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Unidad 2 – La Revolución Industrial

Durante el siglo XVIII se produjeron en el mundo agrario una serie de transformaciones que contribuyeron a
aumentar su productividad y su rentabilidad, lo que resulto trascendental para el crecimiento demográfico
vivido en el período y para el despegue industrial ocurrido desde finales de la centuria.

La aparición de las máquinas y la aplicación de nuevas fuentes de energía que vinieron a revolucionar la
producción de bienes y a reducir la importancia del trabajo manual.

La tecnificación de la producción se extendió desde Gran Bretaña hasta otros países europeos y dio lugar a
notables transformaciones, tanto en el ámbito económico como en el modelo de la sociedad.

1 LA REVOLUCIÓN AGRÍCOLA

La interpretación clásica de la industrialización señala la revolución agrícola como un factor previo


indispensable para el despegue industrial. En Gran Bretaña, como en otras zonas del continente europeo,
durante el siglo XVIII se produjeron en el mundo rural transformaciones trascendentales para la
industrialización.

1.1 Las transformaciones del sector agrario

La revolución agrícola en Gran Bretaña vino motivada por la puesta en marcha de una nueva legislación sobre
la propiedad, por la aplicación de nuevos sistemas de cultivo y por la introducción de innovaciones técnicas.

Las leyes de cercamiento

La mayoría de la propiedad en Gran Bretaña estaba en manos de la pequeña nobleza, la gentry, que arrendaba
sus fincas a campesinos sin tierra. Otra buena parte de las tierras estaba dividida en campos abiertos
(openfields), que permitían la explotación y uso comunal, para la alimentación del ganado, obtención de leña,
etc.

Los cambios legislativos en el país constituyeron el primer paso en el desarrollo agrícola que se avecinaba.
Una de las principales medidas que impulsaron el cambio fue la aprobación por el Parlamento de las leyes de
cercamiento (Enclosure Acts), en vigor a partir de 1760, que transformarían las antiguas tierras comunales en
grandes propiedades privadas y valladas. Esta medida transformó el mundo rural al producir una serie de
efectos:

 La concentración parcelaria supuso el fin del acceso a las tierras comunales para los campesinos sin
tierra, que sufrieron un empobrecimiento acusado. Por ello, muchos se marcharon a buscar trabajo en
las ciudades, donde serían utilizados como mano de obra para la producción de manufacturas y poste-
riormente pasarían a formar el grueso del proletariado industrial.
 El cercamiento de tierras incrementó la rentabilidad del campo, lo que impulsó la aplicación de las no -
vedades técnicas y de mejoras en los métodos de cultivo gracias al aumento de las inversiones.
 Los vallados provocaron la estabulación del ganado, lo que generó un incremento de la rentabilidad y la
puesta en marcha de cultivos forrajeros (trébol, alfalfa o nabos) que además no agotan la tierra.

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Los nuevos sistemas de cultivo

A partir de 1730, el noble inglés Charles Townshend puso en marcha un nuevo sistema de cultivo que preten -
día incrementar la productividad de la tierra. Para ello, aplicó el modelo de rotación cuadrienal, que logró la
eliminación del barbero mediante la siembra de plantas forrajeras: estas afianzaba los nutrientes del suelo y
permitía aumentar la cabaña ganadera, cuyo estiércol, a su vez, servía de fertilizante para la tierra.

Las innovaciones técnicas.

Durante el siglo XVIII surgieron novedades técnicas que aumentaron el rendimiento agrario. Fue el caso de la
sembradora mecánica de Jethro Tull. Con ella, se introdujo el sistema de siembra en hilera y se consiguió po-
ner en cultivo amplias extensiones de terreno con poca mano de obra. Desde 1730 también se aplicó el arado
Rotherham, que facilitaba el tiro gracias a su forma triangular.

Por todo ello se amplió la superficie cultivable mediante técnicas de drenaje y se incrementó el regadío.

Otras novedades tuvieron que ver con el uso de fertilizantes, propuesto por Thomas Coke, la mejora de la
productividad mediante la selección de semillas o la mezcla de razas de ganado, así como el cultivo de nuevos
alimentos procedentes de las colonias, como la patata o el maíz, que resultaron fundamentales como comple-
mento para la dieta del campesinado.

1.2 Los efectos de la revolución agrícola

La revolución agrícola duplicó la producción agraria en unas décadas, lo que tuvo efectos determinantes para
la transformación que experimentó Gran Bretaña desde finales del siglo XVIII.

Las transformaciones en el sector agrícola provocaron un importante excedente de población; por un lado, los
cercamientos dificultaron la subsistencia a los campesinos sin tierras; por otro, la tecnificación de la
producción redujo de forma drástica las necesidades de mano de obra agrícola. Ambas circunstancias
empujaron a muchos campesinos a trasladarse a las ciudades en busca de trabajo, con lo que se convirtieron
en la mano de obra necesaria para la Revolución Industrial.

El traslado de campesinos a las ciudades produjo un inmediato incremento de la población urbana y, en


consecuencia, un aumento de las necesidades de abastecimiento de productos agrarios. La mejora en los
rendimientos agrícolas hizo posible garantizar ese abastecimiento.

Para aprovisionar a las ciudades se intensificaron los intercambios comerciales, favorecidos por la existencia
de una red de transporte densa y eficaz. Todo ello se convirtió en una importante fuente de beneficios, así
como en un estímulo para la propia expansión agrícola y comercial, y para la mejora de la red de transportes.

Animados por los beneficios, los propietarios de tierras aumentaron sus inversiones agrarias, tanto en nuevas
técnicas como en herramientas y maquinaria. El resultado fue que la producción no dejó de crecer.

El desarrollo de los sectores agrícola y ganadero mejoró de forma muy significativa la alimentación de la
población, lo que repercutió en un incremento demográfico muy acusado, que no hizo sino incrementar
todavía más la demanda y, con ella, los beneficios agrícolas y comerciales.
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El aumento de la población favoreció el desarrollo de otros sectores como la industria harinera, que a su vez
incentivó la construcción de molinos o la producción de bebidas alcohólicas, como la cerveza.

Los beneficios obtenidos por estas actividades terminaron derivando en un excedente de capital que sería
destinado a proveer las inversiones necesarias para la puesta en marcha de la industrialización.

Por ello, la revolución agrícola fue clave para la posterior Revolución Industrial, pues proporcionó mano de
obra, garantizó la alimentación del proletariado industrial, incrementó la demanda, mejoró las redes de
intercambio comercial y ofreció las inversiones precisas para poner en marcha la mecanización.

2 LA REVOLUCIÓN DEMOGRÁFICA

Desde mediados del siglo XVIII, en algunas zonas de Europa experimentaron un fuerte crecimiento
demográfico que permitió triplicar el número de habitación en apenas cien años. Este incremento fue el
resultado de la aparición de una serie de fenómenos que dieron pie a la transformación del modelo
demográfico.

2.1 El régimen demográfico antiguo

Hasta finales del siglo XVIII, en Europa prevaleció el régimen demográfico antiguo, un modelo de población
caracterizado por los siguientes rasgos:

 Alta natalidad. Salvo en épocas puntuales, las tasas de natalidad eran muy elevadas debido a factores
morales y religiosos y a la consideración de los hijos con fuerza de trabajo imprescindible.
 Alta mortalidad: Fruto de las deficientes condiciones higiénicas, sanitarias y alimenticias, así como de la
incidencia de la mortalidad catastrófica, provocada tanto por epidemias como por la sucesión de perío-
dos prolongados de malas cosechas. Especialmente trágica resultaba la mortandad infantil, con una es-
peranza de vida al nacer en la población general que no alcanzaba los cuarenta años. Además, el siglo
XVIII había sido un período de constantes guerras, por lo que la mortandad asociada a los conflictos
había sido también muy alta.

Como consecuencia de esta combinación de factores, el crecimiento de población durante la Edad Moderna
había sido muy reducido en toda Europa, y registraba cifras muy similares a las de tres siglos antes.

2.2 La transición demográfica

A finales de siglo XVIII, en algunos países se inició un proceso de transición demográfica que vino marcado
por un acusado descenso de la mortalidad y que estuvo asociado a las siguientes causas:

 Incremento de la producción agraria: La revolución agrícola contribuyó a la mejora en la alimentación


de la población, lo que afectó de forma positiva a su salud y fortaleció sus defensas contra las enfer-
medades.
 Mejora en las condiciones higiénicas y médicas: La progresiva inclusión de medidas higiénicas, como el
uso del jabón o el cloro como desinfectantes, y la extensión de los sistemas de alcantarillado resultaron
fundamentales; asimismo, fue determinante la aplicación de los avances en medicina como la vacuna
contra la viruela descubierta por Jenner en 1796.

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 Reducción de la mortalidad bélica: En el siglo XVIII habían disminuido las guerras y, con ellas, el núme-
ro de muertos por esa causa. Paralelamente, se frenaron otros efectos demográficos indirectos deriva-
dos de los conflictos armados, como la disminución de la producción agraria y de la natalidad.

2.3 Los efectos y límites de la transición demográfica

La transición demográfica dejó sentir rápidamente sus efectos, que representan limitaciones en algunas
zonas.

Los efectos de la transición demográfica

El efecto inmediato de la revolución demográfica fue el aumento de la población, que en el conjunto de


Europa se duplicó en apenas cien años, y que en algunos países llegó incluso a multiplicarse por tres.

Este crecimiento se apreció especialmente en las ciudades, receptoras de los excedentes demográficos del
campo. Las grandes urbes alcanzaron cifras superiores a los 200 000 habitantes a comienzos del siglo XIX, y
de más de un millón de personas a finales de la centuria.

Tal crecimiento de población impulsó la demanda de productos agrarios, proporcionó mano de obra barata y
abundante para el desarrollo de la industria y favoreció la expansión de las actividades comerciales.

Asociados al aumento de la población, se produjo un notable incremento de la esperanza de vida, que a


finales del siglo XIX llegó a situarse en algunos países por encima de los cincuenta años.

Los límites de la transición demográfica

La transición demográfica no fue uniforme en toda Europa, ya que en el este y sur de Europa se produjo con
retraso o de forma más débil. En esas regiones, la mortalidad era aún muy elevada, y la esperanza de vida al
nacer no lograba superar la barrera de los cuarenta años.

Además, la actividad agrícola seguía condicionada por los factores físicos; persistían las malas cosechas, que
daban como resultado la aparición de crisis de subsistencia y, con ellas, terribles hambrunas, menos
frecuentes que en tiempos anteriores pero igualmente devastadoras. Fue el caso de la padecida por Irlanda a
mediados del siglo XIX (la Irish Famine), cuando las malas cosechas de patata llevaron a la muerte a la cuarta
parte de la población.

Por otro lado, las condiciones higiénicas y médicas todavía eran precarias, sobre todo en las barriadas obreras
de los núcleos urbanos. En ellas, el hacinamiento, una alimentación deficiente y la carencia de infraestructuras
sanitarias facilitaban la prolongación de epidemias que causaban estragos entre la población y que en esos
años no estaban lejos de ser erradicadas por las vacunas.

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Las malas condiciones de vida impulsaron a muchos europeos a emigrar hacia los territorios coloniales o a
nuevos países como Estados Unidos, Brasil o Argentina, lo que también limitó el crecimiento demográfico
europeo.

3. LOS INICIOS DE LA REVOLUCIÓN INDUSTRIAL

La Revolución Industrial supuso una drástica transformación de los modelos productivos y de la estructura
social a lo largo del siglo XVIII y la primera mitad del siglo XIX. Estos cambios tuvieron su punto de partida en
Gran Bretaña, donde diversos factores se conjugaron para impulsar el desarrollo de la producción
mecanizada.

3.1 Los rasgos de la producción industrial

La Revolución Industrial se caracterizó por la aplicación de un nuevo modelo de producción que presentaban
los siguientes rasgos:

 Mecanización. Las máquinas fueron introduciéndose en el proceso productivo y sustituyendo al trabajo


manual propio de la producción artesanal.
 Aparición de fábricas. Los talleres y manufacturas dieron paso a fábricas de gran tamaño que producían
en serie y contaban con un nutrido número de trabajadores sometidos a la disciplina laboral.
 División del trabajo. Cada trabajador se encargaba de una parte del proceso productivo, lo que abarata-
ba costes y multiplicaba los productos fabricados.
 Tecnificación. El aumento de la demanda y de los beneficios incentivó la aplicación de innovaciones
tecnológicas. En 1769 James Watt patentó su máquina de vapor, que de inmediato se convirtió en el
"motor" de la Revolución Industrial.

3.2 La industria textil, pionera de la industrialización

La primera industria que incorporó los nuevos procesos productivos fue la textil, al sustituir la tradicional
manufactura de la lana por el trabajo del algodón. Las plantaciones en la India y América ofrecerían enormes
cantidades de esta materia prima que apenas requería unos sencillos procesos de limpieza, hilado, tejido y
tinte.

La creciente demanda de algodón fomentó la búsqueda de nuevos sistemas mecánicos para agilizar los
procesos de hilado y tejido:

 Las Hiladoras. En 1765, la máquina Spinning Jenny, de James Hargreaves, incrementó la capacidad de
hilado de uno a 24 husos a un mismo tiempo. Richard Arkright aportó la propulsión hidráulica en su
hilado Water Frame, que podía mover cientos de husos de forma simultánea. En los siguientes años,
Crompton perfeccionó el proceso con la Mule Jenny, que obtenía un hilo más fino.
 Los telares. El proceso de tejido vio aumentada su velocidad de fabricación con la lanzadera volante de
John Kay de 1733; pero sería en 1785 cuando, gracias al telar mecánico de Edmund Cartwrigh, las ci-
fras de producción se dispararon.

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El resultado fue imparable. En cincuenta años se había logrado que una hiladora y un tejedor pudieran fabricar
sesenta veces más cantidad de tela que con el proceso manual. Los pequeños talleres manufactureros se vie -
ron entonces desplazados por las grandes fábricas textiles, las únicas capaces de invertir en las últimas inno-
vaciones técnicas.

3.3 La producción de carbón y hierro

La máquina de vapor tuvo una importante repercusión en otros dos grandes sectores para el desarrollo de la
Revolución Industrial: la extracción de carbón y la industria siderometalúrgica.

La minería del carbón

Con la rápida difusión de las máquinas de vapor, el carbón vegetal resultaba insuficiente para satisfacer las
necesidades de combustible de las industrias: fue entonces cuando el carbón mineral se convirtió en una
fuente de energía decisiva que desencadenó una expansión sin precedentes de la minería.

En el contexto de la extracción de carbón, numerosas comarcas se convirtieron en centros mineros que


proporcionaban tanto el carbón como el hierro que requerían las nuevas industrias.

La siderometalurgia

La industria siderometalúrgica se convirtió en un sector imprescindible de la Revolución Industrial, pues la


fabricación de la maquinaria textil, de los útiles agrícolas y de los nuevos transportes pasaba necesariamente
por la industria del hierro. Los principales avances que siguieron iban dirigidos a la obtención de metales más
resistentes y baratos.

A comienzos del siglo XVIII, Abraham Darby funde el hierro con coque, un derivado del carbón. La combustión
de este mineral en los altos hornos alcanzaba elevadas temperaturas, lo que permitía fundir el arrabio,
materia prima del acero.

A finales del siglo XVIII Henry Cort mejoró el sistema de fundición del arrabio mediante la pudelación, que
eliminaba la mayor parte de las impurezas del hierro, e inventó el laminado, que permitía la fabricación de
planchas de hierro en forma de lingotes que resultaban más manejables.

La expansión de la siderometalurgia estuvo en la base del crecimiento paralelo y exponencial de la minería del
hierro, que complementó a la del carbón y empleó a miles de trabajadores, sobre todo en la región de las
Midlands y en el sur de Gales.

4. LA REVOLUCIÓN DE LAS COMUNICACIONES

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La máquina de vapor y la siderurgia hicieron posible la revolución de las comunicaciones del siglo XIX: el
ferrocarril y la navegación del vapor acortaron las distancias y multiplicaron la circulación de personas y
mercancías; de igual modo, el correo y el telégrafo impulsaron un flujo de la información sin precedentes.

4.1 La revolución de los transportes

Las comunicaciones terrestres experimentaron una mejora espectacular a finales del siglo XVIII gracias a un
nuevo sistema de pavimentación, el macadán, que permitía construir carreteras mejor cimentadas, más
seguras y más estables. En 1820, Gran Bretaña contaba con la mejor red de carreteras de Europa.

Pero la gran revolución en el transporte terrestre fue el ferrocarril. Desde siglo XVI existían sistemas de raíles
de madera en las minas, pero en el siglo XVIII aparecieron los raíles de hierro. Esta experiencia y la aplicación
de la máquina de vapor impulsaron la construcción de las primeras locomotoras. Después de varios intentos
frustrados de otros inventores, en 1825 George Stephenson presentó la Locomotion, con la que viajó de
Stockton a Darlington: cinco años después se inaugura la línea entre Liverpool y Manchester: había nacido la
era el ferrocarril.

El tendido de los caminos de hierro se extendió con rapidez y tuvo como consecuencia la reducción de las
distancias y el aumento del volumen transportable de mercancías, lo que abarató los precios. Además
benefició la expansión definitiva de la industria metalúrgica debido a la fabricación de trenes y raíles y a la
construcción de grandes infraestructuras, como túneles o puentes.

La navegación

A mediados del siglo XVIII, Gran Bretaña creó una densa red de canales que sería una de las claves de la
Revolución Industrial al conectar entre sí los centros de extracción de materias primas, las zonas de
producción y las áreas de consumo.

La aplicación del vapor se produjo a comienzos del siglo XIX, cuando el estadounidense Robert Fulton
desarrolló un barco a vapor que hacía girar una gran rueda de paletas aunque seguía ayudándose de velas
para impulsarse. En 1807 se inauguró la primera línea a vapor entre las ciudades de Nueva York y Albany, y en
1836 se de las velas gracias a la hélice de Smith y Ericsson.

Las exigencias de navegación obligaron a la mejora de los puertos y la construcción de infraestructuras, como
el Canal Nuevo de Róterdam, el canal de Kiel o el canal de Suez, inaugurado en 1869 y que redujo en un
cuarenta por ciento el tiempo de navegación entre Europa y el océano Índico. Las obras del canal de Panamá
se iniciaron en 1881, pero experimentaron numerosas dificultades, interrupciones y cambios de planes. La
inauguración se postergó hasta 1914.

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4.2 La revolución de los medios de comunicación

El telégrafo

En 1794, el francés Claude Chappe creó el telégrafo óptico, capaz de transmitir de forma visual símbolos
entre torres ubicadas en las partes altas de las rutas de comunicaciones. El primer mensaje emitido atravesó
230 kilómetros en menos de una hora, y en él se comunicaba la victoria francesa en la guerra contra Austria.
Después, Napoleón, impulsó el tendido de redes de telegrafía óptica.

En 1833 se instaló la primera línea de telegrafía electromagnética en Alemania. Wilhelm Weber y Carl Friedrich
Gauss lograron con ello la primera aplicación práctica de una nueva forma de energía: la electricidad.

En 1865 se inauguró la primera gran empresa de telegrafía intercontinental. Su servicio entre Inglaterra y la
India se basaba en el novedoso cableado submarino, que un año más tarde ya unía Europa y América. En
pocos años, los cinco continentes quedaron conectados a través del telégrafo.

El nuevo ingenio modificó la realidad social mundial gracias a la comunicación prácticamente instantánea, con
importantes consecuencias:

 El control de los Gobiernos sobre sus administraciones nacionales e imperios coloniales se hizo rápido
y efectivo.
 Las transacciones económicas se agilizaron, lo que dio el empuje definitivo al desarrollo de las Bolsas
como mercados de valores.
 Surgió la prensa de información contemporánea, que ya podía, a través de la figura del corresponsal,
transmitir de forma inmediata información remota.

El correo

En la segunda mitad del siglo XVIII, los gobiernos europeos habían asumido el control directo del Correo, al
que convirtieron en servicio público; esta decisión estaba en consonancia con el modelo centralista de Estado,
que requería una rápida comunicación entre el Gobierno y las administraciones provinciales y locales. Como
consecuencia, se abarataron las tarifas postales y los pagos se simplificaron con nuevos sistemas como el
sello. Por otra parte, la mejora continua de las infraestructuras y los transportes agilizó la circulación del
correo.

Las comodidades que ahora ofrecía el correo facilitaron de forma paralela las comunicaciones entre los
agentes comerciales y articularon las bases de los mercados nacionales. Asimismo, incentivaron el modelo de
suscripción a publicaciones periódicas y fomentaron el desarrollo de la prensa escrita.

5 LA DIFUSIÓN DE LA INDUSTRIALIZACIÓN

Desde comienzos del siglo XIX hubo otros Estados europeos que iniciaron su industrialización, si bien el
retraso acumulado condicionó su expansión y garantizó el liderazgo británico hasta la segunda mitad del
siglo.
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5.1 Las características de la industrialización europea

A mediados del siglo XVIII, algunas zonas europeas habían transformado su sector textil, pero esos cambios
no alcanzaron la misma envergadura que en Gran Bretaña. La explicación del retraso se explica por varios
factores:

 Inestabilidad política. El estallido de la Revolución francesa en 1789 y, posteriormente, las guerras na-
poleónicas y la Restauración retrasaron la introducción de los postulados del liberalismo, tanto en tér-
minos políticos como económicos.
 Inversión pública. La falta de inversiones privadas hizo que en numerosos países europeos el Estado
adoptara una posición de liderazgo a la hora de impulsar las inversiones necesarias para la industriali-
zación. Fueron los casos de Rusia, Francia, Alemania, Bélgica, España, Italia o Portugal.
 Escasez de capital. Mientras, en otros países la ausencia tanto de iniciativa privada como de impulso
público obligó a recurrir a la inversión extranjera para iniciar el proceso de industrialización. Fue el
caso de España, donde los capitales británicos y las inversiones francesas y belgas resultaron funda-
mentales para la puesta en marcha del proceso.

Todos estos factores hicieron que la industrialización en el continente europeo presenta, incluso dentro de un
mismo estado, importantes diferencias regionales entre áreas industrializadas y otras no industrializadas; en
estas fue determinante el peso del sector agrícola, la escasez de materias primas o la débil integración de di-
chos territorios en la redes de comunicación.

5.2 Los pioneros de la industrialización continental

El retraso con el que la Europa continental empezó el proceso de industrialización respecto de Gran Bretaña
no impidió que algunos países alcanzaran niveles de producción más que aceptables en la segunda mitad del
siglo XIX. Los más destacados fueron Bélgica, Francia y Alemania, mientras que en el resto el proceso estuvo
localizado en regiones muy concretas.

Bélgica

Desde su independencia nacional de Países Bajos en 1831, la industrialización belga estuvo dominada por la
intervención estatal, que llegó a financiar y explotar una estratégica red ferroviaria conectada con Francia y
Alemania. Los sectores más desarrollados en Bélgica fueron la minería, gracias a las minas de hulla y al
monopolio del zinc en Europa, y la banca, entra las principales de Europa.

Francia

La industrialización arrancó en 1830, pero lo hizo tímidamente, frenada por los propietarios agrarios y los
artesanos; además la excelente red de comunicaciones de la época revolucionaria retrasó la necesidad de
invertir en el sector.

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El desarrollo industrial francés se intensificó a partir de 1850 en zonas localizadas, en las que prosperaron los
sectores financiero, ferroviario y metalúrgico. Además, la expansión colonial y la internacionalización del
capital francés fomentaron las inversiones en el exterior.

Alemania

La Confederación Germánica estaba compuesta por 39 estados. La ausencia de un espacio económico común
dificulta la expansión económica e industrial, por lo que en 1834 se creó el Zollverein, o Unión Aduanera, que
al permitir la eliminación de aduanas interiores fomenta el desarrollo industrial.

La abundancia de hierro y carbón en zonas como la cuenca del Ruhr o Silesia relanzaron la siderurgia,
animada por la rápida expansión del ferrocarril y por un dinámico sector textil. A pesar del retraso inicial, en
1890 Alemania era ya la primera potencia industrial de Europa.

Otros países europeos

La industrialización en otros países se concentró en regiones muy concretas. Fue el caso de Cataluña, Asturias
o el País Vasco en España; del Norte de Italia; de las áreas checa, austríaca y húngara del Imperio
austrohúngaro, o de Moscú y San Petersburgo en el Imperio ruso.

6 LIBERALISMO Y CAPITALISMO

A finales del siglo XVIII surgieron nuevas teorías económicas que encontraron acomodo en la sociedad
industrial y que permitieron la creación de un nuevo modelo de relaciones económicas y laborales.

6.1 El librecambismo

De la integración del capitalismo con el liberalismo político surgió el liberalismo económico, o librecambismo,
doctrina que tuvo en el escocés Adam Smith a su fundador y principal defensor. Las bases de su filosofía
económica se plasmaron en su Ensayo sobre la naturaleza y las causas de la riqueza de las naciones (1776).

Para Smith, la riqueza colectiva es el resultado de la suma del beneficio individual; de ahí que promueva la
protección de la propiedad privada y la acumulación de capital como motores del crecimiento económico.

En este sistema, el Estado, inspirándose en el lema francés "laissez faire, laissez passer" ("dejad hacer, dejad
pasar"), deberá inhibirse de los asuntos económicos: será el propio mercado el que se regule a sí mismo a
través del equilibrio entre la oferta y la demanda, que busca en todo momento el máximo beneficio. La
negociación entre vendedores y compradores equilibrará los precios, y la realizada entre empresarios y
trabajadores regularía el valor de los salarios.

El Estado no tiene otras responsabilidades más allá de asegurar la paz y la seguridad, salvaguardar la
propiedad, respetar la libertad de comercio y garantizar la disponibilidad de infraestructuras óptimas para el
desarrollo económico

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La doctrina librecambista se vio continuada por otros pensadores:

 Thomas Malthus. Escribió el Ensayo sobre el principio de la población (1798), en el que postuló que la
población crecía a un ritmo geométrico, y los alimentos de forma aritmética. La consecuencia sería la
escasez de recursos y la aparición de hambrunas, por lo que era necesario limitar la natalidad y los sa -
larios.
 David Ricardo. En Principios de economía política y de tributación (1817) formuló la teoría del valor,
que considera que el valor de los bienes depende de los costes de producción, incluido el valor del tra -
bajo. Además, enunció la ley de bronce de los salarios, según la cual la subida de salarios por encima
de los niveles de subsistemas provocaría el aumento de la población y, en consecuencia, una nueva
disminución de los salarios hasta los niveles de subsistencia previos asociada al aumento de la mano de
obra.

Sobre estos planteamientos se obtuvieron cuantiosos beneficios. Sin embargo, no se prestó la suficiente aten-
ción a los problemas sociales derivados de la industrialización, en el convencimiento de que al extender la
prosperidad al conjunto de la sociedad, acabaría eliminando la desigualdad social.

6.2 El capitalismo industrial

Los beneficios obtenidos del campo, la industria y el comercio dieron lugar a que a mediados del siglo XIX se
acumulasen enormes capitales en manos de inversores que después invertiría su dinero en nuevas iniciativas
empresariales.

Algunas de estas empresas dominaron el mercado gracias a la creación de grandes compañías. El capital lo
solían aportar varios inversores en forma de acciones, lo cual, por un lado, limitaba los beneficios y la
capacidad de decisión, pero por otro rebajaba las responsabilidades y amortiguaba los riesgos económicos.
Los accionistas se repartían los beneficios de la empresa, mientras que los trabajadores percibían un salario.

Otra consecuencia del incremento de capitales fue el crecimiento de las inversiones exteriores. Reino Unido
pasó de invertir unos 200 millones de libras anuales en el extranjero a mediados del siglo XIX a,
aproximadamente, 2400 millones a finales de siglo. Estas inversiones extranjeras supusieron un fuerte
impulso para la industrialización de terceros países.

Además, los intercambios comerciales a escala mundial y la especialización de los mercados de países
exportadores de productos industriales o agrícolas, como era el caso de las colonias, incidieron de forma
directa en los mercados nacionales. Se profundizó en la economía-mundo, dominada por Europa y en la que
incluso los precios de los productos se calculaban en función del comercio mundial.

El capital y la consolidación de las inversiones en el extranjero aceleraron el desarrollo de nuevos sistemas


financieros. Se generalizaron los bancos que custodiaban los ahorros de sus clientes y, gracias a las
inversiones y los créditos, se estrechó la relación entre empresas y banca. Londres, en especial el área de la
City, se convirtió en el centro financiero mundial, y en su Bolsa se negociaba el valor de las grandes
compañías a través de títulos de propiedad y participaciones. En otras Bolsas, como en la de París, se

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multiplicaban las operaciones a un ritmo vertiginoso, al tiempo que abrían otras Bolsas, como la de Madrid en
1831.

Con todos estos cambios, el mercantilismo, o capitalismo comercial, que había dominado Europa en los
últimos siglos sustentados en el control y la protección del Estado, dejó paso al capitalismo industrial, una
nueva estructura de la economía que coincidía con los ideales del liberalismo político británico.

7 LOS RASGOS SOCIALES DE LA INDUSTRIALIZACIÓN

La industrialización alteró rápidamente los métodos de trabajo. La rígida reglamentación gremial que hasta
entonces venía regulando y controlando el mundo laboral, la producción y los precios fue erosionada por el
trabajo a domicilio y acabaría eliminada por la irrupción de las fábricas. Las repercusiones de este cambio
afectaron no solo a la estructura gremial sino también, y de manera muy negativa, a los trabajadores
industriales.

7.1 Las condiciones laborales de la industrialización

La desaparición progresiva de los gremios y de las leyes que regulaban los oficios, así como la sunción de los
postulados librecambistas sobre la inhibición del Estado en asuntos económicos, fueron deteriorando las
condiciones de vida y de trabajo de las clases trabajadoras.

En Reino Unido, la Cámara de los Comunes ofrecía a la burguesía un espacio propicio para legislar en defensa
de sus intereses, de modo que los trabajadores fueron cayendo en una situación de desprotección ante la
ausencia de la legislación o ante su incumplimiento por parte de muchos empresarios.

Las condiciones laborales quedaban reflejadas en jornadas que se prolongaba hasta catorce horas diarias, sin
derecho a días de descanso y durante las cuales los trabajadores carecían de las más elementales garantías de
seguridad e higiene. La abundancia de mano de obra y el empleo de trabajadores de escasa cualificación
facilitaban aún más la explotación, que alcanzaba sus cotas más elevadas en el caso del trabajo infantil.

A este duro panorama se sumaban los bajos salarios, que apenas permitían la subsistencia. Para salir
adelante, las familias necesitaban la aportación de todos sus integrantes, mujeres y niños incluidos, cuyos
salarios eran significativamente inferiores. Aun así, la mayoría sufrían las consecuencias del hambre

. Las condiciones de vida eran especialmente precarias en los núcleos urbanos, donde las personas llegadas
del campo vivían hacinadas en infraviviendas ubicadas en zonas insalubres. La desnutrición, sumada a la falta
de condiciones higiénicas, derivada en enfermedades como el raquitismo o en epidemias como el cólera, la
tuberculosis o el tifus, responsables de las elevadas tasas de mortalidad de la época, sobretodo en niños.

En esas circunstancias proliferó la marginalidad, cuyo reflejo más evidente era el grave problema de
alcoholismo, como también lo era el incremento de focos de delincuencia y de prostitución en los barrios
bajos de las ciudades europeas y americanas.

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7.2 El nacimiento de la conciencia obrera

Las duras condiciones de vida que trajo la industrialización estuvieron en el origen de los primeros focos de
protesta obrera. Al ser Gran Bretaña el país pionero del nuevo orden económico y social, serían los obreros
británicos los primeros que dieron muestras de conciencia de clase. Pero hubo además otros factores:

 La economía moral de la multitud. En el siglo XVIII, la economía se veía condicionada por ciertos valores
contrarios al librecambismo. El beneficio ilimitado se identificaba con la usura, y los precios de los pro-
ductos básicos, como el pan, exigían un control estatal que evitase motines populares.
 La tradición del inglés nacido libre. Desde la revolución de 1688 se habían extendido la conciencia libe-
ral y democrática. Asociaciones radicales de trabajadores, como la de los tejedores, se opusieron a la
explotación y a las paupérrimas condiciones de vida que ofrecía el modo de producción industrial.
 La influencia del metodismo. Esta corriente del protestantismo aglutinó los trabajadores urbanos y al
campesinado pobre; entre ellos se extendieron prácticas culturales y sociales basadas en el comunita-
rismo, entendido como defensa de los intereses de la comunidad y que sería el origen del asociacionis-
mo.

7.3 Los inicios del movimiento obrero

Los trabajadores urbanos y los mineros constituyeron una nueva clase social, el proletariado, articulada en
torno a su único bien: su fuerza laboral y cuya única contribución a la sociedad era la de producir hijos. La
clase proletaria no tardó mucho en ser consciente de la necesidad de asociarse para exigir los cambios que
llevaran al fin de la explotación industrial.

A comienzos del siglo XIX surgiría el movimiento ludita, que culpaba del paro artesanal al maquinismo; en una
reacción instintiva, amenazaron a los empresarios y destruyeron muchas máquinas, unas acciones que fueron
duramente reprimidas por las autoridades.

A finales del siglo XVIII, el Parlamento prohibió la constitución de asociaciones obreras en Gran Bretaña, de
modo que no fue hasta 1824 cuando las protestas de los trabajadores lograron el reconocimiento legal de los
sindicatos (trade unions).

Se forjó así una conciencia que daría lugar al movimiento obrero, que se extendió en las décadas siguientes
entre los países industrializados hasta llegar a convertirse en unos de los principales actores sociales y
políticos de la sociedad industrial.

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