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Este “fanzine de la memoria” bien podría volverse un compendio de tantos recuerdos, gestos de ca-

riño y ternura que se le han hecho llegar a Lesvy Berlín, a su madre Araceli Osorio y su padre Lesvy
Rivera. Sin embargo, seguimos armando el proyecto de sacar un archivo más amplio de la memoria
de estos años recorridos con Berlín, Ara y Lesvy. Este fanzine es el intento por compartir un poco de
lo que se ha hecho, de lo que hemos sentido y logrado juntas, de la semilla que Lesvy Berlín dejó en
todas nosotras, porque Lesvy es vida y es cariño infinito.
Ojalá este esfuerzo en colectiva muestre un poco de esa semilla que es flor y es memoria en todas
nosotras, esperamos que este fanzine nos siga hilando para continuar organizando la rabia y defen-
diendo la vida. Gracias a todas las que nos confiaron fotos, bordados, collages, textos y poemas de es-
tos últimos años, como una forma de seguir acompañando el camino de alegría y luz de Lesvy Berlín,
en su nuevo tiempo espacio de vida.
Todas hemos experimentado el miedo de sentirnos atrapadas y sin salida.
Todas nos hemos sentido solas en casa, en la calle y en esta sociedad que permite y solapa la
impunidad y la violencia contra las mujeres.

El tres de mayo de 2017 el feminicidio de nuestra compañera Lesvy Berlín rompió la burbuja
que la Ciudad de México pretendía ser. Las mujeres rompimos el miedo y salimos a las calles
a gritar ¡No fue suicidio, fue feminicidio!

Porque no creemos en la verdad histórica del Estado. En las calles las mujeres nos encontra-
mos y decidimos luchar por justicia para Lesvy y para todas las mujeres.
Mientras justificaban al feminicida instituciones como los tribunales de justicia, procura-
durías, medios de comunicación y la UNAM señalaban y difamaban a Lesvy con palabras
que no sólo se reproducen en las redes virtuales sino que hemos escuchado muchas veces en
nuestras aulas, en los pasillos, en reuniones, en el transporte público, con nuestras familias y
amistades. Decían de ella el día de los hechos: “[...] estuvieron alcoholizándose y drogándo-
se” ó “dejó sus clases”, “debía materias”.

A todas nos quedó claro que nos descalifican, cuestionan y que los incomodamos vivas o
muertas. Recuperamos la dignidad que a diario intentan arrebatarnos. Aquí estamos y ele-
gimos vivir. Desde este lugar que no es nuestro nos acompañamos, nos miramos y supimos
que no éramos las mismas. Comenzamos a escribir otro futuro juntas y decidimos hacerlos
todos los días. Luchamos para que esto cambie porque no siempre fue así y tenemos que
imaginarnos algo distinto.

Este 9 de septiembre de 2019. Día 1: La familia de Lesvy ya llegó hasta aquí, hoy comienza un
juicio histórico por reconstruir la verdad.
Sabemos que no fue suicidio, fue feminicidio.

Justicia para Lesvy.


Justicia para todas.

Grupo de Acompañamiento Político de


la Familia de Lesvy Berlín Rivera Osorio.
Ciudad de México, a 09 de septiembre de 2019

A quien pueda ver,


A quien pueda escuchar:

Desde temprano nosotras, las colectivas, mujeres de diferentes organizaciones sociales, sindicales, de defensa
de los derechos humanos, mujeres de la prensa libre, activistas, artistas, estudiantes, académicas, mujeres libres
pues, nos reunimos a las puertas del juzgado.

Ahí está la familia de Lesvy, ahí está nuestra familia. Minutos después aparecen nuestras abogadas, Sayuri Herre-
ra Román y Ana Yeli Pérez Garrido, todas vitoreamos. Cerca se oye a un policía diciendo: “ya llegaron las femi-
nistas”. Ahí estaban, ahí han estado y ahí seguirá un grupo de mujeres libres, defensoras de la dignidad de la vida,
mujeres de buena memoria.

Esta narración es la palabra y la visión de algunas de ellas. Hay ciertos ángulos que alcanzamos a ver y otros que
se nos escapan. De modo que este es el testimonio de nuestras pérdidas y de nuestras ganancias, esta es la pala-
bra colectiva que no podría ser otra cosa más que una carta de amor y de agradecimiento sostenido en el tiempo.
Para Ara, para Lesvy papá, para Sayuri, para Ana Yeli, para nuestro equipo de la justicia, ¡va ésta, nuestra narra-
ción, con amor y eterno agradecimiento!

***

DÍA 1. La familia de Lesvy ya llegó hasta aquí. Hoy comienza un juicio histórico por conocer la verdad. Las que
escriben saben que no fue suicidio, que fue feminicidio.

La familia de Lesvy ya llegó hasta aquí. En la Sala Uno del Tribunal Superior de Justicia de la Ciudad de México
se vive con tensión el trajín de la justicia. Por doquier hay miradas entrañables que han aceptado la responsabili-
dad de acompañar cuidadosamente este largo caminar hasta ver aparecer a la verdad y a la justicia.

Ante la expectativa de la Sala comienza la audiencia con media hora de retraso. Se cierran las puertas, queremos
oír la verdad.

Pasadas las respectivas presentaciones, uno de los dos abogados defensores pide la palabra:

–Su señoría, queremos solicitar el aplazamiento del comienzo de este juicio. La defensa del acusado aún no está
preparada.

De pronto el aire de la sala se llena de puntos suspensivos, se oye una interjección: –¡Ohhh!, de alguien de la
prensa.

La defensa del acusado no está preparada y el juez menciona la responsabilidad de llevar las cosas a punto, prosi-
gue diciendo no tener lugar en la agenda para prorrogar el juicio, entonces ofrece al acusado la posibilidad de ser
defendido por alguien que conozca del caso y hace un llamando a la defensa pública.

El abogado defensor apresura un alegato, el acusado le secunda pidiendo “al menos diez días para terminar de
preparar la defensa”, dice no querer la defensa pública, sin embargo, la orden del juez ya ha sido acatada.

Llaman a un receso, se abren las puertas, la verdad amenaza con salir de la sala.
Minutos más tarde aparecen tres defensores de oficio, dos hombres y una mujer, vestidos de azul, documentos en
mano, a los que además se suma un nuevo defensor privado.

Ante la mirada estupefacta de la audiencia se cierran nuevamente las puertas. La zona del acusado, que hasta
hace un minuto aparecía casi vacía, con el acusado y sus dos abogados, ahora se ha blindado. De la nada aparece
un grupo entero de uno, dos, tres, cuatro, cinco, ¡seis abogados!

Se cierran las puertas, todos ocupan su lugar, todos de azul, trajes azules, medias azules: Tres atrás y tres al frente.
Los primeros dos abogados sonríen con medias-sonrisas mientras se retiran de la Sala altivos, triunfantes, sus
espaldas se han ensanchado, nos han colocado a una defensa de seis abogados.

Entonces el juez ofrece 24 horas a la nueva defensa del acusado. El juicio ya empezó y lo hizo con el tropez de la
defensa que no acaba de convencernos de que sólo se trate de una falta de preparación, empezó con la incerti-
dumbre de las y los testigos que esperaban en la Sala, con la expectación de la prensa y de toda la audiencia.

De este lado la dignidad está puesta, el trabajo está listo, las horas dedicadas hablan de la lucha de la familia, sus
abogadas y acompañantes. La paciencia también está puesta, pero la verdad no puede esperar.

Afuera del recinto aguardan las compañeras, han preparado las palabras para este día, aparecen Araceli y Lesvy
papá, les abrazan y arropan mientras dan su testimonio a los medios de comunicación. Un ritual azteca abre y
limpia los caminos desde las calles del Tribunal, la comida se comparte entre esta familia que espera atenta y
cuidadosamente. Fotografías con el rostro de Araceli reposan sobre la reja, una exposición nos cuenta del largo
caminar en su lucha, un mural con el rostro de Lesvy espera ser bordado durante los próximos días del juicio.

Sabemos que lo que se juega en este espacio es una lucha histórica por la memoria, estaremos con oídos y cora-
zones bien atentos al transcurrir de los próximos días, porque aún con la falta de confianza en este sistema que le
apuesta al desgaste, hemos decidido dar la batalla en sus espacios.

Por la verdad, por la memoria y para decir que no más, que escribiremos un futuro distinto y lo estamos hacien-
do juntas. Por Lesvy, por todas, ¡hacemos un llamado a la defensa pública de la verdad y de la memoria!
Día 2. ¡Un llamado a la defensa pública de la verdad y de la memoria!

“Justicia para Lesvy, justicia para todas”: los hilos de colores van tejiendo su nombre en un bordado colectivo
que realizan nuestras compañeras desde afuera del juzgado. El sol intenso vigila la jornada por segundo día, en
la calle se monta un pequeño techo improvisado con mantas y estambres, nuestra pequeña casa móvil se instala
junto a la reja.

Todas bordamos, todas cabemos en el círculo, este es un espacio para estar juntas, para tejer memoria viva y
traer al presente a quienes nos han arrebatado, aquí están.

El escenario ahora incluye más fotografías que han traído las mamás de #NiUnaMenosMéxico, ahí está Lesvy,
Chuy, Diana, Marisol, Alejandra, Viviana, Guadalupe, Lety, Dalia, Lesly, Campira y todas las que nos faltan.

Ese ahora es un lugar seguro, muy nuestro, y que hemos sacado a la calle para insistir y decir: aquí estamos.

En la calle las compañeras reparten pan y café. Araceli trae un par de carpetas con fotografías de Lesvy, álbumes
llenos de imágenes de su infancia, amorosa y coloridamente decorados con recortes y calcomanías de caricatu-
ras: Lesvy en Halloween, fotos del grupo 2-A en la primaria, Lesvy con sus conejos y perros, Araceli y Lesvy en
territorio autónomo zapatista.

Sentadas en círculo sobre la banqueta comenzamos a elegir telas de colores, hilos, la mejor aguja para el grosor
del hilo o el estambre, se planea que concluyamos juntas cuando el juicio haya terminado. Pronto, la comunidad
que pasa muestra su solidaridad: las trabajadoras de la panadería de la acera de enfrente nos permiten conectar
nuestra extensión para la bocina, otra persona nos permite amarrar nuestras telas a su camioneta para apaciguar
los rayos del sol.

Más tarde, tres estudiantes de secundaria se acercan a preguntar qué hacemos ahí, algunas les cuentan qué es un
feminicidio, qué es una desaparición forzada, y que el juicio que se lleva dentro va por Lesvy Berlín, pero que
es también para exigir justicia para todas las que no están. Una mujer se acerca y pregunta directamente cómo
puede ayudar.

Compartimos la palabra, la música, los cuidados, la comida, mientras esperamos noticias de lo que pasa adentro.

***

A la par, hay colas para entrar al juzgado. Adentro el personal se ha triplicado con policías que van y vienen. Ahí
está la prensa, la sociedad civil, las organizaciones de defensa de los derechos humanos, con decirles que hasta
personal de la Oficina del Alto Comisionado. Inédito, resulta inédito, ver en un juzgado mexicano la presencia de
chalecos azules, espectando.

La defensa pública de la verdad y de la dignidad se está acuerpando, como dicen las compañeras que se mantie-
nen afuera, bordando. Las que estamos dentro esperamos en fila para acceder a la sala, no vemos a las espaldas
ensanchadas de ayer, no vemos a ninguno de los abogados que decían no haberse preparado. Entonces, Ana Yeli
y Sayuri, nuestras abogadas, entran en la sala, ¡Say lleva un diminuto puntito rosa brillante en la espalda!
Ahora sí la cosa está agitada, hay sonrisas que no son a medias, son sonrisas enteras: sonrisas de mujeres, de
defensoras, de chalecos azules, de compañeras de la prensa, todo a punto, todas convocadas para escuchar lo que
ahí se ha de decir bien claro.

Ya nos conocemos las formas, con veinte minutos de retraso comienza la audiencia, sin mediar palabra; todes de
pie, aparece el juez.

–¿Y su abogado particular?, le pregunta el juez al acusado.

A lo que él mismo responde, –evidentemente lo acaban de nombrar, va a dar paso la defensa pública.

Resulta que le han “abandonado”, pero esto será una ilusión o las quijadas hoy lucen un poquitín desajustadas.
Entonces, una de las escenas más hermosas del día, el juez pide a lxs testigxs que abandonen la sala. En bloque,
un grupo entero de diecisiete hombres y mujeres se levanta y sale de la sala. Testigxs que han sido convocadxs
a contar su parte de verdad, a hablar en defensa de Lesvy, pues ella ya no puede hacerlo. Un momento que nos
hace recordar las palabras de doña Irinea Buendía: “se levanta la dignidad de nuestras hijas para exigir junto a
nosotras justicia y justicia”. También sale Araceli y Lesvy papá.

Cuando el juez dice, “se procede a saber si el acusado es inocente o culpable”, el aire acondicionado se enciende
por primera vez, el audio casi no se escucha, nuestra bocina está apagada, el público hace una seña diciendo con
mímica que “¡no escuchamos!”. El policía encargado de la sala mueve la cabeza de un lado a otro, negando. De
repente la justicia habla bajito, entonces aparecen caras de sorpresa, ¿de verdad, de VERDAD, nos están negando
nuestro legítimo derecho a oír lo que está a punto de suceder?

Esta es una invitación para afinar el oído, a quienes puedan oír; a afinar la mirada, a quienes puedan observar,
porque lo que están a punto de escuchar es el sonido de la más bella dignidad.

Nuestras abogadas presentan el alegato, “señores jueces: el día de hoy, y durante este juicio, la asesoría jurídica,
en coadyuvancia con los agentes del MP, probaremos ante ustedes la autoría directa y material del acusado en
la comisión del feminicidio agravado de Lesvy Berlín Rivera Osorio, lo cual ocurrió el 3 de mayo de 2017 en Ciu-
dad Universitaria”.

En su narración nos presentan a Lesvy, quién era, qué disfrutaba y cuál era su proyecto de vida. También nos
comparten un poco de su historia familiar, una madre que gran parte de su vida ha sido trabajadora de la
UNAM, y por tanto, Lesvy fue parte de la comunidad universitaria desde temprana edad, pues estudió en es-
cuelas para hijxs de trabajadores de la universidad. Escuchamos de la violencia que de manera continua y pro-
gresiva ejerció el acusado sobre ella, el control y restricción sobre sus relaciones sociales con que la manipulaba,
violencia física, psicológica, económica y verbal que ejerció hasta el día en que le quitó la vida. Poco a poco irían
apareciendo las piezas que con toda dignidad nuestra familia y nuestras abogadas se han encargado de recoger
para reconstruir este relato.
Al final del día aparece por la puerta Lesvy papá. A pesar de la humillación, el desprecio, el abandono, el rechazo,
la violencia, los jalones, los golpes, la asfixia, la soledad y la muerte, Lesvy papá nos da una clase de humanidad,
él dice: “estoy aquí para buscar verdad y justicia por el asesinato de Lesvy Berlín Rivera Osorio, mi hija”.

Lesvy papá cuenta que cuando Lesvy nació no le quisieron poner sus apellidos porque él es extranjero, “llegué
como refugiado político a este país”, dice, “no fue hasta el año 2010 que cambiamos los apellidos de Lesvy porque
a mí me regularizan, entonces había problemas con los papeles, por eso mi hija no había terminado sus materias
en el CCH”.

Cuenta de cuando Lesvy se fue de gira con la estudiantina de la UNAM, a la que ella pertenecía, o de cómo se
independizó y comenzó a trabajar en una cafetería, también sobre su gusto por los idiomas y las artes, recuerda
aquel doloroso 3 de mayo, y nos llena el corazón con historias hermosas.

Tal vez ellos, los jueces y los abogados, no lo saben, pero Lesvy no ha muerto, Lesvy somos todas.

¡Es cuanto!
Día 3. Hoy recordamos a Lesvy, la artista, la políglota, la gran amiga, la hija, la ciudadana del mundo.

Venimos por verdad y justicia, comienza otro día en la búsqueda. A la recepción de los juzgados llegan Lesvy
papá y Araceli, quien se encuentra con otra madre sorora que la acompaña como Ara ha acompañado muchas de
las audiencias de las madres que buscan y esperan y exigen justicia. Ese es el bordado de la sororidad que afuera,
nuestras compañeras, también representan.

Regresa el desfile de espaldas anchas, llegan los abogados privados que contrató el acusado, esta vez dicen que
van a entregar la carpeta de investigación que el día de ayer les solicitaron devolver nuestras abogadas previendo
cualquier uso inhumano de la información. Menos mal, el juez les había fijado 500 días de multa de no haber
devuelto dichos registros en un plazo de veinticuatro horas. Los abogados entregan los documentos, se acercan
a darle la mano al hombre que defienden, en otras ocasiones les hemos visto dar palmadas de complicidad en
aquella ancha espalda color beige que está siendo juzgada. Una vez más salen con una media-risa por la puerta
de la sala, ¿será que no saben reír, será que así ríen los malos? Sayuri, nuestra abogada, voltea y observa a las
mujeres que acompañamos, nos regala una bella sonrisa que se siente como un abrazo al corazón, estamos lista,
estamos juntas.

Sobre el escritorio de nuestras abogadas hay un pequeño oso de peluche, ahí junto a todos los expedientes, Ara
pidió que el juguete, una pertenencia de Lesvy, acompañe todas las audiencias, sobre todo mientras ella no pueda
entrar porque ha de comparecer como testigo.

Con cuarenta minutos de retraso da inicio la tercera jornada, Lesvy papá, listo para iniciar; nuestras abogadas
Ana Yeli y Sayuri, listas; los representantes del Ministerio Público, listos; la defensa…, aún no sabemos si están
listos para aceptar la verdad; los jueces, listos.

Las amistades de Lesvy, personas que convivieron por última vez con nuestra compañera, peritos, trabajadoras
y trabajadores de la UNAM, van a testificar. Los peritajes se desahogan con relativa rapidez, sin embargo, cuan-
do llega el turno del personal y funcionarias de la UNAM se impone una vez más ante nosotras un muro cruel
e inhumano. De pronto la amnesia selectiva infecta a los trabajadores encargados de la seguridad del Campus
que ya ni siquiera recuerdan estar bajo el juramento de decir la verdad. Ahí está el viejo lobo, el coordinador de
vigilancia UNAM, Jesús Teófilo Licona Ferro, es el mismo al que suspendieron por el ataque con bombas mo-
lotov en contra de estudiantes hace un año. Teófilo parece no saber cuáles son los protocolos que se usan ante
hechos delictivos en el Campus de Ciudad Universitaria, “Patrimonio Mundial”, “World Heritage”, “Patrimonie
Mondial”, dice la placa que se encuentra a la entrada de la Rectoría, él dice no recordar el rostro de nuestra com-
pañera, ¿cómo no recordar a Lesvy si nos hemos encargado de colocar su rostro en cada uno de los rincones de
esa universidad para asegurarnos de que no hubiera ni perdón ni olvido? Nuestras abogadas piden al juez tratar
a este personaje como “testigo hostil”, solicitud que les es denegada, la defensa aprovecha y defiende la singular
falta de memoria, “ya dijo el testigo que no recuerda nada, señoría”.
Teresa Hermenegildo vuelve a revictimizar a nuestra Lesvy, repite palabras que no creímos hace dos años y que
no creemos ahora, antes de hablar de la labor que debió realizar como parte de la oficina del servicio jurídico
universitario decide nombrar acciones que no le constan, intentando desviar la atención. ¿Qué cosa será eso del
orgullo universitario cuando se omite asumir la responsabilidad sobre el manejo de pruebas y evidencias frente
a la ley? ¿Qué cosa entenderán por el término “justicia”? ¿Qué pensarán de nosotras las alumnas y las mujeres
trabajadoras? Hoy el sol casi no salió, pero aún así el sol no se tapa con un dedo porque desde hace tiempo noso-
tras construimos la memoria universitaria en defensa de la dignidad, construimos la narración de los años más
crueles en contra de nosotras.

Con un nudo en la garganta y el estómago vacío continúa la audiencia, escuchamos la narración de las y los
testigos, y recordamos la indignación que sentimos la triste mañana del 4 de mayo del 2017, al ver y escuchar las
noticias sobre lo sucedido con nuestra compañera. Pensamos, ¡carajo, una menos! Dijimos, ¡la revictimizan a ella
y a su memoria! Escribimos, #SiMeMatan…, y a pesar de todo eso, la defensa hoy decide usar como parte de sus
objeciones las mismas mentiras hacia Lesvy que desde entonces se nos clavaron bien hondo en una herida que
nos ofende. Ahora agravian con sus mentiras a su madre, quien se ha convertido en la madre y en la hermana
de nuestra resistencia, en la madre y en la hermana que desde aquella marcha histórica del 5 de mayo en Ciudad
Universitaria nos acompaña.

¿Por qué la defensa insiste en plagar la sala con estigmas que incitan al odio? ¿Por qué la defensa busca respues-
tas a partir de preguntas tendenciosas y no dejan que se desarrolle de manera armónica el testimonio? Nosotras,
las acompañantes, pensamos que no encuentran otra forma de sostener lo insostenible, de defender lo indefendi-
ble. Nosotras, las acompañantes, sabemos del valor político de escuchar un testimonio.

“Están viendo el rostro del dolor, están viendo el rostro del coraje y la furia, pero también están viendo el rostro
de la dignidad”, compartía Araceli el 5 de mayo de 2017, en Ciudad Universitaria. El rostro de la dignidad que
con generosidad nos invita a estar cerca y aprender de ella. A ella le debemos habernos convocado en esta amo-
rosa comunidad, a ella le decimos: contigo quedamos eternamente agradecidas.

Ante su revictimización, nuestra digna rabia. A Lesvy la recordamos con amor porque la conocimos a través de
los relatos de su madre, de su padre, de sus amigas de la estudiantina y de quienes tuvieron la fortuna de compar-
tir espacios con ella, las mismas que hoy con el corazón han compartido sus testimonios. Las compañeras desde
el público les vemos y les mandamos mucha fuerza, les vemos con valentía pues sabemos que estar en su lugar,
con el asesino al lado, no es cosa fácil. Traer a la memoria los hechos, resistir ante su desgaste emocional, usar la
paciencia como virtud ante las objeciones sin sentido de la defensa y, sobre todo, habitar el cariño con el cual la
recuerdan, se convierte en el mejor retrato que el día de hoy queremos guardar en la memoria.

Ella, Lesvy Berlín Rivera Osorio, la gran amiga, la apasionada de los idiomas, la hija que cocinaba platillos ex-
traordinarios a su madre, la mujer que tenía un plan de vida, sueños por cumplir, viajes que hacer, gatitos que
rescatar y luchas que ganar. Hoy la recordamos a ella, a la mujer que bordamos afuera del reclusorio día tras día,
pues mientras nuestras abogadas dan la batalla dentro, nosotras damos la batalla en las calles, recordando a todxs
quién era, es y seguirá siendo Lesvy, ¡LA CIUDADANA DEL MUNDO!
Día 4. A las hermanas mayores, con cariño.

Si alguien nos salva son ellas, nuestras hermanas mayores que hacen cualquier cosa por nosotras, convertirse en
nuestra voz, estudiar las leyes para defendernos, aunque sean fotógrafas y de vez en cuando también un poquito
abogadas.

Las noches se van juntando con el día, los teclados no paran, nuestras abogadas Ana y Say trabajan de noche y de
día. Ellas defienden a nuestra hermana en el juzgado, nosotras en las calles.

Primera parada: CU

Escuchamos su silencio y ante ello respondimos. Con poco tiempo para maniobrar, convocamos a llevar nues-
tras exigencias a su puerta, una vez más.

–Ella trae un pañuelo verde, seguro viene a la acción.


–¡Hola! ¿Vienes a lo de Lesvy?
–¡Sí!

Caminamos juntas, nos reunimos en círculo para esperar la llegada de más compañeras, otro pañuelo verde,
–¡Es acá!. Llegan. Somos pocas pero llevamos la determinación y la fuerza de todas, de Lesvy, de Ara, de nuestras
abogadas, de todas nuestras compañeras. Allá vamos. Esperamos cerca de la puerta de emergencia de Rectoría, la
principal está cerrada por reparación, o bien por la rabia a un año del ataque porril del 5 de septiembre. Espera-
mos. Personal de vigilancia UNAM aparece como satélite de nuestro pequeño círculo, permanecen expectantes.
Reporteras y reporteros, a la espera.

Vamos. Nos ponemos de pie y caminamos hacia su puerta, gris, de acero, inquebrantable. Se acercan los medios.
Sale un hombre con traje. Recibe nuestra carta, una carta que les exige cumplir cabalmente con su obligación de
colaborar con el pleno esclarecimiento de los hechos ocurridos aquel 3 de mayo de 2017. Sube al noveno piso a
entregar la carta dirigida a la abogada general de la Universidad y al pueblo de México. Esperamos entre risas y
conversaciones sobre lo que soñamos ver aparecer algún día en esa casa de estudios. Mientras, la puerta se sella,
de pronto se asoma un hombre para ver si todo sigue en orden ahí afuera. Las personas que van a Rectoría tienen
que hacer fila y esperar a que les permitan el paso de tres en tres. –Nos tienen miedo, decimos entre risas.

Regresa el hombre de traje, ¡Lesvy no ha muerto, Lesvy somos todas!, nos entrega el acuse de recibido dentro del
folder rosa que intervenimos con stickers, pues no llevábamos brillantina. La prensa se entera, se acercan, nos
rodean, nos preguntan ¿qué buscamos? Nuestra compañera Dian que hoy lleva la voz de todas les explica, da la
cara, se para firme. “Estamos exigiendo conforme a diferentes leyes de derechos humanos nacionales e interna-
cionales, que no haya omisión durante el juicio por parte de los funcionarios de la UNAM, es muy importante
que hagan su trabajo. Deberían cumplir con su deber ético como lo dicta el estatuto, cosa que no están haciendo.
En ningún momento ha sido suficiente el actuar de la universidad. Esperamos que exista una respuesta pública
por parte de las autoridades, y si no existiera, sabemos que el silencio dice mucho. Vamos a seguir exigiendo
justicia para nuestra compañera Lesvy”.
Nos damos la vuelta, nos miramos y nos colocamos en círculo para corear juntas una última consigna: Van a
volver, las balas que disparaste van a volver, la sangre que derramaste la pagarás, las mujeres que asesinaste no
morirán, ¡no morirán!
Todas nos agradecemos, por estar ahí, por acompañarnos. A las del pañuelo verde: ¡gracias!

***

Día a día somos más colectivas en la sala, el aire acondicionado se enciende, las risas de complicidad también.
Inicia la sesión, parece que vamos viajando a alguna parte, en un avión. El policía nos da las instrucciones de
vuelo, cerrar la boca, no gesticular, no chicle, y un par de “nos” que con amabilidad policial terminan la instruc-
ción.

El osito de Lesvy precide la sesión. Por la puerta entra la defensa, comienza el desfile de documentos que se api-
lan en la mesa, botes con lápices y una cajita de kleenex, por si apareciera alguna emoción. El acusado se esmera
en colocar una pila de papeles a su lado, el equipo vestido de negro, que antes fue gris y antes azul, se dispone a
la defensa de lo indefendible.

Los diez testigos se ponen de pie y salen de la sala. Maricarmen, la amiga de Lesvy es llamada a darnos su testi-
monio. Nos cuenta que conoció a Ber, como cariñosamente le llama, cuando ella tenía quince años, hasta que un
día recibió una llamada: “¿dónde está Ber?” Es la llamada que cambia para siempre la vida de las madres y de las
hermanas. Buscó por todas partes, ella buscó con sus amigas de la estudiantina, con los abuelitos de Ber, “ya no
pude dormir, y a medio día me entero por las filtraciones a la prensa”.

“Yo le pedí que se cuidara, para mí era una hermana, yo era una hermana mayor”. Nos cuenta que Ber se perdió
de ellas, ya no tenía teléfono celular ni su tablet y el contacto cada vez fue más lejano. Entonces la defensa pide
que se apague el aire acondicionado, dicen no escuchar el testimonio de una de nuestras hermanas. El juez atien-
de la petición, hay varios minutos de silencio tras la interrupción, nuestra hermana resiste, erguida, mientras sus
lágrimas se nos caen a todas por el rostro, entonces el trío-del-mal aprovecha la sucia jugada, hablan entre ellos,
ganan tiempo cobardemente, ¡hermana resiste, estamos aquí!

“Ella estudiaba varios idiomas, era mi maestra de inglés. Le gustaba la mandolina, el ukulele”, continúa con el
noble y verdadero acto político que se cumple cuando una compañera nos regala su testimonio. De pronto se
apaga el aire acondicionado, las constantes interrupciones de la defensa irrumpen con nervio desesperado: “ob-
jeción, impertinente, ambigua, sugestiva” o la que les dé la gana. Pero ella amorosamente prosigue, “siempre fue
solidaria y conciliadora como su mamá. Yo creo que Ber nació, creció y murió dentro del grupo de la Estudian-
tina de la UNAM, salían los fines de semana a ver a la Orquesta Filarmónica de la UNAM con su mamá, que es
con quien más contacto tenían.”

Lesvy era una mujer alegre, amaba la vida. La última vez que su hermana mayor la vio le pidió que se cuidara,
vio un vacío en ella, vio moretones en sus brazos. “Cualquier cosa, aquí estoy”, le dijo mientras se abrazaron por
última vez.

El interrogatorio ha terminado, ella sale erguida con paso firme de la sala, mientras nosotras nos quedamos pen-
sando: ¡grande, qué grande eres querida hermana!

Una vez más, ante el testigo que representa a la máxima casa de estudios, vuelve la defensa tras lo insostenible,
pregunta sobre la constancia de calificaciones de Lesvy, –la asesoría jurídica argumenta que se truncó su proyec-
to de vida, ¿no? Vocifera el abogado ante el juez, insistente, desesperado. Pero Say interviene y el juez se toma un
momento para reflexionar sobre la pertinencia de la pregunta. ¡No ha lugar!
¿Acaso tener un seis en la papeleta nos hacer ser menos merecedoras de sueños y proyectos? Como si las califi-
caciones validaran nuestro legítimo derecho a vivir, como si determinarán lo que somos y lo que queremos ser.
A Lesvy le arrebataron esa posibilidad, por eso ¡no ha lugar!

Mientras tanto, afuera esto parece un sueño, esto debe de ser un sueño. Seguimos tejiendo el rostro de Lesvy en
nuestra casita-campamento que hemos instalado en la acera, y un desfile de policía no cesa, parece un sueño
pero no lo es, ¿qué hacemos aquí?, ¿cómo fue que llegamos aquí?

Nosotras estamos aquí dignificando la vida, nuestra vida y la de las mujeres que tejemos y vivimos en medio
de la guerra. Reconstruimos el tiempo dañado por el odio, proyectamos amplios espacios de esperanza, en una
palabra, hacemos política desde la memoria. En corto, aquí estamos por nuestras hermanas.

Entonces nuestras amigas salen del juzgado, las esperamos, esperamos noticias de dentro, y la policía dale que
dale, pase que pase. De pronto nos percatamos, ¡un muerto dentro del penal, un intento de motín, el cártel, la
policía, la maldita guerra!

Pero nosotras estamos dentro de la casita-campamento, comiendo, tejiendo, riendo. Salimos un momentito de la
casita a la zona de guerra para mirar el convoy de tanquetas negras que pasan frente a los rostros de las compa-
ñeras que nos han sido cruelmente arrebatadas, enseguida volvemos a la casita-campamento, ha llegado el mejor
momento de la comida, el postre. Alesita y su mamá nos ha cocinado una deliciosa receta de nuestra querida
Ber.

Se las dejamos apuntada por acá, mientras tanto nos vemos el martes cuando reanudan las audiencias o antes si
nos reconocemos por la calle.

Receta de los platanitos de Ber

Tienen que cortar los platanitos machos a la mitad y los cubren con agua, los ponen a hervir, ya que están
aguaditos los ponen en otro traste, esperan a que se enfríe tantito y los machucan, después les ponen harina y si
quieren un poquito de pan molido para que no se peguen las manos.
Luego haces como quesadillita, como si el plátano fuera una masita, la aplastas y en medio le pones el queso
philadelphia –Ara dice que también hay que ponerle espinaca, pero eso no lo sabía, así que sólo le puse queso–,
luego los fríes en aceite caliente y los pones mucho amor, te duermes muy noche y ¡listo!
Día 05. Hoy han intentado mancillar la memoria, pero hemos resistido

“En el momento de ser admitido entre los miembros de la profesión médica me comprometo solemnemente a
consagrar mi vida al servicio de la humanidad. [...] Aún bajo amenazas no admitiré utilizar mis conocimientos
médicos contra las leyes de la humanidad.”
Juramento Hipocrático

Nuestro bordado se ve más terminado y más colorido, se nota que hemos sido muchas manos y muchos corazo-
nes haciéndolo, cada una con sus colores y sus formas de ver el mundo plasma y nos comparte algo a nosotras, a
Lesvy y a su familia. Nos acomodamos como cada día y nos juntamos a bordar, a platicar y a acompañar.

Dos mujeres se acercan y nos cuentan sus testimonios, ambas vienen de visitar a sus hijos que pagan tiempo
dentro de estos muros a nuestra espalda. “Fueron falsamente acusados”, nos dicen; “no tuvieron un juicio justo”.
Nos recuerdan la impotencia que sentimos todos los días en un país cada vez más encarecido de todo, incluso de
justicia. Una de ellas nos muestra las libretas que su hijo hace dentro del penal, la otra nos dice que quiere pedir
permiso para plantarse afuera y exigir un proceso justo para su hijo. Le decimos que nosotras no pedimos per-
miso a nadie y también le aconsejamos que no vaya sola. Con un ramo de flores en su bolsa y con un rostro que
ha perdido la sonrisa se aleja lentamente.

Al irse la última mamá que nos contó sobre su hijo nos quedamos sentadas y juntas, pensamos en todas las ma-
dres que se encuentran solas frente al engranaje del Estado, que caminan y gritan solas los nombres de sus hijos
e hijas. Ojalá supieran que las calles y las palabras también son suyas, que la rabia y la dignidad están de su lado,
y que ahí en esa pequeña casita que nos construimos día a día, tienen un lugar seguro y solidario para contarnos
sus historias y sus luchas, que no están solas.

Platicamos de los obstáculos que cada una de las que acompañamos hoy ha vivido, lo hacemos de una forma
vivaracha, aún cuando nos duele porque la que escucha lo hace desde el corazón. En ese espacio no hay miedo.
En nuestro pequeño rincón a las afueras de un terreno tan hostil hemos encontrado la forma de convivir desde
la alegría y desde la empatía. La escucha se vuelve una acción constante y reivindicativa. Platicamos de todo, nos
escuchamos entre todas, incluso pusimos un podcast en el que la compañera Rita Segato hace cuestionamientos
al sistema de la justicia patriarcal. Cada que ella menciona una frase que interpela a aquellos que deberían pro-
curarnos justicia, nosotras gritamos a algunos uniformados que monitorean nuestras acciones: “¿oyeron eso?”, y
nos reímos a carcajadas.

Puntada a puntada, aquel bordado se ha convertido en un gesto tan grande y tan hermoso que no cabe en sus
formas de justicia patriarcales. Cabe en las nuestras, en nuestra manera de no olvidar, de acompañar a una fami-
lia y de sabernos juntas. Ahí en esa pequeña casita temporal construímos una familia tierna y solidaria, que no
olvida y no dejará de nombrar a Lesvy porque Lesvy somos todas.

***

Arranca la segunda semana del juicio, corre un tiempo raro y nosotras sentadas en esta sala vamos viajando.
Pero hoy pasa algo extraño, el tiempo parece haberse congelado. Ante nuestros ojos se aparece el mismísimo
demonio, un hombre que dice hablar en nombre de la ciencia y que asegura haberse jurado.

Decidido a quebrar los retalitos de nuestra memoria, aquí recordamos los motivos por los cuales el gobierno,
gracias a la lucha de nuestra familia y de nuestro equipo de la justicia, se vio obligado a pedir perdón por su mala
acción:
“A nombre del Instituto de Ciencias Forenses, y de quienes intervinieron en la práctica de la necropsia de Lesvy
Berlín Rivera Osorio; mujer mexicana, hija, nieta, estudiante de la Universidad Nacional Autónoma de México y
amiga de muchas personas ofrezco nuestra más sincera y sentida disculpa a su familia, por las violaciones a de-
rechos humanos que cometimos en su agravio” –decía Takajashi Medina, titular del Instituto de Ciencias Foren-
ses, el 22 de mayo de este año ante un auditorio repleto de batas blancas que escuchaban a regañadientes.

Es Mefistófeles, de nombre Jaime Cruz Huerta, mientras él habla nosotras escuchamos cómo se cometió un
crimen de Estado, consumado por aquel hombre de “ciencia” que dice haber aplicado el Protocolo de Minnesota
y el de Estambul. En realidad, nunca tuvimos acceso a un peritaje forense independiente. “Cuello”, “surco único”,
“apergaminado”, palabras que para ellos no significan nada, que se aprenden y repiten de la manera más desper-
sonalizada hasta perder el sentido, pero que a nosotras nos cuentan la historia de una vieja herida, de manera
muy literal hablan de nuestra profunda herida y del cuerpo violentado de nuestra compañera.

“El cuerpo de nuestras compañeras asesinadas habla por ellas, porque ya no pueden hacerlo”, dijo una vez Ara.
Nosotras no cabemos en sus términos médicos despersonalizados, nuestras historias de vida no tienen lugar ahí.
Nuestro lugar es otro, un lugar lleno de vida y de memoria que nos sonríe aún desde la distancia, nos saluda y
nos cuida cuando menos lo esperábamos.

Por eso es que éste debe ser un lugar y un tiempo extraño, en otras épocas los médicos forenses curaban y lava-
ban las heridas de lxs difuntxs, aplicaban cuidadosas y sofisticadas técnicas destinadas a preservar sus cuerpos,
usaban aceites esenciales para devolver a ellxs, a sus familias y a la sociedad, la dignidad que se les había arreba-
tado.

Una hazaña más se nos presenta, poco a poco el acusado empieza a hablar y no por voluntad propia. Las compa-
ñeras, que gracias a su intuición y desconfianza, decidieron grabar algunas conversaciones clave para el esclare-
cimiento de la verdad, hoy nos comparten ese cachito de memoria que pudieron arrancarle al acusado, resguar-
dar y traer hoy a este juicio. Escuchamos de su voz descolocada y angustiada: “¿Y si lo hice yo? No me acuerdo…
Si hice algo, lo pago… Que se sepa lo que pasó”.

“Estoy aquí porque Lesvy era mi mejor amiga”, nos comparte Liz con tremenda dignidad al dar su testimonio.
Habla de lo común que era encontrarse con Lesvy antes de que iniciara su relación con su entonces pareja. Antes
se veían tres o cuatro veces por semana, pero después solo pudieron coincidir un par de veces, pues Lesvy la
dejaba plantada. Cuenta de cuando se vieron el 14 de febrero y no pudieron platicar por la presencia del hoy
imputado.

El 19 de abril celebraron juntas el “Día del Tuno”, fue la última vez que la vio con vida.
Desde 2009 coincidieron en la Estudiantina y se hicieron “tunas” juntas. Ese día Lesvy le dijo que ya no le gusta-
ba sonreír, iba despeinada y Liz recuerda haber hecho una foto donde se veían sus zapatos sucios. Su amiga era
otra.
Le parecía muy extraño que siendo una persona tan expresiva, Ber, al referirse a su relación amorosa, la redujera
a una palabra: “chido”. Ella le reiteró su apoyo.

Entre números de carpetas y folios surgen las historias de la vida de nuestra compañera Lesvy, su nombre se
abre camino y asoma su rostro sonriente en el desfile de términos sin sentido, nosotras nos vamos hoy a dormir
recordando a Lesvy, a sus amigas y a las nuestras.
Día 6. Muchas veces hemos visto al mundo desaparecer y, a pesar de todo…, muchas veces lo hemos
reconstruido.

Venimos de lejos, venimos viajando. Un día nos subimos a un autobús en el que iba la dignidad de una tierra
que alguna vez fue la nuestra. Olimpia custodiaba ese viaje, íbamos en un autobús lleno de mujeres que eligieron
vivir defendiendo la dignidad y la memoria. Caminos difíciles, tierras minadas: no venimos de ahora, aquí están
nuestras abuelas y las madres de ellas.

Muchas veces hemos visto al mundo desaparecer y muchas veces nosotrxs lo hemos reconstruido, a pesar de
todo… Sí, nosotrxs. ¡Esta no será ni la primera ni la última vez!

Ahí en donde la violencia es señora absoluta, en donde todos callan, incluso las leyes, nosotrxs nos dormimos y
nos despertamos con la violencia que t-o-d-o-s- los días nos atraviesa de arriba a abajo, de izquierda a derecha.
Entonces ¿qué demonios le pasa a la defensa del acusado cuando dice que había que pedir auxilio a la policía,
siendo que ellos también nos violan y nos asesinan?

Mañana se cumplen dos años del terremoto de septiembre, de todos los septiembres…, quizás el más cruel de los
terremotos es el que pasa en el cuarto de al lado: los gritos, los jalones, los insultos, los golpes, el terremoto que se
oculta y pasa siempre de noche. Y es que vivimos en una ciudad que nos despersonaliza. Un día Rita nos pregun-
taba ¿cómo defendemos nuestro derecho a no desaparecer, a no ser asesinadas? Vivimos hacinadxs, pero tal vez
eso juega a nuestro favor. De pronto, el acto de cuidado y cariño más grande es reconocer el rostro y el nombre
de nuestrxs compañerxs, saber quién vive junto a nosotrxs. Esta ciudad piensa que nos niega este derecho, pero
aún nos queda aprender los nombres de nuestras compañeras en el salón de clases, saludar a las vecinas por la
mañana, recordar cómo vestíamos cada día, avisar de nuestro paradero, ver y cuidar de las marcas que hablan de
las heridas de nuestras compañeras.

Ayer los médicos cruzaron la delgada línea imaginaria entre lo que está permitido y lo que debería estar prohi-
bido en cualquier sociedad. Ayer fuimos testigxs de la manera en la que el Estado intervino para consumar este
crimen, ellos cruzaron el punto de no retorno. Hoy habitamos un punto ciego, un punto en el que sólo queda ir
para adelante, salvar la dignidad.

Dieron las diez de la mañana. Como cada día, conversamos y nos saludamos, nos reconocemos en esos rostros
que vienen viajando de lejos, ahí en donde insisten nuestras abuelas y las madres de ellas. Pasaron diez minutos,
treinta minutos, cuarenta minutos, todxs en fila para ingresar a la sala, unx por unx nos fuimos sentando, espe-
ramos el testimonio de Natalia.

El aire acondicionado nuevamente está prendido, eso nos indica que pasariamos frío, que teníamos que agudizar
nuestro oído para poder escuchar, pero ¡ahí está Natalia! La fuerza de su voz nos hace recordar que sembraremos
las flores necesarias para mantener nuestra vida digna.
Esta ciudad nos tiene muy juntas pero a veces tanto que no nos alcanzamos a reconocer. Es tiempo de abrir bien
los ojos, de afinar la mirada de nuevo, de poner atención. Natalia, quien compartió casa con Lesvy y con el hoy
acusado, nos comparte su testimonio: sus recuerdos están repletos de gritos, de insultos, de sollozos y llanto de
nuestra compañera. Una, dos, tres veces a la semana. En su relato nos habla de lo que se vive cuando se llega a
esta, la Ciudad de México; alejada de su familia, en una casa de estudiantes. En sus recuerdos aparece nuestra
Lesvy tambaleándose en su puerta después de una agresión, Lesvy entró a su cuarto y cayó en el piso. Era mitad
de la madrugada. Ella trae ese momento a esta sala que escucha atentamente. Le pregunta la defensa, ¿por qué si
escuchabas que la pareja peleaba no denunciaste? ¿Por qué no le dijiste a alguien?

Ella le dijo a la casera. Nos compartió un sentimiento que piensa es generalizado: no supo qué hacer al ver a una
pareja discutiendo, porque desde niñxs nos enseñan que es normal; que normales son los gritos, que normal es la
humillación, que normal es la violencia…, y que el amor todo lo perdona y todo lo soporta. Y lo que acaba sien-
do normal es el estigma que siempre pesa sobre nosotras: porque ocupamos la noche, porque callamos, porque
decimos, porque hicimos y no dijimos.

Al salir de la audiencia nos encontramos en el estacionamiento del Tribunal una escena de violencia, gritos,
forcejeos. “Es una discusión de pareja”, nos dirían después. Ya nos íbamos pero escuchamos algo raro. –¿Están
discutiendo? –Sí, ¿vamos? –Vamos. Caminamos juntxs hacia allá. –Oye, déjala. Amiga, ¿todo bien? Habíamos
escuchado algunos gritos –Suéltame, déjame, ¡ya! ¡no!... La respuesta del agresor: insistir, abalanzarse sobre ella,
entrometerse en su espacio, apretujarla contra su voluntad. Ella se fue cuando nos acercamos, estábamos a un
par de metros. Él se fue tras ella. Nosotras: –díganos su nombre, díganos su nombre. Insistimos. Nos lo dijo. Era
un trabajador del Ministerio Público.

Fuimos a dejar constancia de lo que vimos. Porque para nosotras no es normal. No es normal y queremos saber
responder ante la violencia en cualquier contexto, público, privado, donde sea. Estamos listas para decir: ¡No!
Nosotras decimos NO, en el lugar en el que estemos, no lo aceptamos, no lo dejamos pasar. Hemos tenido que
aprender, nadie nos dijo qué hacer en momentos así, tuvimos que vivir la violencia, ver los golpes de nuestras
compañeras, enfrentarnos a los agresores, responder con nuestro cuerpo. Aún así, todas deberíamos estar prepa-
radas para actuar. Hoy fuimos testigxs de una situación de violencia en pleno estacionamiento del lugar donde
exigimos justicia por nuestra compañera Lesvy.

Hemos pasado un punto de no retorno cuando nos hemos decidido a decir ¡no!, cuando nos hemos decidido a
bordar y a narrar.

El juez da por terminada la sesión, salimos de la sala y nos quedamos conversando en las calles oriundas al Re-
clusorio: estamos convencidas de que desde nuestros espacios podremos ir ensanchando este lugar seguro que es
nuestra casita-campamento que somos todas.

Recordamos a quienes perdimos aquel 19 de septiembre, recordamos el sentimiento, el susto, la respuesta inme-
diata ante la emergencia. “No sabemos quién es pero tenemos que ayudarle”, pensábamos hace dos años. ¿Nos
habremos dado cuenta de que la emergencia nos persigue a diario? ¿Seríamos capaces de responder a esta emer-
gencia que significa la muerte violenta y la desaparición con esa solidaridad? ¿Podríamos intervenir de manera
cuidadosa al menos conociendo los nombres de quienes cohabitan con nosotrxs?

¡Pensamos que sí! Aquí estamos, ya nos encontramos, ya no nos vamos a soltar.
Día 7. Hoy reafirmamos la verdad

Agente del MP: ¿Puede decirnos por qué fue llamada a esta sala de audiencia?
Araceli Osorio Martínez: Porque ninguna persona podrá hacer justicia por sí misma ni podrá ejercer violencia
para reclamar su derecho,
Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos, Artículo 17.

Anoche llegó de Guatemala el doctor Nájera. Ha venido a buscar justicia para nuestra Lesvy como en muchas
otras ocasiones lo hizo también para Mariana Lima Buendía, para Mariana Yáñez Reyes o para las compañeras
que fueron víctimas del genocidio durante el conflicto interno armado en su país. El doctor Nájera es un hom-
bre de ciencia y de buen corazón, tiene la mezcla que exige el verdadero saber de quienes, como él, han jurado
ponerse al servicio de la humanidad.

Las y los especialistas están presentes en la sala. Son mujeres y hombres que tienen un saber muy especial entre
las manos, que se ha ganado a través de la lucha histórica de nuestros pueblos por la defensa de la vida y de los
derechos humanos. Ahí están las madres de Yang y de Abigail, dos compañeras que nos han sido arrebatadas.

Once y catorce horas del diecinueve de septiembre, estamos viajando. Hoy el doctor Nájera nos habló con la ver-
dad, nos dijo lo que ya sabíamos, dijo que ¡no fue suicidio fue feminicidio!

La víctima de este crimen es Lesvy, su familia y la sociedad entera porque lo que aquí han hecho es un acto de
extrema crueldad. Por eso han llegado peritas y peritos de muchos lados, ciudadanas y ciudadanos, amigas y
amigos honestos, han llegado para rendir testimonio, para alzar la voz por Lesvy y por todas las mujeres que ya
no pueden defenderse.

Hoy hay una bruma particular en esta ciudad que recuerda el sentimiento a dos años de aquel terremoto que
transformó la vida de tantas. Recordamos a quienes perdimos y a quienes nos encontramos en medio de las rui-
nas. Hoy, como entonces, seguimos caminando, juntando los pedazos de las otras y de nosotras mismas.

Ara nos regala su testimonio

La mamá de Lesvy está a punto de rendir testimonio en una sala llena de buena gente que la acompaña, de gente
comprometida con la defensa de la vida, con su fragilidad y su belleza. El saber y la dignidad inundan la sala,
aparece Ara y dice con voz firme:

Lesvy Berlín Rivera Osorio,


Lesvy Berlín Rivera Osorio,
Lesvy Berlín Rivera Osorio,
3 de mayo de 2017, Ciudad Universitaria. Mi hija primero se encuentra en calidad de desaparecida. Lesvy no
iba abrigada, no iba para quedarse toda la noche en CU.

Ara nos cuenta del momento en que cambia la vida para siempre, la confusión, las horas, los minutos, los
segundos en que emprende una búsqueda para encontrar a Lesvy. A ella le dicen que no saben de su paradero,
entonces se dirige a levantar una denuncia por su desaparición. Cuando le piden los datos de su hija espera que
sea para su ficha de búsqueda. Nadie le dice nada. Ellos ya sabían, las autoridades, el imputado, ellos sabían
quién era y dónde estaba Lesvy en ese momento en que su madre y padre la buscaban en la Procuraduría, cuan-
do personal del Centro de Apoyo Sociojurídico a Víctimas de Delito Violento (ADEVI) le ofrecieron servicios
funerarios.

Con la rabia y el dolor a cuestas, Ara contesta a las preguntas que le hace el MP con digna fuerza, narra los
hechos como si hubiesen sido ayer. En un momento confuso para la audiencia, se detiene para decir que no al-
canza a escuchar a los abogados, y voltea hacia la defensa que cuchicheaba, nerviosa, indolente e incómoda. La
distraen. Pero ella les dice claramente con la mirada que no importa cuánto susurren mentiras, cuántas coarta-
das fabriquen, la verdad está ahí delante de todas y todos: Lesvy no se suicidó.

El antes y después. Parece que en el Tribunal solamente se juzgan los hechos mecánicamente, se adormecen los
sentidos, se pierde la empatía y se anulan las posibilidades y los ideales que hubieran existido. Antes de que Les-
vy fuera aislada por completo de su familia, le compartió a Ara sus planes en el corto plazo: en diciembre quería
viajar a Japón para buscar una beca y así poder ir como traductora a las Olimpiadas, también quería aprender a
tocar el violín y estudiar la Licenciatura en Letras Francesas, ya había ido a la Facultad de Filosofía y Letras de
la UNAM a preguntar por el plan de estudios y sus materias.

Ara no omite ningún detalle, lo recuerda todo con una nitidez impecable en medio de la densa bruma, y aun-
que se escuchen las burdas interrupciones disfrazadas de objeciones, ella todo lo nombra porque no se trata de
un simple interrogatorio, es un acto político que reivindica la memoria, la verdad y el más profundo y sincero
amor.
La despedida

“Ahora sé que ella se encontraba en un estado de amenaza constante, él no se apartaba nunca de ella. El 4 de
mayo yo iba a ver a mi hija, ella tenía algo qué decirme: que la sacara de ahí, y yo lo iba a hacer. Hubiéramos
tomado sus maletas, pero él no la dejó, él la mató. Yo lo hubiera enfrentado, aunque en eso se me hubiera ido la
vida”.

¡Fuerza, Ara! ¡Aquí estamos! Es lo que queremos decirte en ese momento, hacerte un gesto, alzar un puño, levan-
tar la mirada. Algo de nuestra humanidad se está jugando en el acto político de tu palabra.

Hoy hemos conocido la verdad, hoy sabemos que nuestras hijas y nuestras nietas van a crecer en un lugar en
el cual poder alzar bien alta la mirada y decir: –Sí, eso fue lo que sucedió en este país que era México. Por eso
creemos que nuestro trabajo tiene que ir enfocado a hacer aparecer ese lugar y ese tiempo en el cual ellas podrán
decir y contar lo que aquí no debió de haber sucedido jamás y, sin embargo, sucedió.

La vida insiste y lo hace de maneras inesperadas. Gracias Araceli Osorio Martínez porque tu eterna bondad fue el
hilo que zurció los huecos insondables de ésta, nuestra historia.

Vamos viajando y creemos que ya sabemos hacia dónde nos dirigimos. Es un lugar de Oriente, en donde crecen
los sueños, en donde nace el principio del final con el que queremos escribir nuestra historia.

Ara nos cuenta que llevó al funeral de Lesvy un librito de cuentos infantiles para que sus amigxs le leyeran mien-
tras la despedían. Lesvy querida: en este viaje vas muy presente, iluminando nuestro camino.

“Como el principito se dormía, lo tomé en mis brazos y me puse nuevamente en camino. Me sentía emociona-
do llevando aquel frágil tesoro, y me parecía que nada más frágil había sobre la Tierra. Miraba a la luz de la luna
aquella frente pálida, aquellos ojos cerrados, los cabellos agitados por el viento y me decía: “lo que veo es sólo la
corteza; lo más importante es invisible...” Como sus labios entreabiertos esbozaron una sonrisa, me dije: “Lo que
más me emociona de este principito dormido es su fidelidad a una flor, es la imagen de la rosa que resplandece en
él como la llama de una lámpara, incluso cuando duerme...” Y lo sentí más frágil aún. Pensaba que a las lámparas
hay que protegerlas: una racha de viento puede apagarlas…

El Principito
Día 8. ¡La pericia!

Le dimos la vuelta al reloj. Amaneció y la in-justicia patriarcal se ha decidido a no dejarnos hablar. Objeta por el
mero gusto de la obstaculización, se ensaña con nuestra narración. Cómo hablar frente a ella cuando en realidad
lo que nos exige es una respuesta incapaz de nombrar lo que aquí nos está pasando: Señora, #LadyObjeción,
¡aquí nos están matando!

Qué hacer entonces con este sistema judicial al que la verdad poco le importa, ¿cierto? Pero aquí están lxs peritxs
independientes. Es una jornada de aprendizaje, un día lleno de generosidad de quienes nos comparten los resul-
tados de años de estudio, de experimentación, de investigación. Ha arribado el conocimiento que nace y crece
del digno caminar al lado de las familias de este país en guerra.

Asistimos a la exposición de un bello arsenal de principios, de conceptos y escuchamos la narración de los días
de acompañamiento que elevan la probabilidad al ámbito de la certeza. Las plumas del público escriben a toda
velocidad, ¡esto se ha convertido en una verdadera cátedra! Nuestra familia, nuestras abogadas, nuestras peritxs
construyeron una pirámide con su saber: el suicidio es altamente improbable.

Están lxs mejores, expertxs en antropología, en arquitectura, en sociología, en estudios de género, en criminalís-
tica, en psicología, ellos y ellas han aprendido de las causas más nobles que caminan por verdad y justicia: Ro-
sendo Radilla Pacheco, Ayotzi, el News Divine, la Guardería ABC, Chimalpopoca y ahora nuestra Lesvy.

Avanza la argumentación que ha llegado a los más altos tribunales internacionales. Paso a pasito lxs peritxs
independientes van armando el rompecabezas de lo que vivió Lesvy aquella madrugada del 3 mayo: reconstruir
los hechos, someterlos a experimentación, recuperar los fragmentos de pruebas, de dictámenes, de videos. Todas
estas son piezas que quisieron ocultar, pero aquí está lo que alcanzamos a ver y lo que podemos reconstruir gra-
cias al saber y a la tecnología más especializada, aunque la defensa ataca con insolentes y burdas interrupciones,
–¡shhhh, no ven que estamos tomando clases!

Las peritas nos explican que la categoría de feminicidio viene de la antropología feminista, nos hablan del con-
tinuo de la violencia que se remonta mucho antes del asesinato de una mujer de manera violenta. No, a nosotras
no nos matan de un arrebato, todo comienza con esas pequeñas violencias silenciadas y normalizadas en contex-
tos discriminatorios de la vida pública y privada, ya sea en las relaciones de pareja, a través del acoso callejero, en
nuestras aulas, en las diferentes formas de la violencia económica o por los malditos celos, en el aislamiento y la
vulnerabilidad que generan. Así, la violencia va en aumento, los episodios se concatenan hasta llegar al momento
culmen de violencia que no termina en la muerte violenta de una mujer o niña, sino que se imprime en nuestra
sociedad reproduciendo una ofensa que todos los días nos hiere y nos lastima.
Aquí el umbral de lo privado se pierde y comienza la lucha política por la dignidad de nuestra vida, por el dere-
cho a no morir, a no desaparecer, a no tener miedo. La responsabilidad es, por lo tanto, una cosa pública. ¿Qué
hay de las instituciones, qué de la justicia internacional, qué de la responsabilidad de los medios de comunica-
ción, qué del ojo que no ve lo que aquí nos pasa?
En este país, en donde el cuerpo expuesto de nuestras compañeras violentadas se nos presenta cotidianamente y
en donde el ojo público elige no ver, todxs tenemos una responsabilidad y somos parte del engranaje, porque una
sociedad que niega y hace como si no escuchara los gritos de las víctimas de la violencia feminicida, perpetua la
normalización de esas violencias que tal vez no se ven en el cuerpo pero están ahí, en el miedo y el temor a quien
nos violenta y vulnera por ser mujeres. Hoy sabemos que tenemos la posibilidad de intervenir y para eso tenemos
que estar preparadas, cuidarnos, saber qué hacer.

Nosotras decidimos no callar. Existen muchas formas de protestar, creemos que todas son válidas. Esta vez ele-
gimos el bordado, la poesía, la danza para hacernos escuchar. Desde tempranito ya hay café y pan. Tenemos la
capacidad de reírnos aún cuando un elemento policial nos hostiga hasta corrernos de sus instalaciones. Afuera
colgamos una manta enorme con el rostro de Lesvy, aquella ilustración que tanto nos gusta. Barremos la calle y
nos contamos algunos chistes para alegrar el día.

Han llegado el mediodía a nuestra casita-campamento a las afueras del Reclusorio Oriente. En las paredes sin
puertas cuelgan las fotos de las compañeras que nos fueron arrebatadas y las fotos de las compañeras que espe-
ramos vuelvan a casa, ahí está también el rostro de Lesvy: nos abrazamos, sonreímos y nos preparamos para una
jornada muy larga.

Cuatro compañeras con corazones enormes nos acompañan con sus danzas en un pedacito de calle que ahora es
la nuestra. Todas miramos atentamente los movimientos de los cuerpos, ¡cuánta belleza puede caber dentro de
una canción o de una pieza!

Unas bordan, otras leen poemas en voz alta, algunas platican de la vida y otras se paran a bailar una cumbia.
Compartimos la Campamenta con otras madres que buscan justicia para sus hijas, ellas han venido de otros luga-
res de este país para acompañarnos. Somos mujeres de muchas edades y de muchos contextos, venimos de muy
diversos espacios a ofrendar tiempo a una causa importante: ¡Justicia y justicia para Lesvy!

Todas esperamos a Araceli, a Lesvy papá y a nuestras compañeras abogadas mientras la prensa nos preguntan por
qué hacemos actos políticos: “Estamos aquí afuera para que sepan que cuando las compañeras abogadas entran a
esa sala a defender a Lesvy, entran con todas nosotras, así las sostenemos, así las apoyamos”.

¿Cómo no habríamos de tener esperanza en que podemos construir un mundo nuevo cuando hay mujeres, profe-
soras y especialistas, abogadas y amigas, que defienden la vida de todas?

Acá afuera las espera la comida, el bordado y el abrazo reparador. Acá afuera está nuestro pedacito de mundo que
ahora es una casa-país-campamenta llena de amor y de alegría. Para las que acompañan adentro y para las que
acompañan afuera: ¡nosotras juntas podemos florecer a pesar de la violencia del Estado! A todas ustedes, gracias
infinitas por estar aquí.

Hoy pensamos que sería nuestro último día de audiencia antes del fallo, pero no. Las objeciones y los retrasos
nos llevarán a encontrarnos el próximo jueves en esta sala, misma hora. Estamos a la espera de las pruebas de la
defensa del imputado, estamos a la espera de saber qué van a decir, con qué cara van a defender lo indefendible.
Nuestro trabajo ya está hecho, ahora les toca a ellos aceptar una invitación para habitar la verdadera justicia.

Ha comenzado a llover y el granizo se nos echa encima, el grupo de la justicia viene caminando hacia nosotras y
les vemos fundirse en un largo abrazo debajo de un techito hecho de los paraguas. A pesar de la oscura tormenta
viene caminando la lucha de la familia de Lesvy, de lxs especialistas de esta casa-país–campamenta en la que no
cabe el odio.

¡Gracias por esta lección, ha sido la más alta, la más bella y la más noble de todas!
Día 9. La dignidad está en las calles, nuestro veredicto también

Entrar y poder volver a salir a la calle, a la vida. Llegamos por justicia y nos vamos con una hermosa familia.

La piel se nos adelgazó y el corazón nos quedó al descubierto, esa fue una posición o elección política, porque
poder ver y ser vistas al corazón se convirtió en un salvaje acto de amor que insiste entre nosotras y en el nombre
de nuestra amistad. Sabemos que lo que hacemos hará que este sea un lugar más seguro para todas. Por nosotras
y por las que vienen.

Hoy caminamos por los 43 compañeros detenidos desaparecidos y lxs 6 ejecutadxs del 26 de septiembre de 2014
en Iguala, Guerrero. La dignidad se volvió a encontrar en las calles. Ahí estaban nuestrxs amigxs, ahí estaban las
familias de Ayotzi, las familias de lxs desaparecidxs que nos faltan en este país, las personas que nos encontramos
hace cinco años y seguimos aquí. Saliendo de la audiencia corrimos a alcanzarles.
Dian siempre nos cuida, ella camina pensando que un día nos hemos de reunir con nuestras hermanas y herma-
nos, y que ese día, dice el sonido de sus pasos, hemos de rendir cuentas de nuestro andar.

Hemos llorado, hemos marchado, hemos gritado, hemos ido a sus tribunales, aprendimos sus reglas, nos fun-
dieron con su métrica del tiempo, hoy les decimos que nuestra justicia y nuestro tiempo llegó, ahora nos toca
escribir a nosotras la historia. Porque si es verdad que la historia la escriben los de arriba, también es verdad que
se las dictamos las de abajo.

Veníamos a la última audiencia antes del fallo y nos encontramos con la sorpresa de que ¡no había entrada al
público! No nos dejarían entrar pero nos plantamos en la puerta: ¡Nos están negando un derecho! A lo que ellos
dirían: –“No es nuestra culpa, entiéndanos, nosotros sólo nos encargamos de la seguridad, cambiaron la audien-
cia a una sala muy pequeña y ya no caben”.

Se blindaron, ya no cabía nadie, somos muy pocas adentro. La audiencia pasó de la sala más grande del juzgado
a una sala muy reducida donde solo podían acceder nuestra familia, nuestras abogadas, el imputado, su defensa y
algunas compañeras de la prensa. Insistimos. Tienen que dejarnos escuchar, no sólo a nosotras, a todas nuestras
compañeras que están ahí afuera y deberían estar aquí.

Gracias a la insistencia de dos de nuestras compañeras, a pocas de nosotras nos dejaron atestiguar la audiencia
desde una oficina y a través de un monitor. Pudimos ver y escuchar los testimonios de este día, a pesar de que se
empecinaron en dejarnos fuera y en impedirnos conocer este relato, hubimos quienes pudimos presenciar para
contarle a nuestras compañeras lo que alcanzamos a ver.

Una perito en criminalística (que no es perito, pues no se validó como tal), presenta una “ilustración de hechos”
que nos lastima nuevamente. Quieren que permanezca sellado, quieren que sus mentiras no se repitan fuera de
esa sala. La audiencia se vuelve privada y se vuelve a sellar. Hoy vienen a defender a Jorge, su padre, su madre, su
ex pareja, la madre de su ex pareja y un policía de investigación. La defensa del acusado se desistió del testimonio
de otro policía de investigación y un perito.
¿Quién es Jorge Luis González Hernández? Hoy escuchamos su versión.
“Es él”, así lo han reconocido y señalado en repetidas ocasiones desde el estrado nuestras compañeras que nos
regalan su testimonio. Es él. Un joven que trabajaba como auxiliar de intendencia en la UNAM, donde operó
en distintos lugares como la Facultad de Ingeniería, Facultad de Química, Ciencias, Arquitectura y Pepa 6. Su
familia dice no recordar las seis ocasiones en que estuvo anexado o dicen no saber si consumía algún tipo de
estupefaciente. Quienes compartieron la vida con él hoy vienen a defenderlo por algo que no les consta. “No
tomaba en frente de mí”, “conmigo no era así”, “no lo podía estar cuidando todo el tiempo”, y otras tantas frases
donde se encubre el abuso y la violencia se comparten en esta limitada audiencia. Su papá trabaja en la oficina de
la Dirección General de Personal de la UNAM y su mamá es jubilada también de la UNAM. Toda su familia es
parte de la comunidad universitaria.

Es importante hablar de la historia de Jorge y de Lesvy, reconocer su pertenencia a dicha comunidad y la “do-
mesticidad”, como lo nombró la perito en antropología Liliana López López, que implicaba Ciudad Universitaria
en sus vidas, cómo es que se relacionaban con ese sitio y las implicaciones del lugar. Conocemos las formas que
han utilizado las autoridades universitarias para criminalizar a su estudiantado, incluso alegando que no for-
man parte de dicha institución, los hemos escuchado decir que la violencia viene de afuera y que adentro hay un
clima de seguridad y paz, pero sabemos del actuar de la universidad en el encubrimiento de pruebas, o en el mal
resguardo del lugar de los hechos y de evidencias para lograr el esclarecimiento de la verdad. Nosotras sabemos
que la colaboración de la universidad muchas veces ha sido una simulación, que sus fronteras no son sólidas ni
impermeables a la violencia que se vive en el país y que vale más, para ellxs, el orgullo universitario que la vida
de su comunidad. ¿Cómo pensamos a la universidad si no es también a través de la impunidad de lxs actores y
sujetos que ahí, y en complicidad con otras dependencias, nos niegan una vida libre de violencia? La maquinaria
se despliega y opera gracias a su intervención, ellos son el Estado.

La madre de Jorge cuenta que él le llamó el día 3 de mayo y le dijo que “Lesvy había fallecido”. Si Jorge afirmó en
un inicio que Lesvy estaba desaparecida, ¿por qué su madre dice saber de su muerte el día 3 de mayo?

La defensa del imputado dice no haber podido contactar a una testigo que aún falta por declarar, piden auxilio
al Tribunal para poder localizarla y dicen que necesitan tiempo. Van a llamar a Teresa Incháustegui, ex titular de
una institución que ya no existe, el Inmujeres. La audiencia se aplaza nuevamente hasta el próximo viernes 4 de
octubre a las 9 de la mañana. Ese día conoceremos el fallo del Tribunal.

Afuera, en nuestra casa/campamenta, escribimos una carta colectiva a Lesvy para acompañar la entrega del
bordado en el que hemos tejido su historia, de la mujer que nos junta a todas en estas calles del Oriente cita-
dino. Cada una escribe en un pequeño papel lo que le queremos decir desde acá. “Querida Lesvy” escriben en
el pavimento con gises de colores nuestras compañeras de la colectiva Las SiempreVivas y las demás hacemos
un círculo pequeño y nos compartimos lo que las otras han escrito. Se derraman lágrimas de dolor, de toda esa
rabia que nos encontró desde hace más de dos años y hasta ahora; sin embargo, también son lágrimas de alegría
de habernos encontrado con Araceli y con Lesvy papá, con nuestras compañeras abogadas que nos defienden a
todas, con todxs quienes nos han compartido alguna muestra de solidaridad en este tiempo y con cada una de
las que conformamos esta familia.

Antes de que la audiencia termine compartimos la comida quienes estamos afuera, han sido semanas largas en
las que hemos resignificado los cuidados que como mujeres hemos hecho históricamente, decidimos ofrendar
la comida, los abrazos y el tejido, como un fueguito que se expande en nuestros corazones, hoy sabemos que
cuidarnos y cuidar de las otras es también un acto político de amor y rebeldía.
La audiencia llega a su fin, y poco a poco van saliendo las nuestras, entre el bullicio de los medios de comuni-
cación, le hacemos entrega a Araceli, Lesvy papá, Sayuri y Ana Yeli de nuestra cartita y el bordado colectivo
que ahora es de todas, nos sabemos juntas para siempre, para lo que venga, para seguir contando la historia de
la ciudadana del mundo que nos cambió la vida. Lo hemos sabido desde siempre: ¡Lesvy no ha muerto! ¡Lesvy
somos todas!

Entre prisas y risas logramos llegar a Reforma con nuestras voces y pasos a acompañar a las familias de nuestros
43 compañeros normalistas de Ayotzinapa. Con las familias a la batuta gritamos que vivos se los llevaron y vivos
los queremos.

Les acompañamos cargando la foto de Lesvy, les acompañamos desde nuestros corazones, no les dejaremos
desistir, la lucha por encontrar a sus hijos es nuestra lucha también. Así como sostenemos el nombre de Lesvy en
nuestras gargantas también ahí retumban 43 nombres, 43 vidas, 43 historias y 43 familias.

En el Zócalo madres y padres se paran frente a todes quienes les acompañamos en la calle. Llevan esa dignidad
con ellxs que tras 5 años lucha por memoria y justicia no la han soltado a pesar del Estado, a pesar de la ignomi-
nia, a pesar de todos los que han querido optar por el olvido y la injusticia.

Este 26 de septiembre de 2019 se respiró desde el Oriente hasta el Centro de la ciudad eso que en algún lugar del
Sureste mexicano le llaman digna rabia. Y aquella dignidad llena de rabia devuelve esperanza, cuando las madres
y padres luchan por sus hijas e hijos están también luchando por las hijas e hijos de todxs, no podemos dejarles
solxs.

Mandamos un saludo lleno de admiración a los compañeros normalistas de la Normal Rural Raúl Isidro Burgos
quienes han sostenido a las familias de los 43 durante estos 5 años, ¡vivan las normales rurales de todo el país! A
las madres y padres les mandamos nuestra fuerza, no están solxs, nunca lo estarán. ¡Vivos se los llevaron, vivos
los queremos!

Gracias a quienes ofrecieron sus testimonios, su voz, su trabajo y su tiempo para recrear esta historia que algu-
nos han querido contar en fragmentos y que seguiremos reconstruyendo, nos daremos el tiempo para escribir
nuestra propia historia. Gracias también a quienes se han sumado a este viaje, a quienes han caminado en este
andar por verdad y justicia, una que no cabe en sus lugares, una que se construye en una apuesta por la recons-
trucción de la vida y por el acompañamiento alegre que politizamos desde nuestros espacios de escucha mutua
y vida cotidiana. A quienes compartieron delicioso café y pan por las mañanas, la rica comida por la tarde, los
tamales, ¡gracias!

¡Nuestro agradecimiento a las amigas! Por su voz, su palabra fuerte y tierna, por defender y salvar nuestras vidas.

Para nosotras el veredicto está listo. Lo sabemos, siempre lo hemos dicho. ¡No fue suicidio, fue feminicidio! Ahí
están las pruebas, véanlo ustedxs mismxs.
Día 11: Resiste corazón, resiste que estamos caminando

Once de octubre del año dos mil diecinueve. Sí, creemos que estamos en el dos mil diecinueve, aunque hay
lugares en donde el tiempo se dobla, en donde el pasado se mezcla con el futuro y la injuria no va más. Y cuando
el tiempo se dobla las miradas de las compañeras protegen nuestra humanidad, ahí las mentiras no tienen lugar.
Hoy llegó el tiempo de juzgar.

Desde hace poco más de un mes tomamos la misma ruta. De camino a la campamenta hacemos el análisis
político del día, hablamos de nuestros anhelos y preocupaciones, echamos una risa, cantamos una canción. Al
llegar al Reclusorio Oriente hay que montar el techito de la casita-campamenta, colgar los retratos de nuestras
compañeras en aquellas paredes hechas del alambre que divide a quienes procuran la justicia desde el Estado y a
las que hacemos la justicia desde el amor, entonces todo es disponerse, reunirse y conversar; leer poesía, bordar,
escuchar música, en dos palabras, organizarse y habitar.

Hoy la campamenta se ha llenado de gente buena dispuesta a acompañar, compañeros circenses que nos acom-
pañan desde tempranito, música andina para abrir el corazón, la danza que Dení tan amorosamente preparó
para Lesvy y para todas las que habitamos esta campamenta, ¡ahí vienen nuestras amigas las Musas Sonideras!
Llegan personas sororas con camisetas moradas impresas con el bordado en el que todas colaboramos y en el que
también se lee: ¡Justicia para Lesvy! ¡Justicia para todas!

Ocupamos el lugar, un espacio que hacemos nuestro debajo de este toldo gris, un pedacito que da cuenta de que
nosotras podemos florecer frente a toda la violencia. Nuestra querida Vero nos trae taquitos para todas, no sabe-
mos si nos espera una jornada larga y ella siempre nos cuida la panza y el corazón. Todo está un poco borroso, la
prensa espera a nuestra familia, nosotras les esperamos también, algunas vamos a entrar, las demás resguardan la
campamenta.

Da inicio la audiencia, primero se escuchan las conclusiones del Ministerio Público que ha actuado en coadyu-
vancia con nuestras queridas abogadas. Dirigiéndose a los jueces, el agente del MP dice que “la víctima es Lesvy,
el victimario es Jorge Luis y eso debido a un arsenal probatorio que se vertió ante ustedes”.

Durante poco más de un mes la defensa del acusado reconstruyó y ejerció en esta sala el agotamiento y las
maniobras de estrangulamiento decididas a ocultar la verdad, pero gracias al trabajo de muchas personas com-
prometidas con la memoria y con la verdad se abrió una ventanita a través de la que vimos lo sucedido aquella
madrugada del 3 de mayo del 2017 en Ciudad Universitaria.

Por esa ventanita seguimos los pasos del culpable, le vimos tender su coartada, vimos aparecer a sus cómplices
y su modo de actuar. De modo que aquí ha quedado acreditado que Lesvy no se suicidó, argumentan nuestras
compañeras abogadas, por lo que se solicita la pena máxima de sesenta años de prisión, ¡y pocos son!

La voz cambia cuando ésta dice mentiras, entonces se escucha una torpe vocecilla que tropieza entre burdas con-
tradicciones. Es la vocecilla de lxs abogados del acusado que declaran sin pudor sentir desprecio por la vida de
las mujeres. Pero la vocecilla aún no se ha dado cuenta que toda mentira también revela una verdad, “mi repre-
sentado no estaba en condiciones de simular un suicidio, estaba intoxicado”, de lo que se concluye que alguien le
ayudó.
La vocecilla lo dice claramente entre líneas, ¡fue el Estado! Fue el silencio cómplice de los trabajadores y funcio-
narios de la Universidad Nacional Autónoma de México, fue la negligencia y el actuar doloso de la Procuraduría
General de Justicia y de lxs responsables de procurar mecanismos de prevención y sanción efectivos en contra
de la violencia feminicida, porque como dice el agente del Ministerio Público, todas y todos somos personas en
este territorio humano y por tanto no puede haber discriminación alguna.

A raíz del dicho del victimario fue como se construyó una “verdad histórica” dice Ara, y esa “verdad histórica”
no se sostiene, ¡que se tome en cuenta lo que dice el cuerpo de Lesvy!, argumenta Araceli, que se priorice la ver-
dad sobre la mentira y la calumnia porque cuando se ama no se lastima, no se tortura, no se asesina, y con eso
termina. A lo que Lesvy papá añade, Jorge Luis siempre nos mintió, desde un principio, nos mintió, nos mintió,
nos mintió.

Ahora tiene la palabra el juez relator que comienza haciendo mención del contexto de violencia feminicida que
vive nuestro país. Así que “dispuestos a hacer un equilibrio entre otros tribunales del este país”, el juez habla de
la importancia de tratar a todas las personas por igual, nos dice que han juzgando el material probatorio resol-
viendo de manera respetuosa y con apego a los Derechos Humanos.

El juez cita las veces en las que México ha sido llevado ante la Corte Interamericana de Derechos Humanos, son
las veces en las que el caminar de las madres y de las hermanas se ha alzado para defender la dignidad que avan-
za para construir un Estado democrático de derecho. Entonces el juez nombra el Artículo Primero Constitucio-
nal junto con los Tratados Internacionales, la Convención de las Naciones Unidas Sobre la Eliminación de Toda
Forma de Discriminación en Contra de la Mujer y la obligación de los Estados miembro de establecer las condi-
ciones de igualdad para las mujeres, además menciona las sentencias del Tribunal Superior de Justicia, habla de
la valoración de las pruebas y del decir de las y los testigos para emplear su dicho ante la evidente imposibilidad
de que Lesvy se expresara ante el Tribunal.

Por lo tanto ha quedado comprobado un delito de feminicidio agravado por las heridas infamantes, dice el juez,
la existencia de una relación sentimental y la exposición del cuerpo de Lesvy en un lugar público, patrimonio de
la humanidad. Aclara que este delito tiene un origen en el cúmulo de violencia que nuestra Lesvy vivió durante
la relación de pareja que mantuvo con Jorge Luis, recuerda los gritos, los golpes, las amenazas, el control, el ase-
dio, los celos, la asfixia y del asesinato cometido en contra de nuestra compañera.

El juez relator prosigue y cita las palabras de Jorge Luis González Hernández: “yo nunca he sido la víctima, siem-
pre he sido el victimario”, y a continuación menciona el nombre de lxs funcionarixs más oscuros de la Universi-
dad Nacional Autónoma de México y nos habla de la superioridad física del victimario. Finalmente, el juez habla
del amor, dice que hay cosas que simplemente no pueden realizarse en nombre del amor, como asesinar.
Toda la sala escucha y se pone muy triste, hay algo en la voz del relator que ha dado paso a un principio de reali-
dad al que se le suele llamar justicia. Los cuentos infantiles de Lesvy están en la mesa en donde se sientan Ara y
Lesvy papá, la justicia llegó y débilmente se escucha el tic-tac del reloj, las lágrimas asoman, nuestra compañera
no está. Son las tres y veinte de la tarde, “por unanimidad se emite el fallo condenatorio al acreditarse que Jorge
Luis cometió un delito de feminicidio agravado”.

Salimos del juzgado y las compañeras aparecen. Ellas ya bailaron y comieron, leyeron los hermosos y profundos
poemas que Amalia nos compartió mientras nos esperaron afuera entre los nervios y la angustia, pero también
entre risas y compartición. Les damos la noticia y nos abrazamos entre lágrimas. El momento que hemos exigi-
do desde aquella horrible mañana del 3 de mayo de 2017 ha llegado para dar cuenta de la insoportable realidad
feminicida de este país, de la aquiescencia de las instituciones educativas y de procuración de justicia, pero tam-
bién del trabajo colectivo que nuestra familia, nuestras abogadas y todas las que acompañamos logramos juntas
durante este tiempo. Gracias, nos decimos unas a las otras, nos mandamos mensajes, llamamos, gracias, gracias
a todas. ¡Gracias porque juntas hicimos justicia y justicia!

Ya estamos reunidas todas otra vez, después de casi dos años y medio hoy se hizo justicia: Vuela alto querida
Lesvy, descansa en paz. Ahora toca seguir caminando contigo en el corazón para dignificar la vida, caminar por
ellas, por nosotras, sortear los golpes, enjuagar las lágrimas, volver a tejer la cadencia del tiempo, amar de otras
maneras, mandar sobre la angustia, andar y no parar.

Vivir es hacer política, dice Carmencita, ¡con ellas en la memoria, con el puño en alto seguiremos juntas, lu-
chando por todas las que no están porque Lesvy no ha muerto, Lesvy somos todas!

¡No estamos todas, nos faltan ellas!

Grupo de Acompañamiento Político a la Familia de Lesvy Berín Rivera Osorio.


Postales para Lesvy y Aideé, para las que luchan y bailan

Han pasado tres años de que nos encontramos en este andar luego del horror y así como ha sido duro, también ha sido esperanzador. Hemos aprendi-
do a hacer absolutamente todo en el camino. Nadie nos enseñó cómo ni por dónde. Nos preguntamos y nos enseñamos entre nosotras. Aprendimos a
convocar una marcha, a pintar sus nombres por toda la ciudad, las herramientas del Derecho y cómo deshacerlas, a sonreír y a ser más humanas.
En pocas palabras, nos acompañamos, como también acompañamos a las familias. Y algunas de nosotras ya somos familia también.
En este tiempo nos hemos reconocido de muchas formas: a veces compartiendo un helado, un café o un pan de dulce, otras veces compartiendo con-
signas furiosas, nos hemos acompañado en situaciones complejas y en otras un poco más enternecedoras. Y siendo sincera, muchas de nosotras nos
hemos reconocido más en el baile. En el que compartimos con nuestro núcleo cercano o el que nos da por hacer en plena manifestación. En el que nos
brota una sonrisa y una la mirada cómplice, de que en ese momento nos tenemos y no nos vamos a soltar. Bailando en los cumpleaños y en las titula-
ciones, en los ratos que podamos.
Pienso que son esos momentos por los que luchamos, porque nos sigamos teniendo y porque los sigamos preservando. Porque nos defina la diversión
con la que gozamos y no lo que este país puede ofrecernos. Y que la que lee esto, que también es la que baila, tenga siempre esos momentos y también
regrese a salvo a casa. Que sepas que no hay prueba más fuerte de que las redes de mujeres salvan vidas que las amigas tejiendo colectividad.
Han pasado tres años y nos hemos transformado en un montón de cosas: somos las lágrimas de desesperación, somos el vidrio roto en la fiscalía, so-
mos la pinta en la victoria alada que grita México feminicida, somos la cartulina con sus rostros y sus nombres, somos la diamantina, somos la ofrenda
con flores y velas, somos canciones de libertad, somos la manta bordada con amor, somos la capucha, somos la toma y el paro, somos las defensoras,
somos el casco rojo que cuida, somos el pañuelo verde, somos la cámara que mira, somos la pluma que narra la verdad, somos el abrazo a la madre que
busca, somos rabia y somos alegría. Ahora estamos juntas.
Que siempre sea consigna que nuestra lucha es por la vida.
Que siempre sea consigna también que nos vamos a encontrar para seguir bailando.
Aideé y Lesvy, les hice estas postales porque ya muchas veces le he llorado al viento que no estén. Les volveremos a encontrar y les daremos cuenta de
lo andado, de todo lo que luchamos y de todo lo que bailamos.

Suya siempre, Dian Como La Flor


Bordados y reflexión de Akire

Un día como hoy pero de 2017 Lesvy fue víctima de feminicidio, las autoridades judiciales y universitarias sostuvieron la versión de que fue un suici-
dio, es el caso de muchas más Mujeres como Ana Daniela, María Fernanda, Yovanna, Cinthia, Fernanda y dolorosamente muchas más.
Las madres y familiares de estas mujeres luchan día a día para que se investigue y se castigue a los responsables, ellas luchan contra la IMPUNIDAD
que permea los casos, son activistas, fiscales, psicólogas y mujeres muy fuertes que se declaran en resistencia y alzan la voz.
Araceli Osorio nos ha dado a lo largo de este tiempo lecciones de dignidad y valentía para que no sigamos permitiendo las injusticias de un sistema
heteropatriarcal colonialista que perpetua la impunidad.

#justiciaparaDiana
#justiciaparaFernanda
#justiciaparaCinthia
#justiciaparaAnaDaniela
#JusticiaparaYovanna
#justicuapaeaMariaFernanda
#bordado
Cinco puntos de una encapuchada
Así es, las encapuchadas recordamos y escribimos. En éste texto conocerán a una mujer detrás de la capucha, eso
es más íntimo que ver mi cara o conocer mi nombre. Se los aseguro.

1. Una cabina telefónica en 2017.

¿Quién usaba cabinas telefónicas en 2017 y para qué?


Una mujer de mi edad fue asesinada en la Universidad Nacional Autónoma de México el 3 de mayo de 2017. A
muchas, el corazón se nos hizo pequeñito, necesitábamos explicaciones y justicia, pero nos dieron mentiras y
calumnias en un intento para aterrorizarnos. Nos reunimos en la cabina telefónica con flores y llanto, juramos no
olvidar.
Tuvimos que gritarles en sus torpes caras a los burócratas; ¿Qué le pasó a Lesvy? Porque nosotras siempre supi-
mos que NO FUE SUICIDIO, FUE FEMINICIDIO.
Grupos políticos oportunistas y ridículos como el MTS con Pan y Rosas se aprovecharon de la rabia, pero muy
pronto perdieron cualquier oportunidad de credibilidad. Porque a nosotras no nos interesa tener el poder ni
someter a nadie. Nosotras hablamos desde el amor, sólo queremos tener vidas dignas.

2. Ahora una obviedad: No nací encapuchada.

Mientras el señor Rector da la cara para decir mentiras, levantar calumnias y amenazar. Los administrativos de
mi facultad usan sus nombres completos con sus firmas elegantes en tratados que van a romper o “cumplir” de
forma mediocre.
Porque (en su ingenuidad y nula comprensión de la situación) creen que públicamente se puede ser cínico, indi-
ferente y cruel
ante las muertes y desapariciones de nuestras compañeras, hermanas, parejas sentimentales y amigas.
Por otro lado, varias mujeres que se ocupan en resolver demandas que se han sostenido durante muchos años,
deben encapucharse. Porque son amenazadas con ser violadas, asesinadas y acosadas. Nosotras sabemos que con
eso no se juega, porque ser quemadas, descuartizadas y desaparecidas es una posibilidad real.

3. No soy infiltrada y tengo una pregunta:

¿Saqué 107 aciertos en un examen COMIPEMS para esto?


La Universidad Nacional Autónoma de México se supone que responde a muchas preguntas de forma veraz,
basada en un “conocimiento científico”. Pero no pudo resolver cuestionamientos básicos, ni colaborar de forma
satisfactoria en los casos de Lesvy Berlín, Aidee Mendoza y Mariela Vanessa. Las “autoridades” prefirieron men-
tir deliberadamente de forma ridícula.
4.La respuesta desde el amor y la inteligencia.

Ponerlo todo, incluso el cuerpo

Ante su incompetencia nosotras decidimos amarnos y cuidarnos para construir espacios seguros. Nos organiza-
mos para gritarles en la cara que hicieran su trabajo. Pero también nos abrazamos, nos reconocimos y acompa-
ñamos cuando sentimos que ya no podíamos más con el mundo.

5. Nosotras les decimos “te amo” a nuestras amigas.

A partir de 2017 muchas nos dimos cuenta de cuánto nos importan las otras mujeres. Tuvimos la certeza de que
lo quemaríamos todo si llegaran a lastimarlas.
Hemos llevado a cabo varios repertorios de acción: Bailamos, escribimos canciones, hacemos murales, nos
asesoramos en derechos humanos, publicamos artículos, realizamos cortometrajes e incluso enfocamos nuestros
trabajos de tesis en la resolución de nuestras preguntas vitales. Estamos en todos lados con un nivel de compro-
miso impresionante.
También nos hemos encapuchado para leer comunicados, aterrorizar violadores, exigir justicia, lanzar diaman-
tina y quemarlo todo. No hay nada más valioso que la dignidad y la vida. El trabajo es mucho, pero las zapatistas
nos han demostrado que otros mundos son posibles.
Las nadie, las otras, las nuestras.

Históricamente el Estado nos ha tratado como las nadie, las otras, las provocadoras, las culpables, las cobardes,
las putas, las desobedientes. Desde ahí se ha creado una narrativa poderosa que se instala en la cultura y socie-
dad fomentando la normalización de la violencia haciéndonos responsables de todo, incluso de nuestro propio
asesinato.
Son las nadie, las otras, de las que se puede disponer como objeto, a las que se puede matar, humillar, vejar, so-
meter, anular, apropiar. Son a las provocadoras, las culpables, las cobardes a las que se debe cuestionar: por qué
no denunciaste antes, por qué no te fuiste, por qué aguantaste, qué <<hiciste para merecerlo>>. Son las putas, las
desobedientes las que son señaladas públicamente. En suma, son las otras a las que a ojos de un sistema indolen-
te hay que castigar y dictar sentencia condenatoria.
Sin embargo, de entre tanta figura inventada para sostener este sistema feminicida de impunidad e injusticia,
surgieron voces que pronto se colectivizaron para decir: NO son las nadie, ni las otras, SON las nuestras. Com-
pañeras con nombre, historia, familia, amigxs, sueños y proyectos que merecen ser nombrados. Como Lesvy
Berlin Rivera Osorio, Aideé Mendoza Jerónimo y muchas más cuyos nombres e historias ya no caben en la con-
signa #NiUnaMenos.
Hay que nombrarlas, a todas, todo el tiempo, desde dónde estemos para no olvidar, no sólo su indignante asesi-
nato, sino sobre todo; como dice Araceli: su vida. Hablemos de quienes eran, qué querían, qué hacían, con qué
soñaban, con qué reían, cuáles eran sus películas y comidas favoritas. Yo por ejemplo, conocí a Lesvy a través de
Ara pero también y particularmente del Grupo de Acompañamiento político de la familia de Lesvy Berlín Rivera
Osorio, que hablan de ella como quien se refiere a una querida amiga a quien hace mucho ya no ven pero sigue
siendo parte de su vida. Es justo este ejemplo de colectividad, que crea resistencia y resiliencia. Es increíble cómo
su proceso de acompañamiento modificó la atención objetiva pero sobre todo subjetiva de Lesvy y sus padres
como víctimas, a sujetos políticos, sujetos de cambio. Puedo ver cómo de la rabia, la impotencia e indignación –
que nunca se van – se crea un sentido de identificación y de acción que acuerpa sentires, luchas, saberes y hasta
cuidados.
Lesvy somos todas, decíamos, decimos y seguiremos diciendo quienes nos acercamos a marchar, a acompañar
con una consigna, una cartulina, una palabra porque hemos aprendido que el feminicidio conlleva la tolerancia y
permisividad del Estado y la sociedad. A Lesvy, como a Aideé las asesinó el Estado, el sistema judicial y el sujeto
perpetrador a expensas de una sociedad que funge como juez y parte. Por ello es necesario seguir insistiendo en
que no son hechos aislados, no son muertes desafortunadas, son asesinatos premeditados que dejan un vacío
enorme para sus familias y personas queridas, pero además rompen el sentido social. Los feminicidios dentro de
una comunidad universitaria como la de la UNAM terminaron por desquebrajar el sentido de percepción sobre
seguridad individual y grupal, el paradigma sobre los lugares seguros y las mujeres “que son asesinables” se rom-
pió. Sin duda algo se rompió y traspasó las fronteras de Ciudad Universitaria y de los CCHS. De esa ruptura es
que hay que seguir reflexionando, pero sobre todo seguir denunciando colectivamente que no se trata de intentar
“pegar” lo que de hecho hace tiempo estaba roto, que nuestras vidas no son desechables, que la organización es
una de las claves para confrontar a este sistema socioeconómico y político que nos asesina, siempre y cuando
estemos con los sentires y la escucha abiertas a las madres quienes (mayoritariamente) guían las acciones de bús-
queda de justicia, verdad y memoria.
Finalmente, en este contexto pandémico, queridas compañeras solo quisiera agregar que la mejor forma que en-
cuentro hoy para reivindicar la memoria de quienes nos hacen falta, son estas pocas palabras y la anécdota (gra-
tamente contada por Ara) que comparto con mi madre y mis amigas y que a su vez, espero que ellas compartan:
Lesvy era una chica a la que le gustaba investigar por su cuenta los temas que más le interesaban, le apasionaban.
Estaba decidida a tener un hurón de mascota, paso mucho tiempo leyendo sobre estos ladronzuelos de calceti-
nes, tanta fue su insistencia que probablemente hubiera sido su regalo de cumpleaños, pero ya no fue posible sa-
berlo. Me hubiera gustado contarle de mi hurón Camila, sé que se hubieran caído bien. Conocer las historias de
nuestras compañeras es dignificar su memoria porque todas conocemos cómo murió, pero no cómo vivió y esa
puede ser una herramienta política para afirmar la vida, su vida. La que no tendría que ser recordada sino vivida.
Posdata,
“No olvidéis jamás que bastará una crisis política, económica o religiosa para que los derechos de las mujeres
vuelvan a ser cuestionados. Estos derechos nunca se dan por adquiridos, debéis permanecer vigilantes toda vues-
tra vida”.
Simone de Beauvoir

Desde las otras, Olimpia


A ellas

A ellas, las que hacen un nicho en el corazón


las que vuelven al mar de la protesta
nombradas con rabia por su ausencia
Las que galopan con sus nombres
En cada momento en que exigimos justicia
A ellas, que nombramos como se llama a la ternura
A la luz de un río, a la vida
A ellas, que fueron semilla, flor y sol en el camino,
vivirán como el canto violeta
que como árbol crece profuso
En los latidos de la sororidad
A ellas, que no están con nosotras
Una espiga, una oración… ¡Justicia!

Elizabeth Montaño
Tres años sin Lesvy…
Conocí a la familia de Lesvy el 5 de mayo de 2017, en la misa organizada en su honor cerca de Ciudad Universi-
taria y en una despedida que conjugaba amor, coraje, dolor e indignación. En ese entonces, formaba parte de un
Organismo Público Autónomo de Protección a Derechos Humanos y fui parte del equipo de la investigación que
por violaciones a los derechos humanos se inició por su feminicidio.
No era la primera vez que participaba en una investigación de este tipo, pero sí en el de una compañera que per-
tenecía a mi Universidad; la cercanía a sus contextos, la violencia de género existente en esa institución académi-
ca y el reconocimiento de los espacios donde habían ocurrido los hechos, no me eran ajenos.
En el primer encuentro con Aracely era insostenible el deseo de abrazarla, llorar con ella, manifestarle mi coraje
e impotencia y decirle que ¡íbamos a exigir justicia por el feminicidio de su hija! Sin embargo, tuve que rempla-
zarlo por otras palabras de empatía que me exigía la institucionalidad de ese instante. Jamás olvidaré su mirada,
temple y el movimiento de sus manos.
En un segundo momento, yo y otres compañeres, acompañamos a Aracely y a Lesvy papá a la Rectoría de la
UNAM, donde se llevaría a cabo el mitin de la marcha organizada por lo ocurrido. En el trayecto, escuché la
fuerza, la congruencia y el amor de la voz de Aracely, que me motivó aún más y en todo momento, para realizar
de la mejor forma mi labor.
Lo que siguió después es ahora evidente: una investigación llena de irregularidades y múltiples obstáculos para
acceder a la justicia; el trabajo de muchas mujeres que con su valentía, rabia e indignación, lograron abatir a un
sistema de justicia patriarcal colmado de prejuicios y estereotipos y, mí salida de esa institucionalidad que me
permite desde otras trincheras ¡gritar y exigir justicia!
Conocí a Lesvy a través del amor y la fuerza de su madre y padre; del profesionalismo, empatía y sororidad
de sus asesoras jurídicas; de las irregularidades de una carpeta de investigación que careció de perspectiva de
género, así como del apoyo y sororidad de muchas mujeres que acompañaron y siguen caminando con Aracely y
Lesvy papá, en el largo camino para acceder a la justicia.
Ahora yo también tengo un espacio para Lesvy y su familia en mi vida y corazón, no como un episodio profe-
sional, sino como un andar constante en la búsqueda de justicia con una mirada feminista y desde los derechos
humanos. Hoy confirmo la idea de que las servidoras públicas también podemos y debemos ser sororales; de la
necesidad e importancia de la inclusión de la perspectiva de género en los procedimientos de investigación de
violaciones a los derechos humanos; de que entre todas podemos tejer redes de apoyo sin importar si laboras en
el servicio público, como independiente, en la academia o en la sociedad civil organizada.
Gracias Lesvy por enseñarnos a no claudicar, organizarnos, caminar juntas, querernos, abrazarnos y volver a
sonreír.
Xanny Hernández.
La música de Lesvy

Lidia Gatica

Lesvy era una princesa muy colorida. Su cabello flotaba mientras tocaba su guitarra. De niña fue muy curiosa y
pedía siempre salir a jugar entre bosques y praderas. Soñaba con aprender muchos idiomas para hablar con gente
de todo el mundo. Su carita alargada y ojos grandes conquistaban a todo el que la conocía.

Un día, un hombre quiso seguirla por el perfume floral que dejaba a su paso. Lesvy se divirtió con sus relatos sobre
castillos en llamas y sus travesías como caballero real.

Ella dudó un poco de él, sentía que hablaba demasiado rápido. Pero el hombre se portó como todo un caballero y
la convenció de vivir juntos en su torre.

A ella no le gustaban las torres, solo una persona podía subir o bajar por las escaleras, eran oscuras y con paredes
húmedas. Pero el caballero le prometió hacer todo lo necesario para que ella se sintiera cómoda.

Los meses pasaron y Lesvy veía a su caballero enojado todo el tiempo. Él dejó de salir a travesías, quería pasar todo
el tiempo con ella. Sentía que Lesvy podía huir si él no estaba vigilándola.

Pero ella necesitaba salir a caminar, ver los árboles, correr con el viento y escuchar música en libertad como lo
hacía antes del caballero.

Para solucionar el problema, prometieron salir solo de noche. Ella podría brincotear por el pasto y escalar los ár-
boles. Y el caballero se sentiría menos temeroso de que otros le robaran el amor de Lesvy.

Una noche, ella contempló una colina muy alta y de inmediato sintió el reto de subirla corriendo, llegar a la cima
y cantar a todo volumen. Quería sentir su cabello flotar mientras imaginaba que sus pies podían escalar las nubes.

Pero al caballero no le gustó la idea. Lesvy quería alejarse demasiado de él. Él no podía permitirse perderla de vista
por tanto tiempo. Entonces la abrazó muy fuerte. Sus brazos fornidos cubrían todo el cuerpo de Lesvy. Poco a poco
el abrazo comenzó a doler. Y Lesvy comenzó a sentir mucho miedo, miedo de no poder correr de nuevo.

En ese momento, recordó lo que su madre le dijo mientras le enseñaba a cantar: “siempre que tengas miedo, tu
cantar llamará a tus amigas”. Y sin dudarlo, Lesvy comenzó a hacerse música, muy bajito primero, y después, muy
fuerte. El caballero no entendía lo que pasaba, e intentó apretujarla más, pero Lesvy ya no tenía miedo. De todos
lados de la pradera podía ver a muchas muchachas de diferentes edades correr hacia ella. Mujeres con vestidos de
colores, pantalones de cuero, zapatos altos y huaraches. Todas venían en su rescate.

Entonces Lesvy cerró los ojos. Sabía que al abrirlos una amiga estaría abrazándola y no aquel hombre sin valor.

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