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CAMPAÑA TERRESTRE EN LA GUERRA DEL

PACÍFICO

Tras el combate de Angamos, Chile


concretó el dominio del mar e inició
el avance terrestre. El 19 de
noviembre de 1879 se libró la batalla
de San Francisco, que puso de
manifiesto la ventaja de los atacantes;
mejor artillería, municiones, fusiles,
calzado, alimentación y uniformes. El
ejército peruano, en retirada, marchó
hacia el sur.

CAMPAÑA DEL SUR


La campaña del sur de la guerra del Pacífico, se inició con el desembarco de tropas
chilenas en la localidad peruana de Pisagua, el dos de noviembre de 1879 y concluyó
con el asalto y toma de Arica el siete de junio de 1880. Se prolongó por poco más de
siete meses, en un vasto escenario, desde Moquegua hasta Iquique, en una región
árida, cálida y arenosa. Esta fase enfrentó al ejército de campaña de Chile contra las
tropas aliadas peruano-bolivianas, y comprometió batallas de gran envergadura, tales
como San Francisco, Tacna, Tarapacá y Arica. El número conjunto de combatientes
llegó a superar los 34 mil soldados y fue posiblemente la fase más cruenta de la guerra
en cuanto a intensidad y pérdida de vidas humanas. Sin lugar a dudas, por el número
de tropas involucradas y por su significado estratégico, la batalla de Tacna, conocida
como "Alto de la Alianza", fue la más importante de ese período, testigo del cambio de
los Jefes de Gobierno del Perú y Bolivia y de las deficiencias de una alianza que pese a
la buena voluntad no logró materializar en su debida magnitud.
Esta etapa fue asimismo escenario de grandes hazañas, en las que oficiales y soldados
peruanos, chilenos y bolivianos se batieron con heroísmo y determinación en defensa
de sus banderas. Respeto y honor a la memoria de los hombres del Zepita, Dos de
Mayo, Colorados, Amarillos, Segundo de Línea y Esmeralda, entre tantos otros, que
rindieron la vida en lo cálidos y distantes arenales, testigos de una lucha fraticida y sin
cuartel. Esta campaña marcó igualmente el inicio de la presencia de dos de los más
grandes héroes del ejército del Perú: Andrés Cáceres y Francisco Bolognesi. Nos
mostró asimismo la grandeza de hombres como Alfono Ugarte, Ramón Zavala, Isaac
Recavarren y Justo Arias Araguez, y en claro contraste, la deficiencia en la conducción
política del país. Y es precisamente que vinculados a estos nombres, surgen dos
episodios que quedaron registrados en los anales de la historia militar del Perú:
Tarapacá y Arica. El primero, reflejó la decisión y determinación que condujo a la
victoria de la infantería peruana. El segundo, el patriotismo llevado al sacrificio
personal de los oficiales y soldados que guarnecían la última posición del país en el sur

1. BATALLA DE PISAGUA.
El Desembarco en Pisagua o Combate de Pisagua es una acción bélica en el marco de la
Guerra del Pacífico, ocurrida el 2 de noviembre de 1879. Se trata de una operación de
desembarco de tropas chilenas que dio comienzo a la campaña terrestre de la guerra
en territorio peruano. La operación culminó con la ocupación de Pisagua, pese a la
decidida defensa de los aliados.

Antecedentes:
Luego de que la marina del Perú perdiera el monitor Huáscar en el Combate Naval de
Angamos, el mando chileno decidió dar inicio a la campaña terrestre con la invasión
del Departamento de Tarapacá. Dada la concentración del ejército aliado tanto en
Iquique por el sur como en Tacna el Ministro de Guerra chileno, Rafael Sotomayor,
decidió que se desembarcaría en el puerto de Pisagua, localizado entre ambas
concentraciones aliadas, con el fin de cortar las comunicaciones entre Iquique y Tacna.
La costa peruana era amplia y resultaba imposible defender cada puerto. Chile decide
incursionar en el pequeño puerto de Pisagua que se defendía con dos cañones de 100
libras, 5 uno a cada extremo de la bahía, y 217 guardias al mando del teniente coronel
Isaac Recavarren. El 26 de octubre, desde Iquique, llegaba el general Juan Buendía de
inspección por la costa peruana y estuvo presente en el combate en Pisagua

Combate:
Para esta operación, se sumaron 9.500 hombres, pero para el desembarco en Pisagua
se destinaron 4.890 soldados, otro tanto fue enviado a Junín (2.175 hombres) y el
resto quedó en la reserva de la flota. A las 5:00 de la mañana se divisan desde la costa
en Pisagua las luces de 19 barcos chilenos, por lo que Isaac Recavarren decide llamar a
los batallones Victoria e Independencia al mando de Pedro Villamil, con 964 bolivianos,
que se encontraban en las alturas Alto Hospicio para reforzar el puerto. La defensa de
los aliados ubicó a los soldados entre las rocas, línea que recorría Isaac Recavarren a
caballo para impartir órdenes. A las 7:00 de la mañana, se inicia el bombardeo a las
dos baterías de tierra y poco después se disponen tropas chilenas en chalupas de
desembarco. Al llegar a Pisagua, el blindado Cochrane, al mando del Comandante Juan
José Latorre y la corbeta O’Higgins a cargo del Capitán Jorge Montt atacaron el fuerte
sur, mientras que al fuerte norte lo atacaron la cañonera Magallanes y la goleta
Covadonga. El fuerte norte sólo pudo contestar un solo disparo antes de quedar
inutilizado. El fuerte sur mantuvo sus fuegos durante un tiempo mayor, pero fue
finalmente inutilizado por la artillería naval chilena. A las 8:00 de la mañana se dio
inicio a la operación de desembarco. Se embarcaron la 1ª y 3ª 6 compañías del
regimiento Atacama, al mando del subteniente Rafael Torreblanca, y dos compañías
del regimiento Zapadores comandadas por Manuel Villaroel, de las cuales lograron 7
llegar hasta la playa unos 450 hombres. Los peruanos se replegaron ordenadamente,
pero los bolivianos no pudieron mantener el orden en su acción de toma de
posiciones. Sin embargo, problemas de coordinación en el ejército de Chile retrasaron
el desembarco permitiendo a las tropas peruanas reagruparse y tomar mejores
posiciones defensivas, lo que dificultó el avance de los atacantes. Pese a la defensa, las
tropas atacantes logran tomar las trincheras peruanas y comienzan la penetración
hacia el interior. Las embarcaciones chilenas, entre tanto, regresaban a su escuadra en
busca de una segunda oleada. A las 10:00 de la mañana, tras tres horas de combate,
las baterías fueron inutilizadas, lo que posibilitó al fin el avance de las lanchas chilenas
protegidas por la artillería naval. La defensa aliada repelió este desembarco lo que se
tradujo en descoordinaciones en los oficiales chilenos que proponían desembarcar en
Junín o en Pisagua Viejo o en Ilo pensando frustrado este primer desembarco. Tras la
primera oleada de asalto, logró embarcarse una segunda ola de soldados, el resto del
regimiento Atacama, más 30 soldados del 2° de Línea bajo las órdenes de Emilio
Larraín y tres compañías del Buin, estos últimos al mando del teniente coronel José
María del Canto 7 Arteaga, mientras los blindados se acercaban a la costa para reducir
la defensa. Montones de carbón y sacos salitre servían de parapeto a los aliados. Isaac
Recavarren decide el repliegue de la defensa ante la segunda carga chilena y el
incendio del carbón y salitre que servía de defensa. A las 14:00 se produce el
desembarco en Junín, informado ante ello Recavarren decide replegar los restos hacia
la estación de San Roberto. El ascenso hacia posiciones más favorables por parte de los
chilenos fue muy difícil, dada las condiciones del terreno y la defensa de los aliados. La
sucesiva incorporación de tropas chilenas permitió tomar finalmente las alturas,
llegando hasta la pampa del Hospicio en la cumbre de la meseta. Con la artillería de los
buques se atacó el ferrocarril y los montones de carbón y salitre, donde se mantenían
parapetadas gran parte de las tropas aliadas. Las granadas navales encendieron el
salitre y comenzaron los incendios. Desenlace: Debido a los incendios y a lo tóxico del
humo, los aliados retrocedieron cerro arriba y el segundo desembarco chileno pudo
concretarse con éxito, llevando cerca de 100 hombres del Atacama, del Zapadores, del
2º de Línea y del Buin, quienes se incorporaron a los primeros grupos y cayeron sobre
las tropas en la cumbre, derrotándolas en toda la línea. Al llegar el tercer desembarco
chileno, el conflicto había terminado. A las tres de la tarde, el Teniente Rafael
Torreblanca iza la bandera de Chile en un poste de Alto Hospicio. A las 16:00
finalmente abandonan Pisagua Isaac Recavarren y su ayudante Del Mar y los últimos
defensores. Llegan a San Roberto a las 16:30 donde se encontraba Juan Buendía.
Después de un reconocimiento a los defensores y vivas a Bolivia y el Perú, inician la
marcha a San Francisco. Las bajas chilenas fueron de 58 muertos y de 155 heridos en el
ejército y 10 muertos y 17 heridos en la armada; las de los aliados fueron calculadas en
200 entre muertos y heridos.
2. BATALLA DE SAN FRANCISCO.
La batalla de San Francisco o de Cerro de Dolores (cerca de Tarapacá) se llevó a cabo el
19 de noviembre de 1879. En ese entonces la zona era territorio peruano, pero desde
el final de la Guerra del Pacífico (1883) pasó a ser parte de la República de Chile.

El ejército chileno proveniente de Pisagua se había instalado en las alturas del Cerro
de Dolores con una excelente artillería. Constaba de 7000 soldados descansados y con
buenas provisiones. Las fuerzas aliadas (peruanos y bolivianos), encabezadas por el
general peruano Juan Buendía, llegaron desde Iquique ese mismo día, después de una
dura marcha a través del desierto. Eran 8000 hombres, y esperaban un refuerzo de
3000 soldados más que debían llegar al mando del presidente boliviano Hilarión Daza.
Esta ayuda nunca llegó, pues Daza ordenó el retorno a Bolivia abrumado por el
desierto.

Aquel 19 de noviembre, el general Buendía ordenó acampar en la llanura para


recuperar fuerzas y asaltar las posiciones chilenas al día siguiente, pero
inesperadamente el batallón boliviano Illimani comenzó a disparar y se extendió un
ataque desordenado donde muchos soldados peruanos murieron al intentar escalar
los cerros bajo una lluvia de fuego de la artillería chilena. El héroe de la infausta
jornada fue el cusqueño Ladislao Espinar. Este coronel, con un puñado de peruanos del
batallón Zepita, llegó a tomar algunos cañones chilenos luchando en las alturas del
cerro hasta que murió por una bala de revolver que le atravesó la frente.

Cuando cayó la noche, las tropas aliadas se retiraron a Tarapacá. Los chilenos no los
persiguieron por el temor a un contraataque si bajaban del Cerro de Dolores.
19 DE NOVIEMBRE DE 1879
Siempre en el contexto de asegurar la cabeza de playa obtenida en Pisagua tras el
desembarco de tropas en dicho lugar y asegurar el abastecimiento de agua para el
ejército, las fuerzas chilenas iniciaron una serie de reconocimientos hacia el interior del
desierto, a la sazón territorio enemigo, produciéndose algunos enfrentamientos
parciales. Uno de estos choques es la importante batalla de San Francisco de Dolores,
la cuál fue el primer gran enfrentamiento entre los beligerantes.
Contrario a la creencia de que Buendía se concentraría en Agua Santa sin moverse para
preparar la defensa de Iquique, se tuvo la noticia al atardecer del día dieciocho que el
mencionado general se movía con sus tropas hacia el norte, arriesgando a la División
Sotomayor que se encontraba en Dolores. Éstos se vieron obligados a tomar posiciones
defensivas en los cerros cercanos. Esto motivó la rápida salida de la artillería de
Velásquez desde Pisagua como medida de refuerzo, que llegó el mismo día de la
batalla a tomar sus posiciones. Aquél 19 de noviembre, “Buendía fraccionó a sus
hombres en tres divisiones, las que debían atacar en dirección del pozo de Dolores
envolviendo a los defensores.
Una vez que estalló la batalla, la situación se mostró más bien sombría para las fuerzas
chilenas, tornándose la lucha encarnizada por momentos. Ejemplo de esto es lo
ocurrido con la posición de artillería del mayor Salvo, la que tomada por sorpresa y
acosada por el enemigo, se vio obligada a batirse cuerpo a cuerpo para defender sus
cañones. De no ser por la irrupción de los soldados del regimiento movilizado
Atacama, esta posición se habría perdido. “En el resto del campo, la batalla se había
generalizado. Buendía insistía en su intento de envolver la posición chilena, pero los
aliados fueron rechazados en todos los sectores reiteradamente por los cañones
chilenos.
Finalmente, al cabo de casi dos horas de continuo combate, las fuerzas aliadas
perdieron el ímpetu y al notar la retirada de su caballería, se precipitó la del resto de
sus hombres en dirección de la oficina salitrera de Porvenir, situada más al sur,
quedándose Chile con la victoria.

El 27 de noviembre de 1879 el ejército peruano (3000 hombres) se alistaba en


Tarapacá para iniciar la marcha hacia Arica, pero tres arrieros informaron que un
ejército chileno se acercaba por el oeste. Entonces los coroneles Andrés Avelino
Cáceres y Manuel Suárez llevaron sus columnas hacia los cerros y sorprendieron a la
vanguardia chilena del coronel Ricardo Santa Cruz, logrando ponerlos en fuga.
Paralelamente, en el sector de la quebrada el coronel Francisco Bolognesi y su batallón
Guardias de Arequipa, apoyados por los coroneles Ríos y Bedoya, lograron aplastar a
las fuerzas del chileno Eleuterio Ramírez. Incluso lograron arrebatar el estandarte de
Chile que llevaba el Segundo de Línea.
Alrededor de las 12 y 30 terminó la primera fase de la batalla. Durante media hora se
detuvo el combate. Los chilenos aprovecharon para reagruparse y los peruanos para
reorganizarse.
Cerca de la 1 y 30 los chilenos volvieron al ataque, pero fueron vencidos por el batallón
Zepita del coronel Andrés Avelino Cáceres, reforzado por las columnas de Alfonso
Ugarte, Moore, Melendez y Somocurcio. La sangrienta batalla duró hasta las 4 de la
tarde. A esta hora llegó desde Pachica la división de Justo Pastor Dávila, con 1400
hombres. Este refuerzo fue decisivo para terminar la batalla. Sus mortífero fuego de
fusilería obligó a los chilenos, derrotados, a batirse en retirada.

3. BATALLA DE TARAPACÁ
En la Batalla de Tarapacá, Belisario Suárez, jefe de Estado Mayor, consiguió
derrotar al enemigo, pero tuvo que abandonar Tarapacá quedando este territorio bajo el
control de Chile. Los peruanos se retiraron a Arica en busca de refuerzos.
La Batalla de Tarapacá, se produjo el 27 de noviembre del año 1879 durante la
Campaña de Tarapacá de la Guerra del Pacífico. Se produjó cuando columna de 2.300
soldados chilenos dirigidos por el general Luis Arteaga atacó temerariamente a un
contingente peruano y boliviano de 4500 el cual los superaba en número a las tropas
en Tarapacá comandadas por el General Juan Buendía, dando como resultado una
derrota dura. La segunda linea del Regimiento de Chile fue la unidad más dañada,
perdiendo casi la mitad de su fuerza, junto con su comandante el coronel Eleuterio
Ramírez y su segundo al mando, el teniente coronel Bartolomé Vivar. Además, la
unidad perdió su bandera, que fue recuperado seis meses más tarde después de la
batalla de Tacna. A pesar de la victoria peruana boliviana no pudieron impugnar el
dominio chileno del departamento de Tarapacá, el cual abandonaron al control
chileno.

Preparativos de la Batalla de Tarapacá

Después de una derrota significativa de los aliados peruanos y bolivianos en la


Batalla de Dolores (llamada también Batalla de San Francisco) infligido por un
contingente chileno, que costó a los aliados la perdida de toda su artillería, además
del desmoralizamiento y esparcimiento del ejército peruano por todo el desierto. Los
soldados del Crl Belisario Suárez marcharon hacia Tarapacá para unirse con el
general Juan Buendía. El ejército de Buendía se reune en Tarapacá tras la integración
de Suárez.

Cuando Buendía llegó a Tarapacá, envió emisarios a reclutar a las personas, por lo
que, unos días más tarde, sus tropas crecieron a 2.000 hombres, además se les unió
la división de Ríos que llegó de Iquique con suministros, aparte de comida y agua ya
existentes en Tarapacá. Al final, hubo 4.500 soldados peruanos y bolivianos
estacionados en Tarapacá.

Campo de Batalla

Tarapacá fue una ciudad comercial fundada por los españoles en el siglo XVI sobre
uno de los caminos incas que enlazaban las montañas con el mar. Un pequeño
arroyo formado por la nieve de los Andes, recorre la ciudad, permitiendo pequeñas
plantaciones.

Plan de Batalla de Chile

El ataque fue mal planeado, ya que a pesar de ser ampliamente superados en


número el general chileno Luis Arteaga dividió sus fuerzas en tres columnas,
debilitando aún más cualquier posibilidad de la victoria. Esto debido a la poca
información de las fuerzas del enemigo.

El Coronel Ricardo Santa Cruz, con su Regimiento de Zapadores, una compañía de la


2 ª línea Regimiento, y los cañones Krupp avanzarían sobre Quillahuasa para cortar la
ruta de escape del general peruano Juan Buendía. El Coronel Eleuterio Ramírez, con 7
compañías de su 2da línea de Regimiento junto a la compañía de Cazadores a Caballo
y la artillería entrarían a Tarapacá desde Huariciña, empujando los peruanos desde el
Sur. Por último, el general Arteaga con el resto de sus fuerzas atacarían directamente
el centro de las líneas peruanas a lo largo de Tarapacá.
Plan de batalla de los aliados

Juan Buendía era muy consciente de la presencia chilena, notificada por los oficiales
y futuros héroes de la Guerra del Pacifico: Andrés Avelino Cáceres y Francisco
Bolognesi, de que una columna avanzaba por la meseta, y otra se movía hacia
Tarapacá. Buendía ordenó a su vanguardia para volver desde Pachica, 12 kilómetros
al norte de su posición y concentrar su división en la ciudad, el establecimiento de
tiradores en cada edificio para disparar desde una posición segura. También dispuso
a su infantería de manera formaran un campo de fuego cruzado. Los hombres de
artillería del Crl Castañón se situarían en la cuesta de la colina Visagra, para defender
la entrada de la ciudad, apoyada del Batallón de Arequipa.

Inicio de la Batalla de Tarapacá

A las 3:30 a.m. el coronel chileno Santa Cruz se apartó de Isluga, mientras que una
densa niebla cubrió los alrededores. Ramírez y Arteaga comenzó su movimiento.
Desorientados por la niebla. Cuando el amanecer mostraba que él estaba en la
retaguardia del Crl Eleutorio Ramírez, resolvió avanzar en su objetivo. El Crl Santa
Cruz envió a los granaderos chilenos a tomar Quillahuasa, pero fueron avistados por
los puestos de peruanos avanzadas que la voz de alarma.

El oficial peruano Suárez, dándose cuenta de que el ejército peruano podía ser
vencido por los disparos de artillería chilena desde una tierra más alta, rápidamente
mando evacuar la ciudad, poniendo a los soldados en las colinas circundantes.
Inmediatamente los oficiales Andres Avelino Cáceres escalo la colina del norte y
Francisco Bolognesi hizo lo mismo en el extremo sur de Tarapacá.

Ataque de la división de Cáceres

A las 10:00, la niebla desapareció y la división de Cáceres podría fácilmente subir la


colina Visagra y la columna de ataque chilena de Santa Cruz se encontró aislada de
Ramírez y Arteaga. La división de Cáceres estaba formada por el Zepita número 2,
regimiento 2 de Mayo, y más tarde reforzada por el batallón Ayacucho y los
batallones de Lima del coronel Bedoya. Sus 1.500 hombres superaban en número a la
fuerza chilena de 400 hombres del Crl Santa Cruz. Por lo tanto, después de 30
minutos casi un tercio de la columna de Chile estaba fuera de combate, y había
pérdida su artillería, pero se las arreglaron para mantener la cohesión. En el borde de
la aniquilación, Arteaga llegó en ayuda de Santa Cruz. Frente a una derrota, los
oficiales chilenos prepararon la retirada.

Ingreso de los granaderos chilenos y retirada de ambos ejércitos

Mientras tanto, la columna de Ramírez fue descubierta por la división de Bolognesi,


que se desplegó sobre colinas en el este, mientras que el propio Buendía se
acuartelaba ciudad. Ramírez avanzó sin inconvenientes a través de Huaraciña y San
Lorenzo a lo largo del río, pero al llegar a un pequeño monte en la entrada de
Tarapacá, fue recibido por un fuego denso. Ramirez reanudó su marcha según lo
previsto. Cuando Ramírez ordena la retirada, aparecen de repente los Granaderos
chilenos para reforzarlos lo cual obligó a Cáceres replegarse por la escasez de
municiones y provisiones del ejército peruano. Después de ser reforzadas las tropas
chilenas, los peruanos se retiraron a Tarapacá y la batalla se detuvo por un tiempo
en el cual se dio se produjo una tregua tácita donde ambos ejércitos recogían a sus
heridos.

Contraataque peruano y retirada del ejército chileno

Creyendo que la batalla había terminado, los oficiales chilenos dejaron que sus
hombres extenuados abandonasen todo orden. Pero el comando peruano estaba
planeando un segundo ataque, dividir su ejército en tres columnas, igual como lo
hicieron los chilenos, pero con la diferencia que sus números mayores permitiría
dividir las fuerzas sin debilitarles.

Las divisiones de Herrera y de Francisco Bolognesi aparecieron de repente sobre


Huariciña y atacaron a las tropas chilenas desde las alturas orientales y occidentales,
sorprendiendo a los chilenos. Tras el primer impacto, los chilenos se reunieron y
lograron un avance desde las alturas tratando de evacuar la ciudad. El segundo
oficial al mando de la regimiento Artillería de Marina, compuesto por 50 tiradores
junto con dos cañones mantuvo el ataque durante una hora, hasta que el general
chileno Luis Arteaga se dio de que la batalla estaba perdió y ordenó la retirada. Esto
se llevó a cabo sin orden alguna, con soldados hacia Dibujo y otros a Isluga. La falta
de caballería impidió a los peruanos infligir más bajas al resto de la división de
Arteaga. La batalla terminó y la victoria de los aliados fue total.

Secuelas y consecuencias de la batalla de Tarapacá

El ejército chileno perdió en Tarapacá 691 hombres entre muertos y heridos, lo que
representa el 23,6% del contingente presente en la batalla. Por otra parte, el coronel
Eleuterio Ramírez y Bartolomé Vivar, primero y segundo comandantes del
Regimiento 2ª de línea murieron en acción, y la unidad chilena perdío su bandera. La
derrota y el pobre dominio de planificación del general Luis Arteaga, fortaleció el
prestigio del Ministro de Guerra Sotomayor, ya que esta fue la única acción hasta la
fecha prevista sin él, que resultó en un desastre. Por el lado de los Aliados, esta
victoria no tuvo ningún efecto sobre el curso de las acciones, dejaron Tarapacá y
marcharon a Arica, perdieron casi la mitad de sus tropas. A pesar de la derrota, Chile
aseguró la provincia de Tarapacá.
Campaña de Tacna y Arica

1. BATALLA DE TACNA ALTO DE LA ALIANZA


Se libró el 25 de mayo de 1880 y concluyó con la victoria de Chile. Para Bolivia, esta
derrota fue el fin de la guerra.

Batalla de Tacna. Conocida también como Batalla del Alto de la Alianza, fue una acción
bélica que se desarrolló el 26 de mayo de 1880 en Tacna, en el marco de la Guerra del
Pacífico, siendo una de las acciones militares más grandes de la Campaña de Tacna y
Arica.

Antecedentes

Tras haber ocupado el Departamento de Tarapacá, en 1879, una fuerza chilena


comandada desembarcó en Ilo y Pacocha, al norte de Arica, para lanzarse sobre el
ejercito de Tacna, que se encontraba apoyado por tropas bolivianas. Así las fuerzas
chilenas cayeron sobre sus adversarios, adjudicándose el primer triunfo el 22 de marzo
de 1880. E 25 de mayo el ejército chileno comenzó a salir de Yaras y después de
recorrer veinticinco kilómetros, a dos tercios de la distancia de las posiciones aliadas,
acampó, al entrar la noche, en un punto llamado Quebrada Honda.

Las tropas aliadas acamparon a las afueras de la ciudad de Tacna, lugar al cual llamaron
Alto de la Alianza e instalaron una guardia para vigilar Quebrada Honda, que era la ruta
más fácil de ataque para las tropas chilenas.

Mientras tanto, los arrieros chilenos que habían tomado la delantera, son tomados
prisioneros por los Husares de Junín y llevados a la presencia de Campero, quien logró
enterarse que los chilenos, como se suponía, acamparían en Quebrada Honda. Al tener
conocimiento de esto, en consejo de Guerra se trazó una estrategia.

El plan de las tropas aliadas era sorprender a las fuerzas enemigas en la quebrada, para
lo cual comenzaron el avance sobre el lugar al mando del general Campero, quien
intento sorprenderlos en medio de la noche, y con tal fin hizo salir a gran parte del
ejército; que no prestaron demasiado atención a la ruta a seguir, perdiéndose debido a
la oscuridad, haciendo así fracasar el plan de ataque, haciéndolos volver a su primitivo
campamento.
Fracasado este plan de ataque, planificaron la defensa a usar, dividiendo las tropas en
tres secciones:

 El ala derecha del campo de la Alianza, al mando del contralmirante Montero,


se ubicó la primera y sexta divisiones peruanas de Dávila y Canevaro y parte de
la tercera división boliviana más 6 cañones y 3 ametralladoras.
 En el centro, al mando del coronel Castro Pinto, estaban la 1o y parte de la 3o
división boliviana más dos cañones y 4 ametralladoras.
 En el ala izquierda, al mando del coronel Camacho, estaban la 3o división del
coronel Suárez y la 2o de Cáceres más 8 ametralladoras.

Desarrollo de la batalla

La batalla se inició el 26 de mayo de 1880. El objetivo chileno era Tacna y para ello
había preparado un ejército de 19 000 hombres al mando del general Manuel
Baquedano. Las fuerzas aliadas sumaban sólo 12 000 efectivos, 6500 peruanos y 5500
bolivianos. Las fuerzas de ambos bandos se estructuraban en base a la infantería,
caballería y artillería en ataque frontal y cuerpo a cuerpo, con la entrada de oleadas de
cargas de caballería y cobertura con martilleo de cañones. La continuidad del desierto
se rompía en la meseta de Intiorco, donde se instaló Campero.

Entre las nueve de la mañana y las tres de la tarde se combatió fieramente, el episodio
más destacado fue la intervención heroica de los colorados de Bolivia que cargaron
para reforzar la debilitada ala izquierda del coronel Camacho. El empuje de los
colorados representó un fuerte avance aliado que hizo retroceder a la primera división
chilena y resistió con entereza la carga chilena de caballería de Yavar. Allí estuvieron el
coronel Felipe Ravelo, Bustillo, González y otros jefes.

Los chilenos tenían en reserva una división y casi toda su caballería. El ataque final de
Chile terminó por desmoronar a los aliados, agotados por la fallida incursión de la
madrugada anterior, inferior en número, escasa de munición, sedienta y seriamente
diezmados.

Consecuencias de la batalla

Más de 5000 muertos y heridos con una alta proporción de jefes y oficiales
quedaron en el campo. Los destacamentos Murillo y zapadores de Bolivia y
Tacna del Perú, fueron la última resistencia. Tacna cayó en manos de los chilenos
al final de la tarde.
2. BATALLA DE ARICA

El 26 de mayo de 1880, el ejército peruano-boliviano había sido derrotado por


los chilenos en la batalla del Alto de la Alianza (Tacna). Poco después los
invasores rodearon Arica, bastión peruano al mando del coronel Francisco
Bolognesi.
Los chilenos sumaban cerca de 6000 hombres; los peruanos menos de 2000.
Los sitiadores intentaron obtener la rendición de los peruanos, pero Bolognesi,
respaldado por sus quince oficiales, respondió que pelearía “hasta quemar el
último cartucho”. El día 7 de junio de 1880, a las 5 y 30 de la mañana empezó
la batalla cuando el regimiento chileno Tercero de Línea atacó el fuerte
Ciudadela. Aquí se produjo un sanguinario choque, muriendo todos los
peruanos, entre ellos el coronel Justo Arias Aragüez.

Mientras tanto, el Cuarto de Línea atacó el fuerte Este, matando a muchos


peruanos, entre ellos Joaquín Inclán y Ricardo O'Donovan. Después de una
heróica resistencia en el Cerro Gordo y el sector norte, los sobrevivientes de
todos los frentes se replegaron hacia la cima del morro. Aquí murieron
peleando los bravos Ramón Zavala, Guillermo Moore, Alfonso Ugarte y
Francisco Bolognesi. Finalmente, el Cuarto de Línea tomó el morro e izó la
bandera chilena.

Desde aquel día Arica pasó a poder chileno, lo que quedó legalizado con la
firma de los tratados de 1883 y 1929.
La Batalla de Arica fue un enfrentamiento militar entre las tropas peruanas y
chilenas que se realizó el 7 de junio de 1880 en la ciudad de Arica y que formó
parte de la Guerra del Pacífico, iniciada en abril de 1879.

Recuerda también Día de la Bandera se celebra cada 7 de junio

ANTECEDENTES

El Ejército peruano-boliviano había sido derrotado por los chilenos en la batalla


del Alto de la Alianza (Tacna) el 26 de mayo de 1880.

A los pocos días, los invasores chilenos rodearon la zona peruana de Arica. Al
enterarse de esto, Francisco Bolognesi aceptó la misión de defenderla con su
vida.

Los chilenos le pidieron a las fuerzas peruanas que se rindieran, pues


señalaron que su resistencia sería inú-til, pero Bolognesi dio una respuesta
enérgica y firme:

“Tengo deberes sagrados, y los cumpliré hasta quemar el último cartucho”.


Rechazando así la oferta chilena.
el día de la contienda
Los chilenos sumaban unos seis mil hombres, mientras que los peruanos
menos de dos mil. El 7 de junio de 1880, a las 5:30 de la mañana empezó la
batalla cuando el regimiento chileno atacó el fuerte Ciudadela de Arica.

Aquí se produjo un sanguinario choque, en el que se perdió cientos de vidas.


Después de una heroica resistencia en el Cerro Gordo y el sector norte de la
ciudad, los sobrevivientes de todos los frentes se juntaron en la cima del
morro.

En esta zona murieron peleando los valientes y atrevidos Guillermo


Moore, Alfonso Ugarte (se tiró del caballo con la bandera peruana para
protegerla y evitar que caiga en manos enemigas) y Francisco Bolognesi.

Al final, la escuadra chilena tomó el morro e hizo su bandera. Desde aquel día
Arica quedó en poder chileno, lo que fue legalizado con los tratados de 1883 y
1929.

Pese a la derrota, cada 7 de junio se recuerda a los valerosos hombres que no


se rindieron y, por el contrario, defendieron con honor y convicción nuestro
país.

FRANCISCO BOLOGNESI

Nació en Lima el 4 de noviembre de 1816. Participó en diversos


enfrentamientos con el objetivo de defender a la patria. Al estallar la guerra con
Chile, se le encargó la comandancia general de Arica. Cumpliendo su deber
con el país, Bolognesi murió luchando en la Batalla de Arica, el 7 de junio de
1880.
LA CAMPAÑA DE LIMA
Ante la derrota en el sur, Nicolas de Piérola organizó milicias urbanas para
enfrentar al enemigo estableciendo dos líneas defensivas. La primera fue
derrotada en la batalla de San Juan el 13 de enero, y precipitó la ocupación y
destrucción de Chorrillos. Pese a la firma de armisticio, el general chileno
Baquedano atacó también la segunda línea el 15 de enero, en la batalla de
Miraflores. La victoria para Chile fue definitiva y se produjo la ocupación de
Lima.

1. BATALLA DE SAN JUAN


La batalla de San Juan y Chorrillos es la más grande en la historia del Perú por
la cantidad de hombres enfrentándose, se realizó el jueves 13 de enero de
1881.
Esta acción de armas es conocida en Chile como batalla de Chorrillos por ser
el pueblo de ese nombre cercano a la batalla y sus alrededores fue donde se
llevó la parte más larga y dura de la lucha. En Perú es conocida como batalla
de San Juan o batalla de San Juan y Chorrillos, porque la línea de defensa era
conocida como línea de San Juan y porque en el cerro Salto del Fraile en
Chorrillos es donde fue el último punto de resistencia peruano.

No hay muchas versiones de sobrevivientes peruanos sobre esta batalla. La


más conocida es la del general Pedro Silva en sus 2 partes oficiales publicados
en los diarios El Comercio y La Tribuna y también está el parte oficial del
coronel Arnaldo Panizo sobre la defensa del Morro Solar también publicado en
el diario El Comercio. Varios años después de la batalla fueron publicados
algunos relatos. Entre estos están los que relatan la lucha en el Morro Solar
que son los del capitán Silverio Narvarte y el sargento mayor Pedro Alcócer,
ambos del batallón Guardia Peruana N° 1; está el opúsculo “Como Fue
Aquello” del coronel Víctor Miguel Valle Riestra, que relata la lucha en
Chorrillos (en las campiñas y en Santa Teresa); la carta que el coronel Manuel
Pereyra en donde narraba como fue la batalla en San Juan, en el sector de
Cáceres, publicada en el libro “Artículos Militares” de Alejandro Montani; el
memorándum y las respuesta al cuestionario del comité de damnificados
italianos del coronel Belisario Suárez, publicados por su descendiente Rómulo
Rubatto; cuestionario del comité de damnificados italianos del coronel Arnaldo
Panizo, publicado por su descendiente Juan Carlos Flórez, y el más conocido,
el testimonio del Mariscal Andrés A. Cáceres publicado inicialmente por su hija
Zoila Aurora Cáceres en su libro “La Campaña de la Breña”.

Uno de los testimonios más interesantes y poco conocido es el de José Torres


Lara, quien entre 1911 y 1912 publicó una serie de 5 opúsculos sobre sus
vivencias durante la guerra con el título de: “Recuerdos de la Guerra con Chile
(Memorias de un distinguido)”. El primero de estos tenía por título “La batalla de
San Juan”, en donde él narra cómo vivió aquella batalla en el batallón
Concepción en donde él estaba enrolado. El siguiente opúsculo trata sobre la
batalla de Miraflores y los 3 últimos sobre el primer año de la guerra.

Algunos apuntes sobre la batalla de San Juan y Chorrillos y el testimonio de


José Torres Lara

El testimonio de este peruano es bastante interesante porque narra los


acontecimientos desde la lucha en San Juan, la posterior retirada de ahí, la
resistencia en las afueras de Chorrillos y la retirada a Miraflores. También lo es
porque es de un soldado y no de un oficial o miembro de la plana mayor. El
mismo José Torres cuenta porque le llaman distinguido: “… ya soy soldado de
veras; soldado distinguido se entiende. Los rasos nos llaman distinguidos
de….. Porque lo que caracteriza la distinción es estar exceptuado del servicio
de baja policía, y lo más característico de esto es el tener que botar
diariamente los depósitos de aquello….. de ahí el mote. Otros nos dicen
“distinguidos mataperros”, no por la acepción común del calificativo, sino por el
motivo especial que ya veremos”.

En cuanto a la batalla, la línea peruana estaba defendida por los Ejércitos del
Norte y del Centro, al mando del general Ramos Vargas Machuca y el coronel
Juan Nepomuceno Vargas respectivamente. Cada ejército tenía 5 divisiones;
las primeras 3 divisiones del Ejército del Norte formaban el 1° Cuerpo del
ejército al mando del coronel Miguel Iglesias, quien también era Secretario de
Guerra, las otras dos el 2° Cuerpo del ejército al mando del coronel Belisario
Suárez, las divisiones 3ª y 5ª del Ejército del Centro con una división volante
formaban el 3° Cuerpo al mando del coronel Justo Pastor Dávila y las
divisiones 1ª, 2ª y 4ª formaban el 4° Cuerpo del coronel Andrés A. Cáceres. Los
ejércitos estaban al mando del Jefe Supremo Nicolás de Piérola y tenía como
Jefe del Estado Mayor General de los Ejércitos al general de brigada Pedro
Silva. Los 4 Cuerpos del ejército también tenían bajo su mando la artillería, las
fuerzas irregulares, los ingenieros, el personal administrativo o la caballería que
estuviera en su zona. José Torres Lara era soldado del batallón Concepción N°
27, formado mayoritariamente por conscriptos de Junín, al mando del coronel
temporal Juan E. Valladares y junto con el Ancash N° 25 y Zepita N° 29
formaba la 5ª división del Ejército del Norte. La mayoría de soldados peruanos
tenía el uniforme color blanco, es algo que se debe saber para entender ciertas
líneas del relato.

El ejército peruano en la batalla de San Juan y Chorrillos tenía 18,650


soldados. De esto se le debe descontar mil hombres porque las fuerzas
irregulares estaban armadas en parte y el resto, con rifles Minié, así como la
administración militar y a que el batallón 23 de diciembre estaba incompleto; se
le descuenta otros 2,150 hombres del batallón de Guardia Civil, la columna de
Honor que estaba en Monterrico, la columna de Pachacámac, una parte del
Cuerpo de Dávila y otra de la de Suárez que no combatieron, de tal manera
que el día del combate sólo habían 15,500 soldados disponibles en el ejército
peruano.

El ejército chileno tenía 23,129 hombres disponibles el 12 de enero de 1881.


En cuanto a las posiciones peruanas, éstas abarcaban unos 12 Km, iban desde
las orillas del mar hasta cerca al cerro San Francisco. Los peruanos llaman
derecha a sus posiciones en Chorrillos e izquierda las de San Juan. La línea de
defensa era las alturas al sur de Chorrillos y San Juan, empezaban en las
alturas de Marcavilca (entre las playas La Chira y Conchán), seguí por las
cercanías a la hacienda Villa, Santa Teresa (donde se encuentra actualmente
el AA.HH. Tupac), Zigzag occidental, Zigzag oriental (donde está la Escuela
Nacional de la Policía), el Gramadal, Viva el Perú y los cerros de Pamplona (en
particular, el que se encuentra a la espalda del supermercado Metro del puente
Atocongo). El relato comienza en San Juan, pues las fuerzas del 2° Cuerpo
constituían la reserva de los ejércitos, y va narrando como ve la lucha desde
las cercanías de la hacienda San Juan y como se tuvieron que retirar desde
este punto hasta la estación del ferrocarril en Chorrillos.

A continuación, la narración de la batalla.

Recuerdos de la guerra con Chile (Memorias de un distinguido). La batalla de


San Juan (fragmento)

“… Eran más o menos las cuatro de la mañana, la luna ya se había puesto y el


fulgor de las estrellas que enviaban su postrera luz, no alcanzaba a esclarecer
las tinieblas. Un silencio solemne reinaba y era seguro que millares de hombre
cubiertos por dos banderas enemigas se acechaba para exterminarse. Sólo de
cuando en cuando se sentían los pasos rápidos de los jefes y oficiales del E.M.,
cuyas sombras cautelosas veíamos aparecer y desaparecer, llevando o
trayendo órdenes. Nos mandaremos descansar en nuestro propio terreno y nos
sentamos sobre las maleteras…

… Un poco á la derecha de las posiciones que habíamos ocupado al principio,


se había alzado en un mástil que habíamos notado de día una luz roja, una luz
blanca, otra luz azul: los colores simbólicos de Chile que anunciaban la
presencia real de su ejército por la derecha, centro e izquierda.

Una o más hora transcurría desde que nos despertaron, cuando unas
detonaciones aisladas primero y descargas sucesivas después, se percibieron
bastante apagadas por la distancia, en nuestra ala derecha. Como los
desgarramientos de las nubes en las tormentas andinas, el bronco ruido de los
cañones se dejó oír luego y el relampagueo de la explosión nos indicaba el sitio
del ataque. Pero no nos entretuvo más el lejano espectáculo; porque así como
un castillo cuyas guías de fuego han sido hábilmente dispuestas por el
pirotécnico para un efecto instantáneo, un vivo resplandor como aureola, se
extendió por todas las colinas de San Juan, y un fuego graneado de fusilería
nos anunció que la batalla estaba empeñada en toda la línea. Si graneado se
inició el fuego de la infantería, el de la artillería con sus resplandores más
extensos y más intensos, se rompió también con su rabia, y su continua
sucesión expresaba la impaciencia, el coraje y la serenidad de los que
manejaban los cañones.
Un ¡viva el Perú! espontáneo y estentóreo, respondió a nuestras filas a los
ruidos del combate: nuestro pabellón fue sacado de su caja, enarbolado en su
asta, y el porta, el subteniente Ugarte, tomó la insignia del batallón para no
soltarla mientras no lo obligara una bala enemiga…

… Ya era de día cuando se dio orden a todo el 2° Cuerpo del Ejército para que
fuera a ocupar un lugar más próximo a las posiciones en que se batían los
nuestros. Desfilamos sin demora, atravesando por la plazoleta de la hacienda
San Juan, y fuimos a desplegar los seis batallones a retaguardia del centro de
batalla… De entre el ruido atronador del combate percibías claramente la
música de “San Miguel de Piura”, que tocaba probablemente el pabellón de
este nombre para unir en esos instantes supremos el pensamiento de nuestra
Patria chica al de Patria grande. Otros cuerpos tocaban diana, y era patente
que nuestros soldados, nuestros reclutas, puede decirse, hacían buena cara al
enemigo.

Pero no era un espectáculo gratuito el que contemplábamos; una batalla no se


ve de cerca impunemente. Las grandes parábolas que los proyectiles enemigos
describían alejando sus efectos de nuestras filas, fueron acortándose a medida
que rectificaban sus punterías; muchas bombas reventaron en un lugar
pantanoso o anegado, salpicándonos con el lodo que sublevaban; una reventó
entre la cola del batallón Ancash y la cabeza del nuestro, y fue una fortuna que
no causara más que un herido, un soldado del Ancash, que recibió sobre la
espalda un casco que le ocasionó una herida grande, pero no grave, pues
aunque bañado en sangre lo vi alejarse rápidamente sin necesidad de ajeno
auxilio. No paso mucho tiempo de esto cuando sentí un ligero chasquido cerca
de mí a retaguardia; todas las miradas convergieron hacia ese punto, y si la
situación y la causa no fueran tan graves, riéramos de la cara espantada y
grotesca que ponía un ranchero de mi compañía, al mismo tiempo que
exclamaba: - “Me han heredo”. En efecto, un hilo de sangre le corría por la
mejía derecha y por la izquierda le salía una masa verde-sanguinolenta. Sin
duda la bala le penetró en trayección horizontal en momentos que introducía la
coca y le había pasado por el vacío sin tocarle la lengua.

Seguido de un numeroso estado mayor, cuyo selecto personal no podía ser


disimulado, el Jefe Supremo, tan impasible al silbido de las balas como á las
aclamaciones de los soldados, pasó delante de nosotros, dirigiéndose a la
derecha en donde la acción se hacía cada momento más severa.

El efecto eventual de los proyectiles perdidos del enemigo no había sido con
todo hasta este momento de daño tan grave como para inspirar temor; pero la
acción entraba ya en su período álgido y nuestra situación se modificaba con
gran desastre. De pronto una onda agitó toda nuestra línea, y una voz siniestra
cundió de boca en boca: ¡Los chilenos, los chilenos! ¡Miren como avanzan! Sí;
envuelta en la bruma del humo y del polvo del combate, avanzaba una
numerosa fuerza enemiga a apoderarse del abra por donde viene el camino de
Lurín a Chorrillos; y avanzaba y avanzaba incontenible, era de verlo y no
creerlo; pues ¿qué hacíamos nosotros…? Transcurrió espacio de tiempo
inestimable y perdido para nosotros, cuando vi llegar a toda carrera al general
Pedro Silva y hablar, accionando enérgicamente, con el coronel Suárez, partió
luego a escape un ayudante, y poco después el batallón de la cabeza, el
“Huánuco”, se desprendió de la línea y avanzó a reforzar la posición; peros e
encontró con el reflujo de los que venían en derrota, y vaciló. Luego se
desprendió el veterano “Paucarpata”, y abriéndose en guerrillas al mismo
tiempo que avanzaba, marchó sobre el enemigo; pero fue inútil su resolución y
su serenidad, porque interceptada la muchedumbre de nuestros dispersos,
antes de poder hacer uso de sus armas fue también dominado por la corriente
de la derrota, sufriendo la suerte de ser destrozado, sin poder causar daño al
enemigo. Había sido herido el Comandante General Coronel Buenaventura
Aguirre de la 4ª división; lo había sido mortalmente el Coronel Chariarse del
“Paucarpata” y de gravedad el Coronel Pedro Mas del “Huánuco”.

¿Qué hacían entre tanto los otros batallones del cuerpo de Reserva? El “Jauja”,
que se encontraba más inmediato al lugar de la catástrofe, se desconcertaba;
el “Ancash”, “Concepción” y “Zepita” (“Zuavos”) continuaban inmóviles en su
formación, recibiendo, no ya las balas perdidas, sino los tiros directos del
enemigo que encontraba un blanco seguro. Todos los Jefes, el Coronel Suárez,
el Coronel Pereira de la división y los jefes de los batallones, con una serenidad
admirable, puesto que, estando montados, constituían los blancos predilectos
de los enemigos, todos se esforzaban por igual en infundir su aliento a los que
mandaban. Nuestro Jefe, el Coronel Valladares, decía a sus soldados que
empezaban a dar indicios de vacilación: “Que no se diga que los hijos de
Concepción han corrido”….

… Desde que ocupamos la retaguardia de la línea de batalla, una interminable


procesión sangrienta pasaba por delante y por detrás de nuestras filas; unos
heridos iban todavía con paso firme y prometían llegar a la ambulancia; otros,
con pasos vacilantes no tardarían en caer; los abnegados ambulantes no se
daban abasto para recoger su piadosa cosecha, y pasaban y repasaban
incesantemente, penetrando hasta las mismas filas del combate. Varios de
estos meritorios soldados cayeron cumpliendo con exceso con su deber de
peruanos y de cristianos.

Nuestra posición, repito, nos permitía observar detalladamente este aspecto


triste de la batalla: a nuestro frente, a menos de 200 metros, teníamos los
cerros de San Juan, y a cada momento veía aparecer esos heridos que
después miraba pasar a nuestro lado; otros eran sacados por los mismos
soldados de las filas de combate y puestos en lugar seguro para ser socorridos
por la ambulancia.

He dicho ya que las balas perdidas del enemigo no nos causaban en un


principio gran daño ni temor: dos ó tres muertos y otros tantos heridos, cuyo
claros se cerraron inmediatamente en las filas, fueron todos los que vi o de los
que me enteré en el espacio de media hora, más o menos, que transcurrió
desde que llegamos hasta que se inició la derrota; pero desde este momento a
las raras balas que rebalsando nuestra primera línea, nos causaban perdidas
más raras aun, se agregó el fuego de enfilada que empezó a llover de la
derecha y que bien pronto se convirtió en verdadero huracán de plomo.
Pero no era sólo allá donde los nuestros cedían el terreno al enemigo: de
repente empecé a ver aparecer de detrás de las colinas de San Juan, por
nuestro frente, individuos cuya ligereza indicaba no estar heridos; luego ya no
fueron individuos aislados sino grupos, pelotones; de pronto, se oye un toque
inexplicable en esos momentos: el de cesar el fuego, y un momento después
era toda la línea de San Juan la que abandonaba sus posiciones.

Es este instante el de mayor desfallecimiento que vi en mi vida y fue ese el


momento más difícil para conservar el orden y la formación en los tres
batallones que aun los guardábamos: sacando la cabeza de las filas podía
verse caer sus individuos como los granos de una mazorca de maíz, como las
hojas de un árbol. Un sargento y un distinguido de los cuatro que escoltaran el
estandarte están ya acostados sobre el suelo; un momento más y vemos que el
mismo estandarte se inclina y cayera si otros no corrieran a sostenerlo: es que
ha faltado el brazo que lo sostenía, es que esta herido el subteniente Ugarte.
Los más atrevidos del enemigo que ha asaltado las posiciones de San Juan
aparecen en las alturas y apuntan… no, no apuntan, disparan nomás, que todo
es blanco. Fue este, repito, uno de los momentos más infelices de mi vida y el
más crítico de la batalla; los soldados nerviosos, frenéticos, agitaban sus
fusiles, y los oficiales apenas podían impedir que se les hiciera fuego y
aumentaran inútilmente la confusión de la derrota, cuando oí que el mismo
General Silva daba la orden para la retirada. Habiendo llegado a hora temprana
para tomar parte en la batalla, nos retiraban tarde para evitar sus efectos
desastrosos.

Sonó la corneta el toque vergonzoso, y desfilamos al trote por la izquierda; pero


las balas enemigas nos seguían con su mortal tenacidad, pues aunque el
boscaje del camino ocultara el bulto, el polvo les enseñaba el blanco. El
teniente Arroyo, que hacía de capitán de mi compañía a falta de propietario del
cargo, cayo gravemente herido; alzado y colocado sobre un caballo con un
individuo que lo condujera, fue alejado rápidamente del campo. Antes de
separarse vivó al Perú con el aliento que le quedaba y nos exhortó una vez
más a que cumpliéramos como debíamos. Después de dejar un reguero de
muertos y heridos en el camino, nos vimos al cubierto de las balas enemigas…

… Al abrigo de la Escuela de Clases, como he dicho, los maltrechos batallones


de la 4ª División del Norte, y los diezmados de la 5ª, menos “Zepita”, que sobre
la marcha recibió orden de ir a reforzar la derecha, rehicimos completamente
nuestras filas. “Huánuco”, “Paucarpata” y “Jauja” estaban reducidos a la mitad
o poco menos. Una gran parte de ellos con los primeros jefes de los dos
primeros, otros jefes y oficiales, habían caído en los gramadales de San Juan o
en retirada; otros estaban prisioneros y algunos se habían dispersado. Los
batallones de la 5ª no habían dejado prisioneros ni habían tenido dispersos;
sus bajas no se debían sino al plomo, y con todo no eran menos de cien los del
“Ancash” y “Concepción” no respondían ya a la lista. Pero a pesar del estrago
sufrido y del espectáculo desmoralizador que habíamos contemplado, el ánimo
de la tropa estaba entero; y esta actitud resuelta era más digna de elogio en los
restos de la 4ª División. Deberíase ello, en parte, a los tímidos y acobardados
habrían huido lejos, sordos a las órdenes y súplicas de sus jefes y oficiales, y
habían quedado en filas los que sostenían su resolución de disputar palmo a
palmo el terreno al enemigo, y, ya que no arrancarle la victoria, vendérsela
cara.

Mientras estábamos concertando nuevamente nuestras filas, llegó el Jefe


Supremo; impartió al Coronel Suárez sus nuevas disposiciones y siguió a
Chorrillos, en donde ardía la batalla.

Sin demorar, pues, más tiempo que el indispensable para rehacer o rectificar
su formación, salieron, de su abrigo los batallones de la 4ª y la 5ª División a
ocupar nuevos puestos de combate.

La línea se extendía ahora a todo lo largo de Chorrillos y desfilaron


sucesivamente a ella el “Huánuco”, en el que marchaba imponiendo a sus
soldados su energía y su entusiasmo mis antiguos capitanes en el “Callao”
Mendoza y García, al primero de los cuales ya no volvería a ver, y en seguida
“Paucarpata” y “Jauja”; luego siguió “Ancash” que se desplegó de la Escuela a
la derecha, y “Concepción” a la izquierda.

Conforme íbamos abandonando nuestro abrigo, éramos descubiertos por el


enemigo, que nos enviaba sus mensajes de muerte. Empezó otra vez la
música celestial, oí decir cerca de mí con un metal de voz entero, y en tono de
chiste; me volví y vi que era Porfías el que había hablado.

… el modelo que yo hubiera querido imitar, el ideal de ese valor verdadero


estaba realizado en Porfías. Es signo característico de este valor, la convicción
de que es una facultad natural que todos poseemos en el alma, y que su
ejercicio solo depende de que haya necesidad de él; por eso esta clase de
valientes son mansos en su vida normal, porque el peligro no es frecuente en
ella; por eso no hablan de valentía, porque no es objeto de discusión, porque
no dudan del valor de nadie; por eso entre las muchas disputas que había
tenido con otros o conmigo, jamás habría traído a discusión este tema. Sólo
una vez, pero no promovido por él, le oí hablar de esto. El distinguido T.
hablaba un día de una manera despreciativa, que siempre usaba sin empacho,
de la poca confianza que le merecían “los serranos”; yo me aparté un tanto
porque en general me disgustaba atravesar palabra con una persona que si
entonces me era desagradable y repulsiva, hoy me es odiosa (si no ha muerto)
por el crimen de que me parece ser autor.

También Porfías parecía que sentía repulsión por este sujeto, pues, contra la
costumbre que me ha hecho darle el nombre con que lo llamo, jamás sostuvo
porfía con él; pero estaba tan procaz y tan torpe T, que no pudo menos Porfías
que acercarse y tomar la defensa de los serranos.- Sí, le dijo, muchos correrán,
porque no les importa nada la capital de los viracochas que los insultan cuando
no pueden…. cuando tienen miedo de hacerles algo peor; pero los serranos
que sabemos que estamos defendiendo la Patria…. yo quisiera ver si les da U.
siquiera a la rodilla. U. que tan valiente es…. con la boca;- y le volvió la espalda
sin hacer mas caso que el desprecio merecido de las palabras de T. que lo
provocaba diciendo:- Vamos afuera del cuadro… para que veas a donde te
doy.
He visto, en efecto, confirmadas las palabras de Porfías: muchos de estos
indios, sin concepto alguno patriótico, sin necesidad de exponer su vida por lo
que no existe para ellos, han huido de la muerte en cuanto les ha sido posible
libertarse de la fuerza que los obligaba a arrostrarla; pero muchos, también,
conscientes de lo que hacían, muchos de esos indios de cara mansa y
apacible, los he visto magníficos en el combate, y recibir heroicos un balazo en
el pecho o en la frente, o caer atravesado por una bayoneta enemiga…

… La acción se había vuelto a empeñar con más escarnecimiento por nuestra


derecha; “Ancash” y los restos de los otros batallones que he citado, recibían
ahora el empuje decisivo de los chilenos y derramaban con un objeto más útil
la sangre que no habían ahorrado en la triste participación que nos había
cabido en San Juan. En cuanto a “Concepción”, que ni antes ni después debía
dar motivo a las apreciaciones injustas que algunos hicieran, le tocó en este
periodo de la lucha una participación, si importante por su objeto, mucho
menos sangrienta. Colocados en la extrema izquierda, era nuestro papel
impedir que el enemigo la cerrara y nos flanqueara, encerrando a todo el
ejército en Chorrillos, como logró hacerlo con una parte de él; pero los chilenos,
que no podían ignorar que teníamos un ejército de reserva en Miraflores, que
podía caerles por la espalda, llevaron su ataque a fondo por el centro y la
derecha, limitándose a mantener por nuestro frente guerrillas con el objeto de
no perder nuestro contacto y observarnos; guerrillas con las cuales nuestra
acción se redujo a un tiroteo intermitente y poco mortífero.

Sosteniendo esta actitud estuvimos más o menos hasta las diez de la mañana,
hora en que abandonamos el abrigo de las tapias tras de las que estábamos y
tomamos camino de Chorrillos: se había recibido orden de intentar un postrer
esfuerzo para auxiliar o liberar nuestras tropas de la derecha de la derecha que
peleaban ardorosamente en el Morro Solar y en la población. Una vez más
renacieron los bríos del batallón, y acallando nuestros gritos de entusiasmo el
ruido de la batalla, penetramos a la población. Acosados por todas partes,
sordos al silbido de las balas que caían como granizo, ciegos a la vista de la
muerte que marcaba nuestra marcha con huellas de sangre, llegamos en tan
resuelta actitud hasta la iglesia del Buen Pastor… Pero ¿por qué se retiraba
nuestra gente que cubría el frente (que en nuestro desfile teníamos a la
derecha)?.... También por las calles de la población pasaba el tropel de los
nuestros en sentido contrario al del enemigo. A la altura del Buen Pastor
flanqueamos a la derecha y penetramos por la boca-calle al corazón del
pueblo; imaginé que esto tendría por objeto cubrir nuestra maniobra ofensiva;
pero muy pronto supe que era para contramarchar algo a cubierto de los
fuegos con que éramos ofendidos.

¿Había sido por falta de fuerzas que apoyaran y secundaran el ataque lo que
impidió llevarlo a fondo? ¿o había sido una maniobra para atraer la atención y
el fuego del enemigo sobre nosotros y pudieran retirarse nuestras tropas de la
derecha? Sólo en este caso resultaría útil nuestra acción, porque, en efecto,
una parte de las tropas que se batían allí, se abría paso a punta de bayoneta
por la calle Lima; al mismo tiempo que soldados del “Concepción”, dando la
mano a los del “Ancash”, rescataban un jefe y varios soldados capturados por
chilenos del “Esmeralda”, que a su turno quedaban prisioneros. Fue en este
momento que cayó con una estrella en la frente el subteniente Goret.

Frustrado el último esfuerzo o llenando su único objeto, y dejando en las


veredas de Chorrillos nueva y más honda huella de sangre y cadáveres,
emprendimos la retirada que se nos ordenaba de Miraflores; quedando por
efecto de la maniobra indicada, cubriendo la retirada, con nuestras filas
cerradas y listas pare rechazar la persecución del enemigo…

… No nos persiguió el enemigo inmediatamente sino con su artillería; pero,


emplazados sus cañones de modo que no nos enfilaban, lo que hubiera sido
fácil, o torpemente dirigidas sus punterías, no nos causaron daño apreciable;
sus disparos cruzaban diagonalmente nuestra línea de retirada, y sus granadas
rebotaban o reventaban por nuestros flancos.

Un sol de enero nos abrasaba y el polvo de la marcha nos asfixiaba cuando


llegamos a la línea de Miraflores: era medio día.

Al desfilar por el 2° Reducto me dijo Porfías:

- ¿Has oído?
- Sí….

Había oído entre comentarios que se hacían un grupo de soldados de la


Reserva, estas palabras que, en estos momentos más que en ningún otro,
tenían un sabor por demás amargo:

- Estos se han venido íntegros en masa….

Cuando un momento después se pasaba lista en el potrero inmediato al


Reducto, no respondieron a ella cinco oficiales y más de un centenar de
soldados….

Cierto que esta pérdida era insignificante comparada con la que


experimentaron otros cuerpos: el “Piérola”, en la pampa de San Juan, en
donde, negándose a rendirse su jefe Reinaldo Vivanco, caía al filo del sable de
la caballería enemiga, no quedando ileso casi ninguno de sus oficiales y
salvando solo unas cuantas decenas de sus soldados; el “Pichincha” a quien
cupo suerte igual heroica a su jefe el Coronel Pastor Sevilla; los valerosos
restos que con los coroneles Noriega y Rosa Gil se abrieron paso por la Calle
de Lima; pero no había sido por voluntad nuestra el que la acción del batallón
se desarrollara en zona en la que el combate no asumió las proporciones
sangrientas que en otros; no fue elección nuestra las diversas situaciones en
que asistimos a la jornada. No, no creíamos merecer el vituperio de la crítica
que encerraba aquella: habíamos soportado imperturbables sin poder hacer un
tiro y sin que se ordenara nuestras filas, viendo caer a muchos de nuestros
oficiales y compañeros, el fuego de exterminio de San Juan, hasta que nos
hicieron retirar; habíamos cumplido nuestra consigna impidiendo el flanqueo
por nuestra izquierda en Chorrillos, que hubiera dado al desastre mayor
magnitud; y, finalmente, habíamos emprendido nuestra última ofensiva contra
el enemigo; acciones todas que habían tenido nuestro espíritu en larga y
agudísima tensión; y sin embargo, sólo en obediencia a una orden superior,
habíamos abandonado el campo, sin perder por un momento nuestra
formación. Y era esta circunstancia, notada y elogiada por los militares
entendidos, lo que impresionaba a los reservistas, y los hacía verter la frase
que tan hondamente venia a herir nuestra susceptibilidad patriótica. Cierto que
no estaban aquellos en aptitud moral de emitir juicio; doblemente moral, porque
no sabían lo que hablaban, y porque con el mismo criterio y con la misma razón
podíamos haber dicho nosotros: Estos no se han movido de su reducto.

Ah! Pero estos argumentos que ahora se me ocurren no se me ocurrían en


esos momentos; y ¿cómo se me iban a ocurrir? Me encontraba en ese estado
de ánimo confuso y despechado de la infeliz doncella a quien los arrebatos de
la pasión arrastraran a la cita misteriosa, y de la que saliera incólume por la
frialdad de su amador, pero perdida ante el concepto de las gentes. ¡Y qué
argumento poner ante el espectáculo de la batalla del Morro Solar, cuyo fragor
llega a nosotros como una condenación inapelable!

Solo conociendo la magnitud del desastre podía explicarse la actitud de los que
debían acudir en auxilio de los combatientes: de los 18000 hombres formados
esa mañana en la línea de San Juan sólo seis mil, una tercera parte, formaron
en la de Miraflores; en otra tercera parte se apreciaban los muertos, heridos y
prisioneros…. Una cantidad igual se había disipado, se había colado por entre
las filas de la Reserva que se desplegó para cerrar el paso a los dispersos.

Eran las dos de la tarde cuando se arrió nuestra bandera en el Morro Solar
sobre sus defensores muertos o rendidos por falta de municiones y de auxilio, y
surgió la de la estrella de Chile; pero, como si sus soldados no la juzgaron
dignas de lucir en el cielo puro y sereno de la gloria, bien pronto se ofuscó
entre el humo del incendio…”
Un día como hoy, se recuerda la Batalla de Miraflores. El saqueo de Chorrillos
no fue un secreto para los peruanos. Cáceres, inclusive, trató de aprovechar la
euforia chilena para atacar por sorpresa, pero Piérola consideró inútil tal
iniciativa.

El 14 de enero se pactó una tregua entre ambos bandos que duraría hasta la
medianoche del 15 de enero. Sin embargo, el adversario empezó a movilizar
sus tropas desde el 14 para atacar Miraflores. La línea de defensa de
Miraflores se organizó en tres sectores. El de la derecha quedó a cargo de
Cáceres, el centro a las órdenes del coronel Belisario Suárez y la izquierda
bajo el mando del coronel Justo Pastor Dávila.

Se construyeron diez reductos –zanjas cavadas en dirección al enemigo, de 7


metros de ancho y 2.5 metros de profundidad– a lo largo de doce kilómetros: el
primero al sur de Miraflores y el décimo en los bordes del río Surco, a intervalos
de 800 a 1000 metros. Allí se montaron algunas piezas de artillería.

La defensa de Miraflores estuvo a cargo de jóvenes, hombres maduros y hasta


adultos mayores, muchos de ellos jubilados, quienes constituían la Reserva
junto con los que recién habían cumplido los 16 años de edad. A las 14.30
horas del 15 de enero de 1881 se abrieron los fuegos. El ejército peruano y el
chileno se encontraban a tan sólo 400 metros de distancia. Los buques
invasores, situados frente a Miraflores, dispararon con sus cañones sobre la
población. El Reducto 1, ubicado actualmente entre el malecón de la Reserva y
la avenida Paseo de la República, fue tomado por las tropas chilenas.

La defensa estuvo a cargo del mismo Cáceres hasta que se quedó sin
municiones y sin refuerzos y tuvo que replegarse sobre el Reducto 2, que
también fue atacado por la retaguardia. Cáceres observó que era imposible
continuar la resistencia sin municiones, así que ordenó la retirada. En ese
momento, dos balazos atravesaron su kepis, pero sin herirlo.

Al detenerse para encabezar una última resistencia recibió un balazo en la


pierna. Eran las 18.00 horas. Con el caudillo caído, las tropas peruanas se
dispersaron. Los chilenos ingresaron a Miraflores y quemaron la ciudad, tal
como hicieron antes con Chorrillos y Barranco. El 17 de enero de 1881 el
ejército chileno, al mando del general Manuel Baquedano, ocupó Lima.
Corría el mes de enero de 1881, cuando tenía lugar la Guerra del Pacífico,
cuyo teatro de combate se había trasladado a los alrededores de Lima, donde
se desarrollaba la campaña del mismo nombre. Dentro de esta última y una vez
terminada la batalla de Chorrillos, que ocurrió el día 13 de enero, el Ejército
chileno durmió esa noche en las mismas posiciones que había conquistado. En
la mañana del día 14, el Ministro de Guerra en Campaña, José Francisco
Vergara hizo tentativas de paz enviando al coronel Iglesias al Cuartel General
de Nicolás de Piérola, las cuales no fructificaron. En la tarde de ese mismo día,
el cuerpo diplomático de Lima acudió al campamento peruano y al día siguiente
sostuvo otra reunión en el Cuartel General chileno. Se convino en un armisticio
que duraría hasta las doce de la noche.
Afuera, ambos ejércitos contendientes se encontraban separados por una
distancia muy corta, lo cual, sumado a la desconfianza mutua, hacía inminente
el inicio de un nuevo enfrentamiento. Finalmente, eso fue lo que sucedió,
sorprendiendo tanto a los jefes militares chilenos como a sus pares peruanos.
El Ejército de Reserva peruano se hallaba apostado a lo largo de la línea de
Miraflores; más exactamente se hallaba guarneciendo los fuertes de su
retaguardia, mientras que el respectivo Ejército de Línea se hallaba detrás de
las tapias delanteras. Este último se hallaba conformado por las tropas de los
coroneles Dávila y Suárez que se habían retirado del campo de batalla de
Chorrillos, más los demás soldados dispersos y la guarnición del Callao. El
coronel Cáceres dirigía la derecha de la línea, mientras que su homólogo
Suárez mandaba el centro, y el coronel Dávila la izquierda.
Por el lado chileno, la división del coronel Pedro Lagos estaba en las mejores
condiciones para combatir, debido a que no había tomado mayor parte en la
batalla de Chorrillos. En vista de esa situación, el general Manuel Baquedano la
colocó en la vanguardia, junto con la artillería de campaña y la Reserva,
conformado las tres la derecha de la línea chilena. Sin embargo, sólo algunos
de los cuerpos de esta división se hallaban en sus puestos, mientras las otras
divisiones chilenas estaban aun más lejos.
La batalla comenzó a las dos de la tarde del día 15 de enero, mientras buena
parte de las tropas chilenas estaban descansando; esto dificultó la labor del
coronel Pedro Lagos, quien debía contener a las tropas peruanas. La división
de Pedro Lagos se encontró en serios aprietos y tuvo que soportar el mayor
esfuerzo bélico durante esta batalla. En ese momento comenzó a actuar la
Escuadra chilena, que desde las orillas del mar empezó a hacer fuego. El
coronel peruano Cáceres trató de hacer un movimiento envolvente por ambos
flancos de la línea chilena, con el fin de tomarla por la retaguardia. Los cuerpos
chilenos hicieron un sacrificio indecible y Lagos envió en su apoyo a otras
unidades de la Reserva chilena, lo cual fue muy oportuno, normalizándose de
esta forma el combate; de hecho, los soldados peruanos debieron retirarse. Y
antes de que estos últimos se reorganizaran, Lagos tomó la ofensiva y logró
expulsarlos de la primera línea de tapias. Como continuaron resistiendo desde
la segunda, Lagos envió al combate a otro cuerpo, de forma que todas las
unidades chilenas volvieron a avanzar en forma simultánea.
En ese momento se incorporó al combate la división de Patricio Lynch, cuyos
cuerpos se desplegaron en forma admirable. Una nueva embestida chilena
abrió un claro en la extrema derecha del coronel Cáceres, quien quedó
flanqueado. Piérola ordenó que su caballería entrara en acción, pero le salieron
al encuentro los Carabineros de Yungay, lo que hizo que los primeros se
retiraran.
Ya la batalla estaba ganada, debido a que la heroica resistencia sostenida por
Lagos permitió que se reuniera la mayor parte del Ejército chileno. Sin
embargo, las pérdidas de este último fueron elevadísimas: más de dos mil
hombres entre muertos y heridos (lo que correspondía a más de la cuarta parte
del total de combatientes). Entre los oficiales que perecieron en el combate se
contaron el mayor Ramón Dardignac y el ex – comandante del Atacama, Juan
Martínez.
Una vez terminada la batalla, en el día 16 de enero el general Baquedano
exigió la rendición incondicional de la capital peruana, en la cual, debido a la
ausencia de autoridades limeñas, se produjeron actos de saqueo y
enfrentamientos, lo que había obligado a los extranjeros avecindados a
organizar, el día 17 del mismo mes, una guardia de orden. Entonces se decidió
que el alcalde pidiera a Baquedano la ocupación de Lima. Por otro lado, un
panorama muy parecido se dio en el puerto del Callao. El comandante de esta
última plaza hizo volar los fuertes existentes en ella en la mañana del día 17 de
enero, mientras los buques peruanos fueron incendiados.

2. BATALLA DE MIRAFLORES
Batalla de Miraflores. Realizada el 15 de enero de 1881 fue la culminación de la
Campaña de Lima, tercera fase de la Guerra del Pacífico y marcó el inicio de la
Campaña de la Cordillera de los Andes que duró entre 1881 y 1883.
El ejército chileno al mando del General Manuel Baquedano, apoyado por tres buques
de la armada chilena, derrotó a las fuerzas atrincheradas en parte de la segunda línea
defensiva peruana en Miraflores, dirigida por Don Nicolás de Piérola luego de más de
cuatro horas de combates. Los reductos de Surco y Ate no combatieron. Dos días
después de esta batalla el Ejército de Chile entra a la ciudad de Lima, capital del Perú,
el 17 de enero de 1881.
ACTITUDES DE PIÉROLA, CÁCERES E IGLESIAS
Nicolás de Piérola
Al término de la batalla, así lo cuenta José María Químper, Piérola dormía encerrado
en una habitación de la hacienda Vásquez, a la izquierda de nuestra línea de
Miraflores, a más de una legua de este pueblo (Documento citado de la Recopilación
de Ahumada Moreno).
A esas horas, tras la dura jornada, Cáceres tendía su capote en el suelo para descansar
un momento junto a sus soldados, pensando constantemente en la manera de revertir
la situación que no podía ser más grave. Es bien conocido que esa noche, en que las
tropas chilenas se hallaban entregadas al saqueo y la embriaguez en Chorrillos, solicitó
de Nicolás de Piérola con terquedad, autorización para emprender un ataque que
hubiese cogido de sorpresa al enemigo y bien conocido es también que el dictador
desechó el proyecto, calificándolo de estéril e inútil.
Se pactó tregua el 14, durante la cual Miguel Iglesias, prisionero la víspera, fue
comisionado por los chilenos para negociar con Piérola. El armisticio debía durar hasta
la medianoche del 15 pero no fue respetado por el enemigo, que el mismo 14 movilizó
sus tropas en disposición de ataque sobre Miraflores.
LA LÍNEA DE MIRAFLORES
Según Cáceres, en Batalla de San Juan y Miraflores el ejército peruano no fue
enteramente aniquilado sino más bien disperso. En realidad, para defender Miraflores,
Piérola pudo reorganizar 10000 hombres de los restos de San Juan y Chorrillos, más
6000 de la reserva y otros 2500 que pudo solicitar al Callao. Pero sólo reorganizó 500
del ejército de línea y trajo del Callao apenas 800. Ellos, con la Reserva, sumaron los
12000 que se formaron contra los 22000 chilenos.
Reducto Nº 1 tomado por tropas chilenas el 15 de enero de 1881, este Reducto se
ubicaba cerca al hoy malecón de la Reserva entre el malecón y la avenida Paseo de la
República. Fue defendido por el coronel Andrés Avelino Cáceres Dorregaray, hasta que
se quedó sin municiones y sin esperanza que llegara refuerzo alguno.
La línea de Miraflores se organizó en tres sectores de defensa. El de la derecha quedó a
órdenes de Andrés A. Cáceres Dorregaray, el centro a las de Belisario Suárez y la
izquierda a las de Justo Pastor Dávila. En los diez reductos desparramados en una
extensión de doce kilómetros, intervalos de 800 a 1000 metros, se montaron algunas
piezas de artillería, guardadas por tropas de reserva. Quedaron a las órdenes de
Cáceres los batallones Juan Fanning, Arias y Aragüez, Carlos Arrieta, Augusto
Seminario, Maximiliano Frías, Noriega, Frisancho, Porras, Garay, Crespo y Zevallos.
POR EL TRIUNFO O POR EL SACRIFICIO
En la mañana del 15, Cáceres recorrió todo su sector, dictando diferentes disposiciones
de combate, y, principalmente arengando a sus soldados para combatir con honor por
el triunfo o el sacrificio. Al percatarse que las guerrillas enemigas se situaban a 500
metros de su frente, Cáceres hizo notar al General Pedro Silva que la tregua era
violada, obteniendo por respuesta que por nuestra parte teníamos que cumplirla
rigurosamente. Pero casi de inmediato, cuando empezaba la tarde, se dió inicio a la
batalla, al contestar las tropas de Cáceres al ataque frontal de la división Lagos al
tiempo que de flanco eran bombardeadas por la escuadra enemiga. Desde el principio
la lucha fue desigual, pero con todo, los peruanos hicieron allí prodigios de valor,
haciendo honor a la tradición de su heroico conductor.
PIÉROLA A BUEN RECAUDO
Ninguna respuesta favorable obtuvieron las ayudantes que envió Cáceres ante Piérola
demandándole refuerzos. El generalísimo, escribió el héroe, en ningún momento se
presentó en la línea y permaneció en Vásquez con sus ayudantes y el coronel
Echenique, jefe del Ejército de Reserva (Memorias, Lima, 1980, tomo I, pp. 144 y 145)
Relata un reservista de Piérola, como trastornado, procuraba alejarse a galope de los
sitios peligrosos al tiempo que el coronel Cáceres dirigía su anteojo sobre las
polvaredas que pudieran indicar opas en marcha. Refuerzo, ninguno. Eran, mientras
tanto, las 4 p.m y el fuego enemigo continuaba con gran vivacidad…. Hacía más de tres
horas que combatíamos y sin embargo ¡no recibíamos ningún refuerzo! Cáceres,
desesperado, decía confidencialmente en un grupo (No tenemos ya municiones;
estamos perdidos),(Apuntes de un reservista sobre las jornadas del 13 y 15 de enero
de 1881, documento inserto en la Recopilación de Ahumada Moreno, tomo VI, pp.
190-196).
CÁCERES ES HERIDO EN HEROICA RETIRADA
Pese a tanta desventura, el héroe alentaba sin cesar a soldados y reservistas,
reclamándoles un último esfuerzo y ellos, según refiere quien los vió nimbados de
gloria en tan terribles momentos, al reconocer a nuestro comandante general
recorriendo la línea, se electrizaban con su presencia, como si ella les inspirara mayor
confianza ¡ Viva el Peru ! , Gritaba Cáceres al pasar ¡ Pararse muchachos ! , ¡ Viva el
Peru ! contestaban todos, pero con una voz tan unida, Pero con tanto brío y frenesí
que era preciso ser de piedra para no conmoverse y conservar la serenidad.(Lo que yo
ví, crónica publicada en el periódico El Orden, Lima, 1881).
Sin apoyo y extenuada su hueste, Cáceres ordenó un primer repliegue, unió los restos
de su ejército con la reserva que a las órdenes del coronel Correa y Santiago se puso a
sus órdenes. Hubo un momento de tregua, pero porque el enemigo suspendió
momentáneamente los fuegos para reagruparse y emprender la ofensiva final, con
superioridad de fuerzas.
Los valientes de Cáceres se defendieron en los reductos, pero al observar el jefe que
era imposible y hasta inhumano continuar la resistencia sin municiones, perdida ya la
esperanza de ver aparecer refuerzos, ordenó la retirada.
Fue en esa circunstancia que dos balazos atravesaron su kepis sin herirlo, pero al
detenerse para encabezar una postrera resistencia en la izquierda, recibió un balazo en
la pierna al tiempo que su caballo era también alcanzado. Dice un testigo que entonces
perdimos al jefe que hubiese podido salvar en orden los restos del ejército y gran parte
del parque. Ello sucedió alrededor de las seis. Caído Cáceres nadie pudo contener la
dispersión de las diezmadas tropas.
DETALLES DE LA BATALLA DE MIRAFLORES
Todos sabemos el resultado desgraciado de esta batalla: la toma de Lima por la
soldadesca chilena. Pero esta derrota no se debió a la cobardía de los soldados
peruanos, pues los batallones que opusieron resistencia lejos de abandonar el campo,
descansaron para siempre en él existieron muchos reductos desde el mar hasta
Monterrico; pero sólo tres, el que se ubicaba en el malecón (Reducto Nº 1), el de
Miraflores (Reducto Nº 2) y el situado en La Palma (Reducto Nº 3, hoy Surquillo),
fueron los que llevaron el peso del ataque chileno, que rehuyó el combate en los otros
frentes.
Regimiento Chillán formado en Lurín antes de las batallas por Lima. Combatió en
Miraflores como parte de la brigada Gana
El 13 de enero de 1881, Nicolás de Piérola el Dictador (según Guillermo Thorndike, su
verdadero nombre era Nicolás Fernández Villena, pero prefería llamarse a sí mismo,
Nicolás de Piérola: quizá le sonaba más aristocrático), a quien le atribuye la derrota Paz
Soldán, reunía en Junta de Guerra a los Jefes de su Ejército en su regia mansión de
Miraflores ubicada en la quinta del banquero Schell, rodeada de amenísimos jardines
(Benjamín Vicuña Mackenna). Asistieron a ella entre otros, los generales Montero,
Buendía y Segura,los coroneles Dávila, Montero, Cáceres, Suárez, Iglesias, Noriega,
Figari, Pereyra, Derteano, La Fuente y Echenique (Rosa Allison de Broggi, Lib. cit.).
Piérola les manifestó la causa de la reunión: conocer el espíritu que animaba a las
tropas y si podían éstas hacer una seria resistencia, pues como primer paso para
negociaciones de paz, los chilenos querían la entrega de la línea de Miraflores.
El Coronel Aguirre ensangrentado, por una herida recibida en la sien, se manifestó
resuelto a presentar combate y su opinión fue seguida por casi todos los presentes
(Rosa Allison de Broggi). La reunión terminó acordando la batalla y dictando las
medidas para construir las obras de defensa.
A las nueve y media del día siguiente (14 de enero de 1881), se presentó en la casa de
Piérola, un parlamentario chileno que fue echado por carecer de suficiente autoridad.
Dos horas después el coronel Iglesias, prisionero de los chilenos, mantenía con Piérola
una larga conferencia. Este coronel había sido encargado por el General en Jefe
Chileno, Baquedano de proponer una capitulación sobre la base de una entrega
incondicional de los buques y fuertes del Callao y de la Capital. Aceptada la proposición
de negociar, Iglesias regresó alrededor de las cuatro, al campamento chileno, como lo
había prometido.
A las dos y media de la tarde, recibió Piérola un despacho telegráfico del Ministro de
Relaciones Exteriores, por el cual se le informó que el cuerpo diplomático acreditado
en Perú, ofrecía su ayuda en las negociaciones con los chilenos. A esto contestó Piérola
que, el asunto traído por el parlamentario chileno permitía la intervención del cuerpo
diplomático, que se aceptaba.
La primera labor de dichos funcionarios fue proponer un armisticio que vencía en la
medianoche del día 15, a fin de poder entablar negociaciones. Este armisticio, fue
aceptado tanto por Baquedano como por el Dictador peruano.
El 15, por la tarde, de Piérola se hallaba almorzando en su casa de Miraflores con los
jefes peruanos y los comandantes de las escuadras extranjeras, cuando llegó la
Comisión Diplomática.
Acababa de salir Piérola a recibirla y estaba cambiando saludos cuando los disparos del
campo de batalla comenzaron a oírse. Resultaba que el General Baquedano en un
reconocimiento había sobrepasado las líneas peruanas y éstas rompieron fuego. Los
chilenos contestaron de tierra y del mar y se entabló así, la Batalla de Miraflores en
medio del desconcierto de los que confiaban en una tregua y en las negociaciones
hechas al amparo de esa calma.
El Cuerpo Diplomático quedó sólo en la casa de de Piérola, pues éste, tras un ligero
saludo de despedida, había corrido a su caballo y marchado en compañía de los Jefes.
No teniendo vehículos y bestias en qué regresar a Lima, los diplomáticos debieron
emprender la marcha a pie en medio de la batalla.
A las dos y cuarto, del día 15 de enero de 1881, se había iniciado la batalla. Los
chilenos, lejos de imitar a los peruanos en su extensa línea de defensa, concentraron el
ataque contra los primeros reductos de la derecha peruana, es decir, del mar a la línea
del tranvía.
Las dos divisiones atacadas, estaban al mando del Coronel Mariano Noriega y del
Coronel Mariano Zevallos, bajo las órdenes del Comandante en Jefe, Coronel Andrés A.
Cáceres. Las tropas de reserva situadas en los reductos estaban formadas por los
profesionales, políticos y comerciantes de Lima. Las tropas de línea, cubrían el espacio
entre reducto y reducto. En total eran 5 500 hombres contra 22000 vencedores
chilenos.
Resulta que a la sorpresa del ataque chileno, se unió el abandono del campo por el
señor de Piérola, para producir gran desconcierto en las tropas, las cuales sin órdenes
de un comandante, actuaban por iniciativa propia.
A pesar de esto, a las cuatro los peruanos rechazaban el avance chileno y dominaban
en el campo hasta las cinco. Pero habiendo recibido los combatientes de primera línea
municiones que no correspondían a sus armas y cansados de no recibir refuerzos,
abandonaron sus posiciones siendo seguidos por los demás soldados en esta retirada.
La victoria se torno entonces intempestivamente para los chilenos cuando la sola
visión de tropas peruanas de refuerzo, los hubiera desbandado, según la misma
opinión chilena.
Lo triste de esta batalla fue que mientras el heroísmo de los batallones de reserva
formados por lo mejor de la Capital como ya se dijo, acababa con sus vidas, cerca de
ocho mil hombres de tropa, permanecían inactivos a la izquierda de la línea peruana,
haciendo infructuoso el sacrificio de nuestros civiles.
El chileno Fuenzalida, ocupó el pueblo de Miraflores al vencer a los últimos defensores
del Reducto Nº 1, y acto seguido el bello balneario se vio envuelto en llamas, siguiendo
la suerte de sus hermanas Chorrillos y Barranco y rodeando esta salvaje hoguera
yacían en el campo, los que entregaron sus vidas antes de entregar sus hogares.
Guillermo Thorndike, sobre la Batalla de Miraflores, nos dice:
"Andrés A. Cáceres y los coroneles Noriega y Zevallos se encontraron en la estación
ferroviaria a las 2 de la tarde. Piérola convocaba una urgente Junta de Jefes. Pasadas
las doce, Iglesias regresó al encuentro del Parlamentario chileno... Don Isidoro
Errázuriz, carecía de poderes para preparar un armisticio. Manda decir, su Excelencia
que está dispuesto a recibir a un Plenipotenciario chileno y a discutir la paz, siempre y
cuando venga premunido de las debidas credenciales."
A cien metros de la quinta de Schell el Señor Cáceres se volvió al escuchar un trote
largo de caballo. Tardó en reconocer al Coronel Buenaventura Aguirre.
Desmontaron frente a la quinta que ocupaba su Excelencia.
Caballeros, los he reunido no para conocer sus ideas personales sobre la situación ni
para preguntar si están listos para dar sus vidas si fuera necesario, sino, para que me
manifiesten cuál es el espíritu de sus tropas y si podemos depender de ellas para librar
una segunda batalla.
Es necesario que conozca si nuestros soldados pueden ofrecer una seria resistencia.
Quiero añadir que, como condición previa para entrar en negociaciones de paz, el Jefe
chileno pide que le entreguemos la Línea de Miraflores con todos sus reductos y
defensas. He rechazado tan humillante proposición.
Saint John expresó preocupación que el comando chileno ignorara las advertencias de
los neutrales. En este caso, tendría que usar la fuerza.
Si los chilenos pretenden saquear Lima, tendremos que impedírselo, dijo Viviani. ¿Qué
dicen nuestros marinos?.
El británico Sterling y el italiano Sabrano dejaron que hablara Bergase Du Petit
Thouars. Era el almirante más antiguo y por esa razón comandaba la Escuadra neutral.
Si es necesario, podemos echar a pique a la Escuadra chilena, anunció Petit Thouars,
eso bastaba.
Por unanimidad, los ministros otorgaron autorización al almirante francés para usar la
fuerza de todos los buques neutrales, si es preciso impedir otra jornada de barbarie.
Señorías, si bien lo que hemos acordado merece calificarse de un indispensable acto
de civilización, no me parece suficiente, intervino el doctor Uriburu, ministro de
Argentina. Debemos tomar la iniciativa para que se celebren inmediatas
conversaciones de paz. Hay que impedir otra batalla.
Contempló la ruina de Chorrillos, respiró su pestilencia a muerte y carbón. La magnitud
del ultraje recibido no sólo la muerte, también el degüello de prisioneros, la
multitudinaria violación de mujeres, el incendio a traición y los cadáveres profanados y
el saqueo admiraban la hombría de Iglesias para desafinar en un torrente de
reproches. ¿Quién se equivocó, quién permitió el error?.
Hoy no habrá batalla en Miraflores. Hace un rato, el Estado Mayor General informó
que se ha pactado una tregua hasta medianoche. Baquedano se compromete a no
avanzar más allá del terreno ocupado por su gran guardia en Barranco. Tampoco los
peruanos deben salir de los reductos.
Sin embargo, los chilenos abusando de la honorabilidad de los jefes peruanos,
aprovechan la tregua para ubicar a las tropas en posiciones de asalto.

NÚMEROS
El historiador peruano Jorge Basadre indica que en la defensa de Miraflores
participaron 2500 hombres del ejército de reserva y 3000 soldados del ejército activo,
sumando 5500 defensores desde el Reducto 1 al 4. Los batallones de los reductos
ubicados en Surco y Ate fueron disueltos por órdenes de Piérola y no participaron en la
batalla. En el ataque chileno Lagos empleó 8.000 soldados con el apoyo de la artillería
de las naves Blanco Encalada, Cochrane y Huáscar. Las bajas peruanas fueron 3000 y
las chilenas 2214 hombres.
El historiador chileno Gonzalo Bulnes indica asimismo, que en la línea defensiva desde
Miraflores en dirección a Surco y finalizando en Ate se encontraban 11000 peruanos,
compuestos por 1000 hombres de dos batallones de la guarnición del Callao, 6000
soldados retirados de la línea de San Juan y 4000 hombres del ejército de reserva

LA CAMPAÑA DE LA SIERRA o breña


El 26 de abril de 1881 el Presidente Piérola le nombró "Jefe Político y Militar de los
Departamentos del Centro de la República"5en reemplazo de Juan Martín
Echenique.7Por su parte, la Asamblea Nacional reunida en Ayacucho lo ascendió
a General de Brigada (26 de mayo de 1881),15 por el heroísmo demostrado en las cinco
batallas principales en las que actuó: San Francisco, Tarapacá, Tacna, San Juan y
Miraflores.
En julio de 1881 el gobierno de Francisco García Calderón intentó atraerlo a su servicio
ofreciéndole la primera vicepresidencia, pero Cáceres reiteró su adhesión a Piérola. 16
En octubre, Piérola lo nombró ministro de Guerra.En noviembre, los jefes y oficiales de
su ejército se rebelaron contra Piérola y le ofrecieron la presidencia de la república,
que no quiso aceptar, pues consideró más apropiado respaldar (ahora sí) al presidente
García Calderón Landa, que acababa de ser confinado a Chile por negarse a firmar la
paz con cesión territorial. En la práctica, su lealtad fue hacia el vicepresidente Lizardo
Montero, que asumió el gobierno en reemplazo del presidente deportado. Cáceres se
conformó con mantenerse en el cargo de Jefe político y militar de los departamentos
del Centro. Por entonces ya había empezado la campaña de la Breña.
La razón del abandono de su adhesión a Piérola se debió a que fue convencido de que
con el gobierno de García Calderón/Montero se podría llegar a la paz con Chile a través
de la mediación del ministro estadounidense en Lima, general Hurlbut, sin contemplar
la cesión territorial. Pero esta expectativa no se cumplió y Piérola llegó incluso a
afirmar que la defección de las fuerza militares de Cáceres en el centro y las de
Montero en el sur, hicieron frustrar un supuesto ataque combinado que tenía
planeado hacer con Bolivia para recuperar Tarapacá y Arica, así como otro ataque
masivo a Lima. Cáceres, en sus Memorias, negó rotundamente haber sido informado
de la existencia de tal plan.Existe también una carta de Ricardo Palma, firmada con el
seudónimo de Hiram y publicada en el diario El Canal de Panamá (11 de enero de
1882), donde llama traidor a Cáceres por pasarse al bando de García Calderón, y
propiciar así, según su opinión, el fracaso de los planes de Piérola de contratacar a los
chilenos.
Posteriormente, el Congreso instalado en Arequipa nombró a Cáceres segundo
vicepresidente de la República (23 de abril de 1883), en el que nominalmente se
mantuvo hasta el fin del gobierno de Montero, poco después de la firma de la paz de
Ancón.

Campaña de la Breña
Con fuerza y mucho carisma, Cáceres pudo levantar a las poblaciones de la cordillera
para resistir la invasión chilena, especialmente gracias al apoyo completamente
beligerante de la Iglesia peruana, dirigida desde el Convento de Santa Rosa de Ocopa.
Estableció como su centro de poder el valle del Mantaro y a Ayacucho como su
reserva.
Su ejército, que empezó con unos cuantos oficiales y 16 gendarmes convalecientes en
el hospital de Jauja, llegó en su momento máximo a más de 3.000 hombres. Sus
soldados vestían modestamente aunque con igualdad de trajes; usaban mayormente
fusiles Peabody y contaban con algunos cañones venidos a través de Bolivia. Pero
carecían de caballería. Fue denominado Ejército del Centro. Era, efectivamente, un
ejército orgánico, compuesto, en parte, de veteranos, sirviéndose de los guerrilleros
solo como tropas de choque. Buena parte de estos estaban armados de rejones, lanzas
y hondas; también eran expertos en el empleo de galgas que hacían rodar desde lo
alto de los cerros sobre los pasos estrechos y desfiladeros. No obstante, los chilenos no
reconocieron a estas tropas como ejército, calificándolo de guerrillas o montoneras, y
por lo tanto, fuera de las formalidades de la guerra.
A lo largo de esta campaña, Cáceres fue apodado “el Brujo de los Andes”, apelativo
debido a que siempre burlaba las maniobras envolventes planeadas por los oficiales
chilenos, y por la forma de dirigir sus ataques, actuando con tanta fluidez que parecía
estar presente en todas partes. Se hacía perseguir por terrenos difíciles hasta alturas
insoportables para los adversarios, quienes caían víctimas del soroche; otra argucia
que usaba era poner las herraduras de los caballos de forma inversa para despistar al
ejército chileno.

Fotografía captada en el estudio Cosme Rodrigo & Co. hacia 1880, donde se aprecia a
Cáceres (pri0mero de la izquierda, sentado) junto a Ramón Zavala, Remigio Morales
Bermúdez, César Canevaro y Francisco de Mendizábal, así como un militar no
identificado.
a) Primera expedición contra Cáceres.- Los chilenos enviaron contra Cáceres
una primera expedición, muy confiados de obtener un triunfo rápido. El encargo fue
dado a la División del teniente coronel Ambrosio Letelier, que logró llegar hasta la
ciudad de Huancayo, cometiendo exacciones en las poblaciones adonde llegaba.24 En
todo su trayecto, los soldados de Cáceres hostilizaron a estas tropas, logrando,
además, arrebatarles el cupo de dinero y víveres que habían obtenido en Huancayo.
Ante su impotencia para derrotar a los "breñeros", el contralmirante Patricio
Lynch (gobernador chileno de la ocupación) ordenó el regreso a Lima de la División
Letelier. Este fue el primer fracaso chileno contra Cáceres.22
Letelier demoró en retornar a Lima. En el trayecto destacó a una de las compañías del
Regimiento Buín 1° de Línea en la hacienda Sángrar (en la provincia de Canta) y de
propiedad de Norberto Vento), con el objeto de reaprovisionarse y descansar. Avisado
el coronel peruano Manuel de la Encarnación Vento, que se encontraba en las
cercanías, avanzó con sus tropas reforzadas por 50 guerrilleros canteños. Con esta
fuerza sorprendió a los chilenos, acorralándolos en la hacienda Sángrar (26 de junio de
1881). Los chilenos se atrincheraron en el edificio de la capilla, dando tenaz resistencia.
El resultado de este encarnizado combate de Sangrar fue favorable a los peruanos,25
que se retiraron rescatando el ganado que había confiscado el enemigo y llevándose
dos prisioneros, así como 48 fusiles comblain y abundantes cartuchos.26 A Letelier, que
durante toda la campaña envió informes telegráficos a Lima sobre sus ficticios triunfos
sobre masas de indígenas (que ni el mismo Lynch se los creyó)27, no le quedó sino
apresurar la retirada, cargando con los restos de su maltrecha División. Ya en Lima, fue
sometido a juicio por apropiarse de los cupos cobrados indebidamente a las
poblaciones. El departamento de Junín quedó momentáneamente libre de chilenos.25
b) Segunda expedición contra Cáceres. Pucará, Marcavalle y Concepción.- Cáceres
estableció su cuartel en Tarma, donde organizó nuevos batallones y se armó con
cuatro piezas Krupp de retrocarga. Luego y de forma sucesiva estableció su cuartel en
Chicla, Matucana y finalmente en Chosica, muy cerca de Lima, en octubre de 1881. 28
Ante ello, Lynch organizó una segunda expedición, mucho más poderosa que la
anterior. La dividió en dos divisiones, una a su propio mando, de 3.000 hombres, que
avanzaría hacia Canta y atacaría a Cáceres por la retaguardia; la otra, de 1.500
hombres, bajo el mando del coronel Pedro Gana, que marcharía vía ferrocarril hacia
Chicla, para atacar al adversario frontalmente. Era principios de 1882. Lynch trataba así
de ejecutar la clásica maniobra envolvente, pero falló ante la habilidad del jefe
peruano, que se retiró, oportunamente, hacia Tarma. Ante esta situación, Lynch
decidió volver a Lima, encomendando al coronel Gana la persecución de Cáceres, para
lo cual reforzó su destacamento hasta completarlo en 3.000 hombres. Gana, por su
parte, dejó el mando de la división al coronel Estanislao del Canto, y volvió también a
Lima.29
De Tarma, Cáceres pasó a Jauja y de allí a Huancayo, donde pasó revista a sus tropas,
que sumaban 1.300 hombres. Mientras tanto, Del Canto iba a su encuentro. Cáceres
optó entonces por retirarse más al interior, pero al avanzar hacia Pucará se encontró
con las fuerzas chilenas. Se produjo entonces el Primer Combate de Pucará (5 de
febrero de 1882). Si bien inicialmente los chilenos creyeron tener éxito, se encontraron
luego con una segunda línea de combate separada de ellos por una quebrada de difícil
acceso, donde no podía maniobrar su caballería. Pronto descubrieron una tercera línea
de fuego que los atacaba desde una altura dominante. Se produjeron una serie de
combates escalonados. Fatigadas sus tropas, Del Canto ordenó la retirada
hacia Sapallanga y luego hacia Huancayo, mientras que Cáceres continuó
ordenadamente su marcha hacia Ayacucho. Durante el combate, Cáceres, gracias a su
guardia personal, se salvó de una arremetida que para matarlo había desplegado un
escuadrón de caballería enemiga.
De Pucará, Cáceres marchó por Acostambo, Huancavelica y Acobamba, y de allí
a Julcamarca donde una terrible tempestad mermó sus fuerzas considerablemente,
quedando reducido a 400 hombres, famélicos y harapientos. No obstante, continuó su
marcha hacia Ayacucho. Se enteró que el coronel Arnaldo Panizo, subordinado suyo, se
hallaba cerca de Ayacucho; éste militar se había negado a entregarle sus tropas, las
cuales sumaban 1.700 hombres. A pesar de contar con menos fuerzas, Cáceres atacó a
Panizo en Acuchimay, triunfando e incorporando esas tropas a su ejército (22 de
febrero de 1882).
En Ayacucho, Cáceres se reorganizó durante algunos meses y logró reunir un ejército
de 4.000 hombres, con quienes salió nuevamente en campaña, en junio de 1882,
rumbo hacia el valle del Mantaro, haciendo previamente movimientos de observación
e incentivando a las guerrillas lugareñas a atacar al enemigo. Muchos pueblos de la
región se le sumaron alborozados pues la incursión chilena se había hecho odiosa por
sus exacerbados abusos y sus demostraciones de racismo hacia el hombre andino.33
Cuando estuvo listo, Cáceres preparó un avance sobre las guarniciones chilenas de
Marcavalle y Pucará, que se produjo el 9 de julio de 1882. Los peruanos atacaron por
tres frentes: por la izquierda Tafur, por el centro Secada y por la derecha el propio
Cáceres. Se produjo el segundo combate de Pucará y el combate de Marcavalle. La
resistencia chilena solo duró 15 minutos; luego entraron en acción los guerrilleros
indígenas y los chilenos fueron perseguidos hasta Sapallanga34 Simultáneamente, entre
el 9 y 10 de julio, la guarnición chilena de Concepción (que se hallaba al mando del
capitán Ignacio Carrera Pinto), sufrió el ataque de los guerrilleros indígenas de Comas
(al mando del coronel Juan Gastó), librándose el combate de Concepción, donde
fueron exterminados los chilenos. A todas estas acciones se les conoce globalmente
como el triple triunfo de Cáceres en Pucará-Marcavalle-Concepción.35
Los chilenos retrocedieron hacia Huancayo, donde se hallaba el grueso de su división, y
el día 11 de julio emprendieron la retirada a toda prisa, pasando por Jaujay Tarma,
rumbo a Lima. El 19 de julio Cáceres ingresó triunfante en Tarma, cuando ya los
chilenos se habían retirado. Coincidentemente, seis días antes, al otro extremo del
Perú, los pobladores de Cajamarca se levantaban contra los abusos de una expedición
chilena y lo derrotaban en la sangrienta batalla de San Pablo, triunfo peruano que no
tuvo mayor significado que el de ser una singular gesta cívica protagonizada por los
cajamarquinos, que luego sufrieron una feroz represalia chilena.3624
Comprendiendo Cáceres que sus enemigos debían retroceder en fuga y cargados de
enfermos, ordenó al coronel Tafur que se adelantase para destruir el puente de La
Oroya, ya que así quedaría cortado el camino hacia Lima. Pero Tafur no cumplió con la
orden dada y Cáceres no pudo acabar con la estropeada División Del Canto, la que
logró pasar por el puente de La Oroya en fuga salvadora hacia Lima. De todos modos,
la segunda expedición chilena contra Cáceres había fracasado rotundamente: el
número de bajas chilenas llegó a casi el 20% de la división, sin contar los enfermos e
inutilizados. Muchos “breñeros” exhibían con orgullo las cabezas y restos mutilados de
los soldados chilenos. Por segunda vez, el departamento de Junín quedó libre de
invasores chilenos.37
Por entonces, los chilenos presionaban al presidente García Calderón (entonces
confinado en Chile) a que firmara la paz con cesión territorial. Las mismas presiones
sufría el contralmirante Lizardo Montero, el vicepresidente establecido en Arequipa.
Ambos mandatarios rechazaron tales exigencias, pero sucedió entonces el
llamado Grito de Montán, el 31 de agosto de 1882, proclamado por el general
peruano Miguel Iglesias, jefe de las tropas del norte, quien consideraba necesario
firmar ya la paz, incluso con cesión territorial, antes que los chilenos continuaran
destruyendo lo poco valioso que quedaba en el Perú. Cáceres rechazó tal
planteamiento y anunció su voluntad de continuar la lucha.
c) Tercera expedición contra Cáceres. Huamachuco.- Los chilenos, viendo en Cáceres
un obstáculo para finalizar la guerra, en abril de 1883 organizaron una tercera
expedición contra el ejército de la Breña, esta vez mucho más poderosa que las
anteriores, que reunía a 12.000 soldados, que mezclaban a veteranos con reclutas de
los nuevos batallones enviados del sur, pero mejor equipados. Así, sobre Canta marchó
la División León García con 2.000 hombres; al mismo tiempo la División Del Canto se
adelantó sobre Sisicaya con 1.500 soldados; luego, la División Urriola con 3.000
regulares se dirigió por el valle del Rímac; la División Gorostiaga caminó hacia
Cajamarca con 2.600 hombres; y finalmente, rumbo a Huaraz se dirigió la División
Arriagada compuesta de 3.000 soldados.
Mientras tanto, Cáceres decidió movilizarse hacia el norte para reforzar su posición y
además para debilitar a Iglesias. El 1 de junio de 1883 llegó a Huánuco. Luego, atravesó
el Callejón de Huaylas, cruzó la Cordillera Blanca, por un abra de 4800 msnm, subiendo
después de la laguna de Llanganuco; de bajada, Vaquería, Seccha, Acobamba y llegó
a Pomabamba, con dirección Norte hasta Huamachuco.39

Después de la batalla de Huamachuco, los chilenos procedieron a realizar


el repase (ultimación) de heridos y el fusilamiento de prisioneros peruanos.
El 10 de julio de 1883, las fuerzas de Cáceres se enfrentaron a la división chilena del
coronel Alejandro Gorostiaga en la batalla de Huamachuco. El ejército de Cáceres se
dividía en dos: el Ejército del Centro, comandado por el coronel Francisco de Paula
Secada, y el Destacamento del Norte, comandado por el coronel Isaac Recavarren.
Según la versión oficial chilena, las tropas peruanas ascendían a unos 3.800 hombres,
mientras que las fuerzas de Gorostiaga no pasaban de 1.500 a 1.600, la mayoría
reclutas. Según la versión de Cáceres, las fuerzas de los chilenos sumaban de 2.000 a
2.200 hombres, mientras que las tropas peruanas no pasaban de 2.000, habiendo sido
mermadas considerablemente con las deserciones, la larga marcha y las
enfermedades.40 Los chilenos se parapetaron en el cerro Sazón, mientras que Cáceres
ocupó la altura del Cuyurga y de otros cerros situados frente al Sazón; ambas
posiciones se hallaban separadas por la pampa de Purrubamba. La batalla empezó muy
de mañana, cuando dos compañías chilenas bajaron del Sazón y avanzaron por la
pampa hasta llegar al pie del Cuyurga, siendo rechazados por los peruanos; una y otra
vez el avance de los chilenos se repitió infructuosamente, generalizándose así la lucha,
mientras se producía un cañoneo de una a otra altura. Cuatro horas después, las
huestes de Cáceres eran dueñas de la pampa y se hallaban al pie de las pendientes del
Sazón. Cáceres ordenó entonces bajar la artillería a la llanura para atacar con ella al
desmoralizado enemigo y precipitar su desbande; la victoria parecía inminente, pero
fue entonces cuando a los soldados peruanos se les acabaron las municiones, a lo que
se sumaba la falta de bayonetas, indispensable para la lucha de cuerpo a cuerpo. Los
chilenos aprovecharon esta situación e iniciaron un contraataque a bayoneta,
apoyados por su caballería, la cual desbarató el transporte de las piezas de artillería.
Luego de cinco horas y media de lucha, Cáceres fue derrotado.41
No obstante, en los meses siguientes, la resistencia en la sierra prosiguió. El 8 de
agosto de 1883, los indígenas dirigidos por Aparicio Pomares, derrotaron a los chilenos
en el cerro Jactay y liberaron Huánuco. En septiembre, los iquichanos se levantaron
en Huanta contra la ocupación chilena y castigaron al colaboracionista

1. BATALLA DE SÁNGRAR
El combate de Sángrar fue un acto armado que fue parte de la Campaña de la Breña,
efectuada en Canta, en la sierra de Lima, durante la guerra del Pacífico el 26 de junio
de 1881.
Esta fecha fue reconocida como efeméride con la Ley Nº 28712 con fecha 22 de marzo
de 2006, siendo declarado como Día Cívico Nacional Laborable en toda la República.
Tras la ocupación de Lima en enero de 1881, el gobierno chileno intentó tratar la paz
con su par peruano, que no aceptó firmar un tratado que involucre pérdida de
territorio peruano.
Las fuerzas peruanas estuvieron conformadas por el batallón Canta Nº1 con 100
hombres y los guerrilleros con 40 hombres. Testimonios posteriores indicaron que el
batallón completo estuvo formado por hasta 240 hombres, que habían luchado en la
batalla de San Juan y Chorrillos.
Mientras tanto, Chile formó a 78 hombres de tropa, 3 subtenientes.
El combate se inició al promediar la una de la tarde u la artillería peruana sorprendió
con una fuerte descarga de fusilería por cada flanco escondido tras grandes piedras,
tomando prisioneros a varios soldados chilenos.
En total, Chile quedó con un saldo de 24 muertos, 18 heridos y 2 prisioneros. Perú
sufrió cuatro pérdidas humanas y cinco heridos.

2. BATALLA DE CONCEPCIÓN
El 6 de julio de 1882 la nueva guarnición chilena de Concepción, formada por 76
hombres de la cuarta compañía del Chacabuco (y tres cantineras, una de ellas
embarazada), estaba al mando de Ignacio Carrera Pinto (nieto del prócer chileno J. M.
Carrera y sobrino del ex presidente Aníbal Pinto), éste era conciente que su posición
estaba en la mira de los guerrilleros peruanos, por ello decidió acuartelarse en la plaza
de Concepción.

El jefe peruano que preparaba el ataque sobre los chilenos en Concepción era Juan
Gastó, su tropa estaba conformada según Jorge Basadre por 2 columnas de 50
hombres (regulares) y los montoneros de Comas (G. Huaylinos) y Apata (A. Ponce)
armados con palos, hondas y lanzas, según el historiador chileno Bulnes, los peruanos
eran 350 soldados regulares con apoyo de los montoneros o guerrilleros (el parte de
guerra realizado por el oficial chileno Marcial Pinto Agüero hablaba de 1500
montoneros).
En la tarde del nueve de julio (1882) se inició el ataque peruano, se tomaron los cerros
que rodeaban Concepción y los chilenos se prepararon para resistir con la esperanza
que el coronel del Canto (en Huancayo) llegue en su ayuda, ello nunca ocurrió. El
ataque peruano fue sostenido y los chilenos que intentaban resistir en el perímetro de
la plaza central se vieron obligados a refugiarse en la iglesia del pueblo (la cual había
perdido por acción chilena la imagen de la virgen de la Concepción). El jefe peruano
Juan Gastó envió una solicitud de rendición a Carrera Pinto, éste la rechazó aludiendo
que debido a su estirpe no podía aceptarla.
El combate prosiguió en la noche, los peruanos amparados en la oscuridad habían
tomado el control del perímetro de la plaza, a la media noche ante la feroz resistencia
chilena las tropas peruanas procedieron a quemar la iglesia, a pesar de ello los chilenos
seguían resistiendo, en la mañana del 10 de julio con Carrera Pinto ya muerto y sin las
tropas regulares de Gastó que se habían retirado; los últimos 4 chilenos que resistían,
comandados por el subteniente Cruz fueron masacrados por los peruanos que
mantenían el cerco a la iglesia de Concepción (además de los soldados chilenos
también murieron 3 cantineras y un bebé recién nacido).
Al llegar el coronel chileno del Canto a Concepción encontró a sus compañeros de
armas destrozados, entonces ordenó que le retirasen el corazón a los 4 oficiales
chilenos muertos, los guardo en alcohol y los envió a Santiago de Chile (hoy se
encuentran en la catedral de dicha ciudad), en represalia del Canto ordenó quemar el
pueblo y perseguir a los montoneros que se habían quedado rezagados.
Luego de Concepción las tropas chilenas se retiran completamente del valle del
Mantaro, en ese momento Cáceres planeó un ataque sobre Lima, le pidió ayuda al
presidente provisional Lizardo Montero (en Arequipa), pero éste nunca le dio
armamento ni uniformes, pues temía perder el cargo frente a Cáceres.

3. LA BATALLA DE HUAMACHUCO
Fue librada el 10 de julio de 1883, y fue la última gran batalla de la Guerra del Pacífico
(conocida tambien como la Guerra de Chile contra Perú y Bolivia). Los soldados
chilenos al mando del coronel Alejandro Gorostiaga decisivamente derrotaron al
ejército peruano al mando del general Andrés Avelino Cáceres, cerca de la ciudad de
Huamachuco. Esta victoria de Chile elimino efectivamente al Ejército de Cáceres de la
Sierra, poniendo fin a una amenaza real de la resistencia en los Andes peruanos. La
derrota peruana allanó el camino hacia la firma del Tratado de Ancón, que pondria fin
a la guerra con grandes concesiones peruanas. Además, uno de los mayores héroes de
Perú, el coronel Leoncio Prado, murió como consecuencia de esta batalla.
Antecedentes de la Batalla de Huamachuco: Invasion de Chile al Perú
Después de terminada la campaña marítima de la Guerra del Pacifico, las tropas
chilenas tenían como objetivo la capital del Perú, Lima, la cual caería tiempo después.
Luego de capturar la ciudad de Lima los chilenos emprendieron campañas para
controlar el interior del Perú y eliminar la resistencia nacional.
Durante la campaña chilena en los Andes, el Ejército de Chile sufrió muchas derrotas,
por ejemplo, en Marcavalle, Pucará y Concepción, además de la destrucción de sus
tropas debido a la falta de saneamiento, convenció al mando chileno Superior de la
necesidad de abandonar los Andes Centrales. Este retiro fue posible gracias a la
victoria de Chile en Tarma el 15 de julio de 1882. En ese momento, las tropas de
ocupación se habían reducido a la mitad de su tamaño original. El general Peruano
Andrés Avelino Cáceres controlaba el valle del Mantaro y que, aunque fue brevemente
tomó la ciudad de Huancayo. Estableció su comando en Tarma y se dedicó a
reorganizar su ejército. En enero de 1883, Cáceres había formado una buena tropa de
3200 hombres en el centro del Perú.
Andrés Avelino Cáceres y la resistencia nacional en los Andes
Frente a esta amenaza para las negociaciones de paz ventajosas para Chile, el
almirante chileno Patricio Lynch, Comandante en Jefe, decidió enviar una nueva fuerza
en contra del general Andres Cáceres. Este nuevo ejército compuesto por tres
divisiones, bajo el mando de los coroneles García, del Canto y Arriagada. El ejército
chileno estaba bien armado, y había aprendido las lecciones de anteriores incursiones
en los altos Andes. Su plan era rodear y arrinconar a las fuerzas peruanos en una
batalla convencional. Poco después de que el ejército chileno capturo la estratégica
ciudad de Jauja el 5 de mayo, reunieron sus fuerzas en la ciudad de Chicla. Frente a
esta grave amenaza, el ejército peruano se retiró hacia el norte.
Inicio de la Batalla de Huamachuco
El 8 de julio de 1883 la fuerzas peruanas eran alrededor de 1.440 soldados, además de
unos pocos cientos de guerrilleros indios llamado "montoneros" - tomaron posiciones
en la colina de Cuyulga colina y colina Purrubamba, que tenian vistas a la ciudad. Los
peruanos estaban armados con rifles Remington y Peabody, pero no tenía mucha
munición o bayonetas. Originalmente general Cáceres dividió sus tropas, la mitad
subio a la colina Cuyulga y el resto a la izquierda de la misma, para tratar de cortar al
enemigo por la espalda. El Coronel chileno Gorostiaga tan pronto como vio a los
peruanos en la cima de las colinas, de inmediato se reunieron todas sus tropas y
evacuo la ciudad, tomando posición en el cerro Sazón, una posición defensiva perfecta,
fuerte y con un acceso muy difícil que enfrenta el Cuyulga, que lucía unas ruinas Inca
que iban a ser usados como parapetos.
Cuando los peruanos vieron que las tropas chilenas se habian mudado fuera de la
ciudad, se trasladaron a la ciudad y tomaron el control de la misma, aislando
efectivamente la ruta de escape de los Chilenos. Más tarde, los días 8 y 9 de julio, hubo
un intercambio de artillería entre los dos bandos, pero el asalto final peruano estaba
reservado para las primeras horas del 10 de julio. El Plan de Andres Avelino, llamado el
"Brujo de los Andes", fue la de iniciar el ataque, destruyendo primero las posiciónes
más vulnerables de su enemigo, al sureste de la colina Sazón. Como los chilenos
notaron el avance del Perú, rápidamente se trasladó a su vanguardia de la colina para
tratar de contener la amenaza y contra-atacar el flanco enemigo. Dos compañías del
Regimiento de Zapadores de Chile lograron bajar la colina Sazón en dirección a las
posiciones peruanas en la colina de Santa Bárbara.
Avelino Cáceres respondió enviando dos compañías de su regimiento de Junín y Jauja.
Estas tropas encontraron una fuerte oposición y se quedaron atascadas en la zona.
También envió hacia unas pocas compañías de Cazadores de Concepción y del
regimiento de Marcavalle buscando rodear a las tropas chilenas, por entonces en
retirada. El Coronel chileno Gorostiaga trató de detener la evolución de este
movimiento mediante el envío de una compañía del Batallón de Concepción, al mando
del Teniente Luis Dell'Orto, para enfrentar el ataque de la división peruana del coronel
Germán Astete. Uno tras otro, las empresas chilenas entraron en combate en la misma
proporción que los regimientos peruanos. Por un momento ambos ejércitos estaban
en igualdad.
Ataque del ejército de Cáceres
Superados en número, las fuerzas chilenas se vieron obligadas a retirarse a sus propias
líneas bajo fuerte ataque peruano. Poco a poco los peruanos empezaron a empujar a
la línea enemiga completa hacia la cumbre. La artillería chilena fue silenciada y se
reagruparon en la izquierda de las líneas de Chile, protegido por la caballería del
Regimiento de Zapadores y, además de las tropas de las unidades de Concepción y
Talca. Los peruanos casi habian llegado a la cima de la colina.
Después de cuatro horas de lucha, Avelin Cáceres casi podía saborear la victoria. Las
fuerzas del general chileno Gorostiaga se redujeron a defenderse a sí mismos en sus
parapetos en la parte superior de la cumbre Sazón. Fue en ese momento que los
peruanos comenzaron a quedarse sin municiones. Ante este hecho, Cáceres cometió
un error fatal: le ordenó a su artillería reubicarse en el valle frente a la colina con el fin
de dar el golpe final. Gorostiaga vio este error táctico y ordenó una carga de
regimiento de caballería dirigido por el Sargento Mayor Sofanor Parra, la artillería
indefensa fue aniquilada por completo - los peruanos perdieron siete cañones en el
proceso -, mientras que los artilleros fueron dispersados y asesinados.
Contraataque y victoria del Ejército de Chile
Mientras tanto, los chilenos se reorganizaron rápidamente y lanzaron un contraataque
masivo de bayonetas contra las líneas peruanas. Los soldados peruanos, que carecían
de bayonetas, y casi sin municiones para ese entonces, sólo podía defenderse con las
culatas de sus fusiles, pero los montoneros tenían lanzas para defenderse. El
contraataque de la Armada de Chile rompió las líneas de las tropas peruanas que
empezaban ha desarticularse en el campo de batalla. Con este último ataque el
ejercito chileno logro la victoria y unos momentos después, la infantería apoyada por
dos cañones tomó el campo base del Perú en la colina Cuyulga, poniendo fin a la
batalla.

ESTRATEGIAS DE LA RESISTENCIA EN LA SIERRA


GRAN PARTICIPACIÓN DE CACERES “BRUJO DE
LOS ANDES” El Brujo de los Andes
En la infausta Guerra del Pacífico, miles de
hombres y mujeres del Perú dejaron su dignidad
en los campos de batalla, pero en heroica
resistencia y entre todos ellos, Cáceres brilló
por su liderazgo y capacidad militar.
Junto a sus breñeros, hizo feroz resistencia a
los chilenos, les ganó en el dominio de la estrategia
de las guerrillas y fue derrotado en
Huamachuco solo por la superioridad de armamentos
“Ayacuchano de pura cepa”
El 10 de noviembre de 1836 nació Andrés Avelino Cáceres Dorregaray en
la ciudad de Ayacucho. Sus padres fueron Domingo Cáceres Aré y Justa
Dorregaray Cueva. Años más tarde, se casó con Antonia Moreno de
Cáceres
y llegó a tener tres hijas: Zoila Aurora, Lucila Hortencia y Rosa Amelia.
Toda su familia perteneció a la crema y nata de la sociedad ayacuchana
y gozó de holgada posición económica. Cáceres era un hombre alto,
corpulento, distinguido, de tez blanca y ojos casi negros. Hablaba
quechua
perfectamente, además, por supuesto, del castellano. Con el quechua
se entendía muy bien con los indígenas, quienes, cuando se dirigían
a él, anteponían siempre el vocablo “taita” (papá).
Una rutilante vida militar
Cáceres, al saber que en Arequipa se había iniciado una revolución, en
1854, a los 18 años de edad, se incorpora al ejército liberal de Ramón
Castilla,
con quien completa la ruta Cusco, Andahuaylas, Ayacucho, Huancayo
y Lima, hasta derrotar a las tropas oficialistas de Rufino Echenique en la
batalla de Las Palmas (Miraflores-Surquillo), el 5 de enero de 1855 y tomar
el poder político. Por su valeroso y leal comportamiento, Castilla lo hace
capitán y al mando de un ejército lo envía a Arequipa para que enfrente la
rebelión de Manuel Ignacio de Vivanco, lo cual realiza con todo éxito.
Cuando los ecuatorianos pretendieron apoderarse de una parte del
territorio
patrio, Ramón Castilla, presidente de la República, se ve obligado a
repeler
el ataque y toma Guayaquil el 7 de enero de 1860. Cáceres estuvo en los
puestos de avanzada. Teniendo en cuenta su valiente actitud durante ese
episodio
militar, es ascendido al grado de mayor del ejército en 1863.
En 1865 es ascendido a la clase de teniente coronel. Con dicho grado
militar,
y comandando uno de los batallones de resistencia contra la escuadra
española, que pretendía reconquistar el Perú, Cáceres interviene
valientemente
en el Combate del 2 de Mayo de 1866.
En 1879, al declararse la Guerra del Pacífico, Cáceres se encuentra al
mando del Batallón Zepita y ejerce el cargo de prefecto del Cusco.
Inmediatamente,
se dirige hacia la zona de conflicto y se pone bajo las órdenes
del coronel Belisario Suárez, jefe de la Primera División del Ejército
del Sur del Perú. La invasión chilena es demoledora y batalla tras batalla
ganan, primero, al ejército unido peruano boliviano y, segundo,
únicamente
al ejército peruano. Cáceres se bate admirablemente al mando del
Batallón Zepita. En la batalla de Tarapacá, el 27 de noviembre de 1879,
comandando dicho batallón y en el Combate del Dos de Mayo, vence a
los chilenos. Mueren ochocientos chilenos y 300 peruanos. El 26 de mayo
de 1880 el ejército peruano boliviano, en el que participa también Cáceres,
sufre un serio revés en la batalla del Alto del Alianza.
La ofensiva final de los chilenos y la
actitud de Cáceres
En enero de 1881, los chilenos arremeten contra la ciudad capital. Las
últimas
defensas peruanas son en las líneas de San Juan (13 de enero de
prontamente ante el peligro y volver a reunirse para caer de improviso
sobre
el enemigo, teniéndolo siempre inquieto y hostigándolo por todas partes.
Sus marchas debían realizarlas, por lo general de noche, acampando
o vivaqueando durante el día en las alturas inaccesibles o caseríos
aislados,
donde no pudieran ser fácilmente descubiertas. Debían los guerrilleros
eludir todo combate formal, y solo aceptarlo estando seguros de las
ventajas de su posición y superioridad numérica. Sin embargo, no pocas
veces contravenían estas ordenanzas, impulsados por sus arrebatos de
entusiasmo.
El jefe de la guerrilla debía estar en primer término, cuidar
constantemente
del buen trato de la población civil, con cuyo apoyo había de
contarse siempre. La actitud y sentimiento de la población civil tienen
grandes influencias en todo movimiento guerrillero”.
Estas fuerzas patrióticas tuvieron casi siempre el apoyo de la población,
en todo lugar donde Cáceres hizo la resistencia contra los chilenos. La
plena identificación entre los civiles y militares, mantuvo en jaque a los
chilenos, quienes soportaron las hazañas de los bravos combatientes
peruanos
en la Campaña de la Breña.

Cáceres: un blanco con alma de indio


rebelde
Andrés A. Cáceres, como dice Manuel Zanutelli Rosas, era: “...jefe
indiscutible
de los breñeros, era hombre del Ande, cordillerano como la mayoría
de sus soldados y milicianos, y por lo tanto no sentía los efectos de
la altura ni le doblegaba el intenso frío de la puna. Alto, macizo, ágil y
fuerte, de voz profunda; se le consideraba, además de consumado jinete,
un tirador de pistola de primera. Tenía tez blanca y ojos casi negros...
Hablaba
quechua y en su lengua se dirigía a sus subordinados, que eran, como
sabemos, humildes campesinos. Al llamarlos por sus nombres indagaba
por la salud de sus padres o de sus hijos y, cuando las circunstancias
lo permitían, comía con ellos en el vivaque la misma pobre ración de
papas
y charqui que era el yantar diario, o, en contadas ocasiones, un
abundante
rancho... Lo llamaban ‘taita’, que es padre, pero como buen padre
que se estima y se respeta no permitía que la disciplina se quebrase, ni
que el principio de autoridad fuese vulnerado”.
Las victorias peruanas en la sierra
central
del país
En los primeros días de 1882, Cáceres lanza una vibrante proclama en
Ayacucho y logra reunir alrededor de cuatro mil combatientes, muchos de
los cuales procedían de las comunidades campesinas de Acoria,
Colcabamba,
Huando, Acostambo, Pillichaca, Huaribamba, Pampas, etc.
Digno de admiración es el comportamiento de la señora Antonia Moreno
de Cáceres, quien se moviliza al lado de su marido, a pesar de su
embarazo.
Desgraciadamente, en una de las punas andinas, perdió a su bebé
recién nacido, el único hijo varón de la pareja Cáceres-Moreno.
Las fuerzas guerrilleras y montoneras de Cáceres derrotan a los chilenos
en varios encuentros. Lo hacen en Pucará, el 5 de febrero de 1882. En
Marcavalle y Concepción el 9 de julio de 1882; y, por segunda vez, en
Pucará, también el mismo día de la victoria anterior; es decir, el 9 de julio
de 1882. Los chilenos ordenan acabar
con “El Brujo
de los Andes”
Patricio Lynch, gobernador chileno de Lima y jefe de su ejército, envía dos
divisiones poderosas con la orden de “terminar con El Brujo de los Andes”.
Cáceres, que está en Tarma, se retira al Callejón de Huaylas, donde, con
maniobras espectaculares e ingeniosas, logra evadir y burlar a dos
expediciones
enemigas. Posteriormente, por la ruta de Yungay-Llanganuco-
Lucma-Seccha-Acobamba-Pomabamba, se interna en el Callejón de
Conchucos
rumbo a La Libertad.
“Pero en esa dura Campaña de La Breña –dice doña Antonia Moreno de
Cáceres–, para desorientar al enemigo, Cáceres se convertía en forjador
de caminos, los cuales tan pronto parecía que nos llevaban al infinito co la
artillería origina la recuperación chilena y la derrota de las fuerzas patriotas.
Los chilenos, como a lo largo de toda la guerra, se dedican a perseguir a
los indefensos soldados peruanos, la mayoría de ellos campesinos. Una
vez que los detienen, practican el terrible “repase”, con bayoneta calada,
matándolos a culatazos o a sablazos. Esa matanza no se detiene sino hasta
las siete de la noche. Sólo la oscuridad salva de morir a varios centenares
de peruanos.
Uno de los que se salva es el propio Cáceres, quien ordenó “repliegue total”.
En cambio, el joven coronel Leoncio Prado (Huánuco, 1853; Huamachuco,
1883), quien se hallaba gravemente herido, cae prisionero, siendo fusilado
el 15 de julio de 1883.
El ejército cacerista casi aniquilado
por el
“repase”
Los muertos del improvisado ejército cacerista llegan a más de mil soldados,
lo que significa que casi fue aniquilado. Cuando recién los chilenos
iniciaban su salvaje persecución, se dijo lo siguiente: “El enemigo dejó en
el campo de batalla más de 500 muertos entre jefes, oficiales y tropa, y
por los reconocimientos que se han hecho hasta dos leguas del campo, se
puede asegurar que pasan de los 800” (parte de Abel García, jefe del parque
chileno, Huamachuco, julio 11 de 1883).
En tanto que los chilenos, entre muertos y heridos, tuvieron 500 bajas. En
la batalla consumieron 124 500 tiros Combian y Grass y 560 granadas.
Tomaron como botín los 11 cañones peruanos, “700 rifles de diversos sistemas
y otros pertrechos de diversa índole y de una pobreza tal que prefirieron
inutilizarlos”.

El “Mariscal de la
Breña” quiso seguir
combatiendo
Cáceres, en compañía de los oficiales
sobrevivientes (Borgoño,
Recavarren y Secada), transitó el
camino del Inca que cruza la región
de Áncash, por su vertiente
del Callejón de Conchucos. Pero,
esta vez, hacia el sur.
En Mollepata, cerca de Conchucos,
lanzó un manifiesto en el
que ofrecía continuar la lucha
hasta rendir la vida por el Perú.
Desde Ayacucho, poco tiempo
después, pidió a Montero, que se
hallaba en Arequipa y que era en
realidad el presidente de la República
en ejercicio, que le enviase
la División Canevaro para reorganizar
la defensa del interior del
país. Pero, los chilenos enviaron
sus tropas para tomar Arequipa.
Por indisciplina de los guardias
nacionales, Montero y Canevaro
se sintieron impotentes para enfrentar
al enemigo. Montero tuvo
que abandonar Arequipa el 26 de
octubre. En la mañana del 27 de
octubre de 1883, la municipalidad
de Arequipa acordó entregar
la ciudad a las tropas chilenas del
coronel Velásquez.
Cáceres, una vez más, se burla de los
chilenos
“Al General se le creía muerto, porque después de darme la orden de
contramarchar se lanzó en medio de los fuegos enemigos y no se le
volvió a ver, y como en ese momento ya la caballería enemiga interceptó
el camino descendiendo por un flanco, el General quedó cortado,
sin poderse unir a nosotros”, dice el coronel peruano Secada, uno
de los sobrevivientes.
Cáceres, en realidad, se había acercado al escuadrón “Tarma”, que se
batía con heroísmo. Recavarren reconoció en una carta posterior que:
“Sangriento fue el combate del ‘Tarma’, que, hecho pedazos en una lucha
desigual, vio al caudillo sereno y valeroso que le conducía hasta
aquella tumba de gloria, abrirse paso revólver en mano en medio de la
caballería enemiga, acompañado de su secretario Florentino Portugal,
después de haber visto caer a su ordenanza Oppenheimer [...] La derrota
se había declarado”.
Cáceres fue perseguido varias horas y salvó su vida gracias a la velocidad
de su magnífico caballo, llamado “Elegante”, y a sus dotes de buen
jinete. Un soldado chileno, en carta fechada el 17 de julio de 1883, en
Cajabamba, dice: “Si nuestra caballería no hubiera estado en la imposibilidad
absoluta de dar siquiera un galope, el héroe cae en nuestras
manos... Cáceres, montado en un excelente caballo, pudo ganar distancia
cuando nuestros soldados lo llevaban tal vez a un cuarto de cuadra
de distancia. El famoso guerrillero logró así escapar, acompañado
de dos o tres oficiales”.
Abelardo Gamarra cuenta que, luego de burlar a sus enemigos, Cáceres
se detuvo en un paraje de los caminos del Inca, con la cabeza inclinada
sobre el cuello de “Elegante”. El coronel Borgoño, que iba tras
de él, lo encontró. Ambos guerreros, con los uniformes hechos jirones
y ensangrentados, se confundieron en un largo abrazo. “Una lágrima silenciosa
rodó por las mejillas
del General, como expresión patética
del más puro y sincero”.

TODAS LAS SANGRES

El jefe chileno coronel Gorostiaga creyó que así consumaba la


deshonra de los patriotas. En su ebria mente fue incapaz de comprender que
ellos vivían ya en la inmortalidad de los héroes.
Huamachuco fue el más vívido testimonio de consecuencia con los
ideales y el más hermoso ejemplo de valentía y sacrificio llevados hasta el
holocausto. No hubo en el campo de batalla diferencia de grado, procedencia
o edad para ser los primeros en la línea, pues todos supieron ser fieles al
juramento de “¡Vencer o Morir!” proclamado días antes en el alto de Tres
Ríos.
Allí se inmolaron desde el general Silva hasta el soldado Yupanqui;
desde el anciano Tafur hasta el casi niño Gamero; el marino Astete, el
catedrático Vila y el campesino Mesa; el ayacuchano Carreño, el
huamachuqueño Zavala, el cuzqueño Del Mar, el moqueguano Gastó, el
piurano Frías, el limeño Quintanilla, el yauyino Ramírez, el huanuqueño
Prado, el huaracino Del Río y el huaylino Alba Jurado, lo que equivale a decir
que se ofrendaron en aras de la patria todas las sangres del Perú, en
conjunción sagrada como imperecedera.

PLÉYADE DE INMORTALES

Especial mención para el general Pedro Silva, limeño de 63 años, que


pese a su veteranía no vaciló en solicitar a Cáceres un puesto entre los
breñeros. Figuró como jefe de guerrillas en el primer semestre de 1883 y de
aposentador general del ejército durante la retirada al norte. A su empuje y
coraje se debió la parcial victoria del 8 de julio; y en la batalla del 10, pese a
no tener puesto definido en la línea, peleó hasta el final, sin retroceder un
paso. Fue derribado de su caballo y herido de bala en el muslo derecho, pero
no abandonó el campo y siguió combatiendo, con un pañuelo cubriéndole la
hemorragia, hasta que el machetazo de un salvaje le partió el cráneo, a
quince metros del cerro Sazón. (El detalle fue citado en el diario “La
Reforma” de Cajamarca, el 5 de agosto de 1883).
Gloria también para el coronel Manuel Tafur, el más anciano de los
breñeros, limeño de 67 años que figuró como Jefe de Estado Mayor del
Ejército del Centro. En su juventud había sido ardoroso luchador social y fue
de los que alzaron su voz por la redención del indio y por la libertad del
negro. Producida la debacle en Huamachuco no pensó en retroceder, sino
que arremetió contra el enemigo para luchar hasta ser mortalmente herido.
Sus fieles lo sacaron del campo y lo trasladaron moribundo hasta
Angasmarca, donde padeció dolorosa agonía para morir a consecuencia de
un estancamiento en la orina. (Véase el diario “La Reforma”, citado).
No lejos de él cayó su hijo, el coronel Máximo Tafur, limeño de 34
años, que de marino se transformó en comandante guerrillero. Comandó la
tercera división del Ejército del Centro, tan valiente como sereno, para morir
sable en mano, con un postrer ¡Viva! a la patria que tanto había amado.
Murió también el coronel Juan Gastó, moqueguano de 59 años,
cuarenta dev los cuales dedicó al servicio del ejército. En carta de la víspera
había escrito: “Tengo seguro que caeré en algún combate con el enemigo,
pues estoy resuelto a morir en defensa de mi patria”. Comandó la segunda
división del Ejército del Centro y enfrentando a la caballería enemiga fue
muerto a sablazos..
Otro de los comandantes generales inmolados fue Luis Germán Astete,
limeño de 51 años, capitán de navío que en La Breña recibió la jefatura de la
cuarta división del Ejército del Centro. Sucumbió al frente de sus fuerzas –
dice la crónica- cumpliendo digna y valerosamente su deber. Quedó su
cadáver en el campo y fue sepultado apresuradamente por el platero Joaquín
Ortega, en un lugar pantanoso.
Murió igualmente el sargento mayor Santiago Zavala, huamachuqueño
de 41 años, comandante del escuadrón de caballería Cazadores del Perú.
Dice Abelardo Gamarra que batiéndose cuerpo a cuerpo con el enemigo fue
muerto en el lugar denominado La Calzada. Otra versión señala que fue
derribado a balazos y repasado por el corvo chileno, siendo “dos veces
ultimado y profanado su cadáver”.
El coronel Mariano Aragonés, ayacuchano de 56 años, más de treinta
de ellos en el servicio del ejército, veterano de múltiples campañas y jefe de
la primera división del Destacamento del Norte, figuró también entre los
caídos. A decir de Secada murió peleando valerosamente. Su cadáver quedó
en el campo hasta que piadosas manos lo enterraron en el cementerio de
Huamachuco.
Cayó asimismo el coronel Ciriaco Salazar, comandante general de la
segunda división del Destacamento del Norte. Cumplió así su promesa del 19
de abril, cuando juró a Cáceres que combatiría por la patria hasta morir.

SALVAJE ASESINATO DE LEONCIO PRADO

Entre los celebérrimos debe citarse a Leoncio Prado, coronel


huanuqueño de 30 años, héroe de la independencia de Cuba, combatiente de
la campaña del Sur; organizador de las guerrillas en la sierra norte de Lima,
Huánuco y Cerro de Pasco y Jefe de Estado Mayor del Destacamento del
Norte en la memorable batalla. Recibió una bala en el pecho y la metralla le
destrozó las piernas, a decir de una crónica peruana (cf. “La Batalla de
Huamachuco” por Enrique Carrillo, folleto publicado en Lima el 28 de julio
de 1884). Pero sobrevivió y fue ocultado por fieles seguidores en la estancia
de Serpaquino, cerca de Cushuro. Dice Gamarra que los chilenos lo hallaron
allí el 14 de julio, asesinándolo sin miramientos de un balazo en la mejilla
disparado a boca de jarro (cf. “La batalla de Huamachuco y sus desastres”,
Lima, 1980, p. 357).
No hay por qué dudar que así ocurriera, visto que Prado figuraba entre
los jefes patriotas que más temió el enemigo. Patricio Lynch, comandante en
jefe del ejército chileno, al parecer avergonzado por el inicuo asesinato de
quien fuera hijo de un presidente peruano, informó a su gobierno que
Leoncio Prado “se suicidó” (véase el telegrama cursado por Lynch al
presidente de Chile, fechado en Lima el 27 de julio de 1883, publicado en la
“Recopilación” de Ahumada Moreno, citada, t. VIII, p. 211).

Para escapar de la condena general ante la barbarie cometida, los


Chilenos hicieron circular una falsa versión de los hechos, que por desgracia
sería aceptada por todos. Según ella, Prado, golpeando con su mano una taza
de café, dirigió su pelotón de fusilamiento, lo que se refuta con sólo recordar
que el héroe había recibido una mortal herida en el pecho. Igualmente falsa
fue le carta que se dijo escribió poco antes de ese inventado fusilamiento. Su
firma, definitivamente, fue falsificada. Autor de la versión que impugnamos
fue Eneas Rioseco Vidaurre, quien la insertó en una carta fechada en Lima el
18 de julio de 1883, según consigna Ahumada Moreno en su
“Recopilación”, t. VIII, p. 225.
El hecho incontestable es que en la guerra no se dio muestra alguna de
humanismo por parte del enemigo, como la que quiso lucubrarse para echar
en el olvido el salvaje asesinato. Tiempo es de reconocer que la verdad fue
dicha por Abelardo Gamarra, combatiente de La Breña, presente como él en
la batalla de Huamachuco. Leoncio Prado, el más valiente de los de Cáceres,
simple y llanamente fue repasado por los chilenos y muy posiblemente
entregado a sus verdugos por los traidores iglesistas.

VALOR, FIDELIDAD Y PATRIOTISMO

Otro de los repasados fue el coronel Miguel Emilio Luna, cuzqueño de


31 años, organizador del batallón “Jauja”, a cuya cabeza se batió hasta caer
herido. El enemigo se ensañó con él, calificándolo de guerrillero.
A cincuenta metros del Sazón cayó ametrallado el teniente coronel
Emiliano José Vila. Fue su cuna El Callao y tenía escasos 23 años al
momento den morir. Pese a su juventud había destacado en la vida
intelectual, dictando cátedra en la Universidad de San Marcos antes de
declararse la guerra. Figuró como secretario del coronel Recavarren y trabajó
como Comisario del Guerra del Destacamento del Norte, habiendo redactado
en Ancash varios importantes documentos.
Otro de los jóvenes inmolados fue el capitán Enrique Oppenheimer,
fiel ayudante de Cáceres que murió combatiendo con el batallón “Tarma”, al
lado de su general.
Pero el más joven de los héroes fue el teniente del batallón “Huallaga”
Manuel Francisco Gamero, marino desde los 12 años y con escasos 18 en
Huamachuco. Fue herido por la metralla enemiga y luego repasado. Su
cadáver no fue hallado y debió descansar en alguna tumba anónima.

Partió también para la inmortalidad el portaestandarte Germán


Ivanhoe Alba Jurado, natural de Huaylas, de 22 años. En Huaraz juró morir
antes que abandonar la bandera y llevó el pendón bicolor hasta las faldas del
Sazón para allí ofrendar la vida. Sus restos quedaron en el campo.
El mayor Manuel Eulogio del Río, huaracino de 37 años, recibió herida
mortal en la batalla y al día siguiente falleció en una estancia cercana. Su
tumba no fue hallada.
Murió también el ayacuchano Francisco Carreño, capitán del batallón
“Pucará”, que marchó en primera línea al asalto del Sazón, donde sucumbió
como un valiente.
Piura estuvo representada por el subteniente Manuel Jesús Frías, que
luchó con el batallón “Junín” hasta ofrendar la vida.
Crisanto Mesa, organizador de las guerrillas de Sincos y militante del
batallón “Concepción” halló también heroica muerte.
Cayó asimismo Adolfo Tarzaboada, héroe de la campaña del Sur y
sargento mayor del Ejército del Centro. Junto a él murieron los de igual
grado Rafael Rueda y José María López.

Juan Luis del Mar, cuzqueño de 28 años, tercer jefe del batallón “San
Jerónimo” tuvo por gloriosa tumba el ensangrentado campo. Fue sargento
mayor en el Ejército del Centro.
Se menciona también entre los muertos a Pedro José Carrión Zerpa,
primer jefe del batallón “Concepción”, que arrolló con su unidad al enemigo
hasta sucumbir heroicamente en las faldas del Sazón.
Del batallón “Concepción”, que fue de los primeros cuerpos en
enfrentar al enemigo, murieron muchos, entre ellos el doctor Demetrio
Arauco, los capitanes Sebastián Montes, Guillermo Eyzaguirre, José Moreno,
Agustín Orbegoso, Narciso Córdova y Reynaldo Soria; los tenientes José
Rivera, Manuel Corrales, Ricardo Cadenas, Crisanto Mesa y José Román; y
los subtenientes Andrés Rojas y Emeterio Recuenco.

De la tropa, cuyo heroísmo fue resaltado por propios y extraños, el


ejemplo más relevante de patriotismo fue dado por el soldado Lorenzo
Yupanqui Berríos, cuyos últimos momentos recordó emocionadamente el
general Cáceres:
“Cuando me dirigía con mis ayudantes y escolta al sitio culminante
de la brega, para dar con mi presencia mayor impulso al ataque, vino
hacia mí un soldado herido, y, pretendiendo tomar las riendas de mi
caballo, me detuvo diciéndome: “Tayta, mi general, ve que he cumplido mi
juramento de los Tres Ríos”, y desplomóse muerto. Esta escena de fidelidad
y patriotismo me conmovió hondamente” (“Memorias”, Lima, 1980, t. I, p.
281).
El sargento mayor Miguel Revello, limeño de 34 años, tercer jefe del
batallón “Huallaga”, figuró también entre los caídos. Poco antes de partir al
frente de guerra se había unido en matrimonio con Juana Eloísa Cáceres.
Juan Antonio Florencio Portugal, héroe de las campañas del Sur y de
Lima, estuvo presente en Huamachuco como capitán de artillería. Era
arequipeño y tenía 28 años. Cayó herido y fue repasado por el enemigo.

Lima, la veleidosa capital virreinal cuya mayoritaria población urbana


soportó indolente la dominación extranjera pese a los constantes llamados
de los comandos de La Breña, tuvo para reivindicar su honor varios heroicos
combatientes en Huamachuco, con los Tafur a la cabeza. De ellos, entre
otros, murieron Adolfo Paulino Rovas, de 23 años, capitán del batallón
“Junín”; Pablo José Eslava Fuentes, de similar edad, capitán amanuense al
servicio del estado mayor; Washington Quintanilla Eldredge, teniente de 21
años, ayudante de Germán Astete; y Juan Pedro Luque Mayorga, teniente de
29 años, de quien sus jefes escribieron: “peleó como bueno hasta rendir la
vida en defensa del honor e integridad de la patria” (cf. expediente personal,
en el Ministerio de Defensa).
Y la sierra sur de Lima, uno de los principales bastiones de la
resistencia patria, tuvo como máximo representante al sargento mayor
Melchor Ramírez Hurtado, nacido en Tauripampa 42 años antes. Figuró
como cuarto jefe del batallón “Pucará” y halló heroica muerte en el asalto del
Sazón, según apuntó el coronel Recavarren, testigo de su sacrificio (cf.
expediente personal, en el Ministerio de Defensa).

LA SENDA DEL HONOR

El holocausto de esa pléyade de inmortales guerreros, la destrucción


de todo un ejército incluidos sus principales comandos, no marcó el fin de la
resistencia patria. Apenas dos días después de la batalla, desde Mollepata,
Cáceres lanzó una vibrante proclama al ejército y a la nación, anunciando
que la lucha continuaba, ahora en la senda forjada por los héroes de
Huamachuco: “La sangre por ellos vertida –dijo- caerá sobre los traidores
y retemplará más, no lo dudéis, nuestro valor”.
Así lo entendió también el coronel Remigio Morales Bermúdez,
prefecto y comandante general del departamento de Huamachuco, quien en
proclama a los pueblos y fuerzas de su dependencia los exhortó a perseverar
en la lucha bajo la égida de los inmortales de Huamachuco, finalizando su
arenga con estas emotivas frases: “Dirigid vuestras miradas allá a los
campos de Huamachuco, en cuyos surcos abiertos por el cañón y la
metralla palpitan aún los torrentes de sangre derramada por vuestros
valientes hermanos en aras de la patria; inspiraos en su noble ejemplo y
poned a prueba vuestra entereza y valor, arrostrando con frente serena los
rigores y peligros que nos asedian”.
Poco después, ya en Ayacucho, el general Andrés Avelino Cáceres, en
comunicación remitida al gobierno de Montero, reafirmaría esa convicción
diciendo: “Aunque el ejército de mi mando sucumbió valerosamente en los
campos de Huamachuco, me siento aún firmemente resuelto a seguir
consagrando mis esfuerzos a la defensa nacional, pues el desastre sufrido,
lejos de abatir mi espíritu, ha avivado, si cabe, el fuego de mi entusiasmo”.
Así, pues, Huamachuco se convirtió en lo que Cáceres denominó la
“Senda del Honor” (cf. Carta de Cáceres al ministro de guerra, Ayacucho,
agosto 12 de 1883). Por ello, el legado de Huamachuco pervive, como
símbolo de la voluntad inquebrantable de no doblegarse jamás ante la
adversidad y de asumir con decisión y perseverancia inquebrantable la lucha
contra todo aquel, sea invasor o entreguista, que pretenda atentar contra la
integridad territorial del Perú.

d) Cuarta expedición contra Cáceres.- Si bien se ha dicho que Huamachuco significó el


fin de la guerra, lo cierto es que Cáceres no se dio por vencido y marchó hacia
Ayacucho, dispuesto a organizar un nuevo Ejército de la Breña.
Desde Huancayo el comando chileno envió contra Cáceres una cuarta
expedición, bajo el mando de Martiniano Urriola, quien en su marcha hacia
Ayacucho fue atacado incesantemente por las guerrillas huantinas, motivando
bárbaras represalias de parte del jefe chileno (septiembre de 1883). Urriola
entró por fin en Ayacucho, mientras Cáceres se retiraba a Andahuaylas para
organizar su nuevo ejército
Ante el peligro de no poder conseguir víveres y forraje, en noviembre Urriola
retornó a Huancayo; en el trayecto volvió a sufrir el acoso de los guerrilleros
ayacuchanos. Por su parte, Cáceres salió de Andahuaylas al frente de su
nuevo ejército y emprendió la persecución de Urriola, pasando por Ayacucho y
Huancavelica, hasta llegar a Tarmatambo (cerca de Tarma). Allí se enteró que
la paz con Chile ya era un hecho consumado: el gobierno peruano encabezado
por Miguel Iglesias había firmado el Tratado de Ancón el 20 de octubre del
mismo año, reconociendo la derrota y dando por terminada la guerra con Chile.
Los chilenos recibieron la orden de abandonar la sierra central y replegarse a
Lima. Cáceres se negó a reconocer el tratado y persistió en su resistencia,
justificando su actitud de esta manera:
Cuando se ha pasado por Tarapacá y por Huamachuco no se puede retroceder
sin mengua y no quiero profanar con mis plantas en ese extraño retroceso las
cenizas de tantas víctimas augustas ni empañar con una monstruosa deserción
las glorias que he podido conquistar para mi patria en sus desgracias.
Cáceres estableció su cuartel general en Huancayo; su esperanza radicaba en
el llamado Ejército del Sur, estacionado en Arequipa y bajo el mando
de Lizardo Montero. Pero dicho ejército se disolvió sin disparar un tiro y fue
entonces cuando Cáceres vio perdida toda posibilidad de ganar la guerra. 46
Aun así, mantuvo por algún tiempo su cuartel en Huancayo, sin que los
chilenos se arriesgaran a penetrar en la sierra. Patricio Lynch envió a su
secretario, el doctor Armstrong, como delegado para instar a Cáceres a un
arreglo, a base de que reconociese el Tratado de Ancón, a lo cual el general
peruano respondió:
El gobierno chileno ha conseguido todo lo que ha querido; ahora debe retirar
sus tropas para dejar libre al Perú, a no ser que pretenda dominarlo con la
fuerza, lo cual no conseguirá, salvo el caso de que convierta al país en un
cementerio; pues mientras me quede un hombre con su rejón flameará en
alguna puna el pabellón nacional y continuaré luchando.47
Solo después de la total repatriación de las fuerzas chilenas y ante los hechos
consumados, fue que Cáceres se vio obligado a reconocer el tratado de Ancón,
pues consideró que era necesario iniciar de una vez la reconstrucción del país
(6 de junio de 1884).45 Pero no reconoció al gobierno firmante, es decir, el
gobierno de Iglesias, y se empecinó en desalojarlo del poder.48
LA RESISTENCIA SERRANA
La sierra central no fue el mejor escenario de guerra para los chilenos, pues
debieron enfrentar la poca colaboración de los pobladores. Asimismo, la guerra
practicada por André Avelino Cáceres a través de los guerrilleros generó un gran
desgaste en las tropas chilenas. En general, muchos pueblos de la sierra como
Cerro de Pasco, Tarma, La Oroya, Jauja, Concepción, Marcavalle, Pucará,
Zapallanga, Acostambo y Nahuimpuquio fueron objetos de depredaciones por no
haber sido hospitalarios y por oponer resistencia al ingreso chileno. La campaña
de La Breña no fue la única manifestación de la lucha en defensa del territorio.
En Cajamarca asumió la resistencia Miguel Iglesias, junto con otros patriotas. En
la lucha por repeler al invasor, Iglesias logró una victoria para los peruanos en
San Pablo, el 13 de julio de 1882.

EL GRITO DE MONTÁN
En agosto de 1882, el general Iglesias lanzó el manifiesto de Montán con el
objetivo de firmas la paz con Chile. En diciembre se constituyó una asamblea
legislativa que designó a Iglesias como presidente. Los chilenos reconocieron el
gobierno de Iglesias y decidieron negociar la paz con él.

LA PAZ DE ANCÓN
El 20 de octubre de 1883 se firmo el Tratado de Ancón entre el Perú y Chile. Los
firmantes por el Perú fueron Mariano Castro Zaldivar y José Antonio de Lavalle,
en representación del gobierno de Iglesias, y Jovino Novoa en representación de
Chile. En 1884 se procedió a su ratificación por el Congreso, pero quedaron
proposiciones pendientes.
RESISTENCIA EN EL NORTE
DEL PERÚ
Batalla de San Pablo en Cajamarca

La Batalla de San Pablo, se produjo el 13 de julio de 1882 en Cajamarca, fue


una de las acciones militares de la Campaña de la Breña en el marco de la
Guerra del Pacífico entre Perú y Chile.

La garnición chilena en el pueblo de San Pablo es atacada por las fuerzas


peruanas lideradas por el coronel Lorenzo Iglesias tras un combate inicial
favorable para los defensores estos deben replegarse hacia la costa en vista de
la superioridad numérica de los peruanos teniendo que abandonar sus heridos
y enfermos en la población los cuales son capturados por las tropas peruanas.

Según el parte del mayor chileno Luis Saldez, sus fuerzas registraron 32
muertos, heridos y algunos desaparecidos, mientras que los peruanos
perdieron más de 200 muertos. Sin embargo, el parte del coronel Lorenzo
Iglesias reconoce 60 bajas, afirmando también haber encontrado en el campo
110 cadáveres chilenos.

Tras la batalla de San Pablo, Lynch dispuso que el comandante Carvallo


Orrego con 1200 soldados bien equipados partiera en busca de iglesias, ante
ello las tropas peruanas se retiraron a las gargantas de la cordillera, las
represalias contra la población civil que había apoyado al ejército peruano
fueron tremendas, los pueblos de Chota, San Luis, San Pablo y Cajamarca
fueron incendiados y destruidos, a esta última ciudad se le impuso un cupo de
50000 soles y a la de Chiclayo 30000, en San José fueron fusilados un grupo
de pescadores acusados de ser montoneros tras lo cual la población fue
incendiada.

Ante estos hechos el coronel Iglesias dio lo que ha sido llamado "el grito de
Montán", en este manifiesto a la opinión pública daba la guerra por perdida y
abogaba por una paz incluso con cesión territorial lo que había sido rechazado
por el gobierno peruano desde el inicio de la guerra

Amo ami patria con idolatría


Por que en su suelo hey macido

por que en esta tierra hey crecido

y hey sufrido por que esta tierra

es madre de la madre mia

por ella yo daría cuanto tenga el mundo querido

la vida sin quitarle un latido

si ella, mi tierra me lo pide la mia

Himno a Cáceres
“Cuando el peruano pelea y pierde
no desespera de la victoria,
porque en coraje crece y se enciende
y en nueva empresa verá la gloria.
Oh patria mía, no me maldigas
porque al chileno no lo vencí,
que bien quisiera haber perdido
la vida entera que te ofrecí.
Mas queda un bravo, noble soldado
que aquí en La Breña luchando está;
tú eres, oh Cáceres, nuestra esperanza,
tu fe y constancia te harán triunfar”.

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