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En junio de 1989 no encontré en Uruguaya nadie que quisiera hablar
sobre 10 que pasaba en los países del bloque socialista europeo. Después
de 1991 (y hasta hoy), ¿para qué hablar de todo aquello? De ese modo se
impone el silencio sobre hechos que determinaron la historia de la hu-
manid.a~ y l~ vida de millones de personas que entregaron muchos ,m os
a la mIlItanCIa y defendieron con convicción y honestidad el socialismo
de la URSS. No solo eso: muchos pagaron con tortura, cárcel, destierro
y muerte la defensa de aquellas convicciones • Basto'
e ,
d' h . , .
1C O 1ron1ca y
._--
-
10 Carlos Liscano
conocido ese 0 1ro fracaso. La luch a era internacionalista y por eso nadie
dudaba dc que era correcto qúe los cub anos t ambié n inte ntara n liberar
frica .-' l.a liberación de todos los países del tercer mundo es tab a cerca-
na , C uba era el eje mplo, la vía e ra la luch a arm ad a . P a ra co nseguirlo era
ncccsario crcar dos, tres, m uchos Vietnam. Lo dijo P idel Cas tro el 26 de
julio dc 1960:'1 «y aquí, frente a la cordillera invicta, fre nte a la Sierra
-
1\11.;1cstra, promctúmonos a n osotros m ismo s, compromet ám onos a se-
uuir
~
haciendo de la patria el ejemplo ¡que convie rta la cor dillera de los
ndes en la Sicrra Maestra del continente americ ano! ».
Fide! C astro apoyó la invasión a Checoslovaquia, que se inició el 20
de agosto
....
de 1968. Para los fieles, solo había sido por razones geopolíti-
cas 7 estratégicas, todo a muy alto nivel. En nada afectaba la indepen-
d e n cia del pensamiento cubano. Por otra parte, ¿en qué nos afectaba a
los latinoamericanos lo que pasaba en un país europeo? En nada. Nos
afectaba lo que pasaba en el Congo, no lo que pasaba en Checoslova-
quia. La URSS era el sostén económico y militar de Cuba, eso era lo que
importaba. Lo hacía generosamente, respetando la soberanía y la auto-
determinación de Cuba, sin intentar imponer el estilo soviético.
El 23 de agosto de 1968 Castro lo justificó en la televisión cubana:
En Checoslovaquia se marchaba hacia una situación contrarrevolucio-
naria, hacia el capitalismo y hacia los brazos del imperialismo. Resultaba
imprescindible impedir a toda costa, de una forma o de otra, que este
hecho ocurriera [... ]. Nosotros preguntamos: ¿Serán enviadas también
las divisiones del Pacto de Varsovia a Vietnam si los imperialistas yan-
quis acrecientan sus agresiones contra el país y el pueblo de Vietnam
solicita esa ayuda? ¿Se enviarán las divisiones del Pacto de Varsovia a la
•
----
3 La participación de Ern es to Che Guevara en la guerrilla d el C ongo oc urrió en 1965.
cuand o encabezó un co ntingente de 107 sold ad os y cu a tro m éd icos c ub anos en
? peraci ones .en las estribaciones montañosas del lago Tan gan ica.
4 f ? dos los dI sc ursos de FideJ Castro se encuentran en: <www.c uba .c u /gobierno/
dl sc ursos/>.
ubn. de eso lIl ejor 11; hnhlnr 13
Carlos Liscal10
3
•
mi seria y las injusticias de la sociedad capitali sta francesa. Hasta ahí iba
si n problem as. Pero algo cambió en Cuba, o en el periodista. O en am-
bos. En 1989 envió desde La Haban a un artículo sobre el juicio al gene-
ral Arn aldo Ochoa y o tros tres funcionarios acusados de «delitos contra
la patria, abuso en el cargo y tráfico de drogas» . En ese artículo Gonzá-
lez Bermejo responsabili za de los h echos al Gobierno cubano, corrom-
pido por el «sociolismo »: «un sistema de relaciones espurias, ni socia-
listas, ni capitalistas, que hacen que el «socio': que el amigo, merezca por
el hecho de serlo fiabilidad política, nuestra confianza, nuestra protec-
ción y, llegado el caso, nuestra complicidad».
También escribió para criticar al Gobierno de Fidel Castro por la «mala
administración» yel «voluntarismo en materia económica», que condu-
cían a «fracasos terminantes», y denunció la burocracia, el ausentismo y
la corrupción en el Estado cubano. '
•
Los «compafleros y lectores» seguían soportando sin quejas las opi-
niones del periodista. Hasta que en 1992 escribió una crónica descri-
biendo las angustias cotidianas de los cubanos, las restricciones de agua,
los cortes de luz, las colas para comprar comida, los salarios miserables,
los precios del mercado negro, la corrupción y hasta el hambre: «Es
innegable que se pasa hambre en Cuba». Y explicaba:
Se puede discutir cuáles son las causas de esta situación -desde el doble
bloqueo a los viejos errores de los propios cubanos- pero no que el vía
crucis de la subsistencia diaria ha creado un estado de irritación, desgano
y abatimiento en la población [oo.]. La famosa «libreta» de abastecimientos
no siempre es puntual, ni siquiera, aunque con retraso, enteramente
cumplidora. Tomemos el ejemplo real de lo recibido en setiembre de
1992 por una ciudadana: 2 quilos % de arroz, igual cantid~d de azúcar,
1,4 de pollo, 1,4 litro de aceite, un frankfurter (perro caliente), distintas
verduras (pocas y después de larguísimas colas), algo de carne para
picadillo, dos pescaditos chicos, y un panecillo diario. Leche, hay solo
para los menores de siete años.
Lo anterior contrastaba, decía el periodista, con lo que se ofrecía a
los turistas extranjeros, que convertía la situación casi en un «apartheid».
A los turistas se les permitía acceder a buena comida, en buenos h ote-
les, donde nunca faltaban el agua ni la electricidad.
Una semana después intentó suavizar las críticas. Los responsables
de la situación eran el bloqueo de Estados Unidos, la caída del bloque
socialista y algunos errores propios del Gobierno cubano. Pero ya h abía
viol ado el límite establecido por algunos «compañeros y lec tores» . El
l6 Carlos LÍscano
Pa ra Coriún Aharonián:
Brecha mu chas veces dio lugar a las fiebres anticubanas con un dejo de
morbo, confundía n el morbo con la democracia, con la pluralidad. Era
un o de esos momentos que aparecen cada tanto, en que queda chic
pegarle a Cuba. A menudo hay maquinarias detrás de eso. Bermejo se
había subido a esas campañas. En un momento aparece su hija quej án-
dose porque en Cuba no podía ser astronauta, pobrecita ella. Y no se
decía en el artículo, firmado por Bermejo, que se trataba de su hija. Era
histórico, asqueante.
En 2012 Eduardo Galeano reflexionó acerca de las críticas de Mario
Benedetti en aquel momento:
Eran muy respetables. Uno tiene el, derecho de elegir lo que va a leer.
Creo que Mario nunca estuvo contra Brecha, en absoluto. Sí que pudo
haberse alejado a raíz de algunos artículos publicados que no le gusta-
ron. Pero creo que ese era un problema de Mario, no de Brecha. Mario
tenía que aceptar que las cosas cambiaran y lo bien que le habría venido
a Cuba abrirse a la diversidad dentro de sus propias fronteras y aceptar
multiplicidad de opiniones. No ocurrió y ahora está pagando las conse-
cuencias. Lo lamento por Cuba, pero no me parece que desde afuera se
la ayudara cuando todo lo que no era aplauso se confundió con una voz
enemiga, con una traición. Discrepar no es traicionar.
Lo anterior es una muestra de cómo en Uruguay se cumplía con la
consigna, nunca enunciada de modo claro y abierto, «de eso mejor ni
hablar».
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¿Por qué en 1989 yo tenía esa impresión acerca de lo que pasaba no solo
en la URSS sino en todos los países socialistas del este de Europa? Mi
conclusión no partía de análisis políticos ni económicos para los que no
estaba ni estoy formado. Mi conclusión tenía origen en las noticias de la
prensa sueca. Bastaba ver el informativo de la televisión para imaginar-
se el final. En toda Europa occidental se sabía lo que se avecinaba. La
izquierda europea no hacía nada, más que callarse y esperar. No creo
que pudiera hacer mucho.
En 1989 yo tenía dos experiencias que me llevaban a acep tar que lo
que decían las noticias de la televisión podía ser verdadero y no solo
campañas de desprestigio de la prensa capitalista. Mi error fue tratar de
hablar de estas cosas. Eso es así todavía hoy. Llevo meses pensando en
escribir esto y no sé si debo. ¿Es necesario? No sé si no es mejor seguir
18 Carlos LÍscano
Tre inta y dos ai10S después ocurre algo similar con Cuba. Hoyes
pdcticamente imposibl e hablar con amigos de izquierda sobre Cuba, a
menos que sea para elogiar el socialismo cubano y denunciar el bloqueo
de Estados Unidos. No se puede criticar nada ni poner en duda la viabi-
lidad del proyecto cubano. Si no es para elogiar al régimen de los her-
manos Castro, cualquier cosa es contrarrevolucionaria, proimperialista,
cipaya. Durante muchos años yo también me he atenido a esa norma de
la izquierda uruguaya y latinoamericana. No he querido tener proble-
mas con amigos y compañeros con quienes nos conocemos desde hace
más de cincuenta años. No defiendo la Revolución cubana, pero tam-
poco digo lo que pienso sobre ella. Me informo, estudio, leo la prensa, y
cierro la boca.
Cuba es un país muy pobre y no a causa del bloqueo sino porque no
produce nada. En Cuba no hay libertades de ningún orden. Es la dicta-
dura del Partido Comunista. Más concretamente: es la dictadura de la
familia de Fidel Castro y de un pequeño grupo de generales y de buró-
cratas que durante seis décadas aceptaron y aplaudieron los delirios
mesiánicos del jefe, como el proyecto de la vaca titánica que inundaría
la isla de leche. O la Ciudad Nuclear de Juraguá, con los reactores ató-
micos soviéticos bajo la dirección del hijo de Fidel Castro. Iba a ser el
Chernóbil caribeño. Por suerte no fue nada porque la URSS desapareció
y Cuba no tuvo recursos para seguir con el proyecto disparatado del
comandante en jefe. Hoyes una monstruosa estructura de cemento agrie-
tándose en el campo, rodeada por un grupo de gente a la que traslada-
ron allí, que iban a ser los privilegiados habitantes de la Ciudad Nuclear.
. Cuando salí de la cárcel, en 1985, seguía siendo partidario de la Re-
volución cubana, pero tenía mis aprehensiones. En la cárcel había ha-
blado con compañeros que estuvieron entrenándose en Cuba en 1970,
en particular con el más locuaz de todos ellos, el periodista Samuel BlL"Xen.
También compartí la celda con el Cholo González, dirigente cañero que
había estado exiliado en Cuba y al regresar de modo clandestino fue
apresado, torturado y metido en la cárcel de Libertad.
En aquel tiempo mis dudas eran abstractas. Recuerdo que en una de
las charlas le pregunté a Blixen cuál era la diferencia entre el Estado
cubano y el Partido Comunista. Porque de los cuentos que se hacían
parecía que fuera del Partido Comunista, constituido por una minoría,
no había ciudadanos. ¿Qué pasaba con los que no eran comunistas? Por
IIl);!. de eso /11 (-10 1' ni /Wbl.11' 21
5
Hace dos aíios, en el terreno lindero con el fondo de mi casa, se constru-
yó un edificio de tres plantas. Cuando la obra estaba casi terminada pu-
sieron un sereno por las noches para cuidar la propiedad. Era invierno,
hacía mucho frío . El sereno tenía solamente un techo muy alto donde
resguardarse. Ponía unas chapas y se guarecía en un rincón. La segunda
jornada, de nochecita, cuando lo descubrí, me acerqué al tejido y lo sa-
ludé. Me puse a su disposición. Si quería té, café, agua caliente, algo para
comer. Entonces me enteré de que era cubano.
Conversamos un poco en los días sucesivos. Le pregunté cómo esta-
ban las cosas en Cuba. Yo sabía que en esos días, y desde hacía mucho,
era difícil encontrar comida, que el transporte apenas funcionaba. Me
dijo que eso pasaba porque no estaba «el comandante en jefe».
¿Pidel Castro?
Sí, claro.
¿Y qué podría haber resuelto Fidel?
Todo.
Me contó que hacía tres meses que estaba en Uruguay. En Cuba era
policía en <<una provincia».
Le dije, en broma, que entonces era de los que se dedicaba a reprimir
al pueblo.
Que no, que la policía estaba para mantener el orden.
Así seguimos durante un rato. De pronto me habló del almacén que
está frente a la obra. Un pequeño comercio que es de Teresa, vecina de
muchos años en el barrio, que trabaja con su hermana. Le pregunté cuál
era el problema con el almacén.
Que en Cuba eso no pasaba.
¿Qué era lo que no pasaba?
Que «esa gente» tuviera tantas cosas. Que había que decomisarles todo.
¿Por qué?
Porque estaban acaparando.
e ulm. de eso Ill ejo r ni !w/¡/nr 23
des cub rim os que había una cultura de los ricos y una cultura de los po-
bres. La de los ricos, muy decentes: compro, pago. La de los pobres: ¿cómo
m e consigo esto aquí?, ¿cómo le robo al rico y al que sea? Muchas fami-
li as humildes, buenas, patriotas, le decían al hijo que trabajaba, por ejem-
plo, en el sector hotelero: «Oye, llévate una sábana, llévate una almoha-
da, tráe me esto, tráeme lo otro». Esas actitudes nacen de la cultura de la
pobreza, y cuando se hacen los cambios sociales para cambiar todo eso,
los hábitos perduran mucho más tiempo.8
Siguiendo la concepción de Castro habría que pensar que en Cuba
la corrupción se origina entre los pobres. Los dirigentes del Partido
Comunista y jefes militares no son proclives a la corrupción. Tampoco
los niños bien de la familia Castro.
6
Es incomprensible la relación de la izquierda democrática uruguaya y
latinoamericana con Cuba, la aceptación acrítica de todo lo que pasa en
la isla, una dictadura conducida por dos hermanos. Pero mucho más
incompresible es la actitud de los profesionales de las letras hoy, repi-
tiendo la conducta de los colegas de los años sesenta y setenta.
Esto acaba de ocurrirme y me obliga a incluirlo en esta reflexión
sobre Cuba. El 24 de octubre de 2021 fui invitado a colaborar en el si-
guiente número de [sic], revista de la Asociación de Profesores de Lite-
ratura del Uruguay (APLU). El número estaría dedicado a tratar literatura
y derechos humanos. Contesté que, en principio, me interesaba. Como
el asunto es muy vasto y podía tener implicaciones políticas, llamé a un
amigo vinculado a [sic]. Le dije que me parecía interesante y necesario
escribir acerca de la influencia cubana en los años sesenta y setenta
sobre los escritores latinoamericanos. El Gobierno de Castro reprimió
escritores, los encarceló, censuró su obra, les prohibió viajar al exterior.
A lo que se sumaba la represión a los homosexuales como política de
Estado que llevaron adelante incluso otros artistas y algunos sindicatos.
8 Ignacio Ramonet. Cien horas con Fidel. La Habana: Oficina de Publicaciones del
Co nsejo de Estado, 2006.
Cuba, de eso m ejor]Jj hablar 25
Carlos Liscano
1
Noviembre de 2021. Pese a que la izquierda no quiere saber, no quiere
enterarse, no quiere ver, Cuba vuelve a ser asunto de discusión pública.
Para el 15 de noviembre se planeaba en la isla una «marcha cívica por el
cambio», que buscaba ser continuación de las históricas manifestacio-
nes de cuatro meses antes, el 11 de julio, que hicieron saber al mundo
que en la isla existe una oposición popular.
Las manifestaciones de julio fueron espontáneas y tomaron de sor-
presa al régimen. En noviembre el aparato represivo estaba prevenido y
evitó la protesta a fuerza de amenazas, garrote, detenciones arbitrarias.
Hace dos años se aprobó una Constitución según la que el cubano es
un «estado socialista de derecho». El nuevo documento establece liber-
tades y derechos básicos. El país es una república
fundada en el trabajo, la dignidad, el humanismo y la ética de sus ciuda-
danos para el disfrute de la libertad, la equidad, la igualdad, la solidari-
dad, el bienestar y la prosperidad individual y colectiva [... ]. Todas las
personas tienen derecho a la vida, la integridad física y moral, la liber-
tad, la justicia, la seguridad, la paz, la salud, la educación, la cultura, la
recreación, el deporte y a su desarrollo integral [... ]. El Estado reconoce,
respeta y garantiza a las personas la libertad de pensamiento, conciencia
.,
y expreSlOn.
Vale decir: de acuerdo a la Constitución las manifestaciones oposi-
toras son legales y lo que es ilegal es la brutal represión de las protestas y
•
•
las deten ciones por protestar, que a veces van seguidas de condenas a
años de cárcel.
Pero en Cuba hay dos legalidades, una establecida en el papel y otra
para la burocracia gobernante que decide qué es legal y qué no. Como
dijo Díaz-Canel: «La calle es de los revolucionarios». ¿Y los otros, qué
hacen, no salen nunca de su casa?
La Constitución no rige para el aparato de seguridad, que funciona
como si viviera en estado de excepción permanente desde hace sesenta
años. Pero aquella revolución, que pudo justificar esas medidas excep-
cionales, hace décadas que no existe. Esto es lo que no quiere aceptar la
burocracia gobernante cubana.
Los dirigentes, la élite y las familias que disfrutan de las prebendas
del poder viven en un pasado que quedó congelado. Son piezas de mu-
seo que serían ridículas si no causaran tanto sufrimiento como causan a
millones. Igual que las sanciones de Estados Unidos, de dudosa efecti-
vidad considerando que Cuba mantiene relaciones con China, Europa y
América Latina. El embargo o bloqueo es un argumento para el régi-
men, justificación política e ideológica que vuelve a la isla símbolo de
«nación agredida», cuya población, incluidos los «cuadros» del Partido,
come pollo norteamericano todos los días, o por lo menos cuando hay.
Cuba no es un país revolucionario, no es una amenaza para EE.UU.,
su economía consiste en repartir la miseria. No tiene misiles como en
1962. La supuesta amenaza de Cuba a EE.UU. es un arcaísmo heredado
de la Guerra Fría. No existe algo que pueda considerarse «pensamiento
cubano» que estimule a los movimientos revolucionarios. En todo caso
el pensamiento cubano es retrógrado, antidemocrático.
El régimen de partido único, el poder de la burocracia política y mi-
litar no son respuesta al bloqueo ni consecuencia de él, sino herencia
del modelo soviético. El Che Guevara ya no amenaza ni asusta a nadie,
sus ideas no le interesan a nadie. Cuba no tiene nada para ofrecer a
ninguna sociedad ni a ninguna política. El mito del guevarismo, igual
que el del pequeño país liberado a pocas millas del imperio, se terminó
hace años.
Después del 68 los europeos de izquierda buscaban inspiración en
otras partes. Entonces se fijaron en Cuba. Al desprestigio de la URSS se
le oponía el brillo del castrismo, que era lo nuevo, lo puro. Hasta que
años después los europeos, por ejemplo los españoles, se aburrieron de
--~-- - ,-- ' - .
Carlos Liscano
•
~ as t ro )'
dcsC\l br ic ron qu e en la Uni ón Europea, protegidos por la OTAN,
se vive mu cho mejor qu e en la dic tadura carib eña.
La no injerencia soviét ica en Cuba era una ilusión, o una gran menti-
ra , depe nde de cómo se lo quiera mirar. Desde el inicio de la revolución,
en 1959, Cuba fue sa télite de la URSS en política internacional. En parti-
cular 10 fue a partir de 1968, cuando apoyó la invasión a Checoslovaquia
y ta mbién él la dictadura argentina en los foros internacionales, igual que
10 hacía la U RSS . En 1970, cuando los frenéticos planes económicos
de Fidel Castro acabaron de hundir la ya caótica economía cubana, el
Gobierno comunista se entregó definitivamente al modelo soviético. Y
con él sucumbió, aunque la dictadura todavía siga de pie. Al Gobierno
cub ano hoy no le queda nada de la tecnología que hasta hace treinta
ai10S le regalaron los soviéticos. Y lo que todavía tiene es obsoleto. Le
queda, en cambio, algo que la burocracia comunista cubana aprendió
bien: los métodos que le enseñó la KGB para mantener el control de la
población. El problema radica en que hasta la KGB fracasó.
Da la impresión de que en los últimos tiempos los gobernantes cu-
banos quieren introducir formas capitalistas en la economía, apoyar el
surgimiento de pequeños comercios y la libre circulación de mercan-
cías. Pero no saben cómo se hace. Parece que esas medidas, además de
amenazar sus posiciones de privilegio, les dan pudor. ¿Cómo funda-
mentarían ese proceso cuando pusieron en la Constitución que en Cuba
el socialismo es irreversible? ¿Cómo honrar la memoria del comandan-
te en jefe que en el 68 eliminó hasta la idea de que pudiera haber algo
parecido al comercio privado? Sus palabras todavía generan temor a los
actuales dirigentes: «¡No se hizo una revolución aquí para establecer el
derecho al comercio! [ ... ] No tendrán porvenir en este país ni el comer-
cio ni el trabajo por cuenta propia ni la industria privada ni nada».
La propaganda del régimen es impenetrable a la discusión. A veces
da la impresión de que los dirigentes se creen sus propias fantasías. Cuan-
do en la reunión de la Celac en México, el18 de setiembre de 2021, los
presidentes de Uruguay y Cuba se enfrentaron brevemente, Díaz-Canel
pretendió poner en duda las convicciones democráticas del presidente
uruguayo mencionándole que habría un referéndum contra una ley
9
recientemente aprobada. Lo que Díaz-Canel no entiende, y Lacalle
Pou no fu e suficientemente explícito al explicárselo, es que en Uruguay
8
La izquierda mundial iba (todavía va) a Cuba a descansar de los
agobios de la vida en el capitalismo. En la isla no hay McDonald's, ni
lugares similares para consumir. Algún viajero puede echar de menos
esa carencia. Pero como la visita del «turista ideológico» dura a lo sumo
un mes, pronto vuelve a casa y con su sueldo sigue consumiendo lo que
al cubano de abajo le es inalcanzable porque no tiene con qué comprarlo
y, a veces, aunque tenga dólares, tampoco lo consigue. El turista ideoló-
gico en casa consume aunque más no sea lo que vende alguna modesta
cadena de supermercados uruguaya. O lo que vende el almacén de Teresa,
que está a la vuelta de la esquina, aquel al que el expolicía cubano hace
un par de años quería decomisarle todo. Sin duda Teresa tiene un surtido
mayor y más variado que cualquier tienda de alimentos de la isla.
El turista en Cuba visita museos de la revolución, pasea en autos
norteamericanos de los años cincuenta por calles donde están las ruinas
en que vive la gente, el pueblo. Allí donde no vive ningún dirigente.
Luego el turista vuelve a casa con muchos souvenirs revolucionarios y
los ojos llenos de imágenes que en la comodidad del hogar europeo,
canadiense, porteño o montevideano le harán pensar que, por suerte,
todavía hay quienes resisten al capitalismo salvaje. Esos son los heroi-
cos cubanos, que no tienen nada y nada consumen, pero m antienen en
alto la bandera de la dignidad revolucionaria, del socialism o, del mar-
xismo-leninismo, y todavía quieren ser como el Che.
El turismo ideológico es un gran negocio que en Cuba es tá en m anos
de los militares, de los jefes. Las empresas hoteleras extranj eras radica-
das en Cuba sobreexplotan al trabaj ador cubano de un m odo que jamás
podrían hace r en sus países de origen, España, Francia. En Cuba, debi-
do a que no hay lucha de clases, no hay sindicatos. Los dueñ os de los
hoteles pueden hacer lo que quieran con el trabajador, que siempre es
,
•
32 Carlos Liscano
9
Anna tenía una amiga sueca, Berit, que había estado en Cuba en 1986, el
año anterior a nuestro viaje, con la brigada de voluntarios suecos. Se
había hecho de un novio que luego cayó en desgracia. Berit nos pidió
que lo viéramos y no recuerdo si envió una carta o un regalo para el
muchacho. Cuando lo encontramos nos contó que a raíz de que había
invitado a Berit a pasar unos días con él en una cabaña en la playa, lo
habían expulsado del Partido Comunista y de la Universidad, donde es-
tudiaba relaciones internacionales. Luego apeló y le permitieron seguir
estudiando, pero ya no relaciones internacionales, y no le permitieron
volver al pec.
Este muchacho, digamos que se llamaba Pablo, dijo que un primo
suyo, Tomás, quería conocerme. Pocos días después me lo presentó.
Ambos, Pablo y Tomás, eran negros. Tomás era un delincuente en po-
tencia. Tuve esa impresión enseguida de conocerlo y él se encargaría de
demostrarme que no me equivocaba. Empezó por hablarme de la dis-
criminación racial, la diferencia de clases entre negros y blancos. Me
dijo, sin rodeos, que yo estaba viviendo en casa de blancos. La dueña de
casa, además, ni siquiera era cubana.
CII!>:I, ele eso lII ejor 11; hablar 33
10
Yo había conocido a un médico cubano que estudiaba enfermedades
tropicales o algo así en el Hospital Karolinska de Estocolmo. Lo conocí
en la Asociación Sueco-Cubana a la que me había llevado Antonio, un
amigo uruguayo, comunista. Era un hombre de unos treinta años o poco
m ás , miembro del PCC, defensor y propagador de las políticas del
Gobierno cubano. Cuando se enteró de que viajaría a La Habana me
pidió que le llevara «algo» a su hermana. Dije que sÍ. Cuando me entregó
el paquete m e as usté. Pesaba unos cuatro kilos y estaba totalmente
sellado. No me dijo, ni le pregunté, qué había en el paquete. Eso hablaba
de dos cosas: de mi ingenuidad y de la tendencia de muchos cubanos a
abusar de los ciudadanos de los países «capitalistas», como yo.
Tres o cuatro años después del viaj e a La Habana me encontré en una
mani festación en Estocolmo al médico inescrupuloso que m e había dado
el paquete para su hermana. En la misma m anifestación estaba Tomás,
el que me había hecho comprar la «ropita» para su hija. Ambos eran
ahora residentes en Suecia. El médico sencillamente había decidido no
Cllh:J. de eso m ejor n; hablar 35
11
En Estocolmo vivía una pareja de amigos uruguayos que habían estado
presos. Él y yo habíamos compartido celda por un breve lapso. Ella te-
nía un hermano que vivía en La Habana. Me preguntaron si podía llevar
algo para la familia del hermano. Dije que sí.
•
Una vez en La Habana me puse en contacto con esa familia. Vivían en
Alamar, un barrio al este de La Habana. Yo conocía la existencia de ese
barrio por cuentos de uruguayos que habían vivido allí. Me comuniqué
con la familia y la cuñada de mi amiga vino al hotel. Le entregué el
paquete. Luego nos invitaron a su casa. Alamar era, me dicen que sigue
siendo, un barrio estilo «soviético». La construcción fue hecha por obre-
ros no profesionales, carecía de servicios, era feo, sucio. En aquella casa
de trabajadores cubanos vivía la cuñada de mi amiga con sus dos hijos.
El marido, uruguayo, estaba «prestando servicios» en Panamá. También
vivían los padres de la cuñada y un hermano de poco más de veinte
años que había estudiado mecánica textil en la RDA, pero que en Cuba
no tenía trabajo porque no existían las máquinas que él había aprendido
a reparar.
No recuerdo si había más gente, pero es probable que sí. Después de
aquella visita nos invitaron un día a almorzar. Cuando llegamos por se-
gunda vez a Alamar nos encontramos con una escena aterradora. En el
centro de la sala había una mesa servida, dos platos con pollo y arroz,
dos sillas, dos vasos, dos juegos de cubiertos, una botella de vino ruma-
no o búlgaro. Nos pidieron que nos sentáramos a comer. Anna y yo
preguntamos si ellos no iban a acompañarnos. Nos dijeron que ya ha-
bían comido.
Como cualquiera puede suponer aquel almuerzo fue terrible. Nosotros
comíamos y alrededor toda la familia, incluidos los niños, nos miraban.
Había escuchado o leído que en Alamar había vivido Mario Benedetti.
¿Cómo era que Benedetti vivía en aquel barrio inhóspito y triste? Mús
Carlos Liscano
adelanle supe que había olro Alamar, el barrio de «los r usos», que no se
parecía en nada al de Benedetti. El barrio de los rusos tenía casas con
jardín, ent rada pa ra autos, árboles. Había sido diseñado y construido
antes de la revol ución.
En honor él Be nedetti hay que decir que vivió con los pobres y como
los pobres. Él m ism o lo conló:
Viví m ás de dos aúos en Alam ar, una zona situad a a unos quince
kilómetros de La Habana e integrada fundamentalmente p or los bloques
de viviendas, incesantem ente construidos por brigadas de trabajadores
capitalinos. Es una de las maneras que han hallado los cubanos para
tratar de resolver su arduo problema habitacional, sin que por ello se
resienta la producción. En cada fábrica u oficina o almacén, se forman
W1a o más brigadas de 33 trabajadores cada una. Como por lo general
no son obreros de la construcción, empiezan por un curso básico y luego
se consagran a levantar edificios de cinco a doce plantas, que luego serán
ocupados por aquellos de sus compañeros (o acaso por ellos mismos)
que más urgentemente necesiten una nueva vivienda. El vacío laboral
que cada brigada deja en su centro de trabajo es compensado por horas
extraordinarias que trabajan los demás. Curiosamente, la idea provino
de los obreros; el Gobierno se limitó a viabilizarla [... ]. En cada uno de
esos edificios, las brigadas ceden un apartamento [... ] a familias de
exiliados latinoamericanos, y estos lo reciben con mobiliario, refrigerador,
radio, televisión, cocina a gas, y hasta sábanas y vajilla. Todo gratuito
[... ]. Alamar es un lindo lugar, acaso con menos autobuses y árboles de
lo necesario, pero con un aire liviano y salitroso, un mar al alcance de la
mano y una fraternidad sin aspavientos.1 3
Martín Guevara, sobrino de Ernesto Guevara, recordaba cálidamente
a Benedetti viviendo en Alamar:
Hoy me vino el recuerdo de Benedetti paseando sus bigotes, sus pocas
pulgas y su enorme dignidad por Alamar, una barriada proletaria del
hombre nuevo. Mario Benedetti vivió exiliado en Cuba pero pidió de
manera expresa, acorde a sus ideas y a su fibra comprometida, que no le
diesen privilegios a la altura de su nombre. Podría vivir en París con un
departamento en Trocadero. Pero él era así. Vivió un tiempo en Alamar,
una barriada obrera de tipo estalinista, verdaderamente esp antosa en lo
estético, en la que jamás hubo ninguna atracción agraciad a por el buen
gusto. [... ] Benedetti, el gran poeta, bajaba a pie las escaleras d el edificio
de doce plantas donde vivía, cuando se iba la luz, día por m edio, y se iba
a comprar con la libreta de abastecimiento, no con dólares sino con d i-
nero cub ano válido solo para chícharos, arroz, huevo y algun as pocas
13 «Exili os (Los o rgullosos d e A lamar»>. Primavera con un a esq uin a rota. Madrid:
Alfag uara, 1982.
• ...
( ',¡/l;l. de eso fll cjo rn; Iwhlllr 37
•
,
39
I
, A los homosexuales cubanos les tocó ser los judíos de este proceso.
Jean -Paul Sartre
1
Uno de los crímenes más repudiables cometidos por la dictadura cuba-
na fue la persecución a los homosexuales y el modo en que el gobierno
lo hizo. En 1965 se crearon las UMAP, Unidades Militares de Apoyo a la
Producción. Allí eran enviadas a la fuerza personas que no mostraban
estar entusiasmadas con el régimen: religiosos, homosexuales. También
gente con poca formación. Se lo dijo Fidel Castro a Ignacio Ramonet:
«los que por su bajo nivel de estudios no podían manejar aquellas ar-
mas, o personas que por su fe religiosa eran objetores de conciencia, o
varones en condiciones físicas adecuadas que eran homosexuales». En-
tre los castigados había adolescentes que eran homosexuales o sospe-
chosos de poca virilidad. Eso era lo que se castigaba.
La persecución a los homosexuales se conoce desde hace decenios,
está documentada, hay testimonios. Aun así la izquierda no reconoce
que haya existido, ni el carácter fascista de la represión. En todo caso,
como es de esperar, para los fieles Fidel Castro no tuvo nada que ver con
el asunto.
El régimen siempre ha negado los hechos y últimamente, en la voz
de la hija de Raúl Castro, Mariela, ha tendido a minimizarlos. Eran como
«escuelas» en el campo.
Pero está comprobado que durante décadas en Cuba la homofobia
fue una política de Estado que permitió, estimuló y justificó la discrimi-
nación y todeD tipo de crímenes contra los homosexuales, incluida la
condena sin juicio a campos de trabajo forzado donde se formaba «el
hombre nuevo».
- •
40 Carlos Liscan o
En ent revista co n Abc\ Sier ra Made ro, Alfredo Guevara, cin easta,
hombrc del rl'g illlcn y homosex ual, reco noció que las UMAP fueron «lo
111ÚS horrible qu e ha pasado en el proceso de la revolución, porque eso
es lo 111 <1 s horrible en el campo no de la cultura, en el campo global de la
sociedad ». •
15 «"El trabajo os hará hombres": Masculini zación nacion al, trabajo forzado y control
social en Cuba durante los aílos sesenta». CLlban Studies, 11. ° 44,2 01 6.
Cuba, de eso mejor /Jj hablar 41
La fundamentación legal para crear las UMAP fue la ley que en 1963
estableció el servicio militar obligatorio, durante un período de tres años,
para los hombres de entre dieciséis y cuarenta y cinco años. Quedaban
eximidos quienes fueran el único sostén económico para sus padres,
esposa e hijos. También permitía aplazar el reclutamiento a quienes es-
tuvieran terminando el último año de estudios secundarios, preuniver-
sitarios o universitarios.
En los hechos las autoridades hicieron lo que se les antojaba. Algu-
nos jóvenes que constituían el único sostén familiar fueron movilizados
sin que importaran las consecuencias que tuviera para sus familias.
El procedimiento era simple y perverso. La Juventud Comunista in-
centivaba a las organizaciones de estudiantes para que expulsaran de los
centros de estudios a los alumnos que mostraban escaso entusiasmo por
el nuevo régimen o se sospechaba que podían ser homosexuales, que
para los fanáticos eran sinónimos. Una vez expulsados dejaban de ser
sostén de nadie y pasaban a la categoría de los que no estudian ni traba-
jan, candidatos a los campos de trabajo forzado. Hecha la purga, los jó-
venes quedaban expuestos y el envío a las UMAP era cuestión de tiempo.
También los Comités de Defensa de la Revolución (CDR), una de las
instituciones de vigilancia más efectivas creadas para el control social
y político en Cuba, identificaban a los jóvenes que no trabajaban ni estu-
• diaban. Informaban al Ministerio del Interior o al Ministerio de las
Fuerzas Armadas Revolucionarias, que eran las encargadas del recluta-
miento de las UMAP. Ni las más organizadas dictaduras de derecha tuvie-
ron en América Latina un aparato represivo similar a los CDR.
Según Sierra Madero la militarización y masculinización no solo
intentaban reeducar sino también integrar «fuerzas y cuerpos» al apara-
to económico. La retórica de guerra pasó a formar parte del discurso
económico. Los trabajadores fueron considerados soldados y por lo
tanto podían ser héroes o desertores. El objetivo era ideológico, pero
también económico: incorporar fuerza de trabajo sin ninguna compen-
., .
saClOn monetana.
La marginación, de cualquier índole, se transformaba en estigma ti-
zación y en persecución. La sociedad socialista debía ser masculina y de
revolucionarios. «El macho revolucionario es el hombre nuevo regene-
rado, que corona los esfuerzos de la revolución de fomentar una nueva
identidad nacional», dice Sierra Madero. 16
16 Ibídem.
42 Carlos Liscano
•
«viril». Iba de suyo que los no viriles o poco viriles quedaban fuera. Esto
que hoy parece ridículo, propio de ignorantes llenos de prejuicios, fue
aceptado en aquel momento en silencio por miles de intelectuales, es-
critores y artistas latinoamericanos. Todo en nombre de la revolución.
La aceptación de los prejuicios cubanos contra los homosexuales era
una conducta que, si bien no llegaba a redimir a los intelectuales, por lo
menos no agravaba el pecado original que les había asignado Guevara.
Los intelectuales que miraban para el costado cuando se reprimía a los
homosexuales podían ser pequeñoburgueses, pero por fortuna para ellos
•
no eran mancones.
2
En 2006 Ignacio Ramonet publicó Cien horas con Fide] Castro, libro
que recoge sus conversaciones con el dirigente cubano. Ramonet le pre-
guntó al líder máximo sobre la persecución a los homosexuales. Castro
negó todo. Lo que sigue está tomado del libro.
Ramonet: Uno de los reproches que se le hizo a la revolución, en los
primeros años, es que se dice que hubo un comportamiento agresivo, un
comportamiento represivo contra los homosexuales, que hubo campos
de internamiento donde los homosexuales eran encerrados o rep rimi-
dos. ¿Qué me puede usted decir sobre ese tem a?
Cu/w, de eso m ejor ni hablar 43
17 Queda claro que los mandaban a los campos de trabajo por «s u bajo nivel de
estudios». Ahora bien, como en los campos no se les enseñaba nada, hay que deducir
que eran sancionados por ignorantes. También a los ignorantes «machos » los
mandaban como guardianes. Eran incapaces de manejar armas co mplicadas, pero
sí se las arreglaban para emplear el garrote contra d e los infelices objetores de
conciencia y contra los homosexuales.
":1 lh,'I, de eso Ill ejor ni hablar 45
3
Ra m o n et prestó su prestigio e hizo de altavoz a la propaganda cas-
tri sta en E u ropa. En particular sobre el asunto de la persecución el los
homo sexu a les el p eri o dist a se hizo el d esentendido. No se enteró de
aquello qu e n o quiso sab e r. Podría haber consultado, por ejem plo, él
Pablo Mila n és p ar a co rrob o rar lo que decía Castro.
Se pue d e d ecir que Castro miente, lo cual es cierto, y lo h ace para
defend er s u s inte reses, s u prestigio, o cualquier cosa que le importe. Es
lo q ue se esp e r a d e un hombre com o él, que no tiene obligació n de d ar
46 Carlos Liscano
ClIc nt as ant e nadi e, excepto ante la hi storia que, como se sabe hace mu-
cho, lo «abso lved ». Su pa labra, que algun a vez fue referencia para mu-
chos cn América Latin a, hoy vale m enos que un periódico de la semana
pasada. Por lan\ o, no tiene sentido discutir por qué miente, para qué.
Vale decir, no llama la atención que haya m entido en eso como en tantas
0\ ras cosas, en ta ntas vele idades y delirios políticos, económicos, estra-
tégicos. Pero ¿Cld les son los intereses de Ramonet para prestarse a pu-
blicar y distrib uir esas m entiras?
Hay un subgrup o de turistas ideológicos europeos que tiene la mi-
sión autoasign ada de explicarnos cómo se ha de ser buen latinoamerica-
no. En ese subgrupo (españoles, franceses, italianos, alemanes y otros)
hay políticos, periodistas, sociólogos, docentes universitarios. De vez en
cuando viajan a la isla, vuelven a casa, publican un artículo y nos dicen
a nosotros, meramente nacidos en lugares como Montevideo, cómo
debemos entender nuestra realidad. Nos dicen quiénes son los que nos
conducirán a la liberación del imperialismo y de ahí al socialismo. El
subgrupo europeo ha existido desde 1959, cuando llegaban a la isla
en masa y se iban convencidos de que la humanidad tenía futuro y ese
futuro lo conducía un abogado caribeño. Tuvimos al profeta francés de
la guerrilla por mano ajena, que nos explicó cómo se enfrentaba al impe-
rialismo con las armas y nos señaló cuál era la larga marcha del castris-
mo en América Latina. Con los años muchos de aquellos preclaros se
fueron bajando del carro, pero siempre hay nuevos que se suben al pes-
cante con ganas de iluminarnos. Ellos piensan, nosotros los seguimos.
Primero dejamos de pensar porque de eso se iba a ocupar el guerrillero.
Como el plan falló, apareció el europeo auto asignado, grupo que se
renueva. Así es todo más fácil para nosotros.
El irónico, y malo, comentario que acabo de hacer intenta describir
la irritación que deberían sentir los intelectuales latinoamericanos ante
esas opiniones de gente ahíta de soberbia que viene a explicarnos nues-
tra realidad. Sin embargo, la cosa se permite y se repite sin que h aya
reacciones. De vez en cuando nos llega de Madrid, de París, de Roma,
vía La Habana, algún iluminado que nos cuenta qué somos y qué debe-
mos hacer.
Volviendo a la persecución a los homosexuales y a las mentiras del
comandante en jefe. La realidad no fue la que dice Castro, fue otra y él
lo sabe. La creación de las UMA P fue largamente preparada desde el
Gobierno, que puso sus órganos de prensa a disposición de quienes se
Cllb;l, de eso m ejor ni hablar 47
49
Tres osas . Una: sabido es que, a diferencia de lo que les pasa a quie-
nes bailan rumba, a los bailadores de twisty mck se les debilita el carácter.
Dos: los militares de las dictaduras de derecha tienen un especial des-
precio por los intelectuales; el menor de los Castro, igual que su hermano,
demuestra que los militares de las dictaduras de izquierda tampoco tie-
nen simpatía por los intelectuales. Tercera cosa: a los militares, de cual-
qu ier palo, no les gusta lo blando.
El 31 de mayo de 1965 la Unión de Jóvenes Comunistas Cubanos,
jw1to a la Unión de Estudiantes Secundarios Cubanos, tomó posición:
Estos elementos, contrarrevolucionarios y homosexuales, es necesario
expulsarlos de los planteles en el último año de su carrera en la enseñan-
za secundaria superior, para impedir su ingreso en las universidades.
Para ellos solamente hay dos alternativas: o convertirse en elementos
deleznables, o pasar a formar parte de las filas del ejército del trabajo, y
educarse allí en una actitud distinta, más acorde con la forma de pensar
de nuestra juventud, para poder ganar en el futuro la oportunidad de
que las masas vuelvan a tenerles confianza.
El comunicado era parte de la estrategia que buscaba complicidad
y también que las responsabilidades se diluyeran. No era el Gobierno
el que reprimía, sino «la sociedad». Eso hacía más eficiente el control
sobre algunos sectores poco entusiastas con el Gobierno y, además,
trataba de confundir acerca de la naturaleza del poder.
Los jóvenes comunistas, según el comunicado, no se harían cargo de
«aplicar» las medidas de discriminación y represión: «Ustedes tienen la
palabra, a ustedes corresponde aplicar estas medidas, en su aplicación
nuestra función ha de ser de orientación, de organización de la activi-
dad, pero deben ser los estudiantes los que las apliquen».
y agregaban:
Ustedes saben quiénes son, los han tenido que combatir muchas veces
[ ... j. Apliquen la fuerza del poder obrero y campesino, la fuerza de las
masas, el derecho de las masas contra sus enemigos [... j. ¡Fuera los
homosexuales y los contrarrevolucionarios de nuestros planteles!
E15 de junio de 1965 Alma Mater, órgano oficial de la Federación de
Estudiantes Universitarios de Cuba, publicó:
Algunos pretenden, en su afán de frenar el proceso de Depuración por
lo que les toca de cerca, el dividirlo en dos procesos distintos: el de los
contrarrevolucionarios y el de los homosexuales. Nosotros decimos que
la Depuración es una sola, que tan nociva es la intluencia y la actividad
50 Carlos Liscano
4
El folclorista y literato Samuel Feijóo se destacó en la campaña contra
los intelectuales y los homosexuales. En 1964, después de estar cuatro
meses en la Unión Soviética, Feijóo constató que allí no había
homo sex uali smo, y si existía no se exhibía. Eso lo alegraba mucho.
CUb;l, de eso m ejor ni habli:lr 51
•
--~----~--
--
<; 7
Ca rlos Liscano
18 «Aplausos prolongados y exclamaciones de: "i Fidel , seguro, a los vagos dales duro! "»
(Castro, 1963).
• •
5
El 24 de enero de 1966 el periódico Juventud Rebelde daba su posición
acerca de los homosexuales: «Nosotros en la Juventud Comunista debe-
mos tener posiciones muy firmes al respecto [ ... ]. Es opinión nuestra
que la Universidad no debe graduar gentes que sean homosexuales».
Carlos Rafael Rodríguez en 1967 explicaba a los estudiantes de la
Escuela Nacional de Arte lo que sería luego publicado como Problemas
del arte en la Revolución: «El arte es una de las reservas [ ... ] de que
dispone el imperialismo para combatir a las fuerzas revolucionarias».
Para sostener su afirmación, decía que «muchas manifestaciones que
serían lícitas en nuestro país bajo otras circunstancias» se rechazaban
porque
han sido acaparadas por gente ilícita [ ... ]. En Cuba la sandalia y el homo-
sexualismo se asocian porque la mayoría de las sandalias están en los pies
de homosexuales que hacen ostentación de su homosexualismo, y es na-
tural que esas cosas provoquen en la población una actitud hostil [ ... ].
Muchos de aquellos bailarines son partidarios de la revolución [ ... ] por-
que también ciertos defectos no son incompatibles con una adhesión
revolucionaria, porque hay enfermedades que no impiden querer a la
revolución; lo que hay es que tratar de curarlas [... ], pero quiero decir que
en el futuro serán todos jóvenes revolucionarios, enérgicos, cortadores
de cai1a y bailarines.
Cubil, de eso m ejor ni hnb/¡¡ r 55
20 La C uba de Pide/o Li! mirada de un reportero estado unide/l se en /a isla. 1959 - 1969.
Mad ri d: Tasc hen, 2016.
Carlos Liscano
6
Cuenta Reinaldo Arenas que para soltarlo de la cárcel lo hicieron firmar
un documento donde reconocía que había sido rehabilitado y ya no era
m ás puto. Lo firmó sin dudar.
En Antes que anochezca describe el «trámite» al que fue sometido
en 1980 cuando consiguió salir de Cuba a través del Mariel:
Como había la orden de dejar marchar a todas las personas indeseables
y dentro de esa categoría entraban, en primer grado, los homosexuales,
una inmensa cantidad de homosexuales pudo abandonar la isla en 1980;
otros, que ni siquiera lo eran, se hicieron pasar también por locas para
abandonar el país por el puerto de Mariel.
La mejor manera de lograr la salida del país era demostrar con algún
documento que uno era homosexual. Yo no tenía nada que me sirviera
para demostrar aquello, pero tenía mi carné de identidad donde consta-
ba que había estado preso por un escándalo público; ya eso era una bue-
na prueba y me dirigí a la policía.
Al llegar me preguntaron si yo era homosexual y les dije que sí; m e
•
preguntaron entonces si era activo o pasivo, y tuve la precaución de de-
cir que era pasivo. A un amigo mío que dijo ser activo le negaron la
salida; él no dijo más que la verdad, pero el Gobierno cubano no consi-
deraba que los homosexuales activos fueran, en realidad, homosexuales.
A mí me hicieron caminar delante de ellos para comprobar si era loca o
no; había allí unas mujeres que eran psicólogas. Yo pasé la prueba y el
teniente le gritó a otro militar: «A este me lo mandas directo». Aquello
quería decir que no tenía que pasar por ningún otro tipo de investiga-
ción política.
Mario Benedetti, testigo privilegiado del proceso cubano como nin-
gún otro uruguayo, y probablemente como muy pocos latinoamerica-
nos, en su tercer viaje a la isla se quedó dieciséis meses, desde noviembre
del 67 a marzo del 69. En ese tiempo escribió lo que luego publicaría en
Cuaderno cubano:
Hasta hace muy poco se llevó a cabo una campaña contra los hom o-
sexu ales, que sin duda dio lugar a abusos y discriminacio nes que no le
hi cieron bien a la revolu ción, particularmente en el exterior, do nde el
hecho, como es notori o, tuvo abundante y tendenciosa p ublicidad [. .. l.
En febrero de es te año [ .. . l varios esc ritores latinoam ericanos (e ntre
los qu e se hall aban Mari o Vargas Llosa, Roberto Fern ández Retam ar,
Roqu e Dalton, Ángel Rama, Edmund o Desnoes, Emmanuel Carb allo,
David Vií1as y algunos más) tuvimos co n Hdel Castro una co nversación
qu e empezó a las once de la noche y terminó a las siete de la mañana
Ca rlos Liscan o
[...J. Fide l reco noc ió los errores com e tidos en la abusiva campañ a con -
tra los hom osexuales (s u inter ven ció n p erson al tuvo importancia deci-
siva en la solu ció n d e es te pro blem a) .22
Al comien zo d e su libro, R a mone t agra d ece a dieciséis personas que
le su g ir ie ro n qué preguntarle al comanda nte. Si entre los diecis éis hu-
b iera in cluido a Pablo Milanés s e habría enterado de qué eran las UMAP
por b oca d e quien las padeció. Milanés dice, con humor, en el docu-
m e ntal Pa blo Milan és, del realizador Juan Pin Vilar (2017) :23 «Aunque
n o h aya comparación, t e puedo decir que estuve en Auschwitz y las ins-
talacio n es e ran mejores que las de la UMAP».
En entrevista concedida a Mauricio Vicent y publicada por El País
d e M adrid el 14 de febrero de 2015, Milanés habló de los años que pasó
en las UMAP:
Periodista: En recientes entrevistas se ha referido a su paso por los «cam-
pos estalinistas» de la UMAP y a cómo este hecho interrumpió su carrera.
Hasta ahora nunca ha ahondado en lo que pasó.
P. Milanés: Nunca me han preguntado tan directamente sobre las UMAP
[ ... j. La prensa cubana no se atreve y la extranj era desconoce la nefasta
trascendencia que tuvo aquella medida represora de corte puramente
estalinista. Allí estuvimos, entre 1965 y finales de 1967, más de 40.000
personas en campos de concentración aislados en la provincia de Cama-
güey, con trabajos forzados desde las cinco de la madrugada hasta el
anochecer sin ninguna justificación ni explicaciones, y mucho menos el
p erdón que estoy esperando que pida el Gobierno cubano. Yo tenía 23
años, me fugué de mi campamento -me siguieron 280 compañeros pre-
sos m ás de mi territorio- y fui a La Habana a denunciar la injusticia que
estaban cometiendo. El resultado fue que me enviaron preso durante
dos m eses a la fortaleza de La Cabaña, y luego estuve en un campamento
de castigo peor que las UMAP, donde permanecí hasta que se disolvieron
por lo escanda loso que resultó ante la opinión internacional [... ]. Las
UM¡\P no fue un hecho aislado. Antes de 1966, Cuba se alineó definitiva-
mente a la política sov iética, incluyendo procedimientos estalinistas que
perjudicaron a intelectual es, artistas, músicos. Según la historia, en 1970
comenzó lo que se llamó el quinquenio gris, y yo digo que realmente
comen zó en 1965 y fueron varios quinquenios.
Abel Sierra Madero entrevistó a Pablo Milanés, quien recordó las
cercas de las UMAP, compuestas por catorce hilos de alambre colocados
de modo que se elevaban a unos seis metros de altura. A esa alambrada
y al encierro le dedicó una breve canción titulada «Catorce pelos y un
día»: «Catorce pelos y un día me separan de mi amada, / catorce pelos y
un día me separan de mi madre, / y ahora sé a quién voy a querer /
cuando los pelos y el día / los logre dejar».
7
Otro a quien Ramonet pudo haber consultado (leído) es a Graham Greene.
En los escritos que publicó en la prensa inglesa sobre sus viajes a Cuba,
Greene no olvidó mostrar su admiración por Fidel Castro. Durante la
dictadura de Batista el inglés estuvo tres veces en la isla para documen-
tarse y escribir Nuestro hombre en La Habana. Para la filmación de la
película basada en la novela volvió a la isla en 1959, ya durante el perío-
do revolucionario.
Estuvo otra vez en Cuba en el 63 Y en el 66, cuando en «Luces y
sombras en Cuba» escribió:
existe una oscura sombra que resulta mucho peor que el bloqueo, el ra-
cionamiento o las incursiones aéreas: las UMAP, una palabra que parece
extraída de la ciencia ficción (como si la humanidad de algún modo
estuviera enterrada en ella). [... ] Las siglas significan Unidad Militar de
Apoyo a la Producción, pero representan los campos de trabajos forzo-
sos que controla el Ejército [... ]. En teoría, no pasa nada erróneo en ellos:
un hombre que no es capaz de prestar servicio militar pasa tres años
trabajando la tierra, pero la práctica difiere de la teoría, ya que no exis-
ten los permisos ni las visitas de la familia. (Incluso el contrarrevolucio-
nario recluido en la sombría prisión de Isla de Pinos, construida por
Batista, tiene derecho a una visita mensual).
Poco después de ser inauguradas, en noviembre de 1965, se produje-
ron los primeros suicidios en las UMAP. A los que intentaban escapar se
los fusilaba.
•
60 Carlos LiscalJO
24 Véase Gerardo González Fe. «El libro prohibido de Cardenal». Letras libres, 1.0 de
abril de 2020.
• -- •
unas canteras de mármol. «Será bueno que usted los anime, que les diga
que stén alegres. No quiero que tengan complejo de mártires».
La visita a los seminaristas nunca será autorizada. Tampoco denegada.
~i:\rdenal se encuentra con Mario Benedetti, que le elogia la desapa-
rición de los anuncios comerciales en La Habana; la escritora neoyor-
quina Margaret Randallle afirma que la tarjeta de racionamiento es la
misma para un ministro que para un campesino «del último rincón de
Cuba ».
En 2003 el poeta justificó la aplicación de la pena de muerte para tres
cubanos que habían secuestrado una embarcación para huir a Estados
Unidos. Estaba de acuerdo con Castro: «Pienso lo mismo que Fidel, que
no está a favor de la pena de muerte, pero en algunos casos se tiene que
aplican>.
Ese mismo año el Consejo de Estado de la República de Cuba le otorgó
a Ernesto Cardenal la Orden José Martí, «condecoración cubana, la más
alta del país» que «se otorga a ciudadanos cubanos o extranjeros por sus
servicios a la causa de la paz o logros sobresalientes en la educación, la
cultura, las ciencias, los deportes o el trabajo creativo». Además de
Cardenal la recibieron Saddam Husein, Nicolás Ceaucescu, Vladimir
•
•
Ca rlos Lisca no
_..
,
63
1
Diciembre de 2021. Ahora me doy cuenta de que esto es como un diario
con recuerdos de asuntos vividos hace décadas. No sé por qué lo escri-
bo. Tal vez me lo debía, tal vez necesito una explicación de por qué creí-
mos todo lo que creímos y por qué actué como actué.
¿Cuándo empecé a dudar de las historias en las que tanto tiempo
creí? Me parece que el asunto del heroísmo fue definitivo. Detesto la
propaganda que propone a los jóvenes el heroísmo como forma de vida
y el martirologio como meta. En Cuba todo es una cosa o muerte: patria
o muerte, socialismo o muerte, independencia o muerte. Y todo son
batallas, luchas. La batalla de los diez millones, la batalla del café, la
batalla de las ideas, la batalla de Etiopía, del Yemen, de Angola. De ahí
viene el culto al heroísmo. Héroe del trabajo, héroe del deporte, héroe
,
del espionaje. A los cubanos los han convencido de que todo es una
batalla. Yo admiro al que cumple con lo que le corresponde social y
familiarmente. No al que solo cumple con lo excepcional, el que en cada
momento piensa que da la vida por la causa, por el comandante en jefe,
por la patria. En 1968 el gran líder dijo que al pueblo «le falta todavía
cierto tesón, cierta constancia en el heroÍsmo».25 Para ser héroe había
que ser tesonero, constante, a toda hora, como los dirigentes del Partido
Comunista. Daría para hablar un rato sobre este as unto. Para un escri-
tor, o por lo menos para este escritor, es fascinante pensar en escribir un
texto que se llame El h éroe constante. ¿Quién sería eso, cómo sería?
64 Carlos Liscano
2
Enero de 2021. Tengo la cabeza dedicada todo el día a este trabajo. No
sé si conseguiré terminarlo, pero le dedico mucho tiempo. Leo y pienso
en el asunto desde que me levanto. .
Una pregunta que se me formula sola y a la que trato de responder
mentalmente: ¿qué dejó Fidel Castro? En la lucha por no caer bajo la
influencia de EE. uu. transformó a Cuba en una provincia de la URSS y a
los cubanos en absolutamente dependientes de los soviéticos. Se habi-
tuaron a no producir nada, ni los alimentos básicos. Todo les llegaba de
la URSS. Lo reconoció Fidel Castro hablando con Ignacio Ramonet:
El p aís sufrió un golpe anonadante cuando, de un día para o tro, se
derrum bó la gran potencia y nos dejó solos, solitos, y perdimos todos
los m ercados para el azúcar y dejamos de recibir víveres, combustible,
h asta la madera con que darl es cristiana sepultura a nuestros m uer tos.
Nos quedam os sin combustible de un dí a para otro, sin materias primas,
sin alim entos, sin aseo, sin nada.
Mientras todo llegaba de la URSS, en el culmen de la dependencia, el
máximo líder m andó a los cubanos a morir en África para cumplir co n
los obj etivos geopolíticos de los jefes del Kremlin.
-
66 Ca rlos Liscano
(i R Ca rlos Liscano
conflictos, se pervier ta y per vierta a las nuevas [...]. Ya vendrán los revo-
lu cionari os que entonen el canto del hombre nuevo con la auténtica voz
del pueblo. 29
La imagen religiosa es elocuente. Guevara era, como Jesús, nacido de
m adre virgen, no tenía pecado que redimir. A los hijos de burgueses, en
cambio, no les alcanzaría la vida para limpiar el pecado de haber nacido.
Por eso había que evitar, Guevara no dice cómo, que «perviertan» a las
•
nuevas generaclOnes.
Todos eran culpables, y pasibles pervertidores. Culpables por no vi-
vir en su propio país, por pertenecer a la clase media que leía en medio
de millones de analfabetos, por pretender escribir para el arte y no al
servicio de la acuciante realidad que era definida por el líder guerrillero,
por escribir difícil y no para todo el mundo, porque la literatura no se
sabe para qué sirve. Y, la mayor de todas la culpas, por no ser hombres de
acción sino meros intelectuales, personas que creen que para cambiar el
mundo no solo hay que hacer sino que también hay que pensar.
Para que no quedaran dudas de quién era quién, y dónde radicaba la
obligación de pensar, las conclusiones del Congreso Cultural de La Ha-
bana remachaban el clavo: «La revolución acosa más severamente que
en ninguna parte al intelectual, por la simple presencia y contigüidad
del ejemplo guerrillero».
Puestos uno alIado del otro, el intelectual se desdibujaba hasta des-
aparecer. Mientras que el guerrillero, probablemente de barba, un poco
sucio y maloliente, con la pistola al cinto y una metralleta colgando del
hombro, era la imagen de lo más elaborado del pensamiento latinoame-
ricano. En la comparación, al intelectual le tocaba el lugar de individuo
tutelado. Los intelectuales se ponían de acuerdo: entre el pensamiento y
las armas no se podía dudar qué era más importante. Se suponía que
quien portaba las armas, un hombre nuevo ya consumado o en ciernes,
ten ía las herramientas mentales que le permitían fijar los objetivos, la
estrategia y la táctica para alcanzarlos. El guerrillero portaba los valores
que presidirían la nueva sociedad: el bien, el mal, la m oral, las normas
jurídicas, los patrones estéticos. Al intelectual le restaba aprobar lo que
el hombre nuevo guerrillero decidía y hacía.
La rev ista cubana Pensamiento crítico, luego clausurada y sus inte-
grantes silenciados durante años, decía en su número uno:
29 "El sociali sm o y el hombre en Cuba", texto dirigido a Carlos Q uijan o, directo r de
March a, en marzo de 1965.
= -- •
3
«El deber de todo revolucionario es hacer la revolución», decía la II
•
Declaración de La Habana .
Así fue que el dirigente político y el guerrillero, armas en mano, se
transformaron en intelectuales y monopolizaron la actividad de pensar.
El resto, el mero estudioso, el investigador, el escritor se volvieron in-
grávidos social y políticamente. Y también un poco sospechosos hasta
que no demostraran ¿qué? Que estaban de acuerdo en que en las armas
radicaba el único camino, la más alta cota de pensamiento, la única for-
ma de lucha que conduciría a la toma del poder y la construcción del
socialismo. En síntesis: que con los fierros se llegaba a cualquier parte y
hasta el conocimiento surgía de ellos.
En la Conferencia Tricontinental de 1966 los intelectuales declaraban:
El Congreso ha puesto de relieve que en las actuales condiciones de Asia,
África y América Latina, hay que quebrar las dependencias de carácter
colonial y neo colonial. Y este cambio revolucionario que expulse a los
dominadores y a sus cómplices, solo puede llevarse adelante mediante la
lucha armada [ ... j. En la lucha por la liberación y su desarrollo se afian-
zan y crecen los elementos de una auténtica cultura nacional.
En la reunión de la Organización Latinoamericana de Solidaridad
de 1967 se concluyó que:
Los intelec tu ales de los países del Tercer Mundo tienen insoslayables
deberes de lucha que comienza n co n la inco rp oración al combate por la
independencia nacional y se hacen más profundos en la medida en que,
lograda esta, los pueblos se encaminan a la realización de más altos ob-
jetivos de la em ancipació n social. Si la derrota del imperialismo es el
prerrequisito inevitable para cllogro de un a auténtica cultura, el hecho
cultural por excelencia para un país subd esarrollado es la revoluci ón.
,
70 Ca rlos Liscano ,
Solo med iante esta puede concebirse una cultura verdaderamente na-
cional y es dabl e realiza r una política cultural que devuelva al pueblo su
ser auténtico y haga posible el acceso a los adelantos de la ciencia y el
disfrute del arte; no hay para el intelectual que de veras quiere merecer
ese nombre otra alternativa que incorporarse a la lucha contra el impe-
rialismo y contribuir a la liberación nacional de su pueblo mientras pa-
dezca todavía la explotación colonial.
En este tipo de caracterizaciones, que en pocos años fueron cientos
o miles, radica la tesis defendida por Gilman acerca del «antiintelectua-
lismo cubano». Ese proceso comenzó en 1968, aunque ya se había ma-
nifestado antes en los discursos de los dirigentes y en las posiciones de
algunos de los mejores defensores de la revolución.
La labor intelectual solo tenía valor en función de la toma de posi-
ción política que el individuo sustentaba. No había «verdades» al mar-
gen de la ideología, ni siquiera en matemáticas. La creación artística y el
conocimiento, en particular en las ciencias sociales, pasaron a estar en
función de la política. Entre un comandante y un científico ya se sabía
quién iba a tener la última palabra, aunque el comandante no supiera
nada de historia, de economía, de arte, de literatura.
Para Gilman:
La relación de los intelectuales cubanos en particular, y latinoamerica-
nos en general, con el estado cubano definió cambios importantes en las
colocaciones respecto de las cuestiones centrales que se discutieron en el
período, como por ejemplo la función de la literatura y de la experimen-
tación artística, el papel del escritor frente a la sociedad, los criterios
normativos del arte y la relación entre los intelectuales y el poder. Aun
cuando muchas de estas cuestiones se originaron como respuesta a la
coyuntura específica y en el marco puntual de la política cubana, su par-
ticularidad fue que se extendieron hasta tornarse una problemática ge-
neral para los intelectuales latinoamericanos, generando recortes}' soli-
30
daridades específicos.
La «libertad de creación» era una demanda burguesa que se contra-
ponía a la libertad colectiva, ante la que el artista debía depone r su auto-
nomía. Reclamar libertad individual era un pretexto de los escritores
«b urgueses», que pensaban más en el dinero que en la creación. Bene-
detti, qu e participaba de esas d efiniciones, reconocía a los con sagrados
por el boom el talento requerido para haberlo logrado, pero les recrimi-
naba qu e vivieran en Europa, qu e era la plataforma para acceder al gran
m ercado de las ediciones. Fernández Retamar, quien desde Casa de las
Am éricas elaboraba las verdades a seguir, intentaba superar contradic-
ciones con un juego ingenioso. Decía que le interesaba decir cosas, no
palabras. De ese modo un tanto pueril quería que su discurso fuera «otro»,
que se transformaba en acción. O se transformaba en algo parecido a
lo que hacían los guerrilleros. Es decir, eso no lo convertiría nunca en
guerrillero, pero él se conformaba con ser intelectual y revolucionario
frente a todos los pequeñoburgueses que solo se «comprometían».
Lo que empezó siendo válido en Cuba acabó aplicándose a todos los
intelectuales latinoamericanos. La verdad pasó a residir en La Habana.
Para los escritores esa residencia era todavía más precisa: estaba en Casa
de las Américas. El escritor era valorado en la medida que era «escritor
revolucionario», oficio que nadie sabía en qué consistía. Pero, tomando
en cuenta la importancia «intelectual» del guerrillero, se podía arribar a
la conclusión definitiva: había que dejar la máquina de escribir y agarrar
el fusil. En cualquier caso, Casa de las Américas podía distinguir a los
escritores revolucionarios de los otros. Allí radicaba el metro universal.
Lo anterior no eran sugerencias ni debates abstractos. La hostilidad
hacia quienes no daban prioridad a lo social por sobre su tarea específi-
ca como intelectuales fue creciendo en agresividad. Algunos pasaron de
ser compañeros de ruta a tibios sin compromiso. Y otros directamente
se convirtieron en enemigos. El compromiso dejó de tener validez. O se
estaba con el fusil o se estaba del otro lado.
Los intelectuales, para ser revolucionarios, debían ser valientes, viri-
les y heterosexuales. Y la «máxima autoridad en política cultural revo-
lucionaria de nuestra América» era Fidel Castro. Nadie tenía su es tatura
intelectual y moral. ¿Y quién le había dado ese título? Muchos inte-
lectuales: Jean Paul Sartre, Alejo Carpentier, García Márquez, Roberto
Fernández Retamar, Julio Cortázar. Siendo así, ¿quién iba a poner en
dud a lo qu e el jefe m áximo decía?
Antes al intelec tual le bastaba co n estar «comprometido». Eso lo pro-
tegía. La defini ción era un poco vaga, pero se entend ía que era alguien
que defendía y apoyaba las ca usas democrúticas y de la libertad en todo
el mundo. Pero con la Revolu ción cubana la noció n de co mpromiso
cayó en desg racia. Llega ron los verd aderos revolucionarios de barb a, y
-----
72 Carlos Liscano
4
Lisandro Otero, que ocupó el cargo de viceministro de Cultura, fue
también uno de los escritores cubanos que más defendieron la función
del comisario político por sobre el intelectual. Decía Otero en la encuesta
que en ocasión de la Conferencia Tricontinental (1966) realizara Carlos
Núñez sobre «El papel de los intelectuales en la liberación nacional»:
«La primera etapa del intelectual que se asimila a las luchas de liberación
es la dejación del examen crítico excesivo. Todo es quehacer: desde
redactar panfletos hasta empuñar un arma. Ser uno más, ser como todos».
32 And rei Zhd anov (Ma riúp ol, Uc rani a, 1896 - Mosc ú, 1948) . Po lítico sovié ti co.
~o n s id e ra d o uno de .Ios políti c?s m ás re l~ v a ntes d el. es talini sm o, ideólogo de la
lI teratura como trabajo al servIcIo del Partido COl11uI1lsta.
-
I
•
•
78 Carlos Liscano
5
«El deber de todo revolucionario es hacer la revolución». Eso se dijo
y pasó a ser una verdad y había que poner la vida a su servicio.
Ahora bien, nadie se preguntó: la revolución, ¿qué es, cuándo em-
pieza? ¿Cuándo termina? ¿Termina algún día o es eterna, como preten-
den algunos regímenes? ¿Qué es ser revolucionario? ¿Qué es un intelec-
tual revolucionario? ¿Existe el escritor revolucionario?
Todos los cuadros del Partido Comunista son, por definición, revo-
lucionarios. También los jefes militares. ¿Y quién más? La policía cuba-
na se llama Policía Nacional Revolucionaria, que es un oxímoron. Por-
que si hay algo que la policía no es, en ningún país, es revolucionaria. Su
misión no es cambiar el orden establecido, sino mantenerlo.
El régimen de Castro siempre ha contado con defensores y propa-
gandistas, dentro y fuera de fronteras. Los más útiles han sido los ex-
tranjeros que difundían las maravillas de la revolución fuera de Cuba.
Las barbas y los uniformes fascinaban al progresismo de Europa y Esta-
dos Unidos. La propaganda revolucionaria, sumada a los testimonios
de los turistas ideológicos de tres semanas que visitaban la isla, silencia-
ban toda crítica al régimen hecha por los exiliados, que siempre eran
«gusanos» .
En el libro Cuaderno cubano aparece una entrevista de Jorge Onetti
a Mario Benedetti publicada en Marcha el 23 de mayo de 1969:
- ¿Qué te parece si comenzamos por la meta de los diez millones de to-
neladas de azúcar que se ha impuesto Cuba?
-Sí, para 1970. Todo parece indicar que se va a cumplir [ ... ], significará
para Cuba una recuperación económica que la colocará en la antesala
del desarrollo.
La respuesta de Benedetti era un deseo, respetable como todo buen
deseo. Pero estuvo lejos de cumplirse. La zafra de los diez millones fue
un inmenso fracaso de toda la sociedad y en particular del ideólogo y
guía del proyecto: Fidel Castro. De todos modos, la fe de los creyentes en
la economía socialista cubana quedó incólume y el prestigio del máximo
líder siguió intocado.
Gabriel García Márquez, en «Cuba de cabo a rabo»,33 que según él
escribió recorriendo la isla acompañado por su hijo Rodrigo, de dieci-
séis años, quien le hacía de fotógrafo, descubrió que:
33 «Cuba de cabo a rabo » se publicó originalmen te en tres partes en la revista
colombiana Alternativa: «La mala noche del bloqueo» en el número 51 de esa revista,
_ . -
Cada cuba no pa rece pen sa r que si un día no quedara nadie más en Cuba,
él solo, bajo la d irecció n de Fidel Cas tro, podría seguir adelante co n la
revo lu ció n h as ta lleva rl a a su términ o feliz [... J. No hay prostitución,3-' ni
vaga ncia, ni raterismo, ni privilegios individuales, ni represión policial,
ni discrimin ació n de nin guna índole por ningún motivo, ni hay nadie
q ue n o ten ga la posibilidad de entrar donde entran todos [...], ni hay na-
die q ue no tenga la posibilidad inmediata de hacer valer estos derechos
mediante m ecanism os de protesta y reclamo que llegan sin tropiezo hasta
donde tien en que llegar, inclusive a los niveles más altos de la dirección
del Estado. [ ... ] Lo que pasaba [... ] es que antes de la revolución no comía
carn e m ás de un millón de personas, y en la actualidad la comen ocho
millo n es dos veces por semana [... ]. Los niños de ciudad, que antes se
preguntaban cómo nacen los pollos, salen a trabajar al campo cuarenta y
cinco días al año. Este sistema ha alcanzado tales niveles de productivi-
dad que compensa en gran parte los enormes gastos de la educación. Sin
embargo, los cubanos insisten en que la intención no es económica sino
ideológica.
Ni es necesario decir que lo anterior es una mentira de tamaño oceá-
nico_ Porque ¿cómo hizo el colombiano para ver que los cubanos tenían
acceso a todo tipo de bienes, todos estaban bien integrados, contentos
con un sistema económico y político que no eligieron ni votaron y
disfrutaban de amplísimas libertades para moverse, para expresarse?
Eso no había ocurrido nunca en la historia de la humanidad hasta que
Garda Márquez lo descubrió_ El paraíso estaba en Cuba y lo regentaba
•
un amigo suyo_
I Dos hipótesis_ O tres_ Garda Márquez era un ingenuo o era un men-
I tiraso o era un agente cubano. Si lo primero, parece demasiado ingenuo
I para un periodista de su experiencia. Si se trata de un mentiroso, es un
!I
poco burdo_ Hasta un niño podría corregirlo. Como «Cuba de cabo a
I,
I
rabo» fue escrito en 1975, cuando el autor todavía no era amigo del
líder ni tenía casa en Siboney ni le habían regalado el Mercedes Ben z
blanco, n o podía ser agente. ¿Entonces? Todo hace suponer que estaba
haciendo m éritos. En ese caso solo los patrones cubanos podían juzgar
la calidad de su «contribución».
Habría que haberle preguntado a García Márquez si es taba dispuesto
a que su hij o fuera a trabajar al campo cuarenta y cinco días a aprender
«cómo nacen los pollos».
de agosto de 1975; «La necesid ad hace parir gemelos» en el número 52, ta m bién de
agosto; y «Si n o me creen , vaya n a ve rlo » en el nú me ro 53, de sep ti em bre de 1975.
34 Ai'tos desp ués, en agosto de 1985, Fidel Cas tro lo corregiría: «E n todo caso, nuestras
prostitu tas son las más c ultas y las más sa nas c1el m undo».
-
80 Carlos Liscano
¿Eso quería decir que con el socialismo, una vez quemadas «las na-
ws >, desparecerían París y el whisky? ¿Ya no habría mujeres hermosas
com o Claudia Card inale?
Benedetti decreta, como el Gobierno cubano sobre los balseros que
se van a Miami, que nadie podrá remar hacia atrás ni para ir hacia ade-
lante. Es curioso que las referencias del poema sean europeas y no haya
ninguna uruguaya. Una de dos: o en Uruguay no habría revolución o no
había nada digno de exhibir en el «museo de las nostalgias», ni siquiera
las glorias del fútbol.
Benedetti dice en Crítica cómplice:
El hecho de que en Cuba se haya comprendido (mucho antes que en la
mayor parte de los países socialistas europeos) que las dos vanguardias,
la política y la estética, no solo pueden sino que deben «fertilizarse mu-
tuamente», ha contribuido sin duda a ennoblecer la coyuntura artística
en ese ámbito revolucionario.
Este tipo de afirmaciones (<<los países socialistas europeos», «las dos
vanguardias») da tanta pena que nosotros, los jóvenes de entonces, que
somos los viejos de ahora, deberíamos pasarlas por alto u olvidarlas.
Pero entonces no seguiríamos el ejemplo que nos dieron ellos, nuestros
mayores, que en su momento criticaron todo lo que se les puso delante.
¿Cuándo las vanguardias estética y política empezaron a «fertilizarse
mutuamente»? ¿Cómo y de qué modo se empezó a «ennoblecer la co-
yuntura artística en ese ámbito revolucionario»?
Diego Maradona, uno de los «ideólogos» del populismo argentino
del siglo XXI, afirmó: «No soy comunista, pero soy fidelista hasta la
muerte».
Es necesario recordar que Fidel Castro protegió a Maradona en Cuba,
a donde fue a curarse de su adicción a las drogas. Como protegido del
comandante en jefe, el argentino tuvo acceso a todas las drogas que qui-
so. También se le permitió abusar sexualmente de mujeres menores de
edad. Incluso llevó a una de ellas a Buenos Aires sin autorización de los
padres. Tenía el visto bueno de Castro yeso era suficiente.
En 1995, en Perplejidades de fin de siglo, con más y mejores palabras
que el Diez, aunque con el mismo espíritu, Benedetti escribió:
¿Que Fidel ha cometido errores? Por supues to que sí. En lo económico,
en lo político. No en lo social. No en la defensa y garantía de la salud y la
educación [... ] Fidel Castro es hoy por hoy la más importante figura po-
lítica del continente americano. Tal vez no sea «democrático» de acuerdo
82 Carlos Liscano
a los cánones de la hipocresía finisecular, pero [... ] pese a sus errores [... ]
no encuentro, en este siglo y en toda la extensión de nuestra América,
una figura política que, como él, haya puesto su conocimiento, su expe-
riencia, su vitalidad, su resistencia y su propia vida, al servicio de <<los de
abajo» [... ]. No descarto que algún día los latinoamericanos del montón
[... ]le nombremos de una vez por todas nuestro Prójimo número uno.
Lo que hacía el régimen cubano con la creación artística y la prensa
no era nuevo en la ideología comunista. Ya decía Lenin en La organiza-
ción del partido y la literatura del partido:
La literatura debe convertirse en una literatura de partido. En oposición
a las costumbres burguesas [... ], en oposición al arribismo literario y al
individualismo burgués, en oposición al «anarquismo aristocrático» [... ],
el proletariado socialista debe preconizar el principio de una literatura
del Partido, [... ] y aplicarlo bajo una forma tan [... ] completa como sea
posible. iAbajo los literatos apolíticos! iAbajo los superhombres de la
literatura! La literatura debe [... ] ser «ruedecita y tornillo» del gran
mecanismo socialdemócrata [... ]. La literatura debe llegar a ser una parte
integrante del trabajo organizado, metódico y unificado del Partido [... ].
Los periódicos tienen necesariamente que estar dentro de las organiza-
ciones del Partido. Las casas editoriales, los almacenes, las librerías y las
salas de lectura, las bibliotecas [... ] han de ser empresas del Partido,
sometidas a su control. El proletariado socialista organizado ha de vigi-
lar esa actividad, controlarla a fondo, e introducir en ella, a todos los
niveles sin excepción, el espíritu vivo de la causa viva del proletariado.
Releyendo o leyendo por primera vez trabajos periodísticos de Be-
nedetti asombra constatar que un hombre con tan poca experiencia
política se atreviera a opinar sobre casi cualquier cosa. Asombra más
que pocos años antes Benedetti no solo descreía de la política, sino que
desconfiaba del escritor comprometido. Para Benedetti eso del com-
promiso era algo para los europeos. En 1949 escribió, dirigiéndose a los
escritores hispanoamericanos:
la actividad literaria de un escritor, dentro de un ruedo político cual-
quiera, no favorece su arte. No se me oculta que expresar esto en días
como los nuestros, de tan entusiasta adhesión a la littérature engagée,
puede aparecer como blasfemia. Quede la literatura comp rometida para
otro tiempo y otras tierras. 35
35 Citad o por Claudia Gilman . «Política y crítica literaria: Marcha en los años de la
revolución mundial». En Río de /;1 Plat,l, n. O 17- 18, Actas del Q uinto Co ngreso
Int erna cio nal del Celc irp, julio 1996.
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( ' /1/1 ;1. ,le eso ¡¡¡c¡or
•
ni havlar 83
_.
--- -
ss
Ni guerrilleros ni intelectuales
1
Dos escritores que siempre apoyaron la Revolución cubana, aun en
los momentos más críticos, fueron Julio Cortázar y Gabriel García
Márquez_Sin embargo, la relación de ambos con el Gobierno de la isla,
pese a que apoyaron por igual y sin dudar hasta las medidas más crueles
e irracionales que tomó Fidel Castro, fue diferente.
La relación de Cortázar con la revolución fue difícil. Su declarado
amor al proceso revolucionario nunca fue correspondido. Por el contra-
rio' lo chantaj earon muchas veces, lo obligaron a desdecirse, a afirmar lo
que no creía, a pelearse con los amigos. Cortázar nunca llegó a ser un
«intelectual revolucionario». El colombiano no fue ni intelectual ni re-
volucionario. No lo necesitó ni le interesaba. Le bastó con ser obsecuente
con el castrism o hasta la ignominia. Se declaraba amigo del m áximo
líder y con eso le bastaba para cohonestar cualquier canallada que se
cometiera en nombre de la revolución. Vivía en Cuba como lo haría un
jefe de Estado. Tenía casa propia, servicio doméstico, un auto que le
dio el líder (Mercedes Benz blanco, dicen los conocedores) . Nunca le
importó la persecución a los escritores, a los homosexuales, a los reli-
giosos. Le fascinaba to do lo vin culado al poder y le fascinaba estar
personalmente vinculado a los poderosos. Contaba con gusto que era
amigo de Fidel Castro, de Ornar Torrij os, de Bill Clinton, de Felipe
González, de Fran<;:ois Mitterrand.
Carlos Liscano
A l colo mbiano le gus taba es tar al lado del gran ganador caribeño,
lejos de los perdedo res que, se sabe, son la inmensa mayoría. «Su visión
de Amé ri ca Latina en el porvenir, es la misma de Bolívar y Martí, una
comu nidad integral y autónoma, capaz de mover el destino del mundo ».
Co rtázar nunca llegó a ser un «intelectual revolucionario ». García
Márquez tampoco. Pero el colombiano fue mandadero, informante, agente,
encubridor, zalamero del jefe. Con eso le bastaba para tener casa propia
en La Habana.
Cortázar no solo no fue amigo de Castro. Ni siquiera llegó a alternar
con él. Igual se las arregló para ganarse el desprecio del comandante en
jefe y de toda la burocracia militar cubana.
La burocracia cubana respetaba a García Márquez, que no era mar-
xista, ni era socialista, pero era amigo de Castro. Con eso alcanzaba y
sobraba para vivir como jefe de Estado en Cuba. En cambio, a Cortázar
la burocracia lo despreciaba. Los motivos eran múltiples. Para empezar,
era argentino y vivía en París donde, era de suponer, frecuentaba «los
salones» que Castro detestaba. Después, escribía cuentos fantásticos y
no textos «revolucionarios». EllO de mayo de 1967 le escribió una carta
de veintiséis mil caracteres a Roberto Fernández Retamar para explicar-
le por qué vivía en París y no en Argentina:
El que mis libros estén presentes desde hace años en Latinoamérica no
invalida el hecho deliberado e irreversible de que me marché de la
Argentina en 1951 y que sigo residiendo en un país europeo que elegí
sin otro motivo que mi soberana voluntad de vivir y escribir en la forma
que me parecía más plena y satisfactoria. Hechos concretos me han
movido en los últimos cinco años a reanudar un contacto personal con
Latinoamérica, y ese contacto se ha hecho por Cuba y desde Cuba [... ],
ese contacto no se deriva de mi condición de intelectual latinoamericano;
al contrario, me apresuro a decirte que nace de una perspec tiva mucho
más europea que latinoamericana, y más ética que intelec tual.
Y, ya entrando en lo que justificaría su residencia parisina, para co-
nocer América Latina lo mejor era vivir en Europa:
¿No te parece en verdad paradójico que un argentino casi enteramente
volcado hacia Europa en su juventud, al punto de quemar las naves y
venirse a Francia, sin una idea precisa de su des tino, haya desc ubierto
aquí, después de una década, su verdadera condición de latinoamerica-
no? Pero esta paradoja abre una cuestión más honda: la de si no era
necesario situarse en la perspectiva más uni versa l del viejo mundo, des-
de donde todo parece poder aba rcarse con una especie de ubicuidad
-
88 Ca rlos Liscano
todopod e rosa jefa de la Casa de las Américas; viajaba a Cuba para dar fe
dc su militancia revolucionaria. Ni así.
Sin prepa ración en teoría política, sin experiencia de militante, el
apoyo de Cortázar a la Revolución cubana fue sentimental. Presionado
por los cubanos, se negó a firmar una segunda carta sobre el caso Padilla
aduciendo que en la primera solo había pedido información y que la
segunda incluía críticas a la revolución ya Castro. Pero el daño estaba
hecho. Desde 1968, el castrismo le perdió la confianza. Igual, siguieron
manipulando sus sentimientos. Nunca dejó de tener fe en el reencauza-
miento de la revolución. Nunca los cubanos lo aceptaron como uno de
su bando.
En 1971 Castro metió preso a Padilla. Cortázar rompió su amistad
con Vargas Llosa por sus críticas a Castro y a la Revolución cubana.
Bastaba alguna sugerencia castrista o alguna llamada o carta no contes-
tada por parte del jefe de la burocracia cubana, Fernández Retamar, para
que Cortázar hiciera lo imposible, hasta rogar, para conseguir algo de
.,
compaslOn.
El10 de abril de 1971 le envió una carta a Fernández Retamar en uno
de cuyos párrafos mostraba molestia por el arresto de Padilla, pero al
mismo tiempo justificaba los hechos:
no recibí respuesta al cable que te envié cuando llegaron las primeras
noticias del arresto de Padilla; supongo que no tenías ninguna informa-
ción que darme, como fue el caso de la embajada cubana. El hondo ma-
lestar que ese asunto ha provocado en Europa no se ha disipado, por
supuesto, pero es evidente que por razones superiores no se puede dar
información. Presumo que el mensaje que firmamos algunos pidiéndole
a Fidel que nos hiciera dar información -y expresándole la preocupa-
ción que sentíamos- será como siempre una fuente interminable de malos
entendidos. Alguna vez, mano a mano, te contaré los entretelones del
asunto; ahora no creo que tuviera demasiado sentido.
Cortázar le adelantaba una excusa al jefe de los burócratas cubanos:
habría si n duda «razones superiores» para no dar información. Lo mis-
mo hacían las dictaduras latinoamericanas de derecha. Tal vez las «ra-
zones sup eriores» fueran las mismas.
El 23 de mayo de 1971 Cortázar le envió una carta a Haydée Santa-
maría para ofrecer la más clara de sus definicion es: «en la med ida de lo
humano dispongo ahora de todos los elementos de juicio para hacerme
una idea precisa del episodio [... ] y sus repercusiones». Y agrega un texto
titulado «Policrítica a la hora de los chacales», apasionado, sentimental,
90 Carlos Liscano
2
A García Márquez le gustaba lucirse contando que había sacado a mu-
chos presos de las cárceles cubanas. Liberar presos era como una afición
menor en su vida. El caudillo los encarcelaba y él conseguía que los
soltara. En el «primer territorio libre de América» la libertad de los
presos no dependía de las instituciones judiciales sino de la buena vo-
lW1tad del comandante en jefe y de la muñeca de su amigo para conven-
cerlo de que convenía soltar a talo cuaL O de que soltarlo no implicaba
ningún peligro.
Como el gusto del nobel por sacar presos de las cárceles era conoci-
do, la hija de Tony de la Guardia recurrió a él para ver si podía conse-
guir que el jefe no hiciera fusilar su padre. No para que lo dejara libre,
sino para que no lo hiciera matar.
Así lo cuenta Jorge Masetti:
Esa misma noche, como último recurso, Ileana y yo fuimos a ver a Ga-
briel García Márquez, a la lujosa residencia de Siboney que Fidelle había
regalado, para pedirle que intentara una última intervención. Era quizá
la única persona susceptible de tener alguna influencia sobre Fidel, y
además conocía y estimaba a los condenados. En casa de Tony habíamos
encontrado su libro El general en su laberinto [oo.] con una dedicatoria
halagadora «A Tony, el que siembra el bien» [oo.]. Gabo nos hizo entrar y
nos ofreció café. Aún colgaba de la pared del salón el cuadro que Tony le
había regalado. [oo.] Le pedimos que hiciera algo. Solo nos respondió que
acababa de hablar largamente con Fidel, que ni los amigos ni los enemi-
gos deseaban esas ejecuciones y que teníamos que confiar en la eficlCia
de las gestiones directas.
Jorge M asetti es hijo de Ricardo Masetti, argentino, flU1dador de Prensa
Latina, amigo de Ernesto Guevara, desaparecido en un proyecto guerri-
llero en el norte argentino. Ileana, esposa de Jorge, es hija de Tony de h
Guardi a, a quien Fidel Castro hizo fusilar. Ga rcía Márquez era amigo de
-
92 Carlos Liscano
1,
I
Tony, se visitaban mutuamente. Jorge e Ileana pensaban que el nobel era ,I
I
el úni co que podía, si quería, influir sobre Castro para que no lo fusilaran.
La p areja M ase tti-De la Guardia se enteró después que lo de García
Márquez no solo habían sido «falsos consuelos» en aquella <<noche del
cinism o» . Al día siguiente el colombiano se fue a Francia a ejercer sus
funciones de «embajador oficioso». Su misión era explicar a Franyois
M itterrand los motivos de las ejecuciones. Se había tratado, según el
colombiano, de un problema entre militares y Fidel no había podido
actuar de otra manera.
Cuando lograron salir de Cuba y pasaron por México, Ileana y Jorge
llamaron a casa de García Márquez. La esposa les dijo que no estaba.
Cuando consiguieron que Mercedes, la esposa, los recibiera, «Nos hizo
un interrogatorio que nos pareció de la Seguridad del Estado».
Más adelante, en París, García Márquez les ofreció ayuda para con-
seguir la liberación de Patricio, el hermano de Tony, condenado a trein-
ta años de cárcel. La pareja se negó a hacer lo que les pedía. En palabras
de Jorge Masetti:
Gabo siempre se cubre para la historia [... ], para poder decir en el futuro:
«yo intervine [... ], yo he hecho salir a muchos presos políticos». Es cierto
que consigue ese tipo de favores, pero lo hace como si fueran mercancía.
No se trata de ayuda humanitaria. Él ayuda porque conviene al Gobierno
fidelista. Nunca ha mostrado ninguna sensibilidad en relación con la
libertad de los hombres y con los derechos humanos [.. .]. Liberando a
los del régimen cubano, logra obtener favores para su amigo Fidel.
Plinio Apuleyo Mendoza,36 gran amigo de García Márquez, dijo que
el nobel no era culpable ni víctima. No estaba comprometido con n ada
de lo malo que Mendoza veía en la Revolución cubana. Ni siquiera esta-
ba comprometido con algo de lo bueno que pudiera haber en esa so cie-
dad. Era, según Mendoza, un turista de la realidad, carente de princi-
pios políticos y sociales, y quizá también de moral. Gran p arte del tiem -
po de Garcí a Márqu ez se habría ido en solicitarle a Castro que soltara a
los presos políticos. Cas tro los encarcelaba, el n ob ellos liberaba. Su fi-
delidad hac ia Cas tro sería más que nada literaria. Para M endoza, su
ami go era com o un niñ o, nunca se enteró a qu é se d edicaba el gran
líder, su compañerito de juegos: «Obviamente las simpatías d e García
Márquez van ac tu almente hacia el caudillo y n o a la burocracia [.. .]. A
él, lo sé, la bu rocracia no le dice nada».
36 Aq uellos tiem pus CO /1 Ca bo. Hallil zgo d e un C arCÍa N[¡írq u ez descon ocido.
Barcelona: Plaza y Janés, 2000.
- ---
Carlos Liscano
•
CI/ba, de eso /J nyor /Ji hablar 97
más lejos. D udo qu e un esc ritor pueda hacerla llegar más allá de do nde
la llevó Ga rcía Márquez. Lo veremos enseguida.
En una entrevista con Juan Luis Cebrián, director de El País de Ma-
drid, e! colombiano no dejó dudas:
Ahora, en relación con Cuba, cuando el problema se plantea serio es
cuando empiezan a hablar de los desaparecidos, o sea, de los presos po-
líticos, de los torturados y tal [... ). Yo tengo razones para tener mej or
información sobre Cuba que muchísimos de los enemigos de la revolu-
ción. Si supiera que allí se tortura a una persona no solo no tendría esta
posición, sino que no m e asomaría por Cuba. En Cuba no hay torturas: l
3
La relación con «el inspector» de la sala de tortura, con ser lo que es,
pasa a ser una anécdota menor comparada con la canallada de García
Márquez a propósito de! niño Elián González. Pocas veces o nunca un
escritor puso su oficio de modo tan descarnado al servicio de un régi-
men criminal. No le importó degradar a personas muertas que nunca le
habían hecho ningún daño a él ni a la revolución. Gente humilde, de
pueblo, a quienes difamó para quedar bien con su amigo el dictador.
El 24 de noviembre de 1999 Elián fue sacado ilegalmente de Cuba
por su madre, Elizabeth Brotons, con e! propósito de emigrar a los Esta-
dos Unidos. Partieron en un pequeño bote de aluminio con motor. Jun-
to a Elián y su madre iban e! novio de la madre y otras doce personas. La
madre de Elián y otros diez murieron. El niño y tres m ás sobrevivieron.
Eli án fue rescatado por dos pescadores y entregado a las autoridades de
Estados Unidos.
El 18 de marzo del 2000, García Márquez publicó en El País de Ma-
drid una nota que tituló «Náufrago en tierra firm e» y dio su vers ión de
los hechos. Esa nota [-ue comentad a días después, también en El País,
por Manuel Moreno Fragin als, uno de los más importantes histo riado-
res cub anos, en un a column a titul ada «Naufragio de un nobel».
La versión de Ga rcía Má rquez es tan repugnante desde el punto de
vista de la solidaridad humana que cues ta co mentarl a. Sin duda para
escribirl a se sirvió de los in fo rmes que le hizo llega r la policía política
cub ana. Los detalles que inclu ye su artículo no pueden haber sido obte-
nidos de otros m edios de prensa ni de tes tigos ni de actas jud iciales.
4 1 Ibídem.
98 Carlos Liscano
• •
-
El padre de Eli án volvió a casa rse y tuvo otro hij o, «que fue el amor
de la vid a de Eli án hasta que Elizabeth se lo llevó para Miami». También
de eso es culpable la madre.
Cuando no encontró al hijo en casa de su madre «Juan Miguel intuyó
enseguida dónde estaba Elián porque en el Caribe se sabe todo, "inclusi-
ve antes de que suceda", como me dijo uno de mis informantes» .
Si es verdad que todo se sabe, ¿cómo el padre de Elián no se entera
de nada y vivía en el mismo pueblo que todos los que intentaron huir?
O tal vez García Márquez se equivoca y lo que quiere decir es que en el
Caribe no ocurre nada que la policía política cubana no sepa, incluso lo
que está por suceder. De ahí que el escritor siempre esté al tanto de todo.
El «matón de barrio» se había llevado no solo a su mujer con el hijo
«sino también a un hermano menor, a su propio padre, con más de se-
tenta años, y a su madre, todavía convaleciente de un infarto».
García Márquez le reconoce que tenía agallas. No dice por qué, pero
es claro que si lo agarraban lo fusilaban o le daban treinta años de cárcel.
Es decir, además de matón de barrio era capaz de arriesgar la vida en
una operación en la que sabía tenía casi todo para perder. ¿Cuáles eran
las agallas del nobel?
Al «matón» lo acompañaba un amigo a quien García Márquez des-
califica llamándolo «su socio en la empresa». El «socio» «se llevó a la
familia completa: su mujer, sus padres y su hermano, y a una vecina de
enfrente cuyo esposo la esperaba en los Estados Unidos».
La policía le dio más detalles a García Márquez: la embarcación estaba
construida con tubos de aluminio.
Los tubos de aluminio para regadíos de cítricos, que se venden como
pan barato cuando ya no sirven para nada . Se dice que Munero debió
gastarse unos 200 dólares en billetes y 800 p esos cubanos más entre el
motor y la construcción de la lancha.
Además llevaban «tres neumáticos de automóvil como salvavidas para
14 personas. No había sitio para uno m ás» .
Para Manuel Moreno Fraginals el de García Márquez es
un escrito que tiene al m en os dos obj etivos: presentar la visión bo ndado-
sa y recta de Juan Miguel Go nzá lez, el padre de Elián, y la tlgura co rrom-
pid a, inm oral e irres ponsable de Elizabeth Bro tons, muerta tratan do de
sa lvar a su hij o de la pobreza espiritual y material de la Cuba de hoy [... J.
Y, ele paso, nos entrega una imagen del pad rastro de Eli án co mo un hom-
bre deshones to y violento «que no aprendió el judo co mo cultura fís ica,
100 Carlos Liscano
sino para pelear». [Las de García Márquez sonJ palabras apropiadas para
Ull culebrón de la televisión, pero indignas para caracterizar a un hombre
)' una mujer ya muertos en un acto de desesperación por tener que aban-
donar el país-cárcel donde nacieron.
La madre es degradada cuando se insinúa que fue «irresponsable al
tomar la decisión de llevarse a su hijo [... ] junto con 12 personas más, en
un bote de aluminio de cinco metros y medio de largo, sin salvavidas y
con un motor decrépito muchas veces remendado».
A García Márquez no le interesa saber, ni informar, que eran gente
humilde que se había echado al mar para escapar de las condiciones de
vida en Cuba y que no tenían otra forma de salir de la isla-cárcel domi-
nada por su amigo el caudillo marxista:
Nos encontramos con cinco parejas de adultos: dos eran matrimonios
compuestos por personas de más de 60 años, entre las cuales se encon-
traba un expreso político al que Estados Unidos le dio visa y el Gobierno
cubano no le permitió salir, y una señora convaleciente de un infarto
[... J. El expreso político, según explica su hijo en Miami, había cumplido
seis años de una condena de 10 años por el delito de cargar unas piedras
en su mochila.
Tanto la madre como el padre de Elián tenían familiares en Miami
«que habían huido usando los mismos métodos».
El artículo de García Márquez
pretende, sin decirlo de manera explícita, presentar esta escapada como
un gran negocio por parte del padrastro y una gran irresponsabilidad
por parte de la madre de Elián. Se utilizan términos económicos. Mune-
ro es descrito como el «promotor y gerente», y cuando se habla del ami-
go que ayudó en la organización del viaje se le llama el «socio en la em-
presa». Entre tanto detalle se omite que el «socio » y su familia eran los
cuñados y suegros de la sobrina de Elizabeth Brotons, la madre de Elián.
O sea, que con excepción de la pareja que se salvó, el grupo estaba inte-
grado por parientes y amigos desesperados por huir de Cuba.
El padre, Juan González, se había inscripto dos veces en la rifa que el
Departamento de Estado hace todos los años para dar visas de entrada a
los Estados Unidos. Las visas sorteadas son 20.000 y las solicitudes, medio
millón. El padre de Elián no había tenido suerte en los sorteos.
Según las autoridades de la Marina de Estados Unidos unos doce
mil cubanos han muerto en el mar tratando de escapar de la isla para
ll egar a la Florida.
,
liba. de eso m ejor ni hablar 101
lib ertad es siempre libertad para el que piensa diferente [... ). Sin eleccio-
nes generales, sin una libertad de prensa y una libertad de reunión ilimi-
tadas, sin una lucha de opiniones libres, la vida vegeta y se marchita en
todas las instituciones públicas, y la burocracia llega a ser el único ele-
mento activo.
Afirmaba que «los estados comunistas convertidos en estados poli-
ciales» se habían ya «desmoronado [... ] sin pena ni gloria, y sus buró-
cratas reciclados sirven al nuevo amo con patético entusiasmo». En Cuba
no hay «plena libertad de prensa y de opinión» y
son visibles [... ) los signos de decadencia de un modelo de poder centra- I
lizado, que convierte en mérito revolucionario la obediencia a las órde-
nes que bajan: «bajó la orientación», desde las cumbres. [... ) Los hechos
demuestran que hoyes más difícil que nunca abrir una ciudadela que se
ha ido cerrando a medida que ha sido obligada a defenderse. Pero los
hechos también demuestran que la apertura democrática es, más que
nunca, imprescindible.
Días después, el 26 de abril, Susan Sontag, invitada a la XVI Feria del
Libro de Bogotá, disertó sobre «El intelectual en tiempos de crisis» ante
42
miles de personas:
Sé que aquí Gabriel García Márquez es muy apreciado, y sus libros muy
leídos; es el gran escritor de este país y lo admiro mucho, pero es imper-
donable que no se haya pronunciado frente a las últimas medidas del
régimen cubano.
y comparó su actitud con la de Saramago:
Yo apoyé a Cuba contra Estados Unidos, pero pronto me di cuenta de lo
que suponía Castro. Ahora he visto que un hombre como José Sarama-
go, que aún hoy se declara comunista, rechaza la monstruosidad que ha
ocurrido en Cuba. Pero me pregunto: ¿qué va a decir Gabriel García
Márquez? Temo que mi respuesta es: no va a decir nada. Creo que su
obligación como gran escritor es salir a la palestra. No puedo excusarlo
por no hablar.
Al día siguiente García Márquez hizo declaraciones a El Tiempo d e
Bogotá. Se defendió señalando sus méritos:
Yo mismo no podría calcular la cantidad de presos, de disidentes y de
conspiradores qu e he ayudado, en absoluto silencio, a salir de Cuba en
no menos de veinte ai1os. Muchos de ellos no lo saben, y con los que lo
saben me basta para la tranquilidad de mi conciencia.
42 Sobre este tem a véase O rland o O liveros Acos ta. «El breve y provocad o r debate de
Susan Sontag con Gabriel Gard a Múrquez». Funda ción Cabo, 30 de noviembre de
2020.
--
-
105
1
Estar a favor o en contra de la Revolución cubana sigue siendo, hoy,
2022, un indicador de dónde se ubica el individuo en el espectro ideoló-
gico de la izquierda latinoamericana. Pocos militantes de izquierda
críticos con Cuba se atreven a decirlo públicamente por temor al aisla-
miento, a la marginación.
Aunque para los más jóvenes quizá también pueda ser un modo de
desentenderse, una manera de decir: ¿a quién le importa hoy lo que
hicieron los Castro, el Che Guevara y tantos otros que fracasaron?
Si fuera esto último sería saludable. A los jóvenes de izquierda no les
importaría porque aquello ya no tiene arreglo, carece de futuro, no me-
rece la pena ni pensarlo.
Hoyes 15 de enero. Ayer se dio a conocer la revista [sic) de la Aso-
ciación de Profesores de Literatura. 43 Presenta trabajos que tratan asun-
tos de Argentina, Chile, Uruguay. Un artículo sobre Paul Celan, otro
sobre Ruanda. Nada sobre Cuba. Ni siquiera aparece la palabra Cuba en
sus ciento cincuenta páginas. En el editorial se dice:
Solo me resta invitar, entonces, a que este nuevo número contribuya a
pensarnos y a pensar el mundo en el que vivimos, con sus injusticias, sus
valores, sus reivindicaciones y luchas, sus disputas éticas y es téticas, las
de ayer y las de hoy.
43 [sic}, n. o 30, diciembre 202 1. LiteJ'éltura y Derech os Human os. Dispo nibl e en:
<revi stasic.ll y1oj sl i nclex. ph pi sicl issue /v iew 12/35>.
106 Carlos Liscano
hace rse es si el precio a pagar por esos derechos ha de ser una vida de
opresión, de miedo, de doble moral.
En nombre de algunos derechos se impone la servidumbre y se esta-
blece un régimen de delación. La libertad y la delación no conviven ja-
más. Una sociedad de delatores nunca favorece las relaciones familiares,
amistosas, de vecindad, de camaradería entre compañeros de trabajo. El
«ortiba» siempre acaba, como lumpen, traicionando: puede vender a su
madre si eso le permite obtener un beneficio personal. El ortiba carece
de ideología, de partido, de religión, de Dios. Alcahuetear en su signo,
allí donde esté. Eso, triste, es lo que ha incentivado el comunismo
en Cuba durante seis décadas, desde el momento en que se crearon los
Comités de Defensa de la Revolución (CDR) en 1960.
Eliseo Alberto de Diego cuenta cómo lo obligaron a informar contra
su padre: «El primer informe contra mi familia me lo solicitaron a fina-
les de 1978». Según el escritor la delación funciona así:
Unos contra otros, otros sobre unos, muchos cubanos nos vimos entram-
pados en la red de la desconfianza. Los responsables de vigilancia de la
cuadra rendían cuentas en los Comités de Defensa de la Revolución so-
bre la presencia de turistas y sospechosos en la zona, la combatividad de
los vecinos y la música contrarrevolucionaria que se escuchaba en las
fiestas del barrio (Celia Cruz, por ejemplo). Los compañeros de aula avi-
saban a los dirigentes de las organizaciones estudiantiles sobre las ten-
dencias extranjerizantes y las preferencias sexuales de sus condiscípulos.
Los compañeros del sindicato informaban a la administración de la em-
presa sobre cualquier comentario liberal de otros compañeros del sindi-
cato. El babalao de Guanabacoa daba razón sobre lo que habían dicho sus
caracoles de santería al profesor de marxismo-leninismo que había ido a
consultar a los orishas sobre si podía subirse o no a una balsa rumbo a
Miami. El activista de Opinión del Pueblo dejaba en los buzones de los
municipios del Partido un parte sobre lo que su esposa había escuchado
en la cola del pan o en la peluquería. El perro terminaba mordiéndose la
cola: contra el responsable de vigilancia, el secretario de Organización
y Propaganda informaba por debajo de la mesa que su mujer le pegaba
los tarros con un expreso político, y a espaldas del secretario de Organi-
zación y Propaganda facilitaba datos el presidente del Comité, y contra
el presidente del Comité escribía tal vez el ya reportado miembro del
sindicato, compadre del profeso r de marxismo-leninismo que había con-
sultado al babalao de Guanabacoa, co ntra el cual, a su vez, quizás había
pasado una gacetilla el joven extranj eriza nte del que habló el activista de
Opinión del PlIeblo, sin saber que su propia esposa había informado a las
instancias pertinentes que su marido no había informado en tiempo y
108 Carlos Liscano
forma que su hijo les había informado que la otra noche había bailado
una rwnba contrarrevolucionaria, de Celia Cruz por ejemplo, y así hasta
el fin de los tiempos. De preferencia, una confesión escrita a mano.
El pueblo cubano fue obligado a adaptarse y a conformarse. Del en-
tusiasmo y el activismo de los primeros años sesenta pasó, a fuerza de
terror, a la aceptación silenciosa y pasiva de la dictadura. La represión,
ayudada por la delación, se impuso. Entonces sí, como dice la canción,
«se acabó la diversión». Todo el mundo alineado y «comandante en jefe,
ordene».
2
En Uruguay el movimiento obrero siempre se ha enorgullecido de su
«independencia de clase». Eso quiere decir que no se somete a partido
político alguno como, por ejemplo, ocurre con los sindicatos peronistas
en Argentina. Lo anterior quedó demostrado en los tres Gobiernos del
Frente Amplio (2005-2015) con los sindicatos movilizados, haciendo
paros y huelgas. En particular quedó demostrado en 2015 cuando, en
uno de los mayores actos de soberbia que un gobierno democrático haya
cometido en Uruguay, Tabaré Vázquez firmó el decreto que establecía
la esencialidad de la educación. En palabras de la ministra del momen-
to, era «deber del Poder Ejecutivo y del Ministerio de Educación y Cul-
tura garantizar la asistencia a clase de todos los niños y adolescentes del
país» y, por esa razón, se tomaba la decisión de decretar la esencialidad.
Inmediatamente los trabajadores afectados por el decreto llamaron a
una movilización. Cuarenta mil personas marcharon por la principal
avenida de Montevideo hacia la Casa de Gobierno.
En ese momento Vázquez y su ministra, si no lo sabían, aprendieron
que los trabajadores en Uruguay son independientes de los partidos
políticos, yeso también vale para los gobiernos de izquierda. Sin que
fuera aplicado, a los dos días el Poder Ejecutivo dejó sin efecto el decre-
to. Así se cumplió una de las consignas - algo escatológica- que canta-
ban los jóvenes estudiantes de magisterio en la gran marcha.
Lo anterior es un ejemplo de que tiene razón Marcelo Abdala, presi-
dente del PIT-CNT, cuando dice que la clase obrera uruguaya no es fren-
teamplista, sino clasista. Pero lo que vale para Uruguay no vale para
Cuba. La clase obrera de la isla es funcional al Gobierno. Todavía peor:
está sometida a algunos gobernantes, de modo individual.
Cuba, de eso m ejor ni hablar 109
44 C it ad o en C laudi a Hil b. Silencio, Cuba. La izq uierda dem ocdtica (ren te al régimen
de la Re\lolu ción Cubana. Buenos A ires: Ed h as a, 20 I O.
45 Ibídem.
--
3
En 1968 Fidel Castro lanzó la ofensiva revolucionaria. El Estado se
apropió de todos los pequeflos comercios del país. El economista cuba-
no Carmelo Mesa-Lago"6 investigó que 31 % de estas pequeflas empre-
sas eran puntos de venta al por menor de alimentos, el 26 % brindaban
servicios, reparaban automóviles, remendaban zapatos. Los restauran-
tes y las pequeflas tiendas de comidas eran el21 %; 17 % eran comercios
que vendían ropa y zapatos. El 5 % eran pequeflos establecimientos ar-
tesanales de cuero, productos de madera y textiles. La mitad de estas
pequeflas empresas eran familiares o trabajaba en ellas su dueflo y no
tenían empleados. No quedó nada, ni los peluqueros de barrio ni las
modistas se salvaron.
El resultado de la «ofensiva» fue falta de comida, mercado negro,
desocupación. Todos pasaron a ser funcionarios del Estado, controla-
dos por los correspondientes responsables y comisarios políticos. Uno
cortaba el pelo y cuatro lo supervisaban.
Desaparecieron especializaciones y conocimientos: despachan tes de
aduana, agentes inmobiliarios, arquitectos, urbanistas, gerentes, gente
con experiencia empresarial.
La «ofensiva» dejó también otros resultados. Se desorganizó la
producción, el Estado no era capaz de sustituir al comercio minorista
ilegalizado, se destruyeron redes de distribución, clandestinas pero ne-
cesarias, faltaban los productos agrícolas, la gente trabajaba sin remune-
ración o por salarios menores a lo que correspondía. Todo fue sometido
a racionamiento.
Cuando estábamos en La Habana, un día a Anna se le ocurrió cortar-
se el pelo. Le pidió a Monika Krause, la dueña de casa, que le reservara
hora en alguna peluquería. Monika quedó en silencio. Luego le pregun-
tó qué era lo que quería, ¿peinarse, teñirse?, Anna le dijo que solo quería
46 Breve historÍ<, económica de la Cuba socialista. Madrid: Alian za. 1994. Citado en
Claudia Hilb. Silencio, Cubil. La izquierda dem ocdtica ti'ente al régim en de 1;,
Revolución Cubil 1111. Buenos Aires: EdhasiI. 20 lO.
,
11 2 Carlos Líscano
4
La igualación de condiciones era posible por la capacidad del Estado de
apropiarse de la totalidad de los recursos existentes para usarlos del modo
que creyera más apropiado. El poder político dependía de quienes
podían repartir, que era un pequeño núcleo que obedecía y rodeaba a
Fidel Castro. Ese grupo decidía qué estaba «dentro de la revolución»,
, , .,
que se repartra y a qmenes.
El Estado, generoso, distribuye lo hecho por otros: no produce, se
apropia (expropia) y regala a cambio de sumisión. De ahí surge el poder
omnímodo de Castro, el gran repartidor de riqueza ajena. Regala una
casa que fue de los «gusanos» que se fueron en 1959. Donde vivía una
familia, mete a cuatro. Pasan sesenta años, nadie le hace mantenimiento
porque la casa no es propiedad de nadie. El Estado no se hace cargo y
los residentes carecen de documentos que los acrediten como propieta-
rios. A la vez, la falta de estímulos, de recursos materiales, y la desidia
hacen su trabajo. Resultado: hoy las viviendas se derrumban. Así acaba
la propiedad social en el socialismo.
Los problemas del repartidor de lo ajeno se presentan cuando ya no
queda nada para repartir. Ahí se le acaba la generosidad. Entonces
se impone el gran delirio voluntarista: la zafra de los diez millones de
toneladas de azúcar de 1970.
Ahora bien, Castro no había invitado a pensar sino a obedecer. Si no
se aceptaban sus decisiones, las opciones eran: silencio, ostracismo o
exilio. Si alguien no elegía uno de esos tres destinos, había un cuarto:
cárcel. Por si faltaban medios para reprimir al pueblo, en 1991 se crearon
las Brigadas de Respuesta Rápida, que son grupos de matones armados
Cuba, de eso mejor ni hablar 113
con palos que tienen como misión aplastar cualquier protesta callejera
pacífica.
La dirigencia cubana llamó a 1969 el «año del esfuerzo decisivo». El
lema aludía al importante caudal de fuerzas necesario para lograr el
objetivo de la zafra de los diez millones. Hay que recordar además que,
desde 1965, Cuba había hecho inversiones para alcanzar, en 1970, el
objetivo gigantesco.
En los sesenta la economía cubana dependía del azúcar. La mecani-
zación del corte de caña cubría solo una parte de la producción. Enton-
ces se empezó a hablar de que una gran zafra azucarera sería el gran
salto económico e ideológico que daría el país. De eso se ocupaba Fidel
Castro: llevaría la isla a una etapa superior de la construcción del socia-
lismo con una zafra imponente.
Para lograrlo necesitaba movilizar toda la fuerza de trabajo que pu-
diera y llevarla a la zona de las grandes plantaciones. No solo necesitaba
mano de obra, también necesitaba que fuera barata. Para eso tenía las
UMAP, los campos de trabajo forzoso. Los confinados en esas unidades
recibían un pago de siete pesos mensuales y eran compelidos a partici-
par en la «emulación socialista», una especie de competencia para in-
centivar la producción en la que los «vanguardias» no recibían compen-
sación económica, sino diplomas o reconocimientos en actos políticos.
En un artículo de 1969 el economista Carmelo Mesa-Lago estudió las
formas de trabajo no pagado durante los años sesenta (entre ellas, las
UMAP)Y La conclusión de Mesa-Lago era que el Gobierno logró ahorrar
por concepto de trabajo no remunerado alrededor de trescientos millo-
nes de pesos cubanos entre 1962 y 1967.
Entre los inadaptados que acabaron en las UMAP estuvo, como ya se
dijo, Pablo Milanés. También el futuro cardenal Jaime Ortega, el poeta
José Mario, Alfredo Petit, obispo auxiliar de la arquidiócesis de La
Habana, Raúl Roa Kourí, hijo del entonces canciller cubano.
Fracasado el delirio de la zafra portentosa, a Cuba solo le quedaba
entregarse a la URSS. Fue lo que hizo. Cambió la ideología: ya no se cons-
truirían el socialismo y el comunismo a la vez. Cambió el modo de re-
muneración: ya no valían solo los estímulos morales, se pagarían suel-
dos que permitieran consumir algo.
11 4 Carlos Liscano
Hubo una sola cosa que no cambió. La realidad había dicho que Cuba
no era capaz de producir diez millones de toneladas de azúcar en un
año. Pero la realidad no podía desmentir al gran líder. Castro escuchó a
la realidad y pensó en renunciar. No lo hizo. Ya vería la realidad quién
mandaba en la isla.
Los planes delirantes de Castro, la autodeterminación respecto a la
URSS, acaban cuando constata que no tiene recursos económicos pro-
pios para mantener las reformas realizadas.
1970 es el fin de la mejora de condiciones sociales hechas con gran
rapidez, para lo que fue necesario concentrar el poder. También en 1970
termina la lucha entre la concepción de producción soviética y la volun-
tarista de Guevara. Es el fin de la enorme creatividad intelectual y artís-
tica de los primeros años, que incluyeron persecuciones a quienes no
eran considerados «dentro de la revolución», o estaban en contra. Lo
que no tuvo fin fueron las persecuciones, hasta hoy.
En 1970 se impone la ortodoxia cubano-soviética. Todos pasan a ser
más o menos sospechosos, se impone la delación y la adulación, el entu-
siasmo se transforma en temor y adaptación, el mejor revolucionario es
el conformista, el que dice que sí a todo lo que viene de arriba.
5
Desde el origen, descartado el llamado a elecciones que Castro había
prometido, ¿cuál era el proyecto cubano que los latinoamericanos aca-
baríamos aplaudiendo con entusiasmo? Construir una nueva sociedad.
Después fue construir el socialismo, para lo que había que construir al
hombre nuevo. Entonces, como si nada alcanzara, al Che Guevara se le
ocurrió que, con el hombre nuevo, se podía construir el socialismo y el
comunismo a la vez. Fin del libreto.
Lo que acabó ocurriendo fue completamente distinto a lo imaginado
por nosotros, los fervorosos adláteres.
Para el socialismo se aceptaba el trabajo voluntario. Luego el trabajo
voluntario pasó a ser una exigencia social. Con lo que se transformó en
trabajo forzoso. Para conseguirlo se impuso la obediencia. No fue sufi-
ciente. Empezó la represión. Se impuso la sumisión. Entonces la servi-
dumbre pasó a ser «voluntaria».
•
6
En Cuba el aplastamiento de los sindicatos y del movimiento estu-
diantil se hizo pronto y rápido, en dos años. El dominio de la cultura
tardó diez años y tuvo un final previsible aunque disputado. Al comien-
zo la izquierda intelectual latinoamericana y europea, y hasta cubana,
había apostado por un experimento libertario. El juicio a Padilla, la pa-
rodia de autoinculpación, demostró que eso no era así. No habría disi-
dentes en el campo cultural «revolucionario». Y, corno siempre en estos
casos, triunfó la línea ortodoxa, mediocre, obsecuente con el poder.
Porque la disidencia siempre es contra el poder.
Con los años el voluntarismo decrece y la participación en lo colec-
tivo se transforma en gestos para no ser considerado opositor, lo que
implica perder el trabajo, perder el acceso a la educación para uno mis-
mo o para los hijos y nunca conseguir una autorización para viajar.
•
7
La aceptación del modelo soviético, que significaba para Cuba recibir
subsidios millonarios, los términos de intercambio favorable con la URSS
y los países del Com econ (Consejo de Ayuda Mutua Económica), hicie-
ron que de 1972 a 1985 los cubanos vivieran los mejores años económi-
cos de la revolución. Eso confirmaba el acierto de las políticas de Fidel
Castro. Fue lindo, pero era ilusorio, porque Cuba no producía nada, ni
madera para los ataúdes.
A la vez, la aceptación del modelo soviético de dictadura de partido
único dejaba en claro que no habría experimentación social de ninguna
índole. La seguridad social mínima compartida iba junto con una for-
ma política que no dejaba lugar a libertades individuales ni públicas.
Nada surgiría hacia la definición de una nueva sociabilidad. Lo que no
estuviera permitido estaba prohibido.
La diferencia con los países del Comecon radicaba, paradojalmente,
en Fidel Castro. En Cuba el poder lo ejercía él, u otros por delegación
suya, lo que a veces daba lugar a sorpresas, no siempre gratas.
La opresión en la isla no es el resultado no deseado de un buen pro-
yecto sino el resultado exitoso de un gigantesco proceso de concentra-
ción del poder en manos de quien creía que podía, al precio que fuere,
crear una sociedad más justa e igualitaria, y que consideraba que solo
contando con todos los mecanismos del poder podía lograr sus fines. Él
era la revolución y solamente él sabía qué estaba dentro y qué estaba en
contra. Oponerse a la decisión del jefe podía, y todavía puede aunque
los dos hermanos ya no estén, ser considerado error grave o traición.
En ese régimen nada bueno, y mucho de malo, espera al que disienta.
El solo pensar diferente es disenso, y dice la costumbre que el disenso
acarrea problemas.
Las revoluciones socialistas del siglo XX se hicieron en nombre del
pueblo. Pero el poder no lo ejerció el pueblo sino un grupo autoelegido
qu e fij aba la legitimidad revolucionaria y en carnaba la auténtica repre-
sen tación popular. No fu eron regímenes participativos sino representa-
tivos en extremo. Solo que la representación n o era m ás o m enos electa
com o en las repúblicas dem ocráticas capitalistas donde hay partidos,
li bertad de prensa, lucha ideológica. La representación la ejercía un pe-
qu eño grup o de individuos. En el caso cubano la ejercía Fidel Castro,
qui en podía delegarl a de a ratos.
- -
vende los permisos de salida del país. El que denuncia a los agentes de la
oposición en el exilio, vive de lo que le envía su familia del exterior.
Cuando existía la URSS, había comida abundante y madera para los
ataúdes. Cuando desapareció la URSS, la sociedad cubana se sinceró y el
robo, el ausentismo, la venta de todo lo robado, pasó a ser el modo nor-
mal de supervivencia.
Pero el régimen aprovecha esas prácticas para su permanencia. Le
interesa conocer las debilidades de los ciudadanos y hasta de los cama-
radas. El espionaje y la delación, que no cejan, se vuelven mecanismos
de poder, modos de venganza, de obtener privilegios mínimos, un per-
miso de viaje, un permiso de ingreso a la Universidad, un medicamento.
Con la delación generalizada nadie sabe dónde está el enemigo, qué pien-
sa, cómo se viste. Dicho de otro modo: todos son delatores y por tanto
todos son enemigos, incluidos los de la propia familia.
8
Al comienzo de este libro me propuse contarme qué pienso de la Revo-
lución cubana, qué pensaba hace medio siglo, cómo entiendo que fue-
ron las cosas. He leído, he hablado con amigos de los viejos tiempos que
se hacen preguntas similares a las mías, he reflexionado. ¿Era esto, la
Cuba de hoy, lo que soñábamos para nuestro Uruguay?
Cuando éramos jóvenes creíamos que la revolución iba a solucionar
todos los problemas del capitalismo. Ni de cerca fue así. Tal vez, siendo
optimistas, la lucha haya servido para mejorar un poco el capitalismo,
haciéndolo menos cruel, menos agresivo, menos explotador.
El discurso utópico latinoamericano de los años sesenta y setenta
estaba decididamente influido por Cuba y era «guerrerista». Solo la lu-
cha armada salvaría a nuestros pueblos. ¿Y qué utopía proponía? No se
sabe. Algunos eran nacionalistas y antiimperialistas, soñaban con la
patria grande. Para otros el destino era el socialismo. Nadie decía con
qué conocimientos, tecnologías y recursos económicos se iba a llegar a
eso. Tal vez produciendo azúcar, bananas, café, carne y alguna cosa más
se lograría la ac umulación de capital que permitiría llegar a la riqueza
socialista.
El socialismo, el único, el conocido, fu e la concentración de todos
los medios de producción, toda la riqueza de la sociedad y del Estado en
-
- .
Ca rlos Liscano
122
hum anos en la isla es un a influen cia que repite lo ocurrido en los años
sesenta y se tenta. No se puede ll evarle la contra a la burocracia cubana,
pese a que la dictadura comunista daña las concepciones de la izquierda
latinoamer ican a. Nadie habla de estas cosas porque a la burocracia
comunista cubana no le gusta. ¿Qué valor, qué autoridad moral e inte-
lectual tiene la burocracia cubana? Ninguno. Han destrozado el país,
hundido la sociedad, expulsado al exilio a tres o cuatro millones de cu-
banos. Esos son sus logros.
La izquierda democrática debe debatir acerca del modo en que se
dejó influir acríticamente por concepciones primitivas, infantiles, que
consideraban que la lucha armada era el único modo de cambiar la so-
ciedad y que el guerrillero era la instancia más alta del pensamiento
latinoamericano.
Pero la izquierda democrática latinoamericana no solucionará los
problemas de Cuba. Eso deben hacerlo los cubanos. Sí se puede denun-
ciar a la burocracia que gobierna la isla, exigirle que respete los dere-
chos humanos, que abandone sus delirios de martirologio y acepte los
cambios que su inviable economía necesita. Que entienda que la Guerra
Fría acabó hace muchos años. Que permita que su población participe
en las decisiones de gobierno, en la economía del país, en el desarrollo
cultural y científico. Hay que denunciar los atropellos y la represión con-
tra los ciudadanos cubanos cada vez que se tenga noticia de que eso
ocurre, igual que se hace con las violaciones a los derechos humanos en
cualquier lugar del mundo.
El pensamiento progresista latinoamericano debe abandonar el
silencio vergonzoso, rehabilitar su tradición libertaria, igualitaria, en
defensa de los cubanos sometidos por el partido único.
También es necesario decir, y esperar que así sea, que Estados Unidos
abandone políticas obsoletas contra Cuba que perjudican a la inmensa
mayoría de los habitantes de la isla. Hablo del embargo o bloqueo. Es
necesario decirlo todo, desde el luga r en que uno esté, con los recursos
que uno tenga.
Hasta ahí llego.
-
123
20.1.87. Ayer, por tres veces, intentamos comer pizza. En el primer lu-
gar al que entramos había tanta gente esperando que calculamos había
que esperar una hora y media y nos fuimos. En el segundo sitio nos
sentamos al mostrador, como todos, en una zona que estaba raramente
libre. A los quince minutos de que nadie nos preguntara qué queríamos
o qué hacíamos allí, nos dirigimos a unos que estaban en una mesa (don-
de creíamos que no se servía) y preguntamos si allí podíanl0s esperar
que nos atendieran. Como nos dijeron que sí, fuimos a sentarnos, feli-
ces de poder comer una pizza y una cerveza en este invierno con veinti-
nueve grados de calor. Me senté casi, pero no A., que empezó a mover
la silla. ¿Qué pasa?, pregunté. Había restos de queso o alguna mugre
grasosa en dos sillas. Las cambiamos y pudimos sentarnos después de
ub:l. de eso Ill tyor ni /wb/¡¡r 125
. . .- . . .... -
128 Carlos Liscano
,
-
130
Ca rlos Liscano
sitio), y cubanos que logran entrar mediante arreglos no muy claros con
porteros o mozos. Los cubanos aprovechan para tomar ron, con lo cual
a la hora de empezar el concierto comienzan a hablar en voz alta.
Habíamos traído un libro que Sandoval buscaba en Helsinki y no
había podido hallar y se lo dimos antes de que empezara el concierto. 50
Es ahora el único ejemplar que hay en Cuba. Quedó muy contento y
prometió difundirlo. Cuando se iniciaron los gritos pidió que hablaran
en voz baja, sin resultados. Al despedirnos estaba muy enojado. «Falta
de cultura, subdesarrollo menta!», fue su expresión. «¿Por qué no orga-
nizan algo como Fashing? »,51 preguntamos. «En ese caso tendríamos
también que traer a los suecos», respondió.
Como he hecho un amigo casual, ayer hice compras para él en los
negocios en dólares para turistas.sz Estaba alegre como un niño. No me
parece delictivo lo que hice, yo mismo vivo en una casa donde la gente,
porque viaja mucho (Monika es alemana), ha llenado su casa de artícu-
los adquiridos en Europa. Además de buena pintura cubana.
Los cubanos «viven» en dos monedas. Estos negocios para turistas
son tan ineficientes como todo lo demás. Un ejemplo: compré cigarri-
llos. Cuando los abrí en mi casa, de cinco paquetes, dos estaban apoli-
llados. Los cubanos de los negocios y restaurantes carecen totalmente
de la actitud de servicio. Son lentos, ineficientes, no amables, groseros.
Pero lo peor es que esto no es solo con los turistas, sino también con el
pueblo cubano.
Después de las seis de la tarde nos encontramos con A. y fuimos a
ver a T., un cubano cuya casi-mujer es sueca. Su tragedia es que estudia-
ba diplomacia y por haber convivido unas semanas con su sueca en una
playa, como alguien informó, lo expulsaron de la Universidad y del Par-
tido. Apeló y pudo volver a la Universidad, pero no a sus estudios de
diplomacia, ni al Partido.
Salimos de allí a las ocho y tratamos de cenar en un restaurante.
Durante dos horas y cuarto recorrimos gran parte de La Habana sin
éxito. Cuando estábamos a punto de ingresar a un restaurante, por fin,
después de haber intentado en diez y de hacer veinte minutos de cola,
50 El libro se lo enviaba el trompeti sta arge ntin o A méri co Bello tto, q uien conoció a
Sand oval en Finlandia.
5 1 Club d e jazz de Estocolmo.
52 El beneficiari o fue Tom ás. En realid ad - co mo co nté anterio rmente- , co mpró para
revender.
C I/ ba, de eso m ejor ni h:lblar 13 1
todo el día, que si alguien los para se niegan a llevarlo aunque estén
libres porque van «para otro lado».
El resultado es que el Estado debe mantener una flota de autos circu-
lando día y noche para que los taxistas cobren un sueldo por llevar a su
mujer a ver a la suegra. Esto se solucionaría mediante cooperativas. Tres
taxistas pasarían a ser dueúos de un auto y deberían hacerlo rentable. No
existiría peligro de que alguien poseyera diez autos porque el Estado los
controlaría. Lo mismo se podría hacer en muchos sectores de servicios:
restaurantes, cafeterías, librerías, pequeúas imprentas, hoteles, etc. Pero
(como me lo explicaban ayer y yo compartí algo) Cuba ha dado una
imagen política ante el mundo y ahora está embretada en mantenerla.
Los planes se hacen en función de análisis políticos y no materiales,
reales, económicos. La propaganda de «Cuba potencia médica mundial»
es probable que haya nacido al impulso de varios éxitos seguidos y
alguien creyó que era una buena síntesis llegar a ser «potencia». El resul-
tado es una población sobreprotegida y mal atendida, inversiones que
ningún presupuesto nacional puede soportar y una colección de estadís-
ticas sobre vacunas y tomas de presión.
Por otra parte nadie sabe qué objetivo se busca. ¿Ser potencia mé-
dica significa tener el mejor nivel de salud? ¿O estar a la vanguardia de
la investigación? ¿O desarrollar industrias médicas en medicamentos,
ortopedia, etc.?
Es orgullo nacional el índice de 13.6 de mortalidad infantil, lo cual
es un gran avance. Pero Suecia tiene 6 por mil de mortalidad infantil y
no se considera potencia. ¿Cómo harán los cubanos para bajar su índice
a la mitad? Pues bien, poniendo un médico en cada esquina. Ahora el
médico tiene ya una enfermera que lo ayuda y tendrá un profesor de
educación física y un sicólogo. Decir un médico en cada esquina no es
una imagen, hay que ver las casas de los médicos que se construyen
aceleradamente y están, precisamente, una frente a la otra.
Yo he contado las vicisitudes pasadas para comer una pizza en La
Habana, todo el tiempo invertido (caminar tres horas, hacer una cola de
45 minutos) para acabar en un lugar sórdido y mugriento. He contado
todos los manoseos a que el turista es sometido, a cada rato cualquier
pinche de cocina se siente con derecho a pedirnos el pasaporte. Me han
dicho que podría escribirlo y sería una buena obrita de humor, pero
seguro sería tomada como un acto contra Cuba y no lo haré. Ni siquiera
_.
-- --- -- -
sé si podré contar mis impresiones sobre Cuba una vez que esta visita
se termine. 55
La corrupción es un mal nacional, no hay nada que no se pueda con-
seguir con dinero. Anoche nos decían, y con razón, que no se debe cri-
ticar al trabajador porque, en definitiva, gana un sueldo muy bajo y hace
lo que le mandan. Compartí que los responsables son los que dirigen,
administran, resuelven. En medio de la ineficiencia muchos ganan más
dinero y nadie quiere cambiar. Me hablaron de las manifestaciones reli-
giosas, procesión del 17 de diciembre, y religiones afro cubanas. Tengo
enorme interés en verlo, y trataré de que me lleven.
5.2.87. Hoy fui otra vez a la casa de Hemingway, donde tomé fotos. Nue-
vamente la reflexión, en aquel oasis, fue sobre esta sociedad habanera.
Creo que hallé la palabra que la define: una ciudad hostil. Con el calor,
el ruido infernal, las colas y los autobuses llenos, la gente anda agresiva,
discute por cualquier cosa y está a punto de estallar. Esta actitud
se multiplica frente a los turistas: gente provinciana que nos mira con
curiosidad, recelo y un poco de animadversión. «Estos son los
capitalistas», parece que dijeran.
Anoche vimos por televisión la reunión del Ministerio de las Indus-
trias Básicas con Fidel. Según Fidel es posible sacar quinientos mil hom-
bres de la producción porque están de más, pero esto no se hará para no
generar desocupación. Comenzarán por eliminar cincuenta mil, que se-
rán pasados a las microbrigadas de la construcción. Mi primer comenta-
rio fue que cada industria se desprenderá de los peores trabajadores que
tiene y las microbrigadas pasarán a ser el corral de los inservibles, con lo
cual la construcción, ya deficiente, empeorará sensiblemente.
Hay un estilo cubano, una conciencia nacional respecto al trabajo,
no hacer mucho es la norma, y creer que el Estado debe proveer de todo.
Como nadie es responsable de nada, como no se le da responsabilidad a
la gente, nadie se preocupa por mejorar lo que existe, y el tono domi-
nante es de mala voluntad y dulce dejarse ir.
En Cuba no hay mendigos, miserias, harapos, pero el socialismo está
lejos. Y me refiero a cuestiones fundamentales como la democracia, la
libertad, la conciencia, el desarrollo intelectual y cultural del hombre, el
cultivo del ocio productivo. Son los grandes y únicos temas que impor-
tan, no más autos o videos (cosa que también interesa en la medida en
que el socialismo debe resolver los problemas del consumo). El socialis-
mo es un reino necesario, pero no puede ser el reino de la necesidad.
Se me ocurre que seguiré viviendo en Suecia mucho tiempo más,
aunque ya estamos haciendo planes de viajar a Turquía en octubre. Se-
guiré escribiendo, estudiando, tratando de publicar mi obra. No es poco
lo que he hecho en veintitrés meses escasos, pero aún me queda mucho
por hacer.
¿Uruguay? Una costumbre. Allí padecí miseria y represión, viví todo
el sistema de acomodos, mejor dicho, lo sufrí. Mi aspiración es ser un
hombre libre. Nada más.
No creo que Hans 56 pudiera vivir en el Trópico. Su espiritualidad, su
idiosincrasia, florece mejor en los lluviosos inviernos del sur o en las
largas noches del norte que bajo este sol aplastante donde la gente habla
mucho y languidece de calor.
La Habana no tiene agua a partir de las diez de la noche, y tampoco
muchas veces durante el día. La luz se corta a menudo, igual que los
teléfonos. No existe guía o catálogo de teléfonos en Cuba. Una agenda
privada de teléfonos es una artesanía secreta. El ruido en La Habana es
malsano. Solo lo he visto similar en algunas calles de Montevideo y en
Barcelona. Todo el mundo toca bocina, y ser peatón es una aventura
entre tarros de basura y gases de combustible. Me gustaría conocer el
interior, el campo, pero creo que no podré, nada es fácil aquí.
139
•
140 Carlos Liscano
colaboran a entender qué pasa, qué pasó. Porque para mí es obvio que
acá se vive una crisis, una crisis que no comenzó el año pasado, pero
que recién deja ver sus primeros efectos.
Si el Gobierno permitiera el surgimiento de otros grupos políticos
aparte del Partido Comunista, no tengo dudas de que pronto habría por
lo menos otro partido compuesto por las capas medias y la gente des-
contenta con la ineficiencia de los servicios. Y no estoy convencido de
que eso fuera malo para el país.
Entiendo que el socialismo debe aportar, crear soluciones económi-
cas para las grandes masas, pero también ha de «crear» democracia, li-
bertad, conciencia de la democracia y de la libertad. Resisto cada vez
más todo lo que no sea sociedad civil, todo lo que sea policía disfrazada
de funcionarios estatales.
Me he interesado por conocer el funcionamiento de las universida-
des porque creo que allí es un buen sitio para ver cuánto hay de socie-
dad civil. No he podido averiguar mucho, no es fácil, pero me dicen
que, por ejemplo, los estudiantes preunivesitarios son controlados en la
forma de vestir, en el corte de pelo, las asistencias a clase, que se cita a
los padres para informarlos de las irregularidades de los hijos. Que lo
mismo ocurre en las universidades.
Esto, de ser cierto, no les da ninguna responsabilidad individual a
los muchachitos del bachillerato, lo cual no ayuda a formarlos, educar-
los, a que aprendan a resolver sus problemas.
Por otra parte, cuando he preguntado por la libertad de cátedra, me
han sonreído sin respuesta, y estudiantes universitarios me pregunta-
,
ron que era eso.
La Universidad es un delicado organismo donde todo puede flore-
cer en un ambiente de estudio y debate abierto. Nadie puede suponer
que muchachos y muchachas desalineados o despeinados puedan no
ser buenos alumnos. Me parece que los cubanos son propensos a los
títulos y los diplomas, interminables jerarquías para designar a gente
que, en la práctica, hace el mismo trabajo técnico. Como muchos de
esos títulos se obtienen en las universidades, el «jerarquismo» se infiltra
y tiñe las aulas.
Pero la Universidad no es socialista ni capitalista. Es un animalito
inclasificable surgido en la Edad Media y que sobrevive porque es una
creación de la humanidad que recoge siglos y milenios de aprendizaje
Cuba, de eso m ejor ni hablar 141
porque hasta ese momento, hasta su vuelta atrás en los años, su preocu-
pación co nstante por los demás ¿qué había sido? ¿No había sido un po-
nerse al margen para velar, como un dios laico, por el prójimo?
Pero en buena concepción igualitaria, democrática y libertaria, nadie
tiene derecho, nadie puede pensar por los demás como un dramaturgo
moviendo sus actores. La vida no es una comedia y, si a algo hubiera que
aspirar, habría que recurrir a la tragedia, una tragedia sin libreto donde
cada uno cargara con el dolor que le corresponde y bailara su propia
música, sin héroes ni mártires que estuvieran señalando caminos y dan-
do significados a lo que de hecho no lo tiene único y solo el individuo
puede hallarlos y dárselos. En definitiva, el hipotético biógrafo encon-
traría más solidaridad en este Harry juvenil dejando que cada cual en-
cuentre su propia cuota de felicidad o de desgracia, que en aquel otro
hombrote Hans tratando de morderse el rabo en un intento estéril de
salvar al prójimo.
Anoche fui al Salón Rojo, la parte llamada Salón del Bolero, donde
ocho o diez cantantes interpretan boleros. Para mi sorpresa, en medio
de tanto amor y miel, oigo la palabra patria. Estaban anunciando una
cantante que iba a interpretar piezas del comandante Juan Almeida
Bosque. Pregunté: «¿Y esto qué es?». Ahí me enteré de que el coman-
dante es un famoso compositor de letras de boleros, con lo cual quedé
satisfecho, y me acordé de Martí.
Bueno, retomando lo del principio, al confrontar mis conceptos con
esta realidad, resulta que me doy cuenta recién de que poseo esos con-
ceptos. Pero nunca es directa la exposición, algo doy de ellas en charlas
privadas, pero lo mejor, lo más abstracto y mejor formulado surge siem-
pre a través de Hans.
Me queda una semana aquí. Deseo regresar a mis cosas y mi casa.
Leo Cercanía de Lezama Lima, un libro que compré hace dos días. Aparte
de detalles, todo lo que quienes conocieron a Lezama opinan es como
me lo imaginé, una gran profesionalidad artística y una dedicación total
a los libros, la literatura, la amistad. Así me quisiera yo.
59 Yo también tenía esperanzas de que Gorbachov arreglaría las cosas. En pocos m eses
me daría cuenta de que no iba a ser así.
60 di.Y. » es Horacio Ve rbitsky. Qued é fascinado , y asqueado, por el g rad o de
alcahuetería que mostró hacia los cubanos. Todo le parecía t~ll1tástic o, es tupendo. Y
lo dijo en el di sc urso qu e no debió haber hec ho.
146 Carlos Lisca no
61 Lui s Alber to Mach ado, compai1e ro de cá rcel. Su muje r, He ri ta Ste rn, tambi~ n est uvo
presa en Uru guay.
149
A las 21.15 salimos en un barco de Silja Line con A. y S.62 hacia Abo,
Finlandia, el día 21 (de enero). E122 a las 15.25 acabamos de atravesar
Finlandia y entramos en la URSS. Los únicos «demorados» en la frontera
fuimos Selva y yo, por no ser suecos. El trato cortés y bastante rápido el
trámite. Pero uno se siente impresionado al entrar en aquella construc-
ción semimilitar y encontrarse con los soldaditos secos y serios y un
poco torpes en sus uniformes.
Seguimos en el ómnibus hacia Leningrado. A los pocos kilómetros
el chofer hizo una parada. La guía nos anunció con antelación que in-
gresaríamos a un bosque para descansar diez minutos. Cuando llega-
mos al lugar la guía anunció que el auto que veíamos cambiaba moneda
«en negro». Yo bajé. No era uno sino cinco autos y quince hombres ofre-
ciendo rublos por dólares o coronas. Me parece que nadie cambió.
Demasiado oscuro para hacer negocios.
A las nueve de la noche llegamos al hotel Pribaliskaia, de construc-
ción sueca, 1980. Cenamos y nos fuimos a la calle. Preguntamos, toma-
mos un ómnibus, tomamos el metro, fuimos a la estación Maiakovski, a
la Pus ' . Otras estaciones. Caminamos no sé por qué calles céntricas.
Había prostitutas. Un policía se llevaba a una de ellas, no llegaba a los
treinta años. El policía la tenía de un brazo y discutían. Parece que la
habían sorprendido con un turista porque junto a ellos había un hom-
bre que decía solo: «¡Sorry, sorry!».
Esta primera fugaz visión de Leningrado nos impresionó muy bien.
La belleza de las construcciones del siglo pasado, restauradas y m ante-
nidas. Las calles limpias, el metro y la belleza de sus estaciones. Por so-
bre to do algo que la misma guía nos había advertido: que no temiéra-
mos salir solos y perdernos porque la gente es muy amable y cualquiera
nos ayudaría en caso de perdernos, aunque no entendiéramos ni nos
entendieran una palabra. Así fue, preguntamos muchas veces y siempre
nos orientaron. Al otro día, 23, salimos po r la mañana con el grupo y
una guía r usa que hablaba perfecto sueco, con un acento de universidad
soviética más que de alguna parte de Suecia.
-------- ---
62 Anna y Selva. mi hermana.
--
~
no tener dificultades con el idioma, tuvimos más problemas para enten-
,I dernos. A la salida una sorpresa: nos había sobrado mucho dinero y,
excepto las monedas, lo demás se vuelve a cambiar en el puesto de fron-
\
tera. Teníamos veintidós rublos por los que habíamos pagado doscien-
1 tas cuarenta y dos coronas. Nos devolvieron doscientas veinte coronas.
En Cuba un dólar equivalía a veintinueve centavos de peso cubano cuan-
• do comprábamos. Cuando salíamos de Cuba por cada peso cubano nos
, devolvieron diez centavos de dólar.
Al regreso estuvimos un par de horas en Helsinki y visitamos la Igle-
sia de la Montaña (Bergskyrkan). Está excavada en la roca y es lo más
~, bello que he visto. El lunes a las 7 de la mañana estábamos en Estocolmo
y me fui a clase de sueco. Por la noche di mi primera clase de español del
88 en AI3J' .
I
I\
J
·. . ----- - -
153
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