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Lecturas

en Casa
Historias de navidad
Cuento de Navidad
El señor Scrooge era un hombre mayor, rico, solitario y sin amigos.
Era un hombre muy serio, que no hacía más que ir de su casa a su
oficina, sin siquiera mirar a la gente que lo rodeaba.

Cuando se acercaba la Navidad, Scrooge se volvía aún más huraño.


Creía que era todo una gran pérdida de tiempo, ¡para él la Navidad era
un día como cualquier otro! Era víspera de Navidad y el señor
Scrooge estaba, como siempre en su despacho, revisando papeles,
mientras su secretario trabajaba en el recibidor. Sintió un murmullo
que provenía desde la puerta de la oficina y de repente, sin darle
tiempo a esconderse como hacía siempre, vio entrar a su sobrino con
una gran sonrisa. Venía a desearle felices navidades y a invitarlo a
pasar la noche con él y su familia.
El anciano lo despidió de malas maneras, diciéndole que estas fiestas eran solo
paparruchas. Su secretario, que seguía trabajando aunque ya era tarde y todo el
mundo estaba llegando a sus casas para pasar la Nochebuena en familia, le pidió
permiso para retirarse. Scrooge se lo concedió, pero le dijo que el día después de
Navidad tendría que llegar más temprano para recuperar el día festivo.

Una visita inesperada

Cuando ya era de noche y no quedaba alma


viva por la calle, el anciano se marchó a su
casa, un edificio frío y lúgubre. Se preparó
para irse a dormir, pero cuando estaba a punto
de acostarse, sin poder salir de su asombro
vio un fantasma que se apareció frente a él: lo
reconoció al instante, era su antiguo socio
Marley, muerto unos años antes.
Marley le dijo que estaba allí para hacerle abrir los ojos,
que todavía estaba a tiempo de cambiar su vida. El
espectro le contó que su alma no descansaba en paz por
culpa de la vida que había llevado, y que Scrooge iba por
el mismo camino. Le dijo que en las siguientes noches,
tres espíritus vendrían a visitarlo. Al terminar de
pronunciar estas palabras, el fantasma de Marley
desapareció.
Los espíritus

La primera noche, llegó a visitarle el espíritu de las navidades


pasadas; lo llevó consigo a visitar el lugar donde había crecido, y
Scrooge pudo verse a sí mismo de niño y de joven, siempre triste
y solo. También pudo ver su hermana, que había muerto hace
muchos años, y recordó lo mucho que la quería.

Llegó la segunda noche, y mientras el anciano esperaba al


segundo espíritu, pudo ver una luz provenir desde el cuarto de al
lado. Entró y vio una mesa vestida para fiesta repleta de platos
con diferentes comidas. Junto a la mesa, había un hombre con
una antorcha: era el espíritu de las navidades presentes.
Juntos fueron al centro del pueblo, y vieron cómo la gente entraba
y salía de las tiendas, compraba regalos y deliciosos manjares
para la cena de Navidad.
Luego fueron a la casa del secretario, y el viejo pudo verlo con su
familia, riendo felices a pesar de la pobreza en la que vivían, y de
que el niño más pequeño estaba enfermo. Desde allí fueron a casa
del sobrino de Scrooge, y pudo ver cómo la familia disfrutaba de la
noche de Navidad riendo y jugando. Luego el espíritu llevó al
anciano de nuevo a su cuarto.

A la noche siguiente se presentó el espíritu de las navidades


futuras. Salieron a la calle y encontraron gente que hablaba de
alguien que había muerto. Luego vieron a otras personas vendiendo
las posesiones del difunto, y también le enseñó la casa de su
secretario, donde todos lloraban porque el hijo pequeño había
muerto. Por último, fueron a ver el cadáver de el hombre muerto que
estaba en su cama cubierto por una sábana: el anciano la levantó y
pudo ver que la persona muerta era él mismo, el sr. Scrooge.
Un despertar feliz

A la mañana siguiente, Scrooge despertó y se dio cuenta


que todo había sido un sueño. No habían pasado 3 días,
era Navidad, y este descubrimiento lo hizo saltar de la
cama loco de contento. Salió a la calle corriendo y entró a
una tienda de alimentos, le pidió al negociante que le
vendiera el pavo más grande que tuviera y que lo llevara a
casa de su secretario.

Luego se vistió con sus mejores galas y fue a casa de sus


sobrino, saludó a todos abrazándoles y pasó el día con
ellos, riendo y jugando. A la mañana siguiente, cuando el
secretario llegó a la oficina, le dio un aumento y le prometió
encontrar a los mejores médicos para que su hijo pudiera
curarse. Desde entonces fue un hombre honesto y feliz, al
que todos querían. Y sus navidades nunca más fueron
tristes y solitarias.
El Rincón de la Nieve
La pequeña ardilla Tartán, vivía en un bosque mágico, lo que tenía
un montón de ventajas, porque significaba que en cualquier
esquina siempre te encontrabas algo inesperado. Pero de todos
los lugares increíbles del bosque había un rincón muy especial, el
que más le gustaba a Tartán. Solo podías encontrarlo un día al
año: el día de Nochevieja.

Ese día, sin importar si hacía calor o frío, junto a la esquina del
puente encantado, Tartán y sus amigos se encontraban el rincón
de nieve. Un lugar tan lleno de nieve que las pequeñas ardillas
podían pasar el último día del año jugando a tirarse bolas o en
trineo o incluso, y esto era lo que más les gustaba, haciendo
muñecos de nieve.
Cada ardilla hacía uno, con la particularidad de que cada muñeco de nieve
era exactamente igual al muñeco de nieve que esa misma ardilla había
hecho el año anterior.

El muñeco de nieve de Tartán se llamaba Rayón, porque le encantaba que


las bufandas que cada año Tartán le ponía al cuello fueran de rayas. No le
gustaban de puntitos, ni de flores, ni de animales, a Rayón solo le gustaban
las rayas.

Tartán y Rayón habían pasado tantos años juntos (un día, cada año, el
último día del año, pero muchos años al fin y al cabo) que ya eran grandes
amigos. Se contaban lo que habían hecho en todo el año, los sueños que
querían ver cumplidos el año que empezaba y se divertían mucho juntos.
Después, cuando la luna se ponía en el punto más alto, marcando el final
del año, el rincón de nieve comenzaba a desaparecer, a volverse cálido. Los
muñecos se iban deshaciendo poco a poco, y las pequeñas ardillas se
despedían de ellos hasta el año siguiente.
Así fue siempre, año tras año, mientras Tartán fue una pequeña
ardilla. Sin embargo hubo un año en que Tartán no fue a buscar el
rincón de nieve:

– Eso son tonterías de ardillas pequeñas, yo ya soy mayor. En


Nochevieja quiero hacer otra cosa: ir al baile de los abetos
danzarines.

Tartán no volvió al rincón de nieve y con el tiempo también se olvidó


de su buen amigo Rayón, ese muñeco de nieve que aparecía una
vez al año y con el que había compartido tantos sueños. Muchas
lunas en el punto más alto fueron marcando los finales de año y
Tartán se hizo mayor.

Tanto que hasta encontró una compañera y juntos tuvieron muchas


ardillas pequeñas que recorrían con curiosidad el bosque encantado,
sorprendiéndose de cada esquina mágica con la que se
encontraban.
Un día de Nochevieja, las pequeñas ardillas de
Tartán encontraron el rincón de nieve, hicieron
un muñeco y pasaron con él todo el día hasta
que se acabó el año. Cuando volvieron a casa
le contaron a Tartán todo lo que habían hecho:

– Cada uno hacía su muñeco de nieve y


pasaba con él las horas.

– ¡El mío era divertidísimo y me ha prometido


que nos veremos también el año que viene!

– Y el mío, y el mío…
Solo la más pequeña de todas no parecía tan contenta como el resto.
Sorprendido, Tartán le preguntó qué había pasado con su muñeco de nieve:

– El mío era bueno y dulce, pero no le gustó mucho mi bufanda. Me dijo que
solo le gustaba las bufandas de rayas y que la mía era de cuadraditos. Luego
me contó que una vez tuvo un amigo pero ese amigo se olvidó de él y nunca
jamás regresó. Me dijo también que no quería ser mi amigo si yo también le
iba a abandonar. Yo le dije que no lo haría, pero no me creyó. Y ahora no sé si
aparecerá de nuevo el año que viene.

Al escuchar a su pequeña ardilla, Tartán supo que aquel muñeco de nieve era
Rayón y que el amigo que le había abandonado era él. Juntos habían pasado
muchas Nocheviejas y sin embargo, él no había vuelto jamás a visitarle.
Sintiéndose muy triste salió corriendo en busca del rincón de nieve. Pero
como ya era Año nuevo, el rincón se estaba deshaciendo y los muñecos
estaban casi derretidos.
Aun así, pudo identificar entre todos ellos a su viejo
amigo Rayón. El muñeco, medio deshecho, también lo
reconoció a pesar de lo mayor que se había hecho.

– ¡Has vuelto!

– Sí, he vuelto. Siento haber tardado tanto. Pero te


prometo que la próxima Nochevieja no faltaré…

Tartán cumplió su promesa y junto a su hija pequeña


acudió todas las Nocheviejas al rincón de nieve para
conversar con su viejo amigo Rayón, para hablar de
sueños y de la posibilidad maravillosa de llegar a
cumplirlos. Rayón le escuchaba feliz: su sueño, tener a
Tartán a su lado, por fin se había cumplido…

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