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Universidad Autónoma de Campeche

Facultad de humanidades
Licenciatura en psicología

Asignatura: Filosofía de la ciencia

Docente: Marcos Rodriguez

Alumna: Issis de los Ángeles González Felix

Trabajo: Reporte de lectura #12

Fecha de entrega: 23 de septiembre de 2022

Primer parcial 
Reporte de lectura #12
El realismo

El realismo tiene el inconveniente de darnos de él sólo una idea estrecha, pues


solamente la determina en relación con el idealismo, mientras que es una teoría del
conocimiento compleja.
Este se opone al escepticismo, porque sostiene que podemos alcanzar la verdad.
considera la duda universal como la muerte de la inteligencia. No niega la
posibilidad del error, ni la frecuencia de los errores, pero considera el error como un
accidente o una anomalía. Por otra parte, el realismo se opone al empirismo y al
racionalismo simultáneamente. Se llega a conocer al realismo por la experiencia y la
razón conjuntamente.
Para expresar esta idea se dice a veces que el realismo sintetiza el empirismo y el
racionalismo, lo cual es erróneo, primero, porque, históricamente, en la filosofía
moderna, las dos doctrinas son productos de la descomposición del realismo que es
anterior a ellas. Después y sobre todo, porque, lógicamente, cada una de estas dos
doctrinas es exclusiva de la otra, de modo que es imposible una síntesis. Por último,
en cuanto al valor del conocimiento, el realismo se opone al idealismo. Sostiene que
el espíritu humano puede conocer al ser «en sí», y que la verdad consiste
precisamente en la conformidad del juicio con la realidad.
Para el realismo es fácil comprenderse en el plano del sentido común, pues todo
hombre que no está sofisticado por una reflexión filosófica mal llevada, se cree
espontáneamente capaz de la verdad, se fía instintivamente de sus sentidos y de su
inteligencia para conocer la realidad. Por el contrario, el realismo es difícil en el
plano filosófico porque es complejo, matizado, y por ello mismo siempre está en
peligro de caer por un lado o por otro en el error.

En el realismo podemos decir que hay en él dos tendencias principales. Una, salida
de Platón, jalonada por san Agustín y san Buenaventura, y va a parar a Descartes, a
Malebranche, y los ontologistas del siglo XIX. La otra, salida de Aristóteles, culmina
en santo Tomás y se ha mantenido viva en el transcurso de los siglos por la escuela
tomista.
En Platón, el mundo sensible tiene tan poca consistencia que no puede dársele el
nombre de ser. Es mutable, en efecto, mientras que el ser es inmutable. No le
estaría mal el nombre de un no-ser existente. Pero como la ciencia versa sobre el
ser, lo sensible no puede ser conocido científicamente; es sólo objeto de opinión.
Platón dobla el mundo sensible con un mundo inteligible. Las ideas, que existen en
sí, son las esencias inmutables que requiere el conocimiento científico.
En Aristoteles, el fundamento de su epistemología es la tesis metafísica,
demostrada con gran lujo de argumentos, de que las ideas no existen separadas.
Son, pues, inmanentes en lo sensible, constituyen la esencia de cada cosa y no
existen más que individualizadas. De ahí se sigue que el conocimiento humano
parte necesariamente de la sensación, que tiene el privilegio de ponernos en
relación con lo real. Pero lo sensible, como tal, no es inteligible porque la esencia en
él está materializada e individualizada. La ciencia versa sobre las esencias puras y
universales que la inteligencia abstrae de lo sensible.
Al pasar al pensamiento cristiano, el realismo griego sufre una profunda
modificación. Como que el mundo ha sido creado por Dios a su imagen, el objeto y
el sujeto están como suspendidos de Dios, de quien
obtienen su existencia y su naturaleza. La inteligibilidad del objeto, la inteligencia del
sujeto, la verdad en el uno y en el otro, son una participación deficiente y
diversificada de la primera Verdad. Pero, por nueva que sea la perspectiva abierta
por el dogma de la creación, los rasgos esenciales del platonismo se hallan en San
Agustín y los del aristotelismo en Santo Tomás.
La epistemología de San Agustín está centrada en el problema de la verdad, y
regida enteramente por el principio de que la verdad es necesaria, inmutable y
eterna. Su punto de partida es la tesis platónica de que el mundo sensible es
demasiado inestable para poder ser objeto de conocimiento verdadero. Sin duda, la
sensación es ya un acto de pensamiento. El espíritu trasciende al cuerpo y no
puede recibir nada de él. Es pues el espíritu el que se hace atento a las pasiones
que el cuerpo sufre de parte de las cosas materiales, y que produce en sí mismo un
verbo para representarlas.

No obstante, el hombre hace juicios verdaderos, incluso sobre las cosas


contingentes. Hay que buscar la solución evidentemente del lado de la inteligencia,
no del lado de los sentidos. El único fundamento posible de la verdad es la Verdad
trascendente, es decir, Dios mismo. Cuando el espíritu humano conoce la verdad,
en el dominio que sea, se regula según las razones eternas, está en comunicación
con las ideas divinas, está internamente iluminado por el Verbo, luz espiritual,
maestro interior de todo hombre. Puede decirse que vemos en Dios la verdad, pero
ello no significa que veamos a Dios, ni sus ideas, ni su luz; ello significa que
nosotros vemos la verdad gracias a él, por él, en la luz que nos comunica.

Santo Tomás ha comprendido y resumido perfectamente la teoría agustiniana de la


iluminación. «San Agustín, que ha seguido a Platón tanto como le ha permitido la fe
católica, no ha admitido que las esencias de las cosas subsistan por sí mismas. En
lugar de esto, ha situado las razones de las cosas en la inteligencia divina, y ha
admitido que por medio de ellas juzgamos todas las cosas, en tanto que nuestra
inteligencia está iluminada por la luz divina. No es que veamos estas razones en sí
mismas: eso sería imposible sin ver la esencia divina. Pero estas razones supremas
imprimen (su huella) en nuestros espíritus»
El término de iluminación, de cualquier modo, que se entienda, sólo significa una
participación de la inteligencia humana en la inteligencia divina, y en el fondo no
hace más que traducir la idea de creación. Por ello santo Tomás, después de haber
resumido como hemos visto la teoría de san Agustín, concluye así: «Importa muy
poco decir que los inteligibles participan de Dios, o decir que la luz que hace los
inteligibles participa de él.»

Para santo Tomás, la abstracción es un hecho, y este hecho sirve en cierto modo de
eje a su epistemología. La experiencia sensible se encuentra rehabilitada: es la
base del conocimiento humano, puesto que todas nuestras ideas se obtienen de
ella. No es una ciencia, en el sentido propio de la palabra, pero es un conocimiento,
e incluso un conocimiento infalible, una intuición de las cosas existentes.
Para pasar de lo sensible a lo inteligible, se necesita una iluminación humana, la
que el intelecto agente proyecta sobre el fantasma; su papel consiste en actualizar
la esencia que encierra éste. Solamente al llegar al término de su análisis se
encuentra a Santo Tomás con San Agustín.

idealismo. Es preciso, pues, ante todo, definir el realismo por oposición al idealismo,
y luego buscar si es posible superar la oposición. Ya Berkeley tenía cuidado en
subrayar que al transformar las cosas en ideas, por este mismo hecho había
transformado las ideas en cosas, y que en total nada había cambiado en la
apariencia del mundo sensible. Paralelamente, el idealismo trascendental implica un
realismo empírico. Después de haber limitado el conocimiento a los fenómenos,
conforme a las exigencias del idealismo trascendental, Kant procedía a una
«refutación del idealismo», que tenía por objeto esta vez el idealismo problemático
de Descartes y el idealismo dogmático de Berkeley. No le costaba trabajo demostrar
que, según sus principios, la conciencia inmediata de los cuerpos, como fenómenos
en el espacio, es una condición de la conciencia que tenemos de nuestros estados
interiores en el tiempo.

¿Cómo caracterizar el realismo realista? Éste admite que buen número de objetos
no existen más que en el pensamiento porque el espíritu los ha construido o
abstraído. Las únicas tesis que sostiene contra el idealismo y que bastan para
caracterizarlo son las siguientes:
1° De un modo general, el conocimiento se regula por el ser que a todas luces le es
anterior. Si se considera el sujeto, éste debe ser para poder conocer y su modo de
conocimiento depende de su tipo de ser. Si se considera el objeto, también él debe
ser para poder ser conocido, y su manera de aparecer depende de su tipo de ser. Si
no se conoce nada, no se conoce, no hay más que ignorancia, ausencia pura y
simple de conocimiento. Si se conoce, se conoce algo, dicho de otro modo, se
revela un ser.
2.° En algunos casos, lo que conocemos existe en sí, independientemente de
nuestro conocimiento, de nuestro pensamiento, de toda actividad de nuestro
espíritu. La existencia puede ser concluida (como consecuencia de un
razonamiento), puede ser concebida (por un concepto abstracto), y puede ser
percibida (por conciencia o sensación). Pero solamente nos interesa el último caso,
pues sólo se puede concluir o concebir una existencia si se parte de una experiencia
en la que nos es dada. dada. La tesis característica del realismo es, pues, que las
cosas, o el mundo, y el yo que percibimos existen en el sentido metafísico de la
palabra.

Hay pues entre el realismo y el idealismo una verdadera contradicción, y es preciso


elegir uno de los dos términos con exclusión del otro. El dilema no es el que gustaba
a Brunschvicg: la oposición del ser en sí y del ser para nosotros, pues el ser en sí,
en tanto que opuesto al ser para nosotros, es estrictamente incognoscible, y el ser
para nosotros, en cuanto es opuesto al ser en sí, es puramente fenoménico. El más
bien relata lo siguiente: todo ser está puesto por el espíritu humano (idealismo),
algún ser no está puesto por el espíritu humano (realismo); o bien: todo ser se
reduce al conocimiento que podemos tener de él, algún ser no se reduce al
conocimiento que tenemos de él. Esto es lo que en lógica se llama una oposición
por contradicción. No obstante, en la filosofía francesa se han hecho dos tentativas
notables para superarla, una por parte de Bergson, la otra por parte de Sartre. El
primero pretende rechazar a la vez los dos términos, el segundo pretende admitirlos
a la vez. La intención declarada de Bergson , es no dar la razón ni al realismo ni al
idealismo. El realismo, dice, es incapaz de explicar cómo la materia que es pura
exterioridad en el espacio, puede engendrar la conciencia que es pura interioridad
fuera del espacio. El idealismo es incapaz de explicar cómo unos estados subjetivos
pueden engendrar la apariencia de objetos materiales. Para él, la realidad existe
independientemente de nuestra conciencia (como movimiento) y podemos
conocerla tal como es (por intuición). Bergson ha terminado por reconocerlo.
Escribía en una carta, en 1935: «Es al realismo y al realismo más radical al que
refiero el conjunto de mis puntos de vista.» La cuestión queda, pues, decidida.
Es también intención declarada de Sartre hallar una posición que esté por encima
del realismo y del idealismo, él tiende a una síntesis de los dos términos. Nada de
realismo: el ser no puede actuar sobre la conciencia. Nada de idealismo: la
conciencia no puede construir un ser trascendente con estados subjetivos.
Idealismo: Sólo por y para la conciencia existe el ser. Realismo: El ser mismo está
presente en la conciencia, la conciencia nada le añade.

Aparecen con bastante claridad dos puntos:

1.° El existente se reduce a la serie de sus apariciones: el ser no es pues otra cosa
que el fenómeno.
2.° No obstante el ser del existente es transfenomenal, no aparece él mismo, sino
solamente por diversos aspectos.
Puede decirse que hay yuxtaposición del idealismo y del realismo, de tal modo que
la fenomenología de Sartre oscila constantemente entre estos dos polos de
atracción. Pero pueden también reducirse las dos tesis a la unidad, pero entonces la
primera absorbe a la segunda, y en definitiva gana el idealismo. el ser es la totalidad
de las apariciones posibles, pero nunca aparece la totalidad misma. Así el fenómeno
presenta solamente un aspecto del ser, y no el ser, pero no tiene sentido más que
en relación con el ser. La fenomenología de Sartre está pues fundada sobre el
fenomenismo.

¿No podríamos llegar al realismo partiendo del idealismo? La cuestión consiste en


saber si podemos encontrar el ser partiendo del pensamiento. No hay duda de que
es posible, responderemos, pero hallaremos el ser ideal del idealismo, no el ser real
del realismo. El realismo no se demuestra. No puede ser demostrado, y no necesita
serlo, pues reposa sobre una evidencia. Así el realismo o es inmediato o no es
realismo.
La tesis del padre Picard, seguido por el padre Descoqs, plantea: ¿Puede pasarse
del pensamiento a la existencia del sujeto pensante, según el camino del cogito
cartesiano? El espíritu se captaría a sí mismo como ser por una
intuición que sería una verdadera experiencia metafísica; y en el ser así dado
percibiría la verdad de los primeros principios. Sería al menos un primer paso fuera
del idealismo. Kant ha mostrado que, en virtud del principio de inmanencia, no
tenemos derecho a pasar del fenómeno de pensamiento a la existencia en sí del
sujeto pensante. Y todos los discípulos de Kant han proclamado a porfía que el
cogito era un salto mortal, digamos un paralogismo, y que Descartes al realizarlo era
esclavo de los prejuicios escolásticos que había adquirido en el transcurso de sus
estudios.

El padre Roland-Gosselin Reflexionando sobre el juicio, demuestra que se refiere al


ser, que el ser tiene sentidos múltiples pero todos relativos a la existencia, que los
principios primeros son evidentes como leyes del ser, que el yo que juzga debe ser
pensado como ser substancia, que la inteligibilidad del ser no se comprende más
que por la coincidencia del pensamiento y del ser en lo Absoluto.

El camino de Kant lo ha examinado el padre Maréchal. Para él el problema consiste


en pasar del objeto fenoménico o inmanente, al objeto en sí o trascendente. Puesto
que es en el juicio donde el espíritu se opone a un objeto, el problema se reduce a
justificar el valor ontológico de la afirmación. La solución del padre Maréchal
consiste en trasponer a la inteligencia el realismo del apetito, realismo que se
expresa por el principio: un deseo natural no puede ser vano. He aquí el esquema
de su deducción.
La representación inmanente a nuestro pensamiento sólo tiene el valor de objeto en
virtud de una afirmación metafísica implícita, es decir, en virtud de una afirmación
que refiere el objeto a lo Absoluto del ser. La afirmación metafísica es la condición
de posibilidad del objeto fenoménico.

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