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A continuación, se analizan las propiedades de la morfología flexiva del español como proceso que tiene
lugar en la estructura de la palabra. Las características de la flexión pueden deducirse a partir del
contraste con la morfología derivativa, pues ambos procesos se manifiestan en la constitución formal de
la palabra. Desde esta perspectiva, interesa reunir las características que comparte la flexión con la
derivación y las que permiten diferenciar un proceso de otro, especialmente las que se refieren al
tratamiento de los paradigmas nominales y verbales. Tras estas bases, se toma en consideración el
problema de los encuentros con la derivación que plantean determinadas unidades formadas mediante
procesos flexivos. Finalmente, se atiende a las llamadas categorías híbridas, formadas por paradigmas
flexivos que muestran algún comportamiento mixto, con rasgos flexivos y derivativos.
Sin embargo, en la historia de la gramática española el tratamiento diferenciado de los dos procesos
morfológicos, la flexión y la derivación, es relativamente reciente, a pesar de que en la actualidad se
suele admitir sin reservas que estas dos ramas de la morfología, llamadas comúnmente morfología
flexiva y morfología léxica, pueden definirse por oposición entre una y otra (NGLE, 2009). Sin
embargo, este planteamiento comienza a esbozarse en la tradición española desde hace poco más
de un siglo en las obras de algunos gramáticos como Lanchetas (1897; 1908), Alemany (1920; 1928)
y Benot (1892; 1910), que orecen las primeras explicaciones sobre las dos ramas de la morfología,
sus unidades y las principales diferencias entre la flexión y la derivación (Lliteras, 2016)
Otros procesos fonológicos se manifiestan tanto en las palabras primitivas como en las derivadas, del
mismo modo que representaron factores determinantes en la evolución del latín al castellano y en
las variedades sociales del español actual. La haplología, por ejemplo, o reducción de sílabas
contiguas y semejantes, es frecuente en la derivación y composición (tenis-(is)ta, perman-(ec)-encia,
mono-(no)-mio, contra-(con)-cepción), no tanto en la flexión, aunque se da en los plurales del tipo los
lunes, las tesis, y en la regularidad que van adoptando los nuevos plurales como bufés, menús,
dominós, jabalís, etc., y representa asimismo una tendencia acusada en la lengua oral poco cuidada
(alredor, por alrededor; analís, por análisis; paralís, por parálisis).
Finalmente, las condiciones de buena formación propuestas por la morfología generativa para los
procesos léxicos (derivación y composición) se cumplen igualmente en los procesos flexivos (Varela
Ortega, 1990). Así, la condición de base única, entendida como la definición sintáctica y semántica
única para cada formación morfológica se extiende con claridad a la morfología flexiva, pues
tradicionalmente las clases de palabras se distinguen precisamente por los tipos flexivos que
admiten: el tiempo es propio del verbo, el género es propio del nombre y la ausencia de flexión es
una propiedad de las partículas. Por su parte, la condición estructural de adyacencia explica que el
alcance de la afijación debe limitarse a la formación inmediatamente anterior. Este requisito se
observa en formaciones derivadas (indescifrable/*indescifrar) y también en la flexión: es antigua la
idea de que los sufijos derivativos se añaden a las raíces para formar nuevos temas, mientras que los
formantes flexivos no pueden formar nuevos temas para otros procesos derivativos. Este principio
explica, por ejemplo, la formación de los nombres deverbales en -ción, -sión, que resultan
incompatibles con la flexión del verbo que sirve de tema de la derivación (como
detención<deten(er)ción, aprobación<aproba(r)ción, diversión<diver(tir)sión). En tercer lugar, la
condición de núcleo morfológico, que explica los procesos léxicos, también puede aplicarse a los
procesos flexivos, como por ejemplo a la transmisión de las irregularidades que impone un núcleo
morfológico verbal a sus verbos derivados (colgar>cuelgo, descolgar>descuelgo; conducir>condujo,
reconducir>recondujo; pero hay alguna excepción: decir>imperativo di/contradecir>imperativo
contradice).
Tampoco los casos de concurrencia de afijos son propios de la morfología flexiva: no hay ningún
verbo de la primera conjugación que admita, por ejemplo, un pretérito imperfecto en -ía, como
los de segunda, además de la forma correspondiente en -aba (*amia y amaba/cosía y *cosaba),
por más que en el subjuntivo de este mismo tiempo las desinencias -ra y -se sean casi
equivalentes, a pesar de que no alternan en oraciones independientes de tipo Quisiera ser
astronauta/*Quisiese ser astronauta (pero si Querría ser astronauta). Sin embargo, la
concurrencia de sufijos derivativos se presenta con bastante frecuencia en español. Dos sufijos
son concurrentes cuando comparten la misma regla de formación de palabras, se combinan con
una misma base léxica, pero producen dos resultados diferentes, cada uno con su propia
acepción, como en el caso de -miento y -ción, en convencimiento y convicción, recibimiento y
recepción, ocultamiento y ocultación, relajamiento y relajación, etc. (Lliteras, 2002) o las
formaciones de nombres deadjetivales en -dad y en -ismo, del tipo barbarismo y barbaridad,
bestialismo y bestialidad, castellanismo y castellanidad, casticismo y casticidad, etc. (Lliteras
2007) o la concurrencia de los sufijos -dor y -nte en nombres y adjetivos deverbales, como
carburador y carburante, hablador y hablante, picador y picante, secador y secante, vividor y
viviente, etc. (Ulloa, 2010). Por lo demás, las bases léxicas pueden admitir la sucesión de varios
afijos derivativos de distribuciones semejantes (posicionamiento, redescubrir). Sin embargo, los
afijos flexivos de un mismo paradigma no toleran la concatenación. De aqhi que, por ejemplo,
la expresión -as/-os para indicar femeninos y masculinos simultáneamente en la lengua escrita,
del tipo queridas/dos, compañeras/os, difícilmente se corresponde con la estructura
morfológica del español.
La ausencia de paradigmas derivativos explica que entre los derivados de una palabra no se
establezcan relaciones de neutralización, pues ninguno de estos podría asumir la función de
termino no marcado que comprendiese por su distribución y significado a todos los elementos
de la serie derivativa. Así, por ejemplo, los derivados de mar, como marea, marear, marejada,
marino, marítimo, marisco, etc., no contraen relaciones gramaticales de neutralización. Sin
embargo, los paradigmas flexivos, constituidos por las diferentes formas de realización de una
palabra según las relaciones sintácticas que mantienen en la oración, suelen admitir un término
no marcado que se obtiene por defecto en ausencia de marcas específicas. En el grupo nominal,
el singular y el masculino, y en el verbo, la segunda persona del singular y el presente pueden
desempeñar la función de términos no marcados en las oposiciones de número y género,
persona y tiempo, respectivamente.
4.2.1. Flexión nominal: número y género no marcados
Los enunciados de interpretación genérica o inespecífica suelen mostrar con mayor
regularidad la preferencia por los términos no marcados. En el caso de la oposición de
número, el singular, que carece de marca morfológica además de designar individuos
particulares, puede asumir el significado de pluralidad para denotar la generalidad de las
entidades de una clase o especie de la que se predica una propiedad o característica
prototípica de los ejemplares que las forman, como en El coche totalmente automático
estará pronto en la carretera; El tenedor se pone a la izquierda. Como término no
marcado de la oposición de número, el singular puede hacer referencia indistintamente
a la unidad o a la pluralidad en este tipo de contextos. Sin embargo, el plural se muestra
como termino marcado, y no solo por la presencia de segmentos morfológicos (-s, -es),
sino también porque, en general, los grupos nominales en plural rara vez pueden
designar entidades únicas. Así, en El tenedor se pone a la izquierda se puede de uno o de
varios tenedores, pero la frase Los tenedores se ponen a la izquierda que se utiliza
normalmente para indicar de muchos tenedores sobre una mesa de comedor. Los
gramáticos describen este caso de neutralización del número con referencia al llamado
<<singular genérico>> (RAE, 1973; Alcina Franch/Blecua, 1975; Fernández Ramírez, 1968;
Alarcos Llorach, 1994; Ambadiang, 1999; NGLE, 2009) y aportan enunciados como No he
visto tanto tiburón en mi vida; El lunes es el peor día de la semana. Desde esta
perspectiva, no parece a veces justificado el uso reiterado de la coordinación disyuntiva
o entre el singular y el plural del mismo sustantivo, como se presenta sobre todo en
algunos textos periodísticos (La policía busca pruebas que lleven hasta el autor o autores
del crimen)
Con respecto a la oposición de género, hay acuerdo entre los gramáticos en mostrar que
el masculino es el término no marcado para las clases de palabras que admiten esta
alternancia entre los dos géneros (sustantivos, adjetivos, artículos, etc.), tanto se refieran
a individuos animados como a entidades inanimadas. Las pruebas gramaticales del
comportamiento del masculino como termino no marcado se refieren, de una parte, a la
selección de formas adjetivas que no se distinguen morfológicamente del masculino en
los casos de concordancia con elementos neutros, como Aquello fue maravilloso; Esto no
es del todo cierto. El grupo neutro de lo más, de carácter superlativo, concuerda
normalmente con adjetivos en masculino si se predica la propiedad a un conjunto de
diferentes entidades: Las ofertas son de lo más variado; Una representación de los más
granado y variopinto del panorama internacional; Botellas de vino con unas etiquetas de
lo más barroco que se pueda pensar. Con oraciones sustantivas, se observa igualmente
la presencia sistemática del masculino: Está claro que despistó; Es necesario mantener la
calma. Las sustantivaciones del infinitivo y de cualquier otro elemento se construyen
también con artículos o adjetivos en masculino: Un buen despertar; El porqué; El pro y el
contra; El si de las niñas. Del mismo modo, el primer constituyente de un compuesto se
presenta con una terminación que no se distingue formalmente de la del masculino: Una
chica sordomuda; Las relaciones hispanoamericanas; El agua mineromedicinal; Las
propiedades fisicoquímicas; Las transmisiones paternofiliales; Las condiciones técnico-
sanitarias; Las cooperativas navarroaragonesas. Los adjetivos, en fin, no presentan
formas distintas del masculino singular en la función adverbial, como en trabajar duro,
hablar claro, volar bajo, respirar hondo, jugar limpio, hablar raro.
En los nombres de persona y, en general, de individuos animados, por otra parte, el uso
del masculino genérico no es sino la consecuencia del carácter no marcado de esta
desinencia flexiva. Tal propiedad del género masculino está, como señala la Gramática
académica (NGLE, 2009), tan fuertemente arraigada en el sistema gramatical del español
que solo convendría, por nuestra parte, añadir que el factor gramatical que impide la
interpretación genérica del masculino depende de la clase del nombre de persona de
que se trate. Pues bien, dos de las cinco clases que se distinguen en el conjunto de los
nombres referidos a personas, los nombres variables (compañero, ra: niño, ña;
trabajador, dora) y los comunes (el estudiante, la estudiante; el periodista, la periodista)
incluyen en la flexión del masculino la referencia a individuos de ambos sexos siempre
que el enunciado no contenga algún atributo o predicado exclusivo de los varones (como
seria, por ejemplo, Dos españoles alcanzaron el cardenalato; Los burócratas de la curia
romana). Sin este tipo de especificaciones contextuales marcadas para las referencias
masculinas, los nombres variables y comunes en masculino se interpretan
genéricamente: Dos españoles alcanzaron la presidencia; Los burócratas de la
administración europea. Este carácter no marcado del masculino se manifiesta
igualmente en la concordancia con nombres de persona heterónimos (El padre y la
madre estaban separados), variables (El abuelo y la abuela no viajaron juntos) y comunes
(El testigo y la testigo estaban casados) de distinto genero coordinados, así como con
nombres propios (Juan y María son muy parecidos). Con estos mismos nombres de
persona, pero solo un masculino por ser el no marcado, son frecuentes los enunciados
en los que se alude o se especifica el sexo del individuo mencionado: Todavía no saben
el sexo de su hijo; Su primer nieto ha sido niña; Dos de cada tres alumnos son mujeres.
Las variantes en femenino, por el contrario, resultarían anómalas (*Todavía no saben el
sexo de su hija). Del mismo modo, las llamadas construcciones con <<el femenino de
singularización>> concuerdan con el masculino no marcado (Ella fue el primer atleta,
hombre o mujer, que lo consiguió).
Pero no todas las clases de nombres de persona en masculino presentan este carácter
genérico. En efecto, otra clase de nombres de persona, que hemos denominado
ortónimos (Lliteras 2014), carece de esta posible interpretación genérica porque se trata
de nombres invariables, pero con la particularidad de que los de género masculino
designan sistemáticamente carones y los de género femenino solo se refieren a mujeres.
Está claro que los ortónimos masculinos, en singular o el plural, carecen de función
genérica independientemente de cualquier tipo de contexto, como se observa en Todos
los párrocos de la provincia estaban presentes; Había invitado a sus yernos; Los caballeros
vestían de rigurosa etiqueta.
Los heterónimos forman otra clase invariable de nombres de persona. En general, las
gramáticas suelen ilustrar la heteronimia tanto con sustantivos como padre y madre
como con otras parejas del tipo yerno y nuera, marido y mujer, además de algunos
nombres de animales. Sin embargo, se observa una importante diferencia entre ambos
tipos: los heterónimos, como padre y madre, papá y mamá, padrino y madrina se
comportan como los nombres variables y comunes, en el sentido de que el de género
masculino funciona como término no marcado en las mismas condiciones contextuales
que estos nombres flexivos: en Los padres de Ana se fueron de vacaciones, se entiende
normalmente que el padre y la madre de Ana están de viaje; en Mis padrinos me
regalaron una bicicleta, se supone que el padrino y la madrina hicieron el regalo. En
cambio, los ortónimos como yerno y nuera, marido y mujer, caballero y dama, etc., no
disponen de un masculino genérico: los yernos no incluye a las nueras; en los caballeros
solo se habla de varones, lo mismo que en los maridos.
Por el contrario, la quinta y última clase de nombres que designa individuos animados
(personas y animales), los llamados epicenos, también invariables, no aportan
información semántica sobre el sexo del referente, Se caracterizan por desvincularse de
esta correspondencia entre el género gramatical y el sexo que solamente presentan los
ortónimos, de modo que el valor genérico se alcanza tanto en los epicenos masculinos
(La policía busca a los sujetos del robo, posiblemente un hombre y una mujer) como en
los epicenos femeninos (Las autoridades estaban representadas por la alcaldesa y los
concejales). Nótese que las expresiones formadas por la coordinación de los dos géneros
de una misma palabra flexiva para expresar la referencia a personas de ambos sexos
carecen de justificación (excepto en los vocativos o saludos de cortesía, como en Buenas
noches, señoras y señores) siempre que sea compartido el contenido de la información,
sin establecer diferencias entre los referentes de uno y otro sexo, como en (?)EI éxito de
la democracia dependerá de todos nosotros y todas nosotras; (?)Los decanos y las
decanas de las facultades firmaron el manifiesto. Este tipo de enunciados, generalmente
limitado hoy al discurso político, sindical, escolar, etc., representa el retroceso a una
etapa del español en la que la ortonimia predominaba sobre los nombres variables y
comunes. En esta situación, el masculino carecía de función genérica y es natural que
con la reiteración de nombres de uno y otro género se tratara de expresar la diferencia
de acepciones en cada caso. La selección siguiente de textos antiguos muestra algunas
de estas propiedades (CORDE y NDHE):
Las intrigas […] que se traen […] el alcaide y la alcaldesa, el maestro y la maestra. El secretario y
su novia, […] el cura y su ama.
Vinieron el ventero y la ventera […], alumbrando ella con un cabo de vela; el marido comenzó a
desviar con mucho silencio un gran montón de estiércol.
Una mujer tuvo una cuestión con la esposa de un carabinero, insultándose mutuamente. Entonces
la carabinera le dio un mordisco.
La señora del alcalde era una dama bonachona, sin otra flaqueza que suponerse muy relacionada
en la corte [..]. La alcaldesa hablaba por los codos.
Las diferencias temporales que se expresan mediante la flexión verbal disponen del
presente de indicativo como tiempo no marcado, pues con frecuencia la forma canto
neutraliza las referencias al pasado canté o he cantado y al futuro cantaré. Las gramáticas
describen los valores del presente, que recibe muy variadas denominaciones para indicar
los casos de neutralización, como, entre otros, el presente genérico (Por el humo se sabe
dónde el fuego), el presente histórico (Nebrija escribe la primera gramática española en
1492), el presente narrativo (Lanzo la pelota y casi rompe el cristal), el presente
prospectivo o presente pro futuro (Me voy la semana que viene), el presente de mandato
o presente deóntico (Pides permiso y entras). El carácter no marcado de la flexión del
presente explica que la referencia temporal de un complemento adverbial se impone
sobre la interpretación del tiempo verbal (García Fernández, 2013). Así, en Mañana te
veo, se entiende que el presente veo se refiere al futuro y en Ayer dice que sí y hoy cambia
de opinión, el presente dice representa un evento en tiempo pasado, pero las
construcciones con estos adverbios y los tiempos marcados, pasado o futuro, son
agramaticales: *Mañana te vi; *Ayer dirá que sí y hoy cambia de opinión.
Finalmente, en Cuanto a la flexión modal, las formas del modo subjuntivo se comportan
como formas marcadas frente a las del indicativo, en el sentido de que la presencia de
aquellas está determinada por algún inductor modal, como la negación (No veo que te
guste/ Veo que te gusta) o la interrogación (¿Ves algo que te guste?/ Veo algo que te
gusta), entre otros inductores, El indicativo, en cambio, se considera el modo por
defecto, asimilado al que aparece en oraciones independientes, en las que no necesita
ser inducido (Ridruejo, 1999). El subjuntivo rara vez se selecciona en oraciones
independientes sin un activador específico, pues los casos del subjuntivo no subordinado
se limitan prácticamente a enunciados que plantean una hipótesis (Sea una disolución
de 20 gramos de glicerina) o un deseo (Quisiera ir al teatro), además de fórmulas más o
menos fijadas (Que lo disfrutes; Que tengas suerte), Sin embargo, son muy numerosos
los contextos en los que el indicativo alterna con el subjuntivo. Así, por ejemplo, el
subjuntivo alterna con auxiliares modales de obligación en indicativo (Ordenó que debía
salir-Ordenó que saliera); con el gerundio de verbos que expresan hipótesis (Suponiendo
que {es—sea} mayor de edad); con adverbios de duda o posibilidad en posición preverbal
(Quizá/Posiblemente {tiene-tenga} razón); en construcciones copulativas enfáticas en
que el indicativo está excluido por un verbo de afección (Le sorprende que {sepa-*sabe}
a limón; Es sorprendente que {sepa-*sabe} a limón/Lo que le sorprende es que {sabe-
sepa} a limón), entre otros muchos casos. En estas construcciones con alternancia modal
se pone de manifiesto el valor asertivo del indicativo en contraposición con los
enunciados no factuales, como son los virtuales, hipotéticos, no verificados o no
experimentados, que seleccionan el modo subjuntivo (Confío en que {lleva-lleve} el
móvil). Por otra parte, cabe añadir que el subjuntivo es un modo defectivo en español y
en otras lenguas románicas. Así, la oposición canté/cantaba del indicativo carece de
formas correspondientes en el subjuntivo y la oposición canto/cantaré del indicativo se
neutraliza en el presente de subjuntivo cante.
Frente a los paradigmas flexivos, que presentan un término no marcado con el que se
pueden neutralizar los significados gramaticales de las formas que los integran, los
derivados de una misma base léxica se caracterizan por la especialización semántica, de
modo que las formas derivadas, incluso las que pertenecen a la misma clase de palabras
y muestran procesos morfológicos semejantes, seleccionan contextos restringidos, por
lo que difícilmente pueden contraer relaciones semejantes a las de la neutralización de
las unidades flexivas. Si así fuera, se esperaría que un derivado, el no marcado, alcanzara
un significado de mayor extensión para incluir en su denotación también a otros
derivados de la serie con mayor intensión. Sin embargo, las series derivativas no se
comportan de este modo, Por ejemplo, los adjetivos derivados de una misma base
nominal mediante sufijos diferentes, sean relacionales o calificativos, rara vez comparten
los mismos enunciados, y aun en este caso suele ocurrir que uno de los derivados caiga
en desuso, como se observa, por ejemplo, en los adjetivos desusados austrino,
crepusculino, criminoso o luciferal, frente a los usuales austral, crepuscular, criminal o
luciferino, respectivamente. Con los derivados vigentes, en cambio, se suelen distinguir
las acepciones y los contextos apropiados para cada uso, como en la industria
alimentaria/producto alimenticio; calefacción central/piso céntrico.
Las lenguas románicas, como el español, son lenguas flexivas de tipo fusionante
(Martínez Celdrán 1995). En la tradición estructuralista, una de las principales
características de las leguas flexivas consiste en que este tipo de lenguas no establece
una correspondencia binaria entre el morfema (o significado de un afijo) y el morfo (o
segmento fónico analizado como afijo). La falta de correspondencia desemboca en
muchos casos de sincretismo: la desinencia -é de canté es el morfo que expresa
sincréticamente “pretérito”, “primera persona” y “singular”, y paralelamente, también
conduce a una variada alomorfía, pues en las lenguas flexivas resulta muy frecuente que
un mismo morfema sea expresado por morfos diferentes (Bosque, 1982): el morfema de
plural se presenta en las categorías nominales con tres variantes alomórficas, -s, -es y
cero Ø, normalmente según la terminación de la base (libo-s, camión-es, crisis, pero
jabalí-es frente a esquís).
Pues bien, el sincretismo, el recurso al formante nulo Ø sin representación fonológica (la
tesis/la tesisØ) y el supletismo o supleción de la morfología flexiva, que se refiere a la
diferencia de raíces en un mismo paradigma (soy/eres, voy/fui), son características
formales de la flexión que carecen de sentido en la morfología derivativa, pues la
derivación no está determinada por la regularidad paradigmática. Con todo, en la
derivación también se denominan bases supletivas a las formas cultas que alternan con
derivados de bases patrimoniales, como pluv- en pluvial/lluvioso, lact- en lácteo/lechoso,
fratern- en fraternidad/hermandad (NGLE, 2009).
Por otro lado, la derivación, pero no la flexión, está condicionada por reglas morfonológicas que
solo resultan productivas en las formaciones sufijadas. Fábregas (2013) explica que los
alomorfos -al/-ar de los adjetivos denominales se seleccionan por disimilación con las
consonantes de la base, de manera que se forma el derivado en -al si la base contiene r en
posición final (primaver-al, elector-al), mientras que el derivado termina en -ar si la base tiene
l final (popul-ar, espectacul-ar), con la particularidad de que si la base contiene estas dos
consonantes, se forma el derivado con el alomorfo contrario a la última consonante de la base
(liter-al, liber-al, flor-al; circul-ar, curricul-ar, regul-ar). Nada semejante puede alterar la forma
de una desinencia flexiva, aunque se repitan las mismas condiciones anteriores (par-ar, liber-
ar).