Está en la página 1de 8

¿Cómo empezó todo?

Por Jesús Enrique Rosas

A lo largo (y ancho) de la historia de la humanidad, en los grandes


descubrimientos, hallazgos, invenciones e incluso creaciones artísticas y
tecnológicas, hemos podido apreciar un denominador común en cierto
número de ocasiones. Primero aparecen uno o varios pioneros que se
devanan los sesos, invierten horas de sueño, vida social y cantidades
ingentes de su propia fortuna o incluso ajena en el germen de “algo”
novedoso.

Algunos, incluso partes de su anatomía.

Justo cuando lo logran, ¿Crees que automáticamente ganan fama y fortuna


por ello?

Me imagino que intuyes la respuesta. La verdad es que esos pioneros rara


vez son reconocidos en su tiempo, y lo más increíble es que basta que llegue
otro más avispado, más sagaz, más despierto, para que de la manera más
insólita – y muchas veces, incluso ilegal – se haga dueño de la idea para
explotarla y cosecharla “como es debido”. Es ahí cuando la genial invención
alcanza masa crítica, es descubierta por todo el mundo y como diría
Malcolm Gladwell, ¡Pum! La idea sale en la primera página de todos los
diarios y el oportunista se vuelve estratosféricamente famoso.

Recuerdo, por ejemplo, a Jimi Hendrix con su famosísima versión de “All


Along The Watchtower” (todavía mucha gente no sabe que es una canción
original de Bob Dylan, ni hablar de los que creen que es de U2); Por otro
lado, el sistema operativo original de Macintosh, la idea primigenia de
nuestros escritorios virtuales con ventanas y archivos, fue comprado a Xerox
por una bagatela; y la dupleta George Lucas / Steven Spielberg nunca han
tenido reparo en aclarar (si les preguntas directamente, claro está) que el
personaje de Indiana Jones es una morbosa copia al carbón de Harry Steele,
papel interpretado por Charlton Heston en “Secretos de los Incas”.

¿Qué tendrá que ver todo esto con el lenguaje corporal? Pues resulta que
uno de sus primeros investigadores, Ray Birdwhistell, no fue tomado muy
en serio cuando empezó a divulgar sus hallazgos en torno a la recién
bautizada kinésica (O “kinesia”, si lo prefieres… he visto ambos términos
usados de manera indistinta, por favor corrígeme si me equivoco). Tomando
en cuenta que aún hoy muchos científicos la llaman despectivamente
“pseudociencia”, no podemos menos que imaginar las penurias por las que
habrá pasado este señor allá por el año de 1952 cuando publicó su ópera
prima Introducción a la Kinésica. Ya para 1970 literalmente había sentado
las bases del lenguaje corporal tal y como lo conocemos hoy, en su libro
Kinésica y Contexto:
¿Qué es lo valioso del aporte de este científico, aparte de acuñar el término?
Simplemente léelo de sus propias palabras y saca tus conclusiones:

“La gran diferencia entre los gestos humanos y los animales, reside en que
son polisémicos. No existe un significado único para un movimiento u otro”

La palabra clave es polisémica. No existe gesto que tenga un significado


único, pues pueden tener más de uno dependiendo del contexto. Numerosas
veces uso el mismo ejemplo: Un amigo extranjero que, en su afán de
aprender español, nos pregunte por el significado de la palabra “Llama”.
¿En qué contexto?, preguntaremos enseguida.

Cuando estudies los ilustradores, manipuladores y emblemas, te darás


cuenta de que los gestos per se no tienen un significado como tal, pero “hay
algo” en ellos que parece matizar nuestra expresión, y va más allá de crear
una simple cartilla de vocabulario.

Ahora, si Birdwhistell fue el pionero, ¿Quién se encargó de darle al lenguaje


corporal “fama mundial”? Pues, por supuesto… Albert Mehrabian.

El Dr. Albert Mehrabian, a quien vemos acá con una sonrisa no muy sincera,
para colmo de ironías
Mehrabian no se adueñó de las investigaciones de Birdwhistell ni mucho
menos fue un oportunista; en realidad es conocido extraoficialmente como
el autor del “espaldarazo” al concepto de lenguaje corporal, al publicar una
investigación en 1967 donde exponía científicamente que la comunicación
no verbal era responsable ni más ni menos que del 93% de nuestras
interacciones diarias… lo cual, según el propio Mehrabian, es un mito
producto de una malinterpretación de sus resultados.

La investigación de este académico (y principalmente, el porcentaje


mencionado) ha sido referencia en cientos de libros, revistas e incluso
conferencias que presentan a la kinésica como un fenómeno más
espectacular que científico. ¿Acaso pasamos años de nuestra vida
aprendiendo uno o dos idiomas… para poder comunicarnos apenas con un
7%?

¿No te parece exagerado?


Entre los dos libros más populares que reflejan estos datos están el
famosísimo “El lenguaje del cuerpo” de Allan Pease (puedes echarle un
vistazo acá), y “El Poder de la Imagen Pública” de Víctor Gordoa. Aclaro,
no es que la investigación de Albert Mehrabian sea incorrecta… Es que los
resultados fueron apartados de su contexto metodológico y puestos como
“un valor absoluto”, inmutable y dogmático.

(Y es que ese 93% es digno de Cosmopolitan).


Antes de definir el “verdadero” peso que tiene la comunicación no verbal en
la comunicación, es necesario clasificarla correctamente. Si nos referimos al
siguiente diagrama:

Ésta es la clasificación “Oficial” que en antropología se le da a la


comunicación no verbal (CNV).

En realidad, deberíamos llamarla Zoosemiótica, puesto que ésta es la ciencia


que estudia, literalmente, todas las señales que usamos animales y humanos
para comunicarnos, inclusive entre especies.

El llamado “lenguaje corporal”, (Que es el término que más “fama” ha


acumulado) sería la kinésica, una de las ramas de la CNV junto con el
paralenguaje (el estudio de la voz humana y sus matices en la
comunicación), y la proxémica (las distancias a las cuales interactuamos
entre nosotros).

Si nos apegamos al rigor científico, las feromonas también serían parte de la


comunicación no verbal. Su estudio no es ni remotamente tan difundido
como los otros, porque requiere equipos especializados para su detección, ya
que hemos perdido gran parte de nuestra capacidad olfativa en pro de un
sistema perceptivo más desarrollado en los demás sentidos.
¿Y dónde queda Lie To Me en esta ecuación?

Sin embargo, y gracias a las investigaciones de Paul Ekman, las expresiones


faciales merecerían un sitial aparte en esta clasificación. Las
microexpresiones, las macroexpresiones y las expresiones sutiles de
nuestras emociones a través de los músculos del rostro tienen en el Facial
Action Coding System (FACS).

Pero queda una pregunta en el aire, ¿Realmente cuál es el peso de la


comunicación no verbal en nuestra comunicación diaria?

Para contestar esta pregunta, Tenemos que retornar al concepto de


polisemia. hagamos un ejercicio práctico. Leamos una palabrita muy
simpática:

Cereza.

¿Listo? ¿Nada complicado, verdad? Pero… Al leer la palabra, ¿Puedes


recordar la imagen que se te vino a la mente?
Quizá te imaginaste una cereza solitaria; o la última vez que compraste
cerezas naturales, y las recordaste con una pequeña capa de tierra mientras
las metías en una bolsita en un bullicioso mercado.

O decorando tu coctel favorito (y te saboreaste inconscientemente), o te


transportaste a un casino mentalmente (y recordaste cómo suenan las
tragamonedas).

O si eres un hipster y las cerezas rojas te parecen “too mainstream”,


pensaste en una verde, qué se yo. Inclusive en algunos países se le llama así
a la cáscara del grano de café, y en Costa Rica existe un fruto con ese
nombre que no tiene ningún parentesco con su homónimo europeo.

Y todo esto surgió de una palabra.

¿Qué quiero decirte con eso?

Que si las palabras y los gestos son polisémicos, entonces son terriblemente
inexactos para comunicarnos. ¿Qué podemos hacer al respecto?

Debemos asumir que la comunicación verbal y no verbal son parte de un


mismo sistema.
Nuestra competitividad innata (y afán por las estadísticas espectaculares) fue
lo que puso ese 93% de Mehrabian en un pedestal. Es como decir, “Toda la
vida me he desplazado, brincando en la pierna derecha… ¡Acabo de
descubrir que puedo usar la otra también…! Ahora, ¡Sólo brincaré sobre la
pierna izquierda!”.

Si por ejemplo un niño nos pregunta “¿De qué tamaño eran los discos (LPs)
que escuchaban en tu época?”, no tenemos que decir ni pío mientras
colocamos ambas manos rodeando un círculo imaginario de unos 40cm.
Punto para la kinésica. ¿Y si nos preguntan cuántas revoluciones por minuto
daban? Trata de decir “33 y un tercio de revoluciones por minuto” con
gestos. Punto para el verbo.

Si me preguntaran a mí, ¿Cuál es entonces el porcentaje definitivo entre la


comunicación verbal y no verbal? La respuesta correcta parecería sacada de
un libro de filosofía Zen:

Ambos son el 100%.

Pai Mei estaría dispuesto a convencerte. Por las malas, si es necesario.

Este delicado equilibrio lo veremos plasmado perfectamente en la


Persuasión, que no puede existir fuera de las palabras, las ideas, los gestos,
las expresiones faciales, nuestra imagen, voz y un montón de factores más.

También podría gustarte