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Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales, FLACSO Ecuador

Departamento de Antropología, Historia y Humanidades


Convocatoria 2023

La etnohistoria como herramienta para entender la historia de Quito

Autor: Ismael Alejandro Ochoa Cobos


Profesor: Felipe David Terán Romo Leroux

Quito, diciembre 2023


La etnohistoria como herramienta para entender la historia precolombina de Quito

La historiografía ha batallado más de un siglo intentando comprender y articular una historia


prehispánica de Quito. El problema detrás de esta tarea, que sin dudas parece simple a primera
vista, es que la mera palabra “Quito” englobaba muchos significados para el mundo andino, y
muchos de ellos se han perdido. Además, los intentos del presbítero Juan de Velasco, en el siglo
XVIII, por definir y delimitar estos significados terminó causando más confusión sobre este
tema. En este ensayo exploraremos los aportes que la etnohistoria han dado para entender mejor
Quito y su historia.

En tiempos prehispánicos la palabra “Quito” tenía dos significados. El primero hacía referencia
a la urbe fundada por el sapa inca Túpac Yupanqui a mediados del siglo XV (Cieza de León
2005, 422). El segundo significado indicaba una región poco definida al norte del
Tahuantinsuyo, y cuya formación databa de tiempos preincas. Justamente es este último
significado el que causa enormes problemas y controversias al momento de articular la historia
de Quito. Para los cronistas esta palabra designaba a un territorio en el norte del imperio, y es la
única constante que se logra obtener de sus escritos. Las dimensiones del mismo cambian
significativamente dependiendo de la fuente, y en casi todas es un territorio lo suficientemente
grande para abarcar varias de las culturas que habitaron los Andes Septentrionales. Por lo tanto,
esto dificulta la tarea de buscar una cultura dominante dentro de un territorio tan heterogéneo.
En este sentido, Pedro Cieza de León (2005, 107, 117) es la única fuente en delimitar este
territorio que él llama “El Quito”. Para este autor comienza en el río Mira, actualmente llamado
Chota, y se extiende hasta un punto medio entre los poblados de San Francisco de Quito y
Panzaleo. Esta delimitación es la más pequeña de Quito que se haya visto en una fuente, y
mayormente parece estar referenciando a un área cultural, antes que a una entidad político-
militar.

En todo caso, los esfuerzos por entender este territorio se vieron gravemente entorpecidos por el
intento del padre Juan de Velasco por contar una historia del Quito prehispánico en el siglo
XVIII. En el libro “Historia del Reino de Quito en la América Meridional” nos habla de un
fantástico país preinca cuya capital estaba en la actual ciudad de Quito, y cuyos gobernantes
titulados “shyris” hicieron magníficas obras de arquitectura e ingeniería. La fantástica obra se
volvió inmediatamente una parte fundamental de la historia ecuatoriana, pero por desgracia,
como es evidente, esta obra entra en directa contradicción con las crónicas escritas siglos años
antes. No es parte de este ensayo abordar el masivo impacto que tuvo la obra de Velasco en la
historiografía, pero bastará con decir incluso los más grandes críticos del sacerdote se volvieron
incapaces de separar su obra del término “Quito”. Es más, muchos historiadores incapaces de
probar la existencia del reino de los shyris a través de las crónicas terminaron concluyendo
erradamente que hasta los cronistas estaban equivocados en nombrar siquiera un territorio de
Quito. Con el paso del tiempo la historiografía optó por no usar el término, al menos en lo que
se refiere a la época preinca, y más bien crear nuevas terminologías como “País Caranqui”,
“confederación quitu” o “confederación quitu-caranqui”, entre otros. Con ello la palabra Quito
dentro del ámbito académico quedó reducida al territorio circundante de la ciudad de San
Francisco de Quito.

Será un deber futuro de la historia volver a poner en uso este término puesto que corresponde a
un territorio de carácter histórico, sin embargo, por causa del sacerdote Velasco otra gran
interrogante surgió entre los investigadores dentro y fuera del Ecuador: ¿Quiénes vivían antes
de los incas en el área correspondiente a la capital de los ecuatorianos?

La arqueología trató de encontrar respuestas a dicha pregunta a través de investigaciones, sin


embargo, debido a las limitaciones de la propia disciplina, y al esfuerzo de los arqueólogos por
mantenerse alejados de las controversias en la historia, estas respuestas han sido limitadas a
patrones de asentamientos, tradiciones cerámicas, ritos funerarios y más. Por lo tanto, ha caído
sobre otras ciencias sociales como la etnología el tratar de comprender quienes habitaron el área
de esta ciudad. Después de todo, esta disciplina ha probado éxito al momento de reconstruir la
historia de otras áreas. Hudelson (1987, 9) logró establecer con éxito una reinterpretación de las
identidades e historia de los indígenas en la Amazonía ecuatoriana quienes habían desarrollado
una cultura propia, llamada de transición, que era el resultado de la interacción con los
indígenas de la sierra y el contacto europeo. Estos estudios lograron vislumbrar desde una óptica
diferente un área que previamente se creía ya entendida. Salomon (2001, 66) usó esta ciencia
para lograr separar un pequeño pueblo peruano del discurso de etnicidad dominante en dicho
país. Esto debido a que los conceptos de campesino indígena no reflejaban los hallazgos de una
sociedad que creó una identidad comunera en base a un pueblo que desapareció por la represión
de la colonia. En este mismo hilo, el control de la producción científica desde un grupo mestizo
terminó causando en el Perú un esfuerzo grande por reinterpretar los discursos que venían desde
los grupos de poder hacia los indígenas (De la Cadena 2005, 111). Por ello, la etnohistoria
irrumpe en la historia de Quito como aquella herramienta que trata de reinterpretar y batallar
aquellos conocimientos que parecían ya definidos, o que otras disciplinas han optado por no
tratar de definir.

Salomon (2011, 50) al respecto de la dificultad para escribir la historia precolombina de la


capital ecuatoriana nos dice: “no han faltado intentos de definir la conformación política del
antiguo Quito. Pero, en general, la investigación se ha empantanado en interminables debates
sobre una sola y controvertida fuente: la historia por Juan de Velasco…”. Ante ello, él nos
presenta un esfuerzo etnohistórico para lograr entender quiénes habitaban el área circundante a
Quito en la época de los incas. ¿Eran acaso los shyris de Velasco o los shyris que la historia
parece haber ya definido? Pues los resultados de Salomon con más complejos de lo que se
quisiera. Este autor define las distintas llaktas o pueblos de naturales que existían en la época de
los incas, con ello queda claro que es difícil saber cómo era este territorio antes de que los
conquistadores quechuas llegaran desde el sur. Sin embargo, ayuda a entender algunas cosas
sobre la identidad de los mismos. Más allá de los mitimaes llegados con los incas, los habitantes
originales de esta área parecen haber sido escasos (Salomon 2011, 265), y no el centro cultural y
político de alguna confederación. Es más, parece ser que la identidad “quitu” se forma luego de
la propia fundación del Quito quechua. Entonces no sería que el nombre se deriva de una nación
preinca sino a la inversa. Aquella identidad nace luego de que una llakta inca se estableció como
capital regional de aquel territorio que sí era anterior a la invasión del Tahuantinsuyo. De todas
formas, es tema para otra investigación.

Desde hace décadas la historiografía se ha posicionado en encasillar a los grupos indígenas


desde aspectos más bien simples y rígidos. Uno de ellos, por ejemplo, es su relación con la
naturaleza. Y si bien la arqueología nos muestra que realmente estos pueblos tenían un
entendimiento muy complejo de cómo adaptar sus actividades al medio en el que vivían, los
investigadores tienden a simplificar aquellas interacciones con la naturaleza (Bolom 2008, 34).
En ese sentido, la etnohistoria ha permitido dar voces para entender un poco más a los
verdaderos protagonistas de la historia, o también lo que (Uzendoski 2005, 168) llama
historicidad indígena. Dentro del propio Ecuador, hemos podido ver esfuerzos para hacer una
historia un poco más participativa gracias a que la región amazónica se mantuvo mayormente
excluida de los grandes procesos colonizadores del imperio español caracterizados por grandes
eventos de movilizaciones demográficas, destrucción, reconstrucción, y la muerte como “un
espacio de transformación” (Taussig 1987, 9). Los esfuerzos de Muratorio lograron una
extraordinaria labor en el Alto Napo para reinterpretar cerca de un siglo de historia, y poner
sobre la mesa entendimientos reales que tenían los pueblos indígenas sobre diversas
transformaciones políticas que vivían por los diferentes procesos económicos que esa zona vivió
entre 1850 y 1950 (Muratorio 1998, 68). Sobre este mismo tema nos comenta Taylor (1994, 43)
sobre la explotación indígena que vivió el oriente ecuatoriano por el auge del caucho. Estos
procesos casi desembocaron en un equivalente a la invasión española, en la Costa y Sierra, que
llegaba con ansias de saquear minerales y obtener réditos económicos por la mano de obra
indígena.

En todo caso, la etnohistoria, al igual que otras disciplinas, tiene sus propias limitaciones. En el
caso de Quito, es evidente cuál es el alcance de las grandes preguntas que Salomon logra
responder sobre la historia quiteña. Esto no es necesariamente malo. Por el contrario, la labor de
esta disciplina logró abrir un nuevo punto de vista para lograr expandir el entendimiento de la
historia de la capital del Ecuador. Ante la gran variedad de cronistas, muchos de ellos con
grandes dudas sobre la calidad de sus escritos (Salomon 2012, 4), la obra muy controversial del
padre Velasco, y una arqueología que prefirió seguir sus labores de investigación alejada de las
dos primeras fuentes, llega una nueva voz que permite establecer nuevos entendimientos sobre
el área de Quito. Más extraordinario aún, la etnohistoria permitió saber qué cronistas estaban
más acercados a la realidad, y, por lo tanto, debían ser más prestados atención. Quito realmente
no fue la gran capital de un reino preinca, como el padre Velasco clamaba, aunque sí fue la
capital regional de los incas, como muchos cronistas establecieron. Si bien la palabra designaba
originalmente a un territorio mucho más amplio, ha sido un gigantesco aporte a la historiografía
entender no solo quienes habitaban San Francisco de Quito en la era prehispánica, sino también
cómo se identificaban. Este era un territorio más bien diverso con quechuas, mitimaes y
señoríos locales.

Bibliografía:
Bolom, Fausto. «Indígenas y pérdida de biodiversidad: estereotipos, papeles y
responsabilidades». En Ajedrez ambiental: Manejo de recursos naturales, comunidades,
conflictos y cooperación, editado por Joseph S. Weiss y Teodoro Bustamante, 27-41. Quito:
FLACSO Sede Ecuador, 2008.
Cieza de León, Pedro. Crónica del Perú: El señorío de los incas. Caracas: Biblioteca
Ayacucho, 2005.
De la Cadena, Marisol. «La producción de otros conocimientos y sus tensiones: ¿de la
antropología andinista a la interculturalidad?». En Saberes periféricos: Ensayos sobre la
antropología en América Latina, editado por Carlos Iván Degregori y Pablo Sandoval, 107-152.
Lima: Institut français d’études andines, Instituto de Estudios Peruanos, 2015.
Hudelson, John Edwin. La cultura quichua de transición: Su expansión y desarrollo en
el Alto Amazonas. Guayaquil: Ediciones Abya-Yala, 1987.
Muratorio, Blanca. Rucuyaya Alonso y la historia social y económica del Alto Napo
1850-1950. 2da edición. Quito: Ediciones Abya-Yala, 1998.
Salomon, Frank. «Una etnohistoria poco étnica: Nociones de lo autóctono en una
comunidad campesina peruana». Desacatos: Revista de Ciencias Sociales, n.º 7 (2001): 65-84.
_____. Los señores étnicos de Quito en la época de los incas. La economía política de
los señoríos norandinos. 2a. ed. corr. y aum. Quito: Instituto Metropolitano de Patrimonio,
2011.
_____. «Etnología en un terreno desigual: encuentros andinos, 1532-1985». En No hay
país más diverso. Compendio de antropología peruana II, editado por Carlos Iván Degregori,
Pablo F. Sendón, y Pablo Sandoval, 18-97. Lima: Instituto de Estudios Peruanos, 2012.
Taussig, Michael. «Cultura del terror — Espacio de la muerte: El Informe de Putumayo
de Roger Casement y la explicación de la tortura». L’Homme: Revue française d’anthropologie,
1987.
Taylor, Anne Christine. «El Oriente ecuatoriano en el siglo XIX». En Historia y región
en el Ecuador: 1830-1930, editado por Juan Maiguashca. Ecuador: Corporación Editora
Nacional: Proyecto Flacso-Cerlac, IV, 1994.
Uzendoski, Michael A. «El regreso de Jumandy: historicidad, parentesco y lenguaje en
Napo». Íconos: Revista de Ciencias Sociales, vol. 10, n.º 3 (2006): 161-172.

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