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FENOMENOLOGÍA E

HÍSTORÍA DE LAS Curso 2020-2021

RELÍGÍONES
FENOMENOLOGÍA E HISTORIA DE LAS RELIGIONES 2020-2021

II. LAS CONSTANTES DEL HECHO RELIGIOSO

En el capítulo introductorio de esta materia se ha señalado la enorme diversidad de


religiones que se han dado a lo largo de la historia y que confirman la presencia en todas
las culturas de la dimensión religiosa como uno de los elementos más característicos de
lo humano. En este tema vamos a ofrecer una primera presentación, necesariamente
sumaria, de esa pluralidad de religiones, aunque no nos referiremos propiamente a
religiones singulares, sino a rasgos o caracteres especialmente relevantes que pueden ser
comunes a diferentes religiones y no son excluyentes entre sí, que se han agrupado bajo
el nombre genérico de “constantes religiosas”, término con el que se pretende señalar “el
denominador común a formas aparentemente distintas por tener cada una un numerador
de notas más o menos diferentes”, esto es, las facetas comunes a las que, en cierto sentido,
podríamos llamar familias religiosas, dejando de lado los rasgos peculiares de cada una
de ellas.
M. Guerra propone, por ejemplo, cuatro constantes típicas -telúrica, celeste, étnico-
política y mistérica- que pueden ser comunes a religiones muy distintas. Ese
denominador común las constituye, en cierto sentido, en cuatro grandes familias
religiosas1.

2.1. Constante telúrica

La constante telúrica, es característica del mundo arcaico -propia de pueblos de


mentalidad poco desarrollada, de civilización agrícola en especial- se caracteriza por
la divinización de la Madre tierra, en tanto es portadora del misterio de la vida y la
fecundidad. Esta constante está sobre todo presente en las llamadas religiones de la
naturaleza, pero se encuentra también en pueblos y civilizaciones que desarrollaron
expresiones culturales de gran altura.
En la tierra veían representada la misteriosa potencia divina, que oculta en su seno
la fecundidad y fertilidad de los campos y el ciclo reiterado de las estaciones, así como
el origen y el medio vital en el que se desarrolla el ser humano. No es, pues, tanto la
dimensión geológica cuanto biológica de la tierra lo que da a ésta un carácter sagrado
que, en último término, se refiere al misterio mismo de la vida. Una consecuencia de
ello es la antiquísima costumbre de enterrar o inhumar los cadáveres, ceremonia con la
que se significaba el retorno del hombre al origen del que procedía, por eso es también
característica la vinculación de la palabra “madre” a la diosa Tierra, dando lugar a la
expresión “madre tierra”. Al mismo tiempo, constituye una afirmación de inmortalidad
o de retorno a la vida, de modo semejante a como la tierra hace germinar todos los años
las semillas.

1
Cfr. M. GUERRA, o. C., y el resumen que de él hace V. SANZ SANTACRUZ, Fenomenología y
sociología de la religión, Pamplona 1998, 23 ss. (pro manuscripto).

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La divinización de la tierra no hay que entenderla exclusivamente con un carácter


panteísta e impersonal, sino que desde muy antiguo fue personificada y, por lo general,
venerada junto a otras fuerzas o potencias divinas. En muchas tradiciones la figura de
la serpiente aparece como manifestación suprema de la divinidad telúrica, expresión
de la energía que actúa en la naturaleza. Aparece así la vinculación de la imagen y
representación de la divinidad a especies animales, que es mucho más antigua que la
figuración antropomórfica o humanizada de la divinidad, como lo muestran, por
ejemplo, las representaciones de arte rupestre que se han conservado.
En esta religiosidad arcaica encontramos, con frecuencia, el culto a los
antepasados, propio del animismo primitivo, que pervive también en religiones
asiáticas más evolucionadas, coexistiendo con el panteísmo de fondo que les es propio.
El evolucionista religioso E. B. TYLOR (Primitive culture, New York 1956), hace
derivar la que él considera -sin fundamento- más antigua religión humana -el
animismo- de la creencia de que todo cuerpo, tanto viviente como inanimado, está
integrado por dos componentes: uno material, tangible y conformado, y otro espiritual,
invisible e inaferrable: espíritu-alma, animismo y fetichismo. Tylor coloca esta idea a
manera de religión mínima en la base de la especulación religiosa de los pueblos
primitivos (salvajes) que ascienden hacia la civilización, explicando así el
desenvolvimiento religioso de la humanidad en diversas fases sucesivas y progresivas
a partir del originario animismo.
Según Juan Pablo II (cfr. Cruzando el umbral, cit.102) las religiones primitivas
de tipo animista, que ponen en primer plano el culto a los antepasados, se encuentran
especialmente cerca del cristianismo. Con ellos, la actividad misionera de la Iglesia
halla más fácilmente un lenguaje común. ¿Hay, quizá, en esta veneración a los
antepasados una cierta preparación para la fe cristiana en la comunión de los santos,
por la que todos los creyentes -vivos o muertos- forman una única comunidad, un único
cuerpo? La fe en la comunión de los santos es, en definitiva, fe en Cristo, que es la
única fuente de vida y de santidad para todos. No hay nada de extraño, pues, en que los
animistas africanos y asiáticos se conviertan con relativa facilidad en confesores de
Cristo, oponiendo menos resistencia que los representantes de las grandes religiones
del extremo Oriente”.

2.2. Religiosidad celeste

La constante celeste correspondería a pueblos de mentalidad más desarrollada que


tiende a la configuración antropomórfica de las teofanías de origen celeste, presente en
muchas religiones de los pueblos mediterráneos, aunque no se limita sólo a ellos, sino
que también se encuentra, por ejemplo, en religiones orientales de China y Japón, así
como en las civilizaciones precolombinas de América.
Lo peculiar de este tipo de religiosidad, y de donde toma su nombre, es la
concepción de la divinidad como procedente del cielo, donde tiene su morada,
especialmente presente en pueblos pastoriles. De manera similar a como ocurría en la
religiosidad telúrica, el carácter celeste de esta constante tiene que ver en primer lugar
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con la etimología del término, esto es, con los fenómenos meteorológicos y atmosféricos,
especialmente con aquellos que más directamente transmiten la idea de potencia y fuerza,
exceden toda posibilidad de control humano y adoptan con frecuencia un aspecto
sobrecogedor: rayos, tormentas, relámpagos. En directa relación con ello se halla la idea
de superioridad, elevación, altura, imagen, bien perceptible en el caso del monte Olimpo,
residencia de los dioses griegos, pero todavía más patente en la idea de esfera o bóveda
celeste, donde se impone con fuerza la idea de supremacía y trascendencia.
Esta concepción de la divinidad transmite la idea de una separación drástica entre el
mundo humano y el divino, situados en dos planos o niveles distintos, cobrando así fuerza
la noción de distanciamiento, que no implica sin embargo un alejamiento y ruptura
totales, pues lo divino, en la mayor parte de las tradiciones religiosas de este tipo, está
presente e incluso lo colma todo. El ámbito de lo humano se muestra como algo finito,
limitado, terreno, incapaz de elevarse hasta el mundo superior celeste, divino y
majestuoso. La conciencia de esta distancia lleva, bien a moderar y, en lo posible, a anular
la aspiración hacia lo más alto, tratando de evitar aquello que es inalcanzable, o produce,
por el contrario, la frustración y angustia característica de quien pretende algo que excede
sus fuerzas.
La reacción religiosa del hombre donde está presente la constante celeste es de
adoración, respeto, en algunos casos de temor y sobrecogimiento, ante la manifestación
majestuosa y suprema de la divinidad. A diferencia de lo que ocurre en la constante
telúrica, adopta por lo general una representación masculina e incluso paterna, con
especial hincapié en la idea de una autoridad y de dominio, que es claramente
antropomórfica y en la que está ausente la vinculación a especies animales. En algunas
religiones aparecen ambas divinidades. El dios celeste se une a la diosa tierra en
matrimonio hierogámico, ascendiendo a esta divinidad de inferior rango a la divinidad
hegemónica del dios celeste.
G. MURRAY, evolucionista como Tylor, (cfr. La religión griega, Buenos Aires 1956), sostiene
que los dioses antropomórficos, omnipresentes en las religiones mediterráneas evolucionadas,
surgieron por evolución paulatina de un animal de extraordinaria fuerza vital (mana) cuya piel o
cabeza vistieron algunos hombres en funciones cúlticas.
Más que de evolución, en estos casos, según M. Guerra se trataría de asunción de prácticas
de religión telúrica por parte de los pueblos indoeuropeos, de religiones de tipo solar, cuyas
divinidades antropomórficas coexistían a veces con el teromorfismo de los pueblos dominados
más primitivos.

2.3. Constante étnico-política

La constante étnico-política pone de relieve la dimensión social de la religión y su


íntima relación con la identidad del pueblo o nación. La religión es así algo propio del
pueblo, que se confunde con sus orígenes mismos, y posee índole fuertemente nacional
y una concepción politeísta de la divinidad: cada pueblo tiene sus propios dioses
protectores. En el mundo antiguo son claros ejemplos de este modelo las religiones griega
y romana y en el mundo precolombino la religión de los aztecas. Una consecuencia del

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carácter nacional es que esas religiones no son proselitistas, no muestran interés alguno
en traspasar las fronteras del propio pueblo o nación. Como escribe Cicerón: “cada
ciudad tiene su religión, como nosotros tenemos la nuestra2.
Hay, pues, una superposición o yuxtaposición de religiones, que da lugar a una gran
variedad y subraya el carácter relativo y no absoluto que tienen, como se manifiesta en la
liberalidad que, en parte por razones de estrategia política, les lleva no sólo a tolerar otras
religiones, sino también a incorporar a su propio panteón o elenco de dioses, divinidades
extranjeras, incluso de pueblos conquistados, dando lugar a un sincretismo religioso que
es un rasgo peculiar, por ejemplo, del período helenístico.
Las religiones étnico-políticas se distinguen por un tipo de religiosidad que se puede
denominar “oficial” o incluso legal, pues tiene ante todo un carácter público y está muy
vinculada a los avatares políticos y militares que determinan la vida de un pueblo. Su
finalidad y función parece consistir sobre todo en la protección y conservación de la
comunidad o pueblo, mediante el fortalecimiento de la cohesión social, al que
contribuyen decisivamente los ritos y formas de culto, que tienen también un carácter
oficial, que coexiste junto a otras manifestaciones personales de religiosidad. De ahí que
la autoridad política y militar desempeñe en ocasiones funciones religiosas o tenga al
menos un poder de decisión sobre ellas. Por lo general, las religiones étnico-políticas
tienen su origen en las formas sociales más elementales y primarias, como la familia, la
tribu, la estirpe, y evolucionan después hacia formas más amplias y elaboradas de acuerdo
con el desarrollo natural de éstas que les lleva a constituir unidades superiores en las que
se integran. Este proceso explica en parte el politeísmo de estas religiones, por agregación
de las divinidades de las correspondientes familias o tribus.
Los rasgos señalados ponen de manifiesto la dimensión intramundana de semejante
religiosidad, compatible con la admisión de dioses superiores y trascendentes al hombre
y que tiene, en contrapartida, otras virtualidades, como es, por ejemplo, la consciencia de
que las propias faltas o el comportamiento incorrecto repercuten en la colectividad y
tienen así consecuencias sociales, idea que estaba muy arraigada, por ejemplo, en la
religión romana.
La íntima unión de lo religioso y lo político lleva, por un lado, a una divinización de
este último aspecto y a una consiguiente concepción teocrática, en la que la máxima
autoridad política llega a ser venerada como una divinidad, como ocurrió entre otros
casos, en el Egipto faraónico, en la Roma imperial, en el Perú de los incas y, hasta época
muy reciente, en el sintoísmo japonés. La fusión de lo político y lo religioso suele tener
como consecuencia un debilitamiento de la dimensión religiosa, a expensas de una
instrumentalización política que va desvirtuando la esencia misma de lo genuinamente
religioso y reduciéndolo a una formalidad fría y sin alma, que apenas satisface las
legítimas aspiraciones humanas. Por eso, no es infrecuente que en aquellos lugares donde
la religión tenía un carácter oficial o étnico-político, como en Grecia y Roma, surgieran
otras que ponían el acento en la dimensión interior, más profunda, no meramente
ritualista, y que reciben el nombre de religiones mistéricas.

2
CICERÓN, Pro L. Flacco oratio, 28, 69.

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2.4. Constante mistérica

La constante mistérica destaca por el compromiso exigente que reclama y por el


carácter interior e individual, no sólo exterior y colectivo, de la religión. En la
contraposición con la religiosidad étnico-política se aprecian sus rasgos más peculiares.
Así, se ha escrito a propósito de las religiones mistéricas de la Grecia antigua que “en la
religión oficial se estaba, pero a la religión mistérica había que llegar a fuerza de
ascetismo y de fe, sometiéndose a normas y cumpliendo condiciones, por medio de
disposiciones que no eran tan sólo corporales y sociales, sino interiores y espirituales.
Ser miembro de la religión oficial no era ni más ni menos que ser ciudadano, pero
pertenecer a una religión mistérica era cosa no sólo distinta de la ciudadanía, sino ajena
a ella; era una categoría estrictamente religiosa; el mystes era un “alma”, en la que tras
los ritos de iniciación para ingresar en un mundo religioso, esotérico u oculto, se educaba
y se instruía para alcanzar la salud a través de ceremonias secretas y de una “técnica”, por
así llamarla, inexorable para el cuerpo y para el espíritu.
Parece que este tipo de religiosidad tiene un origen muy antiguo, que hunde sus
raíces en la religiosidad telúrica, y se mantuvo en estado latente, al menos en el mundo
mediterráneo, en los estratos más bajos de la sociedad durante el predominio de las
religiones celeste y étnico-política. Cuando éstas quiebran o se debilitan, se produce un
resurgir de los misterios, movido por el afán de buscar una intensidad y un compromiso
personal que la religión oficial no ofrecía. Es propio de las religiones mistéricas la
celebración de ritos de iniciación, que sellan la incorporación a los misterios y que van
unidos a una estricta prohibición de divulgarlos, aspecto también característico de este
tipo de religión, que subraya la acepción de "secreto" propia del término "misterio".
La religión mistérica es marginal, situándose fuera de la vida oficial o pública, y
acentúa la dimensión telúrica, ligada a la tierra, lo que le lleva a suscitar emociones
profundas entre sus iniciados, que contrastan con el carácter apolíneo y mesurado de la
religiosidad oficial griega, por ejemplo -celeste y antropocéntrica-, y no raramente
conducen a excesos de tipo orgiástico y a situaciones de exaltación y pérdida del control
del yo3. Es una religiosidad entusiástica, que busca por encima de todo avivar el
sentimiento.
Uno de los aspectos centrales de la religiosidad mistérica es que sostiene la
existencia de un renacer después de la muerte y se impregna de un contenido ético y

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Parece que este tipo de religiosidad tiene un origen muy antiguo, que hunde sus raíces -como ya
decíamos- en la religiosidad telúrica, y se mantuvo en estado latente, al menos en el mundo
mediterráneo, en los estratos más bajos de la sociedad durante el predominio de las religiones celeste
y étnico política. Cuando éstas quiebran o se debilitan, se produce un resurgir de los misterios, movido
por el afán de buscar una intensidad y un compromiso personal que la religión oficial no ofrecía. Es
propio de las religiones mistéricas la celebración de ritos de iniciación, que sellan la incorporación a
los misterios y que van unidos a una estricta prohibición de divulgarlos, aspecto también característico
de este tipo de religión, que subraya la acepción de “secreto” propia del término “misterio”. Cfr. A.
ALVÁREZ DE MIRANDA, Religiones Mistéricas, Revista de Occidente, Madrid, 1961, 53.

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soteriológico, del que carecen las religiones nacionales o étnico-políticas. Concede


especial relevancia a las fuerzas ocultas de la vida y la muerte, subrayando el sentimiento
de culpa y la necesidad de reparar mediante ritos catárticos o de purificación, como
condición necesaria para poder unirse a la divinidad, núcleo central del misterio. Rompe
con el valor que en la religión nacional tenían los antepasados y abandona así el modelo
patriarcal y comunitario, para insistir sobre todo en el deseo y necesidad que el individuo
experimenta de relacionarse con la divinidad. Se puede decir, por tanto, que tiene un
carácter en cierto modo revolucionario respecto a la religiosidad oficial de tipo étnico-
político, con la que, al menos en el mundo grecorromano, es compatible y a la que
complementa, constituyendo algo así como una especie de piedad supletoria.

2.5. Constante de las religiones universales


Coinciden todas ellas en poseer notas diferenciadoras con respecto a las otras
constantes. Tienen todas un fundador conocido. En vida predica una nueva doctrina.
Coincide con un personaje histórico, que después de experimentar una fuerte experiencia
religiosa, cambia su circunstancia y comienza a predicar. Las biografías de todos ellos
tienen rasgos comunes: todos fueron hijos de reyes o príncipes, pertenecen a familias
acomodadas y en un momento determinado dejan todo eso y se dedican de por vida a
predicar muriendo muy ancianos. Estos rasgos se ven, por ejemplo, en Moisés. El
cristianismo sería fenomenológicamente para muchos investigadores un apéndice del
judaísmo.
Todas estas religiones son universales o supranacionales, están destinadas a
todos los tiempos y épocas, son católicas, destinadas no a un clan o país sino a todos,
abiertas a todos los niveles, no sólo élites. La práctica proselitista forma parte del
universalismo.
Todas poseen un libro religioso, su doctrina está contenida en uno o varios libros
sagrados. "Religiones de libro". Su contenido es irreformable. Son obra de un fundador,
aunque la mayor parte de las veces son escritas por sus discípulos. Se conservan en lengua
original. Así, el sumerio dejó de hablarse en el 2000 a.C. y se conservó en la liturgia de
los templos mandeísta quince siglos después. En el cristianismo se conservó el latín hasta
el Concilio Vaticano II. El conservadurismo lingüístico se extiende por el hálito de
inefabilidad y misterio del rito. Se pretendía mantener el misterio tras unos textos sacros
que pocos comprendían. Expresa lo inefable de lo divino. Se explica también por la
memorización de los libros antiguos.
Diferencia entre las religiones nacionales (o de un pueblo) y religiones
mundiales o universales:
La diferencia entre ambas no se refiere tanto a la extensión geográfica de las mismas,
cuanto a la estructura misma de la religión. En las primeras, el sujeto de la religión es
fundamentalmente el pueblo, la nación o, en todo caso, una comunidad y en ellas el sujeto
obtiene la salvación como miembros, que al mismo tiempo que comunidad natural
también lo es salvífica. Los dioses de este tipo de religiones son los dioses de la nación.
Por ello, no suele existir un espíritu misionero en ellas. Históricamente puede observarse
una tendencia a la universalización, o al menos asumir ciertos rasgos de la religiosidad
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universal como la representación del propio Dios como Dios universal, pero ello es
debido a que la religión ha pasado a ser considerada como la “religión querida por Dios
para toda la humanidad”.
Las religiones universales personalizan la relación religiosa y de esta forma la
separan de la pertenencia a una determinada comunidad. En ellas, la propia divinidad es
la divinidad de todos los hombres, y por ello adquieren un espíritu proselitista que puede
realizarse de formas más o menos elevadas. Como religiones universales, en sentido
estricto, suelen contarse: la religión de Zaratustra, el budismo, el cristianismo, el islam y
las religiones de los misterios.

A) Las religiones orientales: hinduismo, confucianismo y taoísmo, budismo,


sintoísmo
El extremo oriente (China, India, Japón) es foco de tradiciones religiosas muy
antiguas que tienen ciertos rasgos comunes, sobre todo si se las compara con las
grandes religiones monoteístas de raíz semítica que surgieron en oriente próximo y
que, en especial el cristianismo, han impregnado fuertemente la cultura occidental.
Söderblom denominó a las primeras religiones místicas y a las segundas proféticas,
basándose en el modo diferente de representarse la divinidad y de plantearse las
relaciones con lo divino4. Ciertamente, esta caracterización no deja de ser convencional
y de ningún modo hay que entender como exclusivos los calificativos empleados, que,
por otra parte, aplicados a un grupo tan amplio y variado de tradiciones religiosas son
necesariamente genéricos y apenas significativos. No obstante, parece claro que hay

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Religiones de orientación mística y religiones proféticas
Es una segunda división, frecuente en las tipologías de la religión a partir de Söderblom. El criterio
definitivo para el establecimiento de esta división no es el personal o no personal de la representación de
lo divino sino la forma de representar la relación del Absoluto con el que el hombre entra en contacto, y
el “mundo” en el que vive.
La religión mística concibe el Absoluto en término que lo relativo, el mundo y la vida intramundana,
aparecen como carentes de valor, hasta el punto de que el reconocimiento de lo Absoluto pasa por la
negación práctica de todo lo mundano.
El objetivo que la religiosidad mística propone al hombre es la unión en el Absoluto como única realidad
en el que el sujeto puede sumirse. La religiosidad profética, en cambio, sin dejar de afirmar el valor
supremo del Absoluto realiza esta afirmación a través del ejercicio de las posibilidades humanas y
propone como meta una relación con Dios representada de tal modo que, lejos de exigir la pérdida de los
elementos personales, éstos adquieren las posibilidades más elevadas para su plena realización en la
relación con la divinidad.
Estas dos formas de religiosidad influyen en el conjunto de las manifestaciones religiosas, desde la
representación de lo divino hasta las formas de oración y organización comunitaria. Las religiosidades
místicas suelen representarse a Dios bajo las formas monistas; sociológicamente son individualistas;
tienden al esoterismo; practican sin dificultad la más compleja tolerancia y ejercitan una forma de oración
en la que prevalece el ideal de la unión estática. Las religiones proféticas se representan a la divinidad
bajo formas marcadamente personales, insisten en trascendencia ética del compromiso religioso; tienden
al establecimiento de instituciones religiosas bien definidas y proponen formas dialogales de oración.

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una serie de rasgos y concepciones que avalan la conveniencia de un tratamiento


diferenciado.

B) Las religiones monoteístas: judaísmo, islamismo, cristianismo


Las tres grandes religiones monoteístas son de origen semítico. La religión judaica
es la que primero surge en el tiempo y con la que el cristianismo se relaciona
íntimamente, pues constituye su desarrollo y culminación y comparte con ella los libros
inspirados del judaísmo, la Biblia, que en el cristianismo configuran la casi totalidad
del Antiguo Testamento y son completados con el Nuevo Testamento, cuyo núcleo
esencial lo constituyen los cuatro Evangelios. Común a ambas tradiciones religiosas es
una concepción monoteísta de Dios, con un carácter personal y trascendente. El
islamismo comparte con el judaísmo y con el cristianismo la concepción monoteísta y
trascendente de la divinidad y se remite también a Abraham, padre común de los
creyentes en el Dios único, e incorpora además a su doctrina, que se contiene en el
Corán, su libro sagrado, algunos aspectos que se encontraban en la religión judaica y
en la cristiana, adoptando así un cierto carácter sincretista, pero con una singularidad
muy acusada que se ha mantenido a lo largo del tiempo y le proporciona un perfil nítido
e inconfundible. Las tres religiones tienen un texto sagrado, que es la fuente principal
de la que beben, por lo que reciben la denominación de “religiones del Libro”.

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