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Cómo la analogía con el Nazismo

explica los conceptos de «Islam


moderado” e «Islam radical”
15 noviembre, 2015 CVII, Islám

Si la doctrina islámica es violenta en sí misma, ¿por qué no es


violento cada musulmán del mundo –aprox. 1500 millones –
individualmente considerado?

Esto es una de las apologéticas islámicas más populares y trilladas:


debido a que no todos los musulmanes son violentos, intolerantes,
o apoyan el terrorismo – algo que es verdad -, el Islam en sí no
tiene culpa.
Analicemos por un momento este argumento.
Antes que nada, es comprobable el hecho de que hay mucha gente
que se identifica como musulmanes y no da su soporte al
terrorismo, o a la intolerancia o de supremacía islámica. Si usted
ha vivido en un país con mayoría islámica, puede comprobar este
hecho como cierto.
La cuestión más importante es: ¿qué es lo que representan tales
musulmanes? ¿Siguen ellos un Islam legítimo, “moderado”, un
Islam auténtico y diferente que el de las variantes terroristas? Eso
es lo que promueven todos los medios dominantes, políticos y
académicos, intentando convencer al resto del mundo de tal
“verdad”.
La mejor forma de contestar a esta cuestión es mediante una
analogía:
El Nazismo es una ideología universalmente condenada, debido a
su elemento de la supremacía racial blanca-arriana. Pero el hecho
es de que hubo muchos alemanes quienes han sido miembros o
sostenedores del partido Nazi, y de los que se podría decir que era
gente “buena”. Ellos no han creído en la persecución de los Judíos
y otros no-arrianos; algunos de ellos ayudaron a muchos de los
señalados bajo el gran riesgo de sus vidas.
Consideremos a Oskar Schindler. Alemán de pura cepa y miembro
formal del partido Nazi, se expuso a grandes peligros con el fin de
salvar vidas de unos 1300 judíos.

¿Cómo conciliar sus buenas obras con sus malas creencias o


afiliaciones?
¿Seguía Schindler una forma “moderada” del Nazismo? ¿O es más
razonable sostener que él había suscrito ciertas perspectivas de
Nacional Socialismo, pero cuando llegó el momento de matar a
seres humanos en el nombre de la supremacía racial, su
humanidad se rebeló contra sus adherencias al Nazismo?
Ciertamente, muchos alemanes se apuntaron al partido Nacional
Socialista simplemente por tratarse de un partido “ganador”, o de
un partido que ofrecía esperanza, y menos – si se daba el caso en
algunos en concreto – a raíz de sus teorías raciales.
Por la misma razón, hubo otros y no pocos alemanes que eligieron
al partido Nazi precisamente por sus teorías de supremacía racial,
y se sentían felices al ver eliminar a los judíos y otros “inferiores”.
Ahora, consideremos cómo aplicar esta analogía al Islam y a los
musulmanes: primero, de forma parecida a cómo tantos alemanes
se consideraron nazis, la gran mayoría de los musulmanes del
mundo simplemente han nacido en un país islámico; no tuvieron
elección. Muchos de esos musulmanes conocen muy poco del
Islam – cinco pilares, por ejemplo – y desconocen las teorías de la
supremacía islámica.
Añadan a eso la pena de muerte por la apostasía en no pocos
ambientes islámicos –o simplemente pérdida de privilegios y
condiciones normales de existencia-, y queda claro por qué
tantísimos musulmanes no quieren siquiera plantearse dejar de
serlo.
De la misma forma, hay muchos musulmanes que conocen
exactamente qué es lo que enseña el Islam – incluyendo violencia,
hostigamiento, o esclavizar a los kafir, o sea, infieles – y son felices
seguidores de ese credo precisamente por la supremacía que
defiende.
Es decir, en el Nazismo y en el Islam tenemos ideología de
supremacía por un lado, y por otro la gente que se asocia a esos
sistemas de pensamiento por más diversas razones: desde por
haber nacido en ese ambiente, por apuntarse para sacar un
provecho temporal, hasta aquellos que son sus sinceros
adherentes.

[Los musulmanes de Bosnia al servicio del Tercer Reich, 1943]


Pero la más importante diferencia es esta: cuando se trata de
Nazismo, todo el mundo está de acuerdo de que se trata de una
ideología de supremacía racial. Los que siguen tal ideología son
considerados “chicos malos”, lo mismo que Hitler. Por el otro lado,
en cuanto a aquellos “buenos nazis” que ayudaron a los judíos
perseguidos y realizaron otras acciones altruistas, el mundo no los
considera como seguidores de un “Nazismo moderado”, sino más
bien como aquellos apuntados al nazismo “sin pensarlo mucho”,
digamos “de modo informal”.
El paradigma correcto para comprender el Islam y a los
musulmanes es este: el Islam contiene doctrinas violentas y de
supremacía islámica. Esto es un simple y verificable hecho. Los
que lo siguen hasta la raíz eran y son “chicos malos” – por
ejemplo, Osama bin Laden. No obstante, también hay “buenos
musulmanes”. Y esta es la clave: pero ellos no son “buenos” porque
siguen un Islam “bueno” o “moderado”, sino porque en definitiva
ellos no se han entregado al Islam del todo. En otras palabras, son
“buenos” porque en mayor o en menor medida se rebelan contra el
Islam, malo en sí.
Desde otro ángulo, ¿el altruismo de Schindler era un producto del
“Nazismo moderado”, o existía a pesar de su afiliación al
Nazismo? Claramente es lo último. De la misma forma, si un
musulmán trata a un no musulmán con dignidad y equidad,
¿procede de esa forma debido a que pertenece a una rama
“moderada” del Islam, o esas son sus acciones a pesar del Islam,
debido a que su propia decencia se lo impone?
Considerando que la ley Islámica es inequívocamente clara
respecto a que los no musulmanes deben ser subyugados y vivir
como una tercela clase de “ciudadanos” – la legislación de muchos
estados islámicos en cuanto a la relación con los no musulmanes
es consecuencia directa de esta creencia – claramente se sigue que
cualquier musulmán que trata con equidad a los “infieles” va en
contra del Islam.
Entonces, ¿por qué el Occidente es incapaz de aplicar el paradigma
Nazi a la cuestión de la relación entre el Islam y el
comportamiento de los musulmanes? ¿Por qué es incapaz de
reconocer que las enseñanzas islámicas son inherentemente de
supremacista, a pesar de que obviamente no todos los
musulmanes siguen literalmente esa enseñanza – tal y como
ocurre con los seguidores de otras muchas religiones respecto a su
corpus doctrinal?
La cuestión es más impactante todavía en cuanto uno entiende
que, por bien largos mil años, el Occidente consideraba el Islam
como un culto inherentemente violento e intolerante. Hay que
echar un vistazo a los escritos de los contemporáneos del Islam en
distintas épocas, por ejemplo desde Teófano el Confesor (muerto
en 818) hasta Winston Churchill (fallecido en 1965), y de testigos
directos que todos describieron al Islam como un credo violento
que se expande por medio de conquistas, saqueos y subyugación
de los “otros”. Recuerden los escritos de Marco Polo, entre tantos.

[El musulmán radical es el que corta la cabeza al infiel, mientras


que el musulmán moderado le sujeta los píes.]
El problema de hoy es que el establishment políticamente correcto
– academia, principales mas media, políticos, y todas las demás
“cabezas pensantes”-pero no aquellas que se ocuparon con
seriedad y franqueza de la realidad histórica, ha establecido el
“hecho” de que el Islam es “una de las mayores religiones del
mundo”. En consecuencia, la religión en sí misma – no así algunos
de sus practicantes – es inaccesible para la crítica.
El quid de toda la cuestión aquí es que identificar elementos
negativos de una ideología y en consecuencia condenarlos no es
tan difícil. De hecho, hicimos así con el Nazismo y otras ideologías
y cultos. Conocemos a su vez la diferencia entre aquellos que
siguen tales ideologías de supremacía (“gente mala”), y aquellos
que encuentran a sí mismos como causales, no comprometidos
miembros de la misma (gente “buena” o neutral).
En tiempos más sanos cuando el sentido común era más frecuente,
esta analogía parecería superflua. En nuestros tiempos, sin
embargo, cuando tantos sinsentidos están ampliamente
esparcidos y promovidos en los medios – y trágicamente tratados
como análisis “serios” – sentido común necesariamente debe estar
expulsado de la escena. Pero la cruda realidad es esta: sí, una
ideología/religión puede ser aceptada como violenta o incluso
mala, y no por ello mismo muchos de sus adherentes tienen que
ser violentos o malos – ellos pueden ser incluso “buenos” – por las
razones arriba indicadas.
Eso es el modo más objetivo de entender la relación entre el Islam
como el corpus doctrinal y los musulmanes como personas
individuales.
Hasta aquí he expuesto el certero análisis de uno de los mejores
conocedores del Islam, investigador, activista pro derechos
cristianos en países islámicos, periodista y escritor Raymon
Ibrahim, hijo de un matrimonio copto residente en EE. UU. Autor
de estudios muy documentados sobre la persecución de cristianos
en el mundo es “Crucificados de nuevo”:
No obstante, este artículo debe ser continuado, y esto es a
lo que voy a proceder.

La pregunta clave que hago a todo el mundo es esta: ¿cuál es la


profunda causa de este cambio de paradigma, en
concreto, de esta postura irracional, absurda frente al
Islam?
No sé si Raymond Ibrahim quiere evitar esta pregunta, o
sencillamente para en este punto esperando que los poderes
fácticos cambien de su perspectiva, sin hacer denuncias tal vez
“impertinentes”, sin llegar a las conclusiones no “respetuosas” con
determinados sectores, incluyendo quizá la misma Iglesia Católica.
Pues bien, nosotros damos este paso que falta. Proseguiremos en
este análisis que consideramos a todas luces inacabado.
La tesis que defendemos es esta: desde la Iglesia Católica esta
postura irracional, cuando no absurda, procede del Concilio
Vaticano II, en concreto de la declaración Dignitatis humanae,
sobre la libertad religiosa. Por ende, tal postura no procede
propiamente de la Iglesia, sino de la infiltración en la
misma. En conclusión, no debe ser obedecida, ya que supone un
alejamiento seguro y convincente de la fe de la Iglesia.
Esta infiltración ha actuado en sintonía con elementos gnósticos
ajenos a la Iglesia, los cuales se han querido servir de ella y de su
influencia.
A continuación, defendemos dicha tesis.
En Syllabus, Pío IX autoritativamente condena la siguiente tesis:
[Pío IX con el rey de Las Dos Sicilias (a su derecha), Francisco II,
en visita a Quirinnale, 1859. Dando un discurso en 1863.]
“Todo hombre es libre para abrazar y profesar aquella
religión que, guiado por la luz de la razón, juzgue
verdadera.” Syllabus, que contiene los principales errores de
nuestra edad, denunciados en las alocuciones consistoriales,
encíclicas y otras letras apostólicas de Pío IX. Se publicó el 8 de
diciembre de 1864, conjuntamente con la encíclica Quanta cura.
La doctrina cristiana que el hombre no tiene derecho a la
libertad religiosa para abrazar cualquier religión, procede
de dos fuentes: de la ley natural y de la verdad revelada, las dos en
perfecta coherencia. En efecto, el hombre está obligado a buscar y
aceptar la única verdad, y rechazar el error. Solamente tiene
derecho, propiamente hablando, de seguir la verdad. No tiene
derecho a seguir el error. Por otra parte, el Señor manda a sus
discípulos: “enseñad el evangelio a toda criatura… el que creyera y
se bautice, será salvado, el que no creyera, se condenará… yo soy la
verdad, el camino y la vida… la voluntad de Dios es esta: que
creyerais en el que os ha sido enviado, etc.” Dios es el que
tiene derecho, y el hombre propiamente la obligación de seguir al
Creador. El hombre debe no ser forzado a aceptar la verdadera
religión, pero no tiene derecho a aceptar el error. La declaración
de Pío IX (por enésima vez en cuanto la doctrina de la Iglesia) es,
por tanto, perfectamente coherente y con la doctrina, y con la
razón. Defender otra cosa es apartarse de la enseñanza de la
Iglesia,… y de los mandatos de la misma razón.
En cambio, Dignitatis humanae declara:
“Haec Vaticana Synodus declarat personam humanam ius habere
ad libertatem religiosam” (del original en latín, cuando los textos
doctrinales de la Iglesia todavía se editaban en ese idioma tan
preciso).
“Este Concilio Vaticano declara que la persona humana tiene
derecho a la libertad religiosa”. Declaración Dignitatis
humanae sobre la libertad religiosa, p. 2.
¿Qué vamos a decir a esto? Pues que, “¡Huston, tenemos un
problema!” Sí, tenemos un problema muy grave. En vano se
esgrimirá, por otra parte, que esta declaración se refiere a
la libertad de no ser coaccionado. De hecho, en el punto 1 de la
citada declaración, se dice (y la contradicción no está ausente del
texto):
“Ahora bien, como quiera que la libertad religiosa que exigen
los hombres para el cumplimiento de su obligación de
rendir culto a Dios se refiere a la inmunidad de coacción
en la sociedad civil, deja íntegra la doctrina tradicional
católica acerca del deber moral de los hombres y de las
sociedades para con la verdadera religión y la única Iglesia de
Cristo. El Sagrado Concilio, además, al tratar de esta libertad
religiosa, pretende desarrollar la doctrina de los últimos
Pontífices sobre los derechos inviolables de la persona humana y
sobre el ordenamiento jurídico de la sociedad.”
Los “últimos Pontífices” queda muy bien, pero se refiere a Juan
XXIII y Pablo VI, ya que su doctrina no aparece nunca en ningún
pontífice anterior, o sea, en la enseñanza perenne de la
Iglesia. Llamemos las cosas por su nombre, aunque duela. Por lo
demás, acto seguido, en el punto 2, la declaración afirma
solemnemente –en el sentido de que se afirma categóricamente –
que “la persona humana tiene derecho a la libertad religiosa”.
¡Qué lenguaje! ¡Cómo no suena esto! ¡Una cosa y su contraria! ¿En
qué quedamos, tiene o no derecho a la libertad religiosa, o se trata
simplemente de derecho a no ser coaccionado? Pero no nos
engañemos: lo afirmado en el punto 2 se entiende en el sentido
positivo, tal y como se ha entendido posteriormente la declaración
conciliar, de acuerdo a su espíritu. Es más, se ha entendido así no
por entenderla mal, sino porque eso es lo que se dice: el hombre
tiene derecho a la libertad religiosa.
Lo que subyace a esta afirmación es la creencia que las religiones
no pueden ser malas, “que son expresiones de la búsqueda de
Dios”. Cierto, pueden expresar en algún momento amago de la
búsqueda de sentido de la vida y trascendencia, como testimonia
el concepto de la religión natural, pero este amago está entero
envuelto en el error. Lo que subyace a la citada afirmación es el
concepto del relativismo religioso, común a la creencia gnóstica,
en cuyas redes cayeron algunos padres conciliares que editaron
este texto. Si no, no editarían este texto en esta forma, sino de
acuerdo a la doctrina de la Iglesia de siempre. Pero lo han editado
en el espíritu del condenado – por el uso del lenguaje ambiguo –
concilio de Pistoya, por la bula Auctorem fidei (1794) de Pío VI.
Seguimos: “Declara, además, que el derecho a la libertad
religiosa está realmente fundado en la dignidad misma de la
persona humana, tal como se la conoce por la palabra revelada
de Dios y por la misma razón natural” (p. 2)” ¡Falso! La persona
humana como tal no tiene derecho a la libertad religiosa (de
cualquier religión), sino de abrazar la verdadera religión. Más bien
tiene la obligación de seguir la verdad revelada. Puede, en el mal
uso de su libertad, rechazarla, pero será juzgada por Dios por ello.
Y lo más importante: la Iglesia no le puede consentir en tal
“derecho”. Y es falso, miserablemente falso, afirmar que
tal derecho se funda en la palabra revelada de Dios y por la
misma razón natural, tal y como lo explicamos previamente.
¿Qué es lo que entonces puede hacer una sociedad con respecto a
distintas religiones que tienen lugar en su seno, cuál es la doctrina
de la Iglesia al respecto? Simplemente: a veces ciertas actitudes
hay que tolerarlas, en su sentido exacto del término, es
decir, tolerar algo que no está bien, pero en aras de la convivencia
se toleran con el fin de no tener males mayores, en su
caso. Tolerarlas, pero cuando no puedan ser prohibidas. Porque
esto es en el fondo lo que hay que hacer con ideologías malas:
prohibirlas. Simplemente prohibirlas.
De qué libertad religiosa y para qué, la declaración DH aclara:
“Se hace, pues, injuria a la persona humana y al orden que Dios
ha establecido para los hombres si se les niega el libre ejercicio de
la religión en la sociedad, con tal que se respete el justo orden
público. (p. 3)”
“La libertad religiosa que compete a las personas
individualmente consideradas ha de serles reconocida también
cuando actúan en común. (p. 4)”
“A estas comunidades, con tal que no se violen las justas
exigencias del orden público, se les debe, por derecho, la
inmunidad para regirse por sus propias normas, para
honrar a la Divinidad con culto público, para ayudar a sus
miembros en el ejercicio de la vida religiosa y sostenerles
mediante la doctrina, así como para promover instituciones en
las que colaboren sus miembros con el fin de ordenar la propia
vida según sus principios religiosos. (p. 4)”
Es decir, se trata de libertad religiosa para cualquier religión, con
tal de que se respete el “orden público”. Algunos objetarán que
esta declaración se hizo pensando en el derecho de la Iglesia en los
países comunistas de entonces, ¿pero por qué entonces no se
especificó tal petición, tal derecho verdadero? Pues, no se hizo eso;
estas afirmaciones colocaron básicamente todas las religiones al
mismo nivel en la sociedad, sencillamente.
“Por consiguiente, la autoridad civil, cuyo fin propio es velar
por el bien común temporal, debe reconocer la vida religiosa de
los ciudadanos y favorecerla; pero hay que afirmar que excede
sus límites si pretende dirigir o impedir los actos
religiosos. (DH p.3)”
Y para que no quede sombra de duda sobre la interpretación de
estos textos, Pablo VI, Juan Pablo II y Benedicto XVI hicieron
actos significativos, de los que solamente mencionaremos gestos
más significativos que sirvieron como verdaderos hitos en el
camino:
[El estandarte que la Santa Liga Católica capturó a los turcos al
vencerlos en Lepanto, en la decisiva batalla del 1571. El Papa San
Pïo V convocó a toda la Iglesia a rezar el rosario por el buen éxito
de la batalla. En recuerdo de su maternal intercesión se celebra
desde entonces la fiesta de la Virgen del Rosario cada 7 de
octubre. El estandarte fue entregado por Pablo VI a los turcos en
un gesto de «amistad». Abajo, de la hemeroteca de La Vanguardia
de 30 de enero de1965.]
[Juan Pablo II besa el Corán, ¡en 1999!]
[Benedicto XVI rezando en la Mezquita Azul, en la dirección a La
Meca y descalzo,
durante su viaje a Turquía en 2007.]
Estas acciones, y la doctrina conciliar en estos puntos, muestran
que la sociedad quedó privada en este tiempo nuestro – la Pasión
de la Iglesia – de la Luz de las naciones, que es la doctrina de
Cristo impartida desde la sede de Pedro. Las consecuencias de este
descamino saltan a la vista.
Así sí que, Huston, tenemos un grandísimo problema. Recordaré
la enseñanza de Pío IX respecto al asentimiento de los católicos al
magisterio ordinario de los pontífices:
“Y no podemos pasar en silencio la audacia de quienes,
no sufriendo los principios de la sana doctrina, defienden
“que los juicios y decretos de la Seda Apostólica que
tienden al bien general de la Iglesia y sus derechos, y que se
refieren a su disciplina, mientras no toquen los dogmas de
la fe y de las costumbres, se puede negar el
asentimiento y la obediencia sin pecado y sin ningún
quebranto de la profesión de católico”. Lo cual en cuánto
grado sea contrario al dogma católico de la plena
potestad divinamente dada por el mismo Cristo Nuestro
Señor al Romano Pontífice para apacentar, regir y gobernar
la Iglesia, no hay quien no lo vea y entienda clara y
abiertamente.” Quanta cura, el 8 de diciembre de 1864, Encíclica
contra los modernos errores del naturalismo y liberalismo.
Bien, volviendo al tema tratado al principio, la conclusión es,
sacada también de los argumentos escritos con sangre – hace
cuatro años muy pocos eran “Je suis Syria”. Y antes, mucho antes
de Siria, teníamos innumerables ejemplos para aprender, con tal
de querer -, es la siguiente:
Los musulmanes no deben tener derecho a la profesión libre del
Islam, ya que se trata de un sistema de convicciones y creencias
gravemente contrario al bien común. Tampoco deben tener
derecho a la expresión libre de su adhesión religiosa, como sería a
modo del ejemplo el empleo del velo en el caso de las mujeres. Si
no se actúa ya, va a ser cada vez más tarde y más difícil, como lo
fue para estas más de 120 víctimas de París.

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