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48104GD01A02
Guía Didáctica
HISTORIA
DE LA EDUCACIÓN
(Edad Antigua,
Pedagogía Media y Moderna)
GUÍA DIDÁCTICA
HISTORIA DE LA EDUCACIÓN
(Edad antigua,
Media y Moderna)
ÍNDICE
a) Justificación
La programación y el desarrollo de esta disciplina, intentan aproximar
al alumno al pensamiento pedagógico y a las realizaciones educativas preté-
ritas que han ido configurando el devenir de la Historia de la Educación y
por ende de la Historia de la Cultura.
Sectores importantes de la Historia de la Educación no serán tratados
aquí, con la atención y extensión que objetivamente merecen, por razones
obvias de limitación de tiempo; y porque serán objeto de estudio en otras
materias y en el Ciclo de Doctorado.
Aunque el programa contempla de manera preferente el desarrollo de la
educación en el mundo occidental, quiere acercarse también a otros ámbitos
culturales más lejanos. La visión, por tanto, pretende ser universal. Esto
quiere decir que, habida cuenta de los condicionamientos actuales, esa
visión de la Historia de la Educación ha de ser necesariamente panorámica
y, al mismo tiempo, selectiva.
La concepción, organización y estructura de esa visión panorámica viene
condicionada, entre otras, por categorías administrativas, espacio-temporales
y metodológicas que se nos presentan estrechamente relacionadas. Las pri-
meras, demandan enseñar en un semestre —con la metodología propia de la
educación a distancia—, toda la Historia de la Educación que va desde las
Antiguas Culturas Orientales hasta la aparición de los sistemas educativos
modernos en el siglo XVIII. La segundas, demandan explicar en ese tiempo
una amplia y variada realidad espacio temporal de casi treinta siglos. Las ter-
ceras exigen un planteamiento metodológico que dé continuidad histórica a
la realidad tratada y garantice las exigencias anteriores. Se impone, en conse-
cuencia, una más que notable panorámica selectiva que, a la vez de ofrecer
una síntesis de los grandes momentos educativos de la historia, los aborde
con un criterio sistemático y unitario. Para hacer viable este propósito, se ha
creído pertinente partir, por un lado, de lo que entendemos puede definir la
estructura noética del objeto de la Historia de la Educación; por otro, se ha
pretendido responder a un esquema conceptual que, diacrónica y sistemática-
mente, garantice la objetivación de la estructura noética de la educación.
Este planteamiento nos lleva a presentar los contenidos del programa
con la mirada puesta en tres planos o niveles. En primer lugar nos situaría-
mos en una dimensión teorética o contemplativa sobre la educación. Se trata
de saber simplemente qué han pensado, reflexionado y planteado los hom-
bres del pasado acerca de la educación. En segundo lugar, nos situaríamos
b) Contenidos
La estructura de los contenidos del programa se ha organizado respe-
tando la división tradicional de los programas de la Universidad Nacional de
Educación a Distancia: unidades didácticas agrupadas por criterios temáti-
cos, cronológicos, didácticos, etc.
Una síntesis de las tres unidades didácticas con los conceptos e ideas
educativas en el contexto histórico en el que tuvieron lugar, facilita la prime-
ra toma de contacto con esta materia de historia de la educación.
Instituciones formativas
A partir de la iniciativa privada surgen las escuelas instaladas con fre-
cuencia al aire libre. Los estudios comienzan a diferente edad según las cas-
tas. La escuela superior, reservada a los brahmanes y tiene por objeto el estu-
dio de los Vedas y de las ciencias auxiliares.
El contexto histórico
Podemos sintetizarlas en cinco aspectos. Debe decirse en primer lugar
que prevalece el sentido político, administrativo y burocrático sobre el senti-
do religioso. Otra característica es que están muy arraigados los principios
de autoridad y jerarquía y existe una marcada tendencia al formalismo ritual
y legalista; son en definitiva tradicionales y muy conservadores. En tercer
lugar debe destacarse el sentido pragmático y utilitario que prevalece sobre
el sentido estético: ausencia de idealismo [v. gr., en el arte]. Notable desarro-
llo de la industria y de la agricultura: seda, algodón, porcelana, pólvora,
papel, brújula, imprenta...; canales de riego, de navegación, etc. También es
notorio la tendencia al aislacionismo: se trata de un pueblo que, con frecuen-
cia se ha bastado a sí mismo, gracias a la extensión y fertilidad de su suelo.
Finalmente debe destacarse un rasgo temperamental [la paciencia, la meti-
culosidad y la cortesía] y una concepción antropocéntrica de la vida: el hom-
bre forma, con la tierra y el cielo una especie de trinidad natural.
En su evolución histórica podemos distinguir dos etapas: la preconfucia-
na y la confuciana propiamente dicha. En la primera destacan diferentes
dinastías: Dinastía de los Chang [s. XV a. C.: 1400]. En tiempos de esta dinas-
tía se sabe que utilizaban la escritura; su estructura social se hallaba rígida-
mente jerarquizada; al frente de la comunidad había un Rey, que desempe-
ñaba simultáneamente funciones civiles y religiosas; tenían un sistema
administrativo relativamente cristalizado y desarrollado.
Hacia el s. XI se inaugura la dinastía: la de los Tcheu [o Chou]. Al parecer
fueron los Tcheu quienes elaboraron y pusieron en —circulación la teoría
Concepto de Educación
Para Confucio, la educación consiste en el reconocimiento y acepta-
ción sincera de uno mismo. Lo que el cielo ha otorgado es el llamado natu-
ral y tiende de modo espontáneo hacia lo bueno y lo justo. Seguir lo que es
natural es a lo que se denomina el camino, es la educación. Para ello lo
fundamental es actuar con sinceridad, reconocer siempre la realidad de las
cosas y del hombre tal cual es; la educación enseña a eso. En consecuencia,
el hombre malo es el abandono de uno mismo, el no desarrollarse confor-
me a la doctrina, conforme a la educación. El resultado será un desequili-
brio interior, causado por el predominio inmoderado de partes de la natu-
raleza sobre otras. Por tanto la educación es preferentemente
autodesarrollo ordenado de las fuerzas naturales gracias a la ayuda del
maestro o educador.
El contexto histórico
Las dinastías han sido la forma tradicional de clasificar la historia de
Egipto. Podemos destacar seis grandes momentos o etapas históricas. a)
Instituciones educativas
Muy probablemente la educación comenzaba en el seno de la familia
con la iniciación del niño en las costumbres familiares, sociales y ético-reli-
giosas; y tal vez era iniciado también en algún oficio o profesión que no
requiriese altos niveles de calidad y especialización, como la agricultura y la
artesanía.
La instrucción formal —especialmente la de la lectura y escritura y la
adquisición de conocimientos científicos —más o menos especializados— se
realizaba en la escuela en dos niveles: elemental y superior. La escuela —lla-
mada «casa de instrucción o casa de los libros»— solía estar instalada en
alguna de las dependencias del Templo o del Palacio Real. Algunas recibían
nombres especiales como «casas de vida», tal vez porque una de las principa-
les materias que en ellas se impartían era la medicina. La enseñanza corría a
cargo de los mismos sacerdotes, que daban una instrucción rudimentaria a
niños de familias adineradas: lectura, escritura y nociones de cálculo. Las
escuelas de los escribas estaban instaladas en los templos, eran las escuelas
superiores, de carácter profesional donde se impartía la escritura y diversos
conocimientos técnicos.
El aprendizaje de la lectura y de la escritura era la base de la educa-
ción. Empezaba a edad muy temprana y duraba muchos años. El alumno
comenzaba por aprender de memoria los diferentes glifos, agrupados en
diversas categorías; luego pasaba a las sílabas y, finalmente, a las palabras.
Más tarde, comenzaba a copiar manuscritos: lo hacia primero sobre trozos
de piedra caliza o de alfarería. Cuando ya había adquirido cierta habilidad,
se ejercitaba en copiar textos más extensos en tablillas recubiertas de yeso
para terminar haciéndolo en hojas de papiro o en pergamino. El método de
enseñanza consiste básicamente en la copia o dictado, memorización y reci-
tado. Cuando comete un error, recibe la correspondiente corrección; con
frecuencia, corporal.
La base de la formación descansaba en gran parte en la escritura. Su
punto de partida es el jeroglifo figurativo [«pictografía»]. Consiste en repre-
sentar un objeto, dibujándolo: el dibujo de un brazo significa «brazo». Pero
cuando se trata de representar ideas o conceptos, se recurre —por costum-
bre y convención— a la ideografía: el dibujo de algunas cosas u objetos no
significa esos objetos, sino la idea que la vista de esa objeto evoca; y así,
por ejemplo, la parte anterior de un león significaba la idea de «suprema-
cía», como en la Esfinge; una avispa significaba «realeza»; un renacuajo
significa la idea «muchos», «multitud»; etc. En el caso de ideas más abs-
tractas, se expresaban dibujando objetos, cuyos nombres presentaban cier-
ta semejanza con el vocablo pronunciado que correspondía a esa idea: por
ejemplo, el dibujo de un laúd significaba no sólo laúd, sino también
«bueno», porque la pronunciación egipcia de laúd —nefer— se parecía a la
pronunciación de «bueno» —nofer—. De aquí se derivó a un alfabeto silábi-
co de 24 letras.
El contexto histórico
La definición del contexto histórico de la cultura y la educación hebreas
es una cuestión delicada y compleja. Por lo que se refiere a los datos que
aporta la arqueología y la documentación extrabíblica se puede constatar la
existencia de un reino llamado Israel en los siglos IX y VIII antes de Cristo, en
la región central de Palestina y otro, situado al sur de Israel y llamado Judá,
cuya importancia fue creciente a partir del siglo VII antes de Cristo.
Para la comprensión de la concepción de vida y de la mentalidad del
pueblo hebreo es fundamental considerar que los israelitas se consideran un
pueblo elegido por Dios. Se trata de un Pueblo que se siente «Escogido» por
Dios, segregado, al que el mismo Dios asigna un destino y un papel especia-
Concepto de educación
En la religión y cultura judáicas la educación aparece caracterizada
como un fenómeno esencialmente religioso que se produce en virtud de
una serie de mecanismos específicos, muy diferentes de los que operan en
el ámbito de la formación humana. En el Antiguo Testamento, junto a
yarah [«enseñar», «instruir»], los términos pedagógicos por antonomasia
son yasar [«castigar» «corregir», «amonestar»], y músar [«castigo»,
«corrección», «disciplina»]. Los términos que hemos citado indican cuál es
la naturaleza y el alcance de la educación judía: en la medida en que
alguien se desvía del camino marcado en la Ley o «instrucción» de Dios
[Toráhl, éste le castiga [yasar / paideuein]; y en la medida en que el infrac-
tor padece y asume el dolor y el sufrimiento [tbkejah] que se deriva del cas-
tigo [músar / paideia], aprende a conocer y cumplir los designios divinos.
Al hombre —se lee en el Eclesiástico—, Dios «al principio le llevará por
recovecos, miedo y pavor hará caer sobre él, con su disciplina le atormen-
tará y le pondrá a prueba con sus preceptos, mas luego le volverá al camino
recto, y sus secretos le revelará.
De todo lo anterior se pueden deducir algunos rasgos esenciales de la
educación hebrea: Dios mismo es el principal responsable y el garante de
ella; la ejecuta a través de la Ley, es decir, de un modo colectivo: la pedagogía
divina va dirigida al Pueblo de Israel en su conjunto, en lugar de a cada uno
de sus miembros por separado; la educación tiene además un carácter impe-
rativo: es esencialmente normativa y se funda en la corrección a través del
los libros de las Odas, los Salmos de Salomón, los libros III y IV de los Maca-
beos y los libros III y IV de Esdras.
Otra fuente importante del contenido de la educación hebrea —sobre todo
en la época post-exílica— la constituye la literatura sapiencial o didáctica, con-
tenida en los Salmos, el libro de Job, los Proverbios, el libro de Ruth, el Cantar de
los Cantares, el Eclesiastés, las Lamentaciones, los libros de Esther, Daniel,
Esdras-Nehemías, en los libros de las Crónicas, y en el Eclesiástico y el libro de
la Sabiduría, escritos ambos en griego en el siglo II antes de C. Toda esta litera-
tura se utilizó en la escuela y suministró el contenido para la enseñanza oral.
Al canon bíblico hay que añadir —en la alta Edad Media— el Talmud,
palabra hebra que significa «enseñanza», que contiene toda una serie de tra-
diciones, las doctrinas, las ceremonias y la policía —las normas cívicas—,
que el Pueblo de Israel suele observar tan rigurosamente como la misma Ley
de Moisés. Constituye también el Código completo —civil y religioso— de la
Sinagoga, y tiene por objeto la explicación de la Ley de Moisés, según el espí-
ritu de la tradición oral. El núcleo de la doctrina del Talmud lo constituye la
Misnáh. Está formada por un gran conjunto de leyes tradicionales de las
escuelas de los fariseos, y se considera que reproduce la tradición oral de la
Ley escrita de los Libros Sagrados. Junto a la Misnáh, forma también parte
del Talmud la Guemara, complemento. Es una elaboración de la Misnáh
hecha por los judíos de Palestina y Babilonia.
BIBLIOGRAFÍA BÁSICA
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El contexto histórico
El devenir cultural de la Grecia clásica puede sintetizarse en torno a tres
grandes periodos o etapas: arcaica y de transición, clásica y helenística. A su
vez, estas etapas pueden subdividirse cronológicamente en cinco generacio-
nes. La primera, que se correspondería —grosso modo— con el llamado
periodo arcaico (hasta el siglo VII), aportaría los cimientos primitivos de la
paideia griega. Entre sus artífices, caben destacar las figuras de HOMERO,
HESIODO, LICURGO, TIRTEO, SOLÓN [640-560]. La segunda generación, propia-
mente de transición, comprendería los siglos VI-V y, con la anterior, repre-
senta la base y configuración de los cimientos de la paideía griega. Entre sus
artífices, caben destacar las figuras de JENÓFANES, SIMÓNIDES [556-468], Y
TEOGNIS [570-485]. El periodo o etapa clásica vendría representado por las
generaciones tercera [s. V-IV] y cuarta [s. IV-III]; en la primera, caben destacar
las figuras de los SOFISTAS, SÓCRATES [470-399], y ARISTÓFANES [445-
385]; en la cuarta, las figuras omnipresentes de PLATÓN [428-348], JENOFONTE
[430-354], ISÓCRATES [436-338] Y ARISTÓTELES [384-322]. En la etapa clásica
—como resultado de la integración de los elementos básicos de las paideías
espartana y ateniense—, cristaliza la forma esencial de la educación griega,
cuyo esquema y líneas maestras perdurarán en la etapa helenística, con la
que se corresponde —grosso modo— la 5.ª generación [s. III-…]. (PLUTARCO
[45-125], LUCIANO de S. [120-180]).
I. LA PAIEIA ARCAICA
En el plano cronológico la educación arcaica griega correspondería a los
siglos VIII-VI a. C. En ella, se asientan los grandes ideales pedagógicos del
pensamiento griego, siendo sus dos máximos artífices Homero y Hesíodo.
CONTEXTO HISTÓRICO
La fundación de Esparta se sitúa hacia el año 900. Su es estructura polí-
tico-social estaba constituida por cuatro instituciones principales: una Diar-
quía, formada por dos reyes; el Eforato, la Gerusía o Consejo de los ancianos
y la Apella o Asamblea popular. El Eforato era, de hecho, la autoridad más
poderosa. Ejercía un poder moderador entre los nobles y el pueblo. La Apella
estaba formada por los ciudadanos de pleno derecho, mayores de 30 años.
No deliberaba; se limitaba a votar si o no a las propuestas del Consejo de los
Ancianos, que podía rechazar las votaciones desfavorables y disolverla. Es la
antigua comunidad guerrera. Su población se estructuraba en ciudadanos
(espartanos) periecos, e ilotas o esclavos.
Es posible distinguir dos periodos claramente diferenciados en la histo-
ria de Esparta: una primera época —siglo VIII al VI— coincide con el floreci-
miento de Esparta. El siglo VII fue el siglo de oro espartano. Esparta se abre
al exterior y florece la creación artística, especialmente en la poesía y en la
música. TIRTEO —poeta elegíaco—, ALCMÁN —poeta lírico— y TERPRAN-
DO —inventor de la lira de siete cuerdas y organizador de coros—, son auto-
res representativos de esta época, en la que adquiere importancia la música
coral, y se produce una notable floración artística en torno a las grandes fies-
tas religiosas y patrióticas. Hacia la mitad del s. VI [550 a. de C.], la constitu-
ción de la «Liga del Peloponeso» —bajo la hegemonía espartana— hace de
Esparta la primera potencia militar de Grecia. En una segunda etapa, gene-
rada a partir de la segunda guerra mesenia, 660 al 640, vamos a asistir al
decaimiento progresivo del poder espartano. A partir de la segunda guerra
mesenia, se inicia una época de aislacionismo y conservadurismo. Se produ-
ce en esta época el tránsito de la monarquía a la aristocracia y la absorción
del poder por los éforos; como consecuencia, aparece el fenómeno del «fun-
cionarismo» y de la «censura». La educación se reduce prácticamente a la
preparación militar.
Contexto histórico
La otra Ciudad-Estado, rival de Esparta en los orígenes de la Grecia
clásica fue Atenas, situada en el Ática, región de la Helade. Esta polis, habi-
tada por los jonios, inspiró estructuras sociopolíticas y culturales muy dife-
rentes a las de otros pueblos de la antigüedad, y especialmente del pueblo
espartano.
En su devenir histórico pueden distinguirse tres grandes periodos. Un
primer periodo o etapa primitiva, que comprendería los siglos VIII-VII, y asen-
taría los cimientos políticos de Atenas. Su estructura política descansaba
sobre la figura de los tres arcontes que gobiernan colegialmente por periodos
anuales: el basileus se ocupa del culto a Dionysos; el epónimo se encarga de
la administración y el polemarco asume la jefatura del ejército. Existe tam-
bién un alto tribunal, llamado Boulé o Areópago, que se encarga de interpre-
tar las leyes y de administrar justicia. El segundo periodo correspondería a
los siglos VI-V, y vendría marcado por triunfos militares, las grandes refor-
mas legislativas de Solón y Clístenes, y la irradiación política y cultural de
Pericles. La última etapa correspondería al siglo IV. En esta etapa se inicia el
declive del imperio ático. Esparta, con la ayuda de los persas, arrebata en la
Guerra del Peloponeso (431-404 a. de C.) la hegemonia militar a Atenas. Es
el momento en que SÓCRATES es condenado a muerte (399 a. de C.) y
PLATÓN, partidario de la vuelta al régimen aristocrático, tiene que abando-
nar Atenas. Finalmente, los atenienses y los griegos en general, se ven domi-
nados, tras la batalla de Queronea (338 a. de C.), por los macedonios. Desde
el punto de vista político, es el fin de la polis y de sus libertades políticas;
desde el punto de vista cultural, finaliza la época clásica y se inicia la hele-
nística. A caballo entre ambas hay que situar a ARISTÓTELES.
Simultáneamente con esta evolución cronológica, la paideía ateniense
desarrolló —grosso modo— tres etapas que configuran su devenir pedagógico.
La primera, corresponde a lo que ARISTÓFANES evocó nostálgicamente con
el nombre de archaia paideia —«educación genuina» o «primitiva»—, se
extiende hasta el siglo V, se caracteriza por la asunción de los valores pedagó-
gicos primitivos La segunda etapa o «nueva educación», inaugurada en la
segunda mitad del siglo V por los SOFISTAS y SÓCRATES, viene a identifi-
codificada en las obras de los poetas, cuando era comunicada con el apoyo y la
fuerza persuasiva de la música, tenía un efecto «catártico» o purificador en el
alma, y podía llegar a transformar por completo el ethos del alumno. Mediante
la formación poético-musical se conseguía restablecer la unidad originaria de
la educación espiritual; era posible formar a un tiempo a la persona intelec-
tual, moral y estéticamente, y mostrar con hechos al alumno que la verdad, el
bien y la belleza son inseparables.
El centro de gravedad del currículo que acabamos de describir no era en
modo alguno intelectual, sino más bien moral. Además, una formación de
ese tipo se adquiría sin duda fuera de la escuela, en los gimnasios y en los
symposios: los banquetes animados por cantos, en un principio reservados a
los nobles, en los que los ciudadanos estrechaban sus lazos de amistad. En
ellos, los ancianos trasmitían a los jóvenes su sabiduría y los códigos de
sociabilidad así como PLATÓN los idealiza en el Banquete y los reglamenta
minuciosamente el Las Leyes, 641 a. Los symposios vendrían a cumplir en
Atenas la misma función que las systitias en Esparta. Todo ello queda bien
patente en la extensa descripción que ARISTÓFANES en (Las Nubes, 961-
1031). realiza de la archaia paideia, en la que no aparecen por ninguna parte
las escuelas ni el tercero de los elementos típicos de la paideia ateniense en la
época clásica: el aprendizaje de la lectura, la escritura y el cálculo —las
letras—, que corría a cargo del maestro de escuela primaria, el grammatista.
Únicamente se citan la gimnasia y la formación musical, y se destaca con
fuerza su influencia en las costumbres de los ciudadanos. Parece evidente,
pues, que las letras —la versión ateniense de nuestra enseñanza elemental—,
con su carga de intelectualismo, fueron un añadido posterior, derivado de
las nuevas necesidades profesionales y pragmáticas de la economía y la civi-
lización surgidas en los años inmediatamente anteriores a la época clásica.
Contexto histórico
El término «helenístico» lo empleó por vez primera el historiador ale-
mán DROYSEN para designar a la etapa de la cultura griega que va desde el
advenimiento del Imperio de Alejandro Magno [323 a. de Cr.] hasta la apari-
ción del Imperio Bizantino [569 d. de Cr.]. Dicho término se relaciona con la
palabras griegas helenismós [«helenismo»] y helenistés [«helenista»], que a
su vez proceden el verbo helenidso [«helenizar»]. «Helenizar» es hablar grie-
go o volver algo griego; el «helenismo» es la imitación de las costumbres y la
cultura griegas; «helenista» es el partidario del helenismo. Todo ello nos
pone sobre la pista de uno de los rasgos típicos de la época helenística: la
cultura griega desborda su ámbito geográfico tradicional, se extiende por
todo el Imperio Romano de Oriente y lo «civiliza».
La aparición y la difusión del helenismo es explicable por varios
hechos históricos, pero el fundamental es la derrota de los persas a manos
BIBLIOGRAFÍA BÁSICA
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Revista de Occidente, 1966.
Marco histórico-cultural
El origen histórico de Roma está vinculado al pueblo etrusco procedente
de Asia Menor que se establece en Etruria, al norte del río Tíber, hacia el 900
a.C. El régimen político romano pasa por tres fases : a) monarquía (siglos VIII
al V a. C.); b) república (siglos V al I a. C.); c) imperio (desde el siglo I a. C.).
En el modo de ser romano se produce un cambio profundo provocado
por las circunstancias bélicas pero sobre todo por el largo proceso de heleni-
zación. Roma se convierte en la cabeza de un gran imperio helenista que
modificará profundamente su personalidad.
La evolución cultural, intelectual, social, política, etc. del pueblo roma-
no se vio marcada preferentemente por la síntesis de dos frentes que marca-
rían su devenir: la tradición y el helenismo. El resultado, una nueva síntesis
cultural denominada humánitas:
El nuevo término, que vendría a representar un ideal más práctico y aca-
bado que la paideia griega, es una síntesis o acomodación de la tradición
romana con los valores de los pueblos que Roma iba conquistando, princi-
palmente el griego. En esa síntesis, aparecen las ideas griegas del antropo-
centrismo, de la pasión intelectual, del aprecio y cultivo del ocio noble, de la
pasión política, de la formación liberal, etc. Pero Roma les da su toque per-
sonal. En la pasión intelectual, por ejemplo, Roma da primacía el entendi-
miento práctico y organizador, sobre el teorético o especulativo. Los roma-
nos valoran más el negotium que el otium, la ética que la metafísica.
Consecuentemente, hay una alta valoración de «lo profesional», del nego-
tium militar, político, agrícola, etc.
El ideal estético —el culto y el cultivo de la belleza— evoluciona también
en una dirección realista y utilitaria; incluso a la formación liberal se le exige
que capacite para determinadas artes y profesiones, por ejemplo, para la ora-
toria. Otro indicio de esta mentalidad pragmática lo constituye la preocupa-
ción por que la educación prepare para la vida: SÉNECA se lamenta de que
«ya no aprendemos en la vida, sino en las escuelas».
Frente al personalismo griego, se afirma entre los romanos un marcado
espíritu conservador y un notable aprecio de la tradición, que se manifiesta
sobre todo en una actitud reverente hacia las costumbres y la sabiduría de
los «mayores», actitud que CICERÓN hace suya al citar un célebre verso de
ENNIO: «Las costumbres antiguas sostienen el poder de Roma y su fuerza».
Por otro lado, la formación romana presenta un acentuado carácter
ético-político, que nace de la clara conciencia que Roma tiene de su alta
misión civilizadora y de su mentalidad cosmopolita. Es esa misión civiliza-
dora, que se concreta en una serie de principios políticos y de conquistas
sociales que Roma ofrece al mundo, la que sostiene su Imperio y justifica su
expansión política.
El derecho —una de las más importantes y originales creaciones de
Roma— es otro de los más sólidos soportes del nuevo orden, como garante
de la libertad humana y de la propiedad privada vinculada a la familia. No
puede decirse, sin embargo, que los romanos sean los primeros defensores
de tal concepción del Estado y del Derecho. Sus raíces habría que buscarlas
en el nómos y en la diké griegos, que designan la ley como esencia del univer-
so y lo justo por naturaleza. Ahora bien, como era de esperar, semejante con-
cepción es recogida por la cultura latina dándole un sentido más práctico.
Concepto de educación
La palabra latina educatio —con la que los primeros romanos designa-
ban la educación— tenía un sentido y un alcance comparables a los del tér-
mino griego trophé. La educatio era, pues, la «crianza» física y moral del
niño, que lo colocaba en disposición de incorporarse al mundo de los adul-
tos. Por otro lado, a partir de un cierto momento, la palabra educatio
comenzó a usarse en latín —probablemente por influencia del griego—,
acompañada de otros términos, para indicar que en la formación humana
La reacción romana ante la música fue también hostil; esta vez, por
razones morales y de carácter. Se consideraba «arte impúdico y deshones-
to», más propio de «histriones» que de gente bien nacida. El estudio de la
música fue más tolerado en las mujeres «como parte del arte de agradar». En
resumen, la música se integra en el currículo de los estudios, pero sin entu-
siasmo, con desdén: como elemento necesario del lujo y de la vida elegante;
pero más bien a título de espectáculo.
a) la familia
b) la escuela
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La paideia paleocristiana
El proceso de asimilación que el cristianismo realizó lentamente de la
cultura clásica responde a un criterio selectivo que se realiza sobre todo a la
luz de la nueva concepción teocéntrica que traía el cristianismo en su
misma entraña. En torno a esta concepción y en función de ella se organi-
zan —y a veces se transforman— esos elementos procedentes de la cultura
pagana. En consecuencia, los elementos culturales incorporados no son los
que configuran al cristianismo, sino que es la concepción cristiana la que
Bibliografía básica
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La Paideia griega
Arete, es el concepto central de la educación griega, y expresa el objeti-
vo de la paideia. La educación se propone la realización de un determinado
ideal de perfección humana.
Areté heróica, expresa la idea de excelencia , valor con referencia a cua-
lidades del cuerpo o del corazón. El objetivo de la educación homérica es el
ideal de la areté heroica, el ideal del héroe o del caballero. El ideal heroico de
formación aparece sobre todo en la Ilíada, mientras que la faceta caballeres-
ca de la nobleza queda plasmada en la Odisea. En la formación del héroe se
distinguen dos aspectos básicos: una dimensión técnica, relacionada con la
techne, y una dimensión ética, relacionada con la areté.
Aristoi (los mejores), la educación tiene por misión ennoblecer al hom-
bre; por eso sólo está al alcance de los «mejores».
Enkyklios paideia, la aportación esencial de la cultura helenística a la
historia de la paideia griega tiene que ver con los contenidos de la educación.
Las etapas y los contenidos de la paideia de la época helenística se hallaban
estructurados según un sistema «encíclico» o «enciclopédico», la enkyklios
paideia.
Estoicismo, el pensamiento y el esfuerzo de Zenón (336-264 a. de C.),
Cleantes y Crisipo dieron lugar a la filosofía estoica que se convirtió en la
gran doctrina moral de la era helenística y posteriormente del Imperio roma-
no. Los estoicos desarrollaron sobre la base de su filosofía una teoría siste-
mática de la educación: equilibrio y moderación han de presidir la totalidad
de la vida. La filosofía estoica tiende a aislar al filósofo del mundo, de la
vida, a volverlo impasible ante los sucesos externos.
Grammatikós, «gramático», proporcionaba una formación de tipo filo-
lógico, que incluía estudios literarios y estudios científicos.
Grammatistés, «gramatista», maestro de primeras letras.
Kalokagathía —la educación completa y equilibrada de alma y cuerpo—
, trata de acrecentar el vigor y la salud físicas para alcanzar la verdadera pero
también de adiestrar al ciudadano para hacer la guerra y defender la polis.
Kitharistés, «citarista», maestro de música.
Paideia, expresa el ideal griego del hombre formado. En el siglo V a. de
C. aparece con el significado de «crianza física». Incluye un proceso de creci-
miento y maduración. Para Platón el significado es de «educación».
Paideia espartana, tiene como objetivo desarrollar los siguientes rasgos
y virtudes:
La educación en Roma
Educatio, palabra latina que designaba la educación, tenía un sentido y
un alcance comparables a los del término griego «trophé» (alimentar). La pala-
bra educatio comenzó a usarse en latín, probablemente por influencia del grie-
go, indica que en la formación humana hay dos etapas: la primera —la educa-
tio («crianza»), que tenía lugar en el seno de la familia. Y una segunda etapa, la
verdadera «formación», de carácter moral y cultural, que sin embargo resulta-
ba imposible asimilar sin la labor previa de «crianza». Ése era el significado de
expresiones como educatio et disciplina o educatio doctrinaque puerilis, que
venían a ser el equivalente latino de la locución griega trophé kai paideia.
Enkyklios paideia, es una educación o una cultura completa o general
que abarcaba y sistematizaba las ciencias o saberes del hombre libre. En
sentido amplio hace referencia al conjunto orgánico de los objetivos y conte-
nidos de la educación.
Grammaticus o litteratus, es el que se ocupa de la formación literaria,
que comprendía el estudio de la gramática, junto con la lectura y exposición
y el análisis y comentario de los autores.
Humanitas, acuñado este neologismo por Cicerón, equivale al término
griego paideia y expresa el conjunto de la formación humana, con un sentido
práctico descriptivo y cosmopolita. Se integra en este concepto la primera
síntesis de la tradición romana —integrada por la moral, el derecho y la mili-
cia— con las letras griegas. En sus líneas fundamentales el contenido de la
educación romana se conformó en gran medida a partir de los elementos
esenciales del ideal de la humanitas.
La educación paleocristiana
Catequesis (Katechesis: enseñanza de viva voz), método de enseñan-
za del mensaje cristiano.
Catecumenado, es la institución organizada a través de ella la Iglesia
catequiza o educa en la fe.
Evangelio (euangelion), es el ingrediente esencial del contendio de la
educación criatiana. Anuncia a Jesucristo y su doctrina. Es la «buena noti-
cia», el mensaje de salvación.
Paideia paleocristiana, concepción teocéntrica y más concretamente
cristocéntrica. Concepto de educación cristiano que consiste en un proceso
en el que se busca alcanzar la plenitud humana y la plenitud sobrenatural.
Padres Apostólicos, (Padres de la Iglesia), son los escritores y clérigos,
formados en la sólida tradición cultural de las escuelas greco-latinas, defien-
den los principios de la nueva fe, establecen los dogmas, ideas y ceremonias
de la Iglesia naciente.
Pneuma (espíritu), el principal agente que interviene en el proceso de
santificación del cristiano, es decir, de «acabamiento» de ser hombre.
ASPECTOS BIOGRÁFICOS
Contexto histórico
La expresión «Edad Media» —medium aevum, media tempora— apare-
ce por vez primera en el siglo XV, en boca de los humanistas italianos, para
referirse —con un significación peyorativa— al período de tiempo com-
prendido entre la Antigüedad y el Renacimiento: tiempos que consideran
bárbaros y oscuros, sociológica y culturalmente. Sin embargo, esta deno-
minación no parece que haya sido de uso corriente hasta finales del siglo
XVII. El Glossarium de Du Cange (1678) consagra la distinción Antigüedad /
Edad Media / Tiempos Modernos. La denominación «Edad Media» se
incorpora a la lengua vulgar en el siglo XVIII. En el siglo XIX, el Romanticis-
mo despoja a la Edad Media de la connotación peyorativa que le había atri-
buido el Renacimiento: «Después de haber blasfemado de la Edad Media,
escribe Víctor Cousin (1840), hoy día se ponen a estudiarla con ardor y con
pasión». Las fechas de comienzo y final de la Edad Media han sido tam-
bién objeto de polémica. Suelen ponerse como hechos históricos indicado-
res de su comienzo: la conversión de Constantino al cristianismo (313), las
invasiones de los pueblos barbáricos o la caída del Imperio de Occidente
(475). El fin de la Edad Media suele situarse en la segunda mitad del siglo
XV: en 1453, caída de Constantinopla en poder de los turcos, o en 1492: des-
cubrimiento de América.
El Diccionario general de las letras, publicado en 1872 por BACHELET y
DEZOBRY, decía refiriéndose al Renacimiento: «Las artes y las letras, que
parecían haber sucumbido en el mismo naufragio que la sociedad romana,
florecieron de nuevo y, tras diez siglos de tinieblas, brillaron con nuevo res-
plandor». Estas palabras expresan muy bien el prejuicio con que opera esa
visión peyorativa de la Edad Media, que puso en circulación el humanismo
renacentista. La historiografía actual está sometiendo a crítica esa imagen
deformada de la Edad Media. Por ejemplo, algunos autores consideran la
Edad Media más como un comienzo que como un intermedio; la ven como
«la época juvenil de las naciones modernas».
La sociedad estamental
La caída del Imperio Romano supuso la desaparición de un Estado y de
un régimen político que durante varios siglos habían garantizado la paz y la
estabilidad social en el Occidente cristiano. Semejante hecho trajo consigo,
no sólo una gran inseguridad, sino también la fragmentación del poder y el
nacimiento de una nuevo orden político: el feudalismo.
El Imperio Romano había dado forma a una sociedad en la que el poder
era impersonal y recaía en el Estado, cuya cabeza visible era el Emperador,
que lo ejercía a través de una compleja maquinaria de gobierno y una amplia
administración que lo representaban en los diversos territorios y se encarga-
ban de hacer cumplir las leyes. En la época feudal, por el contrario, las rela-
ciones políticas tienen un carácter personal y se basan en los lazos de fideli-
dad que unen a los integrantes de la sociedad, que se explican por la
necesidad de seguridad y de protección.
En una época de grandes incertidumbres y penurias, en la que la seguri-
dad personal no estaba en absoluto garantizada, el poder pasa a manos de
un nuevo grupo social: la nobleza. Cada uno de sus integrantes ostenta, sin
rendir cuentas a los demás, la soberanía sobre un determinado territorio o
feudo, cuyos habitantes son sus vasallos, es decir: le deben acatamiento y
fidelidad, han de entregarle determinados impuestos y formar parte de sus
tropas en caso de guerra. A cambio, el señor ejerce una especie de tutela y
protección de todo tipo sobre ellos y se compromete a organizar y dirigir la
defensa del territorio cuando las circunstancias lo exijan.
Las incertidumbres propias de una sociedad en la que el poder está
atomizado y puede ser ejercido con gran arbitrariedad explican algunas de
las características de la Europa medieval. Estamos, en primer lugar, ante
una sociedad fundamentalmente rural, en la que la vida urbana, que exige
un mínimo de estabilidad y de desarrollo económico, apenas existe. La
economía es de subsistencia: se reduce casi exclusivamente al sector pri-
mario —agricultura y ganadería— y con mucha frecuencia no permite
garantizar el nivel mínimo de supervivencia. Desde el punto de vista cultu-
ral, estamos ante una sociedad cerrada: sus miembros poseen un horizonte
vital muy limitado, reducido a las comunidades rurales más próximas,
puesto que los contactos por medio del comercio son muy escasos y los via-
jes constituyen una auténtica aventura llena de riesgos.
A lo largo de los diez siglos que comprende la Edad Media es posible,
sin embargo, percibir una paulatina pero profunda transformación de la
sociedad y la cultura europeas, no exenta de periodos de honda crisis.
Desde este punto de vista, se suele dividir el Medievo en dos etapas clara-
mente diferenciadas: la Alta Edad Media (s. VI-XI) y la Baja Edad Media (s.
XII-XV). La Alta Edad Media es una época en la que se suceden momentos de
relativa recuperación política, económica y cultural, bajo la dominación de
determinados pueblos bárbaros (p. ej. los visigodos) o durante el llamado
Renacimiento Carolingio, que son abortados prematuramente por diversas
La Iglesia medieval
Desde el punto de vista estrictamente espiritual y pastoral, las doctrinas
y las realizaciones de la Iglesia medieval son de un enorme valor. En el terre-
no pastoral, por ejemplo, fue posible evangelizar el este de Europa, Escandi-
navia y llevar el cristianismo al inmenso territorio de la actual Rusia. Al
mismo tiempo, se consiguió dotar a la Iglesia como institución de una
estructura sólida y estable, mediante el desarrollo del Derecho Canónico, así
como unificar y codificar una riquísima liturgia
En el campo de la Teología, y tomando como base las aportaciones de
los Padres de la Iglesia, en especial San Agustín, prosigue la sistematización
y el estudio de la Revelación, que culminará con la escolástica medieval, pre-
sidida por la gran síntesis filosófico-teológica de Santo Tomás de Aquino. El
alcance y la profundidad del trabajo de los teólogos medievales contrasta
profundamente con la situación de ignorancia en que se movía, no sólo el
pueblo, sino también la nobleza.
Junto a la labor del clero secular, sacerdotes, obispos, etc., tiene extraor-
dinaria importancia en la Iglesia medieval la actuación de las diversas órde-
nes religiosas que se dividen en dos grupos: los «monjes» (monachus: solita-
rio), que habitan en «monasterios», y los «frailes» (frater: hermano), los
miembros de las órdenes mendicantes, que fundan «conventos».
El monacato tiene una finalidad exclusivamente espiritual: determina-
dos fieles se retiran a lugares solitarios y, viviendo en comunidad bajo unas
determinadas normas, una regla, buscan la santificación personal mediante
la oración y el trabajo. La regla más importante es la de San Benito (h. 480 -
h. 547), verdadero inspirador del monacato occidental y fundador de los
sia, que es la otra fuente de revelación, puesto que se funda en las enseñan-
zas orales de Cristo a los Apóstoles y las de Dios mismo a la propia Iglesia a
través del Espíritu Santo. De esa doctrina revelada por Dios a los hombres es
depositaria la Iglesia, que tiene la misión, conferida por JESUCRISTO, de
custodiarla, interpretarla auténticamente y enseñarla a todos los hombres.
Por último, existen tradiciones humanas de diverso tipo, filosóficas, científi-
cas, sociales, etc., que es necesario respetar, aunque su grado de autoridad
no sea absoluto. Por ejemplo, la legitimidad del orden político y de las
monarquías medievales se basa en gran medida en el respeto a la tradición
heredada.
En el terreno cultural, la manifestación más evidente de la influencia del
principio de autoridad es el hecho de que la investigación y el estudio des-
cansen fundamentalmente en la exégesis de textos. Para el intelectual medie-
val ser sabio consiste, en primer término, en conocer y valorar adecuada-
mente las aportaciones de quienes, con el paso del tiempo, se han
constituido en autoridades en una determinada disciplina. La auténtica «cre-
ación» personal sólo es posible y legítima en una etapa ulterior, una vez que
se ha prestado la debida atención a los «maestros» del pasado y del presente.
afectan a todas las facetas del hombre, y no son sino concreciones diver-
sas de del ideal más genérico de la santidad. Desde este punto de vista, por
citar un ejemplo, la educación del siervo no es de menor valor o menos
completa que la del noble, puesto que ambas permiten alcanzar el fin últi-
mo del hombre: la salvación eterna. Desde el punto de vista humano es
posible, sin embargo, distinguir una serie de ideales educativos en los que
se revelan de un modo más acabado la grandeza y la dignidad natural de
la persona.
Contenidos de la educación
La educación medieval poseía un contenido sumamente variado,
tomado de diversas fuentes. Hay que hacer, no obstante, la salvedad de
que, por el carácter informal del aprendizaje, en muchas ocasiones no exis-
tía un cuerpo de conocimientos que la educación se encargase de trasmitir.
Es el caso de la formación que recibían el propio Rey, la nobleza, los arte-
sanos y los siervos, que consistían en la adquisición de una serie de habili-
dades o en la trasmisión de cierto tipo de saber vivir. En ocasiones, la asi-
milación de conocimientos tenía un lugar secundario y una función
instrumental. Por ejemplo, la parte esencial de la formación que recibían
los monjes tenía mucha menos relación con la formación intelectual que
con otro tipo de preparación.
Los contenidos que vamos a describir son, por tanto, propios de determi-
nados tipos de educación que tenían lugar en instituciones docentes específi-
cas: las escuelas parroquiales y catedralicias, que preparaban a los futuros
sacerdotes; las conventuales, en las que se formaban los frailes; las municipa-
les, reservadas a los laicos; y las universidades, que acogían alumnos de las
tres procedencias reseñadas. En las instituciones docentes que acabamos de
citar se corrige el fuerte desequilibrio entre formación e instrucción, en favor
de la primera, característico de los restantes tipos de educación medievales,
puesto que se estima que la asimilación de la cultura, a pesar de no constituir
el objetivo fundamental de la enseñanza, facilita decisivamente la adquisición
y el asentamiento de las virtudes morales y religiosas.
El currículo de las escuelas medievales se dividía en tres etapas. De la
enseñanza de los rudimentos de la lengua latina se ocupaba la escuela ele-
mental. El aprendizaje de la Gramática era la tarea propia del nivel medio de
enseñanza. Consistía en la adquisición de un conocimiento y un dominio
adecuados del latín, pero sobre todo en la asimilación de una serie técnicas
de análisis lingüístico que eran utilizadas en la interpretación de los textos
sagrados. Por ello, la Gramática fue durante siglos el principal «órgano» o
instrumento de las Ciencias Sagradas. El estudio de la Teología y otras disci-
plinas, el Derecho y la Medicina, fundamentalmente, constituía el núcleo de
la enseñanza superior.
Semejante división no se correspondía con una división paralela de las
instituciones docentes por niveles educativos. Los diversos tipos de escuela
Tras la desaparición, a finales del siglo VII, de las grandes escuelas de Ita-
lia y España, el centro de gravedad de la cultura europea se trasladó del sur
al norte, concretamente a las islas británicas, donde, en monasterios como
los de Bangor, Yarrow, Cantorbery, Malmesbury o Wearmouth, se conservó
y trasmitió por espacio de dos siglos una parte importante del legado de la
cultura clásica, y se cultivaron las Artes Liberales como medio auxiliar para
el estudio de la Biblia. La figura más eminente surgida de tales monasterios
fue BEDA EL VENERABLE (c. 672-735), sin duda el mayor erudito de su
época. Los monjes ingleses e irlandeses no solo trabajaron en sus países de
origen, sino que en el siglo VIII, una vez que las condiciones políticas se esta-
bilizaron, se trasladaron al continente para reorganizar las escuelas de diver-
sos monasterios, como los de Bobbio y Montecasino, en Italia; Corbie,
Fleury y San Martín de Tours, en Francia; y Fulda en Alemania.
por ciertas profesiones «liberales», exigidas por una sociedad que empezaba
a reclamar una formación sólida y una preparación específica para profesio-
nes como: el ministerio sagrado, el ejercicio de la abogacía, el ejercicio de la
medicina, etc.; amén de otras causas más accidentales que también tuvieron
incidencia en su gestación: la presencia de un buen maestro; las luchas con-
tra el cancelario catedralicio, municipal, etc.
Las formas básicas de originación de estas instituciones fueron tres: ex
consuetudine, v. gr. París y Bolonia; ex privilegio, v. gr. Salamanca; ex seces-
sione, v. gr. Cambridge. La forma ex consuetudine sugiere el nacimiento de
la universidad a partir de una escuela clerical ya existente, y en virtud de un
proceso espontáneo de crecimiento y de corporativización fue derivando
hacia una emancipación progresiva. En este proceso, era habitual que se
pasara de la jurisdicción episcopal —responsable de la escuela catedralicia—
a la jurisdicción pontificia que convertía al Papa en la suprema autoridad de
la universidad. Paso que representaba, de ordinario, el nacimiento formal de
la universidad. Este proceso aconteció normalmente por tres causas: bien
por simple extensión o autonomía de la schola externa; bien por la fusión de
ésta con otras instituciones; o bien por la simple existencia de un núcleo de
alumnos en torno a un maestro.
La forma ex privilegio sugiere el nacimiento de la universidad a partir de
un acta de fundación, otorgada por un príncipe secular y ratificada o sancio-
nada por el Papa. Es así como nace la universidad de Palencia en 1212 que es
la que abre la serie de éste nuevo tipo, originado «ex novo» totalmente, o a
partir de una schola preexistente, que es elevada a la categoria de Studio. El
acta fundacional es, en este caso, de ALFONSO VIII. Modelos ex privilegio
fueron también universidades como: Nápoles, Toulouse, Salamanca, etc.
Procedimiento que a partir del siglo XIII fue el más habitual para la constitu-
ción de una nueva universidad.
La forma ex secessione sugiere la aparición de una nueva universidad
por desmembración de otra ya existente. Este es, por ejemplo, el caso de las
de Cambridge, que nace en 1209, por desmembración de la de Oxford; y
Padua, en 1222, por desmembración de la de Bolonia.
La universidad medieval vino también caracterizada por cuatro notas
dominantes: el carácter corporativo, la autonomía institucional cristiana y la
catolicidad: libertad de aprender y de enseñar (ius ubique docendi que reque-
ría la bula pontificia) .
El carácter corporativo impregnó de sentido la universidad. Esta nació
como tal en el momento en que cristalizó como corporación de maestros y
escolares («ayuntamiento», en expresión del Rey Sabio). No hay que olvidar
que el fenómeno de la «agremiación» es característico de la sociedad medie-
val. En el caso de la universidad la «agremiación» era unas veces «horizon-
tal» (v. gr. BOLONIA), y otras «vertical» (v. gr. PARIS). En cualquier caso, la
universidad medieval reproduce la estructura orgánica típica de los gremios:
escolares (aprendices); bachilleres (compañeros); maestros (maestros); y
La educación nobiliaria
Ser hombre, socialmente hablando equivalía en el medievo a pertene-
cer a un feudo o señor, donde el vasallo campesino o siervo, a cambio de
fidelidad, fuerza y trabajo, recibía tierras manutención, protección y dere-
chos. El vasallo, el campesino aspiraba a realizarse como persona en la
territorialidad de su feudo, a formar parte de una sociedad particular, per-
sonal y doméstica donde el príncipe, el noble, caballero, o señor actuaba
como pater familias y cuidaba y velaba moral y religiosamente por sus
miembros.
El feudalismo, para mantener y perpetuar su ideal aristocrático represen-
tado en los referentes sociales del príncipe, del noble, del señor, del caballero,
produjo uno de los géneros literarios más emblemáticos de la cultura medie-
val: la educación de príncipes specula principis o educación caballeresca.
La aparición de los «espejos de príncipes» coincide con la instauración de
los primeros reinos alto-medievales , en el marco de una cultura clerical, sacra-
lizada y teocrática, al presentarse la Iglesia, tras la desmembración del Imperio
romano, como única fuente sólida y permanente de principios doctrinales.
En este marco, la educación de príncipes devendrá en una literatura
eminentemente moral y religiosa que tendrá como fin último colaborar acti-
vamente con la Iglesia en su dimensión corredentora y salvífica, dejando a
un lado preocupaciones sociales, seculares o políticas.
La educación gremial
El tercer estamento, el de los trabajadores o laboratores, correspondía el
mantenimiento material de los oratores y los bellatores. Su función era pro-
ductiva y el cuerpo social que lo representaba era mayoritariamente el cam-
pesino rural.
A partir del siglo XI por los cambios sociales, económicos y políticos sur-
gen nuevos modelos de producción que tendrán en los artesanos y en concre-
to en los gremios uno de los referentes más significativos. La sociedad
medieval se verá enriquecida con la cultural gremial que representará un
cauce de socialización económica y uno de los modelos formales en los que
se cristalizó la integración cultural y educativa de la Edad Media.
Históricamente el gremio es una corporación, nacida en la Edad Media,
formada por todos los maestros, oficiales y aprendices del mismo oficio, e
inspirada en principios de mutualidad y religiosidad.
El factor religioso es especialmente importante en la vida del gremio y
en la formación de los aprendices. Se puede decir que la religión fue una de
las cusas que determinaron la creación de estas corporaciones,.
Con la reglamentación del gremio nace automáticamente la enseñanza y
el aprendizaje del oficio y en ella se indican las condiciones requeridas para
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Desde el punto de vista histórico, pero también como origen y cuna del
Islam deberemos recordar las características de la Arabia, en cuyo país se
halla la Meca, cuna de Mahoma. La Meca, ciudad que será la primera y más
importante en los orígenes del islamismo, está situada en un pequeño oasis
de la región de Hiyaz, en la parte occidental de Arabia. Era la depositaria de
la Ka’ba, santuario central, del Dios único y que según la tradición fue fun-
dado por Abrahán y su hijo Ismael.
En el plano religiosos, el Corán no contempla todas las posibilidades,
que son completadas con el aporte de la Tradición (Sunna), que refleja la
fuerza del comportamiento de Mahoma, el conjunto de leyes que modifi-
ca la conducta individual para lograr una armonía con Dios y con la
comunidad.
En toda la fundamentación del islam subyace una concepción pedagógi-
ca, que regula el comportamiento y actuaciones del musulmán, en todas las
circunstancias de su vida: religiosa, política, social e individual, ya que el
Corán es fundamento y norma de la recta conducta. El Corán es el libro en el
que el niño aprende a leer, y a través de las expresiones y frases del libro
sagrado va modelando su forma de pensar, hablar y actuar.
La concepción de la infancia
La especial sensibilización de la cultura árabe por el desvalido, por el
inocente y especialmente por el ignorante lleva a considerar la figura de la
infancia como uno de los temas de especial atención por parte de la filosofía
musulmana. El carácter aperturista y de asimilación del Islam, lleva a consi-
derar al niño a partir de fuentes muy diversas y en cierto modo sincréticas;
con todo, la dimensión pedagógica, la sanitaria y la jurídica serán los focos
que polaricen la atención a la infancia
En el plano pedagógico, los árabes van a ser deudores de la pedagogía
clásica greco-romana. Las obras de Aristóteles, especialmente La Política,
son fuentes de inspiración para la cultura musulmana. Las etapas de la trop-
hé y paideia aristotélicas están presentes en la pedagogía musulmana. Una
primera etapa, dedicada a la crianza física, moral y religiosa en el marco de
la familia, marcan el primer periodo de la infancia musulmana. El segundo,
de mayor profundización es el inicio de la educación intelectual, de la for-
mación propiamente dicha. El Corán juega en esta parte una importancia
capital como libro de lectura, formación moral y religiosa.
El mundo de la medicina es otra de las parcelas científicas en las que
sobresalieron los científicos musulmanes. Desde los abundantes tratados de
este campo se ofrece abundante información, respecto al niño, que enrique-
cen en gran manera el campo de la pediatría. Merecen citarse en el siglo X,
los trabajos de Al-Majusi (-995) y Avicena (980-1037), que tradujeron las
obras clásicas del griego al árabe estableciéndose no sólo una comunicación
a través de la lengua sino un enriquecimiento de la propia ciencia desde la
ampliación y trabajo interdisciplinar.
Desde el campo de lo jurídico también se prestó un interés especial a la
infancia. Dentro del contenido de la literatura jurídica en las fatawa o (res-
puestas desde la ley islámica), se encuentran a veces la opinión del jurisconsul-
to o muftì que da respuesta a problemas legales planteados sobre la infancia.
Algunas colecciones dan respuesta a problemas sobre accidentes que ocurren
a los niños y que pueden deberse a la negligencia de los adultos y a quienes
habría que atribuir la responsabilidad jurídica. No obstante, en el siglo XII, hay
datos en estas fatawa, en los que se permite castigo corporal al niño con pro-
pósito educativo. Ibn Taymiyya (1263-1328) describe en sus fatawas aspectos
referentes a la nodriza, infanticidio y responsabilidad legal respecto al niño.
También hay información en los tratados de instrucción relatados por el muh-
La educación de príncipes
Un campo que debemos resaltar en la literatura pedagógica musulma-
na se centra en la guía y educación de los príncipes y otros hombres de
autoridad; constituye lo que llamamos la educación de los nobles o «espejo
de príncipes».
Estas obras clásicas de educación del período 700-1350, proceden espe-
cialmente de fuentes árabes y persas, sin embargo cuando se refieren a
temas y contenidos relacionados con la educación religiosa y moral, se desa-
rrollan dentro de un contexto islámico en lo educativo y social.
Los «espejos de príncipes», a pesar de sus características comunes, pre-
sentan una considerable diversidad, a causa de la multiplicidad de escritores
y los contextos históricos tan diferentes en que se mueven. Los «espejos de
príncipes», que se conocen del siglo IX, se presentan como manuales de eti-
queta con consejos políticos y éticos, dirigidos a los gobernantes y cortesa-
nos, con una influencia sasánida, en lo que respecta al modelo que se toma
como punto de referencia, aunque se imita a los califas musulmanes. Se
incluye también el sentido humanista de la educación, tal como se recoge en
la concepción de adab.
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ASPECTOS BIOGRÁFICOS
Contexto histórico
La Edad Moderna se emplea para designar una época histórica concre-
ta, claramente diferenciada de la Edad Media y de la Edad Contemporánea.
Abarca tres siglos de la historia de Occidente el siglo XVI, XVII y el XVIII. El sig-
nificado del término Edad Moderna coincide en gran medida con la expre-
sión «antiguo régimen» (ancien régime).
Las fechas del comienzo y del final de la Edad Moderna varían de países
europeos a otros. Generalmente se toma la fecha de inicio con la conquista
de Constantinopla por parte de los turcos (1453) o con el descubrimiento de
América (1492). Tradicionalmente se ha venido en considerar la Revolución
Francesa (1789) la fecha punto de arranque de la historia contemporánea.
na. Junto a estas reflexiones sobre los principios educativos, aparecen tam-
bién las primeras escuelas de carácter humanístico, como las de Vittorino da
Feltre (1373 ó 78-1446) o Guarino Guarini (1374-1460). En estos centros lla-
mados contubernios, maestros y discípulos, en un ambiente de cordialidad y
de afecto familiar, colaboran y comparten un proyecto pedagógico trazado
en torno a la instrucción literaria y a la formación religiosa y moral. En ellos
se forma una generación de intelectuales que difunde rápidamente el amor
por unos estudios que los convierte en ciudadanos de una patria común, la
patria de la cultura.
Bajo la influencia de los humanistas italianos, otros países europeos se
abren al nuevo movimiento. Sin olvidar que, a partir del siglo XVI, también se
proyecta hacia las nacientes instituciones culturales y educativas del Nuevo
Mundo.
En España, a mediados del siglo XV, Elio Antonio de Nebrija —apoyado
por la política cultural de los Reyes Católicos y en especial de la reina Isa-
bel— se constituye en el máximo representante del Humanismo en la penín-
sula. A él se debe también el primer tratado humanístico de educación —De
liberis educandis libellus— un breve compendio de ideas pedagógicas de
autores clásicos, que compone en 1453. En la misma fecha y con una estruc-
tura muy similar aparece el De arte disciplina et modo alendi et erudiendi
filios, de Rodrigo Sánchez de Arévalo.
Como es de esperar, todas estos tratados se enmarcan en un pensamien-
to pedagógico inspirado por el recién descubierto mundo clásico, al que se
suma la imponente figura de Quintiliano. En 1416, su obra Instituciones
Oratorias se había recuperado íntegramente del polvo y la humedad, en el
monasterio de Saint Gall.
Los viejos textos de la antigüedad siempre han estado ahí, lo que cambia
es la valoración, la veneración con que ahora son tratados. Sin embargo, no
se trata de copiar o imitar servilmente a estos autores, sino de profundizar
en los valores que, magistralmente expresados por ellos, se podían asimilar a
la educación moderna, a la educación cristiana.
Sobre estos cimientos se levanta todo el edificio del Humanismo pedagógi-
co que, en su evolución, va desarrollando un carácter propio y original que se
plasma en las obras del siglo XVI. En esta época comienza a extinguirse la
influencia italiana. El mundo intelectual va a estar ahora dominado por la figu-
ra, espléndida y controvertida de Erasmo de Rotterdam. En el orden político y
religioso, Europa vive la gran escisión de la cristiandad, la ruptura de la unidad
medieval y el azote de las guerras de religión. Los deseos de conciliación y las
llamadas a la paz, tan elocuentemente expresados por los humanistas, chocan
con las ambiciones políticas y las divisiones ideológicas. Pese a ello, el Huma-
nismo, tanto en los países protestantes, como en los católicos, mantiene su
ideal de formación, evitando así la desintegración cultural europea.
Por encima de las profundas divergencias religiosas o de las crecientes
peculiaridades nacionales, reflejadas en el auge de las lenguas y literaturas
Concepto de educación
Aunque, desde sus orígenes, el Humanismo preconiza una ruptura con
la Edad Media y con la Escolástica, no se trata realmente de un juicio a sus
doctrinas filosóficas, sino a la corrupción del método dialéctico, evidente ya
en el siglo XIV. No hay, por tanto, una diferencia radical respecto a la concep-
ción cristiana del hombre y del mundo.
Lo que cambia es el enfoque que se da ahora al pensamiento antropoló-
gico. La lógica, en la búsqueda de la verdad, cede el paso a la retórica. Ya no
se trata de argumentar o de demostrar, sino de expresar elocuentemente ver-
dades ya conocidas.
Esta nueva forma de tratar el tema del hombre tiene la ventaja de la
belleza, a veces casi poética, que revisten muchos de los escritos de la época;
pero en contrapartida, suele carecer de sistematicidad y solidez filosóficas.
Desde esta perspectiva retórica, hay que comprender el nuevo trata-
miento antropológico que tiene su más clara manifestación en los tratados
sobre la dignidad del hombre o en los múltiples pasajes de las obras en los
que se describen las perfecciones con que Dios le ha dotado.
El hombre es un ser privilegiado ya que es capaz de comprender la sabi-
duría divina. El primer don que Dios le ha otorgado es, por tanto, la razón,
pero ésta es inseparable de la palabra, como el arroyo lo es de la fuente de la
que mana. Y lo que realmente caracteriza a la antropología del Humanismo
es el interés que despierta esta capacidad del ser humano. Chispa divina de
la mente o gloria del entendimiento, el lenguaje implica siempre para este
movimiento, desde sus inicios, una sorprendente admiración.
muchas de las obras educativas de esta época y que tiene como base la evi-
dencia de que una buena constitución física va a ayudar al mejor desarrollo
de la persona. En estas recomendaciones, que aparecen en ya en los prime-
ros tratados de educación del Humanismo y se mantienen hasta bien entra-
do el siglo XVII, hay parte de viejas experiencias de la humanidad, recogidas
ya por los clásicos, y parte de los conocimientos médicos renacentistas.
Estos consejos se resumen en la elección de esposa y en una serie de cuida-
dos perinatales entre los que sobresale por el énfasis y la reiteración con que
es tratado el tema de la lactancia.
Por un error antropológico, mantenido por la ciencia médica, se piensa
que las cualidades morales se transmiten físicamente. De ahí que si alguna
falta hay en los padres ésta se puede trasmitir al hijo tanto en la concepción,
como en la gestación o a la hora de amamantarlo. A pesar, de la gravedad de
esta teoría, hay que reconocer que muchos de los autores que escriben de
educación lo que subrayan es la importancia de las primeras impresiones en
el desarrollo humano; y que otros, sobre todo, los menos influidos por los
clásicos, niegan este determinismo biológico.
Lo que se puede afirmar es que existe tal interés por la educación que
hasta los más severos intelectuales descienden a las cuestiones más básicas,
y primarias del proceso de formación humana.
La educación o crianza
Pero con todo la verdadera educación comienza en la infancia. Al igual
que en la Edad Media, se concibe como un periodo difícil porque el niño,
cuya razón es aún muy rudimentaria, puede ser presa de sus malas inclina-
ciones. Por otra parte, y según las imágenes heredadas del mundo clásico, es
como cera blanda, que recibe la forma que se le quiera dar; pero también se
recuerda el dicho de Plutarco según el cual el odre nunca pierde el olor del
primer vino.
Es, por tanto, la etapa más decisiva para la educación y la que estricta-
mente va a ser designada con este término en los textos escritos en latín. La
educación es pues la educatio o crianza, la formación que el niño recibe en el
ámbito doméstico de mano de sus padres o de sus representantes, los peda-
gogos o ayos.
En este sentido, se concibe —de acuerdo con su raíz etimológica— como
alimentar al hijo físicamente y espiritualmente, para contribuir a su pleno
crecimiento. Más concretamente es la acción destinada a evitar que arrai-
guen los vicios en el alma infantil y que, por el contrario vaya desarrollando
las virtudes.
Lo que aporta el Humanismo a este concepto de la educación, fiel a su
creencia en el poder de la cultura, es una mayor perspectiva de la naturale-
za infantil a la que se considera ahora capaz también de una educación
intelectual y de una formación cristiana mucho más sólida. Aparte, por
Los otros educadores de esta primera etapa de la vida son las nodrizas y
los pedagogos. Los criterios para su elección son, generalmente, los que ofre-
cen las obras de Plutarco y Quintiliano, a las que se añaden algunas reco-
mendaciones de San Jerónimo. Recomendaciones que permanecen práctica-
mente inalteradas durante casi dos siglos. En resumen se exige a los padres
que no deleguen sus obligaciones, pero que sí lo tienen que hacer escojan a
las personas más adecuadas —ya que lo que está en juego es la educación de
los hijos— y que no escatimen el salario.
Los estudios
La educación es sin duda moldear al nuevo ser, pero también adap-
tarse a su naturaleza, seguir su proceso evolutivo. Y en este proceso lo
que sigue educativamente a la crianza o educación, propiamente dicha,
son los estudios. En los textos latinos del Humanismo, también siguien-
do a los clásicos, ya no se encontrará la palabra educare, sino docere,
tradere, instituere o instruere. En todo caso implica una formación inte-
lectual sistemática —ordenada y jerarquizada— que llevará al niño y
más tarde al joven, a la asimilación de una cultura general y de una base
científica.
Sin duda, no se trata de la única vía para alcanzar la virtud, pero sí la
más segura y la más sólida. Si hay algo claro y contundente en el pensamien-
to del Humanismo es su confianza en el poder de los estudios como princi-
pio del perfeccionamiento humano. Por ello, no pueden ser privativos de una
determinada clase social, sino que se deben extender en principio a todos los
ciudadanos. Por tanto, formar buenos gobernantes, desarrollar la cultura y
llevar la educación a todos los rincones era el vasto programa del Humanis-
mo, esto hará que, con las limitaciones propias de la época, los estudios se
intenten extender a capas sociales que tradicionalmente no recibían una for-
mación intelectual.
Así junto a la educación de príncipes y clérigos, característica de la Edad
Media, aparece ahora la preocupación por lo que actualmente denominaría-
mos clases medias: hijos de burgueses y mercaderes, jóvenes aldeanos o
segundones de familias hidalgas.
El Humanismo, en su afán pedagógico también llega a los pobres.
Aunque lenta y gradualmente la sociedad moderna empezaba a racionali-
zar el problema de la asistencia y de la beneficencia y a buscar fórmulas
para encauzarlas. Leyes, tratados, sermones, iniciativas privadas y públi-
cas tratan de responder al problema creciente del pauperismo. Dentro de
esta preocupación que se debate no sin fuertes polémicas, se inserta la
inquietud pedagógica por educar a los más desfavorecidos. Para ello se
arbitran medidas que se fundamentan en la caridad cristiana, pero cada
vez se insiste más en que ésta sea organizada y supervisada por los pode-
res públicos. Con esta intención escribe Vives su obra Socorro de los
pobres (1525) dirigida a los magistrados de Brujas. En ella se hace un aná-
El fin de la educación
Si la educación consiste en modelar o moldearse de acuerdo con la natu-
raleza humana, tiene que haber, sin duda, un modelo de humanidad que
sirva de criterio. Al desarrollar el concepto de educación que forja el Huma-
nismo se advierte que el paradigma que propone es el del sabio, la persona
cultivada y virtuosa, que hace de su vida una obra de arte. El fin de la educa-
ción es, por tanto, alcanzar la virtud. Por eso, importa saber que significa
exactamente este término.
Dentro del Humanismo italiano, dónde se da con mayor fuerza el culto a
la Antigüedad y la nostalgia por su grandeza, en medio de una sociedad refi-
nada y floreciente, algunos autores invocan nuevamente la fama como la
medida y el objetivo de una buena educación.
En este sentido, la virtud constituye, ya de por sí, el premio al esfuerzo
humano, la recompensa a una vida honesta que se traduce en una serena
felicidad interior que nada puede perturbar. Pero además, el hombre así per-
trechado, será amado y respetado por sus conciudadanos y alcanzará honra
para sí y para los suyos. Todo esto se puede alcanzar también por la fortuna,
pero ésta es voluble y depende del azar, mientras que la virtud conduce a la
fama que se conquista por la propia perfección.
causa, se refieren a ellos como nostra studia, para designar el nuevo giro de
la cultura.
FUENTES PRIMARIAS
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ERASMO DE RÓTTERDAM; Elogio de la locura, Madrid, Bruguera, 1984.
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VIVES, J. L.; Epistolario de Vives, Madrid, Editora Nacional, 1978.
BIBLIOGRAFÍA
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BATLLORI , M.; Humanismo y Renacimiento, Barcelona, Ariel, 1987.
a) Reforma Protestante
Las raíces del protestantismo hay que buscarlas en la progresiva disolu-
ción del orden político, religioso y cultural europeo que se observa en los dos
últimos siglos de la Edad Media. En el terreno espiritual se percibe un nuevo
modo de concebir la religión, destaca el carácter personal de la fe. En el
terreno político, a consecuencia del ascenso de las monarquías nacionales,
surgen graves enfrentamientos entre las autoridades civiles y el Papado. En
el terreno cultural, el humanismo supone una debilitación de la tutela que
b) Reforma Católica
En la Reforma Católica cabe distinguir tres etapas. Un primer periodo,
en el que las iniciativas de renovación de la vida de la Iglesia son parciales y
parten de destacados miembros de diversas órdenes religiosas y del episco-
pado. En un segundo momento (1545-1563), coincidente con la celebración
del Concilio de Trento, se asientan canónicamente los grandes principios
dogmáticos y disciplinares grande (1545-1563). Finalmente, vendría un ter-
cer periodo, en el que se pone en práctica una ambicioso programa, integra-
do por medidas cuyo objetivo último es garantizar una adecuada formación
religiosa para todos los fieles. Es lo que se conoce como «reforma tridenti-
na», que asume y adapta buena parte de los postulados pedagógico del
Humanismo renacentista.
En el terreno práctico, la tarea pastoral y educativa emprendida y ejecu-
tada por la Iglesia postridentina fue ingente y de una enorme eficacia. Fue
decisiva la aportación de quienes reformaron las órdenes religiosas existen-
tes y definieron un nuevo modelo de pastoral diocesana. En este terreno se
destacaron San Carlos Borromeo, San Felipe Neri, San Juan de Ávila, San
Pedro Canisio, Santa Teresa de Jesús o San Juan de la Cruz.
La parte más novedosa y llamativa de la obra educativa de la reforma
tridentina fue, sin embargo, el nacimiento de numerosas congregaciones
religiosas de finalidad total o parcialmente docente. Su contribución a la
difusión y a la renovación de la enseñanza primaria —masculina y femeni-
na— y secundaria fue decisiva. Entre ellas destacan la Compañía de Santa
Úrsula (ursulinas), erigida por Angela Merici en 1535; la Compañía de Jesús
(jesuitas), fundada por San Ignacio de Loyola en 1539; la Orden de las
Escuelas Pías (escolapios), fundada por San José de Calasanz en 1597; la
Concepto de educación
Para poder entender la educación en el Realismo Pedagógico hay que
partir de la concepción de la Reforma Luterana y de la Reforma Católica.
La diversa concepción del pecado original que distingue a protestantes y
católicos genera educaciones radicalmente opuestas. Si, como es el caso
Infancia y educación
La pedagogía protestante y la católica queda asociada a una valoración
positiva de las posibilidades educativas de la infancia, que viene a unirse al
destello de esperanza que suponen la redención y el bautismo. Se parte en
este terreno de algunas máximas educativas grecolatinas, bien conocidas y
aceptadas en la Edad Media, que fueron asumidas por los humanistas. Tales
máximas constituyen una especie de sustrato común para la pedagogía de la
época y dan origen a una visión ambigua y ambivalente de la infancia, cuyo
eco se prolonga al menos hasta finales del siglo XVIII.
La infancia —en especial los siete primeros años de la vida— serían una
última y excepcional oportunidad de regeneración que la misericordia de
Dios otorga a los hombres. Es esencial aprovecharla, porque de ello depende
el éxito toda la educación posterior. Aquí es donde entra en juego una vene-
rable y antiquísima tradición pedagógica que compara al recién nacido con
la cera pura y blanda, en la que el sello se imprime de modo indeleble y con
extraordinaria nitidez; con un recipiente nuevo, que toma para siempre el
olor del primer líquido que contuvo; con la lana blanca que, una vez teñida,
escuela, en el que todo se halla previsto y bajo control. Por eso, la educación
es en buena medida una actividad de rescate y de sustracción del mundo.
Una cosa es la escuela y otra muy distinta la vida, aunque la primera pueda
y deba proporcionar una adecuada preparación para ingresar sin riesgo en
la segunda.
La consecuencia más inmediata de ese celo que debe presidir la acción
del maestro es la actitud de vigilancia constante que éste debe adoptar. Así la
educación es, esencialmente, una actividad de tutela, que exige estar siempre
alerta, para que la inocencia virginal instaurada por el bautismo no quede
corrompida.
Finalmente, la educación ha de ser dura y benigna al mismo tiempo, ha
de apoyarse en el amor pero también en el «temor». Por eso, una de las face-
tas esenciales de la educación es la corrección. El castigo es uno de sus com-
ponentes habituales, y se diría que es casi inevitable recurrir a él. Con cierta
frecuencia, es el mejor e incluso el único recurso educativo, y el castigar se
convierte en una obligación ineludible.
Formación intelectual
Los tres modelos de formación intelectual básicos en la época que estu-
diamos son los que proporcionan tres tipos de enseñanza: la de primeras
letras, la de gramática o latinidad, y la universitaria. La enseñanza de prime-
ras letras se ocupaba de difundir la lectura, en tanto que instrumento esencial
para desenvolverse en el mundo, pero también al servicio de una mejor y más
profunda comprensión de la Doctrina Cristiana. Desde este punto de vista era
Formación religiosa
En la formación en la piedad o virtud de la religión podrían distinguir-
se diversas vertientes estrechamente vinculadas y en las que había que pro-
gresar simultáneamente. En primer lugar, habría un elemento intelectual:
el conocimiento claro y exacto, aunque de profundidad variable, de los
dogmas y el contenido básico del cristianismo. Dicho conocimiento iría
desde la simple comprensión del catecismo hasta el cultivo de las Ciencias
Sagradas y la Teología. En segundo lugar, se encontraría un elemento de
carácter propiamente religioso —al que convendría en sentido estricto el
nombre de «piedad»— relacionado con el culto que todo cristiano debe
prestar a Dios. Dicho elemento incluiría: a) el culto externo: es decir, la
asistencia regular a los actos litúrgicos de carácter público y colectivo
(misas, procesiones, rosarios…), así como la prescripción de numerosos
actos de devoción privada que el alumno debe realizar en su domicilio; b)
la recepción asidua y provechosa de los sacramentos: Eucaristía, Confe-
sión, etc. y c) el culto interno: es decir, una constante actitud interior de
oración que da sentido a las prácticas anteriores. Finalmente, aparecería
un tercer elemento de índole moral: la adopción por parte del alumno de
un estilo de vida que se deriva de modo directo de los dos elementos ante-
riores y se halla en perfecta consonancia con ellos. En suma, se trataría de
enseñar a creer bien, a rezar bien y a obrar bien.
La enseñanza de la urbanidad era sin duda la parte más peculiar y lla-
mativa de la educación disciplinaria. Con ella se pretendía alcanzar varios
objetivos, cuyo común denominador era regular la conducta del alumno.
Su concreción práctica era la definición de un programa diario de activi-
dades propias del niño «bien educado» al que el alumno debía ajustarse
no sólo en la escuela, sino también en su propia casa y en sus relaciones
sociales.
a) Reforma Protestante
En el currículo propio del realismo pedagógico –al igual que en sus obje-
tivos– se aprecia la decisiva influencia de las diversas reformas religiosas. En
el caso del luteranismo, observamos una evolución manifiesta de posiciones
radicales, eminentemente teológicas —representadas por Lutero— hacia
posturas más humanistas —encarnadas en la figura de Melanchthon.
Para Martín Lutero, el núcleo de la cultura debía ser la Sagrada Escri-
tura. Las otras disciplinas debían enseñarse en la medida que permiten
comprender mejor su sentido. Por eso, de entre todas ellas, las más valio-
sas son la gramática griega y hebrea, que permiten leer la Biblia en su len-
gua original, aunque tampoco se debe despreciar el estudio del latín. Hay
que estudiar tales lenguas con sumo interés, porque, aunque el sentido
exacto de la Escritura lo proporciona el Espíritu, es imprescindible además
conocer a fondo el lenguaje en el que Dios habla a los hombres. La tesis
luterana es, por tanto, que sirviéndose del enorme potencial de las artes
filológicas redescubiertas y difundidas por el Humanismo y con el auxilio
de la Gracia, quedará restaurada la primitiva pureza de la fe y brotarán
una cultura y una educación verdaderamente cristianas, que ocupen el
lugar de la escolástica medieval.
Ahora bien, junto a la cultura y a las disciplinas religiosas, aunque muy
por debajo de ellas, Lutero reconoce la necesidad de una cierta cultura
secular, cuyo fin sería preparar a los hombres para satisfacer las necesida-
des de la vida mundana. En este segundo grupo habría que situar saberes
como la Medicina, el Derecho, la Historia y, en general, ese conglomerado
de disciplinas heterogéneas, que el Humanismo renacentista denominaba
Artes Liberales.
Este currículo —sumamente restrictivo— fue modificado en profundi-
dad por Melanchthon. En efecto, al conceder un mayor peso e importancia a
b) Reforma Católica
En su versión católica, el realismo pedagógico integra las aportaciones
de dos tradiciones que se consideran complementarias: la de la escolástica
medieval, en lo relativo a la Filosofía y la Teología, y la del Humanismo, en
lo referente al resto de las disciplinas, y en particular a las Artes Liberales.
Un ejemplo prototípico es el de la Ratio Studiorum jesuítica que reglamenta
la enseñanza de las «facultades superiores» y de las «estudios inferiores»; es
decir, tanto la enseñanza superior como la enseñanza media, abierta a otros
alumnos.
Las disciplinas propias de la primera son: Sagrada Escritura, Lengua
Hebrea, Teología Escolástica, Casos de Conciencia —hoy diríamos Teología
Moral—, Filosofía Natural, Filosofía Moral y Matemáticas. No obstante, el
plan de estudios queda vertebrado dos materias: la Filosofía —dividida en
Lógica, Física y Metafísica—, que da unidad al primer ciclo de estudios de
tres años, y la Teología, que es el núcleo de los cuatro cursos restantes. El
resto de las materias cumplen más bien una función complementaria y se les
dedica una menor atención. Los estudios filosóficos tienen además un claro
carácter propedéutico para los teológicos.
Las cinco clases —o de grados de aprendizaje— de que consta la enseñan-
za media se reparten en tres ciclos: los tres iniciales de Gramática, el de Huma-
nidades y el de Retórica. La Ratio Studiorum define con claridad la naturaleza
y el contenido de las tres fases de enseñanza citadas: en las clases de Gramáti-
ca el alumno adquiere un dominio básico de la lenguas clásicas y se familiari-
za con sus reglas y su tradición literaria; el objetivo del curso de Humanidades
es «poner los fundamentos de la elocuencia, y lo hace con una triple base: el
conocimiento de la lengua, una moderada erudición y una breve información
sobre los preceptos relativos a la oratoria. […] El conocimiento de la lengua,
que se basa principalmente en la propiedad y riqueza de vocabulario. […] La
erudición empléese moderadamente, para estimular y recrear de vez en cuan-
do el entendimiento, sin impedir el análisis de la lengua». En la clase de Retó-
rica se alcanza el objetivo al que es encamina toda la enseñanza media:
BIBLIOGRAFÍA BÁSICA
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grandes principios pedagógicos».
MARAVALL, J. M.ª; La cultura del Barroco. Análisis de una estructura histórica,
Barcelona, Ariel, 1991.
SNYDERS G.; La Pedagogie en France aux XVIIe et XVIIIe siècle, París, PUF,
1965.
El contexto histórico
En el proceso de constitución, desarrollo y consumación de la moderni-
dad «ilustrada» intervienen algunos factores que vamos a describir seguida-
mente. El pensamiento y los acontecimientos de los siglos XVII y XVIII sientan
en muchos aspectos las bases de la situación cultural contemporánea y el
inicio de una etapa distinta de las anteriores, y provocan, en cierta medida,
la ruptura con ellas, especialmente con la Edad Media. He aquí los factores
más significativos que definen la nueva situación:
1.º La difusión de la cultura, iniciada en la Edad Media, y fuertemente
impulsada por el Humanismo renacentista, recibe ahora un nuevo y
singular impulso: el saber —patrimonio casi en exclusiva en la Edad
Media de clérigos, monjes y frailes— se va a extender ahora progre-
sivamente a la aristocracia, a la burguesía y al pueblo; y se va
abriendo camino el ideal de una difusión universal del saber y de la
educación.
2.º En los ámbitos socio-político y religioso se consuma —ya en el siglo
XVII— la ruptura de la unidad política, sociológica y religiosa medie-
val, con la consolidación de las monarquías absolutas, la reforma
protestante y las guerras de religión; aunque sigue manteniéndose
relativamente intacta en lo esencial la unidad cultural.
3.º La evolución de las ciencias —que apuntaba ya en la Baja Edad
Media y se potenció en el Renacimiento— alcanza en el siglo XVII un
umbral decisivo: la ciencia —en el sentido «moderno»— adquiere su
fisonomía definitiva, abandonando los cánones de la física aristotéli-
ca para constituirse como saber experimental y físico-matemático,
con grandes repercusiones en el desarrollo de la técnica.
4.º Los descubrimientos geográficos, con la consiguiente colonización
y contacto con otras culturas, amplían el horizonte histórico y cul-
tural.
5.º Se va produciendo, lenta pero gradualmente, un cambio de actitud y
de mentalidad, que se manifiesta, entre otros, en los siguientes sínto-
mas: a) se crea una tensión entre lo antiguo —de lo que se hace una
valoración negativa— y lo nuevo —lo «moderno»—, que se valora
positivamente porque se considera que es mejor, más verdadero,
más perfecto. Esta tensión afecta a todos los órdenes: filosófico, teo-
lógico, científico, sociológico, político, artístico, cultural y pedagógi-
co. b) Se adopta, además, una actitud radicalmente crítica, reformis-
ta y optimista, rayana a veces en la utopía, que desemboca en una
desmedida confianza en que el desarrollo del saber y de las capaci-
dades del hombre conducirían necesariamente a la humanidad hacia
etapas cada vez más plenas y sin retrocesos [= mito del progreso
indefinido].
a) El racionalismo
En primer lugar, merece especial mención citar el peso que los ilustra-
dos concedieron a la razón biológica e individual del hombre. Una categoría
que sublimaron hasta el extremo de considerarla fuente y principio único e
insoslayable de verdad. Se acuñaba así el principal rasgo que habría de defi-
nir el espíritu de la Ilustración: el racionalismo.
Este concepto no se refiere tanto a un contenido como a un método que
encierra y proyecta un eminente antropocéntrismo al situar la razón indivi-
c) El naturalismo religioso
Esta idea acarreará la tercera de las características que definirá sobre-
manera el perfil de la Ilustración: la religión natural. La mayoría de los ilus-
trados participaron en mayor o menor medida de esta idea al sostener que
desde el punto de vista científico resultaba de todo punto imposible explicar
la existencia del universo sin plantearse o recurrir a una causa primera. Se
puede guardar silencio en torno a ella —dirán—, pero no ignorarla. Se reali-
zó entonces un esfuerzo notable para dar una explicación que fuera científi-
camente satisfactoria sobre la existencia de esa causa llamada con distintos
nombres: Dios, Causa Primera, Ser Supremo, Gran Arquitecto, etc. La res-
puesta fue la religión natural: un intento por sustituir la religión revelada y
sus dogmas por una religión acomodada a las leyes de la razón y generadora
de un credo común y universal derivado del saber científico. Se trataba, en
definitiva, de encontrar un Dios científico y racional en donde no cupiesen ni
los dogmas, misterios, misericordia, ni la gracia; un Dios mecánico hecho a
imagen del hombre; un Dios que, a la larga, el optimismo científico no iba a
creer oportuno considerar sino más bien ignorar cuando no condenar o
reducir a una simple ideología.
Secularización y educación
Junto con el concepto de Ilustración, el otro concepto clave para com-
prender el sentido y alcance de la reforma del siglo XVIII, es el de seculariza-
ción. La palabra castellana que lo expresa tienen múltiples acepciones. Cro-
nológicamente, la primera acepción —que procede de la palabra latina
saeculum— está vinculada a las ideas de temporalidad y ubicuidad. Los pri-
meros cristianos empleaban esa palabra latina para designar las distintas
etapas o fases por las que pasa la historia hasta su consumación. En este sen-
tido, con expresiones como «este siglo», «el siglo presente», se referían a la
etapa actual en cuanto distinta de la etapa definitiva o eterna: «el siglo futu-
ro», en el que la salvación alcanzará su plenitud.
Esta acepción incluye también las ideas de transitoriedad y caducidad.
El saeculum /siglo —y lo perteneciente a él— es lo que pasa y perece. Y
también lo que, por su naturaleza, se ordena a lo que es transcendente y
perenne, eterno. Pero saeculum significa también un lugar [=ubi]; el
«siglo» es también el mundo, la ciudad terrena, el «más acá». La lengua
griega expresa estas dos vertientes o coordenadas —la temporal y la espa-
cial— respectivamente, con las palabras aion / kronos y kosmos. En este
doble sentido, el saeculum —el «más acá», lo «temporal»— sólo cobra
consistencia y sentido por su ordenación y referencia al lo trascendente, al
«más alla». Históricamente, en la medida en que esta ordenación y refe-
rencia se han ido debilitando, el proceso de secularización, que, inicial-
mente y en sí mismo, no tiene una connotación peyorativa, ha ido deri-
vando hacia el «secularismo».
Posteriormente, el término secularización —sin perder del todo su signi-
ficación originaria— adquirió un sentido jurídico-canónico que lo desplazó
—y en cierta medida lo restringió— a los ámbitos eclesial y social. El adjeti-
vo secular y sus emparentados —entre ellos el sustantivo secularización—
adquirieron entonces una connotación jurídico-eclesial, vinculada a la dis-
tinción socio-eclesiástica entre clérigos y laicos y entre religiosos y seglares.
Lo secular vino así a contraponerse a lo sacro y a lo eclesiástico, y a identifi-
carse con lo profano y lo civil; y también, en cierto sentido, con lo mundano.
En este sentido, por secularización se entendió, originariamente, «el proceso
jurídico-canónico por el que una persona o cosa, que había sido previamente
separada o constituida en sagrada o eclesiástica, es privada de la considera-
ción o régimen especial que le otorgaba la legislación canónica, e incorpora-
da de nuevo a las condiciones y usos propios de la vida común ordinaria».
Esta concepción presupone de algún modo un juicio sobre el lugar —y la
competencia— que la Iglesia y el cristiano tienen en el mundo. Otra acepción
«sociológica» —más reciente— hace referencia al abandono, en mayor o
menor grado, de las prácticas religiosas.
La palabra secularización fue empleada por vez primera —y precisamen-
te en el sentido jurídico— en el Tratado de Westfalia [1648] por el legado
francés, para expresar la liquidación de los señoríos religiosos, episcopales o
conventuales. El concepto tiene en su origen un carácter neutro o aséptico:
no incluye necesariamente un juicio de valor sobre la legitimidad de la
acción secularizadora. En las Actas de Westfalia se da a entender este carác-
ter de algún modo. Sin embargo, los negociadores católicos de Westfalia cre-
yeron advertir que, bajo el diplomático ropaje semántico de las Actas, se
ocultaba la liquidación de los dominios religiosos y declararon ilegítima esa
secularización.
Pero en el Tratado de Paz de Westfalia, que pone fin a la Guerra de los
Treinta Años, algunos historiadores —Comellas, Palacio Atard— han que-
rido ver un trasfondo ideológico en el que se enfrentaban ya dos concep-
ciones del mundo distintas: la tradicional católica, que propugnaba «un
orden europeo, basado en una concepción cristiana del mundo» y la racio-
nalista, de raigambre protestante, que propiciaba el «reconocimiento ofi-
cial de la diversidad religiosa, ideológica y nacional de Europa». Ambas
concepciones llevaban en su entraña sendos proyectos de configuración
del mundo moderno: uno, de signo teocéntrico, enraizado en principios
considerados como objetivos, permanentes y universalmente válidos; el
otro, de carácter antropocéntrico, basaba su fundamentación y justifica-
ción en criterios racionalistas, individualistas y autonómicos, y propugna-
ba, en el orden social, fórmulas de coexistencia, dentro de la diversidad,
capaces de amparar una seria de verdades subjetivas e independientes, y
una nueva ética. Esta segunda concepción del mundo es la que triunfó en
Westfalia, y es la que emerge del seno de la ilustración racionalista del
siglo XVIII, y que apunta —como objetivo— a la progresiva sustitución de
la visión religiosa trascendente del universo por una visión natural inma-
nente. Aunque esta clase de secularización ha sido estimulada por los
avances de la «nueva» ciencia y de la técnica, que presentan y explican
todos los fenómenos como efectos de causas naturales inmediatas, la
interpretación racionalista del universo no tiene necesariamente —ni ha
tenido siempre— efectos negativos para una visión religiosa y trascenden-
te del mundo.
El sentido profundo del fenómeno que nos ocupa apunta, en definitiva,
a una revisión del papel y de la intervención de la Iglesia católica —en espe-
cial de la Jerarquía— en los asuntos temporales, en la «edificación» de la
«ciudad terrestre». Esta revisión ha venido haciéndose por parte del Estado y
en nombre de la sociedad civil. Por eso, los dos grandes protagonistas del
proceso serán precisamente la Iglesia y el Estado: lo que ahora se somete a
revisión es la demarcación de sus respectivas esferas de acción, sus mutuas
relaciones, la peculiaridad de sus respectivas misiones, etc. Pero con una
peculiaridad bien notoria: históricamente, el proceso de secularización ha
revestido a menudo el carácter de un verdadero «proceso» a la Iglesia; un
proceso, cuyas incidencias no pueden ser comprendidas ni valoradas ade-
cuadamente, si no se tiene una noción precisa acerca de la naturaleza y de la
misión de la Iglesia misma.
El «proceso» a la Iglesia se orquesta operativamente a partir del siglo
XVIII,y se desarrolla —virulentamente, en ocasiones— durante los siglos XIX
y XX. Los «cargos» de la acusación son reducibles a dos: 1) la Iglesia invadido
la esfera del orden temporal, asumiendo una serie de funciones y realizando
actividades que supuestamente no le competían, con olvido de las propias; 2)
la Iglesia ha frenado, y en ocasiones impedido, el progreso de la civilización
y de la cultura. Aunque estas acusaciones no faltaron en el sector católico, ni
estuvieron ausentes de los labios o de la pluma de algunos obispos y clérigos
«ilustrados», en su mayor parte procedían del frente anticlerical de los «filó-
sofos» de la Ilustración.
Sobre la base de esos dos «cargos» fundamentales —ahora no nos hace-
mos cuestión de su grado de objetividad— se montó el andamiaje del proce-
so de secularización. En su sentido más obvio e inmediato, la operación
secularizadora consistía en transferir al Estado, como representante de la
sociedad civil, una serie de actividades y funciones que hasta el momento
venía desempeñando la Iglesia en solitario o cooperando con las institucio-
nes civiles. Esto suponía la «desclericalización» de instituciones de diversa
índole: políticas, sociales, culturales, administrativas, etc., a través de las
cuales la Iglesia desplegaba su actividad. Estas funciones y responsabilida-
des han ido pasando , gradual o convulsivamente, de la Iglesia al Estado,
verificándose así un reajuste de las respectivas esferas de competencia de los
poderes civil y eclesiástico. Las vicisitudes de semejante reajuste constituyen
la historia del proceso de secularización.
BIBLIOGRAFÍA
ADAMSON. J. W.; Pioneers of Modern Education in the Seventeenth Century.
New York, Columbia University, reimpr. 1971.
GLOSARIO
La educación en el humanismo, realismo e ilustración
Concepto de educación, la educación se concibe como formación
en el sentido exacto del término. Educar es formar, moldear al hombre
de acuerdo con todas las perfecciones que hay implícitas en su naturale-
za. Proceso lento guiado por la razón que aparece en primer lugar como
un principio activo. La educación se concibe así como un proceso de asi-
milación de la cultura que incorpora al hombre a la humanidad —lo
humaniza.
Contenidos de la educación, se basan en las buenas letras, expre-
sión llena de significado que designa lo mejor de una tradición escrita,
que ha perdurado durante siglos, pese a la incuria de los tiempos. Es otra
forma de distanciarse de la Edad Media, sobre todo de un reciente pasa-
do educativo, cuyos libros de texto serán blanco de numerosas críticas y
burlas.
Humanismo histórico, es el movimiento cultural que marca la transi-
ción entre la Edad Media y la Edad Moderna, alcanza su plenitud en los
siglos XV y XVI y comienza a declinar en el siglo XVII. Como actitud intelec-
tual, esta corriente que nace con la modernidad, se manifiesta en un anhelo
de reforma y de renovación que tiene como modelo la síntesis de la sabiduría
cristiana y de la cultura grecolatina.
Plan de estudios humanístico, los planes de estudio del Humanismo
que, con cierta flexibilidad y a veces con variaciones sustanciales, mantienen
constante un orden en la enseñanza de las disciplinas. Se comienza por una
enseñanza elemental, en la que se aprenden los rudimentos de la lectura y la
escritura, junto con la doctrina cristiana. Posteriormente se estudian las
artes liberales, primero las artes instrumentales o Trivium y después las
artes o doctrinas del Quadrivium.
Renacimiento, es la vuelta a la Antigüedad desde el punto de vista
plástica, trajo consigo una renovación de la existencia humana, una nueva
concepción del mundo y de la vida. Es una vuelta a la idea romana de la
humanitas.
Erasmo de Rotterdam
A finales del siglo XV, el humanismo se había esparcido ya por todo el
occidente de Europa convirtiéndose en el estilo intelectual dominante. Sin
embargo, pese al entusiasmo con que lo adoptaron muchos europeos cultos,
el nuevo movimiento no había penetrado aún en las escuelas con suficiente
arraigo. Poco podía sospecharse entonces que, apenas comenzado el siglo
siguiente, la teoría y práctica educativas tomarían un impulso sin preceden-
tes merced a la acción de una de las más eminentes personalidades en la his-
toria de la civilización occidental Desiderio Erasmo. Hombre que contribuyó
de forma muy considerable a situar la educación, tanto a nivel ideológico
como práctico, en el primer plano de las preocupaciones de los gobernantes
y ciudadanos con influencia.
Desiderio Erasmo de Rotterdam, originalmente llamado Geert Geertsz,
fue un pensador holandes nacido en Gonda, cerca de Rotterdam, hacia 1467
y fallecido en Basilea en 1536.
Fue el mas grande humanista del Renacimiento y uno de los escritores
más agudos de su tiempo. Hombre esencialmente de letras, su doctrina dio
origen al movimiento erasmista. Abierta su mente a todas las cuestiones y
erudito ingenioso, Erasmo es un precursor del espíritu moderno. Su ideal
fue únicamente ético: reforma gradual y pacífica de la Iglesia y la sociedad
civil, hasta conseguir una sociedad humanizada, donde el hombre pudiera
desarrollarse al máximo. Amigo de Tomás Moro, le dedicó su Elogio de la
locura, que es una sátira a las costumbres retrógadas y un canto a al ingenio,
a la rebeldía, al atrevimiento, es decir, a la cultura.
Huérfano a los 14 años, ingresó sin vocación en el convento de los agus-
tinos de Steyn, cerca de Guda, siendo ordenado sacerdote el mismo año que
Colón llegaba a América. El Papa Julio II, le dispensaría de los votos poste-
riormente. Viajó en varias ocasiones a París y a Inglaterra, donde trabó
amistad con Juan Colet y el utópico Tomás Moro. En Italia se relacionó con
el humanista e impresor Aldo Manucio, dedicado entonces a divulgar
mediante la imprenta los clásicos griegos y latinos. Residió en Roma hacien-
do amistad con gran número de humanistas. Se doctoró en Teología por la
universidad de Turín y enseñó esta disciplina en la universidad de Cambrid-
ge (Inglaterra). Fue consejero de Carlos V. En 1521 se estableció en Basilea
donde imprimió una edición general de sus obras.
Gran conocedor del pensamiento de Lutero, mantuvo un debate sobre
sus ideas religiosas. Escribió contra él Sobre el libre albedrío, y el pensador
alemán le replicó en un tratado titulado Sobre el albedrío esclavo.
Aunque las obras de Erasmo no llegaron a figurar en los Índices inquisi-
toriales, la Iglesia católica mantuvo sus reservas ante sus escritos, sobre todo
Ideas educativas
Erasmo recoge con renovado vigor gran parte de los argumentos de la
pedagogía humanística italiana en favor de la educación literaria, que debe
empezar tempranamente, en formas sencillas y alegres. No se puede «conside-
rar hombre a quien carezca de letras», puesto que el hombre requiere de un
amplio coloquio humano para formar sus propios hábitos: «Un hombre no
instruido en la filosofía u otras disciplinas es un animal inferior incluso a los
brutos. Las bestias por lo menos siguen los instintos naturales, pero el hombre
si no está formado por la literatura y la filosofía es presa de pasiones inferiores
a las de las fieras. Ningún animal es más feroz y nocivo que el hombre devora-
do por la ambición, la codicia, la ira, la envidia, la obsesión del lujo, la lujuria».
Muchas páginas de suma eficacia dedica Erasmo a combatir los castigos
corporales, páginas que constituyen un pavoroso testimonio de los métodos
entonces en boga incluso en escuelas de orientación humanística: «Sea nues-
tro único azote la admonición liberal, en ocasiones incluso el reproche, pero
que sea dictado por la dulzura, no por la acrimonia». Sean estímulos positi-
vos «el sentimiento del honor y el elogio» (en lo que se ve una clara anticipa-
ción, y no la única, a Locke).
Erasmo insiste repetidamente en las materias susceptibles de ser ense-
ñadas en la primera infancia, sobre todo los idiomas, con métodos que hoy
llamaríamos «directos». Pero también insiste, con igual eficacia, en la nece-
sidad de estudiar oportunamente la índole del niño, y de tomar en considera-
ción desde un principio las diferencias individuales. Por eso cada maestro
debe cuidar sólo de un pequeño número de discípulos, y la didáctica debe
adaptarse y graduarse inteligentemente. No hay que preocuparse tanto de
los resultados inmediatos como de los obtenidos a plazo más largo, que son
los más valiosos.
Erasmo concedía poca importancia a la ciencia, que si la apreciaba era
sobre todo porque «es de gran ayuda a quienes emprenden la explicación de
los antiguos poetas y oradores». Pero, por otra parte, a fuer de príncipe de
los humanistas, se dio perfecta cuenta del riesgo de involución formalista
implícito en la cultura literaria.
El pasaje cita a continuación una lista de las obras que Erasmo reco-
mienda: los Evangelios, los Apothegmata y Moralia de Plutarco, la Política de
Aristóteles, De officiís (De los oficios o deberes) de Cicerón, Las Leyes y La
República de Platón. Los historiadores —Herodoto, Jenofonte, Salustio, Tito
Livio— son útiles, pero han de leerse con espíritu critico, lo mismo, por cier-
to, que buena parte del Antiguo Testamento. Todo ello con objeto de que
«cada vez que el príncipe tome un libro, lo haga no con la idea de derivar
placer de su lectura, sino de mejorarse con ella»
Al exponer este programa tocante a la educación del príncipe, Erasmo
suscitó gran interés. Como las demás obras suyas, también ésta tuvo amplia
difusión: sólo en el primer año se tiraron cuatro ediciones impresas, y luego
otras sucesivamente en 1518, 1519, 1523 y 15.25'. La última edición se publi-
có en 1641, pero las traducciones continuaron todavía por algún tiempo. A
pesar de la popularidad de la obra —leída por emperadores y príncipes en
toda Europa—, su contenido se funda en un idealismo político que contras-
taba marcadamente con el proceder diplomático de entonces y con el curso
mismo de los acontecimientos. En aquel preciso momento Europa se encon-
traba al borde de uno de sus más tremendos conflictos.
BALTASAR GRACIAN
Aspectos biográficos
Baltasar Gracián nació en Belmonte de Calatayud, hoy Belmonte de
Gracián, los primeros días del mes de enero de 1601 y murió el 6 de diciem-
bre de 1658 en Tarazona. Hijo del médico Francisco Gracián y de Ángela
Morales, llevó una infancia viajera estudiando primeras letras en la villa de
Ateca, donde su padre ejercía de médico; estudió humanidades en los jesui-
tas de Calatayud para pasar a estudiar Artes a Toledo. Él mismo reconoce,
en una de sus escasas referencias personales (Agudeza y arte de ingenio, Dis-
curso XXV), haberse criado en la ciudad del Tajo con su tío, el licenciado
don Antonio Gracián, beneficiado de San Pedro de los Reyes.
El 30 de mayo de 1619 entró en el noviciado tarraconense de la Compa-
ñía de Jesús; en 1621 regresa a Calatayud, donde cursará dos años de Filoso-
fía (1621-1623); su formación teológica la realizó en Zaragoza donde cursó
cuatro cursos de Teología. Entre la primavera y el verano de 1627 fue ordenó
sacerdote, comenzando una labor docente amplia y dilatada. Enseñó Huma-
nidades en el Colegio de Calatayud (1627-1630); en Lérida (1631-1633), ense-
ñó Teología moral; y en Gandía (1633-1636), Filosofía.
Obra literaria
La obra de Gracián suele dividirse en cuatro partes: en primer lugar,
los tratados que podríamos denominar de comportamiento, o morales: El
héroe (1637), El político (1640) El discreto (1646) y Oráculo manual (1647).
En segundo lugar cabe señalar una obra que amplió y modificó en sucesi-
vas ocasiones, constituyendo un apartado con entidad propia por si
mismo por su impronta psicológica, intelectual y moral: Arte de ingenio,
Tratado de la Agudeza (1642). En tercer lugar viene su obra maestra, la
novela alegórica-filosófica El criticón, cuyas tres partes aparecieron, res-
pectivamente en 1651, con el subtítulo: En la primavera de la niñez y en el
estío de la juventud, la obra apareció bajo el seudónimo de García de Mar-
lones, anagrama imperfecto de sus dos apellidos, Gracián Morales. En
1653 aparece en Huesca la segunda parte de El Criticón (En el otoño de la
varonil edad), dedicado a don Juan de Austria. En 1657 aparece de la ter-
cera parte de El Criticón (En el invierno de la vejez), a nombre, una vez
más, de Lorenzo Gracián, lo que determinó su caída en desgracia y su
recriminación pública al no contar con el permiso de sus superiores. El
cuarto bloque literario viene representado por El comulgatorio (1655)
obra de devoción religiosa y a todas luces menor, pero que tiene el honor
de ser la primera que Gracián publicó con su nombre real y la única some-
tida a la censura de la Compañía. Veamos a continuación las característi-
cas de estas obras.
El criticón (I, Zaragoza, 1651; II, Huesca, 1653; III, Madrid, 1657)
La obra máxima de Gracián se abre con «el gran teatro del mundo»,
conjunción genial del «Principio y Fundamento» de los Ejercicios Espiritua-
les de San Ignacio y de su «contemplación para alcanzar Amor». «El criticón
es una obra de trascendencia sólo comparable en España al Quijote, pero sin
la fácil apariencia externa de la trama cervantina.» Cervantes escribió para
2ª Parte:
Es opinión generalizada que los comentarios de texto no se sujetan a
una única metodología o forma de análisis, podría decirse que la diversi-
dad es la nota dominante. Aun así, dentro de la diversidad, el comenta-
rio de textos encierra una serie de operaciones insoslayables que pueden
realizarse con más o menos éxito. Esas operaciones se pueden sintetizar
en seis aspectos:
a) la identificación del autor y del documento al que pertenece el
texto;
b) la contextualización, es decir, la ubicación del texto dentro del con-
texto cronológico, geográfico, sociológico y cultural, al que perte-
nece;
c) el análisis lingüístico formal;
d) la descripción, explicación e interpretación del contenido temático,
identificando la idea o tema principal y las ideas secundarias;
e) la relación del texto con otras obras del autor y con obras de autores
anteriores, contemporáneos y posteriores;
f) finalmente, la valoración personal objetiva del propio comentarista.
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