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REPÚBLICA BOLIVARIANA DE VENEZUELA

MINISTERIO DEL PODER POPULAR PARA LA EDUCACIÓN


UNIVERSITARIA UNIVERSIDAD BOLIVARIANA DE
VENEZUELA UBV

Movimientos políticos y sociales


en la transformación del estado.

Alumnos:
MIly González C.I: 12.127.265
Maria Jose Sanchez C.I. 24.559.338
Profesor: Saul Galea

Puerto Ordaz 20 de Mayo 2023


Introducción:

El papel cada vez más importante que han ido cogiendo los movimientos sociales en
la configuración de la sociedad, junto con las especiales características que éstos presentan
en el ámbito psicosocial hace necesaria su presencia como tema de estudio en esta revista.
en América Latina, de las experiencias de movilización en las últimas décadas del siglo XX
y en esta primera década del siglo XXI

Los cambios recientes en América Latina se expresan no sólo en movimientos sociales


y populares cada vez más originales y activos sino también en un nuevo escenario político
marcado por la existencia de gobiernos de centro-izquierda bajo una fuerte presión de la
sociedad civil y de movimientos de masa. Esta nueva coyuntura está redefiniendo el
escenario político en la región y está abriendo un proceso histórico que presenta elementos
nuevos que van a influir profundamente en la dinámica económica, política, cultural y
social inmediata, pero también en el mediano y largo plazo, en el trabajo podemos observar
los diferentes movimientos políticos y sociales que en lo largo d ellos años han surgido en
Latinoamérica como los movimientos campesinos, obreros, Maestros, Jubilados y
Estudiantes.

Indice
Movimientos Políticos y sociales……………………………………...1
Siglo XXI: ciudadanía y movimientos sociales……………………….1,2,3
Movimiento campesino……………………………………………….3,4,5
El Movimiento Obrero…………………………………………………5,6

Los movimientos estudiantiles………………………………………….6,7

Movimientos para los Jubilados………………………………………7,8,9

Movimientos de Maestros……………………………………………..9,10,11

Conclusiones……………………………………………………………12
Movimientos Políticos y Sociales en la transformación
del estado. (Obreros, Campesinos, Maestros, Jubilados, Estudiantes e Intelectuales)

El análisis de los movimientos sociales en América Latina, de las experiencias de


movilización en las últimas décadas del siglo XX y en esta primera década del siglo XXI,
es especialmente relevante, porque se ha consolidado la especificidad de la acción
colectiva: por un lado, la acción colectiva popular incorpora una fuerte dinámica de
solidaridad grupal; por otro, la capacidad de movilización se ha demostrado en muy
diversas ocasiones y ha llegado a provocar rupturas institucionales. Además, resulta
pertinente, en América Latina, la hipótesis sobre una posible «normalización de la
protesta»1: la aceptación de algunos modos de acción y diversificación de los grupos
sociales que participan en ella, fenómeno ya observado en los repertorios de acción
colectiva de Europa y Estados Unidos.

Siglo XXI: ciudadanía y movimientos sociales

En América Latina, la primera década del siglo XXI estuvo marcada por grandes
movilizaciones sociales: hemos reconocido en «indígenas», «piqueteros», «desocupados»,
«pingüinos» o «cocaleros» a actores con presencia, organización y capacidad de
movilización. Del mismo modo, cuando hablamos de «cortes de ruta», «caceroladas» o
«marchas por la dignidad», nos remitimos a repertorios de acción colectiva propios de la
región.
Así, se podría decir que el siglo se ha iniciado con una reivindicación de la política en la
calle. Bajo esa puesta en escena, se han presentado las demandas, se ha puesto en jaque, en
algunas ocasiones, a los gobiernos nacionales y, en varios países (en algunos más de una
vez), los presidentes han debido dejar sus gobiernos por la puerta de atrás de la historia,
empujados por ese coro rebelado.

Si nos detenemos en el análisis de los últimos 30 años en la región, el periodo en el que los
países de América Latina retornaron a la democracia y la vieron consolidarse como sistema
de gobierno, podremos observar que los movimientos sociales fueron claves tanto en la
oposición a las dictaduras como en las transiciones a la democracia. Aunque evidentemente
podríamos distinguir fases y tendencias en los distintos países de la región y en las distintas
áreas geopolíticas, lo cierto es que los movimientos sociales han estado presentes a lo largo
de esas tres décadas. También es cierto que ha habido cambios en esos actores: unos se han
mantenido, otros desaparecieron y algunos más se constituyeron en los últimos años.
Antes de entrar en el análisis concreto de la acción colectiva, conviene resaltar los aspectos
comunes de los movimientos sociales y aquello que los caracteriza como experiencias
contemporáneas en América Latina.

Como han señalado Arturo Escobar, Sonia Álvarez y Evelina Dagnino, estos movimientos
–«sus participantes, sus instituciones, sus procesos, sus programas y sus alcances»– están
implicados en las luchas por la demarcación del escenario político 4. Aunque en general los
movimientos sociales producen demandas de reconocimiento por parte de los otros actores
y del sistema político, en el caso de los movimientos sociales latinoamericanos
contemporáneos se involucran en la producción de una concepción alternativa de
ciudadanía. Así, estos movimientos sociales están implicados fundamentalmente en «la
multiplicación de escenarios públicos en los cuales se pueda cuestionar y volver a dar
significado a la exclusión sociocultural, de género, étnica y económica (y no solo a la
política)».

Es esta la perspectiva que me interesa en el análisis de los movimientos sociales,


tanto en el plano teórico como en el plano concreto. Aquí debo detenerme y explicarme.
Los movimientos sociales suelen asociarse a grandes palabras, tales como rebeldía, lucha,
resistencia, desobediencia, insurrección, protesta; en general, su lenguaje está plagado de
«antis»: anticapitalismo, antiestatal… Ese mismo lenguaje es utilizado por algunos
científicos sociales para analizar los movimientos sociales. Sin embargo, el resultado de su
acción suele ser mucho más positivo, proactivo y transformador de lo que dichos
sustantivos y calificativos dan a entender. Es cierto que los protagonistas de las acciones
realizan un ejercicio de autoafirmación consciente de sus derechos y de sus capacidades,
incluido el potencial de cambio. Pero ese mismo lenguaje es el que se puede utilizar desde
los espacios constituidos de poder para calificar cualquier acción que implique una
manifestación de descontento, una reclamación, la visibilización de una exclusión o una
propuesta transformadora: rebelión, rebeldía, lucha, protesta. Y cuando este lenguaje se
utiliza desde el poder, el objetivo que se persigue es la deslegitimación de la acción, con el
logro, en algunas ocasiones, de la criminalización de la movilización.

Así, la única voz que se reconoce políticamente como propia de la ciudadanía es la que se
proclama a través de los altavoces electorales: es, de acuerdo con esta perspectiva, la única
vía legítima de participación política. En esa posición, la política en la calle solo se
reconoce cuando se convoca desde el poder constituido, esto es, cuando se realizan
manifestaciones de apoyo. Es claro que esta interpretación no es solo política: también en la
academia hay muchos que abogan por ella; el ejemplo más claro probablemente sea la
distinción, ya clásica, entre participación convencional y no convencional.
Desde mi punto de vista, los movimientos sociales son uno de los medios existentes para
hacer visibles las reivindicaciones, propuestas, demandas y problemas sociales. Pero son
también mucho más que un medio: son el espacio en el que se crean, recrean y transmutan
las identidades colectivas. Son la voz de la sociedad, los mensajes que la sociedad envía a
los que ejercen el poder, a quienes gobiernan, a quienes están implicados en la gestión de lo
público.

Movimiento campesino.

Los ciclos históricos del movimiento campesino latinoamericano Existe un vínculo esencial
entre las fases del capitalismo y los movimientos campesinos e indígenas, toda vez que
dichos movimientos expresan las contradicciones de cada fase, en tanto responden y se
oponen a las formas de expansión y acumulación del capital. Así, en la segunda posguerra,
de 1940 a 1980, el papel estratégico que jugó la rama agropecuaria en el modelo de
sustitución de importaciones llevó a que la inversión rural fuera altamente rentable. En este
sentido, la tierra era un recurso muy valioso y los precios de los bienes agropecuarios eran
redituables, fundamentalmente los bienes de exportación, ante la existencia de la renta
internacional, como un pago de más a los bienes primarios. Esta situación trajo consigo que
la disputa rural fundamental recayera en la lucha por la tierra. El movimiento campesino en
Brasil comandado por las Ligas Camponesas bajo la dirección de Francisco Juliao, que tuvo
su centro principal en el nordeste del país; la Unión de Ligas Campesinas Formoseñas en
Argentina; el movimiento dirigido por Hugo Blanco en Perú; la Federación Campesina de
Venezuela que impulsó la toma de tierras en 1958 y llevó a la promulgación de la Reforma
Agraria; el movimiento de José Rojas durante el gobierno de Paz Estenssoro en Bolivia y el
gran movimiento campesino por la tierra desarrollado en México en los años 1970, bajo la
dirección de la Coordinadora Nacional Plan de Ayala, son solo algunos botones de muestra
de la lucha por la tierra que imperó en la posguerra. Durante los años 1980, se evidenció la
crisis del modelo de sustitución de importaciones, hecho que trajo consigo la exclusión de
los campesinos como productores de alimentos básicos para la población nacional. En
consecuencia, la lucha por la tierra abrió paso a la contienda por los recursos productivos
que exigían los labriegos para continuar integrados al sistema. Este movimiento expresaba
la crisis de la vía campesina, que había entrado en confrontación con el modelo neoliberal.
Al fragor de las contrarreformas agrarias surgió un movimiento de organizaciones
gremiales, empresariales y campesinas, por sectores productivos, que reclamaban un lugar
en la producción. En Colombia se impuso la lucha por la defensa de la economía
campesina, mientras que en Costa Rica surgió un gran número de organizaciones de
alcance regional y nacional, con independencia del Estado y de los partidos políticos que
pugnaban por mejores condiciones para la producción. En Venezuela fue importante el
movimiento que levantó la bandera de la “lucha por la producción de subsistencia”,
mientras que en Chile proliferaron las Asociaciones Gremiales. El caso emblemático fue el
de México, con el surgimiento de la Unión Nacional de Organizaciones Regionales
Autónomas (unorca), que nació en 1983 en entidades de mediano y alto desarrollo, y
levantó revista de ciencias sociales, segunda época Nº 31, otoño de 2017, pp. 15-38 Blanca
Aurora Rubio Vega 18 El movimiento campesino en América Latina durante la transición
capitalista, 2008-2016 la bandera del aumento de los precios de garantía para los granos
básicos. Bajo la consigna de la autogestión productiva, el movimiento perduró por más de
una década, como la vertiente más importante de la lucha campesina. Con el ascenso y
consolidación del neoliberalismo en los años 1990, se agudizó también la exclusión rural.
La producción campesina fue sustituida por importaciones abaratadas procedentes de
Estados Unidos y se impuso la privatización de las empresas estatales y el declive del gasto
rural. La marginación campeó en las tierras latinoamericanas, robusteciendo la migración y
la pobreza rural. Entonces surgieron los movimientos indígenas como el símbolo de los
excluidos, los marginados, los orilleros. Emergió el Ejército Zapatista de Liberación
Nacional (ezln) en México, la Confederación Nacional Indígena (conaie) de Ecuador y el
gran movimiento de los cocaleros de Bolivia. Se trataba de movimientos con impacto
nacional que superaron el plano sectorial para alcanzar una convocatoria más amplia, lo
cual los colocó como la vanguardia de la resistencia en sus países, algunos con impacto
internacional como el ezln. Estos movimientos expresaban el carácter altamente excluyente
del neoliberalismo y su incapacidad para integrar amplias masas de campesinos e
indígenas. La lucha por la multiculturalidad apelaba a la integración cultural de los
marginados, ante la incapacidad del sistema para integrarlos económicamente. Los parias
reclamaban el reconocimiento de su identidad ante la brutal exclusión social que padecían.
Aun cuando surgió en 1985, el Movimiento de los Sin Tierra en Brasil forma parte, desde
nuestra perspectiva, de este nuevo ciclo de movimientos rurales. A pesar de que estaba
integrado por mestizos y luchaba por la distribución de la tierra, compartió con los
movimientos de los noventa el hecho de tener una convocatoria nacional, sostener un
proyecto para Brasil y constituir una vanguardia social en su país. En los tempranos años
2000, ante el ascenso de los monocultivos de exportación, la liberalización comercial a
ultranza y el incipiente incremento de los precios agrícolas, el movimiento caracterizado
por un discurso indianista se empezó a campesinizar.

El Movimiento Obrero

El movimiento obrero latinoamericano ha sido el otro sostén de las fuerzas populares en el


continente y encuentra su base material en la primera ola de industrialización durante la
primera década del siglo XX. Podemos decir que se consolida como movimiento mucho
más sólido en los años 20, desde el marxismo leninismo, esto es, de la influencia
bolchevique y de la revolución rusa que se sobrepone a la segunda internacional y al
anarquismo. Este aspecto es muy importante para configurar las características principales
del movimiento obrero latinoamericano, sobre todo desde el punto de vista ideológico.
Paralelamente a este fenómeno, en algunas zonas mineras relativamente importantes se
desarrolló un proletariado asalariado que tenía reivindicaciones propias bastante más
colectivas y cuya formación tuvo menos influencia anarquista. Esto explicaría el hecho de
que en Chile existiese un Partido Demócrata con base obrera minera muy significativa,
antes del desplazamiento de estos trabajadores hacia el Partido Comunista Chileno bajo el
liderazgo de Recavarren, lo que al mismo tiempo otorga a esta organización diferencias
respecto al resto de los comunistas latinoamericanos, en la medida en que no nace de una
base propiamente anarquista, sino de una concepción política más cercana a la
socialdemocracia. El Partido Demócrata Chileno no era propiamente una organización
socialdemócrata, sino que se aproxima más al radicalismo de los partidos pequeño
burgueses de tipo liberal. En otros países de América Latina también se desarrolló una
presencia minera importante con un alto grado de sindicalización, como en el caso de Perú,
Colombia y Bolivia. En el último caso, el movimiento minero boliviano sólo va a alcanzar
su auge en la década de 1940-1950, llegando a ser protagonista de la revolución boliviana.

Los movimientos estudiantiles

El ala del movimiento obrero que luego formará los partidos comunistas se
aproxima a sectores de la clase media en torno a objetivos democráticos, como es el caso de
los “tenientes” en Brasil, que sería un movimiento social de clase media militar, con
objetivos de democracia política. Otros movimientos de clase media, como el aprismo
peruano, se adhieren a una plataforma de tipo nacional democrática, levantando banderas
como la democracia política, el antiimperialismo, la defensa de las riquezas nacionales, la
reforma agraria, la industrialización asumida como una tarea del Estado, etc. La reforma
universitaria fue otra bandera que la clase media levantó de manera muy orgánica durante
los años 20 y condujo a un movimiento social propio, que exigía la participación de los
estudiantes en la conducción de la universidad, la reforma curricular y la apertura
hacia los procesos sociales y políticos que vivía América Latina. Tal vez uno los
momentos más significativos de las luchas del movimiento estudiantil fue el de la reforma
universitaria de 1918 en Córdoba (Argentina), que generó un gran impacto en el ambiente
universitario y político latinoamericano. En México, la lucha a favor de la reforma
universitaria asumirá banderas nacional-democráticas y étnicas que no fueron bien
asimiladas por los partidos comunistas y por ciertos sectores de la izquierda, aunque
finalmente el movimiento educacional mexicano va a tener su gran expresión en la
“educación socialista” que tendrá su auge durante los años 30.

No se puede dejar de considerar como parte de los movimientos sociales, los movimientos
culturales y artísticos que buscaban que el arte se aproximase más al pueblo y fuese su
expresión mayor. Surgen experiencias extremamente ricas en la región como es el caso del
muralismo mexicano, que formó parte del movimiento de la Revolución Mexicana o
procesos como la revolución modernista de Brasil en 1922 y otros movimientos similares,
principalmente durante los años 20. La creación de la revista Amauta (Lima 1926-1930),
fundada por José Carlos Mariátegui, abre un espacio de reflexión intelectual muy
importante en la región y muestra la fuerza y la profundidad de estos nuevos movimientos
artísticos y culturales que se afirman en una identidad propia al mismo tiempo que se
proyectan de manera universal a partir de una visión local, poniendo en cuestionamiento las
pretensiones universales de occidente.

Hasta los años 30 se va a definir una plataforma de reivindicaciones de los movimientos


sociales de la región. En esta agenda se coloca el problema de la tierra, de ahí la
importancia de la Revolución Mexicana ; la cuestión minera, que representa la cuestión
nacional, sea de la propiedad de las minas o de una participación de los Estados que abrigan
los yacimientos en la renta de las minas ; las cuestiones salariales que ya están articuladas
con las otras reivindicaciones, principalmente en las zonas mineras y en las zonas
proletarias urbanas, sobre todo cuando el movimiento obrero urbano se va constituyendo
más claramente en un movimiento asalariado.

Movimientos para los Jubilados

El examen de la situación y perspectivas de los sistemas de fondos de pensiones en


América Latina pone de relieve en primer término la convenienda de distinguir entre los
programas de pensiones y otros programas de seguridad social, como los de salud,
maternidad, cesantía, asignadones familiares. Este distingo es indispensable para predsar
los objetivos, régimen de financiamiento y administración del programa de pensiones, cuyo
objetivo ha de limitarse exclusivamente a la entrega de pensiones de invalidez, vejez y
muerte. Una segunda gran condusión señala que, con el objetivo de las pensiones otorgadas
por el sistema con los atributos que los participantes deben adquirir para hacerse acreedores
a ellas, es predso homogenizar los múltiples sistemas existentes.

La reforma al sistema de seguridad social en Venezuela y los actores sociales


involucrados

En este ambiente de fin o reformulación del Estado de bienestar y, sobre todo, ante la
implementación de un programa de ajuste estructural de corte neoliberal, en 1997 se
planteó la reforma radical al Sistema Venezolano de Seguridad Social con la firma del
Acuerdo Tripartito sobre Seguridad Social Integral y Política Salarial (ATSSI). Realmente,
el proceso de reforma comenzó en 1992, aunque hay quienes sostienen que data de 1989,
cuando el Ministerio del Trabajo presentó un proyecto de ley. En todo caso, y atendiendo al
conjunto de eventos que se sucedieron antes de 1997, la Reforma al Sistema Venezolano de
Seguridad Social puede dividirse cronológicamente en tres períodos o etapas, que abarcan:
el primero, desde 1992 hasta noviembre de 1996; el segundo, desde noviembre de 1996
hasta enero de 1999, y el tercero, desde febrero de 1999 hasta el presente.

El primer período se inició en 1992, cuando fue promulgada la Ley de Reestructuración


del Instituto venezolano de los Seguros Sociales (IVSS), en virtud de la necesidad de
reorganizarlo, debido entre otras importantes razones «al deterioro de su organización
traducida en una disminución de la calidad de los servicios y consiguiente insatisfacción de
sus beneficiarios» (Fernández Salas, 1997b:56).

Diversas comisiones reestructuradoras fueron nombradas y varios planes fueron


elaborados sin lograr resultado alguno, pues los fondos continuaban descapitalizados, salvo
el del Seguro de Paro Forzoso que debido al incumplimiento del propio IVSS en la
cancelación de las prestaciones acordadas por el reglamento respectivo, lucía un
insospechado superávit. Sin embargo, las prestaciones eran insuficientes y además llegaban
con retraso de 2 y hasta 3 años.

Múltiples obstáculos, políticos, económicos y laborales impidieron que las comisiones


avanzaran en la ejecución de los planes propuestos, hasta que finalmente, en noviembre de
1996 fue nombrada una Comisión Tripartita, nuevo intento de la Presidencia de la
República «para buscar un consenso entre el Gobierno y los sectores sindical y empresarial,
en torno a las acciones de naturaleza laboral contenidas en la Agenda Venezuela»
(Bernardoni, 1998:17).

Con la Comisión Tripartita, en noviembre de 1996 se inicia la segunda etapa del proceso
de reforma, la cual estuvo caracterizada por la gran importancia concedida a la consulta y a
la participación de los actores sociales (patronos, trabajadores y Estado) en la toma de
decisiones.

Dicha comisión debía atender dos problemas fundamentales: la reforma al régimen de


cálculo de las prestaciones sociales (antigüedad) y la organización de un sistema de
seguridad social eficiente, estando integrada por el Ministro de Estado-Jefe de la Oficina
Central de Planificación y Coordinación de la Presidencia de la República (Cordiplan), el
Ministro de Hacienda, y el de Industria y Comercio, 5 en representación del Ejecutivo
Nacional; miembros de la Confederación de Trabajadores de Venezuela (CTV),
Confederación General de Trabajadores (CGT), Confederación de Sindicatos Autónomos
(Codesa), obviamente en representación de los trabajadores; por parte del sector patronal, la
Federación de Cámaras de Industria y Comercio (Fedecámaras), la Confederación
Venezolana de Industrias (Conindustria), la Federación de Artesanos, Pequeños y Medianos
Industriales de Venezuela (Fedeindustria), el Consejo Nacional del Comercio y los
Servicios (Consecomercio) y la Federación de Agricultores (Fedeagro). Fue esta comisión
la que el 17 de marzo de 1997 firmó el ATSSI, que sentó las bases del nuevo Sistema de
Seguridad Social.

Movimientos de los maestros.

Los profesores tienen un importante rol en la sociedad: son ellos, los responsables de
formar integralmente no sólo a niños y jóvenes, sino a todos aquellos que deseen aprender.
Algunas veces, incluso, su dedicación puede llegar a significar más que el propio entorno
familiar.

La Organización de Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco)


reconoce la importancia de los maestros en el mundo, no sólo porque su trabajo consiste en
que las personas adquieran conocimientos, sino también porque estos mismos aprendizajes
implican formarlos como seres humanos en diferentes ámbitos de la vida.

Durante los últimos 20 años, los países de América Latina han asistido a una ampliación,
diversificación e intensificación de la conflictividad social y política.1 Más allá de la
irrupción de nuevos sujetos en confrontación y la multiplicación de los escenarios de
conflicto, la mayor parte de los enfrentamientos tuvieron como protagonista principal al
sector asalariado (público y privado) sindicalizado y, en particular, al sector docente
(maestros y profesores). Si a esa constatación agregamos el hecho de que los estudiantes
universitarios – y, en algunos casos, las comunidades universitarias en su conjunto –
también han realizado numerosas acciones de protesta y de movilización reivindicativa,
resulta fácil advertir la centralidad que ha venido asumiendo el conflicto del campo
educativo en el terreno de la conflictividad social latinoamericana. Nucleados a través de
sindicatos y organizaciones y movimientos sociales docentes, estudiantes y otros actores
sociales y educativos, vienen litigando hace años con el Estado, sus funcionarios políticos y
cuadros técnico-administrativos. Ya sea en la lucha de barricada o en la arena de la
negociación, ya sea a través de modalidades tradicionales o mediante nuevas formas de
protesta, han venido disputando espacios, recursos, símbolos y beneficios públicos y
privados con los planteles estatales. En casi todos los países de la región, además, esas
luchas y negociaciones tuvieron como escenario sociedades y economías en crisis y, en ese
contexto, sistemas educativos debilitados, organizados central y burocráticamente,
desfinanciados y segmentados internamente. También, procesos de reformas educativas
integrales y fundantes que, bajo el lema de “la calidad, la equidad y la eficiencia” y una
importante movilización de recursos y estamentos públicos, pretendieron modificar de raíz
la estructura del sistema escolar, el currículum de todos los niveles y modalidades
educativas, la organización y la gestión de los sistemas y de los establecimientos
educativos, la cultura organizacional y las tradiciones de estas instituciones. Resulta
evidente que la mayor parte de los conflictos que tuvieron y tienen lugar en el campo
educativo latinoamericano han girado en torno a cuestiones específicas del campo docente,
a través de un conjunto de reivindicaciones históricas del sector. Estos conflictos docentes
parecen poner en tensión las pretensiones de cambio de las administraciones políticas de la
educación, con la constatación de una serie de situaciones en las que parece desdibujarse la
propia capacidad de éstas para garantizar las condiciones básicas de la escolaridad. Dicho
de otra manera: en América Latina, el aumento de la conflictividad docente parece estar
mostrando la distancia existente entre los ambiciosos programas de reforma educativa
implementados en los países de la región durante la década del ’90 y la fragilidad o
precariedad de las condiciones políticas, económico-financieras y normativas sobre las
cuales descansa la misma reproducción de los procesos de escolarización, al menos tal
cómo se habían venido perfilando durante el último siglo.

Una cronología de la acción sindical docente en América Latina (1998-2003)


Intentando construir una visión de conjunto de la intensa conflictividad que acompañó los
procesos de reforma educativa implementados en América Latina durante la última década,
nos proponemos presentar algunas de las informaciones básicas obtenidas a partir de un
estudio cronológico acerca de las acciones reivindicativas del magisterio, llevadas a cabo
por entidades sindicales del sector educativo entre 1998 y 2003.13 Dicho estudio tuvo
como objetivo principal mapear y compilar las principales estrategias de protesta docente
llevadas a cabo en 18 países de América Latina.14 Como ya mencionamos, cualquier
análisis que aborde las condiciones del cambio educativo en América Latina difícilmente
escape al reconocimiento de que los procesos de reforma han sido y son escenario de una
alta conflictividad, que tuvo y tiene como uno de sus actores más significativos a las
organizaciones magisteriales. Independientemente del juicio de valor que pueda hacerse
acerca de esas reformas, lo que parece ser un dato ineludible es que las mismas fueron, para
bien o para mal, campo de confrontación y disputa de intereses que, en algunos casos, se
tradujeron en momentos de protesta y acciones reivindicativas de larga duración y de una
no menos intensa acción represiva, criminalizadora o punitoria por parte de los gobiernos
nacionales en casi todos los países del subcontinente. A nadie se le escapa que, más allá de
la voluntariosa disposición concertadora que han manifestado los promotores de las
reformas, el conflicto ha sido la marca indeleble que acompañó los cambios
experimentados por los sistemas educativos latinoamericanos durante las dos décadas
pasadas. Tampoco deja de ser evidente que, en su papel de víctimas o victimarios, los
sindicatos docentes jugaron un papel central en este conflicto.
Conclusión

La heterogeneidad de los movimientos sociales hace harto difícil su comprensión;


sin embargo, en todos ellos hallamos. Ahora que la política oficial de Latinoamérica y los
movimientos sociales reflejan y canalizan profundas inquietudes humanas cargadas de
saludables intenciones y aun de utopía. Las graves injusticias y desigualdades que por
doquier se observan reclaman algo más que declaraciones de buenos propósitos por parte
de las instituciones. Surgen así los movimientos sociales como fenómenos alternativos o, si
se quiere, complementarios que pueden servir de revulsivo para las, cuando menos, lentas
actuaciones de la Administración. Mas no nos engañemos adoptando una visión idílica de
los movimientos sociales que nos lleve a creer que son la panacea. No olvidemos que estos
movimientos son muy variados en el fondo y en la forma, lo que hace poco aconsejable
calibrar a todos con el mismo rasero. Por otro lado, ya quedó dicho que no son pocos los
escollos con que se encuentran. En cualquier caso, es innegable que los movimientos
sociales constituyen nuevos fenómenos de participación y representan una corriente de aire
fresco que bien puede tonificar las conciencias e impulsar la renovación social en las
adormecidas democracias occidentales.
Bibliografía

Referencia electrónica
Arauco Chihuailaf, «Los indígenas en el escenario político de finales del siglo
XX», Amérique Latine Histoire et Mémoire. Les Cahiers ALHIM [En línea], 36 | 2018,
Publicado el 21 enero 2019, consultado el 21 mayo 2023. URL:
http://journals.openedition.org/alhim/7255; DOI: https://doi.org/10.4000/alhim.7255

Ricard Gomà / Gemma Ubasart

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