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Beverly Barton

VUELTA ATRÁS
The Mother of My Child
Pattie Cornell y Spencer Rand habían sido novios en el pasado y
cuando se separaron, él ignoraba que Pattie estaba embarazada y
que posteriormente dio a luz una niña, que según los médicos,
murió al nacer.

Pasados catorce años, la hermana de Spencer y su marido, le


dejaron una carta a Spencer en la que descubrieron una terrible
verdad: Allison no era su sobrina, sino hija suya y de Pattie.

Todo había sido un engaño urdido por el padre de ambos. Pattie y


Spencer tendrían que enfrentarse de nuevo, y esta vez tenían algo
muy importante en común...

1. Prólogo

—¡Allison es mi hija!

Spencer Rand no pudo seguir sosteniendo la carta de su


hermana, que cayó a sus pies sobre la alfombra oriental.

Miró a través del cristal a la joven sentada en el patio y con


absoluta fascinación contempló a la niña que había creído hija de su
hermana. Allison estaba sentada en una gran tumbona de caoba
que empequeñecía su cuerpo ya menudo. Las gafas de montura
metálica le descansaban casi en la punta de su naricilla mientras
leía.

—Tuya... y de Pattie Gornell. Peyton Rand estaba al otro lado del


gabinete, estudiando con mirada penetrante el rostro de su
hermano. Spence no le había prestado demasiada atención a su
sobrina en las pocas ocasiones en que la había visto durante los
últimos trece años. Si hubiera sido de otra forma, ¿habría visto tan
claramente lo que veía ahora? El cuerpo pequeño y compacto de
Allison contenía la promesa de su feminidad escondida tras aquel
vestido amplio, pero el rostro era el suyo. Desde los ojos verde
azulado, pasando por su mismo cabello castaño que a ella le
llegaba a la cintura, hasta la boca de labios sensuales.

—¿Cuánto tiempo hace que lo sabes? —preguntó Spence—. ¿Es


que toda esta maldita familia lo sabía menos yo?

¿Cómo podía haber estado tan ciego? ¿Cómo había podido mirar
a Allison y no darse cuenta de que era su vivo retrato?

—Te juro que yo no lo sabía —contestó Peyton—. No hasta que


Valerie y Edward me pidieron que redactase su nuevo testamento.
Me sorprendió que te nombraran a ti tutor de Allison. Demonios, me
quedé más que sorprendido.

—¿Cuándo fue eso? ¿Cuánto tiempo hace que lo sabes?

—Tres años.

Una riada de emociones sepultó a Spence: ira, dolor, temor y


aturdimiento, combinado con los recuerdos casi olvidados de su
primer amor.

Spence se volvió hacia su hermano. Quería respuestas a las


preguntas que se estaban formulando en su cabeza. Quería que
Peyton negase la veracidad de las palabras de Valerie. No quería
ser padre. No podía enfrentarse a las responsabilidades de la
paternidad. En el estilo de vida que había elegido no había sitio para
una niña. Él era un solitario, un vagabundo, un hombre al que le
gustaba vivir siempre al borde del precipicio, siempre en busca de
excitación y aventuras.

—¿Y qué se supone que voy a hacer con ella, Peyt? Soy el último
hombre sobre la tierra que alguien, y especialmente una niña tan
delicada como Allison, querría como padre.

—¿Estás diciendo que no la quieres?

La culpabilidad se le hizo un nudo en su interior. Si no quería a su


propia hija, ¿qué clase de hombre era? Pues un hombre que sabía
que su hija estaría mejor sin él. Nunca había sabido mantener una
relación. Siempre terminaba por estropearlas, y todas las personas
que se habían preocupado por él habían sufrido innecesariamente.
Si hasta su propia madre había muerto mientras le daba vida a él...
ya a partir de ese momento, se había convertido en el inadaptado, la
oveja negra de la familia.

—¿Y qué sé yo de educar a una niña de trece años? Allison


cumplirá catorce dentro de unos meses, y una niña de esa edad
necesita tener a una mujer en su vida. ¡Una madre!

—Estoy de acuerdo —contestó Peyton—. Pero la madre natural


de Allison cree que su hija murió hace trece años. Pattie Cornell no
tiene ni idea de que tiene una hija.

—Sí, y todo gracias al viejo. Todo un carácter ¿eh? Aunque a mí


me odiase por haberle desilusionado tantas veces, ¿cómo pudo
hacerle una cosa así a Pattie? Esa chica jamás le había hecho daño
a nadie.

—El senador siempre creía saber qué era lo mejor para todo el
mundo, especialmente para los miembros de su familia. Su
preocupación no era por Pattie Cornell, sino por su nieta.

—Sí, comprendo perfectamente su razonamiento... su malsana y


retorcida forma de pensar. Tenía una hija que acababa de dar a luz
a un niño muerto y su hijo rebelde se había largado de la ciudad,
dejando preñada a la hija del ama de llaves. Solución perfecta:
sobornar o coaccionar al personal del hospital para cambiar a los
bebés, decirle a Pattie que su hija había muerto y entregarle su
bebé a Valerie.
Una ira ciega se arremolinó dentro de él. Nunca se había llevado
bien con un padre tan dominante, pero ahora le odiaba. Necesitaba
arremeter contra alguien, y apretando los puños avanzó hacia su
hermano. Peyton no se movió. Spence necesitaba darle un
puñetazo a alguien, a su padre, pero Marshall Rand había muerto
ocho años atrás. Sólo quedaba Peyton.

—Si eso va a hacer que te sientas mejor, adelante, pégame —dijo


Peyton—. Pero sabes que te lo voy a devolver.

Spence se cubrió el rostro con las manos. ¿Cómo demonios había


ocurrido todo aquello?

—¿Cuándo has pensado decírselo a Pattie? —le preguntó a


Peyton.

—No pienso hacerlo —Peyton se acercó al bar de su difunto


cuñado y abrió una botella de whisky —¿Quieres una copa?

Spence negó con la cabeza.

—¿Qué quieres decir con que no piensas hacerlo?

—Quiero decir que no me corresponde a mí decirle a Pattie


Cornell que la niña que había creído muerta hace trece años está
vivita y coleando.

—Pues hay que decírselo, Peyt. Hay que hacerlo.

—Pues díselo tú.

—¿Yo?

—Sí, tú. Al fin y al cabo, tú eres quien la dejó embarazada.

Peyton se sirvió una buena cantidad de licor en el vaso.


—Yo no sabía que estaba embarazada —Spence se pasó la
mano por el pelo—. Además, le pedí que se viniera conmigo, pero
ella no quería dejar a su familia. Yo estaba tan enfadado porque
hubiese elegido a su madre y su hermana en lugar de a mí que
tardé años en comprender por qué lo había hecho.

—Pattie sigue viviendo en Marshallton. Podrías volver allí, abrir la


casa vieja y llevarte a Allison contigo.

—Si Pattie sigue siendo como yo la recuerdo, querrá a Allison.

Los engranajes de la mente de Spence giraban a toda velocidad.


No estaba preparado para educar a una adolescente, y sobre todo a
una intelectual tímida y de buenas maneras como Allison Wilson.
¡Demonios! ¿Cómo podía ser una niña tan tranquila, tan sensible,
tan sumisa ser hija suya y de Pattie? Los dos habían sido unos
rebeldes en su juventud. Por supuesto, la influencia de Valerie podía
ser la respuesta. La hermana de Spence, la mayor de los tres
hermanos, había sido una esnob y una remilgada.

—Allison ha pasado mucho estos últimos días desde que Valerie y


Edward murieron —dijo Peyton—. Un día tenía unos padres y a la
mañana siguiente, los había perdido a los dos.

—Arreglar este lío no va a ser tarea fácil, ¿verdad Peyt? —


Spence volvió para mirar a través de la ventana a su sobrina... a su
hija. Qué tímida y qué tranquila era. Quizás nunca la hubieran
dejado divertirse, divertirse de verdad—. Nunca he visto otra niña
tan tímida. ¿Qué ha hecho Valerie con ella? Yo no tengo ni un ápice
de timidez, y Pattie tampoco.

—Valerie educó a Allison como la abuela la educó a ella. Para ser


una dama.

—¡Dios mío! Pobrecilla.


Spence sintió una inmediata simpatía por Allison. Él jamás habría
permitido que una hija suya hubiese sido sometida a la educación
fría y crítica que él, Valerie y Peyton habían tenido que soportar.
Entre su abuela, Caldonia Marshall Rand, y su padre, los tres niños
habían sido educados para desempeñar el papel que les
correspondía en la sociedad y aceptar las responsabilidades de ser
los últimos de la ilustre familia Rand. Pero Spence se había
revelado, lo que le había partido el corazón a su abuela y
despertado la ira de su poderoso padre.

—No te envidio, hermanito —comentó Peyton, y tomó un sorbo de


aquel whisky añejo—. Para ser un hombre que ha huido de las
responsabilidades durante toda su vida, de pronto te encuentras de
ellas hasta el cuello.

—Allison debe estar con Pattie, no conmigo.

De alguna manera tenía que encontrar una forma de reparar lo


que su padre les había hecho a Allison y a Pattie. No quería ver
destrozada la vida de su hija, y eso sería exactamente lo que
ocurriría si intentaba ser su padre. Allison no necesitaba a un tipo
como él, sino una bocanada de aire fresco, un rayo de sol.
Necesitaba a Pattie Gornell.

—Así que crees que necesita a Pattie, ¿eh?

—Tengo que arreglar esto. Allison y Pattie tienen que conocerse


antes de que les diga la verdad.

—Buena idea.

—Sí. Al fin y al cabo, esto podría funcionar. Pattie se ocuparía de


Allison. Sería una madre fantástica. ¿Qué niño podría resistirse a
una bola de fuego como Pattie? Hasta podría ir a visitarlas de vez
en cuando, mandar regalos y cosas de esas. Y cuando sea mayor,
puede venir ella a visitarme a mí. Puedo enseñarle cómo es el
mundo... cuando tenga unos veinte años.
—Parece que lo has arreglado todo, hermanito.

—No, pero estoy en ello.

Spence se sentía aliviado y sonrió. Quizás eso de ser padre no


fuese tan complicado, siempre que pudiera ser un padre a distancia.
¿Qué daño podría causarle a su hija estando a cientos de kilómetros
de ella?

La solución a su problema era Pattie Gornell.

1. Capítulo Uno

—¿Sabías que Spencer Rand ha vuelto a la ciudad? —preguntó


Sherryl Dailey.

Durante unas décimas de segundo, el corazón de Pattie Gornell


dejó de latir, y cuando volvió a funcionar lo hizo a una velocidad
vertiginosa. Hubiera deseado que la simple mención del nombre de
Spence no tuviera ya efecto sobre ella, pero no era así, y
seguramente siempre seguiría afectándole. Él había sido su primer
amor... y más, mucho más.

—¡Eh! ¿Estás soñando despierta? —Sherry agitó una mano frente


a la cara de su jefa—. ¿Has oído lo que te he dicho? Spencer Rand
ha abierto la casa de Clairmont, y él y su sobrina van a volver a vivir
aquí.

—¿Su sobrina?

La voz le temblaba, e intentó esconder su reacción colocando los


expedientes que tenía sobre la mesa.

—¿Te acuerdas de Valerie Rand, la hermana mayor de Peyton y


Spencer? Se casó con un médico y se fueron a vivir a Corinth. Hace
un mes más o menos que murieron los dos en un accidente de
avión.

—¿Quién... quién te ha dicho que Spencer Rand volvía a


Marshallton?

Spence se había marchado hacía ya catorce años y nunca había


vuelto la vista atrás. Jamás le había escrito o llamado por teléfono.
Había tardado bastante tiempo en admitir que no iba a volver a
buscarla, y que evidentemente no sentía remordimiento alguno por
haberla dejado atrás. Incluso ahora, saber lo poco que le importaba
seguía doliéndole.

—Me lo ha dicho Myrtle Mae, pero todo el pueblo habla de ello. La


casa de Clairmont ha estado cerrada desde que el senador Rand
murió, así que el que vaya a abrirse de nuevo es una noticia
importante —Sherry cogió una taza que había sobre una mesita
situada en el rincón—. ¿Te importa si me tomo ahora el descanso de
la comida? No hay nada que hacer en la tienda. No hemos vendido
absolutamente nada en todo el día.

Sherryl se llenó la taza de café.

—¿Estás segura de que Myrt te ha dicho Spencer Rand?

—¡Claro que estoy segura! —Sherry tomó un sorbo de su café.—


Myrtle Mae dice que la niña va a empezar en el colegio el mes que
viene y que su tío se va a quedar también, porque es su tutor.

—Entonces estoy segura de que es Peyton Rand. Ningún tribunal


en su sano juicio le otorgaría la tutoría a un hombre como Spencer
Rand.

Aunque Pattie no le había visto desde hacía catorce años, sabía


más de él de lo que hubiera querido saber. El rebelde de la casa de
los Rand había adquirido cierto renombre durante los últimos años,
desde que sus libros de acción y aventuras habían llegado a ser
número uno en ventas del país.

—No es Peyton —insistió Sherry—. Myrtle dijo Spencer, y ella


debe saberlo bien, porque creo que son familia, ¿no?

—La hermana de Myrt se casó con un Marshall, y los Rand y los


Marshall son primos lejanos.

Catorce años atrás, Leah Marshall, prima cuarta de Spencer y


Peyton Rand, había sido la única persona de la ciudad que le había
ofrecido un trabajo a una adolescente sin estudios superiores y
embarazada sin estar casada.

—La gente sabe que Peyton Rand no abandonaría Jackson.


Tiene un bufete muy importante allí, y se dice que está a punto de
casarse.

El sonido de unos pies que corrían alertó a Pattie y Sherry, que se


volvieron para mirar hacia la puerta principal de Furniture Mart y
vieron a J.J. Cárter correr entre sofás y chaises longues y saltar por
encima de las mesas sin esfuerzo, con un balón de rugby bajo el
brazo.

—Ese condenado chico tiene la energía de media docena de


adolescentes juntos —Sherry dejó su taza sobre la mesa de Pattie
—. Debe comer como todo un regimiento. Cada día que pasa está
más grande.

Pattie sonrió al ver a su hijastro correr hacia la oficina. Sherry


tenía razón. Con sólo dieciséis años, J.J. era un jugador de rugby de
un metro ochenta y cinco de estatura, capaz de dirigir a los
Marshallton High's Raiders en el campeonato del estado.

—¿Dónde está nuestra comida? —preguntó Pattie—. Son más de


las dos y me muero de hambre.
J.J. dejó una bolsa de papel sobre su mesa, y el aroma a nuez y
salsa especiada inundó el aire.

—Siento haber tardado tanto, pero Leigh estaba trabajando hoy y


me he quedado hablando un poco con ella.

—Flirteando sería la palabra más adecuada —Sherry abrió la


bolsa, sacó dos grandes sandwiches y le dio uno a Pattie—. Eres un
peligro para la especie femenina, especialmente para sus miembros
de menos de veinte años.

—¿Y qué voy a hacer si soy irresistible? —replicó J.J. con aquella
sonrisa burlona que a Pattie tanto le recordaba a Fred.

—No puede evitar ser encantador —dijo Pattie, sonriendo al mirar


a J.J.

El chico era alto y delgado. Se parecía mucho a su padre, el


hombre al que había querido tanto y que había perdido tan de
repente hacía algo más de un año.

J.J. se dejó caer en la silla de cuero de Pattie y apoyó sus


enormes pies en el último cajón que estaba abierto.

—Había un tío en el Barbecued Pig que preguntaba por ti—dijo,


mirando a Pattie con las cejas arqueadas.

Pattie sintió que las mejillas se le teñían de rojo.

—¿Quién... quién estaba preguntando por mí?

—Se llama Spencer Rand —J.J. abrió una bolsa de patatas fritas
—. Estaba preguntándole a Leigh qué horario tenías en la tienda y
que cuánto tiempo hacía que eras propietaria de Furniture Mart.
Cosas así.

—¿Has hablado tú con él?


—Sí. Le he dicho que era tu hijo. Bueno... algo así. Y él me ha
dicho que erais viejos amigos y que le encantaría volver a verte.

—¿Ah, sí? —intervino Sherry.

—¿Y tú qué le dijiste?

—Le dije que viniera a la tienda, que los sábados abrimos hasta
las seis.

J.J. se llevó un puñado de patatas a la boca.

—¿Y él... te dijo que iba a venir?

Pattie le quitó el envoltorio a su sandwich, pero de pronto se le


había quitado el hambre.

—Sí. Dijo que se pasaría por aquí dentro de un rato, cuando su


sobrina hubiese terminado de comer —J.J. abrió la nevera que
había detrás de la silla y sacó una coca cola que ofreció a Pattie, y
después otra para él—. Su sobrina es rarísima. No ha dicho ni una
palabra en todo el rato que su tío y yo hemos estado hablando. No
ha hecho más que mirarme a través de esas gafitas en miniatura
que lleva.

—¿Cuántos años tiene su sobrina? —preguntó Sherry—. Si no


recuerdo mal, nació casi al mismo tiempo que...

Sherry miró a Pattie, cuya mirada dura le advirtió que no siguiera


hablando.

—Ni idea. Es difícil de decir. Debe andar por los doce, pero podría
ser mayor o menor —J.J. abrió la lata—. Iba vestida como si fuera a
la iglesia. ¿Te lo puedes creer? Un sábado por la tarde en agosto y
con vestido.
—Eso me suena a la abuela de los Rand —comentó Sherry—.
Esa sí que estaba obsesionada con lo de ser la «dama del señorío».
Y esa Valerie era igual. La más esnob de la ciudad; demasiado
buena para mezclarse con la plebe.

—Yo no los recuerdo —J.J. tomó un gran trago de su coca cola—.


He oído hablar del senador Rand, y todo el mundo conoce a Peyton
Rand. Papá siempre decía que a Peyt le gustaría ser gobernador de
Tennessee.

—Pattie y Spencer Rand fueron novios cuando eran pequeños —


Sherry se acabó el sandwich y tomó otro trago de café—. Mucha
gente pensaba que iban a casarse.

—¿De verdad? —preguntó J.J.—. ¿Y qué pasó?

—Nada. Que Spence un día se marchó de la ciudad.

No podía creérselo: Spence otra vez en su vida después de todos


aquellos años. ¿Por qué demonios habría vuelto a Marshallton?

—¿Estuviste a punto de casarte con él? —preguntó J.J. con la


inocencia de un niño que no tiene idea del dolor que está causando
su pregunta.

Inconscientemente Pattie se llevó la mano al pecho y cogió los


dos anillos que colgaban, escondidos entre sus pechos... el anillo de
compromiso que le había regalado Spence y el pequeño aro de oro
que su niña no llegó a llevar. No podía separar los dos anillos, igual
que no podía separar el recuerdo de su hija del de su padre. Nadie
más que Fred había visto aquellos anillos, y a él era a la única
persona que le había explicado el motivo de llevarlos colgando junto
a su corazón. Y Fred lo había comprendido. Dios, cómo le echaba
de menos. Si él estuviera allí, no tendría miedo de volver a ver a
Spence después de todos aquellos años. Pero le había perdido,
igual que había perdido a todos aquellos a quienes había amado.
Fred no podía protegerla ahora. Nadie podía protegerla de
Spencer Rand, salvo ella misma.

Spence estaba contemplando a Allison mientras se comía su


sandwich y las patatas fritas. Estaba sentada tiesa como un palo,
con la mano izquierda descansando en su regazo. Todos sus
movimientos eran lentos y controlados. Era como ver a su hermana
Valerie mientras intentaba ser la dama que su abuela había
esperado que fuese.

En la semana que había transcurrido desde que había sabido que


Allison era hija suya, Spence había hablado mucho consigo mismo.
¿Qué habría hecho catorce años atrás si hubiera sabido que Pattie
estaba embarazada? En aquel entonces, él había estado decidido a
marcharse de Marshallton y a alejarse del puño de hierro de su
padre. Odiaba que él tuviese toda su vida planeada de antemano.

Le había pedido a Pattie que se marchara con él y sabía que ella


hubiera querido hacerlo, pero las cosas no habían ocurrido en el
momento adecuado. Él no podía quedarse y Pattie no podía dejar a
su madre y a su hermana menor.

Se había preguntado si Pattie habría sabido lo de su embarazo


antes de que se marchara él, pero no podía imaginársela
guardándole un secreto como aquel. Dios, si lo hubiera sabido... De
alguna manera habría encontrado el valor suficiente para
enfrentarse a su padre y casarse con Pattie Cornell y darle su
nombre a su hija.

Su hija... Intentó dejar de mirar a Allison. Durante la última


semana no había hecho más que mirarla. Había algo fascinante en
saber que aquella niña dulce, pequeña y delicada era suya. Sangre
de su sangre y carne de su carne. Su hija.

Nunca había deseado tener hijos. Había pensado que su vida


estaba completa. Le gustaba vivir solo y buscar compañía
únicamente cuando la quería y siempre bajo sus condiciones. Tenía
suerte de poder contar con ganar unos ingresos decentes
escribiendo libros sobre los hombres que había conocido en sus
viajes.

Pero le gustase o no, tenía una hija, y le parecía imposible


quitarse de encima la idea de que ella le necesitaba.

—El sandwich barbacoa estaba muy bueno, tío Spencer —dijo


Allison, mirándole con unos ojos azul verdoso iguales a los suyos, e
inclinando ligeramente la cabeza, le sonrió.

El estómago se le encogió y la respiración se le hizo difícil.


Acababa de darse cuenta mirando a Allison que sus movimientos, la
forma en que inclinaba la cabeza hacia un lado, su forma de sonreír,
incluso el tono de su voz, le recordaban a Pattie. Habían pasado
catorce años, y no había olvidado ni su aspecto ni su forma de
moverse o de reírse. Y tampoco había olvidado cómo era tenerla
entre los brazos.

—Tío, ¿pasa algo?

—¿Eh? Ah, no, no. Sólo estaba pensando.

—¿En qué estabas pensando?

—En una chica que conocía aquí. Estoy seguro de que te caería
muy bien.

No sabía si estaba haciendo lo correcto yendo a ver a Pattie con


Allison, pero la paciencia no era una de sus virtudes y nunca había
podido encontrarle ventajas a esperar. Cuanto antes Pattie y Allison
se conocieran, antes podría decirle a Pattie la verdad. Una vez
supiera que su hija estaba viva, querría ser su madre.

—¿Vive aquí, en Marshallton?


—Sí; es la mujer sobre la que le preguntaba a la camarera y al
chico ese que ha dicho que era su hijastro.

—J.J. Cárter.

—Eso es —Spence sonrió. A Allison le había gustado J.J. Buen


síntoma. No cabía duda de que era una adolescente de trece años.
Lo único que necesitaba era una madre como Pattie que la
enseñara a ser una mujer—. Su madre es una vieja amiga mía.
Pattie Cornell. Podríamos pasarnos a verla.

—Ha dicho que tiene una tienda de muebles, ¿no? —Allison


parecía estar reflexionando sobre la información—. Supongo que es
alguien a quien merece la pena conocer. Es una mujer de negocios
y esas cosas. Si ella y tú sois amigos, estoy segura de que viene de
una buena familia. Mamá siempre tenía mucho cuidado con esas
cosas, ya sabes. Decía que no se podía ser amigo de cualquiera.

Spence gimió interiormente. La culpabilidad le roía por dentro


como si fuese un ácido. Odiaba a su hermana por intentar convertir
a Allison en una réplica de sí misma. Y se odiaba a sí mismo aún
más por haber creado una niña y no haber sabido nunca que existía.
Le debía mucho a su hija.

—Mira, cariño, tu ma... Valerie tenía unas ideas muy anticuadas....


ideas que, bueno, con las que yo no estoy de acuerdo —¿cómo
podía darle su opinión sobre las cosas sin hablar mal de Valerie?

—No creo que a la gente deba juzgársela por quiénes fueran sus
padres y sus abuelos, ni por las circunstancias de su nacimiento.

—¿De verdad?

Allison abrió los ojos de par en par.

—De verdad —Spence llamó a la camarera, una atractiva


jovencita a la que había oído llamar Leigh—. ¿Quieres algo de
postre? ¿Te apetece un pastel?

—No debería. Los dulces son para las ocasiones especiales, y no


deben tomarse regularmente.

Spence no pudo evitar que el gemido fuese audible aquella vez.


Demonios, iba a tener mucho que hacer para reformar a su hija.
Seguro que bajo aquella almidonada fachada, existía algo de su
naturaleza amante de la diversión, igual que la de Pattie.

—Bueno, esta es una ocasión especial. Tú y yo vamos a empezar


una nueva vida, así que creo que eso se merece un buen postre —
sonrió a la camarera, quien le devolvió la sonrisa—. Dos.

En cuanto se marchó, Allison se inclinó hacia Spence.

—Me gusta el chocolate, pero... bueno, como esto es una


celebración, ¿podría... podría tomarme un trozo de pastel de fresas?
Es mi favorito.

Unos recuerdos no deseados asaltaron a Spence, recuerdos de


una boca sensual mordiendo una fresa madura y roja. A Pattie le
encantaban las fresas. Recordaba una noche cálida de primavera
que habían ido a cenar junto al río y habían pasado horas haciendo
el amor a la luz de la luna. Él había ido dándole fresas a Pattie y ella
había convertido la cena en una experiencia sexual para los dos.

—¿Ocurre algo, tío? ¿Ha sido una grosería por mi parte pedirte
otra clase de postre? Si lo ha sido, lo lamento muchísimo. No
querría...

—Espera, Allison —Spence llamó a la camarera y cambió la


orden, y después cogió las manos de la niña—. No has hecho nada
malo, cariño. Soy tu tío Spence, no Edward o Valerie. No tienes que
tener siempre miedo de decir o hacer algo equivocado cuando estés
conmigo. Quiero que aprendas a ser tú misma. ¿Entiendes lo que
quiero decir?
Una expresión de sorpresa transformó los rasgos de la chiquilla,
llenándole los ojos de lágrimas.

—Eres tan distinto de mis padres... ¿Por qué crees que te


nombraron a ti mi tutor en lugar de al tío Peyton?

¿Que por qué? Un montón de gente debía estar haciéndose esa


misma pregunta. Si su hermana hubiera tenido la más mínima
lucidez tres años atrás, nunca hubiera cambiado su testamento, ni le
habría escrito a él aquella carta. Y él nunca hubiera sabido que tenía
una hija.

—¿Preferirías vivir con el tío Peyton en lugar de conmigo?

—No, la verdad es que no —Allison se secó una lágrima—. Lo


que pasa es que a él le conozco mejor que a ti. Me gustas, tío
Spence. Has sido muy bueno conmigo desde que viniste a
buscarme a Corinth la semana pasada. Y, bueno, es que han
cambiado muchas cosas en mi vida: perder a mis padres, tener que
dejar el colegio y a mis amigos, venir a vivir aquí contigo...

Spence apretó la mano de Allison entre las suyas, intentando


comunicarle su comprensión.

—Tardaremos algo de tiempo, cariño, pero vamos a construirte


una vida nueva. Te lo prometo. Yo me voy a ocupar de ti para que
nada vuelva a hacerte daño.

Aunque Allison hacía esfuerzos por dejar de llorar, las lágrimas


seguían cayendo.

—Eres un hombre bueno, tío Spencer.

Spencer sintió un enorme nudo en la garganta. Nadie le había


dicho que fuese bueno. A lo largo de los años, la gente había
utilizado un montón de adjetivos para referirse a él, y algunos no
muy agradables. Pero desde luego, bueno no había sido nunca uno
de ellos. Estaba en un lío, ¿cómo iba a poder evitar desilusionarla?

Cuando terminaron con los postres, Allison sonreía ya. Él había


estado contándole historias de su niñez, los pocos recuerdos felices
que pudo recopilar de aquella etapa desgraciada de su vida. Le
había contado lo de aquella vez que se había enfadado con Valerie
y se había colado en su cuarto para cortarles las mangas a todos los
vestidos de sus muñecas. Su abuela se había horrorizado, pero el
viejo lo había considerado una trastada de niños.

—¿Nos vamos? —preguntó Spence, poniéndose de pie para


sacarse la cartera del bolsillo trasero de sus vaqueros.

Sacó un billete de veinte dólares y se lo dio a la cajera, y mientras


esperaba el cambio, se quedó mirando su cartera, en la que
asomaba tras las tarjetas de crédito la esquina de una fotografía
manoseada. Spence la sacó un poco para mirarla. ¿Por qué no la
habría tirado nunca? Entonces se dio la vuelta para mirar a Allison,
que le devolvió la mirada con confianza.

Volvió a meter la fotografía en su sitio, cogió el cambio y pasó un


brazo por los hombros de su hija.

—Vamos, Allie. Vamos a ver a mi amiga.

Pattie estaba intentando hacer el total de las cifras que tenía en


una columna, pero no dejaba de pulsar mal las teclas. Era incapaz
de concentrarse en lo que estaba haciendo. Durante las últimas
horas, había estado esperando y preguntándose si de verdad
Spence se pasaría por allí a verla. Y si lo hacía, ¿cuál era el motivo?
Aunque no se habían separado como enemigos, se habían dicho
adiós como enamorados con el corazón destrozado. No podía
recordar lo maravilloso de su primer amor sin recordar también el
dolor de pasar un embarazo sola, de enfrentarse a la agonía de la
pérdida sin que el padre de su hija hubiera estado allí con ella.
—Ya he puesto el cartel nuevo en el escaparate de la izquierda —
dijo J.J. desde la puerta de su despacho, secándose el sudor con un
trapo naranja.

—Gracias. A ver si ese dormitorio Reina Ana atrae algo de


atención. Necesitamos vender más.

Pattie tiró el lápiz sobre la mesa y apartó su silla.

—Puede que Sherry venda algo. Tiene una pareja arriba mirando
una cama de agua —J.J. guardó el trapo naranja en el bolsillo
trasero de sus vaqueros cortados—. Ven a echar un vistazo al
cartel.

—Vamos. De todas formas, no podía concentrarme en la


contabilidad.

Pattie siguió a J.J. hacia el escaparate de la izquierda y una


bocanada de aire húmedo de verano entró en la tienda al abrirse la
puerta principal, para dar paso a un hombre y una niña.

Pattie sentía los latidos de su corazón en la garganta, y tuvo que


humedecerse los labios. No estaba preparada para aquello. Dios
mío, nunca estaría preparada para volver a ver a Spence.

—¡Eh! Adelante —dijo J.J.

Pattie inspiró profundamente y se dio la vuelta para encontrarse


directamente con los ojos azul verdoso de su primer amor. ¡Dios del
cielo! El chico que ella había conocido era ahora un hombre
increíblemente atractivo, arrebatadoramente atractivo.

—Hola, Pattie.

Spence se adelantó con los ojos clavados en ella.

—Hola, Spence.
Pattie se sorprendió de que su voz hubiese sonado tan tranquila
cuando por dentro era un manojo de nervios.

—Ha pasado mucho tiempo.

Spence se maldijo por decir una tontería semejante, pero es que


no encontraba qué decirle.

—Más de catorce años.

Podría haberle contestado sin titubear que catorce años, cuatro


meses y doce días. Por mucho que intentase olvidar, su corazón no
le permitía ese descanso. Hasta el mismo día de su muerte
recordaría el último día que había pasado con Spence. Una semana
más tarde, descubriría que estaba embarazada.

—No te has marchado de Marshallton en todo este tiempo.

¡Maldita sea! Era mucho más bonita de lo que él la recordaba. La


madurez le sentaba bien. La promesa de su juventud se había
cumplido. Pattie Cornell era tan sexy y arrebatadora como lo había
sido con dieciocho años, incluso más.

—Nunca he vivido en otro sitio. He oído decir que tú has dado la


vuelta al mundo más de una vez. Supongo que has conseguido
tener la clase de vida que siempre deseaste.

J.J. se aclaró la garganta.

—¿Quieres tomar algo? ¿Una coca cola o algo así? —le preguntó
a Allison.

—No, gracias —contestó, mirándole con la cabeza agachada a


través de sus pestañas largas y oscuras.

Spence recordó de pronto la razón que le había hecho ir a ver a


Pattie, la razón que le había obligado a volver a su lugar de
nacimiento y a la casa familiar que siempre había odiado.

—Allison, ven aquí, cariño —dijo, cogiéndola de la mano—. Pattie,


quiero que conozcas a Allison Wilson —le resultaba imposible decir
«mi sobrina» o «la hija de Valerie». Pero desde luego, lo que no
podía decir era «Esta es tu hija, la que creías muerta, que mi padre
te robó para dársela a mi hermana».

Pattie extendió la mano, sonriente.

—Hola Allison. Me alegro mucho de conocerte. Me acuerdo de tu


madre. Era una... una auténtica dama.

—Encantada de conocerte —Allison levantó un poco la cabeza y


la miró boquiabierta—. Eres... eres muy guapa —dijo, e
inmediatamente se llevó las manos a la boca con las mejillas rojas
como la grana.

—Gracias por el cumplido

Pattie se quedó mirando a la chiquilla que parecía tremendamente


azarada por un comentario tan espontáneo. J.J. tenía razón. Allison
iba demasiado vestida para aquella tarde tan calurosa de agosto. Y
aquellas horribles gafas escondían unos ojos preciosos, idénticos a
los de su tío Spence. Pattie sintió un cosquilleo en el estómago.
Desde luego, la hija de Valerie era una Rand.

—He hablado sin pensar —se disculpó Allison—. Mamá no lo


habría aprobado.

—Estamos empezando con reglas nuevas —dijo Spence, mirando


alternativamente a Pattie y a Allison—. Mis ideas no coinciden
demasiado con las de Valerie, y Allison no está segura de lo que yo
espero de ella.

—Ya veo.
Pattie sintió una repentina simpatía por la sobrina de Spence. La
chiquilla debía sentirse completamente confundida. Era evidente
que Valerie había continuado la tradición de los Rand educando
niños, una tradición que había causado la rebeldía de Spence y le
había obligado a huir a los veinte años tan lejos de su familia como
fuese posible.

—Supongo que los dos querréis hablar de los viejos tiempos —


dijo J.J.—. Vamos, Allie. Voy a enseñarte Furniture Mart. Puede que
veas algo que quieras comprar —Allison miró a su tío buscando su
aprobación y Spence asintió.

—Ve, cariño. Mira a ver si encuentras una televisión. La única que


hay en ese viejo mausoleo es en blanco y negro.

—De acuerdo —Allison siguió a J.J. pero se detuvo de pronto—.


¿Qué te parecería una de esas con pantalla gigante? Mi amiga Katie
la tenía en Corinth. Es una maravilla.

—De acuerdo.

Había hecho lo correcto con ir allí. Allie estaba ya relajándose un


poco. Unas cuantas semanas más, y sería una niña distinta. Juntos,
Pattie y él ayudarían a su hija a convertirse en una adolescente
normal que supiera disfrutar de la vida.

—Parece una chiquilla increíblemente dulce —comentó Pattie.

—Valerie la ha tenido ahogada. Me pone enfermo pensar lo infeliz


que ha sido Allie toda su vida.

Pattie reconoció la sinceridad que había en sus ojos y en la


expresión de su cara.

—¿De verdad eres su tutor?

—Sí. Una locura, ¿no te parece?


—¿Y por qué la has traído a Marshallton? Tú odiabas este sitio.

¿Cómo podía un hombre estar tan bien? Tenía los hombros más
anchos que había visto nunca, una cintura y unas caderas estrechas
y las piernas más largas. Todo su cuerpo desprendía una virilidad
sin pretensiones. Nada deliberado.

Spence reparó en que el pelo de Pattie era un tono más claro que
antes, pero seguía llevándolo largo. En aquel momento, varios
mechones se habían soltado del recogido que llevaba en lo alto, y
casi podía sentir su caricia sobre su pecho desnudo.

—Fue idea de Peyt que abriese de nuevo Clairmont.

—¿Y has podido estar de acuerdo con un miembro de tu familia?

Pattie deseaba tocar el pelo largo y castaño de Spence,


comprobar si seguía siendo tan suave como solía ser. Catorce años
atrás, el día en que se marchó, era algo más claro y lo llevaba
bastante más corto. Ahora le llegaba a los hombros, proclamando
que Spencer Rand era un inconformista, un rebelde.

—Voy a necesitar ayuda con Allie. No sé ni una palabra de ser


padre —Spence se la quedó mirando, intentando calibrar cuál sería
su reacción si le pidiese su apoyo—. Esperaba que algunos de mis
viejos amigos pudieran ayudarme... darme algunos consejos.

—¿Te refieres a mí?

—Bueno, tú eres una vieja amiga y... y estás educando a un


adolescente, así que...

La risa profunda de Pattie irrumpió espontáneamente. No podía


concebir la idea de que Spence pretendiese que ella fuera la
persona que le diera lecciones de cómo ser padre.
—Llevo poco tiempo siendo la madre de J.J. Su padre y yo
estábamos comprometidos y nos hubiéramos casado hace un año,
pero Fred... Fred tuvo un ataque al corazón.

—Lo siento, Pattie. Pero viendo a J.J., puede decirse que estás
haciendo un buen trabajo —no podía negarse a ayudarle. ¡Allison
era también su hija!—. Además, siempre has tenido unos instintos
maternales muy fuertes. Solías hablar de cuando tuviéramos niños
y...

En cuanto vio el dolor reflejado en sus ojos, Spence dejó de


hablar. ¿Tanto daño le habría hecho al marcharse? Una vez había
madurado lo suficiente para comprender por qué no se había
marchado con él, se había imaginado que era demasiado tarde para
volver a casa y arreglar las cosas. ¡Maldita sea! ¿Por qué no había
nadie allí que pudiera darle un puñetazo en la boca?

—Allie y yo vamos a vivir aquí, al menos por un tiempo, y me


gustaría tener la oportunidad de que volviésemos a ser amigos.
También me gustaría que pudieses conocer a nuestra... mi... Allison.
Tenerte como amiga sería muy bueno para ella. Necesita una mujer
de verdad que le enseñe cómo disfrutar de la vida.

—¿Y tú crees que yo soy un buen modelo para ella?

—Pattie, jamás he conocido a otra mujer tan llena de amor y de


alegría de vivir. Cuando entras en una habitación, la iluminas con tu
risa, y en estos pocos minutos que llevo contigo, me he dado cuenta
de que eso no ha cambiado.

¿Cómo podría haber olvidado lo especial que era Pattie?


Mirándola en aquel momento, era como si aquellos catorce años se
hubiesen evaporado milagrosamente, dejándolos jóvenes y
enamorados, y los antiguos sentimientos volvieron a la vida,
sentimientos que habían estado dormidos mucho tiempo.
—No soy la misma chica que era cuando tú te marchaste, igual
que tú no eres el mismo hombre. A los dos nos han pasado
demasiadas cosas.

«Llevé a tu hijo en mi cuerpo durante nueve meses y tú no lo


supiste. Nuestra hija murió, y el médico ni siquiera me dejó tenerla
en mis brazos, y tú no lo supiste. La enterré al lado de mi madre, y
tú no lo supiste».

—Mira, Pattie, no estoy tan loco como para pensar que puedo
volver a tu vida y coger las cosas en el punto en el que se quedaron
como si nada hubiera ocurrido.

—Entonces, ¿qué es lo que esperas, Spence? —Pattie intentó


librarse de la mano que parecía estrujarle el corazón—. Yo... esperé
a que volvieras. Esperé mucho tiempo, pero al final me rendí y seguí
adelante con mi vida. No he estado guardándote ausencia desde
entonces. He tenido docenas de hombres en mi vida desde aquel
día. Docenas.

¡Docenas! Aquella pulla le había dado justo en la boca del


estómago. ¿Qué más daba con la cantidad de hombres que hubiese
estado? ¿Por qué iba a importarle? Él tampoco se había mantenido
célibe a lo largo de los años. Hasta había perdido la cuenta de las
mujeres que habían pasado por su vida.

—Sé que no podemos retroceder, pero podemos volver a


empezar. Vamos a volver a conocernos. No te estoy pidiendo nada
más que amistad. Te necesito, Pattie. Y Allie también.

¿Se atrevería a dejar que Spencer Rand volviese a entrar en su


vida? Ya tenía bastantes problemas con la tienda y J.J., que con
dieciséis años era una sobredosis andante y parlante de hormonas
masculinas. Y la prima de Fred, Joan Stephenson, que es.taba
amenazándola con llevarla a los tribunales para quitarle la custodia
de J.J., acusándola de no ser buena madre.
—¿Pattie?

Spence la hizo levantar la cara poniendo un dedo bajo su barbilla.


Seguía teniendo la piel suave como el satén.

Pero Pattie no podía soportar que la tocara. Despertaba


demasiados recuerdos, y retrocedió.

—No estoy segura de que sea una buena idea intentar ser
amigos. Somos extraños. Conocíamos a las personas que éramos
antes, pero no a las que somos ahora.

—Si no quieres hacerlo por mí, hazlo por Allie.

¿Por qué se lo estaba haciendo tan difícil? No estaba pidiéndole


que se acostara con él. Lo único que necesitaba era que fuese la
madre de su hija.

—¿Y por qué iba a hacer yo algo por tu sobrina, Spence? Es la


primera vez que la veo. Además, es la hija de Valerie, y Valerie y yo
no podíamos soportarnos.

Spence cogió a Pattie por los hombros, apretando las manos


sobre su blusa roja.

—Dios, Pattie, ¿tanto me odias que estás dispuesta a pagarlo con


una niña inocente?

—Yo... no te odio. Simplemente no entiendo por qué, de todas las


mujeres del mundo, me has elegido a mí para que te ayude a hacer
de madre con la hija de tu hermana.

Spence le acarició los brazos.

—Porque eres la única mujer en el mundo que hubiera querido


que fuese la madre de mis hijos.
Las palabras eran las más sinceras que había dicho en toda su
vida.

—Spence...

Pattie se acercó a él, y apoyó la frente contra su pecho. Spencer


Rand seguía siendo un engatusador con las palabras y ella seguía
siendo tan vulnerable a ellas como jamás lo había sido. Quince años
atrás, la había convencido para que perdiera su virginidad, y a pesar
de todo, jamás se había arrepentido de que él hubiera sido el
primero.

—¡He encontrado la televisión perfecta!

Allison subió corriendo las escaleras del sótano donde Furniture


Mart tenía todos los electrodomésticos.

Pattie y Spence se separaron como si fuesen dos adolescentes a


los que hubieran cogido acariciándose en la oscuridad.

—No podremos entregarla hasta el lunes —dijo J.J.—. Tiny y yo la


llevaremos a Clairmont antes de ir al entrenamiento de rugby.

—Estupendo —contestó Spencer—. ¿Tenéis planes para esta


noche J.J. y tú?

Pattie estuvo tentada de decir que no, pero J.J. se adelantó.

—Esta noche tengo una cita —dijo—. Y creo que Pattie también
tiene sus planes, ¿verdad?

—Sí, es cierto. Tengo otros planes.

No estaba mintiendo, al menos del todo. Tenía planeado irse a


casa, acomodarse en el sofá con un buen libro, unas cuantas fresas
con nata y una copa de vino blanco bien frío. Desde la muerte de
Fred, no había vuelto a desear hacer vida social. La mayoría de los
fines de semana los pasaba sola, con la compañía de su cocker
spaniel, Ebony.

—Entonces te llamaré a principios de la semana que viene para


poder hacer planes antes de que te hayas comprometido —
sonriendo, Spence cogió a Allison por el brazo—. Me alegro
muchísimo de haber vuelto a verte, Pattie. Estoy deseando que
volvamos a ser amigos.

Antes de que Pattie pudiese pensar una respuesta adecuada,


Spence y su sobrina salieron de la tienda.

—Ese tipo sigue estando loco por ti, ¿eh? —comentó.

—Vaya pregunta —contestó ella, y pasándole un brazo por los


hombros, le dio un beso en la mejilla—. ¿Estás preocupado por mí?

—Sí, supongo que sí.

—Te lo agradezco, pero ahora ya soy una adulta y puedo


cuidarme.

Había estado a punto de decir que era demasiado tarde para que
nadie se preocupara por ella y Spence, porque él ya le había hecho
todo el daño posible.

Spence Rand siempre había sido un hombre encantador, y sería


demasiado fácil dejarse arrastrar por su encanto estando sola y
vulnerable como estaba ella en aquel momento, cuando tenía tantos
problemas a los que enfrentarse. Sería agradable tener un hombro
sobre el que poder apoyarse. Pero ella ya no era la misma chiquilla
inocente que había sido una vez, la joven que se había entregado
en cuerpo y alma a un joven igual de inmaduro que ella, incapaz de
asentarse y enfrentarse a un compromiso. Ahora quería más.
Quería amor y promesas, un anillo de boda y un compañero para
toda la vida. No necesitaba un hombre. La mayor parte de su vida la
había vivido sola y era capaz de manejar sus propios problemas.
Spence debía pensar que lo único que tenía que hacer era pedir y
que ella iba a estar dispuesta a hacer lo que fuera por él. Pues si era
así, se iba a llevar una sorpresa. Por muy atractivo que siguiera
siendo, aunque pudiera volverle el estómago del revés cada vez que
le viera, por mucho que necesitase de su ayuda para su sobrina, no
estaba dispuesta a permitir que volviese a utilizarla. No era tan
estúpida como para tropezar dos veces en la misma piedra.

1. Capítulo Dos

Peyton Rand dio una profunda calada a su habano para hacer


después anillos con el humo. Recostado en el sillón granate del
viejo, el parecido de Peyton con su padre sobrecogía a Spence. Su
hermano mayor era todo lo que Marshall Rand había deseado en un
hijo, mientras que él había sido una total desilusión para su padre.

—¿Cómo te puedes fumar esos puros? —Spence tosió


dramáticamente para enfatizar su disgusto—. Acabarán contigo.

—He intentado dejarlo unas cuantas veces —Peyton quitó unas


cenizas del extremo encendido del puro—. Una de las costumbres
que cogí del senador.

—¿Nunca te ha molestado parecerte tanto a él?

Peyton miró a su hermano, abiertamente divertido.

—Somos lo que somos, hermanito. Además, yo no soy un calco


de papá. Si alguna vez tengo hijos, no pienso hacer el papel de Dios
en sus vidas.

—Espero que no. El viejo murió hace ocho años y es como si


hubiera vuelto de la tumba para seguir con sus tejemanejes.
—Las cosas no te están saliendo como tú habías pensado con
Pattie Cornell, ¿eh? —preguntó Peyton, sonriendo.

—Haz el favor de borrar esa expresión tan tonta de tu cara. Eres


mi hermano, y no deberías reírte de mi desgracia.

—Lo siento. Es que me hace gracia porque sé que no estás


acostumbrado a que las mujeres te digan que no.

—Pattie está siendo absolutamente irrazonable. La he llamado


todos los días. Le he mandado flores. La he invitado media docena
de veces en las últimas dos semanas, y me he dedicado a
perseguirla por toda la ciudad.

—Pero ella te contesta con una ducha fría, ¿no?

Peyton ocultó la risa.

—Se muestra muy educada, incluso algo amistosa, pero sigue


manteniéndome a distancia.

—¿Y es que puedes culparla? Tiene que ser muy difícil


recuperarse de lo que tuvo que sufrir al quedarse embarazada sin
estar casada siendo sólo una chiquilla y después perder a la niña
nada más nacer. Los recuerdos de vuestra relación no pueden ser
demasiado alegres.

—Pero su hija está viva —Spence comenzó a pasearse por la


habitación hasta que se detuvo de pronto frente a Peyton—. Maldita
sea, mi hija necesita a Pattie. Está envarada y confundida, y yo
tengo miedo de estar haciéndolo mal. No sé nada sobre ser padre.

—O sea, que Pattie no ha reaccionado al ver a Allison.

—No. Parece increíble. Yo me imaginaba que habría una especie


de lazo especial entre ellas. ¿Tú no?
—¿Esperabas que Pattie reconociese a Allison como la niña que
ella creía muerta hacía trece años?

—Sí, supongo. Un poco estúpido por mi parte, ¿verdad?

—Demasiado optimista, diría yo —Peyton tiró la colilla de su puro


en la escupidera—. ¿Qué tal te van las cosas con Allison?

—Ya te he dicho que no tengo ni idea de cómo ser padre, así que
soy un desastre —Spence se frotó la cara con las manos—. Odio
ver a Allie tan triste. Llora muchísimo, y tengo la impresión de que
no encaja en el colegio.

—¿Allie?

Peyton se echó a reír a carcajadas.

—¿Puede saberse qué demonios te parece tan divertido?

Peyton incorporó su corpachón y miró a su hermano, todavía


sonriendo.

—Valerie debe estar tirándose de los pelos en el cielo al enterarse


de que le has puesto un diminutivo a su hija.

—Si, bueno, esa es una de las cosas que van mal con mi hija.
Valerie intentó lavarle el cerebro. Allie tiene miedo constantemente
de hacer o de decir cosas incorrectas. ¿Qué clase de vida es esa
para una chiquilla de trece años?

—Pues entonces, ayúdala a cambiar. No esperes que Pattie haga


milagros.

—No puedo hacerlo solo —Spence se dejó caer en la silla de piel


al otro lado del escritorio—. Si hay alguna esperanza para Allie,
Pattie y yo tendremos que trabajar juntos. La chiquilla no sabe cómo
vestirse ni cómo hablar para poder encajar con los chicos de su
edad.

—¿Has pensado alguna vez en ir a Pattie y decirle abiertamente


la verdad, sin juegos y sin esperas?

—No puedo hacer eso. No tengo ni idea de cómo reaccionaría, y


mi hija no está preparada para que le digan la verdad. Dios, Peyt, es
tan frágil y está tan indefensa, tan vulnerable...

—Da la sensación de que te estás encariñando mucho con tu


«niña».

—Sí, bueno, es que con el tiempo, te va gustando.

Spence odiaba confesar, incluso a su hermano, que Allison le


había llegado al corazón, y que por mucho que había intentado no
preocuparse por ella, le había resultado imposible.

—No deberías dejar que Allison... eh, Allie... se encariñarse


demasiado contigo si tienes intención después de deshacerte de ella
y pasársela a Pattie para desaparecer de su vida.

Peyton se puso de pie y se metió el abrigo.

—¡No pienso pasársela a Pattie! —Spence miró a Peyton y sus


ojos verdiazules se encontraron con los azules de su hermano—. Lo
único que quiero es buscarle una vida estable, y si pudiera
conseguir que Pattie nos diera una oportunidad...

—¿Quieres que Pattie te dé a ti otra oportunidad?

—Sí. No. ¡Demonios! Me estás confundiendo con tu jerga de


abogado.

—Yo me he limitado a hacerte una pregunta muy sencilla.


¿Quieres una segunda oportunidad con Pattie?
—Quiero tener la oportunidad de volver a conocerla para que Allie
y yo podamos formar parte de su vida. Como padres de Allie, vamos
a tener que solucionar muchas cosas juntos.

—¿Estás diciendo que no queda nada de lo que sentíais el uno


por el otro, y que puedes estar con Pattie sin pensar en cómo eran
antes las cosas? —Peyton cogió su portafolios de piel del escritorio
—. Tengo que estar en los tribunales dentro de media hora, así que
he de marcharme.

Spence le sujetó por un brazo.

—Lo he intentado todo menos raptarla y nada ha funcionado.


Parece decidida a seguir alejada de mí.

—No te estarás dando por vencido, ¿verdad? Todavía no he


conocido a una mujer a la que no hayas podido seducir con tu
encanto. Quizás no estés utilizando el método adecuado. Por lo que
yo sé de Pattie Cornell, es una mujer fuerte y acostumbrada a cuidar
de sí misma. Quizás la idea de mostrarte como un caballero
romántico no sea la forma correcta de ganártela.

—¿Y qué me sugieres?

—Si no ha funcionado ninguna otra cosa, quizás haya llegado el


momento de raptarla.

—¿Estás loco?

—Astuto como un zorro, hermanito. Piénsalo y verás que tengo


razón.

—Creía que era yo el único salvaje de esta familia.

—Pues puede que estés equivocado —Peyton le dio a su


hermano unas palmadas en la espalda—. Te llamaré esta noche
antes de irme a Jackson.
—Sí, de acuerdo.

Cuando Peyton se hubo marchado, Spence se quedó dándole


vueltas a su sugerencia.

—¿Quién llamaba? —preguntó Pattie al entrar en el despacho.

—Era personal —contestó Sherry, agitando los rizos grises que le


cubrían la cabeza como si fueran un gorro.

Pattie se dejó caer sobre su silla giratoria y subió los pies encima
de la mesa.

—He tenido un día horroroso. Estoy agotada de pelearme con


Joan.

—Entonces tu reunión con ella y su abogado no ha servido de


nada, ¿no?

—Si, bueno, algo he conseguido. He llegado a la conclusión de


que voy a contratar los servicios de un abogado. ¡Esa mujer es
idiota! Aun sabiendo que J.J. tiene dieciséis años y puede elegir el
tutor que le parezca, sigue amenazándome con llevarme a los
tribunales para que demuestren que no estoy capacitada para ser la
madre del hijo de Fred.

—Eso es imposible de demostrar —Sherry se acomodó sobre un


extremo de la mesa—. Hace amenazas tan absurdas porque no
puede soportar que Fred te haya dejado a ti y a J.J. el negocio y su
casa en lugar de a ella y a J.J.

—Puede sacar mi pasado —Pattie bajó las piernas y se quitó los


zapatos para darse un masaje en los pies—. Todo el mundo sabe
que di a luz a un hijo ilegítimo hace casi catorce años.

—Exactamente —Sherry se inclinó sobre la mesa, y su cara se


quedó a escasos centímetros de la de Pattie—. Y todo el mundo
sabe también que el padre de esa niña era Spencer Rand, incluida
Joan Stephenson. Siempre le había gustado Spencer, ya lo sabes.

—Sherry, la verdad es que no quiero hablar de...

—Deberías hablarle a Spencer de lo de la niña. No puede


comprender por qué le esquivas. Se merece conocer el motivo.

Pattie puso ambos pies en el suelo y se levantó de la silla.

—Spence no se merece nada.

—Pattie, él no sabía que te dejaba embarazada. No tenía ni idea


de que ibas a tener un hijo suyo.

—Volver a mantener una relación con Spence no cambiaría nada,


y desde luego no solucionaría mis problemas con Joan. Lo que
ocurrió hace catorce años no puede cambiarse. Si... si mi hija
hubiera vivido, entonces Spence hubiera tenido derecho a saber,
pero ahora no va a servir de nada hablarle de un niño que ya no
existe.

—Aún seguís sintiendo algo el uno por el otro, eso es evidente.

—No, nosotros...

—No intentes negarlo, Pattie. Te conozco desde hace mucho


tiempo. Aún queda algo de lo que hubiera entre Spence y tú. Lo que
pasa es que tienes miedo, Pattie. Tienes miedo de volver a sufrir.

—¿Y no te parece que tengo derecho a protegerme? He perdido a


todas las personas que han significado algo para mí. Primero
Spence huyó dejándome atrás, después murió mamá y... luego mi
niña —el dolor le atenazaba el pecho, pero ya no le quedaban
lágrimas. No había vuelto a llorar desde que le habían dicho que
había perdido a su hija. Ni siquiera con la muerte de Fred—. Y
Trisha. ¡Dios, lo que tuve que pasar con Trisha!
—Hiciste todo lo que estuvo en tu mano por tu hermana. No es
culpa tuya que se enganchara a la cocaína.

—Si hubiera podido encontrar alguna forma de ayudarla antes de


que su adicción la matase... Hace seis años la perdí a ella; después
a Fred...

Sherry se bajó de la mesa.

—Sí, sé que las cosas han sido muy duras para ti, pero esa es
precisamente razón de más para que te convenzas de que tu suerte
ha cambiado y de que ahora hay algo de felicidad verdadera
esperándote.

—¿Y crees que Spence Rand puede ofrecérmela?

—No lo sabrás a no ser que le des una oportunidad.

—¿Es que no te das cuenta de lo que quiere? Está en un callejón


sin salida con la hija de Valerie y no sabe qué hacer con ella, así
que cree que yo puedo ayudarle,

—¿Y por qué no? Estás haciendo un trabajo magnífico con J.J. —
Sherry sonrió y abrió la puerta del despacho—. Podrías ser un
modelo femenino para Allie y Spence podría ser el masculino para
J.J. Os haríais mutuamente un favor.

—Me he pasado dos semanas rechazando a Spence porque sé


que si vuelvo a tener algo que ver con él volveré a sufrir, y no pienso
dejar que un charlatán guapo como él entre otra vez en mi vida. ¡No
le necesito, y no le quiero!

Sherry sonrió aún más.

—Pattie, no hay ni una sola mujer en este planeta que no quisiera


a Spencer Rand.
Antes de que Pattie pudiese contestar, Sherry desapareció.
Quizás tuviera razón. Quizás aún quisiera a Spence.. y quizás él
todavía la quisiera a ella. Pero había perdido ya demasiado como
para arriesgarse con un hombre que había preferido su libertad
antes que a ella.

Spence aparcó su Porsche blanco justo enfrente de Furniture


Mart, se echó un vistazo en el retrovisor y salió. ¡Maldita sea! No
había estado tan nervioso desde su primera cita a los dieciséis
años. Pero es que nunca había raptado a una mujer, así que tenía
que interpretar aquella pieza de oído y con sumo cuidado, pues
había demasiado en juego. Lo último que quería era volver a hacer
daño a Pattie. Tendría que ser todo lo sincero que fuese posible con
ella y decirle que no estaba buscando una relación permanente... al
menos para él.

Silbando, entró en la tienda y saludó con la mano a Sherry Daily,


su cómplice.

—Está en el despacho —dijo Sherry—. La he entretenido para


que no se marchase antes de que vinieras.

—Eres un cielo, Sherry —dijo, y la abrazó—. Gracias por


ayudarme.

—Trátala bien, ¿me oyes? Devuélvele la luz a sus ojos y con eso
me daré por satisfecha.

—Haré todo lo que pueda.

Spence caminó decidido hacia el despacho de Pattie. La puerta


estaba entreabierta y al asomarse la vio frente a la pantalla del
ordenador, mirándola con ojos inmóviles.

Su blusa de encaje color crema dibujaba su generoso pecho y


tenía la piernas abiertas en una postura poco femenina, pero que
hacía que su minifalda de flores se subiera, dejando al descubierto
una porción generosa de sus preciosos muslos.

Sus sentidos respondieron a los recuerdos de un cuerpo desnudo


bajo el suyo, con su carne firme y sudorosa, y madiciéndose a sí
mismo, entró en el despacho.

Ella apartó los ojos y esbozó una sonrisa, que desapareció casi
antes de perfilarse.

—¿Qué haces aquí, Spence?

—He venido a verte.

—Me temo que es mal momento. Estoy muy ocupada. Tengo


mucho trabajo que hacer.

—Mucho trabajo y poca diversión van a convertirte en...

—Una mujer de negocios con éxito.

—Una mujer agotada que necesita un descanso —concluyó


Spence y dio un paso hacia ella.

Pattie cogió un lápiz de la mesa y comenzó a darse golpecitos


impacientes sobre la palma de la mano.

—Mira, Spence, no me interesa, ¿comprendes?

Spence hubiera querido decirle que el problema que él tenía era


también suyo; que Allison Caldonia Wilson necesitaba a su madre.

—Haz tiempo, pequeña. Haz un poco de tiempo para mí.

Solía llamarla pequeña y a ella le encantaba, y sólo oír aquella


palabra trajo a su mente unos recuerdos que ella había sepultado
hacía ya mucho tiempo y que le era doloroso resucitar.
—No funcionará.

—¿El qué no funcionará?

—Recordarme el pasado

—No has olvidado, ¿verdad? —Spence se inclinó hacia ella con


las manos apoyadas sobre la mesa—. Ninguno de los dos podría
olvidar cómo eran las cosas entre nosotros.

Pattie garabateó algunas cosas en una tira de la máquina de


calcular sujeta con un clip a unos listados de ordenador. Spence no
le quitaba los ojos de encima.

Desde lo alto de su coronilla rubia hasta la punta de los pies,


Pattie era una mujer hermosísima.

Cuando dejó de escribir, se llevó inconscientemente el lápiz a los


labios y lo fue metiendo y sacando de su boca mientras revisaba los
datos del ordenador. Spence sintió un nudo en el estómago y todo
su cuerpo se puso en tensión. Las imágenes provocadoras que
aquel gesto estaba trayendo a su cabeza estaban excitándole sin
piedad. Maldita sea, si no le sacaba aquel lápiz de la boca, no iba a
poder ser responsable de sus acciones. Pattie no tenía ni idea de
qué estaba leyendo. Era inútil intentar terminar su trabajo teniendo a
Spencer Rand cerniéndose sobre ella como un halcón sobre un
pollo. De pronto, Spence le quitó de un tirón el lápiz y lo partió por la
mitad. Pattie se le quedó mirando como si se hubiera vuelto loco. —
¿Pero qué haces?

Spence inspiró aire para calmarse. ¿Cómo demonios iba a


explicarle que verla acariciar el maldito lápiz le estaba volviendo
loco?

Bordeó tan rápidamente su mesa que cogió a Pattie por sorpresa.


—¿Pero qué estás haciendo? —exclamó ella, y cuando sintió que
los pies se le levantaban del suelo, instintivamente se agarró al
cuello de Spence.

—Voy a raptarte para pasar una tarde de diversión. Dios, qué bien
olía. Hubiera deseado esconder la cara en su cuello y respirar la
fragancia que era ella misma.

—¿Pero te has vuelto loco? ¡Bájame! Cuando Pattie empezó a


forcejear, Spence se las arregló para cargársela a la espalda, como
los bomberos sacan a las víctimas de un incendio, y salió del
despacho y de Furniture Mart mientras ella pataleaba y le daba con
los puños en la espalda.

—¡Bájame ahora mismo, animal! ¡Eres un cavernícola... un


bastardo!

—Qué lenguaje, Pattie. ¿Qué va a pensar la gente?

—¡Me importa un bledo lo que piense la gente! ¡Bájame ahora


mismo o grito hasta que me oigan en todo el pueblo!

—Puedes gritar cuanto quieras, pequeña, porque te guste o no,


vas a pasar toda la tarde conmigo —y con la puerta abierta de la
tienda, se volvió para decir—: Sherry, encárgate de la tiendo. Traeré
a Pattie sana y salva antes de que anochezca.

—¡Sherry, llama a la policía! ¡Este... este mandril quiere


secuestrarme!

—Que os lo paséis bien. Y no os tiréis toda la tarde discutiendo.

—¡Sherry, estás despedida! —gritó Pattie.

Un sol brillante del mes de septiembre lo iluminaba todo, y varios


transeúntes se detuvieron a contemplar el espectáculo. Cuando
llegaron al coche, Spence la dejó caer en el asiento del copiloto, y
cuando ella fue a abrir la puerta, él negó con la cabeza.

—Yo que tú no lo haría. Imagínate el espectáculo que daríamos si


tuviera que perseguirte por toda la acera para volverte a traer al
coche.

—No te atreverías.

—Ponme a prueba.

Pattie miró primero el cierre de la puerta y luego a Spence, y


cuando fue a abrir, él cogió el cinturón de seguridad de Pattie y lo
abrochó.

—Si crees que estas tácticas de hombre de las cavernas me


impresionan, estás muy equivocado, machito.

—¿Machito?

Spence se echó a reír al tiempo que ponía en marcha el motor.

—¿Qué pretendes hacer? ¿Interpretar el papel de uno de esos


super hombres de tus novelas? ¿Jake Wilde, por ejemplo?

Spence arrancó mientras un pequeño grupo de gente los


contemplaba.

—¿Has leído mis libros? Pattie se cruzó de brazos. —He leído


uno o dos por pura curiosidad. —Me siento halagado —Spence
cogió una calle en dirección a la carretera del río—. Y contestando a
tu pregunta, no. No estoy interpretando el papel de Jake Wilde ni de
nadie. Simplemente soy un tío que ha llegado al final de una cuerda.
He intentado todo lo que sé, pero tú me has rechazado una y otra
vez. Los hombres desesperados cometen delitos desesperados.
—¿Así que me echas a mí la culpa de algo tan irracional como
esto?

Pattie estaba haciendo una mueca deliciosa con los labios, y


Spence no pudo resistirlo más, levantó el pie del acelerador y la
besó. Pattie se quedó sin aire, pero fue un beso tan rápido que le
pareció inútil protestar.

Steele volvió a acelerar y cogió la dirección del río Tennessee.


Pattie y él habían pasado muchas horas felices en la finca que su
familia tenía junto al río. Allí habían hecho el amor por primera vez, y
se preguntó si Allison habría sido concebida en la vieja cama de
hierro.

—¿Dónde me llevas?

Pattie apartó con el pie la cesta que había en el suelo del coche.

—A la finca del río. Se me ocurrió que podíamos ir a merendar


como hacíamos antes.

—Supongo que sería inútil pedirte que me llevases de vuelta a la


ciudad.

—Ríndete sólo por esta vez, pequeña. Cuando lleguemos, te


prometo que no haré nada que tú no quieras que haga.

Pattie le miró con suspicacia mientras él silbaba y guiaba el coche


por aquella carretera serpenteante.

¿Qué querría hacer? En otras circunstancias, le habría encantado


que un hombre tan atractivo como él la raptase para pasar una tarde
juntos, pero Spence Rand no era sólo un hombre atractivo. A pesar
de todas sus negativas, sabía que Spence aún poseía una parte de
su corazón, y seguramente seguiría siendo siempre así. Al fin y al
cabo, él había sido su primer amor, su primer amante... y el padre
de su hija.
A medida que los kilómetros iban pasando entre el marrón
verdoso del otoño y el cielo azul, Pattie fue tranquilizándose.
Intentaba no mirar al conductor, pero no podía evitar mirarle de vez
en cuando a hurtadillas. Era demasiado atractivo. Casi guapo, pero
demasiado masculino para ser considerado bello.

¿Y su cuerpo? Siempre había sido alto y de espalda ancha, pero


el joven delgado se había transformado en un hombre grande y
musculoso, y Pattie sintió las ascuas del deseo que empezaban a
quemarle el estómago. No se había sentido atraída sexualmente por
ningún hombre desde la muerte de Fred, pero no le sorprendía que
fuese Spence quien despertase su deseo. Siempre había sido así,
desde la primera vez que se habían visto cuando ella tenía catorce
años y su madre entró a trabajar como ama de llaves en la casa de
los Rand..

Spence cogió una camino de grava que salía de la carretera y se


adentraba en la finca de su familia. Desde que se le había ocurrido
la idea de secuestrar a Pattie y llevarla al río para una romántica
merienda, no había podido borrar ciertos recuerdos de su cabeza.
Besos apasionados que siempre los habían conducido a hacer el
amor aún más apasionadamente. Incluso las primeras veces, con
toda su inexperiencia, resultaban inolvidables. Tanto deseo, tanto
amor... Y así había seguido siendo siempre.

El senador había aprobado que su hijo se acostase con la hija del


ama de llaves, pero se había opuesto a la idea de que Spence se
casara con ella. Un Rand no se casaba con alguien inferior a él, y
especialmente con una pequeña casquivana de tres al cuarto. Su
amor por Pattie Cornell había sido una más en la larga lista de
diferencias entre Spence y su padre. Nada de lo que hiciera le
complacía.

—Este lugar no ha cambiado absolutamente nada.


Pattie echó un vistazo a los majestuosos árboles que rodeaban la
cabaña de madera y piedra construida sobre una pequeña colina. Al
otro lado del camino estaba el río Tennessee, ancho y caudaloso,
sus aguas una mezcla de verde musgo y marrones cambiantes.

Spence se bajó del coche y se apresuró a abrirle la puerta a


Pattie.

—No voy a irme a la cama contigo, Spence —dijo, mirándole.

Spence le tendió la mano y cuando ella se la cogió, aprovechó


para besarle la palma. La sensación del roce con su piel recién
afeitada la estremeció.

—No quiero volver a herirte —contestó él.

—Eres de la clase de hombres que resultan peligrosos para una


mujer, ¿lo sabías? —dijo ella cuando se hubo bajado del coche.

Spence cogió la cesta de la merienda y rodeó la cintura de Pattie


con un brazo.

—No soy ni la mitad de peligroso que tú, y los dos lo sabemos.

Pattie sintió que se sonrojaba ligeramente. Ninguno de los dos


podría olvidar jamás cómo había sido su relación, qué deseo tan
incontrolable y salvaje los había arrastrado cada vez que habían
hecho el amor.

—Quizás no seamos adecuados el uno para el otro.

—No, pequeña. Sí que lo somos. Al menos, antes lo éramos. Y


me apostaría mi vida a que lo seguimos siendo —abrió entonces el
maletero del coche y sacó una manta—. ¿Estará todavía nuestro
sitio, o se lo habrá tragado el río?
Pattie le siguió por aquel camino estrecho y serpenteante. La luz
del sol se colaba entre las hojas de los árboles, salpicando el suelo
de motas doradas, y Pattie oía retumbar los latidos de su corazón.
Catorce años. No había estado con aquel hombre desde hacía
catorce años y era como si nada hubiera cambiado, como si los dos
siguieran teniendo dieciocho años y siguieran enamorados.

Allí, a tan sólo unos metros del cauce del río, había una roca
enorme, plana y suave, brillando a la luz del sol de la tarde.

—Sigue todo igual, ¿verdad?

Spence le dio la cesta y extendió la manta.

—Lo parece, pero no es así. Todo cambia.

Pattie permitió que él la ayudara a sentarse; después, se


acomodó él.

—Sí, tienes razón. Es una estupidez por mi parte intentar revivir


los viejos tiempos —Spence cogió la cesta que ella apretaba sobre
sus piernas y la abrió—. He traído queso y vino. Y fresas. No es lo
mismo que cuando tú traías el pollo frito de tu madre y bebíamos
coca cola y cerveza.

—Tus gustos se han vuelto más sofisticados. Eres un hombre


mundano, mientras yo sigo siendo una simple chica de pueblo.

—No hay nada simple en ti, Pattie. Nunca lo ha habido —Spence


se puso la botella entre las piernas, tiró del corcho y sirvió el vino en
dos copas—. En estos catorce años, no he vuelto a conocer a una
mujer tan complicada.

—Supongo que pretendes que eso sea un cumplido.

—Hagamos un brindis —dijo él, y sonrió al verla mirarle con


extrañeza—. Para que volvamos a ser amigos.
Pattie sintió una opresión tremenda en el pecho. Era temor
mezclado con esperanza.

—¿Crees que tú y yo podemos ser simplemente amigos?

Spence la miró mientras tomaba un sorbo de vino. Sabía tan bien


como ella que no había forma posible de que los dos pudieran ser
sólo amigos. Cada vez que la miraba, se excitaba. Eso no había
cambiado. Y a juzgar por la forma en que ella le miraba a él, le
ocurría lo mismo.

—Puede que no, pequeña, pero lo que ahora necesito es tu


amistad. Te necesito más que nunca.

Pattie vació su copa de un solo trago.

—¿Me necesitas como amiga o como amante?

—Como amiga —Spence dejó su copa sobre la roca, le quitó a


Pattie la suya de la mano y la dejó también allí, y la cogió con
suavidad por la nuca para acercarla a él. Cuando casi se rozaban,
musitó—: Pero te deseo como amante.

El calor comenzó a calcinar su cuerpo a una velocidad alarmante.


Estaba tan a merced de Spencer Rand como lo había estado
siempre. Eso no había cambiado. Y le deseaba con la misma
intensidad irracional de siempre.

Cuando sus labios se encontraron, la dulzura de los de él la


sobrecogió. Lentamente, hábilmente, Spence jugó con su boca,
mordiéndola, saboreándola, lamiéndola. Pattie se movió buscando
el contacto con su cuerpo e instintivamente le rodeó el cuello con los
brazos. Él la besó entonces con más fuerza y se tumbó sobre ella.
Pattie se colgó de él y mientras sus manos recorrían su espalda y
sus hombros con abandono, él fue acariciándole los muslos por
debajo de la falda hasta llegar a su cadera.
Sentía su excitación contra su vientre, y estaba deseando sentirle
dentro de ella; cuando Spence deslizó la mano entre sus piernas,
Pattie se arqueó contra él con un gemido.

—Pequeña —susurró Spence—, no sabía que perderíamos el


control tan rápidamente. Nada ha cambiado entre nosotros,
¿verdad? Es exactamente igual que antes.

Tenía razón... era igual que antes: caliente, salvaje y poderoso.


Jamás había conocido otra cosa igual, pero en algo se equivocaba.
Las cosas habían cambiado. Por mucho que le deseara, no podía
entregarse a él. Se había marchado para no volver y sin mirar atrás.
No podía dejar que volviera a hacerla daño, y a pesar de sus
promesas, sabía que si volvía a quererle, estaría poniendo en riesgo
más de lo que podía permitirse perder.

—Spence, no podemos —dijo, y le empujó por los hombros—. No


puedo.

Spence apoyó su frente contra la de ella en un esfuerzo por


recuperar el control. Había ido demasiado deprisa y se maldijo por
ser tan estúpido. No es que hubiera planeado aquello, pero Pattie
surtía un extraño efecto en él. Siempre había sido así.

—Lo siento. Ha sido culpa mía. He dejado que las cosas se


desbordaran —se tumbó al lado de ella y puso los brazos bajo la
cabeza para mirar al cielo—. Más pronto o más tarde, haremos el
amor, y los dos lo sabemos. Pero no hasta que tú no estés
preparada.

Pattie cerró los ojos. En aquel mismo instante, su cuerpo estaba


ya preparado para hacer el amor con él, pero se quedó inmóvil
hasta que su respiración se tranquilizó y el calor del sol reemplazó el
calor interno de su cuerpo.

Entonces extendió un brazo hacia Spence y él le cogió la mano.


—No te preocupes, pequeña. Lo sé. Lo sé.

—No... no deberíamos estar solos —la voz le temblaba


ligeramente—. Si siempre hay alguien a nuestro alrededor,
entonces... quizás podamos ser amigos. Sólo amigos hasta...
hasta...

—Hasta que tú decidas que quieres volver a ser mi amante.

—Podríamos hacer cosas con los chicos... con J.J, y Allie. Serían
unas estupendas carabinas —añadió, y se echó a reír.

¡Allie! Dios mío, no había pensado en ella ni una sola vez. ¿Pero
qué demonios le pasaba? Su propia hija... la hija de los dos, era la
razón de haber vuelto a aquel pueblucho de mala muerte. El objetivo
por el que pretendía renovar su amistad con Pattie era que madre e
hija tuvieran oportunidad de conocerse.

Pattie se incorporó y se arregló la blusa arrugada y rozó la cadena


de oro. ¿Y si él le hubiera acariciado los pechos? Se habría dado
cuenta de los anillos. Pero, a menos que los viera, no lo sabría. E
incluso era posible que no recordase cómo era el anillo que él
mismo le había regalado.

—Spence..

—¿Mm?

—¿Qué te parece lo de que los chicos hagan de carabinas?

—Creo que es una idea estupenda. Allie necesita una mujer en su


vida.

—Pero no una mujer como yo —Pattie se soltó de él—. Valerie no


hubiera querido que estuviera ni a diez metros de distancia de su
hija. Y lo mismo digo de tu padre y tu abuela.
—Ninguno de ellos tiene control ya sobre la vida de Allie —
Spence deseó decirle toda la verdad: que la única nieta de la abuela
Rand era su hija, y que ella más que nadie tenía derecho a formar
parte de la vida de Allie—. Yo soy su tutor.

—Aún no me puedo creer que Valerie te eligiera a ti en lugar de a


Peyton. ¿Qué fue lo que pasó para que dejara a su hija a tu
cuidado?

—Es una larga historia que te contaré dentro de poco.

No podía resistirse a tocar a Pattie. Era tan adorable, con el sol


volviéndole de oro el pelo y sus ojos oscuros mirándole de aquella
forma...

—Allie nos necesita para que la enseñemos a divertirse, a ser una


adolescente normal —dijo, cogiéndole la barbilla—. Ayúdame,
Pattie. Ayúdame a enseñarle cómo dar rienda suelta a la persona
que lleva en su interior.

—¿Y qué te hace pensar que yo puedo conseguir eso? Con que
Allie se parezca sólo un poco a Valerie, me odiará. Nuestras
personalidades chocarán.

Spence sonrió. No podía evitar ver la ironía de la situación.

—Créeme: en la superficie, Allie es hija de Valerie pero en el


fondo, es muy parecida a su tío Spence.

—Desde luego se parece mucho a ti.

«¿Se habría parecido tanto a ti nuestra hija?»

—Los genes de la familia Rand son muy fuertes.

—¿Qué quieres que haga para ayudar a Allie?

—Que pases tiempo con ella. Con nosotros.


Spence deslizó suavemente la mano por su cuello.

—J.J. podría ayudar también. Es un chico magnífico, el típico


quinceañero. Me recuerda mucho a ti cuando tenías esa edad.

Pattie cogió la mano de Spencer y con ojos suplicantes, le hizo


apartarla.

—Entonces quizás deberíamos mantenerle alejado de Allie.

Los dos se echaron a reír al recordar cómo habían sido las cosas
entre ellos desde el principio, cuando los dos eran demasiado
jóvenes para comprender los peligros del amor y del sexo.

—Con esto nos estamos buscando problemas; lo sabes, ¿verdad?

Aunque su vida hubiera dependido de ello, Pattie no hubiera sido


capaz de darse una razón lógica para acceder a que Spence
volviese a entrar en su vida. La atracción sexual no era una razón
lógica.

—Los problemas han sido siempre mi apellido, pequeña. Y hubo


un tiempo en que también fueron el tuyo.

—Sí, y aún sigo teniendo problemas con P mayúscula. Pero los


dos tenemos algo más en que pensar aparte de nosotros mismos.
No estamos solos. Es una cuestión de familia.

—Una cuestión de familia, ¿eh?

Le gustaba la frase. Quería que Allie entrase a formar parte de la


familia de Pattie. Él podría seguir con su vida si sabía que su hija
estaba a salvo y feliz con su madre. Pero de pronto sintió una
extraña punzada en el pecho. ¿Acaso lamentaba el hecho de no
poder formar parte de esa familia?
Sería un loco si pretendiera hacer cambios en su estilo de vida, un
estilo libre y sin trabas que le protegía del dolor y evitaba que
pudiera causárselo a otros. Si de algo estaba seguro, era de que no
podía mantener una relación larga y estable con nadie. En todas las
relaciones de su vida, con su padre, con su abuela, con sus
hermanos, con la misma Pattie, con otras mujeres, había fallado.

Además, le había prometido a Pattie que no iba a hacerle daño, y


eso significaba no hacer promesas que no pudiera cumplir. Ya lo
había hecho una vez, y su egoísmo había estado a punto de destruir
dos vidas, la de su primer amor y la de su única hija.

No, no iba a hacer promesa alguna. Simplemente se quedaría allí


el tiempo necesario para hacer lo correcto: reuniría a madre e hija, y
desaparecía después de sus vidas. No estaba dispuesto a volver a
romperle el corazón a Pattie y a desilusionar a Allie.

1. Capítulo Tres

Aunque le dolieran la cabeza y los pies, Pattie no había disfrutado


tanto de un día hacía mucho tiempo; desde la muerte de Fred. La
ausencia de J.J. era lo único que había impedido que aquel día
fuese perfecto. No había querido ir de compras a Túpelo. En las
últimas dos semanas desde que había empezado a pasar bastante
tiempo con Spence y Allie, Pattie había notado un cambio en él y
aunque al principio fuera sólo sutil, su hostilidad hacia Spence
crecía por días, y la que sentía hacia Allie era aún más evidente.

Lo mejor sería darle espacio y tiempo, con las esperanza de que


se diera cuenta de que su amistad con Spence y su sobrina no le
menguaba ni un ápice de su devoción por él.

Pattie miró hacia Spence que estaba de pie haciendo cola para
pedir su cena. Mientras Allie y Leigh White se daban una vuelta por
la tienda de discos, ellos dos habían aprovechado la oportunidad
para descansar sus doloridos pies y comer algo.

Era bueno que Leigh se hubiera hecho amiga de Allie. La sobrina


de Spence era tan tímida e insegura... Pero había empezado a
observar un cambio gradual en ella, y Spence le achacaba a ella
todo el mérito, pero estaba convencida que se debía más a la
influencia de su tío que a la suya propia.

Spence puso la bandeja llena de comida sobre la mesa redonda y


se acomodó en su silla.

—Este sitio parece un manicomio. ¿Cómo os puede gustar a las


mujeres ir de compras?

—Podías haberte quedado en casa. Ya te había advertido cómo


iba a ser ir de compras todo un día con dos chicas de quince años,
pero no, tú has tenido que pegarte.

—De acuerdo: tú tenías razón y yo estaba equivocado. Debería


haberme quedado en casa a trabajar en el capítulo diez —Spence le
dio a Pattie una bandeja de plástico con comida—. Aquí tienes tu
perrito con chile y patatas.

—Mm... Tiene un aspecto delicioso.

—¿Cómo puedes comer basura como esta y estar siempre tan


delgada?

Spence miró a Pattie desde la cabeza a las zapatillas de deporte


blancas y azules. Era una mujer francamente atractiva y le había
costado un triunfo no ponerle las manos encima durante los últimos
días.

—No tengo ni idea. Será cuestión de metabolismo o de genes.

Pattie tomó un gran bocado de su perrito y suspiró.


—Allie no tendrá nunca problemas de peso, ¿no te parece? —lo
que Spence hubiera querido decir era que su hija había heredado el
cuerpo delgado y menudo de su madre. Cada día que pasaba le
resultaba más difícil guardarse la verdad, pero aún no había llegado
el momento. Aún era demasiado pronto.

—No conocí al marido de Valerie, pero tu hermana estaba


siempre delgada como un junco.

—Debe ser que los genes de los Rand son dominantes. Allie se
parece mucho a mi familia, ¿no crees?

Pattie le miró fijamente a los ojos.

—Tienes razón. Se parece tanto a ti que podría ser tu hija.

Spence se atragantó con la coca cola, se puso colorado como un


tomate y los ojos se le inundaron de agua. Pattie se levantó de su
silla y le dio varios golpes en la espalda. —¿Estás bien?

—Sí —contestó él con voz ahogada. —¿Tanto te asusta la idea de


ser padre? Pattie sabía que tarde o temprano, si seguían siendo
amigos, tendría que decirle lo de su hija.

—Me pone los pelos de punta —Spence se limpió la cara con una
servilleta de papel—. Soy un verdadero desastre para las
relaciones. Tú mejor que nadie deberías saberlo.

—¿Es que en todos estos años no has tenido ninguna relación


duradera?

—Ni una —Spence apretó con tanta fuerza su vaso de cartón con
la coca cola que la tapa salió disparada—. Creo que he nacido para
ser un marginado. Nunca he encajado de verdad en ningún sitio, y
he tenido que construirme yo mismo una vida, separado del resto
del mundo.
—Pero tiene que haber habido alguien... Pattie no podía creer que
un hombre como Spence no hubiera compartido su vida con una o
dos mujeres a lo largo de catorce años.

—Ha habido mujeres, pero no muchas. Y he vivido con dos


mujeres distintas, pero las cosas se estropearon enseguida.

—¿Qué ocurrió?

—Pues que cada vez que intento sellar un compromiso, aunque


sea temporal, termino por fastidiarlo todo. Soy un egoísta, Pattie. Me
gusta hacer las cosas a mi manera, y no quiero cambiar.

Spence se la quedó mirando buscando su comprensión y sí,


incluso su compasión. Pattie era una mujer generosa y cariñosa, y él
necesitaba desesperadamente todo el amor y la comprensión que
pudiera ofrecerle. —¿Nunca has conocido a una mujer que no
quisiera cambiarte?

«Yo no quiero cambiarte, Spence. Nunca lo he querido. Siempre


te he amado tal y como eras. Y podría volver a amarte... si me dejo
llevar por mis sentimientos».

—Bueno, soy consciente de que no soy precisamente una perita


en dulce y que sería muy difícil que alguien me quisiera como soy,
pero no puedo cambiar.

—Pues a mí no me parece nada mal tu forma de ser —contestó


ella y suspiró, mirando su vaso de coca cola—. Yo nunca he
pretendido ser otra persona distinta a la que soy. Demasiado
turbulenta, demasiado insolente a veces,...

—Demasiado sexy —añadió él con una sonrisa.

Ella sonrió también.

—Si, bueno, eso también.


—Míranos, cariño. Ninguno de los dos hemos cambiado en
realidad. Tú sigues siendo la chica más bonita, más dulce y más
sexy que conozco.

—Y tú el chico más atractivo de los alrededores.

Pattie no pudo evitar rozarle la mejilla con los dedos, y él le cogió


la mano para besársela en la palma abierta.

—Nunca quise hacerte daño. Lo sabes, ¿verdad?

«Dios mío, si pudiera retroceder catorce años, si pudiera cambiar


el pasado y borrar el dolor de la vida de Pattie...»

—Spence, hemos acordado no hablar del pasado... vivir día a día


y aprender a ser amigos —le contestó, mirándole con ojos
suplicantes.

—He hecho daño a todas las personas que se han preocupado


por mí. Empezando por mi madre.

—Eso no fue culpa tuya.

—Murió trayéndome al mundo a mí. ¿De quién es culpa si no?

—De nadie. Cosas como esas ocurren simplemente.

—Sí, bueno, ¿y lo del viejo? ¿Y mi abuela? Lo único que hice fue


hacerles daño y desilusionarlos constantemente.

—Eran personas a las que resultaba muy difícil complacer.

No podía ver a Spence así, tan crítico consigo mismo, tan


deseoso de condenarse.

—Incluso después de que mi padre se pusiera enfermo, no intenté


reconciliarme con él. Peyt me llamaba todas las semanas,
prácticamente rogándome que volviera a casa.
Maldita sea, ¿por qué tenía que estar repitiendo todo aquello?
Pues porque era tan fácil hablar con Pattie, tan fácil confiar en ella...
Jamás había hablado de todo aquello con ninguna otra mujer.
Nunca.

—El pasado no puede cambiarse, Spence. El presente es todo lo


que tenemos. Concéntrate en eso. Mira la oportunidad que tienes
ahora con Allie. Puedes hacer que esa relación funcione. Si ha
habido alguna vez una niña que necesitase desesperadamente un
padre, esa es Allie.

—Allie necesita más una madre que un padre.

—Los niños necesitan ambas cosas, y los dos lo sabemos bien.


Tú creciste sin madre y yo sin padre. Créeme, una niña necesita un
padre, un nombre fuerte y cariñoso del que siempre pueda
depender, que siempre vaya a estar ahí cuando ella le necesite.
Spence se echó a reír, pero su risa sonó dura. —Yo no encajo en
esa descripción. Dios, Pattie, vivo temiendo constantemente que
pueda fallarle a Allie, que no pueda ser el padre que ella necesita.

—Lo único que puedes hacer es intentarlo. Poner en ello todo tu


empeño.

—¿Y si fallo? —Spence se inclinó ligeramente hacia delante, con


sus manos abiertas y apoyadas sobre la mesa—. Cuando me
marché de este pueblo hace catorce años, creí que lo mejor sería
hacer borrón y cuenta nueva. Me separé de mi familia tanto como
me fue posible. ¿Sabes cuántas veces había visto a Allie antes de
que sus padres murieran? Cuatro. Cuatro malditas veces.

Pattie puso su mano sobre la de él. —¿Por qué te estás haciendo


esto? Si Valerie dejó a la niña a tu cuidado, debió pensar que eras la
persona correcta para convertirte en padre de su hija. Admito que tu
hermana no era santo de mi devoción, pero he de reconocer que era
inteligente. Quizás se dio cuenta de que tú necesitabas a Allie tanto
como ella a ti. Todas las mentiras con las que tenía que vivir se le
acumularon en aquel instante en la garganta, impidiéndole respirar.
¿Por qué no podía simplemente decirle a Pattie la verdad?

Spence intentó sonreír, pero no funcionó.

—¿Te he dicho lo mucho que te agradezco la ayuda que me estás


prestando con Allie? Estás siendo maravillosa con ella, y le gustas
de verdad.

Pattie apartó su mano y tomó un trago de su vaso.

—Ya sabes que me gusta eso de hacer de madre. Me gusta


hacerlo con J.J., aunque él piense que es ya muy mayor, y me gusta
hacerlo con Allie. Es una chiquilla maravillosa. Yo... siempre he
querido tener una hija.

Spence miró hacia otro lado, incapaz de seguir mirándola y


mintiéndole.

—Lo siento. J.J. te está dando muchas complicaciones


últimamente, y tengo la impresión de que es por mi culpa.

—Todo se arreglará. Es un buen chico. Lo que pasa es que no ha


tenido que compartirme con nadie desde que Fred murió, y está
algo celoso de Allie y de ti.

—Yo no pretendía interferir en tu relación con él. Quizás debería


hablarle y explicarle que tu corazón es lo bastante grande para
darnos cabida a todos.

—Eso ya lo sabe. Hay que dejarle tranquilo y ya volverá a ser el


mismo cuando se haya aclarado con sus sentimientos.

—¿Y cómo eres tú tan lista tratando con chicos?

—Es un talento natural —contestó ella, y se echó a reír.


En aquel momento, aparecieron Allie y Leigh cargadas de
paquetes que dejaron sobre la mesa, y ocuparon las sillas vacías.

—¿No es estupendo ir de compras?

Leigh puso su silla junto a Pattie y se dejó caer en ella.

Allie se sentó junto a Spence.

—No recuerdo cuánto tiempo hacía que no me lo pasaba tan bien,


tío Spence. ¿Estás seguro de que no te importa que me haya
comprado tanta ropa nueva?

—Por supuesto que no me importa. Quiero que tengas todo lo que


necesites.

—Leigh y Pattie me han ayudado a elegir cosas del mismo estilo


que llevan todas las chicas de mi edad. A mi madre no le hubiera
gustado nada de lo que he comprado.

Los ojos se le llenaron de lágrimas.

—Te apuesto lo que quieras que a J.J. le encantarán esos


vaqueros con la camiseta azul ceñida.

Allie se puso roja como la grana.

—¡Leigh, por favor!

—¡Bah! Tu tío y Pattie ya saben que te gusta J.J. y no tienen nada


en contra. ¿A que no?

La chiquilla rubia los miraba esperando su respuesta.

—Creo que Allie puede ser hasta demasiado buena para J.J. —
Pattie esperaba poder suavizar la inseguridad y el azoramiento de
Allie—. Especialmente teniendo en cuenta su comportamiento de
estos últimos días.
—Pero no debes decírselo —dijo Allie, mirando tímidamente a
Pattie—. Yo no le gusto, y me moriría si él supiera que me gusta.

—Tu secreto está a salvo con nosotros —contestó Pattie.

—¿Tenéis hambre? —preguntó Spence.

—Me comería un codo.

Leigh se puso de pie de un brinco y se metió una mano en el


bolsillo para sacar el dinero.

—Deja ese bolsillo en paz —dijo Spence—. Decidme lo que


queréis.

—Una hamburguesa, coca cola y patatas fritas —contestó Leigh.

—¿Puedo tomar un perrito con chile como el de Pattie? No lo he


comido nunca, y tiene una pinta estupenda —preguntó Allie.

—Vuelvo enseguida.

Spence dejó a las tres mujeres para ponerse a la cola.

—¿Vamos a ir por fin al cine? —preguntó Leigh. Pattie miró su


reloj.

—Si os dais prisa, podríamos entrar a la sesión de las siete.

—El tío Spence y tú podríais entrar a la de amor y Leigh y yo a la


de miedo —Allie miró con las mejillas sonrosadas a Pattie—. Le
gustas mucho a mi tío, ¿sabes?

—Él también me gusta mucho a mí.

Pattie no podía explicar cómo se sentía cada vez que miraba a


Allison Wilson. Había algo en ella que la atraía, algo que parecía
decir «Ocúpate de mí. Te necesito». Había una necesidad dentro de
Allie, una enorme necesidad, y por alguna razón insondable, Pattie
quería ayudarla.

Había también una necesidad en Spencer Rand que la atraía de


una forma muy distinta. No podía negar que quería hacer el amor
con él, pero también quería darle el amor y la comprensión que él
pedía tan desesperadamente.

Spence no podía recordar la última vez que había ido al cine.


Había asistido al teatro, a conciertos e incluso a algunos eventos
deportivos con mujeres diferentes durante los últimos años, pero
solían ser demasiado sofisticadas como para disfrutar con algo tan
simple como una película.

Pattie Cornell no era sofisticada. Era una chica de pueblo con una
visión sencilla y de alguna forma a la antigua usanza de la vida, lo
que a Spence le parecía absolutamente refrescante.

—No acapares las palomitas —susurró Pattie en la oscuridad de


la sala, y extendió la mano intentando encontrar la bolsa, pero en su
lugar se encontró con el muslo de Spence y apartó rápidamente la
mano—. Lo siento.

—Soy yo el que lo siente —dijo él, hablándole al oído—. Siento


que prefieras coger palomitas en lugar de cogerme a mí.

Sabía que Pattie estaba sonriendo. Siempre había tenido un gran


sentido del humor. Era una de las muchas cosas que le encantaba
de ella.

—Anda, dame unas cuantas palomitas —dijo ella casi sin voz,
pero antes de que supiera qué estaba pasando, Spence le metió un
puñado de palomitas en la boca y repitió el proceso hasta que ella le
empujó el brazo, protestando con la boca llena.

—¿Qué pasa?
Pattie no podía contestar y se agachó rápidamente a coger su
coca cola del suelo. Después, le dio un codazo a Spence en las
costillas.

—¿Pero qué haces?

—Tú querías palomitas, así que te he dado palomitas.

—No necesito que me des de comer. Ya soy mayorcita y puedo


comer sola.

—Bueno, la verdad es que esperaba que deseases lamerme la sal


de los dedos.

Pattie se echó a reír.

—Eres terrible.

—Sí, y a ti te encanta que lo sea ¿verdad?

Alguien que estaba sentado justo detrás de ellos, carraspeó.


Pattie intentó no reírse, pero no pudo evitarlo, y cuanto más lo
intentaba, más se reía.

Una mano se acercó en la oscuridad a darle unos golpecitos en el


hombro.

—Si van a actuar como un par de críos —dijo una voz de mujer—,
les agradecería que se marcharan. Los demás queremos ver la
película.

—Yo... —Pattie se tragó una risilla—... lo siento... mucho.

Pero seguía sin poder controlarse. —Si no para en este mismo


instante, llamaré al acomodador.

Spence se dio la vuelta para encontrarse con una matrona de


unos cincuenta años cuyo acompañante se hundió en su asiento
como intentando esconderse.

—Lo siento, señora. Es que no puedo llevarla a ningún sitio.


Siempre me hace lo mismo. Pues ha tenido suerte de que no le
haya dado por ponerse romántica, o peor aún...

—¡Spence! ¡Cállate!

Pattie volvió a echarse a reír, de tal forma que hasta le dolían los
costados y no podía respirar.

—Cuando se pone romántica —siguió Spence—, le da por


sentarse sobre mis piernas, besarme apasionadamente e intentar
quitarme la camisa.

La mujer bufó ostensiblemente.

—¿Es que no puede hacer nada con ella? Está histérica. Le


sugiero que la saque fuera. Si no lo hace, no tendré más remedio
que denunciarlos.

Spence le dio a la mujer su paquete de palomitas y un paquete de


caramelos.

—Tenga señora: para usted y para su novio. Y por favor, le ruego


que acepte mis disculpas. Tendremos que volver a llevarla al médico
—y bajando la voz hasta el susurro, se inclinó sobre su asiento
hasta ponerse a escasos centímetros de la larga nariz de la mujer—.
La encierran, pero ella siempre consigue escaparse.

La mujer se le quedó mirando boquiabierta.

—Jerome, haz algo con esta gente. Están los dos locos.

Jerome se hundió más en su asiento. La cabeza apenas le


llegaba ya al borde del respaldo.

—Lo mejor sería que los dejásemos tranquilos, querida.


Pattie intentó darse la vuelta para disculparse, pero en cuanto vio
el cuadro que hacían los dos, la risa volvió a apoderarse de ella,
una, dos veces, hasta que por fin Spence la cogió en brazos y la
sacó del cine, seguidos por las miradas de todos los espectadores.

Cuando el aire húmedo de la noche le dio en la cara, Pattie se


revolvió en sus brazos.

—¿Quieres hacer el favor de bajarme?

Spence la bajó inmediatamente, pero no dejó de rodearla por la


cintura.

—Has montado un bonito espectáculo ahí dentro —comentó él—.


Menos mal que estamos en Túpelo y no nos conoce nadie.

—¿Que yo he montado un espectáculo? —Pattie intentó soltarse


—. Tú has sido el que le ha dicho a esa mujer que me había
escapado del manicomio.

—Tenía que decir algo para explicar un comportamiento tan raro


como el tuyo, ¿no?

—Pero ¿por qué le has dicho que estaba loca? ¿Y por qué
demonios me has sacado del cine? Los de la sala deben haber
llamado a la policía.

—Me gusta llevarte en brazos. Llevaba tiempo buscando una


excusa para hacerlo —Spence la cogió por las manos y volvió a
acercarla a él—. Todo esto ha empezado porque tú querías tocarme
pero no has tenido narices para hacerlo.

Pattie se quedó boquiabierta mirándole, pero no intentó soltarse.

—Yo solo quería unas palomitas. Las habías acaparado.


—Y yo te he dicho que quería que me lamieses la sal de los
dedos —contestó, y le rozó la nariz con la suya.

—Estáte quieto, Spence. Estamos en la calle.

—Admite que querías tocarme—insistió, rozándole el cuello con


los labios.

—¿De verdad crees que te he tocado la pierna a propósito?

—Creo que nos hemos estado volviendo locos mutuamente


durante dos semanas intentando ser amigos, los modelos
adecuados para Allie.

—Y lo hemos conseguido, ¿no crees? Me parece que Allie


empieza a encajar en su nueva vida.

—Allie va de maravilla, pero aún le queda mucho para llegar a ser


una adolescente normal —Spence deslizó la mano por la espalda de
Pattie, deteniéndose justo antes de llegar a sus nalgas—. Vamos al
coche a hacer manitas. ¿Qué te parece?

—Creo que eres tú el que está loco.

—¿Qué tengo que hacer para que admitas que me deseas tanto
como yo a ti?

—Te deseo, Spence. Soy humana, tengo necesidades y ha


pasado mucho tiempo, pero... —Pattie se relajó contra él y apoyó la
cabeza en su hombro—... no sé si podría con una aventura. Me
temo que si hacemos el amor volveré a enamorarme de ti, y eso no
es lo que tú quieres, ¿verdad?

¡Sí! Quería que se enamorara de él, tan apasionada y


completamente como cuando eran unos críos. Quería encontrar de
nuevo el paraíso donde ella le llevaba cada vez que hacían el amor.
No había conocido una euforia igual con nadie, pero es que no
había querido de verdad a ninguna otra mujer.

—Terminaría haciéndote daño —admitió Spence, tanto para sí


mismo como para Pattie—. No quiero hacerte ninguna promesa. Ya
las hice una vez y...

Y me marché dejándote embarazada. ¡Dios del cielo, yo no lo


sabía! No tenía ni idea de que mientras yo seguía mi sueño de
libertad, tú estabas pasándolo todo sola. Y no sabía que mi propio
padre robaría a nuestra hija. ¡Pattie, lo siento tantísimo!

Spence quitó las manos de sus caderas y la cogió suavemente


por la nuca.

—No me dejes hacerte daño.

Pattie se quedó mirando aquellos ojos del color del mar que
parecían estar queriendo decirle algo que Spence no se atrevía a
poner en palabras.

—¿Qué pasa, Spence? Dímelo.

Las puertas del cine se abrieron de par en par y docenas de


personas salieron a la calle, entre ellas Allie y Leigh.

—Allí están —gritó Leigh—. Eh, vosotros, ¿es que no os ha


gustado la película?

Spence abrazó a Allie paternalmente y retuvo a sus dos mujeres


cada una con un brazo: su hija y la madre de su hija.

—Será mejor que nos vayamos para Marshallton si queremos


llegar a casa antes de medianoche.

—Están demasiado calladas por ahí detrás —comentó Spence.

Pattie echó un vistazo al asiento de atrás.


—Se han quedado dormidas —dijo Pattie y sonrió—. Han tenido
un día fantástico.

—Nosotros también. Nunca me hubiera podido imaginar la


cantidad de energía que se necesita para ir de compras con tres
mujeres.

Pattie siguió mirando hacia el asiento de atrás, especialmente a


Allie Wilson. La chiquilla era una Rand en todo excepto en su
tamaño. Todos los Rand eran grandes.

—¿Pasa algo? —preguntó Spence con el ceño fruncido.

—No, nada —contestó ella, y se volvió hacia delante—. Sólo


estaba pensando en lo mucho que Allie se parece a los Rand, sobre
todo a ti.

—¿Sí?

—No me acuerdo mucho del marido de Valerie, pero no era un


hombre pequeño, ¿verdad?

Spence carraspeó.

—Edward era un hombre de talla media. ¿Por qué lo preguntas?

Sabía demasiado bien por qué lo preguntaba. Todos los Rand


eran altísimos, y Allison era una cosita pequeña.

—Allie es bastante pequeña, y me estaba preguntando a quién


puede parecerse. Quizás a algún ancestro.

—Quizás.

Pattie se relajó en su asiento.

—¿Sabes? Tenía miedo de que Allie y yo chocáramos, teniendo


en cuenta que es hija de Valerie, pero nos llevamos a las mil
maravillas. Veo algo de influencia de Valerie en ella, pero los
instintos básicos de Allie no tienen nada que ver con los de tu
hermana.

Spence clavó la mirada en la autopista. No sabía cuánto tiempo


más iba a poder ocultarle la verdad. No era justo seguir mintiéndole,
pero aún no podía decírselo, no hasta que no estuviera seguro de
qué era lo mejor para Allie.

—¿Te importa si pongo la radio? —preguntó Pattie—. Algo suave


para no despertar a las niñas.

—¿Te sigue gustando la música country?

A Spence, a pesar de su educación sureña, nunca le había


gustado particularmente la música country. Una forma más de ser
diferente.

—Sí, sigue gustándome.

—Pues en ese caso, podré soportarla durante un ratito.

Incluso en la oscuridad, Pattie pudo ver la sonrisa de Spence.


Encendió la radio y en un momento la voz de Garth Brooks llenó el
coche.

—Escucha. Es precioso.

—Si tú lo dices... ¿Qué otra cosa, además de la música country, te


sigue gustando, Pattie? ¿Las fresas? ¿Las rosas color rosa? Sé que
siguen gustándote los animales. Esa cocker tuya tan mimada se
cree humana.

—Es que Ebony es más humana que animal —Pattie suspiró y


miró a Spence. Le había dicho que quería empezar desde cero,
dejar el pasado atrás, pero él seguía sacándolo—. He crecido, he
madurado y soy una mujer que puede cuidar perfectamente de sí
misma, pero es cierto que una gran parte de la chica que tú
conociste sigue viva. Me siguen gustando las fresas y las rosas
color rosa, pero me sorprende que recuerdes todas esas cosas.

—Lo recuerdo todo sobre ti.

Spence cogió la mano de Pattie sin apartar los ojos de la


carretera.

—Siempre has sabido las palabras precisas que debías decir en


cualquier momento. Podrías haber sido político.

—Lo que quieres decir es que no puedes confiar en mí, ¿verdad?


—contestó, y tras apretarle suavemente la mano, la soltó—. No te
culpo, pero por lo menos te pido que me creas cuando te digo que
jamás he tenido intención de hacerte daño.

—A veces le hacemos daño a la gente sin pretenderlo.

Pattie deseaba que dejase de remover el pasado. Sus recuerdos


eran demasiado agridulces. No podía recordar lo bueno sin recordar
también lo malo.

—Y crees que voy a volver a herirte, ¿verdad? Esa es la razón de


que sigas guardando las distancias conmigo.

—Te prometí que te ayudaría con Allie, y lo estoy haciendo. Y


también te dije que podíamos llegar a conocernos otra vez, conocer
a las personas que somos ahora e intentar ser amigos. Y también lo
estoy haciendo.

—Sí, es verdad, y no es que no te esté agradecido, pero...

—Pero quieres que sea tu amante. Temporalmente. Mientras


estés en Marshallton. ¿Y cuánto tiempo será ese, Spence? Aún no
me has explicado por qué has traído a Allie aquí en lugar de
llevártela a tu casa de California.
¿Y cómo podía explicárselo? No tenía intención de llevarse a Allie
a California. Su hija debía estar con ella, con su madre, y crecer en
aquella ciudad pequeña del sur donde la gente llamaba al cartero
por su nombre e iba a la misma iglesia que su médico.

—Aún no tengo claro lo que voy a hacer —admitió—. Ahora


mismo, Allie es mi prioridad. Tengo que hacer lo que sea mejor para
ella.

—Te respeto por eso, y bueno, haré lo que pueda para ayudarte
con Allie, pero...

—¿Pero?

—No podría soportar más complicaciones en mi vida.

—No me había dado cuenta de que tu vida fuese tan complicada.

—Hace catorce meses que perdí a mi prometido. Eso lo cambió


todo. Estoy intentando educar a su hijo, un chico a punto de
convertirse en un hombre, y la prima de Fred sigue amenazándome
con llevarme ante los tribunales para quitarme la custodia de J.J. Y
apenas soy capaz de sacar a Furniture Mart de los números rojos.

—Tienes razón —contestó Spence. Atravesaban ya el centro de


Marshallton, donde las calles se vaciaban por completo a las diez de
la noche—. Ya tienes problemas más que suficientes sin hacerte
cargo del mío. Por eso aprecio tanto lo que estás haciendo por Allie
y por mí.

Spence detuvo el coche en la entrada al garaje de Pattie y paró el


motor. Pattie se bajó, no sin antes echar un vistazo al asiento de
atrás y comprobar que las niñas seguían durmiendo. Spence se bajó
también y abrió el maletero.

—Como vas a estar ocupado toda la semana que viene con tu


novela, ¿por qué no dejas a Allie que se venga conmigo a la tienda
cuando termine el colegio por las tardes? —Pattie cogió las bolsas
de plástico que Spence había sacado del maletero—. Es la semana
de la fiesta anual, y va a haber actividades casi todos los días.

—Te acompaño hasta la puerta. Creo que es una idea estupenda


que Allie se quede en el centro después de las clases. Sólo tengo
una estipulación que hacer.

—¿Cuál?

—Yo vendré a la hora de cerrar la tienda y os invitaré a todos a


cenar —dijo, y pasó un brazo por la cintura de Pattie.

—Con que traigas hamburguesas o algo así será suficiente. J.J. y


Allie estarán tan ocupados con los preparativos de la fiesta que no
tendrán tiempo de salir.

Pattie y Spence llegaron al porche de la casa de ladrillo que Fred


le había dejado a ella y a J.J. El cielo estaba cuajado de estrellas y
una media luna los iluminaba a los dos como si fuera un gigante
amarillo.

Spence cogió a Pattie en sus brazos.

—¿De verdad crees que Allie participará en los preparativos de la


fiesta?

—Leigh se asegurará de que así sea. Ya hemos hablado de ello.

Pattie sabía que Spence quería darle un beso de buenas noches,


y a pesar de su reticencia a tener algo que ver con él, no podía
resistirse a sus propias necesidades.

—Sabía que ibas a ser una buena influencia para Allie —dijo, y
lentamente se inclinó para besarla.
Pattie se le quedó mirando, al mismo tiempo luchando contra él y
queriendo más. Justo cuando Spence dejaba caer las bolsas al
suelo para apretarla contra él por las caderas, la luz del porche se
encendió y alguien abrió la puerta. Sorprendida, Pattie se separó de
Spence, que la soltó a regañadientes. J.J. estaba en la marco de la
puerta con el ceño fruncido. Ebony salió corriendo a los pies de su
ama.

—J.J... creía que tenías una cita esta noche.

Pattie se agachó para acariciar a la perra y después recogió las


bolsas que Spence había dejado.

—Son las once y media. Bethany tenía que estar en casa a las
once.

J.J. se quedó mirando a Spence con expresión amenazadora.

Spence le dio un beso fuerte y breve a Pattie en los labios, e


inclinando la cabeza hacia J.J., se dio media vuelta hacia el coche.

—Cena todas las noches —dijo ya desde el coche—. Y espero


que seas mi chica en el baile anual. Yo soy una de las carabinas,
¿sabes?

—¿Qué quiere decir con eso de que es una de la carabinas? —


preguntó J.J. tan pronto hubo desaparecido el coche.

—Pues que le habrán pedido que haga de carabina —contestó


Pattie al entrar en la casa, seguida de cerca por Ebony.

J.J. la sujetó por un brazo.

—Un tío como ese no tiene por qué vigilar a unos crios. No es un
buen ejemplo.
—J.J.,¿qué te pasa? Guando Spence llegó aquí hasta parecía
gustarte, y ahora no haces más que encontrarle faltas.

—Va a volver a hacerte daño. Lo sabes, ¿verdad? No quiero que


vuelva a estropearte la vida como hizo antes.

—¿Pero de qué estás hablando?

Pattie sintió un miedo frío recorrerle la espalda.

—Sé la verdad —contestó J.J., mirándola a los ojos—. Pattie, tú


sabes lo que siento por ti. Eres como mi madre, y yo... me importa lo
que te pase.

—¿Qué es lo que sabes?

—Joan me dijo que...

—¿Cuándo has visto a Joan?

Pattie no pensaba prohibirle que viera a la prima de su padre,


pero sabía que no podía más que traer complicaciones.

—Ya sabes que la veo de vez en cuando.

—¿Y qué te dijo?

—Que Spence te dejó embarazada cuando tenías dieciocho años


y que se largo de aquí, dejándote sola.

—¡Esa bruja!

—Es la verdad, ¿no? Te dejó embarazada, se marchó y tu niña


murió. Tuviste que enfrentarte a todo tú sola —J.J. cogió a Pattie por
los hombros—. ¿Por qué quieres darle a un tío como ese una
segunda oportunidad?

¿Por qué?, se preguntó Pattie. ¿Por qué?


1. Capítulo Cuatro

Pattie disfrutaba contemplando a Allie. Su cambio era


espectacular y ella había sido la hechicera que había transformado
a una chiquilla de aspecto tímido y sumiso en una preciosa
jovencita. Lo único que había hecho falta era ropa nueva, un nuevo
peinado y unas lentes de contacto.

—Mamá jamás me hubiera dejado ponerme esta ropa. La falda es


muy corta.

Allie se miró las piernas que la minifalda de ante marrón dejaba al


descubierto.

—A tu tío Spence le parece bien y a mí también —contestó Pattie


—. Pero lo más importante es que te guste a ti.

Allie no podía dejar de mirarse en el espejo.

—Me encanta todo: el pelo, la ropa y las lentillas.

—Allie... — al mirar al espejo, Pattie se vio a su lado y la imagen


la sorprendió. Apenas unos centímetros de diferencia en su estatura
y unos cuantos kilos de peso, y por enésima vez desde que la
conociera se preguntó si su hija se habría parecido en algo a la
sobrina de Spence.

—No puedo creer que vaya a asistir al baile anual. Es como un


sueño —Allie seguía mirando al espejo—. No sabía que era guapa,
pero... lo soy, ¿no?

Pattie la cogió por los hombros.

—Eres preciosa

«Tan bonita como hubiera sido mi hija».


—Y te lo debo todo a ti, Pattie. Has sido maravillosa conmigo —
dijo, y se lanzó a sus brazos.

—Lo único que he hecho ha sido descubrir a la verdadera Allison,


que estaba escondida tras una ropa insulsa, unas coletas y unas
gafas.

—J.J. es muy afortunado de tenerte como madre. Yo... ojalá...

Pattie volvió a abrazar a Allie y la soltó.

—¿Qué? .

Allie enrojeció.

—El tío Spence me dijo que tú y él habíais sido novios y bueno...


a mí me gustaría que os casaseis. Entonces, como el tío es como
una especie de padre, tú serías mi nueva madre.

—Allie, esa es la cosa más bonita que me ha dicho nadie. Me


encantaría tenerte como hija, pero...

—A mi tío le gustas mucho. Y él a ti también te gusta, ¿verdad?

—Claro que sí. Lo que pasa es que... bueno, que tu tío y yo no


vamos a casarnos. No hay ninguna posibilidad de que eso ocurra,
así que no quiero que albergues esa esperanza, ¿de acuerdo?

Allie clavó la mirada en la alfombra verde y azul.

—He hablado fuera de lugar, ¿verdad? Lo siento muchísimo. No


quería...

Pattie la hizo mirarla levantándole suavemente la barbilla.

—Si lloras, te estropearás el maquillaje.

Allie esbozó una sonrisa.


—No puedo creer que el tío me deje llevar maquillaje. Mamá
nunca habría... tengo que dejar de decir eso. El tío me ha dicho cien
veces que sus ideas de cómo educar a una chica son
completamente distintas a las de mi madre.

—Estoy segura de que Valerie era una madre magnífica —Pattie


estuvo a punto de atragantarse con la mentira, porque lo que en
realidad pensaba de Valerie es que había sido una madre de mente
estrecha y santurrona—. Además, no llevas mucho maquillaje.

Un poco de colorete y un poco de carmín. Y esta es una ocasión


especial. Es tu primera cita.

—No es una cita de verdad. Bueno, es que Leigh le pidió a su


novio que un amigo suyo fuera conmigo a la fiesta.

—Eso es una cita. Y ese joven... ¿cómo se llama?

—Darren Henley.

—Bueno pues una vez Darren te haya visto, se creerá el chico


con más suerte de todo el baile.

—Ojalá fuese con J.J., pero no le caigo bien. Ni siquiera me ve


como una chica.

Pattie acarició el pelo castaño de la chiquilla.

—J.J. no ha visto todavía a la nueva Allison Wilson. Esta noche


vas a dejarle sin sentido.

—¿Tú crees?

Pattie no quería darle falsas esperanzas, pero estaba dispuesta a


conseguir que J.J. la sacase a bailar al menos una vez.

—Seguramente no te dirá nada de lo guapa que estás, pero tengo


el presentimiento de que te sacará a bailar.
—¿De verdad crees que me sacará? ¡Si lo hace, me moriré! —
Allie saltó de la cama y comenzó a bailar un vals por la habitación
hasta que terminó sentándose en el canapé a rayas que había
frente a la ventana—. ¿Cómo sabe una cuándo está enamorada?

—¿Qué?

Pattie intentó no echarse a reír, recordando que ella misma no


tenía más que catorce años cuando se había enamorado de
Spencer Rand. Amor a primera vista.

—Que cómo sabes cuándo estás enamorada.

—Esa es una pregunta difícil, y yo creo que hay más de una


respuesta. Simplemente, lo sabes.

—¿Yo podría estar enamorada de J.J.?

—Supongo que es posible —Pattie sacó los zapatos de ante


marrón de la caja y se los puso delante a Allie—. Póntelos. No
querrás estar descalza cuando Darren te recoja. Debe llegar dentro
de unos tres cuartos de hora.

—¿Tú querías a mi tío?

—Sí. Mucho.

—Me ha contado que te pidió que te casaras con él y huyeseis


juntos.

Los recuerdos la sepultaban como inmensas y negras olas. Si al


menos pudiera recordar los momentos felices sin tener que revivir el
dolor.

—Y yo quería irme con él, pero no podía. Mi madre acababa de


sufrir un ataque y no podía trabajar, así que tuve que dejar el colegio
y ponerme a trabajar para mantenernos a mí, a mi madre y a mi
hermana pequeña.

—Qué horror. ¿Cuántos años tenías?

—Dieciocho.

Dieciocho, acababa de dejar el colegio y estaba embarazada.

—El tío me ha dicho que tu madre era su ama de llaves. Me


sorprende que su familia le dejara salir contigo —de pronto, las
mejillas de Allie se pusieron al rojo vivo—. ¡Pattie, lo siento! Ha
sonado tan... tan feo, pero yo no quería...

—No te preocupes, cielo. Sé lo que querías decir. Tu madre te


enseñó a juzgar a los demás teniendo en cuenta sus familias y no la
clase de persona que fueran.

—Mi tío dice que mamá estaba equivocada, y que él no cree en


esa tontería.

—¿En qué tontería no creo yo?

Spence apareció en la puerta del dormitorio, y Ebony pasó


corriendo a su lado para ir a saludar a Allie.

—¡Tío Spence! —Allie saltó de la cama y fue hasta su tío dando


vueltas y más vueltas—. Mírame. ¿A que estoy guapa? Pattie me ha
transformado.

Ebony bailaba a su alrededor, jadeando y ladrando alegremente, y


Allie le acarició cariñosamente la cabeza.

—No, Dios te hizo así de preciosa —dijo Pattie, intentando aflojar


el nudo que le atascaba la garganta.

Spence le sonrió y la miró de arriba a abajo. La falda de su traje


rojo le quedaba por encima de la rodilla, un cinturón le definía su
pequeña cintura y la chaqueta sastre del traje llevaba un escote en
forma de uve muy provocativo.

—¿Qué te parece, tío? ¿Estoy guapa?

Spence apartó los ojos de Pattie para concentrar su atención en


su hija. ¡Dios del cielo! No estaba, era preciosa. ¿Pero qué había
hecho Pattie con la chiquilla que había traído de Corinth hacía seis
semanas? El corazón se le llenó de orgullo con que su hija fuera tan
preciosa y que se pareciera tanto a él. Y el corazón se le encogía al
pensar que había sido Pattie quien había obrado aquella
transformación sin tener ni idea de que Allie era su propia hija.

—Allison Caldonia Wilson, eres la chica más guapa que he visto


nunca. Casi tan preciosa como estaba Pattie la primera vez que la
vi.

—¡Gracias, tío Spence! —exclamó Allie, y se echó en los brazos


de su tío.

Él la retuvo así, perdido en la sensación de tener a su hija en los


brazos. Nunca se le hubiera ocurrido imaginar que un hombre
pudiera sentirse así, tan orgulloso y feliz, tan protector. No había
querido querer a Allie, pero había resultado imposible. Era su hija,
suya y de Pattie. Su inmortalidad.

Dejando a Allie bajo un brazo, extendió el otro hacia Pattie.

—¿Puedo acompañar a mis chicas hasta el salón?

Cuando Pattie se acercó, Spence la rodeó con el otro brazo por la


cintura.

—Soy el hombre con más suerte del mundo. Mi chica y mi hija van
a ser las dos mujeres más guapas del baile de esta noche.
La victoria fue maravillosa. Los Marshallton Raiders ganaron a los
Weeden Tigers por diez a siete. Pattie había gritado hasta quedarse
afónica para animar a su hijo y a sus compañeros de equipo. Ni
siquiera la estirada presencia de Joan Stephenson le había
impedido disfrutar de un deporte que le había encantado desde sus
propios días de colegio.

Con el brazo de Spencer por sus hombros, se dirigieron al


gimnasio del colegio, que era donde se celebraba la fiesta. Habían
colgado serpentinas negras y doradas por las paredes y el techo, y
varias macetas y floreros con crisantemos bordeaban la parte
trasera de la zona de baile donde se había apostado un fotógrafo
para rodar un película. Junto a una de las paredes habían dispuesto
unas mesas con cosas de picar, ponche y el pinchadiscos local que
se ocupaba del equipo de sonido.

—No recuerdo que tuviéramos la música tan alta cuando nosotros


hacíamos estas fiestas —dijo Spence, casi gritando.

—Pues la teníamos. Lo que pasa que ahora que somos mayores


nos parece más fuerte.

Pattie guió a Spence a través de la horda de quinceañeros hasta


la mesa.

—Veo que la señorita Newsome sigue ocupándose de vigilar la


mesa de los refrescos para asegurarse de que nadie adultera el
ponche —comentó Spence, sonriéndose.

—Me acuerdo de cuando estuvieron a punto de echaros a Joe


Don y a ti del colegio el último año. Tú sacaste a bailar a la señorita
Newsome mientras Joe vaciaba una botella de whisky en el ponche.

—Nunca nos hubieran cogido si ese idiota de Denton Walters no


se hubiera chivado. Estaba colado por ti, ¿sabes?
Spence inclinó la cabeza para saludar a otro de los profesores
encargados de vigilar la fiesta.

Joan Stephenson, alta y elegante, se acercó a ellos.

—Me encantaría conocer a tu sobrina, Spencer. Está aquí esta


noche, ¿verdad? Yo quería tanto a Valerie...

Joan inclinaba la cabeza para que el pelo le rozase el hombro y


Pattie apretó los dientes y sonrió, sin soltarse del brazo de Spence.

—Sí, Allie ha venido. Ella y Leigh White han venido con dos
chicos.

Joan atravesó a Pattie con la mirada.

—Es un poco joven para salir con chicos, ¿no? J.J. me dijo que
tenía trece años.

—Casi catorce —dijo Spence—. Creo que sería muy difícil que se
metiera en algún problema en una fiesta del colegio vigilada, ¿no
crees, Joan?

—Por supuesto debes tener razón. Me muero de ganas de


conocerla —Joan tocó el brazo de Spence—. Me encantaría
ayudarte en la medida de mis posibilidades para que la hija de
Valerie conozca a la gente adecuada.

—Te lo agradezco. Eres muy amable.

Spence sentía la tensión que irradiaba de Pattie, y conocía muy


bien la animosidad que existía entre las dos mujeres.

—Hola, Pattie —J.J. apareció junto a ellos, y le puso a Pattie la


mano en el hombro—. ¿Quieres bailar?

Pattie miró a Spence.


—Adelante —dijo él—. Voy a ver si veo a Allie para...

—Presentársela a Joan —dedujo ella.

El calor arrebató sus mejillas. ¡Maldito Spence! ¿Cuántas mujeres


necesitaba para hacer de madres de su sobrina? Quizás estuviera
pensándose su elección inicial. Quizás se hubiera dado cuenta de
que Joan Stephenson sería mucho mejor modelo femenino para su
sobrina, alguien mucho más parecido a Valerie Rand Wilson.

—Pattie...

Spence hizo ademán de retenerla, pero ella lo evitó.

—Vamos, J.J. No puedo esperar más para meterme en esta


música.

Pattie casi arrastró a J.J. a la pista de baile. Todos sus


sentimientos antiguos y no deseados de inferioridad habían vuelto a
la superficie. Joan Stephenson, tan parecida a Valerie Rand y a su
abuela, tenía una habilidad especial para hacerla sentirse como algo
que acabas de quitarte de la suela del zapato. La gente como Joan
nunca le permitía olvidar que su madre había sido una criada o que
ella había crecido de la forma equivocada.

—¿Qué pasa? —le preguntó J.J. al verla bailar desaforadamente.

—No pasa nada —¿Cómo iba a poder explicarle lo que sentía? —


¿Dónde está tu chica?

—He venido solo. Así puedo moverme libremente y deslumbrar a


todas las chicas.

—Qué amable de tu parte —contestó Pattie y se echó a reír.

—Estás enfadada con Spence, ¿eh? Ha estado flirteando con


Joan.
—No es asunto mío. Es libre de tontear con quien quiera, cuando
quiera y donde quiera. Sólo somos amigos.

—Quizás Joan sea más su tipo. Al fin y al cabo, él forma parte de


ese rollo social, como dijo Sherry.

Ese comentario fue la gota que colmó el vaso. No hacía falta que
nadie le recordara lo distintos que eran Spence y ella. Él era oro
molido, un pura sangre comparado con un mestizo y Pattie cerró los
ojos para recuperar toda su fuerza. No iba a llorar.

La música pasó del rock a una suave balada country. Pattie se dio
media vuelta para salir de la pista, pero J.J. la cogió por un brazo.

—Pattie, tú sabes que si de verdad quieres a Spencer Rand, Joan


no tendrá nada que hacer. Tú eres la mejor.

—Sí, pero tú no eres imparcial, porque me quieres como a una


madre.

—Sí, tienes razón, y haría cualquier cosa por ti, ya lo sabes.

—¿Lo harías?

Pattie sonrió. No sabía si debía sacar partido de aquella situación.

—Oh, oh... No me gusta esa mirada. ¿Qué estás tramando?

—Pídele a Allie que baile contigo.

—¿Qué?

—Pídele a Allie que baile contigo. Sólo una vez.

J.J. frunció el ceño.

—¿Qué iban a decir los chicos si me ven bailando con una chica
como esa?
—No has visto a Allie esta noche, ¿verdad?

Pattie miró a su alrededor intentando ver a la sobrina de Spence.

—No, ¿por qué?

Allie estaba en una esquina junto con un chico alto, delgado y con
gafas, que parecía estar tan triste como ella.

—Está en aquella esquina, frente al fotógrafo.

J.J. miró en su dirección y después por toda la sala.

—No la veo.

—Está con Darren Henley.

J.J. volvió a mirar y contuvo la respiración.

—¡Guau! Esa... ¿esa es Allie Wilson? ¿Pero qué le ha pasado?


Está... está hecha una muñeca.

—Le di unas cuantas ideas sobre cómo vestirse.

Pattie suspiró aliviada. Si J.J. le pedía que saliese a bailar con él,
los sueños de Allie se harían realidad.

—Has hecho un milagro —J.J. comenzó a caminar hacia ella,


pero se volvió para decirle algo al oído—. Un baile. Y sólo porque tú
me lo has pedido. Puede que su aspecto sea distinto, pero seguirá
siendo tan cortada como siempre.

Cuando J.J. se alejó, la música volvió a cambiar y la romántica


balada de los Platters «Only you» llenó el gimnasio. Para Pattie,
aquella música traía recuerdos no deseados, y tragó saliva. Aquella
noche en la cabaña de los Rand, cuando se había entregado por
primera vez a Spence, habían bailado al ritmo de aquella música.
De pronto, sintió que una mano se posaba en su espalda. No
necesitó volverse para saber que era Spence. Aunque tuviera
interés en otra mujer, aquella canción le había llevado hasta ella, sin
duda arrastrado por sus mismos recuerdos, y se rindió a sus brazos,
sabiendo que era tan impotente como él ante el encanto de sus
recuerdos compartidos.

Entonces le miró a los ojos, y los vio brillar con el mismo deseo
que ella sentía. Spence no sonrió, y ella tampoco, y sentir el
contacto con su cuerpo fue un afrodisíaco instantáneo, fuerte y
sobrecogedor. Algunas cosas no cambiaban jamás, y ambos se
deseaban más que nunca.

El tiempo se quedó suspendido en el aire. De pronto, catorce años


desaparecieron y cualquier otro amante desapareció de su memoria.
Nada ni nadie existía para Pattie ni para Spence excepto ellos dos,
el latido de sus corazones, la sensación de sus cuerpos unidos
íntimamente.

Cuando la canción terminó, Spence dejó de bailar, pero no soltó a


Pattie, aunque ella hiciera ademán de separarse.

—No podemos bailar este rock&roll así.

Su voz sonó suave y cálida como la mantequilla derretida.

—¿Qué te parece si nos fuéramos al coche a hacer manitas? —


dijo él.

—¿No crees que somos demasiado viejos para travesuras tan


infantiles?

La noche del baile de graduación de Spence, se la habían pasado


prácticamente en el coche, llenando de vaho las ventanillas.

—De acuerdo. Entonces, ¿a tu casa o a la mía?


—¿Qué?

—Si prefieres hacerlo con toda comodidad, tendremos que ir a tu


casa o a la mía.

Spence sacó a Pattie de la zona de baile.

—¿Te has olvidado que se supone que debemos vigilar la fiesta?


Además, ninguno de los dos vivimos solos.

—Esto de ser padre tiene serias desventajas, ¿no te parece?

—Hola, pareja.

Allie apareció junto a ellos con el rostro radiante.

—¿Lo estás pasando bien? —le preguntó Spence.

—Si, por lo menos hasta hace un momento.

Allie miró por encima de su hombro hacia donde J.J. bailaba


acompañado de una pelirroja curvilínea.

Pattie sabía bien como se sentía Allie. La felicidad era algo


efímero, frágil y que podía destruirse fácilmente. Un solo baile les
había dado a las dos una imagen del paraíso que la realidad les
había arrebatado rápidamente.

—¿Qué te parecería bailar con tu viejo tío Spence?

Apretó la mano de Pattie y después le ofreció la suya a su


sobrina.

—Estupendo. No tengo por qué esperar a que Darren quiera


bailar. No sabe. Gracias a Dios que Pattie me dio unas cuantas
lecciones. Si no, yo estaría en la misma situación.
Pattie se quedó observando al tío y a la sobrina cuyo parecido era
tan extraordinario que alguien que no los conociese juraría que eran
padre e hija. Aquel dolor antiguo que Pattie conocía bien se abrió
paso en la armadura que había construido alrededor de aquellos
recuerdos tan dolorosos. Había intentado sellar la agonía de la
muerte de su hija. Habían pasado ya los años y no debería
importarle tanto, pero no era así. Nunca lo sería.

Nada podía cambiar el pasado, pero quizás, por irónico que


pudiese parecer, Dios le estaba ofreciendo la oportunidad de hacer
de madre de Allie Wilson, la niña que había nacido el mismo día que
su propia hija. ¿Debía atreverse a confiar en que hubiese un futuro
para ella, J.J., Spence y Allie?
—Es una niña encantadora, ¿verdad? —comentó Joan
Stephenson, con una voz engañosamente dulce.

Pattie se volvió rápidamente. No la había visto acercarse, porque


si no, la hubiera evitado.

—Sí, Allie es encantadora.

—Desde luego es una Rand, ¿no crees? Tiene un parecido


extraordinario con Spence.

—Si me disculpas...

Pattie no tenía intención de continuar hablando con una mujer a la


que detestaba, pero Joan la cogió por un brazo. Pattie la miró con la
frialdad de una barra de hielo y Joan la soltó.

—Estás perdiendo el tiempo si crees que Spence tiene algún


interés por casarse contigo. Te dejó una vez, cuando ya había
conseguido lo que quería, y lo volverá a hacer.

—No sabes de qué estás hablando.

Pattie se alejó, pero Joan caminó detrás de ella.

—El querrá una madre adecuada para la hija de Valerie. Alguien


con la educación adecuada.

Pattie se volvió hacia ella y la miró amenazadora.

—Todo el mundo sabe que hace años querías a Spence, pero que
él no malgastó contigo ni cinco minutos porque me quería a mí. Me
deseaba a mí.

Joan se echó a reír.


—¡Sí, claro que te deseaba, pero no lo suficiente para casarse
contigo y darle su nombre a tu hijo bastardo! No eres nada. Eres
una insignificancia que se las arregló para seducir a mi primo Fred,
igual que has seducido a tantos otros. No eres más que una...

—¿Qué pasa aquí?

J.J. se interpuso entre las dos mujeres.

Pattie apretó los puños para resistirse al deseo de abofetear a


Joan.

—Nada serio. Sólo una diferencia de opinión.

—Mira Joan, te he dicho ya cientos de veces que Pattie es ahora


mi madre, y que no quiero que tú te interpongas. Mi padre lo hizo
todo bien. Sabía que Pattie sería una buena madre para mí.

—Tú padre estaba equivocado, pero Pattie y yo no estábamos


hablando de su capacidad como madre.

—Entonces, ¿de qué estabais hablando?

Pattie vio por el rabillo del ojo que Spence y Allie se acercaban a
ellos.

—No tiene importancia, J.J. Olvidémoslo.

—La verdad es que le estaba diciendo a Pattie lo encantada que


estoy de que Spencer haya aceptado mi invitación a cenar para él y
su sobrina.

La sonrisa de Joan era triunfal.

«No dejes que esto te haga daño», se dijo Pattie, y un zumbido


atronador creció en su interior, impidiéndole oír nada más. «Spence
y Allie no te pertenecen. Son libres de ser amigos de quien quieran,
incluso de Joan Stephenson».
Lo demás no habían sido más que castillos en el aire. Spence no
le había hecho promesas. Ella sola había estado pidiendo un
imposible, pero no podía esconderle sus sentimientos a J.J., ni
podía evitar palidecer.

—¿Por qué no bailáis otra vez, chicos? —sugirió Spence, mirando


a ambas mujeres alternativamente, y después extendió su mano
hacia Pattie—. Me debes una, y prometo no pisarte.

Pattie se le quedó mirando como si le hubiera hablado en un


idioma desconocido ¿Es que era tan insensible que no se daba
cuenta de cómo su amistad con la mujer que pretendía quitarle la
custodia de J.J. la afectaba a ella?

—Estoy muy cansado del partido —dijo J.J.—. Pattie y yo nos


vamos a casa.

—¿Quieres irte tan pronto? Ni siquiera es media noche —como


Pattie no respondió y ni siquiera levantó la cabeza para mirarle,
Spence la rodeó por los hombros—. Bueno, si de verdad queréis
iros a casa, yo os llevaré.

Pattie se separó de él. Temía echarse a llorar si la tocaba y no


estaba dispuesta a humillarse de esa forma.

—No, no es necesario —contestó J.J.

—¿Pero qué está pasando aquí?

—Deja a Pattie en paz —dijo J.J., blandiendo un dedo hacia


Spencer—. No te necesita. Estábamos perfectamente bien hasta
que tú volviste a Marshallton.

J.J. cogió a Pattie por un brazo pero Spence se puso delante de


ella.

—Pattie, espera. ¿No vas a decirme qué está pasando?


—No tiene por qué explicarte nada —J.J. tiró del brazo de Pattie
—. Vamonos de aquí.

—¡Pattie! —gritó Spence.

—Pattie, ¿estás enfadada conmigo por algo? —preguntó Allie,


acercándose a ella con reservas—. ¿He hecho algo mal?

—No, claro que no —Pattie hizo un esfuerzo enorme por que sus
palabras fueran audibles—. Tú eres un ángel, Allie —y mirando a
Spence, añadió—: Cuídala, y deja que venga a verme cuando
quiera.

—Pattie, tenemos que hablar.

—No, no tenemos que hablar de nada —Pattie se obligó a.


sonreír. Si al menos pudiera mantener aquella sonrisa hasta salir de
allí... Spence no le pertenecía y si creía que Joan era una figura
femenina mejor que ella para Allie, no iba a interponerse. Incluso se
alegraba de haberse dado cuenta de la verdad antes de que se
hubiera llegado a sentir más unida a Allie—. Ya nos veremos.

En cuanto estuvieron en la. calle, con el brazo joven y fuerte de


J.J. alrededor de sus hombros, Pattie inspiró aire profundamente y
el cuerpo le tembló de pies a cabeza.

—¿Pattie?

J.J. la sujetó con más fuerza.

—Estoy bien. Estoy... bien.

Había sido una estúpida al atreverse a pensar que a Spence y a


ella se les había concedido una segunda oportunidad y que Dios la
había elegido para ser la madre de Allie. Spence la seguía
deseando, pero ya no la quería. Aquel amor apasionado que habían
compartido había muerto hacía casi catorce años y lo había creído
enterrado con su hija, pero no era así. Que Dios la ayudase, pero no
era así. Seguía queriendo a Spence tanto como hacía todos
aquellos años.

1. Capítulo Cinco

En general, nunca había conseguido entender a las mujeres, y


concretamente le era imposible comprender a aquella rubia tan
sexy. En el baile de la semana anterior, por un momento había
creído que algo de la magia y la compenetración que habían
compartido una vez había vuelto a surgir entre ellos. De hecho,
hasta aquel momento las cosas habían ido bastante bien. Pattie y su
hija se habían hecho amigas. Allie había llegado a admitir incluso
que deseaba que se casara con Pattie para poder ser una familia, y
aunque supiera que era un sueño imposible, se había sentido
complacido de que se hubiese encariñado hasta tal punto de Pattie.
Así todo sería más fácil una vez que todos supieran la verdad y él se
marchase de Marshallton, y aunque en el fondo de su corazón, una
pequeña parte de sí mismo deseaba quedarse allí y ser un padre,
sabía que no podía arriesgarse a causar más dolor en la vida de
Pattie o en la de Allie.

Había creído que a Pattie le gustaba tal como era y había contado
con cimentar una relación positiva entre los dos, un vínculo que les
permitiera ser los padres de Allie. Todo había ido bien hasta que
había cometido aquel error táctico: aceptar la invitación de Joan
Stephenson a cenar. Pattie ni siquiera le había dado la oportunidad
de explicarse.

Al día siguiente del baile, había intentado decirle a Pattie que el


motivo de haber aceptado la invitación de Joan era la esperanza de
poder convencerla de que se olvidara de sus amenazas de llevarla a
juicio por la custodia de J.J., pero ella no le había creído. Se había
olvidado de lo insegura que se sentía sobre su posición social en
Marshallton, o mejor dicho, su carencia de posición social. Cuando
eran jóvenes, todo el mundo se había empeñado en demostrarles
que ambos tenían antecedentes radicalmente distintos. ¿Cuántas
veces había tenido que consolarla y convencerla de que ella era lo
bastante buena para él?

Es más, haciendo honor a la verdad, Pattíe siempre había sido


demasiado buena para él. No podía comprender por qué seguía
siendo tan sensible ante algo que él jamás había considerado
importante. Esa era una de las razones por las que había escapado
de Marshallton hacía catorce años: la intolerancia social. Pero ella
no había escapado. Se había quedado allí a soportar las
habladurías de su embarazo de adolescente.

¿Cómo era posible que Pattie creyera que estaba realmente


interesado en Joan Stephenson? Demonios, si era un calco de su
abuela y su hermana.

Tenía que arreglar las cosas. Tenía que decirle la verdad sobre su
hija.

La radio despertador se encendió. Eran las cinco y media.


Tanteando en la mesilla, lo apagó y apartó con los pies la sábana.
Una vez de pie, se metió unos vaqueros, abrió la puerta y se
encaminó al cuarto de Allie. Tenía que despertarla. Debía estar en la
iglesia a las seis y media. Un grupo de chicos de su colegio se iban
de viaje a Memphis Mud Island.

La puerta del dormitorio estaba entreabierta y tras llamar varias


veces con los nudillos, entró y se acercó a la cama. ¿Por qué sentía
que el corazón le latía erráticamente cada vez que miraba a aquella
dulce niña? No creía que fuese posible preocuparse tanto por otro
ser humano. Estaba tan preciosa allí durmiendo, tan dulce e
inocente, tan necesitada de protección. No podía dejarla en la
estacada. Tenía que arreglar las cosas con Pattie tan pronto como
fuera posible. Allie y Pattie tenían que estar juntas y que eso
ocurriera dependía de él.

Al otro lado de la ciudad, Pattie llenaba dos vasos de zumo de


naranja y tomaba un sorbo de su taza. Nada sabía mejor que el
primero café de la mañana.

—J.J., date prisa que se enfría el desayuno —dijo al poner dos


tortitas humeantes sobre un plato de loza verde—. El autobús sale a
las seis y media.

Pattie abrió una lata de comida de perro y la vació en el plato de


Ebony, que hundió el morro en los trozos de carne con sus orejas
rizadas golpeteando el plato.

Pattie se bebió su zumo de un solo trago. No había vuelto a ver a


Spence y no quería volver a verle aquella mañana, así que, si J.J.
se daba prisa, podría dejarle temprano en la iglesia y evitar el
encuentro.

Por supuesto, existía la posibilidad de que Spence tuviese razón y


ella estuviera equivocada. Quizás hubiera exagerado en lo de su
cena con Joan. Quién sabe, quizás de verdad tuviera intención de
defenderla ante ella. Pero por mucho que quisiera a Spence, no
podía confiar en él. Tenía miedo de contar con él y que la dejase en
la estacada.

La verdad es que hasta se había echado a reír cuando ella le


había sugerido lo de que considerase a Joan un mejor modelo para
Allie.

Spence nunca había comprendido su sentimiento de inferioridad.


Quizás fuese porque él había nacido un Rand, con todos los
privilegios que su herencia y su nombre le permitían. Sus ancestros
habían sido abogados y políticos, mientras que el padre de Patie
había sido mecánico y su madre ama de llaves. Había crecido en un
piso pequeño de la zona pobre de Marshallton y su ropa había sido
siempre barata y pasada de moda, lo que se habían empeñado en
recordarle siempre en el colegio.

Nadie había resultado más sorprendido que ella cuando Spencer


Rand le había correspondido en su amor. Salieron por primera vez
cuando ella tenía quince años e hicieron el amor el día de su
diecisiete cumpleaños. Poco después de cumplir dieciocho se
dijeron adiós.

—Pásame el sirope—dijo J.J., acomodándose en su silla.

Pattie le acercó la botella.

—Me gustaría que le echases un vistazo a Allie durante el viaje.

J.J. se echó una buena cantidad de sirope sobre las tostadas.

—¿Por qué te empeñas en hacer de madre con esa chica?

Pattie se caldeó las manos con la taza del café.

—No me hagas esto, J.J. por favor. Creía que ya habíamos


aclarado este tema. El que me preocupe por Allie Wilson no
disminuye el amor que siento por ti.

—Si, ya lo sé. Ya me has dicho veinte veces que me he


comportado como un idiota, pero su tío...

—Lo que pase con su tío Spence no tiene nada que ver con lo
que siento por Allie. Ha sufrido ya demasiadas tragedias en su vida
y necesita amigos. Yo soy su amiga y eso es todo lo que puedo ser,
porque Spence y yo no tenemos ningún futuro juntos.

—Me alegro de que se lo hayas dicho así.

Pattie tomó un sorbo de café y miró a su hijo.

—A Allie le gustas y necesita tu amistad —le dijo.


—De acuerdo, me ocuparé de ella, pero eso es todo. No quiero
que la gente piense que es mi novia o algo así.

J.J. se terminó las tortitas y el zumo.

—Supongo que tienes razón. Al fin y al cabo, es demasiado joven


para ti. Tú tienes dieciséis y ella no cumplirá los catorce hasta la
Navidad.

—Sí, es demasiado joven y demasiado cortada. ¿Sabías que lee


poesía? —J.J. rebañó el sirope del plato—. ¿Y cómo sabes cuándo
cumple los catorce? ¿Es que te lo ha dicho?

—Sí, más o menos.

«El cuatro de enero».

J.J. llevó los platos al fregadero.

—Lo pasarás bien esta noche con el entrenador Evans. Es un tipo


estupendo. Seguro que sería un buen padre.

—Gil Evans es un tipo estupendo y muy divertido, pero no te


imagines nada más.

Pattie había estado rechazando las invitaciones de Gil durante


meses, y en realidad la única razón de que hubiese aceptado salir
con él era por vengarse de que Spence fuese a cenar con Joan.

A las seis en punto el autobús salió del aparcamiento en dirección


a Memphis mientras un grupo de padres con ojos acuosos agitaban
las manos despidiéndose. Justo en el instante en que Pattie abría la
puerta de su coche, Spence se acercó a ella y le puso una mano en
la espalda.

—¿Podemos hablar? —le preguntó cuando ella se volvió


bruscamente.
—¿De qué quieres hablar, Spence? Creo que ya hemos agotado
el tema de que tú y yo no tengamos una relación de ninguna clase y
que nunca vayamos a tenerla.

Pattie hizo ademán de separarse y él la sujetó por un brazo.

—Antes éramos amigos y amantes, y creí que teníamos la


oportunidad de volver a serlo. ¿Qué ha pasado?

Pattie le contestó sin mirarle a los ojos.

—Joan Stephenson se muere por ser tu amante y tu amiga. ¿Por


qué malgastas el tiempo conmigo? Ya me has tenido antes,
¿recuerdas?

Tenía un nudo de lágrimas en la garganta, pero no iba a llorar. ¡De


ninguna manera!

Spence la soltó.

—Maldita sea, Pattie, sabes que Joan no tiene nada que ver con
esto. Estás utilizándola de escudo entre nosotros porque tienes
miedo de admitir que te sigo importando y que aún me deseas.

Pattie miró a su alrededor y suspiró aliviada al comprobar que


estaban solos.

—Tienes razón. Tengo miedo de quererte porque sé que volverás


a hacerme daño.

¿Cómo podía negar aquellas palabras? Estaba en lo cierto. Más


pronto o más tarde, terminaría por hacerle daño otra vez.

—Joan no es el modelo adecuado para Allie, sino tú. A pesar de lo


que sientas por mí, no la excluyas de tu vida. Te necesita.

Pattie se mordió el labio para intentar controlar sus emociones. No


podía permitirse llorar.
—Yo... no pienso excluirla de mi vida. Ya le he dicho que estaré
ahí siempre que me necesite.

—Gracias, Pattie. No sabes lo mucho que te lo agradezco. Allie es


una niña muy especial y necesita mucho más de lo que yo soy
capaz de darle —Spence clavó los ojos en el suelo—. Necesita una
madre.

—Yo no puedo ser su madre, pero puedo ser su amiga.

—Pattie...

—Tengo que irme —dijo, y rápidamente entró en el coche y cerró


la puerta.

Spence se quedó inmóvil junto al coche y no se movió de allí


hasta que Pattie desapareció de su vista.

Sabía que se merecía aquella tarde tan horrorosa; él mismo se lo


había buscado invitando a Joan Stephenson a cenar. Mientras Allie
y él cenaban en casa de Joan el martes por la noche, había
intentado sacar el tema de la custodia de J.J. varias veces, pero
Joan lo había evitado deliberadamente. Hacía un momento se lo
había preguntado directamente, y aunque ella le había contestado
con evasivas, no había dejado pasar la oportunidad de lanzar
calumnias acerca del carácter de Pattie. Hasta había tenido el
descaro de hablarle de su embarazo, y Spence había tenido que
morderse la lengua para no espetarle que no sólo la hija de Pattie
había sido suya sino que estaba viva.

Para cuando la cena en el restaurante más caro de Marshallton


terminó, Spence ya había decidido llevar a Joan a casa y dar por
terminado aquel fiasco, pero ella tenía otras ideas, así que en la
confianza de mitigar su ardor, decidió llevarla a bailar al Jinete
Pálido. Deliberadamente había elegido aquel bar de carretera
pensando que Joan no aceptaría ir, pero se había equivocado.
Entraron en aquel local lleno de humo y poco iluminado que
estaba decorado como un granero. El suelo estaba cubierto de
serrín y la pista de baile era de madera. Pacas de heno estaban
apiladas por el local y había varias personas tumbadas sobre ellas.
Un grupo de música country tocaba una melodía típica mientras
varias parejas bailaban.

—Nunca había estado en un sitio como este —dijo Joan, colgada


de tal forma del brazo de Spence que parecía temer un ataque.

—Puedo llevarte a casa si quieres. No había nada que desease


más en el mundo que deshacerse de ella.

—Qué tontería. Si tú disfrutas viniendo a sitios como este,


entonces... bueno, no me importa probar. Por esta vez.

Joan hizo una mueca con la nariz, aparentemente ofendida por el


olor a polvo, cerveza y sudor.

Guando Spence la condujo hasta una de las mesas vacías a la


derecha de la pista, Joan recibió varias miradas de los hombres sin
pareja y cuando se sentaron, Spence miró con algo más de atención
a su pareja. Desde luego era atractiva. Alta, delgada y elegante, y
absolutamente fuera de sitio en el Jinete Pálido. Todas las mujeres
llevaban ropa informal mientras que Joan iba vestida con un clásico
vestido negro, un collar de perlas y unos pendientes a juego.

Cuando finalmente apareció la camarera, Spence pidió dos


cervezas e intentó seguir su conversación, pero cuando la pista de
baile se vació, enmudeció de pronto.

Pattie Cornell, con la mano apoyada en el musculoso brazo de Gil


Evans, se encaminaba a su mesa. ¿Pero qué demonios estaba
haciendo allí con aquel musculoso cerebro de mosquito? Había
estado tan seguro de que Pattie sentía algo por él, incluso aquella
misma mañana, cuando se habían visto en el aparcamiento de la
iglesia. Verla tan triste le había hecho sentirse un canalla y había
confiado en arreglar las cosas ofreciéndole como prueba de buena
voluntad el haber conseguido convencer a Joan de que olvidase la
batalla por la custodia.

Ahora se sentía absurdo. Aunque sus relaciones no eran nunca


duraderas, solía tener bastante tino a la hora de adivinar lo que
funcionaba con una mujer, y había supuesto que podría aprovechar
el interés que despertaba en Joan en su beneficio y ganarse así el
agradecimiento de Pattie, pero le había salido el tiro por la culata. Ni
había conseguido persuadir a Joan y Pattie... bueno, era evidente
que estaba pasando un buen rato con otro hombre.

—Vaya, veo que Pattie vuelve a ser la misma de siempre —


comentó Joan—. Antes de que cazara al pobre de mi primo Fred,
prácticamente vivía en sitios como este acompañada de hombres
del estilo de Gil Evans.

—¿Ah, sí?

Spence miró de pasada a Joan para seguir con la atención puesta


en la mesa de enfrente.

Pattie cogió una jarra de cerveza y se la llevó a los labios. Spence


siguió con los ojos la curva de su cuello, cómo sus labios rozaban el
cristal, la forma en que su pelo rubio caía sobre sus hombros.
Maldita sea... ¿por qué tenía que ser tan preciosa? Era ahora aún
más guapa que a los dieciocho.

—Tú tuviste más suerte que mi primo Fred —Joan puso su mano
sobre la de Spence—. Supiste ver cómo era de verdad y te
marchaste de la ciudad antes de que te convenciera de que el niño
que llevaba era tuyo.

Spence apartó su mano bruscamente.

—¿Y qué te hace pensar que el niño no era mío?


Joan bajó la mirada con las mejillas arreboladas.

—Porque Pattie siempre ha sido una mujer, digamos, ligera de


cascos.

—Hablas igual que mi padre.

—Ya sabes que el senador tenía razón.

La camarera puso sus jarras de cerveza en la mesa y Spencer


cogió la suya, agradecido de tener una razón para no seguir
hablando. Ni era el momento ni el lugar de decirle un par de cosas
bien dichas a aquella mujer.

El grupo tocó una nueva canción, un éxito de Travis Tritt titulado


«Alguien para mí», y las parejas volvieron a llenar la pista de baile.
Spence sintió que el estómago se le hacía un nudo cuando vio a Gil
ponerse de pie y ofrecerle la mano a Pattie, que se levantó
lentamente con una sonrisa en los labios.

—Vamos a bailar —dijo Spence, y prácticamente arrastró a Joan


de su silla, que emitió un sonido a medio camino entre la risa y el
grito.

—Dios mío, sí que tienes prisa.

Una vez en la pista, Spence se acercó a Joan, y su cuerpo le


pareció huesudo comparado con las lujuriosas curvas de Pattie.
Pero no era Pattie su pareja. Ella apoyaba sus curvas contra otro
hombre, un hombre al que él podría retorcerle el pescuezo en aquel
preciso instante.

Entonces puso una mano en la cadera de Joan y la acercó más a


él. Ella dejó escapar un grito ahogado y se separó.

—No seas tan vulgar, Spencer. .


—Lo siento.

—Sólo porque los bárbaros que vienen a este sitio actúen como
animales, no es excusa para que tú hagas lo mismo —le reprendió,
tiesa como un palo—. Mira cómo se comporta esa mujer. Es
vergonzoso.

Efectivamente Spencer estaba mirándola, y no parecía poder


dejar de hacerlo. Pattie nunca había estado más bonita que aquella
noche, y él nunca la había deseado tan desesperadamente.

Cuando la canción terminó, Gil se acercó a susurrarle a Pattie al


oído:

—Una canción más, ¿vale? Después, pedimos algo fresco de


beber.

Pattie sonrió, e interiormente se alegró de que Gil Evans fuese un


hombre tan encantador y tan comprensivo que no esperaba de ella
más de lo que estuviera dispuesta a darle.

—De acuerdo. Bailemos una más.

El grupo empezó a tocar un tema instrumental y Gil volvió a coger


a Pattie en sus brazos. Fue entonces cuando, al girar con él, el
corazón se le paralizó. Spencer Rand estaba a menos de dos
metros de distancia con Joan Stephenson en sus brazos. Pattie se
quedó bloqueada.

—¿Qué pasa? —le preguntó Gil, mirando hacia atrás para ver qué
había atraído la atención de Pattie.

Ella ni podía hablar ni podía moverse. Una muerte súbita hubiera


sido preferible a los celos salvajes que parecían estar abriéndola en
canal.
Pero ¿qué estaba haciendo allí con esa mujer? ¿Le habría
mentido sobre sus razones para ir a cenar con Joan el martes? Si le
había dicho la verdad, ¿por qué iba a estar allí con ella?

—¿Quieres que nos sentemos? —le preguntó Gil, agitándola


suavemente.

Aun sin apartar los ojos de Spence y Joan, Pattie balbució:

—Yo... lo siento, Gil.

—Si vamos a quedarnos aquí, será mejor que nos movamos un


poco, a no ser que quieras que Rand vea lo enfadada que estás.

Pattie dejó que su pareja la llevase un poco más lejos de Spence,


e internamente le dio las gracias a Gil por ser tan comprensivo.
Cada vez que giraban bailando, volvía a mirar a Spence y a la mujer
que tenía en brazos.

Estaba tan asquerosamente atractivo... Spence era un hombre tan


grande y fuerte, y aquella americana de lana color verde oliva no
hacía sino acentuar la anchura de sus hombros. Resultaba
irresistible, masculino, tentador. Pattie tragó con dificultad. Se había
recogido el pelo oscuro en una coleta, pero unos mechones se
habían escapado y le rozaban una mejilla. Bajo la americana llevaba
una camisa negra, un cinturón negro ancho y unos pantalones
también negros, combinados con unos zapatos de ante del mismo
verde oliva de la chaqueta. Informalmente elegante. Spencer Rand.
Siempre un rebelde, un espíritu libre, pero tan atractivo que podría
ser modelo de ropa de hombre.

Pattie intentó mirar hacia otro lado. ¿Pero por qué tenía que
hacerse eso a sí misma? Spence no le había hecho promesa
alguna. Por contra, le había dejado bien claro desde el principio que
no buscaba una relación permanente, y ella sospechaba que él
pretendía renovar su antigua amistad más por el bien de su sobrina
que porque aún sintiera algo por ella. Pero ahora había encontrado
una mujer más adecuada para ser la madre sustituta de Allie.

No debería hacerle tanto daño, pero no podía evitarlo. A pesar de


lo que se había esforzado por no permitir que ocurriera, había vuelto
a enamorarse de Spence. ¡Qué idiota era!

Incapaz de controlarse, volvió a mirarle, y se encontró con que él


la estaba mirando a los ojos con tal pasión que Pattie se estremeció.
Tanto su ira como su deseo la sorprendieron. Las dos emociones se
arremolinaron en su interior con la misma fuerza que parecían estar
haciéndolo en Spence.

Forzándose a apartar la mirada, susurró a Gil al oído:

—Necesito esa bebida que me has ofrecido antes.

Cuando Gil la acompañó de nuevo a la mesa, Pattie no miró hacia


atrás.

Spence terminó la canción bailando con Joan y después ambos


se sentaron. Spence se bebió lo que le quedaba de la cerveza y
pidió otra ronda, aunque Joan no había ni probado la primera.

Tenía que prestarle algo de atención a Joan, que se pasó los


siguientes treinta minutos intentando desesperadamente despertar
su interés en una conversación sobre su familia: sobre Allie y
Peyton, incluso sobre Valerie, el senador y su abuela. Él pudo
responder con algunos monosílabos y asentir ocasionalmente,
aunque su atención estaba en Pattie, que no parecía capaz de
apartar la mirada de él.

Cuando Gil volvió a sacar a Pattie a la pista, Spence se resistió al


deseo de arrastrar otra vez a Joan, y se limitó a recostarse en su
silla y observar. No tardó en descubrir que habría sido mejor
marcharse de allí en el mismo instante en que había visto a Pattie.
Vagamente consciente de que Joan seguía hablando, Spence
apretó los puños mientras los latidos de su corazón se aceleraban y
el sudor le mojaba la frente.

Pattie era toda feminidad con aquellos vaqueros azules y su


camiseta de algodón acanalado color salmón. La ropa le sentaba
como un guante y sus labios se movían al tararear la canción de
Vine Gil «Podríamos haber sido».

Apenas se dio cuenta de que Joan le había preguntado a la


camarera por el lavabo de señoras y que se había excusado para
levantarse de la mesa. El cantante del grupo anunció entonces que
la próxima canción sería un tema de Garth Brooks titulado
«Sinvergüenza».

Cuanto más se iba metiendo en la música, más salvajes se


volvían los movimientos de Pattie, y más sensual y excitante
resultaba para Spence. Gil se separó de ella ligeramente y las
demás parejas comenzaron a mirarla; incluso unos cuantos dejaron
de bailar para ver cómo lo hacía ella. En pocos instantes, las parejas
se limitaron a moverse rítmicamente mientras se dejaban llevar por
la seducción de su interpretación.

Sólo con verla bailar, Spence se había excitado. Aquella mujer,


aquella criatura desinhibida que se entregaba de esa manera a la
música, era la mujer que él había amado hacía catorce años, la
mujer con la que había descubierto las maravillas del primer amor y
del placer sexual.

El foco de luz bailó por los rostros de las parejas hipnotizadas por
aquella mujer y después se centró en Pattie, quien, apartándose de
Gil, extendió los brazos invitando. Spence no tenía duda de que él
era el hombre a quien invitaba y se puso de pie, y como en trance,
caminó hasta ella.

Pattie cerró los ojos y se dejó arrastrar completamente por el


ritmo. Instintivamente había deseado a Spence nada más verle, y se
había dejado llevar por la necesidad de seducirle. Nada ni nadie
importaba. Ni el dulce y comprensivo Gil ni por supuesto Joan
Stephenson.

Cuando la canción terminó, Spence se acercó a ella. Ni los


espectadores ni el foco de luz se movieron. Spence y Pattie se
sonrieron y él la recorrió con los ojos de pies a cabeza en un gesto
lleno de sensualidad.

Pattie tenía los labios secos y se pasó la lengua por ellos sin
apartar los ojos de Spence.

El grupo comenzó a tocar otro de los éxitos de Garth Brooks «El


baile». Las notas suaves del piano se mezclaron con el sonido de la
guitarra, y Spence cogió a su mujer entre los brazos. Pattie fue a él
como no lo habría hecho con ningún otro hombre. Sus cuerpos se
tocaron y el calor la recorrió como una corriente eléctrica. Él la
acercó más y el afrodisíaco de sentir su cuerpo duro y grande la
dejó sin respiración. Siempre había sido así entre ellos.
Sobrecogedor. Intenso. Abrasador.

Spence sabía que estaba perdido. En cuanto su piel suave le


rozó, todo dejó de importarle: sólo su preciosa Pattie y lo que
solamente ella era capaz de hacerle sentir. La deseaba con una
intensidad tal que no había vuelto a sentir desde que era un crío tan
enamorado que no podía imaginarse su vida sin que Pattie Cornell
fuese el centro de ella.

Menos mal que en aquel entonces no sabía el dolor que los


esperaba después. Si no hubiera conocido el amor y la pasión de
Pattie, su vida habría estado mucho más vacía. No habría tenido
nada, ni siquiera esos preciosos recuerdos de un amor tan puro y
dulce que nada ni nadie podría empañarlo.

Como si se hubieran dado cuenta de que el baile entre Pattie y


Spence era ya algo privado, las otras parejas volvieron a la pista, y
el foco pasó a iluminar el escenario.
—Ven conmigo, Pattie. Te deseo —susurró Spence con los labios
rozándole el cuello—. Dejemos de pretender que podemos controlar
nuestros sentimientos. Pattie le acarició el pelo y le quitó la goma
que se lo recogía en una coleta.

—Vamos a volver a hacernos daño, Spence. Lo sabes, ¿verdad?

—No creo que pueda sufrir más de lo que estoy sufriendo en este
momento, pequeña. —Spence, ¿qué vamos a hacer? Aunque el
futuro no tuviera promesas, le deseaba de tal forma que no podía
resistirse a la tentación de pasar aquella noche con el hombre que
amaba.

—Vamos a salir de aquí antes de que perdamos por completo el


control —contestó él, y pasó un brazo por su cintura para sacarla de
la pista de baile.

Pattie se detuvo y miró hacia atrás. Gil Evans sonrió y asintió, y


los dos salieron rápidamente seguidos por la mirada atónita y
boquiabierta de Joan.

El aire de la noche resultaba frío y húmedo contra su piel caliente,


y una cortina de lluvia muy fina caía del cielo oscuro. Cogidos de la
mano, corrieron hasta el Porsche de Spence, y una vez dentro se
abrazaron y se encontraron en un beso frenético y tórrido. Spence
no podía pararse a desabrochar los botones de la camiseta de
Pattie, así que tiró de ella para sacarla de los pantalones y acariciar
sus pechos.

—No podemos hacer el amor aquí —dijo él al oírla gemir—, pero


no voy a ser capaz de esperar mucho. —A mi casa —dijo ella, y
volvió a acomodarse en el asiento del copiloto—. Tenemos toda la
noche, Spence. Hemos esperado catorce años, así que podremos
esperar unos cuantos minutos más.

1. Capítulo Seis
Pattie intentó abrir la puerta con las manos temblorosas, oyendo
los ladridos de Ebony. Spence estaba detrás de Pattie, abrazándola
contra su pecho, y la besó en la base del cuello.

—Estáte quieto o nunca abriré esta puerta. Entre risas, por fin
consiguió abrirla. Ebony saltó a su alrededor, ladrando de contenta.

Spence volvió a Pattie y la cogió en sus brazos para llevarla al


dormitorio, con Ebony correteando entre sus pies, y una vez
entraron en la habitación, la perra se acurrucó en su cesta,

Spence dejó a Pattie en el suelo junto a la cama, y aún sin soltarla


deslizó sus enormes manos hasta sus nalgas para apretarla contra
él y besarla con una urgencia desenfrenada, que ella le devolvió con
la misma intensidad.

—Sé que debería ir más despacio —le susurró al oído—, tomarme


mi tiempo.

—No sé si voy a poder esperar —contestó ella, tirando de su


americana para quitársela.

—Me gustaría que esta noche fuese especial para ti —dijo él, y la
dejó caer al suelo—. No quiero que pienses que no es importante
para mí que volvamos a estar juntos.

—Tenemos toda la noche para tomarnos las cosas con calma.

Pattie comenzó a desabrocharle la camisa. —No te imaginas lo


mucho que te deseo, pequeña. Quiero tenerte ahora mismo, en este
instante.

Spence se desabrochó el cinturón y los pantalones.

—¡Entonces deja de hablar y hazlo! ¡Tómame ahora mismo!


Spence gimió. No se había sentido así desde que era un
adolescente, y siempre había sido Pattie quien había calmado su
dolor, y la empujó suavemente sobre la cama. Ella se quitó los
zapatos de tacón con los pies y aterrizaron en el suelo con un golpe
seco. Entonces extendió los brazos hacia él, sonriendo. Spence
tembló al acariciar su vientre, plano y de seda por encima de sus
braguitas de encaje.

—No puedo esperar, cariño.

Se las quitó y rápidamente se quitó los pantalones y los


calzoncillos. Miró entonces el cuerpo de Pattie desnudo y el deseo
centelleó en sus ojos. El iris marrón de ella brilló de pasión y vio la
misma urgencia en sus profundidades.

Spence la levantó por las caderas hacia él y la penetró con un


movimiento rápido y certero. Ella gritó y él dejó escapar un gemido.
Su unión era lo más dulce que jamás habían conocido. Era el cielo y
el infierno, puro y dulce, pero al mismo tiempo ardiente y salvaje.

Spence se despertó varias horas más tarde. La llovizna se había


convertido en un aguacero y el viento rugía con la fuerza de la
tormenta, pero él sonrió al mirar a la mujer que dormía a su lado y a
la que había amado como un salvaje. Ella le había respondido con
la misma intensidad, pronunciando las mismas palabras picantes y
salvajes que él. Pattie era toda una mujer, tan llena de necesidades
y deseos como él.

Estaban tumbados sobre el edredón a medio vestir, e


incorporándose sobre la cama, se quitó la camisa, los zapatos y los
calcetines antes de quitarse del todo los pantalones y los
calzoncillos.

Pattie estaba desnuda, excepto por la camiseta salmón y el


sujetador. La cogió en brazos y la metió bajo las sábanas. Ella se
volvió hacia él murmurando algo entre sueños. Dios, cómo le
gustaba mirarla. Era la mujer más hermosa que había visto en toda
su vida. Con movimientos lentos, le desabrochó la camiseta y se la
quitó. Ella se estiró y murmuró su nombre. El sonrió; esperaba que
abriera sus grandes ojos castaños para mirarle, pero siguió
durmiendo.

Entonces abrió el broche de su sujetador, se lo quitó y lo dejó caer


al suelo, para volver inmediatamente toda su atención sobre aquella
mujer desnuda cuyo cuerpo lujurioso le seguía llamando, invitándole
silenciosamente a explorarlo con sus labios y sus manos. Entonces
se dio cuenta de la cadena de oro que le colgaba del cuello con dos
anillos, y quiso quitársela para lanzar el anillo de Fred Cárter al otro
lado de la habitación. No quería hacer el amor con ella y que
hubiese el anillo de otro hombre colgando cerca de su corazón.

Entonces los miró más de cerca. Uno era un anillo con un brillante
y el otro era uno muy pequeño, como de niño, con un dibujo labrado.

El corazón de Spence se aceleró, y levantó ambos anillos para


acercárselos. ¡Dios del cielo! El brillante era el que él le había
regalado para pedirla en matrimonio hacía catorce años. No era el
de Fred Cárter sino el suyo. ¡El suyo!

El anillo del bebé no le cabía ni en la punta de su dedo meñique, y


las lágrimas asaltaron sus ojos, pero no iba a llorar. No había vuelto
a hacerlo desde que era un niño, herido y enfadado por el constante
rechazo de su padre.

Pero su corazón se estremeció con un dolor que nunca había


sentido antes. Aquel anillo era para un niño, para su hija. Pattie se lo
hubiera puesto a Allie, y sin embargo estaba allí, colgando alrededor
de su cuello, tras haber enterrado a una niña que no era la suya.

—¿Estás intentando despertarme?

Pattie abrió los ojos y sonrió.


Por un instante, Spence no pudo hablar. Las lágrimas se le habían
atragantado y no le dejaban respirar.

—Has guardado mi anillo. Todos estos años y aún

lo tienes.

Pattie se incorporó en la cama y tiró de la cadena para coger los


anillos. La sonrisa se evaporó en cuanto se dio cuenta de que
también los había visto. Había pensado hablarle de ella, pero no en
aquel momento, no a mitad de la noche, desnudos.

—Tenía que guardarlo, Spence. Sé que tú no lo comprenderás,


pero era todo lo que me quedaba de... ti y de... sé que has visto el
otro anillo.

—El anillo de bebé —¿Estaría pensando hablarle de ello o


preferiría mentirle?—. ¿Lo llevas para cuando tengas hijos?

Sabía que Pattie no estaba preparada para decirle que se había


quedado embarazada hacía catorce años pero que su hija murió,
igual que él no lo estaba para contarle la mentira más horrorosa
jamás contada... que su preciosa hija había ido a parar a las manos
de Valerie, cuya hija había nacido muerta. —Spence, yo...

Él le puso un dedo en los labios. —No hablemos del pasado ni del


futuro. Olvidémonos de todo excepto de que estamos juntos y de
que tenemos el resto de la noche para hacer el amor.

No quería enfrentarse a la verdad, al menos, no en aquel


momento. Incluso la mañana siguiente le parecía aún demasiado
pronto. Lo único que quería en aquel momento era mostrarle a
Pattie lo mucho que significaba para él, y que durante el resto de
sus vidas, lo poco que le quedaba de corazón sería suyo.

—Pero tenemos que hablar. Tengo que contarte algunas cosas —


dijo Pattie, y le acarició la mejilla.
Él fue besándole dedo por dedo y sonrió. Ella le sonrió a él.

—Sea lo que sea de lo que tengamos que hablar, puede esperar a


mañana, ¿no?

—Claro que puede esperar. Spence, ¿por qué ningún otro hombre
me ha hecho sentirme así?

—No lo sé, —contestó él, mientras acariciaba uno de sus pezones


sonrosados—. Lo único que puedo decirte es que tú eres la única
mujer que ha sido perfecta para mí. Simplemente perfecta.

—Si... —susurró ella cuando Spence se llevó su otro pezón a los


labios.

Pattie comenzó a jadear mientras él recorría con los labios el


camino hasta su vientre.

—Somos como dinamita con una mecha muy corta, ¿verdad? —


susurró ella.

—Pues voy a encender tu mecha, pequeña, y voy a ver cómo


explotas.

Spence cogió sus caderas y acarició el clítoris con su lengua.


Pattie se debatió un momento, pero después se arqueó contra él.

—Spence... Spence...

Con cada una de sus caricias sentía un calor abrasador que


crecía dentro de ella cada vez más, dispuesto a dispararse.

Pattie cerró los ojos y se aferró a sus brazos mientras el calor era
ya casi insoportable. Entonces, como atraída por una fuerza
insondable, arqueó la espalda una vez más contra él y una fuerza
indescriptible se desató en su interior, mientras que Spence la
acariciaba y contemplaba cómo su mujer explotaba.
Entonces se acercó a ella y le besó los párpados cerrados.

—Me encanta verte así, pequeña. Tan caliente y satisfecha. Me


encanta saber que he sido yo el que te ha dado esa satisfacción.

Pattie abrió los ojos y sonrió.

—Y yo te quiero, Spence. Creo que en realidad nunca he dejado


de quererte.

—Pattie... Eres única, ¿lo sabías? —dijo, y le acarició la mejilla—.


He tenido relaciones con otras mujeres en estos años, pero siempre
me las he arreglado para estropearlas. Soy un desastre cuando
tengo que hacer funcionar una relación. Tú lo sabes mejor que
nadie, pero yo... nunca he querido a otra mujer. Tú has sido la única.

Spence siguió acariciándola, mimándola, guiándola lenta pero


infaliblemente a un estado febril.

—No olvides nunca lo mucho que significas para mí —le susurró


cuando se puso sobre ella y la penetró.

—Ah... te quiero.

Cuando se despertó, Pattie se encontró sola en la cama. Spence


estaba en la puerta, vestido sólo con sus vaqueros.

—Buenos días, preciosa —dijo él y se acercó a la cama con una


jarra en las manos—. Café con azúcar y leche. Estoy preparando
cereales y zumo de naranja. ¿Quieres desayunar en la cama?

Pattie tomó un sorbo del café.

—Delicioso. Gracias —dijo y se incorporó en la cama, cómoda


con su desnudez. Esa era una de las cosas que siempre le habían
gustado de ella a Spence. No era una de esas mujeres que se
vuelven tímidas y pudorosas a la mañana siguiente.
—No soy buen cocinero, pero hago buen café.

No podía apartar los ojos de ella. Era una mujer preciosa, tanto
vestida como desnuda, por la noche o a la clara luz del día.

—Tenemos que hablar —dijo ella, y tomó otro sorbo.

—Sí, lo sé —él le acarició un hombro—. No hemos podido hacer


que la noche durase para siempre, ¿verdad?

Pattie suspiró y miró a Spence con tal ternura y compasión que él


no supo si iba a poder resistir ese escrutinio un sólo segundo más.

—Ya te has duchado —dijo ella, acariciando uno de sus


mechones mojados—. Hueles tan bien...

—Te gusta que tu hombre esté limpio, ¿eh?

—Me encanta que mi hombre esté limpio —Pattie le besó un


hombro y le tendió la taza—. Vete a preparar nuestros cereales
mientras yo me doy una ducha —apartó las sábanas y se levantó—.
¿Ha dejado de llover?

—Sí, pero sigue nublado. Me da la impresión de que va a volver a


empezar en cualquier momento.

Pattie miró a su alrededor.

—¿Dónde está Ebony? ¿En la cocina?

—Está en el jardín. Ya la he dado de comer.

—Ladrará y arañará en la puerta si empieza a llover. Tendremos


que estar pendientes.

Pattie se acercó al armario, sacó una bata de seda blanca y roja y


caminó hasta el baño.
—Gracias por esta noche, Spence. Había olvidado lo que era
sentirse tan viva.

—Sí. Yo también.

Lo único que deseaba era volver a llevarla a la cama y pasar la


mañana haciéndole el amor, pero aquel era el día D, el momento de
la verdad. No sería justo para ninguno de los dos retrasarlo más.

Spence se puso de pie y apuró el café.

—¿Cómo puedes tomarte este brebaje?

Pattie se echó a reír.

—Vamos a desayunar y después hablaremos. En serio. Es algo


que debería haberte dicho en cuanto volviste a la ciudad.

—Dúchate primero, pequeña, y no te preocupes por nada. Sea lo


que sea lo que tengas que decirme, lo comprenderé —dijo, y le dio
un beso en la nariz y una palmada en el trasero. Ojalá ella también
le comprendiese.

Veinte minutos más tarde, Pattie se había duchado, vestido y


comido los cereales. Entonces apoyó los brazos en la mesa y miró a
Spence a los ojos.

—Cuando me pediste que me fuera contigo hace todos esos


años, yo quería irme. Lo sabes.

—Lo sé. Yo entonces no era lo bastante maduro para comprender,


pero ahora sí. No podías dejar a tu madre y a Trisha. Si yo hubiera
sido un hombre en lugar de un crío egoísta, me habría quedado aquí
y te hubiera ayudado a cuidar de ellas.

Spence cogió sus manos, intentando darle fuerzas. Estaba siendo


muy comprensivo y le decía unas cosas que nunca hubiera
esperado oír de él.

—Spence, no podrías haberte quedado. Tu padre nunca te


hubiera permitido casarte conmigo —las lágrimas la asaltaron, pero
ella bajó la mirada para ocultarlas—. El senador no te hubiera
dejado vivir tu propia vida. Tenías que huir. Debías huir para liberarte
de la presión que ejercía sobre ti, y yo lo sabía. —Maldito sea... No
puedes imaginarte lo que destrozó nuestras vidas —dijo, y le besó
las manos.

—Spence, yo... yo estaba embarazada cuando tú te marchaste de


aquí —ella esperó, pero cuando no hubo respuesta, le miró—. No lo
supe hasta una semana después de que te hubieras marchado.
Nadie sabía dónde estabas, pero yo., intenté encontrarte.

—Pattie... lo siento tantísimo. Siento tanto no haber estado aquí y


que tuvieras que enfrentarte tú sola a todo aquello.

Hubiera querido cogerla en sus brazos, pero confortarla sólo haría


todo más difícil.

Pattie inspiró aire profundamente para disipar las lágrimas que le


habían acudido a los ojos.

—No has preguntado qué le pasó a nuestro bebé. ¿No lo quieres


saber?

—Es que ya lo sé. La perdiste.

—¿Pero quién... cómo...te lo ha dicho Joan?

—Ella me dijo que tuviste una niña que murió.

—¿Cómo sabes que el niño era tuyo?

Pattie se soltó de él y se recostó en la silla.


—Pequeña, ¿de quién más podría haber sido? Ninguno de los
dos tenía otros amantes —sería tan fácil dejarla pensar que Joan
Stephenson había sido quien se lo había dicho y esperar un poco
más antes de hablar con Pattie—. Ya sabía que el niño era mío
antes de que Joan me lo dijera. Peyton me lo dijo. Me dijo un
montón de cosas, cosas que hubiera preferido no saber.

—¿De qué estás hablando?

—Hay tantas cosas que no sabes, pequeña. Mi viejo nos hizo algo
terrible. Toda mi familia ha estado viviendo una mentira, incluso Peyt
ha sabido la verdad durante los últimos años y no me la ha dicho.

—¿Qué tiene que ver tu padre con nuestra hija? —Pattie se puso
de pie—. Pienses lo que pienses, tendrá que esperar. Quiero que
sepas, que sepas de verdad cómo fue para mí.

—Pero Pattie, déjame que te explique...

Pattie estrelló un puño contra la mesa, y las tazas temblaron.

—¡Ahora no! Maldita sea, Spence, tenía dieciocho años, no


estaba casada y acababa de dejar el instituto. ¿Puedes imaginarte
cómo fue para mí?

—No hagas esto. No revivas otra vez esa pesadilla.

Spence se puso de pie y extendió los brazos hacia ella. Si al


menos le permitiese consolarla ahora, aunque después se separase
de él, no importaría.

—No me toques. Ahora no, por favor.

—De acuerdo.

—Nadie quería darme un trabajo y mi madre, Trisha y yo tuvimos


que vivir de caridad. Mi madre no se recuperó nunca del ataque —
Pattie comenzó a pasearse de un lado al otro de la habitación—.
¿Te acuerdas de Leah Marshall? Es una prima lejana tuya.

—Sí. Era más o menos de la edad de Valerie.

—Tenía una tienda. Country Class. Me dio un trabajo, Spence. Me


ayudó cuando nadie en esta ciudad lo hizo —sacó de un tirón la
cadena que le colgaba al cuello— Me regaló este anillo para el
bebé. Yo... lo llevé al hospital conmigo.

—Maldita sea, Pattie, ya basta. No puedo dejarte seguir. No es


necesario que vuelvas a vivir la muerte de ese bebé —dijo Spence,
y la sujetó por los hombros.

—¿Ese bebé? —espetó ella, soltándose de él—. ¡Era mi bebé! Mi


hija. Y la tuya.

—No, Pattie, estás equivocada. La niña que murió no era nuestra


hija.

Maldita sea, no había pretendido soltar así la verdad.

—¿Qué dices, Spence?

Él volvió a cogerla con fuerza por los hombros.

—Yo no sabía que estabas embarazada. No supe nada de esa


niña hasta que Valerie y Edward murieron.

—No sabes lo que dices.

—Tranquilízate y escúchame, por favor. Sus ojos lo decían todo,


rogándole que fuera paciente.

—Estoy escuchando.

La cabeza le daba vueltas y las rodillas no parecían saber cómo


sostenerla. De pronto no estaba segura de querer escuchar lo que
Spence tuviera que decirle.

—Sabes que Valerie tuvo una niña que nació el mismo día que la
nuestra, ¿verdad?

—Sí, claro que sé que Allie nació el mismo día.

—Allie nació ese día, pero... la niña de Valerie era prematura.


Tenía sólo seis meses, y nació muerta. Valerie no hubiera podido
volver a quedarse embarazada porque ya había abortado otras
veces antes.

Spence clavó la mirada en la ventana que daba al jardín de atrás.


No podía mirar a Pattie.

—¿Cómo es posible que la niña de Valerie muriera si Allie está...

Las náuseas comenzaron a girar en su estómago.

—Te dijeron que nuestra hija había muerto, ¿verdad?

—Ni siquiera me dejaron verla muerta. Les rogué que me dejaran


tenerla en brazos... sólo unos minutos —la bilis le llegó a la boca,
impregnándolo todo con su sabor amargo—. Lo único que recuerdo
de ella es un instante en que pude verla en el paritorio. Estaba
gorda y gritaba como loca.

—Ellos sabían que si veías a la niña muerta, te podrías dar cuenta


de que no era la niña sana que tú habías visto en el paritorio —
Spence se obligó a mirar a Pattie. Ella le miraba con los ojos
desmesuradamente abiertos—. Nuestra hija no murió.

Ebony ladró varias veces en el jardín y después todo se quedó en


silencio.

—Si nuestra hija no murió, entonces... ¿quién... de quién era la


niña que yo enterré?
Pattie se aferró a los brazos de Spence, y él la cogió por la cintura
para acercarla.

—Mi padre sabía que tu hija era mía, y cuando tomó la decisión,
no nos tuvo en cuenta a ninguno de los dos. Para él era una cosa
muy sencilla. Se trataba simplemente de cambiar una nieta por otra
—Spence sintió la tensión de Pattie—. Enterraste a la hija de
Valerie, y ella se llevó a casa a la nuestra.

—¿Allie? ¿Allie es hija mía? —los ojos se le llenaron de lágrimas,


y un temblor que le empezó en las manos rápidamente se extendió
por el resto del cuerpo—. ¡Dímelo! ¡Maldita sea, Spence! ¿Allie es
hija nuestra?

—Sí —contestó él, y apretó los dientes para evitar las lágrimas—.
Esa es la razón de que volviese a Marshallton. No podía
comprender por qué Valerie me había nombrado a mí tutor de Allie,
y Peyton me dio una carta que Valerie me había escrito al rehacer
su testamento tres años atrás.

—¿Tú no sabías nada de Allie hasta hace unos meses?

Pattie no sentía el brazo de Spence alrededor de su cintura. Ni


siquiera sentía su propio cuerpo.

—En cuanto lo supe, decidí que tenía que traértela. Hubiera


querido decírtelo en ese mismo instante, pero... no estaba seguro de
cuál sería tu reacción. Allie no está preparada todavía para saber la
verdad. Ha pasado mucho, Es una niña tan...

—¿Creíste que yo no iba a poner el bienestar de mi hija por


encima de cualquier otra cosa? —las lágrimas le mojaban las
mejillas, la nariz, el cuello—. Dios mío, ahora comprendo por qué se
parece tanto a ti y por qué las dos hemos conectado enseguida. No
es la hija de Valerie. Es la mía.
Las rodillas dejaron de sostenerla y se habría ido al suelo de no
sujetarla Spence.

—No puedo cambiar lo que hizo mi padre, Pattie. No puedo


devolverte los últimos trece años, pero te traje a Allie para que
pudieras ser su madre. Te necesita, pequeña. Te necesita
desesperadamente.

Pattie parpadeó varias veces al tiempo que la realidad se


asentaba en su conciencia. Spencer Rand, el hombre al que ella
había querido siempre, había vuelto a casa después de todos
aquellos años, pero no porque la quisiera a ella, sino para traerle a
su hija.

—Di algo. Dime cómo te sientes.

Estaba tan inmóvil, tan callada que no estaba seguro de que


hubiera comprendido todo lo que le había dicho.

—¿Qué vamos a hacer, Spence. ¿Qué voy a hacer? Allie y J.J.


están a punto de volver de Memphis y tendré que verla sin decirle
que soy su madre. ¿Cómo voy a poder hacerlo? ¿Cómo?

Ebony entró en la habitación y correteó alegremente alrededor de


los dos, seguida de J.J.

—Ya hemos vuelto de Memphis —dijo el chico. Pattie y Spence se


volvieron al unísono y se quedaron mirándole. Pattie se apartó de
Spence.

—JJ—, ¿cuánto tiempo hace que estás aquí? —preguntó Spence.

—Si quieres saber si he oído que Allie es vuestra hija, sí, lo he


oído —J.J. dejó caer su bolsa de deportes al suelo—. Y creo que se
merece saber la verdad. La gente no debe mentirte, especialmente
la gente que dice quererte.
—¿Dónde está Allie? —preguntó Pattie.

—Se ha marchado con Leigh. La madre de Leigh iba a llevarlas a


Clairmont.

J.J. abrió la nevera, sacó una lata de coca cola y tiró de la


lengüeta.

—Tengo que ir a casa —dijo Spence—. Allie se preguntará dónde


estoy.

—No, Spence. No puedes irte todavía. Tenemos que hablar y


tomar algunas decisiones —dijo Patty, sujetándole por un brazo.

—Bueno, será mejor que me vaya —dijo J.J. —Estaré en mi


habitación.

—J.J., tú y yo hablaremos más tarde, ¿de acuerdo? Pattie estaba


segura de que el chico estaba mucho más afectado que lo que
dejaba traslucir.

—Sí, de acuerdo.

—¿Qué quieres hacer, Pattie? ¿Qué quieres que hagamos ahora?


—preguntó Spence.

—Tenemos que darle a Allie más tiempo para conocerme y para


acostumbrarse a la pérdida de Valerie y Edward.

—Estoy de acuerdo. Necesita un mes o dos más. Sé que ya


quiere que seas su madre, porque me ha dicho que le gustaría que
nosotros dos nos casáramos.

Spence vio cómo Pattie palidecía e inmediatamente supo que


había dicho algo inadecuado.

—Pero no vamos a casarnos, ¿verdad, Spence?


—Pattie...

—Contéstame a una pregunta y después quiero que te vayas a


casa con nuestra hija.

Pattie se aferró al respaldo de una silla.

—¿Qué pregunta?

El corazón le latía descompasado. Sabía de antemano qué le iba


a preguntar y estaba decidido a decirle la verdad, por mucho que le
hiriera.

—Si no hubieras sabido lo de Allie, ¿habrías vuelto a Marshallton


alguna vez? ¿Habrías vuelto a mí?

Mirándola a los ojos, sintió ya el dolor que iba a causarle.

—No. Nunca hubiera vuelto a Marshallton.

Pattie apretó las manos sobre el respaldo hasta que los nudillos
se le quedaron blancos. Después apartó la silla y se sentó.

—Por favor, compréndelo. No es que no sienta nada por ti o que


no seas importante para mí.

—Quiero que te vayas ya, Spence.

—Pattie...

Ella no le miró, y Spence supo que había llegado el momento de


marcharse.

1. Capítulo Siete
Spence aparcó su Porsche frente a la casa de Clairmont, y con la
cabeza apoyada en el volante, le pidió a Dios que le diera el valor
suficiente de entrar y enfrentarse a su hija. No había ido a casa
directamente después de dejar a Pattie, porque tras verla con tanto
dolor, había, necesitado tiempo para reponerse. Ya había sido lo
bastante difícil ocultarle la verdad a Allie durante aquellos meses,
pero ahora que Pattie lo sabía todo, Spence no sabía cómo
enfrentarse a su hija. Tendría que seguir fingiendo algo más de
tiempo, lo suficiente para que ella y Pattie completasen su unión, su
verdadera relación de madre e hija.

Se había acostumbrado demasiado a ocuparse de Allie, y al


mismo tiempo había permitido que ella se uniese más a él. Cuando
llegase el momento, no iba a ser fácil separarse de ella, pero la
quería demasiado como para hacer unas promesas que tarde o
temprano terminaría por romper. Las haría menos daño a las dos si
se marchaba tras unos meses que si les prometía quedarse para
después no ser capaz de hacerlo.

Spence salió del coche e inspiró profundamente el aire fresco de


octubre, inundado de los olores del otoño. Subió las escaleras hasta
el pórtico de columnas blancas, abrió la puerta con manos
temblorosas y al entrar al recibidor, unos gritos airados llegaron a
sus oídos.

—¡No te creo! —gritaba Allie—. ¡Esa historia te la has inventado


tú!

—Es la verdad —contestó J.J. Cárter—. Les dije que tenías


derecho a saberlo y que no debían mentirte.

—Mi padre y mi madre nunca me habrían mentido tilos me


enseñaron que mentir está mal.

Con cada palabra, La voz de Allie se elevaba.


—Pues te mintieron. Te ha mentido a ti y a Pattie. La única razón
por la que te ha traído a Marshallton era para dejarte con Pattie y
largarse a vivir su vida de soltero en California.

Spence se quedó paralizado en el recibidor, oyendo pero sin


poder creer la conversación que tenía lugar en el salón. Dios del
cielo, ¿cómo podía haberse presentado allí J.J. y decirle todo a
Allie? Todo, en su versión distorsionada de las cosas, por supuesto.

Y ahora, ¿qué podría decirle él? ¿Cómo iba a poder explicárselo?


Si al menos hubiera tenido unos cuantos meses más, o semanas;
incluso días. Pero el tiempo se había agotado... J.J. se había
encargado de ello. Hasta entonces, no se había dado cuenta de lo
profundos que eran los celos que el chico sentía por el tiempo y la
atención que Pattie les había dispensado a ellos. ¿Es que no se
daba cuenta de que hacerle daño a Allie era hacerle daño a su
madre?

Reunió todo el valor de que era capaz y entró en el salón. J.J.


estaba de espaldas a él, pero Allie le vio nada más entrar.

—¡Tío! —exclamó, y corrió hasta él—. J.J. me ha estado contando


unas mentiras espantosas.

J.J. se dio la vuelta, y su rostro reflejaba una mezcla de revancha


y temor.

—Adelante; dile que no estoy mintiendo. Dile que es hija tuya.


Tuya y de Pattie. Que dejaste embarazada a Pattie y te largaste sin
ella. Dile que tu viejo cambió al bebé de su hija por ella.

Allie se tapó los oídos y gritó. Spence la cogió en sus brazos y la


chiquilla se dejó caer contra él. ¡Demonios!

¿Qué iba a hacer ahora? No podía mentirle, pero... necesitaba a


Pattie. Debía estar allí cuando le dijeran la verdad a la niña.
—Allie, cariño, escúchame.

La niña no dejaba de temblar, pero le miró con los ojos llenos de


lágrimas.

—J.J. me odia, ¿verdad? Por eso... por eso se ha inventado esas


mentiras. Quiere herirme... porque Pattie me quiere.

Spence cogió su cara entre las manos y miró a su hija, a un rostro


tan parecido al suyo, a unos ojos de color azul verdoso que le
rogaban que negase la verdad.

—Pattie te quiere, cariño. Te quiere más que a ninguna otra cosa


en el mundo.

—¿Más... más que a J.J., y por eso él me odia?

Allie se tragó las lágrimas de nuevo.

—Pattie quiere también a J.J., y es alguien muy especial para ella,


pero...

—Pero yo no soy hijo suyo —intervino J.J.—, y tú sí.

—¿Pero por qué se empeña en mentirme? —preguntó, y las


lágrimas cayeron por sus mejillas como gotas de lluvia.

—No te está mintiendo, Allie. Pattie es tu madre. Tu madre


verdadera, la que te trajo al mundo.

—Pero mis padres... mamá y papá...

—Valerie y Edward te querían como si fueras hija suya, pero J.J.


te ha dicho la verdad. La hija de Valerie nació muerta y tu abuelo, es
decir, mi padre, cambió a su nieta por la niña que Pattie había dado
a luz ese mismo día.
—Pero ¿cómo es posible una cosa así? ¿Y cómo sabes tú que es
eso lo que ocurrió? —le preguntó y se apartó de él.

—Valerie y Edward me nombraron tu tutor... 114

—¡Eso no significa nada! —gritó—. ¡Eres el hermano de mamá!

—Valerie me escribió una carta que puedes leer si quieres,


Allison. Ahí explicaba lo que hizo tu abuelo —Spence no podía mirar
a Allie. Su dolor era tan fuerte que hasta podía palparse. Jamás le
había hecho tanto daño a nadie en toda su vida—. Pattie creyó que
su niña había muerto. No sabía la verdad. Pero te quiere, y quiere
ser tu madre.

—Sí, Pattie te quiere —intervino J.J., con los labios temblándole y


los ojos brillantes—. Pero él no. Nunca te ha querido, ni a ti ni a
Pattie. La abandonó cuando ella se quedó embarazada y Pattie tuvo
que salir adelante sola. Si no se hubiera largado, nada de todo esto
habría ocurrido.

—J.J., creo que deberías marcharte —dijo Spence.

Sabía que el chico estaba sufriendo y que cada palabra que salía
de su boca estaba provocada por unos celos tremendos, pero en
aquel momento, no podía ocuparse de los problemas de J.J. Ya
tenía más que de sobra con intentar que su hija no se hiciera mil
pedazos.

—Sí, claro —J.J. miró a Spence con desprecio, y después a Allie


—. Si eres lista, no te creerás ni una sola palabra de lo que te diga.

Spence no se dio la vuelta para verle salir. Estaba demasiado


preocupado por la expresión de su hija.

—Allie, hay muchas cosas que J.J. no sabe.

—¿Pattie estaba embarazada cuando la dejaste?


—Sí, pero yo no...

—¿Y tú... me has traído a Marshallton para que me quede con


Pattie?

—Sí. Quería que te reunieras con ella. Es tu madre, y sabía que


desearía quedarse contigo.

—¿Vas a volverte a California?

Allie estaba inmóvil, y ya no lloraba.

—Puede que sí.

Con cada respuesta no hacía más que cavar su fosa un poco más
profunda. Para salvarse, sólo podía mentir, y no estaba dispuesto a
volver a engañar a su hija. —Así que J.J. no ha mentido, ¿eh? La
voz de Allie parecía tranquila, pero Spence sabía que aquel tono era
engañoso. Podía ver el dolor en sus ojos, su expresión aterrorizada.

—No sabía que Pattie estaba embarazada cuando me marché de


Marshallton. Si lo hubiera sabido, me habría quedado y me habría
casado con ella. —No importa. Nada importa ya.

Spence hizo ademán de acercarse a ella, pero Allie retrocedió.

—Allie, cariño, déjame que te lo explique. Todo va a salir bien.

—¡No! ¡Nada va a salir bien! Os odio a todos: a mis padres, a ti y


a Pattie. Y a J.J. Cárter también.

Como un ciervo que huyese de un cazador, Allie salió corriendo


del salón y subió las escaleras a su cuarto.

—¡Allie! —Spence corrió tras ella—. ¡Allie, por favor, espera!

Estuvo a punto de alcanzarla en lo alto de las escaleras, pero ella


entró en su habitación y cerró la puerta con pestillo. Spence fue a
llamar con el puño, pero se detuvo.

—Allie, por favor, déjame entrar. Tenemos que hablar.

—Vete. No quiero hablar. Y... y no quiero volver a verte más.

Spence apoyó la frente contra la puerta. ¿Qué iba a hacer ahora?


Aquellos últimos meses había estado jugando a ser padre y se
había engañado a sí mismo, creyendo que le había cogido el
tranquillo, pero evidentemente no era así. Era un desastre como
padre. Maldita sea, había sido un desastre como hermano y un
completo fracaso como hijo y nieto. Por mucho que lo intentase,
siempre terminaba por destrozarlo todo. No hacía falta más que ver
lo que le había hecho a Pattie, y eso que a ella la había querido. Y
ahora, cuando estaba tan seguro de estar haciendo lo correcto con
devolver a Allie a su madre, sus acciones en el pasado y en el
presente se estaban volviendo contra él y destruyendo a las dos
personas que más le importaban en el mundo.

—Allie, no importa lo que creas pero, por favor, créete esto: te


quiero, aunque pensaba que no lo haría. Ni siquiera estaba seguro
de saber cómo hacerlo, pero te quiero. Y Pattie también.

Su hija no contestó; en su lugar se oyó el sonido de sus gemidos


ahogados. Spence esperó lo que le pareció una eternidad frente a la
puerta y después caminó hasta su dormitorio. Allí, cogió el teléfono,
marcó un número y esperó.

—Pattie, soy Spence. Ven a Clairmont tan pronto como puedas.


Allie lo sabe todo. J.J. decidió ser él quien le dijera que tú y yo
somos sus padres.

Pattie Cornell entró al recibidor de Clairmont por primera vez


desde que su madre trabajara como ama de llaves allí. La vieja
mansión le parecía tan fría y poco acogedora como le había
parecido con catorce años.
J.J. iba detrás de Pattie, y miró a Spence con expresión de duda.

—Yo... he venido para hablar con Allie... para decirle que lo siento.
Pattie me lo ha explicado todo. Me ha dicho que no fue culpa tuya
en absoluto porque tú no sabías que ella estaba embarazada
cuando te marchaste.

—Se ha encerrado en su habitación —Spence señaló con la


cabeza hacia las escaleras—. Dice que nos odia a todos.

—Y seguramente es verdad.

Pattie pasó junto a Spence y comenzó a subir las escaleras.

—Pattie, espera —Spence deseaba desesperadamente coger a


Pattie entre sus brazos, ofrecerle consuelo y recibirlo de ella—.
Quizás sería mejor que J.J. subiera a hablar con ella. Puede que le
escuche.

—Has dicho que nos odia a todos. ¿Es que eso no incluye a J.J.

—Simplemente estaba diciendo todo lo que se le venía a la


cabeza. No nos odia. Además, J.J. es quien le ha contado una
versión distorsionada de la verdad, y es posible que si es él mismo
quien aclara las cosas, le crea. Estoy seguro de que no nos va a
creer a ninguno de nosotros dos.

J.J. se acercó rápidamente a Pattie.

—Te prometo que conseguiré que me escuche —dijo el chico,


deseoso de arreglar las cosas—. De verdad que no quería montar
todo este lío, Pattie. Te lo prometo. Soy un imbécil. No quería
hacerte daño, lo sabes ¿verdad?

Pattie le abrazó maternalmente.


—Claro que lo sé, cariño, y se me pasará. Pero Allie está
sufriendo mucho ahora mismo, y tenemos que ponerla a ella
primero. ¿Lo comprendes?

—Sí, es como lo que me has dicho cuando veníamos para aquí...


no importa lo mucho que quieras a Allie, porque eso no cambia lo
que sientes por mí. Yo también soy tu hijo, y siempre lo seré.

J.J. se atragantó con las últimas palabras.

—Intenta convencer a Allie de que Spence no es el monstruo que


tú le has dicho que era y... y haz que crea que tú y yo queremos que
sea una parte de nuestra familia.

Pattie volvió a abrazarle y le empujó suavemente hacia arriba.

—Voy a preparar un poco de café —dijo Spence—. Puedes


esperar en el salón si quieres.

—No, gracias. Prefiero ir a la cocina contigo —Pattie se irguió y


miró a Spence con una enorme frialdad—. Nunca me he sentido
cómoda en esta casa, salvo en la cocina.

—Toda mi familia te hizo sentirte despreciada, ¿verdad?

Spence sabía demasiado bien lo que habían pensado los Rand de


que saliese con la hija del ama de llaves. Se creían demasiado
buenos para alguien como Pattie Cornell, cuando la verdad era que
Pattie era demasiado buena para él.

—Peyton me trató bien —dijo Pattie—. Vino a verme cuando


estaba embarazada. En Navidad, antes de que mi... nuestra hija
naciera. Había vuelto a casa de vacaciones y supo que yo estaba
embarazada.

—¿Peyt fue a verte?


—Me preguntó si el niño era tuyo.

—¿Y qué le dijiste?

—Que sí.

—¿Y qué contestó él? —Me pidió que me casara con él. —¿Que
hizo qué? —gritó Spence. —Ya conoces a tu hermano. Un caballero
del sur hasta la médula. Creyó que esa era la salida más honorable.

Pattie jamás olvidaría aquel día. Peyton Rand, de pie en el


diminuto recibidor de la casa de su madre. Era tan alto y tan
guapo... como un joven príncipe o un galante caballero. Siempre le
tendría en un lugar especial de su corazón.

—Es evidente que no aceptaste su oferta.

—No, y él me dijo que cuando el bebé naciera, se preocuparía de


ayudarle... financieramente.

—No conozco tan bien a Peyton como me pensaba.

Siempre había dado por sentado que era igual que mi padre y
supongo que estaba equivocado.

—Vino a verme varios meses después de que hubiera enterrado a


mi... al bebé. Peyton pagó el funeral y la lápida.

—Mi hermano es todo un hombre. Estaba completamente


equivocado respecto a él.

Ojalá pudiera borrar aquellos últimos catorce años; ojalá pudiese


volver al día en que huyó de Marshallton; ojalá fuese la mitad de
hombre que su hermano.

—¡Pattie! ¡Spence! —gritó J.J. desde lo alto de la escalera—.


Venid. Allie no está en su habitación. No está aquí arriba.
Spence y Pattie subieron volando las escaleras.

—¿Cómo que no está en su habitación? —preguntó Spence, y


entró como una exhalación en el dormitorio.

—Cuando subí, llamé a la puerta y como no me contestó intenté


abrir. La puerta no estaba cerrada. La he buscado por todas las
habitaciones y no está.

—Tiene que estar en alguna parte. No la he visto bajar —Spence


abrió a puerta del baño del dormitorio—. Ve abajo, J.J., y mira por
todas partes mientras Pattie y yo buscamos otra vez aquí arriba.

Cinco minutos más tarde, los tres se encontraron en el recibidor, y


Pattie se colgó de Spence. —Ha huido —dijo.

—No puede haber ido lejos —contestó él, abrazándola—. Tiene


que haber ido andando. —¿Dónde estará?

Pattie se mordió un labio intentando evitar las lágrimas.

—J.J., coge mi coche y mira a ver si la encuentras —Spence le


lanzó las llaves—. Tiene que ir andando, no debe andar muy lejos.

—¿Por qué no vamos nosotros también?

—Vamos a ir. Cogeremos tu coche e iremos en otra dirección. Si


no podemos encontrarla, llamaré a Peyt.

Tiene influencia para poner en marcha a la policía en cualquier


momento.

—Spence, tenemos que encontrarla. Nuestra niña está sola,


confundida y muy dolida. Debe pensar que no la queremos.

—La encontraremos Pattie, y cuando lo hagamos le


demostraremos lo mucho que la queremos.
Seis horas más tarde, a la puesta del sol, Spence, Pattie y J.J. se
subieron en el coche de Pattie rumbo al sur, hacia Corinth,
Mississippi.

—Está bien —dijo Spence, y acarició el brazo de Pattie—. Esta


pesadilla ya se ha terminado.

—¿De verdad, Spence? —Pattie le miró con los ojos enrojecidos


e hinchados y la cara pálida—. Nuestra hija ha huido de nosotros.
¿Cómo vamos a arreglar todo esto, todas las mentiras?

Spence arrancó el motor y puso el coche en marcha. No había


querido pensar en lo que iban a tener que afrontar cuando llegaran a
casa de Valerie y Edward. La policía no había tardado más que unas
horas en encontrar a Allie. Por supuesto, había hecho falta todo el
poder de persuasión de Peyton para que las autoridades locales se
lanzaran a una búsqueda masiva. El viejo Peyton había vuelto a
entrar en acción. Nada como tener un hermano con influencias para
que las cosas salieran adelante.

—Creo que Allie quiere que la encontremos —dijo J.J. desde el


asiento de atrás—. Quiero decir que era fácil deducir que había ido
directa desde Clairmont a nuestra casa porque la cocina estaba
llena de pisadas con barro y Ebony no estaba. Seguramente quería
hablar con nosotros. Contigo, Pattie, o conmigo. —Pero no
estábamos allí.

Pattie cerró los ojos. Si hubiera estado en su casa en lugar de en


Clairmont, ¿seguiría Allie en Marshallton?

¿Podría haberla convencido de que los escuchara y haberla


ayudado a comprender?

—¿Cómo íbamos a saber que Allie había huido? —Spence apretó


el volante—. Dios, ¿por qué no se quedaría en vuestra casa
esperando a que volvierais?
—No podemos imaginarnos lo que le pasó por la cabeza —dijo
Pattie—. Es una niña de trece años cuyo mundo se ha puesto
cabeza abajo dos veces en tan sólo unos meses. Primero pierde a
Valerie y Edward y ahora... ahora descubre que ni siquiera eran sus
verdaderos padres.

—Es culpa mía —J.J. se recostó en el respaldo y apoyó la cabeza


hacia atrás—. Si no hubiera actuado como un imbécil, Allie no lo
hubiera sabido. Estaría en Clairmont sana y salva.

—Lo que está hecho, hecho está —Pattie no podía culpar a J.J. Él
mismo era poco más que un niño. Un niño que había perdido a sus
padres y que se colgaba de la única persona que sabía que le
quería—. Actuaste de forma irresponsable, pero nada de todo esto
es culpa tuya. Hay tanta gente a la que culpar que ni siquiera sé por
dónde empezar.

—Empieza por mí —dijo Spence. Pattie se volvió hacia él. Una


parte de sí misma hubiera querido gritarle que sí, que todo era culpa
suya. Si no la hubiera dejado embarazada y sola catorce años atrás,
nada de todo aquello habría ocurrido. Pero por la expresión de su
cara, Pattie supo que estaba sufriendo tanto como ella. Spence
podía no quererla a ella, quizás nunca la hubiera querido, pero
estaba claro que quería a su hija.

—Hay cosas más importantes en las que preocuparse que en


echarle la culpa a alguien. Pronto se hará de noche, y Allie está sola
y seguramente asustada.

—No está sola —les recordó J.J.—. Se ha llevado a Ebony. Esa


es una de las razones por las que creo que quiere que la
encontremos. No se habría llevado a Ebony si no quisiera volver a
Marshallton.

—Puede que tengas razón—dijo Pattie—. Gracias a Dios, Peyton


ha podido poner en funcionamiento a la policía. ¿Qué habrá tenido
que hacer para que reaccionasen tan rápido?
—Bueno, Peyton no se parece demasiado al viejo, pero desde
luego heredó su toque mágico. Mi hermano mayor sabe bien cómo
jugar el juego del poder y de la autoridad.

—Nosotros habríamos tardado días en averiguar lo del taxi.

Pattie no podía soportar pensar lo desesperada que Allie debía


haber estado para querer escapar de Marshallton y volver a Corinth,
a casa de Valerie, el único hogar de verdad que había conocido en
su vida.

—¿De dónde crees que sacó el dinero para pagar al taxi? —


preguntó J.J.—. Ha debido costarle un pastón.

—Allie tiene su propia cuenta bancaria —contestó

Spence—. Ha debido simplemente cobrar un cheque.

—Si es así, menos mal que no se le ocurrió comprar un billete de


avión y salir del país.

—Maldita sea J.J., ¿quieres hacer el favor de callarte? —masculló


Spence. —¿Pero qué he dicho?

—Mira cariño —dijo Pattie—, todos tenemos los nervios de punta


así que quizás sería mejor que dejásemos de hablar un rato.

—Sí, de acuerdo—J.J. se volvió hacia la ventanilla, fingiendo


interés en el paisaje—. Lo siento si he dicho algo inadecuado y...
bueno, siento haberle dicho a Allie que vosotros erais sus padres y
lo que le dije de Spence. Me he portado como un auténtico estúpido.
—Olvídalo —dijo Spence—. Como Pattie te ha dicho, este lío no es
culpa tuya.

Durante los siguientes minutos, ninguno de los tres ocupantes del


vehículo dijo ni una palabra. Spence detuvo el coche frente a la casa
georgiana de Valerie y Edward. Todo estaba a oscuras así que, si
Allie estaba aun allí, debía sentirse muy asustada.

Los tres se bajaron del coche y Spence sacó una linterna de la


guantera. La casa estaba en venta, así que, si la luz estaba cortada,
dentro no se vería absolutamente nada.

Pattie dio unos pasos hacia la entrada pero se detuvo de pronto.

—¿Y si no quiere vernos? ¿Y si intenta huir otra vez?

Spence la rodeó con un brazo.

—Tenemos que entrar y ver si está ahí para asegurarnos de que


está bien.

—No está bien, y tú lo sabes —contestó y ocultó el rostro contra


su hombro—. No creo que pueda soportarlo si de verdad me odia.

—No te odia —Spence le acarició el pelo suavemente.— Allie te


quiere.

—Me quería antes de saber que era su madre.

—Mirad, tengo una idea —dijo J.J.—. Dejad que sea yo el que
hable con ella, y si intenta huir, puedo cogerla.

Pattie sonrió al imaginarse a J.J. persiguiendo a Allie y


aplacándola como en un partido de rugby.

—Vamos a entrar a ver si sigue ahí. Si no quiere hablar con


Spence ni conmigo, intentaremos lo que has dicho, ¿de acuerdo?

—Sí, de acuerdo.

Spence sacó las llaves del bolsillo y abrió la puerta. La oscuridad


más absoluta les salió al encuentro. Entonces encendió la linterna e
iluminó el recibidor y la escalera de caracol.
—Tiene que haber algunas velas por aquí. Valerie las tenía
repartidas por toda la casa —dijo Spence, y sacó una caja de
cerillas del bolsillo—. Ten J.J., cógelas.

—¿Y qué quieres que haga con ellas? —Si encuentras velas,
enciéndelas. En la oscuridad, Spence cogió la mano de Pattie para
conducirla a la escalera.

Los ladridos de Ebony viajaron por el silencio de la casa, seguidos


de una voz que la reñía.

—Está aquí —dijo Pattie, apretando el brazo de Spence—. Arriba.

—¡Allie! —gritó Spence—. ¿Estás bien? Pattie y él subieron el


primer tramo de escaleras, pero se detuvieron al oír el grito de su
hija.

—¡No se te ocurra subir aquí! ¡Esta es mi casa! Mía y de mis


padres. —Dios mío... Pattie se apoyó en Spence.

—Por favor, Allie, cariño, Pattie y yo queremos hablar contigo para


explicártelo todo —subió otro peldaño con Pattie a su lado—. Te
queremos, Allie.

—Pues yo no os quiero. A ninguno de los dos —su voz se rompió


en un sollozo—. Y no me llames Allie. Mi nombre es Allison.

—Eh, Allison —dijo J.J. y subió rápidamente por las escaleras—.


Sé que no querrás verme, pero me gustaría hablar contigo.

—¿Qué estás haciendo tú aquí?

—Estaba tan preocupado por ti como Spence y Pattie. Yo... yo


también me preocupo por ti.

—No, no es verdad.

—¿Me dejas entrar?


—Yo... no sé.

—Por favor.

—Prométeme que ellos no intentarán entrar. No quiero ni verlos ni


hablar con ellos.

—Te prometo que seré yo el único.

—De acuerdo.

—¿Qué habitación es la suya? —preguntó J.J. a Spence.

—La primera a la derecha.

J.J. subió las escaleras en la oscuridad. Una puerta se abrió y el


resplandor de unas velas iluminó débilmente el corredor. Ebony salió
y corrió escaleras abajo hasta Pattie, que la acarició y comenzó a
subir, pero Spence la sujetó.

—¿Qué haces?

—Voy arriba.

—J.J. le prometió que no íbamos a subir.

—No —dijo, y se soltó—. Le prometió que no entraríamos en su


habitación —aclaró, y subió rápidamente.

Spence la siguió tras un instante de duda.

La puerta del dormitorio de Allie estaba entreabierta y una vela


ardía en un candelabro de bronce. Hecha un ovillo sobre la cama,
Allie estaba acurrucada con J.J. arrodillado junto a la cama. El chico
le sujetaba las manos.

—Sé cómo es perder a tus padres —decía J.J.—. Mi madre murió


cuando yo era pequeño y mi padre era todo lo que tenía. Cuando él
murió... no sé qué habría sido de mí sin Pattie.

—Yo estaba sola —dijo Allie—. Mis padres siempre habían estado
ahí para decirme lo que tenía que hacer, cómo debía vestirme y qué
debía pensar y entonces apareció el tío Peyton y después el tío
Spencer. Yo confiaba en él. Yo le quería y sin embargo él me estaba
mintiendo.

—Él pensaba que estaba haciendo lo correcto.

—Pero ¿por qué mi abuelo me apartaría de mi madre verdadera


para llevarme con... con mi tía?

Pattie no estaba segura de poder resistir mucho más. Sentía las


rodillas como de goma. Lo único que quería era correr, andar, o
arrastrarse si era necesario para acercarse a su hija. Quería cogerla
en sus brazos y no dejarla marchar jamás.

—Yo no conocí al viejo de Spence —dijo J.J.—, pero me da la


impresión que era de esa clase de tíos que quieren manejar la vida
de todo el mundo y que creen estar siempre en posesión de la
verdad. —Pero lo que hizo fue terrible.

—Sí, es verdad, pero... míralo de esta forma: has tenido unos


padres que te querían y que se ocuparon de ti durante trece años, y
cuando murieron, has tenido la suerte de conseguir unos padres de
repuesto que además resultan ser tu padre y tu madre verdaderos.

Pattie y Spence estaban cada vez más cerca de la puerta, a punto


casi de entrar.

Las lágrimas rodaban por las mejillas de Allie, y J.J. le soltó las
manos para secárselas con los dedos.

—No llores, Allison. Todo va a salir bien. Tienes... tienes a Pattie


como madre. ¿Sabes la suerte que es eso?
Allison seguía llorando con sollozos aun más profundos que
sacudían su cuerpo.

—Yo... yo quiero... que venga mi madre.

—Dios mío... —Pattie tuvo que sujetarse en el marco de la puerta.

—Ve a ella —dijo Spence.

—Pero no es a mí a quien quiere. Es a Valerie.

—¿Estás segura? Ve a ella —repitió Spence—. Ve y averígualo.

Pattie no podía poner las piernas en movimiento. Estaba


aterrorizada. Su niña había llorado pidiendo que viniera su madre,
pero ¿era ella la madre que Allie quería?

Spence rodeó a Pattie por los hombros.

—Vamos, pequeña.

—Creo que no voy a poder hacerlo, Spence. ¿Y si entro y no es a


mí a quien quiere? No podría soportarlo.

—Tienes que hacerlo. Por Allie.

Pattie asintió al fin y lentamente se separó de él, alejándose del


consuelo de sus brazos, y entró en la habitación. Con unos pasos
sin ruido, tímidos, se acercó a la cama. J.J. se dio la vuelta y cuando
vio a Pattie, se puso de pie. Allie levantó la cara surcada de lágrimas
y madre e hija se miraron la una a la otra.

J.J. se hizo a un lado y salió de la habitación. Pattie dio un paso


más y Allie permaneció inmóvil, con la respiración agitada. —
¿Allie... Allison? Pattie dio otro paso y se detuvo. —¿Cómo se
llamaba? —preguntó Allie, mirando fijamente a Pattie. —¿Quién?
—La otra niña. La que tú creías que era la tuya. —Ah... —por un
momento interminable, Pattie no pudo respirar. Era como si el aire
se le hubiera congelado en los pulmones—. Yo... le puse Patricia.

—Entonces... mi verdadero nombre es Patricia, ¿verdad?

Las lágrimas se le agolparon en los ojos. Intentó apartarlas, pero


cayeron rodando.

Pattie hubiera querido hablar, pero las palabras no podían pasar el


doloroso nudo de su garganta.

—Mamá me puso... Valerie me puso Allison Caldonia Wilson, pero


yo no soy esa. Yo soy Patricia Rand... No, tampoco... me llamo... La
voz le falló.

Pattie dio el último paso que la llevó junto a su hija. Dios mío,
cómo deseaba cogerla en sus brazos, pero se sentó a su lado en la
cama. Allie ni se movió; ni siquiera la miró.

—Mi verdadero nombre es Patricia Cornell, ¿verdad? Ese era el


nombre del otro bebé.

Pattie miró hacia el corredor donde Spence y J.J. contemplaban la


escena. La expresión de Spence era dolorosa e hizo ademán de
decir algo, pero no pronunció ni una palabra.

—El bebé que tú enterraste lleva ese nombre en la lápida,


¿verdad? Entonces, ¿cómo puedo ser yo Patricia Cornell? —Allie se
volvió hacia Pattie—. No soy nadie. Ni Allison Wilson ni Patricia
Cornell. ¿Quién soy yo? —gritó con una voz ahogada por las
lágrimas—. No soy nadie. No... existo —cogió a Pattie por un brazo
y la movió—. ¿Quién soy yo? Por favor, dime quién soy.

Pattie cogió a Allie en sus brazos, y la chiquilla no se resistió, sino


que se colgó de ella, sollozando sobre su pecho.
—Eres mi niña —dijo Pattie, llorando—. Esa es quien eres. Eres
mi niña. —Mamá... mamá.

Madre e hija siguieron abrazadas, llorando. Pattie sabía que nada


podía cambiar el pasado, nadie podría devolverles lo que habían
perdido. Casi catorce años. La primera risa de Allie. Su primer
diente. Su primer paso. Su primera palabra.

Spencer entró entonces en la habitación con J.J. a su lado.


Estaba a escasos pasos de las dos personas a las que más quería
en el mundo, y el dolor que sentía dentro era insoportable. No podía
compartir aquel momento con ellas. No se merecía formar parte de
sus vidas. No le necesitaban, y seguramente, no le querían. Sin
soltar a Allie, Pattie tiró de la cadena que colgaba de su cuello y
abrió el broche bajo la atenta mirada de Allie. Secó las lágrimas de
las mejillas de su hija y sonriendo, le puso la cadena.

—He guardado estos dos anillos todos estos años aunque la


verdad es que nunca comprendí por qué no podía deshacerme de
ellos. Eran parte de mi pasado y ahora... ahora sé por qué los he
guardado. Los guardé para ti, cariño —y levantando los dos anillos
con un dedo, le explicó a su hija—: Este es el anillo que me regaló
Spence cuando me pidió que me casara con él, y este es tu anillo de
recién nacida. Una buena amiga mía me lo regaló antes de que tú
nacieras.

Allie se quedó mirando los dos anillos y tímidamente los rozó con
un dedo.

—¿Tu anillo de compromiso y mi... anillo de recién nacida?

—No importa cómo te llames, Allison Wilson o Patricia Cornell.


Eres alguien, alguien muy especial. Eres mi hija, mía y de Spence.
Fuiste concebida con amor, te llevé en mi vientre con amor y naciste
de una madre que te quería más que a la vida misma.
Allie rompió otra vez a llorar y Pattie también, aunque siguió
hablando.

—Tienes los rasgos de tu padre, su pelo y el color de sus ojos. Y


tienes mi figura. Eres delgada y pequeña, pero curvilínea. Y te
encantan las fresas como a mí, y te mueves y hablas como yo. Y
tienes el mismo mohín que Spence cuando no te sales con la tuya.

—Mamá, ojalá... ojalá siempre hubieras sido mi madre. Siempre.


Desde el día en que nací.

—Ojalá, cariño. Ojalá.

Spence sentía su cuerpo pesado, aplastado por toneladas de


dolor y remordimientos. Si hace catorce años hubiera sido un
hombre en lugar de un crío irresponsable, Pattie y Allie nunca se
hubieran separado. En qué lío había convertido sus vidas. Destruía
todo lo que tocaba.

Mientras abrazaba a su hija y acariciaba su cabeza., Pattie miró


por encima del hombro de Allie. J.J. le sonrió y ella le devolvió la
sonrisa. Entonces miró a Spence. Su rostro estaba lleno de agonía.
Spence dio media vuelta con los ojos llenos de lágrimas y salió.
Pattie le llamó, pero él no oyó nada.

1. Capítulo Ocho

Spencer salió de la ducha, se secó y dejó caer la toalla al suelo.

Le dolía la cabeza y el estómago le ardía, resultado de poca


comida y demasiado alcohol. Durante los últimos cinco días, se
había recluido en Glairmont, viviendo a base de cereales fríos y
bocadillos y una buena dosis del whisky de su padre.
Spence, Pattie y J.J. se habían llevado a Allie de vuelta a
Marshallton. Su hija no le había mirado o hablado con él ni una sola
vez, sino que se había colgado de los brazos de su madre durante
todo el camino de vuelta, y sin mirar atrás, Allie había entrado en
casa de Pattie y salido de la vida de Spence. Seguramente le hacía
a él responsable de todo y jamás le perdonaría haber abandonado a
Pattie hacía todos esos años. Y lo peor es que no podía culparla,
porque él mismo tampoco podría perdonarse jamás. Había sido un
crío egoísta e irresponsable, que había puesto sus deseos por
encima de todo lo demás.

Entonces era un joven loco, y ahora era un adulto loco. La verdad


es que no había querido cargar con la responsabilidad de educar a
su hija. Al menos al principio había sido así, pero ahora todo era
distinto. Él mismo era diferente. Jamás había deseado otra cosa con
la misma intensidad que ahora deseaba formar parte de la vida de
Pattie y Allie. No había querido que Allie se convirtiera en una
persona tan importante para él, pero así había sido.

Spence se miró en el espejo. Con una barba de cinco días, tenía


un aspecto francamente desastroso. Pero no era de extrañar. Era
así como se sentía. ,

Mientras se embadurnaba la cara de espuma de afeitar, oyó sonar


el timbre.

—¡Maldita sea!

Con la toalla se quitó la crema de la cara, se puso la bata y salió


al dormitorio. El timbre sonó dos veces más. Alguien estaba
decidido a verle.

Mientras bajaba, volvió a sonar. Quienquiera que fuese, tenía el


dedo pegado al botón.

Al abrir la puerta, se encontró con Pattie. Parecía fresca y feliz, y


estaba tan preciosa que Spence se quedó boquiabierto.
—Entra —dijo, apartándose.

Sabía por qué estaba allí. Había ido a decirle adiós.

—Gracias. ¿Estabas en la ducha?

—Acababa de salir.

—Ya veo.

—Vamos al salón a sentarnos —dijo, y extendió un brazo,


invitándola—. Te dije que me pasaría por tu casa para decirte adiós
antes de marcharme,

—Lo sé, pero he creído que debíamos hablar tú y yo en privado


antes, sin que Allie estuviera delante.

Yo... no le he dicho todavía que ibas a marcharte.

Pattie siguió a Spence y se acomodó en el sofá.

Spence se sentó en un sillón frente a ella.

—No creo que le importe mucho si me quedo o si me voy.

—Eso no es verdad, y tú lo sabes. Allie se siente todavía confusa


sobre un montón de cosas.

—¿Y yo soy una de esas cosas?

—Se lo he contado todo. La verdad completa. Sabe que no nos


abandonaste porque no sabías nada de su existencia.

—Y ahora me quiere como a un padre, ¿eh?

—No, no te quiere como un padre, pero a mí tampoco me quiere


como a una madre. Todavía no. Pero lo hará, Spence; sólo tienes
que darle tiempo.
Spence se inclinó hacia delante y apoyó los codos sobre las
piernas.

—No estoy hecho para tener una familia. Llevo demasiado tiempo
soltero.

—Ya.

Pattie se recostó en el respaldo del sofá, cruzó las piernas y se


tranquilizó. Guando Spence la había llamado para decirle que iba a
marcharse aquel mismo día de la ciudad, había decidido que debía
hacer todo lo posible por detenerle. En un principio se había dicho a
sí misma que era por el bien de Allie, pero después, al volver a
verle, se había dado cuenta de que era ella la que no quería que se
fuera. Aún seguía queriéndole, a pesar de no ser correspondida.

—Vas a huir, ¿verdad? La última vez lo hiciste sin saber que


tenías una hija, pero esta vez sí que lo sabes. Allie puede
perdonarte por el pasado, pero puede que nunca te perdone si la
abandonas ahora. Spence se levantó de un salto.

—Maldita sea, Pattie, no puedo quedarme en Marshallton. Tengo


una vida en California, y tú tienes una vida aquí. Tienes a J.J. y Allie
te necesita. A ti, a su madre, y no a un irresponsable rebelde sin
causa como yo por padre.

—¿No quieres ser parte de la vida de Allie? ¿No quieres que te


llame, o que te escriba o que vaya a verte?

Pattie no estaba dispuesta a tragarse la interpretación de Spence.


Podía engañarse a sí mismo, pero no a ella. Era evidente que
Spencer Rand adoraba a su hija.

—No estoy abandonándola —Spencer se pasó la mano por el


pelo mojado—. He hablado con Peyton para que él se ocupe de que
Allie tenga todo lo que necesite o quiera. No pienso dejar a mi hija.
—Qué gesto tan amable de tu parte, Spence. Estoy segura de que
Allie apreciará tu generosidad en lo que vale.

Pattie se le quedó mirando fijamente. ¿Estaría equivocada? ¿Y si


de verdad no quería formar parte de la vida de Allie?

—Allie puede llamarme o escribirme siempre que quiera. Yo...


llamaré de vez en cuando para ver cómo está.

—¿Y querrás que vaya a verte de vez en cuando?

—Bueno, algún día, pero cuando sea mayor. Ahora mismo, no


encajaría en mi estilo de vida. Además, es contigo con quien debe
estar mientras crezca.

—Una niña necesita tanto a su padre como a su madre. Tú yo


sabemos bien lo que es crecer sin uno de los dos. Siempre hay algo
que falta.

—¿Y qué clase de padre iba a ser yo? —Spence se acercó a la


ventana, mirando sin ver el jardín delantero de la casa—. He
destrozado todas y cada una de las relaciones personales que he
tenido en mi vida, empezando con la de ser hijo.

—Eso no es cierto. Marshall Rand fue quien fracasó como padre.

—Pues Peyt no salió tan mal, ¿no? Algo debió hacer bien.

Pattie cruzó la habitación y le puso una mano en la espalda. Él no


se movió.

—Te estás castigando demasiado por todo esto. No puedes


culparte de todo. Quizás tú no fueses el hijo ideal, pero el senador
fue un padre terrible, independientemente de cómo haya salido
Peyt. Y lo que ocurrió entre nosotros fue tanto culpa tuya como mía.
Yo podría haberme ido contigo. Éramos tan jóvenes... Los dos
cometimos errores.
Spence se volvió hacia ella. Estaba preciosa con sus pantalones
malvas de pana y aquel jersey de angora rosa, y nada hubiera
deseado más que dejarse consolar por su dulzura. ¿Estaría
dispuesta a abrirle los brazos y aceptarle como el hombre
imperfecto que era?

—Estás siendo muy generosa, Pattie.

—Estoy siendo realista. Quiero que te quedes en Marshallton,


Spence. Allie necesita su familia al completo —Pattie le acarició la
mejilla áspera con la barba—. Desde el principio, antes de saber
que Allie era hija nuestra, te dije que no estábamos solos en esto,
que teníamos que considerar a Allie y J.J, y eso no ha cambiado,
Spence. Esto sigue siendo un asunto de familia.

Nunca había habido una mujer como Pattie y nunca volvería a


haberla. Allí estaba, a pesar de que seguramente jamás podría
perdonarle, pidiéndole que se quedara a formar parte de su familia.
Dios... si tuviera el valor de intentarlo. Pero no ponía sólo en peligro
su corazón y su vida, sino la de Pattie y Allie, e incluso la de J.J.

—Soy un riesgo que no merece la pena correr, pequeña. Tú mejor


que nadie deberías saberlo. Te abandoné cuando más me
necesitabas —dijo, y apoyó su mano sobre la de ella.

—Entonces no me abandones ahora —contestó Pattie, mirándole


con el corazón en los ojos.

Spence la cogió con fuerza por los hombros.

—¿Sabes lo que quiero? Quiero hacerte el amor. Quiero tumbarte


ahí frente al fuego y enterrarme dentro de ti. Cada vez que te miro,
te deseo.

—¿No te das cuenta de que a mí me ocurre lo mismo? Siempre


ha sido así entre nosotros —Pattie se acercó a él, apoyando sus
pechos contra el de él—. No tenemos que casarnos, Spence. No te
estoy pidiendo un compromiso para toda la vida para mí. Sólo para
Allie. Nosotros podemos... ser amantes. Sin ataduras excepto para
Allie.

—Pero ¿qué estás diciendo?

—Estoy diciendo que estoy dispuesta a jugar a este juego según


tus reglas. Nosotras... Allie te necesita, Spence, y si eres sincero
contigo mismo, te darás cuenta de que tú también la necesitas a
ella.

—Tienes razón: la necesito y la quiero. Quiero estar cerca de ella,


pero estoy aterrorizado sólo con pensar en que puedo terminar
haciéndole daño, desilusionándola. Tú me conoces bien. Más tarde
o más temprano, terminaré fastidiándolo todo.

Pattie se puso de puntillas para besarle. Una cálida y seductora


invitación.

—Estamos casi en Navidad y en enero es el cumpleaños de Allie.


Quédate hasta entonces. Inténtalo. Sólo seis semanas más, y si
después aún quieres volver a California, no te pediré que te quedes.

—Sólo hasta el cumpleaños de Allie, ¿eh? —Seis semanas más


para estar con Pattie y Allie. Era una tentación, una maldita y
tremenda tentación—. ¿Y nosotros?

—¿Qué pasa con nosotros?

—¿Amantes durante seis semanas? ¿Sin ataduras?

—Si eso es lo que quieres...

—Es lo que quiero —Spence la acercó más a él—. No me dejes


volver a hacerte daño. Por favor, no me dejes herirte a ti o a Allie.

Pattie se colgó de él, ardiendo de deseo.


—Hazme el amor, Spence. No quiero malgastar ni un solo minuto
de estas seis semanas.

Spence la levantó en brazos y la llevó frente al fuego. Ella le


deshizo la lazada de la bata y se la quitó mientras Spence la
incorporaba para quitarle el jersey. Llevaba un sujetador de encaje
rosa, que dejó sobre el resto de la ropa.

Pattie le acarició el pecho y gimiendo, Spence le cogió la mano


para llevarla hacia abajo, más allá de su vientre, hasta que cogió su
pene erecto, acariciándolo suavemente. Con una agilidad pasmosa,
se quitó los calzoncillos.

—Tienes el cuerpo más increíble que he visto nunca —dijo Pattie


—. Eres guapo, Spencer Rand, absolutamente maravilloso.

Spence le desabrochó los pantalones y tiró de ellos, sacando a la


vez sus braguitas de encaje rosa.

—Ni la mitad de maravilloso que tú, Pattie Cornell. Pattie le


deseaba, y en aquel mismo momento tiró de él, pero Spence cambió
la situación y la puso sobre él. Lentamente, comenzó a besarla y
lamerla desde los hombros hasta las caderas mientras Pattie gemía
y se retorcía sobre él, hasta que Spence alcanzó su clítoris. Cuando
introdujo sus dedos en la vagina, ella gritó, al tiempo que Spence le
susurraba palabras al oído.

—Podría hacerte el amor cada hora del día, y aun así, no me


saciaría de ti.

Spence abrió los muslos de Pattie justo lo suficiente para poder


penetrarla, y en un instante, los dos encontraron el ritmo común, el
ritmo que los llevó en volandas hasta el climax, ambos consumidos
por una pasión que nunca habían sido capaces de controlar.

Mucho más tarde, Pattie dejó a Spence dormido sobre la alfombra


. Estaba exhausto después de cinco días y cinco noches de vigilia y
preocupación. Jamás había habido otro hombre como Spence, y
nunca volvería a haberlo. Más que nada en el mundo, deseaba que
se quedara en Marshallton y que fuera el padre de Allie y J.J. y su
marido. Pero no le había hecho promesas. Se quedaría sólo hasta el
cumpleaños de Allie. Tenía seis semanas para demostrarle a
Spence que podía ser un buen padre y un buen marido, que
realmente estaba hecho para ser un hombre de familia.

1. Capítulo Nueve

Pattie oyó el ruido de un coche que aparcaba en su jardín.


Puertas que se cerraban. Risas. Órdenes. Ebony saltó del sofá y se
detuvo frente al ventanal que daba al jardín apoyada sobre sus
patas traseras. Pattie se acercó también. J.J. y Spence estaban
quitando la cuerda que sujetaba el gran árbol que traían atado al
techo del coche. Agitando las manos, Allie daba instrucciones de
cómo bajarlo sin romperlo.

Sonriendo, Pattie corrió las cortinas y apresuradamente abrió la


puerta. El viento fuerte y frío de diciembre vino a saludarla cuando
salió al porche, y agitó una mano para saludar al trío que traía aquel
precioso abeto azul.

Sólo faltaba una semana para Navidad y Pattie sabía que se


estaba quedando sin tiempo. Las seis semanas que Spence le
había, prometido casi habían transcurrido ya. Habían hecho
enormes progresos en tan poco tiempo formando la familia. Estaba
muy orgullosa de J.J. Se había esforzado por demostrarle a Allie
que ya no sentía celos de ella, e incluso se llevaba bien con Spence.
Allie la llamaba a ella mamá, pero seguía llamando tío a su padre.
Eso molestaba a Spence, pero el lo negaba aduciendo que era
mejor que él y Allie no creasen vínculos como padre e hija. Si la
situación no hubiera sido tan seria, Pattie se habría reído de los dos
por su idéntica cabezonería. Por mucho que los dos intentasen
negarlo, esos vínculos ya habían surgido, mucho antes de que Allie
averiguase la verdad.

—Si

Spence y Pattie seguían viviendo el día a día. Ambos eran padres


intentando hacer lo mejor para su hija, y eran amantes que no se
hacían promesas más allá del momento que compartían en la cama
de Spence. Estaban jugando a un juego peligroso que podía
dañarlos a todos.

Allie conducía la marcha hacia el porche. Llevaba el pelo recogido


bajo un gorro de lana rojo, y se había vestido con unos vaqueros
ajustados y un gran jersey rojo, y el sol de la tarde se reflejaba en
los dos anillos que colgaban de su cuello.

—Quítate de en medio, mamá —dijo, y abrió la puerta principal—.


Vamos, chicos.

Ebony saltó sobre Allie, que la apartó con un cariñoso ademán.


Aquel enorme árbol apenas cabía por la puerta, y cuando Pattie se
volvió tras cerrarla, el extremo del árbol se había doblado contra el
techo y estaba a punto de llevarse por delante un aplique de luz.

—¡Cuidado! —gritó.

El candelabro de cristal se bamboleó de un lado al otro, y Spence


y J.J. se agacharon justo a tiempo de evitar el desastre.

—Son un auténtico desastre —dijo Allie—. Deberías haberlos


visto intentando cortar el árbol. Todo el mundo llevaba motosierras,
pero ¿qué teníamos nosotros? Este hacha antediluviana. Han
tardado una eternidad.

—Si tú no hubieses elegido el árbol más grande de todos, no


habríamos tardado tanto en cortarlo —replicó J.J. mientras él y
Spence enderezaban el árbol sobre la plataforma que Pattie había
dispuesto delante de la

ventana.

—Si les dejo, hubieran traído una rama más pequeña que yo. Está
torcido —dijo—. Más a la izquierda.

—¡Qué mandona eres! —protestó J.J.—. ¿Por qué las mujeres se


creen siempre que lo saben todo y que siempre tienen razón?

—Pues porque es así —contestó Pattie riendo—. Además, Allie


tiene razón. El árbol está caído hacia la derecha.

—Fantástico. Justo lo que necesitábamos —protestó Spence—.


Dos mujeres mandando.

—Tiene que quedar bien —dijo Allie, retrocediendo para


contemplarlo—. Esta es nuestra primera Navidad juntos y todo tiene
que estar perfecto.

Pattie miró a Spence, y ambos intercambiaron sonrisas.

—¿Qué tal ahora? —preguntó Spence—. ¿Puedo sujetar ya los


tornillos?

—Sí, ya puedes apretarlos, tío —Allie revoloteaba por la


habitación, y se acercó a la mesa dónde Pattie había dejado varias
cajas con adornos—. No puedo esperar para decorarlo. Nunca lo he
hecho porque mamá, eh... Valerie siempre contrataba a alguien para
que lo hiciera. Nunca podíamos tocarlo.

—Pues es muy fácil —dijo J.J.—. Lo único que tienes que tener
siempre en cuenta es que lo primero que se coloca son las luces, y
que antes de ponerlas, tienes que revisarlas.

Con la ilusión de una niña de cuatro años, Allie cogió las luces.
—Bien. Vamos a probarlas.

—La caja con las luces está en aquel rincón —dijo Pattie—. Las
bombillas de repuesto están en el fondo. La versión sensual y
profunda de Elvis del tema «Blue Chritsmas» comenzó a sonar justo
cuando sonó el teléfono. Pattie lo cogió. Seguramente sería Sherry
que llamaba desde la tienda. No solía dejar a Sherry sola en
Furniture Mart los sábados, pero aquella era una ocasión especial.

—¿Diga?

—Pattie, soy Ralph Whitlock. Un escalofrío le corrió por la


espalda. ¿Por qué la llamaba el abogado de Joan Stephenson?

—Hola, señor Whitlock.

—Pattie, lamento decirte que Joan parece decidida a seguir


adelante con todo eso. He hablado con el juez Proctor, y ha
aceptado que se celebre una vista preliminar e informal en su
despacho la semana que viene.

—¿Una vista preliminar?

—Confiamos en llegar a un acuerdo que nos evite la batalla ante


los tribunales. Sería mejor para Joan y para ti, y por supuesto para
J.J.

—Ya.

—Si no has contratado un abogado, Pattie, te sugiero que lo


hagas antes de presentarte en el despacho de Proctor.

—¿Y si aceptara darle a Joan la mitad de todo lo que tengo si se


olvida de esta ridícula idea de quitarme a J.J.?

Un silencio sepulcral invadió la habitación. Sólo se oía la voz de


Elvis, y Spence se acercó a Pattie para ponerle una mano en el
hombro.

—¿Qué pasa, pequeña?

J.J. dejó caer las luces que tenía en la mano y Allie las cogió
antes de que se estrellasen contra el suelo.

—¿Quién ha llamado? —preguntó J.J.—. ¿Es el abogado de


Joan? ¿Va a llevarnos a los tribunales?

Ralph Whitlock carraspeó.

—Lo siento, Pattie. Joan está decidida a ganar la custodia de J.J.


Está convencida de que tú no eres buena madre.

—Mi abogado se pondrá en contacto con vosotros —Pattie colgó


el auricular y se volvió hacia los que la miraban—. Vamos a tener
una vista preliminar en el despacho del juez Proctor la próxima
semana. Joan está decidida a seguir con la amenaza de quitarme a
J.J.

—¡No puede hacerlo! —exclamó J.J., dando un puñetazo sobre el


sillón—. Creí que no iba a atreverse. Está tan celosa de ti, Pattie,
que se ha vuelto loca —dijo Allie—. Su padre.

—No puede llevarse a J.J. quería que viviese contigo.

—A Joan le importa un comino lo que quisiera mi padre. Dirá todo


lo que se le ocurra sobre Pattie para demostrar que no es buena
madre —J.J. se volvió hacia Spence—. Llama a tu hermano. Es el
mejor abogado de Tennessee. Apuesto a que es capaz de dejar
helada a Joan.

—Pero Pattie es una madre maravillosa —dijo Allie—. Nadie


podría demostrar que no lo es.
—Gracias por el voto de confianza, cariño —contestó Pattie,
abrazándola—, pero me temo que hay cosas que el abogado de
Joan podría sacar y que nos herirían a todos.

—En parte es culpa mía —dijo Spence—. Desde la noche en que


la dejé en el Jinete Pálido, ha estado buscando una excusa para
devolvernos la pelota.

—No te culpes —dijo Pattie—. Joan siempre me ha despreciado.


Esto iba a ocurrir más tarde o más temprano.

—Voy a llamar a Peyt —dijo Spence, y cogió el teléfono, pero


Pattie se lo impidió.

—Si vamos a ir ajuicio, todo saldrá a la luz. El que yo tuviera un


hijo ilegítimo, mi poco ortodoxa forma de vida, todas las fiestas, los
novios... Y ahora, la verdad sobre Allie. Será un escándalo. Y
Whitlock sacará también que tú y yo tenemos una aventura.

Spence miró a Allie, que le sonrió.

—No soy tonta. Sé que dormís juntos.

—Pero si vais a casaros, ¿qué más da? —preguntó J.J.—. A Allie


y a mí no nos importa, ¿verdad?

—J.J. tiene razón. ¿Por qué iba a molestarme que mi madre y mi


padre duerman juntos?

—Llama a Peyton —dijo Pattie—. Y dile que la custodia de J.J. es


una cuestión de familia y que todos estamos juntos en esto.

Tal y como Pattie había predicho, Ralph Whitlock no se dejó nada


en el tintero. Era evidente que Joan le había dado instrucciones de
que fuese a por la yugular. Una mujer que había dejado la escuela,
embarazada sin un marido, una chica adepta a fiestas y novios.
Además, Whitlock la presentó como si hubiera querido casarse con
Fred Cárter sólo por sus posesiones: su casa, su tienda de muebles,
su saneada cuenta bancaria y su seguro de vida.

Spencer se sintió aliviado de que aquello sólo fuese una vista


informal en el despacho del juez. Si no, la ciudad en pleno se
hubiera presentado al juicio.

—Creo que todos estamos de acuerdo en que Pattie no es una


santa y que ha cometido unos cuantos errores, como todos —dijo
Peyton Rand, y miró a Joan Stephenson—. Pero tampoco es la
pecadora que el señor Whitlock se ha esforzado por presentarnos —
Peyton hizo una pausa para dar mayor efecto a sus palabras—. Lo
que Pattie Cornell sí es, señoría, es una mujer adorable que ha
demostrado ser una madre ejemplar para J.J. Cárter,

—Señoría —le interrumpió Whitlock—. No creo que el término


«madre ejemplar» pueda ser utilizado para referirse a Pattie Cornell.
Tiene una reputación en la ciudad que habla por sí sola, y así ha
sido durante mucho años. Si Fred Cárter no hubiera estado tan
cegado por su belleza y atractivo, jamás hubiera dejado a su hijo a
su cuidado.

Peyton se echó a reír con aquella risa profunda que las mujeres
encontraban tan atractiva y los hombres, intimidatoria.

—Señoría, ese comentario es irrisorio. Por supuesto que Fred


encontraba atractiva a Pattie, y me atrevería a decir que Ralph,
Spencer, yo... e incluso usted, la encuentra atractiva.

Los susurros ultrajados de Joan Stephenson distrajeron a los


presentes, y su abogado se apresuró a mandarla callar. Peyton
sonrió.

—Mira, Peyton —dijo el juez Proctor—. Os conozco a todos desde


que erais niños, y este asunto me parece completamente
desgraciado, pero Joan ha estado pidiendo un juicio desde que se
leyó el testamento de Fred, y debo escuchar a todas las partes.
Concederos esta audiencia privada es mi forma de deciros que
quiero que solventéis este asunto fuera de los tribunales.

—¡No va a ser solventado fuera de los tribunales a no ser que


Pattie acceda a mis peticiones! —Joan se levantó de su silla, irguió
la cabeza y señaló a Pattie—. Esa mujer no debe poder educar a un
niño. Ha pasado por montones de hombres como si fueran pañuelos
desechables desde que era una adolescente y ahora... ahora tiene
una aventura con dos niños inocentes viviendo en su casa. Mi amiga
querida, Valerie Rand, estaría desolada si supiera que su hermano
le ha entregado prácticamente a su hija a Pattie Cornell. Por amor
de Dios, no era más que la hija del ama de llaves de los Rand.

—Siéntate, Joan —dijo el juez—. Spencer, ¿Pattie y tú estáis


viviendo juntos?

—No... señoría.

Ojalá no le preguntase si mantenía relaciones con Pattie. Sería


inútil mentirle, ya que la mitad de la ciudad lo sabía, pero no podría
soportar ser la causa de que Pattie perdiese a J.J.

—Entonces, ¿qué es eso de que la hija de Valerie vive con Pattie?


—preguntó el juez, y se removió inquieto en su silla.

Spence miró a Peyton, que asintió.

—Señoría, es verdad que Allison Wilson está viviendo con Pattie


Cornell —dijo Peyton—. Y hay una explicación perfectamente lógica
para ello, pero... bueno, es una situación delicada que no puede
discutirse delante de la señora Stephenson y su abogado.

—Protesto —dijo Ralph Whitlock—. El señor Rand es famoso por


sus estratagemas, y si piensa que va a salirse con la suya
haciendo...
—Anda, Ralph, cállate —dijo el juez—. Haremos un descanso de
diez minutos mientras el señor Rand explica esa situación tan
delicada. Mientras tanto, las dos señoras deberían pensarse una
forma de llegar a un acuerdo.

Spence siguió a Pattie al pasillo donde esperaban Allie y J.J.

—¿Qué ha pasado? —preguntó J.J.—. Creía que iban a llamarme


a mí para preguntarme con quién quería vivir.

—Todavía no hemos terminado —contestó Spence—. El juez ha


dado un descanso de diez minutos.

—¿Por qué? —preguntó Allie.

—El tío Peyton va a explicarle al juez por qué estás viviendo con
Pattie.

Spencer no estaba seguro de cómo iba a reaccionar Allie, pero se


la quedó mirando atónito cuando la vio echarse a reír.

—¿Eso es todo? ¿Por qué ha tenido que pedir un descanso? —


preguntó J.J.

—Porque... bueno, si Joan Stephenson se enteraba de la verdad,


se lo contaría después a todo el mundo.

J.J. cogió la mano de Allie.

—A Allie no le importa quién lo sepa. Es más, había pensado


decírselo a todo el mundo cuando volviese al colegio después de las
vacaciones de Navidad.

—¿De verdad? —preguntó Spence.

—Ya se lo he dicho a Leigh y a su madre —Allie apretó la mano


de J.J.—. J.J. y yo hemos estado hablando y los dos queremos
testificar en favor de Pattie.
Queremos que el juez sepa que nosotros pensamos que es la
mejor madre del mundo.

A Pattie se le llenaron los ojos de lágrimas al abrazar a sus dos


hijos.

—No voy a perderos a ninguno de los dos, tenga lo que tenga que
hacer.

Spence abrió la puerta del despacho del juez y entró.

—Perdón, pero nos gustaría dar por concluido el descanso. Pattie


y yo tenemos algo que decir.

Peyton se quedó mirando a Spence un instante antes de sonreír.

—¿Señoría?

—Que entren todos, incluidos los dos niños —dijo Clayburn


Proctor, moviendo la mano derecha.

Una vez estuvieron todos sentados en el despacho, J.J. y Allie de


pie detrás de la silla de Allie, Peyton se volvió a Spence.

—Mi hermano tiene algo que le gustaría decir para aclarar


cualquier malentendido sobre la residencia actual de Allison Wilson.

Spence se puso de pie. Maldita sea, él era escritor. Las palabras


le daban de comer. Entonces, ¿por qué le estaba costando tanto
encontrar las adecuadas en aquel momento?

—Pattie y yo fuimos unos adolescentes muy rebeldes, pero no es


cierto que tuviera distintos amantes. Sólo yo. Estábamos
comprometidos y yo me marché de la ciudad sin saber que ella
esperaba un hijo. Eso ocurrió hace catorce años.

—Eso lo sabe todo el mundo —replicó Ralph Whitlock—. ¿Qué


tiene que ver el hecho de que Pattie diera a luz a un hijo ilegítimo
tuyo con este caso?

—Nuestra hija no murió.

Un silencio absoluto sepultó el despacho. Todas las miradas


estaban clavadas en Spence.

—Mi hermana Valerie estaba embarazada de seis meses y dio a


luz a un niño que nació muerto el mismo día que Pattie dio a luz a
una niña sana y fuerte. Mi padre, con su forma de pensar retorcida y
dictatorial, quiso hacer de Dios y cambió los bebés. Allison Wilson
no es hija de Valerie y Edward. Es mía y de Pattie.

—¡Que mentira tan espantosa! —exclamó Joan—. Spencer Rand,


¿cómo puedes decir algo tan horrible sobre tu propio padre y tu
hermana, estando los dos muertos e incapaces de defenderse?

—Me temo que lo que Spencer ha dicho es verdad —dijo Peyton


—. Tengo en mi maletín una copia del testamento de Valerie Edward
y una carta que Valerie escribió a Spence explicándole lo que
nuestro padre había hecho.

—¡No me creo ni una palabra de todo esto!

Joan se puso de pie casi de un salto.

—Por amor de Dios, Joan, siéntate y estáte callada, por favor —


dijo Ralph.

Peyton se volvió hacia el juez.

—¿Podemos considerar el problema de Allison Wilson como no


relevante, señoría?

—Sí, abogado. Continúe —dijo el juez.

—Señoría, yo no sé si el señor Whitlock posee alguna evidencia


que demuestre que mi cliente no puede ser una buena madre —dijo
Peyton—. Pero creo que la señora Stephenson ha demostrad ser
bastante menos que una madre ejemplar, ¿no le parece?

—Pattie Cornell ha embrujado a los dos hermanos Rand —gritó


Joan—. Debe estar acostándose con los dos.

Spence dio un paso hacia delante con los puños apretados.


Jamás había pegado a una mujer, pero en aquel momento estaba
tentado de hacerlo. Pattie le sujetó por un brazo, pero fue J.J. quien
se interpuso entre ellos y Joan.

—Preferiría morirme a vivir contigo. Pattie es diez veces mejor


madre de lo que tú podrías ser jamás. Ella me quiere de verdad —
J.J. apretó los puños—. Pattie no se dedica a irse acostando con
todos los hombres, ¿me oyes? Quería a mi padre igual que quiere a
Spencer Rand.

—Vamos a ver si ponemos un poco de orden aquí —intervino el


juez.

Peyton y Ralph separaron a las dos facciones y se volvieron hacia


el juez, que se rascó la barbilla y carraspeó.

—Joan Stephenson, te aconsejo que no vuelvas a montar un lío


como este. Puedes crear un escándalo en Marshallton, pero no
tienes caso antes lo tribunales. ¿He hablado con claridad?

—Yo no... —empezó a decir Joan.

—Lo comprendemos, señoría —dijo Whitlock.

—Y en lo que a ti se refiere, Pattie, yo diría que ya tienes bastante


que hacer con tener que educar a dos adolescentes. No eres la
madre ideal, pero... bueno, si no te metes en problemas, yo diría
que tienes una buena oportunidad de tener a tus hijos contigo hasta
que se vayan a la universidad.
—Gracias, juez Proctor —dijo Pattie.

El juez se dirigió entonces a Spence.

—Spencer Rand, cásate con esta mujer o déjala en paz. No es


bueno para ella tener que educar a dos chicos y a la vez mantener
una relación ilícita contigo. Esto es Tennessee, hijo, no California.

—¿No sería estupendo que os casaseis el día de mi cumpleaños?


Sólo faltan unas semanas —Allie cogió la mano de Spence y la de
Pattie—. Ahora podemos ser una familia de verdad. Los cuatro.

Cuando Allie sonrió a J.J., éste le devolvió la sonrisa, pero Spence


miró a Pattie con un ruego en los ojos. Instantáneamente, Pattie
supo que no había cambiado de opinión en lo de marcharse de
Marshallton.

Dios mío, ¿qué tenía que hacer para llegar a él? Tenía una familia
que le necesitaba. ¿Es que no se daba cuenta de que no podría
herirlos más que si se marchaba ahora?

1. Capítulo Diez

Spence sujetaba un extremo de la guirnalda que Pattie estaba


clavando a la entrada del salón. La mesa estaba dispuesta con una
enorme tarta de cumpleaños, sandwiches y una fuente con ponche,
junto con patatas fritas y bolitas de queso.

—¿Crees que le gustará? —preguntó Pattie al bajarse de la


escalera—. Quiero que sea el mejor cumpleaños de su vida.

—Lo será, pequeña —Spence le dio la mano para ayudarla a


bajar de la escalera—. Aquí tiene un verdadero hogar contigo y J.J.
No quería pensar en el día siguiente, en volver a California y al
estilo de vida que antes encontraba tan satisfactorio. Si Pattie le
pedía que se quedase, ¿tendría el valor de arriesgarse a aceptar?

—Siempre he deseado tener un hogar propio y una familia, un


marido e hijos.

Pattie se separó de Spence, de los sentimientos que despertaba


en ella cada vez que la tocaba. ¿Cómo iba a poder vivir sin él? ¿Y
Allie? Dios mío, ¿cómo reaccionaría su hija cuando supiera que su
padre se marchaba?

—Ojalá... bueno, siento no ser un hombre adecuado para eso.

Spence no podía mirarla. Temía que ella viera la desesperada


necesidad que sentía. Hubiera querido que le dijera que no le
importaba si había deshecho su vida propia y las vidas de todos los
que le habían querido. Hubiera querido que le dijera que le quería lo
suficiente como para arriesgarse a volver a sufrir. Pero era evidente
que Pattie había aceptado su decisión de marcharse de Marshallton.
Ni una sola vez le había pedido que se quedara después del
cumpleaños de Allie.

—Yo también siento que no estés hecho para la vida familiar.

Había hecho todo lo posible por demostrarle que formaba parte de


aquella familia, que su lugar estaba con ella, Allie y J.J. en
Marshallton. Había tenido que resistirse a la necesidad de rogarle y
suplicarle, de confesarle su amor incondicional, pero él no quería
que lo hiciera. Lo único que iba a conseguir era hacer aún más difícil
su partida.

—Supongo que hay cosas que simplemente no pueden ser —dijo


Spencer, mirando al suelo.

—Son casi las tres. Los chicos volverán del colegio en cualquier
momento, así que será mejor que vayas al coche y traigas los
regalos de Allie.

—Sí, voy.

Se alegraba de tener una excusa para alejarse de Pattie y de la


insoportable tensión que había entre ellos.

Una vez fuera, se tomó su tiempo para recoger los regalos. Dios
del cielo, ¿cómo iba a decirles adiós al día siguiente? ¿Cómo iba a
poder marcharse y dejar atrás todo lo que significaba algo para él?
La única mujer a la que había amado, la hija que acababa de
encontrar y el joven que necesitaba la figura de un padre.

Lo que debía hacer era volver a entrar en la casa y decirle a Pattie


que tanto si estaba dispuesta a arriesgarse con un irresponsable
como él como si no, no iba a dejarla. Ni ahora ni nunca. Quería que
le diera otra oportunidad para demostrarle que era digno de ella.

Sabía que Pattie le quería. Se lo demostraba cada vez que la


tocaba. Eran como gasolina y fuego, pero le había hecho tanto daño
que no podía culparla si no le confiaba su futuro, el suyo propio y el
de sus dos hijos. Spence cogió todos los paquetes y cerró el
maletero con un codo. Cuando entró de nuevo en la casa, se
encontró a Pattie en la cocina, llenando vasos de plástico con hielos,
y se quedó en la puerta observándola, intentando memorizar cara
rasgo de su cara, cada curva de su cuerpo. Ojalá tuviera una
fotografía nueva para cambiarla por esa manoseada que había
llevado durante tantos años. Era curioso que la hubiera guardado,
incluso cuando había medio olvidado a Pattie. Había intentado
borrarla de su cabeza, pero jamás había podido sacarla de su
corazón. Ahora jamás se vería libre de ella, del recuerdo de su
sonrisa, de su risa, de la sensación de tenerla en sus brazos,
consumiéndole con su calor salvaje y apasionado.

—¿Dónde están los regalos? —Pattie se volvió hacia él y sonrió,


pero fue una sonrisa forzada que no llegó a sus ojos castaños.
—Los he dejado en la mesa, al lado de la tarta.

—Estupendo —cogió la bandeja de los vasos y se la dio—.


Llévalos al salón, por favor, y pon un poco de música mientras yo
termino aquí.

Pattie le vio alejarse, sabiendo que al día siguiente daría media


vuelta y se alejaría para siempre. La primera vez que se había
marchado, catorce años atrás, creyó morir, pero no había sido así.
Había sobrevivido, y aquella vez volvería a sobrevivir. Si Spencer
Rand era demasiado cobarde para intentar por una sola vez ser
marido y padre, no podía hacer nada para remediarlo, ¿no?

Volvió a mirar el reloj. Allie y J.J. estaban a punto de llegar, así


que tenía que dejar de pensar en eso. Los chicos lo notarían si no
era la misma loca divertida de siempre.

—¿Cuándo vas a decirle a Allie que te vas? —le preguntó desde


la puerta del salón.

Spence abrió la cubierta de un compacto y lo puso en el aparato.

—Vendré por la mañana —dijo, y' se acercó a Pattie para cogerle


las manos—. Sé que estoy siendo un cobarde, pero... sé que va a
odiarme por marcharme.

—Y mejor que te odie ahora que no que lo haga más tarde. ¿No
es ese tu razonamiento? —Pattie se soltó de él—. Sabes que más
tarde o más temprano la desilusionarás, así que ¿por qué no
terminar ya? Mejor marcharse, antes de volverlo a estropear todo.

Oír sus propias palabras en boca de Pattie estaba destrozándole.


Hubiera querido negarlo, decirle que ya no era el mismo crío
irresponsable que había sido una vez, que era un hombre preparado
y dispuesto a aceptar sus obligaciones para con su familia. Un
hombre que deseaba disfrutar de las satisfacciones de ser marido y
padre.
—Tú no querrías que me quedara, ¿verdad?

—Dios mío, ¿es que no se daba cuenta de que le estaba


rogando?—. Quiero decir que sabes que tarde o temprano terminaré
por fallarte, y tú no puedes vivir así, ¿verdad? Siempre
preguntándote cuándo iba a volverte la espalda.

—Yo... yo he disfrutado de todos los días y las noches que hemos


pasado juntos estas últimas seis semanas, incluso sabiendo que
ibas a dejarme —de espaldas a él, inspiró aire profundamente—. Si
te quedaras seis meses, o un año, o el resto de tu vida, disfrutaría
de cada momento.

¿Había oído bien?

—Pattie...

El timbre sonó y Pattie dio un respingo. Spence masculló algo


entre dientes.

—Voy a ver quién es. Podría ser uno de los niños que hemos
invitado a la fiesta.

Ella se secó las lágrimas lo más discreta y rápidamente posible y


corrió hasta la puerta.

Leigh White estaba en el porche con expresión sombría.

—Hola, Pattie. ¿Puedo entrar? —Si claro, Leigh. Has venido un


poco pronto. J.J. aún no ha traído a la chica del cumpleaños del
colegio.

—Sí, lo sé —Leigh entró al recibidor—. J.J. está montando todo


un número con el Porsche de Spence.

—Le hace sentirse importante —comentó Pattie, pero Leigh siguió


igual de seria—. ¿Qué ocurre, Leigh?
—¿Está Spence aquí?

—Sí, en el salón.

—Yo... no sé cómo deciros esto —Leigh miró a Pattie y después a


Spence—. Intenté convencerlos de que no lo hicieran, pero estaban
decididos.

—¿De qué estás hablando? —preguntó Pattie—. ¿De qué


intentaste convencerlos?

—J.J. y Allie... se han escapado a Alabama... para casarse.

—¿Qué? —gritaron Pattie y Spence al unísono.

—Allie os oyó hablar de que Spence iba a volverse a California


después de su cumpleaños. —¡Dios mío!

Pattie se cubrió la cara con las manos.

—¿Y qué tiene que ver que yo me vuelva a California con que J.J.
y Allie se hayan fugado.

—Han dicho que... bueno, que...

—¿Qué? —preguntaron los dos.

—Que si Spence y tú no erais capaces de arreglar las cosas para


que los cuatro fueseis una verdadera familia, estaban dispuestos a
iniciar la suya propia.

—Voy a matar a ese chico —masculló Spence—. ¡Allie tiene sólo


catorce años!

—Y J.J. sólo dieciséis —le recordó Pattie.

—Ningún juez en su sano juicio casaría a dos niños —Spence se


pasó la mano por el pelo—. ¿Sabes dónde han ido?
—Sí, a Jonesville. A un juez de paz. En Alabama no hay periodo
de espera.

—¿Cuándo se han marchado? —preguntó Pattie.

—Esta mañana. No han ido al colegio.

—Eso quiere decir que podrían estar casados si han encontrado a


alguien lo bastante estúpido para celebrar la ceremonia —Spence
cogió a Pattie por los hombros—. Todo esto es culpa mía. Debería
haber hablado con Allie y explicarle por qué me iba. He vuelto a
estropearlo todo, y ahora Allie y J.J. van a pagar por mis errores.

Pattie se apartó de él y pareció taladrarle con la mirada.

—Deja de sentir lástima por ti mismo. Esto no es culpa tuya. Lo


que están haciendo Allie y J.J. es lanzarse a la desesperada.

—¿Qué quieres decir?

—Es su forma de llamar nuestra atención. No pueden conseguir


una licencia matrimonial. Son menores de edad, y nadie estará
dispuesto a casar a unos crios —Pattie abrió el armario del recibidor,
cogió dos abrigos y le lanzó uno a Spence—. Venga, vamos a
Jonesville a por esos dos locos.

Una vez en Jonesville, no tardaron más de diez minutos en


encontrar la casa de Cari Greene, el juez de paz local. Un par de
jóvenes en un Porsche no habían pasado desapercibidos en un
pueblo tan pequeño como aquel.

Pattie y Spence se bajaron rápidamente del coche, subieron las


escaleras del porche, y llamaron al timbre. Una mujer de mediana
edad les abrió la puerta.

—Hola. Ustedes deben ser Spence y Pattie. Soy Norma Greene


—dijo la mujer—. Estábamos esperándolos. Adelante. Sus chicos
están en el altar.

—¿Nuestros chicos están en el altar? —preguntó Spence.

—¿Estaban... estaban esperándonos? —preguntó Pattie,


boquiabierta.

—Tenemos todo preparado para la ceremonia. Lo único que nos


falta es su licencia matrimonial.

Norma dio un paso atrás, y con un gracioso gesto del brazo los
invitó a entrar en su casa.

Completamente confundidos pero ansiosos por saber qué estaba


pasando, Pattie y Spencer aceptaron la invitación. La mujer los
condujo al gabinete espacioso de madera y cristal que estaba en la
parte trasera de la casa.

Allie corrió hacia ellos y abrazó primero a Pattie y después a


Spence.

—Creía que no ibais a llegar nunca —dijo, y volviéndose hacia los


anfitriones, añadió—: Estos son nuestros padres, Spencer Rand y
Pattie Cornell.

—Sus hijos lo han arreglado todo. Cari y yo tenemos preparado el


salón —dijo Norma—. Cari está revisando ya la ceremonia.

—¿Ustedes son los novios?

Un hombre delgado y alto de unos cincuenta años entró en el


gabinete.

—¿Los novios? —Pattie miró al hombre que debía ser Cari


Greene y después a su hija—. Allie, ¿qué está pasando?

J.J., que había estado callado y quieto junto a la enorme


chimenea de piedra se adelantó, con una enorme sonrisa.
—Allie averiguó que Spence, quiero decir, papá, iba a dejarnos
para volver a California, y que mamá no iba a hacer nada para
impedírselo. Así que decidimos que nosotros teníamos que hacer
algo para evitar que cometieseis el error más grande de vuestras
vidas... otra vez.

—¿Estás diciendo que no habéis tenido intención de fugaros? —


preguntó Spence.

—No pensaríais de verdad que íbamos a casarnos, ¿no? —


sonriendo, Allie le guiñó un ojo a J.J.—. ¿Lo ves? Te dije que
funcionaría.

—No voy a casarme con Allie hasta que no haya terminado el


colegio y tenga un buen trabajo —dijo J.J. mirando a Spence, como
si sus palabras fueran una promesa solemne.

—¿Así que esto era una conspiración? —preguntó Pattie, con los
brazos en jarras y mirando a J.J.—. Quiero una explicación,
jovencito, y la quiero ahora mismo.

—No le eches la culpa a J.J. —dijo Allie—. Fue idea mía. Papá,
no podía dejar que nos abandonases. Sé que en realidad no quieres
volver a California.

—Allie, cariño, tienes que entender cómo están las cosas entre tu
padre y yo —intervino Pattie, cogiendo la mano de la niña.

—Sus hijos quieren verlos casados —dijo Cari Greene—.


Tenemos todo preparado para una boda. Lo único que falta es que
se hagan los análisis de sangre. El doctor McCorkle está
esperándolos. Y su hermano Peyton lo ha arreglado todo con el juez
para que se quede un poco más en el juzgado y emita su licencia
matrimonial.

—¿Qué te parece? Si hasta Peyt está en el ajo.


Spence se preguntaba si se despertaría en cualquier momento de
aquel sueño. Lo que les había preparado su hija era mucho más
atrevido que cualquier cosa de las que ellos habían hecho con su
misma edad.

—Allie, no puedes pretender que porque hayas preparado todo


esto, Spence y yo vayamos a casarnos.

Pattie no sabía si echarse a llorar o a reír.

—¿Por qué no? Alguien tiene que actuar aquí como un adulto
responsable, y ninguno de mis padres parece dispuesto a hacerlo —
Allie miró a Pattie—. ¿Quieres a Spencer Rand?

—¿Qué?

—¿Quieres o no a mi padre?

—Claro que le quiero. Yo... siempre le he querido.

¿Por qué se sentía como si la hubieran dejado desnuda delante


de todo el mundo?

Allie miró entonces a su padre con expresión severa.

—¿Quieres a Pattie Cornell?

—¿Qué?

—Que si quieres a mi madre.

—Si, la quiero. Pattie es la única mujer a la que he querido —


admitió.

Allie les cogió una mano a cada uno.

—Mamá, ¿quieres que papá se quede en Marshallton, que se


case contigo y que sea parte de la familia?
—Sí —susurró.

—¿Y tú, papá? ¿Quieres casarte con mamá y quedarte con


nosotros para siempre? —preguntó Allie.

«Bueno, Spence, es ahora o nunca. Si estropeas esta última


oportunidad, no volverás a tener otra».

—Sí, quiero casarme con Pattie. No quiero volver a perderla. Y no


quiero dejaros ni a ti ni a J.J. sin un padre.

Pattie no sabía cuánto tiempo más iba a poder esperar sin


echarse a llorar de alegría.

—Bueno, así que, todo arreglado —dijo Cari Greene—. Norma,


acompaña a estos amigos a casa del doctor McCorkle para que se
hagan los análisis y después al juzgado para la licencia. Cuando
volváis, Allie y J.J. estarán preparados para hacer de madrina y
padrino en la boda de sus padres.

Tres horas más tarde, Spencer Rand, vestido con un jersey azul
de cuello alto, una camisa de franela y unos vaqueros, y Pattie
Cornell, con unos vaqueros blancos y un jersey rojo, se pusieron
delante del juez de paz e hicieron sus promesas.

Cuando llegó el momento de ponerse los anillos, Spence no supo


qué hacer. Entonces Allie se quitó la cadena que llevaba al cuello y
le entregó el anillo que le había regalado a Pattie hacía tantísimo
tiempo.

Cari Greene los declaró marido y mujer, pero antes de que


pudiera decir otra cosa, Spence cogió a Pattie entre sus brazos y la
besó largamente. Allie gritó de alegría y J.J. lanzó un estridente
silbido.

Spence se quedó mirándose en los ojos castaños de Pattie, llenos


de amor y confianza.
—Ya sabes que no te llevas una perita en dulce, pequeña. Pero te
prometo hacer todo lo que pueda para ser un buen marido y un
buen padre. Encontraré la manera de compensarte.

—Deja de decir tonterías. El pasado ya no existe, sólo tenemos el


presente y el futuro.

—¿No estás preocupada por el futuro?

—Mire, señor Rand, puede que usted piense que no es una perita
en dulce, pero yo creo que eres maravilloso y perfecto para mí.
Además, yo tampoco soy ni la madre ni la mujer típica. Vas a estar
muy ocupado conmigo, y esos dos críos van a darnos más de una
noche sin dormir. No tienes más que ver en el lío en que nos han
metido.

Allie y J.J. se unieron al abrazo de sus padres.

—No tenéis que preocuparos por Allie y por mí —dijo J.J.—. Ya


somos mayores. Será de nuestros hermanitos de quienes tengáis
que preocuparos.

Spence y Pattie intercambiaron miradas. Aquella noche era el


comienzo de su vida como marido y mujer, y todo era posible...
incluso disfrutar de todas las cosas que se habían perdido con Allie.

—Te quiero, señora Rand. A ti y a estos mimados gamberros


también.

—Yo también te quiero, señor Rand —su cálida sonrisa los


alcanzó a todos—. Os quiero a todos.
VUELTA ATRÁS

© 1993 Beverly Barton (Beverly Beaver).

Título original: The Mother of My Child (1990)

Colección: Tentación 505 - 9.11.94

Protagonistas: Spencer Rand y Pattie Cornell

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