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Comunicación con la familia:

Más allá de lo que la extrañaba a mi gente, no la tenía. La única forma de comunicarme era por
cartas y nunca sabías si las recibían ni cuándo; pero así era. Les hacia saber que todo estaba
bien, que nada me faltaba. Todos relatos “naif”. Era para no preocuparlos más de lo que
seguramente ya estaban. Hoy, luego de tanto tiempo, me doy cuenta de que además era una
forma de auto defensa. Era decirme a mi mismo que está todo bien, una frase que hoy traduzco
como “esta es la música que me tocó bailar, y tengo que bailarla”.
Esperaba con ansias la llegada de una carta, algo que me hiciera sentir más cerca de lo mío.
Pensaba mucho en la familia y en los afectos. En mi madre, que cuando éramos chicos
siempre rompía con que no tirásemos la comida, ni jugáramos con el pan. ... La comida ya era
escasa: una ración por día y dos veces mate; si teníamos suerte uno de ellos con pan. En fin…
conocí lo que significa la palabra desprotección.

Hubo una correspondencia que me quebró; me quebró de nostalgia. Me llego a esa parte que
debía tener guardada, escondida, “en el freezer”: Al alma. La parte de los sentimientos. No
podía dejarla asomar, eso era muy peligroso. No había lugar para flojedades ni
sentimentalismos. La carta, hablaba de un festejo familiar, por que mi hermano mayor se había
recibido de papá y de médico. Había nacido la nena que quizás sería mi ahijada, aunque al
final no lo fue; la ilusión de serlo fue un recurso más de donde sacar fuerzas, una nueva
motivación para volver bien a casa cuando esto terminase; otra zanahoria delante que debía
tratar de alcanzar.

¿Qué fue lo que me quebró? Simple y profundo: la reunión familiar; todos los míos festejando
los dos acontecimientos y cada uno, a su manera, haciéndome sentir presente y parte en ese
festejo. Hasta creo que sentían un poco de culpa en sus frases por estar festejando y Fabio en el
frente...

Por último mi vieja y mi comunicación espiritual con ella, acompañándome en mi relación con
Dios, aunque no se si por su propio convencimiento. Creo que me comprendía y era su forma
de estar más cerca. En una de las cartas nos habíamos puesto de acuerdo en rezar juntos un
Ave María todos los días a las 10 de la noche.

Aferrarse a la fe:
Estaba en Malvinas, empezaba la historia. No sabía cual …pero historia al fin. Ese era mi
destino ... ¿Mi destino??? Empezaba a entender un poco esta palabra, que para entonces no
tenía muy en claro. Se supone que el destino de un chico de 20 años lo maneja él mismo y hace
de él lo que quiere, nada lo frena, nada se le opone, lo maneja y lo dirige a su voluntad. Pero de
repente tomé conciencia … ¿tenía en esa época? … Yo no había elegido estar allí. Era un viaje
que nunca había programado, ni tan siquiera imaginado. Pero allí estaba yo. Es entonces
cuando empiezo a relacionarme más fuertemente con Dios (llámalo como vos quieras de
acuerdo a tu fe), y en cierta medida a entregarme a su voluntad.
También como es de público conocimiento hemos carneado y cuereado un par de ovejas, que
cocinamos en dos o tres días a fuego muy lento, con huya. Había que apagarlo ante cada alerta
para no deschabar posiciones. La segunda, yo no la comí. Le dije a Dios que no iba a comer en
agradecimiento a su ayuda y para pedirle que siguiera a mi lado. Una especie de ofrenda.

Ley de compensaciones:
En Malvinas desarrollé también mi teoría de la “Ley de compensaciones”, que tanto me ayudó
y me serviría en adelante. Nunca lo había pensado o imaginado antes, pero apareció y se
instaló casi sin darme cuenta. Fue un importante bastón de apoyo. Tiene dos componentes
importantes: Fuerza y Fe. Ante cada cosa jodida que me pasaba, tenía la fuerza de superarla
con la fe en que algo bueno le seguiría. El secreto de mi teoría era no esperar grandes cosas
buenas. Entonces, siempre llegaba algo gratificante: una carta de mi familia, una comida con el
regimiento de al lado (y de esa forma, a veces, un plato más); un buen turno de guardia... en fin
todo servía. Esta Ley es la que realmente me ayudó a volver sano y salvo en todos los
aspectos. Es lo que más quisiera transmitirles. Hoy pasados 18 años, la sigo utilizando y de
mucho me sirve.
Durante una guardia en el depósito de municiones, salté desde las cajas hasta lo que de noche
parecía el asfalto. Pero no era cemento, sino un charco. Quedé mojado durante todo el tiempo
que duró la guardia, lleno de bronca por mi boludes, caminaba sin parar para no sentir frío.
Me esforcé para pensar en lo bueno que me llegaría “en compensación”. Así sin darme cuenta
empecé a reírme solo de lo que me había pasado, dejando de lado la bronca que sentí al
principio.
La solución era no quedarme en lo malo, en lo feo ni en lo doloroso; salir rápido pensando en
lo bueno, lo lindo, lo gratificante. Siempre en la vida vamos a tener las dos cosas, está en
nosotros elegir con cuál quedarnos y a partir de cuál buscar soluciones.

El Miedo:
Una de las preguntas que siempre me hacen con respecto a la guerra es: ¿Tuviste miedo?. Mi
respuesta es no tenés tiempo para tener miedo simplemente una gran impotencia, nada podés
hacer, sólo esperar rezando,… y mucho.
A pesar que en mi diario de guerra muchas veces escribí la palabra miedo. Hoy sinceramente
no lo veo así, la sensación que llevo es la de impotencia. Es algo raro pero así lo recuerdo
desde el mismo día que llegué. Con lo cuál no podría hablar de un cambio de parecer con el
paso del tiempo.

El final:
Luego de algún tiempo, nos llegó nuevamente la orden de juntar nuestro armamento y salir en
fila. Este fue otro de los momentos que me quedó grabado: El de la entrega de armamentos.
Hicimos una fila, para dejar en una pila el cinturón, en otra los cargadores con las municiones,
en otra el FAL, en otra el casco y de repente me quedé con lo puesto. Qué humillado me sentí.
Es una sensación de impotencia y despojo difícil de aceptar; tuve que tirar mis cosas que habían
sido las que me acompañaron y protegieron durante estos angustiosos días.
Un sentimiento de vergüenza poco a poco se iba instalando en mi cabeza y alma. Al charlar
con otros compañeros me di cuenta que no era el único, a todos nos estaba pasando lo mismo.
De repente, sin darme cuenta, estaba pensando en como sería el encuentro con mi familia y
amigos, luego de haber perdido la guerra. Traduciendo esto hoy te diría que en definitiva...
“me estaba enfrentando con la derrota”.

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