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Carta 71 (15 de octubre de 1897)

[ ... ] Mi autoanálisis es de hecho lo esencial que ahora tengo, y promete volverse de supremo
valor para mí cuando llegue a su término. Estando en medio de él, se me denegó de pronto por
tres días, y a raíz de ello tuve el sentimiento de la atadura {Bindung} interior de que los
enfermos se suelen quejar, y estuve en verdad desconsolado. [ ... ]

Mi praxis me deja todavía, ominosamente, demasiado tiempo.

Y tanto más valioso es el todo para mis propósitos cuanto que he podido hallar algunos
asideros reales de la historia. Pregunté a mi madre si guardaba recuerdo de la niñera.
«Naturalmente», dijo, «una persona anciana, muy inteligente que te llevó por todas las
iglesias: cuando luego volviste a casa, predicaste y contaste lo que el buen Dios procura.
Cuando yo, estaba de parto por Anna» (dos años y medio menor que yo), «se averiguó que ella
era una ladrona, y se le encontraron todos los kreuzer nuevitos, los céntimos y juguetes que se
te habían obsequiado. Tu propio hermano Philipp fue por el policía, y a ella la castigaron con
diez meses de arresto». Y mira tú qué corroboración proporciona esto para las conclusiones de
mi interpretación de sueños. He podido explicarme fácilmente el único posible error. Yo te he
escrito que ella me indujo a hurtar céntimos y a dárselos. En verdad, el sueño significa que ella
misma ha hurtado. En efecto, la imagen onírica era un recuerdo: que yo tomo dinero de la
madre de un médico, vale decir, indebidamente. La interpretación correcta es yo = ella, y
madre de un médico = mi madre. Tanto no sabía yo que ella era una ladrona, que erré la
interpretación.

También me instruí sobre el médico que tuvimos en Freiberg, porque un sueño mostraba
mucha inquina acumulada sobre él. En el análisis de la persona onírica tras la cual se escondía,
se me ocurrió también un profesor Von K., mi maestro de historia en la escuela secundaria,
que no me pareció que pudiera corresponder ahí, pues mantengo con él una relación
indiferente, más bien grata. Y bien, mi madre me contó que el médico de mi infancia era
tuerto, y entre todos mis maestros ¡el profesor K. era el único con ese mismo defecto!

La fuerza probatoria de estas concordancias se podría invalidar objetando que alguna vez, en
la infancia más tardía, yo pude oír que la niñera era ladrona y lo olvidé en apariencia hasta que
finalmente afloró en el sueño. Y aun creo que así es. Pero tengo otra prueba de todo punto
inobjetable, y divertida. Me dije: «Si la vieja se me ha desaparecido así de pronto, es preciso
que se registre en mí la impresión de ello. ¿Dónde está, pues?». Entonces se me ocurrió una
escena que desde hacía veintinueve años afloraba en ocasiones en mi recuerdo consciente, sin
comprenderla yo. Mi madre no se encuentra, yo berreo como desesperado. Mi hermano
Philipp (veinte años mayor que yo) me abre una canasta, y como tampoco hallo ahí dentro a
mi madre, lloro todavía más, hasta que ella entra por la puerta, bella y de fina silueta. ¿Qué
significa esto? ¿Por qué mi hermano me abre la canasta, sabiendo que mi madre no está
dentro, y por tanto no me calmará? De pronto lo comprendo: yo se lo he exigido. Cuando eché
de menos a mi madre temí que me desapareciera lo mismo que poco antes la vieja. Es que
debo de haber creído que la vieja estaba encerrada y por eso creí que mi madre lo estaba
también, o mejor, que estaba «encanastada», pues mi hermano Philipp, que hoy tiene 63
años, hasta el día de hoy es amigo de tales expresiones en chanza. Que yo me dirigiera
justamente a él es prueba de que yo estaba bien al tanto de la parte que le cupo en la
desaparición de la niñera (1)

Desde entonces he llegado mucho más lejos, pero no todavía a un verdadero remanso. La
comunicación de lo inacabado es tan prolija y laboriosa que espero me dispenses de ella y te
contentes con la noticia de los fragmentos certificados. Si el análisis brinda lo que de él espero,
lo elaboraré de manera sistemática y te lo presentaré luego. Hasta ahora no he hallado nada
enteramente nuevo; son las complicaciones corrientes a las que estoy habituado. Muy fácil no
es. Ser completamente sincero consigo mismo es un buen ejercicio. Un solo pensamiento de
validez universal me ha sido dado. También en mí he hallado el enamoramiento de la madre y
los celos hacia el padre, y ahora lo considero un suceso universal de la niñez temprana, si bien
no siempre ocurre a edad tan temprana como en los niños hechos histéricos. (Esto es
semejante a lo que ocurre con la novela de linaje en la paranoia: héroes, fundadores de
religión.) Si esto es así, uno comprende el cautivador poder de Edipo rey, que desafía todas las
objeciones que el intelecto eleva contra la premisa del oráculo, y comprende por qué el
posterior drama de destino debía fracasar miserablemente. Nos rebelamos contra toda
compulsión individual arbitraria [de destino], como la que constituye la premisa de Die
Ahnfrau [de Grillparzerl, pero la saga griega captura una compulsión que cada quien reconoce
porque ha registrado en su interior la existencia de ella. Cada uno de los oyentes fue una vez
en germen y en la fantasía un Edipo así, y ante el cumplimiento de sueño traído aquí a la
realidad objetiva retrocede espantado, con todo el monto de represión {esfuerzo de desalojo y
suplantación} que divorcia a su estado infantil de su estado actual.

Fugazmente se me ha pasado por la cabeza que lo mismo podría estar también en el


fundamento de Hamlet. No me refiero al propósito consciente de Shakespeare; más bien creo
que un episodio real estimuló en él la figuración, así: lo inconsciente dentro de él comprendió
lo inconsciente del héroe. ¿De qué manera justifica el histérico Hamlet su sentencia: «Así es
como la conciencia {moral} hace de todos nosotros unos cobardes(388)», de qué manera
explica su vacilación en vengar al padre matando a su tío ese mismo Hamlet que sin reparo
alguno envía a sus cortesanos a la muerte y asesina sin ningún escrúpulo a Laertes?. No podría
explicarlo mejor que por la tortura que le depara el oscuro recuerdo de haber meditado la
misma fechoría contra el padre por pasión hacia la madre, y «trátese a cada hombre según se
merece, y ¿quién se libraría de ser azotado?». Su conciencia es su conciencia de culpa
inconsciente. Y su enajenación sexual en su diálogo con Ofelia, ¿no es la típicamente histérica?
¿Y su desestimación del instinto {Instinkt} de engendrar hijos? Por último, ¿no lo es acaso su
trasferencia del crimen de su padre sobre Ofelia? ¿Y al fin no consigue, de una manera tan
peregrina como la de mis pacientes histéricos, procurarse su punición experimentando
idéntico destino que el padre, al ser envenenado por el mismo rival? (2)

NOTAS

(1) [La historia de este recuerdo encubridor sobre la canasta se narra con mas extensión en la
Psicopatología de la vida cotidiana. Freud apuntó a la canasta como un símbolo del útero]

(2) [Aquí se introduce de forma explícita el complejo de Edipo, que ya se insinuaba en el


manuscrito N (mayo de 1897)}]

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