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Jean Baudrillard. Power Inferno.

Historia de la filosofía: el siglo XX


Daniel Baena Galán

1.- Introducción

Jean Baudrillard, cuyo trabajo se relaciona con el análisis de la postmodernidad y la filosofía del
postestructuralismo, se dedicó a analizar el mundo que le rodeaba, desde sus primeras incursiones
en el campo de la filosofía y sociología en la segunda mitad de los años 60. Su contexto y
preocupación de partida es muy similar al Guy Debord de la sociedad del espectáculo. Preocupados
por la evolución de la sociedad de consumo, buscan encontrar sus causas, analizar por qué el
marxismo clásico no parece poder aplicarse y no encuentra una solución a la evolución del
capitalismo. Mientras que Debord mantendrá una posición más activista desde su situacionismo y
más provocador desde la acción, Baudrillard será un provocador verbal, con ironía y distancia frente
a todo.
El primer Baudrilllard cree haber encontrado la clave de análisis de la sociedad en el
estructuralismo y la semiología, la sociedad sigue siendo una sociedad de producción, pero ésta solo
se puede estudiar a través del consumo como participación del individuo en un sistema de
comunicación y diferenciación social. Se ha dejado atrás el valor de uso y el valor de cambio por un
valor simbólico. Los objetos funcionan como signos y el consumidor está perdido en una eterna
búsqueda para marcar un estatus a través de esos signos. Es una lógica de signos diferencial. La
lógica del consumo es una lógica de manipulación social, que produce una sociedad que se devora a
sí misma en una dinámica circular. Aunque todo producto se presenta como funcional, los consumos
disfuncionales aumentan mucho más que los funcionales, en una búsqueda sin fin de diferenciación
social que es irrelevante, pues todo se expresa en objetos de consumo. La desigualdad es intrínseca
al sistema y que el crecimiento económico no resuelve nada, la distancia social se mantiene
siempre.
El problema mayor que observa Baudrillard y que no es capaz de resolver es que el sistema se
adapta a cualquier cosa, por eso no hay fuera del sistema y, por eso su interpretación estructuralista
de la sociedad de consumo le conduce a u posestructuralismo, “no hay fuera”, no hay oposición
real, sino diferencias irreales. El sistema no es deliberadamente malo, pero los análisis moralizantes
son absurdos e inútiles. El sistema solo conoce las condiciones de supervivencia, mientras que
ignora los contenidos sociales e individuales.
La sociedad de la abundancia y el bienestar será para Baudrillard la de la escasez y el simulacro.
Consumimos todo, lo tangible y lo intangible, la imagen, la noticia, la información. Las mismas
claves que le permiten analizar el consumo, la publicidad y los medios de comunicación le van a
conducir a centrarse en la distancia sideral que se está produciendo entre el individuo y la realidad.
El contenido de los mensajes, significados de los signos son en gran medida indiferentes. No nos
sentimos implicados y los medios no nos remiten al mundo, nos dan a consumir los signos en tanto
que signos, acreditados, sin embargo, por la garantía de lo real. Vivimos encerrados en una
cotidianidad repetitiva y banal basada en el desconocimiento que sería insoportable sin el simulacro
del mundo, sin la excusa de una participación en el mundo. Este simulacro quiere decir un
significante que remite a algo real que es lo que quiere significar. Sin embargo,¿ qué pasa cuando
los significantes se encadenan, se producen en serie, cuando la referencia a lo real queda diferida
eternamente? Para Baudrilllard, en toda superficie de la vida cotidiana se da un inmenso proceso de
simulación a imagen y semejanza de los modelos de simulación sobre los que trabajan las ciencias
operacionales y cibernéticas.
En el segundo Baudrillard la cosa se pondrá peor. Donde acaba centrado en qué pasa con el
simulacro si no hay referencia a la realidad en ningún momento, donde se produce lo hiperreal. Si
ya no hay referencia a la realidad, el significante se produce sin referencia a ella. Es como si el
mapa precede al territorio que nos muestra, esto es el mundo de lo hiperreal, es una implosión
porque todo se ha girado. En este Baudrillard se pasa de analizar la lógica de consumo a la lógica de
la simulación, en la que el modelo precede al hecho, la realidad es imposible. La ilusión ya no es
posible debido a la imposibilidad de la realidad. Nuestro error es que siempre razonamos como si la
realidad existiese, como si el sistema actuase en el marco de un contrato, con un justo y un injusto
con un bien y un mal, no hay referente alguno ni posibilidad de racionalidad moral. El capital no ha
estado nunca unido por un contrato a la sociedad que domina.
Ahora bien, tras haber expuesto los conceptos principales de Baudrillard, pasaremos a comentar su
obra “Power Inferno”, la cual es una recopilación de diferentes textos acerca del infierno del poder,
del acontecimiento del terrorismo y de su superación del sistema occidental a través de la violencia
de muerte, el suicidio que suicida al atacado. Explicaré los textos uno a uno, debido a que, aunque
no hay orden cronológico de los textos, su exposición en este orden parece mucho más clara.

2.-El espíritu del terrorismo

Este texto trata el acontecimiento de de los atentados de nueva york, las torres gemelas del World
Trade Center. Para Baudrillard este es el acontecimiento absoluto, un acontecimiento simbólico de
envergadura mundial, el acontecimiento que concentra en sí todos los acontecimientos nunca
tuvieron lugar.
La posibilidad del terrorismo, o la fomentación de la violencia es algo que nos habita a todos. El
acontecimiento de las torres gemelas es un acontecimiento que nosotros hemos querido, de ahí
proviene su dimensión simbólica. Esto se debe a que el incremento de poder exacerba la voluntad
de destruirlo, siendo cómplice de su propia destrucción. Así, Occidente, en posición de Dios, se
vuelve suicida y se declara la guerra a sí mismo.
Esto se debe a que cuando la situación es monopolizada, cuando se está en relación con la
formidable condensación de todas las funciones realizada por la maquinaria tecnocrática y el
pensamiento único, es el sistema mismo el que crea las condiciones objetivas de brutal retorsión. A
un sistema cuyo exceso de poder le plantea un desafío irresoluble, los terroristas responden con un
acto definitivo cuyo intercambio es también imposible. El terrorismo es el acto que restituye una
singularidad irreductible al corazón de un sistema de intercambio generalizado.
El terrorismo es terror contra terror, estamos más lejos de la ideología y de lo político, pues ni
siquiera el terrorismo aspira a cambiar el mundo, sino a radicalizarlo mediante el sacrificio,
mientras el sistema aspira a realizarlo mediante la fuerza.
El terrorismo no tiene línea de demarcación, está en el corazón mismo de esta cultura que lo
combate, y la fractura visible y el odio que en el plano de mundial opone a los explotados y a los
subdesarrollados frente al mundo occidental, vuelve a juntar secretamente la fractura interna con el
sistema dominante. Es por ello por lo que no se trata de un choque de civilizaciones o de religiones,
sino que se trata de su antagonismo fundamental, que a través del espectro de América (que tal vez
es el epicentro) y a través del espectro del Islam (que tampoco es la encarnación del terrorismo)
designa la mundialización triunfante en conflicto consigo misma. Así, el terrorismo es inmoral y
responde a una mundialización que es ella misma inmoral. Esto proviene del contrasentido de la
filosofía occidental, la de las luces, que impone la relación de occidente con el bien y el mal,
dejando al mal fuera de su sociedad. Occidente es el bien, sin comprender que bien y mal crecen al
mismo tiempo y según el mismo movimiento. El Bien no reduce al mal, son a la vez irreductibles
uno a otro y su relación es inextricable. Proceso que se rompe ante, como ya he enunciado, la
extrapolación del bien, de la hegemonía de lo positivo sobre cualquier forma de la negatividad
realizada por occidente, lo cual provoca que el mal recupere una autonomía invisible,
desarrollándose de manera exponencial, filtrándose por todas partes como un virus, surgiendo de
todos los intersticios del poder. Es un terror asimétrico que deja a la omnipotencia mundial
completamente desarmada.
El acontecimiento del World Trade Center es un acontecimiento de irrupción brutal de muerte, de
una muerte mucho más que real: simbólica y sacrificial. Es un acontecimiento absoluto e inapelable.
Ante esto y en conflicto consigo mismo, el sistema occidental que abarca todo no puede sino
desvanecerse en su propia lógica de relaciones de fuerza, sin poder jugar en el terreno del desafío
simbólico y de la muerte, de la cual no tiene ni idea, pues la ha eliminado de su cultura. La hipótesis
terrorista es que el sistema mismo se suicide en respuesta a los múltiples desafíos de la muerte y del
suicidio, pues ni el sistema ni el poder escapan de la obligación simbólica. Su táctica es provocar un
exceso de realidad y hacer que el sistema se hunda bajo este exceso.
No debemos dar una lógica meramente destructora al terrorismo. Su acción, inseparable de la
muerte (lo cual la convierte en acto simbólico) no se orienta a la eliminación del Otro. Todo está en
una relación dual, personal, con la potencia adversa. Ella te ha humillado y yo tengo que humillarla,
hay que hacer que pierda el prestigio y esto no se obtiene por la fuerza pura o la supresión del otro.
Ahora bien, nosotros conservamos por encima de todo las imágenes, las cuales son nuestra esencia
primitiva, y estos acontecimientos radicalizarán la relación de la imagen con la realidad. En
Baudrillard, el papel de la imagen es ambiguo, pues la imagen consuma y consume el
acontecimiento, lo absorbe y lo ofrece para el consumo. Así, ¿qué nos queda de acontecimiento real,
si en todas parte, la imagen, la ficción y lo virtual se vierten en la realidad? ¿la realidad supera a la
ficción? El derrumbe de las torres gemelas no es suficiente para convertirlo en un acontecimiento
real, la realidad es un principio que hemos perdido, donde realidad y ficción son inextricables, y la
fascinación del atentado es ante todo la de la imagen.
Así, lo real se añade a la imagen como una prima de terror. Antes que la violencia de lo real está la
imagen, a la cual se le añade el escalofrío de lo real. Es algo así como una ficción sobrepasando la
ficción. No siendo esta violencia terrorista real, sino simbólica. Esta es la única violencia que es
generadora de singularidad . No hay distinción posible, en las imágenes y la información, entre lo
espectacular y lo simbólico, no hay distinción posible entre el crimen y la represión. Y este
desencadenamiento incontrolable es la verdadera victoria del terrorismo. Victoria visible en las
ramificaciones y las infiltraciones subterráneas del acontecimiento, en el sistema de valores, de la
ideología de libertad, de la libre circulación, etc. lo cual constituía el orgullo del mundo occidental,
y a partir del cual ejerce su dominio al mundo entero.

3.- Réquiem por las twin towers

Estas torres eran el centro neurálgico del sistema informático, financiero, contable y numérico de
América, donde la violencia de lo mundial pasa también por la arquitectura. Siendo su derrumbe el
mayor acontecimiento simbólico, sólo derrumbándose las dos torres , el emblema del poder, se
realiza ese acontecimiento simbólico, la cual provoca su derrumbe físico. Como ya habíamos
enunciado en el anterior apartado, es lógico que la elevación en potencia del poder exacerbe la
voluntad de destruirlo. Pero, es algo más allá, en alguna parte, él es cómplice de su destrucción. Y
esta negación interna es más fuerte cuanto más se acerca el sistema a la perfección y a la
omnipotencia. Así, Occidente, en la posición de Dios, se convierte en suicida y se declara la guerra
a sí mismo. Las torres han desaparecido, pero nos han dejado el símbolo de su desaparición, no han
sido aniquiladas pues han dejado la forma de su ausencia. Su fin en el espacio material las hace
pasar a un espacio imaginario definitivo.
Antes de pasar al siguiente apartado, hemos de establecer que el derrumbe de las torres es un
acontecimiento absoluto que está por encima del arte, el arte aspira a ser eso aunque no puede. Se
encuentra más allá de la estética y de la moral, es un acontecimiento irrepresentable porque absorbe
en sí toda la imaginación y porque no tiene sentido. Todo está en los primeros instantes, todo se
halla conjugado en el choque de extremos. Y si recusamos ese momento de fascinación a través de
la inmoralidad de la imagen, perdemos toda oportunidad de captar su carácter excepcional. Ante un
acontecimiento único es precisa una reacción única a inapelable, que utilice su energía potencial. De
ahí la dificultad de enfrentarse a él sin intentar de alguna manera explicarlo: pues todo lo que
busque darle un sentido lo niega.
4.- hipótesis sobre el terrorismo

Frente a la hipótesis de que el 11 de septiembre fue simplemente un accidente en el camino de una


mundialización, la cual Baudrillard llama hipótesis cero, que nos dice que estamos condenados a la
lógica del poder mundial que absorbe todo. Baudrillard opone esta hipótesis a la hipótesis máxima,
la cual apuesta por el carácter de acontecimiento del 11 de septiembre, como aquello que, en un
sistema de intercambio generalizado, crea bruscamente una zona de intercambio imposible: el
intercambio imposible de la muerte en el corazón mismo del acontecimiento, y el intercambio
imposible de ese acontecimiento con cualquier discurso. De ahí su poder simbólico, el cual nos ha
golpeado a todos.
Para Baudrillard, corrigiendo la hipótesis máxima, más allá de una hipótesis de complicidad
objetiva del terrorismo con el orden mundial, hay que plantear una complicidad interna, profunda,
de este poder con aquel otro que se alza contra él desde el exterior. Sin esta hipótesis nos sería
imposible comprender el terrorismo ni su imposibilidad de acabar con él.
El terrorismo no tiene en el fondo ni sentido ni objetivo, no se mide por sus consecuencias reales,
políticas e históricas. Y es por esta pérdida de sentido por lo que produce un acontecimiento en un
mundo cada vez más saturado de sentido y de eficacia. Esta es la hipótesis soberana, la que piensa
el terrorismo como la emergencia de un antagonismo radical en el corazón mismo del proceso de
mundialización, de una fuerza irreductible a esta realización íntegra, técnica y mental del mundo, a
esta evolución inexorable hacia un orden mundial acabado. El terrorismo no inventa nada,
simplemente lleva las cosas al extremo, al paroxismo. Exacerba cierto estado de cosas, cierta lógica
de la violencia y de la incertidumbre. Donde el propio sistema hace que a partir de ello reine un
principio general de incertidumbre que el terrorismo traduce en inseguridad total. De este modo,
sólo podemos recobrar desesperadamente nuestra imagen.
Todo esto procede de la imposibilidad de concebir al otro en su radical alteridad. Rechazo que
arraiga en la total identificación consigo mismo en torno a los valores morales y al poder técnico.
Donde América es la alegoría de cualquier poder incapaz de soportar el espectro de la adversidad,
cayendo en la más enloquecida compasión, cuya hermana gemela es la arrogancia.
Así, cuando la cultura occidental ve como se extinguen todos sus valores uno a uno, involuciona a
lo peor. Cuando una singularidad pone en juego su propia muerte, muere de su bella muerte. Es un
juego a doble o nada. La singularidad, al suicidarse, a la vez suicida al otro. Así pues, muerte contra
muerte pero transfigurada por la apuesta simbólica.
Los terroristas toman referentes de simulación (las torres) como si fueran referentes reales. Contra
la inhumanidad del intercambio íntegro, inauguran otra vez una metafísica de la verdad. Lo esencial
no es echarle la culpa a la simulación, sino a la verdad misma. La objeción es potente, pero
reductora en lo que atañe al discurso religioso y fundamentalista de los terroristas, que es por donde
pretenden impugnar el sistema mundial en nombre de una verdad superior. Pero no es en el
discurso, es en el acto mismo donde está la irrupción mínima de reversibilidad que hace de este acto
un acto simbólico. Los terroristas actúan sin sentido ni referencia verdaderos. Se trata sencillamente
de arruinar el sistema con sus propias armas. De lo que se apropian es del sinsentido y la
indiferencia propia del sistema. Es una estrategia de reversión, de inversión del poder, no en nombre
de un enfrentamiento moral o religioso ni de algún choque de civilizaciones, sino en nombre de la
inaceptabilidad de este poder mundial.
Así, ni política ni económicamente, la abolición de las torres gemelas no pone en jaque el sistema
mundial. Es otra cosa lo que está en juego, es el electroshock de la agresión, la insolencia de su
éxito con la pérdida del crédito, la quiebra de la imagen. Pues el sistema sólo puede funcionar si
puede intercambiarse con su propia imagen, encontrar su equivalente en una referencia ideal. Esto
es lo que lo hace invulnerable y es esta equivalencia la que se ha roto.
5.- La violencia de lo mundial.

Como ya hemos visto, el actual terrorismo es contemporáneo de la mundialización, y para captar


sus rasgos debemos hacer una genealogía de esta mundialización, en su relación con lo universal y
lo singular. La universalidad es la de los derechos del hombre, de las libertades, de la cultura, de la
democracia. Mientras que la mundialización es de las técnicas, del mercado, del turismo, de la
información. Así, vemos que la mundialización parece irreversible, mientras que lo universal estaría
más bien en el camino de desaparecer.
El problema que se ve es que toda cultura que se universaliza pierde su singularidad y se muere.
Así, bajo el sistema mundializado, vemos que nosotros, al absorber todas las culturas hemos hecho
que ellas hayan muerto por su singularidad, lo cual es una buena muerte, mientras que nosotros
morimos por la pérdida de toda singularidad, por el exterminio de nuestros valores, siendo una
mala muerte. Lo universal perece en la mundialización, esta mundialización de los intercambios
pone fin a la universalidad de los valores. Es el triunfo del pensamiento único frente al universal. Lo
que adviene con el tránsito de lo universal a lo mundial es la homogeneización y una fragmentación
al infinito. Donde la discriminación y la exclusión no son una consecuencia accidental, sino la
lógica misma de esta mundialización. Para nosotros el espejo de lo universal está roto, pero esto
quizás sea una suerte, puesto que los fragmentos de este espejo resurgen como singularidades.
Lo universal era una cultura de la trascendencia, del sujeto y del concepto, de lo real y de la
representación. Mientras que el espacio virtual de lo mundial es el de la pantalla, la red, la
inmanencia, lo numérico. En lo universal aún había una referencia natural al mundo, al cuerpo y a la
memoria. Mientras que la explosión de esta negatividad crítica abre una clase distinta de violencia,
la de lo mundial: la supremacía únicamente de la positividad y de la eficiencia técnica, organización
total, circulación íntegra, equivalencia de todos los intercambios.
Esto se da porque el universal era una Idea. Pero cuando esta se realiza en lo mundial se suicida
como idea, como fin ideal. Convertido lo humano en única instancia de referencia y ocupando la
humanidad inmanente a sí misma el lugar vacío del Dios muerto, lo humano en adelante reina en
solitario, pero sin razón final. Así, al no tener enemigo, lo genera desde el interior y secreta toda
clase de metástasis inhumanas.
Así, lo que puede hacer que fracase el sistema son las singularidades, las cuales no son ni positivas
ni negativas. Ellas no obedecen ni a un juicio de valor ni a un principio de realidad política. Al igual
que no es posible federarlas en una acción histórica de conjunto. Ellas hacen que fracase todo
pensamiento único y dominante sin ser un contrapensamiento, ellas inventan su juego y sus propias
reglas. Estas no tienen por que ser violentas, hay algunas sutiles como las de la lengua o del arte, del
cuerpo o la cultura; pero también las hay violentas, y el terrorismo es una de ellas. Esta es la que
venga a todas las culturas singulares que han pagado con su desaparición la instauración de este
poder mundial único.
Para un sistema mundial, toda forma refractaria es virtualmente terrorista. Que un país pueda
defender todo lo contrario de lo que nosotros llamamos civilización es insoportable para el resto del
mundo “libre”. Así, para comprender el odio del resto del mundo hacia occidente hay que
comprendelo como el odio por la humillación. Y esta es a lo que responde el terrorismo del 11S:
humillación contra humillación. Esto es lo peor que le puede pasar al orden mundial, los terroristas
le han inflingido algo a lo que él no puede devolver.
La base de toda dominación es la ausencia de contrapartidas. Así, el Imperio del Bien consiste
precisamente en dar sin contrapartidas posibles, en ocupar la posición de Dios, y hasta Dios dejaba
hueco para el sacrificio. Actualmente no tenemos a nadie a quien devolver, a quien restituir la deuda
simbólica, y esta es la maldición de nuestra cultura. Estamos siempre en la posición de recibir, ya
no de Dios o de la naturaleza, sino de un dispositivo técnico de intercambio generalizado y de
gratificación general. Todo nos está virtualmente dado, tenemos derecho a todo, de buen grado o
por la fuerza. Remitiéndonos a la dialéctica del amo y esclavo, es como si todo se hubiese invertido.
A pesar de ser el Imperio del Bien, estamos en la situación de esclavos a quienes se les ha dado la
vida y que están vinculados por una deuda insoluble. Es este exceso de realidad lo que detestamos
en nosotros, esta disponibilidad universal, esta realización definitiva, lo cual condena el terrorismo.
Así, el terrorismo reposa en la desesperación invisible de los privilegiados de la mundialización, en
nuestra propia sumisión a una tecnología íntegra, a una empresa de redes y de programas que tal vez
dibuja el perfil involutivo de la especie entera, de la especie humana convertida en mundial. El
terrorismo, en su absurdo y su sinsentido, es el veredicto y la condena que esta sociedad hace
recaer sobre sí misma.

6.- Conclusión. La máscara de la Guerra.

No hay diferencia entre la guerra y la no guerra, y esta guerra contra el terrorismo es un no


acontecimiento. El acontecimiento al que se le opone el no acontecimiento de la guerra es el 11S.
Nuestro análisis deberá partir entonces de esta voluntad de anulación, de blanqueo del
acontecimiento original que convierte a esta guerra en algo inimaginable en cierto modo, pues no
tiene finalidad propia, ni necesidad, ni verdadero enemigo. Sólo tiene la forma de una conjura, la de
un acontecimiento imposible de borrar, que nos da acceso a una guerra infinita que nunca tendrá
lugar. Es este suspense el que nos deparará el futuro, la actualidad difusa del chantaje y del terror en
la forma de principio universal de prevención.
El objetivo de este mecanismo es eliminar el futuro acto criminal antes de que se produzca.
Perfilando una especie de profilaxis a escala mundial, no solamente de todo crimen, sino de todo
acontecimiento que pudiera perturbar el orden mundial dado como hegemónico. Destrucción del
mal en todas sus formas, del enemigo que ya no existe en cuanto a tal, de la muerte. Este es un
principio de contracepción, pero que no posee equilibrio del terror. Esta disuasión sin guerra se
convertirá en la estrategia planetaria.
La diferencia con la guerra es abismal. La guerra es hasta tal punto revisada, programada y
anticipada que ni siquiera necesita tener lugar. Y si tiene lugar ya habrá sucedido virtualmente,
haciendo que no sea un acontecimiento. Esta guerra es un acontecimiento de sustitución, una
inmensa mistificación: buscan hacer que el 11 de septiembre no haya tenido lugar, siguiendo su
principio de prevención.
Pero ¿cuál es la estrategia u objetivo de esta prevención? En realidad su objetivo no es la
prevención de un crimen o la instauración del bien. Su razón última es instaurar un orden de
seguridad, una neutralización general de las poblaciones teniendo como base un no acontecimiento
definitivo. Esta sería el fin de la historia en cierto sentido, teniendo como base un terror preventivo
que pone fin a cualquier acontecimiento posible.
Aquí es donde se halla la victoria del terrorismo, el terror destilado por todas partes, cuya victoria se
ejerce en el plano simbólico por medio del advenimiento de este desorden generalizado. Pero la
realidad íntegra del poder mudializado es también su final. Pues un poder íntegro que sólo se basa
en la prevención, en la seguridad y el control, es un poder simbólicamente vulnerable. Ya no puede
desempeñarse y finalmente se vuelve contra sí mismo. Esta debilidad es lo que revela el terrorismo,
como una angustia inconsciente se muestra a través de un acto fallido. Es el infierno del poder.
Donde el 11S aparece como un desafío ante el que el poder mundial ha quedado en evidencia.

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