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Título:
La Mamá Grande
Subtítulo:
Seudónimo:
Vanina Marshall
a Elena de los Ángeles Salas Poblete, la Niña hermosa,
con todo el cariño del mundo, a los amigos de la casa de campo y para la posteridad
No entres dócilmente en esa buena noche,
DYLAN THOMAS
El arcángel Rafael, con sinceridad, con el cayado y el pez, hace mucho tiempo atrás
escuchémosla…
Hoy ha nacido un «pavito», lo siento como si fuera mío, hemos viajado temprano de
Rin-conada a Marchigüe, nuestro padre ha dicho que seguramente será otro hijo criado
por él, sabíamos que Susana era de la idea de tener un niño sin comprometerse, el
hecho de pensarlo me enerva, son las once y cuarto y entramos por los pasillos del
que se hacen acompañar por sus hijos lentamente observando cada puesto de frutas y
verduras, de ro-pa, de utensilios de mecánica y macetas con flores, varias cuadras más
abajo dan la vuelta y regresan, he dicho a Pedrito que es bueno comprar pescado para
llevar a casa, en el exterior del hospital aparcan los locatarios, es gustoso ver cómo
dirigiéndose a urgencia o a los pabellones donde yacen los enfermos, un letrero cuelga
a la entrada mostrando las salas de administración con señalética color blanco y otro
hacia los box donde se encuentran los pacientes, hola, digo a una señora de ojos
pardos, tez cobriza, hola, dice ella, con el dedo apunta a la maternidad, mi grito es
grande cuando veo a Susanita, ¡por Dios, chiquilla!, tanto que nos hiciste sufrir a mí y
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a Nano cuando te trajimos, Pedrito no para de reír y dice: mira ma, la pichulita, está
orinando, ¡Susana por Dios!, ¡qué criatura más dócil y gen-til!, oye, hasta se le ve el
hoyito de la simpatía, ¿en qué llegaron?, en tren, digo, Pedrito se empecinó en venir a
verte, han dicho que pasó el padre Julio Palma dando la bendición a los enfermos y a
Susana también le tocó una por su hijo, ¿cómo?, digo, el padre Julio Pal-ma, dice
Susanita y se levanta de la cama con el niño en brazos, qué bello, pienso, Rigo-berto,
dice Susanita, así se va a llamar, la enfermera de ropa celeste va y viene y nos sor-
prende a veces con furtivas sonrisas que arroja desde los pies de la cama, deben ser las
Nano no nos vio salir y ha dicho que quiere salir a cazar con Pedrito, he sido fiera
en esto porque mi padre no quiere ver a ninguno de mis hijos paseando con él.
casa de mis padres yo ya me juntaba con Nano que en aquel entonces era profesor nor-
malista venido de Santa Cruz y asentado junto a sus padres —don Benedicto y doña
Sa-ra— en la hacienda de Mallermo, Nano llamado así hacía clases tanto en la escuela
cinco años mayor apuesto, inteligente, maduro; fue un amor profundo, soterrado, e
padre y como si es-tuviera apremiado con su muleta como si yo fuera su única hija
comenzó a rabear, los cuentos iban y venían, que nos vieron en el embalse, que
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esas tropelías aparecían en la casa de La Rinconada, yo tenía veintiún años cumplidos,
—Pero por Dios, Nanita —dijo mi padre—, Gabriela es de armas tomar como pro-
persigue hasta hoy día, pese a todo, a la rúbrica que oigo de mis padres y familia, junto
cerca de la una y en tiras y afloja arranca por los entreveros de la oscura estación, al
radiatas, a los lados el estero Cadena, la arena amarilla, el matorral de zarzamora, los
predios de la ha-cienda de Alcones con los rebaños de ovejas, a nuestra izquierda por
— de don Julio Pereira, don Carlos Stüver —el ministro— y don Benedicto por cierto
Colándose por los ventanales del vagón, sentimos la brisa de la tarde del fresco
valle de Marchigüe cuya lenta marcha se desliza por el horizonte lejano de las parcelas
atiborra-das de vacunos por donde —doña Sara por enésima vez— pasa caminando en
pleno invierno, cruza cercos y alambradas cuando regresa con paquetes que trae de
Santa Cruz hasta dar con su enseñoreado hogar en Mallermo, es una dicha vivir con
ella, pienso, co-mo un ánima perdida por sus hijos, mis hijos, Pedrito y Vanina.
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Los jubilados parecen tener jerarquía y don Carlos Stüver habla a diestra y siniestra
apearnos con nuestro pescado, tomados de la mano, Pedrito y yo, con una maleta que
—Bienvenida, señora —dice Luchito—, hace un calor insoportable y eso que esta-
—¿Por qué tanto gentío, Luchito?, ¿acaso están con la venta de ganado?
—No diga nada —balbucea Luchito mascullando entre sus dientes grises y filosos,
viste una chaqueta roída por su condición de empleado de doña Sara, gorro y ojotas—,
no ve a don Carlos Stüver hablando por teléfono desde el almacén de correos, quiere
—¿Al negocio?
—Sí.
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—¿Va a pasar donde la señora Nana? —pregunta Luchito Serrano.
Algunos carretones se ven pasar por el Cristo, van quizá a Carrizal o La Pitra,
Luchito mueve las riendas, retrocede y salimos raudos al camino, luego de un corto
—¿Usted le ama?
—A don Nano.
¡Qué manera de hacer la pregunta!, pienso, medio sordo y medio turnio, ¿no ve
acaso todo lo que me desvivo por él, por Pedrito, doña Sara y todos?
Con una maravillosa forma de ver las cosas avanzamos a saltos por el camino de
tierra y es toda la verdad, pienso, al toparnos con el jeep de don Carlos Stüver,
triste y olvidada que se ha mejorado el día anterior en una circunstancia hostil pues no
había nadie quien la llevase, fue Poncho quien nos avisó a Mallermo y Nano y yo con
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Hace tres días mi padre andaba con una gota intolerable y para colmo con Susanita
que estaba por dar a luz, algunos lo escucharon y el propio Poncho contó: vayan a
hablar con esa mierda, dijo mi padre, como si se refiriera al peor hombre del mundo y
mi rabia en Mallermo se acrecentó, tanto que terminé reventando en lágrimas ese día.
pasamos a buscar Susana estaba en bata de dormir andando a pie pelado por la pieza y
junto a Luchito espero ofrecer una buena cara cuando me presente en el negocio a
comprar las cosas encargadas por Nano, por lo demás mi madre y la Tere —la abuela
provienen de mi padre y las malas lenguas que le llevan todas las tardes, jamás, como
brisa— baja por los eucaliptos a través del sosegado estero de Alcones, bajo las ruedas
atraviesa un hilo de agua que viene del embalse mayor, don Augusto nos saluda
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sentado en una macilenta piedra de orilla de calle, entramos lisa y llanamente al
ciruelos —a lo largo de las casas iniciales— nos recibe con las manos abiertas.
—Voy —dice.
Decido acompañarlo.
Del bolsillo de su chaqueta Luchito saca un papelito con la mercadería que trae
ano-tada que piensa comprar, no es gran cosa, Manuel lo mira, estira la frente como si
aquello no le importara.
Manuel dice:
—Dos.
—Cinco kilos.
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Con la confianza que siempre tengo en el negocio de abrir las cubetas de vidrio,
saco dos dulces que ofrezco a Pedrito, qué genial, y entro a la galería, ahí se encuentra
—Cómo has estado, hija —dice—, hola, mi tesoro, venga para abrazarlo.
A medida que suelto a Pedrito observo que mi padre conversa en el corredor con
Te-
ddy y Jano, no me animo ir para allá. Hablan de caballos y chanchos, los lechales
La casa es ancha, sendos patios se entreveran con achiras, rosas, cedrones y horten-
sias, un monolito al medio del jardín junto al palto expresa la cruenta verdad de que
este hogar es gobernado por mi padre, adelante en el frontis una mata de camelia en el
centro y hacia el norte cuatro palmeras que tocan el alumbrado público levemente
sostenidas y tapadas por cinco matas de quillayes por fuera muy altas, puestas ahí en la
Nos despedimos aprisa, Luchito Serrano echa todo al saco harinero y los tres
partimos a Mallermo, falta poco para las dos, don Canta —diminutivo de Cantalicio—
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cruza en su carretón con la yegua blanca y potrillo ofertando sus calugas y mentas,
—Qué.
—Por qué.
La envidiable ternura nos envuelve, por ahí más casas, la capilla, en la curva la
Marina donde venden grano y petróleo, el callejón de Ernesto Leiva, la casa de Pereco
Mallermo sin otra expectativa de llegar pronto, Luchito dobla y con el chicote apura a
la yegua.
Vaya que consistorio, una motoneta con copiloto nos adelante y tras nosotros don
Carlos Stüver toca la bocina, va apurado, pienso, y Luchito como si a este cernícalo lo
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conociera, se echa a una orilla, qué malo, exclamo, siempre ligero maniobrando con
malicia, pasando cambios a toda velocidad, el embrague que rechina, todo el santo día
así, quién lo creyera, en un ir y venir da esos frenazos con el jeep Land Rover que solo
él ma-neja.
Los trigales empiezan a amarillear en las faldas de los cerros, nos sumergimos en
nuestro campo, la perdiz, la garza, el búho, las huertas, los totorales, las cañas de
Se oye el canto del zorzal, todo eso y mucho más, la tenca desde el breval anuncia
Llegamos.
¿Cómo les fue?, pregunta doña Sara, bien, digo, un poco retrasados y con el sol
rellenar un cotí con flores color rosa, dice: tengo consomé con carne de tórtola para
servirles, quie-ren, bueno, mamita, digo, cualquier cosa después de este largo y
agotador viaje, digo: Nano no se ha visto, no, dice ella, he estado toda la mañana en
casa y ni él ni Benedicto han asomado la nariz, ¿no estarán en las parcelas arreando los
rebaños?, quizá, digo, ma, dice Pedrito, vamos a ir al embalse, no sé, digo, no dijiste
que pasaríamos a ver a tía Mari-na en Rinconada de Alcones, sí, digo, pero nunca
pensé que nos demoraríamos tanto, do-ña Sara dice: otro día pueden ir, hijo, por atrás
se ve a Luchito Serrano sacando los arreos y colgándolos en el palo del medio, de pies
enormes enganchados a sus ojotas hechas de forros de tractor se acerca con un tarrito,
y balbuceando, pide a doña Sara su ración medio sordo tartamudeando creo, le gusta
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hacerse para que la mamita no se olvide de darle la comida con un poco de vino que
antigua que guarda y coge desde entremedio de la viga y no miento, ahí tiene también
el nylon enrollado en un tarro de café, esos alfileres que dobla con sus carcomidos
qué hombre, pienso, qué vida más pesarosa sobrellevada por el amor y gallardía de una
mujer hacendosa eterna como una flor como mata de girasol siempre mirando, siempre
Habían salido antes de las ocho, Benedicto, el hijo mayor, no el padre, se paseaba a
caballo con botas de tacón alto, pantalón de rayas y manta ligera, era de esos hombres
feste-jando en un asado hecho en honor a don Julio Pereira, con ganas se aprestaba a ir
Yáquil, las tierras de ese sector las había recibido de parte de don Benedicto padre que
así como tenía parte de la casa donde vivíamos también acumulaba tierras en otros
lugares además del enorme sitio y casa endomingada que ostentaba en Santa Cruz, era
natural entonces que las parcelas de Yáquil se las entregara en comodato a su hijo
mayor donde vivían su señora e hijos, no era un escondite ni una fuga que hacía a
Mallermo, muchas cosas que llevaba a Yáquil —cabros, vacunos, semilla— las sacaba
de la hacienda en provecho de todos pues era sabido que al igual que su padre le
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Haciendo sonar las espuelas, Benedicto se dirigió a la escuela, cancha de carrera
como probando las riendas y montura y sin más tiempo que perder regresó.
Venía hacia acá y entre la manta traía un bulto caprichoso que parecía un lechón
pero no, era simplemente una garrafa de vino tinto, dijo que pasaría donde la Marina,
para él era una dicha comprar vino y lo hacía tanto en Rinconada como en Santa Cruz
o Puqui-llay, de genio serio, alto, corpulento, dejaba entrever sus beneficiosos cuarenta
—Está bien —dijo Jorjo, otro trabajador de la hacienda—, nosotros las guardamos
después.
—Vaya forma de ocupar el tiempo cuando don Benedicto tiene herramientas de so-
bra.
En la casa del lado había un jardín prolífico en matorrales y enredaderas y por ahí
se veían los portillos por donde pasaban los conejos durante la noche yendo por el
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camino principal hacia los huertos y el porotal del frente hasta llegar al estero de totora
y pasando una y mil veces por lo huecos de las alambradas y dejando esos portillos
que tanto gusta ver a los cazadores y niños, el sandial lo picaban con malignidad y por
ahí husmeaban los lebreles al otro día con los perros chicos que llaman conejeros, era
cuando Benedicto y Nano armaban los lazos de alambre, en la bodega tenían tres
rumbas de estacas y fierros donde amarraban las hebras, normalmente utilizaban lazos
inclinada hacia adelante, los arreos de los caballos, herraduras botadas por el suelo y
Todo Mallermo vivía de la caza del conejo y algunos por error los cazaban con
tram-pas ya que un conejo nunca se ha cazado en trampas, del mismo modo en la casa
y en el granero habían lazos para liebre más largos que los para conejo amarrados con
un sedal o cáñamo o alambre grueso para que el círculo se sostuviera durante el tiempo
Al anochecer tanto me turbaba con esto que no podía dormir, los cazadores como
Jorjo por ejemplo salían con un tenaz martillo y un saco de cáñamo donde llevaban los
lazos, aquí, allá, en la zarzamora de enfrente, entre la cardilla, sobre las espigadillas,
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Jorjo era mecánico.
La mañana exhibía un sinnúmero de labores que había que concretar, dar comida a
las gallinas, bestias y chanchos, echar agua a los abrevaderos, preparar el almuerzo,
barrer las piezas y hacer las camas, Otilia Rojas era nuestra ayudante y bastante batalla
Jorjo nos vio cuando salimos a buscar agua y con ese coraje de mujer trabajadora
trajimos los baldes desde la noria contigua al silo, los hombres hablaban de algo en el
granero, carretas y jinetes de a caballo atravesaban dichosamente por el camino, los sa-
ludos entre unos y otros se recalcaban cuando venía el tractor con el matalotaje de paja
y trigo, avena o cebada y alfalfa revuelta con trébol que daban siempre a los animales,
todo lo traían y llevaban desde los campos a los establos, pensaba decir una cosa pero
no la quise decir.
En fin.
Algunos pasaban en dirección al embalse a pescar pejerreyes, era típico ver este
aje-treo todos los sábados y domingos cuando gente de otros sitios venía a disfrutar de
Entonces dije:
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—Ah, sí —dijo Otilia Rojas, cándida e inocente como una maravilla—, me di
cuenta cuando don Nano traía un conejo atado a la cintura, cuando van a caballo las
Las voces se oían desde el granero y mientras barríamos la calle las miradas se di-
otro dejaba la pieza de algún motor a un lado, se limpiaba las manos con un trapo, iba
estas diabluras y cada vez que bebía lo hacía con amigos de Rinconada o Santa
Graciela de Alcones.
Dijo:
—Qué mañana más endiablada, hace frío, hace calor, hace de todo un poco.
—Si usted supiera todo el trabajo que hay que hacer vendría a ayudarnos.
Nano dijo:
estuvieran reunidos por algo, de repente sonaban las carcajadas de algunos riendo por
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la manera de vestir, caminar o laborar de otro, lueguito aparecía el tractor con fardos
atados con alambre y dos de ellos, poniéndose junto al catango, los bajaban
El Pimpo era uno de ellos y como tosco campesino andaba a pie pelado con la
camisa convertida en jirones y un diente de menos, los tenían controlados pues había
picotear a la calle, el desparramo de trigo y harinilla mojada para los pavos y los
galgos y golosos lebreles —de distinto precio, color y tamaño— acercándose a recibir
la migaja de pan, el trozo de sardina que se les arrojaba y hasta las presas de pollo,
—Vaya —dijo Otilia Rojas—, la voy a estar esperando para que sigamos llenando
Los trabajos atestiguaban la imagen de un mundo azul tan dije, tan fértil que pocos
le igualaban.
Jorjo dijo:
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—Tengo Ginger Ale para tomar.
Mi viejo acodado sobre una baranda, camisa arremangada, cooperaba con Jorjo
cada vez que pedía ayuda a otros para colgar un motor, limpiar empaquetaduras, vaciar
cosas, con la piel de gallina, hipnotizada, veía a mis hijos caminando entre la floresta y
Rojas había avanzado en el trabajo, qué silencio más enternecedor, abrumada por las
preocu-paciones que se tienen a menudo dije: el sol francamente está matador, los
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pobres ahí, pensaba: en esto no hay ningún manual que valga, con una soga tirábamos
el balde hacia abajo, se necesitaban muchas fuerzas para traerlo de vuelta arriba y
Don Carlos Stüver llegó en el jeep Land Rover, nos saludó, entro a la sala
principal, sacó unas guías y volvió a salir en dirección de la cancha, para ese sector
Atrás la cancha de fútbol y enseguida las parcelas del sector de los silos, lejos a la
distancia el tractor John Deere comprado a la hacienda de Alcones que lo tenía aban-
donado en las bodegas, había sido un milagro repararlo, todo gracias a las ideas
Con orgullo digo que el tractor John Deere era una maquinita y a golpe de vista se
notaba increíblemente como un punto verde subiendo y bajando a través del horizonte
tenían como el Alí Babá de las faenas agrícolas, menudo y emprendedor avanzaba de a
poco, en un sitio cualquiera se detenía a medida que los trabajadores arrojaban la paja
con horqui-llas, era un tarea simple que jamás retrasaban, y el tractor John Deere, con
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brillantez y belleza era mayor, agrupados en espaciosos piños los rebaños iban y
venían por los cercos separados con mallas rectangulares, uno, dos, tres o más carneros
y cientos de ovejas, borregos y borregas, corderitos de todas las especies, sin embargo,
lo que más impresionaba de todo esto eran los abrevaderos de metal de cinco o seis
metros de largo que estaban dispuestos en las esquinas de los cierros, nunca había
visto uno pero por lo visto se trataba de tambores de aceite cortados por la mitad
trabajados en las puntas y bordes pues la soldadura que tenían las hacían en el granero.
Si alguien pasaba hacia el embalse tenía que saber encontrarse con el granero.
Los únicos que evitaban el granero eran aquellos que vivían en las casas patronales
nuevas acomodadas junto a lo alto del totoral, villa diremos a grosso modo donde vivía
—Terminamos.
Faltaba poco para mediodía, y trastabillando, el Pimpo abrió los brazos, bostezó
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En mis manos y en mi boca se apreciaba el frescor y dulzura de una mujer que
tiene hombre, diríase, toda mi gentileza se dirigía hacia mi amado y ciertamente hacia
mis hijos, ellos eran todo para mí, erguida, cortaba el pan en rebanadas que limpia y
serenamente depositaba en la panera, doña Sara servía la comida en los platos y Otilia
Rojas los llevaba a la mesa, Nano comía y acariciaba con sus laboriosos dedos una
mano de Vanina, mi fragor crecía cuando mis ojos se llenaban de lágrimas al recordar
de tanto en tanto mis niños de la escuela de Mallermo, mi corazón latía con fuerza y
tenía que bajar la cabeza para que no percibieran nada extraño o conflictivo en mí.
En el patio Luchito Serrano comía poniendo atención a lo que ocurría adentro, con
sosiego tomaba los alimentos con la mano y estiraba los dedos como si lo hiciera con
burla, cuando el alimento era sopa tomaba su infaltable cuchara y comía aprisa como
caprino que es perseguido por el lazo, sin ganas de servirse el postre acababa antes que
nosotros y era cuando se echaba con comodidad en una silla de madera al medio del
parrón.
Adentro nosotros.
Con sus rizos aleonados, piel caliente, transpiración que corría por su pecho y
frente, Nano no tenía una opinión distinta a la mía, las situaciones de la vida diaria las
manejaba con entera liviandad y era raro ver en él una cara de enojo, envidia o
egoísmo, estuviése-
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De la Escuela de Mallermo Nano era el profesor encargado y yo la profesora
ayudante recién nombrada por la gobernación para el sector B de Santa Cruz como se
De uñas largas, blusa floreada color pardo, falda negra, la mamita mascaba la
comida con una leve sonrisa expresada con sencillez entre sus labios amoratados,
esperaba quizá que dijésemos algo y era Otilia Rojas, la criada, la que nos alborotaba
la sangre con alguna salida repentina o chisme de vecindad. En este tiempo la mamita
aunque quisiese en la labor educativa de la Rinconada y estoy segura que desde la go-
ñora Esperanza, profesora mayor ya, por tanto Mallermo era nuestro reducto educativo
puesto a nuestro servicio para que enseñáramos lo que exigían los planes y currículos
pensándolo bien, Nano dijo: no lo sé, mi-hijita, la mamita, escuchando, dijo: con
Benedicto han re-partido lazos y trampas por los huertos, pradera y embalse, si tú no
vas, Nano, ¿quién va ir?, Nano dijo: en la tarde lo voy a decidir, sin titubear dije: si es
así entonces vamos al embalse, no querrás que Vanina se quede aquí, más confiado,
con seguridad, Nano dijo: está bien, Otilia Rojas dijo: ¿levanto los platos, señora?, ya,
dijo la mamita y luego: trae de postre las ciruelas que cocí en la mañana, bueno, dijo
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Otilia Rojas, Vanina dijo: pa, ¿adón-de vas a ir?, Nano dijo: donde usted quiera, mi
niña, Vanina se bajó de la silla, Nano la tomó, y cuchicheando como lo hacen los
pequeñuelos, la sentó en sus piernas, ¿cómo son las trampas, pa?, Nano dijo: un palito
sobre otro palito, un palito sobre otro palito y lo hacía con palos de fósforos como
formando una montaña y así decía explicándolo, así es la trampa, ¿y qué cabe
adentro?, preguntó Vanina, buh, exclamó Nano, lo que uno quiera, tórtolas,
codornices, perdices, cuculís, lo que usted quiera, mi niña, ¿y ardillas?, dijo Vanina,
no, dijo Nano, las otras trampas están para eso, ¿para qué, pa?, para ratones, ardillas,
coipos, güiñas, leones cordilleranos…, buh, lo que uno quiera, Vanina exclamó:
¡leones!, ¿dónde hay leones?, Nano dijo: en la montaña y muchos, entonces podemos
Mi Pedrito se había levantado y con sus autos jugaba sobre el piso de madera de la
parada quizá sobre el alumbrado, a esa hora ni un vehículo ni una carreta, nada por
Mallermo.
apoyan-do una mano sobre la cintura de Nano, descansábamos en nuestra pieza, algún
diario antiguo sobre la cómoda, una que otra revista de moda, camisas sobre la silla, el
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de los chan-chos teniendo a mi Pedrito de seis meses en brazos, mantas, zapatos y
empecinado hogar, allá también había lazos, estacas, fierros y trampas como las que
había mencionado mi viejo, de niña había visto correr una liebre en la chanchera y
erguía las ancas como si avanzase de espaldas, en el patio mi padre conservaba una
ratonera que había traído de La Peña. Era un cajón pequeño alargado al modo de un
rectángulo, al fondo tenía una lata puntiaguda donde ponían el chicharrón o pedazo de
encima que hacía caer la puerta de entrada de modo que el ratón quedaba atrapado, lo
chistoso de esto es que el roedor permanecía vivo no como esas trampas con resorte
que hablaba Nano que aplastan a la criatura reventándola o aprisionando sus piernas a
manera de cepo, trampas grandes de fierro también las habían y las utilizaban para
cazar leones como contaba mi viejo, al centro llevaba una especie de cuchara que
libre del perro pastor alemán que había en la casa, estaba siempre con Jano y, cuando
encantaba esa ratonera porque era la única de su tipo que había, era un invento
maravilloso y recuerdo que en las tardes de viento jugaba con ella, qué ingenio más
ocurrente, pensaba, la verdad es que nunca vi que cazaran un ratón con ella, Jano y
Teddy preferían las trampas con resorte que se compraban en las ferreterías, en las bo-
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degas, en el negocio o cocina estaban puestas y Jano lógicamente solo las desarmaba
cuando había un ratón de cola larga muerto, mi madre usaba también veneno y gracias
a este operar tenían controlados la población de roedores que merodeaban por la casa y
alrededores, qué tontera, pensaba, y otra vez la ratonera, era fabulosa, ¿cierto?, no
mataba ni hería al ratón y pensaba en qué clase de lazos se podían armar en las cuevas
o agujeros de los roedores de manera de cazarlos por el cuello como los conejos, pero
era imposible porque los ratones y lauchas nunca se han cazado con lazos. Otro
artificio que imaginaba era el del tambor cortado por la mitad parado con dos palitos
ensamblados de forma que entrando el roedor moviera el hilo y los palillos haciendo
caer al tambor, pero esto también era imposible porque el roedor tiene mucha pericia
para hacer hoyos en la tierra y escaparse no le habría costado mucho, total así la
trampa de resorte era el mejor utensilio para cazar ratones eso sí respetando el ingenio
Dormía un rato y trataba de acariciar mi pelo que caía por mi delgado cuerpo, en
las ca-mas amparados por el refugio legítimo de la fidelidad de la casa, nuestra casa.
Nano salió con el niño a los huertos y pradera de pastizales, con una sombrilla me
puse a mirar el bajo, del embalse escurría el estero que daba vida a las plantaciones de
habitado por la garza, los tábanos, los zancudos y mucho mosquito, ahí donde estaba el
puente de palos que daba la bienvenida a las huertas del granero antes de la villa de las
casas patronales, engrandeciéndose desde septiembre hasta enero y febrero incluso por
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el agua del embalse cuyas riberas eran inundadas de palmo a palmo por las
Nano cambiaba de posición los lazos, la cara del sol dibujaba contrastes distintos en la
alta y baja atmósfera, acurrucándose como zorros se escondían entre las matas y
enseguida volvían a aparecer por otro lado entre la espesura dilatada de los matorrales
veces colocaba mi mano como visera para observar mejor, en el cielo añil el sonido de
los patos y una que otra ave zancuda que emergía furtiva desde los campos, el sol o
cada vez más lejos el sonoro eco y más hasta confun-dirse con el cotorreo de los
pájaros y aves silvestres del pantano, Nano y mi niño salvaje poco a poco fueron
escuela eran de algún modo también sus hijos, a mi Vanina y a Pedrito los querían
muchí-simo.
Cuando llegaron al sitio de las trampas Nano miró fijamente el suelo y por decir
algo dijo:
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—Por ninguna.
—Sí.
—¿Qué?
—¿Qué cosa?
Nano era mayor, su comprensión no era altanera pese a esos arrebatos de locura
redomados y él no hacía diferencia entre uno y otro, con esfuerzo se había ganado cada
puesto de trabajo, decía recurrentemente que nadie le había regalado nada, aparte del
vino su otra pasión que traía de Santa Cruz de cuando era niño era el fútbol, bajo mi
punto de vista diríase que Nano era un tipo normal salvo por el asunto del trago.
Oscurecía cuando regresaron, de ojos grandes vidriosos, piel gris, mi niño traía un
co-nejo que encontraron en los lazos de esos lados, malamente no habían hallado
Así, así…
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De La Rinconada mientras tanto el fuego sereno en el transcurrir de las horas, un
campana.
La vida, el trabajo.
Diríase un lugar situado al oriente de Alcones, una esquina, una porción de tierra
decir lo
piel serena y polvo, mantos de Eva, palmeras, piedras de cuarzo, pasto, árboles y más
A partir del primer callejón las casas se agrupaban en torno al camino principal, el
ayuda en dinero, semilla o aves la recibían directamente del gobierno a través del
compás del crecimiento del valle bajo aquietados pastizales en la cría de ganado
bovino y ovino, avicultores como Teddy que producían pollos, huevos y gallinas en
mancomunidad, un apicultor con barba de chivo con colmenas repartidas por distintos
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sectores, bosques de eucaliptos y pinos radiatas repitiéndose en lo alto y en lo bajo y
Don Matías Iturriaga era uno de los hombres más queridos de La Rinconada, sin soñar
zona, regordete, bajo, calvo, por ambos lados de la cara se distinguía la sangre
circulando por sus venas, arañas arteriales se llama eso, empecinado y a veces
en la punta de la mesa probando una exquisita copa de Bacardí añejo como si invitara
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a los demás a imitarlo, Nanita era la única mujer entre seis hermanos, hermosísima, de
cariño fácil y fértil y familia honorable, se había educado en la sapiente cultura del tío
recién nombrado Cardenal, en eso se fundaba su linaje y potestad. Matías iba a caballo
por los cerros a visitar a Nanita, doña Teresa lo recibía en Ciruelo con alegría pues era
sabido que pertenecía a un clan adinerado de Peñablanca, eran por lo demás primos ya
que la abuela Teresa era prima hermana con doña Amelia, la otra abuela, madre de mi
padre, una familia con tierras, viñedos, riqueza en abundancia, la otra viviendo con
sencillez y honestidad por así decir, cuando se casaron llenaron las casa con rosas y
claveles y buganvillas y toda La Peña celebró la unión de ambos clanes, don Matías
viejo les proporcionó a mi padre y a la otra tía el predio que tenía en La Rinconada que
había comprado en unos cuantos pesos, al cabo de unos días hicieron sus cosas y con
tetera, ollas, la larga mesa, sillas, dos catres y gallinas y pavos partieron en tres
establecerse en las tierras de este sector, en una hermosa finca de la familia Caroca,
los hijos e hijas que pensaban tener, doña Teresa había rejuvenecido gracias a las
glorias de su hija de modo que no pensando en otra cosa se vino a vivir con ellos.
Matías Iturriaga, sintiéndose a gusto, esperaba que su primer hijo fuese varón, así
ha-bía ocurrido con su madre sin embargo no sucedió así, tras largos nueves meses de
emba-razo y teniendo presente los consejos de doña Teresa que el primer parto era
difícil, una tarde en la pieza junto al baño aferrada a un palo Nanita me tuvo a mí,
había sido una proeza malamente preservada por la idea de tener un niño varón, aquel
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día hubo revuelo de voces y la abuela Teresa dijo: qué más se podía esperar, Nanita,
con esa barriga abulta-da y sofocante, cientos de gaviotas pasaron volando por encima
de la casa presagiando la señal de una mujer amante de la vida, de las flores, de los
caballos como más tarde supuse al enfrentarme a mis propios sentimientos de culpa
por no haber sido hombre como mi padre quería, eso fue un hecho horrible, don
Matías no lo podía creer, ¿una hija mujer?, cómo era eso, mi padre se contuvo por un
rato y luego comenzó a llorar, tanto tiempo esperando un buen hijo y ahora aparece
una niña, pa su macho, exclamó, y lo peor vino después, a Nanita le dolían las mamas
cuando me daba de beber leche, y desde esa vez empezó a odiarme como nunca, me
pusieron el nombre de Gabriela por Gabriela Mistral, creo yo, mujer altruista,
defensora de los niños, profesora, poetisa y muchas cosas más, así quedó escrito en el
Mercedes Iturriaga Neumann, ni más ni menos, yo, yo, yo…, repito, renovando la
imagen sencilla y memorable de aquella gran mujer que fue Gabriela Mistral, y el
asunto de las gaviotas fue una gran verdad, Teresita lo contaría más tarde haciendo
familia, si eras tú Gabriela apareciendo en este mundo loco, una bebé hermosa, con
bruja quizá, mi niña querida, repetía Teresita con amor, por nueve meses te habíamos
esperado y fuiste tú la que nació primero, Matías y Nanita querían que fuese un niño
hombre, pero por capricho de la na-turaleza, por culpa de la Divina Providencia tal
vez, fue finalmente una hija mujer, y ese odio brutal de Nanita desde un comienzo
porque la bebita no sabía mamar, mordía con fuerza los pezones y eso a la Nanita le
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provocaba un gran dolor, ni los médicos pudieron salvarla, así pasaron los primeros
meses, Matías pronto se acostumbró a su hija mayor mujer y tuvo que aceptarlo así no
más, qué iba a hacer, si contra el destino no se puede hacer nada, la partera —doña
Silvia de Jano— dijo que había sido una tremenda guagua, pesó en la balanza más de
tres kilos y medio, rozagante, pura, venteada de culo, toda una niña a decir verdad, y lo
más bello de todo era que sonreía con facilidad, por eso la Tere-sita la amó desde un
principio, dijo a propósito con voz sabia: esta será mi niña, mi otra hija, la que nunca
pude tener, y será tan inteligente y tan astuta como yo, y a la larga tuvo la razón, si
sabedora de cuanta huevá, si en el colegio de monjas de Santa Cruz —el colegio María
Auxiliadora de calle Orlandi, cerca de la plaza— le iba muy bien, era que no, si
estudiaba con amor, humildad y alegría, Teresita tenía todas las esperanzas puestas en
ella para que se educara como una gran profesional, y ella, créalo usted, cumplió con
creces, si obtuvo el primer lugar del curso cuando salió de Humanidades y las monjas
le dijeron en forma perentoria que estudiara Medicina, pero ella resueltamente dijo que
no, que por el contrario quería ser profesora, y cumplió su palabra, si para eso había
Pues bien, Matías Iturriaga hablaba con grandes voces, que los caballos que traje
de la Peñablanca hay que alimentarlos, decía, que las ovejas no pueden estar así no
más, que hay que construir una noria al fondo del patio, y devaneaba todo el santo día
pensando en proezas fáciles de hacer, y lo único que tenía eran tres carretas no tan
buenas, los caballos ya mencionados y ganado ovino y bovino que había esparcido por
los cerros traseros, desde allá se levantaba la ventolera de las tardes que sacudía
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nuestra casa con recato y honestidad, cerca de las cinco hasta las seis o siete u ocho de
la tarde-noche ya, eran tiempos difíciles, La Rinconada no era más que un villorrio de
veinte casas, una alameda de ciruelos al principio y muchos sitios o fincas con pasto
verde y fructífero, flor de la perdiz al por mayor y mucho grillo, caballitos del diablo,
tábanos y loicas y perdices y diucas, yo había cumplido un año ya, y antes del año, a
los nueve meses me había puesto a andar, iba y venía, subía por los corredores y
bajaba, jugaba con cuanta cosa que encon-trara por el camino, y mi abuela Teresa en
campo nunca dejan de parir, pueden tener diez, veinte hasta treinta chiquillos, créalo
así, y Matías Iturriaga se preparaba para el trabajo, eso ordenaba a Jano y a Teddy,
Teddy esparcían el trigo desde sacos de cáñamo que llevaban amarra-dos a la cintura,
las lluvias no arreciaban con fiereza todavía, hacía un frío calamitoso y todas las
desde allá, llegaban hasta los zarzales y noria de abajo donde culminaban la faena,
utilizaban, decía Matías, semilla de trigo centeno fresca, grande, recién comprada, y
luego, en invierno ya, la lluvia fuerte, los zanjones se llenaban de agua y corría la
calamidad hasta nuestra casa, no ahí, porque el zanjón contiguo pasaba cerca, y el
trigo, gracias a Dios Padre bendito, comenzaba a florecer en forma inmediata, sobre la
pradera, bajo la higue-ra, se veía esas pequeñas puntas o agujitas verdes tomando vida,
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y el predio completa-mente cerrado para que ningún animal entrara a pastar ahí,
después de la lluvia era el momento más dichoso para observar el llano colmado de
pepitas azules, era lo que yo creía observar con mi imaginación terca y dúctil, era la
—Está escampando, qué bueno, para que el trigo pueda descansar un tanto.
Y era toda la verdad, porque la lluvia en demasía pudría la semilla, ¡así cuándo iba
a florecer el trigo!, a medio sol y a media luna se veían las estrellitas por la noche
entre-medio de las nubes hoscas y oscuras, allá la Cruz del Sur, y al medio la Osa
Mayor, y acá las Tres Marías, y allá la estrella Polar, era lo que nos mostraba Nanita
inocencia pueril, ya balbu-ceaba mis primeras palabras, y con la ñata afuera observaba
el ir y venir de las moscas en la cocina, con nosotros trabajaba doña Lucrecia Maulén,
venida de las casas de allá arriba, desde lo alto de La Rinconada, y a ella llamábamos
claramente con el apelativo de Luca, o doña Luca, que venga a cocer el zapallo para
allá, y ella iba, que venga a hacer el mote con lejía, y ella no se dejaba esperar, así,
así…
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Gaspar, el segundo hijo, nació tiempo después, y fue hijo hombre como Dios pudo
y quiso, Matías, regordete ya, sintió una enorme alegría, por fin un hombre, tenía en la
Pe-blanca un viejo amigo que se llamaba así, por eso el nombre elegido fue ese, Nanita
y Teresita lo aceptaron con docilidad, y con prontitud, con amor y felicidad, el niño
empezó a crecer, yo tendría tres años y lo tomaba en brazos, y jugaba con él a tientas,
un muñe-quito aquí y otro allá, y Gaspar mamaba con poca facilidad, le gustaba mover
las patitas y columpiarse en la cunita, Nanita me advertía que no lo tocara mucho, pero
apretaba la nariz un tanto y luego se la soltaba, era tanta la envidia que me provocaba
veinte centímetros de alto, todo verde, todo próspero, todo, a decir verdad,
maravilloso, eran cinco meses de lluvia copiosa e intensa: mayo, junio, julio, agosto y
septiembre, había que usar abrigos, mantas y chaquetones largos, recién a fines de
septiembre, luego de cele-brar las Fiestas Patrias como Dios manda, comenzaba a
amainar, los nimbos desde lo alto del cielo dejaban pasar espacios de luz verde, natural
y caprichosa, y Dios Padre bendito empezaba, con su manto doloroso, a secar los
campos, era la luz solar cobriza —porque está hecha de cobre— que se dejaba caer
sobre la fronda florida de los campos, el pasto estaba crecidito ya y los animales
La preñez del tiempo no decía otra cosa, Jano y Teddy trabajando, y Matías
esperaba
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con singularidad el crecimiento seguido por el trigo, en el mes de octubre ya alcanzaba
su altura total, de medio metro, y el viento de la planicie lo azotaba fuerte, tanto que se
caía, y al ver eso, Matías sentía una gran preocupación, el trigo está caído, decía por
las tardes, e imitaba, con sus manos, el sonido monumental de una paloma, tórtola o
cuculís, yo lo escuchaba con dicha y armonía plena, ¿y eso?, ¿y eso?, preguntaba, don
Matías, mi buen padre, decía: la ventura de Dios Padre misericordioso que con esos
sonidos nutre a la Madre naturaleza, y era un sonido real aprendido de su abuelo quizá,
cruzaba ambos manos, hacía un orificio al medio y soplaba con fuerza, y véalo usted,
el ruido de una paloma, tórtola o cuculís anunciando la tarde tal cual, porque los
pájaros hablan en el lenguaje del Señor, por eso nos dan vida y gozo y alegría, en el
Cerro Corazón, por las lomas colindantes y por las planicies sin sembrar aparecía la
magnánima flor de la perdiz y era una felicidad contagiosa observar a cada rato eso, la
huella natural de la selva, las montañas de la costa que anteceden a la gentileza del
litoral. Y Teresita, con su chal, nos llevaba para allá, y subíamos caminando
vida de Ciruelo, su pueblo natal, de eso hacía mucho tiempo ya, en la punta del Cerro
Corazón nos sentábamos, y la flor de la perdiz esparciendo su bondad por todas partes,
y los caballos a un lado en el bosque de la noria, y los animales un poco más abajo, y
forma de la Virgen, otros la forma de una mariposa, otros un oso abriendo sus fauces,
ciencia o gracia de ver formas en las nubes, Teresita decía miren allá, y nosotros,
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nosotros, y allá una cruz gigantesca, la cruz de Cristo, oh sí, volvíamos a exclamar,
ave-nida de ciruelos y el embalse Porotal, como a las dos horas, tomados de la mano,
ba-jábamos desde allá arriba, repito: desde el Cerro Corazón, pasando por el bosque de
la noria, el pozo a un lado —donde tomaban agua los caballos y animales—, hasta
llegar a la higuera añosa, pasar por las cercas con el trigo y toparnos de frente con el
bosque de eucaliptos, así se nos iba la tarde dócil y gentil, una vez a la semana íbamos
para allá y yo creía rejuvenecer creyéndome grande ya, una señorita amadora de la
vida y de los animales sobre todo, gracias a la gallardía y amor y gentileza inculcados
en el mes de noviembre y el trigo, claro está, tomaba su color rubicundo que tanto lo
sobre eso —sobre «los trigales al amanecer»— vino desde entonces, si eso es el
Paraíso, pensaba, así tal cual, cuando alguien muere observa con sencillez todo eso,
paz bendita y sobrecogedora que Dios Padre nos otorga al descansar, otra felicidad
azul como la que nosotros vivíamos, y en eso no había ninguna novedad, yo lo creía y
aceptaba así, si un campo plantado con trigo expresa amor y voluptuosidad extrema,
Señor mostrándonos la vida tal cual es, la dicha plena de una familia acampada
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adentrándose por los caminos que otorga el bien y la fe-licidad paradisíaca, ahora lo
cortar las cañas verdes y azulgranas, la carreta de bueyes la llenaban de gavillas —las
gavillas del Señor— y la traían por los caminos de tierra a paso lento, con la pértiga
apuntalando a los animales, a los predios de la casa, ahí, al medio, amontonaban a este
niño huérfano que es el trigo, y luego, cuando esa faena había culminado, venía la
trilla con la recua de caballos bien abierta, ¿la trilla campesina?, claro que sí, si don
Matías había aprendido todo eso en Peñablanca, de allá venía toda su sabiduría y
prosapia en este tipo de faenas, y hacían un redondel y esparcían el trigo con las
espigas por encima y va-mos chicoteando a la recua compuesta por cuatro o cinco
molían y por la orilla aparecía otra vez la semilla gloriosa de este trabajo
sobrehumano, repito: la trilla a caballo abierta, en esos tiempos, digo yo, cuando
Y vino la tercera hija, otra vez mujer: Susanita, digo, mi otra hermana, porque
todos los demás fueron hombres, y fue una bebé dije y hermosa, con la nariz puntuda,
paradita, aletas anchas, y hoyitos de la simpatía bien formados, Susana, así la llamaron
no sé por qué, y era caprichosa, cual ninguna, y tierna, iba a ser una gran mujer y lo
fue, y con ella partimos a Pichilemu envuelta en ropa, abrigadísima, y a cada rato,
véalo usted, sonreía, con mis padres observándonos encima y el tren marchando en lo
alto, pasamos por los dos túneles de Cardonal, el primero, siniestro como una mansión
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de duendes, y el se-gundo, más largo y oscuro, cuando llegamos a la estación ya eran
las once de la mañana y la pequeñita se puso a tomar leche desde una mamadera con
gran gusto, nos subimos a la cabrita y nos dirigimos al Parque Ross, como era de
suponerse, y ella, la niña, abría las pepas con una docilidad asombroso, todo quería
mar al frente, Nanita con la ropa que llevaba, y aquello resultó magnífico, el mar,
incólume, tan grande, tan maravilloso, Dios Padre contempla el Universo a través del
mar, pensaba con grandeza, si soy una hija predilecta del Sagrado Corazón, por eso
pensaba de esa manera, si tan solo tenía cinco años, Teresita me tomaba de la mano y
me decía que rezáramos, si la vieja nos había traído en tren todo el rato rezando con el
rosario el Padrenuestro y Avemaría, por el susto de subir por esos cerros encumbrados
cubiertos de eucaliptos y pinos radiatas, y los túneles, impenetrables, allí donde mora
el diablo, agujeros negros diríase, y Matías sin hacerle caso a Teresita, vieja loca no
más, pensaba, y lanzándose eructos al verla rezar de esa manera, ah, un padre feo y
estúpido, pienso ahora. En diciembre, al cumplir los cinco años, esperé que me trajera
un regalo, una muñequita por ejemplo, cualquier cosa, yo estaba enferma acostada en
la cama, y él, como un idiota, se sentó en los pies de la cama y lo único que hacía era
payaso, lo que sea, y el viejo no se atrevía a balbucir nada, si era mezquino, un viejo
de la Peñablanca idiota y ramplón, ¿no habrá sentido amor por su hija?, desde que
supo que su primera hija era mujer y no hombre, por eso yo lo quería pero también lo
odiaba, y ahora con Susanita ¿iba a suceder la misma cuestión?, si Matías lo único que
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quería era tener hijos hombres, ah, qué estupidez, si todos somos hijos de la Virgen y
de Nuestro Señor Jesucristo, para qué hacer diferencias entre uno y otro, con hijos
hombres ¿iba a ganar más plata?, ¿los necesitaría para hacer los trabajos de campo?,
¿quería perpetuar su apellido a través de ellos?, quién sabe, por eso Susanita, tan
pequeña y dulce y menudita, lo miraba con resquemor, Matías no deseaba tomarla por
nada del mundo, y era yo quien la sostenía un rato, desde la terraza oteamos la playa
de Las Carpas allá abajo y hacia allá, a continuación, nos dirigimos, Gaspar no sé qué
cosa buscaba, parecía un grillo, un colibrí, y tan buen mozo, sería todo un hombre,
chisporroteaban con elegancia y finura, de los canastos sacamos las toallas y nos
instalamos al medio, el sol picaba no tan fuerte, y las camisas y las poleras y los trajes
de baño, Teresita envuelta en el chal y atendiendo con cuidado, con mi balde y palita
corrí por la arena e hice un hoyo, Gasparcito me ayudó, si éramos una familia feliz,
con nuestra abuela ahí y santa madre, lo único que recuerdo es que quería jugar, saltar,
correr por entremedio de las olas, desde el mirador se veía la enorme roca, y las
espuma y las algas moviéndose con la vertiente oceánica, Teresita, con su chalina,
plantada en el sitio vigilándolo todo, si nuestra abuela nos amaba, vaya, vaya, decía, y
yo le hacía caso, y a las doce y media o una probamos las presas de pollo que
habíamos llevado, con un rico pan amasado y jugo para tomar, y así, honestamente,
pasaban las horas, los pelícanos cruzaban por la marejada con su pico lleno de
pescados, a ras de las olas, con un vuelo sensual y limpio, y las gaviotas graznando
encima con tono amenazante, en la punta habían botes de pescadores, pero a esa hora
no tenían vida, las faenas marinas las ejecutaban al amanecer, a las cinco o seis de la
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madruga-da, creo yo, Teresita había tomado alcanfor para el catarro, pues sirve como
expectorante, si eso era lo que más le aquejaba, y de pronto, al vernos, se ponía a toser
con gran in-tensidad, pobre de ella, se tapaba con un pañuelo y nos hablaba, nos
vamos, nos vamos, decía, el mar me hace muy mal, y Matías, arrugando la cara, tenía
Teresita me decía:
—Ay mi-hijita, si supiera todo lo que he sufrido desde que partí de Cáhuil-Ciruelo.
Pobre mujer, pobre abuela, desde que su marido, oriundo de esas partes, la
créalo así.
El viaje duraba cuarenta y cinco minutos, no más, y otra vez el rezo Señor
mientras don Matías probaba una taza de café del canasto, en la estación de Alcones
nos esperaba Jano en la carreta y con él, Dios mediante, volvíamos a casa, repito: la
casa, la casa, la casa…, donde vivíamos con tanta vicisitud y zozobra, lo digo así, pues
Matías no hacía las cosas bien, sabía trabajar, claro, pero era poco lo que recibía por
cada faena agrícola eje-cutada, si ganaba poca plata, y los gastos de la casa eran
inmensos, la pega, la pega, repetía mi padre una y otra vez, y pobrecito, trabajando
tanto y tanto.
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Con el tiempo, gracias a Dios, no sé con qué, se compró un camión Chevrolet, ver-
doso, no tan viejo, y con eso pudo recuperarse, tirando animales, haciendo fletes,
huevás, lo digo una vez más: gracias al bendito camión. Y vino el cuarto hijo, lo digo
bien, Gonzalito, el menor de todos, y era blanco y rubio y fresco como una tórtola, tan
bello, tan sublime, y feliz de que fuera hijo hombre, Matías puso todas sus esperanzas
en él para que fuera camionero y así, con la plata ganada, comprarse un tractor, era lo
que más le apremiaba, y día a día tan cansado, echándose un polvo con la Nanita pues
eso le gustaba, y tomando un copita de vino tinto de cuando en cuando, porque aquello
Santa Cruz, la vida bendita. Benedicto Gálvez Rodríguez, el progenitor, era de allá,
de esa zona quiero decir, de Santa Cruz, ni más ni menos, por la enseña de Nuestro
Señor Jesu-cristo, así tal cual, de sonrisa rápida, andar pausado, tranquilo, era y se
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creía un huaso más, se había educado en el liceo municipal y proclivemente heredó la
casa grande con el sitio, al frente del Terminal, de Rafael Casanova, la calle central,
allí donde vivía con arresto, no era tan alto, calvo a temprana edad y nariz recta,
angulosa, era muy bueno para trabajar, tenía tierras en San Gregorio, Cunaco, y en Isla
de Yáquil, las había comprado hace poco gracias a la cría de terneros y caballos, tenía
mucha ropa que compraba en el mismo Santa Cruz, en San Fernando o Rancagua, y
así, bien vestido, salía por las tardes a pie o a caballo, en el transcurrir de las horas se
le veía en la medialuna ataviado con pantalón de rayas, chaque-tilla corta, faja o fajín,
botas tacón alto y espuelas, todo un hombre se diría, elegante, siú-tico, si se las traía, y
caminaba por la cancha de la medialuna con gran pomposidad, a ver si alguna mujer
simplemente Benito, Benito Gálvez para ser más preciso, el maestro Corneta, con risa
Cruz, el peor es nada, y desde allá partía a la estación ferroviaria, a puro mirar, porque
bonito de Santa Cruz, alta, adornada con un techo de calamina encima, murallas con
arreciaba la lluvia fuerte la gente se re-fugiaba abajo, las casetas estaban atrás, en una
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mañana y de vuelta por la tarde, si el ramal de San Fernando-Pichilemu era famoso, el
más conocido de todos, y gracias a él todos estos pueblos del secano costero tuvieron
vida.
donde se juntaba con sus amigos a jugar al monte y a la brisca, eran las ocho de la
noche y la fiesta estaba recién comenzando, tomaba un rico Mitjans para endulzar la
boca y con su amigo Charola Gutiérrez se ponía a jugar, pero empezaban con la
«escoba» esperando a que llegaran los otros, y tenían que formar el «quince» con el
rey, el caballo o la sota, como sucede con este juego practicado en hogares, fondas y
ferias ganaderas, pero a esa hora no apostaban plata, y aparecía Juvenal de la Plata,
primera carta se tapaba, para hacer la apuesta, y ahora ¿qué viene?, un rey de oro,
respondían, no, un rey espada, tampoco, un caballo basto para ser más preciso, bah,
gritaba Benedicto Gálvez, ahora perdí toda la plata, y luego el Jack Daniels y vamos
tomando, un whiskey, decían, oh sí, sí, si para eso estamos, si Benito, don Benito
sé ni imagino como eran esos años en Santa Cruz, y saraos en la mayoría de los
barrios, pues la noche era para festejar, el Dominó era una chingana más, pasadito el
del monte venía el juego de la brisca, mucho más complicado, venido de siglos atrás, y
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con apuesta y todo, y las cartas había que cantarlas, yo intenté jugarla una vez pero
nunca pude aprender, repito: si es un juego complejo, y si alguien no sabe jugar como
Dios manda se lleva las risas de todos, y si hay apuesta el revólver está a un lado
habido muertos, los «manzanitas» siempre aparecen por las chinganas cuando hay
revuelo, y todo, dígolo bien, por culpa del trago y las apuestas, pero a Benito la vida
a cada rato por alguna razón estúpida, quizá así, ya eran las once de la noche, las
Charola Gutiérrez usaba una manta de lana ancha, larga, con polleras de mujercita
resabiada, pantalones de casimir abajo y bototos, qué parecía el viejo, todo un marica,
no sé por qué se vestía así, quería llamar la atención, hacer algo extravagante, y
Benito, medio curado, lo paraba en seco diciendo: eres bien estúpido, oye tú, enchúfate
una garrafa de vino tinto entonces, si el whisky no te asienta bien, y luego: vamos
donde El Pollo a las Brasas «El Rucio», y para allá, como a medianoche, partían los
tres o cuatro, y con el Jack Daniels y el anisado del mono, ya estaban borrachos, pero
sépalo usted: después de tanta apuesta todavía les quedaba plata, y donde El Rucio se
comían dos pollos recién asados a la parrilla, como tontos, como hombres caníbales,
llenos de enojo y furia, y luego, termi-nado el festín: vamos a las putas, y, créalo así,
pasaban por el Estadio Municipal Joaquín Muñoz García, cruzaban por 21 de Mayo
tornaba tremenda, vamos Domitila, decía Benedicto Gálvez, tráete un trago que hoy
quiero joder con tus putas, y aparecía la Flaca Ukelele y Rosalinda, Carmen la
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Avinagrada y Hortensia la de los Crespos Hechos, y puta que lo pasaban bien, Charola
Gutiérrez no sabía culear, había que echarle un saco al hombro y ayudarlo a sujetar al
jáquima para que pudiera penetrar, si era un viejo torpe, barbón, ocioso, lánguido, y
era el mejor amigo que Benito tenía en Santa Cruz, todo un holgazán se diría, cómo
estamos, si eran yuntas, ya eran las tres o cuatro de la madrugada, después de culear
como Dios manda cada uno se iba a su casa, y avenida Rafael Casanova y el Terminal
otro día tenía que salir a trabajar, Date un Gusto, sí, date un gusto, no uno, sino dos,
tres y más.
La vida de este caballero honorable en eso consistía, y eso no quedaba ahí no más,
porque había sido poco, pensaba, de cuando en cuando partía a visitar las putas de San
Fernando, y eso era mucho mejor, y tenía que tomar el tren en la tarde, iba bien
vestido, con chaqueta de lino blanca, botas de tacón y sombrero de paño, allá va don
Benito, gritaban, y era él, nada más que él, todo un hombre, todo un huaso, y se hacía
el tonto, que le vaya bien con sus putas, sí, abuelito, porque usted era así, y cavilando
todo el tiempo arriba del tren, se sacaba el sombrero, lo ponía sobre la rodilla y
observaba los paisajes de harina y flor, los cerros, arriba, en lo alto, llenos de espinos,
y pasaba por Nancagua, Placilla, Manantiales y todas esas partes, hasta llegar a la
cuesta del río Tin-guiririca, el tren tenía que dar una vuelta ancha ladeando el cerro, y
aquello resultaba peligroso, por las reflautas, exclamaba Benito todo asustado, todo lo
que tengo que hacer para visitar a mis putas, cuando llegaba a la estación ya estaba
anocheciendo y bajaba por Manuel Rodríguez a todo lo que da con el sombrero puesto,
muy engominado, en forma serena, sin ponerse nervioso todavía, si San Fernando era
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una ciudadela con alcurnia, bella, natural, dije, todo el mundo de Colchagua empezaba
por ahí, llegaba hasta calle Carampangue y subía hasta la Plaza de Armas, el burdel
quedaba en Argomedo con Guadalupe, cerca del convento San Agustín y parroquia
homónima, y la risa grande cuando lo veían llegar a esas horas, Benito, Benito,
gritaban, doña Margarita, la vieja dueña del burdel, lo recibía con los brazos abiertos, y
cómo estamos, y tanto tiempo, y usted por aquí, y era una señora feísima, de caderas
anchas, gorda como ella sola, y lo peor, con un lunar en la mejilla con pelos, y decía:
en qué puedo servirle, a lo cual Benito respondía: ¿está la Micaela?, y luego: hazla
llamar, y se refería a una muchacha con cara de chancho, pero con medias gomas y
manso culo, y eso le gustaba mucho a don Benito, que fuera así, tan grande, tan
exuberante, tan exquisita, para besarle dichosamente sus senos gloriosos y palparle,
acariciarle su poto magistral, por eso, al llegar, preguntaba por ella, y la niña no tenía
más de dieciocho años, era jovencita, ilustre, villana, venida, por nece-sidad, de Roma,
estada don Lester Lacroix, un viejo millonario de Francia que venía a estas partes a
sembrar viñedos, si Colchagua todavía no se destacaba por ser una zona vitivi-nícola
como es conocida ahora, eso estaba en ciernes, por eso Lester Lacroix estaba ahí, y
tenía amistad con el alcalde y con la mayoría de los empresarios de la zona, pero
Benito, don Benito, no lo tomaba en cuenta, él quería pasar la noche con su amada
Micaela, una espera y búsqueda insaciable, Lester Lacroix estaba en una de las piezas,
grande y, por de pronto, se sentía muy feliz, ni que fuera San Benito de Nursia, mi
santo patrono, pensaba, dirigiéndose a doña Margarita, Benito decía: tráete un buen
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Santa Carolina tres estrellas y bebida, mucha bebida, porque esta noche no quiero
parar, cuando doña Margarita aparecía con las botellas en la bandeja, Benito tenía
cuerpo quiero decir, que eso a él no le importaba mucho, y las putas entrando y
saliendo, y doña Margarita, créalo así, también se le tiraba encima, pues era una vieja
Walker, para los dos, o los tres, porque les gustaba muchísimo el whiskey, entonces, a
a bailar la sajuriana
Y luego:
Al toque de la vihuela
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que había sobre una mesa
Margarita decía: yo sé no más, si yo, al igual que usted, vengo del campo, si la
venía, Benito le respondía desde los sillones con un breve saludo de mano, y para el
resto de la noche pedía un Misiones de Rengo cabernet jugoso, oiga, no sea mentirosa,
si para ese tiempo los vinos de Carlos Cardoen no se producían en el país, entonces,
decía Benito, tráete un merlot de Viña Montgras de mi tierra de Palmilla, ahora sí, ese
sí, y doña Margarita le traía uno en la bandeja, ya estaba pasadito, y prontamente, con
—Que la noche sea larga, porque mañana, amada mía, quiero llevarte a Santa
Cruz.
Doña Margarita, mientras tanto, pensaba: qué se creerá, porque tiene plata viene a
comportarse así, conmigo y con las otras, ah, si por eso viajaba a San Fernando, si
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—Haré un viaje con la Micaela que no tendrá fin.
Hacía frío calamitoso y el tren pasó raudo cerca de las ocho, y la Micaela, como
Benito dijo:
Y la Micaela: no, no, no, si usted lo único que quiere es chuparme las tetas y
tocarme el sexo, Benito no obstante, con maña, no le hizo caso, si andaba buscando
una chiquilla buena para casarse con ella, para formar un hogar ejemplar y familia,
pero la Micaela, dígolo bien, no estaba para eso, si ella amaba San Fernando, su ciudad
de toda la vida, odiaba, como era de suponerse, Santa Cruz y Peralillo y Población y
Casanova, del Terminal, el cara de gallo había a empezado a alumbrar con honestidad
y la gente, tras-tabillando, iba y venía, cuando aparecieron por allá eran mediodía ya,
doña Isolina, la em-pleada de Benito, mujer triste y señorial, les tenía preparado de
almuerzo spaghetti con salsa boloñesa, ese plato le gustaba mucho, más ensalada de
pepino, lechuga y betarraga, Benito, en una de las piezas, se puso las chancletas y ropa
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liviana mientras Micaela lo esperaba en la sala, lentamente se sentaron a la mesa, y a
Micaela a todo esto no se le pasaba el disgusto, Benito dijo: siéntete bien mujer, si esta
es mi casa, Micaela no dijo nada, y co-mieron de a poco sin mirarse a los ojos, y ella
temblaba un poco al aliñar las ensaladas, y eso que Benito había pedido expresamente
picorocos con ciboulette, eso le encantaba, si los compraba a vendedores que venían
de San Antonio, el almuerzo fue precario y poco sin-cero, Benito nunca había
conversaron un tanto, pero Micaela sin mirarle la cara todo el tiempo, ella pre-firió
salir a dar una vuelta enseguida, él no la siguió, un pueblo que no conocía, el diablo,
pensó, y los carretones pasando a todo lo que da por la calle del frente, vestía jeans
basto y blusa floja morada, y sobre su pecho sobresalían sus senos gloriosos que a
Benito tanto gustaban, fue a la plaza, miró los árboles y parroquia y con paso lento
volvió, entró a la sala y se puso a hojear las revistas de moda que habían en la mesita
de centro, en el apa-rador había una botella de Chivas Regal abierta, pero por recato
prefirió no tomar. Benito mientras tanto dormía con benignidad, y las horas pasaron
Qué hombre más loco, raptarse a una puta así como así, la marimandona
Margarita de San Fernando no le dijo nada, si es un gallo con plata, habrá pensado,
qué voy a hacer, y la tarde avanzó con delantal azul, eran las cinco, Benito bajó y dijo:
cómo has estado mi niña, y ella bromeando: renovada con tu amor, y era una gran
farsa, si ella no lo amaba y nunca, por capricho, lo amó, y Benito: es mejor que
vayamos a la estación, se hace tarde ya, y se fueron a pie caminando pues el tren
pasaba de vuelta a las seis y media, uno al lado del otro pero sin tomarse de las manos,
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espesos nubarrones atravesaban por encima y algunas personas los saludaban con
La estación ahí por fin, compraron el ticket para Micaela y se sentaron a esperar,
Be-nito la había embarrado de veras, Micaela a partir de ahí nunca lo volvió a mirar
cabeza, pensó Micaela, eso es lo que se merecía, el tren llegó a la hora furtivamente y
reina, dijo Benito moviendo una mano, y ella chao no más y pensando: déjame en paz,
déjame vivir mi vida tranquila, Benito dijo en voz baja: ándate de aquí porquería, no
sirves para nada, y con ánimo pésimo volvió a la casa, si Benito, cuando algo no le
como toro en celos, y él decía: y qué, por culpa de vacas que no me dan ánimo, que no
rechaza de plano, y si una mujer no cumple con sus deseos, la empieza a odiar a
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Si era un hombre promiscuo pero fino, dado a la buena vida, amante de los
placeres efímeros y alborotador, y lueguito fue a ver a su amigo el Wally, al verlo este
dijo: y qué pasa, compadre, y Benito se puso a llorar con grandes aspavientos
diciendo: es que no puedo conocer a una mujer que satisfaga mis gustos, Wally dijo:
pero salga más compadre, visite las medialunas y canchas de fútbol cuando haya
partidos, yo lo veo que pasa ence-rrado en su casa, y era toda la verdad, si Benito tenía
amigos pero no tantos, Santa Cruz era su mundo, pero le faltaba conocer otros
repito: él creía que Santa Cruz era el único lugar que albergaba vida, pero no era así la
cosa, mientras salía se le acabó la pena repentinamente, si su amigo tenía la razón, para
eso tenía el tren y mucha plata para gastar. En esas estaba cuando le llegó una
invitación al rodeo de Peralillo, como anillo al dedo, pensó, si cuando uno busca las
cosas buenas estas llegan por sí solas, en mi país, el arte más elevado es hacerse el
tonto, por eso le llegó esta invitación de a propósito, quizá alguien lo estaba acechando
día a día auscultando sus ánimos y palabras. Y el día indicado llegó, se puso una
dónde queda la medialuna de este pueblo, solo sé que Benito llegó allá, se sentó en el
tablao y observó las parejas de caballos corriendo, el rodeo le atraía un tanto, un punto
malo, gritaba el juez desde la tarima, y luego peor: dos puntos malos, si Peralillo no
mesón una Pilsener para refrescarse un poco y se puso a mirar, el baile no le gustaba
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bocanadas de la cerveza magistral, y quedó sorprendido observando a una muchacha
tierna, bella, sublime, que bailaba con gran gusto al compás de la música, la niña
vestía vestido floreado, calcetas blancas y zapatos negros con correa y hebilla, y
bailaba y se movía tan bien que Benito abría los ojos cuando la veía, y se sobresaltó
muchacha ¿quién es?, al-guien contestó por el lado: Sara, Sara Osorio, y luego: del
Chequén, del otro lado de Mar-chigüe, al otro lado de San José de Marchigüe, y pensó:
Sara, Sara del Carmen, así se llamaba la niña, tenía el pelo crespo, nariz roma y
ojitos
claros, y abría la boca con gracia y donaire, como buscando un chiquillo para besarlo
con luces, pero Benito no se intimidó, al contrario: tuvo coraje para encararla, cuando
acabó la canción y empezó otra la sacó a bailar, ella le dijo que sí en forma inmediata
pues Benito tenía un buen parecer, y bailaron, claro está, pero él no le dijo nada, todo
quedó ahí no más, sin embargo pensó con razón: esta es la muchacha de mi vida,
mejor será que vaya a visitarla al propio Chequén, y la fiesta y el baile pronto
terminaron, Sara del Carmen nunca imaginó que ese hombre andaría a la siga de ella,
ya era de noche cuando Benito regresó a Santa Cruz, y cavilando todo el tiempo, y
tomándose valor, si esos sectores que quedaban al otro lado de Marchigüe no los
conocía, tenía que ir en tren, arrendar un caba-llo en el pueblo y partir para allá, así lo
ocasión, camisa escocesa de cuadros y botas de tacón, y tomó el tren como a las diez
de la mañana en la estación, era un día claro, sin nubarrones, despejado, Jalisco, bien
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bonito para visitar a una niña tan pero tan bonita, el ferrocarril se demoró tres cuartos
Ah no, si usted maestro Corneta pensaba así, todo todo, según él, era grande, mag-
nánimo, lindo, hecho a su medida para satisfacer sus gustos o encuadres, ¿por qué
espo-leaba tanto a ese caballo?, ¿usted pensaba que lo estaban esperando con
almuerzo?, ja, ni que fuera brujo, y pensando: no hay como una mujer hermosa, eso es
un tesoro y bien vale la pena, rápidamente cruzó el fundo La Esperanza a todo lo que
da, y más llanura y árboles y espinos por doquier, dijo con ínfulas: no hay que
confundir el sarampión con el peón de Sara, no hay rico que no reciba y pobre que no
dé, Sara, tú serás mi novia, y lo decía con pensamiento inconfundible, pronto arribó a
los esteros del río Tinguririca, pues este río se diluye en dos esteros al llegar a San José
de Marchigüe, los cruzó con el agua que le llegaba a la cintura a la bestia, y pasó al
otro lado, ahí estaba el Chequén y no eran más que cuatro y cinco casas malparadas, de
adobe raso, blancas como el alba y de yeso carcomido, ¿este será el Chequén?, dijo, y
preguntó por Sara Osorio, y le indicaron come-didamente donde vivía, la casita no era
tan grande, con una tinaja y algunas flores en la entrada, y muralla sujetas con palos,
hacia atrás un parrón maltrecho que apenas se sos-tenía sobre cuatro o cinco palos, y
unas matas de eucaliptos que comenzaban a florecer, tocó en forma pausada y una
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señora anciana le salió a abrir, si, ¿qué quiere?, dijo luego de abrir la puerta, y Benito,
con un cinturón de cuero de hebilla gruesa, dijo: vengo a ver a Sara, ah, no me diga,
tan astuto, tan donjuán, y de pronto apareció la niña por detrás y dio un grito fuerte,
inmediato, y Benito: hola, mi niña, hola, dijo ella, te vengo a ver, oh sí, no sea
papanatas, dígale al tiro que la ama y que desea casarse con ella, no sea tonto, así no se
La señora no entendía, ¿de adónde había aparecido este hombre?, ¿y quién era?, ¿y
cómo se llamaba?, él, un poco ruborizado, dijo con apresto: soy Benito Gálvez de
Santa Cruz, para servirle señora, y vengo a ver a mi niña, ah sí, no te creo, por Dios el
hombre bravucón, dijo Gabriela Mistral, y Santa Teresita del Niño Jesús: por Dios
santo, si Ga-briela no está robando las palabras, Sarita explicó a doña Berta, su amada
madre, que se encontraba muy sola y abandonada y que a ese hombre guapo lo había
conocido en el rodeo de Peralillo, ni más ni menos, ¿y por qué llegó aquí?, ¿cómo
supo?, Benito dijo: ni pregunte señora, menos pregunta Dios y más perdona, y luego:
hicieron sentarse, a doña Berta se le pasó el asombro un poco debido a que Sara le
había dicho que se encontraba muy sola y abandonada, que ningún hombre la venía a
visitar, y por de pronto, para amistarse, le trajo a Benito calzones rotos que recién
había preparado para que se sirviera, así que usted es de Santa Cruz, aprobó la señora,
y luego: bonito pueblo, bonito lugar, y enseguida: yo y mi esposo y mi hija somos del
Chequén, y yo estoy enferma, no sabe cuánto gusto siento, doña Berta tomaba
metformina para la diabetes, eso pudo comprobar Benito al observar la mesa, ahí
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decía: metformina, y esas pastillas se las daban en el Hospital de Marchigüe donde se
mmm, un hombre al fin, y le mostró su pieza adornada con flores y papagayos, y las
hojas de los libros con flores y mariposas disecadas, Benito pensó: qué chicuela, tú
serás el amor de mi vida, si era una familia pobre, luego volvieron a la sala, doña Berta
les sirvió, para festejar la ocasión, un champán de Viña La Rosa, bien balanceado,
elegante y espumoso proveniente del Valle del Cachapoal, con notas frutales y cítricas
gracias, dijo Benito con benevolencia, estaban felices, si se dieron cuenta de que era
un hombre con dinero a más no rabiar, y joven todavía, si Benito no cumplía los
veintiocho años todavía, y Sara en los diecisete, pasó una hora y dos, y nuestro amable
Una nube alta se posó por toda la periferia como amenaza de lluvia, pero no hubo
pando, y todo el rato arriba sintiendo el ruido: tue-tué, tue-tué, si era de día claro
todavía, Benito no quería perder el tren de vuelta, a Marchigüe se demoró como dos
horas y me-dia, y tuvo que esperar una hora más pues el ferrocarril pasaba como a las
subsiguiente, y Sara y doña Berta recibiéndolo con alegría, repito: si era una familia
pobre, con toda la esperanza del mundo de emigrar y salir adelante algún día, pero
para ello tenía que llegar el príncipe en-cantado cuajado de plata, si parecía un cuento
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Bueno, entonces… pasaron tres meses, y Benito o Bendicto fue a visitar al Wally,
su amigo o compinche, contándole que se iba a casar pronto ya y, por todo el oro del
mun-do, le pidió que fuera el anfritrión de su fiesta que pensaba organizar en la casona
de Santa Cruz con todas las de la ley, para recibir a la gente y festejarla a todo trapo, el
Wally aceptó de buena medida, pues su amigo era de familia de alcurnia, ejemplar,
años, pero antes nuestro noble hombre tuvo que ir a pedir la mano de Sara, y lo hizo un
día domingo de fiesta, estaban el padre y la madre y Sarita reunidos en la sala sentados
en unos sillones de mimbre cubiertos con colchas y cojines, y Benito habló claro: lo
que yo quiero verda-deramente es casarme con su hija y llevarla a Santa Cruz, que se
venga a vivir conmigo, y si ustedes quieren también, ellos, el padre sobre todo, se
habían ido algunas veces no más, y la fiesta, añadió Benito, por su condición precaria
feria ganadera para hacerse de plata, para financiar los gastos de la fiesta dijo, Jalisco
casaron para el día de Todos Los Santos, para homenajear a tanto hombre y mujer
buena del mundo, el Wally andaba con un terno gris con corbatín y pañuelo, Benito en
cambio vestía zapatos negros acharolados, pantalón azul marino, cinturón no tan
grande, camisa celeste, corbata con barcos y pingüinos dibujados, sombrero hongo y
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prefirió un traje de novia bordado a su manera y a su medida por ella misma, con
hartos encajes, cuello levantado y guantes lar-gos, ramo de flores y cola, y el curita
—Yo te quiero a ti, como esposa y me entrego a ti, y prometo serte fiel en la
respetarte todos los días de mi vida hasta que la muerte nos separe.
Y el cura los casó como marido y mujer mandando a ponerse las argollas.
Y el beso final.
las calles del pueblo, nunca pensó Sarita que en la periferia agreste se viera tanta
pobreza, mediaguas cubiertas con bolones, tanta gente ignorante andando a pie pelado,
bienvenida, y luego, claro está, la fiesta, y bailaron el vals de los novios, y hubo besos
y abrazos y brindis, tenían caviar, mucho caviar, y botellas de champagne Rosé Royal
Viña Lapostolle, de Apalta, San José de Apalta quiero decir, cerquita de Santa Cruz, y
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cumbias, habían matado tres vaquillas, cinco chan-chos overos, seis cabros de Isla de
Yáquil, doce pavos negros y veinte pollos caseros, eran como trescientos personas o
más, andaba don Lester Lacroix, el viñatero de San Fernan-do que Benito invitó por
ferretero más conocido de Santa Cruz, y mucha gente de plata, honesta y trabajadora y
chirimoya y erizo, cola de mono, ginebra, ron caribeño, tequila y pipeño, de todo
hombre por Dios, si Benito era un busquilla, eran como las cuatro y media ya y,
llevó a la pieza, allá hicieron sus cochinadas, y no volvieron a aparecer, los invitados
estuvieron fes-tejando hasta las ocho de la mañana, pararon un rato y la fiesta continuó
Lo que más le apesadumbraba a Benito era que Micaela no haya venido a la fiesta,
si él la invitó con insistencia, no tanto para ir para allá, pero sí para enviarle tarjetas y
rogativas de que viniera, pero Micaela, tal vez ofuscada, no quiso ir por nada del
mundo, otra vez este agresor, habrá pensado, ahora quiere presentarme a su novia,
pero Benito nunca abandonó a sus putas del todo, si era un donjuán, ya dicho ya, y
Sarita nunca se enteró cómo le ponía los cuernos, ellos se despejaron un poco y al
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Y ella: es que nunca me había puesto uno, si pertenecía a doña Hortensia
aquellos años, no sea mentirosa, bah, no te digo, y era toda la verdad, y Sara del
Carmen nunca más se lo puso por orden de su marido, nunca pudo ascender de puesto
como ella obstinadamente que-ría, pues Benito no la dejaba, claro, pensaría, otro
hombre me la va a quitar, de modo que tuvo que volver a su vida doméstica del
Chequén antes de quedar embarazada, pidió a su amado esposo, eso sí, que trajera dos
mejores, para preparar queso, mantequilla y manjar que pen-saba vender poniendo un
puesto afuera de la casa, Benito se sintió atragantado y tuvo que comprarlas a un viejo
conocido de la zona, y tuvo que pagar una buena suma por ellas tanto que lo ofuscó de
mala manera, cuando las trajeron Sara se sintió feliz y entusias-mada, mis «vacas
frisonas», decía, y ahora dijo a trabajar con doña Isolina, y se afanaba tanto cada
mañana para que las cosas salieran bien que la gente comenzó a alabarla de inmediato,
al puesto, afuera, le puso un letrero arriba que decía: LECHERÍA CHE-QUÉN, pero
Benito no se quedó ahí mirando eso no más, también puso su parte, colocó en la sala
principal una botillería de adrede que vendiera cosas a su gusto, y empezó a traer vino
brandy y coñac y muchas cosas más, yo, cuando estudiaba en pleno Santa Cruz
enhora-buena, iba a comprar ahí, si era la botillería más grande del pueblo, todos los
lugareños se abastecían ahí, y el trabajo y la plata aumentaron, y vinieron los hijos, por
mofletuda, el 32, y Nano, el tercero, después de una década, el 42, y Sergio, el más feo
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de todos, el 45, el mismo año que nací yo, y Sara, doña Sara, los educó de acuerdo su
esposo daba órdenes perentorias aquí y allá, ella también las daba, y su prosapia de
mujer comadrona creció día a día pero sin la ofensa de ejecutar su oficio de bruja
pequeño, podía quedar ensartada en los cables eléctricos, y eso sépalo usted, fue
horrible y trágico para ella, y eso a la larga la entristeció muchísismo, ¿por qué cree
que Benito escuchaba el grito del tue-tué a medida que regresaba del Chequén, como
ladrándole la oreja?, si era ella, nada menos que ella, Sarita, tú Sarita, si fuiste bruja de
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Y la historia prosiguió su curso igual, pero allá en Marchigüe, allá lejos de la voz, del
decir, sin embargo todo eso era Colchagua, mi renombrada provincia, en la ruta de la
Pues bien, mi padre trabajaba muchísimo, pero era poco lo que ganaba, ya lo dije,
por el trigo le pagaban muy poco, y con el ganado no le iba tan bien, pese a esforzarse
una y otra vez, y Nanita nada le decía y nosotros tampoco, si el trabajo de agricultor y
ganadero, en ese tiempo, no era tan bueno, cuando se compró el camión Chevrolet
verde se puso a hacer fletes por encargo, bien pagados eso sí, y Jano y Teddy eran
quienes cuidaban el ganado y subían a los cerros y volvían, y el ajetreo del agua, de
abastecerse de agua, era tremendo, tenían la noria del bosque de eucliptos, allá arriba,
y en el otro cerro, al frente, estaba el pozo, y con mangueras hacían llegar todo eso a la
casa, pero algún cazador concha de su madre cortaba las mangueras y había que ir
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corriendo a reponerlas, aquí abajo había dos calicantos que se llenaban cada tarde y
con eso se mantenían las plantaciones y chacras si las habían, a todo esto, acá abajo
había un tonel cerca del pajal donde los animales tomaban agua, y el pienso junto al
galpón lueguito, durante el día subían a las lomas y planicies de lo alto, por la tarde
ovejas merino, vacuno suizo y holandés y clavel alemán, lo que más se veía por
entonces, y lo hacía de buena manera, sin protestar, don Crisóstomo Arriaza era vecino
nuestro y a él le hacía los trabajos la mayoría de las veces, don Crisóstomo decía:
decía que bueno, y era día jueves, pues la feria funcionaba ese día, y mi padre llenaba
la carrocería con los corderitos el día miércoles en la tarde, don Crisós-tomo tenía sus
propios trabajadores, yo iba a mirar todo eso y me espantaba al ver que las ovejas y
corderitos mearan y cagaran ahí mismo, un hilo de pichí y de bolitas cafés co-rriendo
para abajo, mi padre no se amilanaba, el día jueves se levantaba como a las cinco de la
madrugada, hacía andar el camión y partía Dios mediante a Marchigüe, llegaba como a
las seis, los animales los bajaban del camión y los pesaban en la romana, y don Crisós-
pagaban poquísimo por el kilo de carne, cuando Errázuriz —hombre rico y famoso—
la vi más de alguna vez—, en la calle de al fondo, la última calle, donde estaban los
corrales y local y tarima de venta, mi padre, valga decirlo, volvía cansado, después, en
la noche, dormía bien gracias a Dios, se reponía y a ponerse a esperar, luego de dos
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semanas iba a la casa de don Crisóstomo a recibir la paga por el flete, ese era el
acuerdo, y era una gran felicidad tener un vecino así, por la plata digo yo.
Mi padre tenía un pastor alemán llamado Cururo, negro como él solo, horrible cual
Satán, con ojos rojos, amarillos y blancos, y un galgo —el Huaso— y un lebrel —el
Cor-bata—, y por de pronto, véalo bien, salía a cazar a los cerros, era que no, si era lo
que más le gustaba, y tenía además una escopeta Winchester 21, los cartuchos rojos o
azules los traía de Rancagua cuando iba para allá porque, decía, eran más baratos, que
escopeta hombre por Dios, cuánto hiciste sufrir a los pájaros de San Francisco de Asís
y a los animalitos del Señor, solo el Sagrado Corazón lo sabe, si las criaturas benditas
rezan y los aman como nosotros, si el Sagrado Corazón es vastísimo y abarca muchas
vidas, y subía a la yegua rosilla —la Entenada— y partía a los zarzales a ver los
conejos o iba a los cerros detrás de una liebre, de una perdiz, una codorniz o torcaza, y
vamos andando, si era en invierno, tapado con la manta de Castilla, si era en verano
con el chaleco o chaqueta de cuero no más, y repito: vamos andando, mi padre tenía
tres hornos para hacer carbón, y por ahí pasaba con paso quedo, al otro lado de la
chanchera, donde comenzaba la zarza-mora, pero tenía que salir temprano con los tres
lo que da con harto ahínco, ¡un conejo!, ¡un conejo!, gritaba la voz de Gabriela, y era
yo, claro, acompañándolo, pero no para que hiciera eso, sino para que mirara no más, y
luego el disparo fuerte, ah no, padre, decía yo, no haga eso, si los animalitos los cría y
educa el Señor, pero el conejo lobo era más rápido y alcanzaba a esconderse, nunca
quiso ni le interesó armar lazos, eso hubiese sido otro ajetreo más grande aun, y cómo
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por Dios, con qué tiempo, si para eso se necesita mucho tiempo, y pausadamente salía
del sector cercado de la zarzamora, zona de caballos, donde está la finca de Panchulo,
don Crisóstomo, no encontraba nada, y desde ahí empezaban las lomas y bosques de
eucaliptos y pinos radiatas, él tomaba el camino que antecede al Cerro Corazón, donde
está la añosa higuera, y ahí repleto de cardos, donde se crían perdices, otra vez el
Corbata y salía una perdiz piando a todo lo que da, pi, pi, pi, y el disparo otra vez, qué
cazador, achúntale a una, si cazar no es asunto tan fácil aunque se tengan tres pe-
rros.
Y luego tomaba agua de una cantimplora verde, no llevaba nada todavía, pero le
falta-ba camino por andar aun, claro está, hasta llegar al bosque de la noria, apearse y
absolutamente nada, esta mujer me está atragantando la boca, la lengua, decía Teresita
del Niño Jesús, si vos viviste así, aporreada y bendita, con tus manitas de niña, de
ángel y bella, eternamente bella, la santa de la belleza sui generis, vos, quién más, la
caperucita roja que venció al lobo, y nosotros acá, contando la historia, y ahí las matas
de coligüe con las cuales se hacen volantines, en Pelequén y Chimbarongo sobre todo,
pero ahí no había perdices ni nada, y de pronto ¡zas! saltaba una liebre del zanjón y el
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cerca y mi padre siguiéndolos a todo galope y la liebre, créalo así, se perdía corriendo
por la finca de los Caroca hasta llegar al fundo La Rosa, y los perros gua, gua, gua, y
allá arriba, en la última loma, la atrapaban, si mi padre era veterano cazador, cazador
de tomo y lomo diría, venido de Peñablanca, y sa-bía practicar el cuento, los perros
golosos eran velocísimos, y mi padre tenía que quitarles el perínclito animal amado
por todos, porque era una liebre, la señora liebre que venció al perro, al ratón y al gato,
por eso hacía iiiccc, iiiccc, pero con el galgo y el lebrel no podía, si dan zancadas
largas y saben corretear a cualquier animal, en especial si van cuesta arriba, don
la hacienda de Alcones, y allá, otra vez la escopeta, prum, prum, la torcaza grande, y
una y otra vez, y la escopeta Winchester resonaba en lo alto, y el disparo final, lógico y
estu-pendo, sonando por la quebrada cuesta abajo, hasta que, véalo usted, caía una
torcaza, la primera, y más abajito, otros tres disparos, si llevaba como veinte tiros
guardados en una bolsa negra, y la segunda, si esas criaturas de Dios Padre bendito se
posaban en lo alto de las copas de los árboles y ahí pasaban todo el día oteando el
horizonte, cual jotes, solo bajaban al llano a comer granitos y semillas que Dios Padre
les daba de comer de su ma-no santa, si son los pajaritos de Francisco de Asís, él los
cría así, les arroja miguitas de pan y les dicta un sabio sermón, por eso suben y vuelan
bendito, por eso es una diablura matar a estas criaturas, yo se lo decía a mi padre, pero
él no hacía caso, si era su alimento, el pan bajado de lo alto, por eso le gustaba salir a
los cerros y llanuras, para divertirse un poco, para calentar la mano, para fustigar a
quien fuera con su escopeta, y no se encontraba con nadie, ni un alma cabalgando por
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los cerros, solo solo, y el viento le susurraba bajito: no hagas eso conmigo, pues yo
amo la vida, amo los animales, amo todo, era la voz del Señor, que también planea
como avión y vuela como cóndor, hablándole, diciendo las cochinadas que iba a hacer
a los cerros, pero mi padre, repito, no hacía caso, el Cururo se adelantaba y le mostraba
otra torcaza, de los tres perros, como Dios, era el más sabio y viejo, por eso le
mostraba una torcaza más en el pico de los árboles, y mi padre apuntaba con la
escopeta y disparaba y así caía la tercera torcaza, eran cerca de las una, todo colorado
por culpa del sol, y desde lo más alto de la hacienda volvía con la Entenada a paso
tranquilo, bajar no costaba tanto como subir de modo que no se demoraba tanto, oiga,
con una liebre y tres o cuatro torcazas, una caza, dirá usted, provechosa, fructífera,
después de matar las criaturas de San Francisco, de inmolar la vida de Nuestro Señor
Jesucristo por enésima vez, a Taita Dios no le gustaba nada de lo que hacía, pero él lo
simplemente, bien digo, por necesidad, y yo estaba con él en esta parte, ¿y qué íbamos
a comer pregunto yo?, yo probaba a veces las codornices en escabeche con fruición, y
un poco fresca y agria, también la probaba, y las torcazas del mismo modo, ¿y los
cuculís?, no, decía, papá, esos pájaros no los toques pues anuncian la tarde, ¿por qué
cree que son de color ceniza, con una franja roja que envuelve su cuello?, sí, Sagrado
Corazón, tú vistes a los animalitos a tu gusto, a tu manera, por eso los dotas con esas
bellezas y detalles y delicadezas, y cantando así: ujú, ujú, ujú, parados sobre una mata
de eucalipto o sobre un palo o sobre el alumbrado, sí, yo los oigo todas las tardes y su
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armonía y belleza me encantan, me llenan de felicidad, yo vivo para ellos y ellos por
mí, sí soy, Gabriela, amante de la vida, amante de los animales, amante de todo,
porque el amor es la fuerza universal que nos da vida, si esas payasadas se las
aguantaba era por mi madre y por la señora Lucrecia o Luca, bien lo sé, si a veces la
carne de vacuno o de cordero faltaba, por eso mi padre salía a cazar los viernes,
sábados o domingos, cuando fuera, dirá usted, repito: por necesidad, no por
malignidad, bien Señor Jesús, tú juzgas las certezas y ecuanimidad de nuestras faltas, y
sabes cuando algo se hace con bondad o con maldad, porque conoces las intenciones
de todas las cosas, yo lo sé, porque tú estás conmigo, y yo contigo, siempre lo has
co-nocía de memoria, si todos los fletes los hacía ahí, se hizo amigo de muchos
caballeros hacendados gracias a eso, y requetefeliz por eso, por ahí conoció a don
Miguel Retamales Abarzúa, un viejo no tan alto de capa caída que usaba gorro y
bastón, dueño de la ha-cienda de Panilonco, allá lejos en la costa, cerca del mar, yo
visité una vez esa estancia y me gustó sobremanera, sus terrenos fértiles, sus potreros
Inglaterra, y vacunos Hereford sobre todo, una llanura colosal que antecedía al
majestusoso océano, abajo, junto a la playa, la casa pa-tronal con dos leones de piedra
custodiándola, varios corredores con pilares rojos si bien lo recuerdo, tinajas grandes a
uno y otro lado, ruedas de carreta, rosales, claveles, crespo-nes, camelias, trinitarias y
buganvillas, todo eso, repito, junto a la playa, frente al mar incó-lume, y era tanto pero
tanto el ganado que producían que mi padre sintió una enorme alegría por haber
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conocido a un viejo así, no sé si ahora don Miguel Retamales Abarzúa estará vivo o
muerto, no lo sé, yo nunca lo vi, y las dos rocas gigantes que recibían la espuma fresca
de la ola, por donde atravesábamos caminando con pies chiquititos, con Nano fuimos
dos o tres veces para allá, y la gente de La Rinconada tenía la costumbre de hacer
alma y sin poderse bañar tampoco, porque el oleaje no lo permitía, y esas dos rocas
parecían murallones insalvables o tal vez, Matías, acantilados sin fondo, tú sabes eso
me-jor que yo, viejo guatón, pues tú pasabas allá, si también hacían asados para
celebrar tanta venta y comercio de ganado frente a ese oleaje heroico, impoluto, puta la
huevá, tú, Mi-guel Retamales, heredaste ese coraje y esa laboriosidad de Dios Padre
bendito, por eso él te entregó esa bella hacienda, y más allá, yo lo vi con mis propios
ojos, la casa de adobe estucado, especie de cobertizo, junto a la pequeña laguna que
servía de abrevadero a los animales, tú hacienda era mirífica, claro, bajada del mismo
cielo, por eso esos dos leones acorazados, imagen viviente de Dios Padre infinito, y
pasaban por ahí, todo eso tuyo, hijo mío, grande y excelente presencia de nuestro celo
Por eso mi padre estaba ahí cada domingo, pero ahora se le abrieron más
tú me decías, y no soy una rota en esto, mis palabras son tus palabras, lo mío es lo
tuyo, y no miento, era tu tra-bajo, tus faenas, tus fletes, domingo tras domingo, porque
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don Miguel Retamales Abarzúa era un hombre de mundo, un próspero comerciante
que te abrió el camino, todas las se-manas viajando, y volviendo de pie, bien parado,
sin angustia por tus hijos, sin nada de nada, al contrario: feliz con tanto trabajo, y
¡cáspita! vino eso del «accidente», tú lo sabes mejor que yo, y eso fue una tragedia
para toda la familia, para mi en especial, José Carva-cho era tu peoneta, tú lo llamabas
así, no por peón, sino peoneta, o mejor aun: «pioneta», con la «pi» de pío, como un
pollo piando, o como el nombre papal de Pío, aquellos santos padres que se sacrifican
por la Iglesia, por eso tú andabas con el escapulario de la Virgen del Carmen día tras
día, para acogerte en el día de tu muerte, para salvarte de las penas del Infierno, si eras
y sigues siendo muy católico, muy creyente diríamos, habías cargado ove-jas toda la
tarde del domingo con tu peoneta, porque Jano y Teddy no aceptaban trabajar el día
domingo, tu peoneta, y tanto que te gustaba repetir esa palabra, yo, padre, te escucha-
ba con amor y dicha, porque era tu trabajo, tu vida, y decías y repetías «mi peoneta»,
claro, José Carvacho, un tartamudo sin voz ni gloria venido de Alcones, bueno para el
hablaba, no si don Matías no paga con chinchín, decían, pero yo nunca creí eso, eso
son cahuines y nada más, yo creo en ti, padre, excelente trabajador, excelente padre, y
el buen día lunes salieron venturosos a dejar los animales a la feria ganadera de San
Fernando, eso te pidió encarecidamente don Miguel Retamales, tenían que estar antes
de las diez allá, para reali-zar una buena venta, y a la altura del puente Cadenas, antes
de llegar a las primeras casas de Marchigüe, por la carretera de tierra, ocurrió todo,
válgame Dios y Santa María, como decías tú, se cortó la dirección y al camión, rojo
como granada, rojo como bermellón, nadie lo pudo parar, y tu peoneta, tu amigo, tu
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trabajador de toda la vida, te gritó a viva voz: ¡don Mati, tíremonos para abajo que esto
había perdido el control con tanto peso y animal, y tú, claro, le hiciste caso, antes que
el bellaco se volcara abriste la puerta de la cabina y saltaste para abajo, pero he aquí
Dios, ¡cómo te salvaste de la muerte, padre mío!, si un accidente así era para morir, y
al peoneta, tu amado peoneta, no le pasó nada, fue él quien corrió a soco-rrerte, y llegó
la ambulancia y los manzanitas, como decías tú, y las noticias pronto llega-ron a la
conciencia de madre y esposa no pudo soportar un hecho así, ¡¿y está vivo?!, preguntó,
Servicio de Urgencia del Hospital de Marchigüe lo tienen, y todos partimos para allá, y
fue un viaje largo y horrible y agotador de una hora y media, y fue trágico y
espeluznante ver tu pierna recién amputada, oh sí, oh my God, eso habían hecho los
doctores para salvar tu vida, para evitar infecciones gangrenosas y todo eso, si los
médicos actuaron al tiro al verte así como estabas, yo estaba sin voz, y mi madre
también, tú estabas sedado de modo que no viste ni sentiste nada, cuando volvimos yo
Terrible, terrible, terrible…, como un viento huracanado que azota nuestra casa y
al-
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dea, todo el mundo comentando la noticia y nosotros en ascuas, mi madre se acostaba
Rancagua, a con-tinuar el tratamiento allá, y eso fue mucho mejor para ti y para todos,
porque el hospital de acá no tenía los recursos necesarios para mantenerte por mucho
provincia unida a Colchagua, en tren, porque no había otra cosa, y nos bajábamos en la
O’Higgins hasta llegar al hospital, ahí, en la pieza 209, estabas tú, con la pierna
vernos ahí que la boca se te llenaba de saliva, Nanita te llevaba empanadas de pera,
comida del hospital, decías, no era tan buena, estabas recupe-rándote de buena manera,
y domingo tras domingo viajando para allá con modestia y compostura, yo iba a veces,
cuando quería, pues el viaje resultaba muy largo, otras veces iban los niños varones,
quien quisiera ir, y fueron cuatro meses estruendosos hasta que eso pudo cicatrizar, de
este modo te trajeron la pierna ortopédica con la horma de palo y, con cariño, con
premura, te la pusieron, y gracias a eso pudiste caminar de nuevo pero con muleta, si
la recuperación no fue nada de fácil, tú lo sabes mejor que yo, y un do-mingo de nubes
también, oh padre, sí, porque tú amabas la vida al igual que nosotras, y querías con
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toda el ansia del mundo volver a manejar el camión, tu camión, y lo hiciste, luego de
Era día viernes ya, habían pasado dos semanas desde nuestra travesía de traerte
de
sa-liste a dar un vuelta corta por el pueblo, todos se quedaron espantados mirando, ahí
va don Matías, decían, sí, eras tú padre, con la idea de hacer fletes de nuevo, y con la
Pava Choca, tu amigo de lo alto, ahí en la entrada de Mallermo, te enteraste que don
Crisósto-mo Arriaza también se había comprado un camión igual al tuyo, y que, con
lo conté a la Teresita y la abueli se puso contenta otra vez, este mal ya pasó, dijo
observando sus manos de mujer avezada, todos fuimos dichosos, el papi tiene trabajo
de nuevo, dijimos, y la competencia con tu vecino fue feroz, si don Miguel Retamales
ganadera de Rancagua que ahí es mejor, decían, o a la feria ganadera de Santa Cruz,
también grande y copiosa, don Miguel, usted sabe eso mejor que nosotros, y el viejo
los convocaba a la casa patronal y les pagaba con instinto, con gravedad, si el viejo
pensaron todos, pero eso no fue suficiente, la abueli volvió a hablar fuerte, ella misma
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quiso que después de seis años volviera a nacer un nuevo hijo, negro, el más negro de
todos, y el más grande, porque ella misma lo quería así, y lo contaba con juicio y
los dos años volvió a nacer un nuevo hijo, Fabrizio, el menor, el más rubio de todos, y
no sé cómo mi madre y padre hacían el amor si a este último le faltaba la pierna, para
el ejercicio del amor, pienso yo, no hay barreras, y a mí, sépalo usted, me tocó parir un
ternero y sufrir porque yo tuve que criarlos, si estaba grande ya, y era verdad que el
poco pues lloraban tanto, y vinieron las famosas peleas entre yo y Gastón, entre
Susana y Gonzalito, y entre Gonzalito y Gastón, el peor de todos era Gonzalito, el más
malo, el más villano, cuando este peleaba con Susanita tenía que entrar yo a
separarlos, una vez se agarraron de los moños en el corre-dor de afuera y volaron las
macetas, y subieron y bajaron tirándose las mechas y golpeán-dose tanto que Susanita
nunca más volvió a faltarle el respeto a Gonzalo, un poco gordo, envidioso cual
ninguno y pesadote, y después, con una papa en la boca, el malulo empezó a pelear
con Gastón, no sé qué fue lo que le hizo, la cosa es que Gonzalo arrancó a la
chanchera, se metió en la bodega, agarró un fierro para marcar animales y lo puso a ca-
lentar, Gastón llegó allá y sin darse cuenta Gonzalito le clavó el fierro en la cara,
imagí-nense, qué peleas, y cómo habrá quedado el otro, y gritando de dolor, mi abuela
le puso un ungüento y todo se le pasó ligerito, la marca del fierro nunca se le notó,
todo por culpa del malulo y macabro Gonzalito, el peor de todos, había que tener
cuidado con él, si no pronto te daba los buenos cachuchazos, si algo no le gustaba o
parecía bien, y los días pasaron promiscuamente, en el pueblo, sépalo usted, faltaba un
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negocio porque todas las compras había que hacerlas en Marchigüe o Peralillo o Santa
Cruz, y eso era muy difícil y engorroso, por lo que mi padre determinó colocar un
Y don Segundo Quintanilla vivía junto a la cancha de fútbol y era canuto, por eso a
los pollos los querían tanto, y bailaban cantando el costillas es mío, me lo quieren
quitar… cuando había partidos de los buenos, pero antes, véalo usted, él y su familia
voz en cuello, yo los veía y me reía de buena gana, yo no era canuta y nunca lo fui,
nosotros íbamos a rezar al Santuario de Alcones donde estaba, en esos años ya, el
padre Julio Palma Zúñiga, si era un curita de pelo largo crespo, no tan alto, de uñas
filudas y andar pausado, usaba la sotana siempre como para demostrar respeto y
puebluchos del otro la-do —La Quebrada, Marchant, Peñablanca, Yerbas Buenas—
hablaban bien de él, y los pueblos de acá —Rinconada de Alcones, Mallermo, Las
Garzas, Pailimo— no decían nada en cambio, si era el curita mayor puesto por el
obispo, y en Marchigüe —donde me pasaron por el Registro Civil— había otro, si eran
Merced en un lugar o a Nuestra Señora del Carmen en el otro, cuando hacían la fiesta
del 24 de septiembre para homenajear a la primera, y se juntaba tanta pero tanta gente
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auténtico y noble, nada menos que Alcones, el Santua-rio de Alcones, el Cristo en la
más notorios y ejemplares, lo único que sé es que fue un niño lozano, dócil y gentil, y
que se educó de la mejor manera posible, los cuatro hijos estudiaron en el Liceo
Municipal y no eran, valga decirlo, tan buenos alumnos, Marina era floja, habladora y
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Grande, vale decir: Benito Gálvez Osorio, no lo sé ni me interesa, porque no lo quiero
y nunca lo quise, si se quedó con toda la plata que su padre laboriosamente había
producido, Nano por lo demás llegó a jugar en el Unión Santa Cruz, el equipo
principal de la zona, y toda la vida singular de la casona de Rafael Casanova, para esos
de Vida»:
06-VI-68
la Escuela,
oportunidad
trasladaban
Bueno, sin contar una historia realmente, solamento viendo y sopesando, corría el
año 58, creo yo, no lo invento, lo digo no obstante con toda la sinceridad del mundo.
Benito asistía de continuo a la feria ganadera donde vendía animales, por ahí se hizo
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amigo de don Julio Pereira, como supo él, dueño principal y rey de la hacienda y
otro lado de Alcones, pueblo chico y montaraz, y como buenos amigos conversaban
siempre, hasta que un día don Julio Pereira, hombre alto, de tez blanca, nariz
para su hacienda, eso le urgía muchísimo porque las cosas no iban nada de bien, ¿y
qué pasó hija mía?, bueno, nada, Benito se ofreció de inmediato, si eso era pleno
campo, y él, como digo, sabía trabajar la tierra, sabía asimismo criar animales de
engorda, sembrar plantaciones y muchas cosas más, don Julio Pereira, señor noble y
altruista, aceptó la oferta de buena gana, para eso le ofreció la casa endomingada frente
trasladarse con su familia pronto ya. Benito contó todo esto a doña Sara, y de este
modo, junto a Nano, Sergio y Marina, con camas y petacas, emigraron de estancia
maravillosamente.
Yo escribí al respecto:
08-VI-68
silencio,
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Entonces… era un día espléndido, Nano abría y cerraba las aletas de la nariz, y
Sergio por otro lado contento, dicharachero y juvenil, algunas cosas, no todas, el ajuar
común, lo llevaron en tren, en la estación de Alcones los esperaba don Carlos Stüver,
el primer mi-nistro, con tres carretas y el jeep Land Rover, las palomas bajaron desde
el techo volando hacia abajo con bullicio, y los gorriones gorjeaban sobre los árboles
como nunca, la vida simplemente…, como dice el poeta rancagüino Óscar Castro.
Benito el Grande estaba casado ya y vivía en Isla de Yáquil, por eso no viajó con
Chépica, e iban en carreta a Lolol lo más del tiempo, a pasear, decían, Benito el
Grande le adminis-traba a mi suegro las tierras de esa zona, donde tenía su lujosa casa,
eso, era un hombre de jucio cabal, certero y enigmático, también se creía huaso,
concha su madre, y a Mallermo tam-bién empezó a ir, para traer vacunos, charqui,
maíz añejo para las gallinas y trigo y peras y muchas cosas más.
ajuar y
bajar por las preciosas colinas hasta llegar a la enseñoreada estancia, y fue una alegría
tan gran-de ver eso, si eran patriotas, amaban la vida como nadie, la casa tenía tres
piezas con roperos, un comedor no tan amplio, cocina a un costado, una sala de baño
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terraplén, donde viviría más tarde yo, pero Sarita se entristeció, dónde pondría las
plantas porque la casa no tenía jardían de entrada, el frontis daba directamente con la
calle, y al otro lado, al frente, las chacras de porotos y cebollas y ajos y zanahorias y
—Bueno —dijo Benito Gálvez padre—, este será nuestro nuevo hogar.
Y lo decía con delicia y felicidad, con una brutal capacidad para administrar el
nuevo reino.
Y empezó a faenar de inmediato al otro día, fue a la oficia ubicada a un lado del
gra-nero a entrevistarse con Carlos Stüver, y revisó el debe y haber de la hacienda, las
cuentas y todo eso, ovejas Tell, dijo, 330 cabezas, e hizo un ticket, ovejas merino, 520
cabezas, y luego otro ticket, carneros Hampshire 15, y un ticket, ovejas Suffolk 150
ganado vacuno, no tan bueno co-mo el otro, insisto: si la hacienda de Mallermo era
cabezas, vacas clavel alemán 35 cabezas, novillos de ambas clases, 55 cabezas, toros
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suizos, 3 cabezas, más doce caballos sueltos a todo campo y veinte chanchos raza
Large White, blancos blancos, 20, mantenidos en los corrales de allá abajo, ¿y cómo?,
preguntó Benito, yo tengo ganado Hereford y Angus Aberdeen en Isla de Yáquil, muy
buenos para el secano, y aquí no hay nada, filete, pensó, y eso se lo reprochó a don
Carlos Stüver, si la hacienda de Alcones y el valle de Marchigüe los tienen, ¿por qué
aquí no hay?, pucha miéchica, eso es lo primero que voy a traer, dijo Benito, y don
Carlos: bueno, hágalo como usted quiera, para eso está usted aquí, y salie-ron en el
estancia, Jesucristo, lo único que sé es que era inmensa, colosal, y tomaron el camino
hasta los silos del otro lado, un valle gigantesco cubierto de espinos y quillayes, y el
cebada y otros exclusivamente para el trigo, para eso estaban esos silos que don Julio
Pereira man-dó a construir, y todo eso hasta llegar a Marchigüe casi, si Rinconada de
Alcones y Mar-chigüe están separados por quince kilómetros de distancia, pero por
dentro esa distancia aumentaba, calcule usted lo enorme que era la hacienda de
él mismo quizá, nunca, dijo, había visto tanto terreno abierto y sin cultivar, y luego de
mirar esa maravilla volvieron a las casas, y tomaron el camino de la izquierda, el otro
camino, el de la capilla y la escuela, y eso era más vasto aun, por acá, al contrario de
allá, estaban los piños de ovejas subiendo y bajando por los caminitos, por las lomas
secas y amarillas, buscando el pastito, la brizna de pasto que quedara por ahí, a full, y
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productivas llegaban hasta Pueblo Hundido y San Miguel de Los Llanos incluso, al
otro lado, mucho más allá de las casas, y Benito oteaba las planicies colocándose la
mano al modo de visera, bueno, dijo, ya he visto todo, y preguntó por el agua, don
Carlos Stüver le mostró las norias puestas en los diversos sitios, claro, con-cluyo
Benito, y lo enfatizó, si son terrenos de rulo, bueno, bueno, añadió, aquí falta un
A todo esto, Sara, doña Sara se volvió a sentir contenta de volver al campo-campo,
del pueblo mapuche, y durante tres noches seguidas salió a volar por ahí, a reconocer
los lugares, y como una bruja loca gritaba llena de felicidad: tue-tué, tue-tué, y después
volvía, pero eso era común en toda esta zona, en Mallermo, Las Garzas, Pailimo
estaban acostumbrados a esto, por eso les gritaban por las noches:
no arrojes la cagadera
¿Y qué cree usted que hacía el chonchón?, eso, nada más que eso, si en una parte
no era bien recibido arrojaba una copiosa cagadera sobre la techumbre, para matar,
enfermar, entristecer, hacer cualquier huevá, si la gente vivía de eso, si toda la zona
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central campe-sina está repleta de brujos y brujas, Mallermo no era la excepción, y
doña Sara lo sabía, ¿para qué dice que el Chequén quedaba al otro lado de San José de
Marchigüe, si Chequén queda por el camino a La Estrella?, bueno, quién está contando
el relato, usted o yo, lo hago porque me confundo, lo hago para enfatizar la idea de que
el Chequén era una zona de agua, como la del estero Cadenas, como el estero del río
Tinguiririca —los dos esteros principales—, y Las Juntas, donde se unen el río
Cachapoal y el reseñado, un sitio, repito, lleno de agua, de esa zona venía doña Sara
quiero decir, por esta razón, estando en Ma-llermo ya establecidos, decidió ir a buscar
a Luchito Serrano, un amigo de la infancia ma-yor que ella, que le serviría como
lugarteniente, y por dentro, en carreta, viajó para allá, le pidió permiso a Benito antes,
y el viaje fue largo, tormentoso, si habían caminos pequeños por dentro, cuando llegó
Luego de buscarlo una y otra vez, lo encontró bañándose en el agua y ahí le dijo
pe-rentoriamente:
Aquel buen hombre era un tanto sordo, y por culpa de eso le costaba hablar, por
originario de allá— sacó sus piltras, las echó a la carreta y con sus ojotas que más bien
emprendieron el viaje de regreso a Mallermo, y todo el rato Luchito decía: ta, ta, ta, si
entendió claramente lo que doña Sara le había dicho perentoriamente, quiero que me
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acompañes, que te vengas a vivir conmigo, eso era, qué más, pero no porque le faltara
una pierna, sino para que le ayudara en los quehaceres de la casa, para construir una
huerta, para cazar conejos y pájaros, para re-citar las santas plegarias, juntos, muy
juntos, hágase el huevón nomás, Luchito Serrano, si usted también tiraba para brujo y
conocía todas esas cosas, mientras llegaban doña Sara dijo a Benito sin más: un amigo,
cuenta que Luchito Serrano era un hombre tan disminuido, tan poca cosa, que no dijo
nada, si hablaba poco, casi nada, sordomudo casi, dirá usted, claro que sí.
conchón cae de inmediato y de ahí no puede levantarse, bueno, bueno, Benito no sabía
nada y nunca, por Dios, llegó a saber, si eso era un secreto, al contrario nuestro
administrador era buena persona y decía a diario: Dios premia a los humildes y castiga
a los soberbios, por eso iba a misa durante algunos domingos, pero el agua era lo que
más le urgía, y empeza-ron las rogativas, era tanto el fervor por el sabio elemento que
cuando dormía, durante las noches, su alma se salía del cuerpo y se elevaba a las
alturas, a lo alto del cielo, donde está el Partenón, el templo flotante de la justicia
divina, oh Dios misericordioso, si las almas bellas y justas conocen todas estas cosas,
porque lo saben, porque tú se los das a conocer, por eso les cuento con lujo de detalles,
don Benito hacía el saludo ante los ángeles y en-traba para adentro, ahí, adelante,
onmipotente, y ahí, véalo usted, pasaba horas prosternado implorando agua para
Mallermo, sí, yo lo creo así, y no invento nada, y su alma bajaba luego volando hasta
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ingresar al cuerpo de nuevo, y todas las noches repetía la misma operación una y otra
vez, si los hombres, los seres humanos también somos ángeles, ¿y cómo cree que las
plegarias llegan ante el rostro de Dios Padre bendito?, si todos, en Amor, somos uno,
en Amor y Voluntad, digo yo, y no digo cómo era ese templo flotan-te, de mármol
blanco y columnas dóricas, si en sueños lo he visto varias veces, tal cual el Partenón,
muchas cosas, como esas, permítame decir, y fue tanta la insistencia y rogativas de
Benito que Dios Padre cumplió su palabra, lo hizo al fin el 60, porque Benito, además
de eso, iba a hablar de continuo con el alcalde Tulio Campos, alcalde y señor
honorable, a suplicarle la misma cosa, y quién sabe con cuánta gente habló, y el
financiamiento llegó finalmente por parte del Estado, por medio de la gobernación,
para construir un embalse grande, auténtico, digno que recogiera las aguas de invierno,
de la escuela, más allá, en medio de dos lomas, y las máquinas sacaban y acarreaban
dónde, férreos, redonditos, grandes como ellos solos, y los fueron poniendo ahí, para
sujetar la marcha y enclave del embalse, y arriba hicieron el camino angosto y largo
por donde uno pasaba, y al medio, el desagüe de ce-mento y de tres pulgadas, todo
quedó hecho y firmado gracias a la anuencia del perínclito administrador, qué más
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Y eso, a ciencia cierta, creció y creció como un mar sin fondo, las lluvias de
al por mayor, en todo el bajo abastecido por el reguero central, hubo tomates, sandías,
melones, maíz, mucho maíz, y arrozales, no sea mentirosa, dice Dios Padre infinito, si
en Mallermo nunca hubo arrozales, bueno, yo digo que sí, cuesta entenderlo, si la
hacienda era una maravilla, otro Paraíso más puesto sobre la tierra, todo gracia al
embalse, todo gracias a Benito Gál-vez Rodríguez, y por el camino brotó el totoral,
abajo, junto a las casas patronales, antes de las chacras, por donde entrábamos, ahí
estaba el ibis, el halcón y el perro, dice Dios Padre bendito, o sea usted y sus hijos, y
eso lo dejo oculto, y lo digo con orgullo, yo, yo, yo…, pero, válgame Dios, todavía no
aparecía por allá, Nano y Sergio, a todo esto, estaban en Santa Cruz a cargo de unas
tías, para que terminaran sus estudios pronto, si don Benito padre no había abandonado
su casona de ese pueblo, y tenía que atender, además, las parcelas de San Gregorio,
Cunaco, Benito el Grande, el hijo, con toda la plata que tenía y ganaba a manos llenas,
puso la flota de buses o micros BEN GÁLVEZ que hacían el recorrido a Isla de Yáquil
por dentro, con consentimiento de su padre, si era una familia linajuda, ya dicho,
Palmas, de San Miguel de Viluco y San Miguel de Los Llanos, no sé dónde queda eso,
quién tuvo la ocurrencia de traer pejerreyes ahí y arrojarlos al agua, y no sé si esto fue
bueno o malo, si para mejor o para peor, y el trajín de pasar a pescar se hizo rutinario
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los sábados y do-mingos, pero Benito y don Carlos Stüver no decían nada, no había
adentro, resultaba mucho mejor, des-de allá se veían las luces por la noche, y eso a
nadie asustaba o intimidaba, son hombres que están pescando, decían, y podían estar
horrible que resulta ver a una criatura agarrada y tironea-da una y otra vez
tremendamente observar esa cuenca azul cubierta y tapada de agua —donde las
ondinas y nereidas cantan y bailan, decía—, donde Nano y yo nos amábamos con
tercio-pelo azul, con finura, acariciándonos, noche tras noche, como nunca.
Corría el año 60, y Nano, él contó más tarde, entró a estudiar a la Escuela Normal
de Preceptores, de los cuatro fue el mejor, él único que continuó con sus estudios, y la
ca-rrera elegida fue Pedagogía General, para ayudar a tanto niño pobre, indefenso, con
ojo-tas, de nuestro amado país, y es triste decirlo, yo también elegí la misma carrera,
en el mis-mo lugar, pero años más tarde, y vino la construcción de las casas patronales
de allá abajo, porque las de acá se hicieron poco, al otro costado del embalse, por el
mismo camino, en dirección a Pueblo Hundido y La Aguada, yo nunca fui para allá, y
no sé la fecha exacta de cuando ocurrió eso, todo tengo que imaginarlo, don Julio
estaba muy de acuerdo, si tenía las ca-sas del tororal ¿para qué quería más casas?, pero
hombre por Dios, exclamó Sara, déjalo, si la hacienda está creciendo, y compungido
tuvo que aceptar, y desde afuera Luchito Se-rrano escuchando todo, si tenía el cuarto
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afuera y con sus mansas ojotas subía y bajaba por el terraplén, abajo el corredor con la
artesa, la puerta y las piezas, arriba, repito: el montículo, y más allá la loma y llanura
fértil, ya habían traído ganado Hereford y Angus Abeerden, negros como diablos, y la
producción ganadero mejoró bastante, y era el propio Benito y don Carlos Stüver o
don Julio Pereira quienes iban a la feria a comerciar, y vol-vían a caballo o en tren,
Sara o Sarita no había abandonado Santa Cruz del todo, recurren-temente viajaba para
allá a hacer las compras, cuando volvía no se bajaba en la estación de Alcones como
podía suponerse, no, hombre por Dios, si era frenética y sabelotodo, sus-picaz y
abierta de culo, por eso, para que nadie le llevara la contraria, se bajaba en la estación
paquetes, por dentro, saltando cercas y alambradas, teniendo como enemigos a los
toros suizos y escuchando cantar a las tencas claramente, qué mujer tan fastidiosa, si
había lluvia se tapaba con un paraguas y el viaje, la caminata, se le hacía más larga y
agotadora aún, cuando llegaba allá Benito le decía: por Dios mujer, por qué no me
dijiste que te fuera a buscar en la carreta, y ella no, no, repito: frenética y sabelotodo,
suspicaz y abierta de culo, y Luchito Serrano no almorzaba con ellos, si lo único que
hacía era tararear las palabras como un mono, este hombre nunca manifestó cariño por
nada y por nadie, vivía como un pajarito, sin embargo sabía cazar y trabajar, doña Sara
entonces sacaba la cuchara del escondite, se sentaba a una orilla del corredor y comía
solo, de buena gana, doña Sara, enseguida, le traía un vaso del buen tinto y él lo
tomaba en silencio, como un jote, con poquedad de ánimo, sin pensar en nada, pues no
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tenía hermanos, los labios le quedaban amorotados y con la barbilla recién recortada se
levantaba a cazar, los «guachis», trampas para pájaros, los tenía puestos sobre el
gallinero, y eso se notaba a la legua: que era un hombre salvaje, poco amigo de la
Entonces salía con sus guachis de palos y lazos de alambre, y recorría mundos y
tras-mundos, si el viejo sabía cazar, nadie sabía para dónde iba, quizá a la loma
contigua, o tal vez más allá, podía ser una hora o dos, él nunca dijo dónde ponía esas
cuestiones, si hacía cebadero o no, si andaba mucho o poco, lo único que pedía era que
le trajeran más alam-bre de conejo para hacer los lazos, tanto de liebres como de
invierno o verano, y era tan poco bullicioso que nadie sabía de él, si dormía a suelo
raso o sobre una colchoneta, si tenía por almohada un palo de escoba o un saco de
trigo, si bebía agua o no, qué sordomudo por Dios, cuando quería hablar, hablaba a
borbotones, eso era algunas veces nomás, porque siempre se le veía silente, cabizbajo,
las arrastraba, siempre, si los inquilinos no notaban su presencia, nunca nadie osó
preguntar por él, y doña Sara lo tenía medio escondido para que nadie lo viera o
descubriera, si era su acólito, su alma gemela igual a ella, un poco mayor eso sí, para
que le calentara la cama y la hiciera feliz porque ella amaba la vida do-méstica, las
99
—Le traje una perdiz mi señora.
pastor alemán pero medio quiltro, no con todas las reglas, y no sé si eso era perro o
hurón maga-llánico u oveja, y tan lanudo y feo, y Luchito Serrano, como un idiota
muerto de hambre, le chupaba las ubres a las ovejas, ¿por qué creís que esas criaturas
andaban con mastitis?, si don Benito lo ve lo mata, si Luchito era y parecía un animal,
nunca fue ni quizo ir a una escuela, lo único que hacía era bañarse en los esteros,
zambullirse por debajo del agua con una cerbatana y escapar de la gente, ¿por qué cree
que era medio sordo?, a veces, cuando andaba cansado y álgido tenía que ir doña Sara
sido eso: consumirse constantemente bajo el agua, si se creía pez o rana, haciendo
glup, glup, glup, o croando, croac, croac, croac, si doña Sara lo buscó harto harto hasta
encontrarlo en Las Juntas, con sus amigos de Las Pataguas, ¿y qué hacía hija por
Dios?, qué más, bañarse como pato en la laguna, y él: ta, ta, ta, ¿no habrá existido
amor entre ellos?, cuándo por Dios, si ese hombre no sabía lo que era el amor, cómo,
cuándo, sería horrible pensar eso, y no quiero hacerlo por nada del mundo, un viejo
feo, alto, ramplón, tonto como Frankenstein y doña Sara, no lo creo, yo nunca, maestro
Corneta, vi nada, ta, ta, ta, había que pedirle las cosas como rogándole, con anuencia y
permiso de doña Sara, mis hijos se criaron viéndolo a él, y es horrible pen-sar eso, creo
yo, subiendo y bajando por el montículo una y otra vez con el tarrito en la mano.
100
Los guachis los armaba a cielo descubierto, sacaba paja del granero, pedía un poco
de trigo a doña Sara y partía a ponerlos en los mejores lugares, y esa perdiz ¿cómo
cree que la cazó?, ¿cómo cree que vivía en el Chequén?, como un loco, como un
villano, apartado del público y de cuanta fiesta, si eso era anormal, don Benito lo
aceptaba para no llevarle la contraria a doña Sara, si ella le dijo y explicó que eran
amigos desde niños, que lo quería y amaba de verdad, pero solo como amigos, si
nunca tuvo ni pensó tener una revoltura con él, su marido, a quien amaba ella, era
Benito, eso lo dejó bien en claro desde el mismo día que Luchito Serrano llegó a la
casa, ¿por qué no le contaba la verdad a fin de cuentas?, de que ella, huevón, era
calchona y él, quién más, el tinterillo del diablo, si vivían y hacían las cosas juntos,
Luchito Serrano partía a los cerros más altos detrás de las codornices que en bandadas
cruzaban por las cercas, y él, arrimándose, ya aclimatado, con la lengua acarame-lada,
quieto y firme y contrito, ponía el guachi justo ahí, bajo una mata de espino, o junto la
zarzal, o cerca del totoral, para que nadie lo viera o pillara, y eran dos, tres o cuatro, y
bien lo digo, así nomás, sin cebadero, sin nada, a la buena mano de Dios, como salga
la cosa, como no queriendo, y al otro día se levantaba bien temprano, porque había
tanto zorro y güiña transitando por los campos, para que la caza no se escapara,
esperando tan-to y tanto, toda la noche esclerótica y escalofriante y fría, al fin, volvía a
Y decía:
101
Si Luchito Serrano era un animal astuto, samaritano, y él no escatimaba esfuerzos
para servir a su señora, si usted, Gabriela, ya dijo que era un sirviente del diablo, ¿por
qué nunca se enfermaba o pasaba malos ratos?, ¿cómo convenció a mi suegro para
tenerlo y alimentarlo ahí?, ni que fueran brujos, ja. Luchito Serrano, lo más del tiempo,
andaba con cuidado como escamoteando las cosas, como viciándolas, si parecía
cucaracha por la for-ma como caminaba, o quizá ardilla o ratón para hurtar los
las ollas, y la fiesta del lazo era me-jor incluso, durante tres o cuatro horas salía con el
martillo a armar esas huevás, y recorría mar, cielo y tierra, conocía gran parte de la
hacienda, y conocía de sobra los sitios seguros y no, los lazos de liebre son de doce
hebras y un poco más largos, los lazos de conejos son de ocho hebras en cambio, y un
poco más cortos, y él sabía identificar, en plena hierba, cuando había un camino de los
buenos, por donde pasaba el animal bendito de mi Padre, tenía alrededor de cuarenta,
cincuenta o más, y los iba poniendo en hilera, uno detrás de otro, y la marca la hacía
cortando una rama o hierba, por ahí tenía que pasar al otro día, y siempre, créalo usted,
cazaba uno o dos o tres conejos, y más de alguna liebre que había perdido la huella
durante la noche, si estas criaturas milagrosas duermen duran-te el día y salen a comer
y a jugar en el trasnoche, si son animales nocturnos, don Benito no tenía y nunca tuvo
escopeta, si la caza perjudicial o no, no era asunto de él, Luchito no pensaba así, por el
contrario, pensando siempre: esto es lo mío, o bien, de esto vivo yo, si la caza,
ejecutada como corresponde no tiene ninguna malignidad, ya lo dije, por eso él obraba
así, entonces llegaba a la casa regia y decía: oiga, le traigo una liebre ahora mi seño-
ra…
102
Y doña Sara, como laucha, no mala del todo, volvía a saltar.
103
Yo había cumplido diecisiete años recién, en diciembre, y había pasado a Sexto Año
Santa Cruz, en calle Orlandi, ya dicho, por la Plaza de Armas hacia adentro, a un
remotamente que existía la familia Gálvez Osorio, si Santa Cruz era una ciudadela
mayor, más grande que Peralillo o Marchigüe, más grande incluso que Pichilemu, y
eso era mucho decir, por eso competía directamente con San Fernando, ya dicho, la
cabeza provincial, si todo eso era Colchagua, de aquí es originario el roto colchagüino
que tanto ha dado de hablar, que se extendió por todo el país, de aquí, de aquí, nada
con frenesí: todavía, quizá mañana, pensaba, o pasado mañana cuando haya sol, tal
vez, me gustaba un niño de la tienda Caluga y Menta, por Rafael Casanova hacia
adentro, tercer local, creo, si todo el centro se ubicaba en esta arteria principal de
chicha y aguardiente, ahí donde vendían ropa a la moda, y eso me gustaba mucho, me
encantaba la tienda Re-ggo al medio, y la tienda C’Muà para mujeres como yo, y el
cinco estrellas como ahora, si Santa Cruz estaba floreciendo en medio de la nada, mis
amigas eran Priscila Guzmán, de Pera-lillo, Rosario Landeretche, del mismo Santa
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Cruz, y Pía Santelices, de Chépica, por las tardes, cuando las monjas nos daban
Fernando a Pichilemu, y sabía que había otro tan bello y sublime como el nuestro, el
ramal de Pelequén-Las Cabras-El Carmen, eso quedaba más allá, en la provincia del
Peumo, Pichidegua y todo eso, yo habría dicho Sepa Moya, si todos los viajes que yo y
subía al segundo o tercer vagón y hacía mi travesía, después, con Priscila, Rosario y
Pía íbamos a la calle Rafael Casanova y nos encantaba vitrinear, llevábamos una
que ese corajudo hombre iba a ser mi suegro, yo nunca lo vi, solo sabía que el letrero
arriba decía: BOTILLERÍA DON BENITO, con flores y amor regresábamos a la plaza
Las noches eran tiernas y azulgranas, las piezas estaban para atrás, al otro lado de
maña-na directamente a la escuela, y todas, créalo así, éramos buenas amigas, no nos
matemáticas, con la profesora María Luisa Stromberg hacía agüitas, qué ramo tan
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primero fue el álgebra y el cua-drado al binomio, después las ecuaciones de primer y
cresta, así tal cual, si no entendía nada, y me iba pésimo, en las pruebas constetaba
puras burradas, y Priscila y Rosario me ayuda-ban, sin que María Luisa Stromberg se
contestaban por mí, yo entregaba la prueba y me reía sola, para mis adentros, antes de
como una tonta, del curso era la peor, la más porra y autista, y lo digo con ironía, el
librito que usábamos era el Fancisco Proschle, qué librito Dios mío, yo, para remate,
nunca lo abrí, la profe decía: ejercicios del 10 al 20, oh por Dios, y luego: del 21 al 30,
así, para que todas entendiéramos el intrincado laberinto del álgebra por ejemplo,
chucha madre, oh, usted diciendo una grosería, bah, también las digo, y cuando llegaba
la hora indicada nos sacaba adelante a hacer el ejercicio requerido, una vez me sacó y
explo-tó en ira, qué muchacha por Dios, tontita, dijo, no sabes nada, y me mandó a
hacer la guerra, y nunca más me volvió a sacar, si la vieja lo hacía de adrede, como
para burlarse, tiempo más tarde supe que se había comprado una casa en Pichilemu en
avenida Ortúzar, al final, colgando a pique, y cuando la veía por los pasillos o por las
calles nunca la saludaba, no, eso sí que no, yo no saludo a viejas alcahuetas conchas de
su madre, sí, claro que sí, si yo soy certera y precisa, como las matemáticas.
Yo no era una chismosa, y desde Pailimo, el otro pueblo señorial de más allá,
comen-zó a pasar la micro de don Jorge, un viejo rojo muy parecido a mi padre, y la
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micro era de color amarillo y colorado, parecía centollo ultramarino transitando por el
pueblo, en vez de venirme en tren el día sábado, como de costumbre lo hacía, me venía
en la micro de don Jorge que salía a las dos de la tarde de Santa Cruz, día viernes,
claro está, así aprove-chaba lo que quedaba del día, y los chiquillos también se venían
colegio, ella iba cuatro cursos más abajo, y era una porra no solo en matemáticas sino
en todas las materias, yo, co-miendo una manzana alegremente, nunca la vi estudiar, si
no hizo estudios universitarios, cómo, con qué ropa, abuelita, si yo era la grande, la
significa comer manzanas?, pues qué, comer el fruto prohibido, transgredir todas las
me eseñaste eso abuelita, no hay que estar jodiendo a nadie para conseguir algo, soy
nunca pedí ayuda por algo a nadie, yo me hacía valer por mi misma, y Susanita era
igual a yo, un poco débil y abatida, siempre se salía con las suyas, yo al menos
estudiaba, ella no, y nuestro padre y nuestra madre nos querían de igual modo,
mientras llegaba a la casa el día viernes, los saludos y todo eso, Teresita decía: ¿y
cómo le fue mi’hijita?, yo decía: bien, gracias, otra semana más, y le ayudaba a hacer
queso blanco de leche de vaca, y si hacían pan amasado también ayudaba, si nunca fui
liviana y levan-tada de culo, mi padre era quien aporreaba la masa con sus manazas, y
el vello quedaba ahí, y nadie reprochaba eso, la señora Luca cocinaba pantrucas o
«machos ahogados», y le ayudaba a servir, si doña Luca era una buena persona,
honesta y justa, de grata presencia y feliz, casada enhorabuena con Germán Meléndez,
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de lo alto, cuñada de Fernandito por lo pronto, un hombre que fue importante para mí
y para la vida de mis hijos, bueno, bueno, si yo, a mis diecisiete años, era toda una
mujer, mamá por Dios, no me hago la de las chacras en esto, yo nunca fui una
alcahueta, nunca facilité ni obtuve nada a cambio por una relación amorosa, ni yo sé lo
veces, yo no soportaba esas cosas de ellas, estar hablando de la gente así como así,
sí, lo digo con todas sus letras, si los Iturriaga eran así, abiertos de raja y habladores,
cabello, y era muy buena, atenta, gloriosa, la madre y abuela de aquellos maravillosos
parajes, y después, en camión volvíamos, yo hacía mis tareas y estudiaba, y así pasaba
el día sábado y venía el domingo, a veces iba a misa en la mañana y era feliz
contemplando a esos muchachones, huasos algunos, otros no, en la tarde mi padre nos
iba a dejar a la estación y hacíamos el viaje de regreso a Santa Cruz, a las monjas, dirá
usted, día domingo, con el deseo de estudiar y salir adelante, solo sé que nada sé y
entre más sé, sé que nada sé, como el aforismo socrático, repitiéndolo una y otra vez,
si el hombre y la mujer no somos nada ante la vida, y yo, a pesar de mis diecisiete
años, ¡qué iba a saber!, si en el colegio enseñaban lo básico nomás, y tenía el bolso
Pielarmina, para mejorar mi apariencia quizá, parecía una flor, una pomarrosa, algo
así, como un manzano floreciendo con el fruto prohibido, porque yo siempre fui una
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pecadora, y eso me encantaba, transgredir una y otra vez todas las normas, si, de
también, si me gustaban los hombres, todos los hombres, fueran ricos o pobres,
machos o no tan machos, con botas de tacón o sin ellas, entonces, llegando a Santa
Cruz, tomábamos la carreta y nos bajábamos en la plaza, nuestro padre nunca quiso ir
a dejarnos en camión, el petróleo sale muy caro hija, decía, por eso el tren, los
chiquillos, mis hermanos quiero decir, se iban en la micro de don Jorge el lunes a
primera hora, si el viejo pasaba por el pueblo como a las siete, y llegaban justo a las
ocho, o pasadito las ocho, para entrar a clases con dardos y muelas y botellas, sin lujo
Errázuriz), porque para estar ahí había que ser buen alumno, si no te echaban, ahí, ahí,
en plena avenida Errázuriz, así se llamaba ahora, no avenida Paniague como antes,
porque el alcalde se le ocurrió cambiarle el nombre, y todos felices abuela, era lo que
tú querías para nosotros, que estudiáramos mucho mucho, por-que tus hijos no
El día lunes tempraniro empezaban las clases y yo era buena para castellano, y
costaba un mundo estudiar esas huevás, pero con esfuerzo lo hacía, la vieja de Inglés,
doña Regina Davis, nos hacía sufrir muchísimo, completamente alterada gritaba: this
is my class, y noso-tras escuchándola con la boca abierta con estupor, qué querrá esta
vieja ahora, decía en voz baja, y Priscila y Rosario y Pía y yo, todas juntas, porque nos
sentábamos juntas, asustadísimas, nos quería colocar una mala nota de adrede, nos
quería llamar la atención, quién sabe, por eso gritaba a voz en cuello: this is my class,
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pay attention please…, vieja idiota y facinerosa, yo estudiaba el libro y todas sus
huevás con esmero, y nunca de verdad aprendí a hablar ese idioma culeado, yo amo el
castellano, amo mi tierra, amo mi gente, sus dichos, sus modismos, su hablar, y si
alguien menciona una palabra que desconozco lo aborrezco al tiro, I was never a baby,
claro que sí, sí sabía algunas cosas, lo más básico y noble y directo, gracias a ella, a
doña Regina Davis, profesora muy estúpida por lo demás, por eso, por hablar así,
como una cloaca, sin amor, sin brillantez, a quien nunca quise ni amé de veras.
Y eran seis horas aburridas de estudio, eso duraba la jornada, salíamos a las dos o
dos media, a almorzar en los comedores, y era tan pero tan mala la comida que
siempre criti-qué eso, como las monjas salesianas de don Bosco, si eran la misma
repetido dos veces, de la religiosa Santa María Mazzarello, podían darnos cosas así, si
no tenían plata acaso, unas mazamo-rras con migas de pan horribles, carne fría y
aguardentosa, frutas y verduras amargas agua-chentas, oh, qué asco por Dios, cómo
comíamos eso, ni las moscas o chanchos eran capaces de tragar eso, ni que fuéramos
perros, teníamos que olvidarnos y pasar el almuer-zo durante horas y horas, y ahí los
niños, si me apuro, me gustaban los estudiantes del Colegio Marista de San Fernando,
de calle Marcelino Champagnat Nº 0180, siempre los veía pasar con su chaqueta azul
mario e insignia morada, rubios, altos, amorosos, de ojos verdes o azules, preciosos, lo
Belmont o un Viceroy, para probar como era el cigarrillo, pero eso lo encontraba tan
repasar las materias, de nuestro curso éramos como seis o siete internas, todas las otras
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venidas de afuera, y en la noche la jugarreta de los cojines, toma un cojinazo y dos y
tres, y revisando las revistas de moda a escondidas, sor Ruth era letal, si nos pillaba
tenía la vieja, si era inspectora jefe o solo profesora, y sor Angélica, una monja arisca,
moñuda, arrugada, era mucho peor, si pasaba gritando por los patios, decía a rajatabla:
no se suban ahí, y luego: no hagan eso, y diciendo siempre: yo mando aquí, niñas, este
es mi colegio, empoderada, con los brazos en jarra, yo nunca la tomé en cuenta, nunca
le hice caso quiero decir, me echaba las manos al delantal y salía de ahí, para evitarla,
si era fea y ho-rrible, peor, mucho peor que sor Ruth. Y eran las únicas monjas que
veíamos a diario, las otras pasaban acuarteladas, y, por eso mismo, no sé realmente si
habían más o no, y venía el curita a hacernos misa por las tardes, y eso me abrumaba
en extremo, misa día por me-dio, yo nunca comulgaba a pesar de que me confesara de
continuo, porque las monjas nos obligaban, así y todo nunca tuve arrebatos de ira, mis
pecados capitales los controlaba de a poquito, de ahí la confesión, y era, valga decirlo,
de las mejores alumnas, si no la mejor, aunque en matemáticas fallara una y otra vez.
Bien lo sé, Gabriela, las monjas me querían mucho mucho, cuando dimos los exá-
menes para entrar a la universidad fui la mejor evaluada, por eso las monjas
dictaminaron en forma bondadosa que estudiara Medicina, si por de pronto, había sido
la mejor, yo di un grito fuerte y dije que no, señoras, expliqué, no hagan eso conmigo,
yo quiero ser profesora, eso es lo que más quiero, lo que más me urge, sí, Gabriela,
como toda Ga-briela, añadí, era lo mejor para mí, y así lo hice y cumplí, y de esta
la ciudad, muy lejos de mis padres y de todo, no para escaparme sino para ser feliz,
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muy feliz, para ser como yo era en aquel entonces, hice las maletas y partí en tren a la
ciudad, y me tocaron ramos di-ficilísimos, mucho más complicados que los que
nunca fui aturdida y aprendí las nuevas materias de buena manera, y tanta gente
eso, y era tanto el estudio que, por culpa de eso, no pude tener amigos o amigas, nunca
Dios mío, y lo digo a calzón quitado, ni un amigo o amiga, nada, puro estudio. Cuando
con su trajecito y pañuelito del mismo tono, mocasines y bigo-te corto a lo Robert
Taylor, y nos sacamos fotos, yo con mi moño y guantes rasos largos, yo me creía una
flor, una rosa llena de elegancia y primor, y mis padres igual, orgullosos de mí a
ciencia cierta, todavía conservo esas fotos, y es tanta la belleza y donaire que expresan
que todos quedan alegrados mirando eso, ¿tú?, preguntan, sí, digo yo, en mi li-
peldaño para subir, y los estudios superiores, otro peldaño para seguir subiendo, me
niño, y agogós: guía, conductor, que el niño debe ser educado en un ambiente de amor
mundo de juegos y amigos, bien lo sé, si tú Gabriela, la maestra rural, trabajabas así,
yo estudiaba los textos con amor y prodigalidad y poco a poco iba aprendiendo, luego
basa en el maestro, el niño lo aprende todo de él, y con intución y alegría captaba
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absolutamente la magia de todo eso, y me hablaron de John Dewey y de Freinet y la
Escuela Moderna, y fue conociendo las mejores técnicas de ense-ñanza dictadas por
unos y otros, si todos estos señores y señoras habían sido filósofos de la educación
mejor educador, pensaba yo, había sido Jesucristo, ¡cuántas cosas no enseñó ese
pensamiento: buscad el renio de Dios y su justicia, y todo lo demás será dado por
añadidura, si ya me creía profeta por culpa de las monjas, y hacía cuenta regresiva y
recordaba mis años en el colegio, y me preguntaba ¿por qué no fui monja en ese caso?,
no, si yo lo decía era porque amaba la vida, amaba el mundo, quería, con enojo,
santificar mi entorno, y repetía con pundonor: he venido para que tengan vida y para
Auxiliadora, pucha miéchica, no sabía lo que pasaba conmigo, si el asunto del rezo, de
la fe, todo eso, no lo podía superar, todos fuimos educados en eso, y máxime teniendo
a la abuela Teresita encima que ¡válgame Dios! pasaba rezando, ¿no habrá tenido
educar, repito: santificar, y luego por la calle: orad en todo tiempo y no desfalleced,
como decía el Evangelio de Lucas, y eso era en verdad, orar, cavilar, pensar en Dios
tocaran, que me masturbaran con el dedo, que me amaran en alguna medida, pero otra
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despercudirme del asunto religioso, todo por culpa de mis padres, no es cierto Priscila,
juvenil y alegría, ellas no estaban conmigo ahora, pues estaba en un ambiente nuevo,
en la crème de la crème, pensaba, y como tonta, volvía a repetir por enésima vez:
felices los mansos, porque ellos recibirán la tierra en herencia, o bien: felices,
dichosos —reforzando la idea— los que padecen hambre y sed de justicia, porque
ellos serán ahítos, qué locura por Dios, ya pues, demonios, decía, déjenme tranquila,
déjenme en paz, volar de aquí, si no soy una tonta ni una loca, gritaba, si la vida es un
actriz nueva, poderosa, el pro-ducto de toda una vida, quiéralo Dios, si ya me creía
Las cartas están echadas, pensaba, y nunca, renunca, recibí las críticas de alguien,
si era una niña de bien, la primera que tuvo mi padre, y eso era mucho decir, una niña-
ejemplo, una niña sobre todo dotada de virtud y capacidad, habilosita, decía mi madre,
amaba mi nombre y nunca pensé cambiarlo, pese a que haya existido otra Gabriela
más grande que yo, si ella dio los primeros pasos, y se hizo famosa por eso, por lo
mismo mis padres me colocaron ese nombre, para que la alcanzara o superara, y por
eso mismo yo elegí la carrera de Peda-gogía, Pedagogía General para ser más precisa,
y eso fue como subirse al toro, girar y gri-tar, pero con ahínco, con ímpetu, y sobre
todo con amor, si jamás nunca, de verdad, me había sentido tan dichosa, y tan grande,
y tan dije, y tan simple, y tan hermosamente pura y enérgica y sabelotodo. Tan fresca,
como diría Teresita del Niño Jesús, tan fresca de raja, diría yo corrigiéndola.
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Y la tierra se felpó de hierbas y granos.
Y luego:
Y don Sata, Satanás, no aparecía por ninguna parte, eran puros deseos.
Doña Sara lo sabía, por eso se hacía la tonta, si eso nunca se ve, solo se siente, por
eso solicitaba la ayuda de su acólito, y sin girasoles, sin flores de ningún tipo, Dios
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con alas largas como murciéla-go, por los recovecos salía revoloteando como si nada,
como mojón quizá, tranformada en el chonchón, canta feliz, canta sin penas…
Así, así.
Martes hoy,
martes mañana,
plagado de brujos y demonios, ah no, no me cree, si cuento la verdad enterita, por Dios
santo, si brujos y brujas hay en todas partes, tanto en la zona central como en el sur, y
para Mallo-co y Talagante e Isla de Maipo más aún, en San Pedro de Melipilla y La
Manga y Loyca también, no iré a saber yo, si también tengo dedos para el piano, y el
Partenón, créalo así, ante la abundancia de cosecha, bajaba a posarse sobe el suelo, yo
lo he visto en sueños varias veces, y la gente entrando a hacer sus plegarias, como las
mandas que se hacen en Pelequén, algunos de rodillas, otros de guata, otros a pie
pelado, y haciendo el pase y salu-do mágico, si todos, repito, somos ángeles, ángeles
de Dios, ángeles del Señor, ahí no hay robo ni usura, cada cual hace su trabajo y
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mucho peor, de ahí no sale nadie, y Benito Gálvez padre siguió visitando el Partenón,
templo flotante maravilloso, cuando necesitaba ayuda, si fue y era muy creyente.
Las cosas así o asá, y Benito o don Benito tenía una camioneta Ford azul ya, con
una tolva puesta en la carrocería para llevar agua a los animales, si el trabajo de la
hacienda era grandísimo, el ganado Hereford, él mismo contó, lo trajo del valle de
vida, el más grande y gallardo de Colchagua, el más grande del mundo, dijeron, y el
Angus Abeerden, del mismo modo, antes de que lo pisara un canguro, lo trajo de El
Olivar —donde se cría mucho—, al otro lado de Requínoa, la hacienda, con esto,
quedó llena, ya no cabía un alfiler, y repetía a viva voz moviendo los labios: Pablito
clavó un clavito, qué clavito clavó Pablito, oh sí, maestro Corneta, si usted era así, o
tres tristes tigres trigaban en un trigal, o bien, ese dicho que te han dicho no le he
dicho yo, porque si te lo hubiera dicho yo estaría bien dicho por haberlo dicho yo, sí
suegro porque usted era así, y se dirigía a la carretera, tomaba el camino central hacia
cantando feliz de la vida, si usted ya había cumplido con don Julio Pereira, si él lo
amaba y respeta-ba, por todos sus logros, y para no tener problemas no se metía con
usted, si usted, suegrito, sabía más que él, usted tenía técnica, cacumen, aristocracia y
visión, sabía más incluso que el propio primer ministro don Carlos Stüver, viejo
chascón y feo, de nariz chata o caída, si don Julio Pereira se hubiese unido a don
Carlos Stüver, usted de igual modo los hubiese superado, usted era grande, justo,
Oliver Reed, a todos esos, usted sabía más que el propio Padre Hurtado, no canozanido
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aún, por eso pasaba hediondo a guarén, y tenía tantas deudas que nunca pudo pagarlas,
cómo estamos, si usted no se metía conmigo, algún motivo habrá tenido, y decía:
dábale arroz a la zorra el abad, o Roma ni se conoce sin oro, ni se conoce sin amor,
si conocía todas esas cosas, o bien, Roma o Amor, si son lo mismo, si tenía un Cerebro
gigante, si visitaba el Partenón, eso no lo hace nadie, ni los santos, era capaz de leer de
atrás para adelante como lo hacen los demonios, por eso trajo dos tracto-res John
Deere verdes, los del venado amarillo, los mejores para las faenas de campo, y el
trabajo agrícola se envalentonó, toda la paja la guardaban en los silos, y yo veía todo
aque-llo: cómo con horquetas apilaban los manojos y gavillas y desde el coloso, arriba,
por atrás, las tiraban a la punta hasta consumirse, y por el hoyo de abajo, más tarde,
cuando era necesario, la volvían a sacar, el forraje, por esto, creció con dignidad y
elegancia y jus-teza, y el tractor Massey Ferguson rojo con el catango atrás, donde
llevaban el agua para los animales, si había abrevadereos en todas los sitios, una
hacienda colosal, magnífica, suntuosa, con tanto forraje y talaje, matraca tras matraca.
Y párele de contar, si don Benito era hombre rico, millonario ya, en él, Pedrito, no
ha-bía ninguna amargura, había cumplido con su matrimonio y con todos, ¿qué era en
ver-dad?, una avispa, una avispa hortelana, del trabajo y más trabajo, así se construyen
los ho-gares y estancias y planetas y Soles y galaxias, con esfuerzo, con inteligencia,
como él, in-tentaban imitarlo pero no podían, si don Benito tenía su propia sangre,
insignia, clase y vigor, si su casa era un templo, y con el braserito para calentarse de
las frías tardes, y decía: Eva, ya hay ave, y luego: la ruta nos aportó otro paso natural,
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si sabía tanto de mate-máticas como de castellano, tanto de historia como de biología,
todo lo aprendía por osmosis, un extraño tipo de aprendizaje, si era baquiano, cuánto
lugar no conocía, ¿a qué cree que iba a Lolol, a Paredones y Bucalemo?, a la fiesta del
zorro, dirá usted, mentira, nunca le interesó eso, si a él le gustaba jugar con las
palabras, era estilista y ovejero, metía las patas constantemente y las metía hasta el
fondo, si era un buscavidas, no estaba satisfecho de su pasar en Santa Cruz, bueno, por
eso cambió de rumbo y vida, y desde el Partenón lo observaban, allá arriba donde
moran los ángeles y arcángeles, y lo alababan, los libros de la justicia divina tenían
retratos de él, cuando por ejemplo dormía, una foto, cuando se levantaba, otra foto,
cuando salía andar en la camioneta, otra foto, el libro de naturaleza invisible, el libro
de la vida decía: la vida y obra magnífica de Benito Gálvez Rodríguez, por honor y
gracia de Nuestro Señor Jesuscristo y la Divina Providencia, con puño y letra del
Sagra-do Corazón, si todos tenemos nuestro propio libro, allí donde se anotan las
agosto, no sé si iba o no, yo creo que sí, bufón, si esas cosas no se las perdía, ahí se
juntaba mucha gente, y vendía empanás y vino tinto, anticuchos y gallinas enanas,
ancianos atormentados, si era una fiesta universal conocida por todos, doña Sara nunca
almendras, si las frutas secas le encantaban, una vieja costumbre que traía del
Chequén.
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Bueno, Lele Guajardo contó, yo nunca lo vi, que Luchito Serrano hizo una
huerta
cuadrada de treinta metros de largo por veinte de ancho, repito: yo nunca vi eso, sin
em-bargo le creo, Jorjo, amigo, Pimpo, y Tete Rojas, todos ellos trabajadores de la
hacienda, y ahí se puso a plantar cebollas, tomates, ajos, pimentones y todo eso, y la
tapó con ramas de espinos y cañas de bambú, para que nadie entrara ahí, en las esquina
puso dos esca-leras, una por dentro y otra por fuera, si era para abajo o para arriba, si
estaba cerca de la casa o lejos, no lo sé, doña Sara le proporcionaba las semillas o
almácigos y él, en forma saludable, hacía su trabajo, el agua la conducía por acequias
desde el reguero central, oh Jorjo, oh Pimpo, oh Tete Rojas, ustedes saben todas estas
cosas porque las veían a diario, y tú también Mario, hermano del Tete, en tu
carretoncito, y tú Renato y Gonzalo, todos esos, si los conozco y conocí, si yo les hice
a clases a todos ellos o a sus hijos, si no soy boluda, Luchito Serrano pasaba toda la
mañana en la huerta aporcando las tazas y surcos, regando lo más bien del mundo, con
su pala de hoja y azadón y rastrillo, si el viejo tenía los dientes carcomidos, uñas largas
sucias feas y pantalones con manchas de pintura o cloro, uf, cómo se afanaba ese
hombre, con su gorrito de lana y andar quejicoso, barba siempre recortada con el
todavía no lo conocía, y después, por las tardes benefactoras, se iba a pescar pejerreyes
a veces, el cuartucho lo tenía lleno de tarros de yogur vacíos, con algu-nos clavos y
nylon enrollado, y lazos y más lazos, los anzuelos los fabricaba doblando un alfiler con
fuerza, hacía la armada y abajo ponía una plomada, y de esta manera se iba a pescar, se
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instalaba en la parte más honda del taco, de seis o siete metros de profundidad, y
vamos pescando pejerreyes, y sacaba unos cuantos, no tan grandes eso sí, los echaba a
una bola de nylon, volvía a las casas caminando en forma solitaria y silenciosa y se
Y doña Sara, entusiasta y ágil, lo elogiaba con bonitas y buenas palabras, eso para
mí, decía, oh, cuánto se lo agradezco, me encantan los pejerreyes fritos con ensalada
Antonio, do-ña Sara le daba un vaso del mosto más ligero que había y Luchito Serrano
se sentía feliz nuevamente, si doña Sara sabía apreciar lo que era bueno o no, y
Luchito, por ella, era ca-paz de dar la vida, si pese a ser sordo no era un holgazán, la
gente, los lugareños y don Benito lo habrán despreciado, pero ella no, si lo amaba, si
ambos eran del Chequén, pue-blo de tres o cuatro casas maldito, me importa un bledo
que quede por la camino a La Es-trella, yo lo coloqué al otro lado de San José de
Marchigüe y con eso me quedo, si era, repito, un sector con aguas, y a veces, en
invierno, se ponía botas de goma o bototos gruesos, y estos últimos, con una argamasa
de grasa los cubría, para evitar la lluvia y el viento fuerte, y, claro está, se ponía una
manta de lana de oveja con rayas lívidas, toda agujereada, qué parecía, un fantasma de
fuerte, de manos largas, robustas y esqueléticas, cara llena de surcos y cráteres, dientes
amarillos grandes cuadrados, repito: jo, jo, jo, el mismo Frankenstein en persona, jo,
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jo, jo, aquí vengo yo, el peor es nada, con la fiesta de la perdiz y el guachi, las liebres y
los conejos y coipos, y doña Sara queriéndolo tanto, si eran uña y mugre, uña y carne,
como se dice.
se los traía directamente de Melipilla, por la carretera habían unos puestos donde pedía
y compraba a su gusto, y las semillas de las hortalizas las traía de Santa Cruz, y vamos
repi-tiendo Pablito clavó un clavito, qué clavito clavó Pablito, para hacer mofa de
Luchito Serrano que apenas podía hablar, si a veces era tanto el susto que
moviendo las manos, los dedos y uñas sucias tratando de expresar correctamente lo
que quería expresar, si soy yo, Gabriela, con-tándote esta historia a ti, a ti, créeme, si
todo lo que te digo es cierto, en el mapa, búscalo si quieres, sale un marca celeste y al
lado la nota pequeña de «embalse de Mallermo», chiquitita, ínfima, allí donde vivió el
ibis, el halcón y el perro, tú sabes a lo que me estoy refiriendo, ¿no?, si el ibis tomaba
iban a la poza que se formaba en el totoral donde está el puente, allí donde había
taguas y patos salvajes, sapos chicos y ranas grandes, si todo eso era yo, y tú, y todos
nadie sabe lo que es eso, si hablo de Rinconada de Alcones, todos dirán dónde queda
Rinconada de Maipú?, también, lo ves, no te lo digo yo, si Mallermo era una mundo
pequeñito, el más alegre y feliz, el más verde, bullicioso y productivo, si ahí estaba yo,
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Reina Madre Avispa, y todas mis obreras y zánganos y abejorros y chaquetas
vida y la verdad y la justicia, te lo garantizo, sin igual, sin tapujos, yo, Reina Madre
Avispa, y esto no es fruto de mi fantasía o imaginación, no, claro que no, revisa esos
Luchito Serrano sobresalía por sus notas de esperanza, por su simpleza, por su
hidal-guía, por su quintaesencia, si era una momia egipcia, por eso te hablé del ibis, el
halcón y perro, todos entienden eso, si era un zombi, si ese viejo estaba muerto desde
hace años y doña Sara, con sus artificios de brujería, lo resucitó, si era la Serpiente
Pitón redimida, y Hades o Plutón y todo eso, si la magia vudú está y se practica en
todas partes, lo digo yo, nada más que yo, con solo pronunciar una palabra pidiendo
clavel, en un grillo, en cualquier bicho extraño, si era mutante, los brujos y brujas
conocen todas estas cosas, ¿por qué crees que te hablé de Frankenstein?, si tenía
nadaba bajo el agua ¡buh! como culebra o sapo, si se alimentaba de mos-cas y arañas y
Mallermo habían duendes por todas partes, y ninfas y hadas madrinas y don-cellas de
cuatro alas voladoras, y las mariposas y libélulas y caballitos del diablo ¿qué creís que
son?, y nereidas, ninfas de las fuentes, y ondinas, ninfas de agua dulce, ríos, esteros y
mares, todo eso existía en Mallermo, si era una tierra mágica y especial, todo era
sobrena-tural, todo tenía un sentimiento extraño, todo, te lo digo una vez más, venía de
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lo alto, bueno, bueno, y Luchito Serrano otra vez llegando y diciendo: le traje lechugas
escarola y costina, y Sara, doña Sara sonriendo nuevamente, mi niño, mi paje, decía, o
bien: sáquen-me este guarén de aquí, oh por Dios, mentira, nunca dijo eso, don Benito
compró cepos en Santa Cruz y los trajo a la casa religiosamente, Luchito Serrano tomó
eso y comenzó a usarlos, el tipo de caza que ejercía era primitiva, con artificios de
madera o metálicos, y nada más, nunca usó un rifle o escopeta, nunca, nada de eso, él
era romano o egipcio, él amaba lo antiguo, si era una momia rediviva, y fue
tranquilamente al totoral, y entre las cañas, por donde bajaban las vertientes junto al
reguero, junto al agua quiero decir, por donde pasa y vive el coipo, especie de castor
bigotudo, por donde hace las madrigueras, puso dos cepos, y el tercero más abajo,
junto al puente, ¿y qué cree usted que pasó?, pues, cazó coipos o nutrias, ratas
nadadoras de orejas redondas, hocico largo y cubierto de bar-bas, cola gruesa y larga y
redonda y peluda, cuando llegó con esas cosas negras a la casa doña Sara no lo pudo
creer, ¡coipos!, gritó como una loca, como los que hay en mi tierra, y el mismo
Luchito con sus manotas desolló esos ejemplares, y saltando y saltando se sir-vieron su
Que no se ofenda nadie, desde Isla de Yáquil aparecía Benito el Grande de cuando
en cuando, y había que prepararle huevos con tocino y longanizas y budines dulces de
fruti-lla o durazno, si era un comilón, un tanto gordo y alto y medio pelado, un tanto
sillón de mimbre, ponía los codos sobre las rodillas y comenzaba a hablar, y pedía y
pedía, si iba para allá únicamente a pedir, doña Sara pasaba eso por alto, si amaba a
todos sus hijos, en especial a su hijo mayor, el más perspicaz, el más viril, el más
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trabajador, si todas las parcelas de Isla de Yáquil las administraba él, no sé si a don
Benito le otorgaba alguna ganancia, si decía con majadería que las vacas y novillos y
todos los animales eran de él, si se apropió de la casona de Rafael Casanova porque —
dizque— consideró que era de él, se le ocurre, iñor, dijeron, no sea así, y eso los
hermanos no se lo aguntaron, tanto Benito el Grande como Benito padre eran muy
parecidos, tanto cuanto más tomaban vino y hacían de las suyas, si Benito padre nunca
abandonó a sus putas, si doña Domitila y doña Margarita, dueñas de prostíbulos, eran
sus amigas, el amor hacia su Micaela no lo olvidó ni abandonó por completo, Benito el
Grande hablaba con su padre y le pedía toros, vacas, cabras, chanchos, le pedía carne,
mucha carne, y trigo y maíz y todas esas cosas, qué sucio y apro-vechador, dirá usted,
Benito padre se hacía el leso y le decía: en tanto en cuanto lo tenga te lo daré, y añadía:
yo mismo te lo llevo a Isla de Yáquil, pero espera un tiempo, Benito el Grande era un
usurero, si andaba cobrando y cobrando deudas contraídas hace mucho tiempo atrás, y
todo para obtener una ganancia excesiva, a él había que prestrales las co-sas, pero él
no prestaba nada, Benito padre le decía estas cosas a doña Sara, pero ella lo defendía
con presteza, con ahínco, es nuestro hijo, decía acomodando los trastos de la cocina, ¿y
por qué no siguió estudiando?, quería hacer usufructo mañosamente de lo que su padre
con tanto esfuerzo había ganado, no seas porfiado, Benito, decían los inquilinos,
nadie, éramos empleados de él, y la flota de buses BEN GÁLVEZ que tenía, y la
camioneta Chevrolet nuevita cero kilómetro, y su bella residencia, y las parcelas, bah,
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Y comenzaron las fiestas, no hay hacienda que ante tanta venta de ganado y
cosecha al por mayor, no celebre, y empezaron con el rodeo de todos los años, si eso
venía de antes, mucho antes de que Benito llegara a la hacienda, si eso es una fiesta
era un rodeo oficial aceptado por la Asociación Nacional, de modo que no otorgaba
puntos para el Gran Champion a ejecutarse en Rancagua todos los años a fines de
marzo, no, eso no, si apenas alcanzaba para ser una pichanga de gatos y perros, muy
medio pelo nomás, y al correr el jurado cantaba desde la tarima: un punto malo, y
luego a la vuelta: dos puntos malos, si atajar un animal contra los quinchos no es tarea
fácil, si los gallos acumulaban más puntos malos que buenos, repito: por eso no era un
rodeo oficial, y todos sentados en el tablao obser-vando las correndillas, juera, juera,
buey…
La fiesta del rodeo, dirá usted, a más no rabiar, y nombraban o elegían a una reina,
Rinconada vendiendo votos para ser elegidas como reinas, deje de cargosear con mi
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afectados melindres, parti-cipaba de todo eso, y vamos tomando una Pilsener o una
cerveza Escudo en el mesón, o una Coca-Cola con vino tinto, o pisco Alto del Carmen,
si los gatos eran todos pardos o plomos, u overos o atigrados, doña Sara tenía dos, y
riendas y después el rodeo de nuevo, todo el sábado y el domingo así, última semana
violador, «niñitas», digo bien, vale decir: óvulos de los ojos, si ya parecía vampiro, el
mismísimo Conde Drácula, ¿y qué creís que hacen los vampiros?, eso, solo eso, comer
niñitas, usted pensaba que eran niñitas reales, no, nadie hace eso, si no eran criminales,
doña Sara tenía al lado de ella a los especímenes más fa-mosos de la historia, a
Frankenstein por una parte, y a Vlad Tepes Draculea, vale decir: el Conde Drácula en
persona, por otra, y eran más grandes y reconocidos que el mismísimo Belcebú, vale
decir: demonios, si doña Sara sabía diferenciar entre uno y otro y tenía un grimorio —
Las llaves de Salomon— para reconocer y encasillar a cada cual, además de Sa-tán, de
Belcebú, de Frankenstein, de Drácula, estaba Lucifer, rey rojo de cuatro ojos y seis
testículos y cuatro alas invertidas, decía ella con honor, estaba Leviatán, rey del mar
funes-to e ignominioso que nunca vio, estaba Mammón, diablo oprobioso que dirigía
el dinero, y aquí, me detengo, ella amaba muchísimo a este demonio, mira dónde la
tenía, dónde la había encumbrada, estaba asimismo Asmodeo, demonio de tres cabezas
demoníacas que no conozco, ¿por qué cree que andaba con una pata de conejo en el
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bolsillo?, y esa cabeza de carnero o de macho cabrío, no lo sé, que tenía guardada en el
La fiesta terminaba el domingo por la noche, y doña Sara aparecía por allá en las
últi-mas horas, con vestido floreado y un delantal de grandes bolsillos blanco, bailaba
un co-rrido con don Benito y volvía a la casa ligerito, si las cosas mundanas no la
atraían mucho, Nano estaba de vacaciones para entonces y ayudaba a su padre en los
o 64, no más, don Carlos Stüver entregaba el trofeo, y todos se iban a sus casas felices,
sin embargo los festejos continuaban durante todo el año, a mí lo que más me gustaba
era la fiesta de los caporales, no sé por qué, y no sé si llamarla así, aquella que hacían
cuando capaban los terneros y borre-gos, si eso era un festival de chicha y aguardiente
y asado y baile en plena calle, si eso per-tenece al folclor de Bolivia, mi hermano país,
don Benito o mi papá, no sé quién, la mencionó una vez y yo la acepté y asumí con ese
de Rancagua, con blusas de colores llamativos y sayas o basquiñas jugosas, sueltas por
los aires, y tocaban un poco de twist, y daban gran-des saltos como diciendo oh, oh, y
bailaban al compás de la música típica, y esos remo-linos y giros que ejecutaban con
maniobra y gracia, y tocaban valses, tangos o cuecas, lo que fuera, qué dicha más
grande, y no sé si esto era algo real, efectivo, o solo imaginario, yo lo tengo grabado
en el inconsciente así, a lo mejor era una vida pasada, no lo sé, si el mundo del
Sagrado Corzaón de Jesús es así, tierno, ingente, infinito, uno intenciona y comprende
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las cosas a su manera y así las lleva grabadas en el Cerebro, en el Corazón, en la
memoria viva, como los sueños, si la vida es sueño, lo real no importa, digo yo, lo que
Y todo eso tenía que pagarlo don Benito, si a él acudían todas las voces, y decía:
inquilinos, todo riquísimo, por las fiestas, luego venían las domaduras y eso podía ser
correteaba a los guachos en el rodeo, y todo indefenso y proclive a llorar, por eso
sujeta bien las riendas, compadre, porque el potro chúcaro te puede voltear, y todos
mirando eso, y se subían a toros bravos también para festejar a nuestras amadas
señoras, si las habían, por Dios el jolgorio grande, y venían Los Furisosos de Santa
sé cuánto, todo bello y cremoso, eran toros clavel alemán preponderantemente, con los
mansos cachos y cola larga barrosa, Luchita, todo sabrosón, arrímate para acá, más
fuerte el aplauso por favor, podían ser dos o tres veces al año, y aquel valor y fiesta,
dónde, yo nunca vi eso, así les llaman y colocaban un vara de eucalipto larga y los
jinetes se echaban encima haciendo chocar los cuerpos, para probar su fuerza y
otra fiesta heroica más, y las carreras a pelo, velocísimas, en la cancha que esta-ba al
otro lado de la escuela, habían dos postes al principio y de ahí salían arrancando los
jinetes a todo lo que da, y hacían apuestas, era que no, si venía gente de Litueche, La
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en el verano el festival de la trilla a yeguas, bailaban jocosas cuecas, bebían los buenos
mostos, comían corderos y gallinas y pollos y gallos capones y patos y gansos, todo
pesca milagrosa, correr y agarrar el chancho y cortarle la cabeza al gallo, era tanta la
amalgama de juegos y diversiones criollas que uno quedaba loca viendo todo eso.
Tú sabes y conocías todo eso Gabriela, porque cuando tú organizaste los juegos
juve-niles todos se sintieron felices con eso, y era en enero en pleno verano, con tus
la pata del gallo, qué sé yo, ahí estaba Pedrito y Vanina y José, tus amados hijos, y
tanta gente que te admiraba y respetaba y quería por eso, porque eras una noble señora
aprender, tús amigas les enseña-ban todo eso, si lo que hiciste en La Rinconada fue un
No miento, mientras tanto, Marina, la única hija mujer que vivía con ellos, era
chica, de pelo negro, ojos cafés ensortijados, sonrisa liviana y manos menudas, varios
hombres andaban a la siga de ella, pero ella no se decidía por ninguno, si ayudabas a tu
madre en los quehaceres de la casa, y con eso creciste y te hiciste grande, quisiste
esquina, al frente, y ahí atendías a la gente, si tu padre Benito te traía todas las cosas de
Santa Cruz donde era más barato comprarlas, y vendías y ganabas chinchín, si cuando
te casaste con José Díaz tenías cerca de cuarenta y habías acumulado mucha mucha
plata, fue cuando apareció Fer-nando Meléndez, nuestro valioso amigo, y eso remeció
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la vida de todos, y tú decías: pero si ese hombre me hace la vida imposible, quería
estar contigo, acompañarte, si eran de la misma edad, del 32, y repetías a viva voz:
Benito, era uno de los mejores trabajadores que tenía, por eso era tan amigo de Nano y
de Sergio, cuando andabas con José Díaz él decía: por qué anda con él y no conmigo,
algún beso o rosa o clavel le enviaste, por eso Fernando Me-léndez te quería, pero tú y
José lo odiaban, qué vida más compleja, cuánta dificultad existía en encontrar un buen
amor, y Fernando Meléndez ahí, ahí, simpre metido en el medio, me amaba a mí, a ti,
a doña Sara, a todos nosotros, y eso fue muy caro para él y para todos nosotros,
después se fue a trabajar con mi padre no sé por qué, la hacienda de Mallermo, dijo,
me tiene hasta la coronilla, y la amistad con Nano de nuevo, y conmigo, y con mis
hijos, si sobre eso nunca se contó toda la verdad, toda la vida brotó y se hizo ahí
mismo en Mallermo, pero don Benito no entendía todo eso, y nunca lo entendió, si
vivía como un pajarito, por eso decía todos los días: yo soy, y lo repetía una y otra vez:
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¿Cómo nos conocimos?, bueno, no debo perturbarme al contar esto, había pasado el 64
y 65, la luz de las estrellas iluminaron nuestras vidas proljamente y nos covertirnos en
contacto, si eso es un símbolo, una enseñanza, cuando dos vidas se topan y encuentran
los imple-mentos necesarios para ser una buena educadora, y los niños o educandos
esperando, mi padre, a los chanchos les colocaba un aro en la nariz para que no
obligación era con los niños, junto a nosotros se ubicaba la Escuela de La Rinconada /
don Tulio Campos —el alcalde— como la goberna-ción no pagaban ni un céntimo por
padre nunca metió mano ahí, todo eso quedó para la Iglesia a fin de cuentas, pues bien,
había visto nunca, si él había terminado sus estudios hace dos o tres años ya, y se
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transportaba a caballo o en carreta de buena manera, o en su de-fecto, le pedía la
directora, corriendo a la siga de ellos, eran dos o tres profesores nomás, en el tiempo
de vacaciones yo me asomaba para allá y observaba todo eso con alegría de ánimo y
satis-facción, ahí estaban mis niños, decía, había transcurrido gran parte del año 66 y
en no-viembre se me ocurrió mirar para allá, y ahí lo vi por vez primera, vestía una
camisa blanca y pantalones del mismo color, zapatos y cinturón negro, tenía el pelo
crespo y nariz recta, bien recta, lo encontré tan parecido a Alain Delon —porque había
visto películas como El gatopardo— que me gustó muchísimo, qué heave loca, y se lo
conté a la señora Luca de inmediato, le dije a solas: y ese hombre que hace clases en la
escuela ¿quién es, quién será?, porque me encontraba entusiasmada, ella, refregando el
lavaplatos, dijo con simpleza: debe ser Nano, el hijo de don Benito, y me subí a una
campo en forma definitiva por dos meses y medio, el tiempo que duraban las
vacaciones, y por de pronto me puse a mirar otra vez para allá, si nuestra casa y la
escuela estaban separadas por una pequeña malla, y veía a ese hombre bellísimo
entrando y saliendo por las puertas como si nada, y en los recreos —yo lo veía—
jugaba a la pelota con los niños, caramba, y pelaba una manzana con el cuchillo y me
la comía con ganas, quería pecar y pecar, repito: si fui siempre una pecadora, Nano me
contó que había estudiado en la Escuela Normal Abelardo Núñez igual que yo, que era
profesor normalista titulado en esa casa de estu-dios, pero yo a decir verdad nunca lo
vi durante mis largos años ni en las aulas ni en los pasillos ni en el patio ni en ninguna
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parte, si Nano era tres años mayor que yo, bueno, el quince de diciembre le arrojé un
cuesco de damasco a un niño y lo llamé diciendo: pss, pss, oye, ven, y no me escuchó,
lo intenté de nuevo con otro niño y este sí me oyó, y viniendo con la pelota en la
mano, dijo: qué quiere señorita, y yo, con la manzana en la boca: oye, ¿cómo se llama
tu profesor?, Hernán Gálvez, dijo el niño, y yo: dile que venga, que quiero hablar con
él, bueno señorita, dijo el niño con la pelota en la mano, yo estaba nerviosa, me mordía
las uñas y el pelo se me enredaba en la cara y tragando saliva una y otra vez, y esperé
y esperé, Nano nunca apareció, no sé si el niño le dio el recado o no, ¿no habrá querido
presentarse tan luego?, no lo sé, yo, a todo esto, quedé con los crespos hechos pero por
ese año, eran como las seis de la tarde, yo otra vez mirando para allá en forma
desesperada porque me ardía la zorra de preguntar tanto por ese hombre, y Nano,
sonriendo —yo lo vi— salió por la puerta de al medio y se acercó con paso quedo,
tenía los cordones de los zapatos desamarrados, en eso me fijé, y vestía como de
costumbre camisa y jeans blancos, si esa era su tenida favorita, y acercándose dijo:
hola vecina, cómo está, haciéndose el ton-to siempre —porque era y se comportaba así
hola, oiga, no hola dicho como una tonta, y ense-guida: ¿tú haces clases ahí?, sí, dijo
él, y luego: si soy de Mallermo, ¿tú no conoces para allá?, yo dije: de nombre no más,
mi padre nunca nos ha llevado para esos lados, y Nano dijo que era originario de Santa
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ocultándome de mi padre para que no nos viera, Teresita dijo (yo la al-cancé a
escuchar): ¿y con quién está hablando la Gabrielita?, y no hubo respuesta, yo pasé una
noche horrible y me masturbé, si ese hombre me tenía loco, repito: se parecía Alain
Delon en El gatopardo, o tal vez a Tony Curtis, en Espartaco o Tarás Bulba, ese tipo
de cara, medio crespo, de rostro bello bellísimo, nariz puntuda, vea usted, y veía su
realmente lo veía a él, repito: su cara, sus ojos cafés, su pelo negro ensortijado, todo,
cuánto me gustaba, y a los siguientes días volvimos a conversar, terminaba como a las
seis, se aproximaba a la reja y hablábamos, para Navidad me trajo de regalo una caja
me sentí feliz, y al otro día le dije que me gustaba, pues yo tomé la iniciativa, y Nano:
por las lomas me contó como había sido su vida en Santa Cruz, cómo con tanto
esfuerzo pudo proseguir sus estudios, cómo eran las clases tanto en Mallermo como en
La Rinconada, yo pensaba: otro Alain Delon, otro To-ny Curtis, pero a mis pies…, si
las películas de cine me encantaban, yo amaba la moda, el glamour, el cine y todo eso.
Yo estaba feliz, había cumplido mis deseos, y por la casa nadie sabía lo que pasaba
conmigo, mis cosas no se las contaba a nadie, era un amor soterrado que no quería
com-partir con nadie, y después de Año Nuevo, unos días después, sépalo usted,
tuvimos nuestro primer beso, yo, socarrona, quedé hundida, pasmada, tumefacta, pues
nunca ha-bía dado un beso en la boca a un hombre, eso, créalo usted, fue el inicio de
nuestro enérgico y soledoso amor, todo enero fue así, y mi padre preguntando: qué le
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pasará a Gabriela que ya no habla conmigo como antes, y nunca hubo respuesta, yo
elegía las me-jores horas para salir, para que nadie me descubriera, no quería que nadie
apicultor de otra zona, pero simpre, véalo, que fuese millonario, yo, para mis adentros,
a Nano en reiteradas ocasiones, que teníamos que tener cuidado con mi padre, porque
si nos pillaba por ahí nos sacaba la cresta a los dos al tiro, y escondiéndome y
río, y me presentó de buen modo a su comedida madre, doña Sara del Carmen Osorio,
y a su buen e insigne padre, don Benito Gálvez, perdón, don Benedicto Gálvez, y nos
revolcamos en el pajal durante una tarde, yo veía pasar las yuntas de bueyes y carretas
enseñanza superaría todo eso, pensaba, allá al otro costado, camino al embalse, junto a
Marchigüe, si así le llamaban con un nombre largo y fastidioso, y era una construcción
redonda añosa, de tres o cuatro salas, no tan larga, de treinta a cua-renta alumnos, y un
patio de tierra afuera con un columpio que tenía una tabla rasa al medio colgando de
una mata de espino, todo eso era la escuelita, si Mallermo era una aldea pequeñísima,
con cuatro casas amontonadas en el centro y otras esparciéndose por las colinas, si
había casas más allá del embalse, ya lo dije, pero para ese tiempo estábamos de
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vacaciones de modo que yo nunca vi funcionar la escuelita como corresponde, íbamos
Mallermo era un pueblo aislado, todos lo conocían como una Hacienda, tanto más
buena y productiva co-mo cualquier otra, allí donde estuve el ibis una vez, y yo, tú y
todos nosotros.
Yo decía:
Íbamos a los silos de allá abajo y comprobábamos una vez más que estaban
otro ladito, en la esqui-na quiero decir, fardos de trébol y alfalfa, y todo lleno de
muchísimo el trabajo, por eso mismo digo yo, y amábamos —yo y Nano—
escondernos en el pajal para besuquearnos, ya pues Nano, decía don Benito al vernos,
menos amorío y más trabajo, y qué, si Nano, al igual que yo, estaba de vacaciones,
para eso tenía a Sergio, el otro hijo, que no hacía nada, y otra vez el granero, si aquello
era inmenso y colosal junto al silo central, impoluto, de ahí mismo, y desde el coloso
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del tractor John Deere bajaban los costales que iban tirando a las bodegas, era Jorjo,
Tete Rojas, Benito Arrué, los hermanos de Oscarito Soto y todos esos, yo no conocía a
reclamaban al tiro, mientras Nano me iba a dejar yo pasaba agachadita por el medio
del pueblo, nadie me veía, nadie sabía de mí, me dejaba en la entrada de la otra casa y
así llegaba a la mía por el portón de atrás, ¿y dónde andaba?, preguntaba Nanita
sentada en el sillón con brazos de madera pelando una pera, por ahí mamá, decía yo,
fue un amor soterrado, y empezamos a subir por los cerros, a visitar el embalse, a
correr por un pozo sin fondo, si yo, repito: era feliz con eso, a Susanita algo le alcancé
a decir, pero ella no creyó nada y mi abuela tampoco, a vista y paciencia de esto fui
más feliz, nadie, absoluta-mente nadie me vigilaba, nadie sabía nada de mí ni de Nano,
sin nada.
En febrero hacía frío, porque estaba nublado, horrible, siempre este mes resulta
cam-biante y caprichoso, a veces cuando uno menos se lo espera, sale el sol, y luego se
nubla, y por la tarde, entremedio de las nubes blancas, sale el sol de nuevo, así.
media, yo iba cubierta con una chal de cuadros café, a mis padres le había dicho
claramente que iba a Pichilemu a encontrarme con unas amigas, fue una travesura
decir eso, pero no me quedaba otra alter-nativa, el ambiente, la flora y fauna afuera
estaba limpia, decente, pasamos por los túneles rápidamente y nos encaminamos al
balneario popular de mi región, de noche todos los gatos son pardos, por eso te hablé
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de El gatopardo, si esa película de Burt Lancaster, Claudia Cardi-nale y Alain Delon
la vi tiempo más tarde, bueno, si yo amo los gatos, y llegamos a la esta-ción como a
las doce y media, y yo cubriéndome con mi chalcito, le dije a Nano que fue-ramos a la
playa Las Carpas primero, ahí donde se junta toda la lolería porque nosotros éramos
lolos todavía, pero Nano quiso sacarse unas fotos antes en el famoso parque, yo le hice
caso, si vestía de blanco blanco como a él le gustaba, y esas fotos quedaron grabadas
en la memoria de mis niños, si eran lindas, maravillosas, tiernas, Nano de perfil, solo a
veces, o yo al lado de él, pasó como una hora y comenzó a salir el sol, y salía y no
salía, bajamos a la playa a continuación y ahí nos encontramos con el mar ardiente,
indemne, majestuoso, sin igual, y nos sentamos a contemplar todo eso, así es como
ante la fragancia y dulzura de las olas exquisitas hacia Chorrillos y de vuelta hacia La
Puntilla, entre ambos solo sentíamos dicha, paz, bienestar, armonía plena, si el mar,
quedé marcando ocupado cuando Nano me besó con infinitas ansias, como a las cuatro
el rato caminando por esas calles de tierra engominadas, yo me envolvía y tapaba con
recordar vidas pasadas, como si ese momento ya lo hubiese vivido con él u otro
hombre, y pensaba en Hollywood y en los artistas de cine, esa gente, pensé, vive así,
en el lujo, en la brillantez, en el Paraíso conti-nuo, yo, por estar ahí, ya me creía como
ellos, yo era otra Claudia Cardinale, otra Vivien Leigh, otra Ava Gardner, sí, como
ellas, pensaba, con tanta dicha e inocencia y paz sobrecogedora puesta encima,
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pensaba con mi cabecita libre en los años veinte, o treinta, o cuarenta, si el mundo,
cuando llegamos a la otra orilla era tarde ya, y festivamente, felices, nos dispusimos a
regresar.
Ya eran las ocho de la tarde-noche, los vehículos y cabritas pasaban por la avenida
con mesura y amabilidad, y por esas cosas de la vida nos refugiamos en el Hotel Ross,
al frente del parque homónimo, y toda esa balaustrada adornando la costanera, todo
bello, todo sublime, y los pinos ornamentales debidamente cortados, si era un hotel de
estilo europeo, Nano lo quiso así y yo lo acepté sin más, quería dar frescura, fragancia
blanco, yo no sabía lo que era eso, sin embargo lo probé de buena manera, me sentía
playa es un mundo aparte, copioso y espléndido, allí donde los actores de cine viven y
aman y sueñan y se enseñorean, estaba tan agobiada por la caminata, pero Nano me
tomó en brazos lueguito y me llevó a una de las piezas, y ahí tuvimos nuestra primera
noche de amor, era fines de febrero bien lo sé, y solo me faltaba el último año de
cansancio, ¿le gusta hacerlo?, preguntó Nano con inocencia, yo dije: no solo me gusta,
me encanta, y lo hicimos tres veces seguidas, boca abajo y boca arriba, de rodillas o
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sentados, yo apretaba los muslos con fuerza y la penetración se hacía más fuerte, más
ágil y más persistente, al otro día me sentí ahogada, sentía un bochorno fortuito en mi
cara y cuerpo, había perdido, quiéralo o no, mi virgini-dad, si nunca, Gabriela, había
estado con un hombre, el tren salía a las cuatro de la tarde, nos levantamos como a las
diez, tomamos un desayuno con galletas de agua McKay, y volvimos a bajar a la playa
Las Carpas por las escaleras altas y largas de un costado del parque, qué gentío Dios
mío, todos iban y venían, y las cabritas atravesando velozmente, desde el mirador que
hay ahí observamos todo eso, y subimos al Paldoa a almorzar una paila marina con
inmensos ventanales de vidrio, arriba, bien arriba, porque este restaurante queda en la
Y se hicieron las una, y las dos, y las tres, y nos encaminamos a tomar el tren al
otro lado de avenida Ortúzar, donde empieza la laguna Petrel, así se llama, de la
entrada, por Arturo Prat y Aníbal Pinto hacia abajo, un mundo de gente otra vez, si era
pleno verano y no existía otro medio de transporte, el tren hizo chucu-chu, chucu-chu,
y comenzó a an-dar con marcha lenta, adiós Pichilemu, adiós paseo romántico, y Nano
Puesto, digo, hasta llegar al túnel de Cardonal y San Miguel de Las Plamas, y ahí el
hasta arribar una vez más a la esta-ción ferroviaria conocida por todos, al pasar por el
pueblo yo me agaché otra vez y me bajé en la otra casa de mi padre, la que está al otro
lado de la capilla, nadie se había preo-cupado por mí, si yo era una niña responsable, y
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Nano me vino a buscar temprano al otro día, el lugar de encuentro era siempre la otra
casa, donde vivió más tarde mi hermano Gastón con plenitud, y encerrados en el pajal
hacíamos el amor llenos de deseo y amor, y Nano acariciaba mis glúteos y senos, y
mordía dichosamente mis pezones, yo gritaba co-mo un verraco diciendo más y más,
irme de la casa, si eso fue un rapto, tomamos esa decisión entre ambos, quería vivir,
disfrutar, llenar mis pulmones con aire puro y limpio, Nano insistió tanto en llevarme a
Mallermo que yo le hice caso, repito: si eso fue un rapto, de tal modo que hice la
maleta y me presenté ante mis padres diciendo: me voy de la casa, pero ellos no me
—Que me voy.
Y que suene bien fuerte para que todo el mundo lo oiga, y moví la maleta y sin
esperar respuesta salí para afuera, bah, dice Dios Padre infinito, si usted, mi niña, no
dijo nada, no dio ni un aviso, nada, ¿para qué cuenta eso?, si fue un rapto, ¿no dijo
usted misma que era una pecadora?, si cuando no llegó a la casa todos quedaron
empezaron a preguntar por usted en forma desesperada, y como las noticias corren
como una bola a sus padres le informaron que se había ido con Nano, con ese infeliz, y
fue tanta la amargura e indignación que provocó que don Matías y doña Nana
empezaron a odiar a ese hombre desde ese mismo día, ¿para qué inventa esa mentira?,
si usted no era capaz de enfrentar a sus padres como Dios manda, por eso se fue de la
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casa a escondidas, repito y lo enfatizo: a escondidas, no se creía la niña-ejemplo,
mírala ahora, ja, se escapó con un hombre como una mujer cual-quiera, y de oídas
usted se enteró que don Matías había dicho: cuando lo vea le voy a sacar la contumelia
a ese huevón, con perdón suyo, no dijo «huevón» a secas, sino «huevón crestón», el
huevón crestón que anda con mi hija, claro, y lo había dicho golpeando el puño fuerte
contra la mesa, si don Matías para entonces era un hombre gordo, mofletudo, brazos
requetefornidos, calvo, rojo y cojo por culpa de la pierna ortopédica, ese «huevón
crestón», se lo repito, pero usted no se intimidaba con nada, usted le hacía la guerra a
su padre, usted quería hacer su vida y nada más, por eso le importó un comimo lo que
dijeran en su casa, lo que usted quería era culear, puro culear fumándose un cigarrillo
Belmont o Kent o Viceroy, por eso se escapó, y las malas lenguas llegaron a toda
don Benito, ahí está secuestrada, si ella amaba ese tipo de vida, sin leyes contractuales,
sin compro-miso, sin nada, por odio al colegio de monjas, por odio a su padre mandón,
y por culpa de eso Nano y ella nunca llegaron a casarse, su padre don Matías no lo
como toda Gabriela, y des-de esa vez comenzó a llevar una vida sin reglas ni tapujos,
libre de toda culpa, llena de gracia y crueldad, sin valores ínfimos y sin nada, porque
ella era así, Nano nunca se dio cuenta de ello, si lo único que querían era culear, quien
lo hace por vez primera no lo deja nunca, si es un apetito voraz de nunca acabar, y
Y lo malo ocurrió un día viernes a inicios de marzo del 67, ella, la niña regalona,
empezó a sentir escalofríos y náuseas, y vomito un poco de comida en la taza del baño,
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fue corriendo a la casa de la señora Luca, a la entrada de las puertas de Mallermo, y le
contó lo que le pasaba, doña Lucrecia sentenció: no será que estás embarazada
confirmó que eso era, si no tomaba pastillas, y ella tuvo que aceptarlo sin más, y no
contó nada a nadie hasta que su barriguita empezó a crecer, pero para ese tiempo ya
estaba en la ciudad terminando sus estudios, si estaba con alegría en el último año de
Pedagogía General, ella no sentía menoscabo con todo lo que había ocurrido, las cosas
sucedidas con su padre tarde o temprano pasarían, para eso tenía a su abuela que con
honor, con sinceridad, siempre la defendía, si era la hija mayor, la que continuó con
sus estudios, la que hizo algo por la vida, Matías, te lo digo a ti, solo a ti, ella, tu
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La nación, para entonces, había tomado un nuevo rumbo con la Reforma Agraria
iniciada el 58, esos eran vientos de cambio, pero a pesar de inicicarse el 58 eso no
hacienda tan tan grande, si nadie, por órdenes de don Carlos Stüver, entraba ahí, pero
eso no pudo con-tinuar así, se promulgaron nuevas leyes para profundizar la Reforma
Agraria y el descala-bro fue tremendo, eso se veía venir, y los inquilinos golpearon la
dijo que había estado en El Huique antes y por esas cosas de la vida lo destinaron allá,
el buen hombre se llama Ariel Tomás del Circo, ja, qué nombrecito, y parecía eso de
verdad, y la cosa seriamente fue como un circo, por eso le puse Ariel Tomás del Circo,
nada, dijo que era ingeniero comercial y era una gran mentira, después, por las
investigaciones que hizo el propio don Benito, comprobaron que era un simple
profesor de escuela primaria, todo una gran farsa, como son y eran los políticos de
aquel entonces, se entrevistó primeramente con don Julio Pereira, y casi hubo pelea,
Ariel Tomás del Circo insistió e insistió que tenían que entregar las tierras para
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repartirlas en buena medida entre los trabajadores, ¿y él y ellos no se iban a quedar con
nada?, don Julio y don Carlos Stüver no aceptaron eso, que se vaya a la chu-cha,
dijeron, nosotros no creemos ni aceptamos ninguna ley que nos vengan a imponer
aquí, si tenemos nuestro propio orden y régimen de trabajo y vida, don Carlos Stüver,
alto alto, dijo con tono enfático: usted cree que es primera vez que alguien del
gobierno viene con estas payasadas, ¿por qué no han hecho nada en Alcones todavía?,
y el mismo res-pondió: porque allá hay gente respetuosa, enérgica y honorable, no, no,
pero Ariel Tomás del Circo fue de inmediato a hablar con los trabajadores, les dijo que
a la nueva ley iba llover sangre y fuego sobre la hacienda, que iban a imponer toque de
queda y calabozos, que todos los futres iban a ser llevados a la justicia, qué barbaridad,
si Ariel Tomás del Circo era un mentiroso, como todo político de la época, todo lo
hacía para aprovecharse de la situación, y andaba con una carpeta amarilla donde
anotaba todo lo que iba suce-diendo, no digo si era liberal o conservador, socialista o
y mal nacido, tonto y de pésimo trato, eso dijo doña Sara y don Benito al conocerlo, si
la Reforma Agraria era un estupi-dez del porte de un buque, y los conciliábulos con los
inquilinos se repitieron a diario, don Julio Pereira decía: huevón prepontente concha de
su madre, que se meta sus leyes y asuntos del gobierno por el ano, aquí no hay y no
habrá nunca ninguna Reforma Agraria, y ponía el ejemplo de Alcones, una hacienda
Ariel Tomás del Circo fue a Santa Cruz a continuación y volvió con un legajo de
ins-trucciones de nuevo, habló sin obstáculos con don Benito, y amenazó y amenazó
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con hacer caer las leyes implacables del Estado soberano, un día se reunía con algunos,
des-pués con otros, se entrevistaba con la familia Meléndez un día, enseguida con la
familia Rojas, luego con la familia Soto, después con la familia Arrué, así se llevaba
hippie dirá usted, algo así, y fue tanto la presión que ejerció que don Benito fue a
hablar con don Julio Pereira y con don Carlos Stüver, no le quedó otra opción, este
hombre, explicó don Benito, va a dejar la grande en Mallermo, si se sale con la suya
movía la chupalla y estiraba la boquita como buscando una explicación, don Carlos
Stüver dijo: estos gallos políticos son así, son puro bla, bla, pero don Julio Pereira lo
apropian de las tierras va a quedar la cagada más grande, añadió, y decía la verdad, si
Oscar Soto y Germán Meléndez y todo esos empezaron a hablar, a lle-narse la boca
partes, y mataron de propio un novillo Herford y otro Angus Abeerden para celebrar, y
comían papas fritas y bife de chorizo, lomo vetado, punta paleta, y asiento de picana y
corazón de cuadril, si con tanto asado eran expertos en todo tipo de carne, y tomaban
como chanchos, las celebraciones duraban hasta la una o dos de la madrugada, si Ariel
Tomás del Circo con el tiempo se convirtió en una garrapata que no se la podía sacar,
política simpre fue y ha sido una cloaca de ratas y murciélagos, si andan por el suelo
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son ratas lisa y llanamente, si vuelan por el aire se convierten en ratas voladoras, vale
decir: murciélagos, y Ariel Tomás del Circo fue depositando día tras día una
con chaqueta de casimir, en otro con casaca de cuero negra, pero la camisa y
pantalones eran los mismos de siempre, si era un tipo que nunca se bañana,
asqueroso, asqueroso.
Don Benito las paró que este hombre feo y estúpido no se iba ir nunca de la ha-
cienda, cuándo por Dios, si era toda la mierda y debacle agrícola y económico arrojado
por el gobierno de turno, si Ariel Tomás del Circo tenía fistulas en el ano y vomitaba
guarisapos a diario, caramba, qué hacer en ese caso, y empezaron a matar lo mejor del
las ganancias, todo lo que querían era matar, linchar, comer con el hocico grande,
beber y después gritar con entusiasmo: lo comimos todo, y enseguida, con tanto
wiskey y pipeño en las narices, buitrear como un demonio, sin los inquilinos, de tanto
mollera como nunca, si cuando les hablaron de tierras quedaron locos, como un simple
cual, decía Ariel Tomás del Circo, le iba a corresponder un pedazo de tierra, si la
Reforma Agraria, en Mallermo, fue un rotundo fracaso, significó en gran medida el fin
y la ruindad de por vida de una hacienda colosal nonagenaria, todo, sépalo usted, por
culpa de los señores políticos, por eso no hablo de esa pestilencia, si son conservadores
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nuestro mundo, pura mierda, pura gan-grena, puro dolores de cabeza, eso fue la
Y qué iba a preguntar el chancho culeado si todo lo ordenaba él, si todos los
políticos y gente de gobierno son gente de la peor especie ciento por ciento, y en la
hacienda de Alcones también intentaron hacer lo mismo, pero los patrones —don
inquilinos de esa hacienda em-pezaron a tratarlos de tontos por eso, ahí no hubo toma
de terrenos ni nada, la hacienda siguió conservándose tal cual hasta el día de hoy,
ahora, dirá alguien, está parcelada pero porque los herederos se repartieron, a cada cual
le tocó una porción, lo ven, si todo lo que hacían los gobiernos de turno eran puras
porquerías.
Y así, día tras día, fueron esquilmando lo mejor de esta estancia de Dios Padre
bendi-to, por eso yo llegué y estuve ahí, los quince carneros Hampshire los mataron de
cuajo, no dejaron ni uno vivo, era tanta el hambre y voracidad de esos hombres
despiadados que no tranzaban con nada ni con nadie, si les decían que no lo hicieran lo
hacían igual, si les de-cían que no tomaran tanto no paraban de beber nunca, era odio,
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frenesí, orgullo, apetito orgiástico, no sé con seguridad, Ariel Tomás del Circo se
ausentaba unos días y luego vol-vía con la carpeta amarilla llena con nuevas
instrucciones, matad y comed, matad y co-med, era la orden, la consigna diaria, don
Benito lloraba por las noches en los brazos de la atenta Sara y no podía creer lo que
estaba sucediendo, mi hacienda, decía, mis logros y tra-bajos de tantos años, don
Carlos Stüver era un hombre terco y pusilánime, aunque en-frentara a Ariel Tomás del
Circo una y otra vez no podía actuar de ninguna manera en contra de él, si la garrapata
que puso el gobierno ahí era más experta y minuciosa que él, sabía maniobrar con
denodado que visitaba los mejores bares y cantinas de Santa Cruz, un holgazán que no
le trabajaba un día a nadie, no quiero decir de que partido era, porque la gente se me
puede tirar encima, calcule usted, años 67 y 68, la garrapata, la sabandija, la sangui-
juela, si la muerte de los quince carneros Hamsphire provocó un estupor tan grande
que no vale la pena recordarlo, cómo matar quince carneros de un soplo así como así,
repito: si eran chanchos voraces que obraban sin escrúpulos, y prosiguieron comiendo
John Kennedy: rastrojeros, qué habla usted señor, si por culpa de la Alianza Para el
Progreso que usted pregonó a viva voz hubo que entregarle las tierras a los
trabajadores, para que los Estados Unidos pudiera ayudar con financiamiento
151
chanchos hipopótamos, chanchos absolutistas, chanchos relativis-tas, etc., don Benito
decía: cómo voy a quedar yo, sin ningún tipo de autoridad, sin ningu-na chaucha en el
bolsillo, sin nada, por culpa de estos huevones malditos, sinvergüenzas, ladrones y
repito: rastrojeros, vos po, Oscarito Soto, vos po, Germán Meléndez, vos po, Benito
Arrué, vos po, Adolfito Pino que manejaba uno de los tractores, ya que ha repeti-do
tanto la palabra ¿qué significa «rastrojero»?, el que entra al rastrojo a recoger la paja
que busca comida en los tarros de basura, así, si las ovejas las andaban marcando con
una mancha roja de cera, decían con grandilocuencia: esta sí, esta no, esta va a la
dos meses y medio, hilaridad, bochorno, salvajismo puro, y tomaban vino con melón y
deja-ron para lo último las ovejas merino restantes, las más sanas y dijes de la
hacienda, ¿qué era eso?, ¿qué les pasaba realmente?, ¿qué bicho los había picado?,
querían cobrar vengan-za por algo, o seguían con fe ciega las instrucciones que les
daba Ariel Tomás del Circo tronitosamente, matad todo no más, crueles, ladrones,
borregos ni lechales ni nada, si ese fue un karma que Dios Padre aboluto impuso ahí,
nunca más ovejas ni nada señor, se lo digo yo para que se mueran de hambre y
escupan sangre por lo que hicieron con estas humildes criaturas, no me crees, anda a
ver, recorre todos los parajes y mira para ambos lados, nin-gún ovino por ninguna
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parte, ¿por qué crees que el Cordero de Dios se llama así?, por lo que representa,
porque toda vida humana es como una ovejita, si las ovejas buscan a su pastor y lo
aman, por eso balan así, y por ese mueren descuartizadas atravesadas por una lanza, y
castigando al género humano, luego vino el ganado Hereford y Angus Abeerden, don
Benito los veía ve-nir y no lo podía creer, sendos asados y comilonas a todo trapo a
mismísimo Belcebú, don Benito decía a doña Sara: ni miremos mujer por Dios, si
estos gallos se han vuelto locos, sobre Maller-mo cayó el Infierno, y la hoguera y el
volcán ardían día tras día, y corría lava roja por todos los contornos, vacas, vaquillas,
novillos, terneros, toros, toretes, todo no más, don Julio Pereira se refugió en las casas
patronales de allá abajo y les dijo con urgencia que no se fueran a meter a los potreros
de allá, pero acá todo era angustia, fragor, oportunismo, el desmadre de la puta más
Las vacas holandesas y clavel alemán y toros suizos los dejaron ahí, no para
producir carne o leche, sino para venderlos, y de esta manera señores comenzó la toma
de los te-rrenos, si la tierra y el fundo alcanzaba para todos, Ariel Tomás del Circo
153
invitaron a bailar, y por culpa de las polleras largas se sacó la cresta y media cuando
iba a dar la vuelta, por Dios la risotada grande, y tenían tórtolas y zorzales en el
vino blanco, y muchas cosas más, y Ariel Tomás del Circo leyó el panegírico de orgía
Mallermo, alabó los campos floridos y sus trigales al ama-necer, alabó la dulzura sin
igual de la luna azul y el Sol rojo bermellón, la miel de las abejas, la mantequilla, el
queso y el manjar, si la Reforma Agraria rompió los candados y cadenas, dijo, que
aprisionaban nuestra agreste tierra, abrió, dijo con ductilidad, las ver-tientes del Señor
de todos esos cerros y planicies, si nuestro Eterno Padre celestial daba a todo el que
pedía, y repitió con la boca llena los versículos de la Biblia que dicen la misma
tonterita, si era un estúpido, rotoso resentido, y andaban con cordones y sogas y yeso
blanco marcando las fincas y potreros y sitios y casas que le tocaban a cada cual, se
ponían sobre un lugar y decían: esto es mío, o bien, yo lo quiero para mí, y las mujeres
y cabros chicos a pie pelado, gente ordinaria sacada de la peor ralea, gente con la jeta
Si los estúpidos se hacían los huevones no más, ponían una estaca en el suelo y
hijos del diablo— se apropiaron de todas las héctareas de la entrada de Mallermo hasta
las casas del totoral, y la familia Soto, la periferia de la medialuna, y la familia Rojas
154
—habían dos— de los terrenos de más allá, así, así, yo no sé cómo hicieron todas las
acabó por completo la cría de caballos, después, con el tiempo, todas esas parcelas de
con la única razón de mantenerse vivos, ¡y de qué iban a vivir!, hasta don Crisóstomo
de La Rinconada vino a comprar terrenos a Mallermo y fue él, el único que continuó
Marchigüe, de Santa Cruz, de todas partes a hacer usufructo de esos bofedales y sotos
Nano Pachacho, y ahí, vea usted, habían napas subterrá-neas llenas de agua y vida,
flojos, tarados, inmundos, rechonchos, por culpa de ellos todo se vino abajo, Ariel del
Circo fustigó tanto a don Benito, a don Carlos Stüver, a don Julio Pereira que ellos
sea él mismo iba a festejar como una loca de pelo largo y tacones altos a una boite de
en ese tiempo no existían las chinganas, solo bares y cantinas y boites y cosas por el
estilo
Lo que tuvo que pasar pasó, tras el desclabro de la puta madre ocurrido ahí don
Beni-to no se fue de inmediato a Santa Cruz, quiso esperar un tiempo más, Ariel del
Circo se fue por un tiempo corto y no volvió nunca más a Mallermo, todos creyeron
que iba a volver, pero no lo hizo, su trabajo estaba hecho, ándate luego nomás rotoso e
mierda, pensaba de buena manera doña Sara, y llévate tus alacranes y pústulas que has
traído del gobierno, en los años 70 Palomita de La Greda, que trabajaba en el algún
155
servicio administrativo o agrícola estatal trajo a otro delegado malhechor de nombre
Max Joel Ma-rambio y fue tanto peor que el otro, pertenecía a otro partido político
porque había habi-do cambio de gobierno, dijeron, Jano contó, que era amigo
incondicional del Presidente de la República y lo único que hacía era buscar votos para
las elecciones de regidores, de diputado y senador, y ahí, vea usted, otra vez los asados
trabajadores los llevaban en camión a votar, si querían seguir con la miseria y cloaca
los futres no se lo aguantaron, los tres tractores John Deere y el Massey Ferguson que
funcionaba como una maquinita voladora los ven-dieron de mala manera en módicas
sumas de dinero, Max Joel Marambio, a propósito de esto, trajo dos tractores Belarus
soviéticos o alemanes, no sé, y eran tan viejos y pesados que la carcasa apenas la
podían mover, tenían una cabina enorme que parecía un buque y unos forros gigantes
nunca a decir verdad los pudieron usar sencillamente porque eran más grandes y
estúpidos que un buey, por allá lejos en los potreros quedaron apuntalados con sogas y
estacas, botados siniestramente, para que ningún imbécil fuera a robárserlos, el nuevo
gobierno de turno era socialista, intransigente cual más, querían imponer a toda costa
156
eso era diez veces peor que lo que existía antes, al final don Benito regresó a Santa
Cruz a la caso-
Los hijos del diablo no se pudieron apropiar de todo, porque las casas patronales
del otro lado del embalse siguieron perteneciendo a don Julio Pereira y familia, por
allá, desde Pueblo Hundido, desde La Aguada quiero decir, había otra entrada a
Mallermo, si, Ga-briela, cuando iba al embalse de Rapel la veía, era una puerta
metálica ancha protegida con un candado Odis grueso fortísimo, para que ningún
malandra entraba a esos sitios del otro lado, don Julio Pereira o su hijo homónimo tal
vez tenían las llaves de ahí, no lo sé, más allá el pasto seco sin vida, alguna mata de
comprado perros galgos y lebrel e iban como tontos a liebrar a esas partes, era su única
diversión, si para ser tonto y estúpido hay que ser mallermino, si todos los tontos del
mundo nacieron en este lugar, es tanto el odio e indignación que provoca el asunto de
la Reforma Agraria que es preferible no hablar de ello, todo por culpa del gobierno y
de gente ignorante, inepta, inescrupulosa, si la Refor-ma Agraria, lo digo una vez más,
puso fin a la grandeza oceánica, la flor y nata, el ganado selecto, la faena agrícola
157
Yo esperaba a mi primer hijo, sin embargo soporté todo el dolor e impostura y
condición que eso conlleva y asistí a clases con la barriga llena de igual modo, si era
vivía feliz de la vida en Mallermo con Nano mi único amor, y lo llamaba diciendo con
belleza «mi marido», «mi buen esposo profesor», si éramos felices, doña Sara nos
como una princesa encantada, si Otilia Rojas nos ayudaba, si tenía que barrer, barría, si
tenía que comer choclos, comía choclos, si preparaba arroz con azafrán o arroz a la
sido bella, estudiosa, sublime, encantadora— aprobé con dos votos de distinción, de
esta manera regresé a Mallermo con el título en mano y me preparé a tener a mi hijito,
158
si las lomas o colinas estaban preñadas igual que yo, y por el estero la tagua y el ibis
de voz y vida, si yo soy la Reina Madre Avispa y manejo todos los so-nidos
mismo modo, anuncia la mañana, ¿y la tenca?, anuncia una visita, ¿y los queltehues?,
gratuidad infinita, ¿y el chuncho?, si canta sobre una rama seca anuncia muerte o una
tragedia, si canta sobre una rama verde anuncia casamiento, ¿y el piar de la perdiz?,
cantando, expre-sando amor por los hijos, amor por toda criatura, si las aves de San
Francisco de Asís son clarividentes, tú sabes todas estas cosas Sagrado Corazón
porque las dotas con estas habi-lidades y muchas otras, sí, sí, y con esa suprema
todas las mujeres pobres íbamos a parir ahí, Nano me llevó en la camioneta Ford de
don Benito, había una habitación vacía pintada color verde y tuve un soponcio ligero
al ver los andamios puestos en las otras piezas, y el telégrafo sonando en la otra
oficina, tú dices y hablas como yo Sagrado Corazón de Jesús bendito, y el ibis ¿cómo
hace?, twett, twett, tweett, y el halcón, yiieecc, yiieecc, yiieecc, y el perro, guau, guau,
guau, al dormir me vi vestida de blanco presentando al divino niño ante los pies de la
Virgen María, Nuestro Señor Jesucristo estaba sentado en el trono con la tiara y el
cetro, si éramos amigos, amantes, yo y ellos, ellos y yo, me tuvieron un rato seda-da,
tor Jiménez, médico preciosista y enfático, llegó después, Nano estuvo ahí y vio todo
159
eso, yo apreté los dientes y grité fuerte por un buen rato, tenía dilataciones rítmicas,
palpé su savia, sus dedos de muñeco, su pelo aceitoso, su cara de ángel del Señor, era
bellísimo y negrito, estuvo con su mameluco al lado mío durante dos horas, luego lo
el nombre sublime de Pedro Antonio, por Pedro María Gilberto, por una parte, un
trabajador noble y bon-dadoso de la hacienda, y Antonio, por otra, por San Antonio de
Padua, hermano de San Francisco y predicador excelente, en el acta del Registro Civil
quedó anotado así: Pedro Antonio Gálvez Iturriaga, por la gracia y benevolencia de
El regreso a Mallermo fue maravilloso, Pedrito, mi pequeño bebé, iba con los ojos
cerrados, yo, con mi oído clarividente, creía escuchar cantar las diucas, eran chercanes
revoloteando en mi oreja, algo así, fiu-fiu-jj, fiu-fiu-jj, pasamos raudos por Rinconada
cuesta abajo por las colinas, el estero parecía plañir, doña Sara nos recibió con gusto,
ella había preparado la pieza especialmente para mí, y observó el niño con embarazo y
diablura, mi cuarto nieto, dijo con cortesía, y yo se lo pasé, quería rememorar la vieja
costumbre de ser una madre solidaria y solícita, y Pedrito se puso a mamar casi al tiro,
estaba cubierto por una manta de lana blanca y me apretaba los pezones con fuerza, a
160
alabó de que haya tenido un parto fácil sin contratiempo, don Benito no estaba en ese
momento, si la Reforma Agra-ria, Ariel Tomás del Circo, no aparecía por allá todavía,
dormí una larga siesta mientras Pedrito descansaba en la cunita de tablas contigua, de
cuando en cuando lo ponía boca abajo y él, como si nada, continuaba durmiendo,
sobre la muralla, con mis propios ojos, veían las figuras dichosas que se formaban ahí,
eran escenas del niño Jesús tomado en los brazos fragosos de su madre, veía niños-
Nuestra Señora y conduciéndola por jardines espesos de umbría, ahí estaba el león,
espesor de la tierra, veía unicornios blancos blancos con el cuerno dorado en la frente,
cola larga como un manantial y cascos de fuego, y todo, absolutamente todo, los ríos,
las montañas, los soles estaban cubiertos de oro, de leche pura y miel amarilla, y
cerraba los ojos y, en el fondo oscuro o negro, seguía contemplando bellezas inermes
miríficas, eran cabezas de niños, sin cuerpo, sin nada, con alas de pájaros, subiendo y
ba-jando con ternura por todos los recovecos entumecidos, oh Dios, todo eso eras tú
Sagra-do Corazón de Jesús bendito, y abría los ojos y contemplaba las motas de
algodón y de lana ascendiendo por la pieza hacia arriba, y como llorando, encantadas,
oh Jesucristo, oh belleza excelsa, si la vida es eso: amor y milagro puro, y los soles
majestuosos, azules, amarillos, rojos, bajaban a posarse sobre mi cabeza, hacia arriba
escuchaba ratones transi-tar entre la escuálida techumbre y los veía junto a hadas
161
yo soy el Sagrado Corazón de Jesús bendito, todos los santos ven cosas sublimes, tú,
Gabriela, no eres la excepción, y así po-co a poco iba languideciendo hasta quedarme
dormida.
Don Benito hizo un asado de a propósito, trajo a Pedro María Gilberto para home-
najear a su nuevo nieto, y Pedro María, alto como un tobogán y humilde, callado, lo
único que hacía era reírse poniéndose las manos atrás de la espalda, esperaba un
saludo, una ademán, una venia, si Pedro María Gilberto sabía preparar los buenos
asados, y nosotros lo queríamos y alabábamos por eso, Luchito Serrano caminaba por
todos los niños los engendra el Sagrado Corazón, son partícipes de su ser, de su
bondad, de su riqueza y dicha y paz infinita, por eso había visto esas formas y figuras
reconfigurándose en la pa-red, ahora miraba hacia allá y no veía nada, si los momentos
milagrosos se viven una o dos veces en la vida, ahí estaba la Virgen de la diucas, y la
La mesa estaba puesta afuera y, ante el humo gris de la parrilla, bajo el sol caliente,
nos sentamos a probar la jugosa carne de cordero y pollo, Nano hizo bailar un trompo
y lo sostuvo sobre su mano un buen rato, don Benito empezó otra vez a jugar con su
162
lengua amorotada pronunciando trabalenguas ininteligibles, así era él, era su modo de
travesear, de reírse, si estaba feliz, una brisa suve de dejaba caer de rato en rato, había
hablaba de los niños de la escuela, de lo bien que se iba sentir Pedrito al estar con
ellos, Pedro María tapaba la carne con un cartón, y las presas que estaban buenas las
iba poniendo dentro de una olla, Luchito Serrano también se sentó con nosotros a la
mesa y comió sosega-damente sin abrir la boca, Gabriel, tú estabas ahí contemplando
nuestra dicha, nuestro re-cogimiento, tú eres el pastor de los hombres, y los conduces
por caminos que tú creas o infliges, tú eres la Suprema Potestad del Amor y la Vida, tú
nos enseñoreas y nos haces subir, o nos castigas cruelmente con suplicios fuertes e
Pailimo, hasta Cógil incluso, tú deam-bulas por esos caminos y trochas día y noche, y
sabes apreciar nuestra voluntad y nuestro crecimiento, y vas dando o quitando según tu
Dios Padre infinito, tú, solo tú, el grande, el incomparable, el Supremo Hacedor.
Las horas enclenques transcurrieron sin rencor, sin faltas de respeto, el asado
terminó de buena manera y todos volvimos a las piezas o a la galería, por dentro y por
Gabriela, la perínclita, la excelsa, la biónica maestra rural, si eso era e iba a representar
163
yo, yo quedé muda y aturdida, y al despertar recordé poco o nada de lo que me habían
acostumbraba a la vida de ser madre primeriza, el unicornio de Dios tiró anillos por
toda la circunferencia y dictaminó con rigor todo lo que debía cumplirse, y vinieron
los ataques, todo ocurría en el transcurso del sueño, en la duermevela quizá, sonó
y a la bruja universal, si hay criaturas más malas y peligrosas que el mismo Satán, ya
hablé de Lucifer, rey rojo siniestro ignominioso, y de Asmodeo, demonio que nos
de Moloch, matador de niños, ya dije ya: todo recinto, todo pueblo, toda ciudad está
repleta de brujos y demonios, Dios Padre me hablaba a mí, solo a mí, y veía o creía ver
al duende de las peñas con vestidura negra y gorro cónico del mismo color y varita
mágica, y lo escuchaba hablar y reírse como un niño, y al otro duende culeado llamado
Mister Ma-goo también lo veía con su monóculo sostenido con vicio e intriga, y veía
tentaban diciendo: y por qué no ama a Fernando Meléndez, el trabajador que les hace
las cosas de la casa con tanto esmero y amor y que los quiere tanto y tanto, y luego:
por qué no se acuesta con Luchito Serrano y hace el amor con él con sexo oral como se
debe, si usted fue educada bajo los cánones de la sor Rita y sor Ruda, y enseguida: por
qué no trabaja como empleada de ho-gar como lo hacen todas las mujeres
sobre la cama, y no decía nada, todo lo guardaba para mis adentros, sufría en forma
164
terrible, tanto que para Navidad y Año Nuevo no pude comer ni pronunciar palabra
Gabriela, no sé realmente de dónde venía todo eso, un día abrí el ropero de doña
Sara y descubrí que todo provenía de allí, y deduje con veracidad que mi suegra era
invertido, y siéndolo así, eso atrae a cualquier demonio, cualquier duende maligno,
cualquier chuchá funesta, y no podía domir como corresponde, ¡cómo!, y las voces
repitiéndose una y otra vez, no estaba enferma, no, nada de eso, si tomaba fuerzas, me
levantaba y, junto a la Otilia, hacía las cosas de la casa sin retrasarlas, el año 68
señor Toro Ilabaca a avisarnos que venía el delegado de la gobernación de Santa Cruz,
en razón de la Reforma Agraria, por eso escuchaba en el oído derecho la voz diciendo:
intruso, intruso, era él, el feo de su madre de Ariel Tomás del Circo, o Ariel Ruedo
Circo, tenía tantos nombres, pero eso no fue todo, después apareció una niña bien
bonita que se presentó con el nombre de Carloncha Foster, vestía una minifalda
cuadrille y casaca de cuero ajustada, tenía los labios pintados con rouge color rojo
intenso, y mascaba chicle como una loca, tenía buenas tetas y una mansa zorra, eso me
pareció al verla así tal cual, dijo que venía de Santa Cruz y que sus padres tenían
mucha mucha plata, ¿era una potona o putona?, no lo sé, y se puso a preguntar por
Nano insistentemente, yo le dije de buena manera que no estaba, si eso era cierto, si
quería tal vez maraquear con él, eso pensé, tomó un cigarrillo y se puso a fumar
delante mío, yo le dije que se fuera porque Nano no estaba, y ella fue al silo y al
granero a buscarlo ahí, luego, yo la vi, se puso a preguntar en las casas vecinas y de
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pronto volvió donde yo estaba, yo me harté, y le espeté con rabia: andai con la zorra
caliente huevona que andai preguntando impetuosamente por mi marido, ella se asustó
y dijo mascando chicle: bueno, me voy, chao y chao guachita, y la vi alejarse por el
casados, a Nano lo consideraba como mi legítimo esposo, nunca creí ni pensé que
Nano tuviera otras mujeres o amoríos, yo quedé mal, muy mal, y tuve que reponerme
poco a poco.
mon-tes en alimento, agua y bebida, pero no para vivir sino para sufrir, y me venían
achaques una y otra vez, yo no conté nada a Nano y de la tal Carloncha Foster no supe
madre feo y horroroso, yo veía y escuchaba a diario todo lo que pasaba, sin don Benito
era un hombre fuerte, habiloso, memorión, pero ese infeliz hijo del diablo fue más
fuerte que él y que to-dos, en febrero Nano determinó ir a la laguna Cáhuil por unos
días, a doce kilómetros de Pichilemu, bordeando la costa de Punta de Lobos, más allá
de Rancho Pinar, la cabrita nos condujo por laberintos oscuros e implacables, las voces
cesaron un poco, me sentía libre, llana, nos subíamos a un bote con mi niño y Nano
sentado en el centro remaba con marcha suave, la laguna estaba a orilla de camino,
quizá en medio de la nada, y por las noches cálidas recibía el agua gélida del mar, allí
donde termina el estero de Nilahue, ha-bían pocas casas y la señora de la pensión nos
lejos, el grito de la garza es señal de fertilidad, el del búho por el contrario, con sus
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notas lúgubres, alimenta a los brujos y al cachudo, nos levantábamos como a las diez
de la mañana y salíamos a caminar con la brisa suave por todo el estero hacia arriba,
habían cisnes de cuello negro, hermosos, fluviales, a uno y otro lado, si los cisnes se
casan una vez y mantienen su amor por toda la vida, eso lo sabe todo el mundo,
las salinas o anidando simplemente escondidos entre la maleza por ahí, fueron cinco
días dichosos, yo se lo dije a Nano, yo era otra mujer, mi niño no sentía nada y yo no
quería perturbar por nada del mundo su sosiego y mansedumbre, hasta que volvimos
El festival de las voces, a partir de ahí, pasó un tanto, yo quería ver a mi abuela
Tere-sita, a mi madre, a Susanita sobre todo, por eso fui por dos semanas a la casa de
mis pa-dres, el viejo, al verme, no me dijo nada, entre, expresó con cariño, yo ingresé a
nada, ellos solo querían verme y estar conmigo, pero Gonzalo y Gastón, lo noté al tiro,
estaban al agüaite, mi niño lo tenía en brazos y tenía los ojos abiertos, bien abiertos,
iba a cumplir tres meses ya, se lo pasé a Teresita y ella le dio un beso de bienvenida en
la mejilla con naturalidad, Pedrito movía sus manitas de ángel y su cara se tornaba
fresca y caprichosa, toda una cria-tura, un pan de Dios, pensaba, si los niños
mata, quizá mi madre pensaba que yo era una mujer desobediente y atorrante, por eso
no expresaba mayor pasión y cariño, la que me quería harto harto era la abuela,
167
siempre fuimos como hermanas, como amigas, Susanita se paseaba con los brazos
cruzados mirando a través de los visillos, todos como familia estábamos reunidos ahí,
a Poncho y a Frabrizio, los más chicos, no se les notaba su presencia, los dos
chimenea, pensaban con discreción que yo venía del lejano Oeste, como en las
llamado Mallermo, si eran simples, enanos, diminutos, mi padre no los tomaba mucho
hacia la abuela, porque todas las noches los obligaba a rezar, había transcurrido una
hora más o menos y salí para afuera a visitar a mi vecino Lisandro, si éramos amigos
Matías a veces.
10-III-68
avanzada edad
168
entraban y salían; me miraban con cara de extrañeza; ¿qué podrán conversar
estos?
saludo,
me alegré una vez más constatando que ahí estaba mi amigo. Nos sentamos
a conversar, o más bien a escuchar con mis 22 años ¿qué podía opinar o
responder?
Su secreto lo repetía una y mil veces. Sus padres separados, la madre era la
querida
como todos decían del administrador del fundo del frente. Lo sabían,
pues su alazán tranquilo lo esperaba todas las tardes amarrado bajo un árbol
la vergüenza que sin más le quitó a su madre sus tres hijos. Se los llevó
a vivir con sus tres hermanas, solteronas, buenas para tejer a crochet
y tomar sus copitas de vino a escondidas por las tardes. Lisandro creció
añorando a su madre, sin más cariños que un padre ausente y sus hermanos
tan lejanos y tristes como él. Todos se casaron jóvenes tal vez por soledad,
por salir y buscar otros horizontes. Recuerdo que como tantas veces
169
simbiótico lo invitaba a salir a jugar fútbol o simplemente a recorrer los
cerros.
Aquel día el primero de mis vacaciones supe que estaba enamorado de la Tita,
como dos horas conversando, yo conocía casi todas las historias de Lisandro, que era
bueno para cazar, que tomaba vino de vez en cuando, que estaba enamorado de la Tita
y otras cosas, le estreché la mano y nos despedimos, cuando volví a Pedrito lo tenían
que se venían a acostar de noche todos cruzaban con paso sonoro por esta alcoba, y
abriendo las puertas de madera barnizada se iban instalando en cada uno de sus
aposentos, la abuela también pasaba por ahí cubierta con su chal azul o rojo o
cuadrille, pantuflas de lana y rosario en mano en dirección a la pieza del fondo, y eso
lo recuerdo mucho porque así estaban construidas las casas de campo antiguas, en ese
primer día dormí en forma profunda y pacífica, a las dos de la mañana me levanté a
darle papa al niño y luego, con luz de la vela encendida, volví a acostarme, la señora
170
queques rellenos con nueces y almendras picadas y bizcochuelos de miel y cola de
mono sabroso y panqueques con mermelada y manjar, si tenía hijos grandes ya.
Yo diría que nuestra residencia era la principal casa de La Rinconada, las hijas de
y vestían como yo. Como a las diez mi madre abría el negocio, y poco a poco
empezaba a llegar la gente a comprar, rutina que se repetía día a día, quiero una
virutilla para encerar, decían, quiero un caldo de gallina, quiero tallarines Carozzi,
quiero harina flor, si el boli-che, aún no siendo tan grande, tenía de todo, todas las
cosas que entraban a la cocina y al comedor venían desde ahí, y Poncho y Fabrizio,
reclamando por esto o aquello, entraban a robar dulces a escondidas, yo les reprochaba
diciendo en voz baja: ladrones, todos esos días nunca se pudieron esfumar porque en el
jardín exterior, el del frente, nos sacábamos fotos con mi niño, ahí donde están las
tinajas, la mata de camelia, las achiras y rosales y cuatro palmeras, Susanita se sentaba
era de piedra y tierra, afuera habían unas matas de quillayes altas y ostentosas y esos
familia, pronto pasaron las dos o tres semanas, no lo recuerdo bien, y Nano me vino a
buscar en la camioneta a inicios de abril, pero, oiga, sin toparse con mi padre de
Estábamos en otoño y el viento ululaba por las noches en forma fuerte, mis
Señoras eran la Virgen de las diucas, la Virgen del chercán o ruiseñor, la Virgen de las
171
tórtolas, con afán las consideraba como mis protectoras, si toda criatura tiene su propio
consejero o mentor o hada madrina, doña Sara habló de duendes, no sé el porqué, que
en la casa esta-ban penando, dijo asustada, y no le creí nada, si todo sucedía por culpa
cosas más, sí, hágase la huevona no-más, si usted era la rechucha de su madre que
salían a hacer de las suyas, doña Sara dejaba el agua al sereno y al otro día se la
tomaba para limpiar el Cerebro y Corazón, y se ponía a leer el futuro en una yema de
huevo, e iba de propio a sentarse bajo el damasco para que diera buenos frutos, y bebía
agua bendita a borbotones, y pelaba tres papas poniéndolas debajo de la cama, una sin
pelar, la otra a medio pelar y la tercera completamente pelada, y era para saber cómo
sería su futuro económicamente hablando, si tomaba la papa sin pelar habría riqueza y
abundancia, si tomaba la que estaba a medio pelar le iba a ir más o menos, si tomaba la
pelada iba a haber ruindad y pobreza, no sé cómo creía en todo eso, si era una mujer
bo-luda y chismosa, yo nunca creí en tal magia, los mitos y leyendas del Sagrado
Corazón son verdaderos, pero no para estar asustando a la gente e inventando cuanta
huevá estúpida, yo tenía más sentidos mágicos que ella, y podía ver a través de las
paredes, volar como el viento como un elfo o hada o conversar con los pájaros de San
172
Día tras día me sentía una mamá dichosa, de pronto recordaba a la tal Carloncha
Fos-ter, visualizaba al Nano haciendo el amor con ella, y me llovían los cuchillos de la
enemis-tad y aflicción, Nano se puso a criar chanchos en los corrales del granero, y
Ariel Tomás del Circo nunca tomó una medida en contra él, lo dejó que produjera
y luchador, sus enemi-gos, él mismo lo decía, eran don Benito, don Carlos Stüver y
don Julio Pereira, la cabeza mayor, un día Nano llevó a Pedrito a los corrales, y
sosteniéndolo en los brazos, se sacó varias fotos con él juntos a los chanchos, después
lo puso bajo los platillos o discos de una rastra y le volvió a sacar fotos, además de los
chanchos mi esposo tenía una yegua tordilla, la Pizpireta, y continuamente salía con
ella a tranquear por los campos, de esa fecha datan su sombrero de huaso adornado con
una cinta negra, la manta con rayas blancas y grises, las botas de tacón y espuelas, si
podía ir a los corrales mandaba a Nacho Leiva, joven aún, el segundo hijo de don
Ernesto y de doña Hilda, a darles agua y ali-mento Champion, los abrevados los
limpiaba con trementina. Don Benito, por esos días, fue a hacerse el examen contra la
no se cuidada, comía de todo, tanto que alharaqueaba con doña Berta, su suegra de
tomaba yohimbina porque sufría de disfunción eréctil, si a todos los diabéticos les pasa
eso, a inicios de primavera, después de la noche del equi-noccio, Nano nos invitó a la
del 24 de septiembre dirá usted, doña Sara nos acompañó y caminaba con paso ligero
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observando los puestos de los comerciantes con mirada astuta e inquisitiva, buscando
algo nuevo, original, para comprar, había un mundo de gente y yo, con Pedrito, tuve
que correrme para dejar pasar al cura y al obispo. No recuerdo a qué hora regresamos,
solo sé que a los pocos abrí el «cuaderno azul y marrón» y me puso a escribir, dije: los
vigor, tú eres el Orden y repito: la Verdad, la Fuerza invisible de todas las cosas, la
habido en toda criatura y ser viviente, a ti imploramos ayuda día tras días, en ti
vivimos y somos lo que somos habiendo sido, tú eres el gnosticismo puro de los
herejes y Padres de la Iglesia, en ti todo halla cabida, todo valor y virtud nace y
vuelve a ti, recibe nuestros Corazones con amor y justicia y alimenta nuestras
plegarias para que vivamos siempre en ti, tú eres el Sí-o-Siris, el arcángel Gabriel
gran-de, sano, manso y puro, a ti acudimos en el día de nuestra muerte y ante ti nos
Gabriela, desde Mallermo para toda la capital y provincia en este mes de octubre —
174
Don Crisóstomo Arriaza era un poderoso terrateniente, el más grande de todos, y
compe-tía directamente con los futres de la hacienda de Alcones, con don Roberto
Izquierdo y todos esos, si los viejos se odiaban por culpa del dinero, si ellos
Crisóstomo tenía una camio-neta roja y negra y un tractor celeste marca Landini, no
tan poderoso como los tractores John Deere o como los tractores Zetor de la hacienda
arados, estaba casado con doña Elmira Ri-quelme de Marchant, una señora gorda que
usaba lentes cafés gruesos y que le gustaba mucho tejer, tenía dos hijas, Mónica, la
universidad no sé qué cosa, y era orgullosa, entradora y picuda, tenía una nariz
puntuda como aguijón de avispa y le gustaba mucho jugar con los niños, Fabiola por el
contrario era parca, enérgica, de cara blanca como monja y no tan alta, les encantaba ir
comunes, durante verano se sacaban las zapatillas fueran Adidas o Puma y se ponían
simplemente hawaianas, y caminaban por la casa solariega como unas gallas libres de
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toda culpa, si la fiesta del 15 de agosto en Marchigüe, día de la Asunción de la Virgen,
nunca se la perdían, si tenían «machos ahogados», vale decir: hombres que andaban a
la siga de ellas, pero don Crisóstomo era fuerte, colérico, si andaba con una varilla
persiguiéndolas, hasta esa edad, dirá usted, si ningún hombre corajudo podía entrar a
embargo Mónica y Fabiola no le hacían mucho caso y salían de igual modo, cuando su
grandecitas ya y doña Elmira no les decía nada. Don Crisóstomo en tanto había
contraído obligaciones con don Miguel Retamales Abarzúa, si eran compadres, don
Panilonco don Crisóstomo iba para allá, eran como veinte puertas que tenía que ir
abriendo, si la casa patronal con sus dos leones acorazados, ya lo dije, quedaba abajo,
a orilla de mar, potreros y más potreros dirá usted, llenos de ovejas y ganado de
distinto tipo superior excelente, si don Miguel Retamales, de toda esta zona, era el
viejo, el potentado más rico, tenía, vea usted, más plata que don Roberto Izquierdo y
familia, si eran amigos, más plata que don Crisóstomo, si tenía una megacasa en
Ranca-gua, una mansión, no, una megacasa, por la Carretera del Cobre hacia adentro,
lugar y pasar predilecto estaba en Rancagua, allá vivía su señora, misia Fernández
Alfaro, sus hermosos hijos y nietos, si tenía más de sesenta y cinco, su chofer de
Machalí se llamaba Elton Torrico, era homosexual, por qué creís que se llamaba así, su
176
empleada de Gultro, pueblo pequeñito contiguo a Rancagua, era doña Zoila Zorruna,
ja, si cuento y digo toda la ver-dad, si don Miguel Retamales era un viejo verde, le
hacía para los dos lados, con tanta plata dirá usted, si se las traía, era uno de los
eso, si era, sépalo usted, amigo y conocido de don David de Curto, empresario italiano
avencidado en nuestro país desde algún tiempo atrás, pionero de este rubro en toda la
zona central, si las bodegas de este último estaban ubicadas a la entrada de San
Fernando, afuera, entre el pasto verde, adornado con luces amarillas estaba el letrerito
azul que decía: DAVID DEL CURTO S. A., y cerca de Requínoa, antes o después,
estaban las bodegas de UNIFRUIT, su competidor más cerca-no, si los dos caballeros
almorzaban juntos, eran más que amigos, cuando misia Fernán-dez Alfaro hacía
festejos en su megacasa del sur de Rancagua llegaba don David del Curto, don
delicioso caviar, y tomaban distintos tipos de vinos y champán y whisky, hasta que-dar
curados como guasca, si por ser tan ricos, eran viejos salvajes, usureros, podridos en
plata y bienes, si don David del Curto murió trágimente despúes en una accidente
aéreo, el helicóptero se les vino abajo y murieron el piloto, el copolito y todos sus
hombre de fama mundial, envidiado por muchos, gracias a él, y a don Miguel
Retamales Abarzúa, somos ahora un país exportador de frutas, école, pero porque ellos
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Y digo toda la verdad, no miento, si don Crisóstomo, viniendo desde Alcones para
acá, contando Mallermo y Las Garzas y Pailimo, era el viejo más platudo, si todos esos
cerros de atrás eran de él, si tenía caballos corraleros inscritos, como cinco o seis, si el
honrado caballero corría los guachos en los rodeos, su hija Mónica odiaba eso de su
si Mónica, el Nombre lo dice, es una mujer brujesca, todas las Mónicas y Eugenias y
Marujas son así, revise los libros divinos, por qué cree que tenía esa nariz puntuda que
más bien parecía aguijón de avispa, y esos vestidos tan largos suntuosos usados con
zapatillas de lona, si a su padre lo odiaba, a pesar de ser medio brujesca ella amaba a
los niños, si iba continua-mente a la escuela a jugar con ellos, por eso algunos niños
llegaban a su casa por las tardes, y había que darles las buenas onces, don Crisóstomo,
al ver eso, se ponía furioso, decía con el puño en alto: cómo Elmira aceptas todo esto,
si la casa parecía una guardería, la Fabiola no decía nada, si era todo lo contrario a su
le pedía a su padre que la llevara a esas fiestas grandes que celebraban en Rancagua a
todo trapo, porque sabía que ahí se juntaban muchachos dijes, hermosos, rubios,
a los hijos y nietos de don Roberto Izquierdo, y ella misma lo decía, porque eran
rubios, si era medio envidiosa y arribista, y a los hijos de don Sergio Lecaros, cuñado
de don Roberto, también les tiraba cortes, repito: porque eran todos rubios, todos gente
linda, y daba grandes suspiros diciendo huy, o uf, qué bellos son, según ella, toda la
178
gente rubia era rica, o bien toda la gente rica es rubia, si rubio y rico significaban lo
se ponía a atracar con ellos, si era una putita o putona, y esos jeans tan ajustados que
usaba y blusa con los primeros botones abiertos, si era una cachera redomada, hazte la
huevona no más, tenía como diez pololos, si estaba en Sexto Año de Humanidades en
al vela tan suelta de raja, con el ombligo al aire, afuera, la quería soltar, si en tiempo de
verano, cuando querían ir a Pichilemu, don Crisóstomo tenía que ceder, do-ña Elmira
ganaba la pelea, y Fabiola se escapaba a las dunas con algún gallo y vamos dán-dole
duro, cabalgaban y cabalgaban montados sobre la arena negra, bajo la luna, Mónica, la
hermana obediente, lo sabía pero no le decía nada, si Mónica era medio católica, la
otra una total atea, Fabiola era cachera y canchera a la vez, cuando don Crisóstomo las
iba a buscar en la camioneta ellas volvían muertas de la risa, doña Elmira, a las dos las
Fabiola otra vez con sus martingalas, se encerraba en la última pieza de al fondo con
escapaba a las matas y ahí lo hacía, si era una potranca indomable, su hermana mayor
era virgen y ella en cambio una puta de pueblo insufrible, ja, don Crisóstomo no sabía
nada, decía constantemente conmi-go no, conmigo no, y Fabiola pasaba por alto todo
eso y se reía descaradamente delante de él, repito: si era una putita en celos, una putita
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¿Cuándo, a qué edad lo hizo primero?, a los once años, no ve hijo, si la plata hace
y qué, si los hijos y nietos de don Roberto Izquierdo no la pescaban, esos tenían más
plata aun, si la puta se acostaba con los trabajadores, ella decía y creía con fe ciega y
amaba a los hombres rubios, pero no hacía distinción entre uno y otro, me da igual,
decía, y pelaba las naranjas y comía kiwis como una soberana del Reino Putícola, si el
Liceo Municipal de Peralillo era mixto y pasaba haciendo la cimarra lo más del
como lolos grandes y tomaban whis-ky y coñac y ron como sanguijuelas, si Fabiola se
venía en la última micro con la chiva de que iba a estudiar a la biblioteca, si se había
por qué, y era pura calentura de zorra, de hocico, para mamar, para besarse como
nunca, para culear con ganas, si ella lo estaba esperando afuera con la mochila, fueron
enchufárselo, don Crisóstomo, hasta el día de hoy, nunca se enteró de nada, y que me
perdone mi padre por lo que estoy diciendo, si Mammón, el dios o demonio de las
riquezas obra así, puede dejar la cagada más grande en un hogar, pero nunca llegó a
quedar embarazada, porque usaba condón, eso le exigía perentoriamente al macho que
quería estar con ella, si cuando iba al rodeo de Pailimo después venía la fiesta y todo
zarzamora, y cuando había fiesta y baile en los partidos de fútbol también con mayor
curados como taguas, si don Crisóstomo era amigo de Marcos Pérez, otro hombre
180
tomador insuperable, casado con doña Esperanza, iban juntos a Población, a Peralillo,
a La Estrella, a Litueche, donde hubiera celebración y fiesta, ¿por qué cree que
Fabiolita salió así?, hija de tigre dirá usted, si don Crisóstomo, después de comprar los
terrenos de Mallermo, con tanta plata, se volvió putero, hacía el amor con amenazas o
a la fuerza, si a las putas las obligaba a estar con él, les pagaba cien o doscientos pesos,
partes, doña Elmira no sabía nada, si el viejo todo lo hacía a escondidas, si Pepe
cambiarle el nombre para que la gente no se asuste, si corrían juntos en los rodeos, y
tomaban y se curaban a la par, y entre los dos iban a ver a las putas, si la hermana del
Teddy también se acostaba con él, si tenía mucha plata, repito, estacionaba la
camionetita afuera a vista y paciencia de toda la gente y entraba con paso sigiloso para
dije: la hermana del Teddy, y la mamá, doña Zunilda Lizana, lo recibía con gran gusto,
tomaban onces juntos y luego iban a la cama, si eso lo sabía todo el pueblo, y el viejo
pagaba buenas sumas de dinero, tanto que la señorita XX se construyó una casa atrás
de la de su mamá, el Teddy nunca dijo nada, la niña se llamaba Victoria o tal vez
Benerice o quizá Verónica, sí, háganse los huevones, si la plata convierte a los
usted, era un putero, ah no, si todos los hombres famosos, gloriosos son así, para qué
le voy a hablar del putero John Kennedy, o el putero Adolf Hitler, si para eso tienen a
las mujeres, si tienen plata, mucha plata, o si son famosos, todo el mundo está a su
181
servicio, todo el mundo está a sus pies, y las mujeres, para eso están, lo único que
verdad, si cuando Mónica se enteró de que su padre era un putero le paró los carros en
seco enseguida, cómo, dijo, podía estar haciéndole eso a la mamá, y a ella y a toda la
familia, y no contó nada a doña Elmira ni a nadie, no, sí contó, y tomó cartas en el
asunto para acabar esa cuestión, dijo: usted me entrega toda la plata a mí, por último a
mí, y se deja de travesear con sus putas, ¿me oyó?, don Crisóstomo agachó la cabeza y
guardó si-lencio, si Mónica se comportaba como una bruja a veces, Pepe Gilberto iba
espetó en forma fu-riosa: ¡no quiero que nunca más vuelva a salir con mi papá, ni a los
ninguna parte!, ¡yo estoy can-sada con todo esto!, ¡hágame caso!, le dijo moviendo los
dedos, ¡si no lo denunció a los carabineros!, ja, y qué, si los viejos nunca le hicieron
caso, todo fue por las puras, don Crisóstomo de igual modo se arrancaba y hacía de las
suyas, decía que iba a ver los anima-les y, en vez de hacer eso, iba a ver a sus putas,
tuvo que volverse viejo y azumagado para volverse un hombre equilibrado, hogareño,
pero no todo terminó ahí, don Crisóstomo te-nía tres trabajadores, a saber: Cornelio
Hermosilla, Poquenque y Carlos Pérez, y eran tan feos y raquíticos como él, para
entonces ya tenía los terrenos de Mallermo y con el tractor Landini y el arado rojo de
discos inconmensurables comenzó a preparar la tierra, todos esos potreros que habían
hacia la casa del Tete Rojas eran de él, y sembró trigo antes de las lluvias y en
diciembre cosechó a manos llenas, se le veía pasar una o otra vez con camionadas
182
llenas hasta el borde con el gramíneo cereal, ahí va don Crisóstomo, decía la gente, un
ricachón emprendedor sin igual, iba y venía, iba y venía, en la cabina iban Cor-nelio
Hermosilla, Poquenque y Carlos Pérez, y después venía el Lele Gurrero, otro hom-bre
rico, a negociar con él, y recibía una purrada de plata, y se llenaba la boca hablando
cualquier huevá con Marcos Pérez, con don Roberto Izquierdo, con don Miguel Reta-
males, con quien fuera, lueguito, hombre, se ponía a sembrar trigo en los cerros que
están detrás de su casa, lomas gigantes interminables, pero ahí no podía entrar la
máquina trilladora de modo que el trigo tenían que segarlo con echona, pues bien, lo
estaban haciendo laboriosamente y a Carlos Pérez lo picó bajo la axila la Viuda Negra,
la araña de poto colorado, y hubo un tremendo griterío, todos asustados, mecón que sí,
Crisóstomo dijo: por Dios hombre, qué susto hemos pasado contigo, y para qué, el
hueveta, se ponía a sembrar por los cerros a todo campo, allá arriba, y él: porque yo
soy así.
Abarzúa era un viejito bajo, enclenque, con varios dientes de menos, chaqueta de
cotelé café y ma-nos en los bolsillos, si caminaba usando un bastón, y arriba el gorrito
hacienda de Panilonco, si más allá, ya lo dije, tenía una lagunita azul de agua dulce, al
lado de una cabaña o cobertizo, repleta de patos salvajes y ocas, todos los niños iban a
183
bañarse ahí, si tenía un aire de ambiente eterno, pacífico, los elfos o silfos pasaban
volando por ahí, repito: si el viejo era un duende, ¿por qué era tan caprichoso y
singular?, si alguien quería conocerlo o entrevistar-se con él, era imposible, si para eso
había que tener plata, no cualquiera llegaba a su mega-casa del sur de Rancagua, la
casa patronal de Panilonco la conocían por fuera no más, si nunca nadie pudo entrar
adentro, si estaba rodeada con palos y monolitos de cemento, lo único que se veía era
enlazadas y caballitos del diablo, las palomas se posaban en las puntas y los perros
tigreros y leoneros entraban ahí, pero ellos, solo ellos, si la chusma venida de Alcones,
de Las Garzas o La Quebrada tenía que circular por afuera viendo eso, y el viejo,
tampo-co lo encontraban, repito: si era un duende, una criatura de Dios Padre bendito,
instantáneamente en otro, cómo lo hacía, si a Elton Torrico lo tenía para acostarse con
él, Elton Torrico lo acompañaba siempre, era su chofer y paje, y la Zoila Zorruna
también se metía con él, se echaban los tres a la cama y vámos dándole, ¿y eso era
malo?, pregunta alguien, de ningu-na manera, si eran espíritus benditos, para los
«elohim» no hay reglas en el sexo, todos lo hacen con todos en conjunto, si son
elohim, más grande que un ángel, más sabio y sa-grado que un arcángel, no te digo
todas las cosas que tenía ese viejo, si cuando estaban cargando ovejas en los corrales él
miraba una cosa aquí y allá y luego desaparecía por encanto, y nadie sabía si estaba en
184
andaba payaseando en el Santuario de Alcones, el saludo con una venia y listo, si era
el mundo, nunca nadie peleó con él, nunca recibió un insulto, una ofensa gratuita o
calumnia depravada, si asistía al Salón del Reino de Dios de los testigos de Jeho-vá
ubicado en calle Enrique Molina, por avenida Einstein hacia adentro, arriba dirá usted,
Machalí, a Coya, a El Teniente, a todas esas partes, si tenía varias casas, yo mencioné
tablas barni-zadas color verde que tenía en Cardonal de Panilonco a la entrada, buh,
vaya a saber uno, si estos espíritus gloriosos de Dios Padre están ahí para ayudar a la
gente.
camioneta o camión, se juntaban tres casas o tres familias y, con canastos, ollas de
hacían humo sábados y domingos, si don Miguel Retamales los invitaba a disfrutar del
litoral costero, la playita de Panilonco era ingente, graciosa, alejada de toda bulla, y los
pues, compraban pescados a esa gente taciturna y macilenta, y uno de ellos, vea usted,
era Luchito Serrano, si yo lo vi, andaba con sus ojotas de ballena y su gorrito de lana y
chaquetón todo roído, y mirando como zombi con el palo sujeto al hombro, si Luchito
Serrano era otro ser monumental, glorioso, si se iba ca-minando por Las Garzas cuesta
185
arriba, pasaba por la Curva del Diablo y por Alto Colora-do tranquilamente hasta
¿usted cree que las pescaba?, no, hombre por Dios, con solo mover las manos los
pescados llegaban a sus pies, repito: si son duendes que viven entre noso-tros, ¿y para
qué sería señor?, pues, para ayudarnos, no me cree, si desde Alcones para arriba, por el
camino interior de Los Valles y por San Miguel de Las Palmas, y por San Antonio de
Petrel, por dentro, hasta llegar a Las Garzas y a La Aguada, por el otro lado, y para
arriba, hasta Cancha de Piedra y más allá incluso, todos esos cerros colmados con
pinos radiatas y eucaliptos eran morada de Dios Padre infinito, todo estaba repleto de
duendes y ninfas y faunos y centauros, todas criaturas armoniosas, los más osados
bajaban a vivir entre nosotros, si la línea ferroviaria que va por el camino de Los
Valles la constru-yeron ángeles del Señor, los llamaban de buena manera los
«pindongos», emisarios, traba-jadores del gobierno, dirá alguien, no, señor, ángeles en
el sentido correcto de la palabra, cómo creís que abrieron esos túneles monstruosos,
talando bosques y cuánta chuchá, viles campesinos haciendo eso, ¿¡cómo?!, gallos que
venían de la capital entonces, dirá alguien, mentira, si eran ángeles, cómo creís que
vivían, cómo se alimentaban día a día, viviendo insanamente metidos en barracas, no,
hijo por Dios, si soy yo, Reina Madre Avispa con-tándote la verdadera historia.
culea-dos que han tenido problemas con la justicia, yo mencioné a la gente justa,
honesta, hono-rable, que ha sido buena con la gente, no mencionó a crápulas, dice
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Satán, comedores de estiércol simplemente que abusan del hermano pobre, del
hermano trabajador, del herma-no anciano, ¿por qué no pregunta mejor cómo se
hicieron de sus fortunas?, me referí con sinceridad a don Crisóstomo, a don Roberto
Izquierdo, a don Miguel Retamales, a don David del Curto, de más allá, y así lo dejo
más.
187
Leopoldo Sacristán es el nuevo alcalde y hacia él he acudido de buena manera a
pedirle trabajo, mi esforzado esposo dijo que ya era tiempo de hacer clases en la
DOÑA SARA.— (Con una cinta roja amarrada al pelo y tono suplicante.) Sata,
fuerza.)
188
(No sé oye nada, todo es feo y lúgubre, si están en el patio de la casa. De pronto
vestimenta de gitano.)
SATÁN.— Aquí estoy mi humilde señora, veo que me habéis llamado, ¿para qué
azu-les.
buscadlos ahí.
sucede entre nosotros, todos nos amamos y respetamos, si todos tenemos rango y
DOÑA SARA.— Bien lo sé amo y señor mío, con esto saldré a volar como elfo y
con el primero que me encuentre le arrojaré una copiosa cagadera, ja, ja, ja. (Con
189
LUCHITO SERRANO.— (Aturdido.) Que no se haga la huevona, si los
SATÁN.— Bueno, bueno, dejemos las discusiones para otro día, yo no estoy para
cerrar anillos, se hacen presente otra criaturas funestas del Inframundo. Satanás no
larguísimos, cara roja y cola de lagarto.) Ajá, veo que estáis conversando sin oír mis
capísimo.) Yo soy el más grande de todos, ya se los dijo Satán, los cachos expresan
rango y jerarquía, veis los míos, son mejores que los de él.
DOÑA SARA.— Si pero usted no ayuda, usted mata y estrangula, usted no tiene el
sexto ojo, Satán y yo sí, mira como están las almas sufriendo el vértigo y podredumbre
tanto en el purgatorio como en el Infierno, y todo por su culpa, rata de los mil
demonios.
190
(Lucifer no contesta, porque sabe que es más grande que Satán, él lo ha expresado
así, si sus cachos son más bonitos y espectaculares, pero después aparece otro y otro,
ASMODEO.— (Con cachos de toro, buey o vaca, lleno de jeringas por culpa del
incesto y pedofilia y sexo oral, cara deforme irreconocible, mucho peor que los otros.)
Veo que estáis haciendo una com-petición entre ustedes tratando de comprobar quién
es el más grande de todos, repito lo dicho por Satán: si los cachos denotan elegancia,
sabiduría, en suma, jerarquía, mi madre Hathor me tiñó así, señores, oh, oh, yo soy el
maligno, yo los tiento a todos y los hago caer en orgías dionisíacas implacables y
pelea, con quien me enfrente le saco la chucha, yo soy bovino, mis ca-chos son más
SATÁN.— (Desde la rama del árbol.) Callen a esa mierda, yo soy el que manda
aquí, yo soy el Divino Corazón, a los buenos no los toco, a los malos los castigo, pudo
imponer suplicios fortísimos a todos estos huevetas que se hacen llamar demonios del
diversa índole, vestido como un mahometano.) Qué hablai vos huevón, mira cómo los
tengo agarrados a todos, to-dos me aman y me sirven a mí, si soy superior y glorioso, y
el auto BMW y el Mercedes-Benz y el Ferrari, todo eso es mío, lo ven señores, todos,
191
absolutamente todos se postran ante mis pies, y mis sombreros y copas o trofeos, si la
tremendamente co-losal.) Haber, qué tanto jaleo hay aquí, quién fue quien tentó a
soy más viejo que todos ustedes, a mí no me vienen con huevás los huevones, yo soy
LUCIFER.— Y la marquita del 666 que te tengo dibujada en la frente, si todos son
hijos y engendros míos, yo gobierno los nueve recintos y ustede me vienen a pedir pa-
ellos cortan el cordón umbilical porque yo se los ordeno, ¿a quién ve la gente allá
entonces?, pues a mí, y el ojo biónico y la laringe que nos otorga el oído poderoso, y
todo eso.
192
CONDE DRÁCULA.— (Cara blanca, capa negra y vuelo, con zapatos
acharolados, vestido de etiqueta.) Estos gallos no saben nada, yo soy Vlad Tepes el
Empalador, y los derroto a todos, tengo a las ratas y a los murgiélagos, si eso soy yo,
me puedo convertir en humo negro o en una poza de agua, o en una tinaja, o en aserrín
mucho más grande que ustedes rechuchasdesumadre, a ustedes nadie los conoce, a mi
sí.
mí, hay tantos hombres como Frankenstein en el mundo, si Luchito Serrano es otro yo.
mostrando sus enérgico colmillos.) ¡Ah sí! Veamos rechuchas de su madre quién gana
la pelea.
cabezas y cachos, incluso Satán que baja del árbol metamorfoseado bajo forma
humana. El Conde Drácula se retira con Fran-kenstein, porque sabe que él es el más
193
grande de todos, si él tiene status y jerarquía, si es conocido en el mundo entero, si
amplia, los ojos caídos, medio rulengo, y una cosedura por la cabeza cruzando de la
apareció otro, si el mundo está repleto de Frankenstein, cual más cual menos, bueno, a
cómo tengo que hacerlo, si en la Escuela de Mallermo no hay más de treinta alumnos,
antes ya se ha ido porque arguyó que le pagaban muy poca plata, si tenía que venirse
de a pie del cruce de la carretera y eso era inaguantable, eso dijo, con mi portafolio
yo les ordeno que se sienten, y me pongo junto al pizarrón, tomo la tiza y les hablo con
ahora camina por afuera observándolo todo, mis alum-nos son Huguito Pérez, de la
casa de la esquina del embalse, y Renato Rojas y su hermana Inalvia, hijos de don
194
hija por de pronto de don Ernesto y de doña Hilda Acevedo, si los voy reconociendo
uno por uno, Ariel Tomás del Circo o Ariel Ruedo Circo no se viene a me-ter acá, si es
embargo a mis niños yo los quiero educar de otra manera, si intento poner en práctica
las nociones fundamentales de la Escuela Nueva o Escuela Moderna, si nos falta una
impren-ta, y papel lustre y papel cartón, si a mis niños de Primero y Segundo les
aconsejé que hi-cieran un diario mural para poner todas las noticias y efemérides
atingentes, les dije que lo colocaran atrás, y me pinto la cara y las pestañas y los labios
para verme bien bonita, Pe-drito lo único que hace es jugar y columpiarse, si le tengo
jamonada, si las clases terminan a las dos, mientras yo estoy allá, la Otilia hace las
les hago clases y no digo nada sobre ellos, si son levantados de raja, arribistas, viven al
otro lado, a la chucha madre lejos, a Primero les tengo que enseñar a leer y a escribir,
si tengo las letras dibujadas en cartón de piedra en colores y se las voy mostrando
desde adelante una por una, digo «a» con voz sonora y ellos repiten, luego «b» y otra
vez la misma operación, y así sucesivamente hasta llegar a la «z» que representa el
esa es mi técnica fa-vorita, y las técnicas de Piaget también las ocupo, si ese pedagogo
chiquititos, les pongo la letra arriba con puntitos, y ellos tienen que remarcarla y
repetirla hacia abajo repetidas veces, si les doy tareas para la casa, estoy un tiempo
195
adelante hablando, los hago descansar un rato luego y después viene la técnica de los
«talleres grupales», junto a tres o cuatro en una mesa y los mando a hacer el trabajo
enormemente aburrido tanto para mí como para mis alumnos, si no soy una tonta ni
una perra, si quieren hablar, pues los dejo hablar, si quieren comer o tomar jugo en
clases, pues que lo hagan, si quieren ir al baño, pues que vayan, si lo único que
respetamos son los horarios de recreo, eso es intocable, yo le informé a Angélica Ma-
ría en forma clara cómo eran mis procedimientos y ella estuvo de acuerdo conmigo,
solo se remitió a decir: bueno, hazlo como quieras guachita, si Nano quiere ocupar otro
proce-dimiento, bueno lo respeto, allá él, si quiere pasar dictando las materias todo el
rato sin descanso, yo no me meto con él, cada educador tiene su propia manera de
enseñar, algu-nos alumnos me vinieron con el cuento de que el tío les pegaba, yo les
dije: bueno, es que ustedes se portan mal, por algo será, me han contado que doña
Esperanza en La Rincona-da les saca la ñoña cuando se portan mal, les rompe la regla
golpeándoles la cabeza, que los para adelante por una hora o dos, que les cachetea las
manos con una varilla fuerte-mente, que los hace sangrar, bueno, ya tendré tiempo de
encontrarme y hablar estas cosas con ella, si estoy recién empezando a hacer clases, no
he tenido ninguna discusión fuerte con nadie todavía, si soy la maestra rural de
Mallermo.
196
Bueno, digo, vaya, si después de eso se va a hacer clases a la Escuela de La
caballo a pelo en la cancha o pista que está antes de llegar al embalse, y viene gente de
distintos lados, si apuestan plata, y corren con caballos ingleses puros o no tan puros,
si en La Rosa también hay otra can-cha o pista, eso ocurre en todas partes, nosotros
tenemos una perrita fox terrier overa que llamamos la Simona y es muy juguetona, si
la pelota de cuero la tiene toda agujereada, si Nano sale a cazar, la Simona es terrible y
temible con los conejos, les ladra y ladra dentro de la zarzamora hasta sacarlos afuera,
si Nano tiene un escopeta Winchester del 58, cuando ve un conejo les dispara, para no
pelear con él yo no le digo nada, si eso es un mal, si los animales son criaturas
inocentes, bueno amigos míos, les informo que he que-dado embarazada nuevamente,
ahora espero a mi segundo hijo, y no es problema para mí, seguiré trabajando como
Y lo que sigue, mediados de abril del 69, con rabia y dolor ha llegado una noticia
vida.
15-04-69
197
abriendo paso entre mi padre y trabajadores, vi un bulto que yacía en la parte
trasera
¿por qué lo hizo?, era mi gran interrogante, qué le sucedió para que lo tengan
cual perro tapado con una lona. Por qué, me repetía una y otra vez. Se disparó
decían,
ver
con más detención el arma. Yacía una escopeta en el costado derecho, toda
entierrada
17-IV-69
adivinar sus últimos pasos, sus porqué, subí, corrí, en cuánto tiempo no lo sé.
entre la arboleda. Pude percibir su aroma, una brisa suave y tibia de mañana
198
de verano acarició mi piel, cuánto rato pasó, no lo sé, pero, entre lágrimas,
pude
respeto
del árbol,
Cuando regresé los niños me estaban esperando, tía, tía, tía, decían, si ya oímos la
no-ticia, Lisandro se mató, no diga a nuestros papás que nosotros le contamos, tía, tía,
tía, por favor, y las clases continuaron igual, en los primeros días de mayo las lluvias
manta de lana, botas de cuero café, colocaba un nylon sobre el cochecito y partía a
hacer clases, si Pedri-to, con sus «pecos bill», me acompañaba, todo el invierno lo hice
así, apenas tengo tiempo para conversar con mi amado esposo, y don Benito va y
199
viene, si Fernando Meléndez no se ha ido todavía, los nimbos-estratos atreviesan por
el cielo alto y majestuoso con terque-dad, escampa un poco y luego vuelve la lluvia, el
estero está plagado de agua, el puente hay que cruzarlo con cuidado, es el viento, el
relámpago fuerte, el trueno grave, todo y todo, y los hombres cazando porque no hay
amistad, si Nano nunca se la pierde, 06 de octubre del 69, nace mi hija Vanina
frutilla, de pelo negro de-sordenado y manitas de muñeco o muñeca, otra vez visualizo
figuras sagradas y mágicas sobre el ropero de madera que Nano tiene en la pieza, veo
León de Dios, le puse ese Nombre porque lo encontré en una revista de moda, y lo
encontré estupendo, insuperable, ahora son dos y luego serán tres, Hugo Pérez llama a
Pedrito con el apodo de Pollo o Pollito, dice que son iguales, ya hablé con doña
Esperanza y le hice ver que esas no eran maneras de educar, ella se levantó enojada
insta a hacer clases allá también, pues ha visto —en las evaluaciones de fin de año—
que soy una buena, excelente profesora, si los niños me quieren, me aman, yo digo que
sí, y comienza el nuevo año con viento en popa, una nueva década, pienso, que
200
deparará justicia y equi-dad, en enero paso dos semanas en la casa de mis padres y me
siento angustiada, era que no, si Nano y mi padre siguen sin hablarse, Nano hizo una
Automotora Vega Artus Ltda. una camioneta Chevrolet celeste-blanca no tan nueva, y
llega con ella y es feliz, y la hace lla-mar de buena manera la Vieja Mademsa, en
honor a una estufa que nos calienta las patitas en invierno en la pieza, y viajamos a
Pichilmu por el camino de Los Valles, por dentro, a todo lo que da, hace un sol
tanto por avenida Ortúzar como por Aníbal Pinto, estamos tres días allá y regresamos
orgiástica y no aparece más, pero la Reforma Agraria continúa, febrero pa-sa en forma
rauda, un pajarito me contó lo siguiente: mi padre tenía problemas con el agua y dijo a
Jano con furor: anda pedirle la motobomba a ese huevón, ese huevón era Nano, ¿y por
qué no venía a pedirla él mismo?, aunque sean enemigos, mi buen esposo pasa
la se-ñora Esperanza, yo le dije que tenía mi propia manera de educar, pero ella
insistió en que debía hacerlo como ella ordenaba, yo fui a hablar de propio con
Angélica María y me dijo que no le hicera caso, porque la señora Esperanza era una
vieja neurasténica, si pasa pegándole a los chiquillos, no nos hablamos, llevo a Vanina
201
de cuidar a Vanina, si es pequeñita, her-mosa, con ojitos y nariz de alfiler, Pedrito se
cuida solo, si pasa jugando a las canicas, de allá volvemos en la Vieja Mademsa pues
Abril del 70: don Benito toma la determinación de regresar a Santa Cruz, a la
Cunaco, no lo sé, y se han marchado a vivir a una casita de San Gregorio, a él le tocó
administrar las parcelas de allá, Benito el Grande no se ve, si tiene mucha mucha plata,
dicen, a los dos meses doña Sara sigue el camino de don Benito y también parte a
Santa Cruz, está un tiempo allá y después vuelve a revisar cómo están las cosas en
Mallermo, pasa algunos meses acá, en razón de esto planto una ruda y un rudón en la
entrada de la casa, digo: si la bruja va y viene, para protegernos contra el mal de ojo,
para espantar los malos espíritus y alejar la mala onda, mi abuela Teresita me la
escuelita de Mallermo a pie, si Nano tiene muchísimo trabajo, la escuela nueva ya está
lista y ahí continuamos haciendo clases, a los alumnos de Tercero les hago trabajos
grupales, mapas conceptuales y lluvia de ideas, nunca les dicto desde adelante como
quiere doña Esperanza, si eso es feo, anticuado, doña Esperanza es una vieja
no sabe para dónde va la micro, mis niños crecen y se alimentan de la savia del apren-
dizaje que yo les doy, si ando con dibujos de animales, breves historias abajo,
«ve» corta de vaca, de la «h» áfona de hacha, etc., si tengo especial cuidado con los
alumnos de Primero, los que están recién aprendiendo, a los de Segundo les entrego
202
guías de Historia y de Ciencias Sociales con preguntas que ellos mismos deben
contestar, y a los de Tercero les hago los infaltables trabajos y talleres grupales, así me
bodega para guardar carbón, si Jano y Teddy están a cargo de eso, yo fui un día para
allá y entré a esas salas oscuras y soñolientas, había hollín por todas partes y un aire
irrespirable, ahí fue donde conocí a Nano, no sé lo que mi padre hará con ella más
vive con nosotros, no quiso irse a Santa Cruz por ningún motivo, odia, no soporta las
ciudades grandes, doña Sara le dio la opción de regresar a Chequén, pero él se negó en
forma rotunda, Nano está a cargo de él, le da la comida y le compra alambre de conejo
y ropa, si los lazos no los suelta nunca, sale a andar en carreta de continuo, todos lo
vestir, se ponía encima cualquier trapo sucio, cuando Nano está muy ocupado él me va
o sin ella, si le gusta hacerse el leso, yo le digo que no sea tonto, que no siga creyendo
en tanta estupidez que le hacía creer y admitir doña Sara, por eso puse la ruda y el
rudón ahí, para que acabara la mierda de la brujería e invocaciones a Satán, si eso es
divino, para ellos, para mí no, y ajo que tengo colgando en la cocina, y la Biblia que
tengo abierta en el velador en el primer capítulo de San Juan, y las tijeras extendidas a
la entrada del living para cortar lazos y ligaduras demoníacas, y el par de zapatos que
203
Ya es septiembre y ha llegado un nuevo gobierno, mucho peor que el anterior, y en
octubre aparece ese torito de Max Joel Marambio, no necesita mayores anuncios ni
pre-sentaciones, dice que las cosas se arreglarán en Mallermo, que nos va a ir bien,
mucho mejor, dice, pero todo sigue igual, las tomas ilegales se intensifican y don Julio
Pereira se hace humo, no quiere saber nada de la tal Reforma Agraria, ni de gobiernos
lo apoya a él y no a Max Joel Marambio, como sea la cosa seguimos haciendo clases
madrina de matrimonio fue la señora Rosa Vallejos, una mujer puntuda alachueta, sí,
sí, decía, si esto es lo mejor que podían hacer, con su odio funesto a Fernando
Meléndez, si la Marinita ya tiene treinta y nueve años, y José, treinta, si ella es mayor
que él, don Benito no dijo nada al respecto, al contrario, dijo: que se case con quien
al tiro, de vuelta se van a vivir a una casa ubicada en el centro de la Rinconada, pasado
la cancha de fútbol y de la casa de Segundo Quintanilla, ahí, vea usted, continua con
su negocio, si no nos hablamos, ya es el 71, el nuevo año, y estamos solos, solos, sin
suegro, sin doña Sara a veces que parte a Santa Cruz como una loca, sin nadie, solo
Luchito Serrano y nosotos, y eso es mucho mejor, ya no hay peleas ni caras feas ni
mohines hipócritas falsos, pasamos días enteros pescando pejerreyes en el embalse, las
204
del desagüe la abren para intensificar la bajada de agua y así facilitar el creci-miento
de las plantaciones, Nano, como mi padre, sale a cazar por enésima vez.
tenemos
María me da toda la razón a mí, si para evitar disgustos y malos tratos viene poco a
Las Garzas y Pailimo, si Marchigüe tiene varias comunidades rurales que atender,
nosotros no somos los únicos, otra vez me vienen los recuerdos de Lisandro y vuelvo a
subir por los cerros con un poco de resquemor y nostalgia, suicidarse así, ¿se fue al
Infierno?, dice alguien, no, es tanto el dolor y sufrimiento y amargura que soportan
que hombres así se cristifican luego, suben al Cielo convertidos en palomitas blancas,
diminutas, del Espíritu Santo, tú Gabriel sabes todas estas cosas, si los curitas en misa
hablan puras burradas, no saben nada de nada, es la magia y ciencia cierta del Sagrado
llover y a tronar como nunca, y esa ventolera furibunda que se levanta por las noches,
y canta el chuncho sobre el árbol pró-ximo y atrás le sigue el chonchón, si son como
con sal los derriba luego, y cuando quedan en-sartados en las cercas en los alambres de
púa, por tonto les pasa eso, gritan y gritan tue-tué, tue-tué pidiendo auxilio y tiene que
205
círculos como energúmenos y que te cantan encima una y otra vez, hay que hacerles el
saludo y venia y ligerito se van, si por la calle y el patio pasan cantando, no vendrán a
inteligente, agudo, de buen humor y buen pasar, si por culpa de do-ña Sara vivía así,
coliflores, y no sé de dónde los trae, si esa huerta a la que se refirió Lele Gujardo
nunca la he visto, no sé dónde está, debe ser un lugar invisible lleno de naturaleza y
vida que solo él conoce, ya dicho ya: si viaja y vuela a través del espacio y el tiempo
el estómago, ahora tenemos a la Simona, y es veloz, astuta y ladradora, y esa fotito que
con-servamos jugando con una pelota de plástico al frente del silo y el granero, por
abajo, al frente, si es ella, nada más que ella: la Simona. Septiembre del 71: nace
compinche de Las Garzas, mi padre no dice nada ante su tercera nieta, otra vez la
Fiesta del 24, yo estoy embarazada por tercera vez y en noviembre nace mi hijito José
Hernán, José por San José Obrero y Hernán por Nano, y este es el último Señor, con
tres nos quedamos, es el cuarto nieto de la familia y es tan bello y sublime como yo,
son tus hijos Gabriel, tú le hablarás más tarde del ibis, el halcón y el perro, y del
misterio divino de la gaviota, y de todas esas cosas, si los misterios divinos son
noviembre, mes entusiasta que celebra a María, llena eres de gracia y el Señor es
206
contigo, y por la noche abro mi «cuaderno azul y marrón», en honor al gran filósofo, y
Investigaciones lógicas:
207
19 de diciembre, 71: hoy escribo en estos papeles amarillos que me ha prestado José,
incomparable, y escribo estas cuartillas con honestidad, con los sinsabores amargos
que representa la vida humana, lisa y llanamente, porque ha ocurrido algo horrible,
El hecho:
208
una muerte brutal y violenta
Estoy desesperada y es tanta la angustia que tengo que no soy capaz de llorar.
garganta, trago saliva una y otra vez, y la lengua se me dobla, se me encoge y luego se
estira, siento hor-migueos por todo el cuerpo, ¿es obra de Satán?, no por Dios, si el
malo es el hombre, todo lo horrendo, todo lo salvaje, todo lo malo proviene del
Mi padre murió ayer en la noche, la quejumbrosa noticia llegó desde Santa Cruz,
yo estaba atendiendo el negocio como a mediodía, entró una persona que no conocía y
hora pude repo-nerme, ya dije ya: si no puedo, no soy capaz de llorar, tengo una bola
209
de fuego apri-sionando el pecho, estoy atada con sogas y alambres, si tirito a cada rato
la Julia nos acompaña, si Lindorfo, nuestro amigo de Pumanque que vive con nosotros,
no pudo venir, somos yo, la Julia y José, en el Puente Cadenas estuvimos a punto de
volcar, yo le dije a José que manejara con cuidado, si la carretera, los vehículos por el
frente y los cerros y planicies por el costado suben y bajan delante de mis narices, si
digo cómo, si no puedo, estoy con la garganta hecha pedazos, mis manos y piernas
tiemblan a cada rato, le digo a José que se apure, estoy haciendo crisis, por eso llevo el
bastón, y cómo chucha quiere que camine, Sergio y Nano y Benito, están todos
enterados, si ocurrió ayer en la noche, pasamos por las afueras de Marchigüe, miro las
casas con estupor, qué gente Dios mío, y el trigo y plantaciones van creciendo, un
poco más allá Población y luego, como enjambre de abejas inhumano, Peralillo, odio
pasar por el centro de este pueblo, se pierde mucho tiempo, José acelera y me pregunta
cómo voy, yo le digo que bien, la Julia dice cálmese comadre, si ya vamos a llegar,
bochorno encima, le digo a José que se vaya por el camino de Barriales porque es más
asomando aquí y allá, yo misma le propuse a José que nos casáramos en Santa Cruz,
familia, oh Dios, cuánto los odio, eso fue lo mejor, bien lo sé, por fin entramos a Santa
Cruz por atrás y nos encaminamos a Rafael Casanova, no José, le digo, estaciónate al
210
frente nomás, los buses tendrán que dar la vuelta y pasar por encima, me bajo
corriendo y voy a ver a la mamá, Benito me agarra de la mano y dice: no, mujer, si
luego, si cuando dieron el aviso dio un grito fuerte, corrió hacia el patio sin poderse
madre me alcanza a oír de la pieza y le grito fuerte: ya llegué mamá, estoy aquí, yo le
están preguntando a qué hora será el velorio, yo les digo que esta noche y maña-na el
Santa Cruz, los negocios, las tiendas comerciales, todo todo me parece extraño, si
la
angustia actúa así, subimos a full al hospital, y Benito me cuenta cómo sucedió la
Nombre, salió ayer en la tarde desde Santa Cruz en dirección a Isla de Yáquil, pasaron
por la Viña Montgras lentamente hasta llegar a la carretera pero, en vez de cortar a
Peralillo, decidieron regresar a Santa Cruz por afuera, si andaban tomando los
juciosamente la plata que le debía, pero el amigo carabinero se negó, no solo eso: se
aguantó, sacó los cordones del zapato y lo estranguló, y no solo eso: la espada se la
211
enterró en la nuca, si los lugareos escucharon desde la carretera los gritos de mi papá
pidiendo auxilio, y no solo eso: si era un carabi-nero maldito como son todos esos
camioneta con bencina y le prendió fuego, para no dejar ras-tros, si a mi papá, dijeron
accidente carretero, algo así, yo le digo: es mejor que no siga contando, y de este modo
aparecemos por el hospital por las puertas de atrás, ahí en uno de los box está el cajón,
lo intento abrir, pero Benito no me deja, no haga tal, dice, si no vamos a tener
problemas con Carabineros, ah, no sea huevón, digo, yo lo quiero ver, pero él no me
deja, alguien dice: si está sellado, Ángelo, el asistente de mi hermano que tiene a cargo
la botillería, llega con la carroza, entre varios tomamos el cajón y lo ponemos arriba, y
déje-me esto a mi mamá, le dije, la gente se está agolpando en la entrada, quieren ver a
don Benito, y preguntando todo el rato qué vaina pasó, que a don Benito lo han
matado, no, digo yo, fue un accidente, el señor de la funeraria López baja las luces y
hay que abrirlo, la gente, los amigos, los parientes lo quieren ver, pero Benito me
golpea la cara diciendo por nada del mundo, y añade: y si los carabineros vienen…,
con dolor me estira la mano diciendo: oh che scusa, le mie più sentite condoglianze, yo
le doy las gracias, y todos, cual más cual menos, van entrando, arrimándose a la
212
esquna o sentándose en las sillas, unos vestidos de huaso, otros con teni-da informal de
camisa escosesa y jeans, otros de polera y short, si estamos en verano y hay un sol
contagioso, áspero, si mi papá es conocido en toda la zona, y cómo vino a morir, ah,
no me hable na.
Arriba veo pasar los cirros blancos de Dios Padre bendito y el Partenón se ha
posado sobre la casa, si yo también lo veo, lo están juzgando con la hoz y la balanza, si
sopesando sus obras buenas y obras malas, se llama «psicostasis», pesaje del Corazón,
yo ahí no me meto, Ga-briel, tú sabrás lo que harás con el alma de mi difunto padre, la
van repitiendo, al terminar se ponen a cantar, ya son las seis de la tarde y mi madre
sigue descansando en la pieza, Benito se ha puesto a beber oporto con sus amigos, para
pasar este trago amargo, y sigue apareciendo gente de todas partes, todo Santa Cruz
está enterado, la sala se desocupa un poco y vuelven a entrar personas que desconozco
por completo, son amigos, conocidos, compañeros de escuela o de juerga, quién sabe,
me empiezan a caer las primeras lágrimas por mi rostro lívido, si la angustia se me está
pasando, ahora vuelvo al mundo real de los cinco sentídos, y comprendo la inmensidad
digo, cómo vino a terminar, ahora continúan con la novena de los difuntos primer día,
conmigo, si me ayuda a hacer las cosas de la casa, así, así, el velo-rio será largo esta
noche.
213
Una corona de flores
Q. E. P.D.
No una, varias, y ramos de flores y tarjetas y todo eso, la Julia dice que me calme,
José está conversando con Benito, los minutos y las horas van pasando, los chanchos
afuera gruñen oinc, oinc, oinc, pidiendo justicia una y otra vez contra ese carabinero
del Estado los enfrento, los acuso, a las ocho de la tarde-noche llega Nano y la Gaby,
Gregorio, estamos todos, yo les cuento lo que ha sucedido, ellos no lo pueden creer,
han quedado con la boca abierta, no puede ser, no puede ser, dicen, si es la pura y
santa verdad, y la novena de los difuntos la rezan nuevamente, si somos una familia
requetecatólica, a la gente la voy haciendo pa-sar a la cocina para que tomen una tacita
de té o café, les doy galletas de agua o Tritón o Criollitas, todos me dan la mano a mí,
sobre todo a mí, porque soy la hija, todos dicen que a don Benito lo han matado, pero
yo digo y repito e insisto que fue un accidente, no hablen huevás, les grito, y salen a la
vereda del frente a fumar, a conversar, ya son las diez y media, mi madre todavía sigue
descansando, ha llegado mucha mucha gente, han venido parientes de San José de
214
Marchigüe, de Chequén, de San Miguel de Viluco, de todas esas partes, si los Gálvez
El entierro es mañana a las once de la mañana, Benito ya fue a hablar con el cura,
me tomo una taza de té y otra para acompañar a la gente, las luces de la sala principal
crespones rosados, rosas rojas, claveles manchados coloridos, no conozco tanta flor, ya
sacos de trigo, eso han dicho, si todas las piezas están ocupadas, la parentela, repito, es
grande, hay gente que nunca he visto ni en mi perra vida, me recuesto junto a mi
mamá y duermo un rato, la co-madre Julia se pone a descansar en el sofá de felpa que
hay en la pieza, estamos las tres ahí, no nos hablamos, no decimos nada, la madrugada
pasa con marcha lenta, la sala prin-cipal está vacía a veces, pero alguien entra y se
pone a rezar, veo que mi padre se levanta del cajón y viene a hablarme, dice: ayúdame
hija, ayúdame, me están apretando el cogote, no ve, no ve, le digo yo, eso le pasa por
mi casa es amplia, tengo seis piezas, su tocayo Lin-dorfo lo habría acompañado a todas
quería, siempre pasan preguntando por usted, y ahora to-dos están enterados de su
trágico deceso, por huevón le pasó todo lo que le pasó, a mí no me vienen con cuentos
dice la Julia, si usted y Benito nunca se atrevieron a hacer nada, porque era un
tían con Carabineros, si el gobierno y los jueces y las Fuerzas de Orden y Seguridad
215
están todos coludidos, no sea mentirosa, le digo una vez más, si la muerte de don
Benito fue una tragedia horrible que caló hondo en la familia, tan buena persona y tan
cinco comienza a cantar el gallo, y a las seis empieza a llegar la gente, a la parentela
hay que servirle desa-yuno, ¿para qué cree que traje a la comadre Julia para acá?, pues,
para que me ayude, le dje que fuera a comprar queso Chanco y jamón de pavo, y paté
de chancho y de ternera, el más bueno que encuentre, le insisto, hay mujeres de todo
tipo y niños, gente amiga, mi madre intenta levantarse pero yo le pego el grito: si la
desayuno para allá, Benito está tomando aguar-diente, eso dicen, se puso a tomar como
Dios manda, si ese hombre, aunque tome del fuerte, nunca se cura, la Gaby viene y me
habla, no sé qué cosa contesto, si es tanto el aje-treo por Dios, le preparo tostadas con
esposo, está por ahí, no le digo nada, si no se ha per-catado aún que su marido, que su
noble marido está muerto, la Julia intenta hablarle, yo digo: déjala así nomás, si ya se
dará cuenta, José también está tomando y Nano y Sergio, pero sin llegar a curarse, ya
son las nueve y las diez y comienzo a vestir a mi mamá, y se da cuenta de que a don
mamá, la carroza de la funeraria López ya llegó, alguien dice que hay que des-ocupar
la «psicostasis» mi padre salió victorioso, las obras buenas pesaron más que las obras
malas, por todo lo que hizo en la hacienda de Mallermo, eso valió la pena, y nos
216
Benito con Yo-landa Astaburuaga y uno de sus hijos, y se forma una fila larga por
perfecto de las cuentas del collar de Buda, ¿usted cree que mi mami y que la Gaby son
las únicas que conocen los misterios divinos?, si yo también los conozco, si somos una
humano entra para adentro, noso-tros nos acomodamos en las primeras bancas, hay
gente que no pudo ingresar, desde afuera escucharon toda la misa, y el curita —no lo
conozco— no sé de qué habló, de que tenía tierras para Lolol y Paredones, y que era
conocido incluso en Pumanque, ah, no sa-bía, para qué inventa todo eso, quiere que lo
más para despedirlo, y la gente se abalanza sobre el ataúd, si la gente amaba a don
Benito, y los buses BEN GÁLVEZ y todo eso, un servicio a la comunidad dirá usted,
Avenida Errázuriz es una calle de doble vía, y por ahí nos encaminamos al
Cemente-rio General de Santa Cruz, subimos por avenida La Paz, doblamos luego en
avenida Die-go Portales y aparcamos, por la madre, hace un calor insoportable, le grito
a Benito que se apure, si nosotros tenemos que cargar el féretro, otra vez un remolino
de gente y nos acercamos al patio o corredor dieciséis, con la Julia vamos sosteniendo
a mi madre, si apenas puede caminar, y ella: ¿¡qué le pasó a Benito!?, ¿por qué
estamos aquí?, el nicho está abierto, los hombres alzan el féretro hacia arriba y lo
meten hacia adentro, uno y dos pronuncian unos discursos elocuentes y nos retiramos,
todo rapidito para que mi mamá no se dé cuenta, hemos vuelto a almorzar a la casa y
no estoy tranquila, jajá, a mi no me vienen con cuentos, el cajón lo tengo que abrir de
217
alguna manera para mirar a mi padre por última vez, si lo mataron de verdad o no,
Benito y su señora e hijos han vuelto a Isla de Yáquil, cuando son las tres de la tarde le
yo le digo a resolver unas dudas, y la Julia y la Gaby vienen con nosotros, si ya les dije
que iba a abrir el ataúd de todos modos, tengo que hacerlo, por mi madre y por mi
observan desde la esquina, han dicho que me apure, me subo a la escalera aprisa, saco
el cajón para afuera, rompo el sello y abro la tapa, enseguida rompo el vidrio, mi papá
está tapado con una sábana blanca, ah, no sabía, levanto la sábana y lo veo tal cual,
tiene el cuello amorotado con la marca del estrangulamiento, tiene algunos hematomas
una contusión a causa de una herida penetrante, ah, el cuchillo, la lanza o espada del
una rabia tan pero tan grande que si hubiese visto un paco culiado lo mato enseguida,
si el retén o comisaría la tienen en calle General del Canto, ahí mismo, entran-do por la
Plaza, ah, digo, regresemos, la Gaby o Gabita me dice que no sea así, que deje mi furor
y odio a un lado, si las cosas pasaron de esa manera, es porque el Señor lo quiso así, yo
damente a la casona de Rafael Casanova, le digo a mi madre que prepare sus maletas
por-que se viene a La Rinconada con nosotros por un tiempo, no quiero dejarla sola
por nin-gún motivo, ella acepta sin interés, y tanto José como Nano salen al unísono
por Barriales hacia abajo, por la Viña Estampa tomamos la Ruta 90 a continuación, y
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ya son las seis o seis y media de la tarde, no lo sé, y mi madre duerme profusamente
sentada a un costado, si las peleas y rencores, a causa de esta trágica muerte, han
El año 72 transcurrió sin problemas, yo tenía dos años y medio de edad, y José Hernán
Serrano su-bir y bajar por el terraplén con su tarrito, es el único recuerdo que
gallo capón cantando, si ha-bían tres gallos, dos castellanos y uno de cogote pelado,
durante el verano mi madre nos llevaba de continuo a la casa del abuelito, yo veía a
esos chiquillos tan altos, tan dijes, y me asustaba un poco, el Cururo ya estaba muerto,
siempre me hablaron de ese perro negro nonagenario, decían que era muy inteligente,
aquellos años, si lo trajo cachorrito, mi bisabuela nos habla con ternura, don Jano entra
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vuelve como a las diez con el tarro repleto del apetitoso manjar, mi bisabuela usa cuajo
leche, ella me regaña por algo y yo digo: manjar del culo, si por tanto tomar leche me
vienen las diarreas, mi mami nos lleva al hospital y después nos da té de manza-nilla,
eso es bueno dice, y zanahorias hervidas, y agua con bicarbonato, y limonadas ca-
lientes, si para la diarrea, ella dice, hay que tomar mucha agua, y nos obliga a comer
plátanos para endurecer las heces, dice, yo le digo una y otra vez que es por culpa de la
leche, y le enfatizo a mi bisabuela que no nos den tanto esa cuestión, si la culpable es
la abuela Teresita, ella criaba a sus hijos tomando pura leche, pero a nosotros eso nos
hace mal, tenemos un camión de madera de colores que Fernando Meléndez nos
sé que estuvo laborando en la hacienda de Mallermo por mucho tiempo y que, por
culpa de los proble-mas que tuvo allá, se vino para acá, yo no me meto ahí, si es un
problema de adultos, repito: manjar del culo, si los mayores pasan peleando por
cualquier huevá.
las achiras, si en la esquina están amontonados los camotes de esas plantas, por el
contorno del corredor está plagado de achiras rojas, amarillas, azules, salpicadas con
manchas o sin ellas, si las achiras son un horror funesto, mi madre nos deja unos días
acá y parte a Ma-llermo a hacer sus cosas, si mi papi no viene para acá, cuando estaba
más grande mi mamá contó que para esa fecha, después de la muerte de don Benito, se
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encontró con tres mur-ciélagos revoloteando en la cocina, y fue tanto el susto que
agarró una botella de plástico y golpeó a uno hasta hacerlo caer, los otros dos salieron
volando por los recovecos, y le echó la culpa otra vez a la abuela Sara, esa bruja,
exclamó llena de rabia, y con la escoba se puso a barrer, aunque hubiera una ruda y un
rudón en la entrada, los males no se iban, raca, raca, raca, si habían murciélagos en la
cocina era indicio claro de que ahí estaba Drá-cula, si ella misma lo mencionaba a
veces, morada de demonios, decía, morada de brujos y vampiros, ¿por qué creís que
nos veníamos a Rinconada por un tiempo?, si esas cosas buenas o malignas no se van
nunca, quedan ahí para siempre, ni con exorcismos o sahu-merios habrían quitado todo
lo que había ahí. Los dos meses pasaron rápido y en marzo le dije a mi abuelito que
nos acompañara, pero él dijo que no, por ningún motivo, yo entré a esas piezas con un
poco de pavor, a Pedrito le daba lo mismo, sin embargo el cariño, el amor compartido,
salir a la calle una y otra vez nos hacían olvidar tanta cuestión, yo veí a Adolfito pasar
en el tractor Belarus hacia los proteros y pronto lo veía pasar de vuelta por el mismo
camino que había tomado anteriormente, decía la máquina tiene una panne en el motor
de nuevo, si sinceramente nunco pudo trabajar con esos tractores, si eran malos,
atroces, por los mil demonios, decía Max Joel Marambio, y los invitaba a hacer un
asado en el granero para celebrar, yo escuchaba las risas y voces, y todo provenía de
allá, pero eso sucedía en la tarde, si durante la mañana íbamos a la escuela tanto en La
Rojas se había marchado a su casa, a veces venía y nos ayudaba, y después de volver
del colegio, me paraba en la puerta y veía esa oveja guacha acercarse a la casa con
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Satanás, y por qué el miedo tan grande, si Josecito tiritaba viendo eso, no podía
una oveja guacha, ya lo dije, el papi la tenía ahí, si se crió tomando leche de una
mamadera, la única que mi papi pudo salvar luego de que los canallas esquilmaran
todo el ganado ovino, y veía pasar a don Heriberto Rojas, caballero limpio, noble,
gustaba donde la Marinita porque decía que las cosas que vendía esa señora no eran de
gran calidad, si se fijaba en la marca del tallarín, del paquete de azúcar, de la bolsa de
arroz o de harina flor, de todo eso, si mi tía Marina vendía puras porquerías, ¿y por
qué?, para abaratar costos, mi abuelita traía lo mejor de lo mejor de San Fernando o
Rancagua, todos preferían este negocio y no el otro, por lo mismo, si la gente era fina,
exquisita, no andaban con regodeos, querían la mejor aceite, la mejor harina para hacer
pan, productos que fueran simpre de marca, y los pecos bill y camisas de rayas que
Alcones a comprar
acá.
trajera conejos vivos y no muertos, y qué, si no era capaz de cazarlos en esa condición,
fue Fer-nando Meléndez quien nos trajo de Alcones una de estas maravillosas
criaturas, yo se lo agradecí tanto y tanto, y lo puse en una jaula que mi papi tenía, si
son criaturas bellas, armoniosas, Pedrito le daba hojitas de trébol, yo le echaba agüita
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en un pocillo, el conejito se llamaba Gaspar, pero de un día para otro amaneció
muchísimo, tanto que se formaba escarcha sobre los vidrios y ventanales, en la escuela
mi madre nos pasa mostrando letras y núme-ros, para que nos vayamos acostumbrando
a lo que será el estudio que realizaremos más adelante, nuestro padre sale en la
Pizpireta y vuelve tarde, dice: le di un reventón para llegar más aprisa, el invierno
azota las quebradas y zanjones con furia colosal, el embalse rebosa en agua, abuela
Sara se viene caminando por dentro por todo el valle y nos trae yogures desnatados de
frutilla y vainilla y chocolate Sahne Nuss de almendras y pasas al ron, y somos felices,
la abuela nos quiere harto harto, mi padre habla con ella y llegan a ciertos acuerdos,
acusa a Benito, el hijo mayor, de que se quiere quedar con todo, si ya se apropió de las
tierras de Isla de Yáquil, y comienzan las peleas, si tuvieron que hacer una escritura
con abogado por los terrenos de riego de San Gregorio, si valen mucha plata, dice
abuela Sara, para que ese concha de su madre no se meta allá, la inclemencia del
tiempo empieza a amainar a fines de septiembre, olé, olé, he cumplido tres años y ya
modulo las palabras, si ser hija de profesores hace bien, veo pasar jinetes corriendo a
todo lo que da, si las carreras a pelo son requetefamosas, la Simona es nuestra perra
maestra, el papi arma lazos con Pedrito y caza patos con la escopeta, el totoral crece y
comienzan las plantaciones de porotos, arvejas, cebollas y maíz, las clases, a fines de
noviembre, termi-nan sin mayor barullo, ahora estoy en la vigorosa casa de chercanes,
cachúos y colibríes del amoroso abuelo, si el viejo nos quiere mucho, eso dice.
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El 72 acaba así sin más, y empiezan los problemas, a Luchito Serrano le llueven
las dudas, no se siente bien, anda con los pies a la rastra, el mandinga se le ha
aparecido varias veces a cobrar su apuesta, si eres tan choro, dice, muere como yo
muero, triste, sin fami-lia, abandonado por completo, y lo insta a irse de la casa, su
obliga a quedarse, no haga tal, le dice, qué va a ser de usted, el pobre hombre no oye
nada, está sordo como una tapia, de un día para otro hace un morral, echa sus piltras
queda, y qué va a comer por Dios, si tiene que morir como hombrecito, eso le ha dicho
Satán, al otro lado, junto a la línea férrea, a un costado del zarzal, construye un
verlo así tan pobre y tan mezquino, le deja la comida en una esquina, un yogur
Soprole, una lata de cerveza, algún mendrugo de pan, Satán lo obliga a caminar, le
Alcones de nuevo, simpre por encima de la vía férrea, pisando durmiente tras
durmiente, junio del 73: el tren viene bajando furtivamente desde Cardonal, Luchito
le toca la bocina tres veces, Luchito va de espalda, quítate de ahí hombre por Dios,
pero Luchito Serrano no siente nada, la locomotora pasa por encima de él y lo hace
pedazos, antes del chancacazo, por órdenes superiores, el ángel de la muerte le cortó el
cordón umbilical para que no sintiera el golpe, antes del choque Luchito Serrano ya
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a Mallermo y a La Rinconada, y la gente va a buscar los restos de Luchito Serrano
para darle una cristiana sepultura, pero no encuen-tran nada, Dios Padre absoluto lo
convertido en una estrella, vayan a buscarlo allá arriba, si era un ser magnífico,
misterio divino, todo lo grande, excelso, sublime, asciende allá arriba y se posiciona
como astro brillante, espectacular, repito: si eso es un misterio divino, el resto, las
arrastrándose y pululando como sapos, como culebras, como ratas, por eso Satán le
Y no todo quedó ahí, después vino otra muerte mucho peor, me refiero en forma
en-fática al deceso del Padre Julio Palma Zúñiga, nuestro perínclito pastor, si tenía
pacto con el diablo, pero eso nunca lo contó, era de piel blanca como la nieve, medio
crespo, cano-so, por sus hombros caían los rulos de su elegante cabellera, y usaba
sotana lo más del tiempo con sandalias de cuero, tenía las uñas de los pies largas,
carnosas, si nunca se las cortaba, tenía además una carreta de madera de ruedas
metálicas grandes, con ella, sépalo usted, salía a cobrar el diezmo, si en el tiempo de
las cosechas a los alconinos los obligaba a dar su aporte a la Iglesia, y celebraba misas
al alba con gritos y aspavientos, si era un cu-ra muy católico, eso creía la gente con
casa parroquial queda a un costado de la iglesia, para allá están las oficinas y piezas, si
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más incluso, cuando se propagó la noticia de su fallecimiento todos quedaron
Carrizal, si eran muy amigos, estuvieron velándolo durante un día y medio, venía en
estos lados de acá también fueron, desde de Rancagua vino el obispo, habían más de
una capillita o mausoleo a la entrada para depositar sus restos, todos estaban reunidos
divi-no, cuando los sacristanes levantaron el cajón para depositarlo en la urna, se alzó
desde los nichos postreros un remolino chucha madre terrible, y, sin mediar fuerza que
lo apla-cara o contuviera, se abalanzó por entremedio del público como si nada, si don
como un pe-rro goloso avanzó en dirección al altar, botó los andamios y ladrillos que
habían ahí, los sacristanes de puro susto soltaron el cajón y todos, absolutamente todos
—obispo, curitas y medio pueblo— salió arrancando al presenciar el horror que había
que me ahogo, apre-taron cachete por el cerro cuesta abajo, y escucharon una
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unísono: hideputa, el diablo se llevó el alma del cura Palma, y la noticia se esparramó
por toda la comarca, si el cajón quedó va-cío, livianito, su noble pastor había vendido
su alma a Satán, si eso sucedía en todas par-tes, cómo algunos aparecían llenos de
plata de un día para otro, nadie sabía cómo, si el mandiga da a quien pide y aborrece
al que lo odia.
227
Lindorfo era oriundo de Pumanque, ya lo dije, y vivía en Mallermo no sé por qué, si
era un nómade, si la Marinita, cuando se mudó de casa, lo trajo para acá, y no era
cazador, sin em-bargo no era así, si no tenía perros liebreros ni zorreros ni escopeta ni
rifle a postón ni honda incluso, todo el trabajo lo hacía por medio de trampas, ¿y por
qué?, para no causar mayor daño a los animales, para los pájaros y gallináceas
voladoras, el trasmallo y guachis, para la liebre y el conejo, lazos, para el zorro chilla,
coipo, gatos y güiñas, cepos, para rato-nes, guarenes y lauchas feas, un cepo más chico
o la ratonera, los cazadores, ciertamente, son crueles y salvajes, los tramperos no, si
Lindorfo veía una oruga en medio del camino la tomaba y la ponía en el jardín, si veía
una mariposa de los cardos que había perdido el rumbo la recogía con sus manos y la
ponía dentro de la huerta, Lindorfo era un hombre sencillo, libre, no le trabajaba un día
a nadie, si las trampas eran su oficio, ¿todo eso llega-ba a las manos de la Marinita?,
no, nunca, si las aves y animales eran su sustento diario, no comía carne de cerdo por
nada del mundo, como los egipcios, porque eso despierta la mala voluntad y los bajos
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Negro o Gato Blanco, un Clos de Pirque, lo que fuera, la Marinita le tenía una pieza
apartada hacia atrás, para que pudiera dormir tranquilo y vivir en paz, si no se metía
con nadie, sus únicos amigos eran don José, la comadre Julia y la propia Marinita, si
acto de no querer», ¿y por qué digo esto?, porque Lindorfo no quería a nadie, y cómo
iba a querer a alguien si no se juntaba con nadie, si Lindorfo era un mundo aparte, y
esa malla o buitrón que tenía para pescar pejerreyes y perdices, si lo tenía el hombre,
los iba arrimando por la esquina, los obligaba a meterse por el tubo o boca y los
los guachis estaban malos ocupaba el buitrón, iba a lo alto de Cógil y allá armaba los
cepos, y de allá, créalo usted, traía un zorro chilla por ejemplo, después lo descueraba
y se lo comía, junto al patio había una bodega ancha con piso de tierra cubierta de zinc
con todo tipo de artilugios para el trabajo en el agro y ganadería, y era maravilloso
entrar ahí y ver todo eso, espuelas de acero chirriado, herraduras de hierro del tres,
cuatro o seis, pértigas para apuntalar bueyes, yugos de made-ra, horquillas metálicas,
de punta fina de varios tipos, martillos grandes y chicos, combos o mazos sinies-
trados, cuñas de fierro para cortar troncos de eucaliptos, hachas normales, mapuches y
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for-mones perforadores, un taladro único con cinco brocas de distinto tamaño, buh, era
chimenea y era él quien cortaba los leños para abastecer el hogar, don José no tenía
fuerza, y si había una gallina clueca cacareando por el jardín o patio él la echaba en el
nidal con trece hue-vos, siempre eran trece porque ese era el número perfecto, justo,
indicado, decía, ni uno más ni uno menos, todo el mundo tenía fobia a ese número
porque representa, dicen, la mala suerte, la fatalidad, el poder del mal, pero él por el
infinito, amaba toda clase de idea que tuviera relación con los números y su conexión
con la naturaleza, si los primeros doce días de enero, a principios de año, equivalían a
los doce meses del año, y había que fijarse cómo era el tiempo o clima de cada día
para cerciorarse de cómo iba a ser el clima o tem-peratura de cada mes del año, y
justamente el seis y siete de enero amanecían nublados, con bochorno horrible, porque
equivalían a junio y julio, los meses más fuertes y fríos y lluviosos, después venían los
redobles, del trece al veinticuatro, y esos días eran mucho más certeros que los otros, si
Lindorfo, con solo mirar el cielo y las nubes, sabía cuando iba a llover y cuando no, si
tenía ojo de águila o halcón, si se cortaba el pelo cuando había luna llena, para que su
calendario tenía marcada las fases de la luna, si las yeguas, decía, paren en menguante
o creciente, eso creía él, cuando hacían capaduras debían hacerse, decía él, en
menguante para que el ternero o novillo se recuperara más rápido, para qué les voy a
hablar de las siembras o plantaciones, era un bobo supersticioso creyendo todo eso, si
eran sobre tierra o bajo tierra, si junto al gallinero tenía una pequeña huerta, sobre la
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tierra: luna nueva o creciente, bajo tierra: luna llena o menguante, y se llevaba todo el
día hablando del mismo asunto, y se levantaba a puro mirar el cielo, mojaba con la
lengua la punta del índice, lo alzaba hacia arriba y descubría de inmediato si había
viento Sur o Norte, de si habría sol enterito o medio nublado, de que la temperatura iba
a bajar o no al entrar la tarde y todo eso, si parecía un tonto, no solo eso: retonto, la
comadre Julia lo veía y, en vez de preguntarle por los asuntos del tiempo, lo mandaba
a echarle trigo y harinilla remojada a las gallinas, y traiga los huevos del gallinero, le
La comadre Julia reclamaba en contra de él una y otra vez, porque algunas tardes
desaparecía por completo, y Lindorfo dónde andará por Dios, refunfuñaba a toda boca,
déjalo, decía la Marinita, si ya hizo lo que tenía que hacer, y llamaban a don José para
aco-modar el tambor de aceite o para arrastar un saco de trigo o para vaciar el costal de
harina, el negocio lo atendía tanto la Marinita como doña Julia, y ahí, de norte y sur,
Rinconada, si vendían a la sazón casi todas las marcas de cigarrillos, si a los cabros les
gustaba fumar, no solo eso: vendían charqui y frutos secos, a un costado había un
corredor ancho cubierto por una buganvilla añosa, de color morado, ganchos altos, y
ahí abajo, en la esquina, cobijaban los galones de bencina y parafina que traían llenitos
de Peralillo, y eso era lo que más vendían, cuando alguien venía a comprar la comadre
con esos líquidos funestos y tenía que escupir fuerte, y luego lavarse la boca con
detergente, porque tragar bencina o parafina, decía ella, hace recontra mal, yo lo hice
231
una vez y estuve varios días sintiendo el sabor amargo y nausebaundo de esos
hidrocarburos potentes, el negocio tenía dos mesones largos, una pesa o balanza a una
orilla y atrás las repisas o anaqueles con los alimentos, todo de madera, todo lleno de
ratones, si soy vos, Santa Teresita del Niño Jesús quien intenta burlarse de esa familia,
yo no, ¿por qué don Jose se curaba lo más del tiempo y arremetía contra la Marinita
agarrán-dola de las mechas por la espalda y diciendo a voz en cuello: nos vais a servir
más trago?, si don José era tonto por el vino y por los pihuelos, si las chupilcas y el
aguardiente le encantaban, y las chuletas de chancho que comía en forma frenético con
Lindorfo, y la liebre y perdices asadas al palo, traigan una caja de vino, decía, y
tomaba vino como una mula rabiosa, y empezaba a decir: fíjese que tengo una vaca
parida y no sé qué hacer con ella, y enseguida: fije… que voy a sembrar maíz, pero no
tengo a naiden que me haga el trabajo, y luego: fije… que el trigo que iba a llevar al
molino de Cunaco lo picó el gorgojo, enantes tenía hambre y sed, pero ahora me arden
las bolas y me pica el culo, así, y para qué le andaba pegando a esa noble señora, si el
trago hace mal, la comadre Julia no lo ha-blaba, le hacía la ley del hielo por varios
días, ella prefería a Lindorfo, a don José no lo pa-saba mucho, si el viejo se curaba día
por medio.
Lindorfo subía cerros y cerros, después bajaba al llano a ver sus guachis, si era
capaz de cazar zorros o zorritos, los coipos no se le escapaban nunca de una trampa, y
tenía lleno de vestigios que daban cuenta de un avezado cazador, y el corpiño que
usaba a veces, si se afeitaba todos los días con una hoja de gillete que metía en una
maquinilla de una sola pieza con un cabezal y un mango y una perilla, don José
232
también la tenía, y quedaba la cara limpia como nueva, flor, y a veces se cortaba,
bigote puntudo que tanto lo caracteriza-ba, todas las noches se bañaba en un tambor
con agua helada, se echaba jabón gringo encima y se iba refregando por partes,
enseguida salía de ahí y se secaba de buena manera con una toalla blanca, tenía pelos
esa nariz grande perfecta que tenía, y ojos verdes brillosos llamativos, y manos recias
de canguro no tan curtidas, y puños de acero para soportar el viento, el vértigo y frío
fuerte, a pleno campo no se le iba nada, conocía el lugar preciso por donde iba a pasar
la presa, un día la Marinita lo llamó para decirle que un zorro se estaba comiendo los
entrada armó un cepo poniendo como carnada un huevo blanco, pasó toda la noche en
vela esperando, al otro día fue a ver y no encontró el huevo, lo habían sacado
milagrosamene sin estrangularse las piernas, sin dejar rastro, y lo volvió a armar
poniendo otro huevo, al otro día fue a ver y nada de nuevo, y se agitó de sobremanera,
cómo podía ser, el zorro o zorrito resultó más astuto que él, y cambió la técnica, al
tercer día, en vez de poner un huevo como estúpidamente lo hacía, puso como cebo un
pedazo de chicha-rrón, bien firme, bien anclado, recórcholis, esta técnica fue efectiva,
cuando fue a ver, en vez de zorro, había un gato montés salvaje, tenía las piernas hecha
pedazos, porque el cepo aprieta fuerte rompiendo carne y huesos, de un solo golpe los
233
habría dejado ninguna, si las criaturas, muertas de hambre, bajaban a alimentarse a las
casas y granjerías.
Los días tanto en invierno como en verano eran largos, agitados, la comadre Julia
come-dor de afuera, tenían tres estancias o patios para criar gallinas, cada parvada con
sus gallos castellanos crestones, si se contabilizaban todas las aves gallináceas que
habían se llegaba a la gloriosa suma de cien o más, si las gallinas son criaturas
ponderadas, llenas de amor y luz, y los huevos que ponían diariamente, y las cazuelas
y sopas de pollo y de gallina que se comían todos los días, rechuchas de su madre, y el
queso de gallo azul que duraba un día o dos, y las pechugas de ave mezcladas con
dirá usted, si el hueveta de Lindorfo y la co-madre Julia estaban a cargo de todo ello,
cuando un gallo se les pasaba de un lado a otro se ponía a pelear con otro, se sacaban
cresta y media, era que no, y Lindorfo corría con un palo a separaralos, si el maíz
entero, maíz chancado y harinilla la traían de Marchigüe, pue-blo, dirá usted, no tan
grande, y qué iban a comer esas criaturas glotonas y golosas, si se metían a la huerta o
al jardín dejaban la cagada más grande, por eso había que estar vigi-lándolas, y
mañana y tarde había que darles comida, si la crianza de aves era una fiesta, una tarea
de nunca acabar.
Don José sembraba avena o cebada y tenía tres o cuatro vacas con sus respectivos
ter-neros recién nacidos, en eso se llevaba todo el santo día, cuando no, lo mandaban a
Pera-lillo a buscar bencina, parafina y petróleo, o a Santa Cruz a hacer las compras
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pagaba la cuenta con moneda chica y chao pescado, me importa un carajo que no sean
los rotosos de medio pelo llegaban allá, lo grande, lo puro, lo excelso iba al negocio de
la señora Nana, si competían, y los tomates picados que vendía, y las zanahorias
pasadas, y el tallarín del tres o cuatro, los estúpidos preferían eso para no gastar de
cahuines, si era una habladora, y la Marinita igual, si Teddy y Nano Lizana llegaban
allá para puro comadrear, y Simón Meléndez y Cornelio Hermosilla y todos esos,
medio mundo, ah no, cuando pasaba en bicicleta los veía, y tanta gente reunida ahí, y
por qué, tienen alguna fiesta, y la noche era peor, a un costado tenían una animita o
altar dedicado a la Virgen del Carmen, alguien le encendía velitas, sobre una fo-gata
echaban bostas de caballos para espantar a los zancudos, y al otro lado, al frente,
cuatro, cinco o seis comentando tal o cual asunto, si cerraban tarde, como a las once o
doce de la noche, todo porque los hideputas tenían su centro de reunión ahí, y los
cortes o piquitos o manoseos que le hacían a la comadre Julia, y ella rabiosa, mentira,
Todo era dulce y agraz, porque ¡mecón! cuando don José se embriagaba había que
andar con el palo de escoba correténdolo, si Lindorfo también le ponía, y eso era
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proferida sin pelos en la lengua, don José era capaz de todo eso y de mucho más. Abril
del 74: nace Juan Carlos Meléndez, el hijo enfermo, minusválido de Otilia Rojas,
cuando eso acaeció ella —doña Otilia— se fue a vivir a los cerros de La Rinconada,
junto al embalse de don Tito Anselmo construyó una choza burda de cañas, paja seca y
totora, se puso a plantar perejil y toronjil y cilantro y cebollas y ahí se quedó sin más,
Otilia Rojas bajaba desde allá arriba con el niño en brazos a comprar al negocio de la
columna, parecía un muñeco o un duende con las uñas largas, feas, si eso fue un
nunca la vi por esos lugares, yo hablo de lo que me han contado. Un buen día, desde la
estación de Alcones pasó a caballo un jinete trayendo amarrado con una soga un perro
leonero, así dijeron los capataces del fundo La Rosa, repito: un perro leonero, lo
llevaban para Cógil, para cazar y matar leones, en verdad: pumas, si en esa zona se ven
y veían ese tipo de felinos, y era blanco como la montaña con manchas negras
redondas, doradas, pachacho cual más, patuleco, con unas manos y uñas gruesesímas,
Julia quedaron soprendidos viendo eso, para Cógil, preguntaron, sí, respondió el capa-
taz, para Cógil, si fue usted don Jano quien contó la historia y yo le creo sin novedad,
sin eufemismos, para Cógil, sí m’hijo, para allá, con toda la verosimilitud del mundo.
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Parte final de Vanina Gálvez:
Madre, me dejaste el final para mí, bueno que así sea, si ahí dice Vanina
soy psicóloga egresada de la Universidad Católica del Maule, yo sé más que ella, mi
nombre legítimo es Vanina Gálvez Iturriaga, la única hija mujer, la potranquita como
Pues bien, tú nunca hablaste estas cosas con nosotros, yo tengo que imaginarlas y
recrearlas con instinto y poder, pues bien, digo, todo comenzó en el invierno del 73,
socialista que hacía mal las cosas, si los inquilinos prosiguieron con las tomas ilegales,
y producto de eso no hacían su trabajo, pasaban sacando la vuelta todo el día, y, claro
está, como no teniendo nada que hacer, tentados por el demonio, se ponían a tomar,
eran sus amigos, sus com-pinches, todos esos: Segundo Lorca, Jorjo, Benito Arrué,
Choche Soto, hermano de Osca-rito, el mismo Nacho Leiva, Adolfito Pino, repito:
gobierno, no se había ido todavía, en el mes de agosto, primer día sábado, tuvieron una
tomatera salvaje, si chillaban como locos pidiendo más y más, mi papi llegó a la casa
pasado a trago, más que eso: hecho ascuas, y tú le dijiste que se acostara un rato para
que se le pasara el fiasco, y él te dio las gracias con sencillez y voluntad, si tan curado
no estaba, estuvo durmiendo desde las seis de la tarde hasta las once de la noche, y
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después se levantó buscando una botella de vino o de ron o de coñac o de whiskey, por
último, para seguir tomando, si andaba con la caña mala, dijo, al otro día amaneció
medio cuneteado, tú le dijiste que no lo hiciera nunca más, porque los niños —
nosotros a decir verdad— nos habíamos fijado en eso, y el día lunes tú y él partieron a
hacer clases como siempre, si las fiestas y carnavales los hacían durante los fines de
que las cosas iban a mejorar, pero no, todo siguió igual, el nuevo gobierno puso fin a la
Reforma Agraria, claro, uno piensa que ya se acabó la chuchá de andar robando y abu-
sando del hermano prójimo, pero las casas y tierras ya estaban repartidas, el nuevo go-
bierno no devolvió nada a nadie, lo hecho, hecho estaba, los mallerminos ya se creían
raigambre ni condición social, eran unos simples pelotudos criados a la buena mano de
Dios.
Jorjo, Benito Arrué, Choche Soto y todos esos eran como el pedo, yo no sé lo que
ha-cían los huevones, si pasaban todo el día tomando, si para el Diecicocho volvieron
Escuela, de-cían, cómo no va a venir, el hijo más querido y admirado de don Benito, a
ti te vino un dolor de cabeza fortísimo cuando te enteraste de que tu esposo estaba allá,
Nano había dicho que iba a ver los chanchos, pero era una vil mentira inventada para
estar con sus amigotes, tú quedaste hecha una mona, si Nano, tú misma dijiste, no era
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contra de ellos porque no soportabas ver esas cuestiones, y el chochón cantando afuera
repitiendo tue-tué, tue-tué una y otra vez, y el aullido lastimero de un lobo, y la vaca
granja que pasaban por tu cabeza, si en Ma-llermo no habían lobos, y la vaca que tú
único que sentía eran los ladridos y gruñidos proferidos a veces por la Simona, y en
ma martingala, si a los idiotas no se le iba a pasar nunca la cuestión, trago, trago y más
tra-go.
alum-nos, si lo veían haciendo eso, qué iban a pensar de él, ja, un viejo curado nos está
palabra se enseña con ejemplo, tardaba un día o día y medio en reponerse, entonces
tomaba la Vieja Mademsa e iba a travesear a cualquier parte, tú no querías por nada
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cosas con normalidad, el mundo se te vino encima, y vinieron las vacaciones de verano
par, si nosotros, al verlo en ese estado, nos aferrábamos a ti, Nano te pidió que
fuéramos a Pichilemu por unos días y tú le dijiste ter-minantemente que no, que las
cosas no estaban como antes, que los niños ya no lo mira-ban con los mismos ojos, que
todo había cambiado, él se puso furioso y estuvo a punto de cachetearte, tú pasate esto
por alto, porque —digásmoslo así— no andaba copeteado, tu miedo y susto era por
causa del trago, y decías: y si maneja en esa condición la Vieja Mademsa, no podrá
sufrir un accidente, y nosotros Sepa Moya, mamá, y en enero y febrero las cosas se
tranquilizaron un poco, tú pensaste que la juerga del trago había pasado efec-
tivamente, volviste a sonreír, pero todo volvió en marzo, si los hachazos en la cabeza
oímos: ya no doy más, y te ibas secando tus lágrimas acardenaladas con un pañuelo
rojo que la bisabuela te había proporcionado, decías con razón: esto no nos puede estar
metas con ese hombre, y la abuela y la bisabuela también, ellos sabían más que tú, y el
colmo de los colmos ocurrió el segundo viernes de abril de ese año, otra vez llegó
alto, tu dijiste chao pescado, eran como las once de la noche, nos tomaste de las manos
a nosotros tres, y gritaste con el pensamiento me voy, y nos fuimos caminando a pie,
los cuatro, a La Rinconada por las trochas del interior, ya era medianoche, por tu
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culpa, dijimos, y tú respondiste con los ojos llororos: no es mi culpa, mis niños, todo lo
hago por ustedes, y tuvimos que esquivar matas de espinos, zanjones oscuros,
quebradas sin fondo, todo por llegar pronto a la casa del abuelito, y desde allá nadie
sabía lo que ocurría, tú nos llevabas apretaditos cogidos de las manos para que nada
malo sucediera.
Y pasamos una noche horrible recordando y soñando con la caminata, con todo
chonchón cantando encima, y el zumbido de las abejas, y el maullar de los gatos, y los
El día lunes de amanecida le dijiste al abuelo que nos fuera a dejar a Mallermo de
nuevo, porque había que continuar con las clases, y el abuelo te obedeció en buena
medi-da, si tú eras su niña elegida, la mejor, la más capaz, si no quería que nada malo
nos pasa-ra, y en la Escuela fuiste recibida con jolgorio y parabienes, si todos los niños
te querían, Nano no había olvidado tu Amor por ti, tú separaste las piezas, lo dejaste a
él dormir solo, para no toparte ni ser partícipe de sus tropelías, y teníamos que dormir
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encerrados, por-que desde la primera amenaza que te hizo empezaste a desconfiar de
él, temías que hiciera algo malo contigo o con nosotros, y eso no fue nada, todo se
volvió a repetir en mayo y junio, entonces te choreabas tanto, te ponías a gemir por
enésima vez, nos tomabas de la mano y partíamos contigo, de noche ya, por las trochas
algunos nos venían siguiendo, tú lo atri-buías a las ovejas, o perros quizá, pero no,
vigilándote de cerca, tú misma dijiste que era Huguito Pé-rez, y Renato Rojas y todos
esos niños que te querían tanto y tanto, si tú eras su profesora predilecta, tú los amabas
y ellos a ti, tú elegías esos caminos para que nadie nos viera, para que nadie se enterara
mutismo, si ya no se metían en tus cosas, tu vida era tu vida, y al otro día malamente
teníamos que volver a Mallermo, si el abuelito nos venía a dejar y había que continuar
Y los meses siguientes fueron iguales, tía Marina vino a socorrernos y la abuela
Sara del mismo modo, y te sentiste tan ofendida de que Nano haya salido correteando
a Mari-na con una horqueta, y decías: esto no puede ser, mi marido no es el hombre
que yo co-nocí, la abuela Sara intentó hablar con él, pero no le hizo caso, si las cosas
habían empeo-rado, tía Marina y la abuela Sara regresaron a sus casas, y nosotros nos
quedamos allá con miedo, susto y estupor, si cualquier cosa podía pasar, tú no querías
irte de Mallermo por-que ese lugar represetaba tu hogar, tu feudo, el sitio donde
nosotros nacimos y dimos nuestras pirmeras luces. Agosto del 74: nace Rosa Maricel,
la hija única de tío José y tía Marina, y empiezan a llamarla simplemente con el
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Nombre de Maricel, porque el Nombre de Rosa no lo acepta por ningún motivo, así se
tomar, la tomatera la continua en la casa con ron, coñac o whiskey, tenemos que
año finaliza sin más, y en enero ocurre algo impredecible, mi papá está bueno y sano y
nos invita a dar un paseo en la Vieja Mademsa, Nano se pone a manejar en forma
pasando y Nano acelera tratando de cruzar la vía férrea antes de que pase el tren, mi
madre grita y llora, y le espeta en forma furiosa: ¡nos querís matar a mí y a mis hi-jos
chucha tu madre!, y añade con la barbilla tiritando: ¡si nosotros no te hemos hecho
nada malo huevón!, y eso fue la gota que rebalsó el vaso, al regresar mi madre gritó
colé-rica: nos vamos de la casa, y sin mediar preámbulo o palabra alguna, nos toma de
la ma-no y salimos tranqueando para afuera, éramos tú, yo, ella, todas las Gabrielas
hablando y obrando a través de ella, la caminata fue rápida y toda la ropa y zapatos y
cariño y nota-ron de inmediato todo lo que estaba pasando, el abuelo le dijo al fin: no
Había sido lo mejor, eso pensaron todos, y tuvimos que ir a Santa Cruz de propio a
comprar ropa nueva, si la plata apenas alcanzó para unos bototos cafés para Pedrito y
José Hernán, unos botines azules para mí, algunas chombas de rayas azules y poleras,
tres pe-cos bill y un vestido de pana verde con manga francesa, si el abuelo nos ayudó
mi papi continuó haciendo clases allá, el desastre final, lo cuento con congoja, ocurrió
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el cinco de abril del 75, desde Mallermo llegó la horrible noticia de que Nano se había
suicidado, los vecinos escucharon unos gritos y fueron a ver de inmediato, cuando
llegaron allá se en-contraron con Nano muerto, tirado en el suelo, como si estuviese
revolcándose en el suelo por algo y con la mano apretando el estómago, eso fue lo que
se dijo, y la bola co-rrió por toda la comarca: Nano está muerto, decían, se suicidó por
culpa de la señora Ga-briela, decían, mi madre apenas tuvo tiempo de controlarse, eso
en los hombros de mi bis-abuela, Nano está muerto, dijo, y no lo podía creer, la pintura
05-IV-75
memoria
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A Nano lo llevaron al Hospital de Marchigüe para hacer la autopsia, para
corroborar si todo había sucedido así, los doctores dijeron otra cosa, no hombre,
pequeñas pelotillas sin disol-verse, mi madre dedujo que eran benzodiazepinas, porque
el doctor se las recomendó a ella para pasar los malos ratos que pasaba por culpa de mi
halló por la casa en algún lugar, bueno, como haya sido la cosa, todos seguían diciendo
A mi madre no le importó nada, y quiso alejar toda culpa de ello, por eso fue al
de tía Su-sana, tomándose la cara con la palma de la mano exudando trágico dolor
mientras mi ma-dre lo consolaba por detrás sobándole la espalda, si tenía siete años, yo
cinco y José Her-nán tres, mi madre asistió al cementerio sedada, no veía ni sentía
nada, lo único que escu-chaba eran las palabras de Teresita que las instaba a continuar
rezando y a resistir como pudiera, abuela Sara estaba en estado de shock, después de la
muerte de don Benito las desgracias continuaron, eso habrá pensado con honestidad,
yo era una chicuela preciosa, inteligente, traviesa, y eso es todo lo que quiero recordar.
Pero todo eso no quedó ahí, mi mami quería crecer, progresar, seguir estudiando,
los mayo-res, José Hernán se quedó en la casa del abuelito, en el mismo mes de mayo
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viajamos en tren para allá, de modo que arrendó una casita barata en calle Ecuador
Colegio Don Bosco de calle Ibieta, a mí y a Pedrito nos puso ahí, si por ser hijo de
profesora no cobraban nada, si ella contó que era egresada de las monjas del María
Mallermo no fue olvidada del todo, mi madre quería olvidar, yo no, y Pedrito tampoco,
esa gente, gracias a algunos conocidos mi madre pudo rescatar la manta gris de rayas
de Nano, su sombrero de huaso de paño ne-gro, las espuelas de plata y dos pares de
gemelos de sus camisas de doble puño que usaba de vez en cuando, y el canasto de
mimbre también lo logró rescatar, todo eso quedó meti-do ahí adentro, si la memoria
viva de mi padre persiste como una sombra premonitoria hasta el día de hoy, repito:
mentira, fui yo, digo yo, mentira, fui yo, dice José Hernán:
Mallermo
desde ahí uno se dirigía hacia las chacras y casas patronales colindantes
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luego, pasando por el estero y enormes totorales, se llegaba a las casas
más allá por el mismo camino principal se extendían más caminos la cancha de
carrera y el tranque
y continuando, por si esto fuera poco, más casas dispersas por aquí y por allá
con casas que iban a dar cerca de los graneros de allá abajo cerca de Marchigüe
allá lejos desde donde emergían las luces de los vehículos que se veían desde el
tranque de Mallermo
Ni más ni menos.
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Pero todo eso quedó en blanco, como vimos.
Mi madre habló concienzudamente con María Vidal, la hija de Joy, para que se
viniera con nosotros, ella aceptó con sinceridad porque estaba falta de plata, si ella nos
cuidaba, hacía el almuerzo y todas las cosas de la casa, si era una buena mujer,
Josecito, cuando estaba grande, se puso a inquirir por la muerte de mi padre, cómo
había acaecido, y por qué murió y cómo murió, don Jano siniestramente le contó que
había ingerido veneno de ratón, bah, eso dijo sin timidez, sin engaño, no sabe na, dijo,
tenían siempre la razón, después fue a pedirle unos huevos azules a la señora María
padre, la Mariquita dijo: no sabe na iñor, agitando los brazos y acoquinándose como si
nada, don Nano agarró la pistola, se la puso en la sien y de un solo balazo se mató,
señora tonta, depravada inventando eso no sé por qué, yo le dije al bribonzuelo que no
creyera todas esas cosas que le decían sobre nuestro amado padre, si la gente es mala y
entrada que estaba suelta, vio con pena el desorden y suciedad que había ahí, recogió
el librito o guía del tractor Belarus y lo trajo para la casa, yo cuando lo vi se lo quité
inmediatamente, le dije que nunca más fuera meterse a esa casa porque estaba
embrujada, porque habían pulgas, qué sé yo, y le dije con rabia: no tienes por qué
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andar con estas cosas que pertenecieron a mi papi, me las entregas y te olvidas de todo
Año 78: José Hernán con María Vidal —nuestra empleada trabajadora— viajan a
Rancagua en tren, llevan una caja de cartón con carne de cabro que pertenecieron a mi
padre, Fernando Meléndez los tiene y cuida en su casa, además de la pila de gansos
que tenía abuela Sara, nuestra madre ya lo tiene inscrito para que empiece Primero
abuelito pasa viendo duendes, ninfas, hadas, faunos, todas esas cosas, si salió igual a
su mamá, el abuelo por otra parte se quedó con la motobomba para sacar agua de
madre por la no despreciable suma de quiniestos pesos, con el molino para moler
grano de trigo y con el molino rojo gigante de boca ancha, su odio a Nano lo tranformó
en amor y alegría, el viejo con todo eso quedó feliz, ¡¿y quién haría usufructo de todas
esas cosas por Dios?!, la casa de Mallermo quedó triste y abandonada por completo
para siempre, nunca nadie volvió a habitarla, y eso da pena decirlo, si la casa y el sitio,
por la Reforma Agraria, pasaron manos de don Pablo Pérez y familia, mi madre se ha
crecer, progresar, si nos quiere harto, yo pasé a Tercero y Pedrito a Quinto, y aquí voy
acabando esta historia de Amor y suplicio y Verdad, por-que la Vida de toda Gabriela
es así, por eso el Unicornio de Dios había puesto esos anillos ahí, yo, el duende de las
peñas, hurón magallánico, contándote la historia a ti, solo a ti, mentira, Vanina Gálvez
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Interrogatorio:
¿Cómo supo usted Gabriela que doña Sara era chonchón, una calchona de armas
¿Cómo supo usted misma que Nano se había intoxicado con benzodiazepinas, si
¿Cómo supo que Benito Gálvez Rodríguez subía a arrodillarse a los pies de Dios
Si soy clarividente, ya los sé, lo digo con toda seguridad, sé eso y muchas cosas
más, conozco todos los misterios divinos y secretos del Sagrado Corazón.
Conclusión:
Como nunca lo hubiese querido ni creído, Nano —lo repito una vez más— estaba
muerto.
La voz del relato: Gabriela Mistral, Santa Teresita del Niño Jesús.
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Aquí termino esta historia de mi amado esposo.
Aquí termino…
AMÉN.
Y él:
Bitinia, no lo sé, no lo recuerdo bien, ella me contó, de ahí dedujo mi nombre romano,
y soy yo y no ella quien cuenta la historia en forma completa con la voz de la santa y
de esa madraza, si mi madre era poeta al igual que Gabriela Mistral, y esas notas las
Yo soy el «pato» cuac, cuac, yo soy —en rigor— Dios Padre bendito.
Y cierro anillos.
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¿Para qué dijo que Lester Lacroix era un viñatero ricachón francés, asentado en
futbolista que nunca pudo llegar a ser famoso?, bueno, esa corrección la acepto, y el
alcalde Tulio Cam-pos y Palomita de la Greda y Ariel Ruedo Circo y el señor Toro
Sacristán, si son seres reales, para qué se llena el hocico hablando, bueno, de eso no
digo nada.
resistió, por eso se revolcaba sobre el suelo con retorcijones fuertes, agarrándose las
tripas y gri-tando como licántropo pidiendo ayuda, ¿cómo cree que los vecinos
queda en una nebulosa, mi madre contó otra cosa, y yo le creo a ella, y el forense del
Oh Dios.
Repito: Luchito Serrano era una momia egipcia, ella misma lo resucitó, ¿por qué
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Si esos espíritus inmortales del Sagrado Corazón mueren así.
Adiós, adiós.
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