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La Conciencia Replegante
Antonio Benenati
La Conciencia Replegante
Editorial Bubok
© Antonio Benenati
© La Conciencia Replegante
ISBN papel: 978-84-686-4955-9
1ª edición
Impreso en Argentina / Printed in Argentina
Editor Raúl Lilloy
Ediciones de La Pensativa 2014
Editorial Bubok
Se terminó de imprimir en Bubok
Tamaño: 150x210 mm
Papel: Blanco 90 gr white
Acabado portada: Brillo
Tipografía: Garamond
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PRESENTACIÓN
Edmund Husserl
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Prólogo
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trae aparejado, una cierta desorientación inmanente,
que parece paralizar al conjunto de los actos mentales,
por lo que al final, subsistirá una repentina conciencia,
sin estructuras cognoscitivas. Sin embargo, estos apa-
rentes momentos de inestabilidad, se verán compensa-
dos con la captación de una vivencia inédita: Un “mo-
vimiento-sobre-sí,” que repele imágenes y conceptos
pero qué sin embargo, es un “saber” vivido; en el sen-
tido de que es una experiencia inmanente, fijada a la
propia conciencia y sin verse comprometido con pre-
juicios de ningún orden. Este “movimiento interiori-
zante,” escapa a toda ontología, como también al
sombrío devenir antropológico, trascendiendo así el
conjunto de funciones fácticas del campo psicológico.
En este estadio, el propósito de la conciencia, será
ampliar lo “no-dado”. Es decir, aquello que jamás po-
drá estar “frente” a nada; pues a diferencia de la corre-
lación temporal conciencia-mundo, este no estará suje-
to, al determinismo de una mera relación porque en
definitiva, lo “no-dado”, es la misma conciencia anun-
ciándose a sí misma, como infinitud inmanente. Esto
demuestra que la conciencia logra concebir lo “no-
dado”, sin precisar “salir-de-sí”. En este sentido, pen-
sar, es crear formas contraintuitivas a-temporales. Sin
embargo, la conciencia proseguirá confinando el mun-
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do exterior, hacia una “síntesis abstracta” a superar;
solo para verse liberada de los límites de lo represen-
table y autofundarse así como inmanencia “no-dada”.
En este sentido, una necesaria operación trascendental
de la conciencia dará comienzo a la “des - substanciali-
zación” del mundo. Para esto, deberá homologar
aquellas Formas Puras, que en principio no serían de la
misma condición: La conciencia como vivencia y el
fundamento como ser. Resumiendo: Si la conciencia-
de-todo, habilita la pregunta por el fundamento y la
conciencia-de-la-conciencia, en cambio, nos conducía
a interrogarnos por la posibilidad de un pensar incon-
dicionado, se vuelve imperativo conciliar estos dos
caminos. Es decir, una reflexión que busca un funda-
mento, con otra que pretende lo opuesto. O sea, una
contemplación libre de todo condicionamiento. Así es
como alcanzamos la vivencia de “autofundamento”,
que no abandona su condición inmanente porque no
existe nada exterior que demande ser revelado. En esta
instancia, se hace necesario enfrentar un problema,
que no ha sido debidamente tratado, probablemente
por las dificultades que conlleva. Expongámoslo así:
¡Jamás nos percibimos constituyendo nuestra concien-
cia¡ Ni aún, admitiendo la presencia de un “Yo Puro”
a-temporal, que no estaría supeditado a la materialidad
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del devenir psicológico. No hay modo de constatar,
que fuésemos una subjetividad activa, en este supuesto
evento, por así denominarlo. Esta “ausencia” de una
experiencia inicial, anterior a la estructura mental “ya”
determinada, nos detiene frente al abismo de nuestro
fundamento. Ahora bien: ¿Qué sentido tendría medi-
tar sobre un hecho imposible de verificar? ¿Acaso nos
estaríamos aventurando, em una especulación que
bordea un simple ejercicio de imaginación? Sin embar-
go, esto no es así, pues aquí lo que intentamos, contra
todo dogmatismo, es trascender los límites de los con-
tenidos temporales de la conciencia, para abrirnos a
otras posibilidades inmanentes. Esta en nuestros gra-
dos de libertad hacerlo porque es precisamente la con-
ciencia quien “crea” este nuevo acto reflexivo. En este
sentido, entendemos que la necesidad de iniciar nues-
tro pensar desde la nada, es decir sin supuestos, tiene
su motivación principal, en el desconocimiento del
instante y la forma, en que nos constituimos como
seres conscientes. Nuestra condición fáctica, nos im-
pide “remontarnos” hacia el origen de toda la activi-
dad mental; que nos permitiría “separar”, lo que se
podría establecer, como inmanencia autofundada, o
sea, “no-dada” y por otro lado, la posibilidad de la
creación de campos de “no-inmanencias”,es decir:
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“trascendencias”, como el mundo exterior y también
el absoluto metafísico, que la filosofía clásica denomi-
na “ser” y que para nosotros, son objetividades men-
tadas, que son el resultado de “horizontes inmanen-
tes”, irradiados desde la conciencia y que luego se
convertirán en realidades manifiestas, es decir: “da-
das”. En este sentido, la autoevidencia del “cógito”
cartesiano, la adoptamos, “después” del acto original
– indemostrable como dijimos- de la construcción de
la “conciencia de la conciencia”, al que en definitiva
nunca arribamos, por lo que la indubitabilidad del “Yo
Soy”, no podrá ser una verdad definitiva, al no vis-
lumbrarse en la subjetividad, una “evidencia fundacio-
nal apodíctica”, que nos llegue hasta el presente. Para
esto, tendríamos que disponer de una suerte de “re-
cuerdo de vivencias inmanentes originarias”. Desde
luego, que no podríamos admitir semejante aporía;
pues la facticidad psicológico-temporal, no nos condu-
cirá al comienzo de la actividad consciente. En conclu-
sión: la autoevidencia no está acompañada de un au-
tofundamento. Este “desacople” inicial, nos da que
pensar. Se podrían objetar estas meditaciones, seña-
lando que la autoevidencia, es un acto instantáneo y
que es independiente de la percepción del origen mis-
mo de la conciencia. Es decir, en cualquier momento
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de su devenir, se podría acceder a la propia indubitabi-
lidad. Pero aquí, será importante aclarar, que no se está
negando esta certeza. Esto sería un absurdo. De he-
cho, es a partir de esta constatación que podemos inte-
rrogarnos, sobre lo que la hace posible. Solo decimos,
que es un acto frágil, porque arrastra un dependencia
negativa con su propio origen, al ignorarse las caracte-
rísticas primordiales de su conformación. Por lo tan-
to, no podemos permanecer por siempre en los límites
del “ego cógito”. Se hace necesario entonces, concen-
trarnos aún más en el, para provocar la “fusión” de la
autoevidencia actual, con el autofundamento inicial.
Esta acción, no consistirá en recurrir al mero flujo
temporal, por una imposibilidad esencial, como indicá-
ramos anteriormente. Nuestra vía reflexiva, en cambio,
apuntará a “liberar” las vivencias. “Aislarlas” de la
temporalidad para tranformarlas en “Formas Puras”,
mediante una operación realizada, con el atento se-
guimiento del Yo. Posteriormente, estas Formas Pu-
ras, podrán ser actualizadas, no por simples métodos
de ideación, sino por medio de una acción reflexiva,
que denominamos “autorrepliegue”. Este autentico
“repliegue-sobre-sí” es lo único que permite, retornar
al origen inmanente. Por otra parte, la autofundamen-
tación de la conciencia que buscamos, nos deja ante la
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aparente paradoja, de tener que construir los actos,
que luego nos autorizarán el pensar. En este punto,
debemos advertir, que no hay aquí contradicción algu-
na, pues esta “construcción inmanente”, en sí misma,
es lo que denominamos como: “Reflexión Funcional
de Primer Grado”, que no opera con actos “ya” obje-
tivados, sino que los “modela”, desde un estadio pre-
vio, para que luego puedan ser objeto de percepción
interna. Este preliminar diseño y organización de las
ahora “vivencias formas”, está en la base de la estruc-
tura abierta de la conciencia. Desde aquí saldrán, por
ejemplo, los actos de representación, los relacionantes,
los de abstracción y de conceptualización en general.
Los actos deductivos del razonamiento lógico y tam-
bién los que conformarán las estructuras matemáticas.
Esta “función primaria”, remite a la anterioridad de un
campo “pre-eidético”, que se encuentra en el origen,
de las condiciones iniciales, en que las vivencias se
vuelven intelegibles y desde donde, la autoconciencia,
“lanza” por primera vez su “mirada”. El surgimiento
de este “ver inmanente”, que impulsa primero la auto-
conciencia y posteriormente, el conjunto de posibili-
dades reflexivas, es el fundamento de la “visibilidad”
de todo lo existente. Sin dudas, un punto importante
de estas meditaciones, será comprobar que la opera-
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ción de construcción de “Formas Puras”, se irá
“transparentando”, en todos sus pasos, por la vivencia
reflexiva de “autorrepliegue”. Las siguientes medita-
ciones, recorrerán los pasos necesarios para dar con
esta inmanencia pura y las descripciones que emplea-
remos, nos permitirán “transcribir” con absoluta evi-
dencia, las vivencias-formas, que son la base de nues-
tras indagaciones.-
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Introducción
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Ahora bien, supongamos por un momento, que el
mundo exterior no existiese. Que la realidad material,
incluido nuestro propio cuerpo, no fuesen reales. En-
tonces, con la desaparición del universo físico, se de-
rrumbarían todas las teorías relativas al mismo, desde
su origen, las leyes que lo rigen, sus múltiples dimen-
siones espacio-temporales, el desarrollo histórico, la
comunidad humana etc. Ante esta perspectiva, difícil
de imaginar, solo permanecería intacta la contempla-
ción de la conciencia por sí misma. Pero he aquí, que
surge un profundo enigma: ¡El infinito hiato en el
seno mismo de la conciencia¡ Porque si la conciencia
solo se autoobserva, es evidente que nos deparamos
con un abismo en la inmanencia. Entonces, si en un
primer instante y llevados por una hipótesis extrema,
pudimos nihilizar el mundo exterior, ahora nos en-
frentamos a un único rumbo: El mental. Es decir, de-
lante de la conciencia, no hay un mundo sino ella
misma. El “frente a”, se transforma en un “dentro
de”. Admitimos, desde luego, la relación conciencia-
mundo porque de hecho son conceptos heterogéneos
y es justamente por esto que se busca, un vínculo
común entre ellas pero no se comprende porque en la
conciencia misma, se pueda dar esta extraña división.
¿Por qué algo absoluto y uniforme, se presentaría di-
ferenciado? Intentemos ahora reflexionar sobre esto.
Es notorio que la conciencia se manifiesta en un pri-
mer momento en dos movimientos: Conciencia y Au-
toconciencia, pues la intencionalidad es solo un re-
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curso objetivante como segunda instancia Entonces,
la pregunta será ¿Por qué esta “distancia” entre con-
ciencia y conciencia-de-la-conciencia? ¿Por qué “sa-
lir” y “volver-sobre-sí” para que la conciencia al fin
pueda constatarse a sí misma?.
Este singular “movimiento-sobre-sí”, como así lo
definiremos, es anterior a toda representación, signi-
ficación o cualquier otro contenido eidético y se ex-
pone en su doble condición, finito e infinito. El cogi-
to cartesiano, es un ejemplo de “movimiento-sobre-
sí” finito. Por ello, es que Descartes, no podrá avan-
zar más allá de su autoevidencia. El abandono de las
vivencias inmanentes, por el conveniente empleo de
conceptos de la metafísica clásica, le permitieron en-
contrar pruebas de la infinitud de Dios pero no de la
infinitud de las vivencias inmanentes. En este senti-
do, la razón cartesiana, solo será una consecuencia
reflexiva, de una vivencia más original aún, que la
propia autoevidencia. El filósofo francés, descubre
esta condición del cogito como indubitable pero ja-
más pudo demostrar, cómo y por qué esta conclusión
fue posible. Pues bien, ahora estamos en condiciones
de afirmar que el fundamento de esta autoconciencia,
se encuentra exactamente, en este “movimiento-
sobre-sí”; que emerge de una experiencia inmanente,
previa a todo acto de conceptualización. Establecido
esto, será necesario insistir, en que la autoevidencia,
es una vivencia finita; encerrada en una deducción
(cogito ergo sum), que le impide llegar a su origen.
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Prueba de esto, es que como sujetos pensantes, como
destacamos anteriormente, jamás nos “vimos” fun-
dando nuestra autoconciencia. Por esto, decimos que
la autoevidencia; es solo un inicio, indubitable pero
labil, pues se desliza hacia una opacidad donde fatal-
mente se precipita. Por lo tanto, la autoevidencia, será
una verdad trunca, pues revela al inicio y oculta en su
fin. Esto demuestra que el ego cogito cartesiano, no
es un “dato absoluto” como se ha supuesto hasta
ahora. Lo sería, si el “Yo Soy”, fuese el resultado de
una “autocreación”, experimentada desde su origen.
De todos modos, así como disponemos de un acto
reflexivo para dar con nuestra autoevidencia; una
nueva vivencia de condición infinita, irrumpe para
experimentar el autofundamento; que es de esencia
mental pero anterior a todo acto objetivante. Por ello,
entre el “Yo Soy” y el autofundamento, existe un in-
eludible “lazo unificante”. De hecho, la conciencia
permanece alerta ante un autofundamento, que es
previo a toda forma de “manifestación”; impidiendo
por lo tanto, que pueda “exteriorizarce”, al punto de
verse como “algo”. De modo, que el acto de condi-
ción infinita, que mencionaramos, es una autentica
“reacomodación” reflexiva, hacia un “inmanentismo
absoluto” Así, uno de los propósitos de estas medita-
ciones, será describir este “movimiento-sobre-sí” in-
finito; cuestión que iremos desarrollando en este es-
tudio. Lo primordial por ahora, será destacar que este
“movimiento-sobre-sí”, permitirá la conformación de
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la propia conciencia en todos sus modos y que ade-
más, la activará como un “absoluto escindido”, pues
necesitará dividirse para autocontemplarse y desde
allí, emplazar la autoconciencia finita y consiguiente-
mente la infinitud inmanente. Entonces: por un lado,
tenemos la autoevidencia, luego experimentamos un
“movimiento-sobre-sí”, que la señala como finita y
también a una infinitud inmanente, que nos autoriza
el acceso al “absoluto escindido”. Todo este proce-
dimiento, al fin, decidirá la disposición original de la
conciencia y que solo será posible vivirla como un
“movimiento-sobre-sí”. Esta aparente circulariedad,
solo está exigiendo niveles de profundización, aleja-
dos de correlatos objetuales. En definitiva: la con-
ciencia se afirma como “movimiento-sobre-sí”, como
autoevidencia, como un absoluto escindido y también
como una infinitud inmanente ¡simultáneamente!; a
pesar de que frente a demandas descriptivas, será ne-
cesario ver estos conceptos como “pasos” reflexivos.
Habiéndonos ya introducidos en el sentido de este
“movimiento-sobre-sí”, podremos constatar, una de
las características de la reflexión interiorizante; con-
sistente en que, cuando intentamos actualizar este
“movimiento-sobre-sí”, la vivencia-forma que se halla
en la base de esta operatividad, no es visible. Solo el
enunciado “movimiento-sobre-sí” es lo que conse-
guimos determinar, mediante una representación lin-
güística. Es claro que la significación “movimiento-
sobre-sí”, esta fundada en una vivencia pero es muy
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difícil trascenderla para revivirla. Todo ocurre como
si, una vez que obtenemos el enunciado, las viven-
cias-formas se pierden en el flujo mismo de la con-
ciencia. De todos modos, sea que veamos a la con-
ciencia como campo o devenir, lo destacable, es el
sentido que nace de las vivencias mismas. Indepen-
diente de que estas vivencias, requieran ser actualiza-
das porque ya se hundieron en el pasado inmanente,
las formas poseen un curso, que escapa a los concep-
tos porqué de hecho, los preceden. Por ello, será pre-
ciso “aislar” estas vivencias, antes de detenernos en
las múltiples significaciones que la recubren. En este
sentido, existe una reflexión operativa que expone a
las vivencias-formas y una reflexión eidética que
constituye significaciones. “Separar” estos modos del
pensar, es la función inicial de la meditación trascen-
dental, tal como la entendemos. Por otra parte, los
enunciados con los que nos dirigimos a las vivencias-
formas, se experimentan con cierta decepción, pues
querríamos poder acceder a las vivencias, sin inter-
mediación de la tangibilidad de sus contenidos. En
otros términos: entre las formas inmanentes y las sig-
nificaciones, no hay paridad de sentido. La “materia-
lidad” del concepto, le resulta extraño a las vivencias,
de allí que tienda a trascenderlos. Por lo que, la única
manera en que el “movimiento-sobre-sí”, se trans-
forme en una experiencia incondicionada, es liberan-
do las vivencias-formas del enunciado que las define.
Es decir; en el instante en que el “movimiento-sobre-
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sí” es reclamado a nuestra atención, las significacio-
nes que buscarán especificarlo, se nihilizarán. Así es
como, vislumbramos una inmanencia sin “ser”. No
deberíamos horrorizarnos por este categórico enun-
ciado porque al ser las vivencias-formas, “contraintui-
tivas”, son imposibles de ser fijadas. No podemos in-
troducirnos en ellas; no solo por la movilidad que
implican sino porque su “insubstancialidad”, rechaza
todo aquello que sea ajeno a su condición de vacío-
inmanente. Insistimos entonces: hay que “disociar”
las vivencias de sus contenidos. Esta formulación,
lleva implícita dos trayectorias. Por un lado, se pro-
pone una operatividad abstracta y por otro, se resalta
la objetividad de las significaciones. Entonces ¿Qué
es lo primero, la posibilidad operativa del acto de se-
paración o la significación que “transparenta” la ope-
ratividad misma? La respuesta es patente: Existe una
concomitancia reflexiva de las vivencias, por cuanto
el acto de significar, es una vivencia, de igual modo,
que el acto de desligar, el acto del contenido. El re-
curso gnoceológico de las significaciones, no es arbi-
trario, por cuanto, el campo eidético en que están
fundadas, ya ha sido homologado por las vivencias
mismas. Es importante clarificar, que cuando deci-
mos: “Hay que disociar las vivencias de sus conteni-
dos”, no subsiste un enunciado que continuaría su-
perpuesto a la operación en cuestión. En este estadio
de la reflexión; el acto cognoscitivo, se extingue para
que la acción inmanente de “aislar” tenga lugar. De
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otro modo: La reflexión eidética, forja una represen-
tación y la operativa la desplaza. En este punto, los
contenidos o significaciones, serán suprimidos de las
vivencias que los constituyeron, para que el acto de
aislarlos pueda ser sintetizado. Concluido este proce-
so, la reflexión eidética y la operativa se unifican. Lo
importante será destacar, que no se llega a delimitar
esta operatividad, después, que el acto de conceptua-
lización lo presupone. La operatividad, ya discurre en
el inicio de toda acción inmanente. Por cierto, este
acto de “liberar” las vivencias de sus contenidos, es
una función provocada, “antinatural” si se quiere. En
realidad, el pensar trascendental siempre se experi-
menta como algo forzado, casi como una imposta-
ción porque jamás implica ni intención ni respuesta
ante el mundo exterior. Lo importante es que en esta
supuesta antinaturalidad, radica su libertad porque no
necesita de condiciones objetivas para manifestarse.
Aquí podemos muy bien, comprobar la existencia de
una “expectativa inmotivada”, que fundamenta la va-
lides del pensar interiorizante. Contrariamente a las
acciones de índole reflejas, que son determinadas
desde una psicología ingenua; las vivencias del pensar
trascendental, son absolutamente incondicionadas.
Por lo tanto, el criterio de verdad de las proposicio-
nes que desde aquí se formalizarán, no estará regido
por el concepto clásico de “adecuación” con todas
sus variantes, ni el de “des-ocultamiento” (Alétheia)
que rescató Heidegger. Estos enunciados, en cambio,
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tienen su origen en el reconocimiento de una inma-
nencia activa, que a ella retornan y son verdaderos
por la compatibilidad y “cohesión”, que de forma
continua preservan. De aquí, que las certezas inma-
nentes concernientes, jamás “dirán” nada de una
realidad objetual, que ya fue clausurada.-
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que se autoimpone este procedimiento y esto, solo
será posible, si desde su inmanencia, la conciencia irá
transparentando “formas inmortales”. Es decir: la
conciencia no aspira a una eternidad-continente, hacia
donde se podría encauzar, sino a una eternidad, que
será el resultado de una construcción inmanente. O
sea: no hay infinitud sino “conciencia-de-infinitud”.
De este modo, nos liberamos de cualquier modelo
ontológico que pretenda explicarla, pues esta “con-
ciencia-de-infinitud”, está sustentada en la temporali-
dad de la conciencia, que a su vez, ha surgido como
un expediente, no solo para establecer un enlace entre
conciencia, autoconciencia y conciencia replegante,
sino para habilitar la cristalización de esta infinitud;
que inmediatamente será formalizada por la concien-
cia como una “subjetividad-no-humana”. La corriente
temporal entonces, nace para mediar en la búsqueda
que la conciencia hace de sí misma; pues ésta, en un
primer momento, se temporaliza para poder vivirse.
Sin embargo, la constitución de la temporalidad, solo
representa la prescripción inicial de la conciencia. Por
lo tanto, ahora nuestra meta reflexiva, será trascender
esta particularidad del flujo temporal, para generar
otros “horizontes internos”. Como se verá mas ade-
lante, la “escisión” del campo mental, en realidad, se-
rá el punto de partida del movimiento autorreplegan-
te de la conciencia. Para investigar estas “posibilida-
des inmanentes”, es que franqueamos esta vía del
pensar.-
38
I. De la Conciencia del Mundo a la Conciencia
de la Conciencia
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plataforma de la autoevidencia, es algo que vivimos
y no una mera representación. Esta aparente ausen-
cia de una expansión cognoscitiva del cogito ha
desconcertado a muchos. El cogito entonces, pare-
cía estar limitado a un instante estéril. Sin embargo,
como luego demostraremos, la conciencia tiene algo
más que revelamos, además de su indubitabilidad y
que no irá de la mano de la temporalidad como se
convencieron Husserl y Sartre. Entonces ¿Por qué
no continuar interrogando a la conciencia sobre sus
posibilidades? Pues bien, esto lo que haremos. Se
nos podrá objetar, qué en los enunciados, ya hay un
sentido implícito, que es lo que nos permite, preci-
samente, remitirnos a ellos; algo que las vivencias
no poseen. Por lo que no tendría sentido hablar, de
aquello qué en principio, parece ocultarse a nuestra
comprensión. ¿Deberíamos entonces preguntarnos,
sobre la relación de las significaciones con las vi-
vencias? A esto respondemos, que los actos, son
tendencias primarias de la conciencia y que las signi-
ficaciones, como cualquier otro contenido, son pro-
ductos contingentes en la relación de la conciencia
con el mundo; por lo que esta, como más adelante
demostraremos, no se detiene ante ninguna región
de lo real y es aquí, donde las vivencias, revelan su
autodeterminación y su condición de absoluto“no-
tematizado”.
Analizaremos ahora, el origen de este “acto tota-
lizante” con el que comenzamos nuestra reflexión.
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Nos valdremos de un ejemplo circunstancial: Perci-
bo sin ningún interés especial, los diversos objetos
que se encuentran sobre el escritorio y me detengo
en las vivencias de estos actos de percepción, Aho-
ra, cierro los ojos y los imagino uno a uno, mientras
atiendo a los actos de representación que los hacen
posible. Inmediatamente, realizo un cálculo mate-
mático, a la par que acompaño, los actos deductivos
donde transcurren estas operaciones. A continua-
ción, recuerdo la conversación que sostuve ayer con
un amigo e igualmente, no dejo de observar este ac-
to de evocación. Luego, establezco relaciones entre
las ideas que se vertieran en ese diálogo y aquellas
de nuestro anterior encuentro, sin dejar nuevamente
de dirigirme, a los respectivos actos relacionantes.
Por último, observo, que todos estos actos, en el
instante de ir actualizándose, serán surcados por ac-
tos de significar, que harán inteligible sus corres-
pondientes contenidos. Como se ve, pasamos de un
acto de percepción, a uno de representación, luego a
uno deducción, a uno de rememoración, a uno rela-
cionante y por último, a un acto de significar, reco-
nociendo el permanente entrecruzamiento que exis-
te entre ellos, como también, con los demás actos
que fluyen en la conciencia, como los de la esfera
volitiva, emocional y estética, por ejemplo y que so-
lo esperan su momento para ir actualizándose. Pues
bien, esta movilidad inmanente, es la que el “acto
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totalizante” deberá trascender, como más adelante
veremos.
Es importante aclarar, que cuando hablamos de
atender u observar las vivencias inmanentes, debe-
mos diferenciar las formas de conocimiento del “ac-
to” y de “contenido”. Sólo éstos pueden ser repre-
sentados; los actos, en cambio, se “viven”. El des-
conocimiento de esta sutil diferencia, ha llevado a
algunos a negar dogmáticamente la existencia de es-
tos actos, dando lugar al contrasentido de nihilizar
la propia conciencia. Tal es el caso, por ejemplo, de
Bertrand Russell, que al no poder experimentarlos,
terminará por desestimarlos. Sigamos sus pensa-
mientos: “El acto parece innecesario y ficticio Em-
píricamente no puedo descubrir nada que corres-
ponda al supuesto acto”. Más adelante agregará: “El
acto parece mítico y no se encuentra mediante ob-
servación”1. Esto es incomprensible, en un filósofo
que además fue un gran matemático, que estuvo en
el centro de la renovación de la lógica moderna;
condiciones que lo facultarían para un alto grado de
abstracción. Porqué del mismo modo, que necesi-
tamos llevar a cabo, abstracciones purificadas de to-
da significación, para deducir lógicamente o calcular
matemáticamente, pues este es el ideal de toda
axiomática; igualmente se requiere de la misma ope-
ratividad para “separar” los contenidos mentales de
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II. De la Conciencia de la Conciencia a la
Conciencia Replegante
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Tendremos ahora que retomar a un pensamiento
que fuera esbozado más arriba. Nos referimos a la
relación intrínseca que existe entre autoevidencia y
fundamento. Habíamos sugerido entonces, que se
nos podría reprochar, el que fuésemos capaces de
generar nuestra infinitud, sin siquiera saber cuál es
el fundamento de nuestro ser. Como si pudiésemos
proponer una supuesta continuidad, desde la abso-
luta ignorancia de nuestro propio origen. Sin dudas
que parece contradictorio que se pudiese intuir la
inmortalidad, sin saber siquiera porque ya estamos
viviendo. En conclusión, todos estos recelos se po-
drían sintetizar en esta pregunta ¿Por qué la auto-
evidencia del cogito no se derrama sobre el funda-
mento de nuestra existencia? Admitimos, desde lue-
go, estos reparos pero estamos obligados a respon-
der a ella, simplemente con una exhortación, que
iluminará el problema de manera inédita: ¡Debemos
transformar la autoevidencia en autofundamento y
este en infinitud! De este modo, en vez de disociar y
ver estos conceptos como opuestos categorialmen-
te, buscaremos el medio de unificarlos. Veamos: El
primer paso para establecer el fundamento desde la
autoevidencia, será convertirlo en autofundamento.
Por empezar, no existe la posibilidad de experimen-
tar una suerte de “pasado metafísico”, que sería el
origen de nuestro ser. Todas las aporías relativas al
problema del fundamento, derivan de este equívo-
co. La verdad es que la interrogación por el funda-
113
mento, surge simultáneamente a la de la conciencia
del mundo y de nuestra existencia. Esto demuestra
que la vivencia del autofundamento se encuentra en
la raíz de nuestra vida reflexiva. No podría ser de
otro modo pues sobre este acto inicial, se constitui-
rá toda la vida de la conciencia. De hecho, la misma
autoevidencia, sería imposible sin esta vivencia fun-
dacional. En este sentido, la supuesta anterioridad
ontológica del fundamento, se contradice con la re-
velación que la conciencia hace de nuestra vida;
pues ésta sólo se muestra, cuando la conciencia ya
liberó la vivencia-forma de nuestro autoevidencia.
Para ser más precisos; la conciencia comienza su
autofundación, en el instante que da inicio, al proce-
so de transformación hacia la inmortalidad y a su
vez, nada de esto sería posible sin la autoevidencia
que esto implica. Al final, será la inmortalidad quién
le dará sentido a nuestro origen, al convertir la auto-
evidencia en autofundamento. De este modo, la
conciencia revertirá la incerteza de nuestro origen,
en vivencia de inmortalidad. No existe, por lo tanto,
un fundamento anterior o más allá de nuestra expe-
riencia interna. Existe sí, la constitución trascenden-
tal de nuestra interioridad, por vía de la inmortali-
dad. En principio, consideramos que es difícil acep-
tar estas conclusiones, cuando se ha estado someti-
do por antiguos esquemas deductivos, que han tra-
tado siempre, de ver el fundamento como “algo”
trascendente, en vez de vivirlo como “acto”, como
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una autentica acción inmanente. Para conseguir es-
to, será necesario retornar, hacia aquellas sensacio-
nes originarias, que están en la base de nuestra con-
ciencia. Entonces; el autofundamento es una viven-
cia inmanente, que busca autotrascenderse mediante
la propia infinitud. La inmortalidad, por lo tanto,
sólo será posible, sobre la base de una transmuta-
ción inmanente, que no “cierra” jamás. Todas estas
evidencias, que pueden ser contempladas y vividas,
emergen desde el autorrepliegue mismo de la con-
ciencia. De hecho, la conciencia replegante, es lo
que nos faculta para ir visualizando y experimen-
tando su autofundación e infinitud inmanente. Sin
dudas, lo más significativo de estas reflexiones, será
constatar que fundamento e inmortalidad, son vi-
vencias inmanentes y no ámbitos ontológicos, de
los cuales míticamente dependeríamos o hacia los
cuales nos encaminaríamos, signados por cierto dis-
ciplinamiento teológico; porque simplemente, no
existe un origen que nos precedería, ni una eterni-
dad a la cual nos incorporaríamos. Mencionamos al
comienzo de este estudio, que deberíamos interro-
gar a la conciencia, sobre algo más que su indubita-
bilidad. Pues bien, lo hemos hecho y como conse-
cuencia, se nos ha revelado una conciencia que se
repliega-sobre-sí y gracias a este movimiento in-
teriorizante, extrajimos su propio fundamento e in-
finitud. Para esto, tuvimos que sumergirnos y trans-
poner las capas o niveles de profundización que
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fuimos encontrando, hasta dar con una verdadera
“inmanencia no-manifiesta”.
116
Índice
Prólogo………………………………………13
Introducción .......................................................... 25
I. De la Conciencia del Mundo a la Conciencia de la
Conciencia ............................................................ 39
II. De la Conciencia de la Conciencia a la
Conciencia Replegante.................................... 77
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