Está en la página 1de 14

Clasificación

De los ilustradores.
Es difícil valorar con exactitud la importancia que tiene la
simbología de una espada en el imaginario actual de
cualquier geek que se precie como tal. En mi caso, he tenido
una fascinación por todas sus clases desde que era muy
pequeño, desde las ubicuas katanas japonesas hasta las
imponentes claymore escocesas, pasando por los míticos
sables de luz y la legendaria Espada del Augurio.

Siempre he dicho que “algún día tendré una vitrina de 20


metros repleta de réplicas”, pero quizá por razones de tiempo
(y obviamente espacio) tal colección bélica ha estado lejos de
comenzar.

Sin embargo, en estos días se despertó en mí el interés de


integrar a mi ejercicio físico diario algunas frases de esgrima
mixta, simplemente para hacerlo más ameno y divertido (ya
saben que ésa es una tendencia natural en mí). Considerando
mis opciones, pensé que cargar un arma blanca nada discreta
en un parque no es la mejor forma de pasar desapercibido, así
que decidí adquirir un bokken (réplica de katana en madera)
por internet, el cual tardaría al menos un mes en llegar.
La paciencia no es una de mis mejores virtudes, y aún cuando
la curvada pieza de roble iniciaba su viaje “vía air mail”,
decidí empezar de una vez mis escarceos bélicos con una
versión mucho más basta y cruda, que nuestros amigos
nipones llaman suburito.

Un suburito es prácticamente una vara gruesa de madera,


ligeramente más delgada en un extremo para ser usada a
manera de espada de entrenamiento. No se recomienda que
sea muy voluminosa, pues eso parece afectar la precisión de
los cortes al modificar la memoria muscular en los
movimientos. Pero no era mi interés la precisión sino el
esfuerzo, y en todo caso si revienta un apocalipsis zombie, la
destreza con una katana no va a ser ni mucho menos mi
elección personal de defensa.

Lo bueno del suburito es que en cualquier sitio donde


trabajaran con madera, podrían confeccionarme uno en
cuestión de minutos, Ni corto ni perezoso, me acerqué a un
local cercano a mi casa en donde siempre veía que barnizaban
muebles. Lamentablemente, apenas llegué y les expliqué la
exótica solicitud, me confesaron que ellos no hacían trabajos
de ese tipo; sólo barnizado. ¡Pero…! A escasos veinte metros,
cruzando la calle, estaba un taller de tapizado y restauración
donde sí podrían hacerlo.
En cuestión de minutos ostentaba yo un magnífico suburito
de pino de 120 centímetros que haría arrugar la cara a
cualquier sensei de kendo… ¡Pero para mí era perfecto!
Apenas salí de la tapicería, noté algo muy curioso. Subiendo
unos veinte metros más por la calle… se encontraba otro
local, exactamene igual al que acababa de abandonar, donde
igualmente tapizaban y restauraban muebles.

Se preguntarán ¿Por qué era tan relevante este segundo local


de tapizado?

La respuesta es sencilla. Por esa calle paso en coche


prácticamente 300 veces al año, y lo he hecho al menos por 7
años consecutivos. A grosso modo podría afirmar que he
tenido ambos locales de tapizado bajo la punta de la nariz no
menos de 2000 veces, y aún así no he reparado en ellos.

Más escalofriante se torna el cuento cuando al día siguiente,


yendo al trabajo he visto no uno, ni dos, sino tres locales más
de tapizado en el recorrido habitual que he hecho todos los
días en los últimos cuatro años. Y obviamente no los habían
plantado allí la noche anterior.
¿Cómo era posible que los hubiese pasado por alto de esa
manera? Porque hace escasas 24 horas, si me hubiesen
preguntado “Jesús, ¿Dónde puedo mandar a restaurar y
tapizar un sofá, acá en Valencia?”, mi respuesta habría sido
un honesto “No tengo ni idea”, con la perplejidad
correspondiente.

¿Cómo es posible que, de la noche a la mañana, mi mente se


volvió un detector de locales de tapizado?

Les presento al fenómeno Baader-Meinhof.

El cerebro funciona de una manera asombrosa: en líneas


generales, necesita clasificar la información que recibe para
poder funcionar efectivamente. Cientos de miles de millones
de pequeñísimos estímulos son procesados simultáneamente
por “clusters” o grupos de información, de tal manera que
nuestra mente pueda digerirlos sin colapsar. De allí que ver
un cuadrado con al menos tres patas vaya en el apartado
“mesa” en nuestro cerebro. La incesante búsqueda de
patrones para facilitar primero la supervivencia y
luego el aprendizaje, es parte de nosotros.
Pero este buen funcionamiento supone un precio ejemplar. El
cerebro es un auténtico especialista en descartar información
superflua (o que al menos, la considera así en un momento
dado) en pro de esa velocidad de procesamiento.

Imaginen que hurgamos en un cajón de la casa que tenemos


lleno de cachivaches, mientras buscamos un objeto perdido
en particular: el cargador viajero de nuestro teléfono, por
ejemplo. Dado que se trata de un cable, cualquier cosa no
parecida a un cable será “desestimada”, en el criterio de
búsqueda. Así podemos actuar más rápidamente.

Si no fuese así, emplearíamos muchísima energía con pocos


resultados. Y cuando se habla de supervivencia… la
velocidad hace la diferencia.

El Baader-Meinhoff parece, al principio, producto de una


increíble casualidad… similar al fenómeno de la
sincronicidad. Pero es sólo el cerebro “descubriendo” un
patrón en el mundo tan complejo que le rodea y apabulla a
través de todos los sentidos.
Hablando de la evolución, ésta nos hizo caminar erguidos por
varias razones, propiciando que los brazos y manos se
especializaran no sólo en la parte mecánica, sino como apoyo
del nacimiento de la palabra hablada.

El mismo principio neurológico que produce en nosotros la


aparición del fenómeno Baader-Meinhoff es el que nos
permitió asociar paulatinamente, estados de ánimo,
expresión y énfasis, argumentación, recelo e incluso
veracidad a través de los gestos. Y lo más interesante es que
los gestos de nuestras manos se “refinaron” a la par del
surgimiento las lenguas más primitivas, prácticamente
apoyándose entre sí.

El “punto de inflexión” que separa al ser humano en lo que a


gestualidad se refiere, puede resumirse en un ademán muy
particular, el de apuntar con el dedo, el cual se ha
comprobado que es exclusivo de nuestra especie; aún cuando
primates como el chimpancé y el gorila lo aprendan muy
rápidamente de nosotros, pueden vivir tranquilamente sin
aprender este recurso tan importante para la comunicación.

Pero… lo que sí compartimos es una “precodificación” del


movimiento, el cual observamos incluso en la forma como
las abejas se comunican entre sí para indicar dirección y
distancia a sus compañeras.
Sin embargo , a diferencia de nuestras amigas las abejas y su
danza tan particular, los gestos humanos tienen una
particularidad. ¿Recuerdan esa palabra crucial…
“Polisémicos”? ¡Claro! Tienen varios significados,
dependiendo de muchos factores. ¿Recuerdan la situación y
el ambiente…?

Es por ello que muchas veces desconfío de los libros que


pretenden ser “diccionarios” gestuales. “Que si cruza los
brazos es una barrera protectora…”, “Tocarse la comisura
de los labios es dudar o señal de que se está mintiendo…” De
seguro se han topado con datos así.

Y no es que estén incorrectos… es que son tendencias.


Aproximaciones, si se quiere, de un significado general; el
cual no puede ser determinado por uno, ni dos, ni siquiera
tres de esos gestos… ¡Es una combinación de todo lo que se
dice, con la boca y con el cuerpo!

¿Serías capaz de descifrar el contenido de un


párrafo leyendo tan sólo tres palabras del mismo?
La mejor parte es que estamos “preprogramados” para
interpretar esa gestualidad. ¡Si no fuese así, no podríamos
distinguir cuando una persona muestra los dientes por alegría
o por rabia!

Esta sí es una opinión muy personal, pues por mi


parte defiendo la teoría de que los bebés no tienen
un “sexto sentido” ni “poderes extrasensoriales” que
les permiten detectar cuando una persona está
“cargada” con “malas vibraciones” (nótese el abuso
de comillas…) Sino que, tan sencillo que sólo son
unos expertos en kinésica, condición obligatoria
para poder entender el mundo a tan corta edad.

El condicionamiento y parcialidad hacia el habla, y el peso


que se le da a éste, son algunas de las causas que hacen que
esas facultades se atrofien.

Es como si al nacer, te pongan en una silla de


ruedas y pases años en ella, aún cuando tus piernas
estén bien. En el momento en el que decidas pararte
de la silla, va a costarte un poco aprender a
caminar.

Es lo que estamos haciendo justo ahora. Aprender a usar


una facultad que se atrofió.
No vamos a aprender un “diccionario” de gestos, sino que
vamos a estudiar los movimientos más importantes del ser
humano, a simplificar su variedad, y a asignarles valores
relevantes para poder seguir interpretando de lo general a lo
particular.

Con más de 600 músculos y 200 huesos, no quiero ni


imaginar el tratado completo de anatomía y ergonomía que
deberíamos estudiar para poder catalogar todos los
movimientos del cuerpo humano. Por otro lado, quiero que
el conocimiento que desarrollemos sea práctico, y que su
implementación no amerite un retiro a un monasterio
tibetano a digerir inmensos volúmenes.

Por lo tanto, vamos a estudiar sólo siete variables para


simplificar el proceso. No se trata de que somos
holgazanes y no podríamos recorrer el camino difícil… pero,
¡Incluso Paul Ekman, investigador incansable de las
microexpresiones, diseñó el Facial Action Coding System en
base a Unidades de Acción faciales (AUs) para simplificar el
análisis de los gestos faciales!

Pasemos sin más preámbulo, a enumerar las siete variables, y


cada una estará acompañada de una palabra clave:
Amplitud
Velocidad
Repetición
Simetría
Trayectoria
Sincronía
Contacto Visual
Su explicación es sencilla…
La amplitud se refiere al ámbito proxémico. ¿Tratamos
prácticamente de tocar a la otra persona extendiendo los
brazos cuando hablamos, o por el contrario mantenemos los
brazos pegados al cuerpo con las manos en los bolsillos?
¿Cuando nos emocionamos realizamos ademanes amplios y
largos, o reducidos y cortos?

La palabra “clave“ que acompaña a la amplitud, es Emoción.

La Velocidad es la cadencia con la cual nos expresamos,


tanto con nuestras palabras como moviendo las manos y
nuestro cuerpo. ¿Es rápido y frenético, o lento y pausado?

La palabra clave de la Velocidad, es Autocontrol.


La repetición ocurre cuando un mismo gesto se repite de
manera consecutiva, tres o más veces seguidas.

Su palabra clave: énfasis.

La simetría es un poco más compleja de explicar: se da


cuando tanto la mano derecha como la izquierda realizan
movimientos como si una fuese el reflejo de la otra. Se
mueven al unísino.

La palabra clave: ecuanimidad.

La Trayectoria también es algo complicada: puede ser


centrífuga (cuando nuestros gestos manuales se “despegan“
de nuestro cuerpo y se dirigen hacia fuera, o lejos de él) o
centrípeta (al contrario, empiezan lejos del cuerpo y terminan
casi tocándolo). Si señalamos con el dedo, es la máxima
expresión centrífuga, y si nos llevamos la mano al pecho sería
la centrípeta.

Palabra clave: proyección.


La sincronía es la kinésica acompañada del verbo al mismo
tiempo; Por ejemplo, si enumeramos las tres fases de una
planificación, generalmente le daremos puntualidad a cada
fase extendiendo un dedo de cada mano. Tal gesto debe estar
perfectamente sincronizado con nuestras palabras, so pena
de parecer dispersos.

Palabra clave: concentración.

Y por último, el contacto visual es tan sencillo como ver


directamente a los ojos… o bajar y evadir la mirada.

Su palabra clave, es interés.

También podría gustarte