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PREMIO PLANETA DE NOVELA 2023

Título:

La Mamá Grande

Subtítulo:

Historia fantástica del padre con patas


y el abuelo peleador

Seudónimo:

Vanina Marshall
a Elena de los Ángeles Salas Poblete, la Niña hermosa,

con todo el cariño del mundo, a los amigos de la casa de campo y para la posteridad
No entres dócilmente en esa buena noche,

La vejez debe arder y delirar al finalizar el día;

Enfurécete, enfurécete ante la agonía de la luz.

DYLAN THOMAS
El arcángel Rafael, con sinceridad, con el cayado y el pez, hace mucho tiempo atrás

contó en la escuela rural la historia que a continucción presentamos, pues

escuchémosla…
Hoy ha nacido un «pavito», lo siento como si fuera mío, hemos viajado temprano de

Rin-conada a Marchigüe, nuestro padre ha dicho que seguramente será otro hijo criado

por él, sabíamos que Susana era de la idea de tener un niño sin comprometerse, el

hecho de pensarlo me enerva, son las once y cuarto y entramos por los pasillos del

hospital de Marchigüe, la feria afuera languidece en un sinfín de hombres y mujeres

que se hacen acompañar por sus hijos lentamente observando cada puesto de frutas y

verduras, de ro-pa, de utensilios de mecánica y macetas con flores, varias cuadras más

abajo dan la vuelta y regresan, he dicho a Pedrito que es bueno comprar pescado para

llevar a casa, en el exterior del hospital aparcan los locatarios, es gustoso ver cómo

algunos, desatendiéndose de la muchedumbre, entran y salen por las puertas anchas

dirigiéndose a urgencia o a los pabellones donde yacen los enfermos, un letrero cuelga

a la entrada mostrando las salas de administración con señalética color blanco y otro

hacia los box donde se encuentran los pacientes, hola, digo a una señora de ojos

pardos, tez cobriza, hola, dice ella, con el dedo apunta a la maternidad, mi grito es

grande cuando veo a Susanita, ¡por Dios, chiquilla!, tanto que nos hiciste sufrir a mí y

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a Nano cuando te trajimos, Pedrito no para de reír y dice: mira ma, la pichulita, está

orinando, ¡Susana por Dios!, ¡qué criatura más dócil y gen-til!, oye, hasta se le ve el

hoyito de la simpatía, ¿en qué llegaron?, en tren, digo, Pedrito se empecinó en venir a

verte, han dicho que pasó el padre Julio Palma dando la bendición a los enfermos y a

Susana también le tocó una por su hijo, ¿cómo?, digo, el padre Julio Pal-ma, dice

Susanita y se levanta de la cama con el niño en brazos, qué bello, pienso, Rigo-berto,

dice Susanita, así se va a llamar, la enfermera de ropa celeste va y viene y nos sor-

prende a veces con furtivas sonrisas que arroja desde los pies de la cama, deben ser las

do-ce y media y con grandes besos nos despedimos de Susana y el bebé.

Nano no nos vio salir y ha dicho que quiere salir a cazar con Pedrito, he sido fiera

en esto porque mi padre no quiere ver a ninguno de mis hijos paseando con él.

«Ese hombre», «ese hombre», manera de tratar al progenitor de mis hijos.

Cuando me nombraron profesora de la escuela de La Rinconada que colinda con la

casa de mis padres yo ya me juntaba con Nano que en aquel entonces era profesor nor-

malista venido de Santa Cruz y asentado junto a sus padres —don Benedicto y doña

Sa-ra— en la hacienda de Mallermo, Nano llamado así hacía clases tanto en la escuela

de Ma-llermo como de La Rinconada y para mí fue gratificante conocer a un hombre

cinco años mayor apuesto, inteligente, maduro; fue un amor profundo, soterrado, e

inmediatamente empezamos a salir, sin embargo, llegaron pronto noticias a casa de mi

padre y como si es-tuviera apremiado con su muleta como si yo fuera su única hija

comenzó a rabear, los cuentos iban y venían, que nos vieron en el embalse, que

andábamos en la camioneta de don Benedicto, que fuimos a Pichilemu en tren, con

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esas tropelías aparecían en la casa de La Rinconada, yo tenía veintiún años cumplidos,

una tarde mi madre, estando sentados en el corredor del negocio, dijo:

—Bastante de hemos dicho, Gabriela, que no te juntes con ese hombre.

—Pero por Dios, Nanita —dijo mi padre—, Gabriela es de armas tomar como pro-

fesora que es.

Al escuchar estas míseras palabras guardé silencio, un silencio atroz que me

persigue hasta hoy día, pese a todo, a la rúbrica que oigo de mis padres y familia, junto

a Nano lle-vamos cinco años juntos.

En forma pausada tomamos el tren en Marchigüe, como es sábado pasa en la tarde

cerca de la una y en tiras y afloja arranca por los entreveros de la oscura estación, al

fondo se divisan los cerros azulgranas de la costa colmada de bosques de pinos

radiatas, a los lados el estero Cadena, la arena amarilla, el matorral de zarzamora, los

predios de la ha-cienda de Alcones con los rebaños de ovejas, a nuestra izquierda por

no decir la otra orilla la brillante y nonagenaria estancia de Mallermo —donde vivimos

— de don Julio Pereira, don Carlos Stüver —el ministro— y don Benedicto por cierto

—el administrador—, pa-dre de Nano.

Colándose por los ventanales del vagón, sentimos la brisa de la tarde del fresco

valle de Marchigüe cuya lenta marcha se desliza por el horizonte lejano de las parcelas

atiborra-das de vacunos por donde —doña Sara por enésima vez— pasa caminando en

pleno invierno, cruza cercos y alambradas cuando regresa con paquetes que trae de

Santa Cruz hasta dar con su enseñoreado hogar en Mallermo, es una dicha vivir con

ella, pienso, co-mo un ánima perdida por sus hijos, mis hijos, Pedrito y Vanina.

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Los jubilados parecen tener jerarquía y don Carlos Stüver habla a diestra y siniestra

dando órdenes sobre el mantenimiento de la hacienda, de pronto como si el tiempo

ablandara la brisa suave llegamos a la estación de Alcones, entre los aromos y

eucaliptos la carreta de Luchito Serrano, suena la bocina del ferrocarril después de

apearnos con nuestro pescado, tomados de la mano, Pedrito y yo, con una maleta que

compré en Marchigüe, nos acercamos a los aparcaderos.

—Bienvenida, señora —dice Luchito—, hace un calor insoportable y eso que esta-

mos en octubre, cómo irá ser el verano.

—¿Por qué tanto gentío, Luchito?, ¿acaso están con la venta de ganado?

—No diga nada —balbucea Luchito mascullando entre sus dientes grises y filosos,

viste una chaqueta roída por su condición de empleado de doña Sara, gorro y ojotas—,

no ve a don Carlos Stüver hablando por teléfono desde el almacén de correos, quiere

enviar una «buena tirada» a la feria de Santa Cruz.

—Bueno es que trabajen, trabajen… —repito con fuerza—, ahorita que ha

pasado la resaca de invierno.

—Don Nano mandó a pedir algunas cosas.

—¿Al negocio?

—Sí.

Se oye el traqueteo de la locomotora subiendo los primerizos cerros y luego

desapa-reciendo por encanto.

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—¿Va a pasar donde la señora Nana? —pregunta Luchito Serrano.

—Sí —digo tras poner la maleta y bolsa de pescados arriba de la carreta.

Algunos carretones se ven pasar por el Cristo, van quizá a Carrizal o La Pitra,

Luchito mueve las riendas, retrocede y salimos raudos al camino, luego de un corto

silencio Luchito con un semblante grave, muy solícito dice:

—¿Usted le ama?

—¿A quién? —pregunto de sobresalto.

—A don Nano.

—Por supuesto, Luchito…, y a mis hijos sobre todo.

¡Qué manera de hacer la pregunta!, pienso, medio sordo y medio turnio, ¿no ve

acaso todo lo que me desvivo por él, por Pedrito, doña Sara y todos?

Con una maravillosa forma de ver las cosas avanzamos a saltos por el camino de

tierra y es toda la verdad, pienso, al toparnos con el jeep de don Carlos Stüver,

probablemente se halla buscando el medio de llevar esos animales a Santa Cruz,

nuestra huella sigue el rumbo hacia el retén y el Santuario de Alcones como

hormiguitas cubiertas por el polvo ancestral de la vicisitud de visitar a la hermana

triste y olvidada que se ha mejorado el día anterior en una circunstancia hostil pues no

había nadie quien la llevase, fue Poncho quien nos avisó a Mallermo y Nano y yo con

esa voluntad inquebrantable de hacer el bien la trasladamos al hospital más cercano en

la camioneta de don Benedicto.

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Hace tres días mi padre andaba con una gota intolerable y para colmo con Susanita

que estaba por dar a luz, algunos lo escucharon y el propio Poncho contó: vayan a

hablar con esa mierda, dijo mi padre, como si se refiriera al peor hombre del mundo y

mi rabia en Mallermo se acrecentó, tanto que terminé reventando en lágrimas ese día.

De madrugada partimos entre la alharaca de unos cuantos en la casa, que Susanita,

decían, no va a aguantar, la presión está subiendo y todas esas cosas, cuando la

pasamos a buscar Susana estaba en bata de dormir andando a pie pelado por la pieza y

Poncho y Fabrizio —mis hermanos menores—, nerviosos, riendo, la echaron a la

camioneta soste-niéndola en vilo. Con Nano volamos al hospital.

Qué vida nos ha tocado, qué vida, Señor.

—Ma, cuánto falta para llegar.

—Poco, hijo, poco.

Me he sentido relajada al oír la voz de mi hijo y al recordar todas estas cosas y

junto a Luchito espero ofrecer una buena cara cuando me presente en el negocio a

comprar las cosas encargadas por Nano, por lo demás mi madre y la Tere —la abuela

como llama-mos— han sido muy comprensivas, los problemas de animadversión

provienen de mi padre y las malas lenguas que le llevan todas las tardes, jamás, como

cuentan, pensó entre-gar su hija mayor a un desconocido flojo y estéril.

La parsimonia nos eleva a conjeturas imposibles a medida que el viento —ya no la

brisa— baja por los eucaliptos a través del sosegado estero de Alcones, bajo las ruedas

atraviesa un hilo de agua que viene del embalse mayor, don Augusto nos saluda

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sentado en una macilenta piedra de orilla de calle, entramos lisa y llanamente al

poblado de Rinco-nada, ¿Nanita —mi madre— estará en el negocio?, la alameda de

ciruelos —a lo largo de las casas iniciales— nos recibe con las manos abiertas.

Luchito Serrano detiene la carreta y baja.

—Voy —dice.

Decido acompañarlo.

—Buenas tardes —dice Manuel.

Del bolsillo de su chaqueta Luchito saca un papelito con la mercadería que trae

ano-tada que piensa comprar, no es gran cosa, Manuel lo mira, estira la frente como si

aquello no le importara.

Manuel dice:

—Tendré que hablar con la señora Nana.

Va adentro y enseguida regresa:

—¿Cuántos detergentes son?

—Dos.

—¿Y harina flor?

—Cinco kilos.

—Usted tiene una letra que apenas se entiende, Luchito.

Luchito pronuncia unas palabras que no se alcanzan a oír.

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Con la confianza que siempre tengo en el negocio de abrir las cubetas de vidrio,

saco dos dulces que ofrezco a Pedrito, qué genial, y entro a la galería, ahí se encuentra

mi ma-dre viendo televisión, comiendo una pera con plato y cuchillo.

—Cómo has estado, hija —dice—, hola, mi tesoro, venga para abrazarlo.

A medida que suelto a Pedrito observo que mi padre conversa en el corredor con

Te-

ddy y Jano, no me animo ir para allá. Hablan de caballos y chanchos, los lechales

deambu-lan menudamente en la finca junto al carnero y ovejas de colas mochas.

La casa es ancha, sendos patios se entreveran con achiras, rosas, cedrones y horten-

sias, un monolito al medio del jardín junto al palto expresa la cruenta verdad de que

este hogar es gobernado por mi padre, adelante en el frontis una mata de camelia en el

centro y hacia el norte cuatro palmeras que tocan el alumbrado público levemente

sostenidas y tapadas por cinco matas de quillayes por fuera muy altas, puestas ahí en la

vereda desde el tiempo en que nosotros éramos niños.

Es un hogar viejo, pienso, con naranjos, limoneros, norias, gallineros, establos y

gal-pones demasiado grandes para mí, acostumbrada a vivir en lugares serenos de

árboles co-mo quintas de recreo.

Nos despedimos aprisa, Luchito Serrano echa todo al saco harinero y los tres

conten-tos volvemos a la carreta, Margarita ha venido a comprar, y saludándola,

partimos a Mallermo, falta poco para las dos, don Canta —diminutivo de Cantalicio—

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cruza en su carretón con la yegua blanca y potrillo ofertando sus calugas y mentas,

chocolates y hela-dos de leche de costumbre.

—Con que sí —dice Luchito.

—Qué.

—Que don Nano es como usted.

—Por qué.

—¿No hace clases?

—Sí, todos lo quieren por eso.

—Y usted, ¿no quiere vivir en Rinconada?

—No —digo—, me siento a gusto en Mallermo.

Me encojo de hombros, el trabajo no es nada para mí.

La envidiable ternura nos envuelve, por ahí más casas, la capilla, en la curva la

cantina de don Rubén Álvarez Taffo, la cancha de fútbol, el negocio de mi cuñada

Marina donde venden grano y petróleo, el callejón de Ernesto Leiva, la casa de Pereco

y la estación de la Primera Compañía de Bomberos en el camino hacia el embalse

agrícola de la Corporación llamada Improco, al fin nos aproximamos a la entrada de

Mallermo sin otra expectativa de llegar pronto, Luchito dobla y con el chicote apura a

la yegua.

Vaya que consistorio, una motoneta con copiloto nos adelante y tras nosotros don

Carlos Stüver toca la bocina, va apurado, pienso, y Luchito como si a este cernícalo lo

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conociera, se echa a una orilla, qué malo, exclamo, siempre ligero maniobrando con

malicia, pasando cambios a toda velocidad, el embrague que rechina, todo el santo día

así, quién lo creyera, en un ir y venir da esos frenazos con el jeep Land Rover que solo

él ma-neja.

Los trigales empiezan a amarillear en las faldas de los cerros, nos sumergimos en

nuestro campo, la perdiz, la garza, el búho, las huertas, los totorales, las cañas de

bambú y zorros que andan por las paraderas.

Se oye el canto del zorzal, todo eso y mucho más, la tenca desde el breval anuncia

la presencia de visitas en otras casas.

Llegamos.

¿Cómo les fue?, pregunta doña Sara, bien, digo, un poco retrasados y con el sol

enci-ma aplastándonos, doña Sara se columpia en la mecedora limpiando lana para

rellenar un cotí con flores color rosa, dice: tengo consomé con carne de tórtola para

servirles, quie-ren, bueno, mamita, digo, cualquier cosa después de este largo y

agotador viaje, digo: Nano no se ha visto, no, dice ella, he estado toda la mañana en

casa y ni él ni Benedicto han asomado la nariz, ¿no estarán en las parcelas arreando los

rebaños?, quizá, digo, ma, dice Pedrito, vamos a ir al embalse, no sé, digo, no dijiste

que pasaríamos a ver a tía Mari-na en Rinconada de Alcones, sí, digo, pero nunca

pensé que nos demoraríamos tanto, do-ña Sara dice: otro día pueden ir, hijo, por atrás

se ve a Luchito Serrano sacando los arreos y colgándolos en el palo del medio, de pies

enormes enganchados a sus ojotas hechas de forros de tractor se acerca con un tarrito,

y balbuceando, pide a doña Sara su ración medio sordo tartamudeando creo, le gusta

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hacerse para que la mamita no se olvide de darle la comida con un poco de vino que

afloja de una bota, un inquebrantable y redondo pan amasado y la cuchara grande,

antigua que guarda y coge desde entremedio de la viga y no miento, ahí tiene también

el nylon enrollado en un tarro de café, esos alfileres que dobla con sus carcomidos

dedos negros convirtiéndolos en anzuelos, tarros de yogur de otra época y sus

infaltables semillas de porotos, garbanzo, maíz, arroz maniatadas en distintas bolsas,

qué hombre, pienso, qué vida más pesarosa sobrellevada por el amor y gallardía de una

mujer hacendosa eterna como una flor como mata de girasol siempre mirando, siempre

atenta a lo que está pasando sin duda como es la mamita.

Habían salido antes de las ocho, Benedicto, el hijo mayor, no el padre, se paseaba a

caballo con botas de tacón alto, pantalón de rayas y manta ligera, era de esos hombres

que disfrutan la vida en forma extenuante, al anochecer lo habían visto en el granero

feste-jando en un asado hecho en honor a don Julio Pereira, con ganas se aprestaba a ir

a la estación donde dejaba el caballo bajo la sombra de un eucalipto, de ahí partía a

Yáquil, las tierras de ese sector las había recibido de parte de don Benedicto padre que

así como tenía parte de la casa donde vivíamos también acumulaba tierras en otros

lugares además del enorme sitio y casa endomingada que ostentaba en Santa Cruz, era

natural entonces que las parcelas de Yáquil se las entregara en comodato a su hijo

mayor donde vivían su señora e hijos, no era un escondite ni una fuga que hacía a

Mallermo, muchas cosas que llevaba a Yáquil —cabros, vacunos, semilla— las sacaba

de la hacienda en provecho de todos pues era sabido que al igual que su padre le

gustaba la buena vida y la plata.

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Haciendo sonar las espuelas, Benedicto se dirigió a la escuela, cancha de carrera

como probando las riendas y montura y sin más tiempo que perder regresó.

Venía hacia acá y entre la manta traía un bulto caprichoso que parecía un lechón

pero no, era simplemente una garrafa de vino tinto, dijo que pasaría donde la Marina,

para él era una dicha comprar vino y lo hacía tanto en Rinconada como en Santa Cruz

o Puqui-llay, de genio serio, alto, corpulento, dejaba entrever sus beneficiosos cuarenta

y dos años de edad.

La atmósfera era fresca, plácida, y Benedicto antes de ir a Rinconada dijo:

—Dejé las herramientas de herrería en la bodega por si preguntan por ellas.

—Está bien —dijo Jorjo, otro trabajador de la hacienda—, nosotros las guardamos

después.

Por el granero se vieron entrar algunos.

Echándose la mitad de la manta al hombro, Benedicto espoleó el caballo, dio

media vuelta y se retiró.

En el granero Jorjo dijo:

—Vaya forma de ocupar el tiempo cuando don Benedicto tiene herramientas de so-

bra.

Jorjo, con ojos rojos, andaba tomando.

En la casa del lado había un jardín prolífico en matorrales y enredaderas y por ahí

se veían los portillos por donde pasaban los conejos durante la noche yendo por el

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camino principal hacia los huertos y el porotal del frente hasta llegar al estero de totora

y pasando una y mil veces por lo huecos de las alambradas y dejando esos portillos

que tanto gusta ver a los cazadores y niños, el sandial lo picaban con malignidad y por

ahí husmeaban los lebreles al otro día con los perros chicos que llaman conejeros, era

cuando Benedicto y Nano armaban los lazos de alambre, en la bodega tenían tres

rumbas de estacas y fierros donde amarraban las hebras, normalmente utilizaban lazos

de ocho, diez o doce hebras y a mí me daba satisfacción presenciar el horno, la carreta

inclinada hacia adelante, los arreos de los caballos, herraduras botadas por el suelo y

en algún rincón, colgando, los lazos de alambre.

Todo Mallermo vivía de la caza del conejo y algunos por error los cazaban con

tram-pas ya que un conejo nunca se ha cazado en trampas, del mismo modo en la casa

y en el granero habían lazos para liebre más largos que los para conejo amarrados con

un sedal o cáñamo o alambre grueso para que el círculo se sostuviera durante el tiempo

en que el lazo estuviera armado en el camino.

Al anochecer tanto me turbaba con esto que no podía dormir, los cazadores como

Jorjo por ejemplo salían con un tenaz martillo y un saco de cáñamo donde llevaban los

lazos, aquí, allá, en la zarzamora de enfrente, entre la cardilla, sobre las espigadillas,

en todas partes se divisaban huecos y caminos de conejo.

En efecto, era obvio que amáramos esto.

Jorjo estaba con Nano.

Por costumbre se reunían en el granero a conversar.

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Jorjo era mecánico.

La mañana exhibía un sinnúmero de labores que había que concretar, dar comida a

las gallinas, bestias y chanchos, echar agua a los abrevaderos, preparar el almuerzo,

barrer las piezas y hacer las camas, Otilia Rojas era nuestra ayudante y bastante batalla

prestábamos durante los fines de semana.

Jorjo nos vio cuando salimos a buscar agua y con ese coraje de mujer trabajadora

trajimos los baldes desde la noria contigua al silo, los hombres hablaban de algo en el

granero, carretas y jinetes de a caballo atravesaban dichosamente por el camino, los sa-

ludos entre unos y otros se recalcaban cuando venía el tractor con el matalotaje de paja

y trigo, avena o cebada y alfalfa revuelta con trébol que daban siempre a los animales,

todo lo traían y llevaban desde los campos a los establos, pensaba decir una cosa pero

no la quise decir.

En fin.

Era domingo claro, y la plática no parecía parar en el granero.

Todo el santo día discurría así.

Algunos pasaban en dirección al embalse a pescar pejerreyes, era típico ver este

aje-treo todos los sábados y domingos cuando gente de otros sitios venía a disfrutar de

los hermosos parajes de Mallermo.

Entonces dije:

—Fueron a buscar los lazos a primera hora.

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—Ah, sí —dijo Otilia Rojas, cándida e inocente como una maravilla—, me di

cuenta cuando don Nano traía un conejo atado a la cintura, cuando van a caballo las

patitas apenas se les notan.

Las voces se oían desde el granero y mientras barríamos la calle las miradas se di-

rigían hacia nosotras.

Jorjo tenía la mala costumbre de tomar aun estando trabajando, de un momento a

otro dejaba la pieza de algún motor a un lado, se limpiaba las manos con un trapo, iba

a su casa en silencio, tomaba una caña de vino y regresaba. Nano no lo acompañaba en

estas diabluras y cada vez que bebía lo hacía con amigos de Rinconada o Santa

Graciela de Alcones.

Nano se tropezó y vino a dar a la calle.

Dijo:

—Qué mañana más endiablada, hace frío, hace calor, hace de todo un poco.

Otilia Rojas replicó:

—Si usted supiera todo el trabajo que hay que hacer vendría a ayudarnos.

Nano dijo:

—Lo sé pero no puedo.

Tan comprensible fue su afirmación que volvió al granero.

Aquello se asemejaba a una asamblea de murmullos, parados tras la malla como si

estuvieran reunidos por algo, de repente sonaban las carcajadas de algunos riendo por

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la manera de vestir, caminar o laborar de otro, lueguito aparecía el tractor con fardos

atados con alambre y dos de ellos, poniéndose junto al catango, los bajaban

repartiéndolos en los espacios abiertos sin llenar del granero.

El Pimpo era uno de ellos y como tosco campesino andaba a pie pelado con la

camisa convertida en jirones y un diente de menos, los tenían controlados pues había

paga in-cluso por lo trabajado en días festivos.

Nos veían y en voz baja decían:

—Allí anda la profesora de Rinconada y la Otilia.

La fregatina no paraba nunca con la montonera de gallinas y pollos que salían a

picotear a la calle, el desparramo de trigo y harinilla mojada para los pavos y los

galgos y golosos lebreles —de distinto precio, color y tamaño— acercándose a recibir

la migaja de pan, el trozo de sardina que se les arrojaba y hasta las presas de pollo,

cordero o vacuno que quedaban de la noche anterior.

De buena manera dije:

—Pues bien, voy a descansar.

—Vaya —dijo Otilia Rojas—, la voy a estar esperando para que sigamos llenando

los toneles con agua.

Los trabajos atestiguaban la imagen de un mundo azul tan dije, tan fértil que pocos

le igualaban.

Jorjo dijo:

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—Tengo Ginger Ale para tomar.

Con los botones desabrochados, como si su boca se soltara de una mordaza, se

despe-gó del motor y echó bebida a vasos puestos sobre un fardo.

—Gracias —dijo el Pimpo luego de sacudir el brazo.

No tenían que mentir, entre ellos las cosas estaban claras.

Mi viejo acodado sobre una baranda, camisa arremangada, cooperaba con Jorjo

cada vez que pedía ayuda a otros para colgar un motor, limpiar empaquetaduras, vaciar

aceite o colchar mangueras con abrazaderas.

La placidez nos acogía y de la pieza sentía el cuchicheo de Vanina.

Mis hijos jugaban en la sala principal, Luchito Serrano arriba, la mamita

moviéndose por la cocina, cada muestra de docilidad mantenida por el tiempo

agradable, pacífico, de las mañanas de domingo.

A veces caía en un letargo acariciador, mis pensamientos bullían en un sinfín de

cosas, con la piel de gallina, hipnotizada, veía a mis hijos caminando entre la floresta y

al divisar-me corrían vueltos locos a abrazarme.

Con calma, libre de ataduras, la trama se presentaba así.

No solo así, sino día tras día.

A los cuarenta y cinco minutos me levanté de la cama y volví a la calle, Otilia

Rojas había avanzado en el trabajo, qué silencio más enternecedor, abrumada por las

preocu-paciones que se tienen a menudo dije: el sol francamente está matador, los

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pobres ahí, pensaba: en esto no hay ningún manual que valga, con una soga tirábamos

el balde hacia abajo, se necesitaban muchas fuerzas para traerlo de vuelta arriba y

luego llenar los tam-bores, en la ida chisporroteábamos un poco de agua y era

preferible a veces sacar agua con una motobomba.

Don Carlos Stüver llegó en el jeep Land Rover, nos saludó, entro a la sala

principal, sacó unas guías y volvió a salir en dirección de la cancha, para ese sector

estaba la media-luna donde ejercitaban maniobras ecuestres como domaduras de

caballos, correteo y laceadas de terneros, aguante en la montada de toros, rodeo, todas

esas cosas que tanto gustan a la gente de campo.

Atrás la cancha de fútbol y enseguida las parcelas del sector de los silos, lejos a la

distancia el tractor John Deere comprado a la hacienda de Alcones que lo tenía aban-

donado en las bodegas, había sido un milagro repararlo, todo gracias a las ideas

siempre sugerentes de don Carlos Stüder.

Con orgullo digo que el tractor John Deere era una maquinita y a golpe de vista se

notaba increíblemente como un punto verde subiendo y bajando a través del horizonte

llano y blanco, diríase un torete, un papagayo, cualquier cosa menos un tractor, lo

tenían como el Alí Babá de las faenas agrícolas, menudo y emprendedor avanzaba de a

poco, en un sitio cualquiera se detenía a medida que los trabajadores arrojaban la paja

con horqui-llas, era un tarea simple que jamás retrasaban, y el tractor John Deere, con

su venado ama-rillo, avanzaba de nuevo.

Hacia el embalse y casas patronales de Mallermo, es decir el sector opuesto de los

silos se maravillaban los sentidos observando el ganado ovino grande y provechoso, la

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brillantez y belleza era mayor, agrupados en espaciosos piños los rebaños iban y

venían por los cercos separados con mallas rectangulares, uno, dos, tres o más carneros

y cientos de ovejas, borregos y borregas, corderitos de todas las especies, sin embargo,

lo que más impresionaba de todo esto eran los abrevaderos de metal de cinco o seis

metros de largo que estaban dispuestos en las esquinas de los cierros, nunca había

visto uno pero por lo visto se trataba de tambores de aceite cortados por la mitad

trabajados en las puntas y bordes pues la soldadura que tenían las hacían en el granero.

El granero, el granero…, y el silo principal.

Toda la hacienda tenía su centro de confluencia en el granero y el silo.

Si alguien pasaba hacia el embalse tenía que saber encontrarse con el granero.

Si iba hacia los silos de igual modo.

Los únicos que evitaban el granero eran aquellos que vivían en las casas patronales

nuevas acomodadas junto a lo alto del totoral, villa diremos a grosso modo donde vivía

don Carlos Stüder.

Al fin Otilia Rojas dijo:

—Terminamos.

—Bien, niña, ahora vamos a ayudar a la mamita.

Faltaba poco para mediodía, y trastabillando, el Pimpo abrió los brazos, bostezó

y sin despedirse partió a su casa.

Lo mismo hizo Jorjo, Nano y los demás.

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En mis manos y en mi boca se apreciaba el frescor y dulzura de una mujer que

tiene hombre, diríase, toda mi gentileza se dirigía hacia mi amado y ciertamente hacia

mis hijos, ellos eran todo para mí, erguida, cortaba el pan en rebanadas que limpia y

serenamente depositaba en la panera, doña Sara servía la comida en los platos y Otilia

Rojas los llevaba a la mesa, Nano comía y acariciaba con sus laboriosos dedos una

mano de Vanina, mi fragor crecía cuando mis ojos se llenaban de lágrimas al recordar

de tanto en tanto mis niños de la escuela de Mallermo, mi corazón latía con fuerza y

tenía que bajar la cabeza para que no percibieran nada extraño o conflictivo en mí.

En el patio Luchito Serrano comía poniendo atención a lo que ocurría adentro, con

sosiego tomaba los alimentos con la mano y estiraba los dedos como si lo hiciera con

burla, cuando el alimento era sopa tomaba su infaltable cuchara y comía aprisa como

caprino que es perseguido por el lazo, sin ganas de servirse el postre acababa antes que

nosotros y era cuando se echaba con comodidad en una silla de madera al medio del

parrón.

Adentro nosotros.

Con sus rizos aleonados, piel caliente, transpiración que corría por su pecho y

frente, Nano no tenía una opinión distinta a la mía, las situaciones de la vida diaria las

manejaba con entera liviandad y era raro ver en él una cara de enojo, envidia o

egoísmo, estuviése-

mos en la casa o en la escuela mi posición era de completa sumisión y entrega.

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De la Escuela de Mallermo Nano era el profesor encargado y yo la profesora

ayudante recién nombrada por la gobernación para el sector B de Santa Cruz como se

llamaba edu-cacionalmente esta zona.

De uñas largas, blusa floreada color pardo, falda negra, la mamita mascaba la

comida con una leve sonrisa expresada con sencillez entre sus labios amoratados,

esperaba quizá que dijésemos algo y era Otilia Rojas, la criada, la que nos alborotaba

la sangre con alguna salida repentina o chisme de vecindad. En este tiempo la mamita

pasaba más en casa y su rutina consistía en atender las labores domésticas y en la

semana cuidar a Vanina cuando yo iba a hacer clases con mi hijo.

Mi trabajo como dije se circunscribía a este sector y no tenía ninguna injerencia

aunque quisiese en la labor educativa de la Rinconada y estoy segura que desde la go-

bernación no se equivocaban porque la escuelita de Rinconada estaba a cargo de la se-

ñora Esperanza, profesora mayor ya, por tanto Mallermo era nuestro reducto educativo

puesto a nuestro servicio para que enseñáramos lo que exigían los planes y currículos

para la enseñanza rural primaria.

Ya pasado un rato dije: en la tarde podemos ir a casa de nuestros padres,

pensándolo bien, Nano dijo: no lo sé, mi-hijita, la mamita, escuchando, dijo: con

Benedicto han re-partido lazos y trampas por los huertos, pradera y embalse, si tú no

vas, Nano, ¿quién va ir?, Nano dijo: en la tarde lo voy a decidir, sin titubear dije: si es

así entonces vamos al embalse, no querrás que Vanina se quede aquí, más confiado,

con seguridad, Nano dijo: está bien, Otilia Rojas dijo: ¿levanto los platos, señora?, ya,

dijo la mamita y luego: trae de postre las ciruelas que cocí en la mañana, bueno, dijo

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Otilia Rojas, Vanina dijo: pa, ¿adón-de vas a ir?, Nano dijo: donde usted quiera, mi

niña, Vanina se bajó de la silla, Nano la tomó, y cuchicheando como lo hacen los

pequeñuelos, la sentó en sus piernas, ¿cómo son las trampas, pa?, Nano dijo: un palito

sobre otro palito, un palito sobre otro palito y lo hacía con palos de fósforos como

formando una montaña y así decía explicándolo, así es la trampa, ¿y qué cabe

adentro?, preguntó Vanina, buh, exclamó Nano, lo que uno quiera, tórtolas,

codornices, perdices, cuculís, lo que usted quiera, mi niña, ¿y ardillas?, dijo Vanina,

no, dijo Nano, las otras trampas están para eso, ¿para qué, pa?, para ratones, ardillas,

coipos, güiñas, leones cordilleranos…, buh, lo que uno quiera, Vanina exclamó:

¡leones!, ¿dónde hay leones?, Nano dijo: en la montaña y muchos, entonces podemos

ir, bueno, dijo Nano.

Mi Pedrito se había levantado y con sus autos jugaba sobre el piso de madera de la

sala principal, fui a verlo y de allá volví a la mesa.

La taza de té nos mantuvo en la quietud de siempre atentos al bullir del lavado,

con-templándonos caímos en el letargo de la tarde.

Como reliquia de un santuario se oía a veces el canto monótono de una tórtola

parada quizá sobre el alumbrado, a esa hora ni un vehículo ni una carreta, nada por

Mallermo.

El sol continuaba calentando y la fatiga se hacía más profunda e insoportable,

apoyan-do una mano sobre la cintura de Nano, descansábamos en nuestra pieza, algún

diario antiguo sobre la cómoda, una que otra revista de moda, camisas sobre la silla, el

tocador al frente, el perchero para cinturones y sombreros, la foto de Nano en el corral

32
de los chan-chos teniendo a mi Pedrito de seis meses en brazos, mantas, zapatos y

botas, una foto de Vanina en el velador, la ropa de nuestros hijos en el ropero de la

mamita, todo ello junto al ajuar que yo había traído a Mallermo.

Respiraba con ruido, Nano al lado roncaba, en momentos recordaba mi

empecinado hogar, allá también había lazos, estacas, fierros y trampas como las que

había mencionado mi viejo, de niña había visto correr una liebre en la chanchera y

erguía las ancas como si avanzase de espaldas, en el patio mi padre conservaba una

ratonera que había traído de La Peña. Era un cajón pequeño alargado al modo de un

rectángulo, al fondo tenía una lata puntiaguda donde ponían el chicharrón o pedazo de

carne, no sé cómo funcionaba el artificio, al moverse la lata se agitaba un alambre por

encima que hacía caer la puerta de entrada de modo que el ratón quedaba atrapado, lo

chistoso de esto es que el roedor permanecía vivo no como esas trampas con resorte

que hablaba Nano que aplastan a la criatura reventándola o aprisionando sus piernas a

manera de cepo, trampas grandes de fierro también las habían y las utilizaban para

cazar leones como contaba mi viejo, al centro llevaba una especie de cuchara que

accionaba todo el artefacto, bueno, pensando en esto me malograba y sentía el paso

libre del perro pastor alemán que había en la casa, estaba siempre con Jano y, cuando

salía un ratón brincando entre el estercolero y los galpones, el perro lo perseguía

crispando la nariz hasta llegar a la madriguera, el roedor se salvaba por poco, me

encantaba esa ratonera porque era la única de su tipo que había, era un invento

maravilloso y recuerdo que en las tardes de viento jugaba con ella, qué ingenio más

ocurrente, pensaba, la verdad es que nunca vi que cazaran un ratón con ella, Jano y

Teddy preferían las trampas con resorte que se compraban en las ferreterías, en las bo-

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degas, en el negocio o cocina estaban puestas y Jano lógicamente solo las desarmaba

cuando había un ratón de cola larga muerto, mi madre usaba también veneno y gracias

a este operar tenían controlados la población de roedores que merodeaban por la casa y

alrededores, qué tontera, pensaba, y otra vez la ratonera, era fabulosa, ¿cierto?, no

mataba ni hería al ratón y pensaba en qué clase de lazos se podían armar en las cuevas

o agujeros de los roedores de manera de cazarlos por el cuello como los conejos, pero

era imposible porque los ratones y lauchas nunca se han cazado con lazos. Otro

artificio que imaginaba era el del tambor cortado por la mitad parado con dos palitos

ensamblados de forma que entrando el roedor moviera el hilo y los palillos haciendo

caer al tambor, pero esto también era imposible porque el roedor tiene mucha pericia

para hacer hoyos en la tierra y escaparse no le habría costado mucho, total así la

trampa de resorte era el mejor utensilio para cazar ratones eso sí respetando el ingenio

y antigüedad de la ratonera de mi arisco y obstinado padre.

Dormía un rato y trataba de acariciar mi pelo que caía por mi delgado cuerpo, en

pe-numbras en la otra pieza la mamita también dormía, mis pequeñuelos en tanto en

las ca-mas amparados por el refugio legítimo de la fidelidad de la casa, nuestra casa.

Nano salió con el niño a los huertos y pradera de pastizales, con una sombrilla me

puse a mirar el bajo, del embalse escurría el estero que daba vida a las plantaciones de

sandías, maíz y porotos y aun hortalizas de cebolla, ají, pimentón, zanahorias y

zapallo, su agua benefactora se prolongaba con la existencia del pantanal en la totora

habitado por la garza, los tábanos, los zancudos y mucho mosquito, ahí donde estaba el

puente de palos que daba la bienvenida a las huertas del granero antes de la villa de las

casas patronales, engrandeciéndose desde septiembre hasta enero y febrero incluso por

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el agua del embalse cuyas riberas eran inundadas de palmo a palmo por las

inclementes lluvias de invierno, de mi posición sentía el eco de los martillazos cuando

Nano cambiaba de posición los lazos, la cara del sol dibujaba contrastes distintos en la

alta y baja atmósfera, acurrucándose como zorros se escondían entre las matas y

enseguida volvían a aparecer por otro lado entre la espesura dilatada de los matorrales

y plantas, Vanina tomaba mi vestido e in-tentaba mirar con un sombrero pequeño, a

veces colocaba mi mano como visera para observar mejor, en el cielo añil el sonido de

los patos y una que otra ave zancuda que emergía furtiva desde los campos, el sol o

cara de gallo empezaba a decaer en su escondite maestro que da origen a la noche,

cada vez más lejos el sonoro eco y más hasta confun-dirse con el cotorreo de los

pájaros y aves silvestres del pantano, Nano y mi niño salvaje poco a poco fueron

desapareciendo en dirección a las planicies y vastedad inalcanzable del llano.

Mi alma iba con ellos.

Nano se esforzaba en cumplir su labor de padre sabiendo que los alumnos de la

escuela eran de algún modo también sus hijos, a mi Vanina y a Pedrito los querían

muchí-simo.

Cuando llegaron al sitio de las trampas Nano miró fijamente el suelo y por decir

algo dijo:

—¿Qué sientes, hijo mío, al estar conmigo?

—Nada —dijo Pedrito.

—Y tu imaginación, ¿por qué nubes vuela?

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—Por ninguna.

—Entonces, hijo mío, no sientes nada en verdad.

—Sí.

—¿Qué?

—Lo que siento con mamá.

—¿Qué cosa?

—Tú sabes, pa.

Nano era mayor, su comprensión no era altanera pese a esos arrebatos de locura

que le venían cuando tomaba, algunas amistades de Rinconada eran borrachos

redomados y él no hacía diferencia entre uno y otro, con esfuerzo se había ganado cada

puesto de trabajo, decía recurrentemente que nadie le había regalado nada, aparte del

vino su otra pasión que traía de Santa Cruz de cuando era niño era el fútbol, bajo mi

punto de vista diríase que Nano era un tipo normal salvo por el asunto del trago.

Oscurecía cuando regresaron, de ojos grandes vidriosos, piel gris, mi niño traía un

co-nejo que encontraron en los lazos de esos lados, malamente no habían hallado

liebres ni perdices tampoco.

Nuestra labor estaba cumplida, y cuando desperté al otro día envuelta en el

desorden de las sábanas vi que Nano había partido solitariamente a la escuela.

Así, así…

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De La Rinconada mientras tanto el fuego sereno en el transcurrir de las horas, un

mundo pequeño y grande, el sinfín de lucecitas brillando en las noches al modo de

luciér-nagas desarrapadas, el suelo empapado de dulce espigadilla, la capilla y la

campana.

La vida, el trabajo.

Diríase un lugar situado al oriente de Alcones, una esquina, una porción de tierra

no enajenada convertida en villorrio, de ahí el nombre Rinconada «de» Alcones, vale

decir lo

que quedó de Alcones, la periferia o contornos engalanados con alamedas, jardines de

piel serena y polvo, mantos de Eva, palmeras, piedras de cuarzo, pasto, árboles y más

árboles, palomas en los tejados y mucho pájaro cantor.

A partir del primer callejón las casas se agrupaban en torno al camino principal, el

restorán de Lisandro, el negocio de Nanita, el único del pueblo, la cancha de tierra

hasta los confines de los callejones de la Corporación Agrícola el Improco. De común

acuerdo eran trabajadores independientes no pertenecientes a ninguna comunidad, la

ayuda en dinero, semilla o aves la recibían directamente del gobierno a través del

Ministerio de Agricultura, ayuda como digo entregada rudimentariamente en las

sucursales de Marchi-güe, Peralillo o Santa Cruz, no era extraño constatar la presencia

de agricultores que se ganaban la vida sembrando ellos mismos trigo o avena, al

compás del crecimiento del valle bajo aquietados pastizales en la cría de ganado

bovino y ovino, avicultores como Teddy que producían pollos, huevos y gallinas en

mancomunidad, un apicultor con barba de chivo con colmenas repartidas por distintos

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sectores, bosques de eucaliptos y pinos radiatas repitiéndose en lo alto y en lo bajo y

transporte hechos por camiones en lo que a madera se refiere.

Don Matías Iturriaga era uno de los hombres más queridos de La Rinconada, sin soñar

en el dinero ni en grandezas se consideraba a sí mismo como otro agricultor de la

zona, regordete, bajo, calvo, por ambos lados de la cara se distinguía la sangre

circulando por sus venas, arañas arteriales se llama eso, empecinado y a veces

caprichoso, su terquedad aumentaba con el vino y cuando lo recordaba lo veía sentado

en la punta de la mesa probando una exquisita copa de Bacardí añejo como si invitara

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a los demás a imitarlo, Nanita era la única mujer entre seis hermanos, hermosísima, de

cariño fácil y fértil y familia honorable, se había educado en la sapiente cultura del tío

recién nombrado Cardenal, en eso se fundaba su linaje y potestad. Matías iba a caballo

por los cerros a visitar a Nanita, doña Teresa lo recibía en Ciruelo con alegría pues era

sabido que pertenecía a un clan adinerado de Peñablanca, eran por lo demás primos ya

que la abuela Teresa era prima hermana con doña Amelia, la otra abuela, madre de mi

padre, una familia con tierras, viñedos, riqueza en abundancia, la otra viviendo con

sencillez y honestidad por así decir, cuando se casaron llenaron las casa con rosas y

claveles y buganvillas y toda La Peña celebró la unión de ambos clanes, don Matías

viejo les proporcionó a mi padre y a la otra tía el predio que tenía en La Rinconada que

había comprado en unos cuantos pesos, al cabo de unos días hicieron sus cosas y con

tetera, ollas, la larga mesa, sillas, dos catres y gallinas y pavos partieron en tres

carretas a La Rinconada, el viaje duró un día y medio y fueron los primeros en

establecerse en las tierras de este sector, en una hermosa finca de la familia Caroca,

junto a la Escuela de La Rinconada, su enseña consistía en amar, crecer, expandirse

como familia, el afán de la prosperidad ardía en sus entrañas y su lealtad radicaba en

los hijos e hijas que pensaban tener, doña Teresa había rejuvenecido gracias a las

glorias de su hija de modo que no pensando en otra cosa se vino a vivir con ellos.

Matías Iturriaga, sintiéndose a gusto, esperaba que su primer hijo fuese varón, así

ha-bía ocurrido con su madre sin embargo no sucedió así, tras largos nueves meses de

emba-razo y teniendo presente los consejos de doña Teresa que el primer parto era

difícil, una tarde en la pieza junto al baño aferrada a un palo Nanita me tuvo a mí,

había sido una proeza malamente preservada por la idea de tener un niño varón, aquel

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día hubo revuelo de voces y la abuela Teresa dijo: qué más se podía esperar, Nanita,

con esa barriga abulta-da y sofocante, cientos de gaviotas pasaron volando por encima

de la casa presagiando la señal de una mujer amante de la vida, de las flores, de los

caballos como más tarde supuse al enfrentarme a mis propios sentimientos de culpa

por no haber sido hombre como mi padre quería, eso fue un hecho horrible, don

Matías no lo podía creer, ¿una hija mujer?, cómo era eso, mi padre se contuvo por un

rato y luego comenzó a llorar, tanto tiempo esperando un buen hijo y ahora aparece

una niña, pa su macho, exclamó, y lo peor vino después, a Nanita le dolían las mamas

cuando me daba de beber leche, y desde esa vez empezó a odiarme como nunca, me

pusieron el nombre de Gabriela por Gabriela Mistral, creo yo, mujer altruista,

defensora de los niños, profesora, poetisa y muchas cosas más, así quedó escrito en el

acta de bautizo de la casa parroquial del Santuario de Alcones, Gabrie-la de las

Mercedes Iturriaga Neumann, ni más ni menos, yo, yo, yo…, repito, renovando la

imagen sencilla y memorable de aquella gran mujer que fue Gabriela Mistral, y el

asunto de las gaviotas fue una gran verdad, Teresita lo contaría más tarde haciendo

ínfulas de un acontecimiento honorable ocurrido en el seno de nuestra quejumbrosa

familia, si eras tú Gabriela apareciendo en este mundo loco, una bebé hermosa, con

hoyitos de la simpatía, risa fecunda, patitas y manitos de libélula, un sarampión, una

bruja quizá, mi niña querida, repetía Teresita con amor, por nueve meses te habíamos

esperado y fuiste tú la que nació primero, Matías y Nanita querían que fuese un niño

hombre, pero por capricho de la na-turaleza, por culpa de la Divina Providencia tal

vez, fue finalmente una hija mujer, y ese odio brutal de Nanita desde un comienzo

porque la bebita no sabía mamar, mordía con fuerza los pezones y eso a la Nanita le

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provocaba un gran dolor, ni los médicos pudieron salvarla, así pasaron los primeros

meses, Matías pronto se acostumbró a su hija mayor mujer y tuvo que aceptarlo así no

más, qué iba a hacer, si contra el destino no se puede hacer nada, la partera —doña

Silvia de Jano— dijo que había sido una tremenda guagua, pesó en la balanza más de

tres kilos y medio, rozagante, pura, venteada de culo, toda una niña a decir verdad, y lo

más bello de todo era que sonreía con facilidad, por eso la Tere-sita la amó desde un

principio, dijo a propósito con voz sabia: esta será mi niña, mi otra hija, la que nunca

pude tener, y será tan inteligente y tan astuta como yo, y a la larga tuvo la razón, si

Gabrielita se destacaba como una muchacha requeteaguda, muy vivaz, pizpi-reta,

sabedora de cuanta huevá, si en el colegio de monjas de Santa Cruz —el colegio María

Auxiliadora de calle Orlandi, cerca de la plaza— le iba muy bien, era que no, si

estudiaba con amor, humildad y alegría, Teresita tenía todas las esperanzas puestas en

ella para que se educara como una gran profesional, y ella, créalo usted, cumplió con

creces, si obtuvo el primer lugar del curso cuando salió de Humanidades y las monjas

le dijeron en forma perentoria que estudiara Medicina, pero ella resueltamente dijo que

no, que por el contrario quería ser profesora, y cumplió su palabra, si para eso había

estudiado con tanto esfuerzo durante tantos años.

Pues bien, Matías Iturriaga hablaba con grandes voces, que los caballos que traje

de la Peñablanca hay que alimentarlos, decía, que las ovejas no pueden estar así no

más, que hay que construir una noria al fondo del patio, y devaneaba todo el santo día

pensando en proezas fáciles de hacer, y lo único que tenía eran tres carretas no tan

buenas, los caballos ya mencionados y ganado ovino y bovino que había esparcido por

los cerros traseros, desde allá se levantaba la ventolera de las tardes que sacudía

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nuestra casa con recato y honestidad, cerca de las cinco hasta las seis o siete u ocho de

la tarde-noche ya, eran tiempos difíciles, La Rinconada no era más que un villorrio de

veinte casas, una alameda de ciruelos al principio y muchos sitios o fincas con pasto

verde y fructífero, flor de la perdiz al por mayor y mucho grillo, caballitos del diablo,

tábanos y loicas y perdices y diucas, yo había cumplido un año ya, y antes del año, a

los nueve meses me había puesto a andar, iba y venía, subía por los corredores y

bajaba, jugaba con cuanta cosa que encon-trara por el camino, y mi abuela Teresa en

suspenso observándome, alimentándome, ha-ciéndome cariño las más de las veces, si

era la niña regalona, y mi madre pronto se embarazó de nuevo, si las mujeres de

campo nunca dejan de parir, pueden tener diez, veinte hasta treinta chiquillos, créalo

así, y Matías Iturriaga se preparaba para el trabajo, eso ordenaba a Jano y a Teddy,

recién contratado para entonces, es tiempo de sembrar trigo, decía, y en lo alto de la

pradera, desde el bosque de eucaliptos, luego de arar la tierra sabiamente, Jano y

Teddy esparcían el trigo desde sacos de cáñamo que llevaban amarra-dos a la cintura,

las lluvias no arreciaban con fiereza todavía, hacía un frío calamitoso y todas las

mañanas amanecía nublado, desde la higuera grande bajaban caminando tran-

quilamente y la semilla se alojaba sobre la tierra en forma fértil y provechosa, así,

desde allá, llegaban hasta los zarzales y noria de abajo donde culminaban la faena,

utilizaban, decía Matías, semilla de trigo centeno fresca, grande, recién comprada, y

luego, en invierno ya, la lluvia fuerte, los zanjones se llenaban de agua y corría la

calamidad hasta nuestra casa, no ahí, porque el zanjón contiguo pasaba cerca, y el

trigo, gracias a Dios Padre bendito, comenzaba a florecer en forma inmediata, sobre la

pradera, bajo la higue-ra, se veía esas pequeñas puntas o agujitas verdes tomando vida,

42
y el predio completa-mente cerrado para que ningún animal entrara a pastar ahí,

después de la lluvia era el momento más dichoso para observar el llano colmado de

pepitas azules, era lo que yo creía observar con mi imaginación terca y dúctil, era la

abundancia de la vida multitudina-ria y rutilante del campo, en aquellos años, 48 o 49,

de nuestra amable linaje de familia hacendada.

Don Matías, con las manos en los bolsillos, decía:

—Está escampando, qué bueno, para que el trigo pueda descansar un tanto.

Y era toda la verdad, porque la lluvia en demasía pudría la semilla, ¡así cuándo iba

a florecer el trigo!, a medio sol y a media luna se veían las estrellitas por la noche

entre-medio de las nubes hoscas y oscuras, allá la Cruz del Sur, y al medio la Osa

Mayor, y acá las Tres Marías, y allá la estrella Polar, era lo que nos mostraba Nanita

con su lenguaje episcopal de señora agreste y amorosa, y yo miraba el cielo con

inocencia pueril, ya balbu-ceaba mis primeras palabras, y con la ñata afuera observaba

el ir y venir de las moscas en la cocina, con nosotros trabajaba doña Lucrecia Maulén,

venida de las casas de allá arriba, desde lo alto de La Rinconada, y a ella llamábamos

claramente con el apelativo de Luca, o doña Luca, que venga a cocer el zapallo para

hacer las sopaipillas, gritaba Nanita desde

allá, y ella iba, que venga a hacer el mote con lejía, y ella no se dejaba esperar, así,

así…

Repito: la vida, el campo, la esperanza serena, fresca, inicial y tardía.

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Gaspar, el segundo hijo, nació tiempo después, y fue hijo hombre como Dios pudo

y quiso, Matías, regordete ya, sintió una enorme alegría, por fin un hombre, tenía en la

Pe-blanca un viejo amigo que se llamaba así, por eso el nombre elegido fue ese, Nanita

y Teresita lo aceptaron con docilidad, y con prontitud, con amor y felicidad, el niño

empezó a crecer, yo tendría tres años y lo tomaba en brazos, y jugaba con él a tientas,

un muñe-quito aquí y otro allá, y Gaspar mamaba con poca facilidad, le gustaba mover

las patitas y columpiarse en la cunita, Nanita me advertía que no lo tocara mucho, pero

yo hacía de las mías, el chupete lo consumía en la orina y después se lo ponía, le

apretaba la nariz un tanto y luego se la soltaba, era tanta la envidia que me provocaba

ese niño hombre, a la larga lo iban a querer más a él que a mí.

Y el trigo, en la anchura de los palmos, crecía y crecía, era septiembre y ya tendría

veinte centímetros de alto, todo verde, todo próspero, todo, a decir verdad,

maravilloso, eran cinco meses de lluvia copiosa e intensa: mayo, junio, julio, agosto y

septiembre, había que usar abrigos, mantas y chaquetones largos, recién a fines de

septiembre, luego de cele-brar las Fiestas Patrias como Dios manda, comenzaba a

amainar, los nimbos desde lo alto del cielo dejaban pasar espacios de luz verde, natural

y caprichosa, y Dios Padre bendito empezaba, con su manto doloroso, a secar los

campos, era la luz solar cobriza —porque está hecha de cobre— que se dejaba caer

sobre la fronda florida de los campos, el pasto estaba crecidito ya y los animales

pastaban en abundancia aquí y allá, en la casa mientras tanto yo y Gasparcito.

La preñez del tiempo no decía otra cosa, Jano y Teddy trabajando, y Matías

esperaba

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con singularidad el crecimiento seguido por el trigo, en el mes de octubre ya alcanzaba

su altura total, de medio metro, y el viento de la planicie lo azotaba fuerte, tanto que se

caía, y al ver eso, Matías sentía una gran preocupación, el trigo está caído, decía por

las tardes, e imitaba, con sus manos, el sonido monumental de una paloma, tórtola o

cuculís, yo lo escuchaba con dicha y armonía plena, ¿y eso?, ¿y eso?, preguntaba, don

Matías, mi buen padre, decía: la ventura de Dios Padre misericordioso que con esos

sonidos nutre a la Madre naturaleza, y era un sonido real aprendido de su abuelo quizá,

cruzaba ambos manos, hacía un orificio al medio y soplaba con fuerza, y véalo usted,

el ruido de una paloma, tórtola o cuculís anunciando la tarde tal cual, porque los

pájaros hablan en el lenguaje del Señor, por eso nos dan vida y gozo y alegría, en el

Cerro Corazón, por las lomas colindantes y por las planicies sin sembrar aparecía la

magnánima flor de la perdiz y era una felicidad contagiosa observar a cada rato eso, la

huella natural de la selva, las montañas de la costa que anteceden a la gentileza del

litoral. Y Teresita, con su chal, nos llevaba para allá, y subíamos caminando

quietamente, yo y Gasparcito y ella, y de esa manera creía rememorar su avejentada

vida de Ciruelo, su pueblo natal, de eso hacía mucho tiempo ya, en la punta del Cerro

Corazón nos sentábamos, y la flor de la perdiz esparciendo su bondad por todas partes,

y los caballos a un lado en el bosque de la noria, y los animales un poco más abajo, y

el cielo repleto de nubes blancas, cúmulos gloriosos y marchitos, y algunos tenían la

forma de la Virgen, otros la forma de una mariposa, otros un oso abriendo sus fauces,

otros una roca metamorfoseada, cualquier huevá, no sé cómo se llama la magia o

ciencia o gracia de ver formas en las nubes, Teresita decía miren allá, y nosotros,

comedidamente, mirábamos, el manto sagrado de la Virgen, decía, oh sí, gritá-bamos

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nosotros, y allá una cruz gigantesca, la cruz de Cristo, oh sí, volvíamos a exclamar,

allá abajo se oteaban las pequeñas casas y techumbres de Rinconada de Alcones, la

ave-nida de ciruelos y el embalse Porotal, como a las dos horas, tomados de la mano,

ba-jábamos desde allá arriba, repito: desde el Cerro Corazón, pasando por el bosque de

la noria, el pozo a un lado —donde tomaban agua los caballos y animales—, hasta

llegar a la higuera añosa, pasar por las cercas con el trigo y toparnos de frente con el

bosque de eucaliptos, así se nos iba la tarde dócil y gentil, una vez a la semana íbamos

para allá y yo creía rejuvenecer creyéndome grande ya, una señorita amadora de la

vida y de los animales sobre todo, gracias a la gallardía y amor y gentileza inculcados

por Teresita, mi abuela re-queteamable y querendona.

Las cosas iban de viento en popa, el cielo añil se expandía grandilocuentemente

en el mes de noviembre y el trigo, claro está, tomaba su color rubicundo que tanto lo

caracte-riza, había una magia especial en subirse al caballo y observar la siembra

amarillenta en las lomas y planicies, y mi sobrenatural amor por escribir un poema

sobre eso —sobre «los trigales al amanecer»— vino desde entonces, si eso es el

Paraíso, pensaba, así tal cual, cuando alguien muere observa con sencillez todo eso,

cubierto por mariposas de los cardos y palomas blancas divinas, bienaventuradas, la

paz bendita y sobrecogedora que Dios Padre nos otorga al descansar, otra felicidad

azul como la que nosotros vivíamos, y en eso no había ninguna novedad, yo lo creía y

aceptaba así, si un campo plantado con trigo expresa amor y voluptuosidad extrema,

todas las ventanas de la nariz se me hinchan al hablar de ello, y mi corazón y voluntad

se llenan de alegría y tranquilidad al recordar aquellas escenas, ¡cómo no!, si eras tú

Señor mostrándonos la vida tal cual es, la dicha plena de una familia acampada

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adentrándose por los caminos que otorga el bien y la fe-licidad paradisíaca, ahora lo

comprendo así, yo nunca me aparté de ello, y de esta manera llegaba el tiempo de la

cosecha a inicios de diciembre, y Jano y Teddy y José Carvacho entraban al erial a

cortar las cañas verdes y azulgranas, la carreta de bueyes la llenaban de gavillas —las

gavillas del Señor— y la traían por los caminos de tierra a paso lento, con la pértiga

apuntalando a los animales, a los predios de la casa, ahí, al medio, amontonaban a este

niño huérfano que es el trigo, y luego, cuando esa faena había culminado, venía la

trilla con la recua de caballos bien abierta, ¿la trilla campesina?, claro que sí, si don

Matías había aprendido todo eso en Peñablanca, de allá venía toda su sabiduría y

prosapia en este tipo de faenas, y hacían un redondel y esparcían el trigo con las

espigas por encima y va-mos chicoteando a la recua compuesta por cuatro o cinco

caballos, José Carvacho se encargaba de todo aquello, y los caballos tranqueaban y

tranqueaban, lo perros de la casa allá ladrando, y de tanto traquetear las espigas se

molían y por la orilla aparecía otra vez la semilla gloriosa de este trabajo

sobrehumano, repito: la trilla a caballo abierta, en esos tiempos, digo yo, cuando

tendría tres o cuatro años.

Y vino la tercera hija, otra vez mujer: Susanita, digo, mi otra hermana, porque

todos los demás fueron hombres, y fue una bebé dije y hermosa, con la nariz puntuda,

paradita, aletas anchas, y hoyitos de la simpatía bien formados, Susana, así la llamaron

no sé por qué, y era caprichosa, cual ninguna, y tierna, iba a ser una gran mujer y lo

fue, y con ella partimos a Pichilemu envuelta en ropa, abrigadísima, y a cada rato,

véalo usted, sonreía, con mis padres observándonos encima y el tren marchando en lo

alto, pasamos por los dos túneles de Cardonal, el primero, siniestro como una mansión

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de duendes, y el se-gundo, más largo y oscuro, cuando llegamos a la estación ya eran

las once de la mañana y la pequeñita se puso a tomar leche desde una mamadera con

gran gusto, nos subimos a la cabrita y nos dirigimos al Parque Ross, como era de

suponerse, y ella, la niña, abría las pepas con una docilidad asombroso, todo quería

observarlo y palparlo con su nariz respingada amorosa, don Matías, a mí y a Gaspar,

nos compraba algodones de azúcar en la esquina, y dichosamente contemplábamos el

mar al frente, Nanita con la ropa que llevaba, y aquello resultó magnífico, el mar,

incólume, tan grande, tan maravilloso, Dios Padre contempla el Universo a través del

mar, pensaba con grandeza, si soy una hija predilecta del Sagrado Corazón, por eso

pensaba de esa manera, si tan solo tenía cinco años, Teresita me tomaba de la mano y

me decía que rezáramos, si la vieja nos había traído en tren todo el rato rezando con el

rosario el Padrenuestro y Avemaría, por el susto de subir por esos cerros encumbrados

cubiertos de eucaliptos y pinos radiatas, y los túneles, impenetrables, allí donde mora

el diablo, agujeros negros diríase, y Matías sin hacerle caso a Teresita, vieja loca no

más, pensaba, y lanzándose eructos al verla rezar de esa manera, ah, un padre feo y

estúpido, pienso ahora. En diciembre, al cumplir los cinco años, esperé que me trajera

un regalo, una muñequita por ejemplo, cualquier cosa, yo estaba enferma acostada en

la cama, y él, como un idiota, se sentó en los pies de la cama y lo único que hacía era

auscultarme, ¿y el regalo, papá?, pensé, una muñequita de cartón, una mariposa, un

payaso, lo que sea, y el viejo no se atrevía a balbucir nada, si era mezquino, un viejo

de la Peñablanca idiota y ramplón, ¿no habrá sentido amor por su hija?, desde que

supo que su primera hija era mujer y no hombre, por eso yo lo quería pero también lo

odiaba, y ahora con Susanita ¿iba a suceder la misma cuestión?, si Matías lo único que

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quería era tener hijos hombres, ah, qué estupidez, si todos somos hijos de la Virgen y

de Nuestro Señor Jesucristo, para qué hacer diferencias entre uno y otro, con hijos

hombres ¿iba a ganar más plata?, ¿los necesitaría para hacer los trabajos de campo?,

¿quería perpetuar su apellido a través de ellos?, quién sabe, por eso Susanita, tan

pequeña y dulce y menudita, lo miraba con resquemor, Matías no deseaba tomarla por

nada del mundo, y era yo quien la sostenía un rato, desde la terraza oteamos la playa

de Las Carpas allá abajo y hacia allá, a continuación, nos dirigimos, Gaspar no sé qué

cosa buscaba, parecía un grillo, un colibrí, y tan buen mozo, sería todo un hombre,

estupendo, florido, amador de cuanta mujer y vividor, las olas al frente

chisporroteaban con elegancia y finura, de los canastos sacamos las toallas y nos

instalamos al medio, el sol picaba no tan fuerte, y las camisas y las poleras y los trajes

de baño, Teresita envuelta en el chal y atendiendo con cuidado, con mi balde y palita

corrí por la arena e hice un hoyo, Gasparcito me ayudó, si éramos una familia feliz,

con nuestra abuela ahí y santa madre, lo único que recuerdo es que quería jugar, saltar,

correr por entremedio de las olas, desde el mirador se veía la enorme roca, y las

espuma y las algas moviéndose con la vertiente oceánica, Teresita, con su chalina,

plantada en el sitio vigilándolo todo, si nuestra abuela nos amaba, vaya, vaya, decía, y

yo le hacía caso, y a las doce y media o una probamos las presas de pollo que

habíamos llevado, con un rico pan amasado y jugo para tomar, y así, honestamente,

pasaban las horas, los pelícanos cruzaban por la marejada con su pico lleno de

pescados, a ras de las olas, con un vuelo sensual y limpio, y las gaviotas graznando

encima con tono amenazante, en la punta habían botes de pescadores, pero a esa hora

no tenían vida, las faenas marinas las ejecutaban al amanecer, a las cinco o seis de la

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madruga-da, creo yo, Teresita había tomado alcanfor para el catarro, pues sirve como

expectorante, si eso era lo que más le aquejaba, y de pronto, al vernos, se ponía a toser

con gran in-tensidad, pobre de ella, se tapaba con un pañuelo y nos hablaba, nos

vamos, nos vamos, decía, el mar me hace muy mal, y Matías, arrugando la cara, tenía

que obedecerle, de esta manera hacíamos nuestras cosas y regresábamos a pie

caminando, el tren salía a las cinco.

Teresita me decía:

—Ay mi-hijita, si supiera todo lo que he sufrido desde que partí de Cáhuil-Ciruelo.

Pobre mujer, pobre abuela, desde que su marido, oriundo de esas partes, la

abandonó, quién sabe cuándo fue eso por Dios.

Yo respondía en forma lenta:

—Vamos abuela, no se preocupe, si pronto vamos a estar en Rinconada de vuelta,

créalo así.

El viaje duraba cuarenta y cinco minutos, no más, y otra vez el rezo Señor

mientras don Matías probaba una taza de café del canasto, en la estación de Alcones

nos esperaba Jano en la carreta y con él, Dios mediante, volvíamos a casa, repito: la

casa, la casa, la casa…, donde vivíamos con tanta vicisitud y zozobra, lo digo así, pues

Matías no hacía las cosas bien, sabía trabajar, claro, pero era poco lo que recibía por

cada faena agrícola eje-cutada, si ganaba poca plata, y los gastos de la casa eran

inmensos, la pega, la pega, repetía mi padre una y otra vez, y pobrecito, trabajando

tanto y tanto.

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Con el tiempo, gracias a Dios, no sé con qué, se compró un camión Chevrolet, ver-

doso, no tan viejo, y con eso pudo recuperarse, tirando animales, haciendo fletes,

llevando carbón a San Fernando y Rancagua y Santa Cruz, haciendo un sinfín de

huevás, lo digo una vez más: gracias al bendito camión. Y vino el cuarto hijo, lo digo

bien, Gonzalito, el menor de todos, y era blanco y rubio y fresco como una tórtola, tan

bello, tan sublime, y feliz de que fuera hijo hombre, Matías puso todas sus esperanzas

en él para que fuera camionero y así, con la plata ganada, comprarse un tractor, era lo

que más le apremiaba, y día a día tan cansado, echándose un polvo con la Nanita pues

eso le gustaba, y tomando un copita de vino tinto de cuando en cuando, porque aquello

era sugerente y apropiado, y pensando en la vida, en lo que el tiempo depararía pues

todo, por aquel entonces, estaba en sus inicios.

Santa Cruz, la vida bendita. Benedicto Gálvez Rodríguez, el progenitor, era de allá,

de esa zona quiero decir, de Santa Cruz, ni más ni menos, por la enseña de Nuestro

Señor Jesu-cristo, así tal cual, de sonrisa rápida, andar pausado, tranquilo, era y se

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creía un huaso más, se había educado en el liceo municipal y proclivemente heredó la

casa grande con el sitio, al frente del Terminal, de Rafael Casanova, la calle central,

allí donde vivía con arresto, no era tan alto, calvo a temprana edad y nariz recta,

angulosa, era muy bueno para trabajar, tenía tierras en San Gregorio, Cunaco, y en Isla

de Yáquil, las había comprado hace poco gracias a la cría de terneros y caballos, tenía

y usaba ropa linda a destajo, chaquetas de múltiples colores, chaquetones, mantas de

Castilla, abrigos largos, casacas y casacones, parkas, cortavientos, tenía —repito—

mucha ropa que compraba en el mismo Santa Cruz, en San Fernando o Rancagua, y

así, bien vestido, salía por las tardes a pie o a caballo, en el transcurrir de las horas se

le veía en la medialuna ataviado con pantalón de rayas, chaque-tilla corta, faja o fajín,

botas tacón alto y espuelas, todo un hombre se diría, elegante, siú-tico, si se las traía, y

caminaba por la cancha de la medialuna con gran pomposidad, a ver si alguna mujer

retrechera lo miraba, y lanzando piquitos de amor, de eternidad, como di-ciendo aquí

vengo yo, y nadie lo conocía por Benedicto, todos se referían a él llamándolo

simplemente Benito, Benito Gálvez para ser más preciso, el maestro Corneta, con risa

de picaflor y mirada dicharachera, véanme, véanme, si soy el huaso linajudo de Santa

Cruz, el peor es nada, y desde allá partía a la estación ferroviaria, a puro mirar, porque

en esas se las llevaba, y caminando limpiamente, sin ningún mal pensamiento,

observando la lolería y conversando con alguno. La estación ferroviaria era lo más

bonito de Santa Cruz, alta, adornada con un techo de calamina encima, murallas con

mosaicos, ladrillo agujereado, la habían construido en el siglo pasado, y cuando

arreciaba la lluvia fuerte la gente se re-fugiaba abajo, las casetas estaban atrás, en una

esquina, y en las horas indicadas se llenaba de pasajeros, el tren pasaba de ida en la

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mañana y de vuelta por la tarde, si el ramal de San Fernando-Pichilemu era famoso, el

más conocido de todos, y gracias a él todos estos pueblos del secano costero tuvieron

vida.

Luego de un rato, Benedicto Gálvez decía:

—Ahora voy al Dominó.

Y se refería a un pequeño restorán de salsa y aguardiente de avenida Paniague,

donde se juntaba con sus amigos a jugar al monte y a la brisca, eran las ocho de la

noche y la fiesta estaba recién comenzando, tomaba un rico Mitjans para endulzar la

boca y con su amigo Charola Gutiérrez se ponía a jugar, pero empezaban con la

«escoba» esperando a que llegaran los otros, y tenían que formar el «quince» con el

rey, el caballo o la sota, como sucede con este juego practicado en hogares, fondas y

ferias ganaderas, pero a esa hora no apostaban plata, y aparecía Juvenal de la Plata,

Cuchillo Veloz, Cerro Orocoipo y muchos otros, y empezaban con el monte, y la

primera carta se tapaba, para hacer la apuesta, y ahora ¿qué viene?, un rey de oro,

respondían, no, un rey espada, tampoco, un caballo basto para ser más preciso, bah,

gritaba Benedicto Gálvez, ahora perdí toda la plata, y luego el Jack Daniels y vamos

tomando, un whiskey, decían, oh sí, sí, si para eso estamos, si Benito, don Benito

como le llamaban, el maestro Corneta, tenía plata, y el caballo afuera esperándolo, no

sé ni imagino como eran esos años en Santa Cruz, y saraos en la mayoría de los

barrios, pues la noche era para festejar, el Dominó era una chingana más, pasadito el

puente, en la entrada, repito, en avenida Paniague, cuando se aburrían con la tonterita

del monte venía el juego de la brisca, mucho más complicado, venido de siglos atrás, y

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con apuesta y todo, y las cartas había que cantarlas, yo intenté jugarla una vez pero

nunca pude aprender, repito: si es un juego complejo, y si alguien no sabe jugar como

Dios manda se lleva las risas de todos, y si hay apuesta el revólver está a un lado

esperando, o la escopeta bajo el poncho de Castilla, si por culpa de este juego ha

habido muertos, los «manzanitas» siempre aparecen por las chinganas cuando hay

revuelo, y todo, dígolo bien, por culpa del trago y las apuestas, pero a Benito la vida

no lo confundía, si era terco, mañoso, matrero, como si estuviera huyendo de la justicia

a cada rato por alguna razón estúpida, quizá así, ya eran las once de la noche, las

estrellas afuera brillando en for-ma rutilante, y el sarao continuando.

Charola Gutiérrez usaba una manta de lana ancha, larga, con polleras de mujercita

resabiada, pantalones de casimir abajo y bototos, qué parecía el viejo, todo un marica,

no sé por qué se vestía así, quería llamar la atención, hacer algo extravagante, y

Benito, medio curado, lo paraba en seco diciendo: eres bien estúpido, oye tú, enchúfate

una garrafa de vino tinto entonces, si el whisky no te asienta bien, y luego: vamos

donde El Pollo a las Brasas «El Rucio», y para allá, como a medianoche, partían los

tres o cuatro, y con el Jack Daniels y el anisado del mono, ya estaban borrachos, pero

sépalo usted: después de tanta apuesta todavía les quedaba plata, y donde El Rucio se

comían dos pollos recién asados a la parrilla, como tontos, como hombres caníbales,

llenos de enojo y furia, y luego, termi-nado el festín: vamos a las putas, y, créalo así,

pasaban por el Estadio Municipal Joaquín Muñoz García, cruzaban por 21 de Mayo

enseguida hasta llegar al burdel famoso de calle Ignacio Domeyko, y la cosa se

tornaba tremenda, vamos Domitila, decía Benedicto Gálvez, tráete un trago que hoy

quiero joder con tus putas, y aparecía la Flaca Ukelele y Rosalinda, Carmen la

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Avinagrada y Hortensia la de los Crespos Hechos, y puta que lo pasaban bien, Charola

Gutiérrez no sabía culear, había que echarle un saco al hombro y ayudarlo a sujetar al

jáquima para que pudiera penetrar, si era un viejo torpe, barbón, ocioso, lánguido, y

era el mejor amigo que Benito tenía en Santa Cruz, todo un holgazán se diría, cómo

estamos, si eran yuntas, ya eran las tres o cuatro de la madrugada, después de culear

como Dios manda cada uno se iba a su casa, y avenida Rafael Casanova y el Terminal

estaban a un paso, cuando Benito se acostaba en la cama no se acordaba de nada, y al

otro día tenía que salir a trabajar, Date un Gusto, sí, date un gusto, no uno, sino dos,

tres y más.

La vida de este caballero honorable en eso consistía, y eso no quedaba ahí no más,

porque había sido poco, pensaba, de cuando en cuando partía a visitar las putas de San

Fernando, y eso era mucho mejor, y tenía que tomar el tren en la tarde, iba bien

vestido, con chaqueta de lino blanca, botas de tacón y sombrero de paño, allá va don

Benito, gritaban, y era él, nada más que él, todo un hombre, todo un huaso, y se hacía

el tonto, que le vaya bien con sus putas, sí, abuelito, porque usted era así, y cavilando

todo el tiempo arriba del tren, se sacaba el sombrero, lo ponía sobre la rodilla y

observaba los paisajes de harina y flor, los cerros, arriba, en lo alto, llenos de espinos,

y pasaba por Nancagua, Placilla, Manantiales y todas esas partes, hasta llegar a la

cuesta del río Tin-guiririca, el tren tenía que dar una vuelta ancha ladeando el cerro, y

aquello resultaba peligroso, por las reflautas, exclamaba Benito todo asustado, todo lo

que tengo que hacer para visitar a mis putas, cuando llegaba a la estación ya estaba

anocheciendo y bajaba por Manuel Rodríguez a todo lo que da con el sombrero puesto,

muy engominado, en forma serena, sin ponerse nervioso todavía, si San Fernando era

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una ciudadela con alcurnia, bella, natural, dije, todo el mundo de Colchagua empezaba

por ahí, llegaba hasta calle Carampangue y subía hasta la Plaza de Armas, el burdel

quedaba en Argomedo con Guadalupe, cerca del convento San Agustín y parroquia

homónima, y la risa grande cuando lo veían llegar a esas horas, Benito, Benito,

gritaban, doña Margarita, la vieja dueña del burdel, lo recibía con los brazos abiertos, y

cómo estamos, y tanto tiempo, y usted por aquí, y era una señora feísima, de caderas

anchas, gorda como ella sola, y lo peor, con un lunar en la mejilla con pelos, y decía:

en qué puedo servirle, a lo cual Benito respondía: ¿está la Micaela?, y luego: hazla

llamar, y se refería a una muchacha con cara de chancho, pero con medias gomas y

manso culo, y eso le gustaba mucho a don Benito, que fuera así, tan grande, tan

exuberante, tan exquisita, para besarle dichosamente sus senos gloriosos y palparle,

acariciarle su poto magistral, por eso, al llegar, preguntaba por ella, y la niña no tenía

más de dieciocho años, era jovencita, ilustre, villana, venida, por nece-sidad, de Roma,

un pueblucho poco conocido cercano a San Fernando, y en el burdel, sépalo usted,

estada don Lester Lacroix, un viejo millonario de Francia que venía a estas partes a

sembrar viñedos, si Colchagua todavía no se destacaba por ser una zona vitivi-nícola

como es conocida ahora, eso estaba en ciernes, por eso Lester Lacroix estaba ahí, y

tenía amistad con el alcalde y con la mayoría de los empresarios de la zona, pero

Benito, don Benito, no lo tomaba en cuenta, él quería pasar la noche con su amada

Micaela, una espera y búsqueda insaciable, Lester Lacroix estaba en una de las piezas,

pero Benito, en silencio, en la galería, cuando llegaba la Micaela le daba un beso

grande y, por de pronto, se sentía muy feliz, ni que fuera San Benito de Nursia, mi

santo patrono, pensaba, dirigiéndose a doña Margarita, Benito decía: tráete un buen

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Santa Carolina tres estrellas y bebida, mucha bebida, porque esta noche no quiero

parar, cuando doña Margarita aparecía con las botellas en la bandeja, Benito tenía

sentada en su rodilla a la tal Micaela-cara-de-chancho, pero era tan bonita, bonita de

cuerpo quiero decir, que eso a él no le importaba mucho, y las putas entrando y

saliendo, y doña Margarita, créalo así, también se le tiraba encima, pues era una vieja

golosa, descarada, venida no sé de dónde, si el trago los ponía en un estado locuaz,

horrible, y vamos dando piquitos aquí y allá, sobre todo a la Micaela-cara-de-chancho,

y probando el vino Santa Carolina, y después la botella del quejumbroso Johnnie

Walker, para los dos, o los tres, porque les gustaba muchísimo el whiskey, entonces, a

la sazón doña Margarita, la dueña, cantaba con la boca llena:

El diablo con una espuela

se metió a una chingana

a bailar la sajuriana

Y luego:

Al toque de la vihuela

el diablo saltaba como pescado

y por tragarse una presa

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que había sobre una mesa

el diablo murió atorado

Y Benito, don Benito, al oírla, lo celebraba, ¿y adónde aprendió eso?, doña

Margarita decía: yo sé no más, si yo, al igual que usted, vengo del campo, si la

sajuriana es un baile con pañuelo, caminata y escobillado, y el burdel ya parecía una

chingana, como a media-noche Lester Lacroix abandonaba el burdel haciendo una

venía, Benito le respondía desde los sillones con un breve saludo de mano, y para el

resto de la noche pedía un Misiones de Rengo cabernet jugoso, oiga, no sea mentirosa,

si para ese tiempo los vinos de Carlos Cardoen no se producían en el país, entonces,

decía Benito, tráete un merlot de Viña Montgras de mi tierra de Palmilla, ahora sí, ese

sí, y doña Margarita le traía uno en la bandeja, ya estaba pasadito, y prontamente, con

su amada Micaela-cara-de-chancho se encerraban en una de las piezas.

Sacándose los calcetines, Benito decía:

—Que la noche sea larga, porque mañana, amada mía, quiero llevarte a Santa

Cruz.

Y la Micaela, con sonrisa minúscula, asentía con poquedad.

Doña Margarita, mientras tanto, pensaba: qué se creerá, porque tiene plata viene a

comportarse así, conmigo y con las otras, ah, si por eso viajaba a San Fernando, si

Santa Cruz no tenía putas de ese estilo.

Al otro día, cerca de las siete, Benito dijo:

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—Haré un viaje con la Micaela que no tendrá fin.

Y los dos, separados un tanto, se fueron caminando a la estación.

Hacía frío calamitoso y el tren pasó raudo cerca de las ocho, y la Micaela, como

obli-gándola, oh sí, porque no deseaba por ningún motivo ir al otro villorrio

empecinado de la provincia de Colchagua que le hacía la guerra a San Fernando.

Benito dijo:

—No seas sonsa, mi niña, si en la tarde te traeré de vuelta.

Y decía toda la verdad.

Y la Micaela: no, no, no, si usted lo único que quiere es chuparme las tetas y

tocarme el sexo, Benito no obstante, con maña, no le hizo caso, si andaba buscando

una chiquilla buena para casarse con ella, para formar un hogar ejemplar y familia,

pero la Micaela, dígolo bien, no estaba para eso, si ella amaba San Fernando, su ciudad

de toda la vida, odiaba, como era de suponerse, Santa Cruz y Peralillo y Población y

Pichilemu y todos esos villorrios y puebluchos de más allá.

A Benito eso no le importó mucho, después de bajarse en la estación, tomó a la

fuerza la mano de Micaela, se subieron a una carreta y partieron a su casona de Rafael

Casanova, del Terminal, el cara de gallo había a empezado a alumbrar con honestidad

y la gente, tras-tabillando, iba y venía, cuando aparecieron por allá eran mediodía ya,

doña Isolina, la em-pleada de Benito, mujer triste y señorial, les tenía preparado de

almuerzo spaghetti con salsa boloñesa, ese plato le gustaba mucho, más ensalada de

pepino, lechuga y betarraga, Benito, en una de las piezas, se puso las chancletas y ropa

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liviana mientras Micaela lo esperaba en la sala, lentamente se sentaron a la mesa, y a

Micaela a todo esto no se le pasaba el disgusto, Benito dijo: siéntete bien mujer, si esta

es mi casa, Micaela no dijo nada, y co-mieron de a poco sin mirarse a los ojos, y ella

temblaba un poco al aliñar las ensaladas, y eso que Benito había pedido expresamente

picorocos con ciboulette, eso le encantaba, si los compraba a vendedores que venían

de San Antonio, el almuerzo fue precario y poco sin-cero, Benito nunca había

almorzado tan mal, y la velada fue peor, al terminar se sentaron en la sala y

conversaron un tanto, pero Micaela sin mirarle la cara todo el tiempo, ella pre-firió

salir a dar una vuelta enseguida, él no la siguió, un pueblo que no conocía, el diablo,

pensó, y los carretones pasando a todo lo que da por la calle del frente, vestía jeans

basto y blusa floja morada, y sobre su pecho sobresalían sus senos gloriosos que a

Benito tanto gustaban, fue a la plaza, miró los árboles y parroquia y con paso lento

volvió, entró a la sala y se puso a hojear las revistas de moda que habían en la mesita

de centro, en el apa-rador había una botella de Chivas Regal abierta, pero por recato

prefirió no tomar. Benito mientras tanto dormía con benignidad, y las horas pasaron

proclivemente, y ella: qué abu-rrida estoy.

Qué hombre más loco, raptarse a una puta así como así, la marimandona

Margarita de San Fernando no le dijo nada, si es un gallo con plata, habrá pensado,

qué voy a hacer, y la tarde avanzó con delantal azul, eran las cinco, Benito bajó y dijo:

cómo has estado mi niña, y ella bromeando: renovada con tu amor, y era una gran

farsa, si ella no lo amaba y nunca, por capricho, lo amó, y Benito: es mejor que

vayamos a la estación, se hace tarde ya, y se fueron a pie caminando pues el tren

pasaba de vuelta a las seis y media, uno al lado del otro pero sin tomarse de las manos,

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espesos nubarrones atravesaban por encima y algunas personas los saludaban con

ternura, si Benito era amistoso.

Micaela-cara-de-chancho, en un momento dado, dijo:

—Nunca más haga esto conmigo, yo no respondo por mí.

A lo que Benito contestó:

—Bueno mujer, si esa es tu ley.

La estación ahí por fin, compraron el ticket para Micaela y se sentaron a esperar,

Be-nito la había embarrado de veras, Micaela a partir de ahí nunca lo volvió a mirar

con ale-gría, y ahora feliz, su macho la dejaba libre de nuevo, un botellazo en la

cabeza, pensó Micaela, eso es lo que se merecía, el tren llegó a la hora furtivamente y

Micaela, cache-teándose la cara, subió al último vagón buscando el asiento, chao mi

reina, dijo Benito moviendo una mano, y ella chao no más y pensando: déjame en paz,

déjame vivir mi vida tranquila, Benito dijo en voz baja: ándate de aquí porquería, no

sirves para nada, y con ánimo pésimo volvió a la casa, si Benito, cuando algo no le

gustaba, se descomponía, se tornaba huraño, enojón y salvaje, y daba grandes gritos

como toro en celos, y él decía: y qué, por culpa de vacas que no me dan ánimo, que no

me satisfacen, si el maestro Cor-neta se creía macho cabrío, se volvía colérico si no

cumplía su voluntad, astuto con la plata y sibarita, si algo no le parece bien lo

rechaza de plano, y si una mujer no cumple con sus deseos, la empieza a odiar a

muerte ahí mismo.

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Si era un hombre promiscuo pero fino, dado a la buena vida, amante de los

placeres efímeros y alborotador, y lueguito fue a ver a su amigo el Wally, al verlo este

dijo: y qué pasa, compadre, y Benito se puso a llorar con grandes aspavientos

diciendo: es que no puedo conocer a una mujer que satisfaga mis gustos, Wally dijo:

pero salga más compadre, visite las medialunas y canchas de fútbol cuando haya

partidos, yo lo veo que pasa ence-rrado en su casa, y era toda la verdad, si Benito tenía

amigos pero no tantos, Santa Cruz era su mundo, pero le faltaba conocer otros

mundos, otros campos, como la medialuna de Palmilla, de Peralillo y Población,

repito: él creía que Santa Cruz era el único lugar que albergaba vida, pero no era así la

cosa, mientras salía se le acabó la pena repentinamente, si su amigo tenía la razón, para

eso tenía el tren y mucha plata para gastar. En esas estaba cuando le llegó una

invitación al rodeo de Peralillo, como anillo al dedo, pensó, si cuando uno busca las

cosas buenas estas llegan por sí solas, en mi país, el arte más elevado es hacerse el

tonto, por eso le llegó esta invitación de a propósito, quizá alguien lo estaba acechando

día a día auscultando sus ánimos y palabras. Y el día indicado llegó, se puso una

chaqueta café y pantalones del mismo tono y partió a Peralillo, no sé ni me interesa

dónde queda la medialuna de este pueblo, solo sé que Benito llegó allá, se sentó en el

tablao y observó las parejas de caballos corriendo, el rodeo le atraía un tanto, un punto

malo, gritaba el juez desde la tarima, y luego peor: dos puntos malos, si Peralillo no

tenía un rodeo elegante, exquisito, como Santa Cruz o Rancagua.

Luego de terminada la corrida de novillos, Benito se arrimó a la pista, pidió en el

mesón una Pilsener para refrescarse un poco y se puso a mirar, el baile no le gustaba

mucho, y lo único que tocaban eran rancheras, y él en la esquina mirando tomando

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bocanadas de la cerveza magistral, y quedó sorprendido observando a una muchacha

tierna, bella, sublime, que bailaba con gran gusto al compás de la música, la niña

vestía vestido floreado, calcetas blancas y zapatos negros con correa y hebilla, y

bailaba y se movía tan bien que Benito abría los ojos cuando la veía, y se sobresaltó

viendo ese mara-villoso espectáculo, con la Pilsener en la mano preguntó: y esa

muchacha ¿quién es?, al-guien contestó por el lado: Sara, Sara Osorio, y luego: del

Chequén, del otro lado de Mar-chigüe, al otro lado de San José de Marchigüe, y pensó:

qué bella, tan bonita y picaflor y dije.

Sara, Sara del Carmen, así se llamaba la niña, tenía el pelo crespo, nariz roma y

ojitos

claros, y abría la boca con gracia y donaire, como buscando un chiquillo para besarlo

con luces, pero Benito no se intimidó, al contrario: tuvo coraje para encararla, cuando

acabó la canción y empezó otra la sacó a bailar, ella le dijo que sí en forma inmediata

pues Benito tenía un buen parecer, y bailaron, claro está, pero él no le dijo nada, todo

quedó ahí no más, sin embargo pensó con razón: esta es la muchacha de mi vida,

mejor será que vaya a visitarla al propio Chequén, y la fiesta y el baile pronto

terminaron, Sara del Carmen nunca imaginó que ese hombre andaría a la siga de ella,

ya era de noche cuando Benito regresó a Santa Cruz, y cavilando todo el tiempo, y

tomándose valor, si esos sectores que quedaban al otro lado de Marchigüe no los

conocía, tenía que ir en tren, arrendar un caba-llo en el pueblo y partir para allá, así lo

hizo el martes de la siguiente semana, se puso unos pantalones de mezclilla para la

ocasión, camisa escocesa de cuadros y botas de tacón, y tomó el tren como a las diez

de la mañana en la estación, era un día claro, sin nubarrones, despejado, Jalisco, bien

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bonito para visitar a una niña tan pero tan bonita, el ferrocarril se demoró tres cuartos

de hora en llegar a Marchigüe, estando allá, pidió un caballo en la feria y compró un

ramo de flores por si las moscas, y pausadamente se encaminó al Che-quén, por el

camino del fundo La Esperanza, por dentro.

Sujetando las riendas, sin sopesar nada, Benito dijo:

—Esta es la oportunidad de mi vida.

Ah no, si usted maestro Corneta pensaba así, todo todo, según él, era grande, mag-

nánimo, lindo, hecho a su medida para satisfacer sus gustos o encuadres, ¿por qué

espo-leaba tanto a ese caballo?, ¿usted pensaba que lo estaban esperando con

almuerzo?, ja, ni que fuera brujo, y pensando: no hay como una mujer hermosa, eso es

un tesoro y bien vale la pena, rápidamente cruzó el fundo La Esperanza a todo lo que

da, y más llanura y árboles y espinos por doquier, dijo con ínfulas: no hay que

confundir el sarampión con el peón de Sara, no hay rico que no reciba y pobre que no

dé, Sara, tú serás mi novia, y lo decía con pensamiento inconfundible, pronto arribó a

los esteros del río Tinguririca, pues este río se diluye en dos esteros al llegar a San José

de Marchigüe, los cruzó con el agua que le llegaba a la cintura a la bestia, y pasó al

otro lado, ahí estaba el Chequén y no eran más que cuatro y cinco casas malparadas, de

adobe raso, blancas como el alba y de yeso carcomido, ¿este será el Chequén?, dijo, y

preguntó por Sara Osorio, y le indicaron come-didamente donde vivía, la casita no era

tan grande, con una tinaja y algunas flores en la entrada, y muralla sujetas con palos,

hacia atrás un parrón maltrecho que apenas se sos-tenía sobre cuatro o cinco palos, y

unas matas de eucaliptos que comenzaban a florecer, tocó en forma pausada y una

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señora anciana le salió a abrir, si, ¿qué quiere?, dijo luego de abrir la puerta, y Benito,

con un cinturón de cuero de hebilla gruesa, dijo: vengo a ver a Sara, ah, no me diga,

tan astuto, tan donjuán, y de pronto apareció la niña por detrás y dio un grito fuerte,

¿sería de espanto al ver a ese hombre?, ella nunca lo imaginó, y lo reco-noció de

inmediato, y Benito: hola, mi niña, hola, dijo ella, te vengo a ver, oh sí, no sea

papanatas, dígale al tiro que la ama y que desea casarse con ella, no sea tonto, así no se

hacen las cosas, y lo hicieron pasar.

La señora no entendía, ¿de adónde había aparecido este hombre?, ¿y quién era?, ¿y

cómo se llamaba?, él, un poco ruborizado, dijo con apresto: soy Benito Gálvez de

Santa Cruz, para servirle señora, y vengo a ver a mi niña, ah sí, no te creo, por Dios el

hombre bravucón, dijo Gabriela Mistral, y Santa Teresita del Niño Jesús: por Dios

santo, si Ga-briela no está robando las palabras, Sarita explicó a doña Berta, su amada

madre, que se encontraba muy sola y abandonada y que a ese hombre guapo lo había

conocido en el rodeo de Peralillo, ni más ni menos, ¿y por qué llegó aquí?, ¿cómo

supo?, Benito dijo: ni pregunte señora, menos pregunta Dios y más perdona, y luego:

yo solamente venía a ver a Sara y le traje un ramo de flores, y ella: gracias, y lo

hicieron sentarse, a doña Berta se le pasó el asombro un poco debido a que Sara le

había dicho que se encontraba muy sola y abandonada, que ningún hombre la venía a

visitar, y por de pronto, para amistarse, le trajo a Benito calzones rotos que recién

había preparado para que se sirviera, así que usted es de Santa Cruz, aprobó la señora,

y luego: bonito pueblo, bonito lugar, y enseguida: yo y mi esposo y mi hija somos del

Chequén, y yo estoy enferma, no sabe cuánto gusto siento, doña Berta tomaba

metformina para la diabetes, eso pudo comprobar Benito al observar la mesa, ahí

65
decía: metformina, y esas pastillas se las daban en el Hospital de Marchigüe donde se

atendía, Sara lo miraba de cuando en cuando y se ponía colorada, pensaba: un hombre,

mmm, un hombre al fin, y le mostró su pieza adornada con flores y papagayos, y las

hojas de los libros con flores y mariposas disecadas, Benito pensó: qué chicuela, tú

serás el amor de mi vida, si era una familia pobre, luego volvieron a la sala, doña Berta

les sirvió, para festejar la ocasión, un champán de Viña La Rosa, bien balanceado,

elegante y espumoso proveniente del Valle del Cachapoal, con notas frutales y cítricas

maravillosas, una burbuja fina y persistente, ideal como aperitivo y celebraciones,

gracias, dijo Benito con benevolencia, estaban felices, si se dieron cuenta de que era

un hombre con dinero a más no rabiar, y joven todavía, si Benito no cumplía los

veintiocho años todavía, y Sara en los diecisete, pasó una hora y dos, y nuestro amable

hombre decidió regresar con la pro-mesa de que volvería pronto a Chequén.

Una nube alta se posó por toda la periferia como amenaza de lluvia, pero no hubo

nada, solo capricho de la naturaleza, el joven-hombre espoleó a la bestia y salió galo-

pando, y todo el rato arriba sintiendo el ruido: tue-tué, tue-tué, si era de día claro

todavía, Benito no quería perder el tren de vuelta, a Marchigüe se demoró como dos

horas y me-dia, y tuvo que esperar una hora más pues el ferrocarril pasaba como a las

seis, y el trabajo o paseo de ir a Chequén lo repitió a la semana siguiente y

subsiguiente, y Sara y doña Berta recibiéndolo con alegría, repito: si era una familia

pobre, con toda la esperanza del mundo de emigrar y salir adelante algún día, pero

para ello tenía que llegar el príncipe en-cantado cuajado de plata, si parecía un cuento

medieval, un cuento de hadas quizá, tue-tué, tue-tué.

66
Bueno, entonces… pasaron tres meses, y Benito o Bendicto fue a visitar al Wally,

su amigo o compinche, contándole que se iba a casar pronto ya y, por todo el oro del

mun-do, le pidió que fuera el anfritrión de su fiesta que pensaba organizar en la casona

de Santa Cruz con todas las de la ley, para recibir a la gente y festejarla a todo trapo, el

Wally aceptó de buena medida, pues su amigo era de familia de alcurnia, ejemplar,

visionario, sabelotodo, además conocía a su padre Manuel Gálvez Zañartu de aquellos

años, pero antes nuestro noble hombre tuvo que ir a pedir la mano de Sara, y lo hizo un

día domingo de fiesta, estaban el padre y la madre y Sarita reunidos en la sala sentados

en unos sillones de mimbre cubiertos con colchas y cojines, y Benito habló claro: lo

que yo quiero verda-deramente es casarme con su hija y llevarla a Santa Cruz, que se

venga a vivir conmigo, y si ustedes quieren también, ellos, el padre sobre todo, se

desistieron de esa posibilidad, si ellos eran gente de campo-campo, a Santa Cruz

habían ido algunas veces no más, y la fiesta, añadió Benito, por su condición precaria

aceptaron de que fuera en el pueblo gran-de, y no en la casa de la novia como suele

hacerse. Bueno, y todo quedó configurado así, repito: ni más ni menos.

Benito supo arregráserlas, y vendió un piño grande de vaquillas y terneros en la

feria ganadera para hacerse de plata, para financiar los gastos de la fiesta dijo, Jalisco

—porque él nunca perdía ni empataba—, y lo hizo y presentó de buena manera, y se

casaron para el día de Todos Los Santos, para homenajear a tanto hombre y mujer

buena del mundo, el Wally andaba con un terno gris con corbatín y pañuelo, Benito en

cambio vestía zapatos negros acharolados, pantalón azul marino, cinturón no tan

grande, camisa celeste, corbata con barcos y pingüinos dibujados, sombrero hongo y

pañuelito acorde, y se puso en la entrada de la parroquia a esperar, Sara del Carmen

67
prefirió un traje de novia bordado a su manera y a su medida por ella misma, con

hartos encajes, cuello levantado y guantes lar-gos, ramo de flores y cola, y el curita

efectúo la ceremonia enseguida.

En lo alto del ritual, lo enfatizo, Benito dijo:

—Yo te quiero a ti, como esposa y me entrego a ti, y prometo serte fiel en la

prospe-ridad y en la adversidad, en la salud y en la enfermedad, y así amarte y

respetarte todos los días de mi vida hasta que la muerte nos separe.

Y Sarita repitió lo mismo.

Y hubo consentimiento de ambas partes, los novios sonriendo.

Y el cura los casó como marido y mujer mandando a ponerse las argollas.

Y el beso final.

Y subieron a la carroza nupcial que había arrendado el Wally y recorrieron todas

las calles del pueblo, nunca pensó Sarita que en la periferia agreste se viera tanta

pobreza, mediaguas cubiertas con bolones, tanta gente ignorante andando a pie pelado,

y niñitos en harapos moviendo las manos a la pareja de desposados, como a la hora

llegaron a la residencia y la gente les lanzó granos de arroz como saludo de

bienvenida, y luego, claro está, la fiesta, y bailaron el vals de los novios, y hubo besos

y abrazos y brindis, tenían caviar, mucho caviar, y botellas de champagne Rosé Royal

en las bandejas esperando, y vino cabernet sauvignon, carmenere y chardonnay de

Viña Lapostolle, de Apalta, San José de Apalta quiero decir, cerquita de Santa Cruz, y

bailaron corridos primeramente, luego cha-chachá y el rico y sabroso merengue, y

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cumbias, habían matado tres vaquillas, cinco chan-chos overos, seis cabros de Isla de

Yáquil, doce pavos negros y veinte pollos caseros, eran como trescientos personas o

más, andaba don Lester Lacroix, el viñatero de San Fernan-do que Benito invitó por

precaución, don Romano Vercellini de Viña Montgras, don Ra-fael Salcedo, el

ferretero más conocido de Santa Cruz, y mucha gente de plata, honesta y trabajadora y

orgullosa amiga de Benito, y tomaron con gusto ponche de duraznos, de frutillas,

chirimoya y erizo, cola de mono, ginebra, ron caribeño, tequila y pipeño, de todo

hombre por Dios, si Benito era un busquilla, eran como las cuatro y media ya y,

después de probar la «torta de matrimonio», el novio tomó en brazos a la novia y la

llevó a la pieza, allá hicieron sus cochinadas, y no volvieron a aparecer, los invitados

estuvieron fes-tejando hasta las ocho de la mañana, pararon un rato y la fiesta continuó

luego de dos ho-ras, si la celebración duró un día enterito.

Lo que más le apesadumbraba a Benito era que Micaela no haya venido a la fiesta,

si él la invitó con insistencia, no tanto para ir para allá, pero sí para enviarle tarjetas y

rogativas de que viniera, pero Micaela, tal vez ofuscada, no quiso ir por nada del

mundo, otra vez este agresor, habrá pensado, ahora quiere presentarme a su novia,

pero Benito nunca abandonó a sus putas del todo, si era un donjuán, ya dicho ya, y

Sarita nunca se enteró cómo le ponía los cuernos, ellos se despejaron un poco y al

siguiente día domingo qui-sieron ir a misa, para perpetuar el compromiso contraído y

recibir los parabienes.

Pues bien, al verla en la pieza, Benito dijo:

—Sácate ese miriñaque que no te asienta bien.

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Y ella: es que nunca me había puesto uno, si pertenecía a doña Hortensia

Rodríguez de Gálvez, y solo lo usaban mujeres de rango de la alta sociedad de

aquellos años, no sea mentirosa, bah, no te digo, y era toda la verdad, y Sara del

Carmen nunca más se lo puso por orden de su marido, nunca pudo ascender de puesto

como ella obstinadamente que-ría, pues Benito no la dejaba, claro, pensaría, otro

hombre me la va a quitar, de modo que tuvo que volver a su vida doméstica del

Chequén antes de quedar embarazada, pidió a su amado esposo, eso sí, que trajera dos

vacas productoras de leche raza Holstein-Friesian, vale decir: holandesas, de las

mejores, para preparar queso, mantequilla y manjar que pen-saba vender poniendo un

puesto afuera de la casa, Benito se sintió atragantado y tuvo que comprarlas a un viejo

conocido de la zona, y tuvo que pagar una buena suma por ellas tanto que lo ofuscó de

mala manera, cuando las trajeron Sara se sintió feliz y entusias-mada, mis «vacas

frisonas», decía, y ahora dijo a trabajar con doña Isolina, y se afanaba tanto cada

mañana para que las cosas salieran bien que la gente comenzó a alabarla de inmediato,

al puesto, afuera, le puso un letrero arriba que decía: LECHERÍA CHE-QUÉN, pero

Benito no se quedó ahí mirando eso no más, también puso su parte, colocó en la sala

principal una botillería de adrede que vendiera cosas a su gusto, y empezó a traer vino

natural de la zona, pipeño y chicha y aguardiente y whiskey y ron y vodka y pisco y

brandy y coñac y muchas cosas más, yo, cuando estudiaba en pleno Santa Cruz

enhora-buena, iba a comprar ahí, si era la botillería más grande del pueblo, todos los

lugareños se abastecían ahí, y el trabajo y la plata aumentaron, y vinieron los hijos, por

supuesto, Beni-to el Grande, así lo llamaron, el mayor, el 28, y Marina, la niñita

mofletuda, el 32, y Nano, el tercero, después de una década, el 42, y Sergio, el más feo

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de todos, el 45, el mismo año que nací yo, y Sara, doña Sara, los educó de acuerdo su

linaje de mujer campesina, oficio-sa, laboriosa y marimandona, era que no, si su

esposo daba órdenes perentorias aquí y allá, ella también las daba, y su prosapia de

mujer comadrona creció día a día pero sin la ofensa de ejecutar su oficio de bruja

porque estaba el alumbrado, porque, al volar convertida en el «pequén», búho

pequeño, podía quedar ensartada en los cables eléctricos, y eso sépalo usted, fue

horrible y trágico para ella, y eso a la larga la entristeció muchísismo, ¿por qué cree

que Benito escuchaba el grito del tue-tué a medida que regresaba del Chequén, como

ladrándole la oreja?, si era ella, nada menos que ella, Sarita, tú Sarita, si fuiste bruja de

toda una vida como veremos después.

71
Y la historia prosiguió su curso igual, pero allá en Marchigüe, allá lejos de la voz, del

ruido sonoro siniestro e inmaterial, lejos de la moda y el gentío, extramuros quiero

decir, sin embargo todo eso era Colchagua, mi renombrada provincia, en la ruta de la

vida, del milagro y todo eso, amada Gabriela…

Pues bien, mi padre trabajaba muchísimo, pero era poco lo que ganaba, ya lo dije,

por el trigo le pagaban muy poco, y con el ganado no le iba tan bien, pese a esforzarse

una y otra vez, y Nanita nada le decía y nosotros tampoco, si el trabajo de agricultor y

ganadero, en ese tiempo, no era tan bueno, cuando se compró el camión Chevrolet

verde se puso a hacer fletes por encargo, bien pagados eso sí, y Jano y Teddy eran

quienes cuidaban el ganado y subían a los cerros y volvían, y el ajetreo del agua, de

abastecerse de agua, era tremendo, tenían la noria del bosque de eucliptos, allá arriba,

y en el otro cerro, al frente, estaba el pozo, y con mangueras hacían llegar todo eso a la

casa, pero algún cazador concha de su madre cortaba las mangueras y había que ir

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corriendo a reponerlas, aquí abajo había dos calicantos que se llenaban cada tarde y

con eso se mantenían las plantaciones y chacras si las habían, a todo esto, acá abajo

había un tonel cerca del pajal donde los animales tomaban agua, y el pienso junto al

galpón lueguito, durante el día subían a las lomas y planicies de lo alto, por la tarde

bajaban a beber el ecuánime elemen-to, y mi padre, con su cabal entendimiento,

empezó a laborar con el camioncito, hacía fletes aquí a la gente de La Rinconada, de

ovejas merino, vacuno suizo y holandés y clavel alemán, lo que más se veía por

entonces, y lo hacía de buena manera, sin protestar, don Crisóstomo Arriaza era vecino

nuestro y a él le hacía los trabajos la mayoría de las veces, don Crisóstomo decía:

hazme el favor de llevar veinte corderos a la feria ganadera de Marchigüe, y mi padre

decía que bueno, y era día jueves, pues la feria funcionaba ese día, y mi padre llenaba

la carrocería con los corderitos el día miércoles en la tarde, don Crisós-tomo tenía sus

propios trabajadores, yo iba a mirar todo eso y me espantaba al ver que las ovejas y

corderitos mearan y cagaran ahí mismo, un hilo de pichí y de bolitas cafés co-rriendo

para abajo, mi padre no se amilanaba, el día jueves se levantaba como a las cinco de la

madrugada, hacía andar el camión y partía Dios mediante a Marchigüe, llegaba como a

las seis, los animales los bajaban del camión y los pesaban en la romana, y don Crisós-

tomo se adueñaba de la faena, a él, a quién más, le correspondía hacer la venta, y

pagaban poquísimo por el kilo de carne, cuando Errázuriz —hombre rico y famoso—

no se había adueñado de la feria todavía, y eso quedaba, si bien lo recuerdo —porque

la vi más de alguna vez—, en la calle de al fondo, la última calle, donde estaban los

corrales y local y tarima de venta, mi padre, valga decirlo, volvía cansado, después, en

la noche, dormía bien gracias a Dios, se reponía y a ponerse a esperar, luego de dos

73
semanas iba a la casa de don Crisóstomo a recibir la paga por el flete, ese era el

acuerdo, y era una gran felicidad tener un vecino así, por la plata digo yo.

Mi padre tenía un pastor alemán llamado Cururo, negro como él solo, horrible cual

Satán, con ojos rojos, amarillos y blancos, y un galgo —el Huaso— y un lebrel —el

Cor-bata—, y por de pronto, véalo bien, salía a cazar a los cerros, era que no, si era lo

que más le gustaba, y tenía además una escopeta Winchester 21, los cartuchos rojos o

azules los traía de Rancagua cuando iba para allá porque, decía, eran más baratos, que

escopeta hombre por Dios, cuánto hiciste sufrir a los pájaros de San Francisco de Asís

y a los animalitos del Señor, solo el Sagrado Corazón lo sabe, si las criaturas benditas

de mi tierra también conocen a la Virgen y a Dios Padre omnipotente, también les

rezan y los aman como nosotros, si el Sagrado Corazón es vastísimo y abarca muchas

vidas, y subía a la yegua rosilla —la Entenada— y partía a los zarzales a ver los

conejos o iba a los cerros detrás de una liebre, de una perdiz, una codorniz o torcaza, y

vamos andando, si era en invierno, tapado con la manta de Castilla, si era en verano

con el chaleco o chaqueta de cuero no más, y repito: vamos andando, mi padre tenía

tres hornos para hacer carbón, y por ahí pasaba con paso quedo, al otro lado de la

chanchera, donde comenzaba la zarza-mora, pero tenía que salir temprano con los tres

perros husmeando, de pronto el Corbata —perro astuto inteligentísimo— corría a todo

lo que da con harto ahínco, ¡un conejo!, ¡un conejo!, gritaba la voz de Gabriela, y era

yo, claro, acompañándolo, pero no para que hiciera eso, sino para que mirara no más, y

luego el disparo fuerte, ah no, padre, decía yo, no haga eso, si los animalitos los cría y

educa el Señor, pero el conejo lobo era más rápido y alcanzaba a esconderse, nunca

quiso ni le interesó armar lazos, eso hubiese sido otro ajetreo más grande aun, y cómo

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por Dios, con qué tiempo, si para eso se necesita mucho tiempo, y pausadamente salía

del sector cercado de la zarzamora, zona de caballos, donde está la finca de Panchulo,

a un lado, y enrumbaba a la corrida de eucaliptos, pero ahí, en el linde con el fundo de

don Crisóstomo, no encontraba nada, y desde ahí empezaban las lomas y bosques de

eucaliptos y pinos radiatas, él tomaba el camino que antecede al Cerro Corazón, donde

está la añosa higuera, y ahí repleto de cardos, donde se crían perdices, otra vez el

Corbata y salía una perdiz piando a todo lo que da, pi, pi, pi, y el disparo otra vez, qué

cazador, achúntale a una, si cazar no es asunto tan fácil aunque se tengan tres pe-

rros.

Mi padre, con la escopeta en la mano, exclamaba:

—Válgame Dios y Santa María Virgen.

Y se sorbeteaba los mocos.

Y luego tomaba agua de una cantimplora verde, no llevaba nada todavía, pero le

falta-ba camino por andar aun, claro está, hasta llegar al bosque de la noria, apearse y

observar el contorno, ni un alma, ni un zorro chilla o zorro culpeo, nada,

absolutamente nada, esta mujer me está atragantando la boca, la lengua, decía Teresita

del Niño Jesús, si vos viviste así, aporreada y bendita, con tus manitas de niña, de

ángel y bella, eternamente bella, la santa de la belleza sui generis, vos, quién más, la

caperucita roja que venció al lobo, y nosotros acá, contando la historia, y ahí las matas

de coligüe con las cuales se hacen volantines, en Pelequén y Chimbarongo sobre todo,

pero ahí no había perdices ni nada, y de pronto ¡zas! saltaba una liebre del zanjón y el

Huaso y el Corbata corrían a la siga de ella, y de un brinco fenomenal sobrepasaban la

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cerca y mi padre siguiéndolos a todo galope y la liebre, créalo así, se perdía corriendo

por la finca de los Caroca hasta llegar al fundo La Rosa, y los perros gua, gua, gua, y

allá arriba, en la última loma, la atrapaban, si mi padre era veterano cazador, cazador

de tomo y lomo diría, venido de Peñablanca, y sa-bía practicar el cuento, los perros

golosos eran velocísimos, y mi padre tenía que quitarles el perínclito animal amado

por todos, porque era una liebre, la señora liebre que venció al perro, al ratón y al gato,

por eso hacía iiiccc, iiiccc, pero con el galgo y el lebrel no podía, si dan zancadas

largas y saben corretear a cualquier animal, en especial si van cuesta arriba, don

Matías amarraba la liebre ya muerta a la montura y se iba a tranquear a los bosques de

la hacienda de Alcones, y allá, otra vez la escopeta, prum, prum, la torcaza grande, y

una y otra vez, y la escopeta Winchester resonaba en lo alto, y el disparo final, lógico y

estu-pendo, sonando por la quebrada cuesta abajo, hasta que, véalo usted, caía una

torcaza, la primera, y más abajito, otros tres disparos, si llevaba como veinte tiros

guardados en una bolsa negra, y la segunda, si esas criaturas de Dios Padre bendito se

posaban en lo alto de las copas de los árboles y ahí pasaban todo el día oteando el

horizonte, cual jotes, solo bajaban al llano a comer granitos y semillas que Dios Padre

les daba de comer de su ma-no santa, si son los pajaritos de Francisco de Asís, él los

cría así, les arroja miguitas de pan y les dicta un sabio sermón, por eso suben y vuelan

convertidos más tarde en monjes, si el Sagrado Corazón es sabio, milagroso, casto y

bendito, por eso es una diablura matar a estas criaturas, yo se lo decía a mi padre, pero

él no hacía caso, si era su alimento, el pan bajado de lo alto, por eso le gustaba salir a

los cerros y llanuras, para divertirse un poco, para calentar la mano, para fustigar a

quien fuera con su escopeta, y no se encontraba con nadie, ni un alma cabalgando por

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los cerros, solo solo, y el viento le susurraba bajito: no hagas eso conmigo, pues yo

amo la vida, amo los animales, amo todo, era la voz del Señor, que también planea

como avión y vuela como cóndor, hablándole, diciendo las cochinadas que iba a hacer

a los cerros, pero mi padre, repito, no hacía caso, el Cururo se adelantaba y le mostraba

otra torcaza, de los tres perros, como Dios, era el más sabio y viejo, por eso le

mostraba una torcaza más en el pico de los árboles, y mi padre apuntaba con la

escopeta y disparaba y así caía la tercera torcaza, eran cerca de las una, todo colorado

por culpa del sol, y desde lo más alto de la hacienda volvía con la Entenada a paso

tranquilo, bajar no costaba tanto como subir de modo que no se demoraba tanto, oiga,

con una liebre y tres o cuatro torcazas, una caza, dirá usted, provechosa, fructífera,

después de matar las criaturas de San Francisco, de inmolar la vida de Nuestro Señor

Jesucristo por enésima vez, a Taita Dios no le gustaba nada de lo que hacía, pero él lo

argumentaba citando la Biblia, diciendo creced y multiplicaos, si los animales están al

servicio nuestro, y no mataba por venganza, por gusto o maldad, lo hacían

simplemente, bien digo, por necesidad, y yo estaba con él en esta parte, ¿y qué íbamos

a comer pregunto yo?, yo probaba a veces las codornices en escabeche con fruición, y

me gustaban muchísimo, y las perdices asadas al palo también, y la carne de conejo,

un poco fresca y agria, también la probaba, y las torcazas del mismo modo, ¿y los

cuculís?, no, decía, papá, esos pájaros no los toques pues anuncian la tarde, ¿por qué

cree que son de color ceniza, con una franja roja que envuelve su cuello?, sí, Sagrado

Corazón, tú vistes a los animalitos a tu gusto, a tu manera, por eso los dotas con esas

bellezas y detalles y delicadezas, y cantando así: ujú, ujú, ujú, parados sobre una mata

de eucalipto o sobre un palo o sobre el alumbrado, sí, yo los oigo todas las tardes y su

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armonía y belleza me encantan, me llenan de felicidad, yo vivo para ellos y ellos por

mí, sí soy, Gabriela, amante de la vida, amante de los animales, amante de todo,

porque el amor es la fuerza universal que nos da vida, si esas payasadas se las

aguantaba era por mi madre y por la señora Lucrecia o Luca, bien lo sé, si a veces la

carne de vacuno o de cordero faltaba, por eso mi padre salía a cazar los viernes,

sábados o domingos, cuando fuera, dirá usted, repito: por necesidad, no por

malignidad, bien Señor Jesús, tú juzgas las certezas y ecuanimidad de nuestras faltas, y

sabes cuando algo se hace con bondad o con maldad, porque conoces las intenciones

de todas las cosas, yo lo sé, porque tú estás conmigo, y yo contigo, siempre lo has

estado desde que vivía esa niñez en la casa de campo.

En un ir y venir, Matías visitaba la feria ganadera de Marchigüe continuamente, la

co-nocía de memoria, si todos los fletes los hacía ahí, se hizo amigo de muchos

caballeros hacendados gracias a eso, y requetefeliz por eso, por ahí conoció a don

Miguel Retamales Abarzúa, un viejo no tan alto de capa caída que usaba gorro y

bastón, dueño de la ha-cienda de Panilonco, allá lejos en la costa, cerca del mar, yo

visité una vez esa estancia y me gustó sobremanera, sus terrenos fértiles, sus potreros

llenos de ovejas Tell, originarias de Holanda, y carneros Hampshire, del sur de

Inglaterra, y vacunos Hereford sobre todo, una llanura colosal que antecedía al

majestusoso océano, abajo, junto a la playa, la casa pa-tronal con dos leones de piedra

custodiándola, varios corredores con pilares rojos si bien lo recuerdo, tinajas grandes a

uno y otro lado, ruedas de carreta, rosales, claveles, crespo-nes, camelias, trinitarias y

buganvillas, todo eso, repito, junto a la playa, frente al mar incó-lume, y era tanto pero

tanto el ganado que producían que mi padre sintió una enorme alegría por haber

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conocido a un viejo así, no sé si ahora don Miguel Retamales Abarzúa estará vivo o

muerto, no lo sé, yo nunca lo vi, y las dos rocas gigantes que recibían la espuma fresca

de la ola, por donde atravesábamos caminando con pies chiquititos, con Nano fuimos

dos o tres veces para allá, y la gente de La Rinconada tenía la costumbre de hacer

paseos dominicales a la playa de Panilonco, si era extensa, vacía, delicuescente, sin un

alma y sin poderse bañar tampoco, porque el oleaje no lo permitía, y esas dos rocas

parecían murallones insalvables o tal vez, Matías, acantilados sin fondo, tú sabes eso

me-jor que yo, viejo guatón, pues tú pasabas allá, si también hacían asados para

celebrar tanta venta y comercio de ganado frente a ese oleaje heroico, impoluto, puta la

huevá, tú, Mi-guel Retamales, heredaste ese coraje y esa laboriosidad de Dios Padre

bendito, por eso él te entregó esa bella hacienda, y más allá, yo lo vi con mis propios

ojos, la casa de adobe estucado, especie de cobertizo, junto a la pequeña laguna que

servía de abrevadero a los animales, tú hacienda era mirífica, claro, bajada del mismo

cielo, por eso esos dos leones acorazados, imagen viviente de Dios Padre infinito, y

toda la grey de pájaros, avestruces, avutardes y pelícanos y gaviotas y yecos que

pasaban por ahí, todo eso tuyo, hijo mío, grande y excelente presencia de nuestro celo

y amor por la vida.

Por eso mi padre estaba ahí cada domingo, pero ahora se le abrieron más

murallones, apareció la feria ganadera de Santa Cruz, en avenida Presidente Bulnes, la

feria ganadera de San Fernando, en la esquina de avenida Manso de Velasco, la feria

ganadera de Ranca-gua, en avenida República. Padre, es lo que tú me contabas, lo que

tú me decías, y no soy una rota en esto, mis palabras son tus palabras, lo mío es lo

tuyo, y no miento, era tu tra-bajo, tus faenas, tus fletes, domingo tras domingo, porque

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don Miguel Retamales Abarzúa era un hombre de mundo, un próspero comerciante

que te abrió el camino, todas las se-manas viajando, y volviendo de pie, bien parado,

sin angustia por tus hijos, sin nada de nada, al contrario: feliz con tanto trabajo, y

¡cáspita! vino eso del «accidente», tú lo sabes mejor que yo, y eso fue una tragedia

para toda la familia, para mi en especial, José Carva-cho era tu peoneta, tú lo llamabas

así, no por peón, sino peoneta, o mejor aun: «pioneta», con la «pi» de pío, como un

pollo piando, o como el nombre papal de Pío, aquellos santos padres que se sacrifican

por la Iglesia, por eso tú andabas con el escapulario de la Virgen del Carmen día tras

día, para acogerte en el día de tu muerte, para salvarte de las penas del Infierno, si eras

y sigues siendo muy católico, muy creyente diríamos, habías cargado ove-jas toda la

tarde del domingo con tu peoneta, porque Jano y Teddy no aceptaban trabajar el día

domingo, tu peoneta, y tanto que te gustaba repetir esa palabra, yo, padre, te escucha-

ba con amor y dicha, porque era tu trabajo, tu vida, y decías y repetías «mi peoneta»,

claro, José Carvacho, un tartamudo sin voz ni gloria venido de Alcones, bueno para el

trago, y no sé realemente si le pagabas con dinero o con vino, la gente hablaba y

hablaba, no si don Matías no paga con chinchín, decían, pero yo nunca creí eso, eso

son cahuines y nada más, yo creo en ti, padre, excelente trabajador, excelente padre, y

el buen día lunes salieron venturosos a dejar los animales a la feria ganadera de San

Fernando, eso te pidió encarecidamente don Miguel Retamales, tenían que estar antes

de las diez allá, para reali-zar una buena venta, y a la altura del puente Cadenas, antes

de llegar a las primeras casas de Marchigüe, por la carretera de tierra, ocurrió todo,

válgame Dios y Santa María, como decías tú, se cortó la dirección y al camión, rojo

como granada, rojo como bermellón, nadie lo pudo parar, y tu peoneta, tu amigo, tu

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trabajador de toda la vida, te gritó a viva voz: ¡don Mati, tíremonos para abajo que esto

se va a la cresta!, y te decía una gran verdad, si el camión parecía un caballo chúcaro,

había perdido el control con tanto peso y animal, y tú, claro, le hiciste caso, antes que

el bellaco se volcara abriste la puerta de la cabina y saltaste para abajo, pero he aquí

que la pierna se te quedó enredada, y pese a la insistencia y los tirones no pudiste

soltarte, y el camión y todos se volcaron, y tú en estado de shock, la cara se te llenó de

sangre y lágrimas, y la bilis se te reventó, ¡¿cómo soportaste un golpe así?!, y gracias a

Dios, ¡cómo te salvaste de la muerte, padre mío!, si un accidente así era para morir, y

al peoneta, tu amado peoneta, no le pasó nada, fue él quien corrió a soco-rrerte, y llegó

la ambulancia y los manzanitas, como decías tú, y las noticias pronto llega-ron a la

comunidad de Rinconada de Alcones, y Nanita, igual a ti, en estado de shock, su

conciencia de madre y esposa no pudo soportar un hecho así, ¡¿y está vivo?!, preguntó,

sí, le contestaron los carabineros con el lápiz en el papel observando la hoja, en el

Servicio de Urgencia del Hospital de Marchigüe lo tienen, y todos partimos para allá, y

fue un viaje largo y horrible y agotador de una hora y media, y fue trágico y

espeluznante ver tu pierna recién amputada, oh sí, oh my God, eso habían hecho los

doctores para salvar tu vida, para evitar infecciones gangrenosas y todo eso, si los

médicos actuaron al tiro al verte así como estabas, yo estaba sin voz, y mi madre

también, tú estabas sedado de modo que no viste ni sentiste nada, cuando volvimos yo

y Susana y mi mami lloramos desconsoladamente, oh sí, si lo recuerdo todo, si yo

tenía tan solo once años.

Terrible, terrible, terrible…, como un viento huracanado que azota nuestra casa y

al-

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dea, todo el mundo comentando la noticia y nosotros en ascuas, mi madre se acostaba

en la cama a puro llorar y decía: y Matías, ¿cuándo se recuperará?, y Matías, ¿cuándo

volverá?, yo decía: Sepa Moya, y desde Marchigüe te trasladaron al Hospital de

Rancagua, a con-tinuar el tratamiento allá, y eso fue mucho mejor para ti y para todos,

porque el hospital de acá no tenía los recursos necesarios para mantenerte por mucho

tiempo, y digo la ver-dad enterita, aunque algunos piensen lo contrario, y tomamos la

decisión de ir todos los domingos a Rancagua, provincia de Cachapoal, la otra gran

provincia unida a Colchagua, en tren, porque no había otra cosa, y nos bajábamos en la

estación ferroviaria de murallas altas y grises y huecas, y caminábamos hasta avenida

O’Higgins hasta llegar al hospital, ahí, en la pieza 209, estabas tú, con la pierna

colgada, con vendas blancas, y quejándote terriblemente, y te sentías tan feliz de

vernos ahí que la boca se te llenaba de saliva, Nanita te llevaba empanadas de pera,

pan amasado y pechugas de pollo, y comías como chancho muerto de hambre, si la

comida del hospital, decías, no era tan buena, estabas recupe-rándote de buena manera,

y domingo tras domingo viajando para allá con modestia y compostura, yo iba a veces,

cuando quería, pues el viaje resultaba muy largo, otras veces iban los niños varones,

quien quisiera ir, y fueron cuatro meses estruendosos hasta que eso pudo cicatrizar, de

este modo te trajeron la pierna ortopédica con la horma de palo y, con cariño, con

premura, te la pusieron, y gracias a eso pudiste caminar de nuevo pero con muleta, si

la recuperación no fue nada de fácil, tú lo sabes mejor que yo, y un do-mingo de nubes

opacas y sol caprichoso te trajimos de vuelta, tú chisporrotebas alegría y nosotras

también, oh padre, sí, porque tú amabas la vida al igual que nosotras, y querías con

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toda el ansia del mundo volver a manejar el camión, tu camión, y lo hiciste, luego de

este tropiezo lo lograste al fin.

Era día viernes ya, habían pasado dos semanas desde nuestra travesía de traerte

de

Rancagua, dejaste la muleta a un lado y te subiste a la cabina, hiciste andar el motor y

sa-liste a dar un vuelta corta por el pueblo, todos se quedaron espantados mirando, ahí

va don Matías, decían, sí, eras tú padre, con la idea de hacer fletes de nuevo, y con la

Pava Choca, tu amigo de lo alto, ahí en la entrada de Mallermo, te enteraste que don

Crisósto-mo Arriaza también se había comprado un camión igual al tuyo, y que, con

dignidad, le estaba tirando fletes a don Miguel Retamales, me quitó el puesto,

pensaste, no solo eso, el puesto y el trabajo, y te pusiste a trabajar de inmediato, y don

Miguel Retamales, hombre bueno, honesto, misericordioso, te volvió a contratar, yo se

lo conté a la Teresita y la abueli se puso contenta otra vez, este mal ya pasó, dijo

observando sus manos de mujer avezada, todos fuimos dichosos, el papi tiene trabajo

de nuevo, dijimos, y la competencia con tu vecino fue feroz, si don Miguel Retamales

tenía mucho ganado, ya lo dije, vamos acarreando novillos Hereford a la feria

ganadera de Rancagua que ahí es mejor, decían, o a la feria ganadera de Santa Cruz,

también grande y copiosa, don Miguel, usted sabe eso mejor que nosotros, y el viejo

los convocaba a la casa patronal y les pagaba con instinto, con gravedad, si el viejo

cumplía la palabra, así pasaron las semanas domingo tras domin-go.

Éramos cuatro hijo, no más, una familia honesta legítimamente constituida,

pensaron todos, pero eso no fue suficiente, la abueli volvió a hablar fuerte, ella misma

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quiso que después de seis años volviera a nacer un nuevo hijo, negro, el más negro de

todos, y el más grande, porque ella misma lo quería así, y lo contaba con juicio y

potestad de madre veterana, y al hijito por Dios le pusieron el nombre de Alfonso, y a

los dos años volvió a nacer un nuevo hijo, Fabrizio, el menor, el más rubio de todos, y

no sé cómo mi madre y padre hacían el amor si a este último le faltaba la pierna, para

el ejercicio del amor, pienso yo, no hay barreras, y a mí, sépalo usted, me tocó parir un

ternero y sufrir porque yo tuve que criarlos, si estaba grande ya, y era verdad que el

chupete lo metía en la bacinica y después se los ponía en la boca, para calmarlos un

poco pues lloraban tanto, y vinieron las famosas peleas entre yo y Gastón, entre

Susana y Gonzalito, y entre Gonzalito y Gastón, el peor de todos era Gonzalito, el más

malo, el más villano, cuando este peleaba con Susanita tenía que entrar yo a

separarlos, una vez se agarraron de los moños en el corre-dor de afuera y volaron las

macetas, y subieron y bajaron tirándose las mechas y golpeán-dose tanto que Susanita

nunca más volvió a faltarle el respeto a Gonzalo, un poco gordo, envidioso cual

ninguno y pesadote, y después, con una papa en la boca, el malulo empezó a pelear

con Gastón, no sé qué fue lo que le hizo, la cosa es que Gonzalo arrancó a la

chanchera, se metió en la bodega, agarró un fierro para marcar animales y lo puso a ca-

lentar, Gastón llegó allá y sin darse cuenta Gonzalito le clavó el fierro en la cara,

imagí-nense, qué peleas, y cómo habrá quedado el otro, y gritando de dolor, mi abuela

le puso un ungüento y todo se le pasó ligerito, la marca del fierro nunca se le notó,

todo por culpa del malulo y macabro Gonzalito, el peor de todos, había que tener

cuidado con él, si no pronto te daba los buenos cachuchazos, si algo no le gustaba o

parecía bien, y los días pasaron promiscuamente, en el pueblo, sépalo usted, faltaba un

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negocio porque todas las compras había que hacerlas en Marchigüe o Peralillo o Santa

Cruz, y eso era muy difícil y engorroso, por lo que mi padre determinó colocar un

boliche en la pieza de afuera, para abastecer al pueblo, y se lo encargó a Nanita.

Mientras construían la habitación contigua, mi padre dijo:

—Bueno, denle las gracias a Segundo Quintanilla pues él puso la idea.

Y don Segundo Quintanilla vivía junto a la cancha de fútbol y era canuto, por eso a

los pollos los querían tanto, y bailaban cantando el costillas es mío, me lo quieren

quitar… cuando había partidos de los buenos, pero antes, véalo usted, él y su familia

salían a predicar, y caminaban por todo el pueblo sermoneando la palabra de Dios a

voz en cuello, yo los veía y me reía de buena gana, yo no era canuta y nunca lo fui,

nosotros íbamos a rezar al Santuario de Alcones donde estaba, en esos años ya, el

padre Julio Palma Zúñiga, si era un curita de pelo largo crespo, no tan alto, de uñas

filudas y andar pausado, usaba la sotana siempre como para demostrar respeto y

honorabilidad y mi familia —entre ellos mi padre— lo querían muchísimo, todos los

puebluchos del otro la-do —La Quebrada, Marchant, Peñablanca, Yerbas Buenas—

hablaban bien de él, y los pueblos de acá —Rinconada de Alcones, Mallermo, Las

Garzas, Pailimo— no decían nada en cambio, si era el curita mayor puesto por el

obispo, y en Marchigüe —donde me pasaron por el Registro Civil— había otro, si eran

dos parroquias consensuadas paciente-mente puestas ahí, para festejar a la Virgen de la

Merced en un lugar o a Nuestra Señora del Carmen en el otro, cuando hacían la fiesta

del 24 de septiembre para homenajear a la primera, y se juntaba tanta pero tanta gente

que yo me sentía dichosa de pertenecer a un mundo tan pequeño y prolijo, tan

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auténtico y noble, nada menos que Alcones, el Santua-rio de Alcones, el Cristo en la

punta de la carretera, la procesión, los puestos de los co-merciantes y todo eso, yo ya

tenía quince años y había crecido un poco más.

No sé ni imagino cómo fue la infancia de Nano, no deseo recordarlo porque no quiero

simplemente, porque no me gusta, mi historia es vivaz y enérgica basada en los hechos

más notorios y ejemplares, lo único que sé es que fue un niño lozano, dócil y gentil, y

que se educó de la mejor manera posible, los cuatro hijos estudiaron en el Liceo

Municipal y no eran, valga decirlo, tan buenos alumnos, Marina era floja, habladora y

entrometida, Sergio feo, desobediente, malhumorado y poco hablador, Benito el

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Grande, vale decir: Benito Gálvez Osorio, no lo sé ni me interesa, porque no lo quiero

y nunca lo quise, si se quedó con toda la plata que su padre laboriosamente había

producido, Nano por lo demás llegó a jugar en el Unión Santa Cruz, el equipo

principal de la zona, y toda la vida singular de la casona de Rafael Casanova, para esos

años, de verdad, prefiero omitirla, es lo mejor para mí y para todos.

A propósito de eso, recordando algún vericueto, escribí sobre Nano en mi «Diario

de Vida»:

06-VI-68

Qué descanso para él y para nosotros.

Nariz de ratón, de cariño fácil, erra un niño generoso, alegre y simpático, en

la Escuela,

siempre lo tildaron de bueno para el fútbol y por consiguiente no se perdía

oportunidad

para representarlo en partidos domingueros a veces en la semana, cuando se

trasladaban

a otros lugares en competencias estudiantiles a revienta cinchas.

Bueno, sin contar una historia realmente, solamento viendo y sopesando, corría el

año 58, creo yo, no lo invento, lo digo no obstante con toda la sinceridad del mundo.

Benito asistía de continuo a la feria ganadera donde vendía animales, por ahí se hizo

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amigo de don Julio Pereira, como supo él, dueño principal y rey de la hacienda y

comarca de Maller-mo, comuna de Marchigüe, que se ubicaba —enhorabuena— al

otro lado de Alcones, pueblo chico y montaraz, y como buenos amigos conversaban

siempre, hasta que un día don Julio Pereira, hombre alto, de tez blanca, nariz

respingada, todo un lujo de amigo, le dijo a Benito que necesitaba un administrador

para su hacienda, eso le urgía muchísimo porque las cosas no iban nada de bien, ¿y

qué pasó hija mía?, bueno, nada, Benito se ofreció de inmediato, si eso era pleno

campo, y él, como digo, sabía trabajar la tierra, sabía asimismo criar animales de

engorda, sembrar plantaciones y muchas cosas más, don Julio Pereira, señor noble y

altruista, aceptó la oferta de buena gana, para eso le ofreció la casa endomingada frente

al silo y al granero, una de las casas prominentes, y debía, perento-riamente,

trasladarse con su familia pronto ya. Benito contó todo esto a doña Sara, y de este

modo, junto a Nano, Sergio y Marina, con camas y petacas, emigraron de estancia

maravillosamente.

Yo escribí al respecto:

08-VI-68

El querido de su padre —un viejo troglodita y vicioso a mi parecer—

era un importante administrador de fundo y ante las críticas, mofas y cuchillos

no le quedó más remedio, eternamente sufrido —el padre de Nano—, en

silencio,

de emprender el trabajo de rutina, durante aquel verano de sol quemante.

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Entonces… era un día espléndido, Nano abría y cerraba las aletas de la nariz, y

Sergio por otro lado contento, dicharachero y juvenil, algunas cosas, no todas, el ajuar

común, lo llevaron en tren, en la estación de Alcones los esperaba don Carlos Stüver,

el primer mi-nistro, con tres carretas y el jeep Land Rover, las palomas bajaron desde

el techo volando hacia abajo con bullicio, y los gorriones gorjeaban sobre los árboles

como nunca, la vida simplemente…, como dice el poeta rancagüino Óscar Castro.

Benito el Grande estaba casado ya y vivía en Isla de Yáquil, por eso no viajó con

ellos, si ya tenía hijos con su amada esposa Yolanda Astaburuaga, proveniente de

Chépica, e iban en carreta a Lolol lo más del tiempo, a pasear, decían, Benito el

Grande le adminis-traba a mi suegro las tierras de esa zona, donde tenía su lujosa casa,

y caballos, y yunques y espuelas y martillos y pértigas y herraduras y chupallas y todo

eso, era un hombre de jucio cabal, certero y enigmático, también se creía huaso,

concha su madre, y a Mallermo tam-bién empezó a ir, para traer vacunos, charqui,

maíz añejo para las gallinas y trigo y peras y muchas cosas más.

Pero volviendo a la historia, estando en la estación de Alcones, bajaron todo el

ajuar y

partieron hacia la floreciente hacienda, no se demoraron más de veinte minutos en

bajar por las preciosas colinas hasta llegar a la enseñoreada estancia, y fue una alegría

tan gran-de ver eso, si eran patriotas, amaban la vida como nadie, la casa tenía tres

piezas con roperos, un comedor no tan amplio, cocina a un costado, una sala de baño

al fondo y patio interior de tierra ancho, larguísimo, terminando en un montículo o

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terraplén, donde viviría más tarde yo, pero Sarita se entristeció, dónde pondría las

plantas porque la casa no tenía jardían de entrada, el frontis daba directamente con la

calle, y al otro lado, al frente, las chacras de porotos y cebollas y ajos y zanahorias y

pimentones, no sé cómo mantenían todo eso, si les faltaba agua.

—Bueno —dijo Benito Gálvez padre—, este será nuestro nuevo hogar.

Y lo decía con delicia y felicidad, con una brutal capacidad para administrar el

nuevo reino.

Por aquellos campos de centeno

los campesinos probaban lo que era bueno

Y empezó a faenar de inmediato al otro día, fue a la oficia ubicada a un lado del

gra-nero a entrevistarse con Carlos Stüver, y revisó el debe y haber de la hacienda, las

cuentas y todo eso, ovejas Tell, dijo, 330 cabezas, e hizo un ticket, ovejas merino, 520

cabezas, y luego otro ticket, carneros Hampshire 15, y un ticket, ovejas Suffolk 150

cabezas, y un ti-cket de nuevo, y sin contar los lechales y corderitos nuevos, si la

hacienda o estancia de Mallermo se destacaba por la crianza de ganado ovino, en eso

comprendía el trabajo emi-nentemente, y luego revisó el número y contabilidad del

ganado vacuno, no tan bueno co-mo el otro, insisto: si la hacienda de Mallermo era

una hacienda ganadera primordial-mente, dijo a propósito: vacas holandesa, 20

cabezas, vacas clavel alemán 35 cabezas, novillos de ambas clases, 55 cabezas, toros

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suizos, 3 cabezas, más doce caballos sueltos a todo campo y veinte chanchos raza

Large White, blancos blancos, 20, mantenidos en los corrales de allá abajo, ¿y cómo?,

preguntó Benito, yo tengo ganado Hereford y Angus Aberdeen en Isla de Yáquil, muy

buenos para el secano, y aquí no hay nada, filete, pensó, y eso se lo reprochó a don

Carlos Stüver, si la hacienda de Alcones y el valle de Marchigüe los tienen, ¿por qué

aquí no hay?, pucha miéchica, eso es lo primero que voy a traer, dijo Benito, y don

Carlos: bueno, hágalo como usted quiera, para eso está usted aquí, y salie-ron en el

jeep a recorrer todos los sectores, no sé cuántas cuadras o héctareas comprendía la

estancia, Jesucristo, lo único que sé es que era inmensa, colosal, y tomaron el camino

derecho, el camino de la medialuna y cancha de fútbol, y tranquearon a todo vapor

hasta los silos del otro lado, un valle gigantesco cubierto de espinos y quillayes, y el

ganado pastando ahí, habían potreros dedicados únicamente a la siembra de avena o

cebada y otros exclusivamente para el trigo, para eso estaban esos silos que don Julio

Pereira man-dó a construir, y todo eso hasta llegar a Marchigüe casi, si Rinconada de

Alcones y Mar-chigüe están separados por quince kilómetros de distancia, pero por

dentro esa distancia aumentaba, calcule usted lo enorme que era la hacienda de

Mallermo, Benito Gálvez observó todo eso y se enfrentó a la inmensidad de Dios, de

él mismo quizá, nunca, dijo, había visto tanto terreno abierto y sin cultivar, y luego de

mirar esa maravilla volvieron a las casas, y tomaron el camino de la izquierda, el otro

camino, el de la capilla y la escuela, y eso era más vasto aun, por acá, al contrario de

allá, estaban los piños de ovejas subiendo y bajando por los caminitos, por las lomas

secas y amarillas, buscando el pastito, la brizna de pasto que quedara por ahí, a full, y

yendo y viniendo, todavía no se había construido el embalse, y esas llanuras poco

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productivas llegaban hasta Pueblo Hundido y San Miguel de Los Llanos incluso, al

otro lado, mucho más allá de las casas, y Benito oteaba las planicies colocándose la

mano al modo de visera, bueno, dijo, ya he visto todo, y preguntó por el agua, don

Carlos Stüver le mostró las norias puestas en los diversos sitios, claro, con-cluyo

Benito, y lo enfatizó, si son terrenos de rulo, bueno, bueno, añadió, aquí falta un

embalse, y eso le preocupó sobremanera.

A todo esto, Sara, doña Sara se volvió a sentir contenta de volver al campo-campo,

mi feudo, mi señorío, dijo, donde yo me crié, y lo decía por la gracia y benevolencia

de ejer-cer su oficio de chonchón de ultratumba, sí, una magia antiquísima heredada

del pueblo mapuche, y durante tres noches seguidas salió a volar por ahí, a reconocer

los lugares, y como una bruja loca gritaba llena de felicidad: tue-tué, tue-tué, y después

volvía, pero eso era común en toda esta zona, en Mallermo, Las Garzas, Pailimo

estaban acostumbrados a esto, por eso les gritaban por las noches:

Canta feliz, canta sin penas

pero por favor, sobre nuestra casa

no arrojes la cagadera

¿Y qué cree usted que hacía el chonchón?, eso, nada más que eso, si en una parte

no era bien recibido arrojaba una copiosa cagadera sobre la techumbre, para matar,

enfermar, entristecer, hacer cualquier huevá, si la gente vivía de eso, si toda la zona

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central campe-sina está repleta de brujos y brujas, Mallermo no era la excepción, y

doña Sara lo sabía, ¿para qué dice que el Chequén quedaba al otro lado de San José de

Marchigüe, si Chequén queda por el camino a La Estrella?, bueno, quién está contando

el relato, usted o yo, lo hago porque me confundo, lo hago para enfatizar la idea de que

el Chequén era una zona de agua, como la del estero Cadenas, como el estero del río

Tinguiririca —los dos esteros principales—, y Las Juntas, donde se unen el río

Cachapoal y el reseñado, un sitio, repito, lleno de agua, de esa zona venía doña Sara

quiero decir, por esta razón, estando en Ma-llermo ya establecidos, decidió ir a buscar

a Luchito Serrano, un amigo de la infancia ma-yor que ella, que le serviría como

lugarteniente, y por dentro, en carreta, viajó para allá, le pidió permiso a Benito antes,

y el viaje fue largo, tormentoso, si habían caminos pequeños por dentro, cuando llegó

allá habló fuerte y claro.

Luego de buscarlo una y otra vez, lo encontró bañándose en el agua y ahí le dijo

pe-rentoriamente:

—Vengo a buscarte hermano, para que me ayudes.

Y Luchito dijo: ta, ta, ta.

Aquel buen hombre era un tanto sordo, y por culpa de eso le costaba hablar, por

eso tartamudeaba a veces, de un cuartucho, en el Chequén —porque Luchito era

originario de allá— sacó sus piltras, las echó a la carreta y con sus ojotas que más bien

parecían guale-tas, chaqueta de casimir todo roída, pantalones marrones de cotelé,

emprendieron el viaje de regreso a Mallermo, y todo el rato Luchito decía: ta, ta, ta, si

entendió claramente lo que doña Sara le había dicho perentoriamente, quiero que me

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acompañes, que te vengas a vivir conmigo, eso era, qué más, pero no porque le faltara

una pierna, sino para que le ayudara en los quehaceres de la casa, para construir una

huerta, para cazar conejos y pájaros, para re-citar las santas plegarias, juntos, muy

juntos, hágase el huevón nomás, Luchito Serrano, si usted también tiraba para brujo y

conocía todas esas cosas, mientras llegaban doña Sara dijo a Benito sin más: un amigo,

un invitado…, se quedará con nosotros por un tiempo, y el buen administrador se dio

cuenta que Luchito Serrano era un hombre tan disminuido, tan poca cosa, que no dijo

nada, si hablaba poco, casi nada, sordomudo casi, dirá usted, claro que sí.

Y la vida volvió a florecer, y comenzaron a caminar por la cornisa.

Claro, si ser chonchón es un peligro, y si te matan con un disparo con sal, el

conchón cae de inmediato y de ahí no puede levantarse, bueno, bueno, Benito no sabía

nada y nunca, por Dios, llegó a saber, si eso era un secreto, al contrario nuestro

administrador era buena persona y decía a diario: Dios premia a los humildes y castiga

a los soberbios, por eso iba a misa durante algunos domingos, pero el agua era lo que

más le urgía, y empeza-ron las rogativas, era tanto el fervor por el sabio elemento que

cuando dormía, durante las noches, su alma se salía del cuerpo y se elevaba a las

alturas, a lo alto del cielo, donde está el Partenón, el templo flotante de la justicia

divina, oh Dios misericordioso, si las almas bellas y justas conocen todas estas cosas,

porque lo saben, porque tú se los das a conocer, por eso les cuento con lujo de detalles,

don Benito hacía el saludo ante los ángeles y en-traba para adentro, ahí, adelante,

frente al estrado, se prosternaba ante la inmaculada presencia de Dios Padre

onmipotente, y ahí, véalo usted, pasaba horas prosternado implorando agua para

Mallermo, sí, yo lo creo así, y no invento nada, y su alma bajaba luego volando hasta

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ingresar al cuerpo de nuevo, y todas las noches repetía la misma operación una y otra

vez, si los hombres, los seres humanos también somos ángeles, ¿y cómo cree que las

plegarias llegan ante el rostro de Dios Padre bendito?, si todos, en Amor, somos uno,

en Amor y Voluntad, digo yo, y no digo cómo era ese templo flotan-te, de mármol

blanco y columnas dóricas, si en sueños lo he visto varias veces, tal cual el Partenón,

en lo más alto de la Acrópolis de la antigua Grecia, un magisterio universal de la Vida,

el Juicio y Potestad de Dios Padre Rey, en el entendimiento subliminal pueden suceder

muchas cosas, como esas, permítame decir, y fue tanta la insistencia y rogativas de

Benito que Dios Padre cumplió su palabra, lo hizo al fin el 60, porque Benito, además

de eso, iba a hablar de continuo con el alcalde Tulio Campos, alcalde y señor

honorable, a suplicarle la misma cosa, y quién sabe con cuánta gente habló, y el

financiamiento llegó finalmente por parte del Estado, por medio de la gobernación,

para construir un embalse grande, auténtico, digno que recogiera las aguas de invierno,

la empresa se llamó AGRO-SUR y venía de Rancagua, ellos trajeron buldozer y

retroexacavadoras y camiones tolva, y empezaron a faenar por el camino al otro lado

de la escuela, más allá, en medio de dos lomas, y las máquinas sacaban y acarreaban

tierra en forma grandilocuente, mientras edi-ficaban el taco trajeron bolones no sé de

dónde, férreos, redonditos, grandes como ellos solos, y los fueron poniendo ahí, para

sujetar la marcha y enclave del embalse, y arriba hicieron el camino angosto y largo

por donde uno pasaba, y al medio, el desagüe de ce-mento y de tres pulgadas, todo

quedó hecho y firmado gracias a la anuencia del perínclito administrador, qué más

quieren, dijo Benito, chis, ahora tendrán agua por montones.

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Y eso, a ciencia cierta, creció y creció como un mar sin fondo, las lluvias de

invierno arreciaron por cinco meses contagiosos e incorruptibles, y el embalse, créalo

así, se llenó de palmo a palmo, y la algarabía fue recontragrande, y hubo plantaciones

al por mayor, en todo el bajo abastecido por el reguero central, hubo tomates, sandías,

melones, maíz, mucho maíz, y arrozales, no sea mentirosa, dice Dios Padre infinito, si

en Mallermo nunca hubo arrozales, bueno, yo digo que sí, cuesta entenderlo, si la

hacienda era una maravilla, otro Paraíso más puesto sobre la tierra, todo gracia al

embalse, todo gracias a Benito Gál-vez Rodríguez, y por el camino brotó el totoral,

abajo, junto a las casas patronales, antes de las chacras, por donde entrábamos, ahí

estaba el ibis, el halcón y el perro, dice Dios Padre bendito, o sea usted y sus hijos, y

eso lo dejo oculto, y lo digo con orgullo, yo, yo, yo…, pero, válgame Dios, todavía no

aparecía por allá, Nano y Sergio, a todo esto, estaban en Santa Cruz a cargo de unas

tías, para que terminaran sus estudios pronto, si don Benito padre no había abandonado

su casona de ese pueblo, y tenía que atender, además, las parcelas de San Gregorio,

Cunaco, Benito el Grande, el hijo, con toda la plata que tenía y ganaba a manos llenas,

puso la flota de buses o micros BEN GÁLVEZ que hacían el recorrido a Isla de Yáquil

por dentro, con consentimiento de su padre, si era una familia linajuda, ya dicho,

principal de Santa Cruz.

Ya habían cumplido sus propósitos, y vinieron en masa de San Miguel de Las

Palmas, de San Miguel de Viluco y San Miguel de Los Llanos, no sé dónde queda eso,

y lo digo con diablura, porque Mallermo se hizo famoso gracias al embalse, no sé

quién tuvo la ocurrencia de traer pejerreyes ahí y arrojarlos al agua, y no sé si esto fue

bueno o malo, si para mejor o para peor, y el trajín de pasar a pescar se hizo rutinario

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los sábados y do-mingos, pero Benito y don Carlos Stüver no decían nada, no había

ningún letrerito ni na-da que no lo permitiera, a veces con la sola venia de un

campesino pasaban adentro, de cuando en cuando se metíen en bote y la pesca, allá

adentro, resultaba mucho mejor, des-de allá se veían las luces por la noche, y eso a

nadie asustaba o intimidaba, son hombres que están pescando, decían, y podían estar

toda la noche alumbrándose con focos, si pes-car es una felicidad, a pesar de lo

horrible que resulta ver a una criatura agarrada y tironea-da una y otra vez

insistentemente por la boca, yo también iba para allá a veces y me sor-prendía

tremendamente observar esa cuenca azul cubierta y tapada de agua —donde las

ondinas y nereidas cantan y bailan, decía—, donde Nano y yo nos amábamos con

tercio-pelo azul, con finura, acariciándonos, noche tras noche, como nunca.

Corría el año 60, y Nano, él contó más tarde, entró a estudiar a la Escuela Normal

de Preceptores, de los cuatro fue el mejor, él único que continuó con sus estudios, y la

ca-rrera elegida fue Pedagogía General, para ayudar a tanto niño pobre, indefenso, con

ojo-tas, de nuestro amado país, y es triste decirlo, yo también elegí la misma carrera,

en el mis-mo lugar, pero años más tarde, y vino la construcción de las casas patronales

de allá abajo, porque las de acá se hicieron poco, al otro costado del embalse, por el

mismo camino, en dirección a Pueblo Hundido y La Aguada, yo nunca fui para allá, y

no sé la fecha exacta de cuando ocurrió eso, todo tengo que imaginarlo, don Julio

Pereira había dado la orden y todos la ejecutaron obedientemente, don Benito no

estaba muy de acuerdo, si tenía las ca-sas del tororal ¿para qué quería más casas?, pero

hombre por Dios, exclamó Sara, déjalo, si la hacienda está creciendo, y compungido

tuvo que aceptar, y desde afuera Luchito Se-rrano escuchando todo, si tenía el cuarto

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afuera y con sus mansas ojotas subía y bajaba por el terraplén, abajo el corredor con la

artesa, la puerta y las piezas, arriba, repito: el montículo, y más allá la loma y llanura

fértil, ya habían traído ganado Hereford y Angus Abeerden, negros como diablos, y la

producción ganadero mejoró bastante, y era el propio Benito y don Carlos Stüver o

don Julio Pereira quienes iban a la feria a comerciar, y vol-vían a caballo o en tren,

Sara o Sarita no había abandonado Santa Cruz del todo, recurren-temente viajaba para

allá a hacer las compras, cuando volvía no se bajaba en la estación de Alcones como

podía suponerse, no, hombre por Dios, si era frenética y sabelotodo, sus-picaz y

abierta de culo, por eso, para que nadie le llevara la contraria, se bajaba en la estación

de Marchigüe y, desde allá, emprendía el rumbo a la hacienda cargada de bolsas y

paquetes, por dentro, saltando cercas y alambradas, teniendo como enemigos a los

toros suizos y escuchando cantar a las tencas claramente, qué mujer tan fastidiosa, si

había lluvia se tapaba con un paraguas y el viaje, la caminata, se le hacía más larga y

agotadora aún, cuando llegaba allá Benito le decía: por Dios mujer, por qué no me

dijiste que te fuera a buscar en la carreta, y ella no, no, repito: frenética y sabelotodo,

suspicaz y abierta de culo, y Luchito Serrano no almorzaba con ellos, si lo único que

hacía era tararear las palabras como un mono, este hombre nunca manifestó cariño por

nada y por nadie, vivía como un pajarito, sin embargo sabía cazar y trabajar, doña Sara

lo miraba de soslayo y le decía buenas palabras, la cuchara amarilla, añosa, la tenía

escondida sobre el poste, doña Sara le daba el almuerzo en un tarro de duraznos,

entonces sacaba la cuchara del escondite, se sentaba a una orilla del corredor y comía

solo, de buena gana, doña Sara, enseguida, le traía un vaso del buen tinto y él lo

tomaba en silencio, como un jote, con poquedad de ánimo, sin pensar en nada, pues no

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tenía hermanos, los labios le quedaban amorotados y con la barbilla recién recortada se

levantaba a cazar, los «guachis», trampas para pájaros, los tenía puestos sobre el

gallinero, y eso se notaba a la legua: que era un hombre salvaje, poco amigo de la

gente y comportándose siempre como un ciervo o jabalí, como si estu-viera siendo

perseguido por alguien o por algunos.

Entonces salía con sus guachis de palos y lazos de alambre, y recorría mundos y

tras-mundos, si el viejo sabía cazar, nadie sabía para dónde iba, quizá a la loma

contigua, o tal vez más allá, podía ser una hora o dos, él nunca dijo dónde ponía esas

cuestiones, si hacía cebadero o no, si andaba mucho o poco, lo único que pedía era que

le trajeran más alam-bre de conejo para hacer los lazos, tanto de liebres como de

conejos, con estacas cortadas de eucaliptos o con clavos, dependiendo de si fuera

invierno o verano, y era tan poco bullicioso que nadie sabía de él, si dormía a suelo

raso o sobre una colchoneta, si tenía por almohada un palo de escoba o un saco de

trigo, si bebía agua o no, qué sordomudo por Dios, cuando quería hablar, hablaba a

borbotones, eso era algunas veces nomás, porque siempre se le veía silente, cabizbajo,

triste, adormilado, lengua y labios bermejos, ojotas requeterecontragrandes, tanto que

las arrastraba, siempre, si los inquilinos no notaban su presencia, nunca nadie osó

preguntar por él, y doña Sara lo tenía medio escondido para que nadie lo viera o

descubriera, si era su acólito, su alma gemela igual a ella, un poco mayor eso sí, para

que le calentara la cama y la hiciera feliz porque ella amaba la vida do-méstica, las

vacas, los pajaritos, el campo, si era una calchona horrible.

Y así, Luchito Serrano volvía y se presentaba ante doña Sara diciendo:

99
—Le traje una perdiz mi señora.

Caramba, gritaba Sarita, una perdiz, ¿y mañana?

Mañana era otro día y tenía que esperar.

Y la honda de elásticos rojos colgando al cuello, y el Káyser, si tenían un perro

pastor alemán pero medio quiltro, no con todas las reglas, y no sé si eso era perro o

hurón maga-llánico u oveja, y tan lanudo y feo, y Luchito Serrano, como un idiota

muerto de hambre, le chupaba las ubres a las ovejas, ¿por qué creís que esas criaturas

andaban con mastitis?, si don Benito lo ve lo mata, si Luchito era y parecía un animal,

nunca fue ni quizo ir a una escuela, lo único que hacía era bañarse en los esteros,

zambullirse por debajo del agua con una cerbatana y escapar de la gente, ¿por qué cree

que era medio sordo?, a veces, cuando andaba cansado y álgido tenía que ir doña Sara

a interpretarles las palabras, si no se le en-tendía nada, la causa de su sordera había

sido eso: consumirse constantemente bajo el agua, si se creía pez o rana, haciendo

glup, glup, glup, o croando, croac, croac, croac, si doña Sara lo buscó harto harto hasta

encontrarlo en Las Juntas, con sus amigos de Las Pataguas, ¿y qué hacía hija por

Dios?, qué más, bañarse como pato en la laguna, y él: ta, ta, ta, ¿no habrá existido

amor entre ellos?, cuándo por Dios, si ese hombre no sabía lo que era el amor, cómo,

cuándo, sería horrible pensar eso, y no quiero hacerlo por nada del mundo, un viejo

feo, alto, ramplón, tonto como Frankenstein y doña Sara, no lo creo, yo nunca, maestro

Corneta, vi nada, ta, ta, ta, había que pedirle las cosas como rogándole, con anuencia y

permiso de doña Sara, mis hijos se criaron viéndolo a él, y es horrible pen-sar eso, creo

yo, subiendo y bajando por el montículo una y otra vez con el tarrito en la mano.

100
Los guachis los armaba a cielo descubierto, sacaba paja del granero, pedía un poco

de trigo a doña Sara y partía a ponerlos en los mejores lugares, y esa perdiz ¿cómo

cree que la cazó?, ¿cómo cree que vivía en el Chequén?, como un loco, como un

villano, apartado del público y de cuanta fiesta, si eso era anormal, don Benito lo

aceptaba para no llevarle la contraria a doña Sara, si ella le dijo y explicó que eran

amigos desde niños, que lo quería y amaba de verdad, pero solo como amigos, si

nunca tuvo ni pensó tener una revoltura con él, su marido, a quien amaba ella, era

Benito, eso lo dejó bien en claro desde el mismo día que Luchito Serrano llegó a la

casa, ¿por qué no le contaba la verdad a fin de cuentas?, de que ella, huevón, era

calchona y él, quién más, el tinterillo del diablo, si vivían y hacían las cosas juntos,

Luchito Serrano partía a los cerros más altos detrás de las codornices que en bandadas

cruzaban por las cercas, y él, arrimándose, ya aclimatado, con la lengua acarame-lada,

quieto y firme y contrito, ponía el guachi justo ahí, bajo una mata de espino, o junto la

zarzal, o cerca del totoral, para que nadie lo viera o pillara, y eran dos, tres o cuatro, y

bien lo digo, así nomás, sin cebadero, sin nada, a la buena mano de Dios, como salga

la cosa, como no queriendo, y al otro día se levantaba bien temprano, porque había

tanto zorro y güiña transitando por los campos, para que la caza no se escapara,

esperando tan-to y tanto, toda la noche esclerótica y escalofriante y fría, al fin, volvía a

caminar por los mismos lugares de siempre una y otra vez.

Y decía:

—Le traiga codornices ahora, vea usted.

Y doña Sara volvía a gritar de felicidad, eran tres, cuatro o cinco.

101
Si Luchito Serrano era un animal astuto, samaritano, y él no escatimaba esfuerzos

para servir a su señora, si usted, Gabriela, ya dijo que era un sirviente del diablo, ¿por

qué nunca se enfermaba o pasaba malos ratos?, ¿cómo convenció a mi suegro para

tenerlo y alimentarlo ahí?, ni que fueran brujos, ja. Luchito Serrano, lo más del tiempo,

andaba con cuidado como escamoteando las cosas, como viciándolas, si parecía

cucaracha por la for-ma como caminaba, o quizá ardilla o ratón para hurtar los

alimentos, siempre ahí, afuera acuclillado en el patio, o parado en la cocina mirando

las ollas, y la fiesta del lazo era me-jor incluso, durante tres o cuatro horas salía con el

martillo a armar esas huevás, y recorría mar, cielo y tierra, conocía gran parte de la

hacienda, y conocía de sobra los sitios seguros y no, los lazos de liebre son de doce

hebras y un poco más largos, los lazos de conejos son de ocho hebras en cambio, y un

poco más cortos, y él sabía identificar, en plena hierba, cuando había un camino de los

buenos, por donde pasaba el animal bendito de mi Padre, tenía alrededor de cuarenta,

cincuenta o más, y los iba poniendo en hilera, uno detrás de otro, y la marca la hacía

cortando una rama o hierba, por ahí tenía que pasar al otro día, y siempre, créalo usted,

cazaba uno o dos o tres conejos, y más de alguna liebre que había perdido la huella

durante la noche, si estas criaturas milagrosas duermen duran-te el día y salen a comer

y a jugar en el trasnoche, si son animales nocturnos, don Benito no tenía y nunca tuvo

escopeta, si la caza perjudicial o no, no era asunto de él, Luchito no pensaba así, por el

contrario, pensando siempre: esto es lo mío, o bien, de esto vivo yo, si la caza,

ejecutada como corresponde no tiene ninguna malignidad, ya lo dije, por eso él obraba

así, entonces llegaba a la casa regia y decía: oiga, le traigo una liebre ahora mi seño-

ra…

102
Y doña Sara, como laucha, no mala del todo, volvía a saltar.

Gracias, mi amor, decía, roja ya, avinagrada con tanto ajetreo.

Y no sé realemente si Luchito Serrano le correspondía a su amor o no, eso nunca lo

supe, y sobre ello no quiero pensar nada malo, dejémoslo así.

103
Yo había cumplido diecisiete años recién, en diciembre, y había pasado a Sexto Año

de Humanidades, el último, y estudiaba a la sazón en el Liceo María Auxiliadora de

Santa Cruz, en calle Orlandi, ya dicho, por la Plaza de Armas hacia adentro, a un

costado de la parroquia, no solo eso, estaba interna, no sabía ni sospechaba

remotamente que existía la familia Gálvez Osorio, si Santa Cruz era una ciudadela

mayor, más grande que Peralillo o Marchigüe, más grande incluso que Pichilemu, y

eso era mucho decir, por eso competía directamente con San Fernando, ya dicho, la

cabeza provincial, si todo eso era Colchagua, de aquí es originario el roto colchagüino

que tanto ha dado de hablar, que se extendió por todo el país, de aquí, de aquí, nada

más que de aquí, y famoso, créalo, en todos los rinco-nes de mi patria.

Yo tenía corazón de pirata y no había amado a ningún hombre todavía, y lo repetía

con frenesí: todavía, quizá mañana, pensaba, o pasado mañana cuando haya sol, tal

vez, me gustaba un niño de la tienda Caluga y Menta, por Rafael Casanova hacia

adentro, tercer local, creo, si todo el centro se ubicaba en esta arteria principal de

chicha y aguardiente, ahí donde vendían ropa a la moda, y eso me gustaba mucho, me

encantaba la tienda Re-ggo al medio, y la tienda C’Muà para mujeres como yo, y el

Multicentro y Fashion’s Park, en ese tiempo no había casino ni museo ni hotel de

cinco estrellas como ahora, si Santa Cruz estaba floreciendo en medio de la nada, mis

amigas eran Priscila Guzmán, de Pera-lillo, Rosario Landeretche, del mismo Santa

104
Cruz, y Pía Santelices, de Chépica, por las tardes, cuando las monjas nos daban

permiso, salíamos a caminar a la estación ferroviaria a mirar los cabros, y no

encontrábamos a ninguno de nuestro gusto, yo conocía todo el ramal costero de San

Fernando a Pichilemu, y sabía que había otro tan bello y sublime como el nuestro, el

ramal de Pelequén-Las Cabras-El Carmen, eso quedaba más allá, en la provincia del

Cachapoal si bien creo, y si me hubiesen hablado de San Vicente de Tagua Tagua, de

Peumo, Pichidegua y todo eso, yo habría dicho Sepa Moya, si todos los viajes que yo y

mi padre y hermanos realizábamos, los hacíamos por el ramal de Pichilemu-San

Fernando, ya dicho ya, y cuesta creerlo, me encantaba un mundo viajar en tren, me

subía al segundo o tercer vagón y hacía mi travesía, después, con Priscila, Rosario y

Pía íbamos a la calle Rafael Casanova y nos encantaba vitrinear, llevábamos una

sombrilla de colores para divertirnos, y bajábamos como buitres dichosamente hasta el

Terminal, ahí, en la botillería de don Benito, comprábamos bebidas, nunca iamginé

que ese corajudo hombre iba a ser mi suegro, yo nunca lo vi, solo sabía que el letrero

arriba decía: BOTILLERÍA DON BENITO, con flores y amor regresábamos a la plaza

y ahí nos quedábamos por un rato antes de volver al colegio.

Las noches eran tiernas y azulgranas, las piezas estaban para atrás, al otro lado de

la multicancha, y no todas estábamos internas, algunas no más, unas se venían por la

maña-na directamente a la escuela, y todas, créalo así, éramos buenas amigas, no nos

dábamos el tratamiento de «compañeras» porque eso suena pésimo, sino simplemente

de amigas, éramos como treinta, el único y último año de Humanidades, y yo, en

matemáticas, con la profesora María Luisa Stromberg hacía agüitas, qué ramo tan

complicado, no sé cómo pude pasar de curso tantas veces si no entendía ni jota,

105
primero fue el álgebra y el cua-drado al binomio, después las ecuaciones de primer y

segundo grado, enseguida la geome-tría abstrusa, y luego los logaritmos, váyase a la

cresta, así tal cual, si no entendía nada, y me iba pésimo, en las pruebas constetaba

puras burradas, y Priscila y Rosario me ayuda-ban, sin que María Luisa Stromberg se

diera cuenta, intercambiábamos las pruebas, donde faltase la operación, ellas

contestaban por mí, yo entregaba la prueba y me reía sola, para mis adentros, antes de

estallar en llanto, si no podía, no podía…, doña María Luisa Stromberg se paraba

adelante y empezaba con la cháchara nauseabunda de signos y números, y yo colgada

como una tonta, del curso era la peor, la más porra y autista, y lo digo con ironía, el

librito que usábamos era el Fancisco Proschle, qué librito Dios mío, yo, para remate,

nunca lo abrí, la profe decía: ejercicios del 10 al 20, oh por Dios, y luego: del 21 al 30,

así, para que todas entendiéramos el intrincado laberinto del álgebra por ejemplo,

chucha madre, oh, usted diciendo una grosería, bah, también las digo, y cuando llegaba

la hora indicada nos sacaba adelante a hacer el ejercicio requerido, una vez me sacó y

explo-tó en ira, qué muchacha por Dios, tontita, dijo, no sabes nada, y me mandó a

sentarme de vuelta ante la incredulidad de algunas, yo pensé: vieja estúpida, me quiere

hacer la guerra, y nunca más me volvió a sacar, si la vieja lo hacía de adrede, como

para burlarse, tiempo más tarde supe que se había comprado una casa en Pichilemu en

avenida Ortúzar, al final, colgando a pique, y cuando la veía por los pasillos o por las

calles nunca la saludaba, no, eso sí que no, yo no saludo a viejas alcahuetas conchas de

su madre, sí, claro que sí, si yo soy certera y precisa, como las matemáticas.

Yo no era una chismosa, y desde Pailimo, el otro pueblo señorial de más allá,

comen-zó a pasar la micro de don Jorge, un viejo rojo muy parecido a mi padre, y la

106
micro era de color amarillo y colorado, parecía centollo ultramarino transitando por el

pueblo, en vez de venirme en tren el día sábado, como de costumbre lo hacía, me venía

en la micro de don Jorge que salía a las dos de la tarde de Santa Cruz, día viernes,

claro está, así aprove-chaba lo que quedaba del día, y los chiquillos también se venían

conmigo, y Susanita por lo pronto, si también estaba interna como yo en el mismo

colegio, ella iba cuatro cursos más abajo, y era una porra no solo en matemáticas sino

en todas las materias, yo, co-miendo una manzana alegremente, nunca la vi estudiar, si

no hizo estudios universitarios, cómo, con qué ropa, abuelita, si yo era la grande, la

mayor, la más aplicada y estudiosa, yo actuaba en concordancia, ¿qué cree que

significa comer manzanas?, pues qué, comer el fruto prohibido, transgredir todas las

normas, si yo era una transgresora, si algo no me gustaba no lo hacía simplemente, tú

me eseñaste eso abuelita, no hay que estar jodiendo a nadie para conseguir algo, soy

yo y mi mundo, yo y mi circunstancia, como dice el filósofo Ortega y Gasset, y créalo,

nunca pedí ayuda por algo a nadie, yo me hacía valer por mi misma, y Susanita era

igual a yo, un poco débil y abatida, siempre se salía con las suyas, yo al menos

estudiaba, ella no, y nuestro padre y nuestra madre nos querían de igual modo,

mientras llegaba a la casa el día viernes, los saludos y todo eso, Teresita decía: ¿y

cómo le fue mi’hijita?, yo decía: bien, gracias, otra semana más, y le ayudaba a hacer

queso blanco de leche de vaca, y si hacían pan amasado también ayudaba, si nunca fui

liviana y levan-tada de culo, mi padre era quien aporreaba la masa con sus manazas, y

el vello quedaba ahí, y nadie reprochaba eso, la señora Luca cocinaba pantrucas o

«machos ahogados», y le ayudaba a servir, si doña Luca era una buena persona,

honesta y justa, de grata presencia y feliz, casada enhorabuena con Germán Meléndez,

107
de lo alto, cuñada de Fernandito por lo pronto, un hombre que fue importante para mí

y para la vida de mis hijos, bueno, bueno, si yo, a mis diecisiete años, era toda una

mujer, mamá por Dios, no me hago la de las chacras en esto, yo nunca fui una

alcahueta, nunca facilité ni obtuve nada a cambio por una relación amorosa, ni yo sé lo

que es eso, porque todavía no me adentraba en el mun-do del amor.

Alcahuetas, chismosas…, sí, las habían, y mi madre y abuela se tornaban así a

veces, yo no soportaba esas cosas de ellas, estar hablando de la gente así como así,

todo eso provenía de mi padre, si él y toda la gente de la Peñablanca eran cahuineros,

sí, lo digo con todas sus letras, si los Iturriaga eran así, abiertos de raja y habladores,

ja, y mi padre nos llevaba a la Peñablanca de cuando en cuando a visitar a la otra

abuela, no sé si la men-cioné ya o no, y nos acariciaba las manos y nos tomaba el

cabello, y era muy buena, atenta, gloriosa, la madre y abuela de aquellos maravillosos

parajes, y después, en camión volvíamos, yo hacía mis tareas y estudiaba, y así pasaba

el día sábado y venía el domingo, a veces iba a misa en la mañana y era feliz

contemplando a esos muchachones, huasos algunos, otros no, en la tarde mi padre nos

iba a dejar a la estación y hacíamos el viaje de regreso a Santa Cruz, a las monjas, dirá

usted, día domingo, con el deseo de estudiar y salir adelante, solo sé que nada sé y

entre más sé, sé que nada sé, como el aforismo socrático, repitiéndolo una y otra vez,

si el hombre y la mujer no somos nada ante la vida, y yo, a pesar de mis diecisiete

años, ¡qué iba a saber!, si en el colegio enseñaban lo básico nomás, y tenía el bolso

lleno de cosas, de ungüentos y colonias, y me tapaba la cara con crema Nivea y

Pielarmina, para mejorar mi apariencia quizá, parecía una flor, una pomarrosa, algo

así, como un manzano floreciendo con el fruto prohibido, porque yo siempre fui una

108
pecadora, y eso me encantaba, transgredir una y otra vez todas las normas, si, de

verdad, pasaba comiendo manzanas, simbólicamente en efecto, y Susanita atrás mío

también, si me gustaban los hombres, todos los hombres, fueran ricos o pobres,

machos o no tan machos, con botas de tacón o sin ellas, entonces, llegando a Santa

Cruz, tomábamos la carreta y nos bajábamos en la plaza, nuestro padre nunca quiso ir

a dejarnos en camión, el petróleo sale muy caro hija, decía, por eso el tren, los

chiquillos, mis hermanos quiero decir, se iban en la micro de don Jorge el lunes a

primera hora, si el viejo pasaba por el pueblo como a las siete, y llegaban justo a las

ocho, o pasadito las ocho, para entrar a clases con dardos y muelas y botellas, sin lujo

ni engreimiento, bien portados siempre, en el IRFE (Instituto Regional Federico

Errázuriz), porque para estar ahí había que ser buen alumno, si no te echaban, ahí, ahí,

en plena avenida Errázuriz, así se llamaba ahora, no avenida Paniague como antes,

porque el alcalde se le ocurrió cambiarle el nombre, y todos felices abuela, era lo que

tú querías para nosotros, que estudiáramos mucho mucho, por-que tus hijos no

pudieron y nunca quisieron, y vamos dándole.

El día lunes tempraniro empezaban las clases y yo era buena para castellano, y

para Historia y Ciencias Sociales y Ciencias Naturales, y para Inglés un tanto, me

costaba un mundo estudiar esas huevás, pero con esfuerzo lo hacía, la vieja de Inglés,

doña Regina Davis, nos hacía sufrir muchísimo, completamente alterada gritaba: this

is my class, y noso-tras escuchándola con la boca abierta con estupor, qué querrá esta

vieja ahora, decía en voz baja, y Priscila y Rosario y Pía y yo, todas juntas, porque nos

sentábamos juntas, asustadísimas, nos quería colocar una mala nota de adrede, nos

quería llamar la atención, quién sabe, por eso gritaba a voz en cuello: this is my class,

109
pay attention please…, vieja idiota y facinerosa, yo estudiaba el libro y todas sus

huevás con esmero, y nunca de verdad aprendí a hablar ese idioma culeado, yo amo el

castellano, amo mi tierra, amo mi gente, sus dichos, sus modismos, su hablar, y si

alguien menciona una palabra que desconozco lo aborrezco al tiro, I was never a baby,

claro que sí, sí sabía algunas cosas, lo más básico y noble y directo, gracias a ella, a

doña Regina Davis, profesora muy estúpida por lo demás, por eso, por hablar así,

como una cloaca, sin amor, sin brillantez, a quien nunca quise ni amé de veras.

Y eran seis horas aburridas de estudio, eso duraba la jornada, salíamos a las dos o

dos media, a almorzar en los comedores, y era tan pero tan mala la comida que

siempre criti-qué eso, como las monjas salesianas de don Bosco, si eran la misma

huevá, con su máxi-ma de educar evangelizando o evangelizar educando, lo mismo

repetido dos veces, de la religiosa Santa María Mazzarello, podían darnos cosas así, si

no tenían plata acaso, unas mazamo-rras con migas de pan horribles, carne fría y

aguardentosa, frutas y verduras amargas agua-chentas, oh, qué asco por Dios, cómo

comíamos eso, ni las moscas o chanchos eran capaces de tragar eso, ni que fuéramos

perros, teníamos que olvidarnos y pasar el almuer-zo durante horas y horas, y ahí los

niños, si me apuro, me gustaban los estudiantes del Colegio Marista de San Fernando,

de calle Marcelino Champagnat Nº 0180, siempre los veía pasar con su chaqueta azul

mario e insignia morada, rubios, altos, amorosos, de ojos verdes o azules, preciosos, lo

mejor de su zona, dirá usted, y junto a Priscila, Rosario y Pía comprábamos un

Belmont o un Viceroy, para probar como era el cigarrillo, pero eso lo encontraba tan

fuerte que nunca me gustó, si nos creíamos grandes, y volvíamos al Inter-nado a

repasar las materias, de nuestro curso éramos como seis o siete internas, todas las otras

110
venidas de afuera, y en la noche la jugarreta de los cojines, toma un cojinazo y dos y

tres, y revisando las revistas de moda a escondidas, sor Ruth era letal, si nos pillaba

ha-ciendo algo malo mandaba a llamar al apoderado de inmediato, no sé qué cargo

tenía la vieja, si era inspectora jefe o solo profesora, y sor Angélica, una monja arisca,

moñuda, arrugada, era mucho peor, si pasaba gritando por los patios, decía a rajatabla:

no se suban ahí, y luego: no hagan eso, y diciendo siempre: yo mando aquí, niñas, este

es mi colegio, empoderada, con los brazos en jarra, yo nunca la tomé en cuenta, nunca

le hice caso quiero decir, me echaba las manos al delantal y salía de ahí, para evitarla,

si era fea y ho-rrible, peor, mucho peor que sor Ruth. Y eran las únicas monjas que

veíamos a diario, las otras pasaban acuarteladas, y, por eso mismo, no sé realmente si

habían más o no, y venía el curita a hacernos misa por las tardes, y eso me abrumaba

en extremo, misa día por me-dio, yo nunca comulgaba a pesar de que me confesara de

continuo, porque las monjas nos obligaban, así y todo nunca tuve arrebatos de ira, mis

pecados capitales los controlaba de a poquito, de ahí la confesión, y era, valga decirlo,

de las mejores alumnas, si no la mejor, aunque en matemáticas fallara una y otra vez.

Bien lo sé, Gabriela, las monjas me querían mucho mucho, cuando dimos los exá-

menes para entrar a la universidad fui la mejor evaluada, por eso las monjas

dictaminaron en forma bondadosa que estudiara Medicina, si por de pronto, había sido

la mejor, yo di un grito fuerte y dije que no, señoras, expliqué, no hagan eso conmigo,

yo quiero ser profesora, eso es lo que más quiero, lo que más me urge, sí, Gabriela,

como toda Ga-briela, añadí, era lo mejor para mí, y así lo hice y cumplí, y de esta

manera me inscribí en la Escuela Normal de Preceptores Abelardo Núñez, allá lejos en

la ciudad, muy lejos de mis padres y de todo, no para escaparme sino para ser feliz,

111
muy feliz, para ser como yo era en aquel entonces, hice las maletas y partí en tren a la

ciudad, y me tocaron ramos di-ficilísimos, mucho más complicados que los que

estudiábamos en el colegio, si eso de antes, de Humanidades, eran puras tonteritas, yo

nunca fui aturdida y aprendí las nuevas materias de buena manera, y tanta gente

estudiando, éramos como cincuenta, y buscando alguna declaración de amor y todo

eso, y era tanto el estudio que, por culpa de eso, no pude tener amigos o amigas, nunca

Dios mío, y lo digo a calzón quitado, ni un amigo o amiga, nada, puro estudio. Cuando

fue la licenciatura en el colegio vino mi padre y madre, y mi tío Raúl de Rancagua,

con su trajecito y pañuelito del mismo tono, mocasines y bigo-te corto a lo Robert

Taylor, y nos sacamos fotos, yo con mi moño y guantes rasos largos, yo me creía una

flor, una rosa llena de elegancia y primor, y mis padres igual, orgullosos de mí a

ciencia cierta, todavía conservo esas fotos, y es tanta la belleza y donaire que expresan

que todos quedan alegrados mirando eso, ¿tú?, preguntan, sí, digo yo, en mi li-

cenciatura junto a mis padres.

Y lo nuevo vino y vino, y aprendí muchas materias, si Humanidades era un

peldaño para subir, y los estudios superiores, otro peldaño para seguir subiendo, me

hablaron cla-ramente de María Montessori, si en eso consiste la Pedagogía, paidos:

niño, y agogós: guía, conductor, que el niño debe ser educado en un ambiente de amor

y cordialidad, de fe, confianza y empatía, así el niño elabora su lenguaje y crea su

mundo de juegos y amigos, bien lo sé, si tú Gabriela, la maestra rural, trabajabas así,

yo estudiaba los textos con amor y prodigalidad y poco a poco iba aprendiendo, luego

Pestalozzi y el aprendizaje por la cabeza, la mano y el corazón, si toda educación se

basa en el maestro, el niño lo aprende todo de él, y con intución y alegría captaba

112
absolutamente la magia de todo eso, y me hablaron de John Dewey y de Freinet y la

Escuela Moderna, y fue conociendo las mejores técnicas de ense-ñanza dictadas por

unos y otros, si todos estos señores y señoras habían sido filósofos de la educación

sobre todo, pedagogos, siempre, todo centrado en el niño y su aprendizaje, pero el

mejor educador, pensaba yo, había sido Jesucristo, ¡cuántas cosas no enseñó ese

magnánimo hombre!, y medio frustrada, en la sala o patios, repetía con el

pensamiento: buscad el renio de Dios y su justicia, y todo lo demás será dado por

añadidura, si ya me creía profeta por culpa de las monjas, y hacía cuenta regresiva y

recordaba mis años en el colegio, y me preguntaba ¿por qué no fui monja en ese caso?,

no, si yo lo decía era porque amaba la vida, amaba el mundo, quería, con enojo,

santificar mi entorno, y repetía con pundonor: he venido para que tengan vida y para

que la tengan en abundancia, oh Dios, si ya me creía religiosa del Colegio María

Auxiliadora, pucha miéchica, no sabía lo que pasaba conmigo, si el asunto del rezo, de

la fe, todo eso, no lo podía superar, todos fuimos educados en eso, y máxime teniendo

a la abuela Teresita encima que ¡válgame Dios! pasaba rezando, ¿no habrá tenido

ganas de rezar?, pregunta alguien, no, en lo absoluto, al contrario: quería ayudar,

educar, repito: santificar, y luego por la calle: orad en todo tiempo y no desfalleced,

como decía el Evangelio de Lucas, y eso era en verdad, orar, cavilar, pensar en Dios

siempre, si el Nuevo Testamento, de tanto leerlo por obligación, lo conocía de

memoria, yo nunca, de verdad, quise ser monja, eso lo aborrecía de plano, si a mí me

gustaban los hombres, excelentes, galantes, graves, comprensivos, quería que me

tocaran, que me masturbaran con el dedo, que me amaran en alguna medida, pero otra

vez ¡oh Dios! la cuestión creyen-te, si tardé muchos años en olvidarme y

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despercudirme del asunto religioso, todo por culpa de mis padres, no es cierto Priscila,

recordaba, no es cierto Rosario y Pía, y no escuchaba su voz atolondrada, su gracia

juvenil y alegría, ellas no estaban conmigo ahora, pues estaba en un ambiente nuevo,

en la crème de la crème, pensaba, y como tonta, volvía a repetir por enésima vez:

felices los mansos, porque ellos recibirán la tierra en herencia, o bien: felices,

dichosos —reforzando la idea— los que padecen hambre y sed de justicia, porque

ellos serán ahítos, qué locura por Dios, ya pues, demonios, decía, déjenme tranquila,

déjenme en paz, volar de aquí, si no soy una tonta ni una loca, gritaba, si la vida es un

largometraje interminable, irresistible, y yo, como nunca, participaba de él como una

actriz nueva, poderosa, el pro-ducto de toda una vida, quiéralo Dios, si ya me creía

profesora ya, grande, noble, famosa, dichosa, inteligentísima.

Las cartas están echadas, pensaba, y nunca, renunca, recibí las críticas de alguien,

si era una niña de bien, la primera que tuvo mi padre, y eso era mucho decir, una niña-

ejemplo, una niña sobre todo dotada de virtud y capacidad, habilosita, decía mi madre,

y le encon-traba toda la razón, y siguiendo esto obraba con honestidad y decoro,

amaba mi nombre y nunca pensé cambiarlo, pese a que haya existido otra Gabriela

más grande que yo, si ella dio los primeros pasos, y se hizo famosa por eso, por lo

mismo mis padres me colocaron ese nombre, para que la alcanzara o superara, y por

eso mismo yo elegí la carrera de Peda-gogía, Pedagogía General para ser más precisa,

y eso fue como subirse al toro, girar y gri-tar, pero con ahínco, con ímpetu, y sobre

todo con amor, si jamás nunca, de verdad, me había sentido tan dichosa, y tan grande,

y tan dije, y tan simple, y tan hermosamente pura y enérgica y sabelotodo. Tan fresca,

como diría Teresita del Niño Jesús, tan fresca de raja, diría yo corrigiéndola.

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Y la tierra se felpó de hierbas y granos.

Era que no.

Y el embalse se volvió a llenar.

Entonces, doña Sara y Luchito Serrano recitaron las santas palabras:

Sata, Sata, Sata,

ven aquí a ayudarnos

Y luego:

Sata, Sata, Sata,

con honor y gloria te invocamos…

Y don Sata, Satanás, no aparecía por ninguna parte, eran puros deseos.

Doña Sara lo sabía, por eso se hacía la tonta, si eso nunca se ve, solo se siente, por

eso solicitaba la ayuda de su acólito, y sin girasoles, sin flores de ningún tipo, Dios

mediante se echaba el ungüento, su cabeza se desprendía de su cuerpo

metamorfoseada en el pe-quén, especie de mochuelo de la zona central, ya dicho, y,

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con alas largas como murciéla-go, por los recovecos salía revoloteando como si nada,

como mojón quizá, tranformada en el chonchón, canta feliz, canta sin penas…

Así, así.

Pero la gente sabía defenderse diciendo:

Martes hoy,

martes mañana,

martes toda la semana

Si no eran tontos, si la gente de campo también tiene sabiduría, repito: todo

plagado de brujos y demonios, ah no, no me cree, si cuento la verdad enterita, por Dios

santo, si brujos y brujas hay en todas partes, tanto en la zona central como en el sur, y

para Mallo-co y Talagante e Isla de Maipo más aún, en San Pedro de Melipilla y La

Manga y Loyca también, no iré a saber yo, si también tengo dedos para el piano, y el

Partenón, créalo así, ante la abundancia de cosecha, bajaba a posarse sobe el suelo, yo

lo he visto en sueños varias veces, y la gente entrando a hacer sus plegarias, como las

mandas que se hacen en Pelequén, algunos de rodillas, otros de guata, otros a pie

pelado, y haciendo el pase y salu-do mágico, si todos, repito, somos ángeles, ángeles

de Dios, ángeles del Señor, ahí no hay robo ni usura, cada cual hace su trabajo y

cumple, y el que no cumple se va al Infierno, si para eso está, y el fuego eterno es

117
mucho peor, de ahí no sale nadie, y Benito Gálvez padre siguió visitando el Partenón,

templo flotante maravilloso, cuando necesitaba ayuda, si fue y era muy creyente.

Las cosas así o asá, y Benito o don Benito tenía una camioneta Ford azul ya, con

una tolva puesta en la carrocería para llevar agua a los animales, si el trabajo de la

hacienda era grandísimo, el ganado Hereford, él mismo contó, lo trajo del valle de

Población, te lo re-galamos, dijeron, porque tú eres un buen hombre, pujante, ebrio de

vida, el más grande y gallardo de Colchagua, el más grande del mundo, dijeron, y el

Angus Abeerden, del mismo modo, antes de que lo pisara un canguro, lo trajo de El

Olivar —donde se cría mucho—, al otro lado de Requínoa, la hacienda, con esto,

quedó llena, ya no cabía un alfiler, y repetía a viva voz moviendo los labios: Pablito

clavó un clavito, qué clavito clavó Pablito, oh sí, maestro Corneta, si usted era así, o

tres tristes tigres trigaban en un trigal, o bien, ese dicho que te han dicho no le he

dicho yo, porque si te lo hubiera dicho yo estaría bien dicho por haberlo dicho yo, sí

suegro porque usted era así, y se dirigía a la carretera, tomaba el camino central hacia

Al-cones, apretaba el acelerador a concho y volaba, co-co-ro-có, o qui-qui-ri-quí,

cantando feliz de la vida, si usted ya había cumplido con don Julio Pereira, si él lo

amaba y respeta-ba, por todos sus logros, y para no tener problemas no se metía con

usted, si usted, suegrito, sabía más que él, usted tenía técnica, cacumen, aristocracia y

visión, sabía más incluso que el propio primer ministro don Carlos Stüver, viejo

chascón y feo, de nariz chata o caída, si don Julio Pereira se hubiese unido a don

Carlos Stüver, usted de igual modo los hubiese superado, usted era grande, justo,

perfecto, equilibrado, magnífico, si usted conocía a Franco Nero y a Omar Sharif y a

Oliver Reed, a todos esos, usted sabía más que el propio Padre Hurtado, no canozanido

118
aún, por eso pasaba hediondo a guarén, y tenía tantas deudas que nunca pudo pagarlas,

si era un hacendado peligroso para algu-nos, un coipo, repito: un guarén viviente,

cómo estamos, si usted no se metía conmigo, algún motivo habrá tenido, y decía:

dábale arroz a la zorra el abad, o Roma ni se conoce sin oro, ni se conoce sin amor,

si conocía todas esas cosas, o bien, Roma o Amor, si son lo mismo, si tenía un Cerebro

gigante, si visitaba el Partenón, eso no lo hace nadie, ni los santos, era capaz de leer de

atrás para adelante como lo hacen los demonios, por eso trajo dos tracto-res John

Deere verdes, los del venado amarillo, los mejores para las faenas de campo, y el

trabajo agrícola se envalentonó, toda la paja la guardaban en los silos, y yo veía todo

aque-llo: cómo con horquetas apilaban los manojos y gavillas y desde el coloso, arriba,

por atrás, las tiraban a la punta hasta consumirse, y por el hoyo de abajo, más tarde,

cuando era necesario, la volvían a sacar, el forraje, por esto, creció con dignidad y

elegancia y jus-teza, y el tractor Massey Ferguson rojo con el catango atrás, donde

llevaban el agua para los animales, si había abrevadereos en todas los sitios, una

hacienda colosal, magnífica, suntuosa, con tanto forraje y talaje, matraca tras matraca.

Y párele de contar, si don Benito era hombre rico, millonario ya, en él, Pedrito, no

ha-bía ninguna amargura, había cumplido con su matrimonio y con todos, ¿qué era en

ver-dad?, una avispa, una avispa hortelana, del trabajo y más trabajo, así se construyen

los ho-gares y estancias y planetas y Soles y galaxias, con esfuerzo, con inteligencia,

con pundo-nor, usted, usted, suegrito, ni en Mallermo ni en Rinconada no había nadie

como él, in-tentaban imitarlo pero no podían, si don Benito tenía su propia sangre,

insignia, clase y vigor, si su casa era un templo, y con el braserito para calentarse de

las frías tardes, y decía: Eva, ya hay ave, y luego: la ruta nos aportó otro paso natural,

119
si sabía tanto de mate-máticas como de castellano, tanto de historia como de biología,

todo lo aprendía por osmosis, un extraño tipo de aprendizaje, si era baquiano, cuánto

lugar no conocía, ¿a qué cree que iba a Lolol, a Paredones y Bucalemo?, a la fiesta del

zorro, dirá usted, mentira, nunca le interesó eso, si a él le gustaba jugar con las

palabras, era estilista y ovejero, metía las patas constantemente y las metía hasta el

fondo, si era un buscavidas, no estaba satisfecho de su pasar en Santa Cruz, bueno, por

eso cambió de rumbo y vida, y desde el Partenón lo observaban, allá arriba donde

moran los ángeles y arcángeles, y lo alababan, los libros de la justicia divina tenían

retratos de él, cuando por ejemplo dormía, una foto, cuando se levantaba, otra foto,

cuando salía andar en la camioneta, otra foto, el libro de naturaleza invisible, el libro

de la vida decía: la vida y obra magnífica de Benito Gálvez Rodríguez, por honor y

gracia de Nuestro Señor Jesuscristo y la Divina Providencia, con puño y letra del

Sagra-do Corazón, si todos tenemos nuestro propio libro, allí donde se anotan las

buenas y ma-las obras, las emociones y pensamientos y omisiones, si la Biblia lo

menciona, lo llama el Libro de la Vida, o el Libro de la Ciencia del Bien y el Mal,

repito: de naturaleza invisible. A la fiesta de Santa Rosa de Pelequén, del treinta de

agosto, no sé si iba o no, yo creo que sí, bufón, si esas cosas no se las perdía, ahí se

juntaba mucha gente, y vendía empanás y vino tinto, anticuchos y gallinas enanas,

todo ante el jolgorio fragante de payasos y saltim-banquis, viejas sin dientes y

ancianos atormentados, si era una fiesta universal conocida por todos, doña Sara nunca

se la perdía y de allá volvía con bolsas de charqui, de pasas, y maní, y nueces y

almendras, si las frutas secas le encantaban, una vieja costumbre que traía del

Chequén.

120
Bueno, Lele Guajardo contó, yo nunca lo vi, que Luchito Serrano hizo una

huerta

cuadrada de treinta metros de largo por veinte de ancho, repito: yo nunca vi eso, sin

em-bargo le creo, Jorjo, amigo, Pimpo, y Tete Rojas, todos ellos trabajadores de la

hacienda, y ahí se puso a plantar cebollas, tomates, ajos, pimentones y todo eso, y la

tapó con ramas de espinos y cañas de bambú, para que nadie entrara ahí, en las esquina

puso dos esca-leras, una por dentro y otra por fuera, si era para abajo o para arriba, si

estaba cerca de la casa o lejos, no lo sé, doña Sara le proporcionaba las semillas o

almácigos y él, en forma saludable, hacía su trabajo, el agua la conducía por acequias

desde el reguero central, oh Jorjo, oh Pimpo, oh Tete Rojas, ustedes saben todas estas

cosas porque las veían a diario, y tú también Mario, hermano del Tete, en tu

carretoncito, y tú Renato y Gonzalo, todos esos, si los conozco y conocí, si yo les hice

a clases a todos ellos o a sus hijos, si no soy boluda, Luchito Serrano pasaba toda la

mañana en la huerta aporcando las tazas y surcos, regando lo más bien del mundo, con

su pala de hoja y azadón y rastrillo, si el viejo tenía los dientes carcomidos, uñas largas

sucias feas y pantalones con manchas de pintura o cloro, uf, cómo se afanaba ese

hombre, con su gorrito de lana y andar quejicoso, barba siempre recortada con el

cuchillo y pelos de la cabeza arremolinados, y sus ojotas, las infaltables ojotas, yo

todavía no lo conocía, y después, por las tardes benefactoras, se iba a pescar pejerreyes

a veces, el cuartucho lo tenía lleno de tarros de yogur vacíos, con algu-nos clavos y

grapas adentro, botellas de vidrio y de plástico desvencijadas, tarros de Nescafé con el

nylon enrollado, y lazos y más lazos, los anzuelos los fabricaba doblando un alfiler con

fuerza, hacía la armada y abajo ponía una plomada, y de esta manera se iba a pescar, se

121
instalaba en la parte más honda del taco, de seis o siete metros de profundidad, y

vamos pescando pejerreyes, y sacaba unos cuantos, no tan grandes eso sí, los echaba a

una bola de nylon, volvía a las casas caminando en forma solitaria y silenciosa y se

presen-taba ante su amada Sara.

Y decía con ganas:

—Le traje pejerreyes del tranque mi señora.

Y doña Sara, entusiasta y ágil, lo elogiaba con bonitas y buenas palabras, eso para

mí, decía, oh, cuánto se lo agradezco, me encantan los pejerreyes fritos con ensalada

de toma-tes y cebolla, si don Benito traía pescado y mariscos constantemente de San

Antonio, do-ña Sara le daba un vaso del mosto más ligero que había y Luchito Serrano

se sentía feliz nuevamente, si doña Sara sabía apreciar lo que era bueno o no, y

Luchito, por ella, era ca-paz de dar la vida, si pese a ser sordo no era un holgazán, la

gente, los lugareños y don Benito lo habrán despreciado, pero ella no, si lo amaba, si

ambos eran del Chequén, pue-blo de tres o cuatro casas maldito, me importa un bledo

que quede por la camino a La Es-trella, yo lo coloqué al otro lado de San José de

Marchigüe y con eso me quedo, si era, repito, un sector con aguas, y a veces, en

invierno, se ponía botas de goma o bototos gruesos, y estos últimos, con una argamasa

de grasa los cubría, para evitar la lluvia y el viento fuerte, y, claro está, se ponía una

manta de lana de oveja con rayas lívidas, toda agujereada, qué parecía, un fantasma de

ultratumba, un zombi resucitado, el mismo Fran-kenstein quizá, si era alto, corpulento,

fuerte, de manos largas, robustas y esqueléticas, cara llena de surcos y cráteres, dientes

amarillos grandes cuadrados, repito: jo, jo, jo, el mismo Frankenstein en persona, jo,

122
jo, jo, aquí vengo yo, el peor es nada, con la fiesta de la perdiz y el guachi, las liebres y

los conejos y coipos, y doña Sara queriéndolo tanto, si eran uña y mugre, uña y carne,

como se dice.

Los almágicos de cebolla y tomate se los pedían encarecidamente a Benito, y este

se los traía directamente de Melipilla, por la carretera habían unos puestos donde pedía

y compraba a su gusto, y las semillas de las hortalizas las traía de Santa Cruz, y vamos

repi-tiendo Pablito clavó un clavito, qué clavito clavó Pablito, para hacer mofa de

Luchito Serrano que apenas podía hablar, si a veces era tanto el susto que

tartamudeaba, se le atragantaba la boca y la lengua y la saliva saliendo a borbotones, y

moviendo las manos, los dedos y uñas sucias tratando de expresar correctamente lo

que quería expresar, si soy yo, Gabriela, con-tándote esta historia a ti, a ti, créeme, si

todo lo que te digo es cierto, en el mapa, búscalo si quieres, sale un marca celeste y al

lado la nota pequeña de «embalse de Mallermo», chiquitita, ínfima, allí donde vivió el

ibis, el halcón y el perro, tú sabes a lo que me estoy refiriendo, ¿no?, si el ibis tomaba

la mano de mi hijo Josecito y lo hacia caminar por el contorno de la lagunita, y luego

iban a la poza que se formaba en el totoral donde está el puente, allí donde había

taguas y patos salvajes, sapos chicos y ranas grandes, si todo eso era yo, y tú, y todos

nosotros, mi mundo, mi vida, mi villanía, si yo menciono el nombre de Mallermo,

nadie sabe lo que es eso, si hablo de Rinconada de Alcones, todos dirán dónde queda

eso, si mi país está lleno de Rinconadas, está Rinconada de Palmilla, Rinco-nada de

Idahue, Rinconada de Lolol y muchas más, cualquier esquina es una Rinconada, ¿y

Rinconada de Maipú?, también, lo ves, no te lo digo yo, si Mallermo era una mundo

pequeñito, el más alegre y feliz, el más verde, bullicioso y productivo, si ahí estaba yo,

123
Reina Madre Avispa, y todas mis obreras y zánganos y abejorros y chaquetas

amarillas, si es un magisterio universal de la Vía Láctea, el magisterio universal de la

vida y la verdad y la justicia, te lo garantizo, sin igual, sin tapujos, yo, Reina Madre

Avispa, y esto no es fruto de mi fantasía o imaginación, no, claro que no, revisa esos

libritos invisibles, esos registros y lo verás.

Luchito Serrano sobresalía por sus notas de esperanza, por su simpleza, por su

hidal-guía, por su quintaesencia, si era una momia egipcia, por eso te hablé del ibis, el

halcón y perro, todos entienden eso, si era un zombi, si ese viejo estaba muerto desde

hace años y doña Sara, con sus artificios de brujería, lo resucitó, si era la Serpiente

Pitón redimida, y Hades o Plutón y todo eso, si la magia vudú está y se practica en

todas partes, lo digo yo, nada más que yo, con solo pronunciar una palabra pidiendo

ayuda al apóstol Felipe, se hacía invisible, y transmutaba los metales, y se

memorfoseaba en una planta, en una zana-horia por ejemplo, en una petunia, en un

clavel, en un grillo, en cualquier bicho extraño, si era mutante, los brujos y brujas

conocen todas estas cosas, ¿por qué crees que te hablé de Frankenstein?, si tenía

tapones de electricidad en ambas sienes, si era fuerte y resistente como lagarto, y

nadaba bajo el agua ¡buh! como culebra o sapo, si se alimentaba de mos-cas y arañas y

lagartijas y mosquitos, yo creo todas estas cosas y hablo de ellas abierta-mente, si en

Mallermo habían duendes por todas partes, y ninfas y hadas madrinas y don-cellas de

cuatro alas voladoras, y las mariposas y libélulas y caballitos del diablo ¿qué creís que

son?, y nereidas, ninfas de las fuentes, y ondinas, ninfas de agua dulce, ríos, esteros y

mares, todo eso existía en Mallermo, si era una tierra mágica y especial, todo era

sobrena-tural, todo tenía un sentimiento extraño, todo, te lo digo una vez más, venía de

124
lo alto, bueno, bueno, y Luchito Serrano otra vez llegando y diciendo: le traje lechugas

escarola y costina, y Sara, doña Sara sonriendo nuevamente, mi niño, mi paje, decía, o

bien: sáquen-me este guarén de aquí, oh por Dios, mentira, nunca dijo eso, don Benito

compró cepos en Santa Cruz y los trajo a la casa religiosamente, Luchito Serrano tomó

eso y comenzó a usarlos, el tipo de caza que ejercía era primitiva, con artificios de

madera o metálicos, y nada más, nunca usó un rifle o escopeta, nunca, nada de eso, él

era romano o egipcio, él amaba lo antiguo, si era una momia rediviva, y fue

tranquilamente al totoral, y entre las cañas, por donde bajaban las vertientes junto al

reguero, junto al agua quiero decir, por donde pasa y vive el coipo, especie de castor

bigotudo, por donde hace las madrigueras, puso dos cepos, y el tercero más abajo,

junto al puente, ¿y qué cree usted que pasó?, pues, cazó coipos o nutrias, ratas

nadadoras de orejas redondas, hocico largo y cubierto de bar-bas, cola gruesa y larga y

redonda y peluda, cuando llegó con esas cosas negras a la casa doña Sara no lo pudo

creer, ¡coipos!, gritó como una loca, como los que hay en mi tierra, y el mismo

Luchito con sus manotas desolló esos ejemplares, y saltando y saltando se sir-vieron su

carne agria, fétida, seca, sancochada en la paila o asada al palo.

Que no se ofenda nadie, desde Isla de Yáquil aparecía Benito el Grande de cuando

en cuando, y había que prepararle huevos con tocino y longanizas y budines dulces de

fruti-lla o durazno, si era un comilón, un tanto gordo y alto y medio pelado, un tanto

asopado, y siempre con su tono despectivo, se sacaba la chupalla, se sentaba en el

sillón de mimbre, ponía los codos sobre las rodillas y comenzaba a hablar, y pedía y

pedía, si iba para allá únicamente a pedir, doña Sara pasaba eso por alto, si amaba a

todos sus hijos, en especial a su hijo mayor, el más perspicaz, el más viril, el más

125
trabajador, si todas las parcelas de Isla de Yáquil las administraba él, no sé si a don

Benito le otorgaba alguna ganancia, si decía con majadería que las vacas y novillos y

todos los animales eran de él, si se apropió de la casona de Rafael Casanova porque —

dizque— consideró que era de él, se le ocurre, iñor, dijeron, no sea así, y eso los

hermanos no se lo aguntaron, tanto Benito el Grande como Benito padre eran muy

parecidos, tanto cuanto más tomaban vino y hacían de las suyas, si Benito padre nunca

abandonó a sus putas, si doña Domitila y doña Margarita, dueñas de prostíbulos, eran

sus amigas, el amor hacia su Micaela no lo olvidó ni abandonó por completo, Benito el

Grande hablaba con su padre y le pedía toros, vacas, cabras, chanchos, le pedía carne,

mucha carne, y trigo y maíz y todas esas cosas, qué sucio y apro-vechador, dirá usted,

Benito padre se hacía el leso y le decía: en tanto en cuanto lo tenga te lo daré, y añadía:

yo mismo te lo llevo a Isla de Yáquil, pero espera un tiempo, Benito el Grande era un

usurero, si andaba cobrando y cobrando deudas contraídas hace mucho tiempo atrás, y

todo para obtener una ganancia excesiva, a él había que prestrales las co-sas, pero él

no prestaba nada, Benito padre le decía estas cosas a doña Sara, pero ella lo defendía

con presteza, con ahínco, es nuestro hijo, decía acomodando los trastos de la cocina, ¿y

por qué no siguió estudiando?, quería hacer usufructo mañosamente de lo que su padre

con tanto esfuerzo había ganado, no seas porfiado, Benito, decían los inquilinos,

vuelve a tu feudo, trabaja de buena manera allá y no vengas a refunfuñar y a armar

pleito acá, y Benito el Grande se iba en silencio, no le quedaba otra, si nadie, ni yo ni

nadie, éramos empleados de él, y la flota de buses BEN GÁLVEZ que tenía, y la

camioneta Chevrolet nuevita cero kilómetro, y su bella residencia, y las parcelas, bah,

váyase a la chu-cha, no vamos a discutir ahora, si el mañero era él, no nosotros.

126
Y comenzaron las fiestas, no hay hacienda que ante tanta venta de ganado y

cosecha al por mayor, no celebre, y empezaron con el rodeo de todos los años, si eso

venía de antes, mucho antes de que Benito llegara a la hacienda, si eso es una fiesta

criolla heredada de la colonia, en todas partes se celebra, Mallermo no se salvaba, y no

era un rodeo oficial aceptado por la Asociación Nacional, de modo que no otorgaba

puntos para el Gran Champion a ejecutarse en Rancagua todos los años a fines de

marzo, no, eso no, si apenas alcanzaba para ser una pichanga de gatos y perros, muy

picante y florida, pues se presenta-ban colleras venidas de partes cercanas, huasos de

medio pelo nomás, y al correr el jurado cantaba desde la tarima: un punto malo, y

luego a la vuelta: dos puntos malos, si atajar un animal contra los quinchos no es tarea

fácil, si los gallos acumulaban más puntos malos que buenos, repito: por eso no era un

rodeo oficial, y todos sentados en el tablao obser-vando las correndillas, juera, juera,

buey…

Si el animal no sujeta bien las riendas

alguna maña tiene o le queda

La fiesta del rodeo, dirá usted, a más no rabiar, y nombraban o elegían a una reina,

la niña más hermosa que acumulara más puntos, yo vi a varias chicuelas de La

Rinconada vendiendo votos para ser elegidas como reinas, deje de cargosear con mi

Rinconada, si yo todavía no entraba ahí, lo digo y lo cuento, porque en La Rinconada

no había medialuna, si era un pueblo señorial no hacendado, y don Benito, con

127
afectados melindres, parti-cipaba de todo eso, y vamos tomando una Pilsener o una

cerveza Escudo en el mesón, o una Coca-Cola con vino tinto, o pisco Alto del Carmen,

si los gatos eran todos pardos o plomos, u overos o atigrados, doña Sara tenía dos, y

cuando empezaba la competición hacían el «sello de raza» primero, luego el rodeo

propiamente tal, a mediodía, cuando el cara de gallo picaba fuerte, el movimiento de

riendas y después el rodeo de nuevo, todo el sábado y el domingo así, última semana

de enero, y don Benito mataba y comía «niñitas», no niñitas de verdad, si no era un

violador, «niñitas», digo bien, vale decir: óvulos de los ojos, si ya parecía vampiro, el

mismísimo Conde Drácula, ¿y qué creís que hacen los vampiros?, eso, solo eso, comer

niñitas, usted pensaba que eran niñitas reales, no, nadie hace eso, si no eran criminales,

doña Sara tenía al lado de ella a los especímenes más fa-mosos de la historia, a

Frankenstein por una parte, y a Vlad Tepes Draculea, vale decir: el Conde Drácula en

persona, por otra, y eran más grandes y reconocidos que el mismísimo Belcebú, vale

decir: demonios, si doña Sara sabía diferenciar entre uno y otro y tenía un grimorio —

Las llaves de Salomon— para reconocer y encasillar a cada cual, además de Sa-tán, de

Belcebú, de Frankenstein, de Drácula, estaba Lucifer, rey rojo de cuatro ojos y seis

testículos y cuatro alas invertidas, decía ella con honor, estaba Leviatán, rey del mar

funes-to e ignominioso que nunca vio, estaba Mammón, diablo oprobioso que dirigía

el dinero, y aquí, me detengo, ella amaba muchísimo a este demonio, mira dónde la

tenía, dónde la había encumbrada, estaba asimismo Asmodeo, demonio de tres cabezas

que representaba la lujuria, y Bafometo, demonio adorado por los templarios, de

cabeza barbada y dos cuernos, lo reconocía ella, y muchas y muchas deidades

demoníacas que no conozco, ¿por qué cree que andaba con una pata de conejo en el

128
bolsillo?, y esa cabeza de carnero o de macho cabrío, no lo sé, que tenía guardada en el

ropero, y el librito, si no lo mostró nunca, nadie sabía de eso.

La fiesta terminaba el domingo por la noche, y doña Sara aparecía por allá en las

últi-mas horas, con vestido floreado y un delantal de grandes bolsillos blanco, bailaba

un co-rrido con don Benito y volvía a la casa ligerito, si las cosas mundanas no la

atraían mucho, Nano estaba de vacaciones para entonces y ayudaba a su padre en los

menesteres de la hacienda, lo mismo hacía Sergio, a sus dieciocho o diecinueve años,

antes de emigrar defi-nitivamente a San Gregorio, si me estoy refiriendo a los años 63

o 64, no más, don Carlos Stüver entregaba el trofeo, y todos se iban a sus casas felices,

sin embargo los festejos continuaban durante todo el año, a mí lo que más me gustaba

era la fiesta de los caporales, no sé por qué, y no sé si llamarla así, aquella que hacían

cuando capaban los terneros y borre-gos, si eso era un festival de chicha y aguardiente

y asado y baile en plena calle, si eso per-tenece al folclor de Bolivia, mi hermano país,

don Benito o mi papá, no sé quién, la mencionó una vez y yo la acepté y asumí con ese

nombre, no sé si festejaban a los capate-ces de la hacienda, a los inquilinos, al propio

Benito, no sé a decir verdad, y venían con entusiasmo y afán cofradías y chinchineros

de Rancagua, con blusas de colores llamativos y sayas o basquiñas jugosas, sueltas por

los aires, y tocaban un poco de twist, y daban gran-des saltos como diciendo oh, oh, y

bailaban al compás de la música típica, y esos remo-linos y giros que ejecutaban con

maniobra y gracia, y tocaban valses, tangos o cuecas, lo que fuera, qué dicha más

grande, y no sé si esto era algo real, efectivo, o solo imaginario, yo lo tengo grabado

en el inconsciente así, a lo mejor era una vida pasada, no lo sé, si el mundo del

Sagrado Corzaón de Jesús es así, tierno, ingente, infinito, uno intenciona y comprende

129
las cosas a su manera y así las lleva grabadas en el Cerebro, en el Corazón, en la

memoria viva, como los sueños, si la vida es sueño, lo real no importa, digo yo, lo que

vale es el sueño ególatra, la fantasía amorosa, la imaginación feliz.

Y todo eso tenía que pagarlo don Benito, si a él acudían todas las voces, y decía:

ca-ramba, cuánta plata se gasta en la hacienda para alegrar a nuestros despiadados

inquilinos, todo riquísimo, por las fiestas, luego venían las domaduras y eso podía ser

en cualquier época del año, en la misma medialuna, y Pimpo tomaba la palabra, si

correteaba a los guachos en el rodeo, y todo indefenso y proclive a llorar, por eso

sujeta bien las riendas, compadre, porque el potro chúcaro te puede voltear, y todos

mirando eso, y se subían a toros bravos también para festejar a nuestras amadas

señoras, si las habían, por Dios el jolgorio grande, y venían Los Furisosos de Santa

Cruz, Ricardo Allende y compañía, con Rosario la Tejenita, y Guadalupe Dolores no

sé cuánto, todo bello y cremoso, eran toros clavel alemán preponderantemente, con los

mansos cachos y cola larga barrosa, Luchita, todo sabrosón, arrímate para acá, más

fuerte el aplauso por favor, podían ser dos o tres veces al año, y aquel valor y fiesta,

gustaba muchísimo, más incluso que el propio rodeo, y hacían «topeaduras», no sé

dónde, yo nunca vi eso, así les llaman y colocaban un vara de eucalipto larga y los

jinetes se echaban encima haciendo chocar los cuerpos, para probar su fuerza y

temperamento, en alguna parte escuché eso, no sé si fue en Mallermo o Paili-mo, si era

otra fiesta heroica más, y las carreras a pelo, velocísimas, en la cancha que esta-ba al

otro lado de la escuela, habían dos postes al principio y de ahí salían arrancando los

jinetes a todo lo que da, y hacían apuestas, era que no, si venía gente de Litueche, La

Estrella, de San Pedro de Melipilla y Marchigüe y Pumanque, si eran famosísimas, y

130
en el verano el festival de la trilla a yeguas, bailaban jocosas cuecas, bebían los buenos

mostos, comían corderos y gallinas y pollos y gallos capones y patos y gansos, todo

eso, y el feste-jo de Fiestas Patrias en la medialuna y afuera con el palo ensebado, la

pesca milagrosa, correr y agarrar el chancho y cortarle la cabeza al gallo, era tanta la

amalgama de juegos y diversiones criollas que uno quedaba loca viendo todo eso.

Tú sabes y conocías todo eso Gabriela, porque cuando tú organizaste los juegos

juve-niles todos se sintieron felices con eso, y era en enero en pleno verano, con tus

talleres de pintura y danza y teatro, si venían tus amigotes de la ciudad, y todos

cantando o bailando, y las carreras en bicicletas, y botar el mono porfiado, y encontrar

la pata del gallo, qué sé yo, ahí estaba Pedrito y Vanina y José, tus amados hijos, y

tanta gente que te admiraba y respetaba y quería por eso, porque eras una noble señora

y bondadosa profesora, y el mousse de palta y la ricotta, si las señoras cocineras iban a

aprender, tús amigas les enseña-ban todo eso, si lo que hiciste en La Rinconada fue un

fiel reflejo de tu añorada esperanza y ejemplo de vida de Mallermo.

No miento, mientras tanto, Marina, la única hija mujer que vivía con ellos, era

chica, de pelo negro, ojos cafés ensortijados, sonrisa liviana y manos menudas, varios

hombres andaban a la siga de ella, pero ella no se decidía por ninguno, si ayudabas a tu

madre en los quehaceres de la casa, y con eso creciste y te hiciste grande, quisiste

formar tu propio emprendimiento y pusiste por eso, a tu antojo, un negocio abajo en la

esquina, al frente, y ahí atendías a la gente, si tu padre Benito te traía todas las cosas de

Santa Cruz donde era más barato comprarlas, y vendías y ganabas chinchín, si cuando

te casaste con José Díaz tenías cerca de cuarenta y habías acumulado mucha mucha

plata, fue cuando apareció Fer-nando Meléndez, nuestro valioso amigo, y eso remeció

131
la vida de todos, y tú decías: pero si ese hombre me hace la vida imposible, quería

estar contigo, acompañarte, si eran de la misma edad, del 32, y repetías a viva voz:

pero si ese hombre me hace la vida imposible, si Fernando ayudaba a mi suegro

Benito, era uno de los mejores trabajadores que tenía, por eso era tan amigo de Nano y

de Sergio, cuando andabas con José Díaz él decía: por qué anda con él y no conmigo,

algún beso o rosa o clavel le enviaste, por eso Fernando Me-léndez te quería, pero tú y

José lo odiaban, qué vida más compleja, cuánta dificultad existía en encontrar un buen

amor, y Fernando Meléndez ahí, ahí, simpre metido en el medio, me amaba a mí, a ti,

a doña Sara, a todos nosotros, y eso fue muy caro para él y para todos nosotros,

después se fue a trabajar con mi padre no sé por qué, la hacienda de Mallermo, dijo,

me tiene hasta la coronilla, y la amistad con Nano de nuevo, y conmigo, y con mis

hijos, si sobre eso nunca se contó toda la verdad, toda la vida brotó y se hizo ahí

mismo en Mallermo, pero don Benito no entendía todo eso, y nunca lo entendió, si

vivía como un pajarito, por eso decía todos los días: yo soy, y lo repetía una y otra vez:

yo soy, yo soy…, y léelo al revés.

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¿Cómo nos conocimos?, bueno, no debo perturbarme al contar esto, había pasado el 64

y 65, la luz de las estrellas iluminaron nuestras vidas proljamente y nos covertirnos en

hé-roes y protagonistas de nuestras propias historias, estiramos el índice e hicimos

contacto, si eso es un símbolo, una enseñanza, cuando dos vidas se topan y encuentran

y se aman profundamente, yo estaba en el penúltimo año de mi carrera, conocía todos

los imple-mentos necesarios para ser una buena educadora, y los niños o educandos

esperando, mi padre, a los chanchos les colocaba un aro en la nariz para que no

entraran a escarbar a las plantaciones, así estaba yo y me enorgullecía de ello, mi

obligación era con los niños, junto a nosotros se ubicaba la Escuela de La Rinconada /

Sector Rural Nº 3 ― Comuna de Marchigüe, así constaba en las actas de la

gobernación, y esos terrenos pertenecían a mi amado padre y la casa también, tanto

don Tulio Campos —el alcalde— como la goberna-ción no pagaban ni un céntimo por

hacer ususfructo de ellos, y el terreno de la capilla también era de nosotros, pero mi

padre nunca metió mano ahí, todo eso quedó para la Iglesia a fin de cuentas, pues bien,

en esta Escuela —la de Rinconada— y en la de Maller-mo hacía clases Nano, yo no lo

había visto nunca, si él había terminado sus estudios hace dos o tres años ya, y se

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transportaba a caballo o en carreta de buena manera, o en su de-fecto, le pedía la

camioneta a su papá, y desde la Escuela a una orilla se escuchaba el bulli-cio y cantar

y algarabía de los alumnos cuando salían a recreo y doña Esperanza, la amiga

directora, corriendo a la siga de ellos, eran dos o tres profesores nomás, en el tiempo

de vacaciones yo me asomaba para allá y observaba todo eso con alegría de ánimo y

satis-facción, ahí estaban mis niños, decía, había transcurrido gran parte del año 66 y

en no-viembre se me ocurrió mirar para allá, y ahí lo vi por vez primera, vestía una

camisa blanca y pantalones del mismo color, zapatos y cinturón negro, tenía el pelo

crespo y nariz recta, bien recta, lo encontré tan parecido a Alain Delon —porque había

visto películas como El gatopardo— que me gustó muchísimo, qué heave loca, y se lo

conté a la señora Luca de inmediato, le dije a solas: y ese hombre que hace clases en la

escuela ¿quién es, quién será?, porque me encontraba entusiasmada, ella, refregando el

lavaplatos, dijo con simpleza: debe ser Nano, el hijo de don Benito, y me subí a una

silla y a hurtadillas me puse a mirar, en diciembre terminaron las clases y volví al

campo en forma definitiva por dos meses y medio, el tiempo que duraban las

vacaciones, y por de pronto me puse a mirar otra vez para allá, si nuestra casa y la

escuela estaban separadas por una pequeña malla, y veía a ese hombre bellísimo

entrando y saliendo por las puertas como si nada, y en los recreos —yo lo veía—

jugaba a la pelota con los niños, caramba, y pelaba una manzana con el cuchillo y me

la comía con ganas, quería pecar y pecar, repito: si fui siempre una pecadora, Nano me

contó que había estudiado en la Escuela Normal Abelardo Núñez igual que yo, que era

profesor normalista titulado en esa casa de estu-dios, pero yo a decir verdad nunca lo

vi durante mis largos años ni en las aulas ni en los pasillos ni en el patio ni en ninguna

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parte, si Nano era tres años mayor que yo, bueno, el quince de diciembre le arrojé un

cuesco de damasco a un niño y lo llamé diciendo: pss, pss, oye, ven, y no me escuchó,

lo intenté de nuevo con otro niño y este sí me oyó, y viniendo con la pelota en la

mano, dijo: qué quiere señorita, y yo, con la manzana en la boca: oye, ¿cómo se llama

tu profesor?, Hernán Gálvez, dijo el niño, y yo: dile que venga, que quiero hablar con

él, bueno señorita, dijo el niño con la pelota en la mano, yo estaba nerviosa, me mordía

las uñas y el pelo se me enredaba en la cara y tragando saliva una y otra vez, y esperé

y esperé, Nano nunca apareció, no sé si el niño le dio el recado o no, ¿no habrá querido

presentarse tan luego?, no lo sé, yo, a todo esto, quedé con los crespos hechos pero por

unos pocos días nomás.

Bueno, bueno, mi linda niña…, el encuentro se produjo el veinte de diciembre de

ese año, eran como las seis de la tarde, yo otra vez mirando para allá en forma

desesperada porque me ardía la zorra de preguntar tanto por ese hombre, y Nano,

sonriendo —yo lo vi— salió por la puerta de al medio y se acercó con paso quedo,

tenía los cordones de los zapatos desamarrados, en eso me fijé, y vestía como de

costumbre camisa y jeans blancos, si esa era su tenida favorita, y acercándose dijo:

hola vecina, cómo está, haciéndose el ton-to siempre —porque era y se comportaba así

—, al fijarse que éramos de la misma genera-ción, de la misma edad quizá, yo le dije

hola, oiga, no hola dicho como una tonta, y ense-guida: ¿tú haces clases ahí?, sí, dijo

él, y luego: si soy de Mallermo, ¿tú no conoces para allá?, yo dije: de nombre no más,

mi padre nunca nos ha llevado para esos lados, y Nano dijo que era originario de Santa

Cruz, que su padre era el administrador de la hacienda, que había estudiado en la

Escuela Normal de Preceptores…, estuvimos como una hora conversando y yo

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ocultándome de mi padre para que no nos viera, Teresita dijo (yo la al-cancé a

escuchar): ¿y con quién está hablando la Gabrielita?, y no hubo respuesta, yo pasé una

noche horrible y me masturbé, si ese hombre me tenía loco, repito: se parecía Alain

Delon en El gatopardo, o tal vez a Tony Curtis, en Espartaco o Tarás Bulba, ese tipo

de cara, medio crespo, de rostro bello bellísimo, nariz puntuda, vea usted, y veía su

semblante continuamente dibujado arriba en el cielo, o sobre la almohada, o sobre el

piso, donde observara estaba él, me miraba en el espejo y en vez de verme a mí

realmente lo veía a él, repito: su cara, sus ojos cafés, su pelo negro ensortijado, todo,

cuánto me gustaba, y a los siguientes días volvimos a conversar, terminaba como a las

seis, se aproximaba a la reja y hablábamos, para Navidad me trajo de regalo una caja

de bombones amaretto, con un corazón rojo encima y unas cintas envolviéndolo, yo

me sentí feliz, y al otro día le dije que me gustaba, pues yo tomé la iniciativa, y Nano:

y tú a mí, y salimos a andar en la camione-ta de su padre, mientras íbamos subiendo

por las lomas me contó como había sido su vida en Santa Cruz, cómo con tanto

esfuerzo pudo proseguir sus estudios, cómo eran las clases tanto en Mallermo como en

La Rinconada, yo pensaba: otro Alain Delon, otro To-ny Curtis, pero a mis pies…, si

las películas de cine me encantaban, yo amaba la moda, el glamour, el cine y todo eso.

Yo estaba feliz, había cumplido mis deseos, y por la casa nadie sabía lo que pasaba

conmigo, mis cosas no se las contaba a nadie, era un amor soterrado que no quería

com-partir con nadie, y después de Año Nuevo, unos días después, sépalo usted,

tuvimos nuestro primer beso, yo, socarrona, quedé hundida, pasmada, tumefacta, pues

nunca ha-bía dado un beso en la boca a un hombre, eso, créalo usted, fue el inicio de

nuestro enérgico y soledoso amor, todo enero fue así, y mi padre preguntando: qué le

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pasará a Gabriela que ya no habla conmigo como antes, y nunca hubo respuesta, yo

elegía las me-jores horas para salir, para que nadie me descubriera, no quería que nadie

se enterara por ningún motivo, y qué, si mi padre o madre no habrían aguantado un

amor así, con un profesor de escuela, hijo de un administrador de fundo, hijo de un

cualquiera, y qué, que-rían un galán de cine, un potentado de la finca avícola, un

apicultor de otra zona, pero simpre, véalo, que fuese millonario, yo, para mis adentros,

creía en el amor verdadero y nada más, me importaba un bledo el dinero, yo se lo dije

a Nano en reiteradas ocasiones, que teníamos que tener cuidado con mi padre, porque

si nos pillaba por ahí nos sacaba la cresta a los dos al tiro, y escondiéndome y

escondiéndonos la más de las veces, cuando pasábamos en la camioneta hacia Alcones

yo me agachaba, nadie pensó que yo y Nano anduviéramos en amoríos, un amor y un

río, y me presentó de buen modo a su comedida madre, doña Sara del Carmen Osorio,

y a su buen e insigne padre, don Benito Gálvez, perdón, don Benedicto Gálvez, y nos

revolcamos en el pajal durante una tarde, yo veía pasar las yuntas de bueyes y carretas

y me alarmaba ver a tanta gente trabajando en esas precarias condiciones, mi

enseñanza superaría todo eso, pensaba, allá al otro costado, camino al embalse, junto a

la pequeña capilla, estaba la Escuela de Mallermo / Sector Rural Nº 4 ― Comuna de

Marchigüe, si así le llamaban con un nombre largo y fastidioso, y era una construcción

redonda añosa, de tres o cuatro salas, no tan larga, de treinta a cua-renta alumnos, y un

patio de tierra afuera con un columpio que tenía una tabla rasa al medio colgando de

una mata de espino, todo eso era la escuelita, si Mallermo era una aldea pequeñísima,

con cuatro casas amontonadas en el centro y otras esparciéndose por las colinas, si

había casas más allá del embalse, ya lo dije, pero para ese tiempo estábamos de

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vacaciones de modo que yo nunca vi funcionar la escuelita como corresponde, íbamos

donde el padre de Nano, observábamos el trabajo y regresábamos a su casa, Óscar

Soto, caudillo de la futura Reforma Agraria, pasaba raspando el frontis de su casa a un

costado de la medialuna, y por ahí pasaba la gente de a caballo, o en carretón, si

Mallermo era un pueblo aislado, todos lo conocían como una Hacienda, tanto más

buena y productiva co-mo cualquier otra, allí donde estuve el ibis una vez, y yo, tú y

todos nosotros.

Era pleno verano y Nano solía decir:

—¿Adónde quieres ir ahora, amor?

Yo decía:

—Contigo, a cualquier parte.

Íbamos a los silos de allá abajo y comprobábamos una vez más que estaban

repletos de paja amarilla y verde, y desde ahí, en lontananza, se divisaba el tractor

Massey Fergu-son cabalgando como una maquinita, en el granero, al frente y al lado

de las principales residencias, acumulaban los quintales de trigo y maíz y cebada, y al

otro ladito, en la esqui-na quiero decir, fardos de trébol y alfalfa, y todo lleno de

ratones y lauchas, criaturas insig-nes y armoniosas de mi amado Padre, y era

muchísimo el trabajo, por eso mismo digo yo, y amábamos —yo y Nano—

escondernos en el pajal para besuquearnos, ya pues Nano, decía don Benito al vernos,

menos amorío y más trabajo, y qué, si Nano, al igual que yo, estaba de vacaciones,

para eso tenía a Sergio, el otro hijo, que no hacía nada, y otra vez el granero, si aquello

era inmenso y colosal junto al silo central, impoluto, de ahí mismo, y desde el coloso

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del tractor John Deere bajaban los costales que iban tirando a las bodegas, era Jorjo,

Tete Rojas, Benito Arrué, los hermanos de Oscarito Soto y todos esos, yo no conocía a

ninguno, si eran hombres exagerados, auténticos y autoritarios, si algo no les gustaba

reclamaban al tiro, mientras Nano me iba a dejar yo pasaba agachadita por el medio

del pueblo, nadie me veía, nadie sabía de mí, me dejaba en la entrada de la otra casa y

así llegaba a la mía por el portón de atrás, ¿y dónde andaba?, preguntaba Nanita

sentada en el sillón con brazos de madera pelando una pera, por ahí mamá, decía yo,

inventaba cualquier leserita para escabullirme, repito: si al comienzo, al comienzo…

fue un amor soterrado, y empezamos a subir por los cerros, a visitar el embalse, a

correr por un pozo sin fondo, si yo, repito: era feliz con eso, a Susanita algo le alcancé

a decir, pero ella no creyó nada y mi abuela tampoco, a vista y paciencia de esto fui

más feliz, nadie, absoluta-mente nadie me vigilaba, nadie sabía nada de mí ni de Nano,

y emprendimos el rumbo a Pichilemu a patita, sin la camioneta, sin pechugas de pollo,

sin nada.

En febrero hacía frío, porque estaba nublado, horrible, siempre este mes resulta

cam-biante y caprichoso, a veces cuando uno menos se lo espera, sale el sol, y luego se

nubla, y por la tarde, entremedio de las nubes blancas, sale el sol de nuevo, así.

Dejamos la carreta en la estación de Alcones y tomamos el tren como a las once y

media, yo iba cubierta con una chal de cuadros café, a mis padres le había dicho

claramente que iba a Pichilemu a encontrarme con unas amigas, fue una travesura

decir eso, pero no me quedaba otra alter-nativa, el ambiente, la flora y fauna afuera

estaba limpia, decente, pasamos por los túneles rápidamente y nos encaminamos al

balneario popular de mi región, de noche todos los gatos son pardos, por eso te hablé

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de El gatopardo, si esa película de Burt Lancaster, Claudia Cardi-nale y Alain Delon

la vi tiempo más tarde, bueno, si yo amo los gatos, y llegamos a la esta-ción como a

las doce y media, y yo cubriéndome con mi chalcito, le dije a Nano que fue-ramos a la

playa Las Carpas primero, ahí donde se junta toda la lolería porque nosotros éramos

lolos todavía, pero Nano quiso sacarse unas fotos antes en el famoso parque, yo le hice

caso, si vestía de blanco blanco como a él le gustaba, y esas fotos quedaron grabadas

en la memoria de mis niños, si eran lindas, maravillosas, tiernas, Nano de perfil, solo a

veces, o yo al lado de él, pasó como una hora y comenzó a salir el sol, y salía y no

salía, bajamos a la playa a continuación y ahí nos encontramos con el mar ardiente,

indemne, majestuoso, sin igual, y nos sentamos a contemplar todo eso, así es como

Dios, pensé, contempla el Universo, y tomados de la mano amándonos, y caminamos

ante la fragancia y dulzura de las olas exquisitas hacia Chorrillos y de vuelta hacia La

Puntilla, entre ambos solo sentíamos dicha, paz, bienestar, armonía plena, si el mar,

ese orden señorial represen-ta eso, un mundo de felicidad continua incomparable, yo

quedé marcando ocupado cuando Nano me besó con infinitas ansias, como a las cuatro

de la tarde salimos por La Puntilla en dirección a Vista Hermosa y el Infiernillo, todo

el rato caminando por esas calles de tierra engominadas, yo me envolvía y tapaba con

mi chalcito de cuando en cuando porque hacía un frío irresistible, y me parecía

recordar vidas pasadas, como si ese momento ya lo hubiese vivido con él u otro

hombre, y pensaba en Hollywood y en los artistas de cine, esa gente, pensé, vive así,

en el lujo, en la brillantez, en el Paraíso conti-nuo, yo, por estar ahí, ya me creía como

ellos, yo era otra Claudia Cardinale, otra Vivien Leigh, otra Ava Gardner, sí, como

ellas, pensaba, con tanta dicha e inocencia y paz sobrecogedora puesta encima,

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pensaba con mi cabecita libre en los años veinte, o treinta, o cuarenta, si el mundo,

antes, era fabuloso, extraordinario, y recordaba la frasecita aque-lla: todo tiempo

pasado fue mejor, y eso era un realismo categórico, de la adolescencia o infan-cia

nuestra, o quizá de vidas pasadas, no lo sé, y mi cuerpo y ánimo se hinchaban ampu-

losamente, qué felicidad Dios mío, entrelazábamos nuestros dedos y nos

acariciábamos frenéticamente en las mejillas, y no habíamos comido nada todavía,

cuando llegamos a la otra orilla era tarde ya, y festivamente, felices, nos dispusimos a

regresar.

Ya eran las ocho de la tarde-noche, los vehículos y cabritas pasaban por la avenida

con mesura y amabilidad, y por esas cosas de la vida nos refugiamos en el Hotel Ross,

al frente del parque homónimo, y toda esa balaustrada adornando la costanera, todo

bello, todo sublime, y los pinos ornamentales debidamente cortados, si era un hotel de

estilo europeo, Nano lo quiso así y yo lo acepté sin más, quería dar frescura, fragancia

a nuestro espíritu romántico, y comimos un risotto de mariscos acompañado por vino

blanco, yo no sabía lo que era eso, sin embargo lo probé de buena manera, me sentía

cansada y soño-lienta, pero los besos de Nano me hicieron despertar de nuevo, si la

playa es un mundo aparte, copioso y espléndido, allí donde los actores de cine viven y

aman y sueñan y se enseñorean, estaba tan agobiada por la caminata, pero Nano me

tomó en brazos lueguito y me llevó a una de las piezas, y ahí tuvimos nuestra primera

noche de amor, era fines de febrero bien lo sé, y solo me faltaba el último año de

estudio en la Escuela Normal de Preceptores, eso lo repetía mi padre hasta el

cansancio, ¿le gusta hacerlo?, preguntó Nano con inocencia, yo dije: no solo me gusta,

me encanta, y lo hicimos tres veces seguidas, boca abajo y boca arriba, de rodillas o

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sentados, yo apretaba los muslos con fuerza y la penetración se hacía más fuerte, más

ágil y más persistente, al otro día me sentí ahogada, sentía un bochorno fortuito en mi

cara y cuerpo, había perdido, quiéralo o no, mi virgini-dad, si nunca, Gabriela, había

estado con un hombre, el tren salía a las cuatro de la tarde, nos levantamos como a las

diez, tomamos un desayuno con galletas de agua McKay, y volvimos a bajar a la playa

Las Carpas por las escaleras altas y largas de un costado del parque, qué gentío Dios

mío, todos iban y venían, y las cabritas atravesando velozmente, desde el mirador que

hay ahí observamos todo eso, y subimos al Paldoa a almorzar una paila marina con

vino tinto y ensalada de lechugas y tomates y brócolis, y afuera se levan-taba de

cuando en cuando un ventarrón recontrafuerte, y nosotros adentro protejidos por los

inmensos ventanales de vidrio, arriba, bien arriba, porque este restaurante queda en la

punta en lo alto de la colina frente al mar suntuoso.

Y se hicieron las una, y las dos, y las tres, y nos encaminamos a tomar el tren al

otro lado de avenida Ortúzar, donde empieza la laguna Petrel, así se llama, de la

entrada, por Arturo Prat y Aníbal Pinto hacia abajo, un mundo de gente otra vez, si era

pleno verano y no existía otro medio de transporte, el tren hizo chucu-chu, chucu-chu,

y comenzó a an-dar con marcha lenta, adiós Pichilemu, adiós paseo romántico, y Nano

me sonreía y be-saba a veces, y subimos raudos por el Pueblo de Viudas, por El

Puesto, digo, hasta llegar al túnel de Cardonal y San Miguel de Las Plamas, y ahí el

embalse del Alcones al frente abajo, gigantísimo, no sé cuántas héctareas abarcaba,

hasta arribar una vez más a la esta-ción ferroviaria conocida por todos, al pasar por el

pueblo yo me agaché otra vez y me bajé en la otra casa de mi padre, la que está al otro

lado de la capilla, nadie se había preo-cupado por mí, si yo era una niña responsable, y

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Nano me vino a buscar temprano al otro día, el lugar de encuentro era siempre la otra

casa, donde vivió más tarde mi hermano Gastón con plenitud, y encerrados en el pajal

hacíamos el amor llenos de deseo y amor, y Nano acariciaba mis glúteos y senos, y

mordía dichosamente mis pezones, yo gritaba co-mo un verraco diciendo más y más,

rico, pensaba, maravilloso, simplemente exquisito, hasta que tomé la determinación de

irme de la casa, si eso fue un rapto, tomamos esa decisión entre ambos, quería vivir,

disfrutar, llenar mis pulmones con aire puro y limpio, Nano insistió tanto en llevarme a

Mallermo que yo le hice caso, repito: si eso fue un rapto, de tal modo que hice la

maleta y me presenté ante mis padres diciendo: me voy de la casa, pero ellos no me

tomaron en cuenta, pensaba que bromeaba, mi madre hizo un mohín de desprecio.

Y repetí con hidalguía:

—Que me voy.

Y que suene bien fuerte para que todo el mundo lo oiga, y moví la maleta y sin

esperar respuesta salí para afuera, bah, dice Dios Padre infinito, si usted, mi niña, no

dijo nada, no dio ni un aviso, nada, ¿para qué cuenta eso?, si fue un rapto, ¿no dijo

usted misma que era una pecadora?, si cuando no llegó a la casa todos quedaron

alarmados, Susanita sobre todo y Gastón y Gonzalo, sus hermanos mayores, y

empezaron a preguntar por usted en forma desesperada, y como las noticias corren

como una bola a sus padres le informaron que se había ido con Nano, con ese infeliz, y

fue tanta la amargura e indignación que provocó que don Matías y doña Nana

empezaron a odiar a ese hombre desde ese mismo día, ¿para qué inventa esa mentira?,

si usted no era capaz de enfrentar a sus padres como Dios manda, por eso se fue de la

143
casa a escondidas, repito y lo enfatizo: a escondidas, no se creía la niña-ejemplo,

mírala ahora, ja, se escapó con un hombre como una mujer cual-quiera, y de oídas

usted se enteró que don Matías había dicho: cuando lo vea le voy a sacar la contumelia

a ese huevón, con perdón suyo, no dijo «huevón» a secas, sino «huevón crestón», el

huevón crestón que anda con mi hija, claro, y lo había dicho golpeando el puño fuerte

contra la mesa, si don Matías para entonces era un hombre gordo, mofletudo, brazos

requetefornidos, calvo, rojo y cojo por culpa de la pierna ortopédica, ese «huevón

crestón», se lo repito, pero usted no se intimidaba con nada, usted le hacía la guerra a

su padre, usted quería hacer su vida y nada más, por eso le importó un comimo lo que

dijeran en su casa, lo que usted quería era culear, puro culear fumándose un cigarrillo

Belmont o Kent o Viceroy, por eso se escapó, y las malas lenguas llegaron a toda

Rinco-nada y a Mallermo, si la chicuela que estudia para profesora está en la casa de

don Benito, ahí está secuestrada, si ella amaba ese tipo de vida, sin leyes contractuales,

sin compro-miso, sin nada, por odio al colegio de monjas, por odio a su padre mandón,

y por culpa de eso Nano y ella nunca llegaron a casarse, su padre don Matías no lo

habría permitido, y su abuela querendona tampoco, si Gabriela era una transgresora,

como toda Gabriela, y des-de esa vez comenzó a llevar una vida sin reglas ni tapujos,

libre de toda culpa, llena de gracia y crueldad, sin valores ínfimos y sin nada, porque

ella era así, Nano nunca se dio cuenta de ello, si lo único que querían era culear, quien

lo hace por vez primera no lo deja nunca, si es un apetito voraz de nunca acabar, y

vamos dándole y dándole, culear con «e» y culiar con «i».

Y lo malo ocurrió un día viernes a inicios de marzo del 67, ella, la niña regalona,

empezó a sentir escalofríos y náuseas, y vomito un poco de comida en la taza del baño,

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fue corriendo a la casa de la señora Luca, a la entrada de las puertas de Mallermo, y le

contó lo que le pasaba, doña Lucrecia sentenció: no será que estás embarazada

chiquilla por Dios, y fueron al hospital de Marchigüe en micro, el doctor Jiménez

confirmó que eso era, si no tomaba pastillas, y ella tuvo que aceptarlo sin más, y no

contó nada a nadie hasta que su barriguita empezó a crecer, pero para ese tiempo ya

estaba en la ciudad terminando sus estudios, si estaba con alegría en el último año de

Pedagogía General, ella no sentía menoscabo con todo lo que había ocurrido, las cosas

sucedidas con su padre tarde o temprano pasarían, para eso tenía a su abuela que con

honor, con sinceridad, siempre la defendía, si era la hija mayor, la que continuó con

sus estudios, la que hizo algo por la vida, Matías, te lo digo a ti, solo a ti, ella, tu

Gabriela, tu única y amada y grande hija.

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La nación, para entonces, había tomado un nuevo rumbo con la Reforma Agraria

iniciada el 58, esos eran vientos de cambio, pero a pesar de inicicarse el 58 eso no

afectó a la ha-cienda de Mallermo de ninguna manera mayormente, porque no era una

hacienda tan tan grande, si nadie, por órdenes de don Carlos Stüver, entraba ahí, pero

eso no pudo con-tinuar así, se promulgaron nuevas leyes para profundizar la Reforma

Agraria y el descala-bro fue tremendo, eso se veía venir, y los inquilinos golpearon la

mesa y llegó el delegado de la gobernación, venía directamente, dijo, de Santa Cruz,

dijo que había estado en El Huique antes y por esas cosas de la vida lo destinaron allá,

el buen hombre se llama Ariel Tomás del Circo, ja, qué nombrecito, y parecía eso de

verdad, y la cosa seriamente fue como un circo, por eso le puse Ariel Tomás del Circo,

lleno de payasos, y elefantes y mi-cos y perros poodles bailarines, si no sabía nada

nada, dijo que era ingeniero comercial y era una gran mentira, después, por las

investigaciones que hizo el propio don Benito, comprobaron que era un simple

profesor de escuela primaria, todo una gran farsa, como son y eran los políticos de

aquel entonces, se entrevistó primeramente con don Julio Pereira, y casi hubo pelea,

Ariel Tomás del Circo insistió e insistió que tenían que entregar las tierras para

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repartirlas en buena medida entre los trabajadores, ¿y él y ellos no se iban a quedar con

nada?, don Julio y don Carlos Stüver no aceptaron eso, que se vaya a la chu-cha,

dijeron, nosotros no creemos ni aceptamos ninguna ley que nos vengan a imponer

aquí, si tenemos nuestro propio orden y régimen de trabajo y vida, don Carlos Stüver,

alto alto, dijo con tono enfático: usted cree que es primera vez que alguien del

gobierno viene con estas payasadas, ¿por qué no han hecho nada en Alcones todavía?,

y el mismo res-pondió: porque allá hay gente respetuosa, enérgica y honorable, no, no,

pero Ariel Tomás del Circo fue de inmediato a hablar con los trabajadores, les dijo que

en la hacienda de Mallermo no se estaban haciendo bien las cosas, que si no se atenían

a la nueva ley iba llover sangre y fuego sobre la hacienda, que iban a imponer toque de

queda y calabozos, que todos los futres iban a ser llevados a la justicia, qué barbaridad,

si Ariel Tomás del Circo era un mentiroso, como todo político de la época, todo lo

hacía para aprovecharse de la situación, y andaba con una carpeta amarilla donde

anotaba todo lo que iba suce-diendo, no digo si era liberal o conservador, socialista o

democratacristiano, no me meto en temas de la política, si era un filubustero arrogante

y mal nacido, tonto y de pésimo trato, eso dijo doña Sara y don Benito al conocerlo, si

la Reforma Agraria era un estupi-dez del porte de un buque, y los conciliábulos con los

inquilinos se repitieron a diario, don Julio Pereira decía: huevón prepontente concha de

su madre, que se meta sus leyes y asuntos del gobierno por el ano, aquí no hay y no

habrá nunca ninguna Reforma Agraria, y ponía el ejemplo de Alcones, una hacienda

más vasta aun.

Ariel Tomás del Circo fue a Santa Cruz a continuación y volvió con un legajo de

ins-trucciones de nuevo, habló sin obstáculos con don Benito, y amenazó y amenazó

147
con hacer caer las leyes implacables del Estado soberano, un día se reunía con algunos,

des-pués con otros, se entrevistaba con la familia Meléndez un día, enseguida con la

familia Rojas, luego con la familia Soto, después con la familia Arrué, así se llevaba

alojando y comiendo asados en casas distintas, si era un tipo chascón y chabacano, un

hippie dirá usted, algo así, y fue tanto la presión que ejerció que don Benito fue a

hablar con don Julio Pereira y con don Carlos Stüver, no le quedó otra opción, este

hombre, explicó don Benito, va a dejar la grande en Mallermo, si se sale con la suya

no habrá más producción de ganado ovino ni venta de ganado bovino ni cría de

caballos ni de chanchos, ni produc-ción agrícola ni nada, y se entristeció muchísimo, y

movía la chupalla y estiraba la boquita como buscando una explicación, don Carlos

Stüver dijo: estos gallos políticos son así, son puro bla, bla, pero don Julio Pereira lo

corrigió diciendo: si nos enviaron al peor, al más pertinaz y entrometido, el más

boquiabierto y holgazán, un pelasfustán quién sabe de dón-de, si los inquilinos se

apropian de las tierras va a quedar la cagada más grande, añadió, y decía la verdad, si

Oscar Soto y Germán Meléndez y todo esos empezaron a hablar, a lle-narse la boca

refiriéndose gratamente a la agraciada Reforma Agraria, a llevar el cuento a otras

partes, y mataron de propio un novillo Herford y otro Angus Abeerden para celebrar, y

comían papas fritas y bife de chorizo, lomo vetado, punta paleta, y asiento de picana y

corazón de cuadril, si con tanto asado eran expertos en todo tipo de carne, y tomaban

como chanchos, las celebraciones duraban hasta la una o dos de la madrugada, si Ariel

Tomás del Circo con el tiempo se convirtió en una garrapata que no se la podía sacar,

usted dirá: una sabandija o sanguijuela enviada por el mismísimo gobierno, si la

política simpre fue y ha sido una cloaca de ratas y murciélagos, si andan por el suelo

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son ratas lisa y llanamente, si vuelan por el aire se convierten en ratas voladoras, vale

decir: murciélagos, y Ariel Tomás del Circo fue depositando día tras día una

pestilencia enorme, horripilante, repito: un tipo chascón y chabacano, un día andaba

con chaqueta de casimir, en otro con casaca de cuero negra, pero la camisa y

pantalones eran los mismos de siempre, si era un tipo que nunca se bañana,

asqueroso, asqueroso.

Don Benito las paró que este hombre feo y estúpido no se iba ir nunca de la ha-

cienda, cuándo por Dios, si era toda la mierda y debacle agrícola y económico arrojado

por el gobierno de turno, si Ariel Tomás del Circo tenía fistulas en el ano y vomitaba

guarisapos a diario, caramba, qué hacer en ese caso, y empezaron a matar lo mejor del

ganado, no tuvieron ni siquiera la gentileza de venderlos por ejemplo, para repartirse

las ganancias, todo lo que querían era matar, linchar, comer con el hocico grande,

beber y después gritar con entusiasmo: lo comimos todo, y enseguida, con tanto

wiskey y pipeño en las narices, buitrear como un demonio, sin los inquilinos, de tanto

repetir la palabra Reforma Agraria, se volvieron ineptos, inescrupulosos, idiotas y

chancheros, si no respe-taban ninguna norma, la Reforma Agraria les abrió la boca y la

mollera como nunca, si cuando les hablaron de tierras quedaron locos, como un simple

y vil campesino se iba a transformar de ahora en adelante en un parcelero, si a cada

cual, decía Ariel Tomás del Circo, le iba a corresponder un pedazo de tierra, si la

Reforma Agraria, en Mallermo, fue un rotundo fracaso, significó en gran medida el fin

y la ruindad de por vida de una hacienda colosal nonagenaria, todo, sépalo usted, por

culpa de los señores políticos, por eso no hablo de esa pestilencia, si son conservadores

o liberales, socialistas o demócrata-cristianos, si son y representan lo peor y peor de

149
nuestro mundo, pura mierda, pura gan-grena, puro dolores de cabeza, eso fue la

Reforma Agraria a la larga.

Don Benito dijo:

—Y esas ovejas Tell y Suffolk, y carneros Hampshire que yo traje propiamente a

la hacienda, ¿qué va a ser de ellos?

Ariel Tomás del Circo respondió sin un atisbo de simpatía:

—Yo no sé, habrá que preguntarle a los trabajadores.

Y qué iba a preguntar el chancho culeado si todo lo ordenaba él, si todos los

políticos y gente de gobierno son gente de la peor especie ciento por ciento, y en la

hacienda de Alcones también intentaron hacer lo mismo, pero los patrones —don

Roberto Izquierdo e hijos herederos y todo esos— no se lo aguntaron, si a los

inquilinos de esa hacienda em-pezaron a tratarlos de tontos por eso, ahí no hubo toma

de terrenos ni nada, la hacienda siguió conservándose tal cual hasta el día de hoy,

ahora, dirá alguien, está parcelada pero porque los herederos se repartieron, a cada cual

le tocó una porción, lo ven, si todo lo que hacían los gobiernos de turno eran puras

porquerías.

Y así, día tras día, fueron esquilmando lo mejor de esta estancia de Dios Padre

bendi-to, por eso yo llegué y estuve ahí, los quince carneros Hampshire los mataron de

cuajo, no dejaron ni uno vivo, era tanta el hambre y voracidad de esos hombres

despiadados que no tranzaban con nada ni con nadie, si les decían que no lo hicieran lo

hacían igual, si les de-cían que no tomaran tanto no paraban de beber nunca, era odio,

150
frenesí, orgullo, apetito orgiástico, no sé con seguridad, Ariel Tomás del Circo se

ausentaba unos días y luego vol-vía con la carpeta amarilla llena con nuevas

instrucciones, matad y comed, matad y co-med, era la orden, la consigna diaria, don

Benito lloraba por las noches en los brazos de la atenta Sara y no podía creer lo que

estaba sucediendo, mi hacienda, decía, mis logros y tra-bajos de tantos años, don

Carlos Stüver era un hombre terco y pusilánime, aunque en-frentara a Ariel Tomás del

Circo una y otra vez no podía actuar de ninguna manera en contra de él, si la garrapata

que puso el gobierno ahí era más experta y minuciosa que él, sabía maniobrar con

gentileza y procacidad, hablar con la gente, hablar en público, si era un vicioso

denodado que visitaba los mejores bares y cantinas de Santa Cruz, un holgazán que no

le trabajaba un día a nadie, no quiero decir de que partido era, porque la gente se me

puede tirar encima, calcule usted, años 67 y 68, la garrapata, la sabandija, la sangui-

juela, si la muerte de los quince carneros Hamsphire provocó un estupor tan grande

que no vale la pena recordarlo, cómo matar quince carneros de un soplo así como así,

repito: si eran chanchos voraces que obraban sin escrúpulos, y prosiguieron comiendo

lo más graneado del ganado, si los infelices se transformaron en especímenes crueles y

villanos, Isaac Newton dijo desde el Partenón: rastrojeros, y Gandhi: rastrojeros, y

John Kennedy: rastrojeros, qué habla usted señor, si por culpa de la Alianza Para el

Progreso que usted pregonó a viva voz hubo que entregarle las tierras a los

trabajadores, para que los Estados Unidos pudiera ayudar con financiamiento

económico a los países de Latinoamérica, si eran chanchos licántropos, chanchos

murciélagos, chanchos rastrojeros, combina la pala-bra «chancho» con todos los

términos del diccionario de la RAE, chanchos deslenguados, chanchos horripilantes,

151
chanchos hipopótamos, chanchos absolutistas, chanchos relativis-tas, etc., don Benito

decía: cómo voy a quedar yo, sin ningún tipo de autoridad, sin ningu-na chaucha en el

bolsillo, sin nada, por culpa de estos huevones malditos, sinvergüenzas, ladrones y

repito: rastrojeros, vos po, Oscarito Soto, vos po, Germán Meléndez, vos po, Benito

Arrué, vos po, Adolfito Pino que manejaba uno de los tractores, ya que ha repeti-do

tanto la palabra ¿qué significa «rastrojero»?, el que entra al rastrojo a recoger la paja

que ha quedado después de pasar la máquina trilladora, como mendigo de la ciudad

que busca comida en los tarros de basura, así, si las ovejas las andaban marcando con

una mancha roja de cera, decían con grandilocuencia: esta sí, esta no, esta va a la

guillotina, esta se queda.

Las ovejas Tell y Suffolk, lo mejor de lo mejor, se las comieron en el transcurso de

dos meses y medio, hilaridad, bochorno, salvajismo puro, y tomaban vino con melón y

eructaban con la garganta llena de jeringas como sapos frenéticos y sabelotodos, y

deja-ron para lo último las ovejas merino restantes, las más sanas y dijes de la

hacienda, ¿qué era eso?, ¿qué les pasaba realmente?, ¿qué bicho los había picado?,

querían cobrar vengan-za por algo, o seguían con fe ciega las instrucciones que les

daba Ariel Tomás del Circo tronitosamente, matad todo no más, crueles, ladrones,

sinvergüenzas, sanguinarios, si ese fue un pecado capital, de ganado ovino no quedó

nada vivo, nunca más se vio en la ha-cienda de Mallermo ni ovejas ni carneros ni

borregos ni lechales ni nada, si ese fue un karma que Dios Padre aboluto impuso ahí,

nunca más ovejas ni nada señor, se lo digo yo para que se mueran de hambre y

escupan sangre por lo que hicieron con estas humildes criaturas, no me crees, anda a

ver, recorre todos los parajes y mira para ambos lados, nin-gún ovino por ninguna

152
parte, ¿por qué crees que el Cordero de Dios se llama así?, por lo que representa,

porque toda vida humana es como una ovejita, si las ovejas buscan a su pastor y lo

aman, por eso balan así, y por ese mueren descuartizadas atravesadas por una lanza, y

el cuchillo cortándoles el pescuezo, si habían matado y sacrificado la vida de Nuestro

Señor Jesucristo, si eran todos malos, depravados, gangrenosos, todos ustedes

mallerminos idiotas, ignorantes, autoritarios y aprovechadores, y eso no fue todo,

conti-nuaron insanamente echando carne a la parrilla, si eran el mismo diablo

castigando al género humano, luego vino el ganado Hereford y Angus Abeerden, don

Benito los veía ve-nir y no lo podía creer, sendos asados y comilonas a todo trapo a

pleno campo festejando no sé qué, y tomateras funestas preconizadas por el

mismísimo Belcebú, don Benito decía a doña Sara: ni miremos mujer por Dios, si

estos gallos se han vuelto locos, sobre Maller-mo cayó el Infierno, y la hoguera y el

volcán ardían día tras día, y corría lava roja por todos los contornos, vacas, vaquillas,

novillos, terneros, toros, toretes, todo no más, don Julio Pereira se refugió en las casas

patronales de allá abajo y les dijo con urgencia que no se fueran a meter a los potreros

de allá, pero acá todo era angustia, fragor, oportunismo, el desmadre de la puta más

grande, se adueñaron de las casas patronales del totoral y todo

eso, y gritaban en forma incesante que todo eso era de ellos.

Las vacas holandesas y clavel alemán y toros suizos los dejaron ahí, no para

producir carne o leche, sino para venderlos, y de esta manera señores comenzó la toma

de los te-rrenos, si la tierra y el fundo alcanzaba para todos, Ariel Tomás del Circo

colocó el pas-quín en el granero anunciando que todo era de todos, y celebraron a

revienta cinchas en la medialuna, vino Palomita de la Greda de Marchigüe y la

153
invitaron a bailar, y por culpa de las polleras largas se sacó la cresta y media cuando

iba a dar la vuelta, por Dios la risotada grande, y tenían tórtolas y zorzales en el

brasero, y huevos de perdices, y conejos y liebres grandes en el palo, y codornices con

vino blanco, y muchas cosas más, y Ariel Tomás del Circo leyó el panegírico de orgía

y promiscuidad, elogiando como nunca la vida singular que se hacía en la hacienda de

Mallermo, alabó los campos floridos y sus trigales al ama-necer, alabó la dulzura sin

igual de la luna azul y el Sol rojo bermellón, la miel de las abejas, la mantequilla, el

queso y el manjar, si la Reforma Agraria rompió los candados y cadenas, dijo, que

aprisionaban nuestra agreste tierra, abrió, dijo con ductilidad, las ver-tientes del Señor

de todos esos cerros y planicies, si nuestro Eterno Padre celestial daba a todo el que

pedía, y repitió con la boca llena los versículos de la Biblia que dicen la misma

tonterita, si era un estúpido, rotoso resentido, y andaban con cordones y sogas y yeso

blanco marcando las fincas y potreros y sitios y casas que le tocaban a cada cual, se

ponían sobre un lugar y decían: esto es mío, o bien, yo lo quiero para mí, y las mujeres

y cabros chicos a pie pelado, gente ordinaria sacada de la peor ralea, gente con la jeta

larga y ojos inmensos pustulosos.

Don Benito llegó a decir:

—Si tocan a mi familia y a mis hijos, me pueden matar incluso a mí.

Si los estúpidos se hacían los huevones no más, ponían una estaca en el suelo y

estira-ban la lienza a lo largo y ancho de la tierra, si la familia Meléndez —cabrones

hijos del diablo— se apropiaron de todas las héctareas de la entrada de Mallermo hasta

las casas del totoral, y la familia Soto, la periferia de la medialuna, y la familia Rojas

154
—habían dos— de los terrenos de más allá, así, así, yo no sé cómo hicieron todas las

subdivisiones y cómo siguieron susbsistiendo, si nunca más volvieron a trabajar, se

acabó por completo la cría de caballos, después, con el tiempo, todas esas parcelas de

rulo comenzaron a venderlas a precio barato a gente afuerina, a extraños simplemente,

con la única razón de mantenerse vivos, ¡y de qué iban a vivir!, hasta don Crisóstomo

de La Rinconada vino a comprar terrenos a Mallermo y fue él, el único que continuó

con la siembra de trigo, rico y gramí-neo cereal, vino gente de La Estrella, de

Marchigüe, de Santa Cruz, de todas partes a hacer usufructo de esos bofedales y sotos

poblados de arbustos y árboles hermosos que colin-dan con el camino de la casa de

Nano Pachacho, y ahí, vea usted, habían napas subterrá-neas llenas de agua y vida,

flojos, tarados, inmundos, rechonchos, por culpa de ellos todo se vino abajo, Ariel del

Circo fustigó tanto a don Benito, a don Carlos Stüver, a don Julio Pereira que ellos

mismos tenían que esconderse ante su ignominiosa presencia, y el chan-cho mayor, o

sea él mismo iba a festejar como una loca de pelo largo y tacones altos a una boite de

Rancagua del Paseo Independencia, calle O’Carroll, Bueras o Gamero, no sé dón-de,

en ese tiempo no existían las chinganas, solo bares y cantinas y boites y cosas por el

estilo

Lo que tuvo que pasar pasó, tras el desclabro de la puta madre ocurrido ahí don

Beni-to no se fue de inmediato a Santa Cruz, quiso esperar un tiempo más, Ariel del

Circo se fue por un tiempo corto y no volvió nunca más a Mallermo, todos creyeron

que iba a volver, pero no lo hizo, su trabajo estaba hecho, ándate luego nomás rotoso e

mierda, pensaba de buena manera doña Sara, y llévate tus alacranes y pústulas que has

traído del gobierno, en los años 70 Palomita de La Greda, que trabajaba en el algún

155
servicio administrativo o agrícola estatal trajo a otro delegado malhechor de nombre

Max Joel Ma-rambio y fue tanto peor que el otro, pertenecía a otro partido político

porque había habi-do cambio de gobierno, dijeron, Jano contó, que era amigo

incondicional del Presidente de la República y lo único que hacía era buscar votos para

las elecciones de regidores, de diputado y senador, y ahí, vea usted, otra vez los asados

y conciliábulos, tomando vino en un melón y celebrando no sé qué huevá, si esos

señores liberales, socialistas y demo-cratacristianos estaban cebados con esta zona,

Max Joel Marambio iba a Mallermo, a Rinconada de Alcones, a Pailimo, y a los

trabajadores los llevaban en camión a votar, si querían seguir con la miseria y cloaca

de la Reforma Agraria, y repito: en Alcones no pudieron hacer ninguna huevá porque

los futres no se lo aguantaron, los tres tractores John Deere y el Massey Ferguson que

funcionaba como una maquinita voladora los ven-dieron de mala manera en módicas

sumas de dinero, Max Joel Marambio, a propósito de esto, trajo dos tractores Belarus

soviéticos o alemanes, no sé, y eran tan viejos y pesados que la carcasa apenas la

podían mover, tenían una cabina enorme que parecía un buque y unos forros gigantes

incomparables, y el librito explicativo decía en alemán: der Katalog enthält die

technischen Kenndaten und ein detailliertes Stückverzeichnis aller Bauein-heiten…,

nunca a decir verdad los pudieron usar sencillamente porque eran más grandes y

estúpidos que un buey, por allá lejos en los potreros quedaron apuntalados con sogas y

estacas, botados siniestramente, para que ningún imbécil fuera a robárserlos, el nuevo

gobierno de turno era socialista, intransigente cual más, querían imponer a toda costa

los mismos estilos y leyes practicadas en la Unión Soviética y Alemania Oriental, y

156
eso era diez veces peor que lo que existía antes, al final don Benito regresó a Santa

Cruz a la caso-

na de Rafael Casanova antes de su trágico deceso.

Los hijos del diablo no se pudieron apropiar de todo, porque las casas patronales

del otro lado del embalse siguieron perteneciendo a don Julio Pereira y familia, por

allá, desde Pueblo Hundido, desde La Aguada quiero decir, había otra entrada a

Mallermo, si, Ga-briela, cuando iba al embalse de Rapel la veía, era una puerta

metálica ancha protegida con un candado Odis grueso fortísimo, para que ningún

malandra entraba a esos sitios del otro lado, don Julio Pereira o su hijo homónimo tal

vez tenían las llaves de ahí, no lo sé, más allá el pasto seco sin vida, alguna mata de

maitén o algún quillay viejo y herrum-broso, si los mallerminos estúpidos habían

comprado perros galgos y lebrel e iban como tontos a liebrar a esas partes, era su única

diversión, si para ser tonto y estúpido hay que ser mallermino, si todos los tontos del

mundo nacieron en este lugar, es tanto el odio e indignación que provoca el asunto de

la Reforma Agraria que es preferible no hablar de ello, todo por culpa del gobierno y

de gente ignorante, inepta, inescrupulosa, si la Refor-ma Agraria, lo digo una vez más,

puso fin a la grandeza oceánica, la flor y nata, el ganado selecto, la faena agrícola

superlativa, de toda esa maravillosa estancia.

Y lo repito y expreso como una esquizofrénica, por culpa sinceramente de

rastrojeros, rastrojeros, rastrojeros…

157
Yo esperaba a mi primer hijo, sin embargo soporté todo el dolor e impostura y

condición que eso conlleva y asistí a clases con la barriga llena de igual modo, si era

mi primer hijo y quería egresar pronto, ya no pernoctaba en la casa de mis padres,

vivía feliz de la vida en Mallermo con Nano mi único amor, y lo llamaba diciendo con

belleza «mi marido», «mi buen esposo profesor», si éramos felices, doña Sara nos

proporcionaba unas piezas, y yo cocinaba, hacía mis cosas y dormía tranquilamente

como una princesa encantada, si Otilia Rojas nos ayudaba, si tenía que barrer, barría, si

tenía que comer choclos, comía choclos, si preparaba arroz con azafrán o arroz a la

valenciana, lo preparaba, todo era dócil, gentil, glorioso, ilustre, corría el 67 y el

exámen de grado lo di a finales de octubre, y gracias a Dios —porque yo siempre he

sido bella, estudiosa, sublime, encantadora— aprobé con dos votos de distinción, de

esta manera regresé a Mallermo con el título en mano y me preparé a tener a mi hijito,

158
si las lomas o colinas estaban preñadas igual que yo, y por el estero la tagua y el ibis

mostraban la marcha firme de la simpleza, del lenguaje, la escritura universal, el Verbo

de voz y vida, si yo soy la Reina Madre Avispa y manejo todos los so-nidos

primordiales de la creación, ¿y las diucas?, anuncian la mañana, ¿y el zorzal?, del

mismo modo, anuncia la mañana, ¿y la tenca?, anuncia una visita, ¿y los queltehues?,

anuncian lluvia, ¿y el chercán y el ruiseñor?, cantan, anuncian amor, esperanza,

gratuidad infinita, ¿y el chuncho?, si canta sobre una rama seca anuncia muerte o una

tragedia, si canta sobre una rama verde anuncia casamiento, ¿y el piar de la perdiz?,

cantando, expre-sando amor por los hijos, amor por toda criatura, si las aves de San

Francisco de Asís son clarividentes, tú sabes todas estas cosas Sagrado Corazón

porque las dotas con estas habi-lidades y muchas otras, sí, sí, y con esa suprema

sonoridad significada y significante tuve mi primer hijo en el Hospital de Marchigüe,

todas las mujeres pobres íbamos a parir ahí, Nano me llevó en la camioneta Ford de

don Benito, había una habitación vacía pintada color verde y tuve un soponcio ligero

cuando caí a la cama, en el hospital estaban ha-ciendo reparaciones, eso lo comprobé

al ver los andamios puestos en las otras piezas, y el telégrafo sonando en la otra

oficina, tú dices y hablas como yo Sagrado Corazón de Jesús bendito, y el ibis ¿cómo

hace?, twett, twett, tweett, y el halcón, yiieecc, yiieecc, yiieecc, y el perro, guau, guau,

guau, al dormir me vi vestida de blanco presentando al divino niño ante los pies de la

Virgen María, Nuestro Señor Jesucristo estaba sentado en el trono con la tiara y el

cetro, si éramos amigos, amantes, yo y ellos, ellos y yo, me tuvieron un rato seda-da,

yo empecé con las contracciones y de inmediato entró la matrona a atenderme, el doc-

tor Jiménez, médico preciosista y enfático, llegó después, Nano estuvo ahí y vio todo

159
eso, yo apreté los dientes y grité fuerte por un buen rato, tenía dilataciones rítmicas,

progre-sivas e intensas, el niño se demoró media hora en salir, parecía un canguro o

una hormi-guita, no lo sé, y bramaba como un toro bravo, la matrona me lo pasó y yo

palpé su savia, sus dedos de muñeco, su pelo aceitoso, su cara de ángel del Señor, era

bellísimo y negrito, estuvo con su mameluco al lado mío durante dos horas, luego lo

pasaron a la habitación de los bebés recién nacidos, yo y Nano determinamos ponerle

el nombre sublime de Pedro Antonio, por Pedro María Gilberto, por una parte, un

trabajador noble y bon-dadoso de la hacienda, y Antonio, por otra, por San Antonio de

Padua, hermano de San Francisco y predicador excelente, en el acta del Registro Civil

quedó anotado así: Pedro Antonio Gálvez Iturriaga, por la gracia y benevolencia de

Nuestro Señor Jesucristo, en el día doce de diciembre de 1967, día onomástico de

Nuestra Señora de Guadalupe, patrona ilustre de América, de Santa Amonaria y San

Corentino, entre otros.

El regreso a Mallermo fue maravilloso, Pedrito, mi pequeño bebé, iba con los ojos

cerrados, yo, con mi oído clarividente, creía escuchar cantar las diucas, eran chercanes

revoloteando en mi oreja, algo así, fiu-fiu-jj, fiu-fiu-jj, pasamos raudos por Rinconada

de Alcones, doblamos en las puertas de Mallermo y bajamos por el precipicio verde

cuesta abajo por las colinas, el estero parecía plañir, doña Sara nos recibió con gusto,

ella había preparado la pieza especialmente para mí, y observó el niño con embarazo y

diablura, mi cuarto nieto, dijo con cortesía, y yo se lo pasé, quería rememorar la vieja

costumbre de ser una madre solidaria y solícita, y Pedrito se puso a mamar casi al tiro,

estaba cubierto por una manta de lana blanca y me apretaba los pezones con fuerza, a

continuación yo y Na-no comimos pantrucas caldúas, lueguito llegó Marina y me

160
alabó de que haya tenido un parto fácil sin contratiempo, don Benito no estaba en ese

momento, si la Reforma Agra-ria, Ariel Tomás del Circo, no aparecía por allá todavía,

dormí una larga siesta mientras Pedrito descansaba en la cunita de tablas contigua, de

cuando en cuando lo ponía boca abajo y él, como si nada, continuaba durmiendo,

sobre la muralla, con mis propios ojos, veían las figuras dichosas que se formaban ahí,

eran escenas del niño Jesús tomado en los brazos fragosos de su madre, veía niños-

ángeles alados subiendo y bajando, veía al arcán-gel Gabriel tomando de la mano a

Nuestra Señora y conduciéndola por jardines espesos de umbría, ahí estaba el león,

padre de la selva, acompañado por el tigre y el elefante, se-ñores de la misericordia

infinita, veía al mono, al papión o babuino con el compás glorio-so midiendo el

espesor de la tierra, veía unicornios blancos blancos con el cuerno dorado en la frente,

cola larga como un manantial y cascos de fuego, y todo, absolutamente todo, los ríos,

las montañas, los soles estaban cubiertos de oro, de leche pura y miel amarilla, y

cerraba los ojos y, en el fondo oscuro o negro, seguía contemplando bellezas inermes

miríficas, eran cabezas de niños, sin cuerpo, sin nada, con alas de pájaros, subiendo y

ba-jando con ternura por todos los recovecos entumecidos, oh Dios, todo eso eras tú

Sagra-do Corazón de Jesús bendito, y abría los ojos y contemplaba las motas de

algodón y de lana ascendiendo por la pieza hacia arriba, y como llorando, encantadas,

oh Jesucristo, oh belleza excelsa, si la vida es eso: amor y milagro puro, y los soles

majestuosos, azules, amarillos, rojos, bajaban a posarse sobre mi cabeza, hacia arriba

escuchaba ratones transi-tar entre la escuálida techumbre y los veía junto a hadas

madrinas y calabazas huecas y so-noras, veía a mi niño levantarse de la cuna y caminar

conmigo junto a lagos fragantes, transparentes, y me hablaba, me decía: hola mamá,

161
yo soy el Sagrado Corazón de Jesús bendito, todos los santos ven cosas sublimes, tú,

Gabriela, no eres la excepción, y así po-co a poco iba languideciendo hasta quedarme

dormida.

Don Benito hizo un asado de a propósito, trajo a Pedro María Gilberto para home-

najear a su nuevo nieto, y Pedro María, alto como un tobogán y humilde, callado, lo

único que hacía era reírse poniéndose las manos atrás de la espalda, esperaba un

saludo, una ademán, una venia, si Pedro María Gilberto sabía preparar los buenos

asados, y nosotros lo queríamos y alabábamos por eso, Luchito Serrano caminaba por

el patio como un so-námbulo y no daba tregua a su afán de observar al niño de Dios, si

todos los niños los engendra el Sagrado Corazón, son partícipes de su ser, de su

bondad, de su riqueza y dicha y paz infinita, por eso había visto esas formas y figuras

reconfigurándose en la pa-red, ahora miraba hacia allá y no veía nada, si los momentos

milagrosos se viven una o dos veces en la vida, ahí estaba la Virgen de la diucas, y la

Virgen del chercán o ruiseñor, y la Virgen de las tórtolas, y la Virgen de la perdiz y

codorniz, y muchas más y más vírgenes, era el número 7 de la perfección, y el 2 de la

dualidad, y el 10 del mundo, y el 5 de la justicia divina, todo eso, porque la

numerología también es trascendental.

Pedro María Gilberto nos llamó diciendo:

—Está listo el asado.

La mesa estaba puesta afuera y, ante el humo gris de la parrilla, bajo el sol caliente,

nos sentamos a probar la jugosa carne de cordero y pollo, Nano hizo bailar un trompo

y lo sostuvo sobre su mano un buen rato, don Benito empezó otra vez a jugar con su

162
lengua amorotada pronunciando trabalenguas ininteligibles, así era él, era su modo de

travesear, de reírse, si estaba feliz, una brisa suve de dejaba caer de rato en rato, había

ensaladas de lechugas, de apio, de betarragas, de colifror, de todo un poco, y Nano

hablaba de los niños de la escuela, de lo bien que se iba sentir Pedrito al estar con

ellos, Pedro María tapaba la carne con un cartón, y las presas que estaban buenas las

iba poniendo dentro de una olla, Luchito Serrano también se sentó con nosotros a la

mesa y comió sosega-damente sin abrir la boca, Gabriel, tú estabas ahí contemplando

nuestra dicha, nuestro re-cogimiento, tú eres el pastor de los hombres, y los conduces

por caminos que tú creas o infliges, tú eres la Suprema Potestad del Amor y la Vida, tú

nos enseñoreas y nos haces subir, o nos castigas cruelmente con suplicios fuertes e

inimaginbales, desde Marchigüe, pasando por el Santuario de Nuestra de la Merced en

Alcones, pasando por La Rincona-da a continuación, hasta Mallermo, y Las Garzas y

Pailimo, hasta Cógil incluso, tú deam-bulas por esos caminos y trochas día y noche, y

sabes apreciar nuestra voluntad y nuestro crecimiento, y vas dando o quitando según tu

parecer, de acuerdo a nuestras acciones, to-do para contribuir a la magnífica obra de

Dios Padre infinito, tú, solo tú, el grande, el incomparable, el Supremo Hacedor.

Las horas enclenques transcurrieron sin rencor, sin faltas de respeto, el asado

terminó de buena manera y todos volvimos a las piezas o a la galería, por dentro y por

fuera se res-piraba un aire de ternura y tranquilidad colosal, y en el sueño fui

conducida al Partenón, el templo flotante, y se me contó la vida con dimes y diretes,

acciones, palabras y omisiones, todo, todo, si yo estaba recién empezando a vivir, lo

bueno no venía todavía, y se me puso un corona de laurel con el trágico nombre de

Gabriela, la perínclita, la excelsa, la biónica maestra rural, si eso era e iba a representar

163
yo, yo quedé muda y aturdida, y al despertar recordé poco o nada de lo que me habían

mostrado o dicho, si estaba saliendo de un parto no tan terrible y aún no me

acostumbraba a la vida de ser madre primeriza, el unicornio de Dios tiró anillos por

toda la circunferencia y dictaminó con rigor todo lo que debía cumplirse, y vinieron

los ataques, todo ocurría en el transcurso del sueño, en la duermevela quizá, sonó

fuerte un timbre en mi oído y empecé a escuchar al duende de las peñas, magallánico,

y a la bruja universal, si hay criaturas más malas y peligrosas que el mismo Satán, ya

hablé de Lucifer, rey rojo siniestro ignominioso, y de Asmodeo, demonio que nos

tienta en la lujuria y nos hace caer en orgías terribles, eyaculaciones interminables, y

de Moloch, matador de niños, ya dije ya: todo recinto, todo pueblo, toda ciudad está

repleta de brujos y demonios, Dios Padre me hablaba a mí, solo a mí, y veía o creía ver

al duende de las peñas con vestidura negra y gorro cónico del mismo color y varita

mágica, y lo escuchaba hablar y reírse como un niño, y al otro duende culeado llamado

Mister Ma-goo también lo veía con su monóculo sostenido con vicio e intriga, y veía

pasar a la bruja universal con sus tres bonetes puntudos empingorotados, y me

tentaban diciendo: y por qué no ama a Fernando Meléndez, el trabajador que les hace

las cosas de la casa con tanto esmero y amor y que los quiere tanto y tanto, y luego:

por qué no se acuesta con Luchito Serrano y hace el amor con él con sexo oral como se

debe, si usted fue educada bajo los cánones de la sor Rita y sor Ruda, y enseguida: por

qué no trabaja como empleada de ho-gar como lo hacen todas las mujeres

mallermimas, caramba, yo seriamente no soportaba esas voces, y me ponía a llorar

sobre la cama, y no decía nada, todo lo guardaba para mis adentros, sufría en forma

164
terrible, tanto que para Navidad y Año Nuevo no pude comer ni pronunciar palabra

alguna, Nano notaba algo raro en mí pero yo no le decía nada.

Gabriela, no sé realmente de dónde venía todo eso, un día abrí el ropero de doña

Sara y descubrí que todo provenía de allí, y deduje con veracidad que mi suegra era

bruja, ah no si no, tengo razón o no en contarles todo esto, si tenía el pentagrama

invertido, y siéndolo así, eso atrae a cualquier demonio, cualquier duende maligno,

cualquier chuchá funesta, y no podía domir como corresponde, ¡cómo!, y las voces

repitiéndose una y otra vez, no estaba enferma, no, nada de eso, si tomaba fuerzas, me

levantaba y, junto a la Otilia, hacía las cosas de la casa sin retrasarlas, el año 68

comenzó en forma furtiva y cala-mitosa, desde la municipalidad de Marchigüe vino el

señor Toro Ilabaca a avisarnos que venía el delegado de la gobernación de Santa Cruz,

en razón de la Reforma Agraria, por eso escuchaba en el oído derecho la voz diciendo:

intruso, intruso, era él, el feo de su madre de Ariel Tomás del Circo, o Ariel Ruedo

Circo, tenía tantos nombres, pero eso no fue todo, después apareció una niña bien

bonita que se presentó con el nombre de Carloncha Foster, vestía una minifalda

cuadrille y casaca de cuero ajustada, tenía los labios pintados con rouge color rojo

intenso, y mascaba chicle como una loca, tenía buenas tetas y una mansa zorra, eso me

pareció al verla así tal cual, dijo que venía de Santa Cruz y que sus padres tenían

mucha mucha plata, ¿era una potona o putona?, no lo sé, y se puso a preguntar por

Nano insistentemente, yo le dije de buena manera que no estaba, si eso era cierto, si

quería tal vez maraquear con él, eso pensé, tomó un cigarrillo y se puso a fumar

delante mío, yo le dije que se fuera porque Nano no estaba, y ella fue al silo y al

granero a buscarlo ahí, luego, yo la vi, se puso a preguntar en las casas vecinas y de

165
pronto volvió donde yo estaba, yo me harté, y le espeté con rabia: andai con la zorra

caliente huevona que andai preguntando impetuosamente por mi marido, ella se asustó

y dijo mascando chicle: bueno, me voy, chao y chao guachita, y la vi alejarse por el

camino en dirección al estero moviendo su carterita diminuta de trenzas largas,

esperando que alguien la llevara al cruce de la carretera, ojo: aunque no estuviésemos

casados, a Nano lo consideraba como mi legítimo esposo, nunca creí ni pensé que

Nano tuviera otras mujeres o amoríos, yo quedé mal, muy mal, y tuve que reponerme

poco a poco.

Era la desgracia, y mi canto plañidero de Gabriela abrió su curso y convirtió los

mon-tes en alimento, agua y bebida, pero no para vivir sino para sufrir, y me venían

achaques una y otra vez, yo no conté nada a Nano y de la tal Carloncha Foster no supe

nada más, no me quiero referir de nuevo a la Reforma Agraria y a ese rechucha de su

madre feo y horroroso, yo veía y escuchaba a diario todo lo que pasaba, sin don Benito

era un hombre fuerte, habiloso, memorión, pero ese infeliz hijo del diablo fue más

fuerte que él y que to-dos, en febrero Nano determinó ir a la laguna Cáhuil por unos

días, a doce kilómetros de Pichilemu, bordeando la costa de Punta de Lobos, más allá

de Rancho Pinar, la cabrita nos condujo por laberintos oscuros e implacables, las voces

cesaron un poco, me sentía libre, llana, nos subíamos a un bote con mi niño y Nano

sentado en el centro remaba con marcha suave, la laguna estaba a orilla de camino,

quizá en medio de la nada, y por las noches cálidas recibía el agua gélida del mar, allí

donde termina el estero de Nilahue, ha-bían pocas casas y la señora de la pensión nos

atendía con primor y gentilidad, se escucha-ba el susurro de garzas y búhos cerca o

lejos, el grito de la garza es señal de fertilidad, el del búho por el contrario, con sus

166
notas lúgubres, alimenta a los brujos y al cachudo, nos levantábamos como a las diez

de la mañana y salíamos a caminar con la brisa suave por todo el estero hacia arriba,

habían cisnes de cuello negro, hermosos, fluviales, a uno y otro lado, si los cisnes se

casan una vez y mantienen su amor por toda la vida, eso lo sabe todo el mundo,

algunos nadaban dócilmente por la agüita, otros alimentándose en los camello-nes de

las salinas o anidando simplemente escondidos entre la maleza por ahí, fueron cinco

días dichosos, yo se lo dije a Nano, yo era otra mujer, mi niño no sentía nada y yo no

quería perturbar por nada del mundo su sosiego y mansedumbre, hasta que volvimos

por las lomas de Alto Colorado.

El festival de las voces, a partir de ahí, pasó un tanto, yo quería ver a mi abuela

Tere-sita, a mi madre, a Susanita sobre todo, por eso fui por dos semanas a la casa de

mis pa-dres, el viejo, al verme, no me dijo nada, entre, expresó con cariño, yo ingresé a

la galería en silencio y no les di ninguna explicación, había pasado más de un año de

mi escapada, no hubo palabras indiscretas, ningún mohín de reticencia o repulsión,

nada, ellos solo querían verme y estar conmigo, pero Gonzalo y Gastón, lo noté al tiro,

estaban al agüaite, mi niño lo tenía en brazos y tenía los ojos abiertos, bien abiertos,

iba a cumplir tres meses ya, se lo pasé a Teresita y ella le dio un beso de bienvenida en

la mejilla con naturalidad, Pedrito movía sus manitas de ángel y su cara se tornaba

fresca y caprichosa, toda una cria-tura, un pan de Dios, pensaba, si los niños

representan la inocencia del hombre primitivo, Nanita nos observaba en completo

mutismo, bien lo sé Gabriela: el enemigo de afuera es con-trolable, el de adentro

mata, quizá mi madre pensaba que yo era una mujer desobediente y atorrante, por eso

no expresaba mayor pasión y cariño, la que me quería harto harto era la abuela,

167
siempre fuimos como hermanas, como amigas, Susanita se paseaba con los brazos

cruzados mirando a través de los visillos, todos como familia estábamos reunidos ahí,

a Poncho y a Frabrizio, los más chicos, no se les notaba su presencia, los dos

permanecían sentados en la esquina del sofá grande, el que está al frente de la

chimenea, pensaban con discreción que yo venía del lejano Oeste, como en las

películas de vaqueros, no sé si se habrán enterado que existía más allá un pueblo

llamado Mallermo, si eran simples, enanos, diminutos, mi padre no los tomaba mucho

en cuenta, la Nanita y Susana estaban a cargo de ellos, si sentían un odio inimaginable

hacia la abuela, porque todas las noches los obligaba a rezar, había transcurrido una

hora más o menos y salí para afuera a visitar a mi vecino Lisandro, si éramos amigos

desde la escuela y nos queríamos mucho, si Lisandro también le trabajaba a don

Matías a veces.

Sobre esto, escribí:

10-III-68

Recuerdo aquella tarde recién llegada de Mallermo lo primero que hice

fue correr a visitar a mi vecino. Su casa al lado de la de mi padre las separaba

solamente una gran entrada de vehículos. En el corredor como descansando

de una larga jornada

estaba Lisandro, luego de sufrir su día de trabajo, sus tías mujeres ya de

avanzada edad

168
entraban y salían; me miraban con cara de extrañeza; ¿qué podrán conversar

estos?

era la pregunta que me imaginaba. Estiró la mano, un gran apretón fue su

saludo,

me alegré una vez más constatando que ahí estaba mi amigo. Nos sentamos

a conversar, o más bien a escuchar con mis 22 años ¿qué podía opinar o

responder?

Su secreto lo repetía una y mil veces. Sus padres separados, la madre era la

querida

como todos decían del administrador del fundo del frente. Lo sabían,

pues su alazán tranquilo lo esperaba todas las tardes amarrado bajo un árbol

al lado de la casa. Era ya tan evidente que su padre no pudo soportar

la vergüenza que sin más le quitó a su madre sus tres hijos. Se los llevó

a vivir con sus tres hermanas, solteronas, buenas para tejer a crochet

y tomar sus copitas de vino a escondidas por las tardes. Lisandro creció

añorando a su madre, sin más cariños que un padre ausente y sus hermanos

tan lejanos y tristes como él. Todos se casaron jóvenes tal vez por soledad,

por salir y buscar otros horizontes. Recuerdo que como tantas veces

me decía, que no valía la pena seguir viviendo así. Yo con mi entusiasmo

169
simbiótico lo invitaba a salir a jugar fútbol o simplemente a recorrer los

cerros.

Aquel día el primero de mis vacaciones supe que estaba enamorado de la Tita,

cercana a su casa y que no era respondido, lo encontraban poca cosa

y sin futuro, además que el ejemplo de la madre, era casi seguro

que se repetiría la historia, así lo escuchaba levantarse e irse.

Para mí parecían vacaciones, porque Nano ya había empezado las clases

prolijamente en la Escuela de La Rinconada y en la Escuela de Mallermo, estuvimos

como dos horas conversando, yo conocía casi todas las historias de Lisandro, que era

bueno para cazar, que tomaba vino de vez en cuando, que estaba enamorado de la Tita

y otras cosas, le estreché la mano y nos despedimos, cuando volví a Pedrito lo tenían

acostado en la cama de Susanita, yo me quedé en esa pieza junto a mi hijo, a medida

que se venían a acostar de noche todos cruzaban con paso sonoro por esta alcoba, y

abriendo las puertas de madera barnizada se iban instalando en cada uno de sus

aposentos, la abuela también pasaba por ahí cubierta con su chal azul o rojo o

cuadrille, pantuflas de lana y rosario en mano en dirección a la pieza del fondo, y eso

lo recuerdo mucho porque así estaban construidas las casas de campo antiguas, en ese

primer día dormí en forma profunda y pacífica, a las dos de la mañana me levanté a

darle papa al niño y luego, con luz de la vela encendida, volví a acostarme, la señora

Luca nos preparaba de continuo kuchen de manzanas y duraznos y pai de limón y

170
queques rellenos con nueces y almendras picadas y bizcochuelos de miel y cola de

mono sabroso y panqueques con mermelada y manjar, si tenía hijos grandes ya.

Yo diría que nuestra residencia era la principal casa de La Rinconada, las hijas de

Se-gundo Quintanilla, como contaron, me admiraban solo a mí, eran y se comportaban

y vestían como yo. Como a las diez mi madre abría el negocio, y poco a poco

empezaba a llegar la gente a comprar, rutina que se repetía día a día, quiero una

virutilla para encerar, decían, quiero un caldo de gallina, quiero tallarines Carozzi,

quiero harina flor, si el boli-che, aún no siendo tan grande, tenía de todo, todas las

cosas que entraban a la cocina y al comedor venían desde ahí, y Poncho y Fabrizio,

reclamando por esto o aquello, entraban a robar dulces a escondidas, yo les reprochaba

diciendo en voz baja: ladrones, todos esos días nunca se pudieron esfumar porque en el

jardín exterior, el del frente, nos sacábamos fotos con mi niño, ahí donde están las

tinajas, la mata de camelia, las achiras y rosales y cuatro palmeras, Susanita se sentaba

en los sillones de mimbre y contemplaba el pasar veloz de carretones y vehículos, todo

era de piedra y tierra, afuera habían unas matas de quillayes altas y ostentosas y esos

árboles majestuosos absorbían todo el polvo de la calle, me sentía cansada y aturdida y

dormía con entera placidez, mi ratoncito estaba creciendo noblemente junto a su

familia, pronto pasaron las dos o tres semanas, no lo recuerdo bien, y Nano me vino a

buscar en la camioneta a inicios de abril, pero, oiga, sin toparse con mi padre de

ninguna manera, si Matías le echaba toda la culpa a él, los resquemores y

desaveniencias entre ambos nunca acabaron.

Estábamos en otoño y el viento ululaba por las noches en forma fuerte, mis

Señoras eran la Virgen de las diucas, la Virgen del chercán o ruiseñor, la Virgen de las

171
tórtolas, con afán las consideraba como mis protectoras, si toda criatura tiene su propio

consejero o mentor o hada madrina, doña Sara habló de duendes, no sé el porqué, que

en la casa esta-ban penando, dijo asustada, y no le creí nada, si todo sucedía por culpa

de ella y de Luchito Serrano, su zombi noctámbulo, su Frankenstein, a mí no me

entran balas, decía, yo sé combatir brujos, actos de magia negra, demonios de

ultratumba, vampiros chupado-res de sangre, ataques siniestros del diablo y muchas

cosas más, sí, hágase la huevona no-más, si usted era la rechucha de su madre que

invocaba al mandinga, por eso la casa tenía anillos, no me quiero referir a la

supersticiosa Noche de San Juan ocurrida en el solsticio de invierno, si las ánimas

salían a hacer de las suyas, doña Sara dejaba el agua al sereno y al otro día se la

tomaba para limpiar el Cerebro y Corazón, y se ponía a leer el futuro en una yema de

huevo, e iba de propio a sentarse bajo el damasco para que diera buenos frutos, y bebía

agua bendita a borbotones, y pelaba tres papas poniéndolas debajo de la cama, una sin

pelar, la otra a medio pelar y la tercera completamente pelada, y era para saber cómo

sería su futuro económicamente hablando, si tomaba la papa sin pelar habría riqueza y

abundancia, si tomaba la que estaba a medio pelar le iba a ir más o menos, si tomaba la

pelada iba a haber ruindad y pobreza, no sé cómo creía en todo eso, si era una mujer

bo-luda y chismosa, yo nunca creí en tal magia, los mitos y leyendas del Sagrado

Corazón son verdaderos, pero no para estar asustando a la gente e inventando cuanta

huevá estúpida, yo tenía más sentidos mágicos que ella, y podía ver a través de las

paredes, volar como el viento como un elfo o hada o conversar con los pájaros de San

Francisco sencillamente, si el Sagrado Corazón de Jesús es más glorioso e inteligente

que cualquier acto de magia blanca o magia negra.

172
Día tras día me sentía una mamá dichosa, de pronto recordaba a la tal Carloncha

Fos-ter, visualizaba al Nano haciendo el amor con ella, y me llovían los cuchillos de la

enemis-tad y aflicción, Nano se puso a criar chanchos en los corrales del granero, y

Ariel Tomás del Circo nunca tomó una medida en contra él, lo dejó que produjera

porque lo conside-raba un hombre bienhechor, profesor de escuela, amante de la vida

y luchador, sus enemi-gos, él mismo lo decía, eran don Benito, don Carlos Stüver y

don Julio Pereira, la cabeza mayor, un día Nano llevó a Pedrito a los corrales, y

sosteniéndolo en los brazos, se sacó varias fotos con él juntos a los chanchos, después

lo puso bajo los platillos o discos de una rastra y le volvió a sacar fotos, además de los

chanchos mi esposo tenía una yegua tordilla, la Pizpireta, y continuamente salía con

ella a tranquear por los campos, de esa fecha datan su sombrero de huaso adornado con

una cinta negra, la manta con rayas blancas y grises, las botas de tacón y espuelas, si

todo eso lo guardábamos en el canasto de mimbre que teníamos en la pieza, cuando no

podía ir a los corrales mandaba a Nacho Leiva, joven aún, el segundo hijo de don

Ernesto y de doña Hilda, a darles agua y ali-mento Champion, los abrevados los

limpiaba con trementina. Don Benito, por esos días, fue a hacerse el examen contra la

insulina y le diagnostcaron malamente diabetes, si el viejo, al igual que su hijo mayor,

no se cuidada, comía de todo, tanto que alharaqueaba con doña Berta, su suegra de

Chequén, y la metformina que tomaba, ahora se la reco-mendaron a él, decían que

tomaba yohimbina porque sufría de disfunción eréctil, si a todos los diabéticos les pasa

eso, a inicios de primavera, después de la noche del equi-noccio, Nano nos invitó a la

Fiesta de la Merced a celebrarse todos los años en el San-tuario de Alcones, la fiesta

del 24 de septiembre dirá usted, doña Sara nos acompañó y caminaba con paso ligero

173
observando los puestos de los comerciantes con mirada astuta e inquisitiva, buscando

algo nuevo, original, para comprar, había un mundo de gente y yo, con Pedrito, tuve

que correrme para dejar pasar al cura y al obispo. No recuerdo a qué hora regresamos,

solo sé que a los pocos abrí el «cuaderno azul y marrón» y me puso a escribir, dije: los

niveles de lenguaje y metalenguaje son infinitos, era que no…

Y escribí mi canción predilecta con dicha y amor:

Oración al Sagrado Corazón de Jesús de la tierra de O’Higgins: oh ma-at, tú eres

el símbolo eterno y viviente de la verdad-justicia, tú eres la dualidad primigenia, el sí-

sí y el no-no, la afirmación y negación absoluta, la fuerza benévola que nos da vida y

vigor, tú eres el Orden y repito: la Verdad, la Fuerza invisible de todas las cosas, la

Justicia cósmica, tú eres el Sagrado Corazón de Jesús universal, infinito y perfecto,

habido en toda criatura y ser viviente, a ti imploramos ayuda día tras días, en ti

vivimos y somos lo que somos habiendo sido, tú eres el gnosticismo puro de los

herejes y Padres de la Iglesia, en ti todo halla cabida, todo valor y virtud nace y

vuelve a ti, recibe nuestros Corazones con amor y justicia y alimenta nuestras

plegarias para que vivamos siempre en ti, tú eres el Sí-o-Siris, el arcángel Gabriel

gran-de, sano, manso y puro, a ti acudimos en el día de nuestra muerte y ante ti nos

arrodillamos implorando perdón y piedad, recibe esta oración primordial de tu amada

Gabriela, desde Mallermo para toda la capital y provincia en este mes de octubre —

cálido y frío— del año 1968 en curso, amén.

174
Don Crisóstomo Arriaza era un poderoso terrateniente, el más grande de todos, y

compe-tía directamente con los futres de la hacienda de Alcones, con don Roberto

Izquierdo y todos esos, si los viejos se odiaban por culpa del dinero, si ellos

representaban a Ma-mmón, el demonio de las riquezas, si además de camión don

Crisóstomo tenía una camio-neta roja y negra y un tractor celeste marca Landini, no

tan poderoso como los tractores John Deere o como los tractores Zetor de la hacienda

de Alcones, si el viejo sabía mucho de máquinas y vehículos y tractores y rastras y

arados, estaba casado con doña Elmira Ri-quelme de Marchant, una señora gorda que

usaba lentes cafés gruesos y que le gustaba mucho tejer, tenía dos hijas, Mónica, la

mayor de diecinueve años, y Fabiola, la menor de diecisiete, Mónica estudiaba en la

universidad no sé qué cosa, y era orgullosa, entradora y picuda, tenía una nariz

puntuda como aguijón de avispa y le gustaba mucho jugar con los niños, Fabiola por el

contrario era parca, enérgica, de cara blanca como monja y no tan alta, les encantaba ir

a comprar zapatillas Adidas o Puma o Converse a Santa Cruz, si en eso competían,

Mónica usaba vestidos de etamina floreados, Fabiola en cambio jeans azu-les

comunes, durante verano se sacaban las zapatillas fueran Adidas o Puma y se ponían

simplemente hawaianas, y caminaban por la casa solariega como unas gallas libres de

175
toda culpa, si la fiesta del 15 de agosto en Marchigüe, día de la Asunción de la Virgen,

nunca se la perdían, si tenían «machos ahogados», vale decir: hombres que andaban a

la siga de ellas, pero don Crisóstomo era fuerte, colérico, si andaba con una varilla

persiguiéndolas, hasta esa edad, dirá usted, si ningún hombre corajudo podía entrar a

su casa, don Crisós-tomo no lo permitía, si era machista y educado a la antigua, sin

embargo Mónica y Fabiola no le hacían mucho caso y salían de igual modo, cuando su

papá se ausentaba en el vera-no ellas iban a escondidas a la Tanguería de Pichilemu,

ubicada en La Puntilla, y se solaza-ban bailando como cabras de cerro, si estaban

grandecitas ya y doña Elmira no les decía nada. Don Crisóstomo en tanto había

contraído obligaciones con don Miguel Retamales Abarzúa, si eran compadres, don

Miguel Retamales venía a su casa en su auto Volvo gris de continuo, si pasaban

conversando y juntándose en distintas partes, cuando había asa-dos en la hacienda de

Panilonco don Crisóstomo iba para allá, eran como veinte puertas que tenía que ir

abriendo, si la casa patronal con sus dos leones acorazados, ya lo dije, quedaba abajo,

a orilla de mar, potreros y más potreros dirá usted, llenos de ovejas y ganado de

distinto tipo superior excelente, si don Miguel Retamales, de toda esta zona, era el

viejo, el potentado más rico, tenía, vea usted, más plata que don Roberto Izquierdo y

familia, si eran amigos, más plata que don Crisóstomo, si tenía una megacasa en

Ranca-gua, una mansión, no, una megacasa, por la Carretera del Cobre hacia adentro,

antes de llegar a El Manzanal, si don Miguel Retamales no vivía en Panilonco, su

lugar y pasar predilecto estaba en Rancagua, allá vivía su señora, misia Fernández

Alfaro, sus hermosos hijos y nietos, si tenía más de sesenta y cinco, su chofer de

Machalí se llamaba Elton Torrico, era homosexual, por qué creís que se llamaba así, su

176
empleada de Gultro, pueblo pequeñito contiguo a Rancagua, era doña Zoila Zorruna,

ja, si cuento y digo toda la ver-dad, si don Miguel Retamales era un viejo verde, le

hacía para los dos lados, con tanta plata dirá usted, si se las traía, era uno de los

principales socios de Unifruit, empresa frutícola de exportación, tenía árboles frutales

por toda la periferia de Requínoa y El Olivar, manzanos y perales y duraznos y todo

eso, si era, sépalo usted, amigo y conocido de don David de Curto, empresario italiano

avencidado en nuestro país desde algún tiempo atrás, pionero de este rubro en toda la

zona central, si las bodegas de este último estaban ubicadas a la entrada de San

Fernando, afuera, entre el pasto verde, adornado con luces amarillas estaba el letrerito

azul que decía: DAVID DEL CURTO S. A., y cerca de Requínoa, antes o después,

estaban las bodegas de UNIFRUIT, su competidor más cerca-no, si los dos caballeros

almorzaban juntos, eran más que amigos, cuando misia Fernán-dez Alfaro hacía

festejos en su megacasa del sur de Rancagua llegaba don David del Curto, don

Crisóstomo y muchos otros viejos ricachones de toda la región, y comían asa-do y

delicioso caviar, y tomaban distintos tipos de vinos y champán y whisky, hasta que-dar

curados como guasca, si por ser tan ricos, eran viejos salvajes, usureros, podridos en

plata y bienes, si don David del Curto murió trágimente despúes en una accidente

aéreo, el helicóptero se les vino abajo y murieron el piloto, el copolito y todos sus

acompa-ñantes, si eso salió en la prensa, si don David, italiano honorable, era un

hombre de fama mundial, envidiado por muchos, gracias a él, y a don Miguel

Retamales Abarzúa, somos ahora un país exportador de frutas, école, pero porque ellos

fueron hombres visionarios, porque iniciaron el cuento de buena manera.

177
Y digo toda la verdad, no miento, si don Crisóstomo, viniendo desde Alcones para

acá, contando Mallermo y Las Garzas y Pailimo, era el viejo más platudo, si todos esos

cerros de atrás eran de él, si tenía caballos corraleros inscritos, como cinco o seis, si el

honrado caballero corría los guachos en los rodeos, su hija Mónica odiaba eso de su

pa-dre, porque no soportaba ver el maltrato animal, a su propio padre lo trataba de

cucara-cha, gusano, sabandija, lo decía abiertamente a su madre y a todas sus amigas,

si Mónica, el Nombre lo dice, es una mujer brujesca, todas las Mónicas y Eugenias y

Marujas son así, revise los libros divinos, por qué cree que tenía esa nariz puntuda que

más bien parecía aguijón de avispa, y esos vestidos tan largos suntuosos usados con

zapatillas de lona, si a su padre lo odiaba, a pesar de ser medio brujesca ella amaba a

los niños, si iba continua-mente a la escuela a jugar con ellos, por eso algunos niños

llegaban a su casa por las tardes, y había que darles las buenas onces, don Crisóstomo,

al ver eso, se ponía furioso, decía con el puño en alto: cómo Elmira aceptas todo esto,

si la casa parecía una guardería, la Fabiola no decía nada, si era todo lo contrario a su

hermana, ella amaba a su padre, le encantaba el rodeo y continuamente lo acompañaba

en camioneta o en camión donde hubiera alguno, si Fabiola era licenciosa y montaraz,

le pedía a su padre que la llevara a esas fiestas grandes que celebraban en Rancagua a

todo trapo, porque sabía que ahí se juntaban muchachos dijes, hermosos, rubios,

promiscuos, forrados en plata, si para el Dieciocho iba a la medialuna de Alcones a ver

a los hijos y nietos de don Roberto Izquierdo, y ella misma lo decía, porque eran

rubios, si era medio envidiosa y arribista, y a los hijos de don Sergio Lecaros, cuñado

de don Roberto, también les tiraba cortes, repito: porque eran todos rubios, todos gente

linda, y daba grandes suspiros diciendo huy, o uf, qué bellos son, según ella, toda la

178
gente rubia era rica, o bien toda la gente rica es rubia, si rubio y rico significaban lo

mismo, la gente fea, negra e ignominiosamente fea no la soportaba, si en la fiesta del

15 de agosto y en la Tanguería buscaba a los mejores hom-bres para bailar, y después

se ponía a atracar con ellos, si era una putita o putona, y esos jeans tan ajustados que

usaba y blusa con los primeros botones abiertos, si era una cachera redomada, hazte la

huevona no más, tenía como diez pololos, si estaba en Sexto Año de Humanidades en

el Liceo Municipal de Peralillo, si se venía atracando en las micros, y ningún hombre,

al vela tan suelta de raja, con el ombligo al aire, afuera, la quería soltar, si en tiempo de

verano, cuando querían ir a Pichilemu, don Crisóstomo tenía que ceder, do-ña Elmira

ganaba la pelea, y Fabiola se escapaba a las dunas con algún gallo y vamos dán-dole

duro, cabalgaban y cabalgaban montados sobre la arena negra, bajo la luna, Mónica, la

hermana obediente, lo sabía pero no le decía nada, si Mónica era medio católica, la

otra una total atea, Fabiola era cachera y canchera a la vez, cuando don Crisóstomo las

iba a buscar en la camioneta ellas volvían muertas de la risa, doña Elmira, a las dos las

consideraba como hijas honestas, justas y ejemplares, y recibían mucha gente en su

casa, si hacían fiestas de cumpleaños y de baile y rompían la piñata y todo eso, y

Fabiola otra vez con sus martingalas, se encerraba en la última pieza de al fondo con

algún chiquillo y va-mos dándole, y en los rodeos se alejaba un poco de su padre, se

escapaba a las matas y ahí lo hacía, si era una potranca indomable, su hermana mayor

era virgen y ella en cambio una puta de pueblo insufrible, ja, don Crisóstomo no sabía

nada, decía constantemente conmi-go no, conmigo no, y Fabiola pasaba por alto todo

eso y se reía descaradamente delante de él, repito: si era una putita en celos, una putita

en formación, una putita hecha y de-recha.

179
¿Cuándo, a qué edad lo hizo primero?, a los once años, no ve hijo, si la plata hace

mal, con un muchacho de Alcones, en un cumpleaños de un amigo de don Crisóstomo,

y qué, si los hijos y nietos de don Roberto Izquierdo no la pescaban, esos tenían más

plata aun, si la puta se acostaba con los trabajadores, ella decía y creía con fe ciega y

amaba a los hombres rubios, pero no hacía distinción entre uno y otro, me da igual,

decía, y pelaba las naranjas y comía kiwis como una soberana del Reino Putícola, si el

Liceo Municipal de Peralillo era mixto y pasaba haciendo la cimarra lo más del

tiempo, si con los compañeros se iban a esconder a la estación, y fumaban cigarrillo

como lolos grandes y tomaban whis-ky y coñac y ron como sanguijuelas, si Fabiola se

venía en la última micro con la chiva de que iba a estudiar a la biblioteca, si se había

acostado en la cama con el profesor de mate-máticas, se habían puesto a pelear no sé

por qué, y era pura calentura de zorra, de hocico, para mamar, para besarse como

nunca, para culear con ganas, si ella lo estaba esperando afuera con la mochila, fueron

a la pensión y ahí lo hicieron, si abría las piernas y la zorra a quien quisiera

enchufárselo, don Crisóstomo, hasta el día de hoy, nunca se enteró de nada, y que me

perdone mi padre por lo que estoy diciendo, si Mammón, el dios o demonio de las

riquezas obra así, puede dejar la cagada más grande en un hogar, pero nunca llegó a

quedar embarazada, porque usaba condón, eso le exigía perentoriamente al macho que

quería estar con ella, si cuando iba al rodeo de Pailimo después venía la fiesta y todo

eso se convertía en una culeadera, si al lado de la medialuna hay matas de álamo y

zarzamora, y cuando había fiesta y baile en los partidos de fútbol también con mayor

razón, y la cum-bia, el corrido y la guaracha y todo eso, si los hombres quedaban

curados como taguas, si don Crisóstomo era amigo de Marcos Pérez, otro hombre

180
tomador insuperable, casado con doña Esperanza, iban juntos a Población, a Peralillo,

a La Estrella, a Litueche, donde hubiera celebración y fiesta, ¿por qué cree que

Fabiolita salió así?, hija de tigre dirá usted, si don Crisóstomo, después de comprar los

terrenos de Mallermo, con tanta plata, se volvió putero, hacía el amor con amenazas o

a la fuerza, si a las putas las obligaba a estar con él, les pagaba cien o doscientos pesos,

si tenía putas en Marchigüe, en nuestro pueblo, en Las Garzas, en Pailimo, en todas

partes, doña Elmira no sabía nada, si el viejo todo lo hacía a escondidas, si Pepe

Gilberto, el huaso más pintoresco de Mallermo, era su amigo-te, y he tenido que

cambiarle el nombre para que la gente no se asuste, si corrían juntos en los rodeos, y

tomaban y se curaban a la par, y entre los dos iban a ver a las putas, si la hermana del

Teddy también se acostaba con él, si tenía mucha plata, repito, estacionaba la

camionetita afuera a vista y paciencia de toda la gente y entraba con paso sigiloso para

adentro, y no digo el nombre de esa señorita que después emigró a La Quebrada, ya lo

dije: la hermana del Teddy, y la mamá, doña Zunilda Lizana, lo recibía con gran gusto,

tomaban onces juntos y luego iban a la cama, si eso lo sabía todo el pueblo, y el viejo

pagaba buenas sumas de dinero, tanto que la señorita XX se construyó una casa atrás

de la de su mamá, el Teddy nunca dijo nada, la niña se llamaba Victoria o tal vez

Benerice o quizá Verónica, sí, háganse los huevones, si la plata convierte a los

hombres en viles y desvergonzados puteros, si Jesucristo, el mismo Jesucristo, vea

usted, era un putero, ah no, si todos los hombres famosos, gloriosos son así, para qué

le voy a hablar del putero John Kennedy, o el putero Adolf Hitler, si para eso tienen a

las mujeres, si tienen plata, mucha plata, o si son famosos, todo el mundo está a su

181
servicio, todo el mundo está a sus pies, y las mujeres, para eso están, lo único que

hacen es mamarle la polla.

Yo soy honesto conmigo mismo, no soy hipócrita ni mentiroso, yo cuento y digo la

verdad, si cuando Mónica se enteró de que su padre era un putero le paró los carros en

seco enseguida, cómo, dijo, podía estar haciéndole eso a la mamá, y a ella y a toda la

familia, y no contó nada a doña Elmira ni a nadie, no, sí contó, y tomó cartas en el

asunto para acabar esa cuestión, dijo: usted me entrega toda la plata a mí, por último a

mí, y se deja de travesear con sus putas, ¿me oyó?, don Crisóstomo agachó la cabeza y

guardó si-lencio, si Mónica se comportaba como una bruja a veces, Pepe Gilberto iba

pasando en su furgón un día y la hija enojada como diablo le salió al encuentro, le

espetó en forma fu-riosa: ¡no quiero que nunca más vuelva a salir con mi papá, ni a los

rodeos, ni a los parti-dos de fútbol, ni a las celebraciones del Dieciocho ni a una

ninguna parte!, ¡yo estoy can-sada con todo esto!, ¡hágame caso!, le dijo moviendo los

dedos, ¡si no lo denunció a los carabineros!, ja, y qué, si los viejos nunca le hicieron

caso, todo fue por las puras, don Crisóstomo de igual modo se arrancaba y hacía de las

suyas, decía que iba a ver los anima-les y, en vez de hacer eso, iba a ver a sus putas,

tuvo que volverse viejo y azumagado para volverse un hombre equilibrado, hogareño,

pero no todo terminó ahí, don Crisóstomo te-nía tres trabajadores, a saber: Cornelio

Hermosilla, Poquenque y Carlos Pérez, y eran tan feos y raquíticos como él, para

entonces ya tenía los terrenos de Mallermo y con el tractor Landini y el arado rojo de

discos inconmensurables comenzó a preparar la tierra, todos esos potreros que habían

hacia la casa del Tete Rojas eran de él, y sembró trigo antes de las lluvias y en

diciembre cosechó a manos llenas, se le veía pasar una o otra vez con camionadas

182
llenas hasta el borde con el gramíneo cereal, ahí va don Crisóstomo, decía la gente, un

ricachón emprendedor sin igual, iba y venía, iba y venía, en la cabina iban Cor-nelio

Hermosilla, Poquenque y Carlos Pérez, y después venía el Lele Gurrero, otro hom-bre

rico, a negociar con él, y recibía una purrada de plata, y se llenaba la boca hablando

cualquier huevá con Marcos Pérez, con don Roberto Izquierdo, con don Miguel Reta-

males, con quien fuera, lueguito, hombre, se ponía a sembrar trigo en los cerros que

están detrás de su casa, lomas gigantes interminables, pero ahí no podía entrar la

máquina trilladora de modo que el trigo tenían que segarlo con echona, pues bien, lo

estaban haciendo laboriosamente y a Carlos Pérez lo picó bajo la axila la Viuda Negra,

la araña de poto colorado, y hubo un tremendo griterío, todos asustados, mecón que sí,

de allá arriba lo bajaron acostado en un saco de lona y don Crisostomo lo llevó

presurosamente al Hos-pital de Marchigüe, luego de que le aplicaran el antídoto don

Crisóstomo dijo: por Dios hombre, qué susto hemos pasado contigo, y para qué, el

hueveta, se ponía a sembrar por los cerros a todo campo, allá arriba, y él: porque yo

soy así.

Mi historia no es ficticia, es real ciento por ciento, si don Miguel Retamales

Abarzúa era un viejito bajo, enclenque, con varios dientes de menos, chaqueta de

cotelé café y ma-nos en los bolsillos, si caminaba usando un bastón, y arriba el gorrito

tapándole la pelá, un poco poético quizá, si era un hacendado copetudo, si usaba

zapatos puntudos de duende, si era un señor de extracción obrera, tremendamente

trabajador, nadie sabía de dónde venía y cómo compró o se apropió de la octogenaria

hacienda de Panilonco, si más allá, ya lo dije, tenía una lagunita azul de agua dulce, al

lado de una cabaña o cobertizo, repleta de patos salvajes y ocas, todos los niños iban a

183
bañarse ahí, si tenía un aire de ambiente eterno, pacífico, los elfos o silfos pasaban

volando por ahí, repito: si el viejo era un duende, ¿por qué era tan caprichoso y

singular?, si alguien quería conocerlo o entrevistar-se con él, era imposible, si para eso

había que tener plata, no cualquiera llegaba a su mega-casa del sur de Rancagua, la

casa patronal de Panilonco la conocían por fuera no más, si nunca nadie pudo entrar

adentro, si estaba rodeada con palos y monolitos de cemento, lo único que se veía era

el jardín dichoso de rosas y claveles y crespones y buganvillas cubier-to de mariposas

enlazadas y caballitos del diablo, las palomas se posaban en las puntas y los perros

tigreros y leoneros entraban ahí, pero ellos, solo ellos, si la chusma venida de Alcones,

de Las Garzas o La Quebrada tenía que circular por afuera viendo eso, y el viejo,

sépalo usted, no estaba nunca ahí, y si lo iban a buscar a su megacasa de Rancagua

tampo-co lo encontraban, repito: si era un duende, una criatura de Dios Padre bendito,

si era ca-paz de hacerse invisible, de pronto estaba en un lugar y aparecía

instantáneamente en otro, cómo lo hacía, si a Elton Torrico lo tenía para acostarse con

él, Elton Torrico lo acompañaba siempre, era su chofer y paje, y la Zoila Zorruna

también se metía con él, se echaban los tres a la cama y vámos dándole, ¿y eso era

malo?, pregunta alguien, de ningu-na manera, si eran espíritus benditos, para los

«elohim» no hay reglas en el sexo, todos lo hacen con todos en conjunto, si son

elohim, más grande que un ángel, más sabio y sa-grado que un arcángel, no te digo

todas las cosas que tenía ese viejo, si cuando estaban cargando ovejas en los corrales él

se asomaba intempestivamente con su bastoncito, hacía el saludo correspondiente,

miraba una cosa aquí y allá y luego desaparecía por encanto, y nadie sabía si estaba en

la casa durmiendo la siesta, si venía recién llegando en su auto Volvo de Rancagua, si

184
andaba payaseando en el Santuario de Alcones, el saludo con una venia y listo, si era

chiquitito, peculiar, alegre, simpático, juguetón, si vivía en armonía con la naturaleza y

el mundo, nunca nadie peleó con él, nunca recibió un insulto, una ofensa gratuita o

calumnia depravada, si asistía al Salón del Reino de Dios de los testigos de Jeho-vá

ubicado en calle Enrique Molina, por avenida Einstein hacia adentro, arriba dirá usted,

donde se encuentra la población de El Manzanal, no había templo que no visitara, iba a

Machalí, a Coya, a El Teniente, a todas esas partes, si tenía varias casas, yo mencioné

dos nomás, y el chalé de campo endomingado que tenía en Requínoa, y la otra de

tablas barni-zadas color verde que tenía en Cardonal de Panilonco a la entrada, buh,

vaya a saber uno, si estos espíritus gloriosos de Dios Padre están ahí para ayudar a la

gente.

Don Crisóstomo y familia partían a la playa fuera como fuera, siempre en

camioneta o camión, se juntaban tres casas o tres familias y, con canastos, ollas de

aluminio, carne de pollo o de cordero, chicha, pan amasado, sandías y melones, se

hacían humo sábados y domingos, si don Miguel Retamales los invitaba a disfrutar del

litoral costero, la playita de Panilonco era ingente, graciosa, alejada de toda bulla, y los

nobles caballeros se ponían a pescar corvinas con el nylon grueso y la «chispa», de

súbito, en medio de la tarde, llegaban vendedores de Chorrillos, y de más allá, con

corvinillas y congrios colorados colgando de un palo, si la pesca no resultaba buena,

pues, compraban pescados a esa gente taciturna y macilenta, y uno de ellos, vea usted,

era Luchito Serrano, si yo lo vi, andaba con sus ojotas de ballena y su gorrito de lana y

chaquetón todo roído, y mirando como zombi con el palo sujeto al hombro, si Luchito

Serrano era otro ser monumental, glorioso, si se iba ca-minando por Las Garzas cuesta

185
arriba, pasaba por la Curva del Diablo y por Alto Colora-do tranquilamente hasta

llegar a Chorrillos, y de ahí bajaba a la playa caminando, y las corvinillas y congrios

¿usted cree que las pescaba?, no, hombre por Dios, con solo mover las manos los

pescados llegaban a sus pies, repito: si son duendes que viven entre noso-tros, ¿y para

qué sería señor?, pues, para ayudarnos, no me cree, si desde Alcones para arriba, por el

camino interior de Los Valles y por San Miguel de Las Palmas, y por San Antonio de

Petrel, por dentro, hasta llegar a Las Garzas y a La Aguada, por el otro lado, y para

arriba, hasta Cancha de Piedra y más allá incluso, todos esos cerros colmados con

pinos radiatas y eucaliptos eran morada de Dios Padre infinito, todo estaba repleto de

duendes y ninfas y faunos y centauros, todas criaturas armoniosas, los más osados

bajaban a vivir entre nosotros, si la línea ferroviaria que va por el camino de Los

Valles la constru-yeron ángeles del Señor, los llamaban de buena manera los

«pindongos», emisarios, traba-jadores del gobierno, dirá alguien, no, señor, ángeles en

el sentido correcto de la palabra, cómo creís que abrieron esos túneles monstruosos,

talando bosques y cuánta chuchá, viles campesinos haciendo eso, ¿¡cómo?!, gallos que

venían de la capital entonces, dirá alguien, mentira, si eran ángeles, cómo creís que

vivían, cómo se alimentaban día a día, viviendo insanamente metidos en barracas, no,

hijo por Dios, si soy yo, Reina Madre Avispa con-tándote la verdadera historia.

Ya que hablado de ricachones ilustres ¿por qué no mencionó a Carlos Cardoen y a

Francisco Javier Errázuriz, si también son hombres cuajados en dinero?, si Francisco

Ja-vier Errázuriz es de esa zona y tiene tierras a la entrada de Pichilemu, no hablo de

culea-dos que han tenido problemas con la justicia, yo mencioné a la gente justa,

honesta, hono-rable, que ha sido buena con la gente, no mencionó a crápulas, dice

186
Satán, comedores de estiércol simplemente que abusan del hermano pobre, del

hermano trabajador, del herma-no anciano, ¿por qué no pregunta mejor cómo se

hicieron de sus fortunas?, me referí con sinceridad a don Crisóstomo, a don Roberto

Izquierdo, a don Miguel Retamales, a don David del Curto, de más allá, y así lo dejo

establecido, consignado, declarado, proclamado y consagrado, punto final, y no hay

más.

187
Leopoldo Sacristán es el nuevo alcalde y hacia él he acudido de buena manera a

pedirle trabajo, mi esforzado esposo dijo que ya era tiempo de hacer clases en la

escuelita y yo Dios mediante le hice caso, y registré ¡cágate de la risa! el siguiente

diálogo demoníaco es-pectacular:

DOÑA SARA.— (Con una cinta roja amarrada al pelo y tono suplicante.) Sata,

Sata, Sata, ven aquí a ayudarnos.

LUCHITO SERRANO.— Bael, Moloch, Andramelek. (Alzando las manazas con

fuerza.)

DOÑA SARA.— Sata, Sata, Sata, con honor y gloria te invocamos.

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(No sé oye nada, todo es feo y lúgubre, si están en el patio de la casa. De pronto

aparece Satán con enormes cachos de carnero ignominiosos, diente de oro y

vestimenta de gitano.)

SATÁN.— Aquí estoy mi humilde señora, veo que me habéis llamado, ¿para qué

sería si no es tanta la intromisión?

DOÑA SARA.— Quiero el ungüento y la pata de la gallina araucana de huevos

azu-les.

SATÁN.— (Moviéndose y hablando con presteza.) Pues los teneís. Id a la pieza y

buscadlos ahí.

(Doña Sara va a buscarlos y los trae en una de sus manos).

LUCHITO SERRANO.— Yo le dije a ella que no hablara mal de mí, si yo no soy

sordomudo ni tonto, toda la pega la hago yo, si me tiene acoquinado haciéndome

parecer como zombi, si yo hablo, grito, tengo voz.

DOÑA SARA.— Cállate imbécil, yo soy la que mando aquí.

SATÁN.— (Comportándose festivamente.) Veo que no os lleváis bien, eso no

sucede entre nosotros, todos nos amamos y respetamos, si todos tenemos rango y

jeraraquía, no habéis visto nuestro cachos.

DOÑA SARA.— Bien lo sé amo y señor mío, con esto saldré a volar como elfo y

con el primero que me encuentre le arrojaré una copiosa cagadera, ja, ja, ja. (Con

sonidos estén-tóreos de una bruja loca.)

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LUCHITO SERRANO.— (Aturdido.) Que no se haga la huevona, si los

chonchones de La Pitra y La Quebrada, y de Las Garzas y Pailimo también vienen a

cantar acá, si es-tamos en guerra.

DOÑA SARA.— ¡Mentira! Yo hasta ahora no he peleado con ninguno.

SATÁN.— Bueno, bueno, dejemos las discusiones para otro día, yo no estoy para

escuchar eso, ahora señores me retiro, mi labor ha sido cumplida.

(El impostor, el temible Satanás sale volando convertido en un cuervo, mientras

tanto el pentagrama permanece colgado en el umbral y por culpa de eso, por no

cerrar anillos, se hacen presente otra criaturas funestas del Inframundo. Satanás no

se ha ido del todo, permanece en la punta de un árbol escuchándolo todo.)

LUCIFER.— (Con cachos de Loki en la frente, alzándose hacia arriba,

larguísimos, cara roja y cola de lagarto.) Ajá, veo que estáis conversando sin oír mis

alegatos y prestancia, ajá, se-ñores… (Tosiendo y haciéndose pasar como un demonio

capísimo.) Yo soy el más grande de todos, ya se los dijo Satán, los cachos expresan

rango y jerarquía, veis los míos, son mejores que los de él.

DOÑA SARA.— Si pero usted no ayuda, usted mata y estrangula, usted no tiene el

sexto ojo, Satán y yo sí, mira como están las almas sufriendo el vértigo y podredumbre

tanto en el purgatorio como en el Infierno, y todo por su culpa, rata de los mil

demonios.

190
(Lucifer no contesta, porque sabe que es más grande que Satán, él lo ha expresado

así, si sus cachos son más bonitos y espectaculares, pero después aparece otro y otro,

y todos se van reuniendo en el patio de la casa.)

ASMODEO.— (Con cachos de toro, buey o vaca, lleno de jeringas por culpa del

incesto y pedofilia y sexo oral, cara deforme irreconocible, mucho peor que los otros.)

Veo que estáis haciendo una com-petición entre ustedes tratando de comprobar quién

es el más grande de todos, repito lo dicho por Satán: si los cachos denotan elegancia,

sabiduría, en suma, jerarquía, mi madre Hathor me tiñó así, señores, oh, oh, yo soy el

inexpugnable, a mí nadie me vence, yo sirvo al mismísimo Osiris, genio y padre

maligno, yo los tiento a todos y los hago caer en orgías dionisíacas implacables y

orgasmos riquísimos y masturbaciones y eyaculaciones intermi-nables, yo gano la

pelea, con quien me enfrente le saco la chucha, yo soy bovino, mis ca-chos son más

poderosos y terribles, yo mato y destruyo con el pecado capital de la lujuria, a mi no

me vienen con huevás los conchesumadres, yo los rajo a todos.

SATÁN.— (Desde la rama del árbol.) Callen a esa mierda, yo soy el que manda

aquí, yo soy el Divino Corazón, a los buenos no los toco, a los malos los castigo, pudo

imponer suplicios fortísimos a todos estos huevetas que se hacen llamar demonios del

Inframundo. (Y lanza una carcajada estruendosa que asustaría a mi propia madre.)

MAMMON.— (Cachos de chivo o macho cabrío, lleno de joyas y billetes de

diversa índole, vestido como un mahometano.) Qué hablai vos huevón, mira cómo los

tengo agarrados a todos, to-dos me aman y me sirven a mí, si soy superior y glorioso, y

el auto BMW y el Mercedes-Benz y el Ferrari, todo eso es mío, lo ven señores, todos,

191
absolutamente todos se postran ante mis pies, y mis sombreros y copas o trofeos, si la

Copa Libertadoes es mía, yo dirijo todo eso, lo ven, lo ven…

SATÁN.— La avaricia, la codicia, la ambición, una afrenta conta el mismísimo

Dios Padre bendito.

(El asunto no termina ahí, repito: si el pentagrama permanece invertido, doña

Sara es una calchona horrorísima. Y de esta manera aparece el quinto.)

BELCEBÚ.— (Con cornamentea de reno o caribú, protuberantes, ofensivos,

tremendamente co-losal.) Haber, qué tanto jaleo hay aquí, quién fue quien tentó a

Nuestro Señor Jesucristo en reiteradas ocasiones, tú eres Belcebú, dijo el fariseo, yo

soy más viejo que todos ustedes, a mí no me vienen con huevás los huevones, yo soy

el insigne, el poderoso, léase el librito Relatos de Belcebú a su nieto, yo vengo de la

luna y soy, dígamoslo así, viejo, viejísimo. Bu, Mayibú.

LUCIFER.— Y la marquita del 666 que te tengo dibujada en la frente, si todos son

hijos y engendros míos, yo gobierno los nueve recintos y ustede me vienen a pedir pa-

ciencia y colaboración a mí, yo manejo a toda la caterva de ángeles de la muerte, y

ellos cortan el cordón umbilical porque yo se los ordeno, ¿a quién ve la gente allá

abajo?, ¿a Satán?, no, ¿a Belcebú?, tampoco, ¿a Mammon?, menos, ¿a quién

entonces?, pues a mí, y el ojo biónico y la laringe que nos otorga el oído poderoso, y

todo eso.

(Y llega el peor junto a su sirviente.)

192
CONDE DRÁCULA.— (Cara blanca, capa negra y vuelo, con zapatos

acharolados, vestido de etiqueta.) Estos gallos no saben nada, yo soy Vlad Tepes el

Empalador, y los derroto a todos, tengo a las ratas y a los murgiélagos, si eso soy yo,

me puedo convertir en humo negro o en una poza de agua, o en una tinaja, o en aserrín

o en el mismo sol, si soy transmutador, y soy, ejem…, Batman, el Enmascarado,

mucho más grande que ustedes rechuchasdesumadre, a ustedes nadie los conoce, a mi

sí.

FRANKENSTEIN.— (De dos metros de estatura, maceteado, frente amplia y con

los tapones de electricidad que tanto lo caracterizan.) Oh sí amo, si usted me creó a

mí, hay tantos hombres como Frankenstein en el mundo, si Luchito Serrano es otro yo.

DOÑA SARA.— (Perdida y obnubilada.) Haber, yo no sirvo a tanta mierda, yo

solo invoqué a uno solo.

LUCHITO SERRANO.— ¿A cuál mi señora?

DOÑA SARA.— A Satán, nada más que a él.

SATÁN.— (Con sonido lastimero.) Lo ven huevoncitos.

CONDE DRÁCULA.— (Poniendo anillos y jaulas y cercos, y saltando y

mostrando sus enérgico colmillos.) ¡Ah sí! Veamos rechuchas de su madre quién gana

la pelea.

(Y se forma el pandemónium, todos se colocan a pelear haciendo chocar las

cabezas y cachos, incluso Satán que baja del árbol metamorfoseado bajo forma

humana. El Conde Drácula se retira con Fran-kenstein, porque sabe que él es el más

193
grande de todos, si él tiene status y jerarquía, si es conocido en el mundo entero, si

sale hasta en películas de cine.)

Y solté una risotada recontragrande, lo escrito, escrito estaba.

Bueno, bueno, acabo de ver un niño-Frankenstein en la micro de doce, tenía frente

amplia, los ojos caídos, medio rulengo, y una cosedura por la cabeza cruzando de la

oreja derecha a la oreja izquierda, lo ven, por hablar tanto de la cuestión se me

apareció otro, si el mundo está repleto de Frankenstein, cual más cual menos, bueno, a

mi marido le com-pré un reloj de titanium de marca, eso le faltaba, y me costó carito,

mi papi me había dado plata y yo aproveché la ocasión, ha venido la señorita Angélica

María, directora del depar-tamento de educación de la municipalidad, y me ha dicho

cómo tengo que hacerlo, si en la Escuela de Mallermo no hay más de treinta alumnos,

solo tenemos de Primero a Cuarto Básico, yo me hice cargo de Primero y Segundo, y

Nano de Tercero y Cuarto, si es un tra-bajo compartido, la otra profesora que había

antes ya se ha ido porque arguyó que le pagaban muy poca plata, si tenía que venirse

de a pie del cruce de la carretera y eso era inaguantable, eso dijo, con mi portafolio

entro a clases y el curso me saluda diciendo res-petuosamente buenos días profesora,

yo les ordeno que se sienten, y me pongo junto al pizarrón, tomo la tiza y les hablo con

voz quebrada, si ya estamos en marzo, año 69, a Pedrito lo traje en el cochecito y

ahora camina por afuera observándolo todo, mis alum-nos son Huguito Pérez, de la

casa de la esquina del embalse, y Renato Rojas y su hermana Inalvia, hijos de don

Heriberto, y Virginia Arrué, chicuela traviesa, y la Jackie, hermana de Nacho Leiva,

194
hija por de pronto de don Ernesto y de doña Hilda Acevedo, si los voy reconociendo

uno por uno, Ariel Tomás del Circo o Ariel Ruedo Circo no se viene a me-ter acá, si es

un payaso malabarista, por culpa de él la vida en Mallermo ha empeorado, sin

embargo a mis niños yo los quiero educar de otra manera, si intento poner en práctica

las nociones fundamentales de la Escuela Nueva o Escuela Moderna, si nos falta una

impren-ta, y papel lustre y papel cartón, si a mis niños de Primero y Segundo les

aconsejé que hi-cieran un diario mural para poner todas las noticias y efemérides

atingentes, les dije que lo colocaran atrás, y me pinto la cara y las pestañas y los labios

para verme bien bonita, Pe-drito lo único que hace es jugar y columpiarse, si le tengo

una lonchera con jugo de duraz-no y un sándwich de queso amarillo y mortadela

jamonada, si las clases terminan a las dos, mientras yo estoy allá, la Otilia hace las

cosas de la casa, todavía no ha parido con Julio Meléndez a su hijo enfermo.

¿Y la Carmen Rojas, y Erika, su hermana, y Gonzalo, su otro hermano?, también

les hago clases y no digo nada sobre ellos, si son levantados de raja, arribistas, viven al

otro lado, a la chucha madre lejos, a Primero les tengo que enseñar a leer y a escribir,

si tengo las letras dibujadas en cartón de piedra en colores y se las voy mostrando

desde adelante una por una, digo «a» con voz sonora y ellos repiten, luego «b» y otra

vez la misma operación, y así sucesivamente hasta llegar a la «z» que representa el

sueño, el sonam-bulismo, si yo enseño a través de la psicopedagogía del aprendizaje,

esa es mi técnica fa-vorita, y las técnicas de Piaget también las ocupo, si ese pedagogo

o filósofo de la educa-ción es el que sigo, y les tengo cuadernos de caligrafía

chiquititos, les pongo la letra arriba con puntitos, y ellos tienen que remarcarla y

repetirla hacia abajo repetidas veces, si les doy tareas para la casa, estoy un tiempo

195
adelante hablando, los hago descansar un rato luego y después viene la técnica de los

«talleres grupales», junto a tres o cuatro en una mesa y los mando a hacer el trabajo

correspondiente, si no me llevo todo el rato dictando desde adelante, eso sería

enormemente aburrido tanto para mí como para mis alumnos, si no soy una tonta ni

una perra, si quieren hablar, pues los dejo hablar, si quieren comer o tomar jugo en

clases, pues que lo hagan, si quieren ir al baño, pues que vayan, si lo único que

respetamos son los horarios de recreo, eso es intocable, yo le informé a Angélica Ma-

ría en forma clara cómo eran mis procedimientos y ella estuvo de acuerdo conmigo,

solo se remitió a decir: bueno, hazlo como quieras guachita, si Nano quiere ocupar otro

proce-dimiento, bueno lo respeto, allá él, si quiere pasar dictando las materias todo el

rato sin descanso, yo no me meto con él, cada educador tiene su propia manera de

enseñar, algu-nos alumnos me vinieron con el cuento de que el tío les pegaba, yo les

dije: bueno, es que ustedes se portan mal, por algo será, me han contado que doña

Esperanza en La Rincona-da les saca la ñoña cuando se portan mal, les rompe la regla

golpeándoles la cabeza, que los para adelante por una hora o dos, que les cachetea las

manos con una varilla fuerte-mente, que los hace sangrar, bueno, ya tendré tiempo de

encontrarme y hablar estas cosas con ella, si estoy recién empezando a hacer clases, no

he tenido ninguna discusión fuerte con nadie todavía, si soy la maestra rural de

Mallermo.

Al terminar las clases, Nano dice:

—Esposa mía, ahora voy a ver los chanchos.

196
Bueno, digo, vaya, si después de eso se va a hacer clases a la Escuela de La

Rinconada, yo mientras tanto me voy caminando tranquilamente con mi cochecito, si

no son más de trescientos, cuatrocientos o quinientos metros, si todas las casas y

capilla y escuela se ubi-can en el centro, todos los domingos organizan carreras de a

caballo a pelo en la cancha o pista que está antes de llegar al embalse, y viene gente de

distintos lados, si apuestan plata, y corren con caballos ingleses puros o no tan puros,

si en La Rosa también hay otra can-cha o pista, eso ocurre en todas partes, nosotros

tenemos una perrita fox terrier overa que llamamos la Simona y es muy juguetona, si

la pelota de cuero la tiene toda agujereada, si Nano sale a cazar, la Simona es terrible y

temible con los conejos, les ladra y ladra dentro de la zarzamora hasta sacarlos afuera,

si Nano tiene un escopeta Winchester del 58, cuando ve un conejo les dispara, para no

pelear con él yo no le digo nada, si eso es un mal, si los animales son criaturas

inocentes, bueno amigos míos, les informo que he que-dado embarazada nuevamente,

ahora espero a mi segundo hijo, y no es problema para mí, seguiré trabajando como

Dios manda hasta dar a luz.

Y lo que sigue, mediados de abril del 69, con rabia y dolor ha llegado una noticia

funesta desde La Rinconada, Lisandro se ha suicidado, qué horror, mi amigo de toda la

vida.

Fui para allá y escribí:

15-04-69

Le vi la mano colgando, enterrada, azulosa y sin vida. Me acerqué

197
abriendo paso entre mi padre y trabajadores, vi un bulto que yacía en la parte

trasera

de la camioneta, estaba tapado; pero, por su estatura, su mano, no podía dejar

de mirarla. No entendía lo sucedido, sabía que era él… no me convencía

¿por qué lo hizo?, era mi gran interrogante, qué le sucedió para que lo tengan

cual perro tapado con una lona. Por qué, me repetía una y otra vez. Se disparó

decían,

allá en la quebrada de la vaca, al lado del Cerro Corazón. Al acercarme pude

ver

con más detención el arma. Yacía una escopeta en el costado derecho, toda

entierrada

y con algunos rastos de sangre.

Y enseguida, a los siguientes días:

17-IV-69

Y subí corriendo a los cerros. Recordaba el lugar, quería ver, escuchar,

adivinar sus últimos pasos, sus porqué, subí, corrí, en cuánto tiempo no lo sé.

Al fin llegué al lugar. La quebrada de la vaca poblada de árboles: quillayes,

maitenes, boldos. Me acerqué al únjico peral que se levantaba orgulloso

entre la arboleda. Pude percibir su aroma, una brisa suave y tibia de mañana

198
de verano acarició mi piel, cuánto rato pasó, no lo sé, pero, entre lágrimas,

pude

leer claramente en el tronco la palabra «perdón», me aproximé, y con mucho

respeto

y devoción me paré sobre sus huellas, indelebles, tranquilas, posadas al lado

del árbol,

cual león, el que le dio el apoyo en su último trabajo en este mundo.

Era mi amigo. Yo jovial, él juvenil, pero éramos amigos.

Solíamos jugar fútbol, salir a cazar conejos, pillar pajaritos o simplemente

caminar por los potreros variopintos del mundo.

Si fue un hecho deleznable, horrible, todos quedaron consternados.

Y más encima en el fundo de mi papá.

Cuando regresé los niños me estaban esperando, tía, tía, tía, decían, si ya oímos la

no-ticia, Lisandro se mató, no diga a nuestros papás que nosotros le contamos, tía, tía,

tía, por favor, y las clases continuaron igual, en los primeros días de mayo las lluvias

arrecia-ron con calor y fuerza, se avecinaba un invierno terrible, yo me ponía una

manta de lana, botas de cuero café, colocaba un nylon sobre el cochecito y partía a

hacer clases, si Pedri-to, con sus «pecos bill», me acompañaba, todo el invierno lo hice

así, apenas tengo tiempo para conversar con mi amado esposo, y don Benito va y

199
viene, si Fernando Meléndez no se ha ido todavía, los nimbos-estratos atreviesan por

el cielo alto y majestuoso con terque-dad, escampa un poco y luego vuelve la lluvia, el

estero está plagado de agua, el puente hay que cruzarlo con cuidado, es el viento, el

relámpago fuerte, el trueno grave, todo y todo, y los hombres cazando porque no hay

mejor caza que la que se realiza en pleno invierno.

Pronto llega septiembre, mes de la flor y el curanto, y celebramos el Dieciecho en

pa-tota con Luchito Serrano metido al medio, por La Rinconada no he aparecido,

luego viene el Dieciocho chico y asistimos a la Fiesta de La Merced con dicha y

amistad, si Nano nunca se la pierde, 06 de octubre del 69, nace mi hija Vanina

Almendra en el Hos-pital de Marchigüe, pesó dos kilos novecientos, y es roja como

frutilla, de pelo negro de-sordenado y manitas de muñeco o muñeca, otra vez visualizo

figuras sagradas y mágicas sobre el ropero de madera que Nano tiene en la pieza, veo

duendes chillones, hadas pre-ciosas premonitorias, silfos y sílfides, y el Tigre y el

León de Dios, le puse ese Nombre porque lo encontré en una revista de moda, y lo

encontré estupendo, insuperable, ahora son dos y luego serán tres, Hugo Pérez llama a

Pedrito con el apodo de Pollo o Pollito, dice que son iguales, ya hablé con doña

Esperanza y le hice ver que esas no eran maneras de educar, ella se levantó enojada

diciendo: yo veré, si soy la directora.

Noviembre y diciembre del 69: comienza la construcción de la Nueva Escuela de

La Rinconada, ubicada en lo alto al frente de la casa de don Millo, Angélica María me

insta a hacer clases allá también, pues ha visto —en las evaluaciones de fin de año—

que soy una buena, excelente profesora, si los niños me quieren, me aman, yo digo que

sí, y comienza el nuevo año con viento en popa, una nueva década, pienso, que

200
deparará justicia y equi-dad, en enero paso dos semanas en la casa de mis padres y me

siento angustiada, era que no, si Nano y mi padre siguen sin hablarse, Nano hizo una

buena venta de chanchos, juntó plata y se ha comprado en San Fernando en la

Automotora Vega Artus Ltda. una camioneta Chevrolet celeste-blanca no tan nueva, y

llega con ella y es feliz, y la hace lla-mar de buena manera la Vieja Mademsa, en

honor a una estufa que nos calienta las patitas en invierno en la pieza, y viajamos a

Pichilmu por el camino de Los Valles, por dentro, a todo lo que da, hace un sol

endemoniado, el balneario popular está repleto de gente, si apenas se puede transitar

tanto por avenida Ortúzar como por Aníbal Pinto, estamos tres días allá y regresamos

volando, si estamos de vacaciones, Ariel Ruedo Circo está conclu-yendo su labor

orgiástica y no aparece más, pero la Reforma Agraria continúa, febrero pa-sa en forma

rauda, un pajarito me contó lo siguiente: mi padre tenía problemas con el agua y dijo a

Jano con furor: anda pedirle la motobomba a ese huevón, ese huevón era Nano, ¿y por

qué no venía a pedirla él mismo?, aunque sean enemigos, mi buen esposo pasa

prestándole cosas, se incia marzo y Angélica María, además de Mallermo, me manda a

hacer clases a la Escuela de la Rinconada, ella y Leopoldo Sacristán están de acuerdo

en esto, si habrá un aumento de sueldo, y empezaron de inmediato los entreveros con

la se-ñora Esperanza, yo le dije que tenía mi propia manera de educar, pero ella

insistió en que debía hacerlo como ella ordenaba, yo fui a hablar de propio con

Angélica María y me dijo que no le hicera caso, porque la señora Esperanza era una

vieja neurasténica, si pasa pegándole a los chiquillos, no nos hablamos, llevo a Vanina

en el cochecito y Pedrito me acompaña a pie, a medida que hago clases Nana

Meléndez, la hija mayor de la señora Luca, y algunas de sus compañeras se encargan

201
de cuidar a Vanina, si es pequeñita, her-mosa, con ojitos y nariz de alfiler, Pedrito se

cuida solo, si pasa jugando a las canicas, de allá volvemos en la Vieja Mademsa pues

Nano nos trae de allá.

Abril del 70: don Benito toma la determinación de regresar a Santa Cruz, a la

casona de Rafael Casanova, Sergio se casó con Mireya González de Chépica o

Cunaco, no lo sé, y se han marchado a vivir a una casita de San Gregorio, a él le tocó

administrar las parcelas de allá, Benito el Grande no se ve, si tiene mucha mucha plata,

dicen, a los dos meses doña Sara sigue el camino de don Benito y también parte a

Santa Cruz, está un tiempo allá y después vuelve a revisar cómo están las cosas en

Mallermo, pasa algunos meses acá, en razón de esto planto una ruda y un rudón en la

entrada de la casa, digo: si la bruja va y viene, para protegernos contra el mal de ojo,

para espantar los malos espíritus y alejar la mala onda, mi abuela Teresita me la

recomendó, si tiene poderes mágicos, yo de todos modos prefiero caminar y voy a la

escuelita de Mallermo a pie, si Nano tiene muchísimo trabajo, la escuela nueva ya está

lista y ahí continuamos haciendo clases, a los alumnos de Tercero les hago trabajos

grupales, mapas conceptuales y lluvia de ideas, nunca les dicto desde adelante como

quiere doña Esperanza, si eso es feo, anticuado, doña Esperanza es una vieja

enchapada a la antigua, cascarrabias y desesperanzada, yo le digo una y otra vez que

no sabe para dónde va la micro, mis niños crecen y se alimentan de la savia del apren-

dizaje que yo les doy, si ando con dibujos de animales, breves historias abajo,

cartoncitos con letras y sílabas, les enseño la pronunciación de la «p» de perro, de la

«ve» corta de vaca, de la «h» áfona de hacha, etc., si tengo especial cuidado con los

alumnos de Primero, los que están recién aprendiendo, a los de Segundo les entrego

202
guías de Historia y de Ciencias Sociales con preguntas que ellos mismos deben

contestar, y a los de Tercero les hago los infaltables trabajos y talleres grupales, así me

llevo, si a mí no me entran balas, somos cinco profesores en rigor: doña Esperanza,

Nano, yo, la señora Gertrudis de La Quebrada, y la señorita Ismaela que viene de

Marchigüe y que hace clases de religión, la antigua escuela el papá la ha convertido en

bodega para guardar carbón, si Jano y Teddy están a cargo de eso, yo fui un día para

allá y entré a esas salas oscuras y soñolientas, había hollín por todas partes y un aire

irrespirable, ahí fue donde conocí a Nano, no sé lo que mi padre hará con ella más

adelante, el tiempo pasa frenéticamente, es invierno nueva-mente, Luchito Serrano

vive con nosotros, no quiso irse a Santa Cruz por ningún motivo, odia, no soporta las

ciudades grandes, doña Sara le dio la opción de regresar a Chequén, pero él se negó en

forma rotunda, Nano está a cargo de él, le da la comida y le compra alambre de conejo

y ropa, si los lazos no los suelta nunca, sale a andar en carreta de continuo, todos lo

ven y se admiran de eso, si doña Sara lo tenía medio abandonado, desguañangado en el

vestir, se ponía encima cualquier trapo sucio, cuando Nano está muy ocupado él me va

a dejar a la Rinconada o a la estación de Alcones en la carreta, si habla con tartamudez

o sin ella, si le gusta hacerse el leso, yo le digo que no sea tonto, que no siga creyendo

en tanta estupidez que le hacía creer y admitir doña Sara, por eso puse la ruda y el

rudón ahí, para que acabara la mierda de la brujería e invocaciones a Satán, si eso es

divino, para ellos, para mí no, y ajo que tengo colgando en la cocina, y la Biblia que

tengo abierta en el velador en el primer capítulo de San Juan, y las tijeras extendidas a

la entrada del living para cortar lazos y ligaduras demoníacas, y el par de zapatos que

tengo escondidos en la pieza, buh, si yo sé defenderme del demonio.

203
Ya es septiembre y ha llegado un nuevo gobierno, mucho peor que el anterior, y en

octubre aparece ese torito de Max Joel Marambio, no necesita mayores anuncios ni

pre-sentaciones, dice que las cosas se arreglarán en Mallermo, que nos va a ir bien,

mucho mejor, dice, pero todo sigue igual, las tomas ilegales se intensifican y don Julio

Pereira se hace humo, no quiere saber nada de la tal Reforma Agraria, ni de gobiernos

democrática-mente constituidos, ni de nuevos delegados hijos de puta, de nada, Nano

lo apoya a él y no a Max Joel Marambio, como sea la cosa seguimos haciendo clases

hasta fines de año. El 26 de diciembre la Marinita y José Díaz se casaron en Santa

Cruz, alejado de la chusma y de tanta gente malparida habladora, eso dijeron, la

madrina de matrimonio fue la señora Rosa Vallejos, una mujer puntuda alachueta, sí,

sí, decía, si esto es lo mejor que podían hacer, con su odio funesto a Fernando

Meléndez, si la Marinita ya tiene treinta y nueve años, y José, treinta, si ella es mayor

que él, don Benito no dijo nada al respecto, al contrario, dijo: que se case con quien

quiera, yo no me meto, y celebraron a lo grande en la casona, yo y Nano no quisimos

ir, si estamos peleados, si a la Marinita algo no le gusta o no le parece bien, te lo canta

al tiro, de vuelta se van a vivir a una casa ubicada en el centro de la Rinconada, pasado

la cancha de fútbol y de la casa de Segundo Quintanilla, ahí, vea usted, continua con

su negocio, si no nos hablamos, ya es el 71, el nuevo año, y estamos solos, solos, sin

suegro, sin doña Sara a veces que parte a Santa Cruz como una loca, sin nadie, solo

Luchito Serrano y nosotos, y eso es mucho mejor, ya no hay peleas ni caras feas ni

mohines hipócritas falsos, pasamos días enteros pescando pejerreyes en el embalse, las

chacras por el fente, gracias al reguero central, aumentan escandalosamente, si la llave

204
del desagüe la abren para intensificar la bajada de agua y así facilitar el creci-miento

de las plantaciones, Nano, como mi padre, sale a cazar por enésima vez.

Pronto se inician las clases en marzo y nos movilizamos en la Vieja Mademsa,

tenemos

reuniones todas las semanas en la sala de profesores y nos enfrentamos, Angélica

María me da toda la razón a mí, si para evitar disgustos y malos tratos viene poco a

esta zona, si hay escuelas en Alcones, en La Quebrada, en Los Maitenes y Trinidad, en

Las Garzas y Pailimo, si Marchigüe tiene varias comunidades rurales que atender,

nosotros no somos los únicos, otra vez me vienen los recuerdos de Lisandro y vuelvo a

subir por los cerros con un poco de resquemor y nostalgia, suicidarse así, ¿se fue al

Infierno?, dice alguien, no, es tanto el dolor y sufrimiento y amargura que soportan

que hombres así se cristifican luego, suben al Cielo convertidos en palomitas blancas,

diminutas, del Espíritu Santo, tú Gabriel sabes todas estas cosas, si los curitas en misa

hablan puras burradas, no saben nada de nada, es la magia y ciencia cierta del Sagrado

Corazón, los nimbos-estratos se vuelven a posar sobre el cielo inmaculado y vuelve a

llover y a tronar como nunca, y esa ventolera furibunda que se levanta por las noches,

y canta el chuncho sobre el árbol pró-ximo y atrás le sigue el chonchón, si son como

hermanos, si vienen de La Quebrada, de La Pitra, de Peñablanca a travesear por acá,

repito: si esta es una zona de brujos, yo no tengo miedo, sé enfrentarlos, si el disparo

con sal los derriba luego, y cuando quedan en-sartados en las cercas en los alambres de

púa, por tonto les pasa eso, gritan y gritan tue-tué, tue-tué pidiendo auxilio y tiene que

ir alguien a rescartarlos, ¿quién?, pregunta usted, el mismísimo Belcebú, Bu, o Satán,

o el Conde Drácula, yo nunca me he visto en una situación así, se que revolotean en

205
círculos como energúmenos y que te cantan encima una y otra vez, hay que hacerles el

saludo y venia y ligerito se van, si por la calle y el patio pasan cantando, no vendrán a

buscar mocha con Luchito Serrano, si ya no los pesca, se ha vuelto un hombre

inteligente, agudo, de buen humor y buen pasar, si por culpa de do-ña Sara vivía así,

ahora está repuesto gracias a mí y a Nano, si me trae lechugas, apios, be-tarragas,

coliflores, y no sé de dónde los trae, si esa huerta a la que se refirió Lele Gujardo

nunca la he visto, no sé dónde está, debe ser un lugar invisible lleno de naturaleza y

vida que solo él conoce, ya dicho ya: si viaja y vuela a través del espacio y el tiempo

como un duende, como un ángel.

Si el Káyser, el perro de don Benito, se murió, estaba lleno de pólipos en la nariz y

el estómago, ahora tenemos a la Simona, y es veloz, astuta y ladradora, y esa fotito que

con-servamos jugando con una pelota de plástico al frente del silo y el granero, por

abajo, al frente, si es ella, nada más que ella: la Simona. Septiembre del 71: nace

Cristina, la hija ma-yor de mi hermano Gonzalo y de Marta Cabello, su hermosa

compinche de Las Garzas, mi padre no dice nada ante su tercera nieta, otra vez la

Fiesta del 24, yo estoy embarazada por tercera vez y en noviembre nace mi hijito José

Hernán, José por San José Obrero y Hernán por Nano, y este es el último Señor, con

tres nos quedamos, es el cuarto nieto de la familia y es tan bello y sublime como yo,

son tus hijos Gabriel, tú le hablarás más tarde del ibis, el halcón y el perro, y del

misterio divino de la gaviota, y de todas esas cosas, si los misterios divinos son

infinitos, pues tú estás presente en mí y yo en ti, si mi Nombre se debe a ti, tú me has

enseñado todas estas cosas y en ti creemos y en ti susbistimos, ya es fines de

noviembre, mes entusiasta que celebra a María, llena eres de gracia y el Señor es

206
contigo, y por la noche abro mi «cuaderno azul y marrón», en honor al gran filósofo, y

escribo lo que tu me dictas, Gabriel:

Investigaciones lógicas:

La escritura suprema: la metáfora.

Y más arriba: la escritura políglota.

Y más arriba: el metalengujae.

Y dije con discreción: yo Gabriela soy y seré metalenguaje, amén.

207
19 de diciembre, 71: hoy escribo en estos papeles amarillos que me ha prestado José,

mi esposo, deben saber que me llamo Marina Gálvez Osorio, la superior, la

incomparable, y escribo estas cuartillas con honestidad, con los sinsabores amargos

que representa la vida humana, lisa y llanamente, porque ha ocurrido algo horrible,

inesperado, no deseado por nadie.

El hecho:

208
una muerte brutal y violenta

Sí, por supuesto que sí.

Nadie quería eso, nadie, pero con horror sucedió así.

Estoy desesperada y es tanta la angustia que tengo que no soy capaz de llorar.

Es como si me estuvieran aprisionando el pecho con una tabla o soga, apenas

puedo respirar y moverme, me cuesta un mundo hablar, si tengo un nudo en la

garganta, trago saliva una y otra vez, y la lengua se me dobla, se me encoge y luego se

estira, siento hor-migueos por todo el cuerpo, ¿es obra de Satán?, no por Dios, si el

malo es el hombre, todo lo horrendo, todo lo salvaje, todo lo malo proviene del

hombre, ¿para qué le echan la culpa a Satán?, si al lado de criminales, de parricidas, de

infanticidas, de malechores de toda especie y orden, Satán es un pan de Dios.

El occiso clama justicia

Mi padre murió ayer en la noche, la quejumbrosa noticia llegó desde Santa Cruz,

yo estaba atendiendo el negocio como a mediodía, entró una persona que no conocía y

me habló en voz baja comunicándome la noticia, tremendo, impetuoso, funesto,

fortísimo, yo caí desmayada, José y la Julia me llevaron a la cama y después de una

hora pude repo-nerme, ya dije ya: si no puedo, no soy capaz de llorar, tengo una bola

209
de fuego apri-sionando el pecho, estoy atada con sogas y alambres, si tirito a cada rato

y camino trastabillando, le dije a José que partiéramos de inmediato a ver a mi mamá,

la Julia nos acompaña, si Lindorfo, nuestro amigo de Pumanque que vive con nosotros,

no pudo venir, somos yo, la Julia y José, en el Puente Cadenas estuvimos a punto de

volcar, yo le dije a José que manejara con cuidado, si la carretera, los vehículos por el

frente y los cerros y planicies por el costado suben y bajan delante de mis narices, si

tengo mareos y se me ha subido la presión, José dice que me calme un poco y yo le

digo cómo, si no puedo, estoy con la garganta hecha pedazos, mis manos y piernas

tiemblan a cada rato, le digo a José que se apure, estoy haciendo crisis, por eso llevo el

bastón, y cómo chucha quiere que camine, Sergio y Nano y Benito, están todos

enterados, si ocurrió ayer en la noche, pasamos por las afueras de Marchigüe, miro las

casas con estupor, qué gente Dios mío, y el trigo y plantaciones van creciendo, un

poco más allá Población y luego, como enjambre de abejas inhumano, Peralillo, odio

pasar por el centro de este pueblo, se pierde mucho tiempo, José acelera y me pregunta

cómo voy, yo le digo que bien, la Julia dice cálmese comadre, si ya vamos a llegar,

pasamos el Puente de Colchagua y proseguimos el camino con naturalidad, pero con el

bochorno encima, le digo a José que se vaya por el camino de Barriales porque es más

rápido, aunque no esté pavimentado, múltiples casitas a orilla de calle se van

asomando aquí y allá, yo misma le propuse a José que nos casáramos en Santa Cruz,

para evitar la maledicencia de tanta gente mala e inescrupulosa de Mallermo y La

Rinconada, para evitar a ese gallo envidioso de Fernando Meléndez y a toda su

familia, oh Dios, cuánto los odio, eso fue lo mejor, bien lo sé, por fin entramos a Santa

Cruz por atrás y nos encaminamos a Rafael Casanova, no José, le digo, estaciónate al

210
frente nomás, los buses tendrán que dar la vuelta y pasar por encima, me bajo

corriendo y voy a ver a la mamá, Benito me agarra de la mano y dice: no, mujer, si

está descansando, le dimos cal-mantes, si tuvo un síncope, casi se nos va cortada, y

luego, si cuando dieron el aviso dio un grito fuerte, corrió hacia el patio sin poderse

contener, chocó contra la malla de bizco-cho y de bruces fue a dar al suelo, yo y

Ángelo tuvimos que ir a socorrerla, ¿y dónde tienen a mi papá?, Benito dice: en el

hospital, ya lo metieron al cajón, si de allá dieron el aviso, y me siento a esperar, mi

madre me alcanza a oír de la pieza y le grito fuerte: ya llegué mamá, estoy aquí, yo le

digo a Benito que vayamos al hospital a buscar al papá, y él asiente, si está

apareciendo la gente, el tropelío humano, en la vereda de afuera hay hom-bres que

están preguntando a qué hora será el velorio, yo les digo que esta noche y maña-na el

entierro, algunos, como Romano Vercellino, se están recién enterando.

Santa Cruz, los negocios, las tiendas comerciales, todo todo me parece extraño, si

la

angustia actúa así, subimos a full al hospital, y Benito me cuenta cómo sucedió la

tragedia, si a nuestro padre lo mató, dice, su amigo carabinero, no menciono el

Nombre, salió ayer en la tarde desde Santa Cruz en dirección a Isla de Yáquil, pasaron

por la Viña Montgras lentamente hasta llegar a la carretera pero, en vez de cortar a

Peralillo, decidieron regresar a Santa Cruz por afuera, si andaban tomando los

huevoncitos, antes de entrar a Palmilla, por la carretera, mi padre le empezó a cobrar

juciosamente la plata que le debía, pero el amigo carabinero se negó, no solo eso: se

sintió ofendido, y se pusieron a discutir arriba de la camioneta, el carabinero no se lo

aguantó, sacó los cordones del zapato y lo estranguló, y no solo eso: la espada se la

211
enterró en la nuca, si los lugareos escucharon desde la carretera los gritos de mi papá

pidiendo auxilio, y no solo eso: si era un carabi-nero maldito como son todos esos

rechuchas de su madre, bajó a mi papá de la cabina, lo puso a un costado, roció la

camioneta con bencina y le prendió fuego, para no dejar ras-tros, si a mi papá, dijeron

en el hospital, se le quemó la pierna, si el rechucha de su madre quería aparentar un

accidente carretero, algo así, yo le digo: es mejor que no siga contando, y de este modo

aparecemos por el hospital por las puertas de atrás, ahí en uno de los box está el cajón,

lo intento abrir, pero Benito no me deja, no haga tal, dice, si no vamos a tener

problemas con Carabineros, ah, no sea huevón, digo, yo lo quiero ver, pero él no me

deja, alguien dice: si está sellado, Ángelo, el asistente de mi hermano que tiene a cargo

la botillería, llega con la carroza, entre varios tomamos el cajón y lo ponemos arriba, y

lentamente salimos de ahí y nos dirigimos a Rafael Casanova, soy yo la anfitriona,

déje-me esto a mi mamá, le dije, la gente se está agolpando en la entrada, quieren ver a

don Benito, y preguntando todo el rato qué vaina pasó, que a don Benito lo han

matado, no, digo yo, fue un accidente, el señor de la funeraria López baja las luces y

caballetes metáli-cos y los instala en la sala principal, a un lado de la pieza de mi

madre, a un costado de la botillería, le digo a Benito en forma enérgica: si el féretro

hay que abrirlo, la gente, los amigos, los parientes lo quieren ver, pero Benito me

golpea la cara diciendo por nada del mundo, y añade: y si los carabineros vienen…,

por qué están culpando a un funcionario de nuestra institución, don Romano

Vercellino de la Viña Montgras se hace presente en ese momento, nos ve discutir, y

con dolor me estira la mano diciendo: oh che scusa, le mie più sentite condoglianze, yo

le doy las gracias, y todos, cual más cual menos, van entrando, arrimándose a la

212
esquna o sentándose en las sillas, unos vestidos de huaso, otros con teni-da informal de

camisa escosesa y jeans, otros de polera y short, si estamos en verano y hay un sol

contagioso, áspero, si mi papá es conocido en toda la zona, y cómo vino a morir, ah,

no me hable na.

Arriba veo pasar los cirros blancos de Dios Padre bendito y el Partenón se ha

posado sobre la casa, si yo también lo veo, lo están juzgando con la hoz y la balanza, si

mi papá es un hombre de campo, pienso, le están pesando el corazón viendo,

sopesando sus obras buenas y obras malas, se llama «psicostasis», pesaje del Corazón,

yo ahí no me meto, Ga-briel, tú sabrás lo que harás con el alma de mi difunto padre, la

Julia se ha puesto a rezar el rosario, misterios dolorosos como corresponde, y todos

van repitiendo, al terminar se ponen a cantar, ya son las seis de la tarde y mi madre

sigue descansando en la pieza, Benito se ha puesto a beber oporto con sus amigos, para

pasar este trago amargo, y sigue apareciendo gente de todas partes, todo Santa Cruz

está enterado, la sala se desocupa un poco y vuelven a entrar personas que desconozco

por completo, son amigos, conocidos, compañeros de escuela o de juerga, quién sabe,

me empiezan a caer las primeras lágrimas por mi rostro lívido, si la angustia se me está

pasando, ahora vuelvo al mundo real de los cinco sentídos, y comprendo la inmensidad

cruel y sanguinaria de un hecho terriblemente horroroso y siniestro, pobre don Benito,

digo, cómo vino a terminar, ahora continúan con la novena de los difuntos primer día,

luego el rosario de nuevo, día dos de la novena, y así sucesivamente, yo le digo a la

Julia que rece y rece, si es mi amiga, mi compañera de Ma-llermo, yo la traje a vivir

conmigo, si me ayuda a hacer las cosas de la casa, así, así, el velo-rio será largo esta

noche.

213
Una corona de flores

para Benedicto Antonio Gálvez Rodríguez

Q. E. P.D.

No una, varias, y ramos de flores y tarjetas y todo eso, la Julia dice que me calme,

y yo le digo que no puedo, si es mi papá chiquilla por Dios, hombre requetefamoso, no

es cualquier huevá despedir a un hombre así, me siento en la silla un rato y me levanto,

José está conversando con Benito, los minutos y las horas van pasando, los chanchos

afuera gruñen oinc, oinc, oinc, pidiendo justicia una y otra vez contra ese carabinero

depravado, a mí no me vienen con cuestiones los culeados, aunque sean funcionarios

del Estado los enfrento, los acuso, a las ocho de la tarde-noche llega Nano y la Gaby,

se vinieron veloz-mente de Mallermo, luego aparece Sergio y la Mireya de San

Gregorio, estamos todos, yo les cuento lo que ha sucedido, ellos no lo pueden creer,

han quedado con la boca abierta, no puede ser, no puede ser, dicen, si es la pura y

santa verdad, y la novena de los difuntos la rezan nuevamente, si somos una familia

requetecatólica, a la gente la voy haciendo pa-sar a la cocina para que tomen una tacita

de té o café, les doy galletas de agua o Tritón o Criollitas, todos me dan la mano a mí,

sobre todo a mí, porque soy la hija, todos dicen que a don Benito lo han matado, pero

yo digo y repito e insisto que fue un accidente, no hablen huevás, les grito, y salen a la

vereda del frente a fumar, a conversar, ya son las diez y media, mi madre todavía sigue

descansando, ha llegado mucha mucha gente, han venido parientes de San José de

214
Marchigüe, de Chequén, de San Miguel de Viluco, de todas esas partes, si los Gálvez

son una familia grande, poderosa.

El entierro es mañana a las once de la mañana, Benito ya fue a hablar con el cura,

me tomo una taza de té y otra para acompañar a la gente, las luces de la sala principal

perma-necen encendidas, y el cajón al medio rodeado de tulipanes, gladiolos,

crespones rosados, rosas rojas, claveles manchados coloridos, no conozco tanta flor, ya

es medianoche, la Gaby y Nano se van a dormir a la bodega acomodándose sobre unos

sacos de trigo, eso han dicho, si todas las piezas están ocupadas, la parentela, repito, es

grande, hay gente que nunca he visto ni en mi perra vida, me recuesto junto a mi

mamá y duermo un rato, la co-madre Julia se pone a descansar en el sofá de felpa que

hay en la pieza, estamos las tres ahí, no nos hablamos, no decimos nada, la madrugada

pasa con marcha lenta, la sala prin-cipal está vacía a veces, pero alguien entra y se

pone a rezar, veo que mi padre se levanta del cajón y viene a hablarme, dice: ayúdame

hija, ayúdame, me están apretando el cogote, no ve, no ve, le digo yo, eso le pasa por

andar tomando, ¿por qué no se quedó en Maller-mo o conmigo en La Rinconada?, si

mi casa es amplia, tengo seis piezas, su tocayo Lin-dorfo lo habría acompañado a todas

partes, no eran tan reamigos, si en la hacienda de Mallermo la gente lo respetaba y

quería, siempre pasan preguntando por usted, y ahora to-dos están enterados de su

trágico deceso, por huevón le pasó todo lo que le pasó, a mí no me vienen con cuentos

los rechuchas de su madre, a ese carabinero lo voy a denunciar, no mienta Marinita,

dice la Julia, si usted y Benito nunca se atrevieron a hacer nada, porque era un

carabinero en servicio activo, ustedes mismos podían terminar en la cárcel si se me-

tían con Carabineros, si el gobierno y los jueces y las Fuerzas de Orden y Seguridad

215
están todos coludidos, no sea mentirosa, le digo una vez más, si la muerte de don

Benito fue una tragedia horrible que caló hondo en la familia, tan buena persona y tan

dicharachero, ando con el pañuelo debajo de la muñeca y no he dejado de llorar, a las

cinco comienza a cantar el gallo, y a las seis empieza a llegar la gente, a la parentela

hay que servirle desa-yuno, ¿para qué cree que traje a la comadre Julia para acá?, pues,

para que me ayude, le dje que fuera a comprar queso Chanco y jamón de pavo, y paté

de chancho y de ternera, el más bueno que encuentre, le insisto, hay mujeres de todo

tipo y niños, gente amiga, mi madre intenta levantarse pero yo le pego el grito: si la

misa y el entierro es a las once, qué-dese en la cama tranquilita, yo le llevo el

desayuno para allá, Benito está tomando aguar-diente, eso dicen, se puso a tomar como

Dios manda, si ese hombre, aunque tome del fuerte, nunca se cura, la Gaby viene y me

habla, no sé qué cosa contesto, si es tanto el aje-treo por Dios, le preparo tostadas con

mantequilla a mi mamá y en la bandeja de madera se las llevo, ella dice: y Benito, mi

esposo, está por ahí, no le digo nada, si no se ha per-catado aún que su marido, que su

noble marido está muerto, la Julia intenta hablarle, yo digo: déjala así nomás, si ya se

dará cuenta, José también está tomando y Nano y Sergio, pero sin llegar a curarse, ya

son las nueve y las diez y comienzo a vestir a mi mamá, y se da cuenta de que a don

Benito lo están velando en la sala y se pone a llorar de nuevo, yo di-go: cálmese

mamá, la carroza de la funeraria López ya llegó, alguien dice que hay que des-ocupar

la sala, y van poniendo las coronas y ramos de flores en el auto, si en la operación de

la «psicostasis» mi padre salió victorioso, las obras buenas pesaron más que las obras

malas, por todo lo que hizo en la hacienda de Mallermo, eso valió la pena, y nos

subimos a las camionetas y autos empujándonos, mi mami va en la camioneta de

216
Benito con Yo-landa Astaburuaga y uno de sus hijos, y se forma una fila larga por

todo Rafael Casanova, he contabiliazado un total de ciento ocho vehículos, el número

perfecto de las cuentas del collar de Buda, ¿usted cree que mi mami y que la Gaby son

las únicas que conocen los misterios divinos?, si yo también los conozco, si somos una

familia misteriosa, ya estamos en el templo parroquial al frente de la Plaza, y el tropel

humano entra para adentro, noso-tros nos acomodamos en las primeras bancas, hay

gente que no pudo ingresar, desde afuera escucharon toda la misa, y el curita —no lo

conozco— no sé de qué habló, de que tenía tierras para Lolol y Paredones, y que era

conocido incluso en Pumanque, ah, no sa-bía, para qué inventa todo eso, quiere que lo

aplaudan, al final cantó un viejo en el acor-deón, nosotros lo autorizamos, y dos cuecas

más para despedirlo, y la gente se abalanza sobre el ataúd, si la gente amaba a don

Benito, y los buses BEN GÁLVEZ y todo eso, un servicio a la comunidad dirá usted,

son las doce y media y la vía y veredas se han despeja-do un poco.

Avenida Errázuriz es una calle de doble vía, y por ahí nos encaminamos al

Cemente-rio General de Santa Cruz, subimos por avenida La Paz, doblamos luego en

avenida Die-go Portales y aparcamos, por la madre, hace un calor insoportable, le grito

a Benito que se apure, si nosotros tenemos que cargar el féretro, otra vez un remolino

de gente y nos acercamos al patio o corredor dieciséis, con la Julia vamos sosteniendo

a mi madre, si apenas puede caminar, y ella: ¿¡qué le pasó a Benito!?, ¿por qué

estamos aquí?, el nicho está abierto, los hombres alzan el féretro hacia arriba y lo

meten hacia adentro, uno y dos pronuncian unos discursos elocuentes y nos retiramos,

todo rapidito para que mi mamá no se dé cuenta, hemos vuelto a almorzar a la casa y

no estoy tranquila, jajá, a mi no me vienen con cuentos, el cajón lo tengo que abrir de

217
alguna manera para mirar a mi padre por última vez, si lo mataron de verdad o no,

Benito y su señora e hijos han vuelto a Isla de Yáquil, cuando son las tres de la tarde le

ordeno urgentemente a José que vayamos al cementerio de nuevo, él pregunta a qué,

yo le digo a resolver unas dudas, y la Julia y la Gaby vienen con nosotros, si ya les dije

que iba a abrir el ataúd de todos modos, tengo que hacerlo, por mi madre y por mi

padre, ingreso velozmente y pido al cuidador un martillo, la Julia y la Gaby me

observan desde la esquina, han dicho que me apure, me subo a la escalera aprisa, saco

el cajón para afuera, rompo el sello y abro la tapa, enseguida rompo el vidrio, mi papá

está tapado con una sábana blanca, ah, no sabía, levanto la sábana y lo veo tal cual,

tiene el cuello amorotado con la marca del estrangulamiento, tiene algunos hematomas

producto de la refriega, lo vuelvo a levantar y le observo la nu-ca, efectivamente tiene

una contusión a causa de una herida penetrante, ah, el cuchillo, la lanza o espada del

carabinero, dejo a mi papi ahí, meto el cajón al nicho de nuevo, y me retiro, y me da

una rabia tan pero tan grande que si hubiese visto un paco culiado lo mato enseguida,

si el retén o comisaría la tienen en calle General del Canto, ahí mismo, entran-do por la

Plaza, ah, digo, regresemos, la Gaby o Gabita me dice que no sea así, que deje mi furor

y odio a un lado, si las cosas pasaron de esa manera, es porque el Señor lo quiso así, yo

no le hago juicio, si a mi papá lo mataron, eso no es cualquier cosa, y vamos rápi-

damente a la casona de Rafael Casanova, le digo a mi madre que prepare sus maletas

por-que se viene a La Rinconada con nosotros por un tiempo, no quiero dejarla sola

por nin-gún motivo, ella acepta sin interés, y tanto José como Nano salen al unísono

por Barriales hacia abajo, por la Viña Estampa tomamos la Ruta 90 a continuación, y

proseguimos naturalmente el camino en dirección a Peralillo, Marchigüe y Pichilemu,

218
ya son las seis o seis y media de la tarde, no lo sé, y mi madre duerme profusamente

sentada a un costado, si las peleas y rencores, a causa de esta trágica muerte, han

pasado, ahora todos somos amigos, más que amigos: hermanos.

El año 72 transcurrió sin problemas, yo tenía dos años y medio de edad, y José Hernán

o Josecito, como le decíamos, desde la cuna de la pieza de afuera, veía a Luchito

Serrano su-bir y bajar por el terraplén con su tarrito, es el único recuerdo que

conservará de la casa de Mallermo, y las gallinas en el patio haciendo cocorocó, y el

gallo capón cantando, si ha-bían tres gallos, dos castellanos y uno de cogote pelado,

durante el verano mi madre nos llevaba de continuo a la casa del abuelito, yo veía a

esos chiquillos tan altos, tan dijes, y me asustaba un poco, el Cururo ya estaba muerto,

siempre me hablaron de ese perro negro nonagenario, decían que era muy inteligente,

obsesivo, pertinaz, si el Padre Julio Palma se lo había regalado a mi abuelito en

aquellos años, si lo trajo cachorrito, mi bisabuela nos habla con ternura, don Jano entra

en la madrugada a sacar el tarro de la leche, luego va a ordeñar las vacas al establo y

219
vuelve como a las diez con el tarro repleto del apetitoso manjar, mi bisabuela usa cuajo

para cortar la leche, para preparar los quesos y la mante-quilla, y la miel y la

mermelada de mora puestas sobre la mesa, me encantan, si pasamos tomando pura

leche, ella me regaña por algo y yo digo: manjar del culo, si por tanto tomar leche me

vienen las diarreas, mi mami nos lleva al hospital y después nos da té de manza-nilla,

eso es bueno dice, y zanahorias hervidas, y agua con bicarbonato, y limonadas ca-

lientes, si para la diarrea, ella dice, hay que tomar mucha agua, y nos obliga a comer

plátanos para endurecer las heces, dice, yo le digo una y otra vez que es por culpa de la

leche, y le enfatizo a mi bisabuela que no nos den tanto esa cuestión, si la culpable es

la abuela Teresita, ella criaba a sus hijos tomando pura leche, pero a nosotros eso nos

hace mal, tenemos un camión de madera de colores que Fernando Meléndez nos

regaló, si es amigo de mi papi, y le trabaja al abuelo viendo los animales y caballos, sí

sé que estuvo laborando en la hacienda de Mallermo por mucho tiempo y que, por

culpa de los proble-mas que tuvo allá, se vino para acá, yo no me meto ahí, si es un

problema de adultos, repito: manjar del culo, si los mayores pasan peleando por

cualquier huevá.

Yo no quiero que me tomen en brazos, a mi me gusta caminar, y veo dichosamente

esos colibríes posándose en la mata de camelia por delante, o estirando su piquito en

las achiras, si en la esquina están amontonados los camotes de esas plantas, por el

contorno del corredor está plagado de achiras rojas, amarillas, azules, salpicadas con

manchas o sin ellas, si las achiras son un horror funesto, mi madre nos deja unos días

acá y parte a Ma-llermo a hacer sus cosas, si mi papi no viene para acá, cuando estaba

más grande mi mamá contó que para esa fecha, después de la muerte de don Benito, se

220
encontró con tres mur-ciélagos revoloteando en la cocina, y fue tanto el susto que

agarró una botella de plástico y golpeó a uno hasta hacerlo caer, los otros dos salieron

volando por los recovecos, y le echó la culpa otra vez a la abuela Sara, esa bruja,

exclamó llena de rabia, y con la escoba se puso a barrer, aunque hubiera una ruda y un

rudón en la entrada, los males no se iban, raca, raca, raca, si habían murciélagos en la

cocina era indicio claro de que ahí estaba Drá-cula, si ella misma lo mencionaba a

veces, morada de demonios, decía, morada de brujos y vampiros, ¿por qué creís que

nos veníamos a Rinconada por un tiempo?, si esas cosas buenas o malignas no se van

nunca, quedan ahí para siempre, ni con exorcismos o sahu-merios habrían quitado todo

lo que había ahí. Los dos meses pasaron rápido y en marzo le dije a mi abuelito que

nos acompañara, pero él dijo que no, por ningún motivo, yo entré a esas piezas con un

poco de pavor, a Pedrito le daba lo mismo, sin embargo el cariño, el amor compartido,

salir a la calle una y otra vez nos hacían olvidar tanta cuestión, yo veí a Adolfito pasar

en el tractor Belarus hacia los proteros y pronto lo veía pasar de vuelta por el mismo

camino que había tomado anteriormente, decía la máquina tiene una panne en el motor

de nuevo, si sinceramente nunco pudo trabajar con esos tractores, si eran malos,

atroces, por los mil demonios, decía Max Joel Marambio, y los invitaba a hacer un

asado en el granero para celebrar, yo escuchaba las risas y voces, y todo provenía de

allá, pero eso sucedía en la tarde, si durante la mañana íbamos a la escuela tanto en La

Rinconada como en Mallermo, si a nosotros nos cuidaba la Gillermina Arrué, Otilia

Rojas se había marchado a su casa, a veces venía y nos ayudaba, y después de volver

del colegio, me paraba en la puerta y veía esa oveja guacha acercarse a la casa con

paso honesto, par-simonioso, y José Hernán también la veía, si era el demonio,

221
Satanás, y por qué el miedo tan grande, si Josecito tiritaba viendo eso, no podía

comprenderlo, no podía, una oveja aproximándose a la puerta, manjar en el culo, si era

una oveja guacha, ya lo dije, el papi la tenía ahí, si se crió tomando leche de una

mamadera, la única que mi papi pudo salvar luego de que los canallas esquilmaran

todo el ganado ovino, y veía pasar a don Heriberto Rojas, caballero limpio, noble,

bondadoso, en su carretoncito de cinco tablas, colorido, forros grandes, iba a La

Rinconada a comprar mercadería donde la abuelita, si allá tam-bién lo veía, no le

gustaba donde la Marinita porque decía que las cosas que vendía esa señora no eran de

gran calidad, si se fijaba en la marca del tallarín, del paquete de azúcar, de la bolsa de

arroz o de harina flor, de todo eso, si mi tía Marina vendía puras porquerías, ¿y por

qué?, para abaratar costos, mi abuelita traía lo mejor de lo mejor de San Fernando o

Rancagua, todos preferían este negocio y no el otro, por lo mismo, si la gente era fina,

exquisita, no andaban con regodeos, querían la mejor aceite, la mejor harina para hacer

pan, productos que fueran simpre de marca, y los pecos bill y camisas de rayas que

esta-ban en la vitrina, y la colonia Patrichs y crema Pielarmina, si tenía todas esa

cuestiones, yo me acuerdo, si yo entraba al negocio y veía todo eso, venía gente de

Alcones a comprar

acá.

Luchito Serrano se comportaba como un hombres sereno, yo le decía que me

trajera conejos vivos y no muertos, y qué, si no era capaz de cazarlos en esa condición,

fue Fer-nando Meléndez quien nos trajo de Alcones una de estas maravillosas

criaturas, yo se lo agradecí tanto y tanto, y lo puse en una jaula que mi papi tenía, si

son criaturas bellas, armoniosas, Pedrito le daba hojitas de trébol, yo le echaba agüita

222
en un pocillo, el conejito se llamaba Gaspar, pero de un día para otro amaneció

muerto, Pedrito lo atribuyó al sere-no, si la temperatura por las noches bajaba

muchísimo, tanto que se formaba escarcha sobre los vidrios y ventanales, en la escuela

mi madre nos pasa mostrando letras y núme-ros, para que nos vayamos acostumbrando

a lo que será el estudio que realizaremos más adelante, nuestro padre sale en la

Pizpireta y vuelve tarde, dice: le di un reventón para llegar más aprisa, el invierno

azota las quebradas y zanjones con furia colosal, el embalse rebosa en agua, abuela

Sara se viene caminando por dentro por todo el valle y nos trae yogures desnatados de

frutilla y vainilla y chocolate Sahne Nuss de almendras y pasas al ron, y somos felices,

la abuela nos quiere harto harto, mi padre habla con ella y llegan a ciertos acuerdos,

acusa a Benito, el hijo mayor, de que se quiere quedar con todo, si ya se apropió de las

tierras de Isla de Yáquil, y comienzan las peleas, si tuvieron que hacer una escritura

con abogado por los terrenos de riego de San Gregorio, si valen mucha plata, dice

abuela Sara, para que ese concha de su madre no se meta allá, la inclemencia del

tiempo empieza a amainar a fines de septiembre, olé, olé, he cumplido tres años y ya

modulo las palabras, si ser hija de profesores hace bien, veo pasar jinetes corriendo a

todo lo que da, si las carreras a pelo son requetefamosas, la Simona es nuestra perra

maestra, el papi arma lazos con Pedrito y caza patos con la escopeta, el totoral crece y

crece expandiendo su savia y nomenclatura por todo el reguero hacia arriba,

comienzan las plantaciones de porotos, arvejas, cebollas y maíz, las clases, a fines de

noviembre, termi-nan sin mayor barullo, ahora estoy en la vigorosa casa de chercanes,

cachúos y colibríes del amoroso abuelo, si el viejo nos quiere mucho, eso dice.

223
El 72 acaba así sin más, y empiezan los problemas, a Luchito Serrano le llueven

las dudas, no se siente bien, anda con los pies a la rastra, el mandinga se le ha

aparecido varias veces a cobrar su apuesta, si eres tan choro, dice, muere como yo

muero, triste, sin fami-lia, abandonado por completo, y lo insta a irse de la casa, su

sordera aumenta, en enero le avisa a mi papá que se va a ir de la casa, pero mi papi lo

obliga a quedarse, no haga tal, le dice, qué va a ser de usted, el pobre hombre no oye

nada, está sordo como una tapia, de un día para otro hace un morral, echa sus piltras

ahí y emprende el rumbo por dentro a la estación ferroviaria de Alcones y ahí se

queda, y qué va a comer por Dios, si tiene que morir como hombrecito, eso le ha dicho

Satán, al otro lado, junto a la línea férrea, a un costado del zarzal, construye un

cuchitril de lampazos de pino y fonolita, y lo recubre con papel de diario, la gente, al

verlo así tan pobre y tan mezquino, le deja la comida en una esquina, un yogur

Soprole, una lata de cerveza, algún mendrugo de pan, Satán lo obliga a caminar, le

dice claramente: vuélvete andariego y muere así, Luchito Serrano se vuelve

noctámbulo, día y noche camina en dirección a Marchigüe, al llegar allá vuelve a

Alcones de nuevo, simpre por encima de la vía férrea, pisando durmiente tras

durmiente, junio del 73: el tren viene bajando furtivamente desde Cardonal, Luchito

Serrano se dirige a la si-guiente estación, a la altura del Puente Cadena la locomotora

le toca la bocina tres veces, Luchito va de espalda, quítate de ahí hombre por Dios,

pero Luchito Serrano no siente nada, la locomotora pasa por encima de él y lo hace

pedazos, antes del chancacazo, por órdenes superiores, el ángel de la muerte le cortó el

cordón umbilical para que no sintiera el golpe, antes del choque Luchito Serrano ya

estaba muerto, el maquinista da la notifica-ción en Marchigüe y de allá vienen a avisar

224
a Mallermo y a La Rinconada, y la gente va a buscar los restos de Luchito Serrano

para darle una cristiana sepultura, pero no encuen-tran nada, Dios Padre absoluto lo

absorbió, se lo tragó, Luchito Serrano subió volando a lo alto del firmamento

convertido en una estrella, vayan a buscarlo allá arriba, si era un ser magnífico,

superior, potente, milagroso, ¿y los leones inmolados en zoológicos, circos, asesinados

con la escopeta?, suben a lo alto del Cielo convertidos en estrellas, si eso es un

misterio divino, todo lo grande, excelso, sublime, asciende allá arriba y se posiciona

como astro brillante, espectacular, repito: si eso es un misterio divino, el resto, las

cucarachas in-fames se quedan arrastrando en las tumbas de todo cementerio,

arrastrándose y pululando como sapos, como culebras, como ratas, por eso Satán le

había dicho que muriera en for-ma gloriosa.

Y no todo quedó ahí, después vino otra muerte mucho peor, me refiero en forma

en-fática al deceso del Padre Julio Palma Zúñiga, nuestro perínclito pastor, si tenía

pacto con el diablo, pero eso nunca lo contó, era de piel blanca como la nieve, medio

crespo, cano-so, por sus hombros caían los rulos de su elegante cabellera, y usaba

sotana lo más del tiempo con sandalias de cuero, tenía las uñas de los pies largas,

carnosas, si nunca se las cortaba, tenía además una carreta de madera de ruedas

metálicas grandes, con ella, sépalo usted, salía a cobrar el diezmo, si en el tiempo de

las cosechas a los alconinos los obligaba a dar su aporte a la Iglesia, y celebraba misas

al alba con gritos y aspavientos, si era un cu-ra muy católico, eso creía la gente con

sinceridad, dijeron que había muerto de ataque al corazón durmiendo en su lecho, si la

casa parroquial queda a un costado de la iglesia, para allá están las oficinas y piezas, si

el Santuario de Alcones tenía el rango de parroquia, el curita tenía más de setenta o

225
más incluso, cuando se propagó la noticia de su fallecimiento todos quedaron

compungidos, don Roberto Izquierdo y familia le hizo un responso fú-nebre en

Carrizal, si eran muy amigos, estuvieron velándolo durante un día y medio, venía en

carretón gente de La Pitra, de La Quebrada, de Peñablanca, de Yerbas Buenas, y de

estos lados de acá también fueron, desde de Rancagua vino el obispo, habían más de

cinco curitas e innumerables sacristanes, le hicieron dos despedidas, una en la

parroquia y otra en el cementerio, si había mucha mucha gente, si habían construido

una capillita o mausoleo a la entrada para depositar sus restos, todos estaban reunidos

dignamente, había un altar, como la capillita la estaban recién construyendo habían

andamios y ladrillos amontonados a un costado, y no sabe na lo que pasó, sí lo sé, si

tío Gastón y su novia Isabel, profesora de primaria de Nancagua, contaron la historia,

todavía no se casaban, y por esas cosas de la vida fueron a parar allá.

Se llama mandinga, el cachudo, el diablo sin más, de pronto, al finalizar el oficio

divi-no, cuando los sacristanes levantaron el cajón para depositarlo en la urna, se alzó

desde los nichos postreros un remolino chucha madre terrible, y, sin mediar fuerza que

lo apla-cara o contuviera, se abalanzó por entremedio del público como si nada, si don

Jano, al ver un remolino o tromba, dice inmediatamente ahí va el cachudo bailando,

como un pe-rro goloso avanzó en dirección al altar, botó los andamios y ladrillos que

habían ahí, los sacristanes de puro susto soltaron el cajón y todos, absolutamente todos

—obispo, curitas y medio pueblo— salió arrancando al presenciar el horror que había

acaecido ahí, y se apelotonaron como ovejas en la entrada y gritando apúrense mierdas

que me ahogo, apre-taron cachete por el cerro cuesta abajo, y escucharon una

carcajada ominosa, deleznable que provenía desde el bosque, y todos dijeron al

226
unísono: hideputa, el diablo se llevó el alma del cura Palma, y la noticia se esparramó

por toda la comarca, si el cajón quedó va-cío, livianito, su noble pastor había vendido

su alma a Satán, si eso sucedía en todas par-tes, cómo algunos aparecían llenos de

plata de un día para otro, nadie sabía cómo, si el mandiga da a quien pide y aborrece

al que lo odia.

227
Lindorfo era oriundo de Pumanque, ya lo dije, y vivía en Mallermo no sé por qué, si

era un nómade, si la Marinita, cuando se mudó de casa, lo trajo para acá, y no era

cazador, era, en el sentido estricto de la palabra, «trampero», todos lo tachaban de

cazador, sin em-bargo no era así, si no tenía perros liebreros ni zorreros ni escopeta ni

rifle a postón ni honda incluso, todo el trabajo lo hacía por medio de trampas, ¿y por

qué?, para no causar mayor daño a los animales, para los pájaros y gallináceas

voladoras, el trasmallo y guachis, para la liebre y el conejo, lazos, para el zorro chilla,

coipo, gatos y güiñas, cepos, para rato-nes, guarenes y lauchas feas, un cepo más chico

o la ratonera, los cazadores, ciertamente, son crueles y salvajes, los tramperos no, si

Lindorfo veía una oruga en medio del camino la tomaba y la ponía en el jardín, si veía

una mariposa de los cardos que había perdido el rumbo la recogía con sus manos y la

ponía dentro de la huerta, Lindorfo era un hombre sencillo, libre, no le trabajaba un día

a nadie, si las trampas eran su oficio, ¿todo eso llega-ba a las manos de la Marinita?,

no, nunca, si las aves y animales eran su sustento diario, no comía carne de cerdo por

nada del mundo, como los egipcios, porque eso despierta la mala voluntad y los bajos

instintos, la carne de vacuno o cordero la probaba a veces, si le gustaba el vino, Gato

228
Negro o Gato Blanco, un Clos de Pirque, lo que fuera, la Marinita le tenía una pieza

apartada hacia atrás, para que pudiera dormir tranquilo y vivir en paz, si no se metía

con nadie, sus únicos amigos eran don José, la comadre Julia y la propia Marinita, si

pasaba en los cerros, en las quebradas hondas, en el embalse de Alcones o en el

tranque Porotal lo más del tiempo.

¿Cómo se llama el acto de mala voluntad?, «noluntad», Diccionario de la RAE,

(antó-nimo de voluntad, basado en el lat. nolo, no quiero, antónimo de volo, quiero),

acto de no querer», ¿y por qué digo esto?, porque Lindorfo no quería a nadie, y cómo

iba a querer a alguien si no se juntaba con nadie, si Lindorfo era un mundo aparte, y

esa malla o buitrón que tenía para pescar pejerreyes y perdices, si lo tenía el hombre,

los iba arrimando por la esquina, los obligaba a meterse por el tubo o boca y los

animalitos quedaban atrapados, si el buitrón también le servía para cazar codornices, si

los guachis estaban malos ocupaba el buitrón, iba a lo alto de Cógil y allá armaba los

cepos, y de allá, créalo usted, traía un zorro chilla por ejemplo, después lo descueraba

y se lo comía, junto al patio había una bodega ancha con piso de tierra cubierta de zinc

con todo tipo de artilugios para el trabajo en el agro y ganadería, y era maravilloso

entrar ahí y ver todo eso, espuelas de acero chirriado, herraduras de hierro del tres,

cuatro o seis, pértigas para apuntalar bueyes, yugos de made-ra, horquillas metálicas,

azadas y azadones, horquetas para levantar paja de trigo o de ce-bada, palas

carboneras, de corazón o de punta cuadrada, picotas y rastrillos, alicates uni- versal y

de punta fina de varios tipos, martillos grandes y chicos, combos o mazos sinies-

trados, cuñas de fierro para cortar troncos de eucaliptos, hachas normales, mapuches y

vikingas, serruchos universales, de punta o aguja y de costilla, escofinas sanguinarias y

229
for-mones perforadores, un taladro único con cinco brocas de distinto tamaño, buh, era

un sinfín de cuestiones, si Lindorfo se valía de todo eso, si en la casa había una

chimenea y era él quien cortaba los leños para abastecer el hogar, don José no tenía

fuerza, y si había una gallina clueca cacareando por el jardín o patio él la echaba en el

nidal con trece hue-vos, siempre eran trece porque ese era el número perfecto, justo,

indicado, decía, ni uno más ni uno menos, todo el mundo tenía fobia a ese número

porque representa, dicen, la mala suerte, la fatalidad, el poder del mal, pero él por el

contrario decía que el trece sim-boliza la preñez de la tierra, la salud y el bienestar

infinito, amaba toda clase de idea que tuviera relación con los números y su conexión

con la naturaleza, si los primeros doce días de enero, a principios de año, equivalían a

los doce meses del año, y había que fijarse cómo era el tiempo o clima de cada día

para cerciorarse de cómo iba a ser el clima o tem-peratura de cada mes del año, y

justamente el seis y siete de enero amanecían nublados, con bochorno horrible, porque

equivalían a junio y julio, los meses más fuertes y fríos y lluviosos, después venían los

redobles, del trece al veinticuatro, y esos días eran mucho más certeros que los otros, si

Lindorfo, con solo mirar el cielo y las nubes, sabía cuando iba a llover y cuando no, si

tenía ojo de águila o halcón, si se cortaba el pelo cuando había luna llena, para que su

cabello creciera en forma fuerte y robusta, si no era, a su edad, calvo o pelado, si en el

calendario tenía marcada las fases de la luna, si las yeguas, decía, paren en menguante

o creciente, eso creía él, cuando hacían capaduras debían hacerse, decía él, en

menguante para que el ternero o novillo se recuperara más rápido, para qué les voy a

hablar de las siembras o plantaciones, era un bobo supersticioso creyendo todo eso, si

eran sobre tierra o bajo tierra, si junto al gallinero tenía una pequeña huerta, sobre la

230
tierra: luna nueva o creciente, bajo tierra: luna llena o menguante, y se llevaba todo el

día hablando del mismo asunto, y se levantaba a puro mirar el cielo, mojaba con la

lengua la punta del índice, lo alzaba hacia arriba y descubría de inmediato si había

viento Sur o Norte, de si habría sol enterito o medio nublado, de que la temperatura iba

a bajar o no al entrar la tarde y todo eso, si parecía un tonto, no solo eso: retonto, la

comadre Julia lo veía y, en vez de preguntarle por los asuntos del tiempo, lo mandaba

a echarle trigo y harinilla remojada a las gallinas, y traiga los huevos del gallinero, le

decía, por favor, si para eso lo tenían en la casa.

La comadre Julia reclamaba en contra de él una y otra vez, porque algunas tardes

desaparecía por completo, y Lindorfo dónde andará por Dios, refunfuñaba a toda boca,

déjalo, decía la Marinita, si ya hizo lo que tenía que hacer, y llamaban a don José para

aco-modar el tambor de aceite o para arrastar un saco de trigo o para vaciar el costal de

harina, el negocio lo atendía tanto la Marinita como doña Julia, y ahí, de norte y sur,

llegaba gente de todas partes, si el negocio era un punto de reunión de toda La

Rinconada, si vendían a la sazón casi todas las marcas de cigarrillos, si a los cabros les

gustaba fumar, no solo eso: vendían charqui y frutos secos, a un costado había un

corredor ancho cubierto por una buganvilla añosa, de color morado, ganchos altos, y

ahí abajo, en la esquina, cobijaban los galones de bencina y parafina que traían llenitos

de Peralillo, y eso era lo que más vendían, cuando alguien venía a comprar la comadre

Julia se echaba una manguera de plástico en la boca, aspiraba en forma fuerte y la

bencina o parafina empezaba a salir luego de un rato, a veces el hocico se le llenaba

con esos líquidos funestos y tenía que escupir fuerte, y luego lavarse la boca con

detergente, porque tragar bencina o parafina, decía ella, hace recontra mal, yo lo hice

231
una vez y estuve varios días sintiendo el sabor amargo y nausebaundo de esos

hidrocarburos potentes, el negocio tenía dos mesones largos, una pesa o balanza a una

orilla y atrás las repisas o anaqueles con los alimentos, todo de madera, todo lleno de

ratones, si soy vos, Santa Teresita del Niño Jesús quien intenta burlarse de esa familia,

yo no, ¿por qué don Jose se curaba lo más del tiempo y arremetía contra la Marinita

agarrán-dola de las mechas por la espalda y diciendo a voz en cuello: nos vais a servir

más trago?, si don José era tonto por el vino y por los pihuelos, si las chupilcas y el

aguardiente le encantaban, y las chuletas de chancho que comía en forma frenético con

Lindorfo, y la liebre y perdices asadas al palo, traigan una caja de vino, decía, y

tomaba vino como una mula rabiosa, y empezaba a decir: fíjese que tengo una vaca

parida y no sé qué hacer con ella, y enseguida: fije… que voy a sembrar maíz, pero no

tengo a naiden que me haga el trabajo, y luego: fije… que el trigo que iba a llevar al

molino de Cunaco lo picó el gorgojo, enantes tenía hambre y sed, pero ahora me arden

las bolas y me pica el culo, así, y para qué le andaba pegando a esa noble señora, si el

trago hace mal, la comadre Julia no lo ha-blaba, le hacía la ley del hielo por varios

días, ella prefería a Lindorfo, a don José no lo pa-saba mucho, si el viejo se curaba día

por medio.

Lindorfo subía cerros y cerros, después bajaba al llano a ver sus guachis, si era

capaz de cazar zorros o zorritos, los coipos no se le escapaban nunca de una trampa, y

el cuero, vea usted, lo vendía a un viejo de La Aguada, el cuartucho donde dormía lo

tenía lleno de vestigios que daban cuenta de un avezado cazador, y el corpiño que

usaba a veces, si se afeitaba todos los días con una hoja de gillete que metía en una

maquinilla de una sola pieza con un cabezal y un mango y una perilla, don José

232
también la tenía, y quedaba la cara limpia como nueva, flor, y a veces se cortaba,

entonces se ponía pedazos de papel confort encima, y arriba, en el bozo, un pequeño

bigote puntudo que tanto lo caracteriza-ba, todas las noches se bañaba en un tambor

con agua helada, se echaba jabón gringo encima y se iba refregando por partes,

enseguida salía de ahí y se secaba de buena manera con una toalla blanca, tenía pelos

frondosos en el pecho, en las piernas, en todo el cuerpo, diríase un hombre peludo, y

esa nariz grande perfecta que tenía, y ojos verdes brillosos llamativos, y manos recias

de canguro no tan curtidas, y puños de acero para soportar el viento, el vértigo y frío

fuerte, a pleno campo no se le iba nada, conocía el lugar preciso por donde iba a pasar

la presa, un día la Marinita lo llamó para decirle que un zorro se estaba comiendo los

huevos del gallinero, él de inmediato tomó cartas en el asunto, por el camino de la

entrada armó un cepo poniendo como carnada un huevo blanco, pasó toda la noche en

vela esperando, al otro día fue a ver y no encontró el huevo, lo habían sacado

milagrosamene sin estrangularse las piernas, sin dejar rastro, y lo volvió a armar

poniendo otro huevo, al otro día fue a ver y nada de nuevo, y se agitó de sobremanera,

cómo podía ser, el zorro o zorrito resultó más astuto que él, y cambió la técnica, al

tercer día, en vez de poner un huevo como estúpidamente lo hacía, puso como cebo un

pedazo de chicha-rrón, bien firme, bien anclado, recórcholis, esta técnica fue efectiva,

cuando fue a ver, en vez de zorro, había un gato montés salvaje, tenía las piernas hecha

pedazos, porque el cepo aprieta fuerte rompiendo carne y huesos, de un solo golpe los

desnucó y se lo llevó a la Marinita, no ve señora, dijo, no era un zorro, era un gato

entrometido sanguinario, por suerte no se puso matar gallinas, añadió, porque no

233
habría dejado ninguna, si las criaturas, muertas de hambre, bajaban a alimentarse a las

casas y granjerías.

Los días tanto en invierno como en verano eran largos, agitados, la comadre Julia

ha-cía el almuerzo como de costumbre y todos comían comedidamente en la cocina o

come-dor de afuera, tenían tres estancias o patios para criar gallinas, cada parvada con

sus gallos castellanos crestones, si se contabilizaban todas las aves gallináceas que

habían se llegaba a la gloriosa suma de cien o más, si las gallinas son criaturas

ponderadas, llenas de amor y luz, y los huevos que ponían diariamente, y las cazuelas

y sopas de pollo y de gallina que se comían todos los días, rechuchas de su madre, y el

queso de gallo azul que duraba un día o dos, y las pechugas de ave mezcladas con

mayonesa casera y pimentón que se en-chufaban a la hora de onces, a mucha honra,

dirá usted, si el hueveta de Lindorfo y la co-madre Julia estaban a cargo de todo ello,

cuando un gallo se les pasaba de un lado a otro se ponía a pelear con otro, se sacaban

cresta y media, era que no, y Lindorfo corría con un palo a separaralos, si el maíz

entero, maíz chancado y harinilla la traían de Marchigüe, pue-blo, dirá usted, no tan

grande, y qué iban a comer esas criaturas glotonas y golosas, si se metían a la huerta o

al jardín dejaban la cagada más grande, por eso había que estar vigi-lándolas, y

mañana y tarde había que darles comida, si la crianza de aves era una fiesta, una tarea

de nunca acabar.

Don José sembraba avena o cebada y tenía tres o cuatro vacas con sus respectivos

ter-neros recién nacidos, en eso se llevaba todo el santo día, cuando no, lo mandaban a

Pera-lillo a buscar bencina, parafina y petróleo, o a Santa Cruz a hacer las compras

para abas-tecer el negocio, si la Marinita compraba a mayoristas, hacía la factura,

234
pagaba la cuenta con moneda chica y chao pescado, me importa un carajo que no sean

productos de ca-lidad, decía, si la gente quiere y prefiere lo más barato, si era el

principal negocio de La Rinconada, aunque vendiera por capricho puras porquerías,

los rotosos de medio pelo llegaban allá, lo grande, lo puro, lo excelso iba al negocio de

la señora Nana, si competían, y los tomates picados que vendía, y las zanahorias

pasadas, y el tallarín del tres o cuatro, los estúpidos preferían eso para no gastar de

más, y la comadre Julia entrando y saliendo, llenándose el hocico con chismes y

cahuines, si era una habladora, y la Marinita igual, si Teddy y Nano Lizana llegaban

allá para puro comadrear, y Simón Meléndez y Cornelio Hermosilla y todos esos,

compraban un kojak, se lo ensartaban en la boca como cigarrillo y vamos pelando a

medio mundo, ah no, cuando pasaba en bicicleta los veía, y tanta gente reunida ahí, y

por qué, tienen alguna fiesta, y la noche era peor, a un costado tenían una animita o

altar dedicado a la Virgen del Carmen, alguien le encendía velitas, sobre una fo-gata

echaban bostas de caballos para espantar a los zancudos, y al otro lado, al frente,

cuatro, cinco o seis comentando tal o cual asunto, si cerraban tarde, como a las once o

doce de la noche, todo porque los hideputas tenían su centro de reunión ahí, y los

cortes o piquitos o manoseos que le hacían a la comadre Julia, y ella rabiosa, mentira,

feliz de la vida, si usaba un delantal azul floreado, chalina y sandalias, hágase la

huevona nomás, si para eso estamos, si era mallermina de tomo y lomo.

Todo era dulce y agraz, porque ¡mecón! cuando don José se embriagaba había que

andar con el palo de escoba correténdolo, si Lindorfo también le ponía, y eso era

horrible o tremendo, según la comadre Julia, la Marinita se asustaba mucho y prefería

encerrarse en la pieza o en el negocio., y el empujoncito, o la cachetada, o la rendida

235
proferida sin pelos en la lengua, don José era capaz de todo eso y de mucho más. Abril

del 74: nace Juan Carlos Meléndez, el hijo enfermo, minusválido de Otilia Rojas,

cuando eso acaeció ella —doña Otilia— se fue a vivir a los cerros de La Rinconada,

junto al embalse de don Tito Anselmo construyó una choza burda de cañas, paja seca y

totora, se puso a plantar perejil y toronjil y cilantro y cebollas y ahí se quedó sin más,

Otilia Rojas bajaba desde allá arriba con el niño en brazos a comprar al negocio de la

Marinita, y hablaban y hablaban toda una mañana, el niño tenía problemas a la

columna, parecía un muñeco o un duende con las uñas largas, feas, si eso fue un

suplico mayor, un karma enérgico dolorosísimo, si al verla con el muñeco encima

daban ganas de llorar, si nunca pudo caminar, y la Marinita le hablaba de no sé qué, yo

nunca la vi por esos lugares, yo hablo de lo que me han contado. Un buen día, desde la

estación de Alcones pasó a caballo un jinete trayendo amarrado con una soga un perro

leonero, así dijeron los capataces del fundo La Rosa, repito: un perro leonero, lo

llevaban para Cógil, para cazar y matar leones, en verdad: pumas, si en esa zona se ven

y veían ese tipo de felinos, y era blanco como la montaña con manchas negras

redondas, doradas, pachacho cual más, patuleco, con unas manos y uñas gruesesímas,

patas fuertes, robustas, y mirada altiva inquisidora, igualito a un Pitbull o a un

Bulldog, pero de hocico feo, fúnebre, tenebroso, endiablado, Lindorfo y la coma-dre

Julia quedaron soprendidos viendo eso, para Cógil, preguntaron, sí, respondió el capa-

taz, para Cógil, si fue usted don Jano quien contó la historia y yo le creo sin novedad,

sin eufemismos, para Cógil, sí m’hijo, para allá, con toda la verosimilitud del mundo.

236
237
Parte final de Vanina Gálvez:

Madre, me dejaste el final para mí, bueno que así sea, si ahí dice Vanina

Marschall, el seudónimo anglosajón-romano que yo inventé con cierta risa y gracia, si

soy psicóloga egresada de la Universidad Católica del Maule, yo sé más que ella, mi

nombre legítimo es Vanina Gálvez Iturriaga, la única hija mujer, la potranquita como

decía mi respetuoso pa-dre, la niña y nieta más querida y regalona…

Pues bien, tú nunca hablaste estas cosas con nosotros, yo tengo que imaginarlas y

recrearlas con instinto y poder, pues bien, digo, todo comenzó en el invierno del 73,

des-pués de la muerte de Luchito Serrano, cuando mi padre se puso a tomar en el

granero, tu le echaste la culpa directamente a la Reforma Agraria y al gobierno

socialista que hacía mal las cosas, si los inquilinos prosiguieron con las tomas ilegales,

y producto de eso no hacían su trabajo, pasaban sacando la vuelta todo el día, y, claro

está, como no teniendo nada que hacer, tentados por el demonio, se ponían a tomar,

eran sus amigos, sus com-pinches, todos esos: Segundo Lorca, Jorjo, Benito Arrué,

Choche Soto, hermano de Osca-rito, el mismo Nacho Leiva, Adolfito Pino, repito:

todos esos, si el conchesumadre de Max Joel Marambio, emisario aprovechador del

gobierno, no se había ido todavía, en el mes de agosto, primer día sábado, tuvieron una

tomatera salvaje, si chillaban como locos pidiendo más y más, mi papi llegó a la casa

pasado a trago, más que eso: hecho ascuas, y tú le dijiste que se acostara un rato para

que se le pasara el fiasco, y él te dio las gracias con sencillez y voluntad, si tan curado

no estaba, estuvo durmiendo desde las seis de la tarde hasta las once de la noche, y

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después se levantó buscando una botella de vino o de ron o de coñac o de whiskey, por

último, para seguir tomando, si andaba con la caña mala, dijo, al otro día amaneció

medio cuneteado, tú le dijiste que no lo hiciera nunca más, porque los niños —

nosotros a decir verdad— nos habíamos fijado en eso, y el día lunes tú y él partieron a

hacer clases como siempre, si las fiestas y carnavales los hacían durante los fines de

semana cuando estuvieran todos, y después vino el cambio de gobierno, tú pen-saste

que las cosas iban a mejorar, pero no, todo siguió igual, el nuevo gobierno puso fin a la

Reforma Agraria, claro, uno piensa que ya se acabó la chuchá de andar robando y abu-

sando del hermano prójimo, pero las casas y tierras ya estaban repartidas, el nuevo go-

bierno no devolvió nada a nadie, lo hecho, hecho estaba, los mallerminos ya se creían

latifundistas, si se quedaron con grandes porciones de terreno, y eso no les sirvió de

nada, pronto vino la escasez y se pusieron a vender, y si los mallermimos no tenían

raigambre ni condición social, eran unos simples pelotudos criados a la buena mano de

Dios.

Jorjo, Benito Arrué, Choche Soto y todos esos eran como el pedo, yo no sé lo que

ha-cían los huevones, si pasaban todo el día tomando, si para el Diecicocho volvieron

a tener una tomatera tremenda, y a mi papá lo volvieron a invitar, si era el profe de la

Escuela, de-cían, cómo no va a venir, el hijo más querido y admirado de don Benito, a

ti te vino un dolor de cabeza fortísimo cuando te enteraste de que tu esposo estaba allá,

Nano había dicho que iba a ver los chanchos, pero era una vil mentira inventada para

estar con sus amigotes, tú quedaste hecha una mona, si Nano, tú misma dijiste, no era

un mentiroso, y por la noche volviste a encontrar murciélagos volando por la cocina,

este es el despolote, o la cagada que se avecina, dijiste, y con la escoba arremestiste en

239
contra de ellos porque no soportabas ver esas cuestiones, y el chochón cantando afuera

repitiendo tue-tué, tue-tué una y otra vez, y el aullido lastimero de un lobo, y la vaca

mugiendo en el establo re-clamando la presencia de su cría, y el gato del vecino

maullando pidiendo insistentemente la comida, la Simona se ponía a ladrar captando la

presencia de gente, fantasmas, espíritus extraños, y todas esas voces o sonidos de la

granja que pasaban por tu cabeza, si en Ma-llermo no habían lobos, y la vaca que tú

oías estaba a leguas de la casa, y el rugido de león, y el relincho de caballos

perforándote la mollera, y el crepitar de la jirafa, y los barritos del elefante, y los

troleos de la Viuda Negra o la tarántula, tú decías que eran sonidos funes-tos, yo lo

único que sentía eran los ladridos y gruñidos proferidos a veces por la Simona, y en

octubre, después de celebrar mi cumpleaños número cuatro, se volvió a repetir la mis-

ma martingala, si a los idiotas no se le iba a pasar nunca la cuestión, trago, trago y más

tra-go.

No sé cómo mi papá iba a hacer clases, si tú le ayudabas de vez en cuando, los

alum-nos, si lo veían haciendo eso, qué iban a pensar de él, ja, un viejo curado nos está

ha-ciendo clases, enseñándonos castellano y matemáticas, enseñándonos morfología y

sinta-xis y las tablas de multiplicar, pero cómo, si nosotros no somos estúpidos, la

palabra se enseña con ejemplo, tardaba un día o día y medio en reponerse, entonces

tomaba la Vieja Mademsa e iba a travesear a cualquier parte, tú no querías por nada

del mundo acompañar-lo, y si sufrían un accidente, y el arrebato, la tole-tole, se volvió

a repetir en noviembre y diciembre durante los cumpleaños de José Hernán y Pedrito,

tú no dabas más, y todo eso se lo contabas a la Guillermina, chiquilla hermosa y

comprensiva, le pedías encarecida-mente que te ayudara, si no eras capaz de hacer las

240
cosas con normalidad, el mundo se te vino encima, y vinieron las vacaciones de verano

y Navidad y Año Nuevo, ni sé ni re-cuerdo dónde realmente estábamos, tus dolores y

sufrimientos eran nuestros dolores y su-frimientos, si nosotros sufríamos contigo a la

par, si nosotros, al verlo en ese estado, nos aferrábamos a ti, Nano te pidió que

fuéramos a Pichilemu por unos días y tú le dijiste ter-minantemente que no, que las

cosas no estaban como antes, que los niños ya no lo mira-ban con los mismos ojos, que

todo había cambiado, él se puso furioso y estuvo a punto de cachetearte, tú pasate esto

por alto, porque —digásmoslo así— no andaba copeteado, tu miedo y susto era por

causa del trago, y decías: y si maneja en esa condición la Vieja Mademsa, no podrá

sufrir un accidente, y nosotros Sepa Moya, mamá, y en enero y febrero las cosas se

tranquilizaron un poco, tú pensaste que la juerga del trago había pasado efec-

tivamente, volviste a sonreír, pero todo volvió en marzo, si los hachazos en la cabeza

se volvieron a repetir, tú derechamente te pusiste a llorar, nosotros te vimos y

escuchamos a pesar de que te encerraras en la pieza, y dijiste, nosotros mismos te

oímos: ya no doy más, y te ibas secando tus lágrimas acardenaladas con un pañuelo

rojo que la bisabuela te había proporcionado, decías con razón: esto no nos puede estar

ocurriendo, qué va a ser de mí, si el abuelo te había advertido diciendo de que no te

metas con ese hombre, y la abuela y la bisabuela también, ellos sabían más que tú, y el

colmo de los colmos ocurrió el segundo viernes de abril de ese año, otra vez llegó

copeteado y tú no se lo aguantaste y te levantó la mano y te amenazó con el brazo en

alto, tu dijiste chao pescado, eran como las once de la noche, nos tomaste de las manos

a nosotros tres, y gritaste con el pensamiento me voy, y nos fuimos caminando a pie,

los cuatro, a La Rinconada por las trochas del interior, ya era medianoche, por tu

241
culpa, dijimos, y tú respondiste con los ojos llororos: no es mi culpa, mis niños, todo lo

hago por ustedes, y tuvimos que esquivar matas de espinos, zanjones oscuros,

quebradas sin fondo, todo por llegar pronto a la casa del abuelito, y desde allá nadie

sabía lo que ocurría, tú nos llevabas apretaditos cogidos de las manos para que nada

malo sucediera.

Yo no sé lo que será de mí y de nosotros, pensabas, si nosotros te obedecíamos a ti,

solo a ti, tú eras nuestro ensueño, nuestra esperanza.

Cuando llegamos dijiste al abuelo llorando:

—Nano está tomando.

El abuelo te respondió con rabia:

—Bueno, quésede con nosotros acá.

Y pasamos una noche horrible recordando y soñando con la caminata, con todo

eso, íbamos y veníamos, subíamos y bajábamos, y los lobos persiguiéndonos, y el

chonchón cantando encima, y el zumbido de las abejas, y el maullar de los gatos, y los

relinchos de los caballos, y el croar de las ranas.

El día lunes de amanecida le dijiste al abuelo que nos fuera a dejar a Mallermo de

nuevo, porque había que continuar con las clases, y el abuelo te obedeció en buena

medi-da, si tú eras su niña elegida, la mejor, la más capaz, si no quería que nada malo

nos pasa-ra, y en la Escuela fuiste recibida con jolgorio y parabienes, si todos los niños

te querían, Nano no había olvidado tu Amor por ti, tú separaste las piezas, lo dejaste a

él dormir solo, para no toparte ni ser partícipe de sus tropelías, y teníamos que dormir

242
encerrados, por-que desde la primera amenaza que te hizo empezaste a desconfiar de

él, temías que hiciera algo malo contigo o con nosotros, y eso no fue nada, todo se

volvió a repetir en mayo y junio, entonces te choreabas tanto, te ponías a gemir por

enésima vez, nos tomabas de la mano y partíamos contigo, de noche ya, por las trochas

interiores, nuevamente a La Rin-conada, y notabas tú, nosotros no, que alguien o

algunos nos venían siguiendo, tú lo atri-buías a las ovejas, o perros quizá, pero no,

madre, eran los niños de La Escuela que te ve-nían acompañando, cuidándote,

vigilándote de cerca, tú misma dijiste que era Huguito Pé-rez, y Renato Rojas y todos

esos niños que te querían tanto y tanto, si tú eras su profesora predilecta, tú los amabas

y ellos a ti, tú elegías esos caminos para que nadie nos viera, para que nadie se enterara

de que estábamos huyendo de la casa, el abuelo y la abuela nos reci-bían en completo

mutismo, si ya no se metían en tus cosas, tu vida era tu vida, y al otro día malamente

teníamos que volver a Mallermo, si el abuelito nos venía a dejar y había que continuar

con las clases, tú y mi papi ya casi no se hablaban.

Y los meses siguientes fueron iguales, tía Marina vino a socorrernos y la abuela

Sara del mismo modo, y te sentiste tan ofendida de que Nano haya salido correteando

a Mari-na con una horqueta, y decías: esto no puede ser, mi marido no es el hombre

que yo co-nocí, la abuela Sara intentó hablar con él, pero no le hizo caso, si las cosas

habían empeo-rado, tía Marina y la abuela Sara regresaron a sus casas, y nosotros nos

quedamos allá con miedo, susto y estupor, si cualquier cosa podía pasar, tú no querías

irte de Mallermo por-que ese lugar represetaba tu hogar, tu feudo, el sitio donde

nosotros nacimos y dimos nuestras pirmeras luces. Agosto del 74: nace Rosa Maricel,

la hija única de tío José y tía Marina, y empiezan a llamarla simplemente con el

243
Nombre de Maricel, porque el Nombre de Rosa no lo acepta por ningún motivo, así se

hará conocida entre nosotros, septiembre, octubre y noviembre: Nano no deja de

tomar, la tomatera la continua en la casa con ron, coñac o whiskey, tenemos que

escondernos ante su malograda presencia, la furia y castigo de Dios Padre continua, el

año finaliza sin más, y en enero ocurre algo impredecible, mi papá está bueno y sano y

nos invita a dar un paseo en la Vieja Mademsa, Nano se pone a manejar en forma

alocada no sé por qué, cuando íbamos llegando a la estación de Alcones el tren va

pasando y Nano acelera tratando de cruzar la vía férrea antes de que pase el tren, mi

madre grita y llora, y le espeta en forma furiosa: ¡nos querís matar a mí y a mis hi-jos

chucha tu madre!, y añade con la barbilla tiritando: ¡si nosotros no te hemos hecho

nada malo huevón!, y eso fue la gota que rebalsó el vaso, al regresar mi madre gritó

colé-rica: nos vamos de la casa, y sin mediar preámbulo o palabra alguna, nos toma de

la ma-no y salimos tranqueando para afuera, éramos tú, yo, ella, todas las Gabrielas

hablando y obrando a través de ella, la caminata fue rápida y toda la ropa y zapatos y

zapatillas se quedaron en la casa de Mallermo, el abuelo y la abuela nos recibieron con

cariño y nota-ron de inmediato todo lo que estaba pasando, el abuelo le dijo al fin: no

vuelva nunca más para allá.

Había sido lo mejor, eso pensaron todos, y tuvimos que ir a Santa Cruz de propio a

comprar ropa nueva, si la plata apenas alcanzó para unos bototos cafés para Pedrito y

José Hernán, unos botines azules para mí, algunas chombas de rayas azules y poleras,

tres pe-cos bill y un vestido de pana verde con manga francesa, si el abuelo nos ayudó

un poco, mi madre no volvió a la Escuela de Mallermo, y no sé con certeza tampoco si

mi papi continuó haciendo clases allá, el desastre final, lo cuento con congoja, ocurrió

244
el cinco de abril del 75, desde Mallermo llegó la horrible noticia de que Nano se había

suicidado, los vecinos escucharon unos gritos y fueron a ver de inmediato, cuando

llegaron allá se en-contraron con Nano muerto, tirado en el suelo, como si estuviese

revolcándose en el suelo por algo y con la mano apretando el estómago, eso fue lo que

se dijo, y la bola co-rrió por toda la comarca: Nano está muerto, decían, se suicidó por

culpa de la señora Ga-briela, decían, mi madre apenas tuvo tiempo de controlarse, eso

se venía venir, pensó, y después de unos minutos se puso a llorar desconsoladamente

en los hombros de mi bis-abuela, Nano está muerto, dijo, y no lo podía creer, la pintura

de los ojos se le corrió a un

lado, tanto que a nosotros nos provocó pánico verla así.

En el mismo día mi madre escribió:

05-IV-75

Perdón, perdón… repetía el eco lejano bajando a todo galope

por las quebradas verdes y espesas. Perdón, perdón, quedó grabado en la

memoria

viva de aquel pueblo. Una estampida metálica precedió al grito desgarrador.

Todo murió, todo se acabó…

¡¿Cómo pudo hacer eso?!

245
A Nano lo llevaron al Hospital de Marchigüe para hacer la autopsia, para

corroborar si todo había sucedido así, los doctores dijeron otra cosa, no hombre,

exclamaron, si este señor murió intoxicado, dentro del estómago le encontraon

pequeñas pelotillas sin disol-verse, mi madre dedujo que eran benzodiazepinas, porque

el doctor se las recomendó a ella para pasar los malos ratos que pasaba por culpa de mi

padre, si las benzodiazepinas actúan sobre el sistema nervioso central, producen

efectos hipnóticos, se usan como se-dante y ansiolítico y anticonvulsivo y

miorrelajante, si mi mamá pasaba tomando esas cuestiones, y Nano seguramente las

halló por la casa en algún lugar, bueno, como haya sido la cosa, todos seguían diciendo

y propalando la noticia de que Nano, el buen y queri-do Nano, se había suicidado

aunque el forense dijera otra cosa.

A mi madre no le importó nada, y quiso alejar toda culpa de ello, por eso fue al

entie-rro que se hizo en Santa Cruz, yo vi a Pedrito llorando amargamente en la pieza

de tía Su-sana, tomándose la cara con la palma de la mano exudando trágico dolor

mientras mi ma-dre lo consolaba por detrás sobándole la espalda, si tenía siete años, yo

cinco y José Her-nán tres, mi madre asistió al cementerio sedada, no veía ni sentía

nada, lo único que escu-chaba eran las palabras de Teresita que las instaba a continuar

rezando y a resistir como pudiera, abuela Sara estaba en estado de shock, después de la

muerte de don Benito las desgracias continuaron, eso habrá pensado con honestidad,

yo era una chicuela preciosa, inteligente, traviesa, y eso es todo lo que quiero recordar.

Pero todo eso no quedó ahí, mi mami quería crecer, progresar, seguir estudiando,

por eso tomó la determinación de irse a vivir a Rancagua, me llevó a mí y a Pedrito,

los mayo-res, José Hernán se quedó en la casa del abuelito, en el mismo mes de mayo

246
viajamos en tren para allá, de modo que arrendó una casita barata en calle Ecuador

hacia adentro, en-trando por avenida Baquedano, y encontró trabajo asimismo en el

Colegio Don Bosco de calle Ibieta, a mí y a Pedrito nos puso ahí, si por ser hijo de

profesora no cobraban nada, si ella contó que era egresada de las monjas del María

Auxiliadora, los profesores y Padres no le colocaron ninguna traba, si nuestra vida en

Mallermo no fue olvidada del todo, mi madre quería olvidar, yo no, y Pedrito tampoco,

si nosotros amábamos a nuestro padre y a Luchito Serrano y a la abuela Sara, y a toda

esa gente, gracias a algunos conocidos mi madre pudo rescatar la manta gris de rayas

de Nano, su sombrero de huaso de paño ne-gro, las espuelas de plata y dos pares de

gemelos de sus camisas de doble puño que usaba de vez en cuando, y el canasto de

mimbre también lo logró rescatar, todo eso quedó meti-do ahí adentro, si la memoria

viva de mi padre persiste como una sombra premonitoria hasta el día de hoy, repito:

aunque no les guste a algunos, era mi padre, repito: era mi pa-dre.

Pollito, mi buen hermano, escribió de a propósito sobre El silo y el granero,

mentira, fui yo, digo yo, mentira, fui yo, dice José Hernán:

La atmósfera fresca se enriquecía desde la carretera hacia adentro

justo ahí en una punta de Rinconada de Alcones donde empezaba la hacienda de

Mallermo

había que doblar a la izquierda y tomar el único camino que había

desde ahí uno se dirigía hacia las chacras y casas patronales colindantes

247
luego, pasando por el estero y enormes totorales, se llegaba a las casas

a mano derecha la medialuna la cancha de fútbol y otro camino

a mano izquierda junto al camino principal las casas el silo y el granero

todo hermosamente rodeado por verdes y pujantes plantaciones

La vida continuaba por el camino de tierra hacia la escuela de Mallermo

donde alguna vez hizo clases mi madre y mi padre

más allá por el mismo camino principal se extendían más caminos la cancha de

carrera y el tranque

y continuando, por si esto fuera poco, más casas dispersas por aquí y por allá

junto a cerros anchos planicies bajas cientos de caminos pequeños

con casas que iban a dar cerca de los graneros de allá abajo cerca de Marchigüe

todo ello acabando en las casas patronales de la otra orilla

allá lejos desde donde emergían las luces de los vehículos que se veían desde el

tranque de Mallermo

Si Mallermo representaba la vida honesta, la amistad verdadera, el juicio recto, la

ra-zón perfecta, la potestad legítima, el buen amor y la felicidad suprema.

Ni más ni menos.

248
Pero todo eso quedó en blanco, como vimos.

Mi madre habló concienzudamente con María Vidal, la hija de Joy, para que se

viniera con nosotros, ella aceptó con sinceridad porque estaba falta de plata, si ella nos

cuidaba, hacía el almuerzo y todas las cosas de la casa, si era una buena mujer,

Josecito, cuando estaba grande, se puso a inquirir por la muerte de mi padre, cómo

había acaecido, y por qué murió y cómo murió, don Jano siniestramente le contó que

había ingerido veneno de ratón, bah, eso dijo sin timidez, sin engaño, no sabe na, dijo,

si las tripas se le cocieron, si se puso a gritar como un verrao, y le echó la culpa

directamente al abuelito y a la abuela porque ellos instigaron a mi madre para que se

viniera definitivamente de Mallermo, si don Jano tenía problemas con mi abuelito,

pasaban peleando, se odiaban mutua y capri-chosamente, tanto el uno como el otro

tenían siempre la razón, después fue a pedirle unos huevos azules a la señora María

Guajardo, la Mariquita, y volvió a preguntar cómo había sucedido la muerte de nuestro

padre, la Mariquita dijo: no sabe na iñor, agitando los brazos y acoquinándose como si

nada, don Nano agarró la pistola, se la puso en la sien y de un solo balazo se mató,

señora tonta, depravada inventando eso no sé por qué, yo le dije al bribonzuelo que no

creyera todas esas cosas que le decían sobre nuestro amado padre, si la gente es mala y

habladora, después se dirigió a la casa de Mallermo a piececito, abrió la puerta de la

entrada que estaba suelta, vio con pena el desorden y suciedad que había ahí, recogió

el librito o guía del tractor Belarus y lo trajo para la casa, yo cuando lo vi se lo quité

inmediatamente, le dije que nunca más fuera meterse a esa casa porque estaba

embrujada, porque habían pulgas, qué sé yo, y le dije con rabia: no tienes por qué

249
andar con estas cosas que pertenecieron a mi papi, me las entregas y te olvidas de todo

ello, Josecito no supo qué decir.

Año 78: José Hernán con María Vidal —nuestra empleada trabajadora— viajan a

Rancagua en tren, llevan una caja de cartón con carne de cabro que pertenecieron a mi

padre, Fernando Meléndez los tiene y cuida en su casa, además de la pila de gansos

que tenía abuela Sara, nuestra madre ya lo tiene inscrito para que empiece Primero

Básico en el Colegio Don Bosco, si es regalón, habiloso, buscavidas, si en la casa del

abuelito pasa viendo duendes, ninfas, hadas, faunos, todas esas cosas, si salió igual a

su mamá, el abuelo por otra parte se quedó con la motobomba para sacar agua de

Nano, con la Vieja Mademsa —camioneta feroz, estruendosa— que adquirió a mi

madre por la no despreciable suma de quiniestos pesos, con el molino para moler

grano de trigo y con el molino rojo gigante de boca ancha, su odio a Nano lo tranformó

en amor y alegría, el viejo con todo eso quedó feliz, ¡¿y quién haría usufructo de todas

esas cosas por Dios?!, la casa de Mallermo quedó triste y abandonada por completo

para siempre, nunca nadie volvió a habitarla, y eso da pena decirlo, si la casa y el sitio,

por la Reforma Agraria, pasaron manos de don Pablo Pérez y familia, mi madre se ha

puesto a continuar con sus estudios de educación en la universidad, si la vieja quiere

crecer, progresar, si nos quiere harto, yo pasé a Tercero y Pedrito a Quinto, y aquí voy

acabando esta historia de Amor y suplicio y Verdad, por-que la Vida de toda Gabriela

es así, por eso el Unicornio de Dios había puesto esos anillos ahí, yo, el duende de las

peñas, hurón magallánico, contándote la historia a ti, solo a ti, mentira, Vanina Gálvez

Iturrigaga, la niña hermosa, la estudiosa, la innombrable, la in-comparable.

250
Interrogatorio:

¿Cómo supo usted Gabriela que doña Sara era chonchón, una calchona de armas

to-mar perteneciente a una familia de brujas y brujos?

Yo mismo respondo: vi el ropero, Dios Padre bendito me lo contó.

¿Cómo supo usted misma que Nano se había intoxicado con benzodiazepinas, si

nunca lo vio tomar esas cuestiones?

Dios Padre bendito me lo contó.

¿Cómo supo que Benito Gálvez Rodríguez subía a arrodillarse a los pies de Dios

Pa-dre infinito, a suplicarle agua para Mallermo?

Repito: Dios Padre bendito me lo contó.

Si soy clarividente, ya los sé, lo digo con toda seguridad, sé eso y muchas cosas

más, conozco todos los misterios divinos y secretos del Sagrado Corazón.

Conclusión:

Como nunca lo hubiese querido ni creído, Nano —lo repito una vez más— estaba

muerto.

Lo digo claramente: la realidad supera la ficción.

La voz del relato: Gabriela Mistral, Santa Teresita del Niño Jesús.

Final caprichoso y feliz.

251
Aquí termino esta historia de mi amado esposo.

Aquí termino…

AMÉN.

Y don Matías dijo:

—¿Y cuándo vas a escribir la historia de mi vida?

—Abuelito, usted sabe que no me gusta mucho hablar de esas cosas.

Y él:

—Tú sabes Vanina, que yo espero mucho de ti.

—Bueno —dije—, algún día la escribiré.

Mi madre sacó mi nombre de la esposa de Espartaco que se llamaba Varinia, o

Bitinia, no lo sé, no lo recuerdo bien, ella me contó, de ahí dedujo mi nombre romano,

y soy yo y no ella quien cuenta la historia en forma completa con la voz de la santa y

de esa madraza, si mi madre era poeta al igual que Gabriela Mistral, y esas notas las

escribió efectivamente ella, yo se las robé.

Yo soy el «pato» cuac, cuac, yo soy —en rigor— Dios Padre bendito.

Aquí verdaderamente termino.

Adiós Nano, adiós mi Pequeño Niño.

Y cierro anillos.

252
¿Para qué dijo que Lester Lacroix era un viñatero ricachón francés, asentado en

San Fernando y supuestamente amigo de don Benito, si Lester Lacroix era un

futbolista que nunca pudo llegar a ser famoso?, bueno, esa corrección la acepto, y el

alcalde Tulio Cam-pos y Palomita de la Greda y Ariel Ruedo Circo y el señor Toro

Ilabaca y don Matías, el gran potentado de la hacienda de Alcones, y Leopoldo

Sacristán, si son seres reales, para qué se llena el hocico hablando, bueno, de eso no

digo nada.

Si Nano se enchufó trementina, lo único que tenía a mano, y su estómago no

resistió, por eso se revolcaba sobre el suelo con retorcijones fuertes, agarrándose las

tripas y gri-tando como licántropo pidiendo ayuda, ¿cómo cree que los vecinos

escucharon y corrie-ron a socorrerlo?, cuando lo encontraron ya estaba muerto, eso

queda en una nebulosa, mi madre contó otra cosa, y yo le creo a ella, y el forense del

mismo modo dictaminó lo contrario, si toda vida humana es un misterio divino.

Y cierro anillos por segunda vez.

Oh Dios.

¡Y qué habla el conchesumadre!, si doña Sara era la Serpiente Pitón, ni más ni

menos, tenía más de mil años.

Repito: Luchito Serrano era una momia egipcia, ella misma lo resucitó, ¿por qué

cree que murió como murió?

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Si esos espíritus inmortales del Sagrado Corazón mueren así.

Y cierro anillos por tercera vez.

Adiós, adiós.

Las Cabras-Rancagua-Barcelona, 1997 ― 2000

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