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RELÍGÍONES
FENOMENOLOGÍA E HISTORIA DE LAS RELIGIONES 2020-2021
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Cfr. M. GUERRA, o. C., y el resumen que de él hace V. SANZ SANTACRUZ, Fenomenología y
sociología de la religión, Pamplona 1998, 23 ss. (pro manuscripto).
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con la etimología del término, esto es, con los fenómenos meteorológicos y atmosféricos,
especialmente con aquellos que más directamente transmiten la idea de potencia y fuerza,
exceden toda posibilidad de control humano y adoptan con frecuencia un aspecto
sobrecogedor: rayos, tormentas, relámpagos. En directa relación con ello se halla la idea
de superioridad, elevación, altura, imagen, bien perceptible en el caso del monte Olimpo,
residencia de los dioses griegos, pero todavía más patente en la idea de esfera o bóveda
celeste, donde se impone con fuerza la idea de supremacía y trascendencia.
Esta concepción de la divinidad transmite la idea de una separación drástica entre el
mundo humano y el divino, situados en dos planos o niveles distintos, cobrando así fuerza
la noción de distanciamiento, que no implica sin embargo un alejamiento y ruptura
totales, pues lo divino, en la mayor parte de las tradiciones religiosas de este tipo, está
presente e incluso lo colma todo. El ámbito de lo humano se muestra como algo finito,
limitado, terreno, incapaz de elevarse hasta el mundo superior celeste, divino y
majestuoso. La conciencia de esta distancia lleva, bien a moderar y, en lo posible, a anular
la aspiración hacia lo más alto, tratando de evitar aquello que es inalcanzable, o produce,
por el contrario, la frustración y angustia característica de quien pretende algo que excede
sus fuerzas.
La reacción religiosa del hombre donde está presente la constante celeste es de
adoración, respeto, en algunos casos de temor y sobrecogimiento, ante la manifestación
majestuosa y suprema de la divinidad. A diferencia de lo que ocurre en la constante
telúrica, adopta por lo general una representación masculina e incluso paterna, con
especial hincapié en la idea de una autoridad y de dominio, que es claramente
antropomórfica y en la que está ausente la vinculación a especies animales. En algunas
religiones aparecen ambas divinidades. El dios celeste se une a la diosa tierra en
matrimonio hierogámico, ascendiendo a esta divinidad de inferior rango a la divinidad
hegemónica del dios celeste.
G. MURRAY, evolucionista como Tylor, (cfr. La religión griega, Buenos Aires 1956), sostiene
que los dioses antropomórficos, omnipresentes en las religiones mediterráneas evolucionadas,
surgieron por evolución paulatina de un animal de extraordinaria fuerza vital (mana) cuya piel o
cabeza vistieron algunos hombres en funciones cúlticas.
Más que de evolución, en estos casos, según M. Guerra se trataría de asunción de prácticas
de religión telúrica por parte de los pueblos indoeuropeos, de religiones de tipo solar, cuyas
divinidades antropomórficas coexistían a veces con el teromorfismo de los pueblos dominados
más primitivos.
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carácter nacional es que esas religiones no son proselitistas, no muestran interés alguno
en traspasar las fronteras del propio pueblo o nación. Como escribe Cicerón: “cada
ciudad tiene su religión, como nosotros tenemos la nuestra2.
Hay, pues, una superposición o yuxtaposición de religiones, que da lugar a una gran
variedad y subraya el carácter relativo y no absoluto que tienen, como se manifiesta en la
liberalidad que, en parte por razones de estrategia política, les lleva no sólo a tolerar otras
religiones, sino también a incorporar a su propio panteón o elenco de dioses, divinidades
extranjeras, incluso de pueblos conquistados, dando lugar a un sincretismo religioso que
es un rasgo peculiar, por ejemplo, del período helenístico.
Las religiones étnico-políticas se distinguen por un tipo de religiosidad que se puede
denominar “oficial” o incluso legal, pues tiene ante todo un carácter público y está muy
vinculada a los avatares políticos y militares que determinan la vida de un pueblo. Su
finalidad y función parece consistir sobre todo en la protección y conservación de la
comunidad o pueblo, mediante el fortalecimiento de la cohesión social, al que
contribuyen decisivamente los ritos y formas de culto, que tienen también un carácter
oficial, que coexiste junto a otras manifestaciones personales de religiosidad. De ahí que
la autoridad política y militar desempeñe en ocasiones funciones religiosas o tenga al
menos un poder de decisión sobre ellas. Por lo general, las religiones étnico-políticas
tienen su origen en las formas sociales más elementales y primarias, como la familia, la
tribu, la estirpe, y evolucionan después hacia formas más amplias y elaboradas de acuerdo
con el desarrollo natural de éstas que les lleva a constituir unidades superiores en las que
se integran. Este proceso explica en parte el politeísmo de estas religiones, por agregación
de las divinidades de las correspondientes familias o tribus.
Los rasgos señalados ponen de manifiesto la dimensión intramundana de semejante
religiosidad, compatible con la admisión de dioses superiores y trascendentes al hombre
y que tiene, en contrapartida, otras virtualidades, como es, por ejemplo, la consciencia de
que las propias faltas o el comportamiento incorrecto repercuten en la colectividad y
tienen así consecuencias sociales, idea que estaba muy arraigada, por ejemplo, en la
religión romana.
La íntima unión de lo religioso y lo político lleva, por un lado, a una divinización de
este último aspecto y a una consiguiente concepción teocrática, en la que la máxima
autoridad política llega a ser venerada como una divinidad, como ocurrió entre otros
casos, en el Egipto faraónico, en la Roma imperial, en el Perú de los incas y, hasta época
muy reciente, en el sintoísmo japonés. La fusión de lo político y lo religioso suele tener
como consecuencia un debilitamiento de la dimensión religiosa, a expensas de una
instrumentalización política que va desvirtuando la esencia misma de lo genuinamente
religioso y reduciéndolo a una formalidad fría y sin alma, que apenas satisface las
legítimas aspiraciones humanas. Por eso, no es infrecuente que en aquellos lugares donde
la religión tenía un carácter oficial o étnico-político, como en Grecia y Roma, surgieran
otras que ponían el acento en la dimensión interior, más profunda, no meramente
ritualista, y que reciben el nombre de religiones mistéricas.
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CICERÓN, Pro L. Flacco oratio, 28, 69.
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Parece que este tipo de religiosidad tiene un origen muy antiguo, que hunde sus raíces -como ya
decíamos- en la religiosidad telúrica, y se mantuvo en estado latente, al menos en el mundo
mediterráneo, en los estratos más bajos de la sociedad durante el predominio de las religiones celeste
y étnico política. Cuando éstas quiebran o se debilitan, se produce un resurgir de los misterios, movido
por el afán de buscar una intensidad y un compromiso personal que la religión oficial no ofrecía. Es
propio de las religiones mistéricas la celebración de ritos de iniciación, que sellan la incorporación a
los misterios y que van unidos a una estricta prohibición de divulgarlos, aspecto también característico
de este tipo de religión, que subraya la acepción de “secreto” propia del término “misterio”. Cfr. A.
ALVÁREZ DE MIRANDA, Religiones Mistéricas, Revista de Occidente, Madrid, 1961, 53.
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universal como la representación del propio Dios como Dios universal, pero ello es
debido a que la religión ha pasado a ser considerada como la “religión querida por Dios
para toda la humanidad”.
Las religiones universales personalizan la relación religiosa y de esta forma la
separan de la pertenencia a una determinada comunidad. En ellas, la propia divinidad es
la divinidad de todos los hombres, y por ello adquieren un espíritu proselitista que puede
realizarse de formas más o menos elevadas. Como religiones universales, en sentido
estricto, suelen contarse: la religión de Zaratustra, el budismo, el cristianismo, el islam y
las religiones de los misterios.
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Religiones de orientación mística y religiones proféticas
Es una segunda división, frecuente en las tipologías de la religión a partir de Söderblom. El criterio
definitivo para el establecimiento de esta división no es el personal o no personal de la representación de
lo divino sino la forma de representar la relación del Absoluto con el que el hombre entra en contacto, y
el “mundo” en el que vive.
La religión mística concibe el Absoluto en término que lo relativo, el mundo y la vida intramundana,
aparecen como carentes de valor, hasta el punto de que el reconocimiento de lo Absoluto pasa por la
negación práctica de todo lo mundano.
El objetivo que la religiosidad mística propone al hombre es la unión en el Absoluto como única realidad
en el que el sujeto puede sumirse. La religiosidad profética, en cambio, sin dejar de afirmar el valor
supremo del Absoluto realiza esta afirmación a través del ejercicio de las posibilidades humanas y
propone como meta una relación con Dios representada de tal modo que, lejos de exigir la pérdida de los
elementos personales, éstos adquieren las posibilidades más elevadas para su plena realización en la
relación con la divinidad.
Estas dos formas de religiosidad influyen en el conjunto de las manifestaciones religiosas, desde la
representación de lo divino hasta las formas de oración y organización comunitaria. Las religiosidades
místicas suelen representarse a Dios bajo las formas monistas; sociológicamente son individualistas;
tienden al esoterismo; practican sin dificultad la más compleja tolerancia y ejercitan una forma de oración
en la que prevalece el ideal de la unión estática. Las religiones proféticas se representan a la divinidad
bajo formas marcadamente personales, insisten en trascendencia ética del compromiso religioso; tienden
al establecimiento de instituciones religiosas bien definidas y proponen formas dialogales de oración.
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