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En tiempos prehispánicos la palabra “Quito” tenía dos significados. El primero hacía referencia
a la urbe fundada por el sapa inca Túpac Yupanqui a mediados del siglo XV (Cieza de León
2005, 422). El segundo significado indicaba una región poco definida al norte del
Tahuantinsuyo, y cuya formación databa de tiempos preincas. Justamente es este último
significado el que causa enormes problemas y controversias al momento de articular la historia
de Quito. Para los cronistas esta palabra designaba a un territorio en el norte del imperio, y es la
única constante que se logra obtener de sus escritos. Las dimensiones del mismo cambian
significativamente dependiendo de la fuente, y en casi todas es un territorio lo suficientemente
grande para abarcar varias de las culturas que habitaron los Andes Septentrionales. Por lo tanto,
esto dificulta la tarea de buscar una cultura dominante dentro de un territorio tan heterogéneo.
En este sentido, Pedro Cieza de León (2005, 107, 117) es la única fuente en delimitar este
territorio que él llama “El Quito”. Para este autor comienza en el río Mira, actualmente llamado
Chota, y se extiende hasta un punto medio entre los poblados de San Francisco de Quito y
Panzaleo. Esta delimitación es la más pequeña de Quito que se haya visto en una fuente, y
mayormente parece estar referenciando a un área cultural, antes que a una entidad político-
militar.
En todo caso, los esfuerzos por entender este territorio se vieron gravemente entorpecidos por el
intento del padre Juan de Velasco por contar una historia del Quito prehispánico en el siglo
XVIII. En el libro “Historia del Reino de Quito en la América Meridional” nos habla de un
fantástico país preinca cuya capital estaba en la actual ciudad de Quito, y cuyos gobernantes
titulados “shyris” hicieron magníficas obras de arquitectura e ingeniería. La fantástica obra se
volvió inmediatamente una parte fundamental de la historia ecuatoriana, pero por desgracia,
como es evidente, esta obra entra en directa contradicción con las crónicas escritas siglos años
antes. No es parte de este ensayo abordar el masivo impacto que tuvo la obra de Velasco en la
historiografía, pero bastará con decir incluso los más grandes críticos del sacerdote se volvieron
incapaces de separar su obra del término “Quito”. Es más, muchos historiadores incapaces de
probar la existencia del reino de los shyris a través de las crónicas terminaron concluyendo
erradamente que hasta los cronistas estaban equivocados en nombrar siquiera un territorio de
Quito. Con el paso del tiempo la historiografía optó por no usar el término, al menos en lo que
se refiere a la época preinca, y más bien crear nuevas terminologías como “País Caranqui”,
“confederación quitu” o “confederación quitu-caranqui”, entre otros. Con ello la palabra Quito
dentro del ámbito académico quedó reducida al territorio circundante de la ciudad de San
Francisco de Quito.
Será un deber futuro de la historia volver a poner en uso este término puesto que corresponde a
un territorio de carácter histórico, sin embargo, por causa del sacerdote Velasco otra gran
interrogante surgió entre los investigadores dentro y fuera del Ecuador: ¿Quiénes vivían antes
de los incas en el área correspondiente a la capital de los ecuatorianos?
En todo caso, la etnohistoria, al igual que otras disciplinas, tiene sus propias limitaciones. En el
caso de Quito, es evidente cuál es el alcance de las grandes preguntas que Salomon logra
responder sobre la historia quiteña. Esto no es necesariamente malo. Por el contrario, la labor de
esta disciplina logró abrir un nuevo punto de vista para lograr expandir el entendimiento de la
historia de la capital del Ecuador. Ante la gran variedad de cronistas, muchos de ellos con
grandes dudas sobre la calidad de sus escritos (Salomon 2012, 4), la obra muy controversial del
padre Velasco, y una arqueología que prefirió seguir sus labores de investigación alejada de las
dos primeras fuentes, llega una nueva voz que permite establecer nuevos entendimientos sobre
el área de Quito. Más extraordinario aún, la etnohistoria permitió saber qué cronistas estaban
más acercados a la realidad, y, por lo tanto, debían ser más prestados atención. Quito realmente
no fue la gran capital de un reino preinca, como el padre Velasco clamaba, aunque sí fue la
capital regional de los incas, como muchos cronistas establecieron. Si bien la palabra designaba
originalmente a un territorio mucho más amplio, ha sido un gigantesco aporte a la historiografía
entender no solo quienes habitaban San Francisco de Quito en la era prehispánica, sino también
cómo se identificaban. Este era un territorio más bien diverso con quechuas, mitimaes y
señoríos locales.
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