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La consolación de la filosofía

En un diálogo con una filosofía personificada en esta obra, Boecio, (un preso quien espera la
muerte en prisión alrededor del 584), pone de relieve una discusión acerca de lo que los hombres
buscan y quieren: la bienaventuranza o beatitud y la fuente, que es Dios, Bien universal y supremo.

De acuerdo con Boecio, ciertamente la filosofía lleva a la felicidad verdadera, una dicha suprema
que es comprobada por la razón, pero ésta se encuentra en Dios. Dios es la felicidad perfecta. La
felicidad no están los bienes falsos, en bienes particulares que dan falsa felicidad (falsa dicha y falsa
satisfacción), la felicidad está en los bienes verdaderos que aspiran a lo divino y construyen valores
humanos, dan bienestar y salud. Así, a los buenos se les cumplen sus deseos. Por otra parte, a lo
dicho se puede contraponer que en ocasiones el perverso prospera y el virtuoso es menguado.

Lastimosamente, lo que sucede muchas veces es que hay un desvío, una perdición por querer el
poder, el placer y el tener (riquezas), o bien optar por bienes como la fama, el honor y la
vanagloria. Cuando se va por este camino, se genera una intranquilidad, una culpa y más necesidad
de ellas. Como consecuencia, sobreviene ruina y desgracia, la esclavitud de un cerdo repugnante
en el fango, es decir, el infortunio.

Así las cosas, lo mejor es aspirar a lo noble porque los placeres causan pérdida, dolores,
abatimiento, miedo, enfermedades y tristeza. Se llega a ellos por ignorancia, por no reconocer
dónde se encuentran los verdaderos bienes. El hombre que se deja engañar por apariencias
termina como una bestia en el vicio que a su vez le sirve como castigo.

Frente esta adversidad que acaece al hombre es necesario pedir un tipo de auxilio sobrenatural, de
lo divino para abandonar el mal, una ayuda a la fuente del bien y de quien no se puede negar su
existencia, a Aquel que es completo y perfecto, al sumo Creador, al Dios todopoderoso. Él es el fin y
gloria del hombre y el final de su transitar. De acuerdo con esto, el hombre será feliz al
perfeccionarse desde su potencia con ayuda de Dios, (médico de las almas y dador de amor).

Boecio toma desde Platón la idea de la divinización del hombre a partir de su conocimiento de
Dios, de esta forma el bien es un deseo humano por el que éste busca su mayor bienestar. En la
conversación se habla de Dios identificando en Él, el principio, el bien (que es su substancia) y la
unidad que conserva y subsiste, por ello la naturaleza conserva la vida y evita la muerte. Lo anterior
obedece a una ley natural. Sin embargo, la voluntad humana que se piensa va hacia la felicidad o el
bien puede ir en contravía de este derecho natural a la vida.

En cuanto al tema del mal, se refiere a que Dios no lo puede hacer (ni viene de Él) y que tampoco
existiría, no es nada. Cierto es que hasta los malos buscan el bien y lo hacen en vano porque no lo
alcanzan, les pasa lo que odian, son infelices, luego ellos se niegan también. Alrededor de todo
esto cabe la pregunta por el medio de purificación, suplicio y/o tormento para las almas después
de la muerte y aquí en vida. No obstante, se aprecia que existe una lucha que requiere de
guerreros para que la virtud no pierda y no se deje ganar.

A lo largo del texto y este parlamento amoroso de aprender y edificar, la filosofía da esperanza a su
interlocutor Boecio. Discuten sobre la importancia de la Providencia que abarca todos los seres,
contempla cómo hacemos uso de nuestra libertad y del libre albedrío porque Dios, Él Todo lo ve,
todo lo oye y nos moldea con felicidad o infortunios. Se comprende así que, en todo, Dios se vale
hasta de lo malo para buscar del hombre su mejoramiento. He de resaltar que la esperanza y la
oración eficaz para Boecio es un reconocimiento de quién es Dios y quién es él. Señala la finitud
frente a lo eterno. Y hace hincapié sobre el tener un corazón recto mediante la humildad. Con ello,
es posible conseguir el favor divino. Por tanto, elevando el espíritu para hablar con Dios y seguir su
camino de virtud dará como fruto unirse a él.

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