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Las razas, las nubes y la edad eterna

“Un cuadro verdaderamente cubista se ofreció a nuestros ojos. La estancia aquella era ni más ni
menos un museo arqueológico. Grandes esqueletos, multitud de cacharros y utensilios históricos e
infinidad de momias de todas las épocas llenaban los ámbitos. Los tres esqueletos del Almirante
Nelson (el esqueleto de Nelson a los once años, a los veinte y a los treinta y dos) constituían por sí
solos un tesoro incalculable.”

Enrique Jardiel Poncela. “Novísimas aventuras de Sherlock Holmes: la momia analfabeta del Craig
Museum”.

Un surrealista Sherlock Holmes descubre en el museo arqueológico un gran tesoro: los 3


esqueletos del almirante Nelson. Ilustración del propio Jardiel Poncela.

Cuando era pequeño pensaba que las personas en general y, especialmente aquellas que
conocía, siempre habían tenido la misma edad. Es decir, que mis abuelas habían sido siempre unas
señoras muy mayores y aproximadamente con la misma apariencia que tenían entonces; que mis
padres eran mis padres y por tanto tenían la edad y el aspecto que siempre tienen los padres, mis
hermanas adolescentes siempre habían sido adolescentes y que yo mismo, aunque me prometían
con bastante convencimiento que me haría mayor, sospechaba que en realidad siempre tendría
mis seis o siete años de por entonces, o por lo menos el aspecto correspondiente a mi persona en
aquel tiempo.

No es que ignorara el paso de los años e imaginara que mis abuelos o mis padres no hubieran sido
jóvenes en su momento. Como saberlo, lo sabía -o lo suponía- pero el verlos en fotos de su
infancia me causaba cierta sorpresa; y hasta asombro. Inconscientemente asumía que la edad de
las personas era la que era en el momento en que los veía o pensaba en ellos, al menos a efectos
prácticos. Su identidad que yo percibía y asimilaba, era la de esa edad, en ese momento concreto y
no la del conjunto dinámico de sus edades.

Algo parecido sucede cuando nos encontramos a alguien a quien hace mucho no hemos visto y
reconocemos tanto a la persona que conocimos como los cambios que ha experimentado. Y
siempre hay sorpresa y paradoja en ese reencuentro, ya se manifieste con la frase “¡Vaya, estás
igual, no has cambiado!” como en la de “¡Caramba, cuanto tiempo ha pasado, casi no te he
reconocido!”.
World of averages. Imágenes promedio de personas de diferentes países del mundo. Fuente:
http://faceresearch.org/

Esta disonancia cognitiva acerca de la realidad, que estoy seguro nos resulta familiar a muchos, es
un fenómeno que sucede en las mentes de las personas con una frecuencia más que abundante.
Conocemos cosas, su nombre, sus características, su lugar en el mundo y pensamos que es así, es
decir, que aunque sepamos que está formado de células, moléculas y procesos constructivos en
permanente cambio, las cosas no son fluidos o procesos abstractos: son “cosas” y son “así, aquí y
ahora”. Más o menos para siempre -en nuestra concepción estática del mundo- o razonablemente
para siempre.

Despreciamos inconscientemente el largo plazo por motivos prácticos y aunque no sepamos quien
fue Keynes, podemos pensar como él (1) en todos los órdenes de la vida y no solo en economía; y
tendemos a atribuir categorías ontológicas definitivas a lo que a lo mejor es solo una
mera condensación de vapor de agua. [Atribuir formas a las nubes. Nota mía]

Como decía Schopenhauer y recordaba Borges sobre las tramas de la historia, éstas en realidad se
asemejan a las formas caprichosas de las nubes, formándose y deshaciéndose constantemente,
siendo los contornos que creemos reconocer en ellas no otra cosa sino volutas de vapor
moviéndose al azar de acuerdo al viento y el sol.

No pudiendo entender bien la dinámica de la realidad, el ser humano se aferra a una taxonomía
basada en lo estático, en el momento concreto, en la percepción fotográfica de los objetos y las
situaciones. La naturaleza de la realidad es cambiante y cíclica y así es percibida -por supuesto-
pero ese cambio continuo no se asimila normalmente en la forma de pensar cotidiana.

El ser humano necesita saber en concreto, sin dudas ni oscilaciones. Las cosas son, no podemos
concebir que son y no son al mismo tiempo (2). Así que pocas cosas escapan a esa
percepción estática de lo natural y si lo hacen suelen ser siempre ciclos de relativa corta duración,
como el día y la noche, las fases lunares, las estaciones, que se convierten en algo definido por su
propia naturaleza cíclica, como facetas de un todo.

Los insectos en metamorfosis, por separado, ya cuesta pensarlos como un solo individuo y
normalmente consideramos que una oruga es una oruga y una mariposa una mariposa, sin que la
intuición muestre una clara correlación de identidad entre ambas. Las ideas de Heráclito o el
hecho de que sean precisamente las mutaciones las que hacen posible la evolución, tienen una
aceptación intuitiva limitada.

Este largo preámbulo que espero me perdonen los amables lectores que hasta aquí hayan llegado,
quiere servir como piedra de reflexión acerca de muchas cuestiones que reflejan la
paradójica percepción de los seres humanos y que forman sus prejuicios y su conocimiento de la
realidad. Un asunto de trascendencia clave para el saber y la acción correcta que ha sido ya
tratada en otros artículos de este blog y que seguiremos comentando más adelante.

La taxonomía es necesaria para identificar y separar unas cosas de otras ya que sería imposible
identificar nada -y por tanto, conocer o actuar sobre nada- si no se realizara así: el todo sería una
realidad única, informe y continua, la mejor representación del caos primigenio.

Pero la misma luz y fuerza que la taxonomía aporta se basa en una serie de hipótesis que se van
haciendo automáticas, que trocean o simplifican la realidad y que finalmente, activa o
pasivamente, la disfrazan y nos pueden engañar.

Porque aunque hayamos empezado hablando de los 3 esqueletos de Nelson, de lo que de verdad
me gustaría reflexionar ahora es acerca de un concepto bien arraigado en muchas culturas e
incluso en algunos rincones -oscuros- de la ciencia. Un concepto tan falso como lo anterior pero en
ocasiones siniestro: las razas humanas.
La idea de raza

Los estudiosos de la antropología y de la medicina han ido dejando claro desde hace mucho que
las razas humanas no existen, así que obviaremos al lector la cita de innumerables ensayos o
estudios académicos. Las razas, con el significado de subespecies biológicas claramente definidas,
que evolucionan como una unidad, con sus características concretas y específicas, es una idea
científicamente errónea.

El hecho de que todavía haya algún antropólogo o biólogo que siga hablando o pensando en razas
no hace sino evidenciar la subjetividad del término y su definitoria carga ideológica; en definitiva
se trata de un mero concepto, de una teoría sin base, de una fabulación sin más.

El origen de esta palabra es tan incierto como la realidad que pretende describir. Podría provenir
del latín radix o ratio, con el significado de raíz o radio, en referencia a la propagación desde un
origen. En alemán antiguo se utilizaba la palabra reiz (linaje). En árabe, ras significa cabeza, origen
y en ruso раз (raz) significa vez, turno, aunque es posible que en estos últimos casos se trate de
una similitud fonética casual.

En biología, la raza es un grupo de individuos que muestran unos rasgos identificativos


diferenciados y que pueden transmitir dichos rasgos a la siguiente generación. El término fue
abandonado hace mucho en botánica y en zoología se utiliza para definir individuos con unos
estándares concretos, especialmente en determinadas especies de cría artificial, como perros,
gatos, vacas, ovejas o conejos.

El teórico moderno de las razas -y el racismo- Joseph Arthur de Gobineau (1816-1882), hablaba en
su obra principal, “Ensayo sobre la desigualdad de las razas humanas” (1853) de que existían solo
3 razas: blanca, amarilla y negra.

Esto, con unos pocos conocimientos básicos de biología, genética o mera observación racional no
ideologizada, no resisten la menor consideración intelectual y sin embargo se convirtieron en la
semilla de un creciente movimiento racista -coincidente con el auge más exaltado del
imperialismo- que entre finales del siglo XIX y el inicio del XX llevaron al mundo a uno de las
peores conflictos bélicos conocidos y al horror del holocausto y las masacres en Europa y Asia.

Lo importante a tener en cuenta es que la idea de raza es justamente eso: una idea y no una
realidad. Se trata de un concepto que pretende describir un hecho -la variación de los rasgos
humanos- pero que se corresponde a significados perdidos en el remoto pasado cuando el
conocimiento de las cosas era tan inexacto y escaso como supersticioso.

Lo burdo de dicho concepto hizo que el propio Gobineau, teórico de las razas, las denominara por
el color de su piel, que para él era uno de los rasgos más distintivos. Si alguien piensa que una
diferente tonalidad de la piel, un tipo de pelo o una forma del cuerpo ya determina una
subespecie, debería visitar alguna playa popular en verano.

Otro aspecto relevante de esta teoría es que, como destacaban algunos importantes pensadores
como Levi-Strauss, el fallo nuclear de la teoría es que mezclaba biología y cultura, haciendo
hincapié en uno u otro aspecto sin ningún tipo de correlación. Salvo la de asignar hábitos o
conductas morales determinadas a cada raza, lo que derivaba finalmente en la consideración de
animalidad -o menor humanidad- en las conductas y destino de las razas más “atrasadas”, en un
sentido de civilización.

Lo que la concepción racista de la humanidad venía a querer decir es que las razas eran en
realidad protoespecies, y por tanto los únicos individuos verdaderamente humanos puros más
evolucionados son los de la raza superior, los de “nuestra raza”.

Por eso es significativo constatar como el concepto de raza es defendido casi exclusivamente por
sectores ideológicos situados a la extrema derecha y especialmente por los más afines a ideas
racistas, fascistas o supremacistas, cualquiera que sea la denominación que adopten. El concepto
de razas es necesario para afirmar al mismo tiempo la superioridad de la propia sobre las demás,
así como la degeneración causada por las mezclas (melange).

Es esa idea de raza la que da espacio y forma a su delirio paranoico. Porque el racismo debería ser
considerado simplemente así, una psicosis paranoica. Una confusión perceptiva -una disonancia
cognitiva- que en algunos casos deriva directamente en esquizofrenia. La que es capaz de negar
cínicamente el holocausto y que sin embargo se empeña en resaltar la obviedad del “error” racial.

Este delirio -fruto de una fe sin razones o utilizado para la manipulación- llevó por ejemplo en
España a hablar de la “raza” como concepto explicativo primigenio de una serie de valores
asociados a lo español, la “sangre” vehicular -no se conocían mucho los genes por aquel entonces-
que se manifestó en la reconquista de España a los árabes, en la conquista de América y en la
creación de un imperio donde “nunca se ponía el sol”.

Así se hablaba de “El día de la Raza” para referirse al 12 de octubre o fiesta de la hispanidad. El
instigador y beneficiario de estas ideas imperiales, el dictador Francisco Franco, escribió el guión
de una película llamada justamente así: Raza (3).
La historia es a veces justa y tragicómica: quien le iba a decir a Franco que en la cultura global de
principios del siglo XXI, el término hispano sería equivalente a latino y que ambos servirían para
describir la sangre y la cultura americana más híbrida y autóctona y menos europea…

Conviene recordar con justicia al antropólogo haitiano


Joseph-Anténor Firmin (foto izq.) (1850-1911), un
antagonista de Gobineau que escribió el libro: “Sobre la
igualdad de las Razas Humanas” (4), donde venía a
replicar las tesis racistas, exponiendo la igualdad de los
tipos humanos desde el punto de vista biológico.

Aspecto importante este ya que no se trataba de luchar


solo por la igualdad de derechos -algo que teóricamente
ya defendían las revoluciones de finales del XVIII- sino
que se establecía la igualdad biológica de modo que una
supuesta desigualdad no pudiera dar pie a otras.

Firmin lo tuvo complicado en esa época y su obra fue


relativamente poco conocida. Tras la segunda guerra
mundial y el horror del holocausto, la evidencia de la justificación ideológica del racismo y sus
causas absurdas reivindicaron, al menos en la práctica, las tesis y argumentos de Firmin. Pero,
como era deducible, la psicosis no terminó ahí.

De modo disimulado o incluso festivo, la aparición recurrente de conductas racistas en ámbitos


especialmente emocionales e irracionales, como es el caso del fútbol, no hace sino evidenciar una
y otra vez el peligro y la falsedad de una idea perversa y la demostración de que en las razas no se
razona sino que se cree, porque solo se puede creer en lo que no puede demostrarse o en lo que,
sencillamente, no existe.

Genética y xenofobia

La genética ha demostrado, por si hiciera falta demostrarlo más todavía, que la diversidad
biológica no responde a categorías absolutas sino a variaciones y combinaciones clinales que dan
como resultado un individuo concreto dentro del universo de posibles combinaciones genéticas
de la especie.
Como defiende la ampliamente aceptada teoría del embudo evolutivo debido al cataclismo del
volcán Toba (5), hace poco más de 70.000 años la especie humana se vio reducida a poco más de
10.000 individuos por una causa súbita y catastrófica, como acreditan los estudios geológicos y de
diversidad genética.

Los genes provenientes de aquellos individuos supervivientes son también nuestros genes, los
mismos que, mediante innumerables permutaciones y combinaciones, portan los cromosomas de
los más de seis mil millones de personas que hoy en día constituyen la especie humana.

En muchos casos la evolución ha creado una serie de mecanismos de identificación y defensa para
filtrar lo que es amigable de lo que es peligroso, con soluciones que van desde el sistema
inmunitario de un organismo a las respuestas intuitivas de desconfianza hacia lo diferente o lo que
no se conoce bien. Y la cultura funciona de modo parecido.

El racismo es una forma de xenofobia, el odio al extraño. Y el sufijo fobia denota una patología, en
general. La base de la xenofobia es el miedo, la desconfianza hacia lo desconocido, a lo diferente.
A nivel biológico, celular y a nivel individual y social, los diferentes sistemas se protegen de lo
diferente, de “lo otro” que es una amenaza potencial.

La xenofobia nos hace ver como sospechosos a quienes difieren de nosotros. Algo en nuestro
pensamiento irracional nos pone en alerta al identificar diferencia con rivalidad y amenaza. Puede
ser algo potencialmente dañino o alguien que desee quedarse con nuestros recursos, con nuestra
tierra, con nuestras pertenencias y nuestra vida.

La diferencia puede ser física o de índole cultural, de idioma, pensamiento, religión o hábitos
sexuales. Pero ya que la percepción física es la primera y la que se detecta con un conocimiento
directo, la identificación de la diferencia por el color de la piel o de determinadas facciones físicas
ha sido la más habitual en la historia cuando se ha producido un choque entre poblaciones
diferentes.

Inmediatamente después la identificación cultural por forma de vida y creencias, que se combinan
con la anterior y se fijan en el ideario colectivo. Cada hecho cotidiano, sea cierto o falso, no hace
sino reforzar ese prejuicio establecido que crea la discriminación, mal llamada racial cuando en
realidad es plenamente cultural (y emocional).

Conviene reiterar que el origen del racismo -y por tanto de la creencia en el falso mito de las razas-
es el miedo y la lucha por la supervivencia. Y la historia ha mostrado, desgraciadamente,
frecuentes ejemplos de que es así. Porque el mecanismo está presente en lo humano -aunque sea
en su cerebro de reptil- siempre dispuesto a activarse, como las reacciones de huida o ataque ante
una amenaza o un peligro.

No haremos ahora otra cosa sino mencionarlo, pero detrás de este mecanismo anidan episodios
tan oscuros de la humanidad como las cazas de brujas, las guerras de religión, las limpiezas
étnicas, la discriminación de determinados grupos o colectivos o el rechazo a los inmigrantes.

Calificados como delitos, estos hechos son denominados hoy como “delitos de odio” y sus
estadísticas aportan luz acerca de del corpus social de una sociedad (6).

En España durante 2013, se registraron por parte de las fuerzas de seguridad 1.172 delitos de odio
(bajo la forma de agresiones, vejaciones, malos tratos o amenazas), según recoge un informe
pionero del Ministerio del Interior de España, denominado Informe sobre la evolución de los
delitos de odio en España 2013.

Los motivos y número de estos delitos, según recoge dicho informe, fueron:

▪ Orientación sexual e identidad de género: 452

▪ Origen étnico o racial: 381

▪ Discapacidad: 290

▪ Religión o creencias: 42

▪ Situación de pobreza y exclusión social (aporofobia): 4

▪ Antisemitismo: 3

Estas cifras identifican como primera causa una forma de xenofobia interior: la homofobia o el
odio a la diversidad sexual. Una falta de respeto a los derechos humanos básicos, equiparable a la
discriminación racial o a la persecución por motivos de creencia (o descreencia).

Más del 53% del total correspondió a delitos ocurridos en Andalucía, Cataluña o Comunidad de
Madrid. El 7% (83) corresponden con actos racistas o xenófobos en el deporte.
A efectos comparativos, en 2013 se produjeron más de 2.170.000 delitos de toda clase (una tasa
de 46’1 delitos por cada mil habitantes) registrándose 302 homicidios y 1.298 delitos sexuales
graves. Se trata de una de las tasas de delincuencia más bajas de las registradas desde que se
recogen estos datos. Recordar que el censo de población de España en 2013 registraba un total de
47.129.783 habitantes de los cuales un 11,77% eran extranjeros.

A finales de marzo, una


nube similar a un carnero parece
anunciar la entrada en Aries.

Conclusión: las nubes y el color de la piel

¿Existen categorías absolutas en la temperatura del aire o el mar o para la presión atmosférica?
Obviamente no, son variables que pueden adoptar tantos valores diferentes y tan discretos y
ajustados como la máquina que utilicemos para medirlos y las circunstancias de la atmósfera los
permitan, junto a la mecánica de fluidos y el azar de las condiciones ambientales y singulares.

¿Y qué somos los seres vivos sino fluidos dinámicos, bailando entre cromosomas y una conciencia
individual y social, en una cultura determinada?

Es decir, que las razas humanas como esas categorías absolutas en que se creía antes -y en las que
inconscientemente buena parte de la población sigue pensando- no son más ciertas que la
población de elefantes y animales mitológicos que se forman en las nubes en un apacible día de
verano. Aunque emociones primarias como la rabia o el odio o simplemente la idiocia, nos quieran
hacer creer cosas distintas.

Deberíamos estar atentos, no obstante, por si el abandonado espejismo de la raza pueda dar lugar
a nuevos espejismos, incluso dentro del lenguaje políticamente correcto, para tratar de cubrir el
concepto de la amenaza del diferente. Hoy en día leemos y escuchamos en los medios de
comunicación el término etnia como denominativo de un colectivo humano determinado y en
multitud de ocasiones su utilización se asemeja demasiado al falso concepto de raza.

Un rampante Pegaso emerge al mediodía de la parte izquierda de esta nube.


Etnia es un grupo humano identificado por su pasado común, su origen y camino histórico y
especialmente por su cultura y su forma de vivir. Un concepto complicado y a menudo
indeterminado, que tiene bastante relación con otros conceptos como nación o pueblo (7).

Hablamos en definitiva de palabras, de ideas fijadas en la mente de las personas y que se


manifiestan con un lenguaje más o menos expresivo. El concepto de raza resulta una idea
imposible, porque la definición de categorías concretas en un universo de miles de
combinaciones resulta completamente absurdo.

No se trata del arco iris en el que podemos categorizar seis o siete colores, definidos a su vez por
intervalos de longitudes de onda: aquí se trata de reconocer el contorno de las nubes y suponer
que tienen entidad.

Incluso si fuera posible establecer márgenes concretos y sencillos la idea de raza como grupo
humano definido por su biología no estaría mal si simplemente fuera un sinónimo de variabilidad,
de diversidad genética, una connotación en teoría positiva.

Pero considerado como una caja cerrada destinada a establecer una jerarquía y una dominación
social, como en el caso de las castas, la idea de raza aparece doblemente condenada: imposible a
nivel epistemológico y repugnante como categoría ética y cultural.

“Esos enjambres de tantos colores de


piel pertenecen todos a una misma raza,
la de los damnificados por la brutalidad
humana y atropellados por el carro atroz
de la historia”. Fernando Savater
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(1) Para los no economistas o familiarizados con la obra o las ideas de John Maynard Keynes. “A
largo plazo, todos muertos”. Keynes utilizaba esta frase para recalcar que en economía lo
importante es el corto y medio plazo y que la acción de la política económica debe realizarse en él.
Fiar el largo plazo para la resolución automática de los problemas equivale a no hacerles frente y a
abandonar toda clase de posibilidad efectiva de modificar la realidad económica y el bienestar de
las personas, en especial en los momentos de crisis o parte baja del ciclo económica. Frase similar
al refrán español “en cien años todos calvos”.

(2) Si alguno no conoce la obra Eureka, de Edgar Allan Poe, le invito a que le eche un vistazo. En
ella podrá leer como, para Poe, el universo y todo lo que contiene es y no es al mismo tiempo.

(3) Documental sobre la película RAZA: el franquismo visto por su cine (61 minutos). Franco utilizó
el seudónimo de Jaime de Andrade.

(4) De l’Égalité des Races Humaines (1885). Enlace a la librería de la Universidad de Illinois:
http://www.press.uillinois.edu/books/catalog/25txk3ry9780252071027.html

(5) Stanley Ambrose. Late Pleistocene human population bottlenecks, volcanic winter, and
differentiation of modern humans. http://www.bradshawfoundation.com/stanley_ambrose.php.
Más en: http://www.ox.ac.uk/media/news_releases_for_journalists/100222_1.html

(6) Informe sobre la evolución de los delitos de odio en España 2013. Ministerio del interior.

(7) Puede ser interesante leer, dentro de este mismo blog, los artículos acerca de las ideas de tribu
y nación.

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