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Un 05 de abril de 1879 se inicio la infausta guerra del Pacífico también llamada

guerra del guano o salitre o simplemente, guerra del Perú con Chile, cuando
justamente este país se declaró en beligerancia con los aliados Perú y Bolivia.
Durante casi cinco años, nos enfrentamos a un enemigo cuyas cabezas
estratégicas tenían muy en claro desde mucho antes sus objetivos tanto militares
como políticos. La cohesión y coordinación entre sus élites mostraban muy bien
ello. Mientras tanto el Perú, llegaba a esta conflagración en un escenario de crisis
e inestabilidad, tanto política, como social, económica y, sobre todo, militar. Esto
queda evidenciado, cuando se recuerda que previo a la guerra se habían
producido los asesinatos de los dos ex – presidentes de la República, el Crl José
Balta, asesinado durante la rebelión de los Hermanos Gutiérrez en 1872, y la del
economista Manuel Pardo, muerto por un disparo realizado por un miembro
subalterno desafecto del ejército de línea en 1878. Los desacuerdos, sobre todo,
entre civilistas y militaristas habían llevado a la nación a un punto de inacción e
indefensión, cuestión que quedo mas que reflejada durante las dos primeras
campañas de la Guerra: la Campaña Marítima entre marzo y noviembre de 1879,
en la cual cedimos la supremacía y dominio de nuestro mar y la Campaña del
Sur, durante 1880, donde perdimos la soberanía de los territorios de Tarapacá,
Arica, Tacna y Moquegua.

Tras el fracaso de las negociaciones en el embarcación estadounidense


Lackwanna, frente al puerto de Arica, solo quedaba a los líderes peruanos,
prepararse para defender la capital, ciudad de Lima, centro de gravedad político-
militar de la nación. Dicha labor recaería en Nicolás de Piérola y Villena, quien
asumiría mediante una breve rebelión, el gobierno del Perú, acéfalo desde la
inédita partida en diciembre de 1879 de quien era el Presidente elegido y que se
había autodenominado como Director Supremo de la Guerra, el General Mariano
Ignacio Prado.
Piérola, asumiría como dictador y entre sus diversas medidas inmediatas que
tomó estarían la creación del Inti como moneda, renegociar la deuda externa,
reconocer una controvertida deuda peruana a la firma Dreyfus y dividir el ejército

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del Sur, que combatía aún en dicha campaña, en dos: el primero bajo el mando de
Lizardo Montero compuesto por unidades en Tacna y Arica y el segundo se
compuso de las tropas acantonadas en Arequipa bajo el mando inicial de Pedro
Alejandrino del Solar.
La guerra pronto alcanzaría la ciudad capital, deseosos los chilenos de poner fin a
la ya larga conflagración. Para su defensa, pronto se verían involucrados
trágicamente todos los distritos y poblados aledaños a Lima. Barranco, por
supuesto, no fue de ninguna manera la excepción. Este pequeño poblado, era un
lugar que desde hacía escasos 06 años atrás, había sido declarado distrito durante
el gobierno de Manuel Pardo, un 26 de octubre de 1874. Su apacible vida ya se
encontraba de cara hacia el infortunio. El ejército peruano, se encontraba
conformado demás del Ejército regular o de Línea, por una reserva compuesta de
miles de jóvenes y adultos que se aprestaron a la batalla en las afueras de la
ciudad en el solariego mes de enero de 1881. Lo hicieron sin ningún temor o
desconfianza, el amor hacia su patria se sobrepuso por encima de cualquier duda
o inconveniente. Dentro de este numeroso grupo, se encontraron cientos de
ciudadanos barranquinos como ya veremos.
Un primer antecedente, se dio luego de que la flota chilena lograse el control del
litoral, tras varios meses de lucha contra las fuerzas navales del Perú, el gobierno
desplegó la instalación de artillería de defensa a lo largo del litoral comprendido
entre Chorrillos y Chancay, con la finalidad de evitar los constantes
hostigamientos a la población costera como ya había sucedido en el norte del
país, por parte de las fuerzas invasoras. Esta empresa fue encomendada a la
Brigada de Artillería Volante, comandada por el coronel Ezequiel de Piérola
quien contó con el apoyo incondicional del alcalde de Barranco, Don Pedro
Elguera. La autoridad edil animó a la población de Barranco y Surco, a brindar su
apoyo en los trabajos necesarios para la instalación de la artillería, y además de
ello contribuyó con dinero y bienes de su propiedad.
Una vez instalada, la llamada batería de Barranco fue bendecida y bautizada con
el nombre de “Olaya” en honor del valiente pescador que ofreció su vida por la
patria en 1823. Esta batería, altamente móvil, y comandada por el Sargento

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Mayor Guillermo Yañez, repelió con apoyo de otras, el ataque de la fragata
blindada Cochrane y el transporte Tolten el 22 de setiembre de 1880, tras casi 06
horas de diversos ataques.
Tras el desembarco chileno en el mes de diciembre de 1880 en Pisco y luego en
Curayacu, cerca al Valle de Lurín, su jefe militar el General Baquedano dispuso
desde el 24 de ese mes, una serie de reconocimientos para cerciorarse de la
organización de la defensa de Lima, planeada y ejecutada bajo la dirección de
Piérola. Esta se encontraba distribuida en dos líneas de defensa. El Dictador
dispuso la ocupación de una primera línea quebrada del terreno, frente a la
dirección por donde se juzgó que se presentaría el enemigo, en razón que se
consideraba que una barrera rígida de fuegos debía detenerlo y destruirlo,
haciéndole perder su capacidad ofensiva. Como medio de precaución para
contrarrestar rupturas de línea de San Juan, organizó una retaguardia donde
esperaba llegara, en el peor de los casos, solo la mitad de las fuerzas adversarias.
Los elementos de fuego principal tanto de infantería como de artillería se
establecieron en las alturas, las cuales deberían detener al enemigo al intentar
escalarlas bajo el fuego. Esta primera línea de resistencia se extendía por 14 km
sobre las alturas que iban entre las haciendas Villa y Monterrico. Su gran
desventaja fue su poca profundidad y excesiva extensión, además de tratarse de
líneas completamente estáticas. El dispositivo fue el siguiente:
En el ala derecha, el I Cuerpo de Ejército al mando del Coronel Miguel Iglesias
con unos 5200 hombres. En el centro, el IV Cuerpo de Ejército al mando del
Coronel Andrés A. Cáceres. Ambas eran el resguardo de la llegada del enemigo
hasta Chorrillos y Barranco. Un III Cuerpo de Ejército, al mando del Coronel
Pastor Dávila, se distribuyó desde San Juan hasta los Cerrillada de Pamplona y
finalmente, un II Cuerpo de Ejército al mando del Coronel Belisario Suarez,
quedaba como reserva a retaguardia de la hacienda San Juan.
Las fuerzas chilenas se distribuyeron de igual manera en tres divisiones con una
mas de reserva. Tras un primer enfrentamiento el 09 de enero de 1881 en el
denominado Combate de la Rinconada, el enemigo se prepara para atacar
frontalmente a la línea de defensa peruana. Es por todos conocido el calamitoso

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resultado de la primera batalla un 13 de enero de 1881, llamada Batalla de San
Juan y Chorrillos. Los peruanos que defendían el sector aledaño a la costa ,
Chorrillos y Barranco, estaban al mando de Miguel Iglesias, en el Morro Solar y
Andrés A. Cáceres al lado izquierdo. Sin embargo, la abrumadora ventaja
conseguida por el enemigo hizo retroceder a las fuerzas nacionales hacia las 10
de la mañana.
Es así que la segunda y tercera división al mando del Coronel Belisario Suárez y
Cáceres respectivamente, junto al resto de la brigada de Canevaro fueron
retrocediendo por el camino entre Chorrillos y Lima, mientras que Miguel
Iglesias era acorralado por el enemigo. La división de Suárez se dispersó entre
Chorrillos y Barranco, mientras que los demás, bajo el mando de Cáceres,
volvieron a formar filas en la estación ferroviaria de este distrito. Luego de esto
Cáceres marchó en apoyo de Iglesias, pero sólo llegó a Chorrillos donde trabó
duro combate con el enemigo no pudiendo continuar su marcha.

Ante el avance enemigo se colocó frente a Barranco un furgón de ferrocarril


sobre el que se habían ubicado cuatro cañones de doce libras (5 kilos y medio
aproximadamente) montados sobre cureñas navales y ferrocarriles. Formaba una
batería móvil que disparaba proyectiles en dirección del avance del enemigo.
Lamentablemente no pudo contarse con mayor apoyo para el distrito. Horas
después la división de Iglesias fue derrotada y hecha prisionera (1500 hombres
aprox, incluyéndolo al Crl jefe del Cuerpo de Ejército). Logrado este objetivo el
ejército chileno se dispuso a saquear e incendiar Chorrillos, no extendiendo su
avanzada más allá de Barranco a la cual también atacó aquella misma tarde.
El historiador italiano Tomás Caivano refiere: “En el Barranco, pequeño y
delicioso pueblecillo de recreo situado entre Chorrillos y Miraflores, separado
de las líneas de defensa establecidas por el Dictador y poblado en más de dos
terceras partes por extranjeros completamente neutrales en la fratricida lucha
entre las tres repúblicas, se estaba seguro de encontrarse a cubierto de toda
directa contingencia de guerra.

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Pero he aquí en la tarde del 13 aparecen allí algunos grupos de soldados
chilenos, venidos expresamente de Chorrillos en busca de botín y de casas que
incendiar…… pasaron los pobladores horrible noche el 13 y luego todo el día y
la noche del 14, contemplando el saqueo y el incendio de las casas vecinas,
hasta que no quedando en pie más que las suyas, fue necesario huir donde
pudieron, para no encontrarse envueltos en los horrores del saqueo y del
incendio de ellas que no tardó en verificarse”.
Después del desastre, el jefe de las fuerzas chilenas, general Lynch, encomendó
los asuntos comunales barranquinos al francés Alberto Lafón, que según las
memorias de este “en su calidad de extranjero e imparcial, era el más adecuado
para hacerse cargo de la vida local”

Aún faltaría una batalla más, Miraflores, para poder doblegar la resistencia
peruana a que se ocupe Lima. Esta se produjo el día 15 y con ello se daría el fin
de esta infortunada Campaña de la guerra.
Queda claro, que en esta Campaña perdimos más que valerosas vidas humanas,
perdimos a la gran generación que debían liderar nuestra Patria en aquel futuro
cercano, en lo que sería los comienzos del siglo XX. Entre esas valiosas y
prometedoras existencias, se encontraban decenas de ciudadanos barranquinos,
jóvenes, adultos, ancianos e inclusive niños, que fueron hijos de una Patria
desafortunada cuyas cabezas de entonces no tuvieron ningún tipo de visión
geopolítica ni geoestratégica, dejándola inerme e indefensa desde prácticamente
1867 para adelante.
Ofrezcamos el más justo homenaje a nuestros héroes barranquinos, de los cuales
muchos aún sus restos permanecen ocultos bajo este sagrado suelo. Para que su
inmolación no sea en vano, demostremos que somos capaces de elevarnos por
encima de las circunstancias adversas como ellos, teniendo siempre presente que
la improvisación y sobre todo, la desunión, anteponiendo intereses personales o
ideológicos, antes que los sublimes nacionales, nos llevaron a un tragedia que no
debemos olvidar nunca. Miremos siempre al pasado con intención de no repetir
los mismos errores en el futuro. Que este legado dejado por estos héroes cívico-

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militares inspire a las generaciones venideras y que siempre la llama de la
libertad bajo una cultura de paz fortalecida y más que todo de unidad y cohesión
nacional.

MUCHAS GRACIAS

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