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La transición demográfica
Hasta finales del siglo XVIII se mantuvo el llamado régimen demográfico antiguo, caracterizado por altas tasas
de natalidad, debido a factores morales y religiosos y a la consideración de los hijos como fuerza de trabajo
imprescindible, y alta mortalidad debida a las deficientes condiciones higiénicas, sanitarias y alimentarias.
Por ello, Europa mantuvo un crecimiento muy reducido durante la Edad Moderna, si bien algunos países
iniciaron en ese momento un descenso en las tasas de mortalidad, lo que se conoce como transición
demográfica. Estuvo determinada por el aumento de la producción agraria, la mejora en la alimentación de la
población y la de las condiciones higiénicas y médicas, lo que provocó un descenso de la mortalidad,
mientras la natalidad seguía siendo elevada. Por ello, Gran Bretaña duplicó su población (de cinco a diez
millones) en el siglo, y favoreció un aumento del consumo y de la mano de obra, lo que satisfizo las
necesidades de una economía en expansión.
El efecto inmediato fue el aumento de la población, sobre todo en las áreas urbanas, de la esperanza de vida
y el impulso de demanda de productos agrarios. No obstante, la transición demográfica no fue uniforme,
siendo mas débil en el este y sur de Europa, regiones eminentemente agrarias donde la mortalidad siguió
siendo elevada.
La industria textil fue la primera que incorporó los nuevos procesos productivos. La manufactura de la lana se
sustituyó por el algodón, cultivado en la India y América. Esta materia prima solo requería sencillos procesos
de limpieza, hilado, tejido y tinte. La creciente demanda de algodón fomentó la búsqueda de nuevos
sistemas mecánicos:
• Hiladoras. Eran necesarias para disponer de
hilos fuertes. La Spinning Jenny, de Hargreaves,
incrementó la capacidad de hilado de uno a 24
husos a la vez. Arkwright aportó la propulsión
hidráulica con su hiladora Water Frame, que
movía cientos de husos. Crompton perfeccionó el
proceso con la Mule Jenny, que obtenía hilos más
finos.
• Telares. El proceso de tejido aumentó su
velocidad con la lanzadera volante de John Kay
en 1733; pero fue en 1785 cuando las cifras de
producción se dispararon con el telar mecánico
de Edmund Cartwright.
Junto a la industria textil, la máquina de vapor tuvo una importante repercusión en la minería del carbón y en
la industria siderometalúrgica. También en la revolución de los transportes, con la invención y difusión del
ferrocarril y del barco a vapor. De igual modo, el correo y el telégrafo impulsaron un flujo de información sin
precedentes. Todo ello transformó la vida, las costumbres y la forma de interpretar el mundo y la sociedad.
Pese a la diferencia temporal con la que Europa continental empezó el proceso de industrialización respecto
al experimentado por Gran Bretaña, países como Bélgica, Francia y Prusia alcanzaron destacados niveles de
producción ya en la segunda mitad del siglo XIX. Otros, como España, Italia o Rusia, tuvieron un crecimiento
industrial más modesto y muy localizado en ciertas áreas.
Liberalismo y capitalismo
El liberalismo económico surgió de la unión del capitalismo y el liberalismo político. Su fundador fue Adam
Smith. En su Ensayo sobre la naturaleza y las causas de la riqueza de las naciones (1776) apuntó que la
riqueza colectiva es resultado de la suma del beneficio individual; de ahí que promueva la protección de la
propiedad privada y la acumulación de capital como motores del crecimiento económico. Era partidario de
que el Estado se inhibiera de los asuntos económicos, creyendo que el mercado se regula a sí mismo a través
del equilibrio entre la oferta y la demanda, y que la negociación entre vendedores y compradores equilibra
los precios, y la realizada entre empresarios y trabajadores regula el valor de los salarios.
La doctrina librecambista se vio continuada por Thomas Malthus (Ensayo sobre el principio de la población) y
David Ricardo (Principios de economía política y de tributación), con su teoría del valor.
Otras consecuencias del incremento de capitales fueron el crecimiento de las inversiones exteriores, la
profundización de la economía-mundo, el desarrollo de nuevos sistemas financieros y la transformación del
capitalismo comercial en el capitalismo industrial.
Las condiciones laborales se caracterizaban por largas jornadas de trabajo (que podían prolongarse más de
catorce horas), la ausencia de derecho a descansos retribuidos y la falta de seguridad e higiene. La
abundancia de mano de obra, con frecuencia poco cualificada, conducía a la explotación de los trabajadores.
Los bajos salarios apenas cubrían la subsistencia. Todos los miembros de la familia se veían obligados a
trabajar, mujeres y niños con salarios inferiores. Aun así, la mayoría sufrían las consecuencias del hambre y
del agotamiento, enfermedades y epidemias, marginalidad.
A finales del siglo XVIII, el Parlamento británico prohibió las agrupaciones obreras. A comienzos del siglo XIX
surgió el movimiento ludita, que culpaba del paro artesanal al maquinismo; su reacción, instintiva, fue
amenazar a los empresarios y destruir máquinas; aunque de fondo lo que se puede rastrear era la
reivindicación del derecho a un trabajo digno. La reacción de las autoridades llevó a una dura represión del
movimiento ludita y de sus líderes. En 1824 las protestas obreras y sucesos como la matanza de Peterloo
llevaron al reconocimiento legal de los primeros sindicatos: las trade unions. Nació así el movimiento obrero,
que en las décadas siguientes se extendería a otros países hasta convertirse en uno de los principales actores
sociales y políticos de la sociedad industrial.