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para no dormir
XV Cuentos
para no dormir
Xomara Navarro Favela
Consejo Nacional para Comisión de Planeación del Programa de
la Cultura y las Artes Estímulo a la Creación y al Desarrollo Artístico
Queda prohibida la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o proced-
imiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento informático, la fotocopia o la grabación,
sin la previa autorización por escrito del autor.
H ay algo más que fijar la trascendencia de la palabra escrita. La
belleza de la expresión verbal pretende horizontes de aven-
tura entre el escritor y su lector.
De esta manera, la navegación de orilla a orilla cumple su pro-
pósito verdadero, lo que suele ser el fin del arte literario: entre-
tejer los vasos comunicantes que dan sentido a esta propuesta
traducida en voz y talento creador.
La misión de la literatura se traduce en el objeto aún vivo y
preciado que es el libro, sobre todo en estos tiempos en que los
medios de comunicación tecnológicos se han convertido en una
necesidad en la sociedad humana. Y esta convicción de difundir la
producción literaria permea en todas las acciones de la promoción
de la cultura que, más que una política pública, es una visión clara de
integrar una identidad a partir de una de las manifestaciones huma-
nas más altas: el arte.
En esta travesía intelectual se suman todas las intenciones de
mostrar un rostro de un Estado que sigue creciendo con la partici-
pación de una ciudadanía generadora de creatividad y de un gran
nivel estético.
En consonancia con este fenómeno, y también para incentivarlo,
se creó el Concurso de Publicación de Libros Juan Domingo Argüelles,
que a su vez ha generado la colección Letras del Caribe Mexicano.
Bienvenido este programa editorial que sigue difundiendo las
voces de nuestros literatos, enriqueciendo –palmo a palmo– el
sendero de nuestras vidas.
Bienvenido el aire fresco que nos trae el lenguaje de la emo-
ción y de la reflexión como una presencia urgente e imprescindi-
ble para seguir creciendo dentro de nosotros mismos.
Bienvenido el ánimo solidario de un pueblo que sabe recono-
cer, en voces de sus creadores de arte, la fortaleza de su espíritu.
E
l amor, el desasosiego, la culpa, las cuentas por pagar,
el sexo, la copa con las amigas, una buena chorcha
o un hijo enfermo. ¿Qué tipo de situaciones impiden
dormir a la mujer?, ¿cuáles serán las causas principales por
las que la mujer deja de lado uno de sus pasatiempos favo-
ritos?: dormir, dormir para soñar, que no es lo mismo que
soñar despierta; o quizá dormir con los ojos abiertos o estar
despierta con los ojos cerrados.
Porque a veces es mejor dormirnos para alejarnos de
nuestra realidad y soñar para alejarnos de nuestra propia
existencia. Quizá soñar para huir de la persona que tenemos
al lado…
XV Cuentos para no dormir son relatos de la expe-
riencia de diversas mujeres en el mundo femenino actual,
es una muestra de los pensamientos que aturden y espantan
a Morfeo. Se preguntarán: ¿por qué quince?, ¿por qué ese
número en particular? Porque para la mujer mexicana el nú-
mero quince tiene un profundo significado social, poético y
romántico.
En la sociedad mexicana los quince años son la
bienvenida a un mundo adulto, que si bien es una ilusión
que te van insertando y fomentando por vil comportamiento
femenino, aprendido de generación en generación, es tam-
bién una entrada a la experimentación de sensaciones dife-
rentes, nuevos descubrimientos y el inicio de dolores que
punzan el alma.
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La autora
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Lágrimas
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armen miraba la pantalla del monitor de su
computadora. Tenía dos años de haberla com-
prado pero apenas esa noche decidió sentarse a
escribir “en serio”. No sabía por dónde comenzar, hacía
tanto tiempo que había perdido la inspiración… Recor-
daba que en su niñez se soñaba escritora, le encantaba
escribir, incluso en alguna ocasión ganó un premiecito en
un concurso infantil de poesía.
Sentada, mientras veía fijamente la pantalla, escu-
chaba la canción que tocaba una y otra vez el minicom-
ponente de su sala: El amor suele ser tan ciego, como
cruel es el desamor, shalalá...
¿Realmente el amor es ciego? –se preguntó–.
¡Qué chingaos! ¡Ciega, yo! –se contestó rompiendo el
silencio de su comedor con una carcajada que por más
fuerte que sonara se escuchaba fingida–. ¿Fingir yo?,
¿ya para qué? –ya no tenía a quien fingirle, ya no esta-
ba él; entonces, ¿para qué?
Tomó el control remoto con su mano izquierda y
rebobinó la canción cuando iniciaban las notas del cé-
lebre nuevo himno nocturno, se levantó para dirigirse al
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Mujer dragón
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licia salió presurosa del trabajo, con ardor en
los pies por las ampollas que le dejaron las ca-
minatas vespertinas que hizo para ahorrarse
unos cuantos pesos la semana pasada. Se dirigió con
pasos cortos a la parada del camión, cada vez le dolía
más la parte baja de la espalda, resultado de más de
ocho horas de trabajo como auxiliar administrativa. Es-
taba harta, cansada de la prepotencia de su jefe, llena
de hastío por la monotonía de su propia existencia.
A los veinte minutos de esperar el urbano sin éxi-
to, optó por hacerle la parada a un taxi que pasaba por
ahí. Qué le hace, al fin que ya mañana es quincena –
pensó–. Al llegar a su casa ya estaban sus dos hijos con
cara de pocos amigos.
—Mamá, ¿esto es lo que hay de comer? ¡Qué
asco!, ya cambia el menú.
Toño, el hermano menor, secundó a Mirna:
—Sí, mamá. Ahora nos das para que compremos
un pollo asado, ¡ya me estoy muriendo de hambre!
Alicia, más por no discutir que por preocupación
de que se pudieran morir de hambre sus cuervos, sacó
un billete de cincuenta pesos.
—¿Y para el refresco? –reclamó Mirna.
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pero cuál no sería su sorpresa cuando, al buscarlas de-
bajo de la cama, descubrió, impresionada, que el piso
estaba cubierto con una fina capa de ceniza…
Sin conocerte
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artha recorría lenta y pausadamente el ca-
mino empedrado, sus zapatos de charol del
número cuatro desprendían un chillido por
el roce del tacón desgastado con el piso. Pinches zapa-
tos ruidosos –se quejaba–, parezco grillo anunciando
mi presencia por donde paso. ¡Me lleva! Todavía me
faltan cinco esquinas, ¡maldita miseria! Y no es que
Martha, con hache muda, fuera coda, sino que no traía
un centavo. Ni un pinche peso para el puto camión
–decía siempre que quedaba imposibilitada de tomar
el camión que la alejaría de su desgracia.
Cansada de tanto caminar, se sentó en la acera.
Una canción tristona salía de la bocina de un estéreo
desvencijado de un puestecito ambulante, así estaba
su corazón: desvencijado y dado en el catre. Todavía
recordaba los símbolos escritos en los resultados del
laboratorio, como si fueran una sentencia al patíbu-
lo: Positivo. Estaba embarazada de su verdugo, estaba
condenada al viacrucis de vivir junto al hombre que
cada vez le minaba más y más su belleza. “Ni modo,
gorda, ya valimos madres, nos vamos a tener que ca-
sar”, esas palabras retumbaron en su cerebro como si
estuviera escuchando en tercera o cuarta dimensión.
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Calcetinera
Porque la realidad supera
la ficción
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dolfo la conoció a los 29 años, en esa época
había sido abandonado a su suerte con cuatro
hijos que poco le importaron a la madre que
los parió. Él era pastor de su congregación, y por ese
motivo pasaba mucho tiempo fuera de casa. Ella, abu-
sando de sus prolongadas ausencias, le puso el “cuer-
no” dos veces. Argumentaba que era culpa de él, ya
que por cuidar las almas de los feligreses descuidó la
que tenía en casa. La primera vez, luchando con su
condición de hombre, la perdonó, o como se dice en
las Escrituras: “puso la otra mejilla”. Pero la gota que
terminó por colmar el vaso fue cuando cuatro meses
después, al llegar temprano a casa, la encontró en la
cama con otro. Después del escándalo y la corretiza,
incluida al “Sancho”, se enteró por una vecina de que
su mujer aprovechaba que los niños jugaban en casa
de unos amiguitos para recibir tan peculiares visitas.
En ese instante se convenció de que si esta vez pasaba
por alto semejante afrenta era porque, como decía su
madre, de plano sus vecinos le entregarían el diploma
de cornudo.
Aun así, después de varios meses, seguía sufriendo
por la separación. Se preguntaba qué sería de los niños
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Duerme, ángel mío
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arisol sintió en su mejilla el calor de los ra-
yos del sol que entraban por su ventana. Se
levantó de un salto y se dirigió al baño de su
recámara. Sonriendo, posó su mirada frente al espejo,
esperaba, como todas los días desde aquella fría maña-
na de febrero, el reflejo de la dulce carita que le daría
los buenos días.
—¡Enloqueció por completo! –exclamó su mari-
do cuando ella inició cierta mañana esa rutina. —Dé-
jalo ir… –le decía su madre. —¿Mamá, en verdad lo
ves? –le preguntaba Ximena, su primogénita de siete
años–. Pero ella, sólo ella, sabía que él siempre apare-
cería a las 7:00 am para darle ánimo, y superar así un
día más.
Todo empezó con el fatídico diagnóstico del doc-
tor Arizpe: —Señora Sánchez, temo que Pedrito tiene leu-
cemia.
A partir de ese momento el alma de Marisol se
desdobló, salió de su cuerpo, era como si permane-
ciera en otra dimensión. Si comía o no, ella o su fami-
lia, no le importaba. Día a día sentía que le arrancaban
cada una de las venas de su cuerpo y que sus músculos
se desgarraban desde la piel hasta llegar a su corazón.
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CULPA
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nabel miró impaciente el elegante reloj de piel
que adornaba su muñeca izquierda, regalo de
Navidad de un novio que ahora sólo era un
recuerdo. Apenas va a cumplir un año y qué desgasta-
do se ve –pensó–, ¡pero es que no me lo quito nunca! Ni
que tuviera valor sentimental. Voy a comprar mínimo otro.
Así voy a poder intercalarlos y combinarlos. ¿Por qué no
se me ocurrió antes? ¡Caray!, pero con esta crisis que
dicen que viene, y que existe desde que tengo uso de ra-
zón, ni para cuando me vuelva a comprar uno de esta
marca, es que todo está tan caro –pensó, afligida, mientras
esperaba su turno en la fila de cajas del supermercado.
Mientras el sonido del lector de precios seguía con su
eco irritante, ella observaba detenidamente a la madre de
familia que le antecedía. A leguas se le notaba la fatiga.
Su rostro denotaba que en algún tiempo fue atractiva,
pero ahora, con el cutis apagado y los ojos reflejando
cansancio, no podía, a ciencia cierta, decir que exis-
tió tal belleza. Realmente la escena era desoladora: el
maquillaje chorreado, el cabello alborotado, la ropa
manchada y arrugada. ¡Qué barbaridad! –se dijo Ana-
bel– , todo el outfit es un desastre –sonrió para sí por
la denominación tan cursi que acababa de darle a la
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Diez kilos
de melancolía
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Carretera
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las doce horas con dos minutos, Elena abordó
el autobús que la llevaría a Villahermosa. Ahí
se encontraría con Ulises. Él había viajado en
compañía de algunos colegas del trabajo con los que
tomaría un curso.
Antes de su partida, Elena le rogó por más de una
semana que le permitiera alcanzarlo. Cuarenta y ocho
horas después de su arribo, ¡por fin!, su amado tormen-
to aceptó que se encontrara con él en Villahermosa.
No es que le preocupara que anduviera chaco-
teando con sus compañeros de trabajo, pero una perso-
na de ese grupo la hacía palidecer; ocurría al escuchar
el timbre del celular a horas inapropiadas y, peor aún,
cuando al llamar a la oficina de Ulises, la dichosa Me-
lita la atendía con un tono burlón: “Cómo no, señora,
ahorita se lo paso.”
Jamás se había atrevido a preguntarle a su cón-
yuge por qué no le gustaba que fuera a buscarlo a la
oficina y mucho menos que le llamara. Ni qué decir de
la extraña sensación que experimentaba al sentir la pre-
sencia de su colaboradora “cercana”: una leve alerta
que nunca había sentido. Por eso, cuando él le mencio-
nó que se quedaría en “Villa” por más de una semana,
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Poderosa Afrodita
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agrario llegó a este mundo junto con el huracán
Gilberto. Como él, causó revuelo y trajo desola-
ción a la casa donde arribó. Vino sin que nadie
ansiara su presencia, la cual produjo contrariedad y pre-
ocupación a causa del aumento del número de habitan-
tes de esa vivienda, que con ella sumarían nueve.
Ya desde ahí se sabía que como el huracán que
azotó la península de Yucatán en agosto de 1988:
“Traería puras desgracias”, dijo textualmente su madre.
Y así fue, la desgracia cayó sobre ella el mismo día en
que nació.
El día en que su madre la expulsó, más por necesi-
dad que por ganas, un huracán llamado Gilberto azotó
las playas del Caribe mexicano. A su paso, dejó miseria
e incertidumbre. Fueron quince los minutos que perma-
neció Gilberto sobre su casa. Se llevó el techo de lámina
y con él todas las pertenencias de la familia. De todas
formas nadie celebraba el nacimiento de Sagrario.
—¿Y cómo le ponemos? –fue lo primero que dijo
su madre al tomarla entre sus brazos.
—Ponle Sagrario, como mi madrina, chance y se
conmueve y nos da unos centavos para irla pasando
–le contestó el cuasi marido que hacía un año había
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Definitivamente…
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ada día, exactamente a las nueve y quince de la
mañana, después de abrir mi botella de agua Bo-
nafont –o como se llame (dizque esa marca me
hace más ligera aunque en realidad es puro y vil espe-
jismo)–, abro los periódicos de mayor circulación en
el estado y me sumerjo en un mundo cada vez más
cercano, pero que quisiera fuera ajeno a mi entorno.
Antes me sorprendía leer: “Aparecen dos decapita-
dos en Ciudad Juárez”; ayer, me horroricé al enterarme de
que descubrieron doce decapitados en las afueras de la
ciudad de Mérida. A diario trato de no leer la cantidad
de violaciones a mujeres, hombres, niños y niñas, que
van sucediendo con más frecuencia, de un tiempo para
acá, en Quintana Roo. Me estoy volviendo cada vez más
paranoica y me he propuesto con bastante tristeza incul-
carle a mi hijo que no puede confiar en toda la gente. Mi
hijo nació en una época en la que ya no inculcamos el
tradicional respeto a los adultos: ¿cómo exigirle un valor
como ése, que en cualquier momento podría convertirse
en una poderosa arma para un delincuente?
Continuamente me conmueven historias de se-
cuestros, como la del caso del niño Martí. Les confieso,
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Submarinos rosas
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a cita era en casa de Graciela a las diez treinta de
la noche. Las primeras en llegar fueron María José
y Lizbeth, siempre juntas, no en balde en aquella
época estudiantil eran mejor conocidas como las Twin-
kis. Poco después arribó Nicia, denotando un nerviosis-
mo mal disimiuado con una sonrisa, mientras se alisaba
el traje sastre de lino color beige; acudió a instancias
de su marido, a quien una hora antes había externado
su preocupación de que nadie se acordara de ella y de
que no les pareciera extraordinario el hecho de tener
un empleo mediano por haberse dedicado a su esposo
y a sus dos hijos. Así, una por una, congestionando la
entrada principal, las invitadas fueron haciéndose pre-
sentes en tan nostálgico ágape, ¿el motivo?: la cena de
reencuentro a la que Graciela, Chela, como le decían
todas de cariño, había convocado.
Pasadas las doce de la noche, con su característica
sonrisa, Chela las invitó a que pasaran a la mesa para ce-
nar. Tilín, tilín, golpeó con su tenedor la copa de vino es-
pumoso que cargaba en su mano izquierda, donde lucía
un solitario que hacía juego con su anillo de bodas, es-
cogido por ella meticulosamente para su matrimonio con
Roberto, hijo de una familia acaudalada y con abolengo.
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Chelito
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onsuelo Raquel Ofelia llegó a este mundo con los
primeros indicios de la conclusión de la Primera
Guerra Mundial. Fue la mayor de once hermanos
de una familia de clase media alta, que se destacaba en
la colonia Santa María la Ribera por ser siempre la pri-
mera: la primera en tener televisión, la primera en tener
refrigerador, la primera en realizar los viajes al “gaba-
cho” para adquirir las últimas novedades y los tradicio-
nales regalos de Navidad. Primicias que eran de los
principales orgullos de Consuelo Raquel Ofelia, mejor
conocida como Chelito.
Su padre, de nombre Manuel, doctor y periodis-
ta, escribía artículos médicos y crónicas deportivas.
Era conocido por sus escritos en la naciente sociedad
pudiente de la colonia y sus alrededores. Margarita,
su madre, era una ama de casa que tenía que dividir su
tiempo y dedicación entre doce hijos que fueron llegan-
do de manera consecutiva, y sorpresiva, para llevarse
poco a poco la juventud de su alma y corazón. Pero
a pesar de todo el desgaste por llevar en su vientre doce
hijos, y después de lidiar con cada uno de ellos, Mar-
garita resultó ser más fuerte que Manuel. Cumplidos
los treinta de Chelito, su padre pasó a mejor vida, pero
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o conoció de una manera absurda y atípica. Fue
uno de esos encuentros raros e insólitos que no
tienen explicación. Nadie creería el cómo y el
porqué se decidió a conocerlo, dada su desconfianza
a las salas de chat. Quizá fue por llenar el vacío que
sentía en ese momento o simplemente por matar las
horas de ocio.
En un día como cualquier otro, al salir de la es-
cuela, Elba no tenía ganas de visitar a nadie: estaba de-
primida, por quincuagésima vez se había peleado con
Manuel. Pensó en varias opciones: recorrer el mismo ca-
mino que la llevaría a casa para mal comer y luego
sentarse, con su depresión, a esperar que le llamara su
“príncipe adorado”; comer en casa de un familiar, pero
no tenía ganas de fingir que nada le pasaba y poner la
estúpida sonrisa que muestran las personas que caminan
con tristezas discretas; ¿y las amigas?, no, no tenía caso
inquietarlas si estaban ocupadas, pero menos aún quería
escucharlas hablar como disco rayado, siempre con la
misma canción: sus constantes peleas con Manuel.
No es que fuera imprescindible estar acompaña-
da, pero la soledad, cuando no se llama, en ocasiones
se convierte en mala consejera. Y eso fue lo que le pasó
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Y todo por el Tesoro
Al amor más grande que tengo: Juan Alfredo
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asta entrados los veinte dormía de corrido. Y,
para ser sincera, hasta muy entrada la maña-
na… bueno, está bien, ya entrado el medio-
día. La pereza era tal que mis padres temían que me
salieran pies en las costillas de tanto estar acostada; o
lo que es peor, que al amanecer de cierto día se topa-
ran con la sorpresa de que había sufrido alguna rara
metamorfosis como el personaje del libro de Kafka.
Mi pareja muy pronto se dio por vencido al tratar
de compartir el pan y la sal conmigo en las mañanas, des-
pués de los corajes que hizo cuando, en varias ocasio-
nes, me llamó para avisarme que regresaría por mí para
que fuéramos a desayunar temprano, y yo, con voz som-
nolienta y determinante, le contestaba: ¡que me dejara
dormir! Resolvió que no estábamos destinados para de-
sayunos madrugadores.
En ese tiempo no había complicaciones, las ho-
ras y los minutos eran míos: iba al gimnasio, al spa, al
trabajo, a la disco, al café, siempre con la manicura, la
pedicura y el cabello relucientes, pero debo confesar-
les una cosa: con todo y esas fabulosas amenidades,
hacía todo en automático.
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Índice
LÁGRIMAS
Reflexiones de una noche de viernes 17
Mujer dragón 25
Sin conocerte 31
Calcetinera 37
Duerme, ángel mío 47
CULPA
¿Cuánto es? 55
Diez kilos de melancolía 65
Carretera 73
Poderosa Afrodita 81
Definitivamente... 91
AMOR
Ni idea 97
Submarinos rosas 101
Chelito 113
Traumático 77 119
Y todo por el Tesoro 125