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La presentación de uno mismo en la vida cotidiana

En esta lectura de 1959, Erving Goffman introduce lo que se ha pasado a llamar el enfoque
«dramatúrgico» al estudio de la interacción social (llamada así porque, en efecto, observa la vida
social como un teatro). El enfoque de Goffman es en lo que ocurre cuando la gente está en la
presencia de otros, en cómo representan sus papeles. Como verás, desde el punto de vista de
Goffman, la interacción social rutinaria es un esfuerzo cooperativo entre el actor social y su
audiencia. El actor puede representar un papel, pero frecuentemente requiere la complicidad de la
audiencia.

Cuando un individuo entra en la presencia de otros, estos comúnmente buscan adquirir


información sobre él o poner en juego información sobre él que ya poseen. Estarán
interesados en su general estado socioeconómico, su concepción de sí mismo, su actitud
hacia ellos, su capacidad, su integridad, etc. Aunque parte de esta información parece
buscarse como un fin en sí mismo, por lo general existen razones bastante prácticas para
adquirirla. La información sobre el individuo ayuda a definir la situación, permitiendo a
otros conocer de antemano aquello que él espera de ellos y lo que ellos pueden esperar de
él. Los otros, informados de esta manera, conocerán cómo actuar mejor para obtener de él
una respuesta deseada.

Para aquellos presentes, muchas fuentes de información se vuelven accesibles y


muchos transportistas (o «vehículos de signos») se vuelven disponibles para llevar esta
información. Si no se conoce a la persona, los observadores pueden recoger pistas por su
conducta y apariencia, lo cual les permite comparar sus experiencias previas con individuos
ligeramente similares al que tienen enfrente o, más importante, aplicarle estereotipos no
probados. Incluso pueden asumir, a partir de experiencias pasadas, la probabilidad de
encontrar solo un tipo particular de individuos en un entorno social dado. Pueden confiar en
lo que el individuo dice sobre sí mismo o en la evidencia documentada que provea sobre
quién o qué es. Si conocen acerca del individuo por una experiencia anterior a la
interacción, pueden basarse en suposiciones sobre la persistencia y generalidad de los
rasgos psicológicos como un medio para predecir su comportamiento presente y futuro.
De cualquier modo, durante el periodo en el cual el individuo está en la inmediata
presencia de los otros, pocos eventos pueden ocurrir en los cuales proporcione directamente
a los demás la información concluyente que necesitarán para dirigir sabiamente su propia
actividad. Muchos hechos cruciales yacen más allá del tiempo y lugar de la interacción o
inclusive yacen ocultos dentro de ella. Por ejemplo, las «verdaderas» o «reales» actitudes,
creencias y emociones que al individuo se le pueden comprobar solo indirectamente, a
través de sus confesiones o lo que parece ser un comportamiento expresivo involuntario. De
manera similar, si el individuo ofrece a los demás un producto o servicio, encontrarán con
frecuencia que durante la interacción no habrá tiempo y lugar inmediatamente disponible
para comer el pudín en el cual pueda encontrarse la prueba. Estarán forzados a aceptar
algunos eventos como signos convencionales o naturales de algo indirectamente disponible
a los sentidos. En términos de Ichheiser, «el individuo deberá actuar de modo que se
exprese de forma intencional o no y los demás deberán, en cambio, ser impresionados de
alguna forma por él (Ichheiser 1949, 6-7).

La capacidad expresiva del individuo (y por lo tanto su capacidad para dar


impresiones) parece involucrar a dos diferentes tipos de actividad de signos: la expresión
que da y la expresión que emite. La primera involucra símbolos verbales o sus sustitutos,
los cuales emplea aceptada y únicamente para transmitir la información que él y los demás
suelen adjuntar a estos símbolos; esta es comunicación en el sentido tradicional y estrecho.
La segunda involucra un amplio rango de acción que otros pueden tratar como sintomáticos
por el actor, la expectativa siento que la acción fue realizada por otras razones que la
información proporcionada de este modo. Como deberemos de ver, esta distinción tiene
solo una inicial validez. El individuo, por supuesto, transmite de forma intencional
información errónea por medio de estos dos tipos de comunicación, el primero involucra
engaño, el segundo, fingimiento.

Tomando la comunicación tanto en su sentido estricto como amplio, uno encuentra


que cuando el individuo es en la inmediata presencia de otros, su actividad tendrá un
carácter promisorio. Los demás probablemente descubrirán que deben aceptar al individuo
basándose en la fe, ofreciéndole un justo regreso mientras él está presente ante ellos a
cambio de algo cuyo verdadero valor no se establecerá hasta que haya dejado su presencia.
(Por supuesto, los demás también viven por inferencia en sus interacciones con el mundo
físico, pero es solo en el mundo de la interacción social que los objetos acerca de los cuales
hacen inferencias facilitará y dificultará de forma deliberada este proceso inferencial). La
seguridad que justificadamente sienten al hacer inferencias sobre el individuo variará, claro,
dependiendo en factores como la cantidad de información que ya poseen sobre el individuo,
pero ninguna cantidad de tal evidencia pasada puede obviar por completo la necesidad de
actuar sobre la base de inferencias. Como William I. Thomas sugirió:

También es altamente importante para nosotros darnos cuenta que, de hecho, no


controlamos nuestras vidas, hacemos nuestras decisiones o alcanzamos nuestras metas en la
vida cotidiana, ya sea estadística o científicamente. Vivimos por inferencia. Yo soy,
digamos, su invitado. No pueden saber ni pueden determinar científicamente, si robaré o no
su dinero o sus cucharas. Pero de manera inferencial, no lo haré, y de manera inferencial me
tienen como invitado (citado en Volkart 1951, 5).

Pasemos ahora del punto de vista de los demás al punto de vista del individuo que se
presenta ante ellos. Él puede desear que tengan una alta opinión de él, o que piensen que él
tiene una gran opinión de ellos, o que perciban cómo se siente en verdad sobre ellos, o que
no obtengan una impresión clara; él podría desear asegurar suficiente armonía para que la
interacción pueda mantenerse, o defraudarlos, deshacerse de ellos, confundirlos,
engañarlos, antagonizarlos o incluso insultarlos. Sin importar el objetivo particular el cual
tenga el individuo en mente y su motivo para tener este objetivo, tendrá el interés de
controlar la conducta de los otros, especialmente su tratamiento responsivo. Este control se
logra, en gran parte, influyendo en la definición de la situación que los otros llegan a
formular y puede influenciar esta definición expresándose él mismo de tal manera que les
dé la clase de impresión que los llevará a actuar voluntariamente de acuerdo con su propio
plan. De este modo, cuando un individuo aparece en presencia de otros, habrá por lo
general alguna razón para que movilice su actividad de modo que transmita una impresión
que le interese transmitir a otros. Debido a que las compañeras de dormitorio de una niña
obtendrán evidencias de su popularidad a partir de las llamadas que recibe por teléfono,
podemos sospechar que algunas niñas harán arreglos para que se realicen llamadas, y el
hallazgo de Willard Waller (n. d., 730) puede ser anticipado:
Varios observadores han reportado que una niña que es llamada al teléfono en los
dormitorios, a menudo se permitirá ser llamada varias veces, con la intención de darle a las
otras niñas amplia oportunidad de oírla ser llamada.

De los dos tipos de comunicación —expresiones dadas y expresiones emitidas— este


reporté se enfocará sobre todo con la última, con el tipo más teatral y contextual, el no
verbal, presumiblemente de tipo involuntaria, ya sea que esta comunicación esté diseñada o
no. Como ejemplo de lo que debemos intentar examinar, me gustaría citar de forma extensa
un incidente novelístico en el cual Preedy, un inglés vacacionando, hace su primera
aparición en la playa de su hotel veraniego en España:

Pero, en cualquier caso, se cuidó de no llamar la atención de nadie. Primero que nada, debía
dejar claro a esos potenciales compañeros de sus vacaciones que no le preocupaban en lo
absoluto. Miró a través de ellos, a su alrededor, por encima de ellos, con los ojos perdidos
en el espacio. La playa podría estar vacía. Si por casualidad una pelota caía cerca de él, se
sorprendería; luego dejaría que una sonrisa de asombro iluminara su cara (amablemente
Preedy), miraría a su alrededor aturdido para ver que había gente en la playa, la arrojaría
para atrás con una sonrisa para sí mismo y no para la gente, y luego continuaría de forma
descuidada su indiferente observación del espacio.

Pero era tiempo de instituir un pequeño desfile, el desfile del Preedy ideal.
Mediante manipulaciones taimadas, dio la oportunidad de leer el título de su libro a
cualquiera que quisiera mirar —una traducción en español de Homero, clásica pero no
atrevida, cosmopolita también— y después colocó juntas sus cosas y su bolso en una pila
resistente a la arena (metódico y sensible Preedy), se levantó despacio para estirar con
soltura su enorme cuerpo (Preedy el gato gordo), tiró a un lado sus sandalias
(despreocupado Preedy, después de todo).

¡El matrimonio de Preedy y el mar! Había otro tipo de rituales. El primero


involucraba un paseo que pasaba a ser una carrera y una zambullida directo al agua, después
de eso, suavizándose en un fuerte arrastre sin salpicaduras hacia el horizonte. Pero, por
supuesto, no realmente hacia el horizonte. De repente, se volvería boca arriba sobre su
espalda y haría grandes salpicaduras con sus piernas, de algún modo esto mostraría que
quiere nadar más lejos si en verdad quisiera, y luego se pararía un cuarto fuera del agua para
que todos vean quién es.
El curso alternativo era más simple, evadía el shock de agua fría y evadía el riesgo
de aparecer demasiado animado. El objetivo era mostrar que estaba acostumbrado al mar, el
Mediterráneo, y esta playa particular, que uno bien podía estar en el mar como fuera de él.
Involucraba un lento paseo por el borde del agua —¡sin siquiera notar que sus tobillos
estaban mojándose, la tierra y el agua serían lo mismo para él!— con sus ojos en el cielo,
examinando gravemente portentos, invisibles para los demás, del clima (Preedy el pescador
local) (Samson 1956, 230-232).

El novelista busca que veamos que Preedy está indebidamente preocupado con las extensas
impresiones que siente que su mero movimiento corporal está emitiendo a quienes lo
rodean. Podemos calumniar aún más a Preedy asumiendo que ha actuado solo para dar una
impresión particular, que esta es una falsa impresión y que los demás presentes reciben
ninguna impresión, o peor aún, la impresión de que Preedy está afectadamente intentando
causarles que reciban esta particular impresión. Pero el punto importante aquí es que el tipo
de impresión que Preedy piensa estar haciendo es, de hecho, el tipo de impresión que otros
correcta e incorrectamente recogen de alguien entre ellos.

He dicho que cuando un individuo aparece ante otros, sus acciones influirán la
definición de la situación en la cual están inmersos. A veces el individuo actuará en una
manera minuciosamente calculadora, expresándose de una manera dada solo para dar el
tipo de impresión a otros que, de forma probable, evocará en ellos una respuesta específica
la cual le interesa obtener. Algunas veces, el individuo estará calculando en su actividad,
pero estar relativamente inconsciente de esto. Otras veces, se expresará intencional y
conscientemente de una forma particular, pero sobre todo porque la tradición de su grupo o
estatus social requiere este tipo de expresión y no por alguna respuesta en particular (aparte
dela vaga aceptación o aprobación) la cual es posible evocar de aquellos impresionados por
su expresión. Algunas veces las tradiciones del rol de un individuo lo conducirán a dar una
impresión bien diseñada de un tipo particular y, aun así, no estar ni consciente ni
inconscientemente dispuesto a crear tal impresión. Los otros, a su vez, pueden estar
impresionados de manera adecuada por los esfuerzos del individuo para transmitir algo, o
incluso pueden malinterpretar la situación y llegar a la conclusión de no estar garantizados
ni por los intentos del individuo ni por los hechos. De cualquier modo, mientras los ortos
actúen como si el individuo hubiera transmitido una impresión particular, podríamos tomar
una perspectiva funcional o pragmática y decir que el individuo ha proyectado de forma
efectiva una definición dada de la situación y, de igual manera, fomentado la compresión de
que se obtiene un determinado estado de asuntos.

Hay un aspecto de la respuesta de los otros que requiere un comentario especial


aquí. Conociendo que probablemente el individuo se presente en una luz favorable para él,
los otros pueden dividir aquello presenciado en dos partes; una parte la cual es
relativamente fácil para el individuo de manipular a voluntad, siendo sus afirmaciones
verbales y una parte con respecto a la cual parece tener un poca preocupación o control,
siendo sobre todo derivada de las expresiones emitidas. Los otros, entonces, pueden usar lo
que se considera son los aspectos ingobernables de su comportamiento expresivo como una
verificación de la validez de aquello transmitido por los aspectos gobernables. En estos, una
fundamental asimetría es demostrada en el proceso de comunicación, el individuo
presumiblemente siendo consciente de una corriente de su comunicación, los testigos de
esta y otra corriente. Por ejemplo, en las islas Shetland, la esposa de un arrendatario,
sirviendo platillos nativos a un visitante de Gran Bretaña, escucharía con una sonrisa cortés
a sus educadas afirmaciones de estar disfrutando lo que come; al mismo tiempo, ella
tomaría nota de la rapidez con la cual el visitante levantaba su tenedor o cuchara de su
boca, el entusiasmo con la cual pone la comida en su boca y el gusto expresado al masticar
la comida, usando estos signos como una confirmación de los sentimientos demostrados
por el huésped. La misma mujer, con el fin de descubrir lo que un conocido (A) realmente
pensó de otro conocido (B), esperará hasta que B esté en presencia de A, pero manteniendo
conversación con otra persona (C). Después examinará con disimulo las expresiones
faciales de A mientras miraba a B en una conversación con C. No estando en conversación
con B y no estando directamente observado por él, A relajaría las restricciones habituales y
engaños discretos, y expresaría con libertad lo que en verdad siente sobre B. Este
arrendatario, en conclusión, observaría al desapercibido observador.

Dado el hecho de que es probable a los otros verificar los más controlables aspectos
de comportamiento por medio de los menos controlable, uno puede esperar que algunas
veces el individuo intentará explotar esta posibilidad, guiando la impresión que él hace a
través de su comportamiento, el cual sintió estaba informando de manera confiable. Por
ejemplo, en ganar admisión en un círculo social estrecho, el observador participante no solo
puede mostrar una mirada de aceptación mientras escucha a un informante, sino también
ser cuidadoso en emplear la misma mirada cuando observa al informante hablar con otros;
en tal caso, los observadores del observador no descubrirán con facilidad en dónde se
posiciona. Una ilustración específica de las islas Shetland puede traerse a colación. Cunado
el vecino entra para tomar una taza de té, normalmente mostraría al menos un indicio de
una cálida sonrisa expectante cuando pasara por la puerta de la casa. Debido a la falta de
obstrucciones físicas fuera de la cabaña y la falta de luz dentro de ella generalmente era
posible observar al visitante sin ser observado mientras se acercaba a la casa, los isleños a
veces disfrutaban viendo al visitante cambiar cualquier expresión que estuviera
manifestando y reemplazarla con una sociable. justo antes de llegar a la puerta. Sin
embargo, algunos visitantes, al apreciar que se estaba produciendo este examen, adoptarían
ciegamente un rostro social a gran distancia de la casa, asegurando así la proyección de una
imagen constante.

Este tipo de control por parte del individuo restablece la simetría del proceso de
comunicación y prepara el escenario para una especie de juego de información, un ciclo
potencialmente infinito de ocultamiento, descubrimiento, falsa revelación y
redescubrimiento. Debe agregarse que, dado que es probable que los demás no sospechen,
de forma relativa al menos, del aspecto presumiblemente no guiado de la conducta del
individuo, éste puede ganar mucho si lo controla. Los demás, por supuesto, pueden sentir
que el individuo está manipulando los aspectos presumiblemente espontáneos de su
conducta y buscar en este mismo acto de manipulación algún matiz de conducta que el
individuo no ha logrado controlar. Esto nuevamente proporciona una verificación sobre el
comportamiento del individuo, esta vez su comportamiento presumiblemente no calculado,
restableciendo así la asimetría del proceso de comunicación. Aquí solo me gustaría añadir
la sugerencia de que las artes de penetrar el esfuerzo de un individuo en la
unintencionalidad calculada, parecen estar mejor desarrolladas que nuestra capacidad para
manipular nuestro propio comportamiento, por tanto, sin importar cuántos pasos hayan
ocurrido en el juego de la información, es probable que el testigo tenga ventaja sobre el
actor, y es probable que se mantenga la asimetría inicial del proceso de comunicación.

Cuando permitimos que el individuo proyecte una definición de la situación cuando


se presenta ante los demás, también debemos ver que los otros, por muy pasivos que
parezcan ser sus roles, proyectarán ellos mismos de manera efectiva una definición de la
situación en virtud de su respuesta a el individuo y en virtud de las líneas de acción que le
inicien. De ordinario, las definiciones de la situación proyectadas por los diferentes
participantes están suficientemente armonizadas entre sí para que no se produzca una
abierta contradicción. No me refiero a que habrá el tipo de consenso que surge cuando cada
individuo presente expresa con franqueza lo que realmente siente y está honestamente de
acuerdo con los sentimientos expresados por los demás presentes. Este tipo de armonía es
un ideal optimista y, en cualquier caso, no es necesario para el buen funcionamiento de la
sociedad. Más bien, se espera que cada participante reprima sus sentimientos más
profundos inmediatos, transmitiendo a su vez una visión de la situación que él siente que
los demás podrán encontrar, al menos temporalmente, aceptable. El mantenimiento de esta
superficie de acuerdo, esta apariencia de consenso, se ve facilitado por el hecho de que cada
participante oculte sus propios deseos detrás de declaraciones que afirman valores que
todos los presentes se sienten obligados a defender de dientes para afuera. Es más,
usualmente hay un tipo de división de trabajo definitorio. A cada participante se le permite
establecer la decisión oficial tentativa con respecto a asuntos que son vitales para él, pero
que no son inmediatamente importantes para otros, por ejemplo, las racionalizaciones y
justificaciones por las cuales explica su actividad pasada. A cambio de esta cortesía,
permanece en silencio o no se compromete en asuntos importantes para los demás pero que
no son inmediatamente importantes para él. Tenemos entonces un tipo de modus vivendi1
interaccional. Juntos, los participantes contribuyen a una única definición general de la
situación que implica no tanto un acuerdo real sobre lo que existe, sino más bien un
acuerdo real sobre las demandas de quién respecto de qué cuestiones se respetarán
temporalmente. También existirá un acuerdo real sobre la conveniencia de evitar un
conflicto abierto de definiciones de la situación2. Me referiré a este nivel de conveniencia
1
Modus vivendi es latín y puede traducirse de forma literal como «un modo de vivir». Pero generalmente se
refiere al «modo de actuar», para que las personas que no se sientan bien unas con otras puedan llevarse bien.
Nota del Editor.

2
Una interacción puede configurarse de forma deliberada como un momento y un lugar para expresar las
diferencias de opinión, pero en tales casos los participantes deben ser cuidadosos de estar de acuerdo en no
estar en desacuerdo con respecto al tono de voz apropiado, vocabulario y grado de seriedad en el que todos
los argumentos deben ser expresados y sobre el respeto mutuo que los participantes en desacuerdo deben
como «un consenso de trabajo». Debe entenderse que el consenso de trabajo establecido en
un entorno de interacción será bastante diferente en contenido del consenso de trabajo
establecido en un tipo diferente de entorno. De este modo, entre dos amigos a la hora del
almuerzo, una recíproca muestra de aprecio, respeto y preocupación por el otro es
mantenida. En las ocupaciones de servicio, por otro lado, el especialista a menudo mantiene
una imagen de participación desinteresada en el problema del cliente, mientras que el
cliente responde con una muestra de respeto por la competencia e integridad del
especialista. No obstante, a pesar de tales diferencias en el contenido, la forma general de
estos arreglos de trabajo es la misma.

Al notar la tendencia de un participante a aceptar las afirmaciones definitorias


hechas por los otros presentes, podemos apreciar la importancia crucial de la información
que el individuo inicialmente posee o adquiere sobre sus compañeros participantes, ya que
es sobre la base de esta información inicial que el individuo comienza a definir la situación
y comienza a construir líneas de acción de respuesta. La proyección inicial del individuo lo
compromete con lo que se propone ser y le obliga a abandonar toda pretensión de ser otras
cosas. A medida que avanza la interacción entre los participantes, por supuesto que se
producirán adiciones y modificaciones en este estado informativo inicial, pero es esencial
que estos desarrollos posteriores se relacionen sin contradicción con las posiciones iniciales
adoptadas por los diversos participantes e incluso se desarrollen a partir de ellas. Parecería
que un individuo puede elegir más fácilmente qué línea de tratamiento exigir y extender a
los demás presentes al comienzo de un encuentro que alterar la línea de tratamiento que se
está siguiendo una vez que la interacción está en marcha.

En el día a día, por supuesto, hay un claro entendimiento de la importancia de las


primeras impresiones. Por lo tanto, el ajuste laboral de aquellos en ocupaciones de servicio
a menudo dependerá de la capacidad de tomar y mantener la iniciativa en la relación de
servicio, una capacidad que requerirá una agresividad sutil por parte del servidor cuando es

cuidadosamente continuar expresando el uno al otro. Esta definición académica o de los debatistas de la
situación situación también puede ser invocada repentina y juiciosamente como una forma de traducir un
grave conflicto de puntos de vista, en uno que pueda ser manejado dentro de un marco aceptable para todos
los presentes.
de un nivel socioeconómico más bajo que él de su cliente. W. F. Whyte (1946, 132-133)
propone a la camarera como un ejemplo:

El primer punto sobresaliendo es que la mesera soportando la presión, simplemente no


responde a los clientes. Actúa con algo de habilidad para controlar su comportamiento. La
primera pregunta que debemos realizar al observar la relación de los clientes es, «¿La
camarera se adelanta al cliente o el cliente se adelanta a la camarera?». La habilidosa
camarera se da cuenta de la naturaleza crucial de esta pregunta…

La experta camarera se acerca al cliente con confianza y sin vacilación. Por


ejemplo, puede descubrir que un nuevo cliente se ha sentado en una de las mesas antes de
que ella pudiera recoger los platos sucios y cambiar el paño. El cliente ahora está
recargándose sobre la mesa estudiando el menú. Ella lo saluda y dice: «¿Me permite
cambiar el mantel, por favor?» y sin esperar respuesta alguna, aparta el menú del cliente
para que se retroceda de la mesa y pueda realizar su trabajo. La relación se maneja de
manera educada pero firme y no hay duda de quién está a cargo.

Cuando la interacción iniciada mediante «primeras impresiones» es en sí misma tan solo la


inicial interacción en una extensa serie de interacciones incluyendo de los mismos
participantes, estamos hablando de «empezar con el pie derecho» y sentir que es crucial
hacerlo así. De este modo, uno comprende que algunos maestros tomen la siguiente
perspectiva:

Nunca debes dejar que tomen la ventaja o estarás acabado. Por eso empiezo haciéndome el
duro. El primer día en el que comienzo una nueva clase, les dejo saber quien es el jefe…
debes empezar siendo duro, después puedes suavizarte a medida que pasa el tiempo. Si
empiezas siendo indolente, cuando intentes mostrarte serio, solo se reirán. (citado en Becker
n.d., 459).

De manera similar, los asistentes en las instituciones mentales, pueden sentir que si el
nuevo paciente está puesto de forma brusca en su lugar el primer día de su guardia y le hace
ver quién manda, futuras dificultades serán prevenidas (Taxel 1953).

Dado el hecho de que el individuo proyecta de forma efectiva una definición de la


situación cuando entra en la presencia de otros, podemos asumir que los eventos pueden
ocurrir con la interacción, la cual contradice, desacredita o, de otro modo, muestra duda
sobre esta proyección. Cuando estos eventos disruptivos toman lugar, la interacción en sí
puede llegar a una confusa y avergonzada interrupción. Alguna de las suposiciones sobre
las cuales las respuestas de los participantes han sido predicadas se vuelven insostenibles y
los participantes se encuentran a sí mismos alojados en una interacción para la cual la
situación ha sido incorrectamente definida y, por lo tanto, deja de estar definida. En tales
momentos el individuo de quien la presentación ha sido descreditada, puede sentirse
avergonzado mientras los demás presentes pueden sentirse hostiles y entonces todos los
participantes pueden llegar a sentirse molestos o intranquilos, desconcertados, cohibidos,
avergonzados, experimentando el tipo de anomia generada cuando el frágil sistema social
de interacción cara a cara se rompe.

Al enfatizar el hecho de que la definición inicial de la situación proyectada por un


individuo tiende a proporcionar un plan para la actividad cooperativa que sigue —al
enfatizar este punto de vista de la acción— no debemos pasar por alto el hecho crucial de
que cualquier definición proyectada de la situación también tiene un carácter moral
distintivo. Es este carácter moral de las proyecciones lo que nos preocupará principalmente
en este informe. La sociedad está organizada sobre el principio de que cualquier individuo
poseyendo ciertas características sociales tiene el derecho moral de esperar la valoración de
los demás y ser tratado de manera apropiada. Conectado con este principio hay un segundo,
a saber, que un individuo que implícita o explícitamente significa que tiene ciertas
características sociales debe ser de hecho lo que dice ser. En consecuencia, cuando un
individuo proyecta una definición de la situación y, por lo tanto, hace una pretensión
implícita o explícita de ser una persona de un tipo particular, automáticamente ejerce una
exigencia moral sobre los demás, obligándolos a valorarlo y tratarlo de la manera que las
personas de su tipo tienen derecho a esperar. Los otros descubren entonces, que el
individuo les ha informado aquello que es i aquello que deberían ver como el «es».

No se puede juzgar la importancia de las alteraciones definitorias por la frecuencia


con la cual ocurren, pues aparentemente ocurrirían con mayor frecuencia si no se tomaran
precauciones constantes. Encontramos que las prácticas preventivas se emplean de manera
constante para evitar estas vergüenzas y que las prácticas correctivas se emplean, por su
parte, para compensar los sucesos desacreditadores que no se han evitado con éxito.
Cuando el individuo emplea estas estrategias y tácticas para proteger sus propias
proyecciones, podemos referirnos a ellas como «prácticas defensivas»; cuando un
participante las emplea para salvar la definición de la situación proyectada por otro,
hablamos de «prácticas protectoras» o «tacto». Juntas, las prácticas defensivas y protectoras
comprenden las técnicas empleadas para salvaguardar la impresión generada por un
individuo durante su presencia ante los demás. Debe agregarse que si bien podemos estar
listos para ver que ninguna impresión fomentada sobreviviría si no se emplearan prácticas
defensivas, tal vez lo estemos menos para ver que pocas impresiones podrían sobrevivir si
aquellos que recibieron la impresión no ejercieron tacto en su recepción de ello.

Además del hecho de que se toman precauciones para evitar la interrupción de las
definiciones proyectadas, también podemos notar que un intenso interés en estas
interrupciones llega a desempeñar un papel importante en la vida social del grupo. Se
juegan bromas pesadas y juegos sociales en donde las vergüenzas que deben tomarse sin
seriedad se diseñan deliberadamente. Se crean fantasías en las cuales ocurren exposiciones
devastadoras. Anécdotas del pasado —real, bordado o ficticio— se cuentan y se vuelven a
contar, detallando las interrupciones que ocurrieron, casi ocurrieron u ocurrieron y se
resolvieron admirablemente. No parece haber agrupación que no tenga a mano estos juegos,
ensoñaciones y cuentos con moraleja, para utilizarlos como fuente de humor, catarsis de las
angustias y sanción para inducir a los individuos a ser más modestos en sus afirmaciones y
razonables en sus expectativas proyectadas. El individuo puede contarse a sí mismo a través
de sueños de meterse en posiciones imposibles. Las familias cuentan la vez que un invitado
mezcló sus fechas y llegó cuando ni la casa ni nadie en ella estaba lista para él. Los
periodistas hablan de momentos en que ocurrió un error de imprenta demasiado
significativo y la suposición de objetividad o decoro del periódico fue desacreditada con
humor. Los servidores públicos relatan ocasiones en que un cliente malinterpretó de forma
ridícula las instrucciones del formulario y dio respuestas que implicaban una definición
imprevista y extraña de la situación (Blau n.d., 127-129). Los marineros, cuyo hogar lejos
del hogar es rigurosamente masculino, cuentan historias de volver a casa y, sin darse
cuenta, pedirle a la madre que «pase la maldita mantequilla» (Beattie 1950, 35).
Diplomáticos cuentan la vez que una reina miope preguntó a un embajador republicano por
la salud de su rey… (Ponsonby 1952, 46).

Será conveniente terminar esta introducción con algunas definiciones implícitas en


lo anterior y necesarias para lo siguiente. Para los propósitos de este informe, la interacción
(es decir, la interacción cara a cara) puede definirse aproximadamente como la influencia
recíproca de los individuos sobre las acciones de los demás cuando se encuentran en la
presencia física inmediata de los demás. Una interacción puede definirse como toda la
interacción que ocurre en cualquier ocasión cuando un conjunto dado de individuos están
en presencia continua unos de otros; el término «encuentro» serviría también. Una
«actuación» puede definirse como toda la actividad de un participante dado, en una ocasión
dada que sirve para influir de alguna manera en cualquiera de los otros participantes.
Tomando a un participante en particular y su actuación como un punto básico de referencia,
podemos referirnos a aquellos que contribuyen con las otras actuaciones como audiencia,
observadores o coparticipantes. El patrón de acción preestablecido que se despliega durante
una actuación y que puede presentarse o reproducirse en otras ocasiones puede
denominarse «parte» o «rutina». Estos términos situacionales pueden ser relacionados con
facilidad con los estructurales convencionales. Cuando un individuo o «actor» interpreta el
mismo papel para la misma audiencia en diferentes ocasiones, es probable que surja una
relación social. Definiendo el rol social como la promulgación de derechos y deberes
adjuntos a un estatus dado, podemos decir que un rol social involucrará una o más partes y
que cada una de estas diferentes partes puede ser presentada por el actor en una serie de
ocasiones a los mismos tipos de audiencia o a una audiencia de las mismas personas.

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