciones entre esas tres categorías, aparece en La Celestina. La
idea omnipresente en La Celestina, desde el mero prólogo, de que «todas las cosas ser
creadas a manera de contienda o batalla» (Heráclito), y de que «aun la mesma vida de
los hombres, si bien lo miramos, desde la primera edad hasta que blanquean las canas,
es batalla» (Petrarca), además de insertar a Fernando de Rojas en el marco de la filosofía
dialéctica55 , nos lleva también al bellum omnium contra omnes de Lucrecio, antecesor,
en este sentido, de la teoría y práctica burguesa. Lo cual se une de modo perfecto con el
33
problema del ser y existir ya mencionado y con el de la lucha de clases; véase al respecto
lo dicho por Marx en On the Jewish Question, explicado así por Mészáros:
[... ] el punto de partida de Marx es, de nuevo, el principio de bellum omnium contra
omnes, tal como se realiza en la sociedad burguesa, que divide al hombre en ciudadano
público e individuo privado, y le separa de su «ser comunal», de sí mismo y de los demás
hombres56 •
La Celestina tal vez encierra el primer episodio en la lucha contra la enajenación, que
constituye el más hondo drama del hombre desde el Renacimiento a nuestros días59 •
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