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Daniel se divertía dentro del coche con su hermano menor, Carlos. Iban de paseo con
sus padres al Lago Rosado. Allí irían a nadar en sus tibias aguas y elevarían sus nuevas
cometas. Sería un paseo inolvidable. De pronto el coche se detuvo con un brusco
frenazo. Daniel oyó a su padre exclamar con voz ronca:
El auto inició su marcha de nuevo y la madre de los chicos encendió la radio, empezó a
sonar una canción de moda en los altavoces.
La mamá comenzó a tararear una canción. Sin embargo, Daniel miró por la ventana
trasera y vio tendido sobre la carretera a un conejo.
– “No, no, detente. Debemos recogerlo y llevarlo al hospital de animales”. Los dos niños
estaban muy preocupados y tristes.
Y dando la vuelta recogieron al conejo herido. Sin embargo, al reiniciar su viaje una
patrulla de la policía les detuvo en el camino para alertarles sobre que una gran roca
había caído en el camino y que había cerrado el paso.
Hubo una vez un lobo muy rico pero muy avaro. Nunca dio ni un poco de lo
mucho que le sobraba. Sin embargo, cuando se hizo viejo, empezó a pensar
en su propia vida, sentado en la puerta de su casa. Un burrito que pasaba
por allí le preguntó:
– “Si me dejáis apoderarme del lobo os daré una bolsa de oro”. “Será
suficiente si llenas una de mis botas”, le dijo el pato, que era muy astuto.
Así hicieron y las personas del pueblo se convirtieron en las más ricas del
mundo.
La ratita blanca
El hada soberana de las cumbres invitó un día a todas las hadas de las
nieves a una fiesta en su palacio. Todas acudieron envueltas en sus capas
de armiño y guiando sus carrozas de escarcha. Sin embargo, una de ellas,
Alba, al oír llorar a unos niños que vivían en una solitaria cabaña, se detuvo
en el camino. El hada entró en la pobre casa y encendió la chimenea. Los
niños, calentándose junto a las llamas, le contaron que sus padres hablan
ido a trabajar a la ciudad y mientras tanto, se morían de frío y miedo.
– “No solo te presentas tarde, sino que además lo haces sin tu varita?
¡Mereces un buen castigo!”.
Así que si veis por casualidad a una ratita muy linda y de blancura
deslumbrante, sabed que es Alba, nuestra hadita, que todavía no ha
cumplido su castigo.
Un mágico y curioso cuento sobre las estaciones del año
A Larisa le gustaba tostarse al sol y pasear bajo la lluvia. Le gustaban los helados y las
sopas calientes, las mantas a cuadros y los bañadores de volantes. El calor y el frío.
El verano y el otoño. Septiembre.
Por eso, el año que Larisa cumplió 8 años recibió un regalo muy especial. No creáis que se
lo hizo mamá, ni papá, sino el viejo vecino del primero. Se trataba de una bola de cristal con
una ciudad en miniatura dentro.
Y al hacerlo, Larisa observó sorprendida como la ciudad no se llenaba de nieve sino de una
lluvia de hojas de colores.
- ¿Mágica?
- Claro. Es la bola de los cambios de estaciones. Solo alguien que haya nacido entre una
estación y otra puede tenerla.
- Utilizarla con inteligencia. Cada vez que agites tres veces seguidas esta bola, cambiará la
estación.
Larisa agitó tres veces la bola y observó maravillada cómo las pequeñas hojas de colores
cubrían la ciudad en miniatura. De repente un fuerte estruendo la asustó.
- Porque has agitado tres veces la bola mágica. Esta bola controla las estaciones y ahora tú
eres su guardián.
- ¿Yo? Pero si solo soy una niña…
- Pero solo las personas que nacen entre estaciones pueden tenerla. Yo nací entre el
invierno y la primavera y tú entre el verano y el otoño.
- Está bien. Yo guardaré la bola mágica. Solo la agitaré tres veces cuando cambien las
estaciones.
Y así lo hizo. Cada tres meses, en todos los cambios de estaciones, Larisa cogía su bola
mágica y la agitaba tres veces. Entonces, contemplaba emocionada como el cielo cambiaba
de color y daba paso a una nueva estación. Del otoño al invierno, del invierno a la primavera,
de la primavera al verano, del verano al otoño y vuelta a empezar. Un año. Y otro. Y otro. Y
otro…
Las estaciones fueron pasando y Larisa se acabó convirtiendo en una anciana despistada a
la que poco a poco se le iban apagando los recuerdos. Primero olvidó dar de comer a su
gato, y el pobre tuvo que buscarse otra dueña. Luego se olvidó de pagar los recibos de la
luz y acabó viviendo a oscuras. Por último, se olvidó de aquella bola mágica que cambiaba las
estaciones.
Y así ocurre ahora: el tiempo es un caos. Un día llueve y al siguiente hace un calor
terrorífico. De repente viene el frío invernal y al momento corre un delicioso viento
primaveral. ¿No os habéis dado cuenta?
Es la vieja Larisa que agita tres veces su bola mágica sin saber muy bien para qué. No
recuerda nada. Solo sabe que espera a alguien que haya nacido entre una estación y otra.
Un niño o una niña que sea mitad primavera, mitad verano. Mitad otoño, mitad invierno.
Algo así…