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Elementos de la Cosmovisión
Introducción
En esta segunda parte, el tema de los valores es uno bastante polémico ya que se debate si
tienen carácter universal o particular. Nos inclinamos por una posición ecléctica que reconoce
la existencia de un conjunto universal de valores presentes en toda comunidad humana, pero
la dimensión particular se evidencia en dos aspectos: el sentido y la jerarquización de estos en
cada cultura, e incluso en cada grupo cultural. Es decir, cada pueblo o subgrupo de él puede
desarrollar su propia escala de valores y su sistema de sentidos valorativos (Meneses, 2018).
En segundo lugar, el término naturaleza también designa la esencia o modo de ser que
determina específicamente a un ser; el conjunto de caracteres particulares o propiedades que
le definen. En este segundo sentido, cada individuo posee una naturaleza o esencia que se
corresponde con su modo de ser específico.
El hombre es un ser vivo y, como tal, forma parte de la Naturaleza. El hombre es un ser
natural, cuya naturaleza específica consiste en la racionalidad, en poseer una inteligencia y
una voluntad libre. Dicha naturaleza humana es universal y lo coloca en una situación
privilegiada ya que, a diferencia del resto de los seres naturales, su comportamiento no está
determinado por los instintos y necesidades naturales sino que, gracias a su voluntad libre,
incluso puede obrar en oposición a los mismos (sacrificio de la propia vida, huelga de
hambre...). No obstante, en el hombre no existe oposición entre naturaleza y libertad, ya que
la libertad pertenece a su naturaleza.
Desde sus orígenes, el hombre siempre ha intentado conocer la Naturaleza, ya que de ello
dependía su supervivencia. El conocimiento del marco natural, así como su transformación
y aprovechamiento motivó e impulsó el conocimiento científico y la técnica. Gracias a su
inteligencia, el hombre ha sabido adaptar la realidad a sus propias necesidades, ha sido capaz
de utilizar la naturaleza y perfeccionarla acomodándola al modo de ser y necesidades
humanas. Así por ejemplo, el hombre no se ha conformado con recolectar los frutos que la
naturaleza le ofrece, sino que aprendió a sembrar y cosechar: primero manualmente, luego
ayudado por animales y finalmente creando máquinas con esa finalidad. Nuestros sistemas
de embalse y canalización permiten tener agua corriente en lugares en los que las lluvias son
prácticamente inexistentes. El hombre "usa" la naturaleza para satisfacer sus necesidades,
pero también es cierto que, lamentablemente, muchas veces "abusa" de ella y acaba
destruyéndola: extinción de especies animales y vegetales, deforestación, contaminación del
agua y de la atmósfera.
Que el hombre no sea un ser natural más, no significa que sea "dueño de la naturaleza" o que
pueda utilizarla de un modo arbitrario o agotar sus recursos indiscriminadamente: el hombre
no posee derechos absolutos sobre la naturaleza, sino que debe administrar sus recursos
naturales en un marco de respeto hacia la realidad natural en sí misma considerada y hacia
las generaciones futuras. Destruir la naturaleza, no respetar su riqueza, dinamismo y leyes
equivale a no respetar al hombre que ha de vivir de ella y en ella. Cuando no tratamos
adecuadamente y con benevolencia la naturaleza, tampoco nos estamos comportando
nosotros de acuerdo con nuestra naturaleza humana y dignidad.
Al leer el texto presentado anteriormente, coloca en el centro de todo al ser humano. Una
visión basada en el ser humano. Al contrario de la visión andina, donde ambos son
complementos para lograr el equilibrio del Cosmo.
Desde la óptica andina, propiamente de la filosofía sensorial —que toma como modelo de
vida a la naturaleza—, la esencia humana no está configurada como un enfrentamiento del
yo con lo otro —como si cada ser fuese un universo aislado que contempla el cosmos por sí
solo— sino que el yo es más bien una parte de otro gran ser que es la sociedad y que todo lo
que un individuo tiene es aquello que dicha sociedad le ha dado. Si él es lo que es es porque
lo ha heredado, porque se lo ha otorgado quien le dio la vida. Tanto su forma de pensar como
su idioma, además de sus usos y costumbres, son un legado; nada en realidad es suyo; y si
hace algo es en función al mundo al cual pertenece. Uno de los castigos más fieros de todos
los tiempos no es la muerte sino la expatriación o la expulsión, el convertir a un ser
eminentemente social en un individuo solo y aislado de “su” mundo, con lo cual es fácil
entender que, antes que individuos, los seres humanos somos grupo, familia, clan y sociedad.
El hombre andino no piensa en él mismo como el único actor y gestor de su vida; sin la
intervención de lo otro está perdido. La reafirmación del “yo” es al mismo tiempo la de los
otros. La vida es entendida entonces como una cadena de complementarios donde, si un
eslabón se rompe, todo el sistema se quiebra y sufre. Por ejemplo, la desaparición de una
laguna genera la muerte de toda la biodiversidad que la rodea y ello repercute más allá de su
ámbito.
Lo mismo para los seres humanos: lo que le ocurra a un hombre de bueno o de malo afectará
de todos modos a los demás. En consecuencia, una buena acción necesariamente será buena
en la medida que le haga el bien al “otro” (que incluye a la naturaleza) y no como se piensa
en Occidente que eso solo se da “en el alma” de quien la ejecuta (y Dios, que es el único que
lo sabe, después la “premia”). En el mundo andino las acciones no están dirigidas al “interior”
del ser sino, por el contrario, hacia la esencia de lo que él es, o sea, hacia la sociedad, de
modo que se puede decir que el “yo” siempre tiene que estar volcado hacia el “otro”.
En el mundo andino el ser humano no vive “para adentro” sino “para afuera”, y ello explica
su comportamiento social al desenvolverse en comunidad, tanto en las actividades laborales
como en las manifestaciones religiosas en donde actúa exteriormente para expresar lo que
siente y vive interiormente. El baile, por ello, resulta fundamental, así como todo lo
relacionado con el cuerpo (la comida, la bebida) puesto que son acciones que se reflejan en
el “otro” (lo mismo alimentar a los muertos, dar de beber a la Pachamama —la diosa-tierra—
, etc.). La satisfacción de la vida en el mundo andino (algo similar a la “felicidad” de
Occidente) está en el haber vivido dando a quienes dieron, compartiendo los dones. A esto
también se le llama reciprocidad, actividad que se suma a la de complementariedad —que es
“el comprender que se es parte de un todo y que lo que se hace repercute tanto en uno mismo
como en un otro” (donde ese otro no es solamente el hombre sino también la naturaleza y el
cosmos).
Solo respeta aquello que le es “propio”, lo que está dentro de su modus vivendi. Una
compañía minera tendría “reparos” y “se sentiría mal” si su actividad la realizase en la casa
del dueño, frente a sus hijos; más como supone que una región lejana que no le pertenece no
es de su incumbencia, entonces puede destruirla sin consideración ni sentimiento de culpa.
En la filosofía andina eso es un imposible puesto que la Tierra tiene derechos propios,
distintos a los del ser humano, y esto conlleva un comportamiento con ella de respeto
sacralizado, de modo que nunca es “ajena” pues, donde se va, siempre está presente. Esto
explica mucho de la actitud de los pueblos andinos frente a la explotación minera occidental
que realiza dicha práctica bajo normas que no son las andinas (puesto que en este ámbito
también existe la minería pero jamás es destructiva).
Para Occidente no hay un “otro” si no es su par, o sea, una parte de su propia sociedad
occidental (“los hombres son todos iguales siempre y cuando sean todos occidentales u
occidentalizados”), mientras que en el Ande o Andinia (ver Andinia la resurgencia de las
naciones andinas, Luis Enrique Alvizuri, 2004) el “otro” abarca toda la especie humana
además de la naturaleza en pleno, sin faltar ninguno de sus integrantes. Esta forma de pensar
es la que, por principio, impide el ajenizar algo (que es la visión occidental) ya que todo lo
- El intercambio entre cielo (Hanaq pacha) y tierra (Kay pacha) en los fenómenos
atmosféricosy cósmicos es la garantía para la vida y la perduración en el tiempo.
- Las diferentes formas de reciprocidad en una comunidad (Minka, Ayni) recién hacen
posibles el bienestar y la fertilidad.
Una decisión independiente para una pareja de vida es en el contexto andino algo absurdo,
tanto moral como existencial.
Un matrimonio es un acontecimiento colectivo y no un asunto entre dos individuos
autónomos.
El ser humano no es en primer lugar productor, sino cultivador (es decir: "cuidante"); la
fuerza propiamente productora es la Pachamama (Madre Tierra) que genera vida en un
intercambio con los fenómenos celestes (sol, luna, lluvia). Por lo tanto, el ser humano es en
primer lugar y sobre todo agricultor.
Una relación parecida de cuidado y profundo respeto se muestra también hacia los animales;
muchos animales son para el hombre andino compañeros de camino y de infortunio que
merecen protección y respeto.
El dualismo occidental entre lo animado y lo inanimado, entre lo vivo y lo inorgánico no
tiene importancia para el hombre andino. La Pachamama es una persona que tiene sed y que
siente dolor cuando es arañada (es decir: arada); llamas y alpacas, pero también
manantiales y cerros tienen alma y entran en contacto con el hombre.