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Convocatoria abierta: «Relatos nada clásicos»

La caja no era mía


Julia E. Del Olmo

Estoy cansada de tantas mentiras sobre mi persona, ¿qué se han pensado? Siglos aguantando las
culpas de todos los males, y todo por aquella maldita caja que ni siquiera era mía. Y no solo los
griegos, las mentiras se extendieron tanto que los rumores llegaron a Medio Oriente. Es verdad
que allí la historia se desvirtúa y me cambian el nombre, que si Lilith, que si Eva. Cambian la
caja, que nunca fue mía, por una serpiente y una manzana, (¿a quién se le habría ocurrido
semejante tontería?).
El caso es que siempre me cargaban con toda la responsabilidad a mi. Pandora, ‘la que da
todo’. Dándolo todo al cuidado de los demás y luego pasa esto. Y por eso he decidido hacer esta
confesión, para que se conozca la verdad.
Fui creada por Hefesto, dios de la fragua y el fuego, a petición de Zeus, no para casarme con
Prometeo, como dicen las habladurías, sino porque los dioses necesitaban tener a alguien de
confianza entre los humanos, para cuidar de los tesoros entregados a la humanidad. Por si no lo
sabes, querida lectora, Prometeo le había robado a los dioses el fuego para entregárselo a los
humanos. Un ladrón, un pillo del Olimpo al que había que vigilar. Así es que yo debía ir a la
tierra, controlar a Prometeo y cuidar de la caja que contenía los tesoros.

Cuando Prometeo me vio aparecer por la tierra quiso que me fuese, él sabía que conmigo se le
habían acabado las épocas de correrías. No tenía intención de instalarme muy cerca de Prometeo
pero me enamoré de su hermano, Epimeteo. Y a pesar de todo lo que pasó después no me
arrepiento de haberme casado con él, ¿por qué debería arrepentirme de amar?
—Epimeteo, no se te ocurra tocar la caja, me la ha dado Zeus, soy su custodia y lo que ahí se
guarda es de vital importancia para la humanidad — le dije.
—Tranquila, mi amor, no voy a tocar la caja, es tuya y respeto tu privacidad — me dijo, y le
creí.
Un día, mientras él y Prometeo bebían ambrosía de contrabando, mi cuñado le preguntó por
la caja y su contenido. Bajo los efectos de la bebida de los dioses Prometeo convenció a mi
marido para echar un vistazo y averiguar qué contenía. Mi cuñado siempre pensando en hurtar y
regalar lo que no es suyo. Mi marido no es una mala persona pero por algo es conocido como
‘el que piensa tarde’.
Y ese fue el principio del fin. Se colaron donde yo guardaba la caja, que no era mía, y la
abrieron. Todos las cosas buenas de la humanidad empezaron a escapar. Desde el jardín vi cómo
se escapaban por la ventana la bondad, el amor, la sororidad, la igualdad, el respeto; todas
Convocatoria abierta: «Relatos nada clásicos»

aquellas emociones que merecía la pena guardar para los humanos y de las que yo era la
guardiana. Me lancé contra mi marido y mi cuñado y cerré la caja, pero llegué tarde y dentro
solo quedó Epis, la esperanza. Estaba echada sobre la caja cuando entró en la habitación
Hermes, dios mensajero, y me vio. No quiso escuchar lo que había pasado y me culpó ante Zeus
y el resto del panteón de dejar que todas aquellas emociones hermosas creadas para la
humanidad se perdiesen.

Desde entonces la mala fama me ha perseguido. Y lo peor de esta historia es que los humanos
solo sienten estas bellas emociones de vez en cuando pues ya no es posible atesorarlas y
encerrarlas para siempre como cuando estuvieron en la caja.
Con esta confesión hago honor a Epis, y no pierdo la esperanza de que mi historia se
conocerá tal y como fue y que lo sucedido verá la luz.

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