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1.- Introducción
Jean Baudrillard, cuyo trabajo se relaciona con el análisis de la postmodernidad y la filosofía del
postestructuralismo, se dedicó a analizar el mundo que le rodeaba, desde sus primeras incursiones
en el campo de la filosofía y sociología en la segunda mitad de los años 60. Su contexto y
preocupación de partida es muy similar al Guy Debord de la sociedad del espectáculo. Preocupados
por la evolución de la sociedad de consumo, buscan encontrar sus causas, analizar por qué el
marxismo clásico no parece poder aplicarse y no encuentra una solución a la evolución del
capitalismo. Mientras que Debord mantendrá una posición más activista desde su situacionismo y
más provocador desde la acción, Baudrillard será un provocador verbal, con ironía y distancia frente
a todo.
El primer Baudrilllard cree haber encontrado la clave de análisis de la sociedad en el
estructuralismo y la semiología, la sociedad sigue siendo una sociedad de producción, pero ésta solo
se puede estudiar a través del consumo como participación del individuo en un sistema de
comunicación y diferenciación social. Se ha dejado atrás el valor de uso y el valor de cambio por un
valor simbólico. Los objetos funcionan como signos y el consumidor está perdido en una eterna
búsqueda para marcar un estatus a través de esos signos. Es una lógica de signos diferencial. La
lógica del consumo es una lógica de manipulación social, que produce una sociedad que se devora a
sí misma en una dinámica circular. Aunque todo producto se presenta como funcional, los consumos
disfuncionales aumentan mucho más que los funcionales, en una búsqueda sin fin de diferenciación
social que es irrelevante, pues todo se expresa en objetos de consumo. La desigualdad es intrínseca
al sistema y que el crecimiento económico no resuelve nada, la distancia social se mantiene
siempre.
El problema mayor que observa Baudrillard y que no es capaz de resolver es que el sistema se
adapta a cualquier cosa, por eso no hay fuera del sistema y, por eso su interpretación estructuralista
de la sociedad de consumo le conduce a u posestructuralismo, “no hay fuera”, no hay oposición
real, sino diferencias irreales. El sistema no es deliberadamente malo, pero los análisis moralizantes
son absurdos e inútiles. El sistema solo conoce las condiciones de supervivencia, mientras que
ignora los contenidos sociales e individuales.
La sociedad de la abundancia y el bienestar será para Baudrillard la de la escasez y el simulacro.
Consumimos todo, lo tangible y lo intangible, la imagen, la noticia, la información. Las mismas
claves que le permiten analizar el consumo, la publicidad y los medios de comunicación le van a
conducir a centrarse en la distancia sideral que se está produciendo entre el individuo y la realidad.
El contenido de los mensajes, significados de los signos son en gran medida indiferentes. No nos
sentimos implicados y los medios no nos remiten al mundo, nos dan a consumir los signos en tanto
que signos, acreditados, sin embargo, por la garantía de lo real. Vivimos encerrados en una
cotidianidad repetitiva y banal basada en el desconocimiento que sería insoportable sin el simulacro
del mundo, sin la excusa de una participación en el mundo. Este simulacro quiere decir un
significante que remite a algo real que es lo que quiere significar. Sin embargo,¿ qué pasa cuando
los significantes se encadenan, se producen en serie, cuando la referencia a lo real queda diferida
eternamente? Para Baudrilllard, en toda superficie de la vida cotidiana se da un inmenso proceso de
simulación a imagen y semejanza de los modelos de simulación sobre los que trabajan las ciencias
operacionales y cibernéticas.
En el segundo Baudrillard la cosa se pondrá peor. Donde acaba centrado en qué pasa con el
simulacro si no hay referencia a la realidad en ningún momento, donde se produce lo hiperreal. Si
ya no hay referencia a la realidad, el significante se produce sin referencia a ella. Es como si el
mapa precede al territorio que nos muestra, esto es el mundo de lo hiperreal, es una implosión
porque todo se ha girado. En este Baudrillard se pasa de analizar la lógica de consumo a la lógica de
la simulación, en la que el modelo precede al hecho, la realidad es imposible. La ilusión ya no es
posible debido a la imposibilidad de la realidad. Nuestro error es que siempre razonamos como si la
realidad existiese, como si el sistema actuase en el marco de un contrato, con un justo y un injusto
con un bien y un mal, no hay referente alguno ni posibilidad de racionalidad moral. El capital no ha
estado nunca unido por un contrato a la sociedad que domina.
Ahora bien, tras haber expuesto los conceptos principales de Baudrillard, pasaremos a comentar su
obra “Power Inferno”, la cual es una recopilación de diferentes textos acerca del infierno del poder,
del acontecimiento del terrorismo y de su superación del sistema occidental a través de la violencia
de muerte, el suicidio que suicida al atacado. Explicaré los textos uno a uno, debido a que, aunque
no hay orden cronológico de los textos, su exposición en este orden parece mucho más clara.
Este texto trata el acontecimiento de de los atentados de nueva york, las torres gemelas del World
Trade Center. Para Baudrillard este es el acontecimiento absoluto, un acontecimiento simbólico de
envergadura mundial, el acontecimiento que concentra en sí todos los acontecimientos nunca
tuvieron lugar.
La posibilidad del terrorismo, o la fomentación de la violencia es algo que nos habita a todos. El
acontecimiento de las torres gemelas es un acontecimiento que nosotros hemos querido, de ahí
proviene su dimensión simbólica. Esto se debe a que el incremento de poder exacerba la voluntad
de destruirlo, siendo cómplice de su propia destrucción. Así, Occidente, en posición de Dios, se
vuelve suicida y se declara la guerra a sí mismo.
Esto se debe a que cuando la situación es monopolizada, cuando se está en relación con la
formidable condensación de todas las funciones realizada por la maquinaria tecnocrática y el
pensamiento único, es el sistema mismo el que crea las condiciones objetivas de brutal retorsión. A
un sistema cuyo exceso de poder le plantea un desafío irresoluble, los terroristas responden con un
acto definitivo cuyo intercambio es también imposible. El terrorismo es el acto que restituye una
singularidad irreductible al corazón de un sistema de intercambio generalizado.
El terrorismo es terror contra terror, estamos más lejos de la ideología y de lo político, pues ni
siquiera el terrorismo aspira a cambiar el mundo, sino a radicalizarlo mediante el sacrificio,
mientras el sistema aspira a realizarlo mediante la fuerza.
El terrorismo no tiene línea de demarcación, está en el corazón mismo de esta cultura que lo
combate, y la fractura visible y el odio que en el plano de mundial opone a los explotados y a los
subdesarrollados frente al mundo occidental, vuelve a juntar secretamente la fractura interna con el
sistema dominante. Es por ello por lo que no se trata de un choque de civilizaciones o de religiones,
sino que se trata de su antagonismo fundamental, que a través del espectro de América (que tal vez
es el epicentro) y a través del espectro del Islam (que tampoco es la encarnación del terrorismo)
designa la mundialización triunfante en conflicto consigo misma. Así, el terrorismo es inmoral y
responde a una mundialización que es ella misma inmoral. Esto proviene del contrasentido de la
filosofía occidental, la de las luces, que impone la relación de occidente con el bien y el mal,
dejando al mal fuera de su sociedad. Occidente es el bien, sin comprender que bien y mal crecen al
mismo tiempo y según el mismo movimiento. El Bien no reduce al mal, son a la vez irreductibles
uno a otro y su relación es inextricable. Proceso que se rompe ante, como ya he enunciado, la
extrapolación del bien, de la hegemonía de lo positivo sobre cualquier forma de la negatividad
realizada por occidente, lo cual provoca que el mal recupere una autonomía invisible,
desarrollándose de manera exponencial, filtrándose por todas partes como un virus, surgiendo de
todos los intersticios del poder. Es un terror asimétrico que deja a la omnipotencia mundial
completamente desarmada.
El acontecimiento del World Trade Center es un acontecimiento de irrupción brutal de muerte, de
una muerte mucho más que real: simbólica y sacrificial. Es un acontecimiento absoluto e inapelable.
Ante esto y en conflicto consigo mismo, el sistema occidental que abarca todo no puede sino
desvanecerse en su propia lógica de relaciones de fuerza, sin poder jugar en el terreno del desafío
simbólico y de la muerte, de la cual no tiene ni idea, pues la ha eliminado de su cultura. La hipótesis
terrorista es que el sistema mismo se suicide en respuesta a los múltiples desafíos de la muerte y del
suicidio, pues ni el sistema ni el poder escapan de la obligación simbólica. Su táctica es provocar un
exceso de realidad y hacer que el sistema se hunda bajo este exceso.
No debemos dar una lógica meramente destructora al terrorismo. Su acción, inseparable de la
muerte (lo cual la convierte en acto simbólico) no se orienta a la eliminación del Otro. Todo está en
una relación dual, personal, con la potencia adversa. Ella te ha humillado y yo tengo que humillarla,
hay que hacer que pierda el prestigio y esto no se obtiene por la fuerza pura o la supresión del otro.
Ahora bien, nosotros conservamos por encima de todo las imágenes, las cuales son nuestra esencia
primitiva, y estos acontecimientos radicalizarán la relación de la imagen con la realidad. En
Baudrillard, el papel de la imagen es ambiguo, pues la imagen consuma y consume el
acontecimiento, lo absorbe y lo ofrece para el consumo. Así, ¿qué nos queda de acontecimiento real,
si en todas parte, la imagen, la ficción y lo virtual se vierten en la realidad? ¿la realidad supera a la
ficción? El derrumbe de las torres gemelas no es suficiente para convertirlo en un acontecimiento
real, la realidad es un principio que hemos perdido, donde realidad y ficción son inextricables, y la
fascinación del atentado es ante todo la de la imagen.
Así, lo real se añade a la imagen como una prima de terror. Antes que la violencia de lo real está la
imagen, a la cual se le añade el escalofrío de lo real. Es algo así como una ficción sobrepasando la
ficción. No siendo esta violencia terrorista real, sino simbólica. Esta es la única violencia que es
generadora de singularidad . No hay distinción posible, en las imágenes y la información, entre lo
espectacular y lo simbólico, no hay distinción posible entre el crimen y la represión. Y este
desencadenamiento incontrolable es la verdadera victoria del terrorismo. Victoria visible en las
ramificaciones y las infiltraciones subterráneas del acontecimiento, en el sistema de valores, de la
ideología de libertad, de la libre circulación, etc. lo cual constituía el orgullo del mundo occidental,
y a partir del cual ejerce su dominio al mundo entero.
Estas torres eran el centro neurálgico del sistema informático, financiero, contable y numérico de
América, donde la violencia de lo mundial pasa también por la arquitectura. Siendo su derrumbe el
mayor acontecimiento simbólico, sólo derrumbándose las dos torres , el emblema del poder, se
realiza ese acontecimiento simbólico, la cual provoca su derrumbe físico. Como ya habíamos
enunciado en el anterior apartado, es lógico que la elevación en potencia del poder exacerbe la
voluntad de destruirlo. Pero, es algo más allá, en alguna parte, él es cómplice de su destrucción. Y
esta negación interna es más fuerte cuanto más se acerca el sistema a la perfección y a la
omnipotencia. Así, Occidente, en la posición de Dios, se convierte en suicida y se declara la guerra
a sí mismo. Las torres han desaparecido, pero nos han dejado el símbolo de su desaparición, no han
sido aniquiladas pues han dejado la forma de su ausencia. Su fin en el espacio material las hace
pasar a un espacio imaginario definitivo.
Antes de pasar al siguiente apartado, hemos de establecer que el derrumbe de las torres es un
acontecimiento absoluto que está por encima del arte, el arte aspira a ser eso aunque no puede. Se
encuentra más allá de la estética y de la moral, es un acontecimiento irrepresentable porque absorbe
en sí toda la imaginación y porque no tiene sentido. Todo está en los primeros instantes, todo se
halla conjugado en el choque de extremos. Y si recusamos ese momento de fascinación a través de
la inmoralidad de la imagen, perdemos toda oportunidad de captar su carácter excepcional. Ante un
acontecimiento único es precisa una reacción única a inapelable, que utilice su energía potencial. De
ahí la dificultad de enfrentarse a él sin intentar de alguna manera explicarlo: pues todo lo que
busque darle un sentido lo niega.
4.- hipótesis sobre el terrorismo