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Teórico 5 2022
Teórico 5 2022
Temas de estudio
1. Empirismo, naturalismo y escepticismo en Hume (Investigación, XII)
2. Proyecto y método de su filosofía (Introducción al Tratado)
3. Tipos de percepciones y relaciones entre ellas (Tratado I. 1 a 3)
4. Leyes de asociación e ideas complejas (Tratado I. 4 y 5)
5. Idea de sustancia e ideas abstractas (Tratado I. 6 y 7)
6. Análisis de la idea de causalidad (Tratado III. 1 a 7 y 14)
En 1739, a los 27 años, vuelve a Londres y publica los dos primeros Libros del
Tratado: el primero “Acerca del entendimiento” y el segundo “Acerca de las pasiones”.
Los publica de manera anónima y, según narra él mismo en su autobiografía, “jamás
intento literario alguno fue más desgraciado que mi Tratado de la Naturaleza Humana.
Ya salió muerto de las prensas, sin alcanzar siquiera la distinción de provocar
murmullos entre los fanáticos”. Está diciendo que nadie lo leyó, aunque no fue tan así.
En el año siguiente publica el Libro III, “Acerca de la moral”. Y ya que, como él mismo
reconocía, el Tratado era muy complicado y rebuscado, también publica un Abstract
muy breve del libro, que se enfoca especialmente en la cuestión de la causalidad, lo que
muestra que ese era para él uno de los temas más importantes que había desarrollado en
el Tratado. Según la reconstrucción de algunos intérpretes como N. Kemp Smith, es
muy probable que Hume haya escrito primero los Libros II y III (los libros de las
pasiones y de la moral) y después el I (sobre el entendimiento) y eso explica que se
puedan encontrar algunas contradicciones entre el libro I respecto del II y el III. Pero en
otro sentido, se puede ver una continuidad y una lógica muy clara que relaciona los tres
libros orgánicamente. El libro III, que es el que habla de la moral o las virtudes,
establece que las virtudes morales se fundan en un sentimiento moral, y ese sentimiento
se basa en el placer que nos producen ciertos rasgos de las personas. La moral no es una
cuestión de razón, no hay manera de pasar argumentativamente de lo que es a lo que
debe ser. Por lo tanto, lo que está a la base de la moral, de la que habla el Libro III, es un
sentimiento. El sentimiento moral es el reconocimiento de lo útil o agradable en los
otros o en nosotros mismos. A su vez, los sentimientos son pasiones o emociones, que
son las que estudia el Libro II. Y a su vez, las pasiones o emociones son impresiones de
reflexión, que se derivan de impresiones de sensación tales como el placer, cosa que
entendemos al leer el Libro I donde Hume habla de las impresiones distinguiéndolas de
las ideas. Entonces, en suma, las virtudes (Libro III) se basan en sentimientos
(impresiones de reflexión) (Libro II), que se basan en impresiones de sensación como el
placer (Libro I), de modo que los tres libros están perfectamente encabalgados, se
apoyan unos en otros.
Las virtudes son reconocidas por un sentimiento moral, un placer que tenemos al
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percibir rasgos de carácter agradables o útiles en nosotros o los demás. A pesar de que
esto parece algo bastante relativo, Hume distingue virtudes naturales y artificiales. Por
"naturales" no entiende algo invariante y universal, sino que son naturales por
inducción: son las más observadas entre los seres humanos. No son algo absoluto, pero
sí natural en el sentido de que la naturaleza tendería a hacernos percibir como
agradables estos rasgos, según muestra la observación. Y en esta enumeración de
virtudes naturales incluye muchas que van contra la moral establecida de su época. En
esa época regía el Libro de oración común, que oficiaba como una especie de credo
anglicano, y todos los ciudadanos de cualquier religión tenían que aceptar por lo menos
36 de los 39 artículos del libro. Por eso decía antes que existía una tolerancia bastante
relativa. Este Libro contenía ciertos ideales morales que chocan con la enumeración de
Hume de lo que él considera que son virtudes naturales. El Libro III del Tratado, por
ejemplo, dice:
El celibato, el ayuno, la penitencia, la mortificación, la autonegación, la
humildad, el silencio, la soledad y toda esa seguidilla de virtudes de monje, no son ni
placenteras ni útiles; atontan el entendimiento y endurecen el corazón, oscurecen el
humor y agrían el temperamento.
De modo que esas no son virtudes naturales para Hume. Y por otra parte las
virtudes que enumera no son nada clásicas y algunas incluso resultan difíciles de
calificar como virtudes porque no parecen depender de la voluntad de las personas. Por
ejemplo, enumera entre las virtudes naturales la sensibilidad a la poesía, o “un cierto no
sé qué [je ne sais quoi] de placentero y apuesto [handsome], que hace a ciertas personas
queribles o valiosas”. También habla de la gratitud y la amabilidad, el orgullo y la
autoconfianza como virtudes. Esto nos puede resultar en cierto sentido próximo a la
posterior “inversión de los valores” que propondría Nietzsche.
Este tercer Libro también incluye una filosofía política contractualista, al modo de
Hobbes y Locke, pero con la peculiaridad de que Hume habla de un fundamento natural
para la sociedad humana que estaría dado por la simpatía. La simpatía aparece en el
Libro II como una especie de comunicación inmediata de los sentimientos a nivel
sensible. Eso se da entre los seres humanos entre sí y entre seres humanos y animales,
ya que para Hume los animales también tienen pasiones. Y esta simpatía aparece en el
Libro III como un fundamento natural de la sociedad humana. Estoy mencionando estas
ideas generales de la totalidad de la obra para que tengan una idea de cómo se pueden
relacionar las cuestiones del Libro III y II con el Libro I, que es el que vamos a
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considerar hoy.
En 1748 Hume publica Ensayos filosóficos sobre el entendimiento humano (luego
llamado Investigación …), donde vuelve a resumir lo que él consideraba los resultados
más importantes del Tratado. Pero no es solamente un resumen, porque pone el énfasis
en algunas cuestiones del Tratado y resta importancia a otras. Por ejemplo: cuando
publicó el Tratado, según dice en su Autobiografía, él “castró” aquellas partes que
hablaban sobre los milagros y la providencia. Pero ahora incluye estos temas en las
Investigaciones, y deja afuera temas que estaban en el Tratado, como, por ejemplo, el
análisis de la identidad personal. En un Apéndice al Tratado él ya había dicho que le
parecía que aquel análisis de la identidad personal no conducía a ningún lado, y que no
estaba contento con lo que había escrito en el Tratado porque le parecía contradictorio.
Poco después intenta conseguir una cátedra en la universidad de Glasgow, pero no
lo consigue porque sus ideas eran demasiado radicales en el contexto del fanatismo
religioso todavía reinante. De hecho, Hume nunca en su vida podrá dar una lección de
filosofía en la academia británica. En cambio, alguien llamado James Beattie -“silly
Beattie” lo llama Hume- escribe un libro contra Hume (An Essay on Truth) donde
defiende las verdades de la religión cristiana y ataca a Hume como un escéptico que
promueve la maldad, y obtiene enorme éxito y reconocimiento académico: es
presentado al Rey, se le otorga una buena pensión vitalicia y un doctorado honorario en
Oxford. Incluso un pintor le hace un retrato a Beattie donde él aparece al frente con su
libro en la mano, evitando el ingreso al infierno que aparece detrás suyo, y en el infierno
se pueden ver algunos condenados sufriendo con los rostros de Voltaire y de Hume.
Hume escribe esta Investigación y luego, ya como bibliotecario de la Facultad de
Abogacía, escribe la Historia de Inglaterra (Tomo I y tiempo después, II y III). No
obtiene, en un principio, mucha fama por esa publicación, pero luego sí el libro se hace
muy popular y se convierte en un escritor famoso. De hecho, tiene tanto éxito que
cuando le piden que escriba el Tomo IV, que sería aquel que llegaría hasta su propia
época, publica la siguiente respuesta en el diario de Londres: “Tengo que declinar no
solamente esta oferta sino cualquier otra de índole literaria. Y ello por cuatro razones:
porque soy demasiado viejo, demasiado gordo, demasiado perezoso y demasiado rico”.
También escribe dos libros importantes sobre cuestiones religiosas. El primero,
publicado póstumamente, es Diálogos sobre la religión natural (1752), que si bien es un
diálogo entre diversos personajes que defienden distintas posiciones, puede ser visto,
entre otras cosas, como una crítica al deísmo, i.e. a la posibilidad de demostrar la
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del embajador. Allí fue muy bien recibido por todos los filósofos ilustrados: Voltaire,
D’Alembert, Buffon, Diderot, D’Holbach, Rousseau. Se vuelve muy famoso entre los
salones filosóficos de la época y se hace muy amigo de Rousseau. A Rousseau lo
perseguían en Francia por haber escrito El contrato social y el Emilio, entonces se muda
a Suiza donde también lo apedrean. Hume le ofrece su casa de campo en Inglaterra,
Rousseau acepta y, luego de unos meses dice que Hume lo trató como si fuera un
mendigo, se enoja y terminan muy enemistados. De todas formas, Hume tiene en
general una muy buena relación con los filósofos ilustrados y los enciclopedistas
franceses.
Luego vuelve a Inglaterra y alrededor de 1770 se enferma de un problema
intestinal, aparentemente un tumor. El mismo año en que moriría escribe una
Autobiografía breve que está incluida al principio de muchas ediciones del Tratado, y
allí, sabiendo ya que se va a morir muy pronto, dice:
Tengo una dolencia incurable y mortal. Tengo la esperanza de contar con una
muerte rápida. … Nunca se ha abatido mi espíritu ni por un momento. Poseo el mismo
ardor por el estudio que siempre he sentido y la misma alegría por la compañía de
otras personas. Además, pienso que a un hombre de sesenta y cinco años la muerte le
evitaría unos cuantos años de sufrimientos.
Esta imperturbabilidad frente a la muerte resulta bastante coherente con lo que él
había escrito en la Historia natural de la religión. También escribe una defensa
filosófica del suicidio en su libro Sobre el suicidio. Las dos obras son publicadas por su
amigo Adam Smith, un año después de que Hume muere. En sus últimas horas lo visitan
varios amigos, entre ellos James Boswell, un escritor escocés que en su diario retrató la
vida de muchos personajes del siglo XVIII. Lo visitó para saber si “el gran infiel”, como
él lo llamaba, se mantenía tranquilo frente a la muerte o si cambiaba sus convicciones
en la última hora. En esa visita, Hume hizo bromas respecto de la muerte. Boswell le
preguntó si no prefería arrepentirse y creer en una vida después de la muerte para poder
encontrarse con sus amigos. Hume le contestó que ninguno de sus amigos había creído
en la vida después de la muerte, por lo que no esperaba encontrarlos. Después de eso,
Hume cambió el tema de la conversación: le recomendó a Boswell un libro que estaba
leyendo y que era de su amigo Adam Smith, La riqueza de las naciones. Boswell cuenta
en su diario que se retiró de esta visita con impresiones que lo atormentaron durante un
buen tiempo. Me parece que lo dicho hasta aquí es útil para bocetar la personalidad de
Hume y para abordar su filosofía teniendo en mente sus intereses principales. Mencioné
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Investigación que si Locke quería decir eso cuando decía que no hay ideas innatas, él
está de acuerdo. Pero por otro lado,
si innato es equivalente a natural, entonces se debe conceder que todas las
percepciones e ideas del espíritu son innatas o naturales, en cualquier sentido que
tomemos a esta última palabra, sea en oposición a lo que es insólito, artificial o
milagroso.
Agrega que si “innato” significa “desde el nacimiento”, “entonces la disputa es
frívola, ya que no vale la pena investigar en qué momento se comienza a pensar, antes,
en o después del nacimiento”. Es decir que en cualquier momento que se comience a
pensar, el pensamiento siempre va a tener cierta regularidad, va a funcionar siguiendo
ciertas inclinaciones “naturales”, ciertas leyes. Y en ese sentido, si innato se entiende
como natural, entonces él dice que para él todas las ideas son innatas. Hay una mecánica
mental que es natural y que hace que se formen ciertas ideas, y si ciertas ideas se forman
de manera natural se podría decir, en ese sentido específico, que son naturales. Él habla
también de creencias naturales, como la creencia en el mundo exterior. En el resumen
del Tratado, publicado en 1740, dice también:
Es una inexactitud propia de Locke el querer abarcar todas nuestras percepciones
con el término idea. Y, en este sentido, es falso que no tengamos ideas innatas. Pues, es
evidente que nuestras percepciones fuertes o impresiones son innatas. Y que la afección
natural, el amor a la virtud, el resentimiento y todas las otras pasiones nacen
directamente de la naturaleza. … Todas nuestras pasiones son una especie de instintos
naturales, que no derivan de otra cosa que de la constitución natural del espíritu
humano.
En ese sentido, el anti-innatismo humeano es relativo o limitado. ¿Qué lo limita?
El anti-innatismo es acotado por una tendencia paralela al empirismo humeano, que
podríamos llamar, a partir de estas referencias anteriores, el “naturalismo” humeano.
Entiendo aquí por naturalismo la idea de que la mente humana integra la naturaleza en
general, es parte de ella o se apoya en ella. Hay una naturaleza de la cual el hombre es
parte y la razón humana es un instinto, tal como lo es, dice Hume, el instinto de los
pájaros de construir un nido. Por naturalismo filosófico entiendo aquí, entonces, la
concepción general del ser humano como integrado en la naturaleza y como no
sustancialmente distinto de otros animales, una visión “continuista” del ser humano en
relación con el resto de los animales. Este naturalismo se observa en muchos filósofos
de este siglo y el anterior. Hobbes sería un filósofo naturalista en este sentido, y La
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Mettrie sería una especie de naturalista extremo o salvaje: dice que si pudiera criar a un
simio desde que nace, cuando crece nadie lo podría distinguir de un ser humano. Dice
en El hombre máquina: “La naturaleza usó la misma masa para hacer a los hombres y a
los animales, solamente varió la levadura”.
Este naturalismo humeano se percibe por ejemplo en la afirmación de que la razón
es un instinto. Por ejemplo, dice en el Tratado:
La razón no es sino un maravilloso e ininteligible instinto de nuestras almas que
nos lleva a lo largo de un cierto curso de ideas y les confiere cualidades particulares,
según sus particulares situaciones y relaciones. Es verdad que este instinto surge de la
observación y de la experiencia pasada, pero ¿hay alguien que pueda dar razón última
de por qué la experiencia y observación pasadas producen tal efecto y aún más, por qué
la naturaleza lo produce por sí sola? La naturaleza puede producir ciertamente todo lo
que pueda resultar del hábito. Es más, el hábito no es otra cosa que uno de los
principios de la naturaleza, y deriva toda su fuerza de ese origen.
John Laird en Hume’s Philosophy of Human Nature dice en este sentido:
La conclusión apropiada de Hume podría haber sido, pues, alguna doctrina de
ideas innatas [sólo que no puestas por Dios sino por la Naturaleza]; esto es, podría
haber mantenido que los hombres están equipados con un cierto instinto de ‘razón’
previo a la experiencia, de igual modo que los pájaros están equipados con un instinto
de construcción de sus nidos.
Kemp-Smith también avala esta lectura naturalista de Hume, que subraya que hay
creencias naturales, como la creencia en la causalidad y el mundo externo. Hume mismo
escibe: “Los hombres parecen nacer con la creencia de que los sentidos les permiten
conocer un mundo que existe independientemente de nuestra percepción” (Investigación
XII).
Recapitulando, empecé hablando por un lado de Hume como empirista, en el
sentido de fundar todo conocimiento en la experiencia. Efectivamente, para él las ideas
simples derivan de impresiones de las cuales son copias. Pero por otro lado y
paralelamente hay un naturalismo humeano que atempera ese empirismo porque
sostiene que no todo proviene de la experiencia; hay ciertos mecanismos naturales en la
mente, que la llevan a formar ciertas ideas. Hay ciertas creencias que son naturales, y
hay ciertas pasiones que también lo son. A estas tendencias disímiles que conviven
problemáticamente en Hume, su empirismo y su naturalismo, hay que agregar una
tercera que habrá que ver cómo se articula con las otras dos: hay también un
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letargo, hasta que las necesidades de la naturaleza, al no ser satisfechas, pusieran fin a
su miserable existencia.” (Esto puede recordarnos la crítica a la apraxía a la que se
exponía el escepticismo de Pirrón). Sin embargo, dice, “no hay que temer mucho un
suceso tan fatal. La naturaleza siempre es más fuerte que los principios. … El más
trivial suceso de la vida pondrá en fuga todas las dudas del escéptico y lo dejará al
mismo nivel … que aquellos que nunca tuvieron que ver con investigaciones
filosóficas” -lo que nos puede recordar la anécdota ya mencionada en clases anteriores
sobre Pirrón y el perro-. Sostiene que “La acción, el trabajo, y las ocupaciones de la
vida diaria son los grandes destructores del pirronismo”. Entonces, primero habló de
una creencia natural, común a hombres y animales, la creencia en un mundo exterior
(naturalismo). Después dice que la más mínima reflexión filosófica destruye esta
creencia y no hay forma de rehabilitarla, ni mediante argumentos racionales ni por la
experiencia (escepticismo). El tercer movimiento de su argumento se refiere a la acción,
el trabajo y las ocupaciones como los grandes “destructores del pirronismo”, y los que
hacen que finalmente triunfe, tal como al principio, la naturaleza. “Estos pensamientos
[escépticos] se desvanecen como el humo frente a los más poderosos principios de la
naturaleza, debido a la presencia de objetos reales, que mueven nuestras pasiones y
sentimientos.” Pero esto no significa exactamente un regreso al mismo punto de partida,
a las creencias naturales ingenuas del principio, al realismo ingenuo que no pasó por
ninguna duda o reflexión. Este tercer movimiento nos llevaría al “escepticismo
moderado” o “escepticismo verdadero” como conclusión de todo el recorrido, que
asume, por un lado, que nuestra mente nos lleva a dudar de todo pero, por otro lado, que
nuestra naturaleza nos lleva a creer en muchas cosas que nos permiten vivir. Se plantea,
como consecuencia, este círculo entre naturalismo y escepticismo que él no quiere
cortar: para él ninguno de los dos factores es tan fuerte como para anular
definitivamente al otro, y los dos son necesarios. Así dice, en conclusión y en resumen,
que “Nada puede ser más útil que estar de una vez completamente convencido de la
fuerza de la duda pirrónica y de la imposibilidad de que algo nos pueda liberar de ella,
salvo el fuerte poder del instinto natural”.
La fuerza de la duda pirrónica y la del instinto natural serían en su visión
complementarios y se equilibrarían. Después de este paso escéptico que él da, al que le
da crédito, y por el cual dudamos de todo, sin embargo salimos a la calle y seguimos
creyendo igual que las cosas están ahí. Entonces, la pregunta sería, ¿por qué es
necesaria la duda pirrónica? ¿Por qué, en última instancia, es necesaria la filosofía, si
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después todo sigue igual? La filosofía y este paso por la duda serían necesarios según
Hume, en primer lugar, para reconocer este “fuerte poder del instinto natural”, y
también son necesarios para no ser dogmáticos. Es decir: si nos quedamos sólo con las
creencias naturales, caeríamos en un fanatismo o un dogmatismo, no habría ningún
movimiento en el pensamiento, de manera que hay que ser a la vez naturalista y
escéptico, naturalista para no ser absolutamente escéptico, y escéptico para no ser
naturalista dogmático: “El escepticismo moderado es un antídoto contra el dogmatismo,
el fanatismo, la altivez, la obstinación”.
Esta interpretación que les propongo de esta última sección de la Investigación
señala que hay dos tendencias que atraviesan el pensamiento de Hume (además del
mero título de “empirismo”) que son, por un lado el naturalismo, la cuestión de los
instintos y las creencias naturales que compartimos con otros animales, lo que supone la
existencia de una naturaleza de la que el ser humano es parte; y, por otro lado, el hecho
de que no tenemos argumentos para afirmar que haya más que percepciones de la
mente, no podemos demostrar la existencia del mundo, sólo podemos creer en él y no
podemos dejar de creer en él. No podemos dejar de dudar, de cuestionar nuestras
creencias naturales, y a la vez no podemos dejar de creer, y ambas cosas son valiosas
para Hume para no quedarnos estancados ni en el escepticismo sin salida ni en la
ingenuidad o el dogmatismo. Habría dos movimientos del pensamiento, entonces, que
formarían un círculo y se complementarían.
Decía que el verdadero escéptico para Hume es el que “desconfía por igual de sus
dudas que de sus certezas”, y que el escepticismo es un rodeo necesario como antídoto
contra el dogmatismo y el fanatismo. Y también sirve para otra cosa: sirve según Hume
para reconocer la capacidad limitada de nuestro entendimiento, y consecuentemente,
distinguir qué conocimientos son válidos, a qué tipos de conocimientos es lícito
dedicarnos y a cuáles no, ya que nuestra capacidad es limitada. La Investigación termina
aludiendo a esta conocida distinción entre dos tipos de conocimiento válidos, las
ciencias de hechos y las ciencias de números, lo que se ha llamado “Hume’s fork”: la
horquilla de Hume. Las ciencias de números se refieren meramente a relaciones entre
ideas: es verdadero que un triángulo tiene tres lados, y eso lo sé considerando la idea de
triángulo sin tener que ir a buscar y observar cosas existentes que tengan cierta forma.
Las ciencias de hechos como las ciencias naturales necesitan de la experiencia,
necesitan observar los hechos para describirlos. Ahora bien, la metafísica, que habla de
las primeras causas, de la creación del mundo, de la inmortalidad del alma, etc.
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evidentemente no es una ciencia de números, por lo cual debería ser una ciencia de
hechos. Pero tampoco lo es porque no se basa en la experiencia (en los hechos) sino en
la fe, de modo que debería ser descartada como género de conocimiento válido. En
conclusión, dice Hume:
El paso escéptico nos serviría entonces también para poder dudar de la validez de
nuestros conocimientos, reconocer los límites de nuestra capacidad cognoscitiva y
evaluar qué tipos de conocimientos son válidos, cuáles son las únicas herramientas de
conocimiento que poseemos y qué límites tenemos entonces para conocer. Esto de
arrojar los libros de teología a la hoguera en el contexto en que Hume lo enuncia sólo
puede ser entendido como una ironía. Lo que se había visto frecuentemente poco tiempo
antes era justamente lo contrario, es decir, que los religiosos hicieran arrojar a las
hogueras libros de filósofos. De modo que un filósofo proponga tirar todos los libros de
teología a la hoguera debería sonar como una ironía, algo irrealizable. De hecho, dice
también en el Tratado: “Los errores en materia de filosofía son ridículos; en materia de
religión son peligrosos”. Está diciendo con esto que la filosofía no tiene tanto poder real
como la religión, por eso los errores de un filósofo son solamente ridículos, mientras
que los errores de los religiosos hacen que se quemen libros y personas en la hoguera.
Estas consideraciones generales acerca del empirismo, el naturalismo y el escepticismo
humeanos intentan solamente evitar calificar rápidamente a Hume como filósofo
empirista, sin dar un panorama un poco más amplio y más preciso que muestre en qué
sentido es empirista y qué otros elementos son característicos de su pensamiento en
general. Ahora podemos empezar a hablar más concretamente acerca del Tratado de la
naturaleza humana, Libro I (Acerca del Entendimiento).
razonamiento”.
de sensación (e.g. colores, sabores, sonidos, calor, etc; figura, grosor, movimiento,
solidez; placer/dolor)
simples
impresiones
complejas
percepciones
simples
ideas
complejas (de relaciones, de modos y de sustancias)
de memoria
de imaginación
de
vivacidad ideas
( -)
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intermedio que falta. En el caso de Descartes, parece más claro que se pueda deducir
este matiz intermedio porque él tiene esta concepción matematicista de las cualidades
secundarias. Si se piensa que los colores son, en realidad, “como figuras”, como dice
Descartes, y las figuras son matematizables, entonces uno puede reducir el problema,
por ejemplo, al de cuál sería el número faltante en una serie numérica: en la serie 1, 2, 4,
5 falta el 3. Ahora bien, desde el pensamiento de Hume, que no tiene esta concepción
matematicista de las “cualidades secundarias”, no se entiende cómo la persona podría
tener la idea de un matiz que no vio a partir de los que vio. Hume no resuelve el
problema ni intenta resolverlo. Podemos preguntarnos por qué no da una explicación,
sino que solamente rebaja su importancia calificando el ejemplo como una excepción
infrecuente y sigue adelante. Se puede intentar pensar también cómo él, desde sus
propios términos, podría entender que esa persona adquiere la idea de algo que nunca
vio; Hume no da indicaciones. Posiblemente él consigna esta excepción solamente con
la intención de dejar claro al lector que los principios que él va a proponer son, tal como
las leyes físicas, modelos explicativos aproximados para dar cuenta de lo regularmente
observable, y no tienen más pretensiones que ser eso. De todas maneras, es interesante
mencionar que el hecho de que este ejemplo aparece en Descartes -y en el marco de
Descartes tenía una solución que no puede tener en el marco humeano- nos muestra que
Hume podría haber heredado esta idea de simplicidad de las “ideas simples” de
Descartes. La idea de simplicidad pasa a Locke todavía en términos de ideas simples y
complejas, y pasa después a Hume, pero Hume atribuye la simplicidad a las impresiones
(en este caso, impresiones simples de cada matiz de azul). Pero, en realidad, parece ser
una importación o una extrapolación quizás problemática de esta noción de simplicidad
-que era propia de las ideas y de un marco intelectualista y matematicista- a la
sensación.
Ahora bien, la noción de simplicidad mostraba algunos problemas ya en
Descartes. En Descartes, vimos que las ideas simples, aunque supuestamente eran las
más evidentes, no aparecían fácilmente en la mente, sino que eran producto -Regla II
del Método- de un proceso de análisis, de simplificación, que solamente estamos
seguros de haber realizado bien y hasta el final por el criterio subjetivo de que
avanzando más en el análisis perderíamos la evidencia. Esto daba un cierto margen a
Descartes para variar un tanto según la ocasión la nómina de las ideas simples, e incluso
para considerar que entre las simples, algunas parecen ser más simples que otras
(mencionamos el problema al hablar del círculo cartesiano, en relación con ciertas ideas
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1
Una manera interesante de resolver algunas de estas oscuridades podría ser admitir que la sensibilidad,
más que ser un flujo caótico de impresiones, tiene su propio modo de auto-organización distinto de la
asociación de ideas (lo que significaría continuar aquella línea aristotélica de pensamiento -que ya
estudiamos- de devolver al sentir su capacidad discriminativa y configuradora). Así parece haber pensado
Hume cuando escribió el Libro II del Tratado de la Naturaleza Humana (“De las pasiones”), aunque
aparentemente abandonó esta idea al escribir el Libro I. En el Libro II, Parte I, sección IV, Hume habla
de la asociación de ideas, y luego agrega la asociación de impresiones: “La segunda propiedad [además
de la asociación de ideas] que encuentro en la mente humana consiste en una parecida asociación de
impresiones. Todas las impresiones semejantes están conectadas entre sí, y no bien ha aparecido una ya le
siguen las demás.” Describe luego la visión de un cuadro, donde “los colores armónicamente dispuestos
se realzan mutuamente … etc.” despertando ideas, pasiones, etc. y concluye: “En este fenómeno
podemos notar la asociación tanto de impresiones como de ideas, así como la mutua ayuda que se prestan
entre sí”.
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impresiones, y para que las palabras no sean sinsentidos tenemos que ver que se refieran
a ideas. Para Hume, por ejemplo, la palabra “vacío” no se refiere a ninguna idea, es
decir que no tiene sentido. Y la idea de un yo, de la identidad personal, por ejemplo, es
una ficción, ya que no copia ninguna impresión de sensación. Si las palabras no se
refieren a ideas, no tienen sentido; y si las ideas no derivan de impresiones, son
ficciones. Este es el caso de muchas ideas complejas que forma la imaginación, como
vamos a ver. La idea compleja de manzana derivaría de la impresión compleja de
manzana, pero la idea compleja de una sirena no deriva de una impresión compleja de
una sirena, sino que es una ficción de la imaginación que ha descompuesto ideas
complejas en elementos y los ha asociado de otra manera.
Para continuar su análisis, en la Sección 2 Hume hace una división del tema en
impresiones de sensación e impresiones de reflexión, y habla un poco de las causas de la
impresión. Para Hume, según una enumeración que hace más adelante en su Tratado
(IV.2; S. B. 192 ss.) son impresiones de sensación los colores, sabores, olores, sonidos,
el calor y el frío. También lo son la figura, el grosor, el movimiento y la solidez de los
cuerpos. Y también dice que son impresiones de sensación el dolor y el placer “surgidos
de la aplicación de objetos a nuestro cuerpo cuando me corto con un cuchillo, etc.” Este
tipo de enumeraciones de Hume acerca de cuáles son las impresiones de sensación,
aludiendo a los sentidos y a objetos que se aplican a mi cuerpo, puede resultar un poco
extraña si tenemos en cuenta que en este mismo capítulo, Hume dice que las
impresiones de sensación “proceden de causas desconocidas”. ¿De dónde proceden las
ideas? En última instancia, derivan de impresiones de sensación, dijimos hasta ahora.
¿De dónde proceden las impresiones de reflexión? Veremos que también proceden de
impresiones de sensación, directa o indirectamente (por medio de ideas). Ahora bien, la
pregunta última sería entonces: ¿de dónde proceden las impresiones de sensación que
son los materiales primeros de la mente con los que se pone a funcionar? Hume por un
lado dice que proceden de causas desconocidas. Pero, por otro lado, dice que proceden
de los sentidos y de objetos que impresionan o impactan nuestros sentidos.
Por lo que respecta a las impresiones procedentes de los sentidos, su causa última
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Las impresiones originales o de sensación son aquellas que surgen en el alma sin
ninguna percepción anterior, por la constitución del cuerpo, los espíritus animales [que
son corpúsculos materiales] o la incidencia de los objetos sobre los órganos externos.
Menciono esto para contrastarlo con lo que dice en este capítulo que estamos
leyendo, que es que “surgen en el alma a partir de causas desconocidas”. Fíjense que, en
cambio, en lo que les acabo de leer dice claramente conocer sus causas: “surgen (…)
por la constitución del cuerpo, los espíritus animales o la incidencia de los objetos sobre
los órganos externos”. Esta idea no es tan circunstancial en el conjunto de lo que
escribe, puesto que él ya ha dicho que una persona que es ciega de nacimiento no puede
tener idea de los colores, por ejemplo. Al decir eso da por sentado que la causa de las
sensaciones son los órganos de los sentidos y los objetos exteriores a la mente.
En suma, cuando él habla de que las causas de la sensación son desconocidas está
tratando de limitar su análisis, tal como se propuso, a las percepciones de la mente.
Ahora bien, por otro lado dice que las sensaciones se producen por los órganos de los
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sentidos y los objetos. Entonces hay dos vertientes que son las mismas que ya antes
identificábamos como la vertiente más escéptica, que reduce todo a contenidos mentales
y pretende no salir de eso, y la vertiente naturalista, que acepta naturalmente la
existencia de objetos exteriores, de los órganos de los sentidos, etc. Y esto no solamente
sucede con estos elementos mentales de los que está hablando, sino que también pasará
con los mecanismos mentales, como veremos: cuando él hable de la asociación de ideas
en un momento la equiparará a procesos cerebrales, materiales. Por un lado, entonces,
dice que es todo mental y que no diremos una palabra acerca del mundo. Y, por otro
lado, admite que estamos hablando de cosas concretas que existen en el mundo: el
cerebro y su funcionamiento material, las ideas a las que equiparará con células (hoy
diríamos neuronas), los órganos de los sentidos, los objetos que los tocan, etc.
Para acentuar esta veta naturalista, leo a modo de ejemplo una parte del Tratado
que aparece mucho más adelante, donde dice:
Por lo que respecta a que pueda decirse que las operaciones de la naturaleza son
independientes de nuestro pensamiento y razonamiento, he de señalar que yo también
admito tal cosa y, de acuerdo con ello, he dicho que los objetos tienen entre sí
relaciones de contigüidad y sucesión, que puede observarse que objetos parecidos
tienen relaciones parecidas, y todo esto es independiente y anterior a las operaciones
del entendimiento.
Aquí, como en muchas ocasiones, equipara impresiones con objetos que son parte
de la naturaleza. Entonces, en algunos momentos, Hume admite este franco realismo,
como si dijera: “yo nunca negué que haya objetos exteriores”. Y por eso puede decir, tal
como lo hace al comenzar el segundo libro del Tratado, que las causas de la sensación
no son desconocidas sino que son conocidas por todos: son los órganos de los sentidos,
los objetos que impactan en los órganos, etc, por más que en el primer libro diga, en un
tono más escéptico, que las causas son desconocidas y que no va a hablar de ellas.
Este punto es interesante porque, dice Hume, esto permite que, cuando
imaginamos algo muy frecuentemente o con mucha vivacidad, pasamos a confundir esa
imaginación con un recuerdo, algo imaginado pasa a ser algo recordado. Podemos
imaginar algo frecuentemente hasta que, después, nos parece que es algo que
recordamos, o sea, algo que alguna vez vivimos. Y dice Hume que esta es también la
razón por la cual los mentirosos, a fuerza de repetir sus mentiras, terminan
recordándolas como si hubieran pasado en realidad: podemos engañarnos a nosotros
mismos. Por eso dice también que un recuerdo débil no se distingue de algo imaginario
(dudamos de si es recuerdo o imaginación, en definitiva dudamos de si es algo que
vivimos alguna vez, o si lo vivimos de ese modo) y una imaginación fuerte puede hacer
que se tome lo imaginado como un recuerdo: “Esto se ve claramente en el caso de los
mentirosos que por la frecuente repetición de sus mentiras acaban creyendo en ellas y
recordándolas como realidades” (Parte III, sección 5).
Asociación de ideas
Luego de esta Sección III donde habla de las ideas de memoria e imaginación
pasamos a la Sección IV que habla de la conexión o asociación de ideas. Siendo que la
imaginación tiene este poder de combinar libremente ideas simples, ¿por qué, sin
embargo -se pregunta Hume- todos compartimos usualmente las mismas ideas
complejas, por qué no tenemos todxs ideas absolutamente distintas? ¿Por qué, por
ejemplo, los diferentes idiomas tienen palabras con significados parecidos, o tienen
palabras que se pueden traducir, lo cual sugiere que todos compartimos un buen número
de ideas complejas comunes? Esto es así porque la imaginación, a pesar de que puede
combinar libremente las ideas simples y agruparlas para formar otras ideas, se rige
usualmente por las mismas leyes, por los mismos principios, y así llegan a formarse las
32
mismas ideas. Es decir que hay ciertos modos de funcionamiento de la mente humana
que parecen ser naturales. Y esto es lo que, según Hume, explica que en última instancia
convengan tanto los lenguajes entre sí.
Sería imposible que las mismas ideas simples se unieran regularmente en ideas
complejas como suelen hacerlo si no existiese algún lazo de unión entre ellas, sin
alguna cualidad asociativa por la que una idea lleva naturalmente a otra. Este
principio unificador de las ideas no debe ser considerado como una conexión
inseparable (…) sino como una fuerza suave que normalmente prevalece y es causa,
entre otras cosas, de que convengan tanto los lenguajes entre sí.
Hume habla de una fuerza suave (gentle force) en el sentido de que estos
principios de unión o asociación no son necesarios, sino que “rigen comúnmente”. Y la
manera en que usualmente se unen las ideas simples en la imaginación para formar
ideas complejas son básicamente tres, que se reflejan en las leyes o principios de
asociación: de semejanza, de contigüidad en tiempo y lugar, y de causa y efecto. Dice
Hume que, incluso en el sueño, o en nuestras más “locas y errantes fantasías”, las ideas
por lo general se asocian siguiendo estos principios. Por ejemplo, la asociación por
semejanza alude a que, cuando pensamos en un retrato, el pensar en un retrato nos lleva
a pensar en el original, o tener la idea del retrato nos lleva a la idea del retratado. La
contigüidad se refiere, por ejemplo, a que al pensar en la fachada de un edificio nos
vemos llevados a pensar, por ejemplo, en el interior del edificio. Y acerca de la
causalidad pone como ejemplo que pensar en una herida nos hace pensar en el dolor, o
que pensar en el hijo nos hace pensar en el padre.
Este último ejemplo también nos muestra algo importante, y es que la relación de
causalidad, para Hume, excede lo que nosotros usualmente entendemos literalmente o
estrictamente por causalidad. La relación de causalidad, dice Hume, es la más extensa y
la más fuerte, es la que permea todo nuestro pensamiento, nuestro lenguaje y nuestra
experiencia en general. La causalidad no tiene que ver solamente con que una bola de
billar cause el movimiento de otra, o más generalmente con la causalidad física, sino
que también pensamos, por ejemplo, que algo causa la existencia de otra cosa, como en
la relación padre-hijo. Hume dice que, en realidad, todos los términos de parentesco son
términos que describen relaciones causales. Y también hay un marco de causalidad no
solamente al pensar que algo produce la existencia de otra cosa, sino también que puede
33
producir algo en otra cosa. O sea que son relaciones de causalidad también todas las
atribuciones de una fuerza, un poder, una energía o una capacidad productiva a algo. Y
este por ejemplo es el caso de las ideas y términos que tienen que ver con la política,
con la economía y con la jurisprudencia, todas ellas se basan fundamentalmente en
relaciones causales. Por ejemplo, la relación de gobernante y gobernado, una relación
política, es en realidad también una relación causal, es el poder de una persona de
producir algo en otra, el gobernante en el gobernado: “el poder de producir algo es el
origen de todas las relaciones de interés y de deber por las que se influyen mutuamente
los hombres en sociedad y están sometidos a los vínculos de la función de gobierno y a
la subordinación”. Las relaciones económicas de propietario y propiedad también:
propietario es quien puede hacer algo con una cosa, causar algo en algo. Y, en
jurisprudencia, las relaciones de las acciones con los motivos de la acción y los agentes
también son relaciones causales. La cuestión de la acción y el motivo es un modelo
causal que rige nuestra comprensión de la moral, de la psicología y de la jurisprudencia.
Por eso dice Hume que este tercer principio de asociación que es el de causalidad
expresa la relación más extensa y la más fuerte entre nuestras ideas.
Estos son los principios de unión o cohesión entre nuestras ideas simples y que
suplen en la imaginación el puesto de esa conexión inseparable con que están unidas en
nuestra memoria. Hay aquí una especie de atracción [acá hace un paralelo con la fuerza
de atracción en Newton] que se encontrará que tiene en el mundo mental efectos tan
extraordinarios como en el natural, y que se revela en formas tan múltiples como
variadas. Sus efectos son visibles por todas partes aunque sus causas sean en su mayor
parte desconocidas y deban reducirse a las cualidades originarias de la naturaleza
humana, cualidades que no yo pretendo explicar. (p. 101)
Aquí una vez más sucede como cuando se preguntaba acerca de cuáles eran las
causas de la sensación y, por un lado, decía que eran causas desconocidas pero, por otro
34
lado, decía que eran conocidas por todos, que eran los órganos de los sentidos y los
objetos. Con las leyes de asociación sucede lo mismo: hay dos vertientes claramente
expresadas en el Tratado. Como recién cité, él afirma que las causas de la asociación
son desconocidas. Pero por otro lado, en la segunda parte del primer libro del Tratado,
en la parte II, Sección V, dice:
Es decir que admite que él sabía cuáles eran las causas pero, para no ser
contradictorio con su máxima, dijo que no sabía cuáles eran. Pero ahora admite que las
sabe y que las va explicitar.
Habría resultado muy fácil hacer una imaginaria disección del cerebro,
mostrando por qué, cuando concebimos una idea, los espíritus animales corren por
todas las huellas contiguas [del cerebro], despertando a las otras ideas relacionadas
con la primera.
Pero aunque he desdeñado toda ventaja que pudiera haber sacado de ese recurso
al explicar las relaciones, me temo que deba utilizarlo ahora, con el fin de explicar los
errores surgidos por esas relaciones. Observaré, por tanto, que como la mente tiene la
facultad de suscitar cualquier idea que le plazca siempre que envía a los espíritus a la
región del cerebro en que está situada esa idea, dichos espíritus [materiales] suscitan
la idea cuando corren justamente por las huellas adecuadas, agitando la célula que le
corresponde a la idea.
semejanza
ideas simples se asocian por contigüidad
causalidad
semejanza
identidad
espacio y tiempo
cantidad y número
cualidad
contrariedad
causa y efecto
Hume entiende que ideas de relaciones naturales son aquellas que representan las
relaciones que la mente hace espontáneamente por semejanza, contigüidad o causalidad.
La mente las realiza sin reflexión, mientras que las relaciones filosóficas son aquellas
que se hacen a partir de la reflexión, cuando “unimos arbitrariamente dos ideas en la
fantasía porque pensamos que es conveniente compararlas”. Son por ejemplo las que
36
Idea de sustancia
Hume continúa luego hablando de otros tipos de ideas complejas que se forman
por medio de la asociación, que son ideas de sustancias y de modos. Las ideas de
sustancias aparecen tratadas en la Sección VI, donde se pregunta de qué impresiones de
sensación proviene la idea de sustancia. En principio, ya que la idea de sustancia es una
idea compleja, quizás podría preguntarse si se deriva directamente de una impresión de
sensación compleja, pero no lo hace. Cuando enumera las posibles impresiones de
sensación que serían candidatas para dar origen a la idea de sustancia, enumera
impresiones de sensación simple, como el color, el olor, etc., y, por otro lado, considera
las impresiones de reflexión (o sea, las pasiones). Es claro que en este tipo de
impresiones no se puede originar directamente la idea de sustancia (y no considera
como candidatas a las impresiones complejas). La idea de sustancia, dice entonces, va a
ser solamente un conjunto de ideas simples que están asociadas por causalidad y
contigüidad y a las cuales se les ha dado un nombre. Lo leo en sus términos:
Propone entonces que “manzana” sería el nombre que se refiere a todas esas
cualidades asociadas, a ese conjunto de ideas simples. Pero no es que el nombre agrupe
esas cualidades arbitrariamente, sino que la mente las asoció por causalidad y por
contigüidad. Por ejemplo: en el caso de la manzana, podríamos pensar que ese color y
esa forma se asocian con cierto olor y cierto gusto que podríamos percibir luego -o sea,
están asociadas causalmente con otras cualidades- y también están asociados por
contigüidad, por ejemplo en el sentido de que todos los aspectos de la manzana, o cierto
exterior rojo y cierto interior blanco, son contiguos. A esa asociación de aspectos o
cualidades se le pone un nombre, y eso es todo lo que llamamos la idea de sustancia,
una ficción de la imaginación que asoció ideas simples y las tituló con un nombre,
dotando de unidad y permanencia a aquella reunión de carácter ficticio. No tenemos
experiencia -en el sentido de impresiones de sensación- de sustancias, de cosas, la
sustancia es algo fabricado por nuestra mente. Ahora bien, esa asociación de cualidades
“titulada con un nombre” -por decirlo así- permite incluso que podamos agregar
cualidades: en la medida en que vamos descubriendo nuevas propiedades de la manzana
y las vamos asociando a las anteriores, las consideramos propiedades nuevas de una
38
misma sustancia. Por su parte, los modos o cualidades, serían entonces ideas complejas
compuestas por ideas simples que no están unidas por contigüidad y causalidad, sino
que están dispersas en distintas “sustancias”, entendiendo por estas últimas las ideas
complejas formadas como antes se explicó (y no el supuesto sustrato invariante
inexistente, que mostró no tener ninguna base empírica).
Hume quiere atenerse a la idea de que lo que más inmediatamente percibimos son
impresiones simples, pero a la vez, había reconocido que percibimos manzanas, y
sabíamos que era una impresión compleja porque podíamos después de percibirla
distinguir el color, el sabor, etc., presuntamente impresiones simples. Pero entonces
podría surgirnos la pregunta, ¿qué es lo que primero percibimos? Esto parece un poco
problemático. Se han formulado críticas desde muy diversas corrientes filosóficas a la
noción de la simplicidad de la sensación. Solamente por mencionar una de ellas,
Merleau-Ponty dice en su Fenomenología de la percepción que la sensación simple, que
es lo que Hume considera lo más inmediato y lo que más directamente percibimos, es al
contrario la mayor de las abstracciones, porque no es nada de lo que tengamos
experiencia. No percibimos primero inmediatamente, por ejemplo, un sinnúmero de
matices determinados de rojo sino que percibimos manzanas, y ni siquiera podemos ver
solamente la manzana, porque para ver la forma de una manzana tengo que ver la
manzana contra un fondo de otras cosas. Lo que percibimos no son nunca elementos
simples sino relaciones, diferencias, estructuras o configuraciones, siempre percibimos
algo en relación con algo más. En la segunda parte del Tratado, Hume pone como
ejemplo de una impresión de sensación simple la percepción de un punto. Propone que
dibujemos un punto en un papel y lo alejemos paulatinamente de nuestra vista; y
entonces dice que justo antes de dejar de percibirlo tendremos una impresión
absolutamente indivisible, una impresión de sensación simple. Merleau-Ponty toma ese
ejemplo y dice que percibir un punto no es percibir un elemento aislado sino que es
percibir al menos una diferencia o un contraste particular con un fondo. Percibir un
punto es percibir cierta relación entre figura y fondo. Lo que primero se percibe siempre
es una diferencia y una relación y no un elemento aislado, como supone esta idea
atomista de la percepción. Por otro lado, Merleau-Ponty tiene un cierto interés en los
estudios de psicología empírica acerca de cómo se aprende, por ejemplo, a percibir, a
razonar, a hablar, etc. Y lo que estos estudios muestran es que todo se aprende en
bloques de estructuras y de relaciones, y no individualmente. No aprendo a percibir
39
cada color por sí mismo, sino a distinguirlo de otros. Aprender a percibir un color es
aprender a distinguirlo, de modo que nunca lo percibí individualmente. Aprendo
también, por ejemplo, un tiempo verbal distinguiéndolo de otro, junto con otro; aprendo
a usar una persona gramatical cuando la distingo de otra, junto con la otra. Menciono
esta teoría estructuralista o gestáltica de la percepción que diría que los minima
sensibilia de Hume no existen en la experiencia, solamente para tener algún punto de
vista alternativo con el que contrastar las ideas que estamos estudiando.
Ideas abstractas
En la Sección VII Hume habla de las ideas abstractas. Esto quizá resulte
inesperado, ya en su primera clasificación de las ideas solamente había hablado de ideas
de relaciones, modos y sustancias, no de ideas abstractas. Posiblemente no las enumeró
entre las ideas porque acerca de ellas podríamos decir directamente, como dice Hume en
la Investigación, que las ideas generales o abstractas no existen, sino que hay solamente
términos generales. Esto mismo no se podría decir de las ideas de sustancias, por
ejemplo, porque es claro que podemos tener la idea de una manzana, puedo imaginarme
una manzana, pero ahora se pregunta: ¿en qué pensamos cuando hablamos de la
humanidad, la triangularidad o la “manzanidad”, además de la palabra? Pensamos en
alguna idea particular, no general o abstracta, porque todas las ideas son particulares;
pensamos en alguna idea particular y algo más que va a especificar (ese “algo más”
tendrá que ver con dos cosas: un término, y un recuerdo o una costumbre).
abstracta represente a todos los hombres ya que no es posible tener en mente a todos los
hombres, porque la capacidad de la mente es limitada. Y por otro lado, no es posible que
nos representemos cualquier hombre sin representarnos a alguno en particular; es decir:
“es imposible concebir una cantidad o cualidad sin hacerse una noción precisa de su
grado”.
Propiamente hablando, no hay ideas generales o abstractas, sino que todas las
ideas son, en realidad, particulares, adheridas (attached) a un término general que
41
No vamos a considerar la Parte II del libro, que habla de unas ideas complejas
muy particulares, las de espacio y tiempo, ideas acerca de las cuales Hume da una
explicación muy compleja también. No tenemos impresiones de sensación del espacio
ni del tiempo, ni tampoco podemos derivarlas de ninguna impresión simple per se
porque para Hume las impresiones de sensación simples son inextensas y sin duración.
Y sin embargo Hume dice que, de un modo particular, las ideas de espacio y tiempo
tienen un fundamento en las impresiones, porque “el espacio es el nombre de cierta
manera u orden específico en que se disponen las impresiones táctiles y visuales y el
tiempo el nombre de ese otro modo u orden en que se disponen … todas nuestras
percepciones, tanto de los sentidos externos como de la reflexión” (cf. Norman Kemp
Smith, The Philosophy of David Hume, New York, St. Martin’s Press, 1966, p. 274).
Idea de causalidad
Hume había dicho en la Parte I que hay siete tipos de ideas complejas de relación
filosófica entre ideas. Ahora, en la Parte III, agrega que estas ideas de relación filosófica
se pueden reunir en dos clases principales: “las que dependen enteramente de las ideas
que comparamos entre sí y las que pueden ser concebidas sin cambio alguno en las
ideas.” Es decir que hay “relaciones que dependen de las ideas” y otras ”relaciones que
no dependen de las ideas”. La relación de igualdad, por ejemplo, o las relaciones
42
Entre las relaciones que no dependen de las ideas están las relaciones de lugar, por
ejemplo, y también -dice Hume- están las relaciones causales. Por ejemplo, cuando
pensamos que la herida produce dolor, ese producir o causar no depende de las ideas de
herida y de dolor: podría ser que una herida no doliera. Esta distinción entre relaciones
que dependen de las ideas y relaciones que no dependen de las ideas es paralela a la
distinción que hace Hume entre cuestiones de hecho y relaciones entre ideas -estos son
términos de la Investigación que se corresponden con los que recién mencioné del
Tratado. Las relaciones que dependen de las ideas son básicamente, en los ejemplos de
la Investigación, las del conocimiento matemático (conocimiento abstracto o
conocimiento a priori, es decir, independiente de la experiencia). Y las que no dependen
de las ideas son las que describen cuestiones de hecho, como las relaciones de lugar y
también las relaciones causales.
Hago una acotación al margen aquí, respondiendo a una posible inquietud que
podría formularse de este modo: ¿cómo es que ahora hablamos de conocimiento a
priori, independiente de la experiencia, como el conocimiento matemático, si habíamos
dicho que para Hume todo conocimiento debe basarse en impresiones de sensación?
Para responder a esta pregunta de manera simple, no necesitamos internarnos en las
complejas reflexiones de Hume acerca de la aritmética y la geometría, sino que
43
Siendo la relación de causalidad una cuestión de hecho (una relación entre ideas
que no depende de las ideas que consideramos), tenemos que examinar el origen de la
idea de causalidad en las impresiones; es decir, tenemos que ver cómo estas relaciones
se fundan en la experiencia. En la experiencia sensible lo que encontramos cuando
observamos dos objetos a los que relacionamos causalmente son dos cosas: (1.) la
contigüidad espacial de los dos y (2.) la prioridad temporal del que consideramos causa
respecto del que consideramos efecto. Pero también, al pensar a uno como causa del
otro, entre estos dos objetos establecemos una tercera relación que es (3.) la necesidad,
una conexión necesaria entre ambos, que es el núcleo de nuestra idea de causalidad, y
eso no está dado en la experiencia.
mente. Para saber algo acerca de cosas o sucesos tendríamos que ir a la sensación,
tendríamos que ver si las ideas se fundan en impresiones, y en las impresiones no
encontramos necesidad.
contigüidad espacial
Entonces la pregunta sería, ¿por qué atribuimos una conexión necesaria a esos dos
hechos, si no podemos observar esa conexión necesaria? El ejemplo que da en la
Investigación es el siguiente:
La primera vez que uno ve el fuego no sabe que quema hasta que lo comprueba.
No puede saber, solamente por la observación de una cosa, cuáles son sus poderes
causales.
adquirir voluntariamente una cierta costumbre: “me habitué a caminar desde la facultad
a la parada de colectivo”, “me habitué a correr cinco kilómetros por día”; y 2) hábito
como estar habituado o acostumbrado a observar ciertas cosas que no dependen de uno:
“estoy habituado a que lxs alumnxs lleguen tarde a la clase”; “estoy habituado a ver
pasar tal colectivo frente a mi casa”. El hábito o costumbre que está en juego en la
formación de nuestra idea de causalidad, aclara Hume, es del segundo tipo, es un hábito
adquirido involuntariamente: es el hábito de observar la conjunción constante de dos
hechos (o impresiones). Es decir: estoy acostumbrado a ver que tal cosa sucede junto
con tal otra. Incluso dice que “Si alguien repitiera voluntariamente una idea cualquiera
en su mente, no se inclinaría a creer en la existencia de un objeto aun apoyándose en
una experiencia pasada más de lo que estaría si se hubiera conformado con un solo
examen del objeto”. O sea que si uno se propusiera habituarse a asociar ciertas ideas
repitiéndolas en la mente, nunca lograría esa conexión necesaria que aparece en la idea
de causalidad. La necesidad que va a aparecer es por estar habituado a observar la
conjunción constante que se da en las impresiones y las ideas que se derivan de ellas.
Con esto estoy tratando de subrayar el lado “realista” del planteo de Hume,
porque hay algo que sí se da en la experiencia, y es la conjunción constante. Y el hábito,
primero, es el hábito de experimentar la conjunción constante, del que resulta el hábito
de asociar las ideas. Quería leerles algunos párrafos que enfatizan este costado “realista”
del problema:
Por lo que respecta a que pueda decirse que las operaciones de la naturaleza son
independientes de nuestro pensamiento y razonamiento, he de señalar que yo también
admito tal cosa. Y de acuerdo con ello he dicho que los objetos tienen entre sí
relaciones de contigüidad y sucesión, que puede observarse que objetos parecidos
tienen relaciones parecidas, y todo esto es independiente y anterior a las operaciones
del entendimiento. (p. 296)
Lo que dice en estos pasajes es que la conjunción constante está en las cosas -en
los objetos, en la naturaleza, en la experiencia o en las impresiones, como él dice
47
Pero, si vamos más allá y atribuimos poder o conexión necesaria a esos objetos,
nunca podremos observar tal cosa en los objetos mismos, sino que es de lo que sentimos
interiormente al contemplarlos de donde sacamos la idea de poder.
Luego de una repetición frecuente, veo que cuando aparece uno de los objetos la
mente se ve determinada por costumbre a atender a su acompañante habitual, y a
considerarlo bajo una luz más intensa en virtud de su relación con el objeto primero.
Es, pues, esta impresión o determinación lo que me proporciona la idea de necesidad.
No hay ninguna impresión transmitida por nuestros sentidos que pueda originar
tal idea. Luego deberá derivarse de alguna impresión interna o de reflexión. No hay
impresión interna que esté relacionada con el asunto presente sino esa inclinación
producida por la costumbre a pasar de un objeto a la idea de su acompañante habitual.
Esta es, pues, la esencia de la necesidad. En suma, la necesidad es algo existente en la
mente, no en los objetos. (p. 292)
IMPRESIONES IDEAS
(sentimiento=impresión de reflexión)
2
Thomas Reid, un filósofo escocés, criticó el análisis humeano de la idea de causalidad en su
Essays on the active powers of man (1788) sosteniendo que la conjunción constante no es ni
necesaria ni suficiente para pensar causalmente. Por un lado, dice Reid, podemos pensar eventos
singulares (únicos, nunca repetidos) como causas; por otro lado, si la conjunción constante
fundara las relaciones causales que establecemos, todos pensaríamos que el día causa la noche,
o la noche causa el día (dos eventos que observamos desde siempre en conjunción constante).
49
por ejemplo, el valor de conocimiento de los resultados de la ciencia física que tienen
como un elemento esencial inferencias causales. (Es claro, además, que su propósito no
es desacreditar la validez del pensamiento causal, puesto que él mismo formuló sin
ningún reparo relaciones causales desde el comienzo de su tratado para describir cómo
se relacionaban las percepciones en la mente: las impresiones causan ideas, etc.). Cito a
continuación una parte del Abstract donde él habla del significado que tiene su análisis
de la causalidad respecto de las ciencias que hacen razonamientos causales, aunque este
no sea el único ámbito donde la causalidad tiene una función clave.
O sea que la necesidad está en la mente, no está en los objetos, y lo único que hay
del lado de los objetos es conjunción constante, pero esa conjunción constante existe y
da lugar a la idea de necesidad. Y dice más adelante: “Siempre hay una inferencia
proporcional a la constancia de la conjunción.” Es decir: la inferencia causal va a ser de
una certeza o de un valor proporcional a la constancia de la conjunción observada. Lo
que está diciendo es que nuestro conocimiento causal es más o menos probable de
acuerdo a cuánto se funda en conjunciones constantes observadas.
En suma, Hume no está diciendo que porque la necesidad no está en las cosas no
tiene sentido que hablemos o pensemos en términos de necesidad, es decir, de
causalidad, o que las relaciones de causalidad que establecemos sean arbitrarias,
injustificadas, y no constituyan verdadero conocimiento. Lo que está diciendo es que
hablar en términos causales es construir un modelo explicativo de ciertas regularidades
observables, que nos permite además prever con bastante probabilidad ciertas cosas. Y,
en la medida en que nos damos cuenta de que no hay necesidad en las cosas, sino que
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En la Sección XVI de la Parte III del Tratado Hume habla sobre la razón en los
animales. Él dice que el hecho de que los animales también hagan inferencias causales
sin razonar como nosotros (por ejemplo, que vean el precipicio y se aparten del borde, o
vean el fuego y se alejen, o vean el gesto de su amo y sepan si los van a sacar a pasear o
les van a pegar) es algo que muestra que la inferencia causal no está basada en una
demostración o un razonamiento sino en la observación de ciertas conjunciones
constantes y en un sentimiento. Y el hecho de que podamos explicar la inferencia causal
solamente con estos elementos (es decir, que la veamos operando en el comportamiento
de los animales) muestra que la explicación que él dio es válida. Hume propone una
especie de “navaja de Ockham” y dice: aquello que podemos explicar de tal modo en
los animales y que podemos explicar en los mismos términos en nosotros,
expliquémoslo tal como lo explicamos en los animales. Si podemos explicar la
causalidad según la cual guían su comportamiento los animales en términos de
51