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Escultura de Johann Baptist Moroder-Lusenberg (1870 – 1932) situada en la "Villa Venecia" en Ortisei, Italia.
Introducción
Las tácticas romanas de infantería hacen referencia a la colocación, formaciones y maniobras teóricas e
históricas de la infantería romana desde los comienzos de la República hasta la caída del Imperio romano
de Occidente. El artículo comienza con una visión general del entrenamiento romano. También se analiza
el desempeño de la infantería romana contra las tropas enemigas, y culmina con un resumen de aquello
que convirtió a las tácticas y estrategia romanas en efectivas a lo largo de su historia, al igual que un
debate en torno a cómo y por qué esta efectividad finalmente desapareció.
Este artículo se centra principalmente en tácticas romanas: cómo se preparaban para la batalla, y cómo
evolucionaron para enfrentarse a una variedad de enemigos a lo largo del tiempo. No intenta una
cobertura detallada de temas como pueden ser la estructura o equipación del ejército romano. En el
artículo se exponen diferentes batallas que ilustran los métodos utilizados por los romanos, con enlaces
a sus artículos principales. Para conocer el trasfondo de la infantería romana con mayor precisión, ver
Historia de la estructura del ejército romano. Para un estudio cronológico de las campañas militares de
Roma, ver historia de las campañas militares romanas. Para detalles sobre el equipamiento, vida diaria y
legiones específicas ver Legión romana y equipo personal en el ejército romano.
Índice
1 Evolución de las tácticas y estrategia romanas
3.5 Inteligencia
3.6 Logística
3.7 Moral
6 Referencias
6.1 Notas
6.2 Bibliografía
7 Véase también
8 Enlaces externos
Estas características se desvanecieron con el tiempo, pero forman una base distintiva sobre la que se
construyó el ascenso de Roma a potencia mundial.
Algunas fases clave de esta evolución en la historia militar romana incluyen:
Fuerzas militares basadas principalmente en infantería pesada de ciudadanos con inicios tribales y uso
temprano de elementos estilo falange.
Sofisticación creciente a medida que la hegemonía romana se expande fuera de Italia hacia el Norte de
África, Grecia y Oriente Medio.
Refinamiento, estandarización y mayor eficiencia continuados en el periodo asociado con Cayo Mario,
incluyendo una base más amplia de incorporación de ciudadanos en el ejército, mayor profesionalidad y
tiempo de permanencia en el servicio militar.
Expansión, flexibilidad y sofisticación continua desde el final de la República hasta los tiempos de los
césares.
Caída del Imperio romano de Occidente y fragmentación en pequeñas y débiles fuerzas locales, inversión
del estatus de la caballería e infantería en el Imperio romano de Oriente, con fuerzas de catafractos
conformando la élite, y la infantería quedando relegada a tropas auxiliares.
Con el tiempo, variaron los roles y equipamiento asociados al sistema militar, pero a lo largo de la
historia romana, siempre se mantuvo como una máquina de guerra disciplinada y profesional. Los
soldados se entrenaban como en cualquier otro ejército desde el reclutamiento inicial, haciendo
instrucción sobre armas y armaduras, marcha en formación y ejercicios tácticos. El régimen normal de
entrenamiento consistía en gimnasia y natación, para mantener a los soldados en forma, lucha con
armatura (armas de madera) para aprender y perfeccionar técnicas de combate, y largas marchas con
equipamiento completo para fortalecer el aguante, fondo y acostumbrar a los soldados a la dureza de
una campaña, que solían ser de 30 km y repetirse al menos dos veces en el mes.3
Un legionario portaba por regla general unos 27 kilos, entre armadura, armas y equipo de campaña
diverso. En el soldado de la Tardorrepublica y del Bajo Imperio, la carga consistía en la armadura, si bien
la lorica segmentata (armadura de placas) tenía un peso mayor que la lorica hamata (cota de malla), la
espada, un escudo, dos pila (uno más ligero y otro más pesado), el pugio o daga y raciones de campaña
para quince días. También llevaban herramientas para cavar y construir un castra, o campamento
fortificado base de la legión.
Cuando finalizaba el entrenamiento, los legionarios debían realizar un juramento de lealtad al SPQR
(Senatus Populus Que Romanus) el Senado y el pueblo romano en época de la república, o bien al
emperador en tiempos del Imperio. Cada soldado recibía un diploma y era enviado a combatir con su
vida por la gloria y el honor de Roma.
El mando supremo de cada legión o ejército era ejercido por un cónsul, procónsul o pretor. En casos de
emergencia en la época republicana, también podía tomar el mando del mismo un dictador. Un pretor o
propretor solo podía comandar una única legión, y nunca un ejército consular, que normalmente
consistía en dos legiones romanas y una cantidad pareja de tropas aliadas. En el periodo republicano
temprano, era rutinario en un ejército la doble autoridad, con dos cónsules que se alternaban
diariamente en el mando. En siglos posteriores esto se vio modificado en beneficio de un único
comandante en jefe del ejército. Los legados eran oficiales de rango senatorial que asistían al
comandante supremo. Los tribunos eran por regla general jóvenes aristócratas que supervisaban tareas
administrativas como la construcción de campamentos. Los centuriones (equivalentes a grandes rasgos a
un suboficial de la actualidad, pero que actuaban como capitanes modernos en operaciones de campo)
dirigían cohortes, manípulos y centurias. En ocasiones eran utilizados cuerpos especiales de operaciones
como ingenieros y armeros.5
Marcha de aproximación
Una vez la legión se hallaba en campaña, comenzaba la marcha. En general, el orden de marcha
dependía mucho del tipo de resistencia que el comandante de la tropa pensara encontrar en el camino,
variando desde el orden habitual que, por ejemplo, nos describe Josefo en sus Guerras judías hasta la
formación de un orbis, una formación especial en el que la legión se dividía en sus respectivas centurias
que formaban un cuadro (ver diagrama adjunto;) En un caso de peligrosidad media, la aproximación al
campo de batalla se llevaba a cabo en formación de varias columnas, que incrementaban la
maniobrabilidad. Normalmente, un cuerpo de vanguardia bien armado precedía al cuerpo principal. Este
cuerpo incluía exploradores, caballería y tropas ligeras. Un tribuno u otro oficial acompañaban
frecuentemente a esta vanguardia para batir el terreno y buscar posibles lugares donde establecer un
campamento. También se desplegaban unidades de flanqueo y reconocimiento que servían de
cobertura. Tras la vanguardia venía el cuerpo principal de infantería pesada. Cada legión marchaba como
una formación compacta, acompañada de su propio tren de suministros. La última legión normalmente
actuaba de retaguardia, aunque las unidades más recientes del ejército podían ocupar este escalón final.
Inteligencia
Los buenos comandantes romanos no dudaban en utilizar un servicio de inteligencia, particularmente en
situaciones de asedio o cuando se avecinaba un combate campal. Recababan información de espías,
colaboradores, embajadores y enviados especiales, y aliados. Mensajes interceptados durante la
segunda guerra púnica, por ejemplo, permitieron a los romanos enviar a dos ejércitos a interceptar al
ejército cartaginés de Asdrúbal Barca pasados los Alpes, evitando que se reuniera con Aníbal. Los
comandantes también se mantenían alerta a la situación en Roma, dado que enemigos y rivales políticos
podían utilizar una campaña poco exitosa para infligir un golpe a la carrera de un oficial. Durante esta
fase inicial también se llevaba a cabo el habitual reconocimiento de campo, por medio de patrullas o
incursiones de prueba, que tenían el objetivo de descubrir puntos débiles en el frente enemigo, capturar
prisioneros e intimidar a los habitantes de la zona.
Logística
La logística romana resultó la más efectiva del mundo antiguo, a lo largo de los siglos: desde el
despliegue de agentes comerciales para comprar provisiones de forma sistemática durante una
campaña, hasta la construcción de carreteras y almacenes de suministros, pasando por el alquiler de
transporte marítimo si las tropas debían viajar sobre las aguas. Todo el equipamiento y material pesado
(tiendas, artillería, armamento de reserva, piedras de afilar, etc) era empaquetado y transportado por
animales y carros, mientras las tropas llevaban consigo petates individuales, que incluían palas y
bastones para construir los campamentos fortificados. Como el resto de ejércitos, aprovechaban las
oportunidades puntuales, y los campos sembrados de aquellos granjeros lo bastante desafortunados
como para encontrarse cerca del área de conflicto solían ser esquilmados para satisfacer las necesidades
del ejército. Como ocurre con la mayoría de las fuerzas armadas, un tropel de comerciantes, buhoneros,
prostitutas y otros proveedores de diversos servicios les seguía a todas partes.
Moral
Si el campo de batalla potencial se hallaba próximo, el movimiento se hacía más lento y cuidadoso.
Podían mantenerse varios días en el mismo lugar estudiando el terreno y la oposición, mientras las
tropas se preparaban mental y físicamente para la batalla. Arengas, sacrificios a los dioses y anuncios de
buenos augurios podían llevarse a cabo. También podían sucederse demostraciones prácticas para
evaluar la reacción del enemigo y elevar la moral de las tropas. Parte del ejército podía abandonar el
campamento y desplegarse en línea de batalla ante el enemigo. Si el enemigo rehusaba mostrarse
dispuesto a ofrecer batalla, el comandante podía lanzar una arenga moral a sus hombres, contrastando
la cobardía del enemigo con la resolución de sus propias tropas.
El historiador Adrian Goldsworthy señala que tales maniobras previas a la batalla eran típicas de ejércitos
antiguos, pues cada bando buscaba ganar la mayor ventaja posible antes de que estallara el combate.
Varios autores clásicos relatan escenas de comandantes rivales negociando o debatiendo en general,
como ocurre en la famosa conversación entre Aníbal y Escipión el Africano previa a la batalla de Zama.
Pero sea cual sea la realidad de estos encuentros, o lo floridas y recargadas que fueran las palabras
utilizadas en las arengas, el único encuentro que tenía una importancia decisiva era la batalla.
Con este sistema de triplex acies, escritores romanos contemporáneos hablan de manípulos que
adoptaban la formación de damero llamada quincunx cuando eran desplegados para la batalla pero
antes de entrar en combate. En la primera línea, los asteros dejaban huecos equivalentes en tamaño al
área de intersección entre dos manípulos. La segunda línea consistía en principes dispuestos de manera
similar, alineados tras los huecos dejados por la primera línea. Esto mismo hacía la tercera línea, que se
colocaba entre los huecos de la segunda línea. Los vélites se disponían aún más adelante, en una línea
continua y poco compacta.
La maniobra romana era compleja, se mezclaba con el polvo de miles de soldados posicionándose, y el
griterío de oficiales que se desplazaban entre líneas intentando mantener el orden. Varios miles de
hombres debían reorganizarse de una formación en columna a otra de línea, con cada unidad ocupando
su lugar designado, junto a tropas ligeras y caballería. Los campamentos fortificados se disponían y
organizaban para facilitar el despliegue. La colocación inicial podía llevar algo de tiempo, pero una vez
llevada a cabo representaba una fuerza de combate formidable, normalmente dispuesta en tres líneas
con un frente tan extenso que llegaba a ocupar más de un kilómetro y medio.
El despliegue en tres líneas sería mantenido a los largo de los siglos, aunque las reformas marianas
retiraron paulatinamente la mayoría de las distinciones basadas en edad y clase, estandarizaron el
armamento y reorganizaron las legiones en unidades mayores de maniobra como cohortes. El tamaño
total del ejército y duración del servicio militar se incrementaron sobre una base más permanente.
En este punto, la legión presentaba una línea sólida frente al enemigo, con lo que se encontraba en la
formación idónea para el choque. Cuando el enemigo se aproximaba, los asteros cargaban. Si estuvieran
perdiendo terreno, la centuria 'posterior' regresaría a su posición re-creando los huecos. Entonces, los
manípulos retrocederían a través de ellos hacia los príncipes, que seguirían el mismo procedimiento de
formar una línea de batalla y cargar. Si los príncipes no eran capaces de romper las líneas enemigas, se
retirarían tras los triarios, y el ejército al completo dejaría el campo de batalla en orden y concierto.
El sistema manipular permitía enfrentarse a cualquier tipo de enemigo, incluso en terreno accidentado,
pues otorgaba flexibilidad y consistencia a la legión de acuerdo al despliegue de sus líneas. La carencia
de un cuerpo de caballería poderoso, sin embargo, representaba una gran desventaja para las fuerzas
romanas.
En el ejército tardío imperial, el despliegue general era muy similar: las cohortes se desplegaban en un
patrón quincunx. Como reflejo de la colocación inicial de los veteranos triarios en retaguardia, las
cohortes menos experimentadas (normalmente la 2ª, 3ª, 4ª, 6ª y 8ª) se disponían en vanguardia; las
cohortes más veteranas (1ª, 5ª, 7ª, 9ª y 10ª) se colocaban tras las primeras.
Variaciones en la formación
El capítulo previo relataba los procedimientos estándar, y era modificado a menudo. Por ejemplo, en
Zama, Escipión desplegó toda su legión en una única línea para envolver a Aníbal, tal y como este último
había hecho en la batalla de Cannas. En la imagen se aprecia un breve resumen de las distintas
formaciones alternativas:
Luchar con discontinuidades en la línea es posible, por tanto, tal y como aseguran escritores como
Polibio. Lo que, de acuerdo a aquellos que defienden que la formación de quinqux era la principal matriz
de falange romana, hizo que la táctica romana destacara, era que sus intervalos eran por regla general
más grandes y sistemáticamente organizados que los de otros ejércitos de la Antigüedad. Cada hueco era
cubierto por manípulos o cohortes de líneas posteriores. Cualquier penetración de importancia no
ocurriría sin más: no solo sería golpeada lateralmente cuando cruzara el nivel de la primera línea, sino
que sería recibida por unidades agresivas avanzando para cubrir el espacio. Desde una visión más
general, a medida que la batalla ganaba o perdía intensidad, nuevas unidades de refuerzo se
desplegarían a través de los intervalos para relevar a los soldados de primera línea, permitiendo una
presión continua hacia adelante.
Un escenario posible para no utilizar huecos es un campo de batalla de espacio limitado, como una
colina o garganta, donde es imposible expandirse sin límite. Otro podría ser una formación de ataque
determinada, como la flecha discutida más arriba, o un movimiento envolvente como el de la batalla de
Ilipa. Otro podría ser una maniobra de cierre, cuando se construye una línea sólida para efectuar un
último empujón final, como ocurrió en la batalla de Zama. En el clamor de la batalla también era posible
que, a medida que las unidades se fusionaban en línea, el espacio de tablero se comprimiera o incluso
desapareciera, y un espectador vería una línea más o menos sólida combatiendo al enemigo. En los
ejércitos de Julio César, la utilización del quincunx y sus espacios parecía haber declinado, y sus legiones
generalmente se disponían en tres líneas compactas como se muestra más arriba, con cuatro cohortes al
frente, y tres de manera escalonada. Esta formación seguía siendo flexible, sin embargo, y seguía
utilizando huecos y adoptando una o dos líneas de acuerdo a las necesidades tácticas.
El momento en que enviar al combate a la segunda y tercera líneas requería cuidadosa deliberación por
parte del comandante romano: si se lanzaban demasiado pronto, podían verse envueltas en la lucha
frontal y terminar exhaustas. Si, por el contrario, se desplegaban demasiado tarde, podrían ser barridas
por la primera línea en retirada cuando comenzara a romperse. Había de mantenerse un estricto control,
de ahí que la tercera línea (los triarios) fuera en ocasiones ordenada arrodillarse o acuclillarse, evitando
así que acudieran al frente de forma prematura. El comandante romano se encontraba constantemente
en movimiento, de un lugar a otro, y a menudo cabalgando a retaguardia en persona para guiar a los
refuerzos, si no había tiempo para mandar un mensajero. El gran número de oficiales en el ejército típico
romano, y la subdivisión flexible en unidades más pequeñas como cohortes o manípulos, ayudaba en
gran medida a la coordinación de estos movimientos.
Fuera cual fuese la formación adoptada, sin embargo, la presión continua del combate hacia el frente se
efectuaba de modo constante:
Cuando la primera línea como un ente único había hecho su labor, y se veía debilitada y exhausta por las
bajas, permitía el relevo de fuerzas de refresco procedentes de la segunda quienes, cruzando a través de
la primera gradualmente, presionaban hacia el frente uno a uno, o en conjunto, abriéndose hueco hacia
la lucha de este modo. Mientras tanto, los soldados cansados de la primera línea, cuando recuperaban
fuerzas, se reorganizaban y volvían al combate. Este proceso se repetía hasta que todos los hombres de
la primera y segunda líneas habían entrado en combate, lo que no necesariamente implicaba una
retirada de la primera línea, sino más bien una fusión, mezcla o cohesión de ambas. De este modo, el
enemigo no tenía descanso y era enfrentado incesantemente por tropas frescas hasta que, agotado y
desmoralizado, cedía ante los repetidos ataques.
Varios actores muestran una variante del testudo o formación de tortuga romana.
Cualquiera fuese el tipo de despliegue, el ejército romano tenía una marcada flexibilidad, disciplina y
cohesión. Se asumían diferentes formaciones de acuerdo a diferentes situaciones tácticas.
Repellere equites ("repeler caballos") era la formación utilizada para resistir las cargas de caballería. Los
legionarios asumían una formación en cuadro, sosteniendo sus pila como lanzas en el hueco entre dos
escudos, y se dispondrían hombro con hombro.
A la orden eicere pila ("lanzar pila"), los legionarios arrojaban sus pila al enemigo.
A la orden cuneum formate ("formad en flecha"), la infantería formaba una flecha para cargar y romper
la línea enemiga. Esta formación se utilizaba como táctica de choque.
A la orden contendite vestra sponte ("Enfrentaos a vuestro rival"), los legionarios asumían disposición
agresiva y atacaban a cualquier rival que se les opusiera.
A la orden orbem formate ("formad en orbe"), los legionarios asumían una formación circular, con los
arqueros situados en el centro y tras los legionarios, suministrando fuego de cobertura. Esta táctica se
utilizaba principalmente cuando un pequeño destacamento debía mantener una posición y se hallaba
rodeado de enemigos.
A la orden frontem allargate ("ensanchad el frente"), los legionarios se dispersaban en una formación
más suelta. Esta orden se utilizaba principalmente cuando recibían una lluvia de flechas del enemigo
durante una carga.
A la orden testudinem formate ("formad en tortuga"), los legionarios adoptaban la formación en testudo
o tortuga. Se movía lentamente pero resultaba prácticamente impenetrable al fuego enemigo, y por
tanto muy efectiva durante asedios o cuando se enfrentaban a un copioso fuego enemigo. Sin embargo,
resultaba una formación débil para el combate cuerpo a cuerpo, por lo cual solo se adoptaba cuando el
enemigo se hallaba lo suficientemente lejos para que los legionarios tuvieran tiempo de recomponer la
formación antes de recibir la carga rival.
A la orden Agmen formate ("formad en cuadro"), los legionarios se disponían en cuadro, formación más
común de una centuria durante la batalla.
De oppido expugnando ("sitiando ciudades") era una táctica utilizada cuando los romanos efectuaban un
asedio. Se dividía en tres fases:
IMAGEN5.
En la primera fase, los ingenieros (cohors fabrorum) construían un campamento fortificado cerca de la
ciudad, con muros de contravallatum y torres de vigía (turres extruere) para evitar que penetraran
refuerzos enemigos. En ocasiones, se construían muros de circunvalación alrededor del perímetro de la
ciudad, como Julio César hizo en la batalla de Alesia. También podían recurrir a minas bajo los muros
enemigos.
La segunda fase comenzaba con fuego de onagros y balistas, que pretendía cubrir la aproximación de las
torres de asedio, llenas de legionarios dispuestos a asaltar los muros de la ciudad. Entretanto, otras
cohortes se aproximaban a las murallas en formación de tortuga, portando escalas y arietes, destinados
a forzar las puertas y escalar los muros de la ciudad.
La tercera fase incluía la apertura del portón principal de la ciudad por parte de las cohortes que habían
conseguido penetrar en la ciudad o escalar las murallas, si el ariete no había conseguido derribar las
puertas. Una vez se abría la puerta principal o se desplomaba una sección de muralla, la caballería y el
resto de cohortes entraban en la ciudad para acabar con los defensores restantes.
Fortificaciones de campo
Mientras que poderosas ciudades y fuertes, junto a asedios elaborados para capturarlas, eran algo
común en el mundo antiguo, los romanos eran únicos entre los ejércitos de la época en utilizar de forma
masiva fortificaciones de campo. Campaña tras campaña, se gastaba un tremendo esfuerzo para cavar -
un trabajo realizado por el legionario raso. Su equipo de campo incluía una pala, una dolabra o pico, y
una canasta para depositar la suciedad. Algunos soldados llevaban también una especie de cortacésped.
Con este equipo cavaban trincheras, construían muros y empalizadas y tendían carreteras de asalto. Son
bien conocidas las operaciones de Julio César en Alesia. El campamento de César rodeaba la ciudad gala,
construido con murallas dobles macizas que mantenían en el interior de la ciudad a los defensores, y
evitaban la llegada de refuerzos. Una red de campamentos y fuertes se veían incluidos en estos trabajos.
La trinchera interior por sí sola tenía una profundidad de 20 pies (6,1 m), y César reencauzó un río para
llenarla de agua. El terreno fue cubierto con alambre de hierro en varios lugares para disuadir a los galos
de intentar un asalto. Sorprendentemente para una batalla tan centrada en la infantería, César confiaba
en un fuerte contingente de caballería para contrarrestar las salidas galas. Irónicamente, muchos de
estos jinetes procedían de tribus germánicas con las que el triunviro se había reconciliado poco tiempo
antes.22
El poder de las fortificaciones romanas de campo ya ha sido mencionado pero, en otras ocasiones, los
romanos utilizaban trincheras para asegurar sus flancos contra un movimiento envolvente, si eran
superados ampliamente en número, como hizo César durante sus operaciones en la Galia belga. En la
región de Bretaña, fueron construidos diques y rompeolas para asaltar los fuertes costeros galos.
También se utilizaron zanjas, trincheras enfrentadas, y otros trabajos en las luchas internas entre César y
Pompeyo, mientras los oponentes maniobraban uno contra otro en batalla campal.22 En los últimos
tiempos del Imperio, la utilización extensiva de estas fortificaciones declinó, paralelamente a la
utilización de la infantería pesada. De cualquier modo, representaron un punto de inflexión para la
ascensión incansable de Roma como poder hegemónico en el mundo antiguo.23
Previamente al ascenso de Roma, la falange helénica representaba la principal fuerza de infantería del
mundo occidental. Se había convertido en dueña y señora de los campos de batalla desde Esparta a
Macedonia, enfrentándose con éxito a otros ejércitos extraeuropeos como los de Persia o India. Unida
en una masa acorazada, y equipada con grandes sarissas de 12 a 21 pies (6,4 m) de longitud, la falange
resultaba una fuerza formidable. Aunque en ocasiones adoptaba configuración defensiva, la falange era
más efectiva cuando se hallaba en movimiento hacia el frente, bien en una combate frontal, o en orden
oblicuo (escalonado) contra un flanco enemigo, como atestiguan las victorias de Alejandro Magno y el
innovador tebano Epaminondas. Combinada con otras formaciones - infantería ligera y caballería -
resultaba, en tiempos de Alejandro, imbatible.
Debilidades de la falange
No obstante, la falange poseía debilidades clave. Disponía de cierta maniobrabilidad, pero una vez se
producía el choque esta se veía reducida en gran manera, particularme en terreno accidentado. Su
aproximación en "masa densa" la convertía asimismo en una formación rígida. Comprimidas en el clamor
de la batalla, sus tropas podían únicamente luchar de forma frontal. La diversidad de tropas daba a la
falange una gran flexibilidad, pero esta misma flexibilidad se convertía en un arma de doble filo: confiaba
en una mezcla de unidades complicada de controlar y posicionar. Esto incluía no solo la infantería pesada
típica, caballería e infantería ligera, sino también unidades de élite, grupos medianamente armados y
contingentes extranjeros con su propio estilo de lucha, así como unidades de choque de elefantes de
guerra.24 Tales fuerzas "variadas" presentaban problemas de organización y comando. Si eran
manejadas por un líder capaz que fuera capaz de organizarlas y combinarlas en combate, resultaban
altamente eficientes. Las campañas de Alejandro, Pirro y Aníbal (una formación al estilo helénico con
armas combinadas) así lo demuestran. Sin una cohesión permanente o líderes mediocres, sin embargo,
su eficacia resultaba desigual, la batalla de Lucio Cornelio Escipión Asiático (hermano de Africanus)
contra Antíoco III el Grande en la batalla de Magnesia es un ejemplo de un mal liderazgo de tropas de
diversos tipos y un ejemplo de mala cohesión es la fuerza provisional reunida por Aníbal para luchar en
Zama. Para cuando los romanos se enfrentaban a los ejércitos helenísticos los griegos habían dejado de
utilizar tropas de protección en los flancos y contingentes de caballería, y su sistema de combate había
degenerado en un mero choque de falanges. Una formación de este estilo fue la que los romanos
enfrentaron y derrotaron en la batalla de Cinoscéfalos.
Los propios romanos utilizaban ciertos aspectos de la falange en sus legiones tempranas, de una manera
notable la última línea de guerreros de la clásica línea triple: los lanceros triarios. Las largas picas de los
triarios eventualmente desaparecieron, y todos los legionarios fueron equipados de manera uniforme
con gladius, scutum y pilum, y desplegados al distintivo modo romano, que proveía una mayor
estandarización y cohesión a largo plazo contra las formaciones de estilo helénico.
Las falanges que se enfrentaban a la legión resultaban vulnerables al despliegue en tablero romano, más
flexible, que permitía a cada luchador un cierto espacio vital donde enfrentarse cuerpo a cuerpo al
enemigo en orden cerrado. El sistema manipular también permitía a unidades completas maniobrar de
un modo más amplio, libres de la necesidad de permanecer siempre empaquetados en una formación
rígida. La profundidad del despliegue en triple línea ejercía una presión constante y hacia adelante. La
mayor parte de las falanges utilizaban una línea enorme de varios rangos de profundidad. Esto podía
resultar ventajoso en las primeras fases del combate, pero a medida que más y más hombres se veían
envueltos en la batalla, la formación modular romana permitía relevos en la presión que se imponían en
una línea más amplia. A la par que el combate se alargaba y se comprimía el campo de batalla, la falange
quedaba agotada o inmovilizada en posición, mientras los romanos podían no solo maniobrar sino
realizar los últimos y definitivos ataques.12La disposición del ejército de Aníbal en Zama parece dar
muestra de ello: los cartagineses utilizaron una disposición de triple línea, sacrificando sus dos primeras
líneas de dudosa calidad, y manteniendo en reserva a sus veteranos de Italia para el encuentro final. La
colocación de Aníbal era muy recomendable dada su debilidad en caballería e infantería, pero no pensó
en un sistema de relevos entre líneas como hicieron los romanos. Cada línea luchaba su particular
batalla, y la última finalmente fue destrozada contra el yunque romano al recibir el ataque de jinetes
númidas en retaguardia.
Las legiones convivían y se entrenaban juntas durante un tiempo más largo, eran más uniformes y
eficientes (a diferencia de la fuerza final de Aníbal), permitiendo a comandantes mediocres maniobrar y
posicionar sus fuerzas de un modo más o menos eficiente. Estas cualidades, entre otras, les convertían
en más que un rival para la falange, cuando se enfrentaban en combate.17
El sistema falangista de Pirro resultó una prueba de fuego para los romanos. A pesar de varias derrotas,
infligieron al rey del Epiro tales pérdidas que la expresión "victoria pírrica" se convirtió en sinónimo de
victoria inútil. Como comandante hábil y experimentado que era, Pirro disponía un sistema de falange
mixto típico, incluyendo tropas de choque de elefantes de guerra, formaciones de infantería ligera
(peltastas), unidades de élite y caballería para apoyar a la infantería pesada. Utilizando este método fue
capaz de derrotar a los romanos en dos ocasiones, con una tercera batalla de dudoso resultado o que
resultó en una escasa victoria táctica romana. Las batallas a continuación ilustran las dificultades de
combatir contra las fuerzas de falange. Si se hallaban correctamente liderados y dispuestos (es
interesante por ello comparar a Pirro con la disposición de Perseo huyendo en Pidna), presentaban una
alternativa creíble a la legión pesada. Los romanos, en cualquier caso, aprendían de sus propios errores.
En las batallas posteriores a las Guerras Pírricas, se mostraron como perfectos conocedores de la falange
helénica.
Batalla de Heraclea.
Batalla de Asculum.
Batalla de Benevento.
IMAGEN7
En esta batalla, la falange macedonia ocupaba un puesto de preferencia en terreno elevado. Sin
embargo, no todas sus unidades habían conseguido posicionarse debido a las escaramuzas previas a la
batalla. De cualquier modo, el avance de su ala derecha hizo perder terreno a los romanos, quienes
contraatacaron en el flanco derecho y consiguieron progresar contra un ala izquierda macedonia algo
desorganizada. El desenlace seguía en duda, hasta que un desconocido tribuno destacó 20 manípulos de
la línea romana y efectuó un movimiento envolvente contra la retaguardia macedonia. Esto causó el
colapso de la falange enemiga, asegurando la victoria para los romanos. La organización más flexible y
efectiva de los legionarios se había aprovechado de las debilidades de la densa falange. Tales triunfos
aseguraron la hegemonía romana en Grecia y territorios vecinos.
En Pidna, los contendientes se desplegaron en una llanura relativamente plana, y los macedonios habían
reforzado la infantería con un importante contingente de caballería. A la hora de la verdad, la falange
avanzó en una línea perfecta contra la línea romana, consiguiendo algún progreso inicial. Sin embargo, el
suelo sobre el que debía avanzar era algo accidentado, y la poderosa formación de falange perdió su
férrea cohesión. Los romanos absorbieron el choque inicial y contraatacaron; su formación más
espaciada y presión incesante se mostraron decisivas en el combate cuerpo a cuerpo en terreno
desigual. En combate cerrado, la espada y escudo neutralizaban la sarissa, y las armas suplementarias de
los macedonios (armadura más ligera y una espada más corta, la clásica xifos) les colocaban en
inferioridad ante el hábil y agresivo asalto por parte de la infantería pesada romana. Perseo no consiguió
desplegar de forma eficiente tropas de apoyo para ayudar a la falange en momento de necesidad. En
realidad, parece que huyó en cuanto la situación comenzaba a deteriorarse sin siquiera utilizar a la
caballería. La contienda se decidió en menos de dos horas, con una completa derrota para el Reino de
Macedonia.
Las técnicas de ruptura de falanges enemigas ilustran con mayor detalle la flexibilidad del ejército
romano. Cuando se enfrentaban a ejércitos falangistas, las legiones solían desplegar a los vélites frente al
enemigo con la orden contendite vestra sponte, para causar confusión y pánico en los sólidos bloques de
la falange. Mientras, los sagittarii o arqueros auxiliares se situaban en las alas, frente a la caballería, para
cubrir la retirada de los vélites. Estos arqueros generalmente recibían la orden de eiaculare flammas -
lanzar flechas incendiarias - como ocurrió en la batalla de Benevento. Las cohortes avanzaban entonces
en formación de flecha, apoyados por el fuego de vélites y auxiliares, y cargaban sobre la falange en un
punto concreto, rompiendo su formación. Después, la flanqueaban utilizando la caballería para asegurar
la victoria.
Superioridad táctica de las fuerzas de Aníbal. A pesar de no tratarse de una fuerza de falange clásica, el
ejército de Aníbal se componía de contingentes "mixtos" y elementos comunes a las formaciones
helénicas. Se dice que, al final de su vida, Aníbal nombró a Pirro como el comandante del pasado al que
más admiraba.25 Curiosamente, Roma había mellado las huestes de Pirro antes del nacimiento de
Aníbal, y dadas sus ventajas en organización, disciplina y movilización de recursos, surge la pregunta de
por qué no se mostraron más efectivos contra los cartagineses, quienes durante la mayor parte de su
campaña en Italia sufrieron de inferioridad numérica y escasez de suministros desde su tierra natal.
El genio individual de Aníbal, la profesionalidad del grueso de sus tropas (forjadas tras varios años de
luchas constantes en Hispania primero y en Italia después), y su superior caballería parecen haber sido
los factores decisivos. Combate tras combate Aníbal aprovechaba las tendencias de los romanos,
particularmente su ansia por conseguir una victoria decisiva. Los legionarios cansados y semicongelados
que emergieron del Trebia para formar en la orilla opuesta del río, son una clara muestra de cómo Aníbal
manipulaba a los romanos para luchar bajo sus condiciones, y en el lugar de su elección. Las posteriores
debacles en el Lago Trasimeno y Cannas redujeron a los orgullosos romanos a evitar la batalla,
acechando a los púnicos desde los Apeninos, reacios a arriesgar un enfrentamiento directo en la llanura,
donde la caballería enemiga tenía una clara ventaja.
Sofisticación táctica romana y capacidad de adaptación. Pero, aunque la hazaña de Aníbal subrayaba que
los romanos no eran ni mucho menos invencibles, también mostraba sus virtudes a largo plazo. Aislaron
y eventualmente embotellaron a los cartagineses, acelerando su retirada de Italia mediante constantes
maniobras. Más importante aún, fue el contraataque que iniciaron en Hispania y el Norte de África. Se
encontraban deseosos de devolver la humillación sufrida en Italia y permanecían a la defensiva, pero con
una incesante tenacidad atacaban en otros lugares, para finalmente destruir a sus enemigos.17También
aprendieron de esos enemigos. Las operaciones de Escipión el Africano consistían en una evolución de
aquellas con las que se había enfrentado Aníbal previamente, mostrando un nivel superior de
innovación, preparación y organización (comparado con Sempronio en la batalla del Trebia, por
ejemplo). La contribución de Escipión consistió en parte en implementar una maniobrabilidad más
flexible de las unidades tácticas, en lugar del ataque frontal en triple línea que defendían sus
contemporáneos. También aprovechó de manera más eficiente la caballería, un arma que
tradicionalmente menospreciaban los romanos. Sus operaciones incluyeron movimientos de tenaza,
línea de batalla consolidada, y formaciones "inversas a Cannas" junto a movimientos de caballería. Sus
victorias en Hispania y la campaña africana demostraron una nueva sofisticación en la forma de hacer la
guerra romana, y reafirmaron la capacidad romana de adaptarse, persistir y sobreponerse a las
dificultades.26 Ver en detalle las batallas:
Batalla de Baecula
Batalla de Ilipa
Batalla de Zama
La visión sobre los enemigos galos de Roma ha cambiado mucho. Varios historiadores antiguos los
consideran salvajes retrógrados, destructores sin escrúpulos de la civilización y gloria de Roma. Algunas
visiones más modernas les ven como una luz proto-nacionalista, luchadores ancestrales por la libertad
que resistían el pie acorazado del imperio. A menudo se celebra su valentía como dignos adversarios de
Roma, como ocurre con la escultura del gálata moribundo. La oposición gala se componía de un gran
número de gentes y pueblos diversos, que iban geográficamente desde los valles de Francia a los
bosques del Rin, pasando por las montañas de Helvecia; de tal modo que es complicado categorizarles
de forma homogénea. El término "galo" ha sido utilizado indistintamente para nombrar a las tribus
célticas de Britania y Caledonia, añadiendo más diversidad a las gentes agrupadas bajo este apelativo.
Desde un punto de vista militar, parecían sin embargo compartir varias características generales: políticas
tribales con una estructura de estado relativamente escasa y poco elaborada, armamento ligero, tácticas
poco sofisticadas, escasa organización, alto grado de movilidad, e incapacidad de mantener poder de
combate en sus fuerzas de campo durante un largo período.27
Aunque los anales populares muestran el poder de las legiones y a un grupo de comandantes
carismáticos masacrando rápidamente a grandes hordas de "bárbaros salvajes"28(como la escena inicial
de la película americana "Gladiator" del 2000) Roma sufrió no pocas vergonzosas derrotas a manos de
dichos ejércitos tribales. En el período republicano, (hacia 390-387 a. C.), los galos cisalpinos al mando
de Breno , saquearon la ciudad de Roma. Incluso finalizadas las guerras púnicas, los romanos sufrieron
fuertes derrotas contra los galos como el desastre de Noreia o la batalla de Arausio, ambas durante la
primera guerra cimbria. En el período temprano imperial, bandas de guerra germánicas infligieron a
Roma una de sus más severas derrotas, en la batalla del Bosque de Teutoburgo, que terminó en la
aniquilación de tres legiones imperiales, y marcó el límite de la expansión romana en el centro de
Europa. Fueron estas tribus germánicas en parte (la mayoría tenían cierta familiaridad con Roma y su
cultura, y se habían romanizado ellas mismas) quienes provocaron la ruina final del poder militar romano
en el oeste. Irónicamente, en las postrimerías del Imperio, la mayor parte de los combates se producían
entre fuerzas compuestas mayoritariamente por bárbaros, en ambos bandos.29
Cualquiera que fuese su cultura en particular, las tribus celtas y germánicas probaron ser oponentes
duros, que consiguieron varias victorias contra sus enemigos. Algunos historiadores muestran que a
veces se producían combates masivos en formaciones compactas al estilo falangista, solapando los
escudos, y utilizando cobertura de escudos durante asedios. En batalla campal, ocasionalmente
utilizaban una formación de flecha al atacar. Su mayor esperanza de éxito radicaba en cuatro factores
principales:
Superioridad numérica.
Entrando en combate en terreno boscoso o irregular, donde las unidades de la horda podían buscar
refugio mientras atacaban a distancia, hasta que llegaba el momento decisivo, o si era posible,
retirándose y reagrupándose en cargas sucesivas.30
Las victorias celtas y germánicas más significativas muestran dos o más de estas características. La clásica
batalla del Bosque de Teutoburgo contiene las cuatro: sorpresa, traición por parte de Arminio y su
contingente, superioridad numérica, rápidas cargas de acercamiento, y terreno y condiciones
medioambientales favorables (bosque espeso y chaparrones constantes) que limitaron el movimiento
romano y dieron a los guerreros suficiente cobertura para ocultar sus movimientos y montar ataques
sucesivos contra la línea romana.
Debilidades de las tácticas celtas y germánicas
Contra los legionarios, sin embargo, los celtas se enfrentaban a una tarea desalentadora.
Individualmente, en combate singular, el feroz guerrero celta podía probablemente hacer algo más que
defenderse contra un romano.31 En combate masivo, por el contrario, la rudimentaria organización y
tácticas célticas resultaban un pobre adversario para la máquina militar romana. La fiereza de las cargas
celtas es a menudo mencionada por los historiadores, y en ciertas circunstancias podía llegar a
desbordar la línea romana. No obstante, la profunda formación romana permitía realizar ajustes, y la
presión constante al frente convertía un largo combate en algo muy arriesgado para los celtas. Gracias a
su brillante disciplina, moral y entrenamiento, los romanos eran capaces de derrotar a ejércitos celtas
que les superaban ampliamente en número.
Aunque atacaran por los flancos, la legión era lo suficientemente flexible para pivotar y oponer
frontalmente, si no todo, al menos una parte del ejército, bien mediante submaniobras o repliegue de
líneas. La pantalla de caballería en ambas alas añadía una capa extra de seguridad. Los celtas y germanos
luchaban, asimismo, con poca o ninguna armadura (a veces incluso desnudos)3233 y utilizaban escudos
de madera o cuero, más endebles que los romanos. Como menciona Polibio, hablando de la batalla de
Telamón:
En efecto, el scutum romano tiene una gran ventaja sobre el galo en defensa, y el gladius para maniobrar
y apuñalar en ataque. Por el contrario, la espada gala sólo sirve para cortar. La única diferencia [entre
galos y romanos] individualmente o como colectivo, consistía en sus armas y armaduras.
En la misma línea, ni celtas ni germanos prestaban atención a la logística a largo plazo.30 En general,
necesitaban conseguir una posición muy ventajosa de inicio contra los romanos y romper sus líneas
cuando la batalla se encontrara aún en fase temprana. Un combate en similitud de condiciones entre los
guerreros tribales ligeramente armados, y los bien organizados y armados legionarios, a menudo
implicaba la fatalidad para aquellos.34
No obstante lo anterior, los celtas mostraron un alto grado de poder táctico en algunas áreas. Los carros
de guerra celtas, por ejemplo, mostraron un alto grado de integración y coordinación con la infantería.
Los anales de Polibio, que se remontan a la batalla de Telamón, e historiadores más tardíos como
Diodoro de Sicilia, mencionan la utilización de carros de combate en los ejércitos galos que invadieron
Roma. Los celtas aparentemente utilizaban carros con un conductor y un guerrero de infantería ligera,
armado con jabalinas. Durante el choque, el carro dejaría al infante en tierra y se retiraría a cierta
distancia, en reserva. Desde esta posición podía recoger a las tropas de asalto si las cosas se ponían feas,
o recogerles y llevarlos a algún otro lugar. A pesar de ello, los carros resultaban un arma cara y frágil y,
para el siglo III a. C., se habían convertido en un arma escasamente utilizada en detrimento de la
caballería.35
Guerrilla celtibérica
La zona de conflicto ibérica. Los pueblos celtíberos emprendieron una lucha obstinada contra la
hegemonía romana. Lucharon continuamente en la península ibérica, con varios niveles de intensidad,
durante más de dos siglos. Hispania había sido conquistada por los cartagineses, que lucharon contra
distintas tribus para crear colonias y un imperio comercial, principalmente costero. Las derrotas
cartaginesas a manos de Roma enfrentaron a los locales a un nuevo poder colonial. Tribus como los
ilergetes, suesetanos, vacceos o lusitanos de Viriato opusieron una dura resistencia a la dominación
romana. La Guerra Lusitana y la Guerra Numantina son solo ejemplos del prolongado conflicto, que se
extendió a lo largo de 20 décadas de la historia romana. El conflicto se prolongó con las Guerras
Sertorianas. La subyugación total no fue conseguida hasta el Imperio, en época de Octavio Augusto. La
eterna e implacable contienda convirtió a Hispania en un lugar ominoso para los soldados romanos. Sir
Edward Creasy, en su obra "Las Quince Batallas Decisivas del Mundo" comentaba esto sobre los
conflictos ibéricos:
"La guerra contra los iberos, quienes, de todas las naciones subyugadas por Roma, defendieron su
libertad con la mayor obstinación... los romanos de ambas provincias [Citerior y Ulterior] eran
derrotados en tantas ocasiones, que nada era más temido para un legionario en Roma que ser enviado
allí
36
Tácticas romanas. Roma utilizó sus métodos estándar, con especial énfasis en tropas ligeras, combinadas
con caballería e infantería pesada para enfrentarse a las tácticas de movilidad o guerrilla utilizadas por
los iberos. Los castri fortificados resultaban un importante añadido a la hora de proteger a las tropas, y
actuar como centros de operaciones. Aunque el resultado de un combate a campo abierto era dudoso,
los romanos desempeñaron su labor bastante bien cuando asediaban ciudades iberas, eliminando de
manera sistemática a los líderes enemigos, bases de suministro y focos de resistencia.La destrucción de
recursos ibéricos por medio de la quema de campos de grano o demolición de poblados ejerció una
fuerte presión sobre la población nativa. Las operaciones de Escipión durante la Guerra Numantina
ilustran estos métodos, lo que incluía una vigilancia constante y una radicalización en la disciplina
legionaria.37 Otras tácticas romanas incluían la esfera política, como los tratos de "pacificación" de
Graco, traición y engaños, como en las masacres de los líderes tribales llevadas a cabo por Lúculo y Galba
bajo la patraña de negociación. Roma confiaba a menudo en dividir internamente las tribus. Utilizaba en
este sentido una estrategia de "divide y vencerás", con tratos competitivos (y en ocasiones poco
sinceros) negociando el aislamiento de ciertas facciones, y utilizando tribus aliadas para subyugar a
otras.38
Tácticas celtíberas. Mientras luchaban por su autonomía y supervivencia, las tribus ibéricas utilizaban
ciudades fortificadas o fuertes para defenderse contra sus enemigos, lo que combinaban con una guerra
de movilidad que variaba desde grandes unidades comprendiendo miles de hombres a pequeñas bandas
de guerrilleros. Los jinetes celtíberos eran superiores en habilidad a los romanos, un hecho probado
años antes con el papel clave que jugó dicha caballería en las victorias de Aníbal. La libertad de
movimientos y conocimiento del terreno ayudaron a las tribus en gran medida. Una de las emboscadas
más fructíferas fue realizada por un jefe local llamado Caro, que acabó con 6000 romanos en un ataque
combinado de caballería e infantería. Otra la llevó a cabo Caesarus, que se aprovechó de una
desordenada persecución de que era objeto por parte de los romanos, al mando de Mumio, para
tenderle una trampa que resultó en 9000 bajas para los legionarios. Otra táctica similar tuvo éxito ante
Galba. Estas batallas, incluyendo tácticas y características particulares de los jefes celtíberos, están
relatadas con todo lujo de detalles en la Historia de Roma de Apiano «Guerras Extranjeras: Las Guerras
Hispánicas».37
Armamento. Varios historiadores han elogiado la calidad de las armas ibéricas, como la conocida
falcata39 o la lanza de una sola pieza llamada por los romanos soliferreum, asimilable al pilum. También
utilizaron otras más ingeniosas como la falárica, a medio camino entre lanza y arma incendiaria. Filón de
Bizancio relata el proceso de construcción de las espadas iberas, compuestas de tres cuerpos: dos duros,
que correspondían con los laterales y el doble filo, y uno blando en el interior, lo que les otorgaba una
encomiable flexibilidad.40 El escudo utilizado por las tropas ligeras, conocido como caetra era de un
tamaño más pequeño y manejable, lo que les otorgaba una razonable defensa al mismo tiempo que una
gran movilidad al utilizar tácticas de guerrilla.
Victoria por guerra de desgaste. A pesar de ello, como ocurrió en sus batallas contra otros pueblos, la
tenaz persistencia romana, mayores recursos y mejor organización sometió a sus oponentes con el
tiempo.41 Este aspecto "agotador" de la aproximación romana contrasta con la noción de mandos
brillantes tan a menudo retratadas en relatos populares sobre la infantería romana. Al lado de líderes
capaces como los Escipiones o los Gracos, el rendimiento romano en general fue mediocre, comparado
con el desarrollado contra los púnicos y otros pueblos. En Hispania, se enviaron constantemente
recursos para curar la herida abierta hasta que esta terminó cerrándose, 150 años más tarde: una lenta,
y ácida contienda de marchas eternas, asedios y luchas constantes, tratos rotos, poblados ardiendo y
esclavos capturados. Mientras el Senado Romano y sus sucesores siguieran dispuestos a reemplazar y
gastar más personal y materiales década tras década, la victoria podía ser conseguida mediante una
estrategia de agotamiento.42 Tal patrón formaba una parte integral de la "forma romana" de hacer la
guerra.
IMAGEN8
Mapa táctico del ataque galo en el río Sambre. Los bosques cercanos al río ocultaron los movimientos
galos por completo hasta el momento exacto de efectuar un ataque relámpago, que a punto estuvo de
liquidar las posiciones romanas.
La movilidad del ejército galo y su gran número a menudo ponía en problemas a las armas romanas, bien
desplegados en ejércitos móviles, bandas de guerrilleros o en una decisiva batalla campal. Lo confirma la
dureza de la campaña de las Galias, donde a César le faltó muy poco para ser derrotado, aunque esto
también prueba la superioridad táctica y disciplinar romana. En la batalla del Sabis, contingentes de los
nervios, atrébates, viromanduos y aduáticos se reunieron en secreto en los bosques cercanos, mientras
el grueso de la tropa romana se encontraba algo disperso. En cuanto comenzó la construcción del
campamento, las fuerzas bárbaras lanzaron un feroz ataque, cruzando en tromba por el vado y atacando
con velocidad de relámpago a los incautos romanos.
La situación parecía inmejorable para los galos:27 se cumplían las cuatro condiciones mencionadas más
arriba: superioridad numérica, factor sorpresa, ataque rápido y terreno favorable que ocultaba sus
movimientos hasta el último minuto. Ciertamente, el comienzo fue espectacular, y la disposición inicial
de los romanos fue empujada a retroceder. Parecía muy posible que se produjera una ruptura en las filas
de la legión. Julio César en persona hubo de animar a secciones enteras de su amenazado ejército,
imprimiendo resolución en sus tropas. Con su acostumbrada disciplina y cohesión, los romanos
comenzaron a recuperar terreno, rechazando el ataque bárbaro. Una última carga de la tribu de los
Nervi, que cruzó un hueco dejado en las filas romanas, estuvo a punto de cambiar las tornas de nuevo,
cuando los guerreros en carrera capturaron el campamento e intentaron rebasar los flancos de la legión,
que se hallaban en combate con el resto de la horda tribal.
La fase inicial del choque pasó, no obstante, y siguió un trabado combate. La llegada de dos legiones de
refuerzo que se habían mantenido en reserva, guardando los suministros, reforzaron las líneas romanas.
Comenzó entonces un contraataque por parte de estas, lideradas por la Legión X Equestris, que
desarboló las filas de los bárbaros, quienes partieron en retirada. Fue un combate muy parejo, que
ilustraba tanto el poder combativo de las fuerzas tribales como la tranquila y disciplinada cohesión de los
romanos. En última instancia, fue esto último lo que resultó decisivo para la larga y costosa conquista de
la Galia. Aunque existían grandes diferencias entre las distintas tribus, el historiador alemán Hans
Delbrück indica en su "Historia del Arte de la Guerra":
[...] la superioridad del arte romano de combatir se basaba en la organización del ejército como un todo,
un sistema que permitía a grandes cantidades de hombres concentrarse en un punto determinado,
moverse en formación ordenada, ser alimentados, residir, conjuntamente. Los galos eran incapaces de
llevar a cabo ninguna de estas cosas.
43
La caballería de sus enemigos representó uno de los más duros retos a los que hubo de enfrentarse la
infantería romana. La combinación de ataque a distancia y fuerza de choque, con una gran movilidad,
que representaba la caballería, se aprovechaba de las principales debilidades de la legión: su despliegue
y movimientos relativamente lentos. La derrota a manos de potentes fuerzas de caballería es un
elemento recursivo en la historia romana, como ilustran las campañas de Aníbal, donde jinetes númidas
y celtíberos rebasaban repetidamente los flancos de la formación romana, propinando devastadores
golpes en las alas y retaguardia. La gran victoria de Aníbal en Cannas (considerada una de las mayores
catástrofes militares de la era romana) consistió principalmente en un combate de infantería, pero el
papel principal lo jugó la caballería, como en tantas otras victorias.
Una demostración más dramática incluso de la vulnerabilidad romana se muestra en las numerosas
guerras contra los partos y su caballería pesada. Los partos y sus sucesores utilizaban grandes números
de jinetes arqueros, con armadura ligera y rápidos caballos, para acosar y escaramuzar con el enemigo, y
daban el golpe de gracia con lanceros acorazados conocidos como "catafractos". Ambos tipos de tropas
utilizaron poderosos arcos compuestos que lanzaban flechas con la potencia suficiente para perforar las
armaduras romanas. Los catafractos servían entonces como tropas de choque, que cargaban con la
fuerza de un ariete contra las filas romanas, una vez se habían "ablandado" tras los enjambres de
flechas. Al mismo tiempo, utilizaron una estrategia de "tierra quemada" contra los romanos, rehusando
las grandes batallas campales, mientras les atraían más y más a terreno desfavorable, donde escaseaban
sus suministros y no disponían de una línea de retirada segura. La devastadora derrota de la infantería
romana en Carras hacía que la caballería parta pareciera invencible.
Ya Alejandro Magno había utilizado este método durante sus campañas. Atacaba a los jinetes asiáticos
con destacamentos de infantería ligera, escaramuzadores y arqueros, y los expulsaba del campo de
batalla mediante cargas de su caballería pesada. La variante romana utilizaba esta misma aproximación
de "armas combinadas", dando mayor importancia al papel de la infantería. En épocas tardías, sin
embargo, creció la importancia y número de la caballería: en particular, la mitad oriental del Imperio
confiaría casi por completo en sus fuerzas de caballería.
Aún en el mediodía del soldado de a pie, se desplegaban grandes unidades de escaramuzadores ligeros
con las legiones, para interceptar a los rápidos jinetes a una distancia razonable. La caballería romana
desempeñaba un rol importante, consistente en "apantallar" a la fuerza principal, interceptando
destacamentos enteros de jinetes merodeadores. Utilizando estos apoyos, las pesadas legiones eran
capaces de entrar en contacto con la caballería enemiga.
Modificaciones de Ventidio. El general romano Publio Ventidio Baso tomó las riendas del reajuste de la
legión para enfrentarse a los enemigos montados, en concreto los partos. Enviado por Marco Antonio a
Siria para detener la invasión parta del 40 a. C., venció a los asiáticos hasta en tres ocasiones, donde dio
muerte a otros tantos generales de Partia.44 Las principales modificaciones tácticas aportadas por
Ventidio fueron:44
Mayor capacidad de disparo. Ventidio buscaba neutralizar la superioridad parta en fuego a distancia,
añadiendo más unidades a distancia él mismo. Añadió contingentes de honderos a sus legiones, cuyo
fuego a distancia fue básico para mantener alejados a los jinetes partos en diferentes batallas. En
combates posteriores, otros comandantes romanos incrementaron el número de unidades de caballería
y honderos, siendo estos últimos aprovisionados con balas de plomo, que permitían un mayor rango de
disparo y poder destructivo.44
Cuadrado Hueco Esta táctica proveía una defensa en todas direcciones, dejando un pivote para
comenzar la ofensiva. En el cuadro, las tropas podían parapetarse contra los enjambres de flechas
utilizando sus grandes escudos. Esto, por supuesto, ralentizaba su avance y les hacía vulnerables a las
cargas de los catafractos. Las legiones aguantaban estas cargas resolutivamente, utilizando sus pila a
modo de picas, que ofrecían una sólida estacada de acero al enemigo. Dentro del cuadro se
concentraban fuerzas de arqueros para contrarrestar el fuego, y unidades de caballería posicionadas
para contraatacar. El cuadrado hueco era más vulnerable cuando el terreno hacía perder cohesión a la
formación (escalando una montaña, cruzando una garganta o un puente, por ejemplo). En tal caso,
subsecciones de la legión debían ser redesplegadas para suministrar cobertura hasta que el ejército
había superado el escollo. La organización flexible de la legión facilitaba estas maniobras, y permitía
asegurar la supervivencia hasta que los romanos llegaban al corazón de las tierras del enemigo e
iniciaban asedios contra sus ciudades, saqueaban y quemaban sus campos.45
Dispersión y avance rápido. La maniobra de dispersión no podía tratarse de una única carga a grupos de
arqueros montados, ni una inocua persecución mientras estos lanzaban "disparos partos" con sus arcos.
Debía amenazarles de una forma creíble, utilizando un movimiento de tenaza o bloqueando una ruta de
escape. La consecución de puntos estratégicos por parte de las unidades ligeras romanas ayudaban a
este proceso, obstruyendo posibles vías de ataque y suministrando puntos de anclaje que permitían
contraatacar a otros destacamentos en maniobras, o bien retirarse con seguridad si empeoraban las
condiciones del combate. Las tropas de vanguardia debían ser lo suficientemente rápidos para detener o
neutralizar la oposición. Al mismo tiempo, debían ser capaces de apoyarse mutuamente, o podían ser
fácilmente aislados y destruidos. La clave residía en tomar la iniciativa contra los jinetes enemigos sin
fragmentar peligrosamente a las tropas propias.
Las primeras victorias romanas de entidad contra el temible enemigo parto se producen bajo el dominio
de Trajano, que arrebató grandes territorios a los partos y recibió por ello el sobrenombre de Parthico (h.
114). Medio siglo más tarde, en 166, Lucio Vero, hermano y coemperador junto a Marco Aurelio, vuelve
a invadir Persia como respuesta a la conquista parta de Armenia. Reconquista Armenia, instalando un rey
pro-romano en el trono, asegura el norte de Mesopotamia, y arrasa Ctesifonte, la capital del Imperio
Parto.
La campaña del emperador Juliano el Apóstata contra el Imperio sasánida es bastante ilustrativa en este
aspecto, a pesar de que las fuerzas julianas no estaban compuestas principalmente por infantería pesada
como habría ocurrido tiempos atrás. Contra Juliano, los persas rehusaron ofrecer batalla, quemando los
campos frente al ejército romano y arrastrándoles a una guerra de desgaste. Pronto, ralentizaron el
avance de Juliano hacia la capital enemiga. Rehusando regresar por el camino que había venido, se vio
forzado a abandonar el tren de suministros y la flota mercante que había traído navegando Éufrates
abajo. Dividió entonces su ejército, dejando a 30.000 hombres detrás, antes de avanzar hacia la capital
enemiga. El 29 de mayo de 363, se produjo finalmente un combate a gran escala, cerca de la capital
persa, Ctesifonte. Enfrentándose a una fuerza de caballería que amenazaba con diezmar sus tropas a
base de fuego de flechas, y viendo el peligro de quedar rodeado, Juliano dispuso a sus tropas en forma
de luna creciente, ordenando un avance simultáneo de ambos flancos y evitando al mismo tiempo
ambos peligros. El ardid tuvo éxito. Tras una larga batalla, los persas se retiraron, concediendo una
victoria táctica (aunque a un alto precio para los romanos, según algunos historiadores).46 Los trabajos
del historiador romano Amiano Marcelino ofrecen una descripción detallada de la campaña persa,
incluyendo la rápida carga de la infantería pesada romana bajo el mando de Juliano.
Para evitar que las ráfagas preliminares de los arqueros rompieran nuestras filas, él (Juliano) avanzó por
ambos lados, arruinando el efecto de su fuego [...] La infantería romana, en orden cerrado, efectuó una
poderosa carga que empujó a las tropas enemigas ante ella.
47
48
Aunque Juliano finalmente no consiguiera su objetivo (terminaría muriendo en esta campaña), y a pesar
de que la fuerza romana incluía grandes contingentes de caballería, sus métodos y los de Ventidio antes
que él mostraban que la infantería, manejada efectivamente y trabajando en conjunto con otros
contingentes, podía enfrentarse al reto que suponía un ejército de caballería. Las fuerzas de Juliano
contenían diferentes tipos de infantería, desde las tropas élite de choque de la guardia imperial (Iovani y
Herculiani) a otras levas de menor entidad.
Varias de las campañas militares de Roma muestran o bien una invencibilidad sostenida, o un genio
deslumbrante. El rendimiento romano en muchas batallas resultaba o bien poco impresionante o
desastroso. Cuando de emboscadas se trataba (como la debacle del bosque de Teutoburgo), las fuerzas
romanas parecían proclives a recibir cargas sucesivas, como ocurría siglos antes en el lago Trasimeno. A
lo largo de la república, fueron derrotados por generales como Pirro, Aníbal y otros muchos líderes
enemigos. También sufrieron importantes derrotas contra enemigos a caballo, como los partos o
sasánidas. Y sin embargo, con el tiempo, los romanos no solo se reponían de estas derrotas, sino que en
su mayor parte acababan con o neutralizaban a sus enemigos. ¿Cómo era posible que lo consiguieran
ante tal variedad de enemigos, en diferentes épocas y lugares, más numerosos, mejor liderados o más
preparados?
Algunos elementos que hicieron de los romanos una fuerza militar efectiva, a nivel táctico y estratégico,
fueron:
Eran capaces de copiar y adaptar las armas y métodos de sus enemigos de forma eficiente. Algunas
armas, como el gladius hispanicus fueron adoptados por los legionarios si resultaban más efectivos que
su propio armamento. En otros casos, era posible que los romanos invitaran a enemigos especialmente
duros o peligrosos a servir en el ejército romano, como auxiliares. En la esfera naval, los romanos
siguieron varios de los métodos utilizados por la infantería, abandonando sus viejos diseños, copiaron y
evolucionaron la trirreme púnica (mediante el corvus entre otros detalles estructurales), convirtiendo las
batallas navales en combates de infantería sobre cubierta.49
La organización romana era más flexible que la de la mayoría de sus rivales. No solo era superior a la de
los pueblos tribales, que a menudo atacaban en masa y descoordinados, que consistían la mayor parte
de sus enemigos; en contraste, la infantería pesada romana era capaz de adoptar diferentes formaciones
y métodos de combate dependiendo de la situación. Desde la formación de tortuga en asedios, hasta el
cuadro de infantería utilizado contra enemigos a caballo, pasando por unidades combinadas para
enfrentarse a la guerrilla ibérica. Los patrones de tablero o línea triple además, permitían cambiar de
una formación a otra en combate, y la organización jerárquica de las unidades permitía que los oficiales
hicieran su trabajo con una alta efectividad. Eran capaces de improvisar tácticas ingeniosas, como hizo
Escipión en Zama, dejando amplios huecos entre líneas para permitir el paso de los elefantes: colocando
vélites a ambos lados para asaetearlos y empujarlos de vuelta hacia las líneas cartaginesas, para luego
cerrar los espacios en una única línea que se enfrentó a los veteranos de Italia del ejército de Aníbal.
Eran capaces de absorber y reemplazar las pérdidas a largo plazo y estaban mejor dispuestos a ello que
sus oponentes. A diferencia de otras civilizaciones, los romanos proseguían la lucha sin descanso, hasta
que sus enemigos habían sido totalmente destruidos o neutralizados. El ejército actuaba para instaurar
la política romana, y no se le permitía detenerse hasta que recibía una orden directa del Emperador o un
decreto del Senado.
Cuando los romanos se enfrentaban a otra estructura imperial, como el Imperio Parto, las cosas se
complicaban, y en ocasiones se veían obligados a llegar a un acuerdo. No obstante, no cambiaba la regla
general de la persistencia romana. Roma sufrió sus mayores derrotas contra la sofisticada Cartago, en
especial en Cannas, y se vio obligada a evitar batalla durante un largo periodo. Con el tiempo, sin
embargo, reconstruyó sus fuerzas en tierra y mar, y persistieron en la lucha, asombrando a los púnicos,
que esperaban una rendición de la república romana. Contra los partos, los romanos no se detuvieron
ante las terrible derrotas, pues invadieron el territorio persa en varias ocasiones tiempo después; y
aunque la propia Partia nunca fue conquistada por completo, Roma impuso su hegemonía en la zona.
El liderazgo romano era mixto, pero efectivo para asegurar el éxito militar. Desastres en el liderazgo
ocurrieron a menudo en la historia militar romana: Varrón en Cannas o Craso en Carras son fieles
ejemplos de ello. La estructura política romana, sin embargo, producía un ilimitado suministro de
hombres capaces y dispuestos a dirigir a las tropas en combate. No era inusual para un general
derrotado el ser ridiculizado por sus enemigos políticos en Roma, incluso en ocasiones viendo
confiscadas parte de sus propiedades o escapando de la muerte a duras penas. La oligarquía senatorial,
con todas sus maniobras e interferencias políticas, ejercía las funciones de supervisar y auditar las tareas
militares. Algo que se tradujo en resultados a lo largo más de un milenio, tiempo durante el cual Roma
vio nacer a líderes capaces como Escipión o Julio César.
Es importante indicar la gran cantidad de suboficiales que utilizaban los romanos, lo que aseguraba
coordinación y orientación de las tropas. La iniciativa de estos hombres jugó un papel importante en el
éxito de Roma, como evidencian las acciones del tribuno desconocido en la batalla de Cinoscéfalos. Este
liderazgo se ve fuertemente ligado a los famosos centuriones romanos, verdadera espina dorsal de la
organización legionaria. Aunque no puedan considerarse modelos de perfección, inspiraban un
tradicional respeto.
La influencia de la cultura cívica y militar romana daba al sistema militar romano motivación y cohesión.
Tal cultura incluía, aunque no estaba limitada a:
Lealtad a las unidades combatientes (la legión), típicamente romanas en educación y disciplina.
La calidad de ciudadano conllevaba valiosos derechos dentro de la sociedad romana, y resultaba otro
elemento más que permitía la estandarización e integración de la infantería.
Toda historia de la infantería romana se enfrenta a los factores que llevaron a su declive. Tal declive, por
supuesto, está asociado a la decadencia de la economía, sociedad romana y escenario político. A pesar
de ello, es de notar que la desaparición final de Roma fue consecuencia de una derrota militar, por muy
plausible que sea la pléyade de teorías aventuradas por eruditos e historiadores, que oscilan desde
bases impositivas reducidas, lucha de clases, o decadencia de sus líderes.50 Se discutirán aquí dos de los
principales factores barajados por los eruditos militares: barbarización de la infantería y evolución a una
estrategia de "defensa móvil". Existen una serie de controversias y opiniones contrapuestas en esta área.
Para combatir las incursiones y ataques de sus enemigos fronterizos, cada vez más frecuentes, las
legiones cambiaron desde una fuerza lenta y pesada a una tropa cada vez más ligera, además de
introducir elementos de caballería cada vez a mayor escala.
Esto implicó que la nueva infantería perdiera el increíble poder de ataque que tenían las tempranas
legiones, lo que se tradujo en que, a pesar de que la probabilidad de entrar en batalla fuera mucho
mayor, tuvieran menos posibilidades de ganarla. El inferior tamaño de esta nueva legión también influía
en este hecho.
Los jinetes romanos, aunque rápidos, eran muy débiles en comparación con los invasores hunos, godos,
vándalos y sasánidas. Esta ineficacia se demostró en Cannas y posteriormente en Adrianópolis: en ambos
casos, la caballería fue totalmente destruida por un enemigo montado muy superior y mejor entrenado
para este tipo de combate.
La «barbarización» es un tema recurrente en muchos trabajos sobre Roma (ver Gibbon, Mommsen,
Delbrück, y otros). En esencia, se discute que la barbarización creciente de las legiones pesadas debilitó
la calidad de las armas, entrenamiento, moral y efectividad militar a largo plazo. Los cambios
armamentísticos descritos más arriba son solo un ejemplo.51
Se puede argüir que la utilización de personal bárbaro no resultaba un hecho novedoso. Aunque esto es
cierto, dicha utilización se veía claramente definida al "estilo romano": era el personal bárbaro quien
debía adaptarse a los estándares y organización romana, y no a la inversa. En el ocaso del Imperio, sin
embargo, esto no era así. Prácticas como permitir el establecimiento de grandes contingentes de
población bárbara dentro de las lindes del Imperio, la laxitud de la calidad de ciudadanía romana, uso
creciente de tropas extranjeras y relajación o eliminación de la severa disciplina tradicional, de su
organización y control, contribuyeron al declive de la infantería pesada.
Los emplazamientos foederati, por ejemplo, consistían en grandes contingentes bárbaros acomodados
en territorio romano, con su propia organización y bajo sus propios líderes. Tales agrupaciones
mostraban una tendencia a obviar el "modo romano" de organización, entrenamiento, logística, etc., en
beneficio de sus propias ideas, prácticas y métodos. Estos emplazamientos pudieron haber traído la paz
política a corto plazo para las élites romanas, pero a largo plazo su efecto fue negativo, pues rompía las
ventajas tradicionales de la infantería pesada en cuanto a entrenamiento de batalla, disciplina y
despliegue sobre el campo. Del mismo modo, dado que los bárbaros recibían un trato igual o mejor con
mucho menor esfuerzo, la "vieja guardia" fue decayendo y no recibía alicientes para perpetuar las viejas
costumbres. En efecto, estos contingentes de "aliados" a menudo se volvían contra los romanos,
devastando y saqueando amplias áreas e incluso atacando formaciones del ejército imperial.
Algunos historiadores cuestionan que existiera una «reserva móvil», tal y como se entiende en la
actualidad, en tiempos del Imperio, argumentando en su contra que los cambios organizativos
representan una serie de ejércitos expedicionarios desplegados en distintas áreas del Imperio cuando se
les necesitaba, particularmente en Oriente. Otros apuntan a las graves dificultades fiscales e
inestabilidad política del imperio tardío, factores estos que complicaban la prosecución de los métodos
militares tradicionales.
Esta estrategia, tradicionalmente identificada con Constantino, supuso un giro de 180 grados en la
política fronteriza tradicional, que se caracterizaba por fortificaciones resistentes en los lindes del
Imperio, respaldadas por legiones permanentes cercanas a las zonas en conflicto. Por el contrario, las
mejores tropas se disponían en una "reserva móvil" más centralizada, que sería desplegada en áreas
conflictivas a lo largo del Imperio. Algunos, como Luttwak o Delbrück, opinan que se trataba de un
acierto, dadas las crecientes dificultades para gobernar el vasto Imperio, donde la inquietud política y
dificultades financieras hacían el viejo sistema imposible de mantener. Algunos escritores como Luttwak
condenan el viejo estilo, comparándolo a una gigantesca 'línea Maginot', que ofrecía una falsa sensación
de seguridad en las postrimerías del Imperio.52
Escritores antiguos, como Zósimo (siglo V) condenaron la política de reservas móviles aduciéndola a un
debilitamiento progresivo de la fuerza militar. Otros historiadores modernos, como Ferrill, también ven
este sistema como una estrategia errónea, arguyendo que las tropas de limitanei que permanecían en
las fronteras eran de baja calidad, los verdaderos encargados de frenar al enemigo hasta que la distante
"reserva móvil" llegaba. Aunque el descenso de calidad no ocurrió de manera inmediata, con el tiempo,
los limitanei evolucionaron hacia tropas ligeras, centinelas pobremente armados cuya efectividad para
detener a los cada vez más numerosos merodeadores bárbaros era, cuanto menos, dudosa. La
centralización de la infantería de élite se basaba también en motivos políticos (respaldando el poder
interno del emperador y algunas personalidades) más que en la realidad militar. Del mismo modo,
desdeña la aproximación de "línea Maginot" sugerida por Luttwak, aduciendo que dichas legiones
tradicionales y caballería de apoyo podían ser redesplegadas hacia un lugar problemático en la misma
frontera.53
Existen otras muchas facetas en la controversia sobre el fin de las viejas legiones, pero sea cual sea la
escuela de pensamiento, todos se muestran de acuerdo en que los valores tradicionales y el armamento
de la vieja legión pesada entró en decadencia. Vegecio, un escritor del siglo IV, en lo que es uno de los
trabajos militares más influyentes en el mundo occidental, subrayó esta decadencia como parte de un
equipo integrado entre caballería e infantería ligera. En los últimos años, esta fórmula que había
reportado tantos éxitos se fue esfumando. Atrapada entre el crecimiento de infantes más ligeramente
armados y desorganizados, y las cada vez más numerosas formaciones de caballería dentro de las
fuerzas móviles, los "pesados" como fuerza dominante, se marchitaron. Esto no implicó que
desaparecieran completamente, pero su reclutamiento masivo, formación, organización y despliegue
como parte esencial del sistema militar romano se vio grandemente afectado. Irónicamente, en las
últimas batallas del Imperio Occidental, las derrotas sufridas fueron infligidas por fuerzas de infantería
(muchos luchaban pie a tierra).
El historiador Arther Ferrill aprecia que incluso hacia el final, algunas de las viejas formaciones de
infantería seguían utilizándose. Tales agrupaciones eran cada vez menos efectivas, sin la severidad en
orden y disciplina, instrucción y organización de los viejos tiempos. En la batalla de Chalons (hacia 451),
Atila el huno arengó a sus tropas mofándose de la una vez respetada infantería romana, alegando que no
hacían más que acurrucarse tras una pantalla de escudos en formación cerrada. Ordenó a sus tropas
ignorarles y atacar a los potentes alanos y visigodos en su lugar. Era un triste comentario hacia la fuerza
que una vez había dominado Europa, el Mediterráneo y la mayoría del Medio Oriente. Aunque es cierto
que en Chalons la infantería romana contribuyó a la victoria al capturar terreno elevado en medio del
campo de batalla, sus días habían pasado ya, era el momento de las levas masivas de foederati
bárbaros.54