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Carlos Liscano

Si 11 0 fuera tan tri ste y doloroso sería cómico ver a un individuo,


presi d ent e de UIl país, ll amando a los ciudadanos a combatir a sus con-
dudadanns como si se tratara de invasores extranjeros. El Gobierno cu-
bano afir maba , y afirma, qu e es taban influenciados y financiados por
Estados Un idos. Todos los que se movilizaron nunca conocieron otro
l~obierno que no fuera el encab ezado por uno de los hermanos Castro.
¿Quién los for mó, de qu é modo?
Ver y oí r al presidente cubano causaba indignación. Porque si se tra-
taba de «vú ndalos», como dice el aparato de propaganda comunista, el
10bicrno debió recurrir a la policía y no a los matones armados con
palos q ue golpearon a quienes, cansados de miseria, pedían libertades.
Para la izquierda uruguaya, y latinoamericana en general, no ocu-
rrió nad a. Los civilizados dirigentes de la izquierda uruguaya, a los que
jamás se les ocurriría usar la palabra combate para referirse a las luchas
políticas con sus adversarios locales, no tuvieron nada para decir sobre
lo ocurrido en la isla.
Que la izquierda democrática no critique los abusos de los regíme-
n es comunistas, los ignore o les encuentre justificación, no es una nove-
dad. Cuando en los años sesenta y setenta se criticaba a la URSS y al
campo socialista, los comunistas del mundo decían que se trataba de
propaganda imperialista. Años después, cuando se cayó el muro de Ber-
lín , los comunistas consideraron que ya no tenía sentido hablar del asun-
to. Lo siguen considerando hasta hoy. Es decir, antes no se podía hablar
p orque eso «favorecía al enemigo». Después tampoco se podía hablar
p orque ¿para qué? Ya era demasiado tarde.
Acabado el comunismo, en la URSS las mafias se hicieron cargo del
pod er, se quedaron con las empresas de los Estados socialistas, crearon
ejércitos particulares, se apropiaron de las viviendas. ¿Qué dijeron los
comunistas y la izquierda latinoamericana sobre el particular? Silencio.
Quiero destacar que me refiero a la izquierda democrática.
Así pasa hoy con Cuba. Lula da Silva, no se sabe si como ironía o
como b rom a, dijo que sin el bloqueo de Estados Unidos la isla sería un
país como Holanda. Broma o ironía, en cualquier caso, habría que re-
cordarle al brasileño que en Holanda no han gobernado dos hermanos
durante los últimos sesenta años. Esa es una diferencia no menor entre
un Es tado sin tradición democrática ni republicana y otro con una
democracia sólida.
Carlos Liscano
,

En agosto volví a Estocolmo. Tres meses después, el 9 de noviembre


del 89, la televisión most ró có mo el pueblo alemán tiraba abajo el muro
de lkrlin mientras la policía del Es te miraba. El16 de diciembre se supo
por 1.1 ll'lcvisión que habia una insurrección en Timisoara, Rumania. El
25 de dickmbre la televisión mostró a Nicolae y Elena Ceausescu bajan-
do de un vehícu lo militar, detenidos por el ejército. Después seguía una
espel..-k dc juicio en el que Ceausescu gritaba que a él solo podía juzgar-
lo el ' ongrcso. Cuando intentaban atarle las manos a la espalda, Elena
se resistía y les decía a los soldados que podía ser su madre. Luego mos-
traban al matrimonio contra un muro. Había un corte en la grabación y
a ·ontinuación aparecían los dos cuerpos en el suelo. Diecisiete años
antes, en 1972, Fidel Castro había estado de visita en Bucarest para salu-
dar a Ceausescu. ¿Qué pensó cuando vio por televisión el fusilamiento
de su anfitrión?
En setiembre de 1991 la URSS reconoció la independencia de Esto-
nia, Letonia y Lituania. La televisión mostraba cómo estonios, letones y
lituanos insultaban en las calles con muchas ganas a los soldados del
Ejército Rojo, quienes no se animaban a reprimir. Los soldados, cuando
abandonaban a la carrera los países ocupados, amenazaban a quienes
los insultaban con que algún día volverían.
Después de los países bálticos, otras repúblicas soviéticas se declara-
ron independientes. El 9 de diciembre de 1991 Gorbachov anunció la
disolución de la URSS. También lo mostró la televisión. La revolución
bolchevique que Lenin condujo en 1917 estaba acabada. Se terminaba
el socialismo y la construcción del comunismo científico. En Europa
del Este comenzaba la construcción del capitalismo. El desconcierto de
los comunistas en el mundo, su comprensible dolor, dura hasta hoy.

2
En junio de 1989 no encontré en Uruguaya nadie que quisiera hablar
sobre 10 que pasaba en los países del bloque socialista europeo. Después
de 1991 (y hasta hoy), ¿para qué hablar de todo aquello? De ese modo se
impone el silencio sobre hechos que determinaron la historia de la hu-
manid.a~ y l~ vida de millones de personas que entregaron muchos ,m os
a la mIlItanCIa y defendieron con convicción y honestidad el socialismo
de la URSS. No solo eso: muchos pagaron con tortura, cárcel, destierro
y muerte la defensa de aquellas convicciones • Basto'
e ,
d' h . , .
1C O 1ron1ca y

._--
-

10 Carlos Liscano

conocido ese 0 1ro fracaso. La luch a era internacionalista y por eso nadie
dudaba dc que era correcto qúe los cub anos t ambié n inte ntara n liberar
frica .-' l.a liberación de todos los países del tercer mundo es tab a cerca-
na , C uba era el eje mplo, la vía e ra la luch a arm ad a . P a ra co nseguirlo era
ncccsario crcar dos, tres, m uchos Vietnam. Lo dijo P idel Cas tro el 26 de
julio dc 1960:'1 «y aquí, frente a la cordillera invicta, fre nte a la Sierra
-
1\11.;1cstra, promctúmonos a n osotros m ismo s, compromet ám onos a se-
uuir
~
haciendo de la patria el ejemplo ¡que convie rta la cor dillera de los
ndes en la Sicrra Maestra del continente americ ano! ».
Fide! C astro apoyó la invasión a Checoslovaquia, que se inició el 20
de agosto
....
de 1968. Para los fieles, solo había sido por razones geopolíti-
cas 7 estratégicas, todo a muy alto nivel. En nada afectaba la indepen-
d e n cia del pensamiento cubano. Por otra parte, ¿en qué nos afectaba a
los latinoamericanos lo que pasaba en un país europeo? En nada. Nos
afectaba lo que pasaba en el Congo, no lo que pasaba en Checoslova-
quia. La URSS era el sostén económico y militar de Cuba, eso era lo que
importaba. Lo hacía generosamente, respetando la soberanía y la auto-
determinación de Cuba, sin intentar imponer el estilo soviético.
El 23 de agosto de 1968 Castro lo justificó en la televisión cubana:
En Checoslovaquia se marchaba hacia una situación contrarrevolucio-
naria, hacia el capitalismo y hacia los brazos del imperialismo. Resultaba
imprescindible impedir a toda costa, de una forma o de otra, que este
hecho ocurriera [... ]. Nosotros preguntamos: ¿Serán enviadas también
las divisiones del Pacto de Varsovia a Vietnam si los imperialistas yan-
quis acrecientan sus agresiones contra el país y el pueblo de Vietnam
solicita esa ayuda? ¿Se enviarán las divisiones del Pacto de Varsovia a la

República Popular Democrática de Corea si los imperialistas yanquis


atacan a ese país? ¿Se enviarán las divisiones del Pacto de Varsovia a
Cuba si los imperialistas yanquis atacan nuestro país o incluso ante la
amenaza de ataque de los imperialistas yanquis a nuestro p aís si n uestro
país lo solicita?
Iniciada la invasión, los dirigentes checos ordenaron al Ejé rcito que
no opusiera resistencia. La gente, en especial los estudi a ntes, igual
r esistieron en las calles. El primer día de la ocupación hubo decen as de

----
3 La participación de Ern es to Che Guevara en la guerrilla d el C ongo oc urrió en 1965.
cuand o encabezó un co ntingente de 107 sold ad os y cu a tro m éd icos c ub anos en
? peraci ones .en las estribaciones montañosas del lago Tan gan ica.
4 f ? dos los dI sc ursos de FideJ Castro se encuentran en: <www.c uba .c u /gobierno/
dl sc ursos/>.
ubn. de eso lIl ejor 11; hnhlnr 13

uba: primer territorio libre de anal fabetismo. Cuba: primer territorio


libre de América. Para lo que sea, como sea y donde sea, comandante en
jefe, ordene. ¡Pim pom fuera: abajo la gusanera! Se acabó la diversión:
llegó el comandante y mandó a parar. Cuba sÍ, yanqui.s no. El largo la-
garto verde. Patria o muerte, venceremos. Fidel, seguro, a los yanquis

dale duro. El deber de todo revolucionario es hacer la revolución. Hasta


la victoria siempre. Será mejor hundirnos en el mar antes que claudicar.
Socialismo o muerte.
Años después, ya en la cárcel, nos enteramos de otra maravilla de la
Revolución cubana, aunque esta ya nos hizo dudar y hasta reír. Se trata-
ba de la existencia de Ubre Blanca, una vaca prodigiosa, récord en
el mundo en la producción de leche, «creada» por iniciativa de Pidel
Castro. Con esa vaca Cuba pasaba a la vanguardia mundial en la produc-
ción de lácteos y pronto también lo haría en la producción de carne, el

«oro rojo», que decía Castro. Argentina y Uruguay no llegarían jamás a


alcanzar el nivel en producción de carne al que iba a llegar Cuba. Ya se

vería, todo era cuestión de tiempo. El socialismo lo iba a demostrar.


Hace no mucho pude ver Vaca de mármol,s documental sobre la pobre
Ubre Blanca. Hoy, 2022, en Cuba solamente toman leche los niños me-
nores de siete años. Cuando hay.
El teólogo Frei Betto, compatriota de Lula da Silva y amigo de Pidel
Castro, publicó un artículo en Granma este 24 de diciembre de 2021
donde dice que «En Cuba no hay hambre. ¡Pero los cubanos tienen
mucho apetito!».6 Si no fuera de mal gusto podría contestársele que los
brasileños que pasan hambre también padecen el mal cubano: son co-
7
milones. Y, para seguir a Lula da Silva, los brasileños no son holandeses
por culpa del imperialismo. La oligarquía brasileña no tiene nada que
ver con la miseria de Brasil.
Podría seguir, páginas y páginas, exponiendo irónica y dolorosamente
el modo de pensar de más de una generación de latinoamericanos sobre
Cuba. En eso creíamos y, por más inmaduro que parezca, luchábamos
para conseguir algo parecido para nuestros países. No solamente gente
5 Enrique Colina. 2013. Disponible en:
<www.youtube.com/watch?v=cWGHLcrhuYw>.
6 «Cuba y el pan nuestro de cada día». Disponible en: <www.granma.cu/cuba/2021-
12 -24/cuba-y-el- pan -nuestro-de-cada-dia-24-12-202 1-20 - 12-03 >.
7 Véase Naira Galarraga Gortázar. «La pesadilla de acost¡,rse sin cenar vuelve a Brasil».
El País, 30 de enero de 2022, elpais.com/ internac io naI/2Q22-0 1-30/ la- pesadilla-de -
acostarse-sin -cenar-vuel ve -a -b rasil.h tml.
,

Carlos Liscal10

de izquierd a. A la cree ncia se sumaro n cristianos, clase m edia, intelec-


tuales. La «causa» merecía todos los sacrificios individuales, toda pos-
tergación, toda renun cia perso na l, al trabajo, a la profesión, a la familia.
1ncluso a la vida se podía renunciar. Y se hacía.
A la distancia parece imposible que argumentos tan poco sosteni-
bIes políticam ente, tan antiintelectuales, hayan recibido el apoyo de tantos
intelectu ales. Fue una época de irracionalidad en todo el sub continente,
irracionalidad de izquierda y de derecha, con regímenes dictatoriales
criminales, todos apoyados por Estados Unidos .

3

Pero no todo era silencio. O por lo menos había intentos de superar el


acuerdo «de eso mejor ni hablar».

El 30 de diciembre de 2015, Brecha publica una nota de Mariana
Contreras y Daniel Gatti:
Pocos, poquísimos temas han provocado tanto debate crispado, tanto
enojo y desencuentro como Cuba y su revolución [oo.], ni las muchas
tapas críticas con el Gobierno del Frente Amplio tensaron tanto las rela-
ciones como lo hicieron las coberturas sobre la isla, al punto de provocar
el alejamiento de compañeros y lectores.
La irritación de «compañeros y lectores» se fue acumulando. Uno de
los responsables de esa irritación fue Ernesto González Bermejo quien,
según Eduardo Galeano, «Era fanático. Fue fanático con Cuba a favor,
en contra, todo. Golpeaba la mesa, se calentaba».
González Bermejo había vivido diez años en la isla y tenía una hija
cubana que seguía viviendo allí. Había trabajado en Prensa Latina, la
agencia de noticias cubana, y «era en cierto modo un hombre de
la revolución». Tanto es así que había colaborado con la revista Verde
Olivo, la más retrógrada publicación de la isla en el debate sobre la li-
bertad de expresión y la autonomía de los escritores. Verde Olivo es el
órgano oficial de las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR). Fue el pri-
mer medio de prensa creado por el Gobierno de Fidel Castro al llegar al
poder. Tení a opinión sobre la creación literaria en general y «bajo el
socialismo» en particular e influía en todos los debates defendiendo las
. . , . .
pOSiCiones mas reaCClOnanas.
González Bermejo escribió en Brecha una crónica muy elogiosa so-
bre una niña criada en la revolución (que era su hija) cuando vio la
ll ba, de cso mcjor 11; /wh/ilr 15
,

mi seria y las injusticias de la sociedad capitali sta francesa. Hasta ahí iba
si n problem as. Pero algo cambió en Cuba, o en el periodista. O en am-
bos. En 1989 envió desde La Haban a un artículo sobre el juicio al gene-
ral Arn aldo Ochoa y o tros tres funcionarios acusados de «delitos contra
la patria, abuso en el cargo y tráfico de drogas» . En ese artículo Gonzá-
lez Bermejo responsabili za de los h echos al Gobierno cubano, corrom-
pido por el «sociolismo »: «un sistema de relaciones espurias, ni socia-
listas, ni capitalistas, que hacen que el «socio': que el amigo, merezca por
el hecho de serlo fiabilidad política, nuestra confianza, nuestra protec-
ción y, llegado el caso, nuestra complicidad».
También escribió para criticar al Gobierno de Fidel Castro por la «mala
administración» yel «voluntarismo en materia económica», que condu-
cían a «fracasos terminantes», y denunció la burocracia, el ausentismo y
la corrupción en el Estado cubano. '

Los «compafleros y lectores» seguían soportando sin quejas las opi-
niones del periodista. Hasta que en 1992 escribió una crónica descri-
biendo las angustias cotidianas de los cubanos, las restricciones de agua,
los cortes de luz, las colas para comprar comida, los salarios miserables,
los precios del mercado negro, la corrupción y hasta el hambre: «Es
innegable que se pasa hambre en Cuba». Y explicaba:
Se puede discutir cuáles son las causas de esta situación -desde el doble
bloqueo a los viejos errores de los propios cubanos- pero no que el vía
crucis de la subsistencia diaria ha creado un estado de irritación, desgano
y abatimiento en la población [oo.]. La famosa «libreta» de abastecimientos
no siempre es puntual, ni siquiera, aunque con retraso, enteramente
cumplidora. Tomemos el ejemplo real de lo recibido en setiembre de
1992 por una ciudadana: 2 quilos % de arroz, igual cantid~d de azúcar,
1,4 de pollo, 1,4 litro de aceite, un frankfurter (perro caliente), distintas
verduras (pocas y después de larguísimas colas), algo de carne para
picadillo, dos pescaditos chicos, y un panecillo diario. Leche, hay solo
para los menores de siete años.
Lo anterior contrastaba, decía el periodista, con lo que se ofrecía a
los turistas extranjeros, que convertía la situación casi en un «apartheid».
A los turistas se les permitía acceder a buena comida, en buenos h ote-
les, donde nunca faltaban el agua ni la electricidad.
Una semana después intentó suavizar las críticas. Los responsables
de la situación eran el bloqueo de Estados Unidos, la caída del bloque
socialista y algunos errores propios del Gobierno cubano. Pero ya h abía
viol ado el límite establecido por algunos «compañeros y lec tores» . El
l6 Carlos LÍscano

semanari o empezó a reci bir llamadas telefónicas, le llegaron cartas acu-


sa ndo a la dirección de m antener un a línea «anticubana».
Las ríticas siguieron hasta 1993. Entonces González Bermejo publi-

có un artículo que fue decisorio. Había estado en Cuba como jurado en


1 concurso de periodismo José Martí. En carácter de tal, participó en ' •

da bacanal» de la que disfrutaban todos los jurados. Comparaba esa


vida con la que llevaban sus amigos cubanos
en sus viviendas venidas a menos, descascaradas y sin artefactos sanita-
rios esenciales que se rompieron hace años y sé que no tienen otra cosa
que comer, ese día, que un poco de arroz con huevo y el panecillo coti-
diano que les corresponde.
Se ponía en el lugar del «cubano de a pie» y se despegaba de los «in-
vitados especiales», las «embajadas solidarias», los «turistas» o los «pri-
vilegiados», entre quienes estaban algunos de los que lo criticaban.
A partir de ahí las protestas, seguidas de renuncias, se intensifica-
ron. «Un sarampión de intolerancia ha brotado entre nosotros», escri-
bió Hugo Alfaro, director del semanario, cuando ya el debate llevaba
más de medio año.
Entre los ofendidos estaban Idea Vilariño, Miguel Ángel Nieto, co-
rresponsal en España, Celiar Silva Reherinann, Coriún Aharonián, Mario
Benedetti, Graciela Paraskevaídis.
Idea Vilariño escribió una columna, «¿A quién acusa la pobreza?».
Se refirió a González Bermejo con palabras muy duras. Habló del
«sarcasmo» y el «desdén» del periodista al exponer las carencias del
país caribeño:
GB afirma, como si fuera verdad, que todos los demás (que enumera)
fingimos ignorar los hechos que él tan gozosamente aporta. Pero todos
sabemos -detalles más, detalles menos- cómo es la situación en la isla
[... ]. Sabemos también de los errores y fallas del Gobierno revoluciona-
rio, de Fidel, de burócratas, que aportaron lo suyo [... ], también sabemos
que Cuba no estaría padeciendo las graves carencias que padece, ni mu-
cho menos, si no fuera por los bloqueos. Y sabemos, además, que dentro
de la difícil situación se ha privilegiado lo que más lo m erece: los niños
que siguen teniendo su litro de leche, la salud que sigue atendiéndose
gratuita y eficientemente. Ciertos rubros como la biotecnología y los
productos farmacéuticos, frutos del excelente nivel de la pléyade de cien-
tíficos, hij a no de la «ayuda que se escurrió de las m anos» sino de la que
aprovechó muy inteligentemente, productos gratuitos para los cubanos
y, por excepcionales, buena fu ente de divisas. .
Cuba, de eso mejor ni /wbJ.1 r 17

Pa ra Coriún Aharonián:
Brecha mu chas veces dio lugar a las fiebres anticubanas con un dejo de
morbo, confundía n el morbo con la democracia, con la pluralidad. Era
un o de esos momentos que aparecen cada tanto, en que queda chic
pegarle a Cuba. A menudo hay maquinarias detrás de eso. Bermejo se
había subido a esas campañas. En un momento aparece su hija quej án-
dose porque en Cuba no podía ser astronauta, pobrecita ella. Y no se
decía en el artículo, firmado por Bermejo, que se trataba de su hija. Era
histórico, asqueante.
En 2012 Eduardo Galeano reflexionó acerca de las críticas de Mario
Benedetti en aquel momento:
Eran muy respetables. Uno tiene el, derecho de elegir lo que va a leer.
Creo que Mario nunca estuvo contra Brecha, en absoluto. Sí que pudo
haberse alejado a raíz de algunos artículos publicados que no le gusta-
ron. Pero creo que ese era un problema de Mario, no de Brecha. Mario
tenía que aceptar que las cosas cambiaran y lo bien que le habría venido
a Cuba abrirse a la diversidad dentro de sus propias fronteras y aceptar
multiplicidad de opiniones. No ocurrió y ahora está pagando las conse-
cuencias. Lo lamento por Cuba, pero no me parece que desde afuera se
la ayudara cuando todo lo que no era aplauso se confundió con una voz
enemiga, con una traición. Discrepar no es traicionar.
Lo anterior es una muestra de cómo en Uruguay se cumplía con la
consigna, nunca enunciada de modo claro y abierto, «de eso mejor ni
hablar».

4
¿Por qué en 1989 yo tenía esa impresión acerca de lo que pasaba no solo
en la URSS sino en todos los países socialistas del este de Europa? Mi
conclusión no partía de análisis políticos ni económicos para los que no
estaba ni estoy formado. Mi conclusión tenía origen en las noticias de la
prensa sueca. Bastaba ver el informativo de la televisión para imaginar-
se el final. En toda Europa occidental se sabía lo que se avecinaba. La
izquierda europea no hacía nada, más que callarse y esperar. No creo
que pudiera hacer mucho.
En 1989 yo tenía dos experiencias que me llevaban a acep tar que lo
que decían las noticias de la televisión podía ser verdadero y no solo
campañas de desprestigio de la prensa capitalista. Mi error fue tratar de
hablar de estas cosas. Eso es así todavía hoy. Llevo meses pensando en
escribir esto y no sé si debo. ¿Es necesario? No sé si no es mejor seguir
18 Carlos LÍscano

en silencio. No es toy hab lando de lo que les pasó a otros. Hablo de lo


que me pasó a mí, qu e también fui creyente, fervoroso defensor de la
Revolución cubana, adm irador del Che. Muchos amigos míos acabaron
en la d rccl por defe nd er esas ideas. Algunos murieron. Casi todos éra-
.,
mos mu y Jovenes.
El silencio obligado de 1989 era idéntico a otro silencio, ocasionado
por idénticos motivos, al que había sido sometido dos años antes.
En 1987 había es tado un mes y medio en La Habana y en 1988 una
semana en Leningrado. Esos dos viajes cambiaron mi forma de ver el
mundo. Las noticias de la televisión en 1989 confirmaban lo que yo ha-
bía intuido en esos dos viajes. El socialismo era una ilusión de millones,
pero Cuba y la URSS eran un desastre económico, social, político. Por
encima de todo eran, para mi modo de pensar entonces, un desastre
moral. Eran regímenes dictatoriales en los que no existía la libertad de
expresión ni de reunión ni de cátedra, donde gobernaban burócratas
que, apoyados en la Policía y las Fuerzas Armadas y en un ejército de
civiles delatores, explotaban al pueblo. En nombre del pueblo vivían del
pueblo. Ninguna diferencia con otras dictaduras. En cualquier caso, las
dictaduras de derecha tenían término. En cambio, el socialismo, en ca-
mino hacia el comunismo, iba a ser eterno e incambiable.
El socialismo real era una patraña inventada por la propaganda co-
munista y por la obsecuencia de quienes no se atrevían a criticar porque
no querían quedar en evidencia. La izquierda democrática, si criticaba,
era acusada de estar al servicio de la derecha.
Lo que se sabía en 1989 sobre la desastrosa realidad de la URSS y los
países socialistas era prácticamente nada comparado con lo que se ha
conocido en los últimos treinta años. Sociedades gobernadas por buró-
cratas corruptos y criminales que, cuando los regímenes implosiona-
ron, se transformaron en mafias que acabaron robándose todo. El es-
pionaje y la delación como forma <<normal» de control y dominación de
los ciudadanos. La Sta si de la República Democrática Alemana (RDA)
iba a ser ejemplo de lo anterior.
Yo no predecía ni adivinaba, solo me guiaba por las noticias que eran
públicas y a las que cualquiera que viviera en Europa podía acceder.
¿Cómo tomaba esos hechos la izquierda uruguaya, mis amigos? Hasta
hoy no lo sé. Lo que sí sé es que no pude trasmitir a nadie mi visión
sobre lo que iba a pasar en la URSS porque nadie quería escuchar.
Cuba, de eso mejo ,. /J; ¡¡abla,. 19

Tre inta y dos ai10S después ocurre algo similar con Cuba. Hoyes
pdcticamente imposibl e hablar con amigos de izquierda sobre Cuba, a
menos que sea para elogiar el socialismo cubano y denunciar el bloqueo
de Estados Unidos. No se puede criticar nada ni poner en duda la viabi-
lidad del proyecto cubano. Si no es para elogiar al régimen de los her-
manos Castro, cualquier cosa es contrarrevolucionaria, proimperialista,
cipaya. Durante muchos años yo también me he atenido a esa norma de
la izquierda uruguaya y latinoamericana. No he querido tener proble-
mas con amigos y compañeros con quienes nos conocemos desde hace
más de cincuenta años. No defiendo la Revolución cubana, pero tam-
poco digo lo que pienso sobre ella. Me informo, estudio, leo la prensa, y
cierro la boca.
Cuba es un país muy pobre y no a causa del bloqueo sino porque no
produce nada. En Cuba no hay libertades de ningún orden. Es la dicta-
dura del Partido Comunista. Más concretamente: es la dictadura de la
familia de Fidel Castro y de un pequeño grupo de generales y de buró-
cratas que durante seis décadas aceptaron y aplaudieron los delirios
mesiánicos del jefe, como el proyecto de la vaca titánica que inundaría
la isla de leche. O la Ciudad Nuclear de Juraguá, con los reactores ató-
micos soviéticos bajo la dirección del hijo de Fidel Castro. Iba a ser el
Chernóbil caribeño. Por suerte no fue nada porque la URSS desapareció
y Cuba no tuvo recursos para seguir con el proyecto disparatado del
comandante en jefe. Hoyes una monstruosa estructura de cemento agrie-
tándose en el campo, rodeada por un grupo de gente a la que traslada-
ron allí, que iban a ser los privilegiados habitantes de la Ciudad Nuclear.
. Cuando salí de la cárcel, en 1985, seguía siendo partidario de la Re-
volución cubana, pero tenía mis aprehensiones. En la cárcel había ha-
blado con compañeros que estuvieron entrenándose en Cuba en 1970,
en particular con el más locuaz de todos ellos, el periodista Samuel BlL"Xen.
También compartí la celda con el Cholo González, dirigente cañero que
había estado exiliado en Cuba y al regresar de modo clandestino fue
apresado, torturado y metido en la cárcel de Libertad.
En aquel tiempo mis dudas eran abstractas. Recuerdo que en una de
las charlas le pregunté a Blixen cuál era la diferencia entre el Estado
cubano y el Partido Comunista. Porque de los cuentos que se hacían
parecía que fuera del Partido Comunista, constituido por una minoría,
no había ciudadanos. ¿Qué pasaba con los que no eran comunistas? Por
IIl);!. de eso /11 (-10 1' ni /Wbl.11' 21

habría termin ado preso. Y motivos no faltaban. La falta de libertad era el


mús notorio. La soberbi a de fun cionarios del Partido Comunista era otro.
Era evidente que hahia, a primera vista, dos categorías de personas, como
si fueran razas: la de los dirigentes comunistas y sus familias, una ínfima
minoría, y la del res to, qu e eran casi todos los cubanos.
Entendí en La Habana que si aquello era socialismo, yo no lo quería
para Uruguay. Empecé a entender que la sociedad uruguaya tenía insti-
tuciones republicanas sólidas, creadas a lo largo de decenios por los par-
tidos de derecha, y hábitos de convivencia que en Cuba no solo no se
conocían; además, el Gobierno cubano no tenía ningún interés en fo-
mentar algo similar en la isla. Cuando preguntaba por qué no había
cooperativas de producción me decían que eso era puro capitalismo. El
comandante en jefe detestaba las cooperativas. ¿Por qué los cubanos no
podían viajar al exterior, como cualquier latinoamericano? La respuesta,
como para tantas preguntas, era el silencio, la cara de temor, el gesto de
«eso aquí no se habla».
El silencio en Montevideo de 1989 me recordó que, en 1987, cuando
volvimos de La Habana a Estocolmo, no pudimos contar a nadie nues-
tras impresiones. Ni uruguayos ni latinoamericanos ni suecos querían
escuchar lo que habíamos conocido. ,

Decían que exagerábamos o que habíamos mirado con una visión


«capitalista» lo que debía ser visto desde la óptica del «socialismo». La
reacción más violenta de los interlocutores se producía cuando les decía
que lo del hombre nuevo era una fantasía, una invención mayúscula. En
Cuba ya nadie se creía ese cuento de connotaciones religiosas. N o
conseguimos que ningún cubano, de las decenas que conocimos, quisiera
hablar en serio sobre el hombre nuevo. Lo máximo que lográbamos era
una sonrisa, ya veces una carcajada: «Deje eso, asere».
Hoy Cuba es un asunto que no se puede tratar con amigos de iz-
quierda. He dedicado los últimos cuatro años a leer sobre Cuba, traba-
jos de prensa, libros, investigaciones académicas. Cuando intento decir
algo, incluso gente que nunca estuvo en Cuba ni ha leído nada sobre la
realidad cubana me dice que tengo una visión «distorsionada», m e ha-
blan del bloqueo, etc. Hace un rato pasé frente al Palacio Legislativo. En
un muro, con grandes letras negras y sin firma alguien escribió: «Fuera
gusanos» . Supongo que el m ensaj e es tá dirigido a los cubanos que vie-
nen a vivir a Uruguay. Todavía hay entre nosotros quienes, com o hace
sesenta años hacíamos los jóvenes de izquierda, a quien se va de Cuba lo
Carlos Liscano

ll aman gus;/llo . En C ub a, adcmás, como si el país fuera un gran cuartel,


a los que se van les di ccn desertores.

5
Hace dos aíios, en el terreno lindero con el fondo de mi casa, se constru-
yó un edificio de tres plantas. Cuando la obra estaba casi terminada pu-
sieron un sereno por las noches para cuidar la propiedad. Era invierno,
hacía mucho frío . El sereno tenía solamente un techo muy alto donde
resguardarse. Ponía unas chapas y se guarecía en un rincón. La segunda
jornada, de nochecita, cuando lo descubrí, me acerqué al tejido y lo sa-
ludé. Me puse a su disposición. Si quería té, café, agua caliente, algo para
comer. Entonces me enteré de que era cubano.
Conversamos un poco en los días sucesivos. Le pregunté cómo esta-
ban las cosas en Cuba. Yo sabía que en esos días, y desde hacía mucho,
era difícil encontrar comida, que el transporte apenas funcionaba. Me
dijo que eso pasaba porque no estaba «el comandante en jefe».
¿Pidel Castro?
Sí, claro.
¿Y qué podría haber resuelto Fidel?
Todo.
Me contó que hacía tres meses que estaba en Uruguay. En Cuba era
policía en <<una provincia».
Le dije, en broma, que entonces era de los que se dedicaba a reprimir
al pueblo.
Que no, que la policía estaba para mantener el orden.
Así seguimos durante un rato. De pronto me habló del almacén que
está frente a la obra. Un pequeño comercio que es de Teresa, vecina de
muchos años en el barrio, que trabaja con su hermana. Le pregunté cuál
era el problema con el almacén.
Que en Cuba eso no pasaba.
¿Qué era lo que no pasaba?
Que «esa gente» tuviera tantas cosas. Que había que decomisarles todo.
¿Por qué?
Porque estaban acaparando.
e ulm. de eso Ill ejo r ni !w/¡/nr 23

No, no estaban aca parando, vendían lo que co mpraban, Pagaban


impuestos y prestaban Ull servicio a los veci nos, Cualquier ciudadano
podía abrir un almacén donde quisiera si cumplía con las normas,
¿Y de dónde sacaban lo que vendían?
Lo com praban a otros, que también pagaban impuestos,
¿Yesos otros, cómo conseguían las cosas?
, Algunos las compraban, otros las producían ellos mism os.
La almacenera, le dije, era solidaria y muy querida en el barrio. Cuan-
do un vecino necesitaba algo y no tenía plata, Teresa se lo fiaba. Si él, el
cubano, necesitaba comida, leche, pan, y se lo pedía, seguramente la
dueúa se lo iba a dar sin pagar.
La conversación no continuó porque perdí las ganas de hablar con
él. Todas las noches lo saludaba, pero no hablamos más. No sé si lo que
me dijo era verdad. Si en realidad hacía tres meses que estaba en Uru-
guay, si en Cuba era policía. Podía ser un infiltrado por el Gobierno de
la isla para vigilar a los cubanos residentes en Uruguay. De lo que no me
quedaron dudas fue del carácter primitivo del individuo. Un ser criado
y mantenido por el Estado para quien el trabajo y el esfuerzo individual
son un defecto social, casi un delito. Su cabeza no llegaba a hacerse la
idea de que alguien pudiera tener un pequeúo almacén y viviera de eso,
sin estafar a nadie y prestando un servicio a la comunidad. Así lo for-
maron. No era precisamente un «holandés» víctima de bloqueo, como
quiere Lula da Silva. Era una criatura víctima de la educación «socialista»
caribeúa, una bestia a la que le iba a costar mucho adaptarse a las cos-
tumbres de una democracia pobre y real como la uruguaya.
No es difícil encontrar los orígenes de su «ideología». El 13 de m arzo
de 1968, cuando daba comienzo la «ofensiva revolucionaria», Castro dijo:
¡Señores, no se hizo una revolución aquí para establecer el derecho al
comercio! Esa revolución ya la hicieron en 1789, fue la época de la revo-
lución burguesa [... ], fue la revolución de los comerciantes, de los bur-
gueses. ¿Cuándo acabarán de entender que es ta es la revolución de los
socialistas, que es ta es la revolución de los comunistas ? [",] De manera
clara y terminante debem os decir que n os proponemos eliminar toda
manifes tación de co mercio privado [".] , hay que decir que no tend rán
porvenir en este país ni el co m ercio ni el trabajo por cuenta propia ni la
industria privada ni nada. Porque el que trab aja por cuenta propia que
pague entonces el hospital, la esc uela, lo pague todo, ¡y lo pague ca ro!
24 Carlos Liscano

En rel" ión a lo anterior me parece ilustrativa la opinión de Fidel


"'astro respecto a la dife rencia entre ricos y pobres. Cuando Ignacio
Ra monet le pregun ta sobre la co rrup ción, Castro le expone una rara
concepción sobre en qu é son distintos los ricos de los pobres. Según el
comanda nte en jefe, en Cuba

des cub rim os que había una cultura de los ricos y una cultura de los po-
bres. La de los ricos, muy decentes: compro, pago. La de los pobres: ¿cómo
m e consigo esto aquí?, ¿cómo le robo al rico y al que sea? Muchas fami-
li as humildes, buenas, patriotas, le decían al hijo que trabajaba, por ejem-
plo, en el sector hotelero: «Oye, llévate una sábana, llévate una almoha-
da, tráe me esto, tráeme lo otro». Esas actitudes nacen de la cultura de la
pobreza, y cuando se hacen los cambios sociales para cambiar todo eso,
los hábitos perduran mucho más tiempo.8
Siguiendo la concepción de Castro habría que pensar que en Cuba
la corrupción se origina entre los pobres. Los dirigentes del Partido
Comunista y jefes militares no son proclives a la corrupción. Tampoco
los niños bien de la familia Castro.

6
Es incomprensible la relación de la izquierda democrática uruguaya y
latinoamericana con Cuba, la aceptación acrítica de todo lo que pasa en
la isla, una dictadura conducida por dos hermanos. Pero mucho más
incompresible es la actitud de los profesionales de las letras hoy, repi-
tiendo la conducta de los colegas de los años sesenta y setenta.
Esto acaba de ocurrirme y me obliga a incluirlo en esta reflexión
sobre Cuba. El 24 de octubre de 2021 fui invitado a colaborar en el si-
guiente número de [sic], revista de la Asociación de Profesores de Lite-
ratura del Uruguay (APLU). El número estaría dedicado a tratar literatura
y derechos humanos. Contesté que, en principio, me interesaba. Como
el asunto es muy vasto y podía tener implicaciones políticas, llamé a un
amigo vinculado a [sic]. Le dije que me parecía interesante y necesario
escribir acerca de la influencia cubana en los años sesenta y setenta
sobre los escritores latinoamericanos. El Gobierno de Castro reprimió
escritores, los encarceló, censuró su obra, les prohibió viajar al exterior.
A lo que se sumaba la represión a los homosexuales como política de
Estado que llevaron adelante incluso otros artistas y algunos sindicatos.
8 Ignacio Ramonet. Cien horas con Fidel. La Habana: Oficina de Publicaciones del
Co nsejo de Estado, 2006.
Cuba, de eso m ejor]Jj hablar 25

Ante eso, los escritores latinoamericanos hicieron silencio o directamente


apoyaron la persecución. De ese asunto me interesaba escribir.
Mi amigo me dijo que le parecía que ese no era el enfoque que la
revista pretendía. En la conversación quedó claro para ambos que un

trabajo como el que yo proponía podía causarle problemas a [sic}, una


revista de un gremio culto y muy informado cuyos miembros probable-
mente tuvieran posición tomada sobre el particular y no aceptarían mi
punto de vista. Algunos integrantes de APLU protestarían y mi artículo
podía transformarse en «un caso» político que afectara la buena marcha
del gremio y afectara negativamente a la revista. Mi artículo podría tam-
bién causarle problemas a la coordinadora.
El amigo me sugirió que hablara otra vez con la coordinadora de
[sic} y le presentara mis dudas. Así lo hice al poco rato, el mismo 24 de
octubre. La coordinadora me dijo que no veía inconvenientes en que yo
escribiera lo que quisiera, pero que quizá era mejor que ella «consulta-
ra». No me dijo a quiénes consultaría, pero supuse que era a la dirección
de la revista y a sus asesores.
El 27 de octubre me envió un mensaje de voz. Hecha la consulta
«con parte del equipo de la revista» habían llegado a la conclusión de
que lo que yo proponía iba en «otra dirección» respecto a la mayoría de
los trabajos que se presentarían, que iban a ser «textos centrados en los
problemas de la escritura», «en una experiencia de creación que eviden-
temente marca otra dirección en relación» a lo que a mí me interesaba.
Mi texto requería «otro contexto». Me propuso «dejarlo en suspenso y
conversarlo más adelante». Agregó que, si estuviera dispuesto a escribir
sobre otro asunto, «planteado como problema de escritura y creación
literaria [... ] las puertas» de [sic} se mantenían abiertas.
En síntesis: mi artículo no tenía cabida en la revista y tal vez en el
futuro, algún día, podría convocarse a un número temático sobre el in-
telectuallatinoamericano y entonces yo podría opinar lo que me pare-
ciera. Pero solo entonces.
El resultado cumplía con lo que es previsible cuando se trata de Cuba.
El problema no radica en la coordinadora de [sic} ni en sus asesores. El
problema está en las limitaciones ideológicas y políticas de la izquierda
latinoamericana y de los profesionales de las letras. Es el temor a opinar
sobre lo que pasó y pasa en Cuba. Temor a la censura de los colegas, al
marginamiento en la profesión. Cuba marca «el límite de lo decible»,
como dice Claudia Gilman. Se puede hablar de las violaciones a los

Carlos Liscano

dcrcc hos hUIll<l1l0S co nl etid as por las dictaduras en cualquier país, o


COllll'l idas por el sistema neolibera\. Se puede hablar del conflicto de
Al1tígOI1<l. Se puede hablar de las formas de violación de los derechos
humanos en la ciencia ficción y en Shakespeare. No se puede hablar de
Padilla, ni de Arrufal, ni de Arenas, ni de Piñera, ni de Lezama Lima.
No se puede hablar de la actitud cómplice y deleznable de García
Múrque z co n la dictadura cubana, no se puede hablar de la conducta
patética y ge nuflexa de Cortázar frente al régimen de Castro y a la
burocracia intelectual cubana que lo ninguneó toda la vida, Haydeé
Santamaría, Fernández Retamar y adláteres.
Es imposible decir algo sobre Cuba que no sean elogios al Gobierno y
a los Castro o quejas sobre el bloqueo. Ni siquiera en una revista literaria
se puede. Como diríamos hace medio siglo, la lucha continúa.

1
Noviembre de 2021. Pese a que la izquierda no quiere saber, no quiere
enterarse, no quiere ver, Cuba vuelve a ser asunto de discusión pública.
Para el 15 de noviembre se planeaba en la isla una «marcha cívica por el
cambio», que buscaba ser continuación de las históricas manifestacio-
nes de cuatro meses antes, el 11 de julio, que hicieron saber al mundo
que en la isla existe una oposición popular.
Las manifestaciones de julio fueron espontáneas y tomaron de sor-
presa al régimen. En noviembre el aparato represivo estaba prevenido y
evitó la protesta a fuerza de amenazas, garrote, detenciones arbitrarias.
Hace dos años se aprobó una Constitución según la que el cubano es
un «estado socialista de derecho». El nuevo documento establece liber-
tades y derechos básicos. El país es una república
fundada en el trabajo, la dignidad, el humanismo y la ética de sus ciuda-
danos para el disfrute de la libertad, la equidad, la igualdad, la solidari-
dad, el bienestar y la prosperidad individual y colectiva [... ]. Todas las
personas tienen derecho a la vida, la integridad física y moral, la liber-
tad, la justicia, la seguridad, la paz, la salud, la educación, la cultura, la
recreación, el deporte y a su desarrollo integral [... ]. El Estado reconoce,
respeta y garantiza a las personas la libertad de pensamiento, conciencia
.,
y expreSlOn.
Vale decir: de acuerdo a la Constitución las manifestaciones oposi-
toras son legales y lo que es ilegal es la brutal represión de las protestas y


liba, de eso m ejor /Ji hablar 27

las deten ciones por protestar, que a veces van seguidas de condenas a
años de cárcel.
Pero en Cuba hay dos legalidades, una establecida en el papel y otra
para la burocracia gobernante que decide qué es legal y qué no. Como
dijo Díaz-Canel: «La calle es de los revolucionarios». ¿Y los otros, qué
hacen, no salen nunca de su casa?
La Constitución no rige para el aparato de seguridad, que funciona
como si viviera en estado de excepción permanente desde hace sesenta
años. Pero aquella revolución, que pudo justificar esas medidas excep-
cionales, hace décadas que no existe. Esto es lo que no quiere aceptar la
burocracia gobernante cubana.
Los dirigentes, la élite y las familias que disfrutan de las prebendas
del poder viven en un pasado que quedó congelado. Son piezas de mu-
seo que serían ridículas si no causaran tanto sufrimiento como causan a
millones. Igual que las sanciones de Estados Unidos, de dudosa efecti-
vidad considerando que Cuba mantiene relaciones con China, Europa y
América Latina. El embargo o bloqueo es un argumento para el régi-
men, justificación política e ideológica que vuelve a la isla símbolo de
«nación agredida», cuya población, incluidos los «cuadros» del Partido,
come pollo norteamericano todos los días, o por lo menos cuando hay.
Cuba no es un país revolucionario, no es una amenaza para EE.UU.,
su economía consiste en repartir la miseria. No tiene misiles como en
1962. La supuesta amenaza de Cuba a EE.UU. es un arcaísmo heredado
de la Guerra Fría. No existe algo que pueda considerarse «pensamiento
cubano» que estimule a los movimientos revolucionarios. En todo caso
el pensamiento cubano es retrógrado, antidemocrático.
El régimen de partido único, el poder de la burocracia política y mi-
litar no son respuesta al bloqueo ni consecuencia de él, sino herencia
del modelo soviético. El Che Guevara ya no amenaza ni asusta a nadie,
sus ideas no le interesan a nadie. Cuba no tiene nada para ofrecer a
ninguna sociedad ni a ninguna política. El mito del guevarismo, igual
que el del pequeño país liberado a pocas millas del imperio, se terminó
hace años.
Después del 68 los europeos de izquierda buscaban inspiración en
otras partes. Entonces se fijaron en Cuba. Al desprestigio de la URSS se
le oponía el brillo del castrismo, que era lo nuevo, lo puro. Hasta que
años después los europeos, por ejemplo los españoles, se aburrieron de
--~-- - ,-- ' - .
Carlos Liscano

~ as t ro )'
dcsC\l br ic ron qu e en la Uni ón Europea, protegidos por la OTAN,
se vive mu cho mejor qu e en la dic tadura carib eña.
La no injerencia soviét ica en Cuba era una ilusión, o una gran menti-
ra , depe nde de cómo se lo quiera mirar. Desde el inicio de la revolución,
en 1959, Cuba fue sa télite de la URSS en política internacional. En parti-
cular 10 fue a partir de 1968, cuando apoyó la invasión a Checoslovaquia
y ta mbién él la dictadura argentina en los foros internacionales, igual que
10 hacía la U RSS . En 1970, cuando los frenéticos planes económicos
de Fidel Castro acabaron de hundir la ya caótica economía cubana, el
Gobierno comunista se entregó definitivamente al modelo soviético. Y
con él sucumbió, aunque la dictadura todavía siga de pie. Al Gobierno
cub ano hoy no le queda nada de la tecnología que hasta hace treinta
ai10S le regalaron los soviéticos. Y lo que todavía tiene es obsoleto. Le
queda, en cambio, algo que la burocracia comunista cubana aprendió
bien: los métodos que le enseñó la KGB para mantener el control de la
población. El problema radica en que hasta la KGB fracasó.
Da la impresión de que en los últimos tiempos los gobernantes cu-
banos quieren introducir formas capitalistas en la economía, apoyar el
surgimiento de pequeños comercios y la libre circulación de mercan-
cías. Pero no saben cómo se hace. Parece que esas medidas, además de
amenazar sus posiciones de privilegio, les dan pudor. ¿Cómo funda-
mentarían ese proceso cuando pusieron en la Constitución que en Cuba
el socialismo es irreversible? ¿Cómo honrar la memoria del comandan-
te en jefe que en el 68 eliminó hasta la idea de que pudiera haber algo
parecido al comercio privado? Sus palabras todavía generan temor a los
actuales dirigentes: «¡No se hizo una revolución aquí para establecer el
derecho al comercio! [ ... ] No tendrán porvenir en este país ni el comer-
cio ni el trabajo por cuenta propia ni la industria privada ni nada».
La propaganda del régimen es impenetrable a la discusión. A veces
da la impresión de que los dirigentes se creen sus propias fantasías. Cuan-
do en la reunión de la Celac en México, el18 de setiembre de 2021, los
presidentes de Uruguay y Cuba se enfrentaron brevemente, Díaz-Canel
pretendió poner en duda las convicciones democráticas del presidente
uruguayo mencionándole que habría un referéndum contra una ley
9
recientemente aprobada. Lo que Díaz-Canel no entiende, y Lacalle
Pou no fu e suficientemente explícito al explicárselo, es que en Uruguay

9 Véase: <www.youtube.com/watch?v=3drBpS -sGWc>.


11/>:1, de eso Ill ejor 11; /wb/nr 29

habría un referéndum porque los ciudadanos juntaron firmas y la Cons-


titución obliga a que se lo convoque. No es algo que el presidente conce-
da o a lo que pueda negarse. Eso está lejos de la comprensión de Díaz-
Canel, que no tiene idea de qué puede ser un referéndum ni un plebisci-
to y menos debe saber qué quiere decir que los resultados son «vincu-
lantes», que el Gobierno debe acatar sin poner ningún obstáculo lo que
digan las urnas. No es maldad del presidente cubano. Ni siquiera es falta
de información. Porque si supiera de qué se está hablando, tendría difi-
cultades para comprenderlo porque no es capaz de imaginar el funcio-
namiento democrático de una sociedad. Así fue formado, y patria o
muerte venceremos.
En Cuba los ciudadanos no hubieran podido juntar firmas para un
referéndum porque el Gobierno habría puesto en la calle a los matones
que, garrote en mano, les habrían explicado qué cosa es la democracia
socialista, el marxismo-leninismo, el ideario inmortal del comandante.
Por momentos uno tiene la impresión de que en América Latina diri-
gentes y gobernantes de izquierda usan el término revolución con una
gran cuota de cinismo. No creen en lo que dicen y lo emplean como
escudo a las críticas. Todo lo que se les critique, la mentira, la corrup-
ción, el nepotismo, la doble moral, vendrá de la derecha y el imperialismo.
Lo que hace que, inmediatamente, las izquierdas se alineen en defensa
de los dirigentes criticados. O, mejor dicho, gran parte de la izquierda
respalde a los dictadores y demagogos, aunque sea con el silencio, para
no recibir críticas.
Juan Goytisolo, joven español antifranquista, visitó Cuba en 1961. A
raíz del viaje escribió el libro Pueblo en marcha, que apoyaba las refor-
mas que se llevaban adelante en la isla, sobre todo en el campo. En 1962
dijo, en París, que «al defender su revolución, los cubanos nos defienden
a nosotros. Si deben morir, muramos también con ellos». Pocos años
después, en 1968, se negó a acudir al Congreso Cultural de Cuba. El
entusiasmo se le había transformado en desaliento. Ya no quería morir
con los cubanos. Lo mismo les ocurrió a muchos latinoamericanos. Aun-
que, a diferencia del español, casi todos prefirieron no decir lo que pen-
saban por temor a ser calificados de agentes del imperialismo. En el caso
de los escritores e intelectuales, una calificación de esa naturaleza podía
significar una condena al ostracismo por parte de sus pares.
30 Ca rlos Liscano

Un caso de ostracismo te mprano y sos tenido en el tiempo ha sido el


de ,uilkrmo Cabrera ln fante. Fue excluido del canon de la literatura
hispa noa meri cana, su obra olvidada por la academia latinoamericana.
ingú n doce nte unive rsitari o habla de sus libros, ningún docente indu-
ce a los alumnos estudiar la obra de Cabrera Infante. Quien lo haga será
mal mirado, probablemente marginado por sus colegas.

8
La izquierda mundial iba (todavía va) a Cuba a descansar de los
agobios de la vida en el capitalismo. En la isla no hay McDonald's, ni
lugares similares para consumir. Algún viajero puede echar de menos
esa carencia. Pero como la visita del «turista ideológico» dura a lo sumo
un mes, pronto vuelve a casa y con su sueldo sigue consumiendo lo que
al cubano de abajo le es inalcanzable porque no tiene con qué comprarlo
y, a veces, aunque tenga dólares, tampoco lo consigue. El turista ideoló-
gico en casa consume aunque más no sea lo que vende alguna modesta
cadena de supermercados uruguaya. O lo que vende el almacén de Teresa,
que está a la vuelta de la esquina, aquel al que el expolicía cubano hace
un par de años quería decomisarle todo. Sin duda Teresa tiene un surtido
mayor y más variado que cualquier tienda de alimentos de la isla.
El turista en Cuba visita museos de la revolución, pasea en autos
norteamericanos de los años cincuenta por calles donde están las ruinas
en que vive la gente, el pueblo. Allí donde no vive ningún dirigente.
Luego el turista vuelve a casa con muchos souvenirs revolucionarios y
los ojos llenos de imágenes que en la comodidad del hogar europeo,
canadiense, porteño o montevideano le harán pensar que, por suerte,
todavía hay quienes resisten al capitalismo salvaje. Esos son los heroi-
cos cubanos, que no tienen nada y nada consumen, pero m antienen en
alto la bandera de la dignidad revolucionaria, del socialism o, del mar-
xismo-leninismo, y todavía quieren ser como el Che.
El turismo ideológico es un gran negocio que en Cuba es tá en m anos
de los militares, de los jefes. Las empresas hoteleras extranj eras radica-
das en Cuba sobreexplotan al trabaj ador cubano de un m odo que jamás
podrían hace r en sus países de origen, España, Francia. En Cuba, debi-
do a que no hay lucha de clases, no hay sindicatos. Los dueñ os de los
hoteles pueden hacer lo que quieran con el trabajador, que siempre es

,

1I11:l. de eso mejor ni lwblar 31

pobre, es decir nunca será hijo o hija de un importante dirigente del


Partido. Tal vez por eso, porque es pobre, roba una sábana o lo que se le
ponga a mano, que allí radica la corrupción cubana, en la pobreza, como
le explicaba el caudillo a Ramonet.
A comienzos de los años sesenta Cuba se convirtió en fuente de ilu-
sión política y objeto de deseo. Entonces el Gobierno cubano era gene-
roso y espléndido con los intelectuales occidentales, que llegaban a la
isla de a cientos. Según Eric Hobsbawm, todo estaba diseñado para atraer
a la izquierda occidental. En Cuba había «romanticismo, heroísmo» y
también «un pueblo jubiloso en un turístico paraíso tropical latiendo al
ritmo de la rumba». \O
En Cuba se podía ver los restos del capitalismo tercermundista de
los años cincuenta y el esbozo de un socialismo pobre donde el pueblo
pasaba mal pero, según decía el Gobierno, era feliz. Los turistas ideoló-
gicos compraban la felicidad cubana a manos llenas.
Al mismo tiempo, el Gobierno castigaba a los cubanos que se aventu-
raran a establecer relaciones personales con los turistas. Que no fueran a
dañar la imagen de la revolución. A Cuba se iba a ser feliz y no a escu-
char las quejas de los disconformes, todos potenciales gusanos.
Los visitantes extranjeros consumían la «felicidad» del alegre pueblo
cubano, y también puros y ron y música. No les importaba que los cuba-
nos vivieran en ruinas, con miedo y en la pobreza porque a los turistas
el Gobierno les decía que así eran felices. Raro pueblo el cubano, pobre,
pero feliz. Según Leopoldo Marechal, peronista católico, que visitó la
isla en 1967: «Cuba es una isla feliz. Y como es feliz crea en torno a ella
un psiquismo colectivo de felicidad que se contagia. Yo, en Cuba, hice
una cura de juventud. Todos mis nervios se relajaron y volví completa-
II
mente relajado». En palabras de Benedetti: «Se trata de una revolución
alegre, pero no frívola».1 2 ¿Qué más pedir?
Cuando desapareció la URSS el Gobierno cubano debió cambiar de
discurso. La isla cayó en una gran crisis económica y, en consecuencia,
ya no tuvo recursos ni para imprimir propaganda. Sin embargo, el turis-
ta ideológico se las arregló para seguir encontrando algo esperanzador.

10 Historia del siglo XX, 19 14-1991. Barcelona: C rítica, 1995.


11 Sylvi a Saítta. Hncin In revolución. Vinjeras nrgen Ul1 0s de izquierda. Buenos Ai res:
Fond o d e C ultura Econó mica, 2007.
12 Cuadern o cubnl1 o. Montevideo: Arca, 1969.

32 Carlos Liscano

Las almas bellas de la nostalgia entendían que el socialismo seguía exis-


tiendo en el mundo gracias a Fidel Castro, a sus muchachos y al pueblo
cubano que, aunque pasaba hambre, era la demostración de que el capi-
talismo no tenía futuro.
Entonces el turismo se convirtió en la principal fuente de ingresos
del Gobierno. Miles de turistas llegaron a la isla con prisa y ansiedad
para ver aquello antes de que volviera el capitalismo. Cuba era, es, un
país detenido en el tiempo, algo que hay que ver antes de que sea tarde y
todo cambie. Ir a Cuba es un viaje al pasado. Es un museo vivo de lo que
era el mW1do subdesarrollado hace sesenta años.

A los turistas ideológicos se les agregaron viejos verdes y pedófilos


que llegaban de España, Italia, Canadá, atraídos por las «prostitutas más
cultas y sanas del mundo» y también por muchachitos que se ganaban la
vida vendiendo sus cuerpos. La atracción para esta clase de turista no
está en el heroísmo legendario ni en los barbudos sino en los servicios
sexuales (baratos) de las jineteras y los pingueros. La isla es un impor-
tante centro de turismo sexuaL

9
Anna tenía una amiga sueca, Berit, que había estado en Cuba en 1986, el
año anterior a nuestro viaje, con la brigada de voluntarios suecos. Se
había hecho de un novio que luego cayó en desgracia. Berit nos pidió
que lo viéramos y no recuerdo si envió una carta o un regalo para el
muchacho. Cuando lo encontramos nos contó que a raíz de que había
invitado a Berit a pasar unos días con él en una cabaña en la playa, lo
habían expulsado del Partido Comunista y de la Universidad, donde es-
tudiaba relaciones internacionales. Luego apeló y le permitieron seguir
estudiando, pero ya no relaciones internacionales, y no le permitieron
volver al pec.
Este muchacho, digamos que se llamaba Pablo, dijo que un primo
suyo, Tomás, quería conocerme. Pocos días después me lo presentó.
Ambos, Pablo y Tomás, eran negros. Tomás era un delincuente en po-
tencia. Tuve esa impresión enseguida de conocerlo y él se encargaría de
demostrarme que no me equivocaba. Empezó por hablarme de la dis-
criminación racial, la diferencia de clases entre negros y blancos. Me
dijo, sin rodeos, que yo estaba viviendo en casa de blancos. La dueña de
casa, además, ni siquiera era cubana.
CII!>:I, ele eso lII ejor 11; hablar 33

Luego sigui ó con la diferencia de clases entre ricos y pobres. Ricos


C0l110 la gente en cuya casa yo vivía, me advirtió, y me pidió que no
repitiera sus opin iones allí donde estábamos viviendo. Me llevó a su
casa . Tenía equipos nuevos para montar una peluquería para mujeres,
donde trabajaría su esposa, si conseguía permiso para hacerlo. Cosa que
él sabía que no iba a obtener, por lo que la peluquería funcionaría en
negro. No me dijo de qué forma había conseguido los equipos, pero allí
los tenía. Su objetivo mayor no era la peluquería sino irse de Cuba.
Me dijo que necesitaba comprar una «ropita» para la hija, de unos
cinco o seis años, y que yo tal vez podía ayudarlo.
¿Cómo era eso?
En Cuba había tiendas en dólares, me explicó. Eran de dos tipos. En
unas podían comprar los diplomáticos y los turistas. En otras podían
comprar los cubanos residentes en la isla que por su trabajo recibían
paga en dólares, gente de la marina mercante y la aviación civil, por
ejemplo. Tomás tenía dólares, pero no podía comprar porque no podía
justificar cómo los conseguía. O tal vez sí, pero no del modo que las
autoridades esperaban. Ni siquiera lo dejaban entrar en la tienda en
dólares. Pero si yo lo acompañaba no habría trabas. Haríamos de cuenta
que quien compraba era yo.
Dije que sí por dos motivos. Porque quería ayudarlo y por curiosi-
dad. Sentía que me estaba metiendo en un territorio al que los turistas
no tienen acceso y yo quería conocerlo.
Nos encontramos y fuimos al comercio. Cuando íbamos a entrar
un guardián le cerró el paso a Tomás. Él me señaló y dijo que era mi
acompañante. Yo era su salvoconducto. El guardián me pidió documen-
tos. Yo no llevaba ninguno. En particular cuidaba mi pasaporte uruguayo
porque tenía miedo de que me lo robaran. Por eso no salía con él a la
calle. Sin un documento extranjero no nos dejaban entrar. Revisé los
bolsillos y encontré la tarjeta de metro de Estocolmo, en la que estaba mi
foto. El guardián miró la foto, no entendió qué decía la tarjeta porque
estaba en sueco, y nos dejó pasar.
El lugar era una especie de hangar, oscuro, que no se parecía en nada
a las tiendas que yo conocía de otros países. Había largos mostradores y
detrás ropa, zapatos, perfumes y no recuerdo qué más. Nos acercamos a
lo que supongo era la sección de nii1as. Tomás empezó a pedir: seis ves-
tidos, seis pares de zapatos, seis pantalones de nii1as, seis blusas. Enton-
ces me di cuenta de que me había engai1ado. Estaba comprando para
Carlos Liscano

revend er. Llevaba un bolso en la m an o. Lo abrió y dentro tenía cuatro o


ci nco bolsos m;1s. Después de una hora nos fuim os con los bolsos rebo -
santes de ropa . Yo también cargué. Tom ás, muy contento, me agradeció.
Le dije qu e no me h abía advertido acerca de lo que pensaba hacer.
Me dijo que lo disc ulpara, pero que así sobrevivían los cubanos que
n o tenían la suer te de vivir como los de la casa en que yo estaba
quedándom e.
A su modo Tom ás tenía razón. Él sobrevivía. Ese era su modo de
hacer la revolución. Aunque para lograrlo tuviera que ponerse un po-
quito fuera de la ley y mentirle a un turista uruguayo un poco bobo.
¿Cómo conseguía los dólares? No me contó y no le pregunté.
Con el correr de los días iba a descubrir las diferencias de que me
hablaba Tomás. Era escandalosa la ostentáción
. .
de
. los jóvenes hijos de
dirigentes del Partido Comunista y altos mandos de las Fuerzas Arma-
das. Se paseaban en autos nuevos, que nadie tenía en Cuba, por el cen-
tro de La Habana con la radio a alto volumen. Su ropa no era la de los
cubanos que uno veía por la calle. Eran ostentosos a la manera de los
nuevos ricos, cursis, pero para ellos, era la forma de mostrar que tenían
dinero y poder.

10
Yo había conocido a un médico cubano que estudiaba enfermedades
tropicales o algo así en el Hospital Karolinska de Estocolmo. Lo conocí
en la Asociación Sueco-Cubana a la que me había llevado Antonio, un
amigo uruguayo, comunista. Era un hombre de unos treinta años o poco
m ás , miembro del PCC, defensor y propagador de las políticas del
Gobierno cubano. Cuando se enteró de que viajaría a La Habana me
pidió que le llevara «algo» a su hermana. Dije que sÍ. Cuando me entregó
el paquete m e as usté. Pesaba unos cuatro kilos y estaba totalmente
sellado. No me dijo, ni le pregunté, qué había en el paquete. Eso hablaba
de dos cosas: de mi ingenuidad y de la tendencia de muchos cubanos a
abusar de los ciudadanos de los países «capitalistas», como yo.
Tres o cuatro años después del viaj e a La Habana me encontré en una
mani festación en Estocolmo al médico inescrupuloso que m e había dado
el paquete para su hermana. En la misma m anifestación estaba Tomás,
el que me había hecho comprar la «ropita» para su hija. Ambos eran
ahora residentes en Suecia. El médico sencillamente había decidido no
Cllh:J. de eso m ejor n; hablar 35

volver a C uba, había pedido asilo por problemas políticos y se había


qu edado. Tomás había conseguido un matrimonio de conveniencia con
u na «v iej (\» sueca. Viajó a Suecia, consiguió los papeles como residente
y se divorció de la «vieja». Ahora estaba esperando que su eXffiujer cu-
bana ll egara a Estocolmo con la hija. Ninguna diferencia entre el médi-
co revolucionario y el «lumpen» de Tomás.

11
En Estocolmo vivía una pareja de amigos uruguayos que habían estado
presos. Él y yo habíamos compartido celda por un breve lapso. Ella te-
nía un hermano que vivía en La Habana. Me preguntaron si podía llevar
algo para la familia del hermano. Dije que sí.

Una vez en La Habana me puse en contacto con esa familia. Vivían en
Alamar, un barrio al este de La Habana. Yo conocía la existencia de ese
barrio por cuentos de uruguayos que habían vivido allí. Me comuniqué
con la familia y la cuñada de mi amiga vino al hotel. Le entregué el
paquete. Luego nos invitaron a su casa. Alamar era, me dicen que sigue
siendo, un barrio estilo «soviético». La construcción fue hecha por obre-
ros no profesionales, carecía de servicios, era feo, sucio. En aquella casa
de trabajadores cubanos vivía la cuñada de mi amiga con sus dos hijos.
El marido, uruguayo, estaba «prestando servicios» en Panamá. También
vivían los padres de la cuñada y un hermano de poco más de veinte
años que había estudiado mecánica textil en la RDA, pero que en Cuba
no tenía trabajo porque no existían las máquinas que él había aprendido
a reparar.
No recuerdo si había más gente, pero es probable que sí. Después de
aquella visita nos invitaron un día a almorzar. Cuando llegamos por se-
gunda vez a Alamar nos encontramos con una escena aterradora. En el
centro de la sala había una mesa servida, dos platos con pollo y arroz,
dos sillas, dos vasos, dos juegos de cubiertos, una botella de vino ruma-
no o búlgaro. Nos pidieron que nos sentáramos a comer. Anna y yo
preguntamos si ellos no iban a acompañarnos. Nos dijeron que ya ha-
bían comido.
Como cualquiera puede suponer aquel almuerzo fue terrible. Nosotros
comíamos y alrededor toda la familia, incluidos los niños, nos miraban.
Había escuchado o leído que en Alamar había vivido Mario Benedetti.
¿Cómo era que Benedetti vivía en aquel barrio inhóspito y triste? Mús
Carlos Liscano

adelanle supe que había olro Alamar, el barrio de «los r usos», que no se
parecía en nada al de Benedetti. El barrio de los rusos tenía casas con
jardín, ent rada pa ra autos, árboles. Había sido diseñado y construido
antes de la revol ución.
En honor él Be nedetti hay que decir que vivió con los pobres y como
los pobres. Él m ism o lo conló:
Viví m ás de dos aúos en Alam ar, una zona situad a a unos quince
kilómetros de La Habana e integrada fundamentalmente p or los bloques
de viviendas, incesantem ente construidos por brigadas de trabajadores
capitalinos. Es una de las maneras que han hallado los cubanos para
tratar de resolver su arduo problema habitacional, sin que por ello se
resienta la producción. En cada fábrica u oficina o almacén, se forman
W1a o más brigadas de 33 trabajadores cada una. Como por lo general
no son obreros de la construcción, empiezan por un curso básico y luego
se consagran a levantar edificios de cinco a doce plantas, que luego serán
ocupados por aquellos de sus compañeros (o acaso por ellos mismos)
que más urgentemente necesiten una nueva vivienda. El vacío laboral
que cada brigada deja en su centro de trabajo es compensado por horas
extraordinarias que trabajan los demás. Curiosamente, la idea provino
de los obreros; el Gobierno se limitó a viabilizarla [... ]. En cada uno de
esos edificios, las brigadas ceden un apartamento [... ] a familias de
exiliados latinoamericanos, y estos lo reciben con mobiliario, refrigerador,
radio, televisión, cocina a gas, y hasta sábanas y vajilla. Todo gratuito
[... ]. Alamar es un lindo lugar, acaso con menos autobuses y árboles de
lo necesario, pero con un aire liviano y salitroso, un mar al alcance de la
mano y una fraternidad sin aspavientos.1 3
Martín Guevara, sobrino de Ernesto Guevara, recordaba cálidamente
a Benedetti viviendo en Alamar:
Hoy me vino el recuerdo de Benedetti paseando sus bigotes, sus pocas
pulgas y su enorme dignidad por Alamar, una barriada proletaria del
hombre nuevo. Mario Benedetti vivió exiliado en Cuba pero pidió de
manera expresa, acorde a sus ideas y a su fibra comprometida, que no le
diesen privilegios a la altura de su nombre. Podría vivir en París con un
departamento en Trocadero. Pero él era así. Vivió un tiempo en Alamar,
una barriada obrera de tipo estalinista, verdaderamente esp antosa en lo
estético, en la que jamás hubo ninguna atracción agraciad a por el buen
gusto. [... ] Benedetti, el gran poeta, bajaba a pie las escaleras d el edificio
de doce plantas donde vivía, cuando se iba la luz, día por m edio, y se iba
a comprar con la libreta de abastecimiento, no con dólares sino con d i-
nero cub ano válido solo para chícharos, arroz, huevo y algun as pocas
13 «Exili os (Los o rgullosos d e A lamar»>. Primavera con un a esq uin a rota. Madrid:
Alfag uara, 1982.
• ...
( ',¡/l;l. de eso fll cjo rn; Iwhlllr 37

~: nsasm .\s, a la bodega de la Zona R. Hada su co la impertérrito [... ],


I1\lnel se qu ejó de aquel sol de justicia, ni de es perar su bistec trimestral
en la cola infinita de la bodega, ni de res istir la afrenta de esc ucha r lla-
marle «revolución » a aquella cosa amorfa y atonal. Ni siqui era la to rtura
de escuchar las preferencias mu sicales del vecindario, que co n o rgullo
exhib ía n trémulos por la vibración de los altoparl antes de sus rad ios
rusas puesta s ,,\ máximo volum en, tras las delgadas paredes de aquel
departamento del edificio de do ce plantas, dond e cuando se iba la luz,
Ben ede tti en ce ndía una vela, soíi.aba acompañar a s us co mp atri otas
presos, a los que ya no estaban, o a Sendic que estaba en un pozo, a
sus amores, a las hojas caídas de uno de sus otoños, se inclinaba sobre
el papel y escribía. H

14 La cit a a nterior fu e tomad a d el blog d el autor en noviembre de 2021. Al mOIllc:'nto


de una seg und a rev isión en en ero d e 2022, el nombre de Sendic había desaparec ido .


,

39

El trabajo los hará hombres

I
, A los homosexuales cubanos les tocó ser los judíos de este proceso.
Jean -Paul Sartre

1
Uno de los crímenes más repudiables cometidos por la dictadura cuba-
na fue la persecución a los homosexuales y el modo en que el gobierno
lo hizo. En 1965 se crearon las UMAP, Unidades Militares de Apoyo a la
Producción. Allí eran enviadas a la fuerza personas que no mostraban
estar entusiasmadas con el régimen: religiosos, homosexuales. También
gente con poca formación. Se lo dijo Fidel Castro a Ignacio Ramonet:
«los que por su bajo nivel de estudios no podían manejar aquellas ar-
mas, o personas que por su fe religiosa eran objetores de conciencia, o
varones en condiciones físicas adecuadas que eran homosexuales». En-
tre los castigados había adolescentes que eran homosexuales o sospe-
chosos de poca virilidad. Eso era lo que se castigaba.
La persecución a los homosexuales se conoce desde hace decenios,
está documentada, hay testimonios. Aun así la izquierda no reconoce
que haya existido, ni el carácter fascista de la represión. En todo caso,
como es de esperar, para los fieles Fidel Castro no tuvo nada que ver con
el asunto.
El régimen siempre ha negado los hechos y últimamente, en la voz
de la hija de Raúl Castro, Mariela, ha tendido a minimizarlos. Eran como
«escuelas» en el campo.
Pero está comprobado que durante décadas en Cuba la homofobia
fue una política de Estado que permitió, estimuló y justificó la discrimi-
nación y todeD tipo de crímenes contra los homosexuales, incluida la
condena sin juicio a campos de trabajo forzado donde se formaba «el
hombre nuevo».
- •

40 Carlos Liscan o

En ent revista co n Abc\ Sier ra Made ro, Alfredo Guevara, cin easta,
hombrc del rl'g illlcn y homosex ual, reco noció que las UMAP fueron «lo
111ÚS horrible qu e ha pasado en el proceso de la revolución, porque eso
es lo 111 <1 s horrible en el campo no de la cultura, en el campo global de la
sociedad ». •

En palabras de Sierra Madero:


Las UM¡\P no pueden se r en te ndidas com o una insti tución aislada, sino
como parte de un proyec to de «ingeniería social» orientado al control
social)' político. Es decir, una tecnología que involucró a los aparatos
judicial, militar, educacional, m édico y psiquiátrico. Para el emplaza-
miento de las unidades se emplearon complejas metodologías para la
identit!cación de determinados suj etos, su depuración dentro de las ins-
tituciones y organizaciones políticas y de masas, hasta el reclutamiento e
internamiento. 15
La masculinidad que no se manifestaba «abiertamente» era uno
de los criterios que las autoridades tomaban en cuenta para internar a
ciudadanos en los campos de trabajo forzado. Cualquiera que no fuera
deftnida y notoriamente macho pasaba a ser sospechoso de contrarre-
volucionario. Se calcula que alrededor de ochocientos homosexuales fue-
ron recluidos en las unidades. Pero la sexualidad no era el úniéo criterio.
En los años sesenta Cuba, igual que la Unión Soviética, el bloque de
países socialistas del Este y China, inició un proceso de creación de un
estereotipo nacional que se llamó «hombre nuevo». Se trataba de la
masculinización de la sociedad. El concepto de «hombre nuevo» era en
verdad algo muy viejo. El nazismo alemán y el fascismo italiano lo co-
nocían, y también lo aplicaban. .
En Cuba ese concepto era amplio, un poco vago, sujeto a que quien
quisiera le agregara sus prejuicios ante situaciones y casos concretos. Se
trataba de un proyecto de homogeneización social que incluía la moda,
el corte de pelo, la sociabilidad, el modo de relacionarse en sociedad, la
actitud ante el trabajo. Las UMAP fueron la síntesis, el resultado de un
proceso de elaboración ideológica que acabó en la creación de lugares
donde se confinaba a delincuentes, religiosos, homosexuales, intelec-
tuales y muchachos cuyo «pecado original», como diría Ernesto Guevara,
era pertenecer a familias burguesas.

15 «"El trabajo os hará hombres": Masculini zación nacion al, trabajo forzado y control
social en Cuba durante los aílos sesenta». CLlban Studies, 11. ° 44,2 01 6.
Cuba, de eso mejor /Jj hablar 41

La fundamentación legal para crear las UMAP fue la ley que en 1963
estableció el servicio militar obligatorio, durante un período de tres años,
para los hombres de entre dieciséis y cuarenta y cinco años. Quedaban
eximidos quienes fueran el único sostén económico para sus padres,
esposa e hijos. También permitía aplazar el reclutamiento a quienes es-
tuvieran terminando el último año de estudios secundarios, preuniver-
sitarios o universitarios.
En los hechos las autoridades hicieron lo que se les antojaba. Algu-
nos jóvenes que constituían el único sostén familiar fueron movilizados
sin que importaran las consecuencias que tuviera para sus familias.
El procedimiento era simple y perverso. La Juventud Comunista in-
centivaba a las organizaciones de estudiantes para que expulsaran de los
centros de estudios a los alumnos que mostraban escaso entusiasmo por
el nuevo régimen o se sospechaba que podían ser homosexuales, que
para los fanáticos eran sinónimos. Una vez expulsados dejaban de ser
sostén de nadie y pasaban a la categoría de los que no estudian ni traba-
jan, candidatos a los campos de trabajo forzado. Hecha la purga, los jó-
venes quedaban expuestos y el envío a las UMAP era cuestión de tiempo.
También los Comités de Defensa de la Revolución (CDR), una de las
instituciones de vigilancia más efectivas creadas para el control social
y político en Cuba, identificaban a los jóvenes que no trabajaban ni estu-
• diaban. Informaban al Ministerio del Interior o al Ministerio de las
Fuerzas Armadas Revolucionarias, que eran las encargadas del recluta-
miento de las UMAP. Ni las más organizadas dictaduras de derecha tuvie-
ron en América Latina un aparato represivo similar a los CDR.
Según Sierra Madero la militarización y masculinización no solo
intentaban reeducar sino también integrar «fuerzas y cuerpos» al apara-
to económico. La retórica de guerra pasó a formar parte del discurso
económico. Los trabajadores fueron considerados soldados y por lo
tanto podían ser héroes o desertores. El objetivo era ideológico, pero
también económico: incorporar fuerza de trabajo sin ninguna compen-
., .
saClOn monetana.
La marginación, de cualquier índole, se transformaba en estigma ti-
zación y en persecución. La sociedad socialista debía ser masculina y de
revolucionarios. «El macho revolucionario es el hombre nuevo regene-
rado, que corona los esfuerzos de la revolución de fomentar una nueva
identidad nacional», dice Sierra Madero. 16

16 Ibídem.
42 Carlos Liscano

Una peculi aridad era qu e a la margin ación preexistente, como en


ua lquier sociedad, se agregaba la provocada por las políticas de exclu-
sió n llevadas adelante po r las organizaciones de m asas orientadas desde
el obierno.
Las «purgas» con tra aquellos que, p or algún motivo, no eran vistos
como revo lucionarios, fueron lideradas por la Unión de Jóvenes

>..J omunistas.
En las UMAP, a la violación de derechos que constituía ser condena-
dos sin juicio, se agregaban los castigos físicos y los fusilamientos por
intentar evadirse. Más las violaciones sexuales cometidas contra adoles-
centes por la soldadesca brutal, entre quienes no escaseaban los «bufa-
rrones»: para la revolución, antes que maricón, mejor pederasta.
La discriminación a los homosexuales era típicamente cubana, pero
con la revolución se transformó en ideología y en política de Estado. La
revolución, en la voz de muchos propagandistas vernáculos, era asunto

«viril». Iba de suyo que los no viriles o poco viriles quedaban fuera. Esto
que hoy parece ridículo, propio de ignorantes llenos de prejuicios, fue
aceptado en aquel momento en silencio por miles de intelectuales, es-
critores y artistas latinoamericanos. Todo en nombre de la revolución.
La aceptación de los prejuicios cubanos contra los homosexuales era
una conducta que, si bien no llegaba a redimir a los intelectuales, por lo
menos no agravaba el pecado original que les había asignado Guevara.
Los intelectuales que miraban para el costado cuando se reprimía a los
homosexuales podían ser pequeñoburgueses, pero por fortuna para ellos

no eran mancones.

2
En 2006 Ignacio Ramonet publicó Cien horas con Fide] Castro, libro
que recoge sus conversaciones con el dirigente cubano. Ramonet le pre-
guntó al líder máximo sobre la persecución a los homosexuales. Castro
negó todo. Lo que sigue está tomado del libro.
Ramonet: Uno de los reproches que se le hizo a la revolución, en los
primeros años, es que se dice que hubo un comportamiento agresivo, un
comportamiento represivo contra los homosexuales, que hubo campos
de internamiento donde los homosexuales eran encerrados o rep rimi-
dos. ¿Qué me puede usted decir sobre ese tem a?
Cu/w, de eso m ejor ni hablar 43

,-, astro niega que haya sido así:


Usted está hablando de una supuesta persecución a los homosexuales.
Yo le debo explicar de dónde nace eso, por qué nace esa crítica. Sí le
puedo garantizar que no hubo nunca persecución contra los homosexua-
les, ni campos de internamiento para los homosexuales.
Entonces, por única vez, Ramonet parece ponerse exigente con el
entrevistado: «Pero hay bastantes testimonios sobre eso».
Castro no niega que haya testimonios ni el contenido de las denun-
cias. Simplemente hace como que no oyó el comentario del periodista y
continúa hablando de lo que quiere:
¿Qué tipo de problema se produjo? Nosotros, por aquellos primeros años,
nos vimos obligados a una movilización casi total del país, ante los ries-
gos que teníamos y hasta riesgos de agresión de Estados Unidos: la gue-
rra sucia, la invasión de Girón, la Crisis de Octubre [... ]. En toda aquella
etapa hubo muchos presos. Se creó el servicio militar obligatorio. En-
tonces nos encontramos con tres problemas: hacía falta un nivel escolar
para prestar servicio en las Fuerzas Armadas, debido a la necesidad de
utilizar tecnología sofisticada, porque tú no puedes entrar con segundo,
tercero o sexto grado, tenías que tener por lo menos siete, ocho o nueve
grados, y después más. A algunos hombres teníamos que sacarlos de las
universidades, y algunos ya graduados. Para manejar una batería de
cohetes tierra-aire tenían que ser graduados universitarios.
Ramonet, conocido «experto militar», se siente obligado a comple-
mentar al comandante en jefe: «En ciencias, me imagino».
Castro lo ratifica como experto: «Usted lo sabe muy bien».
Luego sigue Castro:
Eran cientos de miles de hombres, todo eso afectaba las distintas ramas,
no solo los programas de preparación, sino ramas de la economía. En-
tonces había personas que no tenían capacidad y el país necesitaba de
ellas por la gran sustracción que se hacía a centros de producción. Ese
era un problema que teníamos. Segundo, había algunos grupos religio-
sos que, por principio o por doctrina, no aceptan la bandera o no acep-
tan las armas. Eso a veces lo tomaba alguna gente como pretexto para
crítica u hostilidad. Tercero, estaba la situación de los homosexuales.
Entonces Castro da una vuelta genial en el aire y cae de pie. Él no se
proponía encarcelar ni reprimir pero:
Yo me encuentro problemas de resistencia fuerte contra los homosexuales,
y al triunfo de la revolución, en esta etapa de que estamos hablando, el
elemento machista estaba muy presente, y había ideas generalizadas rela-
cionadas con la presencia de los homosexuales en las unidades militares.
44 Carlos Liscano

Estos [.. ·1 faclores determinaron que, al principio, no se les llamaba a las


unidades militares; pero desp ués aq uello se co nvertía en una especie de
factor de irritación, incluso algunos usaban el argumento para criticar
aún más n los homosexuales.
Enseguida astro le quitaba responsabilidad al Gobierno y se la atri-
buía a la sociedad, a algunos sectores que no querían a los homosexua-
les en el Ejército.
Por esos motivos:
Con aquellas tres categorías se crearon las llamadas Unidades Militares
de Ayuda a la Producción (UMAP), donde iban de las tres categorías de
gente: los que por su bajo nivel de estudios no podían manejar aquellas
armas,17 o personas que por su fe religiosa eran objetores de conciencia,
o varones en condiciones físicas adecuadas que eran homosexuales. Eso
es una realidad, fue lo que ocurrió.
«¿No eran campos de internamiento?», pregunta Ramonet.
Castro lo niega:
Esas unidades se crearon en todo el país y realizaban actividades de tra-
bajo, principalmente de ayuda a la agricultura. Es decir, no afectaba solo
a la categoría de homosexuales, pero ciertamente sí a una parte de ellos,
no a todos, a los que eran llamados al servicio militar obligatorio, por-
que era una obligación en la que estaba participando todo el mundo.
Bien entendido. A los homosexuales no los querían en el Ejército.
Entonces, aunque no se negaran a hacer el servicio militar, los manda-
ban a los campos de trabajos forzados.
En otro salto mortal hacia la hipocresía, Castro le dice a Ramonet
que no solo «no eran unidades de internamiento, ni eran unidades
de castigo [oo.], al contrario, se trataba de levantar la moral, presentarles
una posibilidad de trabajar, de ayudar al país en aquellas circunstancias
difíciles» .
Si no eran capaces de valorar el internamiento forzoso, el trabajo
semiesclavo, era culpa de ellos. La revolución les daba la oportunidad
de «ayudar al país». En las UMAP el trabajo no los haría totalmente «li-
bres», como en los campos de concentración nazis, porque faltaban las

17 Queda claro que los mandaban a los campos de trabajo por «s u bajo nivel de
estudios». Ahora bien, como en los campos no se les enseñaba nada, hay que deducir
que eran sancionados por ignorantes. También a los ignorantes «machos » los
mandaban como guardianes. Eran incapaces de manejar armas co mplicadas, pero
sí se las arreglaban para emplear el garrote contra d e los infelices objetores de
conciencia y contra los homosexuales.
":1 lh,'I, de eso Ill ejor ni hablar 45

d mnras d e g as y los crematorios. Pero sí los haría hombres. Tal vez no


propi<lm e n t e h ombres nu evos, pero al menos hombres un poco más
presentables .
Las U MAP er an una forma de brindarles
la op o rtunidad de ayudar de otra manera a la patria [... ]. No le podría
decir ah ora cuántos aüos duró eso, si duró seis o siete años; pero sí le
pu edo aúadir que había prejuicios con los homosexuales [... ], jamás la
revolución promovió eso, al contrario, aquí hubo que promover mucho
la luch a contra los prejuicios por razones raciales [... ], con relación a los
h om osexuales había prejuicios fuertes. Yo ahora no voy a defenderme
de esas cosas, la parte de responsabilidad que me corresponda la asumo.
Asume su responsabilidad, no obstante deja claro que él no partici-
p aba de aquellos prejuicios:
Ciertamente yo tenía otros conceptos con relación a ese problema. Yo
tenía opiniones, y más bien me oponía y me habría opuesto siempre a
cualquier abuso, a cualquier discriminación, porque en aquella socie-
dad había muchos prejuicios [... ]. Los homosexuales eran víctimas de
discriminación, en otros lugares mucho más que aquí, pero sí eran, en
Cuba, víctimas de discriminación [... ]. Debo decirle, además, que había
-y hay- destacadísimas personalidades de la cultura, de la literatura, gente
famosa, orgullo de este país, que eran y son homosexuales, y han gozado
y gozan de mucha consideración y mucho respeto en nuestro país. Así
que no hay que pensar en sentimientos generalizados. En los sectores
más cultos y más preparados había menos prejuicios contra los homo-
sexuales. En los sectores con mucha incultura -un país en aquel tiempo
de un 30 por ciento de analfabetismo- eran fuertes los prejuicios contra
los homosexuales [... ]. Eso era una verdad en nuestra sociedad [... ]. La
discriminación contra los homosexuales ya es un problema bastante su-
p erado [por la] adquisición de una cultura general integral.

3
Ra m o n et prestó su prestigio e hizo de altavoz a la propaganda cas-
tri sta en E u ropa. En particular sobre el asunto de la persecución el los
homo sexu a les el p eri o dist a se hizo el d esentendido. No se enteró de
aquello qu e n o quiso sab e r. Podría haber consultado, por ejem plo, él
Pablo Mila n és p ar a co rrob o rar lo que decía Castro.
Se pue d e d ecir que Castro miente, lo cual es cierto, y lo h ace para
defend er s u s inte reses, s u prestigio, o cualquier cosa que le importe. Es
lo q ue se esp e r a d e un hombre com o él, que no tiene obligació n de d ar
46 Carlos Liscano

ClIc nt as ant e nadi e, excepto ante la hi storia que, como se sabe hace mu-
cho, lo «abso lved ». Su pa labra, que algun a vez fue referencia para mu-
chos cn América Latin a, hoy vale m enos que un periódico de la semana
pasada. Por lan\ o, no tiene sentido discutir por qué miente, para qué.
Vale decir, no llama la atención que haya m entido en eso como en tantas
0\ ras cosas, en ta ntas vele idades y delirios políticos, económicos, estra-
tégicos. Pero ¿Cld les son los intereses de Ramonet para prestarse a pu-
blicar y distrib uir esas m entiras?
Hay un subgrup o de turistas ideológicos europeos que tiene la mi-
sión autoasign ada de explicarnos cómo se ha de ser buen latinoamerica-
no. En ese subgrupo (españoles, franceses, italianos, alemanes y otros)
hay políticos, periodistas, sociólogos, docentes universitarios. De vez en
cuando viajan a la isla, vuelven a casa, publican un artículo y nos dicen
a nosotros, meramente nacidos en lugares como Montevideo, cómo
debemos entender nuestra realidad. Nos dicen quiénes son los que nos
conducirán a la liberación del imperialismo y de ahí al socialismo. El
subgrupo europeo ha existido desde 1959, cuando llegaban a la isla
en masa y se iban convencidos de que la humanidad tenía futuro y ese
futuro lo conducía un abogado caribeño. Tuvimos al profeta francés de
la guerrilla por mano ajena, que nos explicó cómo se enfrentaba al impe-
rialismo con las armas y nos señaló cuál era la larga marcha del castris-
mo en América Latina. Con los años muchos de aquellos preclaros se
fueron bajando del carro, pero siempre hay nuevos que se suben al pes-
cante con ganas de iluminarnos. Ellos piensan, nosotros los seguimos.
Primero dejamos de pensar porque de eso se iba a ocupar el guerrillero.
Como el plan falló, apareció el europeo auto asignado, grupo que se
renueva. Así es todo más fácil para nosotros.
El irónico, y malo, comentario que acabo de hacer intenta describir
la irritación que deberían sentir los intelectuales latinoamericanos ante
esas opiniones de gente ahíta de soberbia que viene a explicarnos nues-
tra realidad. Sin embargo, la cosa se permite y se repite sin que h aya
reacciones. De vez en cuando nos llega de Madrid, de París, de Roma,
vía La Habana, algún iluminado que nos cuenta qué somos y qué debe-
mos hacer.
Volviendo a la persecución a los homosexuales y a las mentiras del
comandante en jefe. La realidad no fue la que dice Castro, fue otra y él
lo sabe. La creación de las UMA P fue largamente preparada desde el
Gobierno, que puso sus órganos de prensa a disposición de quienes se
Cllb;l, de eso m ejor ni hablar 47

prestaran a la persecución homofóbica. Los dirigentes de la revolución


no solo permitieron sino que participaron activamente en el despresti-
gio de los homosexuales ante la sociedad. Los acusaron de vagos, de
contrarrevolucionarios, de corromper a los jóvenes, se burlaron de su
modo de vivir, de vestir, de sus gustos musicales, de sus gustos litera-
rios, de sus obras artísticas. Es de notar que en Cuba en aquel tiempo,
como en todas las sociedades de todos los tiempos, eran homosexuales
solo quienes reconocían serlo o aquellos que eran acusados de tales. Los
homosexuales «de armario» no iban a ser perseguidos, a menos que
alguien los denunciara.
A mediados de los años sesenta, el Gobierno cubano estaba reestruc-
turando el Ministerio de las Fuerzas Armadas Revolucionarias (Minfar)
con el fin de profesionalizarlas. Muchos oficiales y soldados eran perso-
nas sin formación o iletrados. Habían ayudado a Castro en el Ejército
Rebelde, pero ahora no tenían encuadre en los nuevos planes del Gobierno,
que no podía mandar a semianalfabetos a formarse en las escuelas mili-
tares de la URSS. Por eso muchos de ellos fueron enviados como guardias
a las UMAP, servicio para el que no se necesitaba ninguna formación.
Bastaba con que estuvieran dispuestos a ser brutales con los internados. •

Ese destino de la tropa menos formada era una suerte de degradación.


Nadie quería ir de guardia a una UMAP yeso agravaba el maltrato a los
internados.
Según fuentes oficiosas, en las UMAP murieron setenta y dos perso-
nas por torturas y ejecuciones, hubo ciento ochenta suicidios y más de
quinientos fueron internados en hospitales siquiátricos. Así lo ha di-
fundido, entre otros, Norberto Fuentes. El régimen cubano nunca ha
informado sobre el particular.
Aunque el asunto de las UMAP es cubano, la persecución a los homo-
sexuales en los regímenes comunistas es conocida desde antiguo. La
Gran enciclopedia soviética decía en 1952:
En la sociedad soviética, con sus sanas costumbres, el homosexualismo
es una perversión sexual considerada vergonzosa y criminal. La legisla-
ción criminal considera el homosexualismo punible con excepción de
aquellos casos en los que el homosexualismo es una manifestación de un
desorden psíquico marcado.
Castro le dice a Ramonet: «Yo tenía otros conceptos con relación a
ese problema. Yo tenía opiniones, y más bien me oponía y me habría
opuesto siempre a cualquier abuso, a cualquier discriminación, porque
en aquella sociedad había muchos prejuicios».
Carlos Liscano

En ese lnOlllcnlo el coma ndante se olvidaba de lo que el 13 de marzo


de 1963 habia allrmado en un discurso:
Muchos de esos pepillos vagos, hij os de burgueses, andan por ahí con
lIllOS pantaloncilos demasiado estrechos; algunos de ellos con una gui-
lanila en ael it udcs «elvispreslianas», y [ ... ] han llevado su libertinaje a
exl reInOS de qucrer ir a algunos si tios de concurrencia pública a organi-
zar sus show,)' feminoides.
Lo de Castro no eran prejuicios. Los maricones eran hijos de bur-
gueses. El proletariado, como se sabe, no da hijos homosexu~les.
El 2 1 de octubre de 1964, en la concentración para celebrar el IV
aniversario de la integración del movimiento juvenil cubano, en la
Ciudad Escolar Abel Santamaría, Fidel Castro recordó con satisfacción
lo dicho el aii.o anterior:
¡Cómo ha influido en nuestra juventud la disciplina militar! [... ] Porque
nosotros sabemos de muchos casos de jóvenes que eran un dolor de
cabeza para los padres, [ ... ] y entonces vino el servicio militar [ ... ]. Lo
que no pudieron enseñarles en la casa, lo que no pudieron enseñarles en
la escuela [ ... ] lo aprendieron en el Ejército. [ ... ] Con seguridad que ese
joven, habituado a los rigores de una disciplina militar [ ... ] no se con-
vierte en un pepillito, no se convierte en un Elvis Presley -¿cómo se
llama? -, un elvispreslito. Ese joven comienza porque se pela corto; cuando
entra en la unidad militar adquiere otra figura [ ... ], adquiere otro carác-
ter [ ... ], adquiere hábitos que son muy distintos de esos hábitos [ ... ] que
se pueden ver en algunos parquecitos; [ ... ] y se prepara esa mente
y se fortalece contra la influencia de todas esas cosas extravagantes y
estrambóticas.
Las concepciones pedagógicas de Castro podrían ser suscritas por
todos los generales de las dictaduras latinoamericanas. De ahí al fascismo
hay solo un paso. O tal vez ninguno.
Raúl Castro, hermano menor, entonces ministro de las FAR, en un
discurso del 17 de abril de 1965 decía que los objetivos de la revolución
solo se podían alcanzar con «una juventud con un carácter templado»,
con un «carácter firme», «forjado sobre el sacrificio», alejado de las «blan-
denguerías». Una juventud que se inspirara «no en los bailadores de

twist ni de rack and roll, ni tampoco en las manifestaciones de alguna
pseudointelectualidad», una juventud que se alejara «de todo lo que
debilita el carácter».
- -

49

Tres osas . Una: sabido es que, a diferencia de lo que les pasa a quie-
nes bailan rumba, a los bailadores de twisty mck se les debilita el carácter.
Dos: los militares de las dictaduras de derecha tienen un especial des-
precio por los intelectuales; el menor de los Castro, igual que su hermano,
demuestra que los militares de las dictaduras de izquierda tampoco tie-
nen simpatía por los intelectuales. Tercera cosa: a los militares, de cual-
qu ier palo, no les gusta lo blando.
El 31 de mayo de 1965 la Unión de Jóvenes Comunistas Cubanos,
jw1to a la Unión de Estudiantes Secundarios Cubanos, tomó posición:
Estos elementos, contrarrevolucionarios y homosexuales, es necesario
expulsarlos de los planteles en el último año de su carrera en la enseñan-
za secundaria superior, para impedir su ingreso en las universidades.
Para ellos solamente hay dos alternativas: o convertirse en elementos
deleznables, o pasar a formar parte de las filas del ejército del trabajo, y
educarse allí en una actitud distinta, más acorde con la forma de pensar
de nuestra juventud, para poder ganar en el futuro la oportunidad de
que las masas vuelvan a tenerles confianza.
El comunicado era parte de la estrategia que buscaba complicidad
y también que las responsabilidades se diluyeran. No era el Gobierno
el que reprimía, sino «la sociedad». Eso hacía más eficiente el control
sobre algunos sectores poco entusiastas con el Gobierno y, además,
trataba de confundir acerca de la naturaleza del poder.
Los jóvenes comunistas, según el comunicado, no se harían cargo de
«aplicar» las medidas de discriminación y represión: «Ustedes tienen la
palabra, a ustedes corresponde aplicar estas medidas, en su aplicación
nuestra función ha de ser de orientación, de organización de la activi-
dad, pero deben ser los estudiantes los que las apliquen».
y agregaban:
Ustedes saben quiénes son, los han tenido que combatir muchas veces
[ ... j. Apliquen la fuerza del poder obrero y campesino, la fuerza de las
masas, el derecho de las masas contra sus enemigos [... j. ¡Fuera los
homosexuales y los contrarrevolucionarios de nuestros planteles!
E15 de junio de 1965 Alma Mater, órgano oficial de la Federación de
Estudiantes Universitarios de Cuba, publicó:
Algunos pretenden, en su afán de frenar el proceso de Depuración por
lo que les toca de cerca, el dividirlo en dos procesos distintos: el de los
contrarrevolucionarios y el de los homosexuales. Nosotros decimos que
la Depuración es una sola, que tan nociva es la intluencia y la actividad
50 Carlos Liscano

de linos como de olros en la formación del profesional revolucionario


dd fu t uro l ... ]. Los fuluros té en icos, cien tí neos e in telectuales deben ser
necesariamente revolucionarios, firmes ante el enem igo imperialista, sus
variadas formas de penelración y agresión [... ]. No son ni los elementos
desafectos a la revolución ni los homosexuales capaces de cumplir esa
tarea y por tanto no debe invertirse en ellos el producto del sudor y la
sangre de nuestro pueblo para darles armas y herramientas para que
puedan volver contra la sociedad.
Días antes de la convocatoria de Alma Mater, el 5 de abril de 1965,
otra revista estudiantil, Mella, publicó declaraciones de Orlado Rosabal
e Ileana Valmaña, dirigentes de la UJC y la FEU, respectivamente, quienes
ex.-plicaron sus ideas. La depuración consistía en un proceso de sanea-
miento social y formaba parte de una lucha ideológica, al tiempo que
constituía, según Valmaña, «un perfecto derecho revolucionario» con-
tra «esa escoria pública que son los homosexuales de escándalo, ya sean
nacidos hombres o mujeres».
Sobre el modo de hacer las depuraciones, Ileana Valmaña pensaba que:
Las asociaciones de estudiantes valoran aula por aula dentro de las res-
pectivas escuelas. El análisis que se hace resulta sumamente objetivo,
sereno y profundo para evitar errores extremistas; discutiéndose hasta
que el resultado sea unánime [... ]. Si no hay unanimidad no se toma la
decisión al respecto. Por nuestra parte aplaudimos la iniciativa, el méto-
do y sus resultados; él nos llevará a lograr buenos técnicos y científicos
con una actitud revolucionaria ante la vida y a forjar y pertrechar ideo-
lógicamente nuestro estudiantado frente a la blandenguería burguesa,
las ideas extrañas y el oportunismo, el homosexualismo y los enemigos
del pueblo.
Estas purgas fueron hechas poco antes de la creación de las UMAP.
Vale decir que aquellos muchachos expulsados de sus centros de estu-
dio fueron marginados y quedaron expuestos públicamente, listos para
ser enviados a los campos de trabajo forzado. La depuración era el paso
previo a su confinamiento, lo que hace dudar de que no fuera planifica-
do de ese modo. Primero marginarlos para luego poder confinarlos.

4
El folclorista y literato Samuel Feijóo se destacó en la campaña contra
los intelectuales y los homosexuales. En 1964, después de estar cuatro
meses en la Unión Soviética, Feijóo constató que allí no había
homo sex uali smo, y si existía no se exhibía. Eso lo alegraba mucho.
CUb;l, de eso m ejor ni habli:lr 51

Porque para él, el socialismo era incompatible con la homosexualidad,


vicio capitalista y citadino. En Cuba existía, pero
contra él se lucha y se luchará hasta erradicarlo de un país viril, envuelto
en una batalla de vida o muerte contra el imperialismo yanqui. Y que
este país virilísimo, con su ejército de hombres, no debe ni puede ser
expresado por escritores y «artistas» homosexuales o seudohomosexua-
les. Porque ningún homosexual representa la revolución, que es asunto
de varones, de puño y no de plumas, de coraje y no de temblequeras, de
entereza y no de intrigas, de valor creador y no de sorpresas merengosas.
Porque la literatura de los homosexuales reflej a sus naturalezas epicéni-
cas, al decir de Raúl Roa. Y la literatura revolucionaria verdadera no es
ni será jamás escrita por sodomitas.
Esta posición antiintelectual, supuestamente espartana, recuerda el
Arbeít macht freí del campo de exterminio de Auschwitz. Con artículos
como el de Feijóo la dictadura iba preparando a la población para las
transformaciones radicales que planeaba.
La masculinidad es revolucionaria y el revolucionario es el hombre
nuevo. Para que no haya dudas: si es hombre es masculino. A partir de
ahí empieza el mundo. Desde ese lugar se han de interpretar las relacio-
nes humanas, la amistad, la creatividad, la ética, el amor. Es decir, la
sexualidad no puede ser tratada solamente como algo íntimo, profun-
damente personal, porque afecta toda la vida de los individuos y de la
sociedad. Revolucionario y macho es una redundancia, pero se lo su-
braya para que no queden dudas. Quien no lo entienda así que se atenga
a las consecuencias.
La postura de Samuel Feijóo es extrema, pero no se trata de un caso
aislado. El discurso de Fidel Castro contiene el origen y la legitimación
de su pensamiento.
El servicio militar obligatorio se presentó al principio como medida
educativa para los jóvenes que no se integraban al sistema. A la medida
se le daba una perspectiva «clasista». Fidel Castro dijo en un discurso
de 1963:
De cada 30 o 40 muchachos, entre ellos hay cuatro o cinco que faltan a la
escuela en la secundaria básica [... J, muchos de ellos procedentes de fa -
milias burguesas o pequeñoburguesas, que no les inculcan el sentido del
estudio [ ... ) y entonces bajo el socialismo se nos va a desarrollar un ado -
lescente inculto, ignorante, parasitario. Hay que tomar medidas [ ... J de
manera que el ausentista de la escuela secundaria búsica se castigue; que
se establezca la obligatoriedad de enseñanza hasta la secundaria básica, y
que el joven ausentista e indisciplinado y vago se mande a determinadas


--~----~--

--
<; 7
Ca rlos Liscano

escuelas en las montaiias, de manera que ese filtro no pase, porque la


sociedad social ista no ha de permitir [ ... ] que en su seno se desarrolle el
elemento parasitario, ellumpen en potencia del mañana, y para eso ten-
18
dremos dos instituciones: la escuela y el servicio militar obligatorio.
En abril de 1965, en el periódico El Mundo, Feijóo publicó algunos
artículos según el «espíritu de la época». En «Revolución y vicios» ana-
li zó las debilidades heredadas de la sociedad capitalista y consideró ya
liquidados el tráfico de estupefacientes, la prostitución y los juegos de
. azar. Quedaban por eliminar el alcoholismo, el juego de gallos y el «ho-
mosexualismo campeante y provocativo», al que consideraba uno de
los más «nefandos y funestos legados del capitalismo», cuyo centro eran
las ciudades. Prejuicio anticitadino que compartía con el comandante
en jefe, porque en el campo no había maricones:
En una ocasión Fidel nos advirtió que en el campo no se producen ho-
mosexuales, que allí no crece ese producto abominable. Cierto. Las con-
diciones de virilidad del campesinado cubano no lo permiten. Pero en
algunas ciudades nuestras aún prolifera. Allí se unen, se apiñan, se pro-
tegen, se infiltran.
Para Feijoó no se trataba
de perseguir homosexuales, sino de destruir sus posiciones, sus proce-
dimientos, su influencia. Higiene social revolucionaria se llama esto.
Habrá que erradicárseles de sus puntos clave en el frente del arte y la
literatura revolucionaria. Si perdemos por ello un conjunto de danzas,
nos quedamos sin el conjunto «enfermo». Si perdemos un exquisito de
la literatura, más limpio queda el aire. Así nos sentiremos más sanos
mientras creamos nuevos cuadros viriles surgidos de un pueblo valien-
te. Rompamos el vicioso legado capitalista.
Homosexualidad y capitalismo iban de la mano. En la dictadura del
proletariado esa «debilidad» desaparecía. La historia de Cuba lo ha
demostrado.
Que se permitiera publicar estas opiniones en la prensa oficial es
bastante elocuente. Nadie respondió, lo que parece indicar que Feijóo
representaba un sentimiento generalizado. Se hablaba de «higiene so-
cial » y de desterrar de la vida pública a cualquiera que no entrara en los
cánones revolucionarios en una de las publicaciones populares más leÍ-
das de la época.

18 «Aplausos prolongados y exclamaciones de: "i Fidel , seguro, a los vagos dales duro! "»
(Castro, 1963).
• •

Cuba, de eso m ej or nj hablar 53

Entre la «higiene social» de Feijoó y la pureza étnica de Hitler, ¿cuál


sería la diferencia? El nazi quería que todos fueran arios. Los comunis-
tas c ubanos querían que todos fueran «hombres nuevos». O por lo me-
n os que no fueran maricones.
La campaii.a de Feijóo apuntaba no solo a la homosexualidad sino
también a la intelectualidad (considerada proburguesa). Se trataba de
elevar al campesinado, sus valores, su modo de vida, a la categoría de
clase redentora. Así era «comprensible» la idea de atacar a los intelec-
tuales que, además de ser «burgueses», vivían en las ciudades y eran
naturalmente afeminados o propensos a serlo:
Para dar un verdadero ejemplo de colaboración con los intereses nacio-
nales mayores, sería muy bueno y oportuno que los escritores revolucio-
narios cubanos integremos, todos, un batallón permanente para ir al
campo, en este año de la agricultura, yen cualquier año, a sembrar vian-
das. La agricultura es el frente principal, vital. Sé que los de vértebras
dulces se opondrán, con cualquier pretexto. ¡No quieren o no pueden
doblarlas! No obstante, debemos andar de cara al campo, pero con la
cara sudada. Laborando en la sagrada tierra patria. De este modo el ba-
tallón conocerá el agro y a su esforzado hombre, en el mejor modo de
conocerlo, por el trabajo. Y en medio de esos recios y valiosos afanes,
pronto se verá cómo ahueca el ala tierna la clueca claque. ¿Quién nos
secunda?
En 2006 Castro le reconocía a Ramonet la persecución contra los
homosexuales y decía que era cosa del pasado. Pero eso también era
mentira. Nada había quedado atrás. En 2019 Granma homenajeó a
19
Feijóo. Decía el órgano oficial del Partido Comunista:
Muchos calificativos pudieran atribuírsele a Samuel Feijóo, entre ellos,
los de escritor, pintor, poeta, narrador, investigador o promotor cultural,
por solo citar algunos. Mas, lo que en verdad lo distinguió por encima
de esas cualidades, fue su cubanía sin par que lo sitúa como una de las
figuras más emblemáticas y distintivas de la cultura cubana y universal
[... ]. Su presencia trasciende hasta la actualidad y hacia el futuro con una
hidalguía que solo pueden exhibir las grandes personalidades.
Según Granma, Alejo Carpentier elogió a Feijóo diciendo:
Nos ha revelado cuán honda, universal, ec uménica, puede ser, en ciertos
casos, la sabiduría de nues tro pueblo. Los ingeniosos, simpáticos cuen-
tos cubanos populares de humor, reflejan el place r por la sorpresa, la
exageración, la picaresca, la agudeza del co ncepto, o bien la sá tira que es
útil, san a, correc tiva, contra la tontería, la torpeza, la avaricia.
19 Fredd y Pérez Cabrera. «El sensible Za rapico de nues tra cultura». Grannlil , 28 de
m arzo de 2019.
Carlos Liscano

Como era de es perar, tambi én Roberto Fe rnández Retamar lo elogió


cuando prologó su libro de dibujos:
¿De dó nd e ha sa lid o es te and ari ego Samu el Feij óo, que si alguna vez está
lin os d ías en La Habana , es pa ra reco rdarn os que hay en la isla yerbas,
bej ucos, lo mas, úrb oles y matorrales intrincados [... ], para recordarnos,
también, la m ise ria y sin embargo la esp eranza y las canciones de los
guajiros entre los cuales vivía, como un extraño rey, profetizando ese
tiemp o de justicia que ha llegado con la revolución?
Con esos elogios la prensa del pcc recordaba a uno de los destacados
ideólogos de la homofobia comunista, buen discípulo del máximo líder.
Por si quedaban dudas de cómo el régimen lo valoraba, Feijóo recibió
el Premio de la Cultura Nacional en 1981 y también el premio Alejo
Carpentier.

5
El 24 de enero de 1966 el periódico Juventud Rebelde daba su posición
acerca de los homosexuales: «Nosotros en la Juventud Comunista debe-
mos tener posiciones muy firmes al respecto [ ... ]. Es opinión nuestra
que la Universidad no debe graduar gentes que sean homosexuales».
Carlos Rafael Rodríguez en 1967 explicaba a los estudiantes de la
Escuela Nacional de Arte lo que sería luego publicado como Problemas
del arte en la Revolución: «El arte es una de las reservas [ ... ] de que
dispone el imperialismo para combatir a las fuerzas revolucionarias».
Para sostener su afirmación, decía que «muchas manifestaciones que
serían lícitas en nuestro país bajo otras circunstancias» se rechazaban
porque
han sido acaparadas por gente ilícita [ ... ]. En Cuba la sandalia y el homo-
sexualismo se asocian porque la mayoría de las sandalias están en los pies
de homosexuales que hacen ostentación de su homosexualismo, y es na-
tural que esas cosas provoquen en la población una actitud hostil [ ... ].
Muchos de aquellos bailarines son partidarios de la revolución [ ... ] por-
que también ciertos defectos no son incompatibles con una adhesión
revolucionaria, porque hay enfermedades que no impiden querer a la
revolución; lo que hay es que tratar de curarlas [... ], pero quiero decir que
en el futuro serán todos jóvenes revolucionarios, enérgicos, cortadores
de cai1a y bailarines.
Cubil, de eso m ejor ni hnb/¡¡ r 55

El bueno de Rodríguez reconocía que «también ciertos defectos no son


incompatibles con una adhesión revolucionaria» . Es decir, no todos los
revolucionarios eran perfectos. Le faltó decir «como yo y m is amigos» .
Carlos Rafael Rodríguez (1913 - 1997) fue presidente del Instituto
Nacional de Reforma Agraria, vice primer ministro de Asuntos Exte-
riores, vicepresidente del Consejo de Estado, vicepresidente del Consej o
de Ministros. Será siempre recordado por su célebre alocución acerca
de la sandalia. Por su acción y pensamiento recibió altas distinciones
de Gobiernos comunistas. Esas distinciones definen el mundo al que
pertenecía y lo definen a éL Los regímenes políticos que premiaron a
Rodríguez desparecieron pocos años después del discurso acerca de la
sandalia, hundidos en la miseria moral y en la corrupción. Los valores
que presidían esos regímenes dicen quién era Rodríguez. Sería intere-

sante saber qué han hecho sus descendientes con tanta medalla: Co-
mandante con Estrella de la Orden del Mérito de la República Polaca,
Medalla Conmemorativa XX Aniversario de las Fuerzas Armadas Revo-
lucionarias, Orden de la República Popular de Bulgaria, Orden de la
Revolución de Octubre, Medalla Conmemorativa por el XX Aniversario
de la República Democrática Alemana, Medalla Conmemorativa por el
LV Aniversario de la Fundación de la República Popular de Mongolia,
Medalla Conmemorativa por el 1.300 Aniversario de la Fundación del
Estado Búlgaro, Orden de Primer Grado de la República Popular de
Bulgaria, Sello de Laureado del Sindicato de Trabajadores de la Cultura.
En agosto de 1965, tres meses antes de que se inauguraran las UMAP,
el líder de la Revolución cubana le dijo al periodista estadounidense Lee
20
Lockwood:
No podemos llegar a creer que un homosexual pudiera reunir las co ndi-
cion es y los requisitos de conducta que nos p ermitirí an co nsiderarlo
un verdadero revolucionario, un verdadero militante comunista. Una
desviación de es ta naturaleza está en co ntradicción co n el co ncep to que
tenem os sobre lo que debe ser un militante co munista [... ]. Bajo las co n-
diciones en que vivim os, a causa de los problemas co n que nues tro país se
enfrenta, debem os inculc ar a los jóven es el espíritu de la d isciplina,
de lucha y trabajo. En mi o pinión se debe es tar pro mocio nando todo lo
que tiend a a favorece r en nues tra juventud un espíritu fuer te, ac tividades
relac ionadas de algún modo co n la defe nsa de l país, tales co mo los
depo rtes.

20 La C uba de Pide/o Li! mirada de un reportero estado unide/l se en /a isla. 1959 - 1969.
Mad ri d: Tasc hen, 2016.
Carlos Liscano

En L97 L se rea li zó el Primer Congreso Nacional Cubano de Educa-


ció n y Cultura. Las palabras ele Belarmino Castilla, entonces ministro
d e Edu cació n, en la ape rtura d el congreso, oficializaban el camino de
d iscriminación qu e vendría en los próximos aúos: «Los maestros y pro-
feso res anhelan una literatura y un arte que se correspondan con
los m otivos de la moral socialista y rechazan todas las expresiones de
reblandecimiento y corrupción».
Lo dicho: el comunismo no se lleva bien con lo blando.
Las conclusiones del congreso reflejaron y profundizaron la opinión
del ministro Belarmino:
Los medios culturales no pueden servir de marco a la proliferación de
falsos intelectuales que pretenden convertir el esnobismo, la extravagan-
cia, el homosexualismo y demás aberraciones sociales, en expresiones
del arte revolucionario, alejados de las masas y del espíritu de nuestra
revolución [... ]. En el tratamiento del aspecto del homosexualismo la
Comisión llegó a la conclusión de que no es permisible que por medio
de la «calidad artística» reconocidos homosexuales ganen la influencia
que incida en la formación de nuestra juventud. Que como consecuen-
cia de lo anterior se precisa un análisis para determinar cómo debe abor-
darse la presencia de homosexuales en distintos órganos del frente cul-
tural. Se sugirió el estudio para la aplicación de medidas que permitan la
ubicación en otros organismos, de aquellos que siendo homosexuales
no deben tener relación directa en la formación de nuestra juventud desde
una actividad artística y cultural. Que se debe evitar que ostenten una
representación artística de nuestro país en el extranjero personas cuya
moral no responda al prestigio de nuestra revolución.
Un año después, en el verano de 1972, se inició el proceso conocido
como «parametración». Consistía en que los artistas seúalados como
conflictivos por cualquier causa, generalmente gente de teatro, al no re-
unir los «parámetros» de conducta exigidos por la revolución, no po-
dían trabajar en su área. ¿Qué eran los parámetros? ¿Quiénes definieron
y elaboraron esos parámetros? ¿Había tribunales que los aplicaban, exis-
tía el derecho a la defensa? ¿Juzgaban a alguien porque era amanerado,
porque era abiertamente homosexual? ¿Se valían de testigos encubier-
tos, aceptaban denuncias con nombre propio? Los parámetros, al final,
fueran quienes fueran los que los aplicaban, definían quiénes eran ma-
21
chos y quiénes no.

21 En conversacio nes privadas me contaron que artistas uruguayos radicados en Cuba


en aquel tiempo participaron en la persec ución a artistas homosexuales.
LIba , de eso m ejor ni hablar 57

6
Cuenta Reinaldo Arenas que para soltarlo de la cárcel lo hicieron firmar
un documento donde reconocía que había sido rehabilitado y ya no era
m ás puto. Lo firmó sin dudar.
En Antes que anochezca describe el «trámite» al que fue sometido
en 1980 cuando consiguió salir de Cuba a través del Mariel:
Como había la orden de dejar marchar a todas las personas indeseables
y dentro de esa categoría entraban, en primer grado, los homosexuales,
una inmensa cantidad de homosexuales pudo abandonar la isla en 1980;
otros, que ni siquiera lo eran, se hicieron pasar también por locas para
abandonar el país por el puerto de Mariel.
La mejor manera de lograr la salida del país era demostrar con algún
documento que uno era homosexual. Yo no tenía nada que me sirviera
para demostrar aquello, pero tenía mi carné de identidad donde consta-
ba que había estado preso por un escándalo público; ya eso era una bue-
na prueba y me dirigí a la policía.
Al llegar me preguntaron si yo era homosexual y les dije que sí; m e

preguntaron entonces si era activo o pasivo, y tuve la precaución de de-
cir que era pasivo. A un amigo mío que dijo ser activo le negaron la
salida; él no dijo más que la verdad, pero el Gobierno cubano no consi-
deraba que los homosexuales activos fueran, en realidad, homosexuales.
A mí me hicieron caminar delante de ellos para comprobar si era loca o
no; había allí unas mujeres que eran psicólogas. Yo pasé la prueba y el
teniente le gritó a otro militar: «A este me lo mandas directo». Aquello
quería decir que no tenía que pasar por ningún otro tipo de investiga-
ción política.
Mario Benedetti, testigo privilegiado del proceso cubano como nin-
gún otro uruguayo, y probablemente como muy pocos latinoamerica-
nos, en su tercer viaje a la isla se quedó dieciséis meses, desde noviembre
del 67 a marzo del 69. En ese tiempo escribió lo que luego publicaría en
Cuaderno cubano:
Hasta hace muy poco se llevó a cabo una campaña contra los hom o-
sexu ales, que sin duda dio lugar a abusos y discriminacio nes que no le
hi cieron bien a la revolu ción, particularmente en el exterior, do nde el
hecho, como es notori o, tuvo abundante y tendenciosa p ublicidad [. .. l.
En febrero de es te año [ .. . l varios esc ritores latinoam ericanos (e ntre
los qu e se hall aban Mari o Vargas Llosa, Roberto Fern ández Retam ar,
Roqu e Dalton, Ángel Rama, Edmund o Desnoes, Emmanuel Carb allo,
David Vií1as y algunos más) tuvimos co n Hdel Castro una co nversación
qu e empezó a las once de la noche y terminó a las siete de la mañana
Ca rlos Liscan o

[...J. Fide l reco noc ió los errores com e tidos en la abusiva campañ a con -
tra los hom osexuales (s u inter ven ció n p erson al tuvo importancia deci-
siva en la solu ció n d e es te pro blem a) .22
Al comien zo d e su libro, R a mone t agra d ece a dieciséis personas que
le su g ir ie ro n qué preguntarle al comanda nte. Si entre los diecis éis hu-
b iera in cluido a Pablo Milanés s e habría enterado de qué eran las UMAP
por b oca d e quien las padeció. Milanés dice, con humor, en el docu-
m e ntal Pa blo Milan és, del realizador Juan Pin Vilar (2017) :23 «Aunque
n o h aya comparación, t e puedo decir que estuve en Auschwitz y las ins-
talacio n es e ran mejores que las de la UMAP».
En entrevista concedida a Mauricio Vicent y publicada por El País
d e M adrid el 14 de febrero de 2015, Milanés habló de los años que pasó
en las UMAP:
Periodista: En recientes entrevistas se ha referido a su paso por los «cam-
pos estalinistas» de la UMAP y a cómo este hecho interrumpió su carrera.
Hasta ahora nunca ha ahondado en lo que pasó.
P. Milanés: Nunca me han preguntado tan directamente sobre las UMAP
[ ... j. La prensa cubana no se atreve y la extranj era desconoce la nefasta
trascendencia que tuvo aquella medida represora de corte puramente
estalinista. Allí estuvimos, entre 1965 y finales de 1967, más de 40.000
personas en campos de concentración aislados en la provincia de Cama-
güey, con trabajos forzados desde las cinco de la madrugada hasta el
anochecer sin ninguna justificación ni explicaciones, y mucho menos el
p erdón que estoy esperando que pida el Gobierno cubano. Yo tenía 23
años, me fugué de mi campamento -me siguieron 280 compañeros pre-
sos m ás de mi territorio- y fui a La Habana a denunciar la injusticia que
estaban cometiendo. El resultado fue que me enviaron preso durante
dos m eses a la fortaleza de La Cabaña, y luego estuve en un campamento

22 Los prejuicios de Castro no eran originales ni excepcionales para la época. Tampoco


los de Benedetti. Mucho más modes tamente que lo elaborado por el líder cubano,
en J956 el «humor» popul ar del carnaval uruguayo se saciaba en los homosexuales.
La murga Don Tim oteo en 1956 retrataba a la «plaga socia],) homosexual: «Usan
sacos bien cortitos / El cuerpo bien apretado / Como matambre arrollado / y un
modo raro al hablar/ Caminan muy hamacados / Mirando pa'todos lados». En el
carnaval de 1962 la murga Asaltantes co n Patente cantaba: «Hoya los hombres
tam bién les cabe / Y usted lo sabe po rque los ve / Con esas ropas y esas man eras /
Nunca se entera si es ella o él». Algo similar reclamaba ese mismo año la murga de
mujeres Rumbo al Infierno: «Los varones de hoy, créanlo / Imitan en todo a la
muj er / Se maq uill an, se pintan las ulias / Se marca n el pelo, da n risa de ver / Y
cuand o ba il an se destrolan todos / Parecen rumberas en el chachachá» (tomado de
Diego Sempol. «Homosex ual: entre el in sulto y el orgullo». Políticas de la m emoria,
n.O 18,20 18) .
23 Disponi ble en: <www.yo utube.com/watch?v=ZT- IZ4iYGVg>.
, - . .---
Cuba, de eso mejor ni hablar 59

de castigo peor que las UMAP, donde permanecí hasta que se disolvieron
por lo escanda loso que resultó ante la opinión internacional [... ]. Las
UM¡\P no fue un hecho aislado. Antes de 1966, Cuba se alineó definitiva-
mente a la política sov iética, incluyendo procedimientos estalinistas que
perjudicaron a intelectual es, artistas, músicos. Según la historia, en 1970
comenzó lo que se llamó el quinquenio gris, y yo digo que realmente
comen zó en 1965 y fueron varios quinquenios.
Abel Sierra Madero entrevistó a Pablo Milanés, quien recordó las
cercas de las UMAP, compuestas por catorce hilos de alambre colocados
de modo que se elevaban a unos seis metros de altura. A esa alambrada
y al encierro le dedicó una breve canción titulada «Catorce pelos y un
día»: «Catorce pelos y un día me separan de mi amada, / catorce pelos y
un día me separan de mi madre, / y ahora sé a quién voy a querer /
cuando los pelos y el día / los logre dejar».

7
Otro a quien Ramonet pudo haber consultado (leído) es a Graham Greene.
En los escritos que publicó en la prensa inglesa sobre sus viajes a Cuba,
Greene no olvidó mostrar su admiración por Fidel Castro. Durante la
dictadura de Batista el inglés estuvo tres veces en la isla para documen-
tarse y escribir Nuestro hombre en La Habana. Para la filmación de la
película basada en la novela volvió a la isla en 1959, ya durante el perío-
do revolucionario.
Estuvo otra vez en Cuba en el 63 Y en el 66, cuando en «Luces y
sombras en Cuba» escribió:
existe una oscura sombra que resulta mucho peor que el bloqueo, el ra-
cionamiento o las incursiones aéreas: las UMAP, una palabra que parece
extraída de la ciencia ficción (como si la humanidad de algún modo
estuviera enterrada en ella). [... ] Las siglas significan Unidad Militar de
Apoyo a la Producción, pero representan los campos de trabajos forzo-
sos que controla el Ejército [... ]. En teoría, no pasa nada erróneo en ellos:
un hombre que no es capaz de prestar servicio militar pasa tres años
trabajando la tierra, pero la práctica difiere de la teoría, ya que no exis-
ten los permisos ni las visitas de la familia. (Incluso el contrarrevolucio-
nario recluido en la sombría prisión de Isla de Pinos, construida por
Batista, tiene derecho a una visita mensual).
Poco después de ser inauguradas, en noviembre de 1965, se produje-
ron los primeros suicidios en las UMAP. A los que intentaban escapar se
los fusilaba.


60 Carlos LiscalJO

En abril de 1966, el diario GralJ1JJa informaba de un tribunal de guerra


para los militares que habían co m etido abusos. Según testimonio del
propio Greene, él le habría dicho a Castro que no quería que Cuba se
convirtiera en «u n campo de concentración».
Greene es impreciso adrede:
Corre el rumor de que se han tomado medidas disciplinarias contra los
brutales oficiales responsables de los campos; el propio Fide!, en su dis-
curso del 29 de agosto [de 1966], hizo una afirmación que el pueblo
espera que sea aplicada a los campos [... ]. Muy a menudo, Fidel ha reco-
nocido sus errores políticos, y este es mucho más serio que un simple
error en los cálculos de industrialización del país. Un error moral es
mucho más peligroso que un error táctico, ya que compromete la revo-
lución. Y solo la revolución puede matar a la revolución.
Otro escritor que conoció la existencia de las UMAP fue el sacerdote
y poeta nicaragüense Ernesto Cardenal, quien visitó Cuba en 1970 y
escribió un libro sobre esa experiencia (En Cuba).24 Cardenal repitió
muchas veces que aquel viaje y su encuentro con Pidel Castro fueron
una revelación. Allí le ocurrió la segunda conversión. La primera había
sido en 1957, cuando se convirtió al cristianismo. La segunda fue al
«comunismo no ateo».
Durante su estadía el poeta habló con muchas personas, incluidas
algunas que no simpatizaban con el régimen. Comprobó, y lo escribió,
que no había libertad para combatir al sistema. Pero eso era así porque
combatir al sistema era considerado un atentado a la propia libertad.
Castro se salvaba de toda crítica porque, incluso, había autorizado la
publicación de «novelas contrarrevolucionarias».
Alguien le advierte a Cardenal: «Cuando vaya a la Unión de Escrito-
res los verá usted con sus lenguas largas. Listos para lamer». Otro, que
se identifica como «intelectual revolucionario», le dice: «Cuando escri-
bas tu libro no pongas los nombres de las personas que han dicho cosas
que no son favorables, porque les puede perjudicar».
Cardenal está al tanto de la represión contra los católicos y sabe que
existen campos de trabajo forzado. Pide para visitar a unos seminaristas
que están recluidos en una UMAP. El arzobispo Francisco Oves, que «está
con la revolución», le cuenta que los tienen en una unidad de «lacra
social», con «homosexuales y otros delincuentes», picando piedras en

24 Véase Gerardo González Fe. «El libro prohibido de Cardenal». Letras libres, 1.0 de
abril de 2020.
• -- •

Cuba, de eso mejor ]Jj hablar 61

unas canteras de mármol. «Será bueno que usted los anime, que les diga
que stén alegres. No quiero que tengan complejo de mártires».
La visita a los seminaristas nunca será autorizada. Tampoco denegada.
~i:\rdenal se encuentra con Mario Benedetti, que le elogia la desapa-
rición de los anuncios comerciales en La Habana; la escritora neoyor-
quina Margaret Randallle afirma que la tarjeta de racionamiento es la
misma para un ministro que para un campesino «del último rincón de
Cuba ».
En 2003 el poeta justificó la aplicación de la pena de muerte para tres
cubanos que habían secuestrado una embarcación para huir a Estados
Unidos. Estaba de acuerdo con Castro: «Pienso lo mismo que Fidel, que
no está a favor de la pena de muerte, pero en algunos casos se tiene que
aplican>.
Ese mismo año el Consejo de Estado de la República de Cuba le otorgó
a Ernesto Cardenal la Orden José Martí, «condecoración cubana, la más
alta del país» que «se otorga a ciudadanos cubanos o extranjeros por sus
servicios a la causa de la paz o logros sobresalientes en la educación, la
cultura, las ciencias, los deportes o el trabajo creativo». Además de
Cardenal la recibieron Saddam Husein, Nicolás Ceaucescu, Vladimir

Putin, Erich Honecker, Nicolás Maduro, Daniel Ortega, Aleksander


Lukashenko, Kim Il Sung, Robert Mugabe.
Mario Benedetti probablemente no haya oído hablar de las UMAP;
aunque sí estaba al tanto de la persecución a los homosexuales. Su nula
preocupación por el «problema» no le debía nada al comandante en jefe
ni a la «parametrización» cubana. El uruguayo tenía prejuicios propios.
Los había hecho conocer antes de que Castro difundiera los suyos. En
1960, en El país de la cola de paja, decía: «Desde una perspectiva solo
teatral, no es exactamente reprochable que un actor sea un marica en su
vida privada».
Queda la duda acerca de qué hacer con los homosexuales cuando no
se los mira desde la «perspectiva teatral». Por ejemplo, si uno tiene lID
compañero de trabajo que es «marica», por más que sea actor, ¿cómo se
lo trata? ¿Se le permite, por ejemplo, integrar el sindicato? ¿Se lo invita a
las fiestas con todos los compañeros de trabajo? ¿Se lo socorre en caso
de que necesite algo, o se le pide un favor cuando uno lo necesita? ¿Se le
hace un regalo de cumpleaños?


Ca rlos Lisca no

En un contexto de dictadura «viril », deja ndo la «perspectiva teatral»,


probablemente la idea de Benedetti acabaría conduciendo a los «m ari-
cones» uruguayos a ca mpos de trabajo com o las UMAP, fueran o no gen -
te de teat ro.
y ab undaba Benedetti en 1960:
La invasión de los pitucos (grup o esnob, subgrup o maricas) en el teatro
mo ntevideano, rep resenta un a comprobación cada vez m ás lamentable,
ya que le está quitando vigor y profundidad a uno de los movimientos
más generosos, sinceros (... ] que puede exhibir la breve historia de nues-
tra cultura.
Tal vez, mientras escribía lo anterior, Benedetti pensaba en la falta de
«vigor y profundidad» en las obras de teatro del «marica» de García
Larca. ¿También tenía en mente a tanto «marica», teatrero o no, que
luego iba a enfrentar sin claudicaciones a la dictadura uruguaya de 1973
a 1985? Algunos de esos «maricas» eran bien conocidos por Benedetti.
No se sabe si a alguno lo consideraba amigo fuera de la «perspectiva
teatral».
Según el diccionario la palabra vigor en su quinta acepción significa:
«Entonación o expresión enérgica en las representaciones teatrales y en
las obras artísticas o literarias». Por culpa de los «maricas» el teatro uru-
guayo estaba perdiendo la «expresión enérgica». A Benedetti ¿no lo per-
turbaba la posible participación de lesbianas en la escena uruguaya, ni
de bisexuales? Estirando indebidamente las cosas uno podría pensar
que Benedetti creía que, para que tenga vigor, el arte escénico necesita
virilidad. No lo dice con esas palabras, pero definitivamente los «mari-
cones», ni en la «perspectiva teatral» le gustaban. ¿Qué hacer con ellos?

_..
,

63

Guerrilleros VS. intelectuales

La revolución acosa más severamente que en Ilingun a parte al intelectual,


por la simple presencia)' conlig iiidad del ejemplo guerrillero.
Congreso Cultural de La Habana, 1968

1
Diciembre de 2021. Ahora me doy cuenta de que esto es como un diario
con recuerdos de asuntos vividos hace décadas. No sé por qué lo escri-
bo. Tal vez me lo debía, tal vez necesito una explicación de por qué creí-
mos todo lo que creímos y por qué actué como actué.
¿Cuándo empecé a dudar de las historias en las que tanto tiempo
creí? Me parece que el asunto del heroísmo fue definitivo. Detesto la
propaganda que propone a los jóvenes el heroísmo como forma de vida
y el martirologio como meta. En Cuba todo es una cosa o muerte: patria
o muerte, socialismo o muerte, independencia o muerte. Y todo son
batallas, luchas. La batalla de los diez millones, la batalla del café, la
batalla de las ideas, la batalla de Etiopía, del Yemen, de Angola. De ahí
viene el culto al heroísmo. Héroe del trabajo, héroe del deporte, héroe
,
del espionaje. A los cubanos los han convencido de que todo es una
batalla. Yo admiro al que cumple con lo que le corresponde social y
familiarmente. No al que solo cumple con lo excepcional, el que en cada
momento piensa que da la vida por la causa, por el comandante en jefe,
por la patria. En 1968 el gran líder dijo que al pueblo «le falta todavía
cierto tesón, cierta constancia en el heroÍsmo».25 Para ser héroe había
que ser tesonero, constante, a toda hora, como los dirigentes del Partido
Comunista. Daría para hablar un rato sobre este as unto. Para un escri-
tor, o por lo menos para este escritor, es fascinante pensar en escribir un
texto que se llame El h éroe constante. ¿Quién sería eso, cómo sería?

25 Fidel Castro, 13 de marzo ele 1968.


-- -

64 Carlos Liscano

En La Habana nos esperaba Monika Krause. Llegamos y al otro día


Alma fue a dar clases. Después de un par de días en el hotel Habana
Libre nos mudamos a casa de Monika. De vez en cuando la visitaba el
exmarido, marino, quien había sido viceministro de Turismo. El matri-
monio tenía dos hijos que estudiaban fuera de Cuba, uno en Moscú y
otro en Berlín, en la RDA. Estaban preparando a la futura clase dirigente.
Era una casa amplia, tenía patio con jardín al fondo, contaban con auto
con chofer. Después de unos días me llamó la atención la cantidad de
cuadros, muchos óleos, que colgaban de las paredes. Al observarlos de
cerca vi firmas de algunos plásticos cubanos conocidos, entre ellos de
Portocarrero. Cuando pregunté si eran originales me dijeron que sí. El
Museo Nacional se los había dado en «custodia». Pensé que Tomás te-
nía algo de razón. No era lo mismo ser blanco que ser negro.
Como ironía, Monika y sus hijos acabarían escapando clandestina-
mente de Cuba para refugiarse en Alemania. En 2002 Krause publicó
un libro donde cuenta su vida en Cuba. Es un libro muy ácido, irónico y
lleno de dolor, Monika y la Revolución. Una mirada singular sobre la
26
historia reciente de Cuba.
El Gobierno tenía, supongo que ahora todo se ha agravado, un apa-
rato creado para sacarles dólares a los turistas. Cosa que no me pareció
mal si no fuera porque el resultado era difundir la corrupción de los
dirigentes entre los trabajadores. A menos que ese fuera un objetivo
buscado por el Gobierno.
El aparato estaba muy bien montado. Cuando uno llega a un país
compra la moneda del país. Fue lo que hice, llegué y cambié dólares por
pesos cubanos. Pronto iba a darme cuenta de que los pesos cubanos no
me servían para nada. No era necesario que mostráramos documentos
para que se dieran cuenta de que no éramos cubanos. Ni siquiera era
necesario que nos oyeran hablar. Bastaba que nos vieran, que vieran el
modo de vestirnos, un modo sencillo como el de cualquier sueco, para
que nos exigieran el pago en dólares.
26 Del li bro de Monika Krause: ,, ¡Bienve nid a dieta c ub an a co mpuesta de escasez
perpetu a, de pollos atléticos, de huesos y tendones, un a vez al m es ! iBienvenido
mercado n eg ro, co me rcio de tru eque y d e trapicheo ! ¡Bien ve ni da m ala ngu ita
raq uíti ca "comprada" a precio de oro! ¡Bienve nid os caos bu roc rático, desorden y
testa ru dez de fun cio n ar ios! ¡Bienve nid os ve rb o rrea c ub a n a, gr ite r ía, mús ica
es tri dente y bailes eró ticos ! ¡Que viva n el sol, la playa deliciosa, el calor, la hu medad,
los mosquitos, las cucarachas, los ciclo nes, la seca, el man go, la gu an ában a, el mam ey,
el aguaca te, los limones, las naranjas, el café, el m achism o-leninism o, el eterno, el
omnipresente "tengo q ue resolver un problema"! ¡Patria o muerte - Venceremos!».
- - - ,

Cuba, de eso mejor n ; ll.1bla r 65

Los ta.'Cis siempre quería n cobrarnos en dólares. Además, los taxistas


tenía n una peculiarida d: aceptaban a los pasajeros según criterios nun-
,
ca explícitos. Tal vez dep endía de la hora, del estado de humor del cho-
fe r o de a.lgo inaccesible al mero turista. Si uno le decía que iba a la
'-Jiudad Vieja, el taxista contestaba que iba al Vedado. Y a la inversa.
Ningún taxi quería llevarnos y el transporte público era bastante inefi-
ciente. Era m edianoche. No recuerdo si habíamos ido a escuchar jazz o
al teatro. Estábamos en el Centro y teníamos que ir al Nuevo Vedado. Ya
hacía días h abíamos desistido de tomar taxis. Cansados, con sueño, abu-
rridos de esperar el ómnibus, decidí que tomaríamos un taxi. Anna me
dijo que era inútil, que ningún taxi nos llevaría. Pasó uno y le hice seña.
Paró.
¿A dónde va?
Pago doble en dólares, le dije.
, Suba.
A partir de ese momento siempre viajamos en taxi. Empezábamos a
aprender cómo funcionaba el socialismo caribeño. El hombre nuevo y
el dólar se llevaban muy bien.

2
Enero de 2021. Tengo la cabeza dedicada todo el día a este trabajo. No
sé si conseguiré terminarlo, pero le dedico mucho tiempo. Leo y pienso
en el asunto desde que me levanto. .
Una pregunta que se me formula sola y a la que trato de responder
mentalmente: ¿qué dejó Fidel Castro? En la lucha por no caer bajo la
influencia de EE. uu. transformó a Cuba en una provincia de la URSS y a
los cubanos en absolutamente dependientes de los soviéticos. Se habi-
tuaron a no producir nada, ni los alimentos básicos. Todo les llegaba de
la URSS. Lo reconoció Fidel Castro hablando con Ignacio Ramonet:
El p aís sufrió un golpe anonadante cuando, de un día para o tro, se
derrum bó la gran potencia y nos dejó solos, solitos, y perdimos todos
los m ercados para el azúcar y dejamos de recibir víveres, combustible,
h asta la madera con que darl es cristiana sepultura a nuestros m uer tos.
Nos quedam os sin combustible de un dí a para otro, sin materias primas,
sin alim entos, sin aseo, sin nada.
Mientras todo llegaba de la URSS, en el culmen de la dependencia, el
máximo líder m andó a los cubanos a morir en África para cumplir co n
los obj etivos geopolíticos de los jefes del Kremlin.
-

66 Ca rlos Liscano

El resultado de las políticas de dependencia es que hoy, sesenta y tres


aúos después de que la familia Castro tomó el poder, Cuba no produce
nada, ni azúcar. No tiene industrias, no tiene cultura empresarial, su
gente ha perdido los hábitos y las habilidades de trabajo y carece de
educación democrática y republicana. Ese es el legado del comandante
en jefe, un megalómano que tuvo al mundo por escenario. Fatigó el ver-
bo durante medio siglo, siempre a punto de enfrentarse en el holocausto
imperecedero de una guerra contra los Estados Unidos. Así, de discurso
fatal en discurso fatal, hundió a su país en la miseria. Un caudillo que,
como todos, creía que él, y solo él, podía solucionar todos los problemas
de su país. Un dictador cruel que llegó a decirle a los más de cien mil
cubanos que en 1980 se fueron en el Mariel:
. Quien no tenga genes revolucionarios, quien no tenga sangre revolucio-
naria, quien no tenga una mente que se adapte a la idea de una revolu-
ción, quien no tenga un corazón que se adapte al esfuerzo y al heroísmo
de una revolución, no lo necesitamos en nuestro paísY
La plebe que lo escuchaba aplaudía. Se sabe que muchos de aquellos
aplaudidores acabaron luego en Miami.
Castro solo dejó discursos. Pero a la vez, nada de lo que dijo iluminó
el pensamiento socialista ni enriqueció la ciencia política. En 1968, el
líder de la «dignidad» de los países no alineados apoyó la invasión a
Checoslovaquia por parte de los países del Pacto de Varsovia dirigidos
por la URSS. Veinte años después el amo soviético lo abandonó y Cuba
cayó en la miseria en que vive hasta hoy, con casi el 25 % de la población
emigrada.
Durante medio siglo la propaganda castrista tuvo sostenes y difuso-
res, no solo dentro de Cuba.
Entre lo más increíble que consiguió la burocracia estalinista cubana
estuvo la conversión del intelectual crítico en intelectual «revoluciona-
rio» al servicio del Gobierno. El «intelectual revolucionario» se sometió
a la burocracia militar cubana. Ni siquiera se sometió a otros intelectua-
les: lo hizo a los burócratas comunistas y a los militares cubanos que
usaban a individuos como Fernández Retamar para presionar a colegas
como Julio Cortázar.
Por iniciativa del Gobierno cubano, y con la aquiescencia de los pro-
pios intelectuales, en la izquierda latinoamericana desapareció el inte-
lectual como conciencia crítica de la sociedad. Si no fueron todos los
27 Fidel Castro, 1.0 de mayo de 1980.

CII/);l, de eso m ejor /Ji /);Ib/llr 67

I intelectuales, por lo menos fueron unos cuantos de ellos que aprobaron



y apoyaron ese paso a las tinieblas. Las consecuencias iban a verse a
mediano plazo.
Desaparecieron en Cuba la libertad de crítica y la libertad de creación.
Quienes siguieron reivindicándolas, dentro y fuera de Cuba, pasaron a
ser escritores «no comprometidos», individualistas burgueses, incapaces
de comprender las necesidades y urgencias de la revolución. Que en
realidad eran necesidades y urgencias de los dirigentes. Y a veces solo de
Fidel Castro.
Desde aquel momento, para los intelectuales latinoamericanos, lo
más progresista consistió en reconocer que los intereses políticos esta-
ban siempre por sobre los valores de la literatura y el arte. El intelectual
revolucionario no actuaba según lo que creía atinado, justo, pertinente,
sin antes escuchar al dirigente político, que era quien tenía la última
palabra.
Así fue que surgió el concepto de «el intelectual como problema» y
quienes lo establecieron fueron los intelectuales. El intelectual como
«conciencia crítica de la sociedad» se enfrentaba al «intelectual revolu-
cionario». El primero era «pequeñoburgués» porque, entre otras cosas,
reivindicaba la libertad de pensar y crear, criticaba la invasión de Che-
coslovaquia y la transparencia del caso Padilla. Para el intelectual revo-
lucionario, en cambio, la Revolución cubana estaba por encima y era
determinante en cualquier práctica artística. La mera discusión del asun-
to era diversionismo o, directamente, contrarrevolución.
En palabras de Claudia Gilman:
Buena parte de los intelectuales de izquierda latinoamericanos contri-
buyeron a elaborar las bases teóricas de su autodenigración y a abom i-
nar, en términos políticos, de su propia condición, distanciándose, en
esta operación, de otra fracción de la izquierda intelectual, que continuó
afirmando la legitimidad id eológica de su prácticaY
Ernesto Guevara ya había dicho que los intelectuales, a causa de su
origen, eran irrem ediablemente «c ldpables»:
la culpab ilidad de mu chos de nu es tros intelec tuales y artistas reside en
s u pecado original; no so n au ténti came nte revolucionarios. [ ... ] Las
nuevas co ncepciones vendrán libres del pecado o riginal. [... ] Nuestra
tarea consiste en imped ir que la generación actual, dislocada por sus
-
28 «La situ ac ió n del esc rit o r latinoa m e ri ca no: la voluntad de po litizació n ». En AA.
VV., Cultura y política en Jos aiías 60. Buenos Aires: Instituto de Investigación Gi n o
Germani, Fac ult ad de Ciencias Soc iales, Un ivers id ad de Buenos Aires, 1997.
-

(i R Ca rlos Liscano

conflictos, se pervier ta y per vierta a las nuevas [...]. Ya vendrán los revo-
lu cionari os que entonen el canto del hombre nuevo con la auténtica voz
del pueblo. 29
La imagen religiosa es elocuente. Guevara era, como Jesús, nacido de
m adre virgen, no tenía pecado que redimir. A los hijos de burgueses, en
cambio, no les alcanzaría la vida para limpiar el pecado de haber nacido.
Por eso había que evitar, Guevara no dice cómo, que «perviertan» a las

nuevas generaclOnes.
Todos eran culpables, y pasibles pervertidores. Culpables por no vi-
vir en su propio país, por pertenecer a la clase media que leía en medio
de millones de analfabetos, por pretender escribir para el arte y no al
servicio de la acuciante realidad que era definida por el líder guerrillero,
por escribir difícil y no para todo el mundo, porque la literatura no se
sabe para qué sirve. Y, la mayor de todas la culpas, por no ser hombres de
acción sino meros intelectuales, personas que creen que para cambiar el
mundo no solo hay que hacer sino que también hay que pensar.
Para que no quedaran dudas de quién era quién, y dónde radicaba la
obligación de pensar, las conclusiones del Congreso Cultural de La Ha-
bana remachaban el clavo: «La revolución acosa más severamente que
en ninguna parte al intelectual, por la simple presencia y contigüidad
del ejemplo guerrillero».
Puestos uno alIado del otro, el intelectual se desdibujaba hasta des-
aparecer. Mientras que el guerrillero, probablemente de barba, un poco
sucio y maloliente, con la pistola al cinto y una metralleta colgando del
hombro, era la imagen de lo más elaborado del pensamiento latinoame-
ricano. En la comparación, al intelectual le tocaba el lugar de individuo
tutelado. Los intelectuales se ponían de acuerdo: entre el pensamiento y
las armas no se podía dudar qué era más importante. Se suponía que
quien portaba las armas, un hombre nuevo ya consumado o en ciernes,
ten ía las herramientas mentales que le permitían fijar los objetivos, la
estrategia y la táctica para alcanzarlos. El guerrillero portaba los valores
que presidirían la nueva sociedad: el bien, el mal, la m oral, las normas
jurídicas, los patrones estéticos. Al intelectual le restaba aprobar lo que
el hombre nuevo guerrillero decidía y hacía.
La rev ista cubana Pensamiento crítico, luego clausurada y sus inte-
grantes silenciados durante años, decía en su número uno:
29 "El sociali sm o y el hombre en Cuba", texto dirigido a Carlos Q uijan o, directo r de
March a, en marzo de 1965.
= -- •

Cuba. de eso mejor ni hablar 69

El in telectual revolucionario es, ante todo, un revolucionario a secas,


por su posición ante la vida; después, aquel que crea o divulga según su
pasión y su comprensión de la especificidad y el poder transformador
de la función intelectual. Si la primera condición existe le será fácil coin-
cidir con la necesidad social.
Para ser creador bastaba con ser intelectual revolucionario. Lo de-
más se daba de suyo y siempre coincidiría con «la necesidad social»,
que nadie especificaba en qué consistía. Eso seguramente lo diría el Par-
tido. O el líder.

3
«El deber de todo revolucionario es hacer la revolución», decía la II

Declaración de La Habana .
Así fue que el dirigente político y el guerrillero, armas en mano, se
transformaron en intelectuales y monopolizaron la actividad de pensar.
El resto, el mero estudioso, el investigador, el escritor se volvieron in-
grávidos social y políticamente. Y también un poco sospechosos hasta
que no demostraran ¿qué? Que estaban de acuerdo en que en las armas
radicaba el único camino, la más alta cota de pensamiento, la única for-
ma de lucha que conduciría a la toma del poder y la construcción del
socialismo. En síntesis: que con los fierros se llegaba a cualquier parte y
hasta el conocimiento surgía de ellos.
En la Conferencia Tricontinental de 1966 los intelectuales declaraban:
El Congreso ha puesto de relieve que en las actuales condiciones de Asia,
África y América Latina, hay que quebrar las dependencias de carácter
colonial y neo colonial. Y este cambio revolucionario que expulse a los
dominadores y a sus cómplices, solo puede llevarse adelante mediante la
lucha armada [ ... j. En la lucha por la liberación y su desarrollo se afian-
zan y crecen los elementos de una auténtica cultura nacional.
En la reunión de la Organización Latinoamericana de Solidaridad
de 1967 se concluyó que:
Los intelec tu ales de los países del Tercer Mundo tienen insoslayables
deberes de lucha que comienza n co n la inco rp oración al combate por la
independencia nacional y se hacen más profundos en la medida en que,
lograda esta, los pueblos se encaminan a la realización de más altos ob-
jetivos de la em ancipació n social. Si la derrota del imperialismo es el
prerrequisito inevitable para cllogro de un a auténtica cultura, el hecho
cultural por excelencia para un país subd esarrollado es la revoluci ón.
,
70 Ca rlos Liscano ,

Solo med iante esta puede concebirse una cultura verdaderamente na-
cional y es dabl e realiza r una política cultural que devuelva al pueblo su
ser auténtico y haga posible el acceso a los adelantos de la ciencia y el
disfrute del arte; no hay para el intelectual que de veras quiere merecer
ese nombre otra alternativa que incorporarse a la lucha contra el impe-
rialismo y contribuir a la liberación nacional de su pueblo mientras pa-
dezca todavía la explotación colonial.
En este tipo de caracterizaciones, que en pocos años fueron cientos
o miles, radica la tesis defendida por Gilman acerca del «antiintelectua-
lismo cubano». Ese proceso comenzó en 1968, aunque ya se había ma-
nifestado antes en los discursos de los dirigentes y en las posiciones de
algunos de los mejores defensores de la revolución.
La labor intelectual solo tenía valor en función de la toma de posi-
ción política que el individuo sustentaba. No había «verdades» al mar-
gen de la ideología, ni siquiera en matemáticas. La creación artística y el
conocimiento, en particular en las ciencias sociales, pasaron a estar en
función de la política. Entre un comandante y un científico ya se sabía
quién iba a tener la última palabra, aunque el comandante no supiera
nada de historia, de economía, de arte, de literatura.
Para Gilman:
La relación de los intelectuales cubanos en particular, y latinoamerica-
nos en general, con el estado cubano definió cambios importantes en las
colocaciones respecto de las cuestiones centrales que se discutieron en el
período, como por ejemplo la función de la literatura y de la experimen-
tación artística, el papel del escritor frente a la sociedad, los criterios
normativos del arte y la relación entre los intelectuales y el poder. Aun
cuando muchas de estas cuestiones se originaron como respuesta a la
coyuntura específica y en el marco puntual de la política cubana, su par-
ticularidad fue que se extendieron hasta tornarse una problemática ge-
neral para los intelectuales latinoamericanos, generando recortes}' soli-
30
daridades específicos.
La «libertad de creación» era una demanda burguesa que se contra-
ponía a la libertad colectiva, ante la que el artista debía depone r su auto-
nomía. Reclamar libertad individual era un pretexto de los escritores
«b urgueses», que pensaban más en el dinero que en la creación. Bene-
detti, qu e participaba de esas d efiniciones, reconocía a los con sagrados

30 «Mercado y consagració n: la revolución c uban a y la reconsideración de la "n ueva


narrativa latin oame ri ca na" ( 196 1- 197 1)>> en Javi e r Lasarte (coord.) , Territorios
intelectuales. Pensamiento)' cultuf" en flmérici/ Latini/. C aracas: La Nave Va, 200 1.
CI/ ba, de eso m ejor n; hablar 71

por el boom el talento requerido para haberlo logrado, pero les recrimi-
naba qu e vivieran en Europa, qu e era la plataforma para acceder al gran
m ercado de las ediciones. Fernández Retamar, quien desde Casa de las
Am éricas elaboraba las verdades a seguir, intentaba superar contradic-
ciones con un juego ingenioso. Decía que le interesaba decir cosas, no
palabras. De ese modo un tanto pueril quería que su discurso fuera «otro»,
que se transformaba en acción. O se transformaba en algo parecido a
lo que hacían los guerrilleros. Es decir, eso no lo convertiría nunca en
guerrillero, pero él se conformaba con ser intelectual y revolucionario
frente a todos los pequeñoburgueses que solo se «comprometían».
Lo que empezó siendo válido en Cuba acabó aplicándose a todos los
intelectuales latinoamericanos. La verdad pasó a residir en La Habana.
Para los escritores esa residencia era todavía más precisa: estaba en Casa
de las Américas. El escritor era valorado en la medida que era «escritor
revolucionario», oficio que nadie sabía en qué consistía. Pero, tomando
en cuenta la importancia «intelectual» del guerrillero, se podía arribar a
la conclusión definitiva: había que dejar la máquina de escribir y agarrar
el fusil. En cualquier caso, Casa de las Américas podía distinguir a los
escritores revolucionarios de los otros. Allí radicaba el metro universal.
Lo anterior no eran sugerencias ni debates abstractos. La hostilidad
hacia quienes no daban prioridad a lo social por sobre su tarea específi-
ca como intelectuales fue creciendo en agresividad. Algunos pasaron de
ser compañeros de ruta a tibios sin compromiso. Y otros directamente
se convirtieron en enemigos. El compromiso dejó de tener validez. O se
estaba con el fusil o se estaba del otro lado.
Los intelectuales, para ser revolucionarios, debían ser valientes, viri-
les y heterosexuales. Y la «máxima autoridad en política cultural revo-
lucionaria de nuestra América» era Fidel Castro. Nadie tenía su es tatura
intelectual y moral. ¿Y quién le había dado ese título? Muchos inte-
lectuales: Jean Paul Sartre, Alejo Carpentier, García Márquez, Roberto
Fernández Retamar, Julio Cortázar. Siendo así, ¿quién iba a poner en
dud a lo qu e el jefe m áximo decía?
Antes al intelec tual le bastaba co n estar «comprometido». Eso lo pro-
tegía. La defini ción era un poco vaga, pero se entend ía que era alguien
que defendía y apoyaba las ca usas democrúticas y de la libertad en todo
el mundo. Pero con la Revolu ción cubana la noció n de co mpromiso
cayó en desg racia. Llega ron los verd aderos revolucionarios de barb a, y
-----
72 Carlos Liscano

sus admiradores que no la tenían, y los méritos científicos, estéticos, el


compromiso con la democracia y con la vida dejaron de ser suficientes
para que el intelectual fuera considerado de confianza. El compromiso
solo no daba garantías. La palabra del meramente comprometido no
tenía validez porque carecía de la legitimidad que da el contacto con las
armas. O, por lo menos, había que hacer público que se creía en la supe-
rioridad de las armas por sobre las ideas. Eso ya era un buen paso hacia
las posiciones «correctas».
La idea de «intelectual revolucionario» ubicaba a los pensadores en
la categoría de actores sociales subordinados a las organizaciones y a los
dirigentes políticos. Pasaban de un estado de creación en principio ili-
mitado, solo librado a sus capacidades, a no tener ninguna autonomía
en su práctica específica.
Lo s sectores burocráticos de la dirección cultural cubana se
apoderaron de las instituciones locales. En palabras de un oficialista,
Ambrosio Fomet:
De un lado estaban ellos - los ideólogos, los teóricos, a quienes llamába-
mos sin más «los dogmáticos»- , y del otro lado estábamos nosotros, a
quienes nuestros adversarios nos llamaban «los liberales» [ .. . ], peque-
ños burgueses sin ideología definida, aunque algunos, marxistas con
buena formación (sobre todo, entre los cineastas), y otros, como yo mis-
mo, aprendices de marxismo. Pero además -no lo olvidemos- los res-
pectivos adversarios representaban, a sabiendas o no, zonas de p od er, es
decir, sus opiniones expresaban aspectos de la lucha por el poder o, si lo
prefieren, de la lucha por la hegemonía en el campo cultural [ ... j. Al
fin al, la propia lucha cesó, abrupta y lamentablemente, con la supresión
burocrática de una de las partes. Fue lo que ocurrió en el Congreso de
Edu cación y Cultura, en 197 1, que dio paso al quinquenio gris.
En 1971, en el discurso de cierre del Congreso de la Educación y la
Cultura, Fidel Castro definí a algunos valores que iban a dominar el quin-
• •
quemo grIs:
Hemos descubierto esa otra forma sutil de colonización que muchas veces
subsiste [. .. l al imperialismo eco nómico, al colonialismo, y es el impe-
rialismo cultural, el colonialism o político [. . . j . Creen q ue los p ro blemas
de este país pueden ser los problemas de dos o tres ovejas d escarriadas
que puedan tener algunos problemas con la revolución , porque «no les
dan el derecho» a seguir sembrando el veneno, la insidia y la intriga en la
revolución [. ..l. Si a cualquiera de esos «agentillos» d el colonialismo
cultural lo presentamos nada m ás que en es te Congreso, creo que
hay que usar la policía, no obstante lo cívicos y lo disciplinados q ue son
Cubil. de eso m ejor]Jj hablar 73

nuestros trabajadores y que son estos delegados al Congreso [ ... l. Están


en guerra contra nosotros. ¡Qué bueno! ¡Qué magnífico! Se van a des-
enmascarar y se van a quedar desnudos hasta los tobillos. Están en gue-
rra, sí, contra el país que mantiene una posición como la de Cuba, a 90
millas de Estados Unidos, sin una sola concesión, sin el menor asomo de
claudicación, y que forma parte de todo un mundo integrado por cien-
tos de millones que no podrán servir de pretexto a los seudoizquierdis-
tas descarados que quieren ganar laureles viviendo en París, en Londres,
en Roma. Algunos de ellos son latinoamericanos descarados, que en vez
de estar allí en la trinchera de combate [ ... l viven en los salones burgue-
ses, a 10.000 millas de los problemas, usufructuando un poquito de la
fama que ganaron cuando en una primera fase fueron capaces de expre-
sar algo de los problemas latinoamericanos. Pero lo que es con Cuba, a
Cuba no la podrán volver a utilizar jamás, ¡jamás!, ni defendiéndola.
Cuando nos vayan a defender les vamos a decir: «¡No nos defiendan,
compadres, por favor, no nos defiendan! ¡No nos conviene que nos de-
fiendan!», les diremos. Y desde luego, como se acordó por el Congreso,
¿concursitos aquí para venir a hacer el papel de jueces? ¡No! ¡Para hacer
el papel de jueces hay que ser aquí revolucionarios de verdad, intelectua-
les de verdad, combatientes de verdad! Y para volver a recibir un pre-
mio, en concurso nacional o internacional, tiene que ser revolucionario
de verdad, escritor de verdad, poeta de verdad [ ... l. y las revistas y con-
cursos, no aptos para farsantes. Y tendrán cabida los escritores revolu-
cionarios, esos que desde París ellos desprecian, porque los miran como
unos aprendices, como unos pobrecitos y unos infelices que no tienen
fama internacional [... ]. Tendrán cabida ahora aquí, y sin contemplación
de ninguna clase, ni vacilaciones, ni medias tintas, ni paños calientes,
tendrán cabida únicamente los revolucionarios [oo .]. Cómo han estado
recibiendo premios esos señores, escritores de basura en muchas oca-
siones. Porque independientemente de más o menos nivel técnico para
escribir, más o menos imaginación, nosotros como revolucionarios [ ... l
valoramos las creaciones culturales y artísticas en función de la utilidad
para el pueblo, en función de lo que aporten al hombre, en función de lo
que aporten a la reivindicación del hombre, a la liberación del hombre, el
la felicidad del hombre. Nuestra valoración es política. No puede haber
valor estético sin contenido humano. No puede haber valor estético contra
el hombre. No puede haber valor estético co ntra la justicia, contra el
bienestar, con tra la liberación, co ntra la felicidad del hombre [ ... l. Para
un burgués cualquier cosa puede ser un valor estético, que lo entretenga,
que lo divierta, que lo ayude él en tretener sus ocios y sus aburrimientos
de vago y de parásito improdu ctivo [... l. Pero esa no puede ser la va lora-
ción para un trabajador, para un revolucionario, para un comunista. [ ... l
Unas minorías privilegiadas escribien do cues tiones de las cuales no se
derivaba ninguna utilidad, expres iones de decadencia [oo .l. También ha
74 Carlos Liscano

habid o una cierta inhibición por parte de los verdaderos intelectuales,


que han dejado en manos de un grupito de hechiceros los problemas de
la cultura. [ ... ] y así, mientras Europa capitalista decae, y decae cada vez
más, y no se sabe a dónde va a parar en su caída, como barco que se
hunde. [... ] Y co n los barcos, en este mar tempestuoso de la historia, se
hundirán también sus ratas intelectuales. Cuando digo ratas intelectua-
les, esté claro que no nos referimos, ni mucho menos, a todos los intelec-
tuales. ¡No! ¡Allá también son una minoría! Pero digo los marineros, las
ratas que pretenden convertir en cosa trascendental su mísero papel de
tripulantes de embarcaciones que se hunden en los mares tempestuosos
de la historia. Es así. Y es cuestión de años, ¡y tal vez ni siquiera de mu-
chos! Es cuestión de tiempo. Esas sociedades decadentes, podridas y
carcomidas hasta la médula de los huesos por sus propias contradiccio-
nes, no durarán largo tiempo. Y mientras van hacia el fondo, nosotros,
con trabajo, con esfuerzo, con dificultades, sí, pero vamos hacia arriba.
Este discurso del máximo líder, si hoy no fuera mero papel vendible
al quilo, daría para más de un comentario irónico. Dejando de lado los
insultos (<<ratas intelectuales») y el provincianismo decimonónico de
creer que en Europa hay «salones burgueses» esperando a los ilumina-
dos advenedizos literatos latinoamericanos. Dejando de lado la dema-
gogia y la crítica abstracta a no se sabe quién, cuando Castro habla de la
decadencia de Europa parece estar describiendo lo que va a pasar con la
URSS y el campo socialista. Conociendo la miseria en que pocos años
después se iba a hundir Cuba, o el régimen de los Castro, es poco piado-
so preguntarse quién se fue al «fondo », ¿Europa occidental o la isla? Y a
la URSS y el campo socialista mejor olvidarlos.
Más allá de las ironías posibles da pena saber que un individuo afir-
ma, sin que nadie le pregunte de qué está hablando, que para recibir un
premio hay que ser «poeta de verdad». Eso es soberbia, sin duda. Es
demagogia, sin duda. ¿Es también ignorancia o fingimiento?
Similar opinión a la de Castro so bre los jurados que no vivían en
Cub a expresaba el poeta Roberto Branly:
Los jurados vienen de todas partes: del invierno y de la nieve / de los
trópicos tan llenos de frutas y máquinas importadas; / vienen con sus
libros, con sus revistas y num erosos datos, / siempre precedidos del
correspondiente curricu/l/m vitae / los jurados, sonri entes, aterrizan,
descienden por las escalerillas / con los oídos punzantes y sendos maleti-
nes de viaje en el aeropuerto; / los jurados llegan, les in stalan en hoteles
de primera, / comen por la libre, sos tienen bellos y profundos diálogos, /
con burócratas ded icados al tibio menester de hacer literatura; / los
jurados, con asombro, presencian un bembé, los llevan y los traen / al
-
--

CulJ;l, de eso m ejor ni hablar 75

«C hori » a Varadero cuando escampa y ya no hay aguamalas; / los hace n


viaja r por estudios y escuelas de Arte. / Y, entonces, los miembros del
jurad o co nceden entrevistas a la prensa. / Se retratan con un micrófono
• en la man o, / se llenan - si no SOI1 de izqui erda totalmente- de frases
marxistas, / y, sobre tocio, en los conversatorios aluden a los planes
Camelot, / a Mundo Nuevo, la enajenación, la crA, / los jurados ingieren
varias copas de daiquirí / en el restarán La Torre, / viajan de cóctel en
cóctel, todo de color de rosa, / se admiran de que no haya «estalinismo» y
de que impere el «pop art», / conversan amigablemente, de tú por tú, con
las jóvenes promesas, / y con las viejas promesas que ya no prometen
absolutamente nada; / de vez en cuando, cuando tienen tiempo, / se acuer-
dan, quizás, de que son jurados, actúan como tales / y se leen un original,
subrayan este o una de las cuatro copias, / con su lema, como se sabe, en
W1 sobre cerrado con las señas / de los remitentes inéditos, ansiosos, en
penwnbra; / y, por último, / los señores del Jurado, en un acto solemne, /
tiran la charada, y surge del anonimato / un nuevo nombre clamoroso,
cuando no uno gastado, / hacia el mundo de las letras. / Luego, tras otro
nuevo recorrido, tras diversos banquetes y agasajos, / tras funciones de
ballet, tras audiciones de música concreta / -guerra a muerte, qué caray,
al dogmatismo-; / tras distintos espectáculos de puro folklore criollo, /
los señores miembros del Jurado, / cierran tan campantes sus maletas, / y
retornan, húmedos de amor, / -sin poder genuinamente haber vivido, /
lo que en definitiva es un pueblo en revolución- / hacia el aluminio y el
31
cemento de los aeropuertos.
Como se ve, la tirria contra los no cubanos no motivaba solo a Cas-
tro. Otros también veían a los extranjeros como vividores y acomoda-
dos, gente que vivía en París, Barcelona, Roma y, por eso mismo, era
sospechosa de algo.

4
Lisandro Otero, que ocupó el cargo de viceministro de Cultura, fue
también uno de los escritores cubanos que más defendieron la función
del comisario político por sobre el intelectual. Decía Otero en la encuesta
que en ocasión de la Conferencia Tricontinental (1966) realizara Carlos
Núñez sobre «El papel de los intelectuales en la liberación nacional»:
«La primera etapa del intelectual que se asimila a las luchas de liberación
es la dejación del examen crítico excesivo. Todo es quehacer: desde
redactar panfletos hasta empuñar un arma. Ser uno más, ser como todos».

3 ) «Jurados»_ Casa de las Américas, n." 53, 1969.


76 Carlos Liscan o

No se desprende de sus declaraciones en qué consistía el «examen


crítico excesivo» . Llegado el caso, probablemente sería un comandante
guerrillero quien dij era dónde empezaba el exceso. Lo que sí quedaba
claro era que para Otero lo importante era «empuñar un arma», que era
en sí mismo un «quehacer» intelectual.
Otero también afirma que antes de la revolución al escritor le cabía
la función de conciencia crítica y luego, durante la revolución, la de con-
tribuyente y creador, forma que pretende ser elegante para decir que la
buro cracia comunista iba a tener siempre razón más allá de lo que los
críticos pensaran. La literatura cubana debía volverse zhdanovista,32 al
estilo soviético. Toda obra publicable, y por tanto todo escritor, debía
mostrar al hombre positivo, sano, al revolucionario, al hombre nuevo
que el socialismo estaba creando. Lo anterior debía ser extendido a toda
América Latina. Algunos lo hicieron, casi todos lo aceptaron de boca
cerrada.
Es curioso ver a la distancia cómo las cabezas cubanas elaboraban la
ideología que decía que el pensamiento no valía nada. Pensaban para
negar el pensamiento y poner en entredicho a cualquiera que se le
ocurriera hablar de la importancia de las ideas. Solo la acción era
reivindicable y, ya se sabía, el hombre de acción era el guerrillero, no el
intelectual. El intelectual, para pasar a llamarse revolucionario, debía
dejar de ser intelectual.
Las relaciones de los intelectuales latinoamericanos con el poder
político han cambiado notablemente con respecto a los años setenta.
Antes de 1980 parecía que los cambios radicales eran necesarios e inmi-
nentes. Después de 1989, en todo el mundo, a los intelectuales se les
hizo muy difícil decir qué habían pensado los años anteriores a la caída
del muro de Berlín. A los intelectuales latinoamericanos las derrotas de
la izquierda en América Latina en los setenta, el reconocimiento silen-
cioso a partir de 1968 de que Cuba era un instrumento de la URSS y las
desviaciones hacia el autoritarismo del Gobierno de Castro, los hizo ca-
llarse la boca. Además, quienes habían vivido el exilio en Europa cono-
cían el fracaso de los regímenes socialistas del Este. Ante ese pan orama,
los que antes opinaban sobre política se quedaron quietos, en su sitio,
sin hacer ruido, dedicados a la do cencia y a los trabajos académicos.

32 And rei Zhd anov (Ma riúp ol, Uc rani a, 1896 - Mosc ú, 1948) . Po lítico sovié ti co.
~o n s id e ra d o uno de .Ios políti c?s m ás re l~ v a ntes d el. es talini sm o, ideólogo de la
lI teratura como trabajo al servIcIo del Partido COl11uI1lsta.
-

Cuba. de eso m ejo r ni hablar 77

Pero ese sil encio no solo encubre el pensamiento de los intelectuales


si no que se vuelve cóm odo olvido de los errores y hasta de las m ons-
truosas experi encias de los países socialistas. Los intelectuales no ven
nada criticable en la Cuba actu al como no vi eron ningún problema en
los otros regím en es revolucionarios del Tercer Mundo y en los gobier-
nos comunistas .
Las causas del debilitamiento del antiguo fuerte vínculo entre inte-
lectualidad y movimientos progresistas está por debatirse. El silencio
sobre el p articular es una respuesta y en algún momento el debate ten-
drá su espacio.
Claudia Hilb, en Silencio, Cuba, se pregunta cómo la izquierda de-
m ocrática de todo el mundo hizo silencio frente al régimen totalitario
cub ano. Cómo fue, y es, posible no ver los hechos criminales de la poli-
cía política cubana, el control ciudadano por los Comités de Defensa de
la Revolución, las brigadas de matones de «acción rápida» reprimiendo
en las calles, los trabajos forzados, la represión de miles de disidentes y
homosexuales, la corrupción económica e intelectual, el culto a la doble
moral, el espionaje, la delación.
Es verdad que después de 1980 en América Latina los intelectuales
tuvieron un importante papel en el proceso de transición de las
dictaduras a la democracia. Defendieron los valores permanentes de los
sistemas representativos y pluralistas, la validez de las elecciones y la
necesidad de la vigencia irrestricta de los derechos humanos. Fue un
modo indirecto de criticar la relación de algunos sectores de la izquierda
con regímenes autoritarios, a la vez que una auto crítica por haberse
callado ante la violencia de la izquierda infantil. La sola defensa de la
democracia representativa era una condena a las estrategias de luch a
armada de los sesenta, a los focos guerrilleros, al voluntarismo guevarista.
Era un modo de decir que no habría regreso a los delirios armados. Las
utopías salieron muy mal paradas en ese proceso hacia regímenes de
representación electoral. Para los intelectuales fue una manera de volver
al lugar de don de nunca debieron apartarse, el de la independencia del
poder político. Fue un regreso al papel de críticos de lo es tablecido y n o
de aplaudidores de lo existente, qu e era lo que quería y logró imponer el
castrismo.

I


78 Carlos Liscano

5
«El deber de todo revolucionario es hacer la revolución». Eso se dijo
y pasó a ser una verdad y había que poner la vida a su servicio.
Ahora bien, nadie se preguntó: la revolución, ¿qué es, cuándo em-
pieza? ¿Cuándo termina? ¿Termina algún día o es eterna, como preten-
den algunos regímenes? ¿Qué es ser revolucionario? ¿Qué es un intelec-
tual revolucionario? ¿Existe el escritor revolucionario?
Todos los cuadros del Partido Comunista son, por definición, revo-
lucionarios. También los jefes militares. ¿Y quién más? La policía cuba-
na se llama Policía Nacional Revolucionaria, que es un oxímoron. Por-
que si hay algo que la policía no es, en ningún país, es revolucionaria. Su
misión no es cambiar el orden establecido, sino mantenerlo.
El régimen de Castro siempre ha contado con defensores y propa-
gandistas, dentro y fuera de fronteras. Los más útiles han sido los ex-
tranjeros que difundían las maravillas de la revolución fuera de Cuba.
Las barbas y los uniformes fascinaban al progresismo de Europa y Esta-
dos Unidos. La propaganda revolucionaria, sumada a los testimonios
de los turistas ideológicos de tres semanas que visitaban la isla, silencia-
ban toda crítica al régimen hecha por los exiliados, que siempre eran
«gusanos» .
En el libro Cuaderno cubano aparece una entrevista de Jorge Onetti
a Mario Benedetti publicada en Marcha el 23 de mayo de 1969:
- ¿Qué te parece si comenzamos por la meta de los diez millones de to-
neladas de azúcar que se ha impuesto Cuba?
-Sí, para 1970. Todo parece indicar que se va a cumplir [ ... ], significará
para Cuba una recuperación económica que la colocará en la antesala
del desarrollo.
La respuesta de Benedetti era un deseo, respetable como todo buen
deseo. Pero estuvo lejos de cumplirse. La zafra de los diez millones fue
un inmenso fracaso de toda la sociedad y en particular del ideólogo y
guía del proyecto: Fidel Castro. De todos modos, la fe de los creyentes en
la economía socialista cubana quedó incólume y el prestigio del máximo
líder siguió intocado.
Gabriel García Márquez, en «Cuba de cabo a rabo»,33 que según él
escribió recorriendo la isla acompañado por su hijo Rodrigo, de dieci-
séis años, quien le hacía de fotógrafo, descubrió que:
33 «Cuba de cabo a rabo » se publicó originalmen te en tres partes en la revista
colombiana Alternativa: «La mala noche del bloqueo» en el número 51 de esa revista,
_ . -

Cl/ba, de eso m ejor ni hablar 79

Cada cuba no pa rece pen sa r que si un día no quedara nadie más en Cuba,
él solo, bajo la d irecció n de Fidel Cas tro, podría seguir adelante co n la
revo lu ció n h as ta lleva rl a a su términ o feliz [... J. No hay prostitución,3-' ni
vaga ncia, ni raterismo, ni privilegios individuales, ni represión policial,
ni discrimin ació n de nin guna índole por ningún motivo, ni hay nadie
q ue n o ten ga la posibilidad de entrar donde entran todos [...], ni hay na-
die q ue no tenga la posibilidad inmediata de hacer valer estos derechos
mediante m ecanism os de protesta y reclamo que llegan sin tropiezo hasta
donde tien en que llegar, inclusive a los niveles más altos de la dirección
del Estado. [ ... ] Lo que pasaba [... ] es que antes de la revolución no comía
carn e m ás de un millón de personas, y en la actualidad la comen ocho
millo n es dos veces por semana [... ]. Los niños de ciudad, que antes se
preguntaban cómo nacen los pollos, salen a trabajar al campo cuarenta y
cinco días al año. Este sistema ha alcanzado tales niveles de productivi-
dad que compensa en gran parte los enormes gastos de la educación. Sin
embargo, los cubanos insisten en que la intención no es económica sino
ideológica.
Ni es necesario decir que lo anterior es una mentira de tamaño oceá-
nico_ Porque ¿cómo hizo el colombiano para ver que los cubanos tenían
acceso a todo tipo de bienes, todos estaban bien integrados, contentos
con un sistema económico y político que no eligieron ni votaron y
disfrutaban de amplísimas libertades para moverse, para expresarse?
Eso no había ocurrido nunca en la historia de la humanidad hasta que
Garda Márquez lo descubrió_ El paraíso estaba en Cuba y lo regentaba

un amigo suyo_
I Dos hipótesis_ O tres_ Garda Márquez era un ingenuo o era un men-
I tiraso o era un agente cubano. Si lo primero, parece demasiado ingenuo
I para un periodista de su experiencia. Si se trata de un mentiroso, es un
!I
poco burdo_ Hasta un niño podría corregirlo. Como «Cuba de cabo a
I,
I
rabo» fue escrito en 1975, cuando el autor todavía no era amigo del
líder ni tenía casa en Siboney ni le habían regalado el Mercedes Ben z
blanco, n o podía ser agente. ¿Entonces? Todo hace suponer que estaba
haciendo m éritos. En ese caso solo los patrones cubanos podían juzgar
la calidad de su «contribución».
Habría que haberle preguntado a García Márquez si es taba dispuesto
a que su hij o fuera a trabajar al campo cuarenta y cinco días a aprender
«cómo nacen los pollos».
de agosto de 1975; «La necesid ad hace parir gemelos» en el número 52, ta m bién de
agosto; y «Si n o me creen , vaya n a ve rlo » en el nú me ro 53, de sep ti em bre de 1975.
34 Ai'tos desp ués, en agosto de 1985, Fidel Cas tro lo corregiría: «E n todo caso, nuestras
prostitu tas son las más c ultas y las más sa nas c1el m undo».
-

80 Carlos Liscano

El historiador cubano Abel Sierra Madero cuenta:


Como se sabe, el programa de la «Escuela al Campo», iniciado en 1966,
estaba conectado al proyecto de creación del «hombre nuevo», y miles
de niños y adolescentes fueron enviados a trabajar en la agricultura de
modo obligatorio. Al tiempo que intensificaba una pedagogía de adoc-
trinamiento, el Estado se apropió de una fuerza de trabajo a la que no
tenía necesidad de compensar económicamente. Esta política se exten-
dió a todo el país por varias décadas, hasta que en el verano de 2009 la
prensa oficial anunció su fin. Como niño y joven cubano también tuve
que trabajar en el campo, y no, no fue una experiencia placentera. Siem-
pre lo vi como una imposición absurda, autoritaria y nada divertida.
Había que cumplir normas, y sentí muchas veces el rigor del hambre. Si
me negaba a trabajar había consecuencias e inmediatamente podía estar
bajo sospecha. La asignación de becas o de carreras universitarias estaba
sujeta a mi desempeño como trabajador agrícola.
Esta experiencia le habría venido bien a Rodrigo. Mejor le habría
venido al padre cuando Rodrigo se la contara.
Hoy, diciembre de 2021, a los niños cubanos se les hace muy difícil ir
a ver cómo nacen los pollos porque la carne de pollo que se consume en
la isla es importada de EE. uu.
La conclusión a la que llega García Márquez al terminar su recorrido
por la isla supera lo afirmado por Benedetti en mayo del 69 en la entre-
vista que le hizo Jorge Onetti. Entonces Benedetti ponía a Cuba «en la
antesala del desarrollo» para 1970. En 1975 García Márquez decía: «En
1980, dentro de cinco años, Cuba será el primer país desarrollado de
América Latina».
Como García Márquez vivió muchos años más allá de 1980 (murió
en 2014), tuvo tiempo para ver y reflexionar sobre cómo le fue al «pri-
mer país desarrollado de América Latina». No hay noticias de que, si
reflexionó sobre el particular, haya dejado esas reflexiones por escrito.
Por lo menos no las hizo públicas.
Benedetti vivió cuarenta años más después de sus previsiones en
Marcha. Si logró ver a Cuba en la «antesala del desarrollo », no lo dejó
escrito.
En Cuaderno cubano publicó el poema «Quemar las naves». Una
imagen de lo que sería el futuro, donde todo cambiaría para mejor. Be-
nevolente con las futuras generaciones, Benedetti promete: «Habrá de
todos modos un museo de nostalgias / donde se mostrará a las nuevas
generaciones / cómo eran / París / el whisky / Claudia Cardinale».
---- -

Cllb.1. de eso m ejor ni hablar 81

¿Eso quería decir que con el socialismo, una vez quemadas «las na-
ws >, desparecerían París y el whisky? ¿Ya no habría mujeres hermosas
com o Claudia Card inale?
Benedetti decreta, como el Gobierno cubano sobre los balseros que
se van a Miami, que nadie podrá remar hacia atrás ni para ir hacia ade-
lante. Es curioso que las referencias del poema sean europeas y no haya
ninguna uruguaya. Una de dos: o en Uruguay no habría revolución o no
había nada digno de exhibir en el «museo de las nostalgias», ni siquiera
las glorias del fútbol.
Benedetti dice en Crítica cómplice:
El hecho de que en Cuba se haya comprendido (mucho antes que en la
mayor parte de los países socialistas europeos) que las dos vanguardias,
la política y la estética, no solo pueden sino que deben «fertilizarse mu-
tuamente», ha contribuido sin duda a ennoblecer la coyuntura artística
en ese ámbito revolucionario.
Este tipo de afirmaciones (<<los países socialistas europeos», «las dos
vanguardias») da tanta pena que nosotros, los jóvenes de entonces, que
somos los viejos de ahora, deberíamos pasarlas por alto u olvidarlas.
Pero entonces no seguiríamos el ejemplo que nos dieron ellos, nuestros
mayores, que en su momento criticaron todo lo que se les puso delante.
¿Cuándo las vanguardias estética y política empezaron a «fertilizarse
mutuamente»? ¿Cómo y de qué modo se empezó a «ennoblecer la co-
yuntura artística en ese ámbito revolucionario»?
Diego Maradona, uno de los «ideólogos» del populismo argentino
del siglo XXI, afirmó: «No soy comunista, pero soy fidelista hasta la
muerte».
Es necesario recordar que Fidel Castro protegió a Maradona en Cuba,
a donde fue a curarse de su adicción a las drogas. Como protegido del
comandante en jefe, el argentino tuvo acceso a todas las drogas que qui-
so. También se le permitió abusar sexualmente de mujeres menores de
edad. Incluso llevó a una de ellas a Buenos Aires sin autorización de los
padres. Tenía el visto bueno de Castro yeso era suficiente.
En 1995, en Perplejidades de fin de siglo, con más y mejores palabras
que el Diez, aunque con el mismo espíritu, Benedetti escribió:
¿Que Fidel ha cometido errores? Por supues to que sí. En lo económico,
en lo político. No en lo social. No en la defensa y garantía de la salud y la
educación [... ] Fidel Castro es hoy por hoy la más importante figura po-
lítica del continente americano. Tal vez no sea «democrático» de acuerdo
82 Carlos Liscano

a los cánones de la hipocresía finisecular, pero [... ] pese a sus errores [... ]
no encuentro, en este siglo y en toda la extensión de nuestra América,
una figura política que, como él, haya puesto su conocimiento, su expe-
riencia, su vitalidad, su resistencia y su propia vida, al servicio de <<los de
abajo» [... ]. No descarto que algún día los latinoamericanos del montón
[... ]le nombremos de una vez por todas nuestro Prójimo número uno.
Lo que hacía el régimen cubano con la creación artística y la prensa
no era nuevo en la ideología comunista. Ya decía Lenin en La organiza-
ción del partido y la literatura del partido:
La literatura debe convertirse en una literatura de partido. En oposición
a las costumbres burguesas [... ], en oposición al arribismo literario y al
individualismo burgués, en oposición al «anarquismo aristocrático» [... ],
el proletariado socialista debe preconizar el principio de una literatura
del Partido, [... ] y aplicarlo bajo una forma tan [... ] completa como sea
posible. iAbajo los literatos apolíticos! iAbajo los superhombres de la
literatura! La literatura debe [... ] ser «ruedecita y tornillo» del gran
mecanismo socialdemócrata [... ]. La literatura debe llegar a ser una parte
integrante del trabajo organizado, metódico y unificado del Partido [... ].
Los periódicos tienen necesariamente que estar dentro de las organiza-
ciones del Partido. Las casas editoriales, los almacenes, las librerías y las
salas de lectura, las bibliotecas [... ] han de ser empresas del Partido,
sometidas a su control. El proletariado socialista organizado ha de vigi-
lar esa actividad, controlarla a fondo, e introducir en ella, a todos los
niveles sin excepción, el espíritu vivo de la causa viva del proletariado.
Releyendo o leyendo por primera vez trabajos periodísticos de Be-
nedetti asombra constatar que un hombre con tan poca experiencia
política se atreviera a opinar sobre casi cualquier cosa. Asombra más
que pocos años antes Benedetti no solo descreía de la política, sino que
desconfiaba del escritor comprometido. Para Benedetti eso del com-
promiso era algo para los europeos. En 1949 escribió, dirigiéndose a los
escritores hispanoamericanos:
la actividad literaria de un escritor, dentro de un ruedo político cual-
quiera, no favorece su arte. No se me oculta que expresar esto en días
como los nuestros, de tan entusiasta adhesión a la littérature engagée,
puede aparecer como blasfemia. Quede la literatura comp rometida para
otro tiempo y otras tierras. 35

35 Citad o por Claudia Gilman . «Política y crítica literaria: Marcha en los años de la
revolución mundial». En Río de /;1 Plat,l, n. O 17- 18, Actas del Q uinto Co ngreso
Int erna cio nal del Celc irp, julio 1996.
• ------------------------------------
( ' /1/1 ;1. ,le eso ¡¡¡c¡or

ni havlar 83

Henedetti no sabía nada de economía ni de ciencias sociales. Partía


de sus co nvicciones morales y, desde allí, opinaba sin ningún reparo ni
dudas ace rca del papel del intelectual «revolucionario», del guerrillero,
de la economía cubana, del carácter redentor de Fidel Castro, de la
deontología del escritor latinoamericano. Cuánta seguridad, cuánta con-
fian za en sí mismo. De algún modo, aquella confianza en sí mismos de
nuestros mayores se nos contagiaba a los más jóvenes, y la llevamos has-
ta límites inimaginables; para muchos, acabó en la muerte violenta.

_.
--- -

ss

Ni guerrilleros ni intelectuales

ro mismo no podría calcular la cantidad de presos, de disiden tes y de


L-onspiradores que h e ayuda do, en absoluto silencio, a salir de Cuba
en no menos de veinte años. J\!Iuchos de ellos no lo saben, y con Jos
q ue lo saben me basta para la tranquilidad de mi conciencia.
Gabriel García Márquez, declaraciones a El Tiemp o de Bogo tá, 1993

1
Dos escritores que siempre apoyaron la Revolución cubana, aun en
los momentos más críticos, fueron Julio Cortázar y Gabriel García
Márquez_Sin embargo, la relación de ambos con el Gobierno de la isla,
pese a que apoyaron por igual y sin dudar hasta las medidas más crueles
e irracionales que tomó Fidel Castro, fue diferente.
La relación de Cortázar con la revolución fue difícil. Su declarado
amor al proceso revolucionario nunca fue correspondido. Por el contra-
rio' lo chantaj earon muchas veces, lo obligaron a desdecirse, a afirmar lo
que no creía, a pelearse con los amigos. Cortázar nunca llegó a ser un
«intelectual revolucionario». El colombiano no fue ni intelectual ni re-
volucionario. No lo necesitó ni le interesaba. Le bastó con ser obsecuente
con el castrism o hasta la ignominia. Se declaraba amigo del m áximo
líder y con eso le bastaba para cohonestar cualquier canallada que se
cometiera en nombre de la revolución. Vivía en Cuba como lo haría un
jefe de Estado. Tenía casa propia, servicio doméstico, un auto que le
dio el líder (Mercedes Benz blanco, dicen los conocedores) . Nunca le
importó la persecución a los escritores, a los homosexuales, a los reli-
giosos. Le fascinaba to do lo vin culado al poder y le fascinaba estar
personalmente vinculado a los poderosos. Contaba con gusto que era
amigo de Fidel Castro, de Ornar Torrij os, de Bill Clinton, de Felipe
González, de Fran<;:ois Mitterrand.
Carlos Liscano

Describió a su amigo Cas tro de muchos modos, todos en tono de


adm iración. A Pidel Castro, según García Márquez, «Le gusta preparar
las recetas de coci na con una especie de fervor científico». Cuando Cas-
tro cocina espaguetis no lo hace siguiendo la receta que le enseñó la tía,
ni la que prepara el cocinero del cuartel. Esa es gente que no entraría en
W1a nota sobre el comandante en jefe, si esa nota está escrita por el nobel
de literatura colombiano. Castro cocina espaguetis con la receta que le
enseÍÍ.ó el nuncio apostólico. Ha de haber muy pocas personas en el
mundo que conozcan esa peculiar receta.
Su admirado lo hace todo bien. Es devoto de la palabra, tiene un
inmenso poder de seducción:
Va a buscar los problemas donde estén [... ]. Dejó de fumar para tener la
autoridad moral para combatir el tabaquismo. Se mantiene en excelen-
tes condiciones físicas con varias horas de gimnasia diaria y de natación
frecuente. Paciencia invencible. Disciplina férrea. La fuerza de la imagi-
nación lo arrastra a los imprevistos [... ]. Fatigado de conversar, descansa
conversando. Escribe bien y le gusta hacerlo. El mayor estímulo de su
vida es la emoción al riesgo. La tribuna de improvisador parece ser su
medio ecológico perfecto. Empieza siempre con voz casi inaudible, con
un rumbo incierto, pero aprovecha cualquier destello para ir ganando
terreno, palmo a palmo, hasta que da una especie de gran zarpazo y se
apodera de la audiencia. Es la inspiración: el estado de gracia irresistible
y deslumbrante, que solo niegan quienes no han tenido la gloria de vi-
virlo. Es el antidogmático por excelencia. [... ] José Martí es su autor de
cabecera y ha tenido el talento de incorporar su ideario al torrente san-
guíneo de una revolución marxista.
No es que desconozca la represión en la isla. Cuando Fidel Castro
mete a alguien en la cárcel, si es un amigo, García Márquez se encarga
de conseguirle la libertad.
García Márquez fue un ganador. Algunos que tienen la suerte de
ingresar a ese bando, o de nacer en él, solo admiran a los suyos porque
desconocen que en el mundo la inmensa mayoría somos perdedores.
Por eso hay algo que le gusta mucho del cubano:
Una cosa se sabe con seguridad: esté donde esté, como esté y con quien
esté, Fidel Castro está allí para ganar. Su actitud ante la derrota, aun en
los actos mínimos de la vida cotidiana, parece obedecer a una lógica
privada: ni siquiera la admite, y no tiene un minuto de sosiego mientras
no logra invertir los términos y convertirla en victoria.
('1//1;1. de eso I1l cio r ni hablar

87

A l colo mbiano le gus taba es tar al lado del gran ganador caribeño,
lejos de los perdedo res que, se sabe, son la inmensa mayoría. «Su visión
de Amé ri ca Latina en el porvenir, es la misma de Bolívar y Martí, una
comu nidad integral y autónoma, capaz de mover el destino del mundo ».
Co rtázar nunca llegó a ser un «intelectual revolucionario ». García
Márquez tampoco. Pero el colombiano fue mandadero, informante, agente,
encubridor, zalamero del jefe. Con eso le bastaba para tener casa propia
en La Habana.
Cortázar no solo no fue amigo de Castro. Ni siquiera llegó a alternar
con él. Igual se las arregló para ganarse el desprecio del comandante en
jefe y de toda la burocracia militar cubana.
La burocracia cubana respetaba a García Márquez, que no era mar-
xista, ni era socialista, pero era amigo de Castro. Con eso alcanzaba y
sobraba para vivir como jefe de Estado en Cuba. En cambio, a Cortázar
la burocracia lo despreciaba. Los motivos eran múltiples. Para empezar,
era argentino y vivía en París donde, era de suponer, frecuentaba «los
salones» que Castro detestaba. Después, escribía cuentos fantásticos y
no textos «revolucionarios». EllO de mayo de 1967 le escribió una carta
de veintiséis mil caracteres a Roberto Fernández Retamar para explicar-
le por qué vivía en París y no en Argentina:
El que mis libros estén presentes desde hace años en Latinoamérica no
invalida el hecho deliberado e irreversible de que me marché de la
Argentina en 1951 y que sigo residiendo en un país europeo que elegí
sin otro motivo que mi soberana voluntad de vivir y escribir en la forma
que me parecía más plena y satisfactoria. Hechos concretos me han
movido en los últimos cinco años a reanudar un contacto personal con
Latinoamérica, y ese contacto se ha hecho por Cuba y desde Cuba [... ],
ese contacto no se deriva de mi condición de intelectual latinoamericano;
al contrario, me apresuro a decirte que nace de una perspec tiva mucho
más europea que latinoamericana, y más ética que intelec tual.
Y, ya entrando en lo que justificaría su residencia parisina, para co-
nocer América Latina lo mejor era vivir en Europa:
¿No te parece en verdad paradójico que un argentino casi enteramente
volcado hacia Europa en su juventud, al punto de quemar las naves y
venirse a Francia, sin una idea precisa de su des tino, haya desc ubierto
aquí, después de una década, su verdadera condición de latinoamerica-
no? Pero esta paradoja abre una cuestión más honda: la de si no era
necesario situarse en la perspectiva más uni versa l del viejo mundo, des-
de donde todo parece poder aba rcarse con una especie de ubicuidad
-

88 Ca rlos Liscano

mental, para ir descubri end o poco a poco las ve rd aderas raíces de lo


lal in oa meri ca no sin perd er por eso la visión global de la historia y del
hom bre [... ]. Si me hubi era quedado en la Argentin a, mi m adurez
de escri to r se hubiera traducido de otra manera, probablemente más
pe rfecta y satisfac toria para los historiadores de la literatura, pero cierta-
mente menos incitadora, provocadora y en última instancia fraternal
para aquellos que leen mis libros por razones vitales.
C uando C ortázar quiso quedar bien con los burócratas agregó a su s
dos n ovelas sosp echosas, Rayuela y 62/modelo para armar, una tercera,
El libro de Manuel, que tampoco les gustó a los «revolucionarios». Por
sobre todas las cosas, el error de Cortázar fue que en 1968 se juntó a
intelectuales latinoamericanos y europeos para pedirle información a
Fidel Castro acerca de qué pasaba con Heberto Padilla.
Entonces la burocracia intelectual cubana, que nunca le tuvo fe al
argentino ni creyó en la literatura sin contenido y experimental como
otra forma de revolución, lo condenó para siempre.
En la polémica en Marcha, en 1969, Oscar Collazos le escribió a Cor-
tázar lo que él creía era la esencia de la literatura revolucionaria:
Pienso cómo en los discursos de Fidel Castro, por ejemplo, se traduce
una manera de decir, un discurso literario, un ordenamiento y una reite-
ración verbal que, a su vez, podría ser la fuente de un tipo de literatura
cubana dentro de la revolución.
Collazos no fue el único en descubrir que la verdadera literatura re-
volucionaria estaba en los discursos de Castro y de Guevara. Se cerraba
así el círculo: el guerrillero era el intelectual y, también, el escritor revo-
lucionario. Los demás solo debían seguir el ejemplo d e aquellos d os
gigantes de la lengua.
Cortázar sabía que lo que decía Collazos significaba que un caudillo
d ictara la línea d e creación literaria y que los autores n o pudieran disen -
tir de las ideas del jefe. Le contestó a Collazos que en la ép oca d e Stalin
ya h abía oc urrido:
el líder no solo fue de verdades políticas, sino tambi én literarias, cientí-
ficas, morales y lingüís ti cas [... ]. Yo pienso que la función política del
escritor no consiste en complementar la misión de aquellos personajes
polí ticos (los caudillos), sino, más bien, en mode rarla y, cuando es nece-
sario, contra rres tarl a.
Las relaciones de Cor tázar con Cas tro y los intelec tu ales cas tristas
de C uba nun ca m ejoraron , pese a los esfuerzos del arge ntino. Escribía
ca r tas paté ticas a Fe rn ánd ez Re tamar y a Hayd ée Sant a m aría, la
- --

CIIIl;1. de eso lJl ejo r ni hablar 89

todopod e rosa jefa de la Casa de las Américas; viajaba a Cuba para dar fe
dc su militancia revolucionaria. Ni así.
Sin prepa ración en teoría política, sin experiencia de militante, el
apoyo de Cortázar a la Revolución cubana fue sentimental. Presionado
por los cubanos, se negó a firmar una segunda carta sobre el caso Padilla
aduciendo que en la primera solo había pedido información y que la
segunda incluía críticas a la revolución ya Castro. Pero el daño estaba
hecho. Desde 1968, el castrismo le perdió la confianza. Igual, siguieron
manipulando sus sentimientos. Nunca dejó de tener fe en el reencauza-
miento de la revolución. Nunca los cubanos lo aceptaron como uno de
su bando.
En 1971 Castro metió preso a Padilla. Cortázar rompió su amistad
con Vargas Llosa por sus críticas a Castro y a la Revolución cubana.
Bastaba alguna sugerencia castrista o alguna llamada o carta no contes-
tada por parte del jefe de la burocracia cubana, Fernández Retamar, para
que Cortázar hiciera lo imposible, hasta rogar, para conseguir algo de
.,
compaslOn.
El10 de abril de 1971 le envió una carta a Fernández Retamar en uno
de cuyos párrafos mostraba molestia por el arresto de Padilla, pero al
mismo tiempo justificaba los hechos:
no recibí respuesta al cable que te envié cuando llegaron las primeras
noticias del arresto de Padilla; supongo que no tenías ninguna informa-
ción que darme, como fue el caso de la embajada cubana. El hondo ma-
lestar que ese asunto ha provocado en Europa no se ha disipado, por
supuesto, pero es evidente que por razones superiores no se puede dar
información. Presumo que el mensaje que firmamos algunos pidiéndole
a Fidel que nos hiciera dar información -y expresándole la preocupa-
ción que sentíamos- será como siempre una fuente interminable de malos
entendidos. Alguna vez, mano a mano, te contaré los entretelones del
asunto; ahora no creo que tuviera demasiado sentido.
Cortázar le adelantaba una excusa al jefe de los burócratas cubanos:
habría si n duda «razones superiores» para no dar información. Lo mis-
mo hacían las dictaduras latinoamericanas de derecha. Tal vez las «ra-
zones sup eriores» fueran las mismas.
El 23 de mayo de 1971 Cortázar le envió una carta a Haydée Santa-
maría para ofrecer la más clara de sus definicion es: «en la med ida de lo
humano dispongo ahora de todos los elementos de juicio para hacerme
una idea precisa del episodio [... ] y sus repercusiones». Y agrega un texto
titulado «Policrítica a la hora de los chacales», apasionado, sentimental,
90 Carlos Liscano

superficial, pésimo poema, declaración de fe castrista y renunciamiento


)' crítica al pensamiento independiente. Todo en uno.
En el poema nadie era responsable de nada: ni Padilla, ni la policía
política castrista, ni quienes firmaban las cartas a Castro. Los responsa-
bles eran otros, «los chacales». ¿Dónde estaban los chacales? En las agen-
cias de prensa internacionales que todo lo deformaban y hacían que los
buenos amigos de la revolución acabaran peleándose entre ellos.
De qué sirve escribir la buena prosa, / de qué vale que exponga razones
y argumentos / si los chacales velan, la manada se tira contra el verbo, /
lo mutilan, le sacan lo que quieren, dejan de lado el resto, / vuelven lo
blanco negro, el signo más se cambia en signo menos. / Los chacales son
sabios en los télex, / son las tijeras de la infamia y del malentendido, /
manada universal, blancos, negros, albinos, / lacayos si no firman y to-
davía más chacales cuando firman, / de qué sirve escribir midiendo cada
frase, / de qué sirve pesar cada acción, cada gesto que expliquen la /
conducta / si al otro día los periódicos, los consejeros, las agencias, / los
policías disfrazados, / los asesores del gorila, los abogados de los trusts /
se encargarán de la versión más adecuada para consumo de / inocentes o
de crápulas, / fabricarán una vez más la mentira que corre, la duda que
se / instala, / y tanta buena gente en tanto pueblo y tanto campo de tanta
/ tierra nuestra / que abre su diario y busca su verdad y se encuentra /
con la mentira maquillada, los bocados a punto, y va tragando / baba
prefabricada, mierda en pulcras columnas, y hay quien / cree / y hay
quien olvida el resto, tantos años de amor y de combate, / porque así es,
compadre, los chacales lo saben: la memoria es / falible / y como en los
contratos, como en los testamentos, el diario de / hoy con sus noticias
invalida todo lo precedente, / hunde el pasado en la basura de un pre-
sente traficado y mentido.
Padilla consiguió su liberación a cambio de una autocrítica pública
que también era un acto de delación. Delataba a intelectuales que ha-
brían hablado mal de la revolución y conspirado contra el pueblo. Tam-
bién dejaba entrever que varios de sus amigos intelectuales trabajaban
para la CIA. Entre ellos estaba Cortázar.
Cortázar se había comprometido con la Revolución cubana más allá
de lo razonable para un intelectual argentino que carecía de experiencia
política y para quien el compromiso era ético y tenía las raíces en su
actividad artística. Su desesperación por no ser comprendido y su de-
seo de no quedar mal aparecían explícitamente en la carta a Santamaría
con «Policrítica a la hora de los chacales», en el que la ingenuidad de
Cortázar llevaba su creatividad al peor nivel.
- - - - - - ---
Cuba, de eso mejor ni h ablar 91

,omo era de suponer, el poe ma fue publicado en la revista Casa de


/;18 A m érj ilS, porq ue eso era lo que co ntaba: la adh esión sin condicio-
nes, y a camb io de n ada. Cortázar parecía haber comprendido cómo
había que relacion arse con el poder cubano. Había que declarar en pú-
blico su fe ciega hacia Cas tro y la revolución, y dejar para la vida privada
los comenta ri os sobre su dolor por «las incomprensiones».

2
A García Márquez le gustaba lucirse contando que había sacado a mu-
chos presos de las cárceles cubanas. Liberar presos era como una afición
menor en su vida. El caudillo los encarcelaba y él conseguía que los
soltara. En el «primer territorio libre de América» la libertad de los
presos no dependía de las instituciones judiciales sino de la buena vo-
lW1tad del comandante en jefe y de la muñeca de su amigo para conven-
cerlo de que convenía soltar a talo cuaL O de que soltarlo no implicaba
ningún peligro.
Como el gusto del nobel por sacar presos de las cárceles era conoci-
do, la hija de Tony de la Guardia recurrió a él para ver si podía conse-
guir que el jefe no hiciera fusilar su padre. No para que lo dejara libre,
sino para que no lo hiciera matar.
Así lo cuenta Jorge Masetti:
Esa misma noche, como último recurso, Ileana y yo fuimos a ver a Ga-
briel García Márquez, a la lujosa residencia de Siboney que Fidelle había
regalado, para pedirle que intentara una última intervención. Era quizá
la única persona susceptible de tener alguna influencia sobre Fidel, y
además conocía y estimaba a los condenados. En casa de Tony habíamos
encontrado su libro El general en su laberinto [oo.] con una dedicatoria
halagadora «A Tony, el que siembra el bien» [oo.]. Gabo nos hizo entrar y
nos ofreció café. Aún colgaba de la pared del salón el cuadro que Tony le
había regalado. [oo.] Le pedimos que hiciera algo. Solo nos respondió que
acababa de hablar largamente con Fidel, que ni los amigos ni los enemi-
gos deseaban esas ejecuciones y que teníamos que confiar en la eficlCia
de las gestiones directas.
Jorge M asetti es hijo de Ricardo Masetti, argentino, flU1dador de Prensa
Latina, amigo de Ernesto Guevara, desaparecido en un proyecto guerri-
llero en el norte argentino. Ileana, esposa de Jorge, es hija de Tony de h
Guardi a, a quien Fidel Castro hizo fusilar. Ga rcía Márquez era amigo de
-

92 Carlos Liscano

1,
I
Tony, se visitaban mutuamente. Jorge e Ileana pensaban que el nobel era ,I
I
el úni co que podía, si quería, influir sobre Castro para que no lo fusilaran.
La p areja M ase tti-De la Guardia se enteró después que lo de García
Márquez no solo habían sido «falsos consuelos» en aquella <<noche del
cinism o» . Al día siguiente el colombiano se fue a Francia a ejercer sus
funciones de «embajador oficioso». Su misión era explicar a Franyois
M itterrand los motivos de las ejecuciones. Se había tratado, según el
colombiano, de un problema entre militares y Fidel no había podido
actuar de otra manera.
Cuando lograron salir de Cuba y pasaron por México, Ileana y Jorge
llamaron a casa de García Márquez. La esposa les dijo que no estaba.
Cuando consiguieron que Mercedes, la esposa, los recibiera, «Nos hizo
un interrogatorio que nos pareció de la Seguridad del Estado».
Más adelante, en París, García Márquez les ofreció ayuda para con-
seguir la liberación de Patricio, el hermano de Tony, condenado a trein-
ta años de cárcel. La pareja se negó a hacer lo que les pedía. En palabras
de Jorge Masetti:
Gabo siempre se cubre para la historia [... ], para poder decir en el futuro:
«yo intervine [... ], yo he hecho salir a muchos presos políticos». Es cierto
que consigue ese tipo de favores, pero lo hace como si fueran mercancía.
No se trata de ayuda humanitaria. Él ayuda porque conviene al Gobierno
fidelista. Nunca ha mostrado ninguna sensibilidad en relación con la
libertad de los hombres y con los derechos humanos [.. .]. Liberando a
los del régimen cubano, logra obtener favores para su amigo Fidel.
Plinio Apuleyo Mendoza,36 gran amigo de García Márquez, dijo que
el nobel no era culpable ni víctima. No estaba comprometido con n ada
de lo malo que Mendoza veía en la Revolución cubana. Ni siquiera esta-
ba comprometido con algo de lo bueno que pudiera haber en esa so cie-
dad. Era, según Mendoza, un turista de la realidad, carente de princi-
pios políticos y sociales, y quizá también de moral. Gran p arte del tiem -
po de Garcí a Márqu ez se habría ido en solicitarle a Castro que soltara a
los presos políticos. Cas tro los encarcelaba, el n ob ellos liberaba. Su fi-
delidad hac ia Cas tro sería más que nada literaria. Para M endoza, su
ami go era com o un niñ o, nunca se enteró a qu é se d edicaba el gran
líder, su compañerito de juegos: «Obviamente las simpatías d e García
Márquez van ac tu almente hacia el caudillo y n o a la burocracia [.. .]. A
él, lo sé, la bu rocracia no le dice nada».

36 Aq uellos tiem pus CO /1 Ca bo. Hallil zgo d e un C arCÍa N[¡írq u ez descon ocido.
Barcelona: Plaza y Janés, 2000.
- ---

n ,j);l. de eso mejor



n i 1);/l1lnr 93

Fi i ,1 .as tro, p ara Ga rcÍa M á rquez, e ra «un a nu eva represe ntació n


de Aurd ia n o Bu e nd ía». Si alg uien buscaba un a clave de su fervo r cas-
trista, ahí te n ía una d e «di eciocho quilates» :
I~ idc l se parece m ,\s a sus constantes criaturas literari as, a los fa ntas mas
en los qu e él se proyec ta, con los cuales identifica su destin o de modesto
hijo de telegra fis ta llegado a las cumbres escarpadas de la glori a [... ]. Su
amistad co n C astro le ha permitido intervenir con efi caci a para obtener
la libertad de un gran núm ero de presos políticos. Tres mil doscientos, al
parecer. Gracias a él, a Gabo, Heberto Padilla pudo salir de Cuba. Padilla
lo llamó al hotel dond e se alojaba, en La Habana. Lo vio. Solicitó su
ayuda; la obtuvo.
orb erto Fuentes, protegido de Raúl Castro, vinculado a Tony de la
Guardia, al general Ochoa y a todo lo sucio que pudiera haber en Cuba
desde el juicio a Padilla, también era amigo de García Márquez, quien
lo ayudó a salir de Cuba cuando cayó en desgracia. Dice Fuentes en
Dulces guerreros cubanos: «En La Habana primaveral de 1989, si no
podías conseguir la amistad de Pidel Castro, con la de García Márquez
pod ías ir tirando ».
A raíz del caso Padilla, cuando García Márquez se negó a firmar una
carta pidiendo informes a Castro, Juan Goytisolo comentó:
con su consumada pericia en escurrir el bulto, Gabo marcaría discreta-
mente sus distancias de la posición crítica de sus amigos sin enfrentarse
no obstante a ellos: el nuevo Garda Márquez, estratega genial de su enor-
me talento, mimado por la fama, asiduo de los grandes de este mundo y
promotor a escala planetaria de causas real o supuestamente «avanza-
37
das», estaba a punto de nacer.
D ice Jon Lee Anderson:
Cuando le insistí para que hablara del tema, Garda Márquez confirmó
que había ayudado a la gente a salir de la isla y mencionó una operación
que había resultado en la partida de más de dos mil personas. «Yo sé qué
tan lejos puedo llegar con Fide!. A veces me dice "No". A veces vien e más
tarde y m e dice que yo tenía razón». Dijo que le había alegrado el poder
ayud ar a la gente y dio a entender que desde el punto de vista de Fidel n o
había p roblem a en qu e ellos se fu eran. «A veces vaya Miami -dice-,
aunque n o con frecuenci a, y me he quedad o en las casas de gente a la
q ue le h e ay ud ado a sa lir. Son "gusanos" eminentes que llaman a sus
am igos y arm am os grand es fi es tas. Sus hij os me piden que les autografíe
libros. A veces la gente que se me ace rca es ge nte que antes me ha de nun -
ciad o. Pero en privado me mu es tran un ros tro distinto».J6
-
37 La cita es recog id a p o r Á n gel Es teban y Stép hanie Panichelli en Cabo y neld. El
paisaje de una amistad.
38 Jbídem.
94 Carlos Liscano

Los «gusanos» son hospitalarios, agradecen al colombiano, manda-


dero y confidente de su verdugo, que les haya conseguido la libertad.
Luego de esas «grandes fiestas» en Miami con los gusanos, cuando vol-
vía a Cuba y se reunía con Castro, ¿el colombiano le contaba al tirano
los detalles, qué opinaban los gusanos de él, cómo habían vivido el reen-
cuentro familiar después de veinte años esperando al padre o al herma-
no que estaba en la cárcel? ¿Tirano y mandadero se enternecían con las
historias de los gusanos o se reían de ellos, de su dolor tan merecido por
carecer de «genes revolucionarios»?
Las canalladas de García Márquez parecen no tener límites. Veamos
una. En 1980 Reinaldo Arenas pudo salir de Cuba cuando la crisis del
Mariel. Debió decir que era homosexual «pasivo» para que lo dejaran
irse. García Márquez se enteró de que Arenas se iba y pensó que no era
un buen modo de dejar la isla. No estaba preocupado por el escritor,
perseguido y encarcelado durante más de diez años, sino por la imagen
que ese hecho pudiera dejar en la opinión pública internacional. Para no
dañar la imagen de Cuba, García Márquez trató de ofrecerle a Arenas
una alternativa más digna (¿de quién?), pero ya era tarde. Todo ocurrió de
un modo muy rápido, y ni él ni el Gobierno cubano pudieron reaccionar.
Parece que uno de los amantes de Arenas le contó al colombiano que
Reinaldo se estaba yendo en el Mariel. Alarmado, el colombiano llamó a
Alfredo Guevara, director del Icaic (Instituto Cubano del Arte e Indus-
tria Cinematográficos), también homosexual, aunque hombre fuerte del
Gobierno cubano. Trataron de detenerlo, pero el barco había zarpado.
Horas después, Arenas pisaba suelo libre. Es decir, llegaba a Estados
Unidos, si es que se permite la expresión.
Algunos años más tarde, el 9 de abril de 1983, Arenas enviaba una
carta a García Márquez en la que hacía referencia a una carta anterior
enviada por el escritor cubano a Castro, y aludida en alguno de sus
escritos. Decía Arenas:
Respetable fabulista: Numerosos escritores allegados a su persona me
han informado lo que gracias a usted es ya vax papuli; que su amigo
íntimo, el sei10r Fidel Castro, le comunicó que yo me había ido de Cuba
por problemas absolutamente personales y que para ilustrar esta infor-
mación sacó de su amplio pecho y le mostró a usted una carta de amor
dirigida a él y firmada por mí [... ]. De ninguna manera pretendo des-
mentir aquÍ la existencia de esa carta comentada internacionalmente por
usted. Todo lo contrario: la carta existe y fue entregada por mí a los
- - - - - - - -- -- _. . ' .. -

e l/ha, ,fe eso lllc.yOf' ni hahl"f' 95

:lgenks del Mi n isle ri o del In te ri o r de Cuba, como sa lvoconducto para


obtener mi sa lida de l país. Como evide ntemente las re laciones de usted
co n la po licía sec reta de Cuba so n muy est rechas, qu izá podría usted
mismo enviarme u na fotocop ia de dicha ca rta para insertarla en un libro
que esto)' prepara ndo. De esta ma nera, al aparecer la carta publicada en
varios países, se aho rraría usted la tarea encomendada por su coman-
dante. De lo con trario, y po r su culpa, me veré precisado a recon struir
de memoria aq u el texto, reconstrucción que, naturalmente, carecerá del
Ímpetu y la pasión del o riginal. Así pues, como excelente periodista que
ha sido usted, le ruego n o prive a los lec tores de dicho documento. Sin
más, atentam ente, Reinaldo Aren as.
Armando Valladares estuvo en la cárcel unos veinte años, desde 1960.
También logró salir gracias a la voluntad y buenos oficios de García
Márquez ante el tirano. García Márquez dijo al diario El País de Madrid
39
el8 de diciembre de 1982 que fue intermediario entre Castro y Mitte-
rrand par a obtener la libertad del cubano. E hizo conocer sus sentimien-
tos: «Lo que pasa es que me gusta actuar sin que nadie se entere. Siem-
pre pensé que era un problema innecesario para mucha gente y era
mejor solucionarlo». En otro momento declaró que Castro había puesto
en lib ertad a Valladares para complacerlo a él, lo cual, según Jorge
Sempr ún, «da la medida de la vanidad desmesurada del gran escritor».40
Plinio Mendoza contó que también ayudó a los padres de Severo
Sarduy, exiliado en París, a salir de la isla para visitar a su hijo. Pese a
tantos años de distancia, conmueve imaginar el diálogo entre el nobel y
su amigo el gran caudillo cuando el primero le ruega que deje salir a los
viejitos para que puedan ver al hijo. Ambos puro sentimiento.
Eliseo Alberto, hijo de Elíseo Diego, salió de Cuba también ayudado
por el colombiano para trabajar en los proyectos cinematográficos que
García Márquez tenía en México. Eliseo Alberto aprovechó el viaje para
no volver. Luego escribió el relato abrumador Informe contra mí mis-
mo. García Márquez debe de haber pensado que el joven hijo de su amigo
era un desagradecido.
Aunque no p arezca posible, este colombiano filán tropo de los presos
políticos cubanos podía llegar todavía más lejos. En una entrevista de
1977 le preguntaron si h abía visitado las cárceles cubanas, y contestó:
No solo los establecim ientos penite nciarios, sino también los lugares de
detención, las dependencias de in terrogator ios. Por supuesto. cuando te
--
3~ Ibíd em.
40 Ibíd em.
- - - --

Carlos Liscano

lleva n a esos sitios no te van a mostrar los instrumentos de tortura, ni


mete r en la sala donde se descuartizan niños, ni aunque sea en sitios
donde existen. Y no voy a caer en la ingenuidad de asegurar que no hay
tortura porque yo no la he visto.
No se conoce ningún otro premio nobel de literatura que haya visi-
tado n o solo cárceles, sino también «dependencias de interrogatorios».
Extrafl a curiosidad la de García Márquez, conocer el sitio donde los
funcionarios de la seguridad del Estado, la policía política, interrogaba
a los sospechosos de estar contra el régimen.
García Márquez conocía el testimonio de Reynol González, un ex-
preso político, que dijo que no fue torturado. Eso le bastaba para gene-
ralizar: «Estoy seguro de que en Cuba no se ha torturado».
Además, tenía otro dato de primera mano. Había hablado con un
carcelero, el encargado de la sala de tortura:
Yo le pregunté a un inspector encargado de qué medios se valían para
arrancar las confesiones a los detenidos, y me dijo que la moral de los
contrarrevolucionarios era tan baja que la violencia no era precisa nunca
como medio de coacción; y que, además, la propaganda yanqui sobre la
tortura en Cuba les ha metido tal miedo en el cuerpo, que llegan dispues-
tos a contar todo antes de que se les pudiera poner una mano encima.
Sería interesantísimo si García Márquez hubiera contado algo más
acerca del «inspector encargado». ¿Quién se lo presentó? ¿Se encontra-
ron de casualidad por la calle o en una recepción en casa del comandan-
te en jefe? ¿De qué se encargaba el inspector? ¿Se ocupaba de que la sala
estuviera limpia, bien ventilada, desinfectada, para que los interrogado-
res se sintieran cómodos? ¿Era su responsabilidad mantener en funcio -
namiento los elementos necesarios para las tareas que allí se desarrolla-
ban? Por último, el nobel y el carcelero, ¿se hicieron amigos o tuvieron
solo una relación circunstancial y fugaz?
Título para una novela estilo García Márquez: Con versacion es entre
el en carga do de la sala de tortura y el premio nobel.
Los argum entos de García Márquez son tan ingenuos e infa ntiles
q ue dan risa. Pero no son ni una cosa ni otra. Son las m entiras poco
elaboradas de un agente del régimen capaz de lo m ás abyec to: defender
la tortura. De p aso hace saber, p or boca ajen a, qué pien sa de los «con -
trarrevolucion arios»: gente de poca m oral, miedosos, víc timas de la pro-
paganda enemiga. Es probable que la infamia pueda ser llevada todavía


CI/ba, de eso /J nyor /Ji hablar 97

más lejos. D udo qu e un esc ritor pueda hacerla llegar más allá de do nde
la llevó Ga rcía Márquez. Lo veremos enseguida.
En una entrevista con Juan Luis Cebrián, director de El País de Ma-
drid, e! colombiano no dejó dudas:
Ahora, en relación con Cuba, cuando el problema se plantea serio es
cuando empiezan a hablar de los desaparecidos, o sea, de los presos po-
líticos, de los torturados y tal [... ). Yo tengo razones para tener mej or
información sobre Cuba que muchísimos de los enemigos de la revolu-
ción. Si supiera que allí se tortura a una persona no solo no tendría esta
posición, sino que no m e asomaría por Cuba. En Cuba no hay torturas: l

3
La relación con «el inspector» de la sala de tortura, con ser lo que es,
pasa a ser una anécdota menor comparada con la canallada de García
Márquez a propósito de! niño Elián González. Pocas veces o nunca un
escritor puso su oficio de modo tan descarnado al servicio de un régi-
men criminal. No le importó degradar a personas muertas que nunca le
habían hecho ningún daño a él ni a la revolución. Gente humilde, de
pueblo, a quienes difamó para quedar bien con su amigo el dictador.
El 24 de noviembre de 1999 Elián fue sacado ilegalmente de Cuba
por su madre, Elizabeth Brotons, con e! propósito de emigrar a los Esta-
dos Unidos. Partieron en un pequeño bote de aluminio con motor. Jun-
to a Elián y su madre iban e! novio de la madre y otras doce personas. La
madre de Elián y otros diez murieron. El niño y tres m ás sobrevivieron.
Eli án fue rescatado por dos pescadores y entregado a las autoridades de
Estados Unidos.
El 18 de marzo del 2000, García Márquez publicó en El País de Ma-
drid una nota que tituló «Náufrago en tierra firm e» y dio su vers ión de
los hechos. Esa nota [-ue comentad a días después, también en El País,
por Manuel Moreno Fragin als, uno de los más importantes histo riado-
res cub anos, en un a column a titul ada «Naufragio de un nobel».
La versión de Ga rcía Má rquez es tan repugnante desde el punto de
vista de la solidaridad humana que cues ta co mentarl a. Sin duda para
escribirl a se sirvió de los in fo rmes que le hizo llega r la policía política
cub ana. Los detalles que inclu ye su artículo no pueden haber sido obte-
nidos de otros m edios de prensa ni de tes tigos ni de actas jud iciales.

4 1 Ibídem.
98 Carlos Liscano

Solo la policía política se ocupa de asuntos como los que el colombiano


describe. Además, es indignante que el amigo de los poderosos, el escri-
tor que gusta relacionarse con jefes de Estado, use sus habilidades y sus
fuentes de información espurias para pegarle a gente pobre y sencilla,
gente de pueblo, que jamás ha subido a un avión ni ha salido de su al-
dea. García Márquez, en su afán de quedar bien con su amigo el dueño
de la isla, no duda en ensuciar el nombre de los más humildes aunque ya
estén muertos.
García Márquez logró saber que el padre de Elián
desde que se divorciaron había mantenido con Elizabeth una relación
cordial y estable, pero más bien insólita, pues siguieron viviendo bajo
el mismo techo y compartiendo sus sueños en la misma cama, con la
esperanza de lograr como amantes el hijo que no habían podido tener
de casados.
El colombiano no se entera de que tristemente muchas parejas en
Cuba se separan y siguen viviendo bajo el mismo techo y durmiendo en
la misma cama porque no tienen un benefactor todopoderoso que les
regale una casa, como él y Maradona.
El nobel también está al tanto de la vida íntima y la salud de la madre
de Elián, y cree necesario darlo a conocer al mundo: «Ehzabeth quedaba
encinta, pero sufría abortos espontáneos en los cuatro primeros meses
de embarazo. Al cabo de siete pérdidas, y con una asistencia médica
especial, nació el hijo tan esperado». Luego vivieron juntos «hasta que
ella se enamoró del hombre que le costó la vida: Lázaro Rafael Munero».
Este hombre era «un guapo de barrio, mujeriego y sin empleo fij o,
que no aprendió el judo como cultura física, sino para pelear, y lo ha-
bían condenado a dos años de cárcel por robo con fuerza en el hotel
Siboney de Varadero».
Se ve que García Márquez, que conoció a cientos d e soldados y gue-
rrilleros, nunca encontró entre ellos a un «guapo de barrio mujeriego».
Todos los hombres de armas que conoció eran pacifistas, m onógamos,
feministas. Ninguno tuvo un hij o fu era del m atrimonio al que no reco-
noció, co mo ahora sabem os hizo el colombiano. Le parece, además, que
una persona que es tuvo en la cárcel es culpable para siempre y no tiene
derecho a rehacer su vida. Dem as iados prejuicios juntos para un nobel
que dice ser amigo de guerrilleros, que son gente que elige vivir fuera de
la ley. Aunqu e se pu ede suponer que, además de prejuicio, es el pago de
favores que el esc ritor le debe al dueño de la isla.

• •
-

Cuba, de eso 1l1 t.yO f ni /wb/¡¡ /" 99

El padre de Eli án volvió a casa rse y tuvo otro hij o, «que fue el amor
de la vid a de Eli án hasta que Elizabeth se lo llevó para Miami». También
de eso es culpable la madre.
Cuando no encontró al hijo en casa de su madre «Juan Miguel intuyó
enseguida dónde estaba Elián porque en el Caribe se sabe todo, "inclusi-
ve antes de que suceda", como me dijo uno de mis informantes» .
Si es verdad que todo se sabe, ¿cómo el padre de Elián no se entera
de nada y vivía en el mismo pueblo que todos los que intentaron huir?
O tal vez García Márquez se equivoca y lo que quiere decir es que en el
Caribe no ocurre nada que la policía política cubana no sepa, incluso lo
que está por suceder. De ahí que el escritor siempre esté al tanto de todo.
El «matón de barrio» se había llevado no solo a su mujer con el hijo
«sino también a un hermano menor, a su propio padre, con más de se-
tenta años, y a su madre, todavía convaleciente de un infarto».
García Márquez le reconoce que tenía agallas. No dice por qué, pero
es claro que si lo agarraban lo fusilaban o le daban treinta años de cárcel.
Es decir, además de matón de barrio era capaz de arriesgar la vida en
una operación en la que sabía tenía casi todo para perder. ¿Cuáles eran
las agallas del nobel?
Al «matón» lo acompañaba un amigo a quien García Márquez des-
califica llamándolo «su socio en la empresa». El «socio» «se llevó a la
familia completa: su mujer, sus padres y su hermano, y a una vecina de
enfrente cuyo esposo la esperaba en los Estados Unidos».
La policía le dio más detalles a García Márquez: la embarcación estaba
construida con tubos de aluminio.
Los tubos de aluminio para regadíos de cítricos, que se venden como
pan barato cuando ya no sirven para nada . Se dice que Munero debió
gastarse unos 200 dólares en billetes y 800 p esos cubanos más entre el
motor y la construcción de la lancha.
Además llevaban «tres neumáticos de automóvil como salvavidas para
14 personas. No había sitio para uno m ás» .
Para Manuel Moreno Fraginals el de García Márquez es
un escrito que tiene al m en os dos obj etivos: presentar la visión bo ndado-
sa y recta de Juan Miguel Go nzá lez, el padre de Elián, y la tlgura co rrom-
pid a, inm oral e irres ponsable de Elizabeth Bro tons, muerta tratan do de
sa lvar a su hij o de la pobreza espiritual y material de la Cuba de hoy [... J.
Y, ele paso, nos entrega una imagen del pad rastro de Eli án co mo un hom-
bre deshones to y violento «que no aprendió el judo co mo cultura fís ica,
100 Carlos Liscano

sino para pelear». [Las de García Márquez sonJ palabras apropiadas para
Ull culebrón de la televisión, pero indignas para caracterizar a un hombre
)' una mujer ya muertos en un acto de desesperación por tener que aban-
donar el país-cárcel donde nacieron.
La madre es degradada cuando se insinúa que fue «irresponsable al
tomar la decisión de llevarse a su hijo [... ] junto con 12 personas más, en
un bote de aluminio de cinco metros y medio de largo, sin salvavidas y
con un motor decrépito muchas veces remendado».
A García Márquez no le interesa saber, ni informar, que eran gente
humilde que se había echado al mar para escapar de las condiciones de
vida en Cuba y que no tenían otra forma de salir de la isla-cárcel domi-
nada por su amigo el caudillo marxista:
Nos encontramos con cinco parejas de adultos: dos eran matrimonios
compuestos por personas de más de 60 años, entre las cuales se encon-
traba un expreso político al que Estados Unidos le dio visa y el Gobierno
cubano no le permitió salir, y una señora convaleciente de un infarto
[... J. El expreso político, según explica su hijo en Miami, había cumplido
seis años de una condena de 10 años por el delito de cargar unas piedras
en su mochila.
Tanto la madre como el padre de Elián tenían familiares en Miami
«que habían huido usando los mismos métodos».
El artículo de García Márquez
pretende, sin decirlo de manera explícita, presentar esta escapada como
un gran negocio por parte del padrastro y una gran irresponsabilidad
por parte de la madre de Elián. Se utilizan términos económicos. Mune-
ro es descrito como el «promotor y gerente», y cuando se habla del ami-
go que ayudó en la organización del viaje se le llama el «socio en la em-
presa». Entre tanto detalle se omite que el «socio » y su familia eran los
cuñados y suegros de la sobrina de Elizabeth Brotons, la madre de Elián.
O sea, que con excepción de la pareja que se salvó, el grupo estaba inte-
grado por parientes y amigos desesperados por huir de Cuba.
El padre, Juan González, se había inscripto dos veces en la rifa que el
Departamento de Estado hace todos los años para dar visas de entrada a
los Estados Unidos. Las visas sorteadas son 20.000 y las solicitudes, medio
millón. El padre de Elián no había tenido suerte en los sorteos.
Según las autoridades de la Marina de Estados Unidos unos doce
mil cubanos han muerto en el mar tratando de escapar de la isla para
ll egar a la Florida.

,
liba. de eso m ejor ni hablar 101

Lo que le falta explicar a García Márquez es por qué los cubanos


qui eren irse de allí donde, según escribía en 1975, todo el mundo estaba
feli z y agradecido a Fidel Castro.
Aii.os antes, en 1994, Fide! Castro mandó hundir el Trece de Marzo,
un barquito con el que un grupo intentaba huir de la isla. En el grupo
había una docena de nii10s de entre seis meses y quince años. Fidel
Castro dijo que había sido «un accidente».
En la madrugada del 13 de julio de 1994, cuatro barcos equipados
con mangueras de agua a presión embistieron al remolcador que huía
con 72 personas a bordo. El resultado: 41 muertos, incluidos 10 menores
de edad.
Durante más de una semana los medios de comunicación cubanos
mantuvieron silencio en torno a los hechos, a pesar de las insistentes
denuncias en los medios internacionales. El 5 de marzo Castro dijo que
la actuación de las personas involucradas había sido un «esfuerzo ver-
daderamente patriótico». Nadie fue juzgado.
El 2 de abril de 2003 ocho hombres y tres mujeres secuestraron un
transbordador en Cuba para escapar hacia los Estados Unidos. Cuando
se les terminó el combustible fueron detenidos por los guardacostas
cubanos.
El martes 8 de abril, tras un juicio sumario, un tribunal de La Habana
los condenó por actos terroristas. Las sentencias tuvieron en cuenta el
sexo y el liderazgo de los implicados. Las mujeres recibieron entre dos y
cinco ai10s de cárcel. A los hombres los condenaron a treinta años y pri-
sión perpetua. Los tres considerados por el tribunal como los jefes del
grupo fueron sentenciados a muerte. La sentencia se cumplió en la ma-
drugada del viernes 11.
A raíz de esos fusilamientos, el 17 de abril Eduardo Galeano dio su
opinión en Brecha:
Las prisiones y los fusilamientos en Cuba son muy buenas noticias para
el superpoder universal, que está loco de ganas de sacarse de la garganta
esta porfiada espina. Son muy malas noticias, en cambio, noticias tristes
que mucho duelen, para quienes creemos que es admirable la valentía de
ese país chiquito y tan capaz de grandeza; pero también creemos que la
libertad y la justicia marchan juntas o no marchan.
Galeano recordaba la polémica de Rosa Luxemburgo con Lenin:
La libertad solo para los partidarios del Gobierno, solo para los miem-
bros de un partido, por num erosos que ellos sean, no es libertad. La
102• Carlos Liscano

lib ertad es siempre libertad para el que piensa diferente [... ). Sin eleccio-
nes generales, sin una libertad de prensa y una libertad de reunión ilimi-
tadas, sin una lucha de opiniones libres, la vida vegeta y se marchita en
todas las instituciones públicas, y la burocracia llega a ser el único ele-
mento activo.
Afirmaba que «los estados comunistas convertidos en estados poli-
ciales» se habían ya «desmoronado [... ] sin pena ni gloria, y sus buró-
cratas reciclados sirven al nuevo amo con patético entusiasmo». En Cuba
no hay «plena libertad de prensa y de opinión» y
son visibles [... ) los signos de decadencia de un modelo de poder centra- I
lizado, que convierte en mérito revolucionario la obediencia a las órde-
nes que bajan: «bajó la orientación», desde las cumbres. [... ) Los hechos
demuestran que hoyes más difícil que nunca abrir una ciudadela que se
ha ido cerrando a medida que ha sido obligada a defenderse. Pero los
hechos también demuestran que la apertura democrática es, más que
nunca, imprescindible.
Días después, el 26 de abril, Susan Sontag, invitada a la XVI Feria del
Libro de Bogotá, disertó sobre «El intelectual en tiempos de crisis» ante
42
miles de personas:
Sé que aquí Gabriel García Márquez es muy apreciado, y sus libros muy
leídos; es el gran escritor de este país y lo admiro mucho, pero es imper-
donable que no se haya pronunciado frente a las últimas medidas del
régimen cubano.
y comparó su actitud con la de Saramago:
Yo apoyé a Cuba contra Estados Unidos, pero pronto me di cuenta de lo
que suponía Castro. Ahora he visto que un hombre como José Sarama-
go, que aún hoy se declara comunista, rechaza la monstruosidad que ha
ocurrido en Cuba. Pero me pregunto: ¿qué va a decir Gabriel García
Márquez? Temo que mi respuesta es: no va a decir nada. Creo que su
obligación como gran escritor es salir a la palestra. No puedo excusarlo
por no hablar.
Al día siguiente García Márquez hizo declaraciones a El Tiempo d e
Bogotá. Se defendió señalando sus méritos:
Yo mismo no podría calcular la cantidad de presos, de disidentes y de
conspiradores qu e he ayudado, en absoluto silencio, a salir de Cuba en
no menos de veinte ai1os. Muchos de ellos no lo saben, y con los que lo
saben me basta para la tranquilidad de mi conciencia.

42 Sobre este tem a véase O rland o O liveros Acos ta. «El breve y provocad o r debate de
Susan Sontag con Gabriel Gard a Múrquez». Funda ción Cabo, 30 de noviembre de
2020.
--

Cuba, de eso mejor ni hablar 103

Sobre los fusilados se limitó a decir:


En cuanto a la pena de muerte, no tengo nada que añadir a lo que he
dicho en privado yen público desde que tengo memoria: estoy en contra
de ella en cualquier lugar, motivo o circunstancia. Nada más, pues tengo
por norma no contestar preguntas innecesarias o provocadoras, así pro-
vengan -como en este caso- de una persona tan meritoria y respetable.
Cuando Pidel Castro los metía presos, su amigo los liberaba. Cuando
los mandaba matar, el amigo no tenía nada para decir. O sí, tenía: igual
que Pidel Castro y que Ernesto Cardenal, el colombiano estaba contra la
pena de muerte. Cosa que los fusilados debían agradecer. A los tres.

-
105

No serán libres y tampoco serán iguales

- Estoy por creer que Adán y Eva eran cubanos.


-¿ Yeso por qué?
-Porque vivían igual que nosotros. No tenían ropa, andaban descalzos,
no les dejaban comer manzanas y les deCÍan que estaban en el paraíso.
Cuento popular cubano

1
Estar a favor o en contra de la Revolución cubana sigue siendo, hoy,
2022, un indicador de dónde se ubica el individuo en el espectro ideoló-
gico de la izquierda latinoamericana. Pocos militantes de izquierda
críticos con Cuba se atreven a decirlo públicamente por temor al aisla-
miento, a la marginación.
Aunque para los más jóvenes quizá también pueda ser un modo de
desentenderse, una manera de decir: ¿a quién le importa hoy lo que
hicieron los Castro, el Che Guevara y tantos otros que fracasaron?
Si fuera esto último sería saludable. A los jóvenes de izquierda no les
importaría porque aquello ya no tiene arreglo, carece de futuro, no me-
rece la pena ni pensarlo.
Hoyes 15 de enero. Ayer se dio a conocer la revista [sic) de la Aso-
ciación de Profesores de Literatura. 43 Presenta trabajos que tratan asun-
tos de Argentina, Chile, Uruguay. Un artículo sobre Paul Celan, otro
sobre Ruanda. Nada sobre Cuba. Ni siquiera aparece la palabra Cuba en
sus ciento cincuenta páginas. En el editorial se dice:
Solo me resta invitar, entonces, a que este nuevo número contribuya a
pensarnos y a pensar el mundo en el que vivimos, con sus injusticias, sus
valores, sus reivindicaciones y luchas, sus disputas éticas y es téticas, las
de ayer y las de hoy.

43 [sic}, n. o 30, diciembre 202 1. LiteJ'éltura y Derech os Human os. Dispo nibl e en:
<revi stasic.ll y1oj sl i nclex. ph pi sicl issue /v iew 12/35>.
106 Carlos Liscano

Entiendo que mi propuesta de octubre del año pasado de escribir


sobre la influencia de Cuba en los debates y la producción literaria lati-
noamericanos de los sesenta y setenta no entra en las «disputas éticas y
estéticas, las de ayer y las de hoy». No me gusta decirlo, pero era de
esperar que así fuera.
El régimen cubano ha hecho todo lo que cualquiera que adhiera a la
izquierda democrática repudia y condena: es autocrático, antilibertario,
antidemocrático, demagógico, represivo. Sin embargo, es difícil en
América Latina para alguien de izquierda condenarlo. El argumento para
no hacerlo es siempre el mismo: los logros en salud y educación.
La causa de Cuba fue, y todavía es, el terreno donde se enfrentan la
izquierda radical y la izquierda democrática. La primera es vocinglera,
acusa de traidores a quienes no la siguen, hace escraches y repudios,
no solo en La Habana. También en México, en Montevideo, en Buenos
Aires, en Roma y en cualquier lugar del mundo donde los servicios
de inteligencia cubanos consigan dos o tres individuos que estén dis-
puestos a dejarse manipular.
La izquierda radical siempre fue voluntarista y ha contado con la
complicidad pasiva de la izquierda democrática. La izquierda democrá-
tica latinoamericana no podrá pensar con claridad mientras no dilucide
claramente su posición respecto a la Revolución cubana y diga de modo
expreso que la dictadura castrista no solo viola los derechos hu manos,
sino que ni siquiera reconoce que existan. Los dirigentes cubanos se
burlaron durante años de la libertad de prensa existente en América
Latina diciendo que era «la libertad de taparse con diarios». Ignoran la
lucha por la libertad de expresión de cientos o miles de periodistas y
militantes bajo las dictaduras. En esa lucha radica la libertad de prensa
y no en la ironía de la burocracia cubana que cree que la prensa no tiene
ningún derecho a expresarse libremente. O solo puede hacerlo a favor
de los burócratas del gobierno de partido único, que cree que la más alta
libertad de expresión es la maravilla que se expresa en Granma.
Durante más de cincuenta años los cubanos tuvieron prohibido via-
jar al exterior. ¿Qué habría dicho la izquierda si eso hubiera ocurrido en
Uruguay, en Chile, en Costa Rica?
Ante el intento de discusión inmediatamente se argumenta que la
utopía revolucionaria defiende los derechos universales a la salud y la
educación y que eso se consiguió en Cuba. La pregunta que hay que
Cuba, de eso m ejo r ni hablar 107

hace rse es si el precio a pagar por esos derechos ha de ser una vida de
opresión, de miedo, de doble moral.
En nombre de algunos derechos se impone la servidumbre y se esta-
blece un régimen de delación. La libertad y la delación no conviven ja-
más. Una sociedad de delatores nunca favorece las relaciones familiares,
amistosas, de vecindad, de camaradería entre compañeros de trabajo. El
«ortiba» siempre acaba, como lumpen, traicionando: puede vender a su
madre si eso le permite obtener un beneficio personal. El ortiba carece
de ideología, de partido, de religión, de Dios. Alcahuetear en su signo,
allí donde esté. Eso, triste, es lo que ha incentivado el comunismo
en Cuba durante seis décadas, desde el momento en que se crearon los
Comités de Defensa de la Revolución (CDR) en 1960.
Eliseo Alberto de Diego cuenta cómo lo obligaron a informar contra
su padre: «El primer informe contra mi familia me lo solicitaron a fina-
les de 1978». Según el escritor la delación funciona así:
Unos contra otros, otros sobre unos, muchos cubanos nos vimos entram-
pados en la red de la desconfianza. Los responsables de vigilancia de la
cuadra rendían cuentas en los Comités de Defensa de la Revolución so-
bre la presencia de turistas y sospechosos en la zona, la combatividad de
los vecinos y la música contrarrevolucionaria que se escuchaba en las
fiestas del barrio (Celia Cruz, por ejemplo). Los compañeros de aula avi-
saban a los dirigentes de las organizaciones estudiantiles sobre las ten-
dencias extranjerizantes y las preferencias sexuales de sus condiscípulos.
Los compañeros del sindicato informaban a la administración de la em-
presa sobre cualquier comentario liberal de otros compañeros del sindi-
cato. El babalao de Guanabacoa daba razón sobre lo que habían dicho sus
caracoles de santería al profesor de marxismo-leninismo que había ido a
consultar a los orishas sobre si podía subirse o no a una balsa rumbo a
Miami. El activista de Opinión del Pueblo dejaba en los buzones de los
municipios del Partido un parte sobre lo que su esposa había escuchado
en la cola del pan o en la peluquería. El perro terminaba mordiéndose la
cola: contra el responsable de vigilancia, el secretario de Organización
y Propaganda informaba por debajo de la mesa que su mujer le pegaba
los tarros con un expreso político, y a espaldas del secretario de Organi-
zación y Propaganda facilitaba datos el presidente del Comité, y contra
el presidente del Comité escribía tal vez el ya reportado miembro del
sindicato, compadre del profeso r de marxismo-leninismo que había con-
sultado al babalao de Guanabacoa, co ntra el cual, a su vez, quizás había
pasado una gacetilla el joven extranj eriza nte del que habló el activista de
Opinión del PlIeblo, sin saber que su propia esposa había informado a las
instancias pertinentes que su marido no había informado en tiempo y
108 Carlos Liscano

forma que su hijo les había informado que la otra noche había bailado
una rwnba contrarrevolucionaria, de Celia Cruz por ejemplo, y así hasta
el fin de los tiempos. De preferencia, una confesión escrita a mano.
El pueblo cubano fue obligado a adaptarse y a conformarse. Del en-
tusiasmo y el activismo de los primeros años sesenta pasó, a fuerza de
terror, a la aceptación silenciosa y pasiva de la dictadura. La represión,
ayudada por la delación, se impuso. Entonces sí, como dice la canción,
«se acabó la diversión». Todo el mundo alineado y «comandante en jefe,
ordene».

2
En Uruguay el movimiento obrero siempre se ha enorgullecido de su
«independencia de clase». Eso quiere decir que no se somete a partido
político alguno como, por ejemplo, ocurre con los sindicatos peronistas
en Argentina. Lo anterior quedó demostrado en los tres Gobiernos del
Frente Amplio (2005-2015) con los sindicatos movilizados, haciendo
paros y huelgas. En particular quedó demostrado en 2015 cuando, en
uno de los mayores actos de soberbia que un gobierno democrático haya
cometido en Uruguay, Tabaré Vázquez firmó el decreto que establecía
la esencialidad de la educación. En palabras de la ministra del momen-
to, era «deber del Poder Ejecutivo y del Ministerio de Educación y Cul-
tura garantizar la asistencia a clase de todos los niños y adolescentes del
país» y, por esa razón, se tomaba la decisión de decretar la esencialidad.
Inmediatamente los trabajadores afectados por el decreto llamaron a
una movilización. Cuarenta mil personas marcharon por la principal
avenida de Montevideo hacia la Casa de Gobierno.
En ese momento Vázquez y su ministra, si no lo sabían, aprendieron
que los trabajadores en Uruguay son independientes de los partidos
políticos, yeso también vale para los gobiernos de izquierda. Sin que
fuera aplicado, a los dos días el Poder Ejecutivo dejó sin efecto el decre-
to. Así se cumplió una de las consignas - algo escatológica- que canta-
ban los jóvenes estudiantes de magisterio en la gran marcha.
Lo anterior es un ejemplo de que tiene razón Marcelo Abdala, presi-
dente del PIT-CNT, cuando dice que la clase obrera uruguaya no es fren-
teamplista, sino clasista. Pero lo que vale para Uruguay no vale para
Cuba. La clase obrera de la isla es funcional al Gobierno. Todavía peor:
está sometida a algunos gobernantes, de modo individual.
Cuba, de eso m ejor ni hablar 109

Entre los primeros obj etivos del Gobierno revolucionario en 1959


es tuvo el copamiento de la Universidad y d e los sindi catos. Las
organizaciones de masas no debían ser autónomas sino trabajar para el
plan único, definido por el líder. De ese modo, una vez destruida la
autonomía sindical, el movimiento obrero iba a quedar sometido al poder
político.
Al principio, debido al entusiasmo revolucionario y al estímulo
carismático del jefe, la pérdida de autonomía y la regresión en los
derechos laborales se aceptaban como precio a pagar por el igualitarism o.
Libertad a cambio de igualdad. Cuando las condiciones materiales no
mejoraron sino que empeoraron, y la desorganización e improvisación
dificultaron todavía más la vida, se impusieron restricciones al consumo.
Entonces empezó la represión en el trabajo y se hizo notorio que los
sindicatos no defendían a los trabajadores, sino que eran un engranaje
más del poder que obligaba a sacrificios sin compensación material
a cambio de dudosas recompensas morales. Que se sepa, hasta hoy,
en el mundo, el trabajador trabaja por el salario y no por medallitas.
El salario, poco o mucho, es su orgullo, y lo que le da su mayor o menor
independencia.
Sin sindicatos, o con sindicatos dóciles, las cosas fueron más fáciles.
Se eliminaron beneficios salariales, como la compensación por antigüe-
dad, el aguinaldo, las horas extras. Se impulsó e impuso el trabajo volun-
tario gratuito. Se nivelaron los salarios hacia abajo a la vez que disminu-
yeron los alquileres y se expandieron los servicios sociales gratuitos, es-
pectáculos deportivos, teléfonos públicos, guarderías.
Recuerdo que mis amigos que visitaban Cuba en los años sesenta y
setenta elogiaban el trabaj o vollmtario. Pero no había trabajo volun ta-
rio. Era mera sobrexplotación. No había sindicatos que defendieran a
los trabajadores. Los dirigentes comunistas trataban a los obreros peor
que los empresarios de los países capitalistas. Bias Roca, dirigente del
viejo Partid o Comunista, decía sobre los sindicatos en Hoy, el 6 de se-
tiembre de 1962: «Si antes la función fund an1ental de los sindicatos era
luchar por las dem andas parciales e inmediatas de cada sector laboral
l ... J, hoy la tarea fundamental de los sindicatos es luchar por un au-
mento de la produ cción y la productividad».
Tam bién en 1962 decía Roca: «El trabajado r que hoyes lento en su
trabajo y produce menos de lo que puede y debería es nuestro enemigo,
un enemigo del pueblo». De agente de la revolución a enem igo del pue-
blo, el tránsito para el ob rero cub ano había sido ráp ido y radical. Lo
decía un comun is ta prosoviético de toda la vida, ahora vuelto castrista.
11 0 Carlos Liscan o

Raúl Castro, ministro de las Fuerzas Armadas, lo dejaba más claro


to davía: en caso d e que «existiera algún trabajador atrasado que no
entendiera completamente la diferencia [ ... ] entre producir para los ca-
pitalistas, como hacía ayer, y producir para la nación, para la sociedad,
para él mismo», un tal elemento divisionista, «deseoso de quebrar e! blo-
que monolítico de la unidad del pueblo», sería «derrotado y aplastado».44
Bella tarea de un gobierno popular: derrotar y aplastar a un trabajador.
En 1965 en la ley de justicia laboral desapareció e! derecho a la huelga.
En la Declaración de Principios de la Central de Trabajadores Cubanos,
aprobada en e! XII Congreso de 1966, se definía que: «el movimiento de
los trabajadores, dirigido y orientado por e! Partido, debe contribuir efec-
tivamente a la movilización de las masas en cumplimiento de las tareas
asignadas por la revolución».
Cuando la revolución, e! Gobierno y e! pueblo son una sola cosa,
¿para qué sirven los dirigentes sindicales? Es sencillo: su tarea es tras-
mitir a los trabajadores, y hacer que se cumplan, las decisiones y planes
de! Gobierno. Es decir, e! sueño de cualquier dictadura, que no es que
desaparezcan los sindicatos, sino que sean sumisos. El desprestigio de
los dirigentes sindicales cubanos creció sin límites. Al final no los que-
ría (ni quiere) nadie.
Un uruguayo de izquierda sabe cuántas veces ha sido e! movimiento
sindical el que en nuestro país ha «dirigido y orientado» a la izquierda.
Pero, al parecer, no todo era tan fácil. En 1968 e! órgano ideológico
de! Partido Comunista de Cuba decía que los cambios no habían «erra-
dicado de la conciencia de los obreros los prejuicios burgueses en su
actitud hacia e! trabajo. En gran medida, el trabajo sigue siendo consi-
derado una obligación onerosa».45
En abril de 1968, la confederación sindical reclutó doscientos cin-
cuenta mil trabajadores para realizar labores agrícolas, sin paga, doce
horas por día durante tres o cuatro semanas. Unas dos millones y m edio
de jornadas fueron «donadas» por los trabajadores que pasaron catorce
sem anas en las plantaciones de café.
Agregado al trabajo voluntario, que tenía com o obj etivo increm en-
tar la producción sin cos tos salariales y comprom eter a la población con
los fin es del Gobierno, en los prim eros años se crearon o tros m odos

44 C it ad o en C laudi a Hil b. Silencio, Cuba. La izq uierda dem ocdtica (ren te al régimen
de la Re\lolu ción Cubana. Buenos A ires: Ed h as a, 20 I O.
45 Ibídem.
--

ClIb:J. de eso Il1Lyor ni habh,r III

de trabajo obligatorio y gratuito. Esos planes buscaban no solo un


fin económico de contribución a la producción. También tenían fines
políticos: persecución, confinamiento y eventual reeducación de los

«enemigos».

3
En 1968 Fidel Castro lanzó la ofensiva revolucionaria. El Estado se
apropió de todos los pequeflos comercios del país. El economista cuba-
no Carmelo Mesa-Lago"6 investigó que 31 % de estas pequeflas empre-
sas eran puntos de venta al por menor de alimentos, el 26 % brindaban
servicios, reparaban automóviles, remendaban zapatos. Los restauran-
tes y las pequeflas tiendas de comidas eran el21 %; 17 % eran comercios
que vendían ropa y zapatos. El 5 % eran pequeflos establecimientos ar-
tesanales de cuero, productos de madera y textiles. La mitad de estas
pequeflas empresas eran familiares o trabajaba en ellas su dueflo y no
tenían empleados. No quedó nada, ni los peluqueros de barrio ni las
modistas se salvaron.
El resultado de la «ofensiva» fue falta de comida, mercado negro,
desocupación. Todos pasaron a ser funcionarios del Estado, controla-
dos por los correspondientes responsables y comisarios políticos. Uno
cortaba el pelo y cuatro lo supervisaban.
Desaparecieron especializaciones y conocimientos: despachan tes de
aduana, agentes inmobiliarios, arquitectos, urbanistas, gerentes, gente
con experiencia empresarial.
La «ofensiva» dejó también otros resultados. Se desorganizó la
producción, el Estado no era capaz de sustituir al comercio minorista
ilegalizado, se destruyeron redes de distribución, clandestinas pero ne-
cesarias, faltaban los productos agrícolas, la gente trabajaba sin remune-
ración o por salarios menores a lo que correspondía. Todo fue sometido
a racionamiento.
Cuando estábamos en La Habana, un día a Anna se le ocurrió cortar-
se el pelo. Le pidió a Monika Krause, la dueña de casa, que le reservara
hora en alguna peluquería. Monika quedó en silencio. Luego le pregun-
tó qué era lo que quería, ¿peinarse, teñirse?, Anna le dijo que solo quería

46 Breve historÍ<, económica de la Cuba socialista. Madrid: Alian za. 1994. Citado en
Claudia Hilb. Silencio, Cubil. La izquierda dem ocdtica ti'ente al régim en de 1;,
Revolución Cubil 1111. Buenos Aires: EdhasiI. 20 lO.
,

11 2 Carlos Líscano

cortarse el pelo porque tenía mucho calor. Entonces Monika le propuso


una peluquera particular, que trabajaba en negro, y que podía solamente
cortar el pelo. Porque, arguyó, en las otras peluquerías una podía pasarse
tres o cuatro horas perdiendo el tiempo.
Así entendimos que Monika, una dirigente del régimen, para poder
trabajar más y rendir mejor, en vez de usar los servicios de peluquería
del Estado recurría al mercado negro. Era un modo de militancia a fa-
vor del socialismo: se fomentaba el trabajo no formal, pero se ganaba
tiempo para la revolución.

4
La igualación de condiciones era posible por la capacidad del Estado de
apropiarse de la totalidad de los recursos existentes para usarlos del modo
que creyera más apropiado. El poder político dependía de quienes
podían repartir, que era un pequeño núcleo que obedecía y rodeaba a
Fidel Castro. Ese grupo decidía qué estaba «dentro de la revolución»,
, , .,
que se repartra y a qmenes.
El Estado, generoso, distribuye lo hecho por otros: no produce, se
apropia (expropia) y regala a cambio de sumisión. De ahí surge el poder
omnímodo de Castro, el gran repartidor de riqueza ajena. Regala una
casa que fue de los «gusanos» que se fueron en 1959. Donde vivía una
familia, mete a cuatro. Pasan sesenta años, nadie le hace mantenimiento
porque la casa no es propiedad de nadie. El Estado no se hace cargo y
los residentes carecen de documentos que los acrediten como propieta-
rios. A la vez, la falta de estímulos, de recursos materiales, y la desidia
hacen su trabajo. Resultado: hoy las viviendas se derrumban. Así acaba
la propiedad social en el socialismo.
Los problemas del repartidor de lo ajeno se presentan cuando ya no
queda nada para repartir. Ahí se le acaba la generosidad. Entonces
se impone el gran delirio voluntarista: la zafra de los diez millones de
toneladas de azúcar de 1970.
Ahora bien, Castro no había invitado a pensar sino a obedecer. Si no
se aceptaban sus decisiones, las opciones eran: silencio, ostracismo o
exilio. Si alguien no elegía uno de esos tres destinos, había un cuarto:
cárcel. Por si faltaban medios para reprimir al pueblo, en 1991 se crearon
las Brigadas de Respuesta Rápida, que son grupos de matones armados
Cuba, de eso mejor ni hablar 113

con palos que tienen como misión aplastar cualquier protesta callejera
pacífica.
La dirigencia cubana llamó a 1969 el «año del esfuerzo decisivo». El
lema aludía al importante caudal de fuerzas necesario para lograr el
objetivo de la zafra de los diez millones. Hay que recordar además que,
desde 1965, Cuba había hecho inversiones para alcanzar, en 1970, el
objetivo gigantesco.
En los sesenta la economía cubana dependía del azúcar. La mecani-
zación del corte de caña cubría solo una parte de la producción. Enton-
ces se empezó a hablar de que una gran zafra azucarera sería el gran
salto económico e ideológico que daría el país. De eso se ocupaba Fidel
Castro: llevaría la isla a una etapa superior de la construcción del socia-
lismo con una zafra imponente.
Para lograrlo necesitaba movilizar toda la fuerza de trabajo que pu-
diera y llevarla a la zona de las grandes plantaciones. No solo necesitaba
mano de obra, también necesitaba que fuera barata. Para eso tenía las
UMAP, los campos de trabajo forzoso. Los confinados en esas unidades
recibían un pago de siete pesos mensuales y eran compelidos a partici-
par en la «emulación socialista», una especie de competencia para in-
centivar la producción en la que los «vanguardias» no recibían compen-
sación económica, sino diplomas o reconocimientos en actos políticos.
En un artículo de 1969 el economista Carmelo Mesa-Lago estudió las
formas de trabajo no pagado durante los años sesenta (entre ellas, las
UMAP)Y La conclusión de Mesa-Lago era que el Gobierno logró ahorrar
por concepto de trabajo no remunerado alrededor de trescientos millo-
nes de pesos cubanos entre 1962 y 1967.
Entre los inadaptados que acabaron en las UMAP estuvo, como ya se
dijo, Pablo Milanés. También el futuro cardenal Jaime Ortega, el poeta
José Mario, Alfredo Petit, obispo auxiliar de la arquidiócesis de La
Habana, Raúl Roa Kourí, hijo del entonces canciller cubano.
Fracasado el delirio de la zafra portentosa, a Cuba solo le quedaba
entregarse a la URSS. Fue lo que hizo. Cambió la ideología: ya no se cons-
truirían el socialismo y el comunismo a la vez. Cambió el modo de re-
muneración: ya no valían solo los estímulos morales, se pagarían suel-
dos que permitieran consumir algo.

47 Claudia Hilb. Silencio, Cub,l. La izquierda dem ocdtica ti'ente al régimen de la


Revolu ción Cubana. Buenos Aires: Edhasa, 2010.
-

11 4 Carlos Liscano

Hubo una sola cosa que no cambió. La realidad había dicho que Cuba
no era capaz de producir diez millones de toneladas de azúcar en un
año. Pero la realidad no podía desmentir al gran líder. Castro escuchó a
la realidad y pensó en renunciar. No lo hizo. Ya vería la realidad quién
mandaba en la isla.
Los planes delirantes de Castro, la autodeterminación respecto a la
URSS, acaban cuando constata que no tiene recursos económicos pro-
pios para mantener las reformas realizadas.
1970 es el fin de la mejora de condiciones sociales hechas con gran
rapidez, para lo que fue necesario concentrar el poder. También en 1970
termina la lucha entre la concepción de producción soviética y la volun-
tarista de Guevara. Es el fin de la enorme creatividad intelectual y artís-
tica de los primeros años, que incluyeron persecuciones a quienes no
eran considerados «dentro de la revolución», o estaban en contra. Lo
que no tuvo fin fueron las persecuciones, hasta hoy.
En 1970 se impone la ortodoxia cubano-soviética. Todos pasan a ser
más o menos sospechosos, se impone la delación y la adulación, el entu-
siasmo se transforma en temor y adaptación, el mejor revolucionario es
el conformista, el que dice que sí a todo lo que viene de arriba.

5
Desde el origen, descartado el llamado a elecciones que Castro había
prometido, ¿cuál era el proyecto cubano que los latinoamericanos aca-
baríamos aplaudiendo con entusiasmo? Construir una nueva sociedad.
Después fue construir el socialismo, para lo que había que construir al
hombre nuevo. Entonces, como si nada alcanzara, al Che Guevara se le
ocurrió que, con el hombre nuevo, se podía construir el socialismo y el
comunismo a la vez. Fin del libreto.
Lo que acabó ocurriendo fue completamente distinto a lo imaginado
por nosotros, los fervorosos adláteres.
Para el socialismo se aceptaba el trabajo voluntario. Luego el trabajo
voluntario pasó a ser una exigencia social. Con lo que se transformó en
trabajo forzoso. Para conseguirlo se impuso la obediencia. No fue sufi-
ciente. Empezó la represión. Se impuso la sumisión. Entonces la servi-
dumbre pasó a ser «voluntaria».

Cuba, de eso m ejor ni hablar 115

En Cuba n o h abía instituciones, com o hay en todas las repúblicas. La


ún ica institución era Fidel Castro, que podía crearlas y eliminarlas
cuando le pareciera apropiado.
El terror es el arma que tienen los dictadores para imponer lo que
consideran «correcto». Con el terror, la adhesión entusiasta se vuelve
formalismo. La gente cumple para no hacerse notar, cosa que puede ser
nefasta.
La igualdad impuesta sin respetar los derechos de las personas, ¿qué
es? Se puede fundamentar diciendo que para que todos fueran iguales,
hubo que quitarles los derechos a muchos. Pero ni siquiera eso fue: les
quitaron las libertades para que un grupo de burócratas atrincherados
en el Partido y en las Fuerzas Armadas pudieran vivir bien.
La utopía revolucionaria de libertad acabó aceptando la opresión en
vez de la emancipación.
En 1970 estaba claro que el objetivo era llegar al igualitarismo y que,
a la vez, todo el poder estaba en Fidel Castro. Algunos piensan que eso
era inevitablemente así. De ser cierto, triste destino el de las revoluCio-
nes de izquierda. En vez de construir una sociedad más libre, más justa,
se construye una sociedad que se acomoda a lo pensado por el líder, no
por la lucha de ideas y de intereses.
La concentración de poder no es consecuencia inevitable e indesea-
da, sino una concepción de la sociedad. El régimen de poder omnÍmo-
do, que regula las leyes, la justicia, la organización de la sociedad hasta
niveles de detalle, porque entiende que así construirá nuevas relaciones
y al hombre nuevo, no es una dictadura más, un despotismo cualquiera.
Tiene otros afanes y otras consecuencias para la libertad y p ara el ser
humano.
Lo anterior solo se consigue transform ando el entusiasmo en miedo,
la obediencia en obsecuencia, la lealtad en delación. El delator no es leal
a nadie, m ás que a aquello que le conviene. En el colmo de la desver-
güenza, el alcahuete es capaz de delatarse a sí mism o.
El hombre nuevo, liberado del egoísm o, olvidado de sí m ismo, go-
bernado por su conciencia revolucionaria, buscaría la igualdad y el bien
común. Los otros defendían los incentivos económicos, que las ret ribu-
ciones estuvieran atadas a la producción, que hubiera racionalidad, que
la gente pagara por los servicios que reci bía. El res ul tado: para crear al
hom bre nuevo se neces itaba crear un ejército de delatores, hombres y
mujeres que denuncia ran a sus compañeros, a su vecinos, a sus fam iliares.
116 Carlos Liscano

La cru zada revolucionaria de la zafra de los diez millones agudizó la


desorganización de la producción y los resultados fueron catastróficos
para la econonlía. Mano de obra, maquinaria, combustible, inversiones,
todo dedicado a la zafra, que fue un desastre.
La desorganización tiene también otras causales. Entre ellas la emi-
gración de los cuadros de las empresas expropiadas y la expropiación de
la tierra a quienes sabían trabajarla. La producción quedó a cargo de
gente no idónea, leal pero inútil para la tarea.
Pretendían la desaparición del salario y el dinero para crear una
sociedad armónica en la que el Estado fuera organizador, productor,
distribuidor, empleador. Se contaba con la conciencia del pueblo
revolucionario. Obtuvieron miseria y una sociedad de ciudadanos
desesperados por consumir. No por consumir lujos sino comida, algo
de ropa, zapatos, jabón, desodorante, desinfectantes para la limpieza de
la casa, golosinas y juguetes para los niños.
Las ofensivas del 68 y del 70 afectaron a sectores medios que perdie-
ron lo poco que tenían y, sobre todo, se quedaron sin ilusiones. Las
medidas arbitrarias y voluntaristas en la economía aumentaron el des-
contento, lo que a su vez aumentó la represión y la actividad sin pausa
de los delatores. Los sectores medios iban a ser los desencantados que
aumentarían el número de exiliados. Ellos, o sus hijos, se irían en el
Mariel en 1980.

6
En Cuba el aplastamiento de los sindicatos y del movimiento estu-
diantil se hizo pronto y rápido, en dos años. El dominio de la cultura
tardó diez años y tuvo un final previsible aunque disputado. Al comien-
zo la izquierda intelectual latinoamericana y europea, y hasta cubana,
había apostado por un experimento libertario. El juicio a Padilla, la pa-
rodia de autoinculpación, demostró que eso no era así. No habría disi-
dentes en el campo cultural «revolucionario». Y, corno siempre en estos
casos, triunfó la línea ortodoxa, mediocre, obsecuente con el poder.
Porque la disidencia siempre es contra el poder.
Con los años el voluntarismo decrece y la participación en lo colec-
tivo se transforma en gestos para no ser considerado opositor, lo que
implica perder el trabajo, perder el acceso a la educación para uno mis-
mo o para los hijos y nunca conseguir una autorización para viajar.

lI b¡¡, de eso m ejor ni /wb/¡¡ r 117

El voluntarism o contradecía la vulgata comunista. Quería demos-


t rar q ue la con ciencia no era resultado del desarrollo de las fuerzas pro -
ductivas sino de la práctica revolucionaria. Las movilizaciones reafir-
m aban la conciencia revolucionaria. Con el tiempo las movilizaciones
dejaron de ten er sentido. Se hacían solo para reforzar el poder de Fidel
Cas tro. Él movilizaba al pueblo cuando quería y por el motivo que se le

ocurnera.
Pertenecer a los CDR era una forma de mostrar que se estaba con el
régimen , lo mismo que mandar a los hijos a los pioneros. Ser pionero
no tenía valor político. Lo tenía el no ser pionero. Los niños que no eran
pioneros tenían padres sospechosos. Y aunque los hijos no fueran sos-
pechosos de nada, perdían posibilidades de estudio, de trabajo.
Los actos de repudio, que al comienzo se suponía se hacían en de-
fensa de la revolución, pasaron a ser luego un castigo a la «escoria». La
escoria era el cubano que el régimen decía que había que repudiar. El
que no repudiaba se volvía pasible de ser repudiado. Y así se volvía de
nunca acabar, hasta hoy.
A mediados de la década de los sesenta la oposición había sido aplas-
tada, las organizaciones sociales habían sido puestas al servicio del po-
der. Aun así, pese al poder absoluto del Gobierno, quedaban opositores
políticos que, sin ser una amenaza, tampoco eran pasibles de ser inte-
grados. Esos serían perseguidos en los centros de estudios, en los luga-
res de trabajo, en el barrio, en la familia y hasta en el exilio.
El miedo a ser estigmatizado como enemigo y a la pérdida de acceso
a beneficios distribuidos a placer por el Gobierno acabó modulando la
conducta de la población. Para quedar bien los cubanos ingresaban a
los CDR, a las organizaciones juveniles, a las brigadas de trabajo vohm-
tario, mandaban a los hijos a los pioneros, les pedían que obedecieran y
repitieran en la escuela todos los días «Seremos como el Che». El com-
promiso más alto se alcanzaba ingresando al Partido Comunista. Así
también el Partido se llenó de oportunistas, trepadores, alcahuetes.
La vigilancia entusiasta de los comienzos se transform ó en delación
p ara la propia autoprotección. Lo mism o valía para la participación
en los organismos de masas, las m ovilizaciones a «la plaza», la partici-
pación en los ac tos de repudio. Aunque detrás de eso solo hubiera frus-
tració n, hi pocresía, y una m oral subterránea para la que el robo, el
mercado negro, los negocios clandes tinos, la adq uisición ilegal de lo que
fuera, los mil modos de «resolven> los problemas, se volvieron naturales,
un modo de vivir que no era mal visto.
118 Ca rlos Liscan o

7
La aceptación del modelo soviético, que significaba para Cuba recibir
subsidios millonarios, los términos de intercambio favorable con la URSS
y los países del Com econ (Consejo de Ayuda Mutua Económica), hicie-
ron que de 1972 a 1985 los cubanos vivieran los mejores años económi-
cos de la revolución. Eso confirmaba el acierto de las políticas de Fidel
Castro. Fue lindo, pero era ilusorio, porque Cuba no producía nada, ni
madera para los ataúdes.
A la vez, la aceptación del modelo soviético de dictadura de partido
único dejaba en claro que no habría experimentación social de ninguna
índole. La seguridad social mínima compartida iba junto con una for-
ma política que no dejaba lugar a libertades individuales ni públicas.
Nada surgiría hacia la definición de una nueva sociabilidad. Lo que no
estuviera permitido estaba prohibido.
La diferencia con los países del Comecon radicaba, paradojalmente,
en Fidel Castro. En Cuba el poder lo ejercía él, u otros por delegación
suya, lo que a veces daba lugar a sorpresas, no siempre gratas.
La opresión en la isla no es el resultado no deseado de un buen pro-
yecto sino el resultado exitoso de un gigantesco proceso de concentra-
ción del poder en manos de quien creía que podía, al precio que fuere,
crear una sociedad más justa e igualitaria, y que consideraba que solo
contando con todos los mecanismos del poder podía lograr sus fines. Él
era la revolución y solamente él sabía qué estaba dentro y qué estaba en
contra. Oponerse a la decisión del jefe podía, y todavía puede aunque
los dos hermanos ya no estén, ser considerado error grave o traición.
En ese régimen nada bueno, y mucho de malo, espera al que disienta.
El solo pensar diferente es disenso, y dice la costumbre que el disenso
acarrea problemas.
Las revoluciones socialistas del siglo XX se hicieron en nombre del
pueblo. Pero el poder no lo ejerció el pueblo sino un grupo autoelegido
qu e fij aba la legitimidad revolucionaria y en carnaba la auténtica repre-
sen tación popular. No fu eron regímenes participativos sino representa-
tivos en extremo. Solo que la representación n o era m ás o m enos electa
com o en las repúblicas dem ocráticas capitalistas donde hay partidos,
li bertad de prensa, lucha ideológica. La representación la ejercía un pe-
qu eño grup o de individuos. En el caso cubano la ejercía Fidel Castro,
qui en podía delegarl a de a ratos.
- -

CUb:I, de eso m ejor ni hnblil r 119

Castro era la estabilidad para los burócratas. Pero dado su carácter


arbi tra rio, era tambi én el que los desestabilizaba. Vivían en el terror a
cometer errores, que no sabían cuáles podían ser porque el acierto y el
error los determinaba el jefe. Cuando las cosas son así el burócrata no
tiene iniciativa. Cualquier fracaso siempre puede ser atribuido al subor-
dinado, por falta de compromiso o de «constancia en el heroísmo». Ese
temor anula toda iniciativa. El conservadurismo se impone, siempre
teniendo en cuenta que la delación es una instancia superior de funcio-
namiento del aparato.
Pidel Castro y sus cambios de humor agregan un factor de imprevi-
sibilidad para los jefes del régimen. Un cambio de «suerte» y los segun-
dones terminan en pijama, como dicen los cubanos. Así les fue a Carlos
Lage y a Felipe Pérez Roque. Peor le fue a Arnaldo Ochoa, héroe de la
revolución, a quien Castro mandó fusilar.
La inmovilidad es lo que mejor garantiza la vida del burócrata. Obe-
diente, sin iniciativa, así asciende el hombre gris, siguiendo lo mejor
posible las orientaciones que bajan del cielo.
¿Qué libertad queda cuando hasta los dirigentes tienen miedo?
¿Qué queda del sueño revolucionario cuando la conducta se rige por el
temor?
El individualismo, el particularismo, todo eso que suponían era el
capitalismo sería erradicado cuando se igualaran las condiciones mate-
riales y apareciera el hombre nuevo. La sociedad igualitaria sería cons-
truida desde arriba, con persuasión y si no con coacción.
Las políticas de transformación desde arriba que confiaban en la
posibilidad de cambiar los sentimientos para construir al hombre nue-
vo, como no resultaron, llevaron al régimen a querer lograrlo por acción
del temor. Si no todos desean lo mismo, que todos teman a lo mismo.
Cuando en vez de confiar en lo bueno se confía en lo malo que traerá
el disenso, es decir cuando se instala el terror, surgen dos moralidades.
Una pública, que dice que sí a los discursos, a las asambleas, a los docu-
m entos, a toda la cháchara de lealtad y valores revolucionarios, y otra
privada, para la supervivencia, siempre al borde de la legalidad. Eso, y la
delació n, corrompen cualquier sociedad. Mejor dicho, corro mpen a la
gente y defin en a la sociedad.
El ciud ad ano militante, hombre nuevo, también roba bienes del
Estado. El funci onario del Partido que organiza los repudios también
Carlos Liscano
120

vende los permisos de salida del país. El que denuncia a los agentes de la
oposición en el exilio, vive de lo que le envía su familia del exterior.
Cuando existía la URSS, había comida abundante y madera para los
ataúdes. Cuando desapareció la URSS, la sociedad cubana se sinceró y el
robo, el ausentismo, la venta de todo lo robado, pasó a ser el modo nor-
mal de supervivencia.
Pero el régimen aprovecha esas prácticas para su permanencia. Le
interesa conocer las debilidades de los ciudadanos y hasta de los cama-
radas. El espionaje y la delación, que no cejan, se vuelven mecanismos
de poder, modos de venganza, de obtener privilegios mínimos, un per-
miso de viaje, un permiso de ingreso a la Universidad, un medicamento.
Con la delación generalizada nadie sabe dónde está el enemigo, qué pien-
sa, cómo se viste. Dicho de otro modo: todos son delatores y por tanto
todos son enemigos, incluidos los de la propia familia.

8
Al comienzo de este libro me propuse contarme qué pienso de la Revo-
lución cubana, qué pensaba hace medio siglo, cómo entiendo que fue-
ron las cosas. He leído, he hablado con amigos de los viejos tiempos que
se hacen preguntas similares a las mías, he reflexionado. ¿Era esto, la
Cuba de hoy, lo que soñábamos para nuestro Uruguay?
Cuando éramos jóvenes creíamos que la revolución iba a solucionar
todos los problemas del capitalismo. Ni de cerca fue así. Tal vez, siendo
optimistas, la lucha haya servido para mejorar un poco el capitalismo,
haciéndolo menos cruel, menos agresivo, menos explotador.
El discurso utópico latinoamericano de los años sesenta y setenta
estaba decididamente influido por Cuba y era «guerrerista». Solo la lu-
cha armada salvaría a nuestros pueblos. ¿Y qué utopía proponía? No se
sabe. Algunos eran nacionalistas y antiimperialistas, soñaban con la
patria grande. Para otros el destino era el socialismo. Nadie decía con
qué conocimientos, tecnologías y recursos económicos se iba a llegar a
eso. Tal vez produciendo azúcar, bananas, café, carne y alguna cosa más
se lograría la ac umulación de capital que permitiría llegar a la riqueza
socialista.
El socialismo, el único, el conocido, fu e la concentración de todos
los medios de producción, toda la riqueza de la sociedad y del Estado en
-

Cuba, de eso m ejor ni hablar 121

m anos de una casta de burócratas que se volvieron la nueva clase domi-


n ante, ineficaz, y m ás corrupta y venal que los políticos capitalistas. Las
familias de los dictadores se instalaron en el poder y con sus amigos y
alcahuetes se apropiaron de todo lo que se les puso a mano, como hicie-
ron los Castro en Cuba.
Con la transformación del intelectual en «intelectual revolucionario»
al servicio de lo establecido, el pensamiento crítico dejó de existir. El
intelectual se sometió a la casta burocrática que, aunque no era
propietaria de nada, repartía a su antojo los bienes del Estado, es decir
los creados durante generaciones por el trabajo de los ciudadanos. El
burócrata fue generoso con sus amigos. Total, no debía rendir cuentas a
nadie.
Los Estados socialistas fueron dictaduras en nada diferentes a las de
derecha. Con la salvedad de que los dictadores de derecha siempre
dicen que lo serán por poco tiempo y los dictadores de izquierda,
en cambio, como deben construir el socialismo, y luego el comunismo,
tienen perspectiva de siglos.
Cuba es un recuerdo de la juventud y uno quiere que sea lindo. Es
una ilusión frustrada. Es un asunto del pasado sin posibilidades de evo-
lución hacia nada que no sea una sociedad capitalista democrática con
su economía integrada a la región y al mundo. Esto quiere decir: no
hubo, no hay ni habrá socialismo en la isla. No queda nada de aquel
sueño. A quienes creen que todavía queda algo, poco se les puede argu-
mentar. No hay razones contra la creencia acrítica. De cualquier modo,
es necesario perseverar en la discusión, desde el respeto, desde la soli-
daridad. Nada importan los dirigentes, los secretarios generales, los cau-
dillos, los burócratas, los generales siempre listos para el heroísmo con
sangre ajena. Importa el pueblo cubano, sus valores, su historia, que
es necesario salvar, preservar. Importan los niños cubanos, las nuevas
generaciones. Lo que le pase al pueblo cubano nos afecta a noso tros.
Cuba influyó en la izquierda latinoamericana en los años sesenta y
se tenta . Los res ultados de esa influencia fueron des astrosos para el
pensamiento y para la acción de la izquierda democ rática de la región.
Aunque la culpa no es atribuible a Cuba, sino a quienes siguieron de
modo acrí tico los deliri os del dic tador.
Cub a hoy sigue influyendo de modo nega tivo. La ausencia de pos i-
ción de la izqui erda democrática frente a las violacio nes de los derechos

- .
Ca rlos Liscano
122

hum anos en la isla es un a influen cia que repite lo ocurrido en los años
sesenta y se tenta. No se puede ll evarle la contra a la burocracia cubana,
pese a que la dictadura comunista daña las concepciones de la izquierda
latinoamer ican a. Nadie habla de estas cosas porque a la burocracia
comunista cubana no le gusta. ¿Qué valor, qué autoridad moral e inte-
lectual tiene la burocracia cubana? Ninguno. Han destrozado el país,
hundido la sociedad, expulsado al exilio a tres o cuatro millones de cu-
banos. Esos son sus logros.
La izquierda democrática debe debatir acerca del modo en que se
dejó influir acríticamente por concepciones primitivas, infantiles, que
consideraban que la lucha armada era el único modo de cambiar la so-
ciedad y que el guerrillero era la instancia más alta del pensamiento
latinoamericano.
Pero la izquierda democrática latinoamericana no solucionará los
problemas de Cuba. Eso deben hacerlo los cubanos. Sí se puede denun-
ciar a la burocracia que gobierna la isla, exigirle que respete los dere-
chos humanos, que abandone sus delirios de martirologio y acepte los
cambios que su inviable economía necesita. Que entienda que la Guerra
Fría acabó hace muchos años. Que permita que su población participe
en las decisiones de gobierno, en la economía del país, en el desarrollo
cultural y científico. Hay que denunciar los atropellos y la represión con-
tra los ciudadanos cubanos cada vez que se tenga noticia de que eso
ocurre, igual que se hace con las violaciones a los derechos humanos en
cualquier lugar del mundo.
El pensamiento progresista latinoamericano debe abandonar el
silencio vergonzoso, rehabilitar su tradición libertaria, igualitaria, en
defensa de los cubanos sometidos por el partido único.
También es necesario decir, y esperar que así sea, que Estados Unidos
abandone políticas obsoletas contra Cuba que perjudican a la inmensa
mayoría de los habitantes de la isla. Hablo del embargo o bloqueo. Es
necesario decirlo todo, desde el luga r en que uno esté, con los recursos
que uno tenga.
Hasta ahí llego.
-

123

Diario de viaje a La Habana} 1987

16.1.87. El 11 de enero, a las once de la noche y a trece meses de haber


llegado a Suecia, se terminó el armado de mi libro. Pagué todos los pre-
cios del novato, y me dio más trabajo del que le deben de haber dado a
Balzac sus Obras completas, pero lo terminé. Sin poder descansar ni un
día, continué mis preparativos para viajar a Cuba. Mañana sábado parto
de Estocolmo a Madrid a las 9 de la mañana. Hace una semana dejé de ir
a clase de sueco y las retomaré en marzo, cuando vuelva. Lamento tener
que dejar el idioma. Por lo demás, mi cuaderno irá conmigo y dirá qué
se ve por allá.

18.1.87. Después de muchos problemas con la falta de organización de


Cubana de Aviación, partimos de Barajas hacia La Habana. Estuvimos
ayer un par de horas en Madrid, Puerta del Sol, pero era sábado, había
siete millones de personas, muchos jóvenes.
Me indigna que Anna no sea tratada como se debe, por todo lo que
sabe. Al subir al avión, con una hora de retraso sin explicaciones, espe-
rando en algo parecido a una cárcel o un corral, nuevamente: cada cual
se sienta donde quiere. Veremos qué nos espera, aparte de tornillos
flojos en los asientos.

19.1.87. La Habana. Son las dos y media de la tarde. Llegamos anoche a


las 21.30. No había hotel reservado. Nos esperaban. Por último, después
de dar muchas vueltas, a las 23.00 nos alojaron en el Habana Libre, don-
de no había lugar.
Esto ha sido una sorpresa, el famoso Habana Hilton de la época
de Batista. Pero hoy ya no nos gusta demasiado. Cuatro controles para
comer en el restaurante y demasiado «ambiente internacional».
El cambio nos ha puesto intranquilos: 1 dólar, 0. 79 pesos cubanos.
Un paquete de cigarrillos Popular sale más caro que los rubios con t1ltro
en caja de lujo en Es tocolmo. Si no se soluciona (aclara) la situación
económica no solo no podremos ni siquiera cenar una noche fuera, sino
que no nos alcanzará el dinero para regresar. Ni soñar con ir a Managua.
Carlos Liscano
124

El personal de Cubana de Aviación es tan poco cordial, tan poco


amable, que parece que le estuvieran haciendo un favor al pasajero.
Lo mismo para el personal del restaurante. Esta es una forma de Cuba
de mostrarse a los turistas (que no son pocos) que no le hace bien a
Cuba. En el avión todos fuman donde se les antoja, sea o no lugar para
fWlladores.
Luego de cambiar dinero en el hall del hotel (a las 8 quise cambiar y
me dijeron que abrían más tarde. ¿A qué hora?, pregunté. Alrededor de
las nueve, fue la respuesta), a las 8.45, salí a caminar. De inmediato me
ofrecieron cambio «negro», y esto se repitió no menos de diez veces en
la mañana. Caminé hasta el Malecón, y luego seguí hasta el Centro y la
Ciudad Vieja. Recorrí la calle del Obispo (lecturas de Lezama), calle de
la Amargura, etc.
Es obvio que la Ciudad Vieja ha estado abandonada por muchos años.
Ahora se ven algunas reparaciones, incluso una vieja iglesia. Entré a
una iglesia, modesta, pero en buenas condiciones. El principal santo:
san Juan Basca, más que conocido.
Ahora acaba de entrar Pedro, un cubano de unos veinticinco o trein-
ta años. Lo invité a pasar y conversamos hora y media. Quería saber de
Suecia. Agradable charla.
Entretanto vino Anna de su charla «económica» y puede que nos
arreglemos, pero queremos cambiar de hotel cuanto antes.
Por la mañana estuve en la Casa del Tango, en el Centro de La Habana.
Tomé fotos, me dieron un recuerdo y les dejé un libro.

20.1.87. Ayer, por tres veces, intentamos comer pizza. En el primer lu-
gar al que entramos había tanta gente esperando que calculamos había
que esperar una hora y media y nos fuimos. En el segundo sitio nos
sentamos al mostrador, como todos, en una zona que estaba raramente
libre. A los quince minutos de que nadie nos preguntara qué queríamos
o qué hacíamos allí, nos dirigimos a unos que estaban en una mesa (don-
de creíamos que no se servía) y preguntamos si allí podíanl0s esperar
que nos atendieran. Como nos dijeron que sí, fuimos a sentarnos, feli-
ces de poder comer una pizza y una cerveza en este invierno con veinti-
nueve grados de calor. Me senté casi, pero no A., que empezó a mover
la silla. ¿Qué pasa?, pregunté. Había restos de queso o alguna mugre
grasosa en dos sillas. Las cambiamos y pudimos sentarnos después de
ub:l. de eso Ill tyor ni /wb/¡¡r 125

ha r de payasos unos ci nco m in utos. Enseguida de sentarnos desde


otra m esa nos dicen q ue ahí n o se atiende. Justo, en esa mesa, no se
atiende. ¿Por qué? No se sabe. ¿Por qué pusieron una mesa que no se
podía usar? Tampoco se sabe. Nos levantamos y buscamos otra pizze-
ría. uando la h allamos entramos decididos a que esta vez sí, comería-
mos pizza. Nos sentamos en el mostrador y, tras esperar cuarenta minu-
tos junto a todos los cubanos que estaban allí, nos trajeron una pasta
amarillenta. Pero no cerveza, no, eso nunca. Como pedí cerveza y no
entendí lo que me contestaron, cuando insistí un negro me gritó en la
cara: «¡No hay! ». Ahí entendí.
Mientras esperaba tuve tiempo de observar el local de la pizzería. Ni
un solo cuadro, un afiche, ni un triste pedazo de papel pegado en la
pared. Parecía un gran calabozo. Sí, un calabozo, sórdido, mugriento.
Al salir intentamos tomar café. Un sueño irrealizable e irrealizado. He-
lado en Coppelia. Otro sueño vano. Volvimos al hotel. Allí luchamos
veinte minutos en la cafetería yconseguimos el café. Pero no el helado,
que era más resistente. Reclamo el helado: «¡Ah, lo quiere ya! ¡Ensegui-
da se lo traigo!».
Esa fue la noche.
Yo estaba indignado. Al volver a la habitación enciendo el televisor.
Habla Fidel en la Central de Trabajadores. Dos horas hablando de la
ineficiencia. Esto me tranquilizó mucho, porque el jefe de Estado decía
lo mismo que yo venía observando desde Madrid: la ineficiencia im-
pregna todo lo cubano. Me tranquilizaba saber que mis ojos para ver
Cuba no eran los de un turista europeo o europeizado.
Hoy de mañana otra vez problemas con el desayuno. Trabajan treinta,
cincuenta hombres y mujeres en la cafetería, pero conseguir que atien-
dan es muy difícil. Mujeres viejas, que arrastran los pies como en la co-
cina de su casa, con las uñas asquerosamente sucias. Tuve que pedirles
por favor que trajeran el desayuno porque A. llegaba tarde al trabajo.
Al mediodía, con Monika y su hijo mayor, hablamos de lo mismo. La
ineficiencia domina todos los niveles de la sociedad. Fidel decía an oche
que nadie ha calculado aquí los costos de producción. Nadie sabe lo que
cuesta un producto, etc. Podría seguir citando decenas de hechos que
me h an ocurrido en dos días y parece que me esmero en encontrarle
defectos a Cuba. No es asÍ. Creo que hay que mirar pa ra ver y querer,
pero también para aprender. Cuba no tiene desoc upación, pero al cos-
tosísimo precio de la inefi ciencia. Donde se necesitan dos trabajan ocho,
126 Carlos Liscano

y todos mal. Monika st.\ tratando de despre nderse de su administrador


hace in o al10s y no puede porque no se puede echar a nadie. Cuba ha
resuelto problemas gravísimos, pero está lejos de ser una sociedad fun-
ionante. No sé cómo será en el campo, pero por lo que decía F. Castro
anoche no parece mucho mejor.
El socialismo es no solo eliminar la explotación, sino producir más y
mejor que el capitalismo. Cualquier bar de Montevideo funciona mejor
con dos mozos que el Habana Libre con trescientos.
Anoche me dio la impresión de que Cuba tiene un dirigente, Pide!,
que tiene un nivel del siglo XXI, y el resto que está en el siglo XIX. Hay
48
desabastecimiento, escasez, ineficiencia.
«Veintiún aúos para construir una represa, sesenta y cinco aúos para
una carretera», dijo Pidel.
Así no hay economía que se desarrolle. Ni siquiera que subsista.
Tengo la impresión de que el socialismo se está reduciendo a tapar
agujeros. Es necesario, al modo de los viejos filósofos, pensar más ele-
vado, postular al hombre que queremos. Tengo la sospecha de que el
Ejército cubano es uno de los motores, de las estructuras que sostienen
este país. Eso nunca fue bueno para ninguna sociedad.
El campo de la medicina, donde Cuba ha conseguido impresionan-
tes logros, es también un sector lleno de prejuicios, de estilos de trabajo
del siglo XIX. Eso, aúos más o menos, se paga.
Aún no sabemos cuándo ni cómo vamos a volver. Es increíble, pero
el Gobierno cubano no nos ha resuelto cómo volver. «Ya se verá», nos
dicen.
Es una falta de respeto y consideración por A. que me solivianta.
Pero si uno pregunta choca contra muros de silencio, burocracia, in-
diferencia. No sé, defenderé siempre a Cuba, pero no puedo dejar de
reflexionar en lo que veo.

2l.l.87. La Habana, hermosa ciudad. Todas las buenas construcciones


de La Habana son anteriores al 59. Todas las malas, del tiempo de la
revolución. No sé cómo será en el campo, pero La Habana da una sensa-
ción de abandono. Ahora se hacen reparaciones, pero todas desfiguran
las casas, las mutilan horriblemente. Las hacen habitables, pero a un alto
48 En ese momento yo todavía creía que los problemas de C uba no eran resultado de
las políticas del Gobierno. Era el pueblo que no e ntendí a a Fid el. El pueblo era el
cu lp able.
~--,

LIba, de eso n1Lyo r ni Il:Iblar 127

precio cultural, al precio de la fealdad y de transformar para peor la piel


de este organismo hermoso.
En todas partes se oye la palabra rectificación: la radio, la televisión,
en las esquinas. Es la consigna dellIl Congreso. Las dificultades ocasio-
nadas por el ciclón del año pasado, más el cerco que puede traducirse
como: dificultades para comprar en EE. UD., Europa y Japón, todo se
suma a la ineficiencia, a la falta de rentabilidad de las empresas.
Cuba no ha pagado un alto precio social por el socialismo, solo el de
la emigración. Pero para ello el Estado ejerce un paternalismo, una con-
cepción humanista que no sé por cuanto más podrá mantener. Porque
la carga de los ineficientes recae sobre los trabajadores productivos que
alguna vez van a exigir que les quiten de encima el peso de los ineptos
por desidia.
Cuba, la Revolución cubana, es Fidel y cien cuadros más. La mayor
parte de la población transita sin prisas por el camino que trazan el Par-
tido y el Estado. La ineficiencia radica en la falta de conciencia y de
interés por la R.
Es imposible tomar un vaso de agua en La Habana. Esto ha sido cri-
ticado' me dicen, en periódicos, radio, televisión. Pero no varía. Tres
personas sirven doscientas comidas en treinta minutos en At Gott en
Estocolmo. Ocho personas no atienden a veinte clientes en cuarenta y
cinco minutos en una cafetería de La Habana. Aquella es privada, esta
estatal. Tarde o temprano la eficiencia será el rasero general y ahí empe-
zará a cobrarse el precio social. Habrá miles o millones de desplazados.
Es un lujo muy alto que se da Cuba al mantener a los ineficientes.
Todo lo anterior lo hemos conversado con Monika, con su hijo que
estudia en Moscú y está aquí de vacaciones, y con personal del Ministe-
rio de Salud Pública, no es invento mío.
He comprado libros, que es lo único barato para mí aquí en Cuba.
No los que quería, pero sí algunos interesantes.
Aún no se sabe cuándo, cómo y en qué nos iremos ni quién paga los

pasajes.

23.l.87. Hice un amigo cubano, Héctor, estudiante de inglés en la Uni -


versidad de La Habana."~ Con él he estado conociendo la ciudad. Visita
_.-
49 Héctor era un bu en mu chacho . Un buscavidas. No nos hicimos amigos. El buscaba
turi stas y m e en contró por la call e. C onve rsamos y me ayudó a conocer algun os
lugares d e La Habana a lo s qu e habría sido mu y difícil para mí acceder so lo.

. . .- . . .... -
128 Carlos Liscano

al Granma, a la Catedral, etc. También me ha asesorado para hacer com-


pras. Ahora descubro que es mucho más económico vivir en dólares
que en pesos cubanos. Pero es muy incómodo entrar a un comercio o
lugar turístico y que gente estúpida, absolutamente negada para toda
amabilidad, le niegue el ingreso o quiera expulsar é1 Héctor porque no es
turista. O sea, por ser cubano. (Estas gentes son en general mujeres).
Anoche larga charla con Monika. En mi opinión, fuera de Cuba los
simpatizantes de la Revolución cubana creen que Cuba es no solo un
proceso irreversible, consolidado, sino además con un 80 % de sus pro-
blemas solucionados. Y esto le resta a Cuba solidaridad individual o de
grupos que, si conocieran la realidad, estarían dispuestos a apoyarla.
Nadie le da solidaridad a quien no la necesita.
Pero Cuba es un país pobre y subdesarrollado, solo produce azúcar y
níquel, y está lejos del socialismo. Pidel Castro dijo (¿en el III Congre-
so?): «Ahora sí vamos a construir el socialismo», y luego ha tenido que
invertir horas y hacer piruetas verbales para demostrar que eso no sig-
nifica que antes no lo estuvieran construyendo.
Yo pienso que hay algo de ambas cosas y que él, hombre capaz de ver
a largo plazo, sabe que cualquier tropiezo, un mínimo descuido en el
control del Estado, y en poco tiempo Cuba tendría grandes sectores de
la economía en manos privadas. Y quizá (y también sin quizá) con apro-
bación del pueblo porque hay sectores que, objetivamente, funciona-
rían mejor en manos privadas.
Deporte, salud, educación, Fuerzas Armadas, me dicen, es lo que
Cuba ha desarrollado más. Pero nada de eso es capaz de dinamizar una
economía nacional. Además, en educación, hay deficiencias: faltan
locales adecuados, bajo nivel de maestros y profesores, etc. No existe
industria que no sea deficitaria.
Con todo, en La Habana no hay hambre, no se ve gente en harapos,
nadie anda mal calzado, ni hay mendigos. Esto no ocurre en ninguna
capital de país subdesarrollado, incluidos Estados europeos. Pero eso
no es socialismo, no nos engañemos.
De mi literatura: nada. Regalé tres o cuatro libros, pero nada más.

25.1.87. El flautista contra los ninjas es el nombre de una película corea-


na que crea tumultos en La Habana. Se exhibe en tres cines a la vez y en
todos las colas comienzan a las nueve de la mañana y permanecen hasta
- .

111,,,, de eso m ejo r ni hablar 129

las doce de la noche. La p olicía monta guardia, usa altavoces, trata de


que no se corte el tráfi co. Inexpli cable tanto atractivo para una película
de kung-fu. La inm ensa mayoría d e quienes quieren verla son jóvenes.
En La Habana hay, paradojalmente, dos monedas en circulación:
pesos y dólares. Todo el mundo quiere tener y comerciar en dólares. Si
Cuba no soluciona sus problemas económicos, solo un control muy duro
hará que el dólar no ocupe cada díá más el lugar del peso.
Anoche fuimos al García Lorca a ver el Ballet Nacional. Los amantes
de Verona y Una noche de Penélope. Bueno y correcto. El público no
respeta mucho estos espectáculos, el teatro parece una feria.
Trato de comprar algún libro de Lezama Lima. No solo no hay en las
librerías sino que nadie tiene la menor idea de quién es. Cuando pienso
que Lezama es uno de los grandes de la lengua castellana, no puedo
entender esta marginación.
Intento ir a visitar la casa de Hemingway. No es fácil, y no sé por qué.

27.l.87, martes. El domingo al mediodía fuimos a Alamar, un barrio


popular al este de La Habana donde, nos dijeron, viven actualmente
unas setenta mil personas. Viaje largo, en ómnibus. El sistema de ómni-
bus de la ciudad tiene el único defecto de que los choferes tienen la
manía de la velocidad y transforman el viaje más rutinario en una peli-
grosa aventura. No me explico cómo no hay quien les explique que no
se puede acelerar hasta ochenta kilómetros para frenar a las dos cua-
dras. De paso anoto que los motonetistas circulan sin casco (vi solo dos
cascos hasta ahora), y hay muchas motos con sidecar en La Habana.
Me dicen que una disposición de poco más de un año hizo obligato-
rio el uso del casco. Pero la gran mayoría de motonetistas pertenecen a
la Policía o a las Fuerzas Armadas, con lo cual obvian todo control mos-
trando su carné o yendo uniformados. Resultado: no se usa el casco.
Vi sitamos tres casas en Alamar de hijos de uruguayos o fa milias
uruguayo-cub anas. Hospitalid ad de pueblo, comida abunda nte. Por la
noche fuim os al Hotel Nacional a esc uchar a Ar turo Sa ndoval. M il
enredos a la entrada, pasa porte, dólares, etc.
Buen concierto de dos horas. Sandoval se inclina más al rack y a los
instr umentos electrónicos que al ritmo trad icional cubano. El público:
turistas europeos rodeando el escenario (nosotros en primera fil a, cas -
tigo de los mozos a los turistas, pero castigo fallido porque era el mejor

,
-

130
Ca rlos Liscano

sitio), y cubanos que logran entrar mediante arreglos no muy claros con
porteros o mozos. Los cubanos aprovechan para tomar ron, con lo cual
a la hora de empezar el concierto comienzan a hablar en voz alta.
Habíamos traído un libro que Sandoval buscaba en Helsinki y no
había podido hallar y se lo dimos antes de que empezara el concierto. 50
Es ahora el único ejemplar que hay en Cuba. Quedó muy contento y
prometió difundirlo. Cuando se iniciaron los gritos pidió que hablaran
en voz baja, sin resultados. Al despedirnos estaba muy enojado. «Falta
de cultura, subdesarrollo menta!», fue su expresión. «¿Por qué no orga-
nizan algo como Fashing? »,51 preguntamos. «En ese caso tendríamos
también que traer a los suecos», respondió.
Como he hecho un amigo casual, ayer hice compras para él en los
negocios en dólares para turistas.sz Estaba alegre como un niño. No me
parece delictivo lo que hice, yo mismo vivo en una casa donde la gente,
porque viaja mucho (Monika es alemana), ha llenado su casa de artícu-
los adquiridos en Europa. Además de buena pintura cubana.
Los cubanos «viven» en dos monedas. Estos negocios para turistas
son tan ineficientes como todo lo demás. Un ejemplo: compré cigarri-
llos. Cuando los abrí en mi casa, de cinco paquetes, dos estaban apoli-
llados. Los cubanos de los negocios y restaurantes carecen totalmente
de la actitud de servicio. Son lentos, ineficientes, no amables, groseros.
Pero lo peor es que esto no es solo con los turistas, sino también con el
pueblo cubano.
Después de las seis de la tarde nos encontramos con A. y fuimos a
ver a T., un cubano cuya casi-mujer es sueca. Su tragedia es que estudia-
ba diplomacia y por haber convivido unas semanas con su sueca en una
playa, como alguien informó, lo expulsaron de la Universidad y del Par-
tido. Apeló y pudo volver a la Universidad, pero no a sus estudios de
diplomacia, ni al Partido.
Salimos de allí a las ocho y tratamos de cenar en un restaurante.
Durante dos horas y cuarto recorrimos gran parte de La Habana sin
éxito. Cuando estábamos a punto de ingresar a un restaurante, por fin,
después de haber intentado en diez y de hacer veinte minutos de cola,

50 El libro se lo enviaba el trompeti sta arge ntin o A méri co Bello tto, q uien conoció a
Sand oval en Finlandia.
5 1 Club d e jazz de Estocolmo.
52 El beneficiari o fue Tom ás. En realid ad - co mo co nté anterio rmente- , co mpró para
revender.
C I/ ba, de eso m ejor ni h:lblar 13 1

nos dijeron qu e no porque yo no tenía cami sa con cuello.53 Derrotados,


con sueii o, hambre, ca nsancio, sed, indignación, volvim os a la casa y
cenamos huevos duros con chocolate.
Este problem a de los restaurantes es de lo más enojoso, junto al de
los dólares. Los turistas cambian dólares por pesos cubanos en el banco
o en los hoteles, pero cuando tienen que pagar comida, bebida, taxi, les
exigen dólares. ¡Y si no, no comen! Yo vi turistas sentados a la mesa de
un restaurante tener que irse porque les piden el pasaporte y el pago en
dólares y ellos tienen moneda cubana. El servicio de turismo ha monta-
do una maquinaria de succionar dólares a los turistas, pero son dema-
siado groseros para aplicarla. Me dicen que el turismo extranjero ha
disminuido en los últimos seis años y no me extrañaría que así fuera. El
turismo que llega a Cuba trae dólares, pero es también simpatizante del
Gobierno cubano, merecería más respeto y amabilidad.
El servicio militar en Cuba es de tres años, de los cuales a veces pue-
den cumplir más de dos fuera del país, en África por ejemplo. Esto es
muy duro, algún día la juventud cubana hará su lucha por democracia y
no será una desviación capitalista. La vida no florece sin democracia y
aquí, por necesidades y sinrazones, está todo demasiado bajo control,
no hay sitio para la creatividad.
Me dicen que la enseñanza en Cuba es -generalizada- mediocre. El
médico de familia, creación reciente y que los tiene orgullosos, me pa-
rece un exceso en las ciudades (no he visto el campo), pero me han
dicho que es el resultado del fracaso de los establecimientos policlínicos
y de los médicos mediocres.
Hemos resuelto no ir a Nicaragua. Pagar setecientos sesenta y dos
dólares por dos personas para estar una semana escasa es demasiado.
Con el mismo dinero iríamos dos personas cuatro veces de Estocolmo a
Leningrado. Nos quedaremos aquí hasta el 20 de febrero porque no hay
vuelos antes (uno llega, pero no se sabe cuándo sale de aquí) . Espero
que podamos viajar dentro de Cuba porque La Habana nos asfn:.ia con
su vida alrededor del Habana Libre.

53 Es to fue de lo m ás rid íc ul o qu e m e pasó. Una especie de ge rente m e in terrogó y me


in fo rm ó q ue debíam os paga r en dó lares . Le d ijimos que no había inconve nie nte.
Ento nces me dijo: «Pero usted así no puede entra n>. «¿Así cómo? ». «Tiene q ue ve nir
con camisa co n cuello». Fue de lo más p rovinci an o q ue esc uché.
132 Carlos Liscano

30.1.87. Ayer visité la casa de Hemingway por la mañana. Queda en una


localidad muy pobre, San Francisco de Paula. Es estupenda. No lujosa
sino hermosa, en medio de un parquecito y en una altura. Adentro, la
casa no muy grande, con sus libros y sus piezas de caza, arreglada con
un gusto envidiable. Me imaginé a Hemingway escribiendo de pie, en
su máquina que está en el dormitorio. O caminando por el parquecito,
recorriendo las callecitas de alrededor, gente muy pobre, campesinos.
Almorcé, por primera vez, sin problemas de presentación de
pasaporte y pago en dólares, a doscientos o trescientos metros, en un
restaurante poco frecuentado, El Recreo. Luego fui en ómnibus hasta La
Habana Vieja, a casa de Lezama Lima, Trocadero 162.
Me conmovió entrar en la que fuera su casa. Han puesto allí una
biblioteca modesta, indefinida. Es una casa pequeña, en la planta baja
de un edificio, húmeda y no muy bien iluminada. Lo único que hay allí
de Lezama son unos pocos cuadros, las fotos de sus padres, un álbum
de fotos.
Quise preguntar algunas cosas sobre sus últimos años de vida. Una
empleada se empecinaba en decirme que Lezama murió en 1979. (En la
puerta hay una placa que dice que murió en 1976).
Luego vino una licenciada en Literatura que me informó que es im-
posible encontrar obras suyas a la venta, pero si quería podía ir allí a
leerlas.
No me explico cómo no han hecho un museo en esa casa. Bueno,
pero aquí nadie sabe quién fue Lezama, pese a que es uno de los únicos
dos o tres escritores cubanos con jerarquía fuera de fronteras.
Anteayer pude hablar con Benedetti en el hotel Riviera, después de
varios desencuentros. Me dio diez minutos. Cuando iban cinco, vino su
mujer a recordarle que no se demorara, que los esperaban a comer.
Sin entusiasmo, frío, me preguntó cosas de Suecia, de una amiga co-
mún. Le dejé mi libro, me regaló una edición cubana de Prima\rera con
una esquina rota. Le pedí ayuda para contactar algún escritor, algún
crítico cubano. Me dio el teléfono de Casa de las Américas, que queda a
pocas cuadras del hotel.
Como es miembro del jurado y los premios se otorgan en la segunda
semana de febrero, está leyendo treinta y siete obras (no sé cómo puede
hacerlo en menos de un mes) y de ahí el escaso tiempo que me dedicó.
e nlm. <le eso mejo ,. (J i h:J iJl:J " 133

Pe ro no el desinterés, no lo justifica. He estado tratando de contactar a


la Uneac,,·1 con resultados similares.
Compré m ás libros. Si pudiera envi ar por co rreo compraría m uchos
más. Pero los mismos cub anos m e desaconsejan el correo nacional.
Aparte de todo es to, creo que m e es toy volviendo levem ente inmo-
ral. Lo cual es una moral a la inversa. Busco y busco, pero no encuentro,
entonces m e convierto en juez, ¿por qué no tienen, por qué no h ay
entusiasmo por la vida, por qué no hay respuesta para las preguntas que
de verdad valen?

2.2.87. El viernes por la noche larga caminata por el Malecón y luego a


escuchar a Arturo Sandoval. Estaba lleno de muchachitos que, como no
tienen sitio a donde ir, van allí, pero sin ningún interés. Gritan, cami-
nan, beben ron, y ninguno es consciente de que están frente al quizá
mejor trompetista del mundo. Los mismos músicos se molestan, se abu-
rren y tocan apáticos. Por momentos se entusiasman y parecería que
fueran a soltarse, que estuvieran por hacer nacer algo, pero luego caen
en la abulia.
El sábado fuimos a la playa del hotel Comodoro. Las playas para tu-
ristas son privadas y están cercadas por alambradas. Mucho viento y
algo de frío. Nos volvimos sin bañqrnos. A la noche fuimo s a escuchar
tango, pero comienza a las 23.30 y preferimos caminar por La Haban a.
Poca gente en la calle, 20 oC es frío para los cubanos.
Domingo: otra vez a la misma playa, esta vez mucho mejor, pudim os
bañarnos. Casi todos turistas de los países socialistas. Vimos entrar,
cargada de bolsas, a la viuda de Allende con sus nietos. Me dicen que
cada pocos meses viene a verlos.
Los periódicos publican críticas al servi cio de restaurantes, a las
empresas de construcción. Pero la gente opina que eso es así todos los
años, se constatan errores y todo sigue igual. Las únicas empresas que
funcionan de ac uerdo a lo previsto son las del Ministerio de Defensa.
Pero hay quienes opinan, y no los m enos in fo rmados, que los militares
son los qu e ga nan m ejores sueldos, tienen los mejores servicios de su-
ministros. Es decir que tienen privilegios.

54 Un ió n d e Esc rito res y A rtistas de C uba.


-

134 Carlos Liscano

El Estado cubano me parece un exceso. Además de las funciones


normales de un Estado, este administra todas las empresas de produc-
ción y servicios. Por tanto, tiene que controlar la higiene de un emplea-
do de restaurante y las ruedas de los taxis. Yo he preguntado por qué,
si hay autos viejos que hacen de taxi y son privados, no se organizan
cooperativas con, digamos, tres taxistas por auto, de modo que el Estado
se libere de cargas yel servicio mejore.
Después de mucho hurgar encontré una respuesta: hay diferentes
concepciones, algunas de ellas muy radicales, respecto a todo lo que sea
privado. Entendí por debajo de las palabras que Pidel no sería ajeno a
este problema. Pero la cuestión central está en que solo se piensa en
términos de cooperativas agrarias, pero no se acepta nada que solucio-
ne problemas en las ciudades. Entonces el Estado es absolutamente de-
ficitario e ineficiente. Por este camino, si es que ya no se ha llegado a
ello, la mitad de la población habrá de ser funcionarios del Estado y la
otra mitad producirá para mantener a los funcionarios. En definición
de algunos cubanos (exministro uno de ellos), «vivimos bajo un estado
paternalista y no socialista».
Tengo ganas de volver a Estocolrno, a mi casa. No he hecho nada por
mis libros y quizá no pueda hacerlo en las casi tres semanas que pasaré
aquí. Soy de una incapacidad desesperante para estos trámites. No solo
aquí, sino también en Montevideo. Suecia ha sido, hasta hoy, el único
lugar del mundo donde las cosas me han salido bien. Me quedaré allí,
sin duda, mucho tiempo más.

4.2.87. Parece ser que la «política de rectificación» no solo incluye buscar


eficiencia sino que hay quieres creen que la eficiencia pasa por la
eliminación de todo tipo de trabajo privado. Así habrían comenzado a
retirarles las licencias de trabajo a los peluqueros, albañiles, etc., que
hasta ahora hacían trabajos por su cuenta.
A mi modo de ver esto aumentará la ineficiencia. El Estado no tiene
por qué encargarse de cortarle el pelo a la población, no puede contratar
peluqueros para evitar que haya «peluqueros capitalistas». No es esa
tarea de un Estado, pero además es imposible que un Estado pueda
controlarla.
Los taxis de La Habana, que son muchos, no cumplen con el servi-
cio. Todo el mundo sabe que los taxistas se pasean con los autos vacíos
---
Cuba, de eso m ej or ni hablar 135

todo el día, que si alguien los para se niegan a llevarlo aunque estén
libres porque van «para otro lado».
El resultado es que el Estado debe mantener una flota de autos circu-
lando día y noche para que los taxistas cobren un sueldo por llevar a su
mujer a ver a la suegra. Esto se solucionaría mediante cooperativas. Tres
taxistas pasarían a ser dueúos de un auto y deberían hacerlo rentable. No
existiría peligro de que alguien poseyera diez autos porque el Estado los
controlaría. Lo mismo se podría hacer en muchos sectores de servicios:
restaurantes, cafeterías, librerías, pequeúas imprentas, hoteles, etc. Pero
(como me lo explicaban ayer y yo compartí algo) Cuba ha dado una
imagen política ante el mundo y ahora está embretada en mantenerla.
Los planes se hacen en función de análisis políticos y no materiales,
reales, económicos. La propaganda de «Cuba potencia médica mundial»
es probable que haya nacido al impulso de varios éxitos seguidos y
alguien creyó que era una buena síntesis llegar a ser «potencia». El resul-
tado es una población sobreprotegida y mal atendida, inversiones que
ningún presupuesto nacional puede soportar y una colección de estadís-
ticas sobre vacunas y tomas de presión.
Por otra parte nadie sabe qué objetivo se busca. ¿Ser potencia mé-
dica significa tener el mejor nivel de salud? ¿O estar a la vanguardia de
la investigación? ¿O desarrollar industrias médicas en medicamentos,
ortopedia, etc.?
Es orgullo nacional el índice de 13.6 de mortalidad infantil, lo cual
es un gran avance. Pero Suecia tiene 6 por mil de mortalidad infantil y
no se considera potencia. ¿Cómo harán los cubanos para bajar su índice
a la mitad? Pues bien, poniendo un médico en cada esquina. Ahora el
médico tiene ya una enfermera que lo ayuda y tendrá un profesor de
educación física y un sicólogo. Decir un médico en cada esquina no es
una imagen, hay que ver las casas de los médicos que se construyen
aceleradamente y están, precisamente, una frente a la otra.
Yo he contado las vicisitudes pasadas para comer una pizza en La
Habana, todo el tiempo invertido (caminar tres horas, hacer una cola de
45 minutos) para acabar en un lugar sórdido y mugriento. He contado
todos los manoseos a que el turista es sometido, a cada rato cualquier
pinche de cocina se siente con derecho a pedirnos el pasaporte. Me han
dicho que podría escribirlo y sería una buena obrita de humor, pero
seguro sería tomada como un acto contra Cuba y no lo haré. Ni siquiera

_.
-- --- -- -

136 Carlos Liscano

sé si podré contar mis impresiones sobre Cuba una vez que esta visita
se termine. 55
La corrupción es un mal nacional, no hay nada que no se pueda con-
seguir con dinero. Anoche nos decían, y con razón, que no se debe cri-
ticar al trabajador porque, en definitiva, gana un sueldo muy bajo y hace
lo que le mandan. Compartí que los responsables son los que dirigen,
administran, resuelven. En medio de la ineficiencia muchos ganan más
dinero y nadie quiere cambiar. Me hablaron de las manifestaciones reli-
giosas, procesión del 17 de diciembre, y religiones afro cubanas. Tengo
enorme interés en verlo, y trataré de que me lleven.

5.2.87. Hoy fui otra vez a la casa de Hemingway, donde tomé fotos. Nue-
vamente la reflexión, en aquel oasis, fue sobre esta sociedad habanera.
Creo que hallé la palabra que la define: una ciudad hostil. Con el calor,
el ruido infernal, las colas y los autobuses llenos, la gente anda agresiva,
discute por cualquier cosa y está a punto de estallar. Esta actitud
se multiplica frente a los turistas: gente provinciana que nos mira con
curiosidad, recelo y un poco de animadversión. «Estos son los
capitalistas», parece que dijeran.
Anoche vimos por televisión la reunión del Ministerio de las Indus-
trias Básicas con Fidel. Según Fidel es posible sacar quinientos mil hom-
bres de la producción porque están de más, pero esto no se hará para no
generar desocupación. Comenzarán por eliminar cincuenta mil, que se-
rán pasados a las microbrigadas de la construcción. Mi primer comenta-
rio fue que cada industria se desprenderá de los peores trabajadores que
tiene y las microbrigadas pasarán a ser el corral de los inservibles, con lo
cual la construcción, ya deficiente, empeorará sensiblemente.
Hay un estilo cubano, una conciencia nacional respecto al trabajo,
no hacer mucho es la norma, y creer que el Estado debe proveer de todo.
Como nadie es responsable de nada, como no se le da responsabilidad a
la gente, nadie se preocupa por mejorar lo que existe, y el tono domi-
nante es de mala voluntad y dulce dejarse ir.
En Cuba no hay mendigos, miserias, harapos, pero el socialismo está
lejos. Y me refiero a cuestiones fundamentales como la democracia, la
libertad, la conciencia, el desarrollo intelectual y cultural del hombre, el

55 Han pasado treinta y cinco años y todavía no he podido publicar nada. No me he


animado.
liba. de eso mejor n; IliIblar 137

cultivo del ocio productivo. Son los grandes y únicos temas que impor-
tan, no más autos o videos (cosa que también interesa en la medida en
que el socialismo debe resolver los problemas del consumo). El socialis-
mo es un reino necesario, pero no puede ser el reino de la necesidad.
Se me ocurre que seguiré viviendo en Suecia mucho tiempo más,
aunque ya estamos haciendo planes de viajar a Turquía en octubre. Se-
guiré escribiendo, estudiando, tratando de publicar mi obra. No es poco
lo que he hecho en veintitrés meses escasos, pero aún me queda mucho
por hacer.
¿Uruguay? Una costumbre. Allí padecí miseria y represión, viví todo
el sistema de acomodos, mejor dicho, lo sufrí. Mi aspiración es ser un
hombre libre. Nada más.
No creo que Hans 56 pudiera vivir en el Trópico. Su espiritualidad, su
idiosincrasia, florece mejor en los lluviosos inviernos del sur o en las
largas noches del norte que bajo este sol aplastante donde la gente habla
mucho y languidece de calor.
La Habana no tiene agua a partir de las diez de la noche, y tampoco
muchas veces durante el día. La luz se corta a menudo, igual que los
teléfonos. No existe guía o catálogo de teléfonos en Cuba. Una agenda
privada de teléfonos es una artesanía secreta. El ruido en La Habana es
malsano. Solo lo he visto similar en algunas calles de Montevideo y en
Barcelona. Todo el mundo toca bocina, y ser peatón es una aventura
entre tarros de basura y gases de combustible. Me gustaría conocer el
interior, el campo, pero creo que no podré, nada es fácil aquí.

10.2.87. En estos días he .ido al cine, a la playa, a una conferencia del


jurado de ensayo en el Centro Carpentier, y el domingo pasado fuimos
con Monika, el chofer de su oficina, Edel, y A. a un lugar a veinte kiló-
metros de La Habana llamado Escaleras de Jaruco. Basta salir de La
Habana para encontrar un poco de tranquilidad y la naturaleza hermo-
sísima. No estuvimos mucho tiempo, hacía frío y recorrimos funda-
mentalmente en auto. Me dijeron que en verano el calor inmoviliza a la
gente, y yo lo creí.
En la charla del jurado de ensayo (intrascendente) encontré a
Wilfredo Penco, a quien había ido a ver (y no a oír la conferencia). Que-
damos en encontrarnos anoche en el hotel Riviera. Me invitó a cenar en

56 Personaje de mi novela La mansión del tirano.


138 Carlos Liscano

el comedor abierto especialmente para los miembros del jurado y allí


conocí a varios escritores, periodistas, críticos. También al general (R)
,,,rilliam Gálvez, que integra el jurado del Premio Che Guevara, y que
los había invitado (unos diez) a su casa. Como pasó a buscarlos y yo
estaba allí, también me invitó ... Sesión de ron hasta la una de la mañana
e invitación de parte de Gálvez a participar de la entrega de premios en
Casa de las Américas esta noche. 5758
Quizá aquí, de mi favorable fortuna y mis contactos personales, pue-
da salir algo para mi literatura. No he conseguido ver a nadie de la Uneac,
pese a que el secretario de Relaciones Internacionales prometió llamar-
me y contactarme con algún escritor cubano.
S? Gálvez hablaba en forma permanente de Camilo Cienfuegos, sobre quien estaba
escribiendo un libro. Decía que para él lo principal en la vida era Fidel Castro. Y se
lo había dicho a su mujer: primero estaba Fidel, que le garantizaba la revolución,
segundo estaba la revolución, en tercer lugar estaba el Partido yen cuarto la esposa.
Un asistente de Gálvez, un soldado que lo había acompañado en Angola, se ocupaba
de servirnos comida y ron. A medida que avanzaba la noche el asistente, que también
bebía ron en la cocina, empezó a participar en la conversación. Dijo que él tenía
dos hijos, pero no le causaban ninguna preocupación. Él sabía que de sus hijos se
iba a ocupar la revolución.
58 Años después, leyendo el libro Memorias de un soldado cubano, de Dariel Alarcón
Ramírez, Benigno, encontré esto sobre el general Gálvez: «El 20 de agosto de 1958,
a mí me sucedió un hecho que me impresionó sobremanera. Tenía un ayudante. Un
campesino muy valiente, diecisiete años, pero que cometió la falta de sustraer de
una mochila una lata de leche condensada y tres tabacos. Se le celebró un juicio,
pues ya en aquellos momentos se había constituido en el Ejército Rebelde una
Auditoría. En nuestra columna el auditor era el entonces capitán William Gálvez. A
ese niño lo condenaron a muerte. Era un chico muy valiente. Un hijo de campesinos
que al igual que yo no sabía ni leer ni escribir, tampoco entendía bien por qué
estaba ayudando a Fidel, pero sí era fiel a la causa. Era el hijo único de dos
campesinos, que le habían pedido a Camilo que lo cuidara. Desde aquel momento
William Gálvez empezó a caernos extremadamente mal. Había celebrado el juicio
de una forma muy sádica. Cuando dio lectura al acta de acusación, lo hizo en forma
burlona, riéndose irónicamente, humillando al chico delante de todos. A pesar de
ser hoy general de Brigada la historia de William Gálvez no es muy brillante que se
diga. El se incorporó al Ejército Rebelde jactándose de haber ajusticiado al coronel
del Ejérc ito de Batista Fermín Cow ley, cuando quien rea li zó el atentado
verdaderamente fue el capitán Carlos Borges, que Gálvez abandonó herido después
de esa operación, seguro de que el Ejército mataría a Ca rlos Borges. Pero un día,
Carlos Borges, al que se creía muerto, apareció por la Sierra)' se sup o la verdadera
historia del atentado. WilIiam Gálvez fue hecho prisionero, pero sin hacérsele juicio,
pues todavía no existía la Auditoría. No le quitaron el grado de capitún, pues decían
que se lo había dado Frank País. Encontrándose prisionero en la Sierra, le rogó a I
I•
Camilo que lo incorporara a su columna. Y ocupó el cargo de la Auditoría, porque
estaba en el segundo aflO de Derecho, como una manera de darle una actividad
porque nadie quería combatir bajo sus ó rdenes. Al chico se le celebró el juicio en el
--

139

He es tado pensando en mis papeles. Hans parecería un ajedrecista


empei'lado en no ganar con dama, en no ganar con alfiles, en no ganar
con torres, con caballos; empecinado solo en vencer con peones, con un
peón qui zá . Solo por el placer de sacrificarse.
En las conversaciones con Penco (primera vez que viene a Cuba) y
con otros miembros de los jurados, he creído comprobar lo que sospe-
chaba: el peligro de las visitas oficiales que no permiten ver la sociedad
cubana porque uno se desliza en auto de un hotel a otro. Los periodis-
tas, me dice Penco, se auto critican el haber sido complacientes. Pero la
prensa, la que yo leo, seílala errores puntuales (palabra de moda) sin
exponer concepciones globales, o sectoriales por lo menos, donde se
explique qué es la línea de «rectificación» de que tanto se habla.
La prensa no expone causas y todo se atribuye a los trabajadores, que
rinden poco, a los planes y la necesidad de ahorrar energía eléctrica,
combustible, etc. Nadie asciende para ver lejos y en profundidad las cau-
sas de los errores, la pérdida de fervor socialista, la falta de creatividad.
Quiero decir que los periodistas, al repetir o comentar resoluciones ofi-
ciales, caen en otra forma de la complacencia y, lo peor, no aportan sus
críticas, sus análisis, que ayuden a salir de la crisis.
Faltan análisis desde puntos de vista novedosos, críticas que obli-
guen a pensar, a cambiar modos de pensar trillados que, justamente,
han conducido a la situación actual y que, al seguir pensando igual, no

campamento de la Columna 2, pero era necesario mandar un mensaje al Estado


Mayor, para que Fidello aprobara, y lo que nos sorprendió grandemente es que,
cuando se encontraban alrededor de un cajón jugando barajas, precisamente Camilo
jugando de compañero con el chico, llegó el mensaje de Fidel [... j. Camilo, de una
forma fría, le dijo al chico mirándole a la cara: "a las cuatro de la tarde te vamos a
fusilar. Fidello ha aprobado". Nos miramos creyendo que aquello era una broma de
Camilo, pero después me di cuenta de que Camilo se había quedado blanco. El
chico con una sangre más fría todavía que la de Camilo, siguió jugando y dijo: "está
bien". Como yo había perdido mi gorra en el combate de El Jobal, el chico sacó la
suya y me dijo: "Toma, Lalito". "¿Y para qué me das la gorra?". "A mí me van a fusilar
a las cuatro y tú no tienes gorra".
Estaba en los diecisiete años. Oyéndolo me amargué, pero no lo creí. Seguí
pensando que no era posible. ¿Cómo quitarle la vida a un amigo, a un co mpañero,
a un hombre tan valiente como era el chico? Que no se tomara en cuenta que era un
m enor de edad y que habían sido sus padres quienes lo habían co nfiado al Ejército
Rebelde, precisamente para que no cayera en manos del Ejército de Batista. Cuando
llegaron las cuatro de la tarde, yo seguía sin cree r que tal orden, dictada por Fidel:
fusilarlo para dar un ejemplo a la Co lumna 2 y a los otros invasores, se ejecutara .
[... ] Pero entonces lo amarraron a un úrbol, mientras que el seí'lo r William G.í!vez
iba haciendo sádicamente los prepa rativos para el fusilamiento co mo si de una tiesta
se tratara».


140 Carlos Liscano

colaboran a entender qué pasa, qué pasó. Porque para mí es obvio que
acá se vive una crisis, una crisis que no comenzó el año pasado, pero
que recién deja ver sus primeros efectos.
Si el Gobierno permitiera el surgimiento de otros grupos políticos
aparte del Partido Comunista, no tengo dudas de que pronto habría por
lo menos otro partido compuesto por las capas medias y la gente des-
contenta con la ineficiencia de los servicios. Y no estoy convencido de
que eso fuera malo para el país.
Entiendo que el socialismo debe aportar, crear soluciones económi-
cas para las grandes masas, pero también ha de «crear» democracia, li-
bertad, conciencia de la democracia y de la libertad. Resisto cada vez
más todo lo que no sea sociedad civil, todo lo que sea policía disfrazada
de funcionarios estatales.
Me he interesado por conocer el funcionamiento de las universida-
des porque creo que allí es un buen sitio para ver cuánto hay de socie-
dad civil. No he podido averiguar mucho, no es fácil, pero me dicen
que, por ejemplo, los estudiantes preunivesitarios son controlados en la
forma de vestir, en el corte de pelo, las asistencias a clase, que se cita a
los padres para informarlos de las irregularidades de los hijos. Que lo
mismo ocurre en las universidades.
Esto, de ser cierto, no les da ninguna responsabilidad individual a
los muchachitos del bachillerato, lo cual no ayuda a formarlos, educar-
los, a que aprendan a resolver sus problemas.
Por otra parte, cuando he preguntado por la libertad de cátedra, me
han sonreído sin respuesta, y estudiantes universitarios me pregunta-
,
ron que era eso.
La Universidad es un delicado organismo donde todo puede flore-
cer en un ambiente de estudio y debate abierto. Nadie puede suponer
que muchachos y muchachas desalineados o despeinados puedan no
ser buenos alumnos. Me parece que los cubanos son propensos a los
títulos y los diplomas, interminables jerarquías para designar a gente
que, en la práctica, hace el mismo trabajo técnico. Como muchos de
esos títulos se obtienen en las universidades, el «jerarquismo» se infiltra
y tiñe las aulas.
Pero la Universidad no es socialista ni capitalista. Es un animalito
inclasificable surgido en la Edad Media y que sobrevive porque es una
creación de la humanidad que recoge siglos y milenios de aprendizaje
Cuba, de eso m ejor ni hablar 141

en la creación y trasmisión de conocimientos. Nadie ha podido crear


otra organización capaz de superar a la Universidad en el logro de sus
fines.
Es cierto que las oligarquías desvirtúan la esencia de las funciones
universitarias al negarle el ingreso a sus aulas a los hijos de los trabaja-
dores, pero el socialismo, al eliminar esa espuria traba clasista, debe
potenciar la actividad de los estudios e investigaciones hasta niveles no
alcanzados por el capitalismo.
Escribo tanto porque sospecho que la burocracia y los prejuicios
enquistan las universidades cubanas. En el III Congreso del PCC me di-
cen que Fidel dijo que había que darles más oportunidades dentro del
Partido a los militantes negros. Y agregó: «Pero que se vea». Algunos
negros me han hablado del racismo en Cuba. Problema que espera solu-
ciones definitivas porque las que se han dado han sido parciales. Me
dicen que no hay negros en los cargos de gobierno y que recién en el
último congreso ingresaron dos hermanos negros al Comité Central.
Las constataciones que hago, las hago para comprobar que Cuba es una
sociedad llena de contradicciones y no la Arcadia edulcorada que inge-
nuamente me han contado tantas veces.
Otro rasgo de la sociedad civil radica, para mí, en el tema de los
héroes, los mártires, el elogio póstumo a personas a través del nombre
de calles, escuelas, guarderías, fábricas, empresas, etc. Un pueblo re-
cuerda a sus muertos ejemplares, aceptado. Pero cuando esto se eleva al
grado que se ha hecho en Cuba me parece inconducente hasta para el
propio fin de elogiar o recordar a sus muertos. Esto ocurre en Uruguay
con Artigas, y fue precisamente la dictadura la que lo llevó al nivel de lo
ridículo. Este procedimiento culmina en que nadie les presta atención a
los héroes, ni saben quiénes son ni qué hicieron.

11.2.87. Anoche fue la nominación de los premiados por Casa de las


Américas en 1987. Pese a que Gálvez había dejado indicaciones en la
puerta para que me permitieran ingresar, como llegué en el ómnibus
que traía a los jurados, entré sin que nadie me preguntara nada.
Unas trescientas personas, ceremonia muy sobria. Muchos escrito-
res y artistas que me hubiera gustado saludar estaban allí, pero era im-
posible la más elemental conversación. Creo que esta vida de jurados,
hoteles y presentaciones públicas ha de ser un poco dura, un poco
frívola. No sé cómo se las arreglan los que la practican.
142 Ca rlos Liscano

Después caminé un poco en la segunda noche algo fría que he pasa-


do en La Habana y decidí ver qué pasa de noche en esta ciudad. Tomé un
ómnibus y di una vuelta por Coppelia. Lleno de jovencitos que buscan
algo que la revolución no les da. Yo pienso que si aquí no hay jóvenes
punk es porque se trata de una isla donde «las ondas» llegan apagadas o
nW1ca, y por la represión. Como lloviznaba me metí en el Habana Libre.
Ya en la puerta se ofrecen todos los servicios sexuales que uno pueda
imaginar. Lo mismo en el bar, donde una orquesta languidece y los
cubanos van a tomar ron. Hay tipos que se acercan a los turistas a ofrecer
«niñas rubias» para jugar un rato y mujeres con su oferta clásica. Todo
se hace a la vista y con conocimiento de mozos y guardias. También
hubo una pelea entre cubanos borrachos y el mozo que grita que viniera
un «CPB». Estuve pensando qué quería decir y concluí «contra penden-
cieros borrachos».
Algo curioso, las mujeres de este ambiente andan y se ofrecen de a
dos. Y no son solo turistas los que salen con ellas, yo vi por lo menos
tres de esos pares irse con cubanos. A las doce me aburrí y me fui a
dormir.
Deseo volver a mi casa, instalarme, estudiar, leer, pensar.

12.2.87. Yo me pregunto si Hans no llegará un día a ser Harold o Harry.


Si, como un hombre que hubiera madurado prematuramente, alguien
que se salteó su juventud, un día, ya viejo a juicio de los más jóvenes, no
vendría a transformarse en un adolescente, a cambiar sus oscuras y pe-
sadas ropas por otras livianas, coloridas, juveniles; sus hábitos de re-
flexión brumosa por la luminosidad despreocupada; sus intentos de
buscar y hallar, por una vida sin estilo, llena de música y de moda. En-
tonces también trocaría su nombre. Seguiría siendo H., pero en su inti-
midad se sentiría Harry, también anglosajón y no tan nórdico. Y este
cambio sería, o estos cambios, para la armonía de su vida, de su modo
de entender las cosas, una pérdida, una interrupción negativa discor-
dante, pero a largo plazo, cuando algún biógrafo curioso pudiera inte-
resarse por sus días, interpretaría esta mutación como un pasaje, un
ingreso trascendente en la alegría de vivir. No porque Hans no conocie-
ra la alegría, sino porque la alegría de H ., que naciera de su optimismo
fil osófico, surgiría, en estos años postreros del mero hecho de existir,
sin orígenes ni trascendencias metafísicas. Pero también sin egoísmos,
Cuba, de eso /IIcjor 11; hablar L43

porque hasta ese momento, hasta su vuelta atrás en los años, su preocu-
pación co nstante por los demás ¿qué había sido? ¿No había sido un po-
nerse al margen para velar, como un dios laico, por el prójimo?
Pero en buena concepción igualitaria, democrática y libertaria, nadie
tiene derecho, nadie puede pensar por los demás como un dramaturgo
moviendo sus actores. La vida no es una comedia y, si a algo hubiera que
aspirar, habría que recurrir a la tragedia, una tragedia sin libreto donde
cada uno cargara con el dolor que le corresponde y bailara su propia
música, sin héroes ni mártires que estuvieran señalando caminos y dan-
do significados a lo que de hecho no lo tiene único y solo el individuo
puede hallarlos y dárselos. En definitiva, el hipotético biógrafo encon-
traría más solidaridad en este Harry juvenil dejando que cada cual en-
cuentre su propia cuota de felicidad o de desgracia, que en aquel otro
hombrote Hans tratando de morderse el rabo en un intento estéril de
salvar al prójimo.

13.2.87. No sé hasta cuándo habrá de seguir desarrollándose Hans. Sos-


pecho que en algunos aspectos nos vamos desarrollando juntos, que al
escribirlo voy exponiendo mis propias opiniones sobre temas que me
importan, que considero fundamentales. Son opiniones que me he ido
formando a lo largo de años de lecturas y reflexiones y que recién ahora,
en estos dos años, al confrontarme con la vida real, salen como flechas
hacia fenómenos y procesos de la vida social: la democracia, la libertad,
la moral, las inquietudes que mueven a la gente.
Este viaje, por ejemplo, pese a no haber salido de La Habana, sé que
será de mucha importancia para mi formación. He estado pensando en
el Estado. Descreo del Estado, eso es lo cierto. El Estado permite en-
frentar y resolver problemas cuando se trata de millones de personas:
grandes carreteras, obras hidráulicas, investigaciones científicas de lar-
go aliento, etc. Pero nunca es capaz de crear una vida más auténtica, una
fraternidad, una ética esencial. Tiempo más, tiempo menos, el Estado
acaba por no interesarle a nadie. Carece de esencia humana y se vuelve
una entelequia burocrática que solo preocupa a los que de la existencia
del Estado se benefician. Pienso en las gentes por estas calles de La Ha-
bana apretujadas en las colas, en los ómnibus, y pienso en pequeI'iCls
comunidades que, en mi utopía personal, impulsan la creatividad y la
intimidad (cosa que aquí tampoco existe).
144 Carlos Liscano

Anoche fui al Salón Rojo, la parte llamada Salón del Bolero, donde
ocho o diez cantantes interpretan boleros. Para mi sorpresa, en medio
de tanto amor y miel, oigo la palabra patria. Estaban anunciando una
cantante que iba a interpretar piezas del comandante Juan Almeida
Bosque. Pregunté: «¿Y esto qué es?». Ahí me enteré de que el coman-
dante es un famoso compositor de letras de boleros, con lo cual quedé
satisfecho, y me acordé de Martí.
Bueno, retomando lo del principio, al confrontar mis conceptos con
esta realidad, resulta que me doy cuenta recién de que poseo esos con-
ceptos. Pero nunca es directa la exposición, algo doy de ellas en charlas
privadas, pero lo mejor, lo más abstracto y mejor formulado surge siem-
pre a través de Hans.
Me queda una semana aquí. Deseo regresar a mis cosas y mi casa.
Leo Cercanía de Lezama Lima, un libro que compré hace dos días. Aparte
de detalles, todo lo que quienes conocieron a Lezama opinan es como
me lo imaginé, una gran profesionalidad artística y una dedicación total
a los libros, la literatura, la amistad. Así me quisiera yo.

18.2.87. He estado en el Parque Lenin, en la playa, comprando discos. El


lunes asistí al Festival de Jazz 87 en el teatro Mella. Como el programa
que imprimieron no coincidía con el espectáculo real, escuchamos a
A. Sandoval otra vez, que, para sorpresa nuestra, interpretó el mismo
programa que ofrece cuatro veces por semana en el Hotel Nacional. Pa-
sado mañana regreso a Estocolmo y no quiero hacerme el olímpico. Aquí
no existen los problemas de hambre y explotación salvaje que hay en
Uruguay y tantos otros países de América. No obstante, para el socialis-
mo, para la concepción que uno tiene del socialismo como sistema que
ofrece a cada individuo la oportunidad de desarrollar todas sus capaci-
dades hasta donde la voluntad le alcance, falta mucho. Hay, por ejem-
plo, muchos adultos estudiando. Pero uno llega a creer que luego se
pasean con una licenciatura bajo el brazo como un vestido nuevo sin
llegar a crear nada nunca. Esas son las oportunidades que faltan: las
necesarias para crear. El Estado malgasta su dinero de un modo increí-
ble, algo que llama la atención de los propios países capitalistas.
Ayer, con una especialista del patrimonio histórico nacional, visité
parte de La Habana Vieja, calles, plazas, algunas casas. Una intro -
ducción exquisita. Como técnica y como cubana, también lamenta
el despilfarro, la desorganización y la barbarie en el tratamiento del
Cubn, de eso lIlej or ni hnhlar 145

patrimonio cultural. Nadie me ha podido explicar por qué no se cierra


al tnlllsilo de vehículos en La Habana Vieja. Si lo hicieran nadie debería
caminar más de diez cuadras. Parece que es una zona llena de almace-
nes que no han podido ser trasladados. ¡En veintiocho años! Pero aun
así, no solo entran camiones, sino también los autos de los burócratas,
los taxis, la policía y toda la banda. Las condiciones de vida en la mayo-
ría de las casas de la Ciudad Vieja son infrahumanas. Esto, frecuente en
A. Latina, ofende más porque uno ve los llamados a construir el socia-
lismo, a la defensa de la patria, y los locales de los CDR en cada cuadra.
¿Qué socialismo pueden concebir las gentes que allí viven? ¿Qué
patria van a defender? Porque para defender algo hay que tener alguna
cosa para perder, y cuando viven cincuenta familias donde apenas ca-
brían ocho uno puede imaginar que, en caso de haber cambios revolu-
cionarios, quizá esta gente crea que habría algo para ganar.
Hay una retórica de la revolución que cansa. Nada alegre, nada vital,
nada que tenga que ver con la paz afecta a esta ciudad. Quizá no se
hayan dado cuenta de que la consigna revolucionaria en el mundo es,
en este momento, la paz y no la guerra. Quizá se quedaron en las con-
cepciones de la década del sesenta sin entender que a los jóvenes, a na-
die pero menos a los jóvenes, puede motivar la guerra. La URSS parece
haberlo comprendido y el ascenso de Gorbachov le ha dado un proce-
dimiento que no tenía hasta hace poco. 59 Esta retórica de la revolución,
que llega a cansar al recién llegado y que no llega a estimular al ciudada-
no común, es explotada por los de adentro y los de afuera. Quien quiera
ascender en el Estado debe aprenderla y repetirla. Y los de afuera (pien-
so en algunos uruguayos que lo han hecho y se han ganado el beneplá-
cito y el dinero cubanos), iniciados en el secreto, también la usan.
Asistí a la fabricación de la carta que el jurado de Casa de las Améri-
cas de este año «redactó» en agradecimiento a Cuba. No solo era retóri-
co, hueco y olía a falso, sino que, además, su contenido era falso. A lo
que se debe agregar que, habiendo sido designado un miembro del ju-
60
rado para hacer el discurso de cierre, no había motivo para que H.y se
diera el gusto de su discursito privado. Pero ahora, H.Y será huésped de

59 Yo también tenía esperanzas de que Gorbachov arreglaría las cosas. En pocos m eses
me daría cuenta de que no iba a ser así.
60 di.Y. » es Horacio Ve rbitsky. Qued é fascinado , y asqueado, por el g rad o de
alcahuetería que mostró hacia los cubanos. Todo le parecía t~ll1tástic o, es tupendo. Y
lo dijo en el di sc urso qu e no debió haber hec ho.
146 Carlos Lisca no

honor en lo venidero. Qui zá él no era consci ente de in currir en zalame-


ría , en un exceso que, como todos los excesos, fue es téril.
Fui al cine, Un hombre de éxito, cubana, premio del festival del año
pasado. No me explico por qué ese premio. No me explico por qué esa
película.
En general, lo que he visto y ha visto A. mejor en su trabajo, hay una
actitud de soberbia mezclada con inseguridad, con un atraso que tiene
que ver con el aislamiento. Parece que siempre están un par de figurines
atrasados. Esto se ve en los jóvenes. No tienen lugar donde divertirse y
se vuelven un poco tontos. Mañana iré a Varadero. Tengo mis maletas
prontas. Llevo muchos libros, no sé si mi equipaje podrá viajar comple-
to. Acabo de traducir, con A., un libro para niños del sueco al español.
No estaba en mis planes, fue un lindo y estimulante trabajo. Ojalá sirva
para algo a la educación. Dicho con toda modestia y sin ningún afán de
cosechar logros. La traducción ni siquiera está firmada.
El calor: veintinueve o treinta grados, me agobia. No me gustaría
,
estar aqm en verano.

21.2.87. No partimos ayer porque el mal tiempo no permitió al avión


salir de Berlín. Recibimos resignados la noticia de que debíamos per-
manecer un día más en La Habana.
Varadero: kilómetros y kilómetros de azul y verde mar Caribe festo-
neados de otros tantos de arena sucia. Caminamos una hora buscando
un sitio medianamente limpio y no lo hallamos. Hay construcciones,
antiguas y recientes, sobre la arena. De esta forma la playa se reduce a
cinco metros, y en algunos lugares a cero. Estas construcciones no han
resistido el golpear del agua y se ven deterioradas, en ruinas o en proce-
so de demolición. Como los «procesos» cubanos son lentos, quiere de-
cir que un edificio de estos hace años que amenaza la vida de la gente
que va a la playa. Mugre y perros en la arena, ni un solo recipiente don-
de arrojar residuos. Después de un par de horas emprendimos la tarea
de buscar donde comer. Luego de un peregrinaje no muy largo optamos
por lo sabido: un hotel para turistas, en dólares. También allí, junto a la
piscin a del Siboney, había perros.
Tuve mi entrevista en la Uneac con Noel Navarro, de la sección Lite-
ratura. Amable y modes to, conversamos una hora. Le dejé mi libro y
prometió envi arme algunas publicaciones de la Uneac al otro día por un
Cuba, de eso /Il t'jo r ni hilb/¡¡r 147

mensajero. Como el m ensajero llegó 24 horas tarde, solo pude hacerme


con ese paquete gracias al atraso en el vuelo.
Hoy, después de haber llegado al aeropuerto, con mil dificultades, de
haber pasado el exceso de equipaje, en el momento de pasar por migra-
ciones se cortó la luz que abre una puerta de cierre eléctrico que da paso
a los viajeros. Debimos esperar una hora hasta que volvió la electricidad.
Ahora, por fin a bordo. Sentimos un alivio enorme. El carnaval cu-
bano pretende seguir a bordo con diez o doce de ellos que vuelan con
nosotros. Pero, por fortuna, ellos son minoría, el personal de Interflug
no es el de Cubana: acá, en la zona de no fumadores, no se puede fumar
de verdad. Y así la azafata hizo apagar los cigarrillos a quienes se pusie-
ron a fumar donde estaba prohibido, que eran, casualidad, cubanos.
Como Albert0 61 y Herita llegaron de Managua, anoche los invitamos
a cenar en casa de Monika. Linda y cansadora velada.

23.2.87. Después de pasar por Gander y de hacer un viaje agotador,


llegamos a Berlín el domingo a las 5.30. Allí esperamos ocho horas
sentados, recostados, acostados en unos sillones sin poder apartarnos
de un reducido espacio asignado a pasajeros en tránsito. 11.30: partimos
en Balkan, la empresa búlgara, cansados pero sin «carnaval». Un grupo
de deportistas de Corea del Norte viajaban a Estocolmo. Jovencitos,
formales y amables, aunque apenas hablaban inglés. 13.10: en Estocolmo.
Desde entonces, más de un día he estado recuperándome del viaje y
aún saturado de sensaciones contradictorias. Este viaje ha sido y será
muy importante para mí. Me he sentido aliviado al salir de Cuba y no
me alegra decirlo. Por fortuna para mi readaptación, esta semana no
hay clases y podré arreglar mis cosas y ordenar un poco mi cabeza. Ni
noticias de Montevideo.

61 Lui s Alber to Mach ado, compai1e ro de cá rcel. Su muje r, He ri ta Ste rn, tambi~ n est uvo
presa en Uru guay.
149

A las 21.15 salimos en un barco de Silja Line con A. y S.62 hacia Abo,
Finlandia, el día 21 (de enero). E122 a las 15.25 acabamos de atravesar
Finlandia y entramos en la URSS. Los únicos «demorados» en la frontera
fuimos Selva y yo, por no ser suecos. El trato cortés y bastante rápido el
trámite. Pero uno se siente impresionado al entrar en aquella construc-
ción semimilitar y encontrarse con los soldaditos secos y serios y un
poco torpes en sus uniformes.
Seguimos en el ómnibus hacia Leningrado. A los pocos kilómetros
el chofer hizo una parada. La guía nos anunció con antelación que in-
gresaríamos a un bosque para descansar diez minutos. Cuando llega-
mos al lugar la guía anunció que el auto que veíamos cambiaba moneda
«en negro». Yo bajé. No era uno sino cinco autos y quince hombres ofre-
ciendo rublos por dólares o coronas. Me parece que nadie cambió.
Demasiado oscuro para hacer negocios.
A las nueve de la noche llegamos al hotel Pribaliskaia, de construc-
ción sueca, 1980. Cenamos y nos fuimos a la calle. Preguntamos, toma-
mos un ómnibus, tomamos el metro, fuimos a la estación Maiakovski, a
la Pus ' . Otras estaciones. Caminamos no sé por qué calles céntricas.
Había prostitutas. Un policía se llevaba a una de ellas, no llegaba a los
treinta años. El policía la tenía de un brazo y discutían. Parece que la
habían sorprendido con un turista porque junto a ellos había un hom-
bre que decía solo: «¡Sorry, sorry!».
Esta primera fugaz visión de Leningrado nos impresionó muy bien.
La belleza de las construcciones del siglo pasado, restauradas y m ante-
nidas. Las calles limpias, el metro y la belleza de sus estaciones. Por so-
bre to do algo que la misma guía nos había advertido: que no temiéra-
mos salir solos y perdernos porque la gente es muy amable y cualquiera
nos ayudaría en caso de perdernos, aunque no entendiéramos ni nos
entendieran una palabra. Así fue, preguntamos muchas veces y siempre
nos orientaron. Al otro día, 23, salimos po r la mañana con el grupo y
una guía r usa que hablaba perfecto sueco, con un acento de universidad
soviética más que de alguna parte de Suecia.
-------- ---
62 Anna y Selva. mi hermana.
--

150 Carlos Liscano

Recorrimos Leningrado y paramos aquí y allá. Bellísimo todo. El Neva


y los no sé cuántos puentes. Fuimos al Hermitage. Me sentí, como en
algún lugar de Cuba, raramente emocionado al ver el Palacio de Invierno,
recordar las imágenes vistas y leídas en libros de historia de la Revolu-
ción de Octubre, la matanza de los obreros en 1905. En aquellas calles
se habían levantado las barricadas para enfrentar a las tropas zaristas.
De lejos veíamos la antigua fortaleza de Pedro y Pablo, cárcel donde
estuvieron Lenin y Gorki, que recuerde. La visita demasiado rápida al
museo fue, para mí, fructífera: los íconos rusos, Rembrandt, los impre-
sionistas. Una estatua de Miguel Ángel. Dos cuadros de Leonardo.
Recorriendo el museo pasamos por la sala donde se realizó la última
reunión del Gobierno de Kerenski y por el salón adjunto donde fue arres-
tado el gabinete ministerial. A Kerenski la embajada norteamericana le
facilitó un auto para que huyera, agregó la guía rusa. Visitamos la cate-
dral de san Isaac que es, artísticamente, impresionante. Seguimos en
ómnibus por la ciudad y viví otro momento emocionante: el barco
Autora, que disparó el cañonazo que dio inicio a la revolución. Hoyes
museo. Estuvimos viéndolo desde el muelle, al alcance de la mano, pero
no ingresamos. Fuimos a almorzar y luego al circo. Sábado, lleno de fa-
milias y niñitos. El espectáculo en sí mismo bien montado y tradicional.
Al final una, para mí innovación, con luces y música electrónica. Todo
aquello estaba bien organizado, funcionaba. Hasta el barro que se amon-
tonaba a la entrada tenía sentido por la nieve de afuera: menos ocho,
menos diez grados.
Pudimos quedarnos en el centro pero estábamos muy cansados.
Volvimos al hotel. Como todos los hoteles tradicionales, la vida noctur-
na es predecible, restaurante, boite, orquesta folclórica, prostitutas por
los corredores para aliviar la soledad de algún cliente. Había un cafishio
que las dirigía. La noche anterior nos fuimos a tomar un café al piso
creo que 13, una cafetería a la que van los empleados del hotel y los que
no quieren vodka. Allí había dos de las prostitutas esperando. Vino el
cafishio, les hizo señas y se las llevó. En un rincón había cinco jóvenes
de entre veinte y treinta años. Tenían un casillero de cerveza (la cafete-
ría no vende alcohol) y tomaban y fumaban. Dos eran muchachas.
Aspecto diría Qohemio si es que esto significa algo. Hablaban y reían,
tomaban, fumaban. De pronto entra un hombre de traje, unos cincuenta
años, y empieza a reprender a uno de ellos en voz muy alta. Ninguno de
los jóvenes contestaba y el reprendido agachó la cabeza y miraba la mesa.
-

l/O<l, de eso m ejor ni hablar 151

El de cincuenta años fue hasta el mostrador y habló con otro un poco


más joven que había entrado detrás suyo. Este último se encogía repeti-
damente de hombros. El de cincuenta años salió enseguida y el otro lo
siguió. Cuando pasaba por la puerta el de cincuenta volvió a increpar a
los jóvenes. El que había sido reprendido comentó en voz alta a sus acom-
pañantes algo que incluía la palabra perestroika y todos rieron. Pasó un
rato y recomenzaron a hablar en voz alta. Se entendía «México», «Trotski»
y una discusión entre los cinco. El 24 emprendimos el regreso a las diez
de la mañana. El comentario general en el ómnibus era sobre la gran
belleza de Leningrado y la amabilidad de su gente. Dos muchachos del
sur de Suecia, un tanto punk, decían que habían viajado para ver qué
era aquello ya que por la prensa uno no puede informarse sobre la ver-
dad. Estaban conformes. Dos muchachos de Minnesota que estudian
en Estocolmo lamentaban no' haber tenido más dinero para quedarse
un par de semanas. Todo el mundo planeaba volver pronto. A mí
me entró un gran entusiasmo por aprender ruso para poder hablar con
aquella gente.
Este viaje compensa con creces el hecho a Cuba en el 87. La amabili-
dad de la gente, la limpieza, no existe la inmoderada tendencia a esquil-
mar al extranjero como en Cuba, las cosas funcionan. En Cuba, pese a
I,

~
no tener dificultades con el idioma, tuvimos más problemas para enten-
,I dernos. A la salida una sorpresa: nos había sobrado mucho dinero y,
excepto las monedas, lo demás se vuelve a cambiar en el puesto de fron-
\
tera. Teníamos veintidós rublos por los que habíamos pagado doscien-
1 tas cuarenta y dos coronas. Nos devolvieron doscientas veinte coronas.
En Cuba un dólar equivalía a veintinueve centavos de peso cubano cuan-
• do comprábamos. Cuando salíamos de Cuba por cada peso cubano nos
, devolvieron diez centavos de dólar.
Al regreso estuvimos un par de horas en Helsinki y visitamos la Igle-
sia de la Montaña (Bergskyrkan). Está excavada en la roca y es lo más
~, bello que he visto. El lunes a las 7 de la mañana estábamos en Estocolmo
y me fui a clase de sueco. Por la noche di mi primera clase de español del
88 en AI3J' .
I
I\
J
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l~nl pe za n do a ]lablar ...... ....... ... ... ......... .... ....... ...... ..... .... ..... ........ ... .... ... 5

El trabajo los hará homb res ....... .. ................ ... ........................ .... ...... 39

Guerrill eros vs. intelectuales ...................... ....................................... 63

Ni guerrilleros ni intelectuales ......................................................... 85

No serán libres y tampoco serán iguales ....................................... 105

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