Está en la página 1de 63

INDICE

Introducción 4

Capítulo uno
Las nuevas urbanizaciones privadas 7

Capítulo dos
Clases sociales y diferenciación social 12

Capítulo tres
Las dimensiones de la homogeneidad social 16

Capítulo cuatro
La vida en los countries y barrios privados después de 2001 20
Epílogo
La (in)seguridad en el ojo de la tormenta 45

Bibliografía de consulta 49

La autora 50
INTRODUCCIÓN

Durante la década del ‘90 la sociedad argentina sufrió una gran mutación.
Cambios de toda índole, ya anunciados desde mediados de los ‘70, encontraron
un impulso exacerbado a partir de la política neoliberal puesta en marcha por
Carlos Menem, entre 1989 y 1991, y continuada luego por sus sucesores. Este
modelo, caracterizado por la globalización de la economía y la reestructuración
de las relaciones sociales, trajo como consecuencia el aumento de las
desigualdades sociales y la polarización social.
A mediados de los ‘90, por encima de la creciente diversidad de posiciones
y situaciones, la nueva dinámica de polarización fue ahondando una creciente
brecha social entre, por un lado, un conjunto reducido de “ganadores” que logró
acoplarse exitosamente al modelo neoliberal y, por otro, un conglomerado
amplio de “perdedores”, marcado por el descenso social y la descalificación
laboral. El resultado fue, entonces, tanto la profundización de la distancia
existente entre las diferentes clases sociales como la emergencia de nuevas
formas de diferenciación al interior de éstas, anteriormente consideradas como
grupos más homogéneos.
En este contexto, la brecha urbana se fue ensanchando de manera
vertiginosa, hasta constituir una de las notas más distintivas y perturbadoras
de la Argentina de los ‘90. Así, al ritmo de las privatizaciones, la
desindustrialización y el aumento de las desigualdades sociales, el paisaje
urbano fue cambiando ostensiblemente. Los grandes centros urbanos fueron
transformándose con la expansión de hipermercados, shoppings y multicines,
mientras que el cordón industrial de las grandes ciudades —como Buenos
Aires, Rosario y Córdoba—, iba convirtiéndose en un verdadero cementerio de
fábricas y de pequeños comercios. En medio de la euforia neoliberal, las villas
de emergencia y los asentamientos se multiplicaron, para cobijar al cada vez
más amplio contingente de excluidos del modelo, al tiempo que comenzaron a
levantarse, para sorpresa de muchos, los muros de la ciudad privatizada,
prontamente convertida en el refugio de las clases altas, medias-altas y sectores
medios en ascenso.
Por otro lado, el pasaje a un modelo aperturista basado, entre otras cosas,
en la reducción de las funciones del Estado a partir de la privatización de sus
áreas más importantes, implicó un vaciamiento de las instituciones públicas.
Dentro del nuevo modelo, el Estado resignó el rol que había ejercido bajo el
régimen precedente, como regulador y proveedor de bienes y servicios básicos.
Esta política terminó por generar un efecto de cascada, afectando en diferentes
niveles el proceso mismo de producción de la cohesión social, como lo ilustra el
aumento exponencial de la violencia en las relaciones sociales en los últimos
años, así como la ineficacia de las instituciones públicas para garantizar la
protección y la seguridad que reclaman diferentes sectores de la sociedad.
Es entonces en este marco de un notorio aumento de las desigualdades
sociales y de un proceso de privatización general de la sociedad donde la
segregación espacial encontró su impulso mayor. En este contexto de
desprotección y desregulación en el cual los individuos aparecen dramática y
desigualmente librados a su suerte, se fue difundiendo un sentimiento de
inseguridad y de fragilización de los lazos sociales sobre vastos sectores de la
sociedad, que estimulará desde el costado de los ganadores la adopción de
nuevas modalidades de producción del lazo social, a través de la privatización
de la seguridad. La expansión y consolidación de las urbanizaciones privadas
(countries, barrios privados, megaemprendimientos) pone de manifiesto, de
manera emblemática, este proceso.
Hemos analizado gran parte de estos temas en una investigación realizada
durante el año 2000, que quedó plasmada en el libro Los que ganaron. La vida en
los countries y en los barrios privados (2001). Hoy ofrecemos al lector una versión
abreviada y actualizada de este fenómeno que, como pocos, ilustra el alcance
multidimensional de la brecha urbana. Para retomar el abordaje de los ejes
centrales de esta problemática hemos incluido en el presente trabajo —además
de aquellas entrevistas realizadas en el año 2000— otras nuevas: unas llevadas a
cabo durante el año 2002 y las más recientes, del 2004, realizadas por el equipo
de Ciencias Sociales del Instituto de Ciencias de la Universidad Nacional de
General Sarmiento, al cual pertenezco. Debo agradecer muy particularmente a
Marina García y Lucía Canel, quienes colaboraron en el proceso de actualización
del material. También agradezco a Carla del Cueto y Mariana Barattini, quienes
participaron en el trabajo de campo en algunas de las distintas etapas aludidas.
Fue sin duda esta “vuelta al terreno”, como se dice en la jerga, lo que nos
permitió visualizar de manera más acabada la dinámica procesual del fenómeno
y nos llevó a profundizar ciertos temas referidos a las nuevas modalidades que
asumen las relaciones entre las diferentes clases sociales, ya sea que hablemos
de los “semejantes”, que comparten la experiencia de segregación, o bien de
aquellos considerados como “diferentes”, hacia los cuales se orientan los
dispositivos de seguridad de la ciudad privatizada.
Por último, la inflexión que introdujo la crisis de 2001, así como la fase de
consolidación que registra actualmente este estilo de vida, nos impulsaron a
escribir un nuevo capítulo, con el fin de dar cuenta de los cambios producidos,
pero muy especialmente para realizar un análisis más global de la estructura de
miedos y temores que la propia crisis puso en juego, no sólo en los habitantes
de las urbanizaciones privadas sino, de manera más general, en toda la
sociedad argentina.
CAPÍTULO UNO

LAS NUEVAS URBANIZACIONES PRIVADAS

EL PASAJE A UN NUEVO TIPO URBANO


Hemos dicho que en las últimas décadas, la entrada acelerada a un nuevo tipo
societal trajo como consecuencia la instalación de un modelo de exclusión
social, definido por el aumento de las desigualdades y la polarización social.
Una de las expresiones más claras de esta dinámica global excluyente fue la
consolidación de un nuevo patrón socioespacial. El fenómeno es de tal
envergadura que los estudiosos del tema, como S. Sassen, M. Castells o Peter
Marcuse, sostienen que asistimos a la emergencia de una nueva configuración
urbana (la “ciudad posfordista”, la “ciudad global”, la “ciudad cuarteada”),
caracterizada —entre otras cosas— por la expansión de una nueva periferia,
que presenta enormes contrastes respecto del modelo anterior, visibles en el
aumento de la segregación interna y los procesos de dualización espacial.
Estos cambios socioespaciales están presentes en grado diferente en todas
las sociedades. En términos más esquemáticos, el actual proceso urbano ha
sido descripto como el desplazamiento de un modelo de “ciudad abierta”,
básicamente europeo, centrado en la noción de espacio público y en valores
como la ciudadanía política y la integración social, hacia un régimen de “ciudad
cerrada”, más asociado al tipo norteamericano, marcado por la afirmación de
una ciudadanía patrimonialista centrada en la figura del contribuyente. En fin,
este nuevo modelo señala la tendencia a la separación de clases medias
superiores y las clases altas, a través del desarrollo de un urbanismo de las
“afinidades” (Donzelot, 1999), esto es, de una búsqueda creciente de ho-
mogeneidad social.
Mientras en ciertos casos el nuevo patrón socioespacial vino a profundizar
los fenómenos de segregación social y urbana preexistentes, en otros creó las
condiciones económicas y sociales para su puesta en marcha. Así por ejemplo,
en Estados Unidos, la segregación residencial de las clases medias superiores,
basada en la vivienda unifamiliar y la seguridad privada, acompaña desde
temprano la historia del país. Sin embargo, este proceso cobró un nuevo giro en
los últimos veinte años, a través del notorio incremento de las gated
communities (comunidades cercadas), sobre todo en aquellos estados donde se
registra un mayor porcentaje de inmigrantes, entre ellos, California y Florida.
En América Latina, de manera más acentuada que en otros lugares, la
fractura urbana constituye una ineludible marca de origen. En efecto, con el
proceso de urbanización, la fractura social se tradujo en formas específicas de
segregación: por un lado, a través de la emergencia de verdaderos ghettos de
pobreza (“villas miseria”, “callampas”, “cantegrilles”, “favelas”, o cualquiera sea
su nombre en distintos puntos del continente); por otro lado, mediante la
autosegregación residencial de las clases altas y medias-altas. De modo que, la
brecha urbana ilustraba entonces la distancia social y traía consigo la
consolidación de un modelo de socialización, basado en el escaso contacto entre
grupos sociales diferentes, tanto desde un punto de vista social como racial.
Posteriormente, a partir de los años ‘80, con el agravamiento de las
desigualdades sociales y la entrada a un nuevo tipo societal, las diferentes
formas de fragmentación social y segregación espacial se fueron profundizando,
como bien lo muestran la multiplicación de condominios —los barrios
residenciales con seguridad privada, inspirados en el modelo norteamericano—
en países como México, Venezuela y Brasil.
Ahora bien, durante más de un siglo, la matriz social argentina estuvo
marcada por un fuerte dinamismo económico y una tendencia a la
incorporación social. Esto no significaba, empero, que no hubiera —sobre todo
en el norte del país— polos de desarrollo marcados por una matriz social más
rígida o un modelo más tradicional de las relaciones sociales. Tampoco
implicaba negar la existencia de brechas sociales, visibles sobre todo en los
extremos de la sociedad e ilustradas tempranamente, por un lado, por las villas
miseria y, por otro, por las estrategias segregacionistas desarrolladas
exclusivamente por las clases altas. Sin embargo, lo específico del “modelo
argentino” era representado menos por estas formas extremas de exclusión y
segregación, y más, mucho más, por la dinámica expansiva de la economía y la
sociedad, protagonizada por el colectivo amplio de las clases medias así como
por vastos sectores de las clases populares.
En suma, la tendencia a la incorporación social y la existencia de una
lógica más igualitaria hicieron que la brecha social entre ricos y pobres fuera en
nuestro país visiblemente menor que en otros lugares de América Latina. A
título de ejemplo, recordemos que en 1950 la participación del sector asalariado
en el ingreso nacional alcanzó su punto máximo con el 46%. En 1974, el país
tenía una distribución de la riqueza similar a la de muchos países
desarrollados: la diferencia entre el escalón más pobre y el más alto era de 12
veces.
De manera que, originariamente, el tipo urbano dominante en Argentina
estuvo más cercano al modelo europeo-mediterráneo que al norteamericano; en
el modelo europeo la ciudad industrial es el lugar de encuentro privilegiado
entre categorías sociales diferentes, soporte necesario de un modelo “mixto” de
socialización, basado en la experiencia de la heterogeneidad social y residencial
y apoyado desde el Estado. Así, tanto los diferentes espacios de la sociabilidad
barrial (la esquina, la plaza) como la forma de integración aportada por la
escuela pública, tenían por objetivo proveer a los individuos de una orientación
doble, hacia adentro y hacia afuera de su grupo social y aparecían, por ende,
como los contextos propicios para una socialización más igualitaria, basada en
la mezcla y la heterogeneidad social. Sin embargo, en los últimos quince años
este modelo de socialización que encontraba en las clases medias urbanas su
protagonista central y su soporte básico en el Estado, como agente impulsor de
la integración social, entró en colapso.
Así, en Argentina, a diferencia de otros países del continente, la
autosegregación de las clases medias superiores es un fenómeno más reciente.
Por ende, para comprender el impacto que esta nueva lógica de ocupación del
espacio produjo en nuestro país es necesario tener en cuenta los cambios que
se han dado en términos de patrón socioespacial, de modelos de desarrollo y de
lógica de integración social.
En términos de patrón socioespacial, entre 1940 y 1960, esto es, durante
la primera etapa del modelo desarrollista-populista, caracterizado por la
industrialización sustitutiva y una política redistributiva, la lógica de ocupación
de la periferia estuvo orientada hacia la incorporación de los sectores populares
(Torres: 1998), a través de una política de loteos económicos. Posteriormente, la
expansión de la periferia condujo también a la consolidación de barrios
precarios, autoconstruidos, con escasa o nula presencia de infraestructura y
servicios. En consecuencia, la nueva lógica de ocupación del espacio urbano,
operada en los ‘90, se llevó a cabo sobre una trama urbana ocupada
tradicionalmente por los sectores populares.
En suma, en Argentina, la nueva configuración espacial, ilustrada
emblemáticamente por la expansión de countries y barrios privados da cuenta
de dos fenómenos mayores: por un lado, participa de una lógica más global,
que plantea la inversión del modelo socioespacial anterior; por el otro, al
acentuar los procesos de fragmentación y dualización social, pone al
descubierto las consecuencias de la desarticulación de las formas de
sociabilidad y los modelos de socialización que estaban en la base de una cul-
tura más homogénea e igualitaria.

DEL CLUB DE CAMPO A LAS NUEVAS URBANIZACIONES PRIVADAS


En primer lugar debemos reconocer que las urbanizaciones privadas, en tanto
constituyen el fiel reflejo y consecuencia de las nuevas brechas sociales abiertas
por el modelo neoliberal, han llegado para quedarse. Sin embargo, una vez
dicho esto, no debemos olvidar que los countries o clubes de campo tienen una
historia anterior en nuestro país. En efecto, concebidos originariamente como
“segunda residencia”, esto es, para el fin de semana o las vacaciones, los clubes
de campo fueron, durante décadas, espacios de sociabilidad privativos de la
élite.
Recordemos que el country más antiguo del país —el Tortugas Country
Club— fue fundado en 1930. En la década siguiente fueron apareciendo otros
clubes exclusivos, como el Hindú Club y el Highland (que se creó a partir de un
desprendimiento del Tortugas), a los que les siguieron el Olivos Golf Club y el
Argentino, todos en la Zona Norte de la región metropolitana de Buenos Aires.
Este estilo de vida exclusivista se reconocía en la valoración de la vida al
aire libre y, sobre todo, en la práctica de deportes, como la equitación y el golf.
Las viviendas de entonces, lejos de emular a las opulentas residencias que
vemos hoy en día, presentaban líneas sencillas y hasta austeras, en donde el
estilo pintoresco del chalet californiano de la época alternaba con aquél más
rústico de la llamada “arquitectura autóctona”, que alcanzaba a la decoración y
al mobiliario. Por último, como estaban pensadas para gozar de un “descanso
activo” durante el week-end, las viviendas no estaban equipadas para funcionar
como residencias permanentes (Ballent, 1998).
Sin embargo, ya en los años ‘70 se registró un primer boom inmobiliario,
que no tendría como promotor exclusivo a la élite tradicional, sino a una franja
exitosa de la clase media-alta, entre ellos empresarios y profesionales, deseosos
de afirmar su consagración social. La expansión se ve reflejada en la edad
media de los clubes de campo, que oscila en los 35 años. Como en otros países,
esta nueva clase media-alta era portadora de un estilo de vida más hedonista y
relajado, que buscaba trasladar las comodidades de la ciudad al “entorno
bucólico” del club de campo (pavimentación de calles, red de cloacas, gas
natural). Dicha irrupción fue vivida no sin incomodidad por parte de los
primeros fundadores, partidarios de un estilo de vida tranquilo y poco
estridente, en el cual la vida asociativa alternaba con la protección del ámbito
privado.
Asimismo, en este período la expansión del fenómeno “country” no fue
ajena al sentimiento de inseguridad que atravesaba una parte de las clases
altas, a raíz de la ola de secuestros a empresarios nacionales y extranjeros,
realizados por las distintas agrupaciones armadas de izquierda, que llegaron a
incluir algunas acciones de corte simbólico, en ciertos countries representativos
de la élite oligárquica y militar.
Durante la época de la “plata dulce”, a fines de los 70, llegó también el
turno de los “yuppies”. Su arribo a los countries promovió una nueva lucha por
la apropiación de los símbolos de la distinción social, en términos de “carrera
de las casas”, “carrera de autos” y viajes al exterior. La competencia incluyó
también el estereotipo de “mujer country”, que convertida en un objeto
suntuario más, aparecía exclusivamente dedicada a la vida social y a la
beneficencia.
Sin embargo, la nueva historia de las urbanizaciones privadas comienza a
fines de los años ochenta, y da cuenta de una verdadera transformación del
modelo precedente, tanto respecto de la multiplicación de la oferta residencial,
el cambio y la ampliación del perfil social y generacional de los habitantes,
como de las formas de sociabilidad y modelos de socialización resultantes. En
fin, nos encontramos frente a un nuevo estilo de vida, que sólo en algunos
aspectos presenta continuidad con el anterior, principalmente en lo que se
refiere a las estrategias de distinción social, a través de la vida recreativa y el
deporte.
Para dar cuenta de la acelerada expansión de los nuevos emprendimientos,
recordemos que, para el caso del Gran Buenos Aires, en 1994 sólo había 1.450
familias asentadas en este tipo de urbanizaciones; en 1996, ya eran 4.000
familias (Torres, 1998). En agosto de 2000, el número de familias llegaba a
13.500. Para el año 2000, la población estimada en las nuevas urbanizaciones
alcanzaba a 150.000 residentes (Vidal-Koppmann, 2001). En 2003, luego de la
crisis que siguió a la devaluación, la Federación Argentina de Clubes de Campo
calculaba que vivían en urbanizaciones privadas unas 300.000 personas
(www.ar.seguridadydefensa.com).
No olvidemos que uno de los datos que reveló el último censo que realizó el
INDEC es que casi todos los partidos del primer cordón del Conurbano
Bonaerense perdieron habitantes. El caso más elocuente es el de Vicente López,
que perdió un 5,3% de su población y el de San Isidro, que tuvo una baja del
2,5% (www.indec.mecon.ar). A esto debe sumarse el descenso de la población
en la Ciudad de Buenos Aires, en un 7,1%, respecto del censo de 1991. Una
hipótesis lógica lleva a creer que parte de esta población, en todo caso, la de
mayor poder adquisitivo, se ha ido mudando a las urbanizaciones privadas del
norte, sobre todo en la zona de Pilar. Las cifras que disponemos para el partido
de Pilar revelan que, sólo entre 1993 y 1999 creció un 115%, aumentando de
130.000 a 280.000 habitantes (www.pilarcity.com).
Siempre según estimaciones de la Federación Argentina de Clubes de
Campo, en 1989 había sólo 140 urbanizaciones privadas; en 1999, llegaban a
450. En la actualidad, existen más de 600 emprendimientos, que incluyen una
variedad de ofertas inmobiliarias, entre barrios privados, countries,
condominios, dúplex, barrios de chacras y pueblos privados. Pese a que ésta es
una modalidad urbana que alcanza a las principales ciudades del país
(Córdoba, Rosario, Mendoza), el 90% de las urbanizaciones, esto es, unas 550,
se encuentran en los alrededores de Buenos Aires. De ellas, 185 están
concentradas en el partido de Pilar (www.urbanizacion.com).
Si bien el fenómeno se inicia a fines del ‘80 (varios de los “nuevos”
countries, más exclusivos, empezaron a construirse luego de la hiperinflación
de 1989), la expansión de este tipo de urbanizaciones privadas se vio
beneficiada por la creciente comercialización de lotes que tuvo lugar a partir de
1996, que planteó menores restricciones cualitativas para ser propietario, así
como por la simultánea ampliación de la red vial (el Acceso Norte, el Acceso
Oeste, la Autopista Ezeiza-Cañuelas, la Autopista Buenos Aires-La Plata y, a
partir de 2001, el Acceso Bancalari-Benavídez), que promovió el desarrollo de
nuevos “corredores”, directamente conectados con las nuevas urbanizaciones.
Es, entonces, en este nuevo contexto que los antiguos countries,
paulatinamente transformados en primera residencia, van a acompañar la
oferta creciente de barrios privados, y dejarán de ser considerados
exclusivamente como un bien “suntuario”, una “estrategia de distinción”, para
incorporarse a una nueva lógica de ocupación del espacio urbano, que
protagonizan grupos sociales con ingresos medios-altos y altos, que deciden
habitar de manera permanente los nuevos enclaves privados.

TIPOS DE URBANIZACIONES PRIVADAS


Las urbanizaciones privadas cuentan con una oferta muy diversificada que
incluye countries del más diverso cuño; barrios privados de dimensiones muy
variables; chacras de varias hectáreas, situadas en regiones más alejadas de los
grandes centros urbanos; residencias en “megaemprendimientos” o pueblos
privados y, de manera más reciente, modestos condominios o dúplex.
Todas estas urbanizaciones tienen en común el cerramiento perimetral y la
seguridad privada. Sin embargo, las diferencias son notorias: así, mientras que
los residentes de los barrios privados, los condominios y los dúplex sólo
comparten la seguridad privada (expensas en común), los habitantes de los
countries —y, por lo general, de los megaemprendimientos y chacras— cuentan
con una variada infraestructura social y deportiva. La heterogeneidad de la
oferta existente se vincula sin duda con el tipo de destinatario al cual va
dirigido, que abarca desde Motores de las clases altas y medias-altas
consolidadas, con un importante capital económico, hasta clases medias en
ascenso, sobre todo aquellas que tuvieron acceso al crédito durante los ‘90.
Veamos, pues, más en detalle, cuáles son los formatos más generalizados.
En primer lugar, están los countries o clubes de campo, que cuentan con
un equipamiento deportivo diversificado (básicamente tenis, natación y golf, y
algunos, los más exclusivos, equitación y polo —sobre todo en la Zona Norte,
donde se encuentran los más tradicionales— y hasta deportes náuticos —en los
cercanos al Río Luján—). En algunos casos, cuentan también con escuelas,
capilla religiosa y comercios dentro del perímetro del club.
Por supuesto, encontramos countries de todo tipo: desde aquellos de
carácter exclusivo y elitista, algunos venidos a menos, otros con un pasado
antisemita, hasta los pretenciosos countries de las clases medias (el “medio
pelo”), o aquellos de origen étnico. En la actualidad, vivir en un country es un
lujo que pueden darse sólo aquellos que cuentan con altos ingresos, pues
incluye abultadas expensas y, en la mayor parte de los casos, una cuota de
ingreso, cuyo valor varía según el nivel social, la antigüedad del club y, por
supuesto, el contexto económico. Por ello mismo, más allá del tamaño de los
lotes (que llegan hasta 4.000 metros, para los nuevos, a partir de un mínimo de
600 metros, tamaño que sólo se encuentra en los countries más antiguos), éste
es un formato habitacional destinado a las clases altas y medias-altas.
Es necesario distinguir los countries de larga data (década del ‘30 y los del
‘70), que fueron concebidos originariamente como “segunda residencia” y se
caracterizan por una intensa vida social interna así como una diversificada
actividad deportiva intercountries, de aquellos más recientes (década de los
‘90), pensados —salvo raras excepciones— como “primera residencia”,
generalmente opulentos, al mejor estilo hollywoodense de la época menemista.
En segundo lugar, consideremos los barrios cerrados o privados que
constituyen sin duda la oferta más difundida entre las urbanizaciones privadas.
Pese a que podemos encontrar barrios privados orientados hacia las clases
medias-altas, aquellos que en los ‘90 estuvieron en el centro de la expansión
inmobiliaria fueron los barrios de pequeñas dimensiones, cuyo valor clave
reside en la seguridad. Su destinatario privilegiado fueron las clases medias en
ascenso, las que durante la época de la convertibilidad contaron con un fácil
acceso al crédito. Aunque los barrios privados no están obligados a contar con
equipamiento deportivo y recreativo, a fines de la década pasada se fue
afirmando la tendencia de crear algún tipo de instalación deportiva y espacio
común (por ejemplo, el clubhouse). En la primera etapa, los estilos indicaban
una suerte de “serialidad de lujo”, como señalan Velázquez y Singh (1999),
tanto por el diseño de las casas, la proliferación de los colores pastel, los
inevitables pórticos de entrada, así como por el uso del espacio interno. En la
actualidad, la tendencia indica una inclinación hacia los estilos, siempre
lujosos, pero más personalizados. A finales de los ‘90, se fue consolidando el
sistema housing, es decir, la compra de la casa terminada, en base a formatos
predeterminados, con lote incluido. En los últimos tiempos, aún el sistema de
“llave en mano” tiende a responder a una demanda de mayor personalización.
En tercer lugar, la expansión de las nuevas urbanizaciones privadas
incluye otros formatos, como los barrios de chacras, que es una modalidad
que, en virtud de su extensión y sus características (lotes con un mínimo de
5.000 metros), propone un “plus” respecto del estilo de vida del tradicional
country o del nuevo barrio privado, al ofrecer una síntesis de la imaginería rural
por la conjugación de historia, folklore, ecología e intimidad. A esto se suma
que las chacras se encuentran alejadas de la Capital, en zonas rurales, lo que
hace que la residencia permanente sea casi imposible, lo cual le otorga así un
apreciado toque de exclusividad. En la actualidad, hay importantes
emprendimientos de chacras en la zona de Zárate, de Luján, de Open Door, San
Antonio de Areco y San Miguel del Monte.
En cuarto lugar, hay que incluir a los megaemprendimientos, llamados
también “pueblos privados”, “ciudad satélite” o “ciudad-pueblo”, que tuvieron
un impulso importante a fines de los ‘90, atravesaron un fuerte estancamiento
entre 2001 y 2002, y hoy conocen un nuevo despegue. Se trata aquí de
“urbanizaciones integrales”, cuidadosamente planificadas, que proponen
integrar estética y funcionalidad. Este nuevo tipo urbano que comenzó a
desarrollarse en los años ‘70 en Estados Unidos son denominadas por Joel
Garreau, uno de sus entusiastas defensores, edge cities, las “ciudades de los
contornos”. México estuvo a la vanguardia de este tipo de urbanizaciones, con
Ciudad Satélite, situado en las afueras del Distrito Federal, que hace unos años
contaba con unos cien mil habitantes. Allí se construyó el primer gran centro
comercial de América Latina y se desarrolló un estilo de vida que emula a
Estados Unidos. Desde hace años también se está llevando a cabo un proyecto
similar en las afueras de la ciudad brasileña de San Pablo, conocido como el
complejo de Alfaville (Prevót-Schapira, 1999).
En Argentina existen varios proyectos de megaemprendimientos, entre ellos
Nordelta, Ayres de Pilar, Estancias del Pilar, Pilar del Este y, en el sur, Abril. El
mayor de todos es Nordelta, situado en la zona de Tigre, que ocupa 1.600
hectáreas y cuenta con 20 barrios privados, de características heterogéneas,
cuyo propósito es alcanzar diferentes niveles socio-económicos. Esto se advierte
en el tamaño de los lotes (que van de los 700 metros a la media hectárea); el
tipo de vivienda (vivienda individual, departamento en edificio, condominio) y el
emplazamiento del barrio (frente al lago o el sector de golf). Pese a que cada
barrio es un espacio cerrado en sí mismo y posee infraestructura deportiva y
recreativa, éstos comparten el área comercial. Presentada como “la ciudad
futura” (Korin, 2003), pese a que como proyecto urbanístico nació en 1972, su
lanzamiento comercial se realizó en 1998. El presidente del directorio es el
conocido empresario Eduardo Costantini, quien tiene su residencia en el barrio
más exclusivo, “la Isla”, frente al lago. Hoy sólo hay 7 barrios habitados, que
reúnen un total de 400 casas habitadas y 200 en construcción.
En fin, en los últimos años de la década de los ‘90, comenzaron a
difundirse también los condominios y dúplex, viviendas más económicas
(construcciones en tira), que comparten el cerramiento y la seguridad, en
perímetros generalmente muy pequeños y con escasos o nulos espacios de
recreación. Dentro de esta modalidad menos costosa, también hay que incluir
las torres-countries, que son urbanizaciones que combinan alguna
infraestructura propia de los clubes de campo (espacios verdes y recreativos),
con propiedades en torres de departamentos. Estos se encuentran cerca o
dentro de los centros urbanos.
Por último, hay que añadir que esta nueva periferia se presenta en forma
de red o archipiélago, conformando una serie de manchas de mayor o menor
densidad, según los casos, en la trama urbana. En este sentido, podemos
distinguir tres categorías diferentes: una primera, que adquiere la forma de
una red densa y bordea los grandes corredores viales, en la cual barrios
privados y countries aparecen articulados entre sí, acompañados de los nuevos
servicios de comercialización y consumo, como los shoppings, multicines y,
sobre todo, por los infaltables colegios privados bilingües. Esto sucede en Pilar,
en la Zona Norte del Conurbano Bonaerense, que concentra una gran parte de
estos nuevos emprendimientos y, en menor medida, por el partido de Tigre, que
desde 2003 registra una importante expansión, luego de la inauguración del
corredor Bancalari-Benavídez. Hay una segunda categoría que ilustra otro tipo
de red, más dispersa y de menor tamaño donde, a diferencia del primer caso,
los barrios privados y condominios aparecen insertos o muy bien conectados
con los centros urbanos preexistentes. Un ejemplo de ello es el caso de Bella
Vista, una tradicional zona de sectores medios-altos, en el partido de San
Miguel, al noroeste del Conurbano Bonaerense. Por último, hay una tercera
categoría que incluye countries más recientes y algunos barrios privados
que se hallan lejos de los corredores principales y, al mismo tiempo, poco
conectados con las localidades cercanas. Esta situación puede ser
ejemplificada paradigmáticamente por el country San Jorge, situado en la
localidad de Los Polvorines, al costado de la ruta 197, en una de las zonas más
pobres del Conurbano Bonaerense.

EL ENCUADRE LEGAL LAS INSUFICIENCIAS DEL MARCO REGULATORIO


Los acelerados cambios introducidos por todas estas nuevas formas de habitar
pusieron en evidencia la insuficiencia del marco regulatorio existente, a lo que
se añadió la inexistencia de un encuadre legal unívoco. A mediados de los ‘90,
la euforia privatizadora era tal, que la falta de una legislación única y
actualizada que encuadrara legal y jurídicamente las nuevas formas de dominio
incluía también, entre otros, a los cementerios privados y los tiempos
compartidos. Así, la ausencia deliberada del Estado fue sustituida por el
dinamismo incontrolado de las fuerzas económicas, encaminado a lograr una
mayor rentabilidad para sus inversiones inmobiliarias. Por ende, los negocios se
dieron aceleradamente, dejando buenos dividendos para aquellos actores
sociales que estaban atentos a las nuevas reglas del juego económico y que
contaban, además, con ventajas comparativas (como es el caso de los
arquitectos, quienes suelen combinar el rol de constructor —con o sin relación
de dependencia—, con el de inversor y residente).
Pero hay que tener en cuenta que la construcción de un barrio privado o de
un country supone un vasto y complejo despliegue de agentes, entre los cuales
se incluyen abogados, notarios, arquitectos, desarrolladores, agentes
inmobiliarios, grupos de inversores, funcionarios públicos de distintas
jurisdicciones, es decir, todo un conjunto de actores económicos, sociales y
políticos cuyo peso desigual revela un peligroso desequilibrio de poderes en el
momento de legitimar realidades en ciernes o hechos consumados, a la luz de la
escasa normativa o la yuxtaposición de encuadres legales.
Hemos dicho entonces que en este proceso intervienen abogados y
notarios. Efectivamente, son ellos los que promueven una legislación que tienda
a encuadrar y legitimar de una vez por todas las nuevas formas de dominio que
“la realidad” ha venido dictando. Las posiciones son variadas, aunque en ciertos
casos no es difícil advertir, por detrás de eruditas disquisiciones jurídicas, los
intereses económicos y políticos que impulsan algunas de las normativas
propuestas.
Una de las figuras clave es el desarrollador urbano, quien debe asegurar
una demanda sostenida de estos servicios habitacionales. Son estos agentes los
que alientan un discurso que multiplica las bondades de un nuevo estilo de
vida en un contexto de seguridad, al tiempo que buscan diversificar la oferta,
adaptándola a los ingresos de los diferentes grupos tanto como a las variaciones
de la coyuntura económica.
Recordemos que, como formas de dominio, los clubes de campo se
organizaron bajo el sistema de la Ley Nacional de Propiedad Horizontal 13.512,
sancionada en 1948 por el Parlamento Nacional, durante el primer gobierno de
Juan Domingo Perón. Según esta ley, pensada para los altos edificios de
departamentos que comenzaban a poblar las grandes ciudades, las parcelas
que componen el sector residencial, así como aquellas destinadas a un área
común, constituyen un “todo inescindible”, en términos de dominio, uso y goce.
Para el caso de los countries cuando se habla de “áreas comunes” se hace
referencia a los espacios de recreación comunes así como a las vías de
circulación interna.
Desde el punto de vista urbanístico el crecimiento de los countries impulsó
una nueva regulación. Producto de ésta es el Decreto Ley 8912/77, que regula
el uso del suelo en la Provincia de Buenos Aires, y que contiene varios capítulos
(artículos 64 a 67) destinados a este tipo de urbanizaciones. En ellos se
especifica la ubicación de los clubes de campo en “áreas complementaria o
rural”, para la construcción de viviendas de uso transitorio, “en contacto con la
naturaleza”. Asimismo se estipula la creación de un área común de
esparcimiento y se establecen sus requerimientos urbanísticos y de
infraestructura. En esta dirección, la ley estipula un máximo de 350 viviendas
para este tipo de urbanizaciones y una superficie mínima de 600 para cada
unidad funcional, así como establece que no podrán erigirse nuevos clubes de
campo dentro de un radio inferior a 7 km de los existentes (restricción que fue
sufriendo numerosas excepciones y que en la actualidad no se respeta).
También exigía al constructor la provisión de servicios de luz y de agua y
cloacas cuando la densidad de viviendas superara las 12 por hectárea a fin de
evitar que las napas pudieran contaminarse; así como pavimentos en los
accesos y caminos principales, forestación y recolección de residuos. Por otro
lado, el mismo decreto-ley definía también que los cambios normativos sobre
las condiciones de zonificación de estos emprendimientos eran competencia del
municipio. Esto implicaba que cada municipio podía introducir reformas a
través del Código de Ordenamiento Urbano, respetando el marco jurídico de
este Decreto Ley 8912/77, solicitando luego la convalidación en la Provincia de
Buenos Aires.
Habría que esperar hasta 1997 para que la legislación incluyera la figura
del “barrio cerrado”, a través de la Resolución 74 de la Secretaría de Tierras y
Urbanismo de la Provincia de Buenos Aires. Esta resolución los habilita para
instalarse en zonas urbanas, al tiempo que los obliga a cumplir con los
requisitos urbanísticos de cada zona, sin necesidad de respetar la
reglamentación propia de los clubes de campo. A esta resolución cuestionada
por su ambigüedad (la unidad funcional puede pasar de un mínimo de 600 m a
300 m, entre otras cosas), se le superpuso el Decreto 27/98 de la Provincia de
Buenos Aires, que define como barrio cerrado “a todo emprendimiento
urbanístico destinado al uso residencial predominante con equipamiento
comunitario cuyo perímetro podrá materializarse mediante cerramiento”. Este
decreto establece que los barrios cerrados deberán gestionarse a través de la
Ley Nacional 13.512, sin vulnerar los contenidos indicados en el artículo 52 del
Decreto Ley 8912/77, u optar en lo pertinente por el régimen jurídico
establecido por el Decreto 9404/86. En fin, no son pocos los especialistas que
opinan que la normativa provincial es de dudosa constitucionalidad, al interve-
nir en una materia que corresponde a la legislación nacional.
Por otro lado, la Ley 13.512 no contempla la figura de las calles públicas,
ya que la propiedad horizontal supone un solo predio y no se subdivide la
tierra. Las áreas comunes y descubiertas son concebidas como “pasillos”. Sin
embargo, el Decreto 9404/86 expresa la inconveniencia de aplicar la Ley de
Propiedad Horizontal para este tipo de urbanizaciones y crea la posibilidad de
que las calles puedan continuar en el dominio privado de una entidad jurídica
de cualquier tipo societario que congregue a los titulares del sector residencial
de la urbanización. Esta última configuración legal es la que propone un
proyecto de ley presentado en julio de 2000 al Congreso Nacional, que algunos
denominan como “geodesia Vip”, y que facilitaría a los barrios cerrados la
compra de calles públicas a través de una entidad jurídica, organizada bajo la
forma de una asociación civil, sociedad anónima u otra forma legal, que es la
dueña de esas partes comunes y se obliga a constituir a favor de los
propietarios de lotes una servidumbre de uso.
Por lo que hemos podido indagar, luego de 2001, estas propuestas
normativas no han vuelto a tratarse. Sin embargo, en 2003, la Provincia de
Buenos Aires creó un registro de urbanizaciones cerradas que rige desde julio
de 2004, con el objeto de poner fin a la situación de “ilegalidad” de algunas
urbanizaciones. La resolución del Ministerio de Gobierno provincial establece
que los emprendimientos nuevos o aquellos que se estén por construir deben
inscribirse en dicho registro, como requisito previo para su comercialización. En
fin, dicho registro aparece sobre todo como un servicio al consumidor, con la
idea de que los futuros compradores tengan la posibilidad de libre consulta, y
“se sientan más seguros a la hora de invertir”.
Recientemente, en el distrito de Pilar, la zona que concentra la mayor
cantidad de este tipo de emprendimientos, el Concejo Deliberante aprobó
también una reglamentación para la radicación de barrios cerrados y countries.
La nueva norma establece una serie de obligaciones para obtener la aprobación
municipal y la convalidación provincial, entre las cuales figuran la exigencia de
obras de infraestructura (red de cloacas, tuberías de gas, etc.), la construcción
de cercos perimetrales transparentes y cesión de espacios verdes, libres y
públicos a favor de la comuna (www.pilar.com.ar).
Por último, un aspecto que cabe señalar es la relación no siempre fácil de
los residentes de countries y barrios privados con los municipios, respecto del
cobro de tasas e impuestos. En este sentido, los vecinos se han opuesto de
manera sistemática al cobro de un diferencial por zonificación, arguyendo que
el municipio no presta los servicios, sino que es el propio emprendimiento quien
los asegura. En realidad, salvo muy raras excepciones (por ejemplo, el
municipio de San Miguel), durante muchos años tanto los inversores como los
nuevos residentes se vieron beneficiados por los bajos impuestos municipales.
Una nueva etapa parece haberse abierto en enero de 2004, a partir de una
resolución de la Dirección de Rentas Bonaerenses (La Nación, 31/01/2004),
que aplicó un alza importante del impuesto inmobiliario a barrios cerrados,
countries y emprendimientos similares. La reevaluación afectó especialmente al
partido de Pilar, que fuera hasta hace poco tiempo una suerte de “paraíso
fiscal”.
Sin embargo, este cambio apenas constituye la punta del iceberg que
oculta grandes problemáticas y desafíos, que comprenden desde las relaciones
de fuerza propias de un escenario complejo en el cual se entrecruzan las
distintas jurisdicciones del Estado y los intereses de los capitales privados (los
grandes inversores), hasta cuestiones elementales que comprometen la
sustentabilidad —ecológica y ambiental— del ecosistema, visiblemente afectado
por los cambios acelerados que se están produciendo en la trama urbana.

LOS PROTAGONISTAS DE LA SEGREGACIÓN ESPACIAL


¿Quiénes son los actores centrales que han protagonizado esta huida hacia
countries y barrios privados? ¿Es un fenómeno privativo de las clases altas o
alcanza a otros sectores sociales? En este apartado, buscaremos responder
estos interrogantes.
En primer lugar, hay que tener en cuenta que los protagonistas centrales
de la segregación espacial son los matrimonios jóvenes, entre 30 y 45
años, con hijos en edad escolar. Por ende, en el centro de este nuevo estilo de
vida está la imagen de la familia joven y nuclear, cuya preocupación central es
la socialización de los hijos en un contexto de seguridad. A diferencia del
modelo anterior —el estilo de vida country privativo de la élite—, en las
urbanizaciones privadas actuales predomina un modelo “moderno” de pareja,
donde es frecuente encontrar que ambos cónyuges desarrollan actividades
laborales. Por ello, los matrimonios suelen contar con dos automóviles o bien,
uno de los dos, si es necesario, realiza el viaje cotidiano en charter hasta la
Capital.
En segundo lugar, aun si resulta difícil establecer una correlación lineal
entre tipos de urbanización privada y sector social, el fenómeno de segregación
comprende grupos sociales heterogéneos, desde clases altas y medias-altas
consolidadas, para countries antiguos y recientes, y ciertos barrios privados,
hasta fracciones exitosas o ascendentes de las clases medias urbanas, para los
barrios privados y ciertos countries antiguos.
Para dar mayores precisiones, es posible establecer una escala, de arriba
hacia abajo, contemplando la combinación de capital económico, capital
cultural (credenciales educativas) y capital organizacional (carrera laboral y
relaciones sociales). Así, en lo más alto, encontramos empresarios, muchos de
los cuales, además de contar con importante capital económico y una densa red
de relaciones sociales, tienen estudios universitarios. En orden descendente, a
éstos les siguen los profesionales independientes, es decir, aquellos que
trabajan por cuenta propia, y poseen, por ende, un cierto capital económico.
Luego, están aquellos profesionales en relación de dependencia, con cargos
gerenciales y altos salarios, sobre todo, de empresas multinacionales. Por de-
bajo de ellos, es posible situar un sector conformado por cuadros
administrativos, con capital organizacional, esto es, empleados jerárquicos, que
trabajan en empresas privadas (suerte de intermediarios estratégicos, como por
ejemplo agentes de publicidad e inmobiliarios, servicios ejecutivos, de ventas,
entre otros, típicos sectores medios en ascenso). Por último, existe un grupo
menor de comerciantes exitosos, muchos de los cuales provienen de las zonas
de influencia de dichos emprendimientos, y que mayoritariamente pertenecen a
las clases medias en ascenso.
Estos grupos incluyen, pues, aquellos sectores que han encontrado un
buen acoplamiento —aunque sea temporario— con las reglas del capitalismo
flexible: empresarios, sectores gerenciales, ejecutivos de empresas
multinacionales; nuevas ocupaciones, sobre todo en los servicios al consumo y
en las nuevas tecnologías de la comunicación y de la información (especialistas
en marketing, creadores de nuevas categorías de consumo y estilos de vida,
especialistas en informática, creadores de sitios de internet, comunicadores), a
lo que hay que agregar toda una serie de servicios cada vez más personalizados
ligados al desarrollo de las “industrias de la subjetividad” (diseñadores,
paisajistas, terapistas).
Agreguemos, en tercer lugar que, durante los ‘90, para el ámbito de la
Provincia de Buenos Aires, el éxodo involucró a aquellos habitantes de barrios
tradicionalmente ocupados por grupos altos y medios-altos, muchos de los
cuales optaron, tanto por razones de seguridad como por cuestiones
económicas, por desprenderse de las quintas de fin de semana que poseían en
distintas regiones del Conurbano Bonaerense, sobre todo en la Zona Norte (San
Isidro, Acassuso, Vicente López, entre otros). Lo mismo sucedió con aquellos ex
residentes de fin de semana, que por motivos semejantes se vieron impulsados
a transformar la residencia secundaria en única vivienda. Pero los sectores que
protagonizaron la verdadera huida a barrios privados y, en menor medida, a
countries, pertenecían a las fracciones más pujantes de las clases medias
típicas (especialmente, sectores profesionales e intermediarios estratégicos), en
su mayoría provenientes de la Ciudad de Buenos Aires.
Como veremos en este libro, a más de una década de iniciado el proceso,
todo parece indicar que, pese a las diferencias en términos de capital (sobre
todo, económico y social) y la antigüedad de clase, las clases altas y una franja
exitosa de las clases medias de servicios devienen partícipes comunes de una
serie de experiencias respecto de los patrones de consumo, de los estilos
residenciales; en algunos casos, de los contextos de trabajo; en otras palabras,
de los marcos culturales y sociales que dan cuenta de un entramado relacional,
que se halla a la base de nuevas formas de sociabilidad. De esta manera, una
vez consumada la fractura al interior de las clases medias y asegurado el
despegue social, los “ganadores” mismos van construyendo, día a día, tras las
primeras incongruencias de estatus, una integración social “hacia arriba”.
CAPÍTULO DOS

CLASES SOCIALES Y DIFERENCIACIÓN SOCIAL

En la Argentina de los últimos 30 años todos los grupos sociales sufrieron


grandes transformaciones, y las clases altas no constituyen una excepción. En
efecto, en el marco de nuevos procesos de articulación entre lo local y lo global,
el establecimiento de una alianza con el peronismo triunfante produjo en las
élites argentinas, tradicionalmente liberales y profundamente antiperonistas,
una importante recomposición. Así, desde el punto de vista económico, éstas
atravesaron un proceso de concentración y de transnacionalización, que dejó
afuera a algunos, expandió y consolidó otros grupos, y sirvió como trampolín a
otros más recientes. Por otro lado, desde el punto de vista político y cultural, lo
más notorio de los ‘90 fue que las clases altas fortalecieron su confianza de
clase, al encontrar en su adversario histórico, el peronismo, un aliado
inesperado. En este nuevo contexto, de alta rentabilidad económica y de fuerte
afirmación política, la élite tuvo, sin embargo, que resignar ciertos criterios
relativos al nivel social, para aceptar la entrada de “nuevos ricos” que el
régimen menemista, del cual ella era socio fundamental, iba generando. Así,
contrariamente a otros períodos sacudidos por grandes cambios, y en virtud de
la alianza de poder establecida, dicho pasaje estuvo mucho más marcado por la
búsqueda casi eufórica —o al menos placentera— de las afinidades, antes que
por la arrogante afirmación de las diferencias.
Llegados a este punto, es bueno volver a recordar que los nuevos enclaves
fortificados incorporaron y modificaron el estilo de vida propio de los clubes de
campo, caracterizado por una intensa vida social y recreativa, estrechamente
vinculado a las clases altas y medias-altas. Es por ello que en este capítulo
vamos a explorar tanto las continuidades como las transformaciones que en
términos de estrategias de diferenciación social podemos advertir en el marco
del nuevo estilo de vida. Por otro lado, incluiremos en el análisis la relación que
los residentes entablan con otros sectores sociales, en particular, con los
nuevos trabajadores de servicios, que diariamente trasponen las puertas del
country o barrio privado.

SOCIABILIDAD DE LAS CLASES ALTAS Y ESTRATEGIAS DE DISTINCIÓN


Para aclarar lo que nos interesa analizar en este capítulo, lo mejor será
comenzar por caracterizar las formas de sociabilidad existentes. Para dar
cuenta de ello nos pueden ser de gran ayuda los estudios que, utilizando los
conceptos del sociólogo francés Pierre Bourdieu, realizaron Monique y Michel
Pinçon en el libro Sociología de la burguesía (2000). Allí, dichos autores
elaboran una tipología para analizar las formas de sociabilidad de las diferentes
clases sociales. Así, consideran que las clases altas, pese a que articulan un
discurso individualista, centrado en la importancia de la libre competencia, en
realidad desarrollan un fuerte colectivismo práctico. Contrariamente a ello, las
clases medias se caracterizan por un discurso individualista (afirmación de la
libre competencia), pero también por un individualismo práctico (visible en la
aspiración a una movilidad social ascendente, mediante el esfuerzo individual).
Por último, las clases populares aunarían (organización político-social
mediante), un discurso y una práctica colectivista o comunitaria (redes de
proximidad y solidaridad).
Más allá de los matices que sería necesario introducir en esta tipología,
sobre todo en el marco de un análisis dinámico de las clases sociales, lo que
nos interesa poner de manifiesto son las consecuencias sociológicas que esta
definición general tiene para la sociabilidad y los modelos de socialización
promovidos por las clases altas. En efecto, por debajo del individualismo
teórico, el colectivismo práctico que señalan Monique y Michel Pinçon como
típico de las clases altas, aparece ilustrado en una serie de estrategias sociales
encaminadas a la conservación y reproducción social.
Estas prácticas incluyen desde los deportes “exclusivos”, realizados
colectivamente, hasta los lugares “de encierro” —como los clubes selectos y hoy
las urbanizaciones privadas—, que permiten practicar el ostracismo social;
abarca también la elección de las instituciones educativas, como las escuelas
de “élite”; en fin, tiende a incluir la gestión del mercado matrimonial, a través
del encuentro concertado de los hijos, desde una edad temprana, en fiestas y
recepciones cuidadosamente planificadas. Como podrá imaginar el lector, el
corolario inevitable de este estilo de vida es una sociabilidad homogénea,
intensa, de carácter mundano, que va adquiriendo rasgos comunitarios, a
través de la contigüidad e interpenetración de los círculos sociales.
Como relataba un joven profesional de clase alta: “Nos movemos mucho en
los mismos ambientes, somos de ir a la UCA (Universidad Católica Argentina) y
en mi clase había cuatro personas de Tortugas. (...) Mi mejor amigo (...) en
realidad iba al Newman y yo iba a otro colegio, con lo cual él tenía a sus amigos
del colegio y nos saludábamos y en los veranos todo bien y después nunca más
lo veía y lo saludaba pero... Caímos en la facultad, íbamos todos los días a
Tortugas, nos mudamos los dos, vivimos cerca. O sea, estamos todos en el
mismo lugar: cuando ibas al boliche, ibas a los mismos boliches, digamos, más
allá de que te lo encuentres en Tortugas, te lo encontrás en otros lugares, pero
porque hacés cosas comunes” (entrevista del año 2000).
Así, los countries, como componente emblemático de este circuito de
círculos homogéneos, concebidos originariamente como espacio privativo de la
élite, continúan siendo espacios de producción de pautas y prácticas sociales y
culturales que configuran diferentes grupos de pertenencia y estatus.
Claro que, entre los ciento treinta countries que existen actualmente en la
región metropolitana de Buenos Aires, los hay de todo tipo: los de carácter
exclusivo y elitista, algunos venidos a menos, otros con un carácter “étnico”,
hasta los pretenciosos countries de “medio pelo”, cuyo carácter imitativo y
sentimiento de inferioridad respecto de aquellos de mayor “nivel social” es
evidente.
Ahora bien, tengamos en cuenta que los countries tienden a desarrollar
una identidad definida, en algunos casos, producto de una larga trayectoria
asociativa, visible en pautas sociales y culturales comunes, más o menos
estables, que se expresan paradigmáticamente en las condiciones de admisión,
esto es, a través de un código de restricciones, generalmente no escrito, pero
suficientemente (re)conocido por todos. Este código configura, mucho más que
las reglas explícitas, el nivel social y, por ende, el contorno del grupo de
pertenencia. Así, durante mucho tiempo, en los más exclusivos existió el temido
sistema de “la bolilla negra”, que podía dejar afuera al candidato.
Por otro lado, es sabido que ciertos countries cuentan con una trayectoria
antisemita. Esto no es casual, pues en Argentina el antisemitismo ha sido una
pauta cultural propia de las familias tradicionales, en las cuales se combina
una vocación autoritaria y/o militarista con una marcada confesión católica.
Así, entre los casos más conocidos, se cuenta que en uno de los countries más
antiguos del país se llegó a establecer un “número clausus” para personas de
origen judío. En fin, pese a que hoy el antisemitismo es menos visible que
antaño, no son pocos los que observan que en ciertos countries recientes de la
Zona Norte la exclusividad se ha visto incrementada desde el momento en que
se “desalienta” la presentación de candidatos de origen judío.
A las condiciones de admisión no escritas, suele añadirse el pago de una
cuota social de ingreso, suerte de matrícula que va de los 5 mil dólares hasta
los 30 mil dólares, para los más exclusivos. Estos valores se han pesificado y
disminuido luego de la devaluación. Por ejemplo, un country exclusivo y
relativamente reciente como el San Diego, tenía una cuota de ingreso de 25 mil
dólares; sin embargo, a mediados de 2004, ésta era de 36 mil pesos.
Asimismo, la necesidad de mantener el “nivel social” termina por
conciliarse con el ingreso —inevitable, aunque “dosificado”— de los “nuevos
ricos”, personajes casi siempre provenientes de mundo empresarial, la
farándula y el deporte. Cada tanto, una negativa contribuye a afirmar el
sentimiento de pertenencia. Por ejemplo, en el Highland, varios de nuestros
entrevistados evocaron, con una actitud entre vindicativa y gozosa, el rechazo
de la candidatura de Diego Maradona. Sin embargo, lejos de ser cerrado, el
Highland fue un country símbolo en los ‘90, a raíz del ingreso de numerosos
personajes emblemáticos del menemismo. Otro ejemplo: en una ocasión
visitamos el Pacheco Golf, un country de creación reciente en el norte del
Conurbano, en el que habían vedado el ingreso a los políticos —sin que ello
estuviera formalmente prohibido—; no obstante, tiempo después aceptaron la
visita del ex presidente Carlos Menem para que jugara en sus renombrados
campos de golf...
También es necesario distinguir los countries más antiguos (década del ‘30
y los del ‘70), que no siempre aúnan trayectoria con prestigio social, de aquellos
más recientes (década de los ‘90), pues algunos de ellos, muy exclusivos y
lujosos, acumularon rápidamente prestigio social. Esto se explica por el hecho
de que, mientras los countries antiguos tienden a ser más heterogéneos desde
el punto de vista socio-económico, los más recientes están destinados
exclusivamente a las clases altas y medias-altas. El resultado de estas
transformaciones evidentes fue la rápida recomposición del espacio,
caracterizado por una reestratificación jerárquica, que da cuenta de la
flexibilización de los criterios de exclusividad, al tiempo que señala el declive de
la importancia de la antigüedad.
Por otro lado, el proceso de expansión de los ‘90 produjo una importante
transformación en los countries, pues condujo a pensar al espacio de
recreación, antes restringido al fin de semana, como un estilo de vida
permanente, fuertemente protegido (seguridad privada). Sin embargo, pese a
que éstos no constituyen el centro de la expansión inmobiliaria, pues la
mayoría de sus lotes se encuentran ocupados y el monto de las expensas (entre
500 y 700$) está por encima de la media de un barrio privado, no son pocos los
countries antiguos y prestigiosos que, a fines de los ‘90, desarrollaron una
política de expansión, para lo cual adquirieron, cuando era posible, predios
vecinos, que fueron rápidamente loteados y vendidos. Así, el boom inmobiliario
desencadenó una “fuga hacia adelante”, que generó la necesidad de marcar un
cuidadoso equilibrio entre estrategias comerciales y estrategias de distinción.
Por ejemplo, a fin de adaptarse a la nueva ola, algunos countries optaron por
flexibilizar el pago de la cuota de ingreso; en otros se disminuyó el monto de la
misma; en fin, otros alternaron el debilitamiento de las condiciones de
admisión, con el refuerzo y progresivo cierre de las mismas, una vez
consolidada la estrategia comercial. Las marcas del gran cambio se advierten en
la superposición visible de diferentes estilos arquitectónicos, que van de las
modestas residencias pensadas para el fin de semana, en lotes más bien
pequeños, construidas hace veinte o treinta años, donde se conjugan la
variedad estilística y la frondosidad de la vegetación, pasando por la búsqueda
de una “unidad formal”, para el caso de ciertos countries elitistas de la década
de los ‘80, hasta llegar al fasto arquitectónico de las construcciones más
recientes, desplegado en grandes lotes.
Por último, debemos subrayar que, a diferencia de los countries y salvo
raras excepciones, los barrios privados están lejos de ejemplificar cualquier
mecanismo de discriminación por cuestiones estatutarias o “sociales”. Al
contrario, las nuevas urbanizaciones privadas se han convertido en el reducto
privilegiado de la farándula, se trate tanto de aquellos que provienen del mundo
artístico como del deportivo. Más aun, que se hable tan poco de las nuevas
cuestiones ligadas a las urbanizaciones privadas, que se busque naturalizarlas
a través de su mención accidental y aproblemática, como si siempre hubiesen
formado parte del paisaje urbano, está directamente relacionado con el hecho
de que las urbanizaciones privadas no son sólo el refugio de empresarios,
políticos de todo calibre y profesionales exitosos sino también de numerosos y
reconocidos periodistas, actores y artistas del más variado pelaje. No por
casualidad los suplementos countries que tienen los dos diarios de mayor
circulación en el país todavía hoy, en 2004, cuentan con una sección dedicada
a los “famosos”, en la cual se ofrece el testimonio agradecido de la celebridad en
cuestión, acompañada de su familia, que elogia la seguridad, y aprecia en
términos de valor agregado, el anonimato que le proporciona el nuevo estilo de
vida.

LOS CÍRCULOS DEL PARAÍSO


Hemos dicho que en los barrios privados, salvo en aquellos que presentan un
carácter muy exclusivo, residen sobre todo las clases medias-altas y las clases
medias en ascenso. ¿Cómo se manifiestan en éstos las estrategias de distinción,
a falta de vida recreativa y deportiva, de cuotas de ingreso o de “número
clausus”? En realidad, creemos que la mejor manera de abordar esta temática
es insertar estatutariamente a los barrios privados en el lugar que los colocó la
retórica publicitaria y marketinera de los años ‘90, dentro del conjunto de las
nuevas urbanizaciones privadas. Dicho discurso apuntó a producir estilos de
vida estandarizados, condensados en determinadas fórmulas que sintetizaban
la “nueva calidad de vida”, en términos de seguridad privada y contacto con la
naturaleza.
En esta dirección, podemos distinguir por lo menos dos formatos
claramente diferenciados: en un primer nivel, amplio y más masivo,
encontramos el estilo de vida verde, que imita claramente aquel de las clases
medias-altas suburbanas norteamericanas, y que apunta a las clases medias,
medias-altas; un segundo nivel, más selecto, añorado y “exquisito”, corresponde
al de la ruralidad idílica, que alude a la vinculación con el pasado rural del país,
y tiene como destinatario a las clases altas y medias-altas consolidadas.
Así, el primer formato, amplio o masivo reafirma como central el estilo de
vida en contacto con el verde. Para ampliar el contenido de esta fórmula, basta
con tomar un ejemplar cualquiera de los suplementos countries que ofrecen dos
diarios de nuestro país. Las fotos exhiben las construcciones en sus estilos más
diversos, cuidadosamente dispuestas en un entorno verde. Vemos desfilar
distintas imágenes bucólicas que nos muestran a niños pequeños corriendo por
el césped o nos detenemos frente al retrato “personalizado” de una familia tipo,
niños en bicicleta, animales incluidos, que posan frente a una hermosa vivienda
de dos plantas. Los artículos desarrollan consignas que las innumerables
publicidades repiten hasta el hartazgo: “Lo mejor de un pueblo, lo mejor de una
ciudad”; “vivir con estilo”, “la mejor inversión de vida”, “ciudad verde: una casa
al alcance de tu mano”. Pese a la estandarización, es posible establecer una
jerarquía interna, que sitúa en un extremo a los barrios privados
semidesérticos, sin infraestructura social y deportiva y, en el otro, a los nuevos
megaemprendimientos, que incluyen el link de golf y el espejo de agua.
Pero, aunque el paraíso tenga un único color, éste se despliega en varios
círculos. Así, junto al formato más masivo propio del estilo de vida verde, existe
un segundo modelo, de carácter más selecto, en el cual se destacan las
referencias al ruralismo idílico. Aquí la frontera no alude tanto a la expansión
del “verde”, como al “campo” y su extensión. Su ilustración más clara son los
nuevos barrios de chacras, que apuntan a recrear parte del estilo de vida
propuesto por las clases altas: así, extensión, pasado criollo, ecología e intimi-
dad se conjugan en un estilo reservado sólo para unos pocos.
A esto hay que añadir que las imágenes de la exclusividad propia de la
“ruralidad idílica” también encuentran expresión en los countries más
prestigiosos y elitistas, sobre todo cuando estos ostentan un clubhouse “de
estilo”, en algunos casos un antiguo casco de estancia que reenvía a apellidos
tradicionales; aunque también puede ser invocada por alguna actividad ligada
de manera connatural al pasado criollo, por ejemplo, el polo, el más
aristocrático de todos los deportes. Pero la nueva exclusividad de fines de los
‘90 se refleja, antes que nada, en la “tranquilidad” como usufructo permanente,
reflejada en la extensión del predio (a partir de 5 hectáreas) y en el resguardo de
la privacidad, sin vecinos a la vista. Puede incluir también la cercanía de un
pueblo que conserva el encanto de otra época, y permite combinar el turismo
ecológico con el cultural, esto es, el “campo” con la “pieza de museo”. En fin, al
igual que antaño, pese a las marcadas diferencias, el modelo “country” de la
actualidad conserva sus círculos de distinción, pero yuxtapone al “ruralismo
idílico” de la oligarquía del pasado las imágenes prolijas y recortadas de
espacios y jardines propios de los suburbios residenciales norteamericanos,
símbolo de la modernidad y de la consagración social.

LA SEGURIDAD COMO MARCA DE ESTATUS


Como afirma Mike Davis, “la seguridad es cada vez más un estilo de vida”
(citado en Naredo, 1998). Los enclaves fortificados que se expandieron durante
los años de oro del menemismo, basados en la seguridad privada, fueron
configurando también un estilo de vida per se, que trajo consigo nuevas marcas
de estatus. Por ende, la seguridad misma se convirtió, cada vez más, en la
marca por excelencia de la diferenciación social.
Por un lado, aún antes de que la problemática de la inseguridad estuviera
en el centro de la agenda política, la exaltación de la seguridad intramuros se
había convertido en un elemento clave del estilo de presentación de los
residentes “hacia afuera”, muy especialmente, en los barrios privados. Así, era
frecuente que los residentes manifestaran un sentimiento de libertad
notoriamente desmedido o sobredimensionado. Una de las escenas más repeti-
das que nos tocaría presenciar era aquella en la cual los residentes afirmaban,
una y otra vez, que ya no era necesario asegurar puertas y ventanas, ni cerrar
el automóvil estacionado frente a la casa, ni entrar las bicicletas o los juguetes
de los niños cuando caía la noche. La ostentación era tal que muchos de ellos
terminaban asegurando, con visible delectación, que ni siquiera contaban con
un juego de las llaves de su casa...
Es cierto que parte de este estilo de presentación “externo” apuntaba a
disipar o a responder por anticipado cualquier esbozo de duda o crítica del
nuevo estilo de vida por parte de los no-residentes (se tratara de familiares y
amigos o, como era nuestro caso, de sociólogos). Por otro lado, esta exhibición
desenfadada y reiterada de las “ventajas” del nuevo estilo de vida, daba cuenta
también de una estrategia de diferenciación social, propia de las clases medias
ascendentes, deseosas de afirmarse. Asimismo, ésta aparecía con frecuencia en
los barrios privados, es decir, en aquellos espacios cerrados en los cuales la
seguridad se erige no sólo como un valor en sí mismo (como de hecho también
lo es en los countries), sino como el valor sin más, frente a la ausencia de otras
ventajas factibles de ser convertidas en símbolos de distinción.
Más simple, la seguridad “puertas adentro”, en tanto estilo de vida,
permitía cultivar una suerte de natural despreocupación o aristocrático
“negligé” respecto de las normas más elementales de seguridad, que bien podía
ser sintetizada por la fórmula “vivir con todo abierto”. Lógicamente, esta
ostentación casi no aparecía en las clases altas, quienes además de tener
naturalizada las distancias sociales, hace tiempo que están acostumbradas a
vivir en ambientes protegidos.
Por otro lado, es importante mencionar una de las consecuencias que a
nivel psicológico trajo aparejado este estilo de vida centrado en la seguridad. De
modo general, este nuevo modo de habitar implicó la puesta en acto de una
frontera espacial, produciendo una rotunda separación entre el “adentro” y el
“afuera”. La rigidez de esa frontera espacial acentuó los contrastes sociales ya
existentes, desdibujando los matices propios del espacio urbano abierto: así,
hacia adentro, se extiende el espacio cerrado, seguro y protegido; pero hacia
afuera, el espacio abierto aparece como inseguro y desprotegido. Por ende, esta
experiencia de seguridad intramuros —expresada, como hemos dicho, en
muchos a través de una suerte de exhibición desmedida de libertad—, tuvo su
contracara inevitable en la potenciación del sentimiento de la inseguridad y
vulnerabilidad, “puertas afuera”. Así, en situaciones de crisis, este sentimiento
de vulnerabilidad tiende a exacerbarse, y el temor crece exponencialmente,
generalizando la sospecha y la desconfianza. Como veremos en el último
capítulo, esto sucedió luego de la crisis abierta en diciembre de 2001.

LA VIDA INTRAMUROS: TRANSFORMACIONES GENERACIONALES Y SOCIALES


La historia de los countries más antiguos en la última década se caracterizó por
un verdadero proceso de cambio generacional y social, visible en el pasaje y/o
desplazamiento de los countristas de fin de semana, por los residentes
permanentes. Ya hemos señalado que los nuevos habitantes pertenecen a un
grupo etario diferente (matrimonios jóvenes), y remiten no sólo a los sectores
medios-altos consolidados sino también a clases medias en franco ascenso
social, muy vinculadas con la estructura económica y política del régimen
menemista. Así, a mediados de los ‘90, estas jóvenes parejas llegaron para
instalarse, con la idea de aprovechar las oportunidades recreativas que ofrece la
infraestructura “country”, pero también con una actitud más pragmática que la
de sus predecesores.
Como consecuencia de ello, en algunos countries típicos de clase media-
alta hubo una suerte de inflexión, visible en los cambios en la conformación
social interna, pues ingresaron matrimonios jóvenes de la clase media de
servicios, pero con menor poder adquisitivo que los tradicionales residentes de
fin de semana, y con otras preocupaciones e intereses. Esto generó lógicas
tensiones internas. Así, en consonancia con la etapa del ciclo familiar, los
jóvenes residentes orientaban sus exigencias hacia demandas de mayor
infraestructura, mayor reglamentación y nuevos cuadros de sociabilidad,
destinadas prioritariamente a la contención de niños y adolescentes, las cuales
aparecían muy distantes de los intereses de los directivos, acostumbrados a
preocuparse más por “el cuidado del link, que por la guardería”, según dijera
una joven residente de un country conocido.
Sin embargo, más allá de las excepciones y de las tensiones lógicas,
propias de la adaptación al nuevo perfil social y generacional del residente, la
transición se registró sin grandes dificultades. El cambio se vio facilitado por el
hecho de que entre los nuevos residentes también estaban los hijos de los
countristas que regresaban a instalarse al country o bien, a un barrio privado,
más accesible económicamente, pero cercano al country donde residen los
padres. Arreglos como éste se reflejan en el caso del Tortugas, en cuyo entorno
se han desarrollado varios barrios privados, donde viven los hijos de los
propietarios, que van de visita y aprovechan las instalaciones deportivas y
recreativas del club. En otros casos, sucedió a la inversa: fueron las jóvenes pa-
rejas las que alentaron el éxodo de los padres, muchos de los cuales no tenían
experiencia en este estilo de vida.
Por otro lado, hay que tener en cuenta el fenómeno de empobrecimiento de
amplias fracciones de la clase media típica, que afectó la composición de la
población en ciertos countries antiguos. Así, hace veinticinco o treinta años, a
la hora de su lanzamiento, fueron varios los countries que otorgaron facilidades
para la compra de lotes. Esta política continuó durante una parte de los años
‘80. Fue así que muchos empleados bancarios y otros del sector público
pudieron tener acceso a una vivienda de fin de semana, en clubes de grandes
dimensiones y con imponentes infraestructuras deportivas (ejemplo de ello es el
club del Banco Provincia, situado en el noroeste del Conurbano). Pero la
pérdida de poder adquisitivo que tuvo lugar a mediados de los ‘80 y el ajuste
que llegaría luego a principios de los ‘90 afectaron de manera determinante a
dicho sector. Muchos tuvieron que vender la propiedad, pero otros, que habían
comprado terrenos, y que aún no habían comenzado a construir, acumularon
deudas por expensas que superaban el costo del mismo (de hasta 20 y 30 mil
pesos, en la época de la paridad peso-dólar), y terminaron por arreglar con la
administración del country, cediendo en concepto de pago el terreno. En estos
casos, la administración estableció una prioridad de compra para los
propietarios linderos, pues la política de los countries antiguos fue claramente
la de expandir la extensión del lote mínimo construido, para poder atraer
sectores sociales de mayor poder adquisitivo.
Los countries de la década del ‘90, ya hemos dicho, están directamente
ligados a la actual expansión inmobiliaria y por eso apuntan, salvo raras
excepciones, a residentes permanentes. Además, a diferencia de algunos
countries antiguos, que durante los ‘90 fueron todavía accesibles a sectores de
clase media en ascenso, los nuevos countries están destinados a sectores de
alto poder adquisitivo. En algunos casos, la tendencia al lujo y la exclusividad
que reflejan los han transformado en una nueva opción elitista, frente a la
“masificación” de los countries antiguos.
Pese a que los countries recientes aparecen como la categoría menos
representativa en términos absolutos, algunos de ellos se han convertido en
una suerte de laboratorio, que refleja en estado puro gran parte de las
situaciones típicas que pueden atravesar estos enclaves fortificados, que van de
la comunidad cerrada a la microciudad, autocentrada y autónoma. El primer
caso puede ser ilustrado a través del San Jorge Village, uno de los más
exclusivos del noroeste, situado en Los Polvorines, donde sólo están permitidos
los residentes permanentes y uno de cuyos mayores atractivos es el colegio
privado de excelencia que se halla al interior del predio. En fin, el contraste que
este espacio amurallado ofrece con el entorno, jalonado de villas miseria y
barrios policlasistas venidos a menos, y la existencia del colegio al interior del
predio, termina por fijar en el country verdaderas características de ghetto. Para
hacer frente a un entorno miserable y la mayor parte de las veces hostil, y
continuando con una tradición que proviene de los antiguos clubes de campo,
el San Jorge, como otros countries, cuenta con una comisión dedicada a las
actividades de beneficencia. Por otro lado, a fin de minimizar los riesgos en el
contacto con el entorno, incluso antes de la crisis de 2001, el San Jorge
fomentó el sistema de delivery a tiempo completo (todo podía ordenarse
telefónicamente, desde el servicio de tintorería al del lavado del automóvil), sin
necesidad de trasponer los muros del country.
El segundo caso, el de la micro-ciudad, con todos los servicios al interior
del predio, puede ser ilustrado con el ejemplo del country San Diego, el más
grande del país, que todavía cuenta con un alto porcentaje de residentes de fin
de semana. Este rasgo particular se debe a que el lugar no cuenta con buenos
accesos, lo cual no ayuda a la radicación permanente de los residentes ni
tampoco favorece el desarrollo de un verdadero “entorno country” (que requiere
la instalación de varios colegios privados, para permitir una “verdadera
elección”). Pese a ello, es un country consolidado y exclusivo, que concentra
empresarios de altos ingresos, favorecidos en los últimos tiempos por la
devaluación. Así, la “precariedad” del entorno, hizo que en el San Diego se
desarrollara una importante actividad comercial. Hoy cuenta con 4
restaurantes, supermercado, ferretería, joyería, remisería, heladería, un
comercio con productos para pileta, locales de internet, cajeros banelco, entre
otros. “Durante los fines de semana —como nos dijo un agente inmobiliario— el
San Diego parece la calle Florida...” (entrevista del año 2004).
Un dato novedoso, que comparten tanto countries como barrios privados,
ha sido también la creciente proliferación de actividades laborales al interior del
predio. Así, se ha ido desarrollando toda una gama de rubros ligados a los
pequeños servicios, que van desde los más clásicos, como aquellos ligados a la
educación (jardines de infantes y guarderías dentro de los countries), hasta
aquellos más informales y personalizados, que incluyen servicios de chef
(delivery, para fiestas y reuniones), ferias americanas (venta de ropa, zapatos),
servicios técnicos o profesionales, como clases de gimnasia, inglés,
computación, yoga; en fin, otros nuevos servicios, que convocan la labor de
paisajistas y decoradoras, encargadas del cuidado estético de residencias y
jardines. Pese a que algunas de estas actividades ya asomaban en los viejos
countries, en realidad la existencia de una normativa expresa que prohíbe el
ejercicio de cualquier actividad mercantil al interior de una urbanización
concebida con fines residenciales, contuvo a los mismos en un umbral mínimo
de desarrollo. Sin embargo, desde fines de los ‘90, el desarrollo de los pequeños
servicios intramuros no sólo es tolerado, sino que ha encontrado un gran
impulso en la nueva red socio-espacial.
En este sentido, es importante señalar que existe una clara asociación
entre extensión de pequeños servicios intramuros y trabajo femenino. En efecto,
son las mujeres —profesionales o no— las que encaran el ejercicio de estos
nuevos servicios al interior del predio. Así, el fenómeno va configurando un
nuevo modelo de mujer, que podemos definir como el de la trabajadora “a
tiempo parcial”, que —diferencias mediante— apunta a conciliar los dos roles,
el de madre y el de proveedora (secundaria), dentro de un nuevo estilo de vida
en el cual el núcleo central continúa siendo la familia. Este nuevo modelo se
diferencia de aquel otro, bastante difundido, que es el de la mujer profesional,
que trabaja a tiempo completo fuera del predio, para acercarse —dependiendo
del carácter y regularidad de su actividad— al modelo clásico de mujer country,
consagrada exclusivamente a la educación de los hijos y a la vida social. En
efecto, interiorizada de la vida social y relacional, la trabajadora “intramuros”
aparece más bien como una versión moderna (o actualizada) del modelo
tradicional de la mujer country.
En fin, todo hace pensar que las actividades laborales “intramuros” se
verán incrementadas en el futuro cercano, no sólo por la tendencia de los
grandes countries y algunos barrios privados de constituirse en micro-
ciudades, sino también a partir de la expansión de este tipo de redes, a través
de las nuevas ciudades satélites o megaemprendimientos.

LA RELACIÓN CON EL PROLETARIADO DE SERVICIOS


Una particularidad que presentan las urbanizaciones privadas es que se han
constituido en una suerte de escenario privilegiado de las nuevas relaciones
sociales entabladas entre agentes situados en posiciones contrapuestas: por un
lado, exitosos profesionales y empresarios, representantes de las franjas
ganadoras de las clases de servicios; por otro lado, un ingente proletariado de
servicios, “verdaderos servidores de la clase de servicios en cuestión”, al decir
de S. Lash y J. Urry (1997).
En efecto tanto los countries como los barrios privados han generado una
multitud de pequeños servicios: así, proveedores que provienen de localidades
vecinas, tanto como el proletariado de servicios (jardineros, plomeros,
domésticas, niñeras), y trabajadores de empresas constructoras, pasan por el
control, e ingresan diariamente por la entrada de servicio. Las nuevas
urbanizaciones privadas son, en este sentido, usinas generadoras de empleo y,
en algunos casos, motores importantes del desarrollo comercial del entorno,
incluso en aquellas zonas en las cuales los countries y barrios privados
presentan una baja densidad. Así, countries de las dimensiones del Highland, o
del San Diego, movilizan diariamente unas 1.000/1.200 personas entre
personal de seguridad, administración y demás servicios. Otro country, como el
San Jorge Village, ya citado, ha dinamizado el comercio de los alrededores, en
especial, aquellos que conciernen al servicio de delivery en todos sus rubros. El
despliegue de personal es mucho más modesto en el caso de los barrios
privados; pero aun así a fines de los ‘90, cada unidad familiar contaba con una
o dos domésticas, que suele incluir, además, una persona que se encarga de los
niños.
En el año 2000, un importante directivo de la Federación de Clubes de
Campo afirmaba textualmente que cada unidad funcional genera “dos puestos y
medio de trabajo”, y agregaba: “Una fábrica por ejemplo, la que inauguraron en
Pilar con bombos y platillos, había hecho una inversión de 40 millones de pesos
y tenía como personal en total como 40 personas. ¡Y es una fábrica! Un country
mediano tiene ese nivel de gente en relación de dependencia, más todo lo que
significa la creación de trabajo en cada una de las casas que se va haciendo,
más lo que significa la terciarización” (entrevista del año 2000).
Por lo general, gran parte de los protagonistas sostienen la hipótesis del
“efecto derrame”, en el sentido de que la prosperidad de las urbanizaciones
privadas terminará por repercutir sobre las vidas de los vecinos desempleados y
pobres. Al respecto, recientemente otra entrevistada decía: “Nordelta va a ser
enorme, va a ser una comunidad donde va a haber aproximadamente 15 mil
familias. Es mucho ya, contando con una población de 15 mil familias, lo que
se puede hacer con los barrios vecinos ¿no?”. (Integrante de la Fundación
Nordelta, año 2004).
En fin, no sólo los propios protagonistas sino también los medios
periodísticos parecen incurrir en un prejuicio muy extendido en el debate
público contemporáneo, aquel que considera, como afirma U. Beck, que el gran
auge de los servicios se encargará de salvar a la sociedad del trabajo, lo que
este autor denomina críticamente como el “mito de las prestaciones de
servicios” (Beck, 1998a: 93). En este sentido, muchos tienden a minimizar que,
por un lado, la mayoría de los empleos generados son precarios, “en negro” y de
escasa calificación; por el otro, que la elección del personal recae en gran parte
sobre agencias o empresas (de seguridad, constructoras o encargadas del
servicio doméstico), por lo cual el proletariado de servicios no necesariamente
pertenece a la zona de influencia.
Y cuando efectivamente es el caso, esto es, cuando los trabajadores residen
en los barrios cercanos al country o barrio privado, no hay que olvidar que
forman parte de ese entorno más próximo, de ese mundo social extraño y ajeno,
hacia los cuales apuntan los dispositivos de seguridad de la ciudad privatizada.
Por otro lado, pese a que el discurso de directivos y publicistas, sobre todo
a partir de 2001, enfatiza que la mejor garantía de seguridad, además de la
acción comunitaria, es dar trabajo a gente de la zona, a nadie escapa que el
eslabón fundamental de esta relación mercantil entre residentes y trabajadores
de servicio es la desconfianza. Esto se manifiesta en el control cotidiano que
sobre ellos realiza el servicio de vigilancia. Así, existe una serie de dispositivos
de seguridad, que comprende los típicos métodos de control en la entrada y
salida del trabajo (revisación de bolsos, para el caso de las domésticas; de
baúles del auto, para los trabajadores que se movilizan en los mismos para
transportar sus herramientas). Algunas urbanizaciones cuentan con métodos
más sofisticados, que incluyen tarjetas magnéticas, cuya lectura desde la garita
de control permite establecer la fecha de vigencia del contrato.
Así, “desde afuera”, resulta claro que la seguridad desplegada en barrios
privados y countries está centralmente dirigida hacia el proletariado de
servicios, que ingresan diariamente a estos espacios. Como comentaba un
jardinero del country San Diego; “los de seguridad cuidan a los propietarios de
nosotros, los trabajadores” (año 2004).
Pero quienes sufren el control y la desconfianza como regla permanente, de
manera muchas veces humillante, tanto de parte de los vigiladores como de los
propietarios, son las empleadas domésticas. “Nos quejamos a la señora, que
nosotras no éramos ningunas ladronas, que si era una cárcel sí, que te revisen
así, pero no íbamos a una cárcel. Aparte ella nos conocía. O sea que no
solamente te palpan, sino que te hacen sacar la ropa, te dejan con una remerita
finita”, rememoraba una empleada doméstica del country Aranjuez (entrevista
del año 2004). Otros testimonios recogidos en countries como el Highland
confirman esta tensión existente entre vigiladores y empleadas domésticas. Los
relatos indican también que mientras los primeros recorren y vigilan la
propiedad, y sus rostros pueden aparecer sin previo aviso en la ventana de un
living, para controlar los movimientos en el interior de las casas; las
domésticas, que apenas pueden visitarse entre ellas dentro de la urbanización,
no sólo deben hacer esfuerzos por aceptar el ojo vigilante de los agentes de
seguridad y las revisaciones humillantes, sino que aparecen como las únicas
responsables en caso de que falte algún objeto de la residencia. En lugares
donde muchas casas quedan abiertas, preguntaba atinadamente una mujer
que había trabajado durante cinco años en el San Diego: “¿quién los vigila a
ellos?” (entrevista de 2004).
“Hacia adentro”, otra de las notas más relevantes respecto de los
trabajadores de servicios es la tendencia a hacer explícitamente visible el
carácter mercantil de la relación social. Por ello, el personal aparece
rigurosamente uniformado: desde mucamas con delantal y cofia, muchas de
ellas provenientes de los países vecinos, cuyo uniforme difiere de aquél de las
baby sitters, la ropa de trabajo de los jardineros hasta el lustroso uniforme de
los guardias de seguridad que circulan por el predio. Por supuesto, esto no es
casual; su objetivo es el establecimiento de un registro inequívoco que separe
los “iguales” (los residentes) de los “diferentes” (empleados). Así, a diferencia de
la ciudad abierta, que combina los espacios de mezcla con aquellos de la
diferenciación social y, como tal, se expone a las inevitables confusiones de ro-
les y estatus, las urbanizaciones privadas buscan reproducir la transparencia
propia de una usina industrial, a través del establecimiento claro y explícito de
una jerarquía de roles y posiciones. Como sostiene Améndola, lo propio de las
urbanizaciones privadas es que en el lugar de la integración social se introduce
“el concepto del control de la diferencia” (2000: 41). Por ello, al interior de un
espacio privado, se impone como regla permanente la exhibición de roles y
posiciones, como mecanismo de cristalización de las diferencias.
Otro de los aspectos que merecen subrayarse —y explorar a futuro— es
que existen pocos lazos de solidaridad entre las diferentes categorías de
trabajadores de servicios. En fin, además de las empresas constructoras,
agencias de colocación y trabajadores autónomos, una de las vías usuales para
obtener alguna “changa” en el country es apostarse en la entrada, desde las 5 o
6 de la mañana, y esperar a que alguien salga y proponga alguna tarea
específica, ligada a la construcción, o bien, que alguna que otra señora asome
la cabeza, para elegir, como en un mercado —guiada por el azar o por las
apariencias—, a una entre las tantas postulantes.
CAPÍTULO TRES

LAS DIMENSIONES DE LA HOMOGENEIDAD SOCIAL

¿Qué nuevas marcas dejan en los individuos una sociabilidad y una


socialización llevada a cabo entre semejantes? ¿Qué significa llevar una vida
“intramuros” y cómo se concilia esta nueva experiencia con la vida
“extramuros”? ¿Estas formas de sociabilidad desembocan inevitablemente en la
constitución de comunidades cerradas, al estilo de las élites tradicionales?
¿Qué impacto ha tenido este nuevo estilo de vida en la socialización de niños y
adolescentes? ¿Cuál es la visión que los residentes —niños y adultos—
desarrollan de la “ciudad abierta”? ¿Qué consecuencias ha tenido el mayor
contacto entre clases altas, medias-altas y sectores medios en ascenso?
En este capítulo intentaremos dar un principio de respuesta a algunos de
estos interrogantes mayores, con el objeto de indagar menos en la continuidad,
como hemos hecho en el capítulo anterior, y más en las rupturas y
transformaciones de los modelos de sociabilidad y socialización anteriores.
Dos rasgos mayores aparecen como condición ineludible de nuestro
análisis. Uno de ellos se refiere a la tendencia a la homogeneidad social como
uno de los elementos centrales del nuevo tipo societal. El otro tiene que ver con
la modificación de las distancias sociales. En este sentido, es necesario
contemplar que tanto el primero como el segundo son fenómenos ilustrados de
manera paradigmática por las urbanizaciones privadas.

EL ALCANCE DE LA SOCIABILIDAD DEL “ENTRE-NOS”


¿Qué consecuencias trae aparejada la tendencia a la homogeneidad social, en el
marco de un “urbanismo de las afinidades”, para utilizar la expresión de J.
Donzelot? (1999) La respuesta requiere contemplar complejidades y matices. En
primer lugar, la tendencia a la sociabilidad homogénea debe ser contextualizada
en el marco del nuevo entramado urbano. En efecto, si bien es cierto que ¡a
lógica del proceso actual apunta a la constitución de verdaderos enclaves
fortificados que facilitan la sociabilidad del “entre-nos” y la práctica
generalizada de los “apareamientos selectivos” en todos los órdenes (esto es, de
una asociación selectiva entre “semejantes”) (Cohen, 1997), éstos no aparecen
aislados, sino articulados con otros enclaves, y más aún, con múltiples
servicios que incluyen instituciones educativas y centros de comercialización y
consumo (shopping/multicines). Es así que se va configurando un nuevo
entramado socioespacial, una suerte de red con grados de homogeneidad
importantes, pero suficientemente amplia en términos de cruces e
intercambios. De este modo comienza a aparecer un nuevo estilo de vida que
participa menos de una experiencia cerrada, propia de un modelo estrictamente
comunitario ligado a la exclusividad de los pequeños círculos de las élites, que
de las nuevas oportunidades y vínculos que aporta la homogeneidad ampliada
de la incipiente red socioespacial, que incluye a los sectores medios en ascenso
y a las clases altas y medias-altas consolidadas.
Sin embargo, dicho esto, hay que señalar una vez más que asistimos a la
emergencia de formas de sociabilidad que tienen una gran afinidad con el estilo de
vida tradicional de las clases altas, caracterizado por una sociabilidad intensa,
restringida fundamentalmente por la contigüidad de los círculos sociales, de los
cuales el country es sólo uno de ellos. Es cierto que las nuevas generaciones que
lideran el proceso de segregación espacial (sobre todo los jóvenes matrimonios, en
los cuales ambos cónyuges trabajan), sólo se interesan parcialmente en el estilo de
vida más comunitario que predomina en los countries y barrios más elitistas. Esto
se explica tanto por una cuestión de recursos económicos como también por una
real escasez de tiempo, a raíz de la centralidad que adquieren en una etapa
temprana del ciclo los compromisos familiares y laborales. De todas maneras, esto
no conduce sin más a la abstención de toda vida social al interior del country,
pues pese a los límites impuestos por las responsabilidades, la mayoría de los
“nuevos residentes” —incluso allí donde los dos cónyuges trabajan a tiempo
completo— practica de manera más o menos regular algún deporte, y participa de
algunas actividades sociales, o interviene activamente en comisiones que
involucran tanto el tema de la educación de los niños (los espacios de
“contención”) como, más recientemente, el problema de la seguridad. Así, la
voluntad de “encierro”, propia de los espacios más elitistas, se combina todavía
con la multiplicación de las afiliaciones parciales, buscando mantener un
equilibrio, a veces inestable y no siempre planificado, entre la vida de “adentro”
y la de “afuera”, esto es, entre la aspiración de mantener las antiguas amistades
extra-muros y la exigencia de integrarse a los nuevos círculos sociales.
Por otro lado, como en otros lugares, el fenómeno de las urbanizaciones
privadas incluyó, hasta no hace tanto tiempo, a importantes sectores de clase
media en ascenso, algunos más ajustados, con escaso capital económico, pero
con acceso al crédito. Así, como ya hemos dicho, la segmentación del mercado
trajo como consecuencia la expansión de este tipo de urbanizaciones. Con ello
también tendieron a proliferar las estrategias de distinción, a fin de marcar las
diferentes posiciones en un espacio social internamente jerarquizado. Sin
embargo, aunque no se trate verdaderamente de “iguales”, los contactos se
realizan entre “semejantes” (“gente como uno”), que por esa misma razón y pese
a la diferenciación interna devienen “confiables”.
Otro rasgo propio es que la sociabilidad, que en muchos casos comienza
siendo compulsiva (sobre todo en los nuevos barrios privados, donde la
migración al espacio cerrado puede llegar a vivirse, en un primer tiempo, como
una experiencia de aislamiento y desarraigo en relación con la vida social
anterior), se encamina progresivamente hacia una gestión más reflexiva de las
relaciones sociales, esto es, hacia una sociabilidad selectiva entre “semejantes”.
No es inusual que muchos de estos lazos se generen a partir del contacto con
los padres de los compañeros de escuela de los hijos, configurando así nuevos
grupos de pertenencia. De manera que la multiplicación de vínculos sociales se
realiza en un ámbito ciertamente acotado, pero no se reduce únicamente al
espacio cerrado de countries o barrios (relaciones de vecindad o afinidades
deportivas), sino que tiende a hacerse extensivo a toda la red.
En suma, es en estos términos en los que es posible hablar de una
integración social “hacia arriba”, como un proceso que nos habla de la
emergencia de un espacio común de sociabilidad que tiene como marco natural
la red socioespacial en la que se encuentran los barrios privados, los countries
y los diferentes servicios (shoppings, multicines, discotecas) y, por sobre todo,
los infaltables colegios privados. En consecuencia, la red misma se constituye
en el lugar de sentido que va estructurando y homogeneizando los diferentes
círculos sociales.

LOS RIESGOS DE LA SOCIALIZACIÓN HOMOGÉNEA


Las urbanizaciones privadas son espacios de organización y construcción de un
orden familiar, donde la socialización de los chicos, casi siempre en edad
escolar, aparece como el eje central de preocupación. Ahora bien, el tipo de
socialización que promueve este estilo de vida, dentro de un ambiente protegido
y homogéneo, y que muchos denominan “modelo de la burbuja”, acentúa la ten-
dencia a la homogeneidad social y, al mismo tiempo, disminuye y transforma
cualitativamente el contacto con seres diferentes.
Por lo general las familias son absolutamente conscientes del
encapsulamiento. Por ello son numerosos los residentes que aluden a la
“irrealidad” o “artificialidad” del modelo, como este testimonio de un arquitecto
que vive en el barrio privado “El Lago”, de Bella Vista: “Es clarísimo el tema del
encapsulamiento. Acá vivimos una realidad que es muy especial e incluso yo le
decía a mi mujer, «suerte que los chicos todos los días van al colegio, tienen que
salir y pasar por delante de la villa», para que no se crean que esto es
Argentina, porque chicos chiquitos que se crían acá dentro creen que Argentina
es esto, y esto es el 0,00001%” (año 2000). Pero la mayoría considera que esto
es una consecuencia inevitable de la situación de inseguridad que vive el país y,
de manera más específica, del colapso de un modelo de socialización más
igualitario, basado en el contacto con seres diferentes, que otrora garantizaba el
Estado a través de la escuela pública y las marcas de la sociabilidad barrial.
Así, este estilo de vida, denominado por los mismos residentes como “el
modelo de la burbuja”, facilita la implementación de un modelo de socialización
caracterizado por la “autonomía hacia adentro”, esto es, una libertad
protegida, garantizada —seguridad privada mediante—, que genera al mismo
tiempo una “dependencia hacia afuera”. Veamos entonces las nuevas
oportunidades y riesgos vinculados a este nuevo modelo.
En primer lugar, “puertas adentro”, este modelo de la autonomía protegida
presenta ventajas inmediatas, pues favorece una independencia precoz,
valorada positivamente por los padres que se ven liberados de ciertas
obligaciones tradicionales que acompañan a la crianza de los niños. Al mismo
tiempo, dentro del espacio protegido de estos nuevos “paraísos”, los niños
disfrutan de grandes márgenes de libertad y expansión lúdica en un contexto
de confianza. Sin embargo, esta autonomía precoz provoca situaciones de
riesgos y efectos colaterales, tanto a corto como a mediano plazo, entre las
cuales se cuentan trastornos de las conductas (como ataques de pánico),
accidentes dentro del predio y, en el extremo, conductas adictivas y actos
vandálicos al interior de las propias urbanizaciones.
Entre estas consecuencias indeseadas quizá lo que más llame la atención
sean los episodios de vandalismo infantil, pues éstos ilustran la convergencia
perversa entre un modelo de socialización y un nuevo estilo de vida. En realidad
la problemática no es nueva, ya que la existencia de episodios reiterados de
vandalismo adolescente aparece muy asociada a la historia de los clubes de
campo más antiguos, cuando las urbanizaciones privadas eran concebidas
como residencias secundarias o de fin de semana. Tal es así que casi no existe
country que no pueda contar alguna historia de vidrios rotos, viviendas
dañadas y muebles arrojados a la piscina. Inclusive están aquellos que han
tenido que enfrentar verdaderos problemas de drogadicción al interior del
predio. Pero hasta aquí sólo se trataba de adolescentes. Lo novedoso en la
actualidad es la precocidad con la cual se vienen manifestando estas conductas
en niños que, desde muy pequeños, tienen la posibilidad de circular a cualquier
hora, sin control de la familia, por los lugares protegidos.
Fue el San Jorge Village, uno de los countries más exclusivos del noroeste
del Conurbano Bonaerense, el que tuvo “el privilegio” de inaugurar este nuevo
fenómeno, con doce actos vandálicos realizados por niños de entre 9 y 12 años,
en casas recién terminadas y a punto de estrenar, todos ellos en un solo mes,
durante el año 1999. Pese a que no tenemos noticias de que se hayan
registrado episodios de una virulencia similar al mencionado, son varios los
testimonios que han corroborado que los actos de vandalismo infantil (ataque a
la propiedad común) forman parte del paisaje natural de muchos countries, sea
que nos refiramos a aquellos más elitistas del noroeste y sur del Conurbano, o
a aquellos otros, de grandes dimensiones, que se extienden al noroeste de la
capital cordobesa.
Frente a este tipo de episodios, la respuesta ha sido, en algunos casos, el
fortalecimiento de los controles sociales y familiares. Es frecuente también que
las familias exijan a las autoridades del country o barrio privado que
proporcionen algo más que un hábitat y asuman un rol como agente
socializador, a la manera de una microciudad o una escuela, como bien nos
relataba un ex directivo del Highland; “Le aclaro que los padres en el country,
en una buena parte de experiencias, cuando llegan al club los tiran (a los niños)
con el triciclo a los tres años y se olvidan del pibe hasta que cumple los 25.
Entonces algunos casos son dramáticos. Muchos padres piensan que el club
tiene que ocuparse de todo. Pero el club no es un jardín de infantes ni es una
escuela ni debe hacer cuestiones pedagógicas ni nada; lo único que tiene que
hacer es prestarles un hábitat” (entrevista del año 2000).
No obstante ello, no son pocos los que minimizan estos actos de
vandalismo e intentan ver en ellos episodios aislados. La mayoría hace hincapié
en los efectos negativos de una “cultura de la opulencia”, de la ausencia de
valores, o bien se ocupan de cargar las tintas, con lenguaje conservador, sobre
los “padres que abandonan a sus hijos” o las “familias desestructuradas” por
los divorcios. Sin embargo, desde nuestra perspectiva, estas situaciones
expresan la emergencia de riesgos colaterales, intrínsecamente ligados al
modelo de socialización que provee este nuevo estilo de vida. Con ello queremos
decir que la dinámica de este modelo plantea un problemático desequilibrio,
que se instala tanto en el exceso como en el déficit: exceso, pues éste alimenta
una explosión de libertad en un entorno hiper-protegido, y hace que se
adelanten con ello las etapas; déficit, que se apoya en un modelo que favorece el
debilitamiento del control familiar, problematizando aún más la difícil tarea de
conciliar la autoridad de los padres con un modelo más democrático de familia.
Entonces, si tenemos en cuenta que la socialización basada en la autonomía
“puertas adentro” es cada vez más precoz, y ya no se reduce exclusivamente a
los fines de semana, podemos entender el porqué de la aparición del
vandalismo infantil, antes confinado a la población adolescente.
En segundo lugar, “puertas afuera”, el modelo genera una mayor
dependencia de los hijos en relación con los controles familiares hasta bien
entrada la adolescencia. En efecto, es normal encontrarse con niños y
adolescentes ya crecidos que, una vez que trasponen las fronteras del country o
del barrio privado, no saben desenvolverse de manera autónoma; niños que de
visita en la ciudad “abierta” se arrojan a las calles con una ingenuidad y una
confianza casi provincianas; niños que evitan el contacto con el mundo exterior,
al que vislumbran superpoblado, estridente y agresivo. La pérdida de sentido
urbano en sus niveles más elementales fue tal que uno de los colegios privados
de Pilar, el Nordbridge, realizó en el año 2001 una campaña vial, “porque se
dieron cuenta de que los chicos que viven acá en la zona, no tomaban en
cuenta lo que es caminar por una vereda o no respetar un semáforo y demás”
(testimonio de una residente del Barrio Maschwitz Privado, año 2002).
Lo cierto es que, por encima del repudio o del temor que los residentes
adultos establezcan en relación con la ciudad abierta, el “modelo de autonomía
protegida puertas adentro” no genera en los niños ningún tipo de destrezas o
defensas que los ayude a desenvolverse con un grado de autonomía relativa en
espacios heterogéneos, confusos, ruidosos y altamente contaminantes como los
de cualquier gran ciudad del mundo contemporáneo.
Esta dependencia resulta incluso más conflictiva en los adolescentes. En
efecto, el modelo esclaviza tanto a los padres como a los hijos, pues mientras
los primeros se ven obligados a organizar verdaderos operativos de traslado (no
sólo hacia los colegios, sino hacia los shopping y las discos); los adolescentes,
por su parte, ven sobrecargados los controles familiares y restringida
notoriamente su movilidad, dadas las largas distancias y el temor a los
secuestros. Así, el hipercontrol social, puertas afuera, termina por reforzar la
tendencia a la homogeneidad. Como nos dijo una residente del barrio privado
“Chacra de Alcalá” de Bella Vista, los adolescentes “se van al centro, tienen el
micro hasta el boliche, que los reúne en la estación, así que todos los padres los
llevan hasta ahí a la misma hora, suben al micro, los bajan en el boliche; y es el
mismo grupo siempre, les decimos la hora a la que se termina, los cargan y
todos los papás los vamos a buscar a la estación, entonces es muy... siempre
con la misma gente, todos se mueven en los mismo círculos” (año 2000).
Son numerosos los interrogantes y problemáticas abiertas en torno a las
consecuencias del nuevo modelo de socialización. Algunos de ellos consisten en
preguntarse qué sucederá cuando tenga lugar la explosión adolescente, esto es,
cuando la primera generación nacida y crecida en los countries llegue a la edad
adolescente y pase a ser el sector mayoritario en los predios fortificados.
Consecuencias de una experiencia que muy probablemente ya formen parte del
presente de muchas urbanizaciones.

LA CONSTITUCIÓN DE CÍRCULOS SOCIALES HOMOGÉNEOS


La socialización en la homogeneidad se ve reforzada por el tipo de experiencia
que aporta la escuela. Recordemos que la expansión de barrios privados y
countries en la región del Conurbano Bonaerense ha sido acompañada por la
instalación de numerosos colegios privados bilingües, algunos de ellos de
reconocido prestigio, otros sin tradición alguna, la mayoría, sucursales de
escuelas con sede en Capital Federal (modelo de la sister school). Antes de la
crisis de 2001, el éxodo de sectores altos y medios-altos fue de tal magnitud
que los datos correspondientes al año 2000 indicaban que ciertos colegios
porteños habían perdido hasta un 20% de su alumnado (Clarín, 13/08/2000).
En la época de auge, entre 1995 y 2000, sólo para el partido de Pilar, la
población infantil de los jardines creció un 117%; mientras que los alumnos de
la EGB habían aumentado un 78%. Según estimaciones de la Dirección de
Educación Bonaerense, para el año 2001, de los 108 establecimientos
educativos existentes en la zona norte y oeste del Conurbano, 41 habían abierto
sus puertas en los últimos cinco años (La Nación, 14/04/2001).
La zona con mayor oferta educativa es, por supuesto, la del partido de
Pilar, donde la matrícula en colegios privados, dentro del entorno country,
ascendía en el año 2001 a 4.582 estudiantes, y donde se cuenta además con
dos universidades privadas. Por otro lado, hay que distinguir dos tipos de
establecimientos: los que se encuentran en las cercanías de las urbanizaciones
privadas, y aquellos que se encuentran en el interior del predio. Hasta 2001,
existían 10 colegios dentro de los clubes de campo, y se proyectaba la
construcción de otros 7.
Ahora bien, la tendencia a la homogeneidad social no excluye una suerte
de segmentación dentro del circuito de la educación privada. Como afirma C.
del Cueto (2004), en la oferta country encontramos tres propuestas educativas
diferentes, todas de carácter bilingüe, que van desde el modelo tradicional de
excelencia (colegios antiguos, de reconocido prestigio) propio de los sectores
medios-altos y altos, el modelo vincular, que si bien no descuida la formación
académica, apunta a sectores medios-altos que buscan una educación
contenedora afectivamente, hasta el modelo mercantil, de muchos de los
colegios más recientes, que atraen a los sectores de menores ingresos
básicamente por el valor de sus cuotas. Este último, sin definirse ni por el
modelo tradicional ni el vincular, tiende a diluirse en una “cultura de las
apariencias”, propia de lo que Arturo Jauretche denominaba el “medio pelo”
(1967).
Así, incluso cuando no debemos olvidar la importancia que
tradicionalmente ha tenido la educación para las clases medias como factor
crucial de la movilidad social ascendente en el presente, la preocupación por la
formación aparece atravesada por una inquietud sobre los altos costos que
insume la educación privada de los hijos. Más aun, en momentos de crisis la
escuela emerge como la primera variable de ajuste. Aunque los datos son
generales, recordemos que durante los primeros meses de 2002 hubo un
traspaso importante de alumnos de las escuelas privadas a las públicas. Según
datos del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, el número ascendía a casi
4.800, esto es, un 4% de la población escolar primaria de los colegios privados.
Si bien no se trató de un éxodo masivo, lo que ocurrió fue lo que los
especialistas denominan “efecto cascada”: el pasaje de matrícula de colegios
privados con cuotas altas a colegios con cuotas medias, y de los de tarifas
medias, a bajas. Así, las escuelas estatales recibieron población proveniente de
los colegios de este último tipo (Página/12, 21/03/2002).
En suma, la constitución de círculos sociales con una clara tendencia a la
homogeneidad emerge como el corolario inevitable de este modelo de
socialización. En el caso de Pilar este proceso es mucho más notorio, pues
existen escasos espacios de interacción común entre los habitantes de la nueva
red socio-espacial y la población autóctona. Si el colegio privado se convierte en
una extensión natural del barrio, también privado, los adolescentes se
trasladan en charter hasta los espacios de recreación (los shopping, los locales
bailables), que raramente comparten con los habitantes “originarios”.
Por último, lo verdaderamente significativo para el caso argentino es que,
para muchos individuos de reciente ascenso social, separados hace
relativamente poco del fragmentado colectivo de las clases medias, las ventajas
de la sociabilidad en un contexto de homogeneidad tiene todavía el sabor de la
novedad, esto es, emerge como un descubrimiento, una suerte de primera
experiencia. Después de todo se saben pioneros de un nuevo estilo de vida; pero
también por ello mismo muchos son todavía conscientes de la historia que
dejaron atrás, hecho que aparece más marcado en aquellos que han vivido en
los ‘90 un ascenso individual, en medio de un proceso de quiebre y
reconfiguración no sólo social sino también, muchas veces, de índole familiar.
En cambio, para sus hijos la cuestión es diferente, pues no existe un
pasado diferente ni novedad que saborear. Así, los beneficios que proporcionan
el country y el barrio privado tienden a ser rápidamente naturalizados, y la
experiencia resultante termina por configurar vastas partes del universo
cotidiano que se continúa y refuerza a través de la escuela (privada), a través de
los deportes (generalmente ligados a la escuela o, en su defecto, al club de
campo), y a través de los circuitos diferenciados incluidos en la red o cercanos a
su entorno, como los shopping y los lugares bailables. Compromete, por ende,
la totalidad de los círculos de sociabilidad existentes.
He aquí planteado uno de los aspectos específicos que la integración “hacia
arriba” propone para el caso argentino: se trata de un proceso que, por el
momento, nos habla menos de la articulación real que pueda operarse entre los
distintos sectores “ganadores” de la sociedad, que de la adopción efectiva de un
único modelo de socialización en el cual la heterogeneidad social se ve
cuestionada y la sociabilidad del “entre-nos” aparece naturalizada al interior de
una red socio-espacial amplia y común.
¿HACIA UNA CONFIGURACIÓN PSICOLÓGICA POLAR?
En términos más generales la nueva brecha urbana plantea de manera
ejemplar el impacto que los nuevos procesos sociales han tenido sobre la
gestión de la distancia social. En este sentido, es útil retomar la lectura que el
filósofo y sociólogo Georg Simmel (:1977) realizó sobre el tema de la distancia
como elemento primario de toda forma de socialización, sobre todo en las
grandes ciudades. Simmel fue uno de los primeros en señalar que tanto la
pérdida de una sociabilidad comunitaria como la mercantilización de las
relaciones sociales, son procesos directamente relacionados con la extensión de
la economía monetaria en el marco de las grandes urbes. El corolario de estos
nuevos procesos fue la modificación de la distancia social.
En efecto, rotos los equilibrios sociales anteriores, el individuo se vio
confrontado con una serie de situaciones marcadas por una oscilación mucho
más incierta, que iban de la cercanía absoluta a la distancia excesiva, lejos del
equilibrio o de una síntesis más o menos armoniosa. Hoy, como en los tiempos
de Simmel, en esta nueva inflexión de época, la modificación de la distancia
social vuelve a plantearnos una serie de problemas de confiabilidad, que se
instalan desequilibradamente o en el exceso o en el déficit, y que en el límite, se
hallan en el origen de ciertas patologías o trastornos psicológicos, como la
hipersensibilidad (la reacción al contacto con los otros) y, sobre todo, la
agorafobia (la imposibilidad de estar en lugares abiertos, los ataques de pánico).
Es así como hoy vemos que el temor al espacio abierto en tanto lugar “no
protegido” cada vez más desregulado, encuentra su expresión máxima en la
gran ciudad y el espacio público, y va configurando una suerte de agorafobia
urbana, patología que, como bien advierte J. Borja, es más una “enfermedad de
clase de la que parecen estar exentos aquellos que viven la ciudad como una
oportunidad de supervivencia” (2000: 119).
La problemática de la distancia social puede ser ilustrada también desde
otra perspectiva, a través del análisis del tipo de configuración psicológica que
la segregación espacial va fijando y consolidando. Para abordar este tema es
interesante retomar el enfoque procesual de otro gran sociólogo, Norbert Elias,
quien sostiene la correspondencia o articulación recíproca entre las estructuras
emotivas y cognitivas, por un lado, y las estructuras sociales, por el otro. Esto
supone afirmar que los procesos de cambios afectan y atraviesan,
simultáneamente, ambos niveles. En otros términos, que cuando cambian las
formas de convivencia humana y la estructura de los grupos, también cambian
la configuración y la forma de las funciones psíquicas del ser humano
particular (Elias, 1987: 55-65).
Como hemos dicho, el nuevo estilo de vida implica la puesta en acto de
fronteras físicas y rígidas que establecen una clara separación entre el
“adentro” y el “afuera”: esto significa que, por un lado, existen zonas altamente
reguladas (el espacio cerrado y protegido) y, por el otro, zonas desreguladas (el
espacio abierto, desprotegido).
Esta división trae aparejada la interiorización de un código binario que,
alentado por el contraste social, reorganiza la vida cotidiana y la relación con
los otros en un registro inequívoco que diferencia el “nosotros” de los “otros”;
los “iguales” de los “diferentes”.
Más aun, esto va generando una configuración psicológica polar que tiende
a borrar los matices: “puertas adentro” se desarrolla un ámbito “pacificado”, en
el cual las regulaciones son claras (aunque en muchos casos resulten
excesivas) y los códigos de comportamiento, previsibles. En cambio, “puertas
afuera”, sobrevuela la amenaza difusa, el otro gana en opacidad y espesor, se
torna inasible y desconocido, en un contexto de incertidumbre e
imprevisibilidad en el que lo diferente se transforma muy rápidamente en
extraño. Así, el temor se exacerba y se cristaliza en aquellas zonas oscuras
(puentes, accesos) donde los riesgos aparecen potenciados; zonas que emergen
peligrosamente como una “tierra de nadie”, a la manera de aquellos peligrosos
cruces de la Edad Media, donde solían aguardar los temibles salteadores de
caminos y se sabía que, de un solo golpe y de manera imprevisible, se podía
perder la vida.
Por último hay que decir que si esta suerte de configuración psicológica
binaria aparece como correlato de la segregación espacial, esto no significa
afirmar que estamos frente a la emergencia de una estructura fija y
permanente, en términos de psique individual y social. En realidad, una y otra
deben ser leídas como tendencias que adquieren su real sentido en un marco
propiamente procesual e histórico. Más aun, el propio Elias se ha encargado de
señalar que la particularidad de la psique humana es su especial flexibilidad o
plasticidad, su capacidad de adaptación y cambio, en fin, su natural
dependencia de un modelado social (ídem: 54).
El otro aspecto que queremos señalar está íntimamente relacionado con el
anterior. Nos referimos a la “categorización de la diferencia”, como la ha
llamado, entre otros, G. Amándola (2000), es decir, el hecho de que los seres
“diferentes” no sean percibidos como personas, sino, sobre todo, como
categorías sociales. En efecto, la ventaja frente al mundo “de afuera” es su
radical transparencia, pues “adentro” lo diferente no se mezcla; cada persona
tiene un lugar preestablecido, según su función social, ilustrado de manera
paradigmática por el proletariado de servicio que diariamente entra y sale,
rigurosamente uniformado, se trate de la mucama, la niñera, el jardinero o el
guardia de seguridad.
Esta tendencia no escapa a la mirada crítica de ciertos residentes de
urbanizaciones privadas. Por ejemplo, una mujer que residía en el San Jorge
Village comentaba que una de sus mayores preocupaciones era que sus hijos se
refirieran al “otro” como una clasificación: “Viste que los tratan... o sea,
terminan hablando de ellos como si fueran una entidad distinta, no un ser
humano... No sé, me pasó una vez algo terrible. Mi hija tenía siete años, ocho, y
vienen a almorzar a casa tres amiguitas y se decían entre ellas: «¿y si pasa tal
cosa qué es?, ¿es hombre, es mujer o es mucama?» Y estaba la empleada al
lado; yo las miré y les dije: «no, se equivocaron: si es hombre o es mujer...». No,
no, no, (continuaban), «¿es hombre, es mujer o es mucama?»... (Por último es la
residente que se pregunta) ¿Por qué? ¿Qué es la mucama? ¿Es un perro, es un
objeto, una cosa, es otra clasificación de ser humano?” (entrevista, 2000).
Las representaciones y los lazos que se establecen con “el otro” son
básicamente de tres tipos: el primero es de índole económica (con el
proletariado de servicio, sea la doméstica, la baby sitter o el jardinero); el
segundo es “el otro” como objeto de beneficencia (el “pobre”, al cual se ve poco
pero se ayuda a través de donaciones a comedores, salitas de salud y escuelas).
Pero la relación con ambos, se trate del proletariado de servicio o del pobre, se
desarrolla en contextos regulados y previsibles. Sin embargo, el contraste entre
el “adentro” y el “afuera” y la interiorización del código polar, engendran un
tercer tipo de vínculo con el otro, caracterizado por el temor exacerbado, que
remite a la imagen de la “pobreza violenta”, localizada siempre en los barrios
carenciados y las villas del entorno. Esta última representación señala el pasaje
de la “comunidad transparente”, donde cada categoría tiene un lugar
determinado, según sea su función en la microsociedad, a la “comunidad del
miedo”, donde el otro adquiere un contorno más inasible y una suerte de
opacidad amenazante.
En fin, los nuevos procesos de fragmentación social y el retr oceso
general de las instituciones anteriormente integradoras fueron generando
una nueva estructura de temores e inseguridades en los sujetos. Así, las
respuestas —individuales y colectivas— ante la pérdida de cohesión social
plantean una serie de dilemas de confiabilidad e interacción, tanto como la
emergencia de una nueva trama social y psicológica. En sintonía con los
nuevos tiempos, la adopción de estilos residenciales, basados en la
privatización de la seguridad, ilustra el acoplamiento entre un modelo de
ciudadanía patrimonial (el acceso a los bienes básicos se restringe a aquellos
que cuentan con recursos materiales), y una nueva estructura de temores e
incertidumbre, de carácter polar. Leído a partir de sus consecuencias políticas y
sociales, este estilo de vida señala sin duda una aspiración comunitaria, cuya
base no es otra que el miedo. Como afirma Beck, “la sociedad del riesgo cambia
la cualidad de la comunidad”. Lejos de proponerse alcanzar ideales de igualdad,
“la utopía de la seguridad resta peculiarmente negativa y defensiva: en el fondo
aquí ya no se trata de alcanzar algo «bueno», sino ya sólo de evitar lo peor”
(1998b: 55).
CAPÍTULO CUATRO

LA VIDA EN LOS COUNTRIES Y BARRIOS PRIVADOS DESPUÉS DE 2001

DE LA EUFORIA NEOLIBERAL A LA GRAN INCERTIDUMBRE


La historia de la expansión de countries y barrios privados ha conocido
diferentes etapas, desde sus primeros inicios, a fines de los ‘80, hasta la
actualidad. De manera general podemos afirmar que dichos momentos
expresan una correspondencia entre los comportamientos sociales y el modelo
socio-económico.
Hubo un primer momento, entre 1994 y 1998, en el cual se registró una
suerte de éxodo y hasta una frenética huida hacia las nuevas urbanizaciones
privadas, íntimamente asociada con la dinámica vertiginosa y radical que
caracterizó la implementación del modelo neoliberal en nuestro país, en la que
se sobreactuaron las oportunidades (la calidad de vida propuesta) y los riesgos
(la inseguridad de la ciudad abierta). Por supuesto, este primer éxodo se vio
favorecido tanto por la ampliación de los corredores viales —que facilitó el
acceso a las nuevas urbanizaciones—, como por la posibilidad de
financiamiento bancario, convertibilidad mediante. Asimismo, esta opción fue
impulsada por desarrolladores, publicistas, agentes inmobiliarios, que fueron
los responsables de la elaboración y difusión del discurso sobre las bondades
del nuevo “estilo de vida verde”, centrado en dos valores mayores: el contacto
con la naturaleza y el mejoramiento de la calidad de vida de los hijos. Por
último, la condensación y mercantilización de estos valores en estilos de vida
estandarizados encontraron también su difusión semanal a través de los
suplementos “countries”, que todavía reparten los sábados los dos diarios de
mayor circulación del país.
Entre 1999 y 2001, el panorama fue cambiando, pues la crisis del
modelo económico puso en evidencia la inestabilidad e incertidumbre de las
situaciones y posiciones de los actores, aun entre aquellos que se habían
constituido en “ganadores” del nuevo modelo, sobre todo en los sectores sin
capital económico propio (clases medias ajustadas, pero también sectores
medios y medios-altos en ascenso muy ligados al nuevo modelo). En efecto, a
medida que se profundizaba la crisis, las características propias del régimen de
convertibilidad (la rigidez y estabilidad del cambio, como base misma del
“contrato social”), fueron acentuando la incertidumbre, y con ello generando
mayor sensación de vulnerabilidad personal y familiar. No fueron pocos los que
comenzaron a alentar la sospecha de que, pese a la brillante carrera, nada
estaba “asegurado”, vislumbrando lo “efímero” del triunfo. Así, una de las
cuestiones que nos llamó la atención en el transcurso de la investigación
realizada a lo largo del año 2000, plasmada en el libro Los que ganaron. La vida
en los countries y en los barrios privados (2001), fue ese sentimiento de “fin de
época” que experimentaban muy especialmente ciertos sujetos de reciente
ascenso social.
Otra cuestión relevante, asociada a la inestabilidad e incertidumbre
propias del modelo neoliberal, pero agravada por la crisis, era que gran parte de
los residentes se mostraban incapaces de planificar a largo plazo. En
consecuencia, lejos de expresar una gestión reflexiva de los riesgos, muchos
alimentaban una actitud muy pragmática. Esto era visible a la hora de realizar
una primera evaluación de las consecuencias del nuevo estilo de vida. Así, por
lo general, los beneficios u oportunidades eran evaluados por sus efectos
inmediatos, esto es, en el corto plazo (la libertad, el contacto con el verde, la
seguridad), mientras que los riesgos emergentes (accidentes dentro de los
predios, problemas de conducta de niños y adolescentes, ataques de pánico,
temor exacerbado en la ciudad), aparecían diluidos en una suerte de
temporalidad indefinida.

2001-2002: LAS DIMENSIONES DE LA CRISIS


El estallido del modelo de convertibilidad a final del año 2001 actualizó algunos
viejos temores, pero también trajo otros nuevos, asociados a este sentimiento de
fin de época y materializados luego en la devaluación y el aumento de la
desocupación y la pobreza.
El colapso comenzó amenazando especialmente a aquellos sectores sociales
que se habían beneficiado con el auge de los créditos en dólares, muchos de los
cuales, además, vieron retenidos sus depósitos y pesificados sus ahorros
bancarios. Sin embargo, salvo para quienes la crisis significó una seria pérdida
de ingresos o de trabajo, el nuevo cuadro estuvo lejos de provocar un abandono
generalizado de countries y barrios privados. En realidad, fueron pocos los que
regresaron a la ciudad abierta, pues puestos a evaluar el costo del “estilo de
vida country” y en un marco de restricciones económicas, la mayoría buscó
ajustar las variables de la economía doméstica (que recayó sobre todo en el
cambio a colegios privados con matrículas más bajas, y/o el mantenimiento de
un solo auto, en lugar de dos).
Durante 2002, las urbanizaciones privadas atravesaron su punto más bajo
en el mercado, ya muy deprimido desde el año 2000. Así, entre los precios de
cotización de viviendas de los distintos emprendimientos solicitados hacia
mediados de 2001 y los valores requeridos en septiembre del 2002, la caída
promedio fue del 56%. También se verificó un comportamiento similar en los
precios por metro cuadrado de los terrenos, que cayeron un promedio del 66%.
La construcción en countries y barrios privados decayó en un 30%
(www.grupocountry.com).
Una de las notas más importantes del período es que la crisis potenció la
sensación de inseguridad, actualizando ciertas imágenes fantasmáticas de la
amenaza de una “invasión”. El 2002 fue, para los countries y barrios
privados, el año de “el Gran Miedo”. En efecto, luego de la ola de saqueos de
diciembre de 2001, entre enero y mayo de 2002, circuló el rumor de que grupos
de saqueadores (que los residentes asimilaban a los piqueteros) habían
intentado copar countries y barrios privados, y que una invasión no sólo era
posible, sino tal vez, inminente. Ahora bien, aunque sólo en algunos countries
“el Gran Miedo” tuvo una expresión exacerbada, la mayoría de las
urbanizaciones privadas “tomaron sus prevenciones”.
No olvidemos que una de las particularidades del caso argentino es que el
proceso de segregación espacial es relativamente reciente, y que éste se lleva a
cabo sobre una trama urbana ocupada tradicionalmente por los sectores
populares, lo cual acentúa hiperbólicamente los contrastes sociales. De modo
que la incrustación de nichos de riqueza junto a extendidos bolsones de
pobreza tiende a aumentar la visibilidad de las distancias sociales. Pero, una
vez dicho esto, es necesario recordar, como establecimos en el Capítulo Uno,
que existen diferencias dentro de este nuevo archipiélago urbano. En primer
lugar, encontramos una categoría de urbanización que nace y se desarrolla
dentro de esa gran mancha homogénea, junto a los grandes corredores viales,
como sucede en ciertas zonas de Pilar. Allí, las redes amplían cada vez más su
tamaño y sus interconexiones constituyendo un entramado más homogéneo, lo
cual hace que nos encontremos con urbanizaciones —sobre todo barrios
privados— que limitan a su vez con otras urbanizaciones privadas, algunas de
ellas más antiguas. En segundo lugar, existe una categoría intermedia,
compuesta por aquellos countries y barrios privados que se encuentran en una
red más dispersa (como en el noroeste y en el sur del Conurbano), donde los
predios limitan directamente con barrios precarios o asentamientos. En otros
casos, aun en aquellos de la zona norte, sucede que en las cercanías se sitúan
aglomeraciones muy pobres (como sucede con el Highland y el Tortugas, el
Martindale y el Miraflores, por dar sólo algunos ejemplos). En tercer lugar,
están aquellos que aparecen acantonados, como verdaderas fortalezas
amuralladas, literalmente cercadas por barrios empobrecidos y villas miserias
(como el San Jorge Village, el Olivos Glof Club y, en menor medida, el San
Diego). Fue especialmente en estas dos últimas categorías, es decir, en aquellas
urbanizaciones en las que el entorno más directo revela un gran contraste y
diferencia social, donde el sentimiento de amenaza y exposición frente al “otro”
alcanzó proporciones delirantes.
Así, en algunos countries conocidos de la zona norte y noroeste, como el
Miraflores y el San Miguel del Ghiso, se elaboraron y llegaron a ensayarse
cinematográficos planes de evacuación, al tiempo que se repartieron volantes
con instrucciones —bélicas— acerca de qué hacer en el caso de que las
“hordas” de invasores derribaran los muros y se adentraran en predios y resi-
dencias. En el Highland, donde la norma número uno sigue siendo “no afectar
la tranquilidad de los residentes”, sin ser tan aparatosos, no fueron menos
alarmistas. Según el testimonio de un administrativo del club (entrevista
realizada en 2004), se realizaron “trabajos de inteligencia” que indicaban que
podían ser “invadidos por la gente de afuera”. Este “trabajo de inteligencia” fue
el fruto de diversas reuniones realizadas entre la policía y los directivos del
country, a partir de las cuales se tomaron varias medidas. Así, el country se
hizo cargo de la reparación de 5 o 6 vehículos de la policía, también se colocó
un patrullero frente a la puerta principal y, por último, a la manera de las
ciudadelas fortificadas de la Edad Media, se abrieron dos o tres pasajes de
salida, en el caso de que una situación de invasión exigiera un abandono rápido
del predio...
Sin embargo, los rumores comenzaron el mismo 19 de diciembre. En el San
Jorge, situado sobre la ruta 197, los teléfonos de los residentes sonaron
exactamente a las 6 de la mañana, con una advertencia: “Váyanse del country
porque van a venir a saquear”. Allí no hubo simulacros de evacuación, pero se
hicieron varias reuniones con el jefe de seguridad a fin de preparar a la gente.
Finalmente, se eligió un responsable por cuadra, “como para ir avisando a las
otras lo que está pasando” (testimonio de una residente, año 2002).
En ciertos barrios privados de Pilar, como en el Galápagos, situado al
costado de la Panamericana, a principios de marzo los residentes recibieron
una circular en la cual “se preguntaba quiénes estaban dispuestos a armarse y
defender el barrio, si es que venían personas de afuera. Nosotros —cuenta una
ex residente, que acababa de volver a la ciudad, en una entrevista realizada en
2002— no considerábamos que fuera probable, pero lo que pasó es que muchos
vecinos se armaron”.
Como no son pocos los periodistas que residen en estos lugares, la
tentación pudo más y la noticia del “gran miedo” se filtró para llegar hasta
conocidos semanarios, que comenzaron a hablar de “paranoia” e “histeria” en
los countries (véase La Primera, 22/02/2002, o Noticias, 29/03/2002). Hasta el
diario La Nación se vio obligado a sentar posición y desde una severa editorial
realizó un llamado a la prudencia, criticando “las campañas alarmistas” al
afirmar “que no hay motivo para suponer que el riesgo al que están expuestos
los countries sea mayor al que afronta diariamente el resto de la población del
país”, y que “debe restarse fundamento a los nerviosismos exagerados, a las
reacciones neuróticas y a las actitudes de recelo generalizado” (22/03/2002).
Finalmente, como es sabido, al igual que en el célebre poema de Cavafis,
“Esperando a los bárbaros”, éstos nunca llegaron...
En realidad, sólo en el exclusivo country San Diego, situado en Moreno,
uno de los epicentros de los saqueos de diciembre de 2001, se registraron
ciertos episodios, según nos comentó el grupo de mujeres encargadas de la
acción social del club, entrevistadas en 2004: el primero fue un “piquete”
protagonizado por un grupo de personas para pedir a la gente del country que
intercediera ante las autoridades por el caso de una violación; el segundo fue la
visita de “un camión con treinta personas” pidiendo alimentos. El grupo de
mujeres, que estaba trabajando desde hacía un año repartiendo alimentos en
comedores de los barrios lindantes y otros cercanos al country, cuenta: “les
mostramos el remito de las cosas que entregamos y así como vinieron, se
fueron”.
En rigor, la hipótesis del saqueo o de la invasión carecía de toda base de
sustentación real. Tampoco ninguna agrupación piquetera había contemplado
tal posibilidad (más aun, muchas se mostraron muy críticas ante los episodios
de saqueo), ni esto había sido registrado o siquiera evaluado por ningún
organismo de inteligencia del Estado (declaraciones de Juan José Álvarez,
entonces secretario de Seguridad Interior, él mismo residente del exclusivo
country Tortugas, revista Veintitrés, 29/02/2002). Esto quiere decir que el
rumor fue muy probablemente alimentado por sectores interesados en realizar
buenos negocios con la problemática de la (in)seguridad.
En este sentido, los datos son más que elocuentes: durante 2002 la
vigilancia privada se convirtió en un servicio en alza y sus consultas se
incrementaron en casi un 100%. En varias urbanizaciones privadas los
consorcios decidieron cambiar el servicio de seguridad y optaron por agencias
más reconocidas. Las medidas de seguridad se reforzaron: se acrecentó la
vigilancia y el patrullaje perimetral en las horas nocturnas, se optó por
seguridad de tipo perimetral en lugar de seguridad móvil, se establecieron redes
de seguridad entre urbanizaciones vecinas y las precauciones en los ingresos se
hicieron más estrictas. En el caso de los countries más grandes la vigilancia se
extendió a los accesos en las bajadas de las autopistas y en las garitas se colocó
personal con equipos más sofisticados.
De este modo las propuestas de seguridad tendieron a hacerse más
sofisticadas y completas. Muchos countries empezaron a implementar sistemas
de tecnología de punta, como circuitos de cámaras de video, complementadas
con barreras infrarrojas y de microondas. También en algunas urbanizaciones
se elevaron los muros, se empezaron a utilizar alambres reforzados, o se elec-
trificaron directamente los alambrados perimetrales.

EL MIEDO A LA DISOLUCIÓN SOCIAL


¿Acaso fue todo un producto de la exageración de los medios de comunicación,
como dijeron entre sonrisas algo forzadas algunos de nuestros entrevistados, al
recordar de manera un tanto vergonzante los imaginativos planes de
evacuación? ¿O fue sólo una invención de policías y agentes de seguridad,
ávidos de aumentar sus ganancias? Para comprender la verdadera dimensión
de estos episodios no basta con referirnos al rol cumplido por las agencias de
seguridad y la policía y mucho menos a la imaginación voyeurista de ciertos
medios revisteriles. En realidad, tal manipulación fue posible porque en la base
existe un componente psicológico esencial relacionado con la materia primaria
de los miedos que puede activarse en situaciones de grandes crisis.
Entendámonos bien: toda gran crisis viene acompañada por el fantasma de
la disolución social. Portador de una amenaza fundamental, éste suele
condensarse en imágenes que reflejan la posibilidad de la pérdida del control
del territorio. Es esto lo que genera el miedo a la invasión, un fantasma que
recorre la historia de la humanidad, que cuenta con registros diversos e
inflexiones particulares, y constituye la base de todo tipo de rumores
apocalípticos acerca de saqueos generalizados —robos, incendios, violaciones,
muerte.
Argentina ha vivido dos situaciones límite que pusieron en acto la
experiencia de disolución del vínculo social: la primera fue en 1989, con la
hiperinflación, que desencadenó una ola de saqueos a supermercados y provocó
la salida anticipada de Raúl Alfonsín; la segunda fue en diciembre de 2001, con
el colapso del modelo de convertibilidad, que desembocó en nuevos saqueos y,
seguidamente, en las jornadas del 19 y 20 de diciembre que obligaron a la
renuncia de Fernando de la Rúa y abrieron un nuevo escenario político.
Así, en la Argentina contemporánea el temor a la disolución social
encuentra su materialización dramática en los saqueos a los supermercados,
que constituyen por ello mismo la base para la manipulación del “gran miedo”.
Más aun, como afirman Neufeld y Cravino, “a medida que avanzaba el año
2001, las semejanzas y vínculos entre 1989 y el presente —por 2001—,
permitían la aparición de nuevos rumores, dando vitalidad al fantasma de los
saqueos y recreando los límites de la legitimidad social” (2002: 19). La frase que
sintetiza este temor resonó en las calles de Buenos Aires desde la mañana del
19 de diciembre de 2001: “Ya vienen, ya llegan. Se comenta que están
saqueando acá cerca”, decían los comerciantes en cada barrio porteño, desde
Boedo a Villa Crespo, mientras se disponían apresuradamente a bajar las
persianas.
De este modo, entre fines de 2001 y los primeros meses de 2002, se
conocieron al menos dos episodios de “gran miedo” que, situados casi en las
antípodas en términos de clases sociales, y por supuesto posteriores a los
saqueos, generaron rumores de nuevos saqueos, esta vez generalizados.
El primer caso se refiere al rumor que circuló por los barrios del
Conurbano Bonaerense durante la sangrienta jornada del 20 de diciembre de
2001. “Ya llegan. Vienen en un colectivo viejo”, decían algunos (testimonios
recogidos en 2003 y 2004). En esa ocasión, en innumerables barrios del Gran
Buenos Aires los vecinos salieron de sus casas, bloquearon la cuadra, erigieron
improvisadas barricadas con fogatas que mantuvieron encendidas durante toda
la noche y esperaron armados hasta los dientes a las bandas de “saqueadores”
que supuestamente vendrían de otros barrios (o tal vez, de la otra cuadra) a
robar y prender fuego sus hogares... Sin embargo, ni la policía ni la prensa
registraron hecho delictivo alguno o situaciones de violencia (robos, incendios,
violaciones...) que hicieran suponer que los rumores eran ciertos. Por supuesto,
la manipulación no fue casual. Este rumor fue generado por las propias fuerzas
de seguridad, interesadas en impedir cualquier movilización hacia el centro de
la ciudad. Al alimentar la idea de un enfrentamiento entre barrios, es decir, de
una “guerra de pobres contra pobres”, lograban mantener a la gente
“encapsulada” en su territorio.
En segundo lugar la crisis interpeló a aquellos que habían elegido la
autosegregación y que, durante los ‘90, habían alimentado el sentimiento de
invulnerabilidad “puertas adentro”. Que fueran los habitantes de
urbanizaciones privadas quienes desarrollaran el “gran miedo”, que sirvió de
base al rumor sobre invasiones y saqueos generalizados, tampoco es casual.
Recordemos que la fractura espacial no sólo ensancha las distancias sociales,
sino que, como explicamos en el capítulo anterior, siguiendo a Elias (1994),
suele generar una configuración psicológica polar (seguro/inseguro;
adentro/afuera) que desdibuja los matices. Por ende, la sensación de seguridad
“intramuros” tiene su contrapartida en el aumento de la sensación de
inseguridad “extramuros”. De manera que, con la acentuación de la crisis y la
recesión, el sentimiento de vulnerabilidad no sólo se potenció o
sobredimensionó, sino que terminó por saltar la barrera o el mismo muro de los
countries. En otras palabras: la amenaza no sólo se proyectó “hacia afuera” (los
accesos, las bajadas, las rutas inseguras), sino también “hacia adentro”,
cristalizando la idea de que una invasión y un saqueo dentro de los predios
fortificados eran inminentes.
Algo similar, aunque en un contexto macro-económico diferente, ya había
ocurrido en 1989, luego de los saqueos vinculados a la hiperinflación. En
efecto, según nos comentaron en el Tortugas (en una entrevista realizada en
agosto de 2000), este rumor de invasión llegó hasta los countries; lo mismo
sucedió en los barrios del noroeste del Conurbano Bonaerense y en Rosario.
Allí, según cuenta A. Gravano (2003), “la policía fomentaba el enfrentamiento
entre barrios”. Se vieron imágenes de jóvenes parapetados detrás de barricadas
ostentando palos y armas de fuego. Los policías —además de advertirles sobre
la “amenaza” lindante— les habían incluso sugerido el uso de vinchas para
poder identificarse claramente entre uno y otro bando barrial (p. 18). En esta
oportunidad tampoco los hechos confirmaron los rumores y, sin embargo,
“nuevamente, la amenaza de la guerra parecía producir la paz” (ídem: 20).
En definitiva, con diferentes intencionalidades, unos y otros se montaron
sobre este temor fantasmático a la disolución social que atraviesa toda sociedad
en momentos de gran crisis: mientras que en un caso se apuntó a controlar la
posible movilización de los barrios al centro, alimentando la idea de un
enfrentamiento entre barrios, en el otro se buscó explotar el temor exacerbado
de los más privilegiados, con el objeto de multiplicar las ganancias.

LA REAFIRMACIÓN DEL MODELO ASISTENCIAL


Una vez disipado el “gran miedo”, quedó, más palpable que nunca, el temor
más cotidiano a los robos y secuestros. Hubo, en ese sentido, inflexiones
importantes, visibles en cuatro estrategias mayores: la primera consistió, como
hemos visto, en reforzar la seguridad; la segunda, en fortalecer la acción social
en las zonas de influencia, sobre todo en los barrios linderos o cercanos más
precarios; la tercera, en adoptar un perfil bajo, tratando de no hacer gala de
lujo ni ostentación alguna con autos descomunales o joyas valiosas (es decir,
con todo aquello a lo cual los había acostumbrado de manera inmoderada la
década menemista). Finalmente, y de manera marginal, la estrategia fue
privilegiar a la gente de la zona a la hora de incorporar trabajadores para los
diferentes servicios que requieren las urbanizaciones privadas.
Como ya hemos hablado de la primera estrategia nos detendremos ahora
en la dimensión asistencial, para volver luego a consideraciones más específicas
sobre el impacto de ciertos hechos sobre el exacerbado sentimiento de
seguridad característico de los ‘90.
Es preciso recordar que la historia de los countries está asociada al modelo
“clásico” de asistencia. En efecto, cuando los clubes de campo eran concebidos
como residencias secundarias y todavía era inimaginable un futuro de pobreza
y segregación socio-espacial para Argentina, las llamadas “damas de la caridad”
organizaban fundaciones, cuya finalidad era realizar actividades de beneficencia
en conexión con las parroquias de la zona. Fueron ellas las encargadas de
introducir y difundir en los countries la figura de la “caridad” como pauta
cultural de los sectores altos y medios-altos. Es así que aún hoy en los
countries los niños comienzan desde temprano a familiarizarse con la cultura
de la beneficencia. Por ejemplo, aun en aquellos menos distinguidos o de
“medio pelo” suelen hacerse donaciones de juguetes y vestimenta, y fiestas para
el día del niño y fin de año.
Sin embargo, pese a que las actividades ligadas a la asistencia social
cuentan con una larga historia, en los últimos quince años, en una sociedad en
la que el número de empobrecidos y excluidos sufrió un explosivo incremento,
el lugar de la “ayuda social” (bajo formas tales como la “beneficencia”, el
“voluntariado” o el “trabajo solidario”) cambió notablemente. Amén de ello, en
consonancia con la dinámica neoliberal de los ‘90 el Estado argentino fue
consolidando un modelo asistencial dirigido hacia las poblaciones excluidas;
ilustrado hoy paradigmáticamente por los Planes Jefes y Jefas de Hogar. Lo
particular es que en la implementación de esta política de “contención social”,
que apunta a incluir al excluido en tanto excluido y que es recomendada y
controlada por los organismos multilaterales, también tienden a participar una
serie de agentes sociales, como ONG’s, fundaciones privadas y empresas.
Un aspecto importante de esta política ha sido la focalización territorial.
Tareas tales como el acopio de alimentos y ropas para comedores de la zona,
donación de instrumental y material a escuelas, salitas de salud y hospitales,
implican hoy un mayor control y seguimiento de las organizaciones donantes en
relación con la población asistida.
De manera específica, en las urbanizaciones privadas la asistencia social se
realiza a través de diferentes modalidades.
Pueden ir desde las organizaciones más informales, como los grupos de
mujeres, que suelen definir su tarea como solidaria o de ayuda a los más
necesitados; la comisión directiva de los clubes, que destina fondos a diferentes
instituciones (directamente o a través del municipio); hasta las fundaciones,
organizaciones formales que cuentan con mayores recursos y personal. La
mayoría de las fundaciones se halla enmarcada en un modelo tradicional de
asistencia, como la Fundación del Country San Jorge que existe desde 1998 y
colabora con hospitales y escuelas del entorno, además de organizar una conocida
feria anual, o la Fundación del Pilar, fundada en el año 2000, que tiene conexión
con diferentes countries y barrios privados de la zona (pero no pertenece a
ninguno de ellos). Sin embargo, otras presentan una configuración de nuevo tipo,
más ligada a la acción profesional del llamado Tercer Sector, como es el caso de la
más reciente Fundación Nordelta (que pertenece al megaemprendimiento del
mismo nombre), que se propone ejes de acción —además del comunitario— en
torno a la capacitación y formación de la población o barrio asistido.
Por último, desde hace años, gran parte de las instituciones educativas
privadas (y algunas estatales) han incorporado la “tarea solidaria” a sus
actividades extra-curriculares. Esto se observa particularmente en las escuelas
del entorno “country” a las que asisten los hijos de los residentes de
urbanizaciones privadas. La actividad más extendida en esta oferta educativa es
la denominada “non uniform day”, que se realiza una vez por mes, día en el
cual se permite a los estudiantes asistir sin uniforme a cambio de alimentos,
ropa o juguetes usados, libros o dinero, que luego son donados a los barrios
pobres de los alrededores. El objetivo de esta acción se inscribe en una tensión
originaria que atraviesa el modelo de socialización propio de estas
urbanizaciones: entre la “irrealidad” que viven los niños residentes en countries
y barrios privados, en medio de la homogeneidad social, y la “realidad” del
exterior que da cuenta de las diferencias sociales y la existencia de la pobreza.
Como afirma C. del Cueto (2004), en este tipo de acción solidaria se trata
menos de tender vínculos reales entre unos y otros, que de “hacerles ver” a los
“afortunados” la otra cara de la realidad, la de la pobreza extrema; o, en el
lenguaje eufemístico de los protagonistas, el mundo de los “menos
afortunados”.
En todo caso, luego de 2001, la experiencia del “gran miedo” y la
profundidad de la crisis dejaron varias lecciones con respecto a los “menos
afortunados”. Como nos dijo una trabajadora calificada del Olivos Golf Club
cuando le preguntamos acerca de cómo se había vivido la crisis de 2001: “Allá
estaban como locos. Una noche de ésas que decían «ahí vienen, ahí vienen», se
reunieron los del directorio y querían fundar un comedor ya, afuera, para la
gente del barrio, para que no les vayan a entrar...” (entrevista de 2004). Por ello
mismo, las tareas de asistencia social encontraron un nuevo impulso, a través
de una suerte de focalización territorial forzosa, orientada a los barrios
aledaños. Esto implicó campañas solidarias, algunas fomentadas por los
medios de comunicación, que incluyeron realización de cenas y eventos espe-
ciales para recaudar fondos para comedores, escuelas y salitas de salud
cercanos, así como también mayores fondos de parte de las comisiones
directivas de los clubes.
Ahora bien, pese a las diferencias, sean de antiguo o nuevo tipo, los
diversos modelos de asistencia establecen una distancia crítica en relación con
la actual política social del Estado (sobre todo, respecto de los planes Jefas y
Jefes de Hogar), y particularmente con las organizaciones piqueteras. Como
afirma M. García, “lo político aparece como una esfera extraña, distante,
considerada como una opción incorrecta y nociva, casi una trampa, en la que
las prácticas manipulatorias predominan” (2004: 3). En definitiva, el modelo
que proponen coloca en el centro la imagen del pobre “merecedor”, cuya
trayectoria da cuenta de un esfuerzo por recuperar la “cultura del trabajo”, a
diferencia de aquellos que “se sientan a esperar la asistencia de los programas
sociales”. Por ello mismo es un modelo con componentes disciplinarios
importantes, que incluyen desde el control y seguimiento estricto de los
recursos (por ejemplo, la cantidad de alimentos que se entrega semanalmente a
un comedor), hasta el discurso más “democratizador” de las Fundaciones que,
bajo la dinámica de talleres actitudinales, tiende a subrayar la necesidad “del
acompañamiento” a la población asistida (ídem: 4).

HACIA UNA “REALPOLITIK”


Luego de la crisis, las clases altas argentinas multiplicaron las guardias y los
acompañamientos, al tiempo que optaron —como afirmamos más arriba— por
adoptar una estrategia de “bajo perfil”, que consistió básicamente en reducir la
ostentación. Algunos se resignaron a guardar los autos lujosos en el garaje y
prefirieron moverse en autos más económicos para no llamar la atención ni
provocar alguna situación de inseguridad. Como consigna un agente
inmobiliario del country San Diego, ciertos residentes “se bajaron de los BMW y
los Mercedes y andaban en autos normales, por miedo a los secuestros.
Solamente los sacaban para andar dentro del country” (junio de 2004). Pero, a
medida que el “gran miedo” se fue disipando y los individuos comenzaron a
adaptarse al nuevo contexto de inseguridad económica-financiera, no fueron
pocos los que decidieron invertir en la compra de inmuebles —por ejemplo,
aquellos que recuperaron parte de sus ahorros—, a la espera de que la
inversión diera sus frutos en un futuro no muy lejano. Así, ante la
imposibilidad de encontrar otras soluciones confiables, comenzaron a invertir
en la compra de lotes en barrios privados consolidados, cuyos precios habían
sufrido una gran caída pero que durante 2003 y 2004 irían recuperando gran
parte del valor que habían tenido durante la época de la convertibilidad.
Por otro lado, si bien durante 2002 los vecinos de las urbanizaciones
privadas no participaron del clima de efervescencia política y mucho menos de
las experiencias de auto-organización colectiva que conocieron las clases
medias, sobre todo en la ciudad de Buenos Aires, no por ello fueron ajenos al
clima de visible impugnación y rechazo a la clase política. Fue así que los
escraches e insultos a los políticos también llegaron a los countries. A título de
ejemplo, recordemos que el propio Carlos Menem fue en 2002 objeto de un
escrache en uno de los countries más exclusivos de Córdoba, cuando asistió a
un casamiento. Todavía en el año 2003, en el Olivos Golf Club, cuyos campos
de golf estuvieron entre los favoritos del ahora repudiado elenco menemista,
Eduardo Menem y su hijo fueron insultados por un socio-propietario; y poco
tiempo antes lo mismo le había sucedido a Alberto Kohan.
Finalmente, también en este período comenzaron a difundirse una serie de
hechos que ponían en evidencia las falencias de los dispositivos de seguridad al
interior del predio. Accidentes de niños, robos en el predio, o aun los episodios
de vandalismo infantil, son algunos de ellos. Pero sin duda fue el crimen de
María Marta García Belsunce, ocurrido en el exclusivo country El Carmel en
octubre de 2002, y la increíble trama de encubrimiento que trajo aparejada, el
hecho que más conmovió la “tranquilidad” de los countries, develando como
pocos los límites impensados de un estilo de vida elitista donde la ilusión de
seguridad absoluta tiende a acoplarse perversamente con la impunidad de
clase.
No olvidemos que los dispositivos de control y de vigilancia propios de estos
enclaves fortificados se orientan hacia el exterior (el “otro”, al cual se teme, está
afuera, no adentro). Es cierto que existen controles orientados hacia el interior,
pero éstos tienen por objetivo la observación y el seguimiento de los traba-
jadores de servicios que ingresan diariamente al country (tareas que son
realizadas por los vigiladores). Así, las modalidades de seguridad orientadas
hacia los “semejantes” suelen reducirse al control de la velocidad de los
automóviles (para proteger a los niños que circulan libremente por el predio),
pues en definitiva uno de los supuestos de este estilo de vida es tanto la
“confianza hacia el semejante” como la preservación de la “tranquilidad” de los
residentes.
En todo caso, el día del crimen de María Marta García Belsunce, en el que
nadie vio nada y el único control existente era el de la puerta de entrada del
country, puso de manifiesto las limitaciones de la seguridad “puertas adentro”,
pensada a partir de esta distinción simplista entre “semejantes” (los residentes)
y “diferentes” (los que viven afuera, pero también trabajan en el country). En
este nuevo horizonte muchos residentes sin duda deben preguntarse cuáles son
entonces los límites de la confianza dentro de la “comunidad del miedo”.
Asimismo, las historias de asaltos a mano armada producidos al interior de los
predios fortificados (en countries del Conurbano y otros del noroeste de la
capital cordobesa), donde se sospecha la complicidad de los servicios de
seguridad privada, terminan por instalar la desconfianza en un nuevo registro,
actualizando la pregunta acerca de quién vigila a los vigiladores.

LA CONSOLIDACIÓN DE LA BRECHA URBANA


En el año 2003 se inició una nueva etapa, como lo revela la reactivación de la
demanda. Sin duda la estabilización económica y política que comenzó a
perfilarse desde mediados de 2003 constituyó un nuevo incentivo para un estilo
de vida que como en otros países —aunque con menos exacerbación que en el
nuestro— llegó para quedarse, como fiel reflejo y consecuencia de las nuevas
brechas sociales instaladas por el modelo neoliberal. Por eso mismo, la actual
es una fase de consolidación del modelo.
En primer lugar, la construcción conoció una fuerte suba. A nivel nacional
ésta lleva acumulado, de enero a mayo de 2004, un crecimiento del 21,1%. La
mayor tasa de crecimiento está centrada “en la construcción de viviendas en
barrios cerrados y en zonas con alto poder adquisitivo”, según informó el Indec.
Sólo durante el pasado año se construyeron más de 4.000 casas en barrios
privados y countries que bordean la Capital (Clarín, 27/2/2004). En los
primeros cinco meses de este año el número de operaciones ya había crecido un
40% (revista Noticias, 15/04/2004). Sin tratarse de un nuevo boom, las
construcciones encuentran un sostenido ritmo de crecimiento, sobre todo en
determinadas zonas. Lo que volvió a dar un impulso a la construcción fue,
además de la reducción de los costos luego de la devaluación, la ventaja
comparativa que ofrecen ciertas construcciones en urbanizaciones privadas
respecto de una similar en un buen barrio de la Capital. Por otro lado, en los
últimos tiempos se ha venido también afirmando la tendencia de alquilar
residencias en los countries durante la temporada de verano. Este segmento del
mercado, que ha visto subir la demanda y ha aumentado el valor del alquiler
entre un 10% y 15% el último año, concierne sobre todo a los clubes que
cuentan con una buena infraestructura deportiva y grandes lotes (La Nación,
suplemento countries, 25/09/2004).
En síntesis: una de las características esenciales de esta etapa es que las
elecciones de los residentes, lejos de ser azarosas, se orientan sobre todo a
aquellas urbanizaciones “integrales” (los megaemprendimientos), y a aquellos
barrios cerrados y countries más consolidados. Otro elemento fundamental a la
hora de elegir es la calidad de los accesos. Así, algunas zonas se vieron bene-
ficiadas por la apertura de nuevos corredores viales (el Acceso Bancalari-
Benavídez fue un incentivo para las urbanizaciones que se encuentran en el
partido de Tigre, hoy en franca expansión). No hay que olvidar que, como
consignan residentes y agentes inmobiliarios, “el público se mueve por corredores.
Es decir, que quienes emigraron hacia Pilar provienen principalmente de
Belgrano, Palermo y Barrio Norte; con el Oeste sucede lo mismo: Caballito, Flores
y Liniers son los sectores de donde proviene el 70% de los compradores” (La
Nación, suplemento countries, en www.construirydecorar.com).
El destinatario de la oferta sufrió ciertos cambios respecto del perfil social
típico de los años ‘90. Según el informe de una conocida constructora recogido
por la revista Veintitrés (25/3/2004), el consumidor final parece ser más el
industrial y el “empresario pyme” (beneficiado con la devaluación), que el joven
profesional exitoso de altos ingresos, empleado en una empresa multinacional.
Como nos comentaba un agente inmobiliario instalado en el country San Diego,
el comprador actual es un “ahorrista dolarizado”. Al no haber posibilidad de
crédito bancario, la compra es al contado, “aunque —subraya— muchos de los
compradores no lo hacen como inversión, sino a manera de resguardo”. Otros
agentes inmobiliarios afirman que el cliente se ha vuelto más exigente, como lo
muestra la personalización de la elección, que se manifiesta inclusive en el
sistema housing (casa llave en mano). También es preciso señalar que los
inversores particulares perdieron terreno en el mercado inmobiliario de las
urbanizaciones cerradas, a partir de lo cual terminaron por consolidarse los
grandes inversores.
En fin, sin la euforia típica de la era menemista, parecen surgir varias
lecciones “de vida” relativas a las oportunidades y a los riesgos que aporta este
nuevo estilo residencial: por un lado, los residentes e inversores han
comprobado que hay “vida posible” en los countries y barrios privados, aun
después de la devaluación y el default. Han podido observar que las amenazas
tienen que ver con la inseguridad de cada día (robos, secuestros), antes que con
supuestas invasiones encabezadas por masas de pobres y hambrientos. Pero no
por ello se descuida la ayuda social; antes bien, se procura focalizarla en los
barrios aledaños. Por otro lado, los tan “temidos” piqueteros se manifiestan en
la ciudad, y no parecen tener mucho interés en derribar los muros de la ciudad
privatizada para interpelar la tranquilidad de los “ricos” o el anonimato de los
“famosos”. En este contexto, las urbanizaciones privadas volvieron a ser
revalorizadas como una suerte de fortaleza protegida y distante, frente a una
ciudad cotidianamente desgarrada por los conflictos sociales.
En realidad, la reactivación del consumo y la inversión desborda el
fenómeno específico de countries y barrios privados, sobre todo si nos referimos
a las clases altas, las cuales al parecer han vuelto a recuperar la seguridad
ontológica, esto es, la confianza en sí mismas, luego del cataclismo. Un índice
claro de esta recuperación de la confianza es que, como indica prolijamente un
artículo aparecido en La Nación, en la sección de “Economía & Negocios”, del
27/6/2004 (L. Ferrarese, “En qué gastan los que más ganan”), una encuesta
realizada a personas que pertenecen al estrato económico alto revela que “el
53% pudo retomar su estilo de vida anterior a la crisis de diciembre de 2001 y
un 47% contó que, después de un largo tiempo de restricciones, está volviendo
a comprar cosas para darse gustos”. Pese a ello, a la hora de invertir las
conductas continúan siendo conservadoras, orientándose a la compra de casas.
Los consumos, por su parte, apuntan al mejoramiento del interior de los
inmuebles antes que a “la ostentación”, que —como añade oportunamente la
articulista— “genera temores”.
En definitiva, a la manera de otros países latinoamericanos, en una
sociedad atravesada por profundas desigualdades y con la problemática de la
inseguridad en el ojo de la tormenta, las clases más ricas han tomado sus
recaudos al adoptar sofisticados dispositivos de seguridad que les permiten
ponerse a prudente distancia del otro y, al mismo tiempo, reafirmarse en su
estilo de vida. Esta recuperación de la confianza es asimismo visible en la
consolidación de las grandes marcas de lujo, que dan cuenta del aumento del
consumo ostentoso en ciertas zonas de la Capital, donde residen las clases más
acomodadas. Muchos de estos negocios que abarcan los rubros de vestimenta,
automóviles, vinos y joyerías, cuentan no sólo con seguridad privada sino con
acceso restringido. De igual modo, si hacemos referencia al actual repunte del
mercado inmobiliario en la ciudad de Buenos Aires, éste comprende sobre todo
los “proyectos de lujo”. Un relevamiento reciente indica que existe una
explosión inmobiliaria que se está dando en un pequeño radio de 44 manzanas,
situadas entre Barrio Norte y Palermo, donde hoy hay 14 edificios lujosos en
construcción (Clarín, 11/01/2004, Informe Mercado Inmobiliario). También
encontró un nuevo impulso el alquiler de oficinas tipo A (las más selectas)
destinadas a empresas, las que, en términos de ocupación, recobraron los
niveles previos a la devaluación.
Estos indicadores sirven para ilustrar, pues, la recuperación de la
seguridad de clase en un contexto de crecimiento económico y, a la vez, de
aumento de las desigualdades. En efecto, la contracara de esta realidad puede
ser ejemplificada con el dato, conocido hace unos meses, que revela que
Argentina tiene hoy la peor distribución de la riqueza de los últimos 30 años
(Consultora Equis, A. López: 2004). Lejos estamos de aquellos índices que en
1974 nos colocaban al mismo nivel que ciertos países europeos. Los datos de
diciembre de 2003 indican para todo el país que el 10% más rico se queda con
el 38% de la riqueza nacional y gana 31 veces más que el 10% más pobre. Esta
brecha se ahonda si hacemos referencia al Conurbano Bonaerense, donde el
10% más rico se queda con el 44,5% de la riqueza producida y mantiene una
distancia de 50 veces con el sector más pobre. Por último, hay otro dato
significativo: la salida de la convertibilidad y la devaluación redujeron la
economía, perjudicando notoriamente a los sectores más pobres y produciendo
a la vez una mayor concentración de la riqueza en los sectores más altos.
Semejante nivel de desigualdad —concluye este informe— representa un triste
récord: todos los sectores —tanto los más pobres como las franjas medias bajas
y altas, que suman el 90% de la población— perdieron. Todos transfirieron
ingresos al sector ubicado en la cúspide de la pirámide.
Finalmente, la dinámica regresiva continúa. Con ello, la brecha abierta en
los ‘90, cuyas consecuencias más notorias fueron la fragmentación social y la
segregación espacial, encuentra hoy su vuelta de tuerca, es decir, se reafirma y
termina por consolidarse.
EPÍLOGO

LA (IN)SEGURIDAD EN EL OJO DE LA TORMENTA

La crisis generalizada abierta en diciembre de 2001 implicó un deslizamiento


importante: el pasaje a un nuevo umbral cargado de hondas y ambivalentes
significaciones sociales y políticas, visibles en la centralidad que adquirieron las
demandas de seguridad y las aspiraciones de igualdad. Cerraremos este libro,
entonces, con una reflexión en dos movimientos, acerca del entrecruzamiento y
la disociación de estos valores y demandas presentes en la Argentina de hoy.
1) En primer lugar, la crisis y el agravamiento de la miseria colocaron a la
sociedad toda en una suerte de gran tembladeral, que acentuó la fragilidad de
las situaciones y la inestabilidad de las posiciones sociales. Nadie pareció estar
exento de las consecuencias de esta inflexión, ni siquiera los “afortunados”
habitantes de los predios fortificados, quienes tendieron a exacerbar sus
temores pese a los altos muros y las multiplicadas vigilancias. En segundo
lugar, la experiencia de la crisis fue de un nivel tal de radicalidad que puso al
desnudo y frente a toda la sociedad, el alcance de la mutación llevada a cabo
durante los ‘90. Más aun, trajo la sospecha de que, más allá del ingreso a un
período de cierta “normalidad institucional”, visible a partir de 2003, la crisis
había terminado por instalar una nueva lógica social que mostraba
abiertamente las consecuencias perversas de dicha mutación.
Seamos claros. Hace tiempo ya que Argentina es un país marcado por la
fragmentación social y la segregación, en cuyo interior coexisten numerosas y
disímiles sociedades, con modalidades de regulación y recursos profundamente
desiguales. Sin embargo, durante los ‘90, no fueron pocos los actores sociales
que trataron de minimizar los efectos negativos de estas grandes trans-
formaciones, a partir de un discurso centrado en las supuestas bondades del
modelo neoliberal (estabilidad, modernización, privatización). El Estado sufrió
una reducción drástica en su rol como productor de la cohesión social, visible
en la privatización de bienes y servicios básicos que afectó la calidad de la
salud, la educación y la seguridad. Así, con el correr de los años, la pérdida de
recursos y competencias del Estado, sumado al cuadro de desindustrialización
y desempleo, trajo aparejado, entre otras cosas, el aumento de la violencia
social y la experiencia de la inseguridad ciudadana.
La crisis abierta en 2001 puso al desnudo el carácter virulento que estas
formas de la violencia social podían adoptar. Uno de sus rasgos más
particulares es que ésta puede presentarse como fuerza vertiginosa y
fluctuante, capaz de atravesar, aunque sea por un breve instante (una ráfaga,
un movimiento “express”) cualquier frontera social. El corolario de ello ha sido
que la seguridad se convirtió, más que nunca, en el bien más preciado de gran
parte de la sociedad argentina.
Este cambio de umbral tuvo claras consecuencias sobre las urbanizaciones
privadas. Hasta antes de la crisis, el anhelo de comunidad había tenido dos
tópicos recurrentes: por un lado, el estilo de vida remitía a las imágenes
bucólicas que alternaban la evocación del verde con la onda new age; por otro
lado, aludía al ideal de la microcomunidad perfectamente regulada, materia-
lizada en reglamentos obsesivos que los propios residentes se empeñaban en
transgredir. Sin embargo, luego de 2001, quedó claro que la utopía de este
nuevo estilo de vida no es otra que la seguridad sin más. Más simple, los
contenidos reales de estas aspiraciones comunitarias no tienen que ver con una
definición de “lo bueno”, sino con la necesidad de protegerse ante “lo peor”.
Estamos, pues, ante lo que Beck denomina una “comunidad del miedo”
(1998b), cuyo objetivo es la seguridad concebida en un sentido puramente
negativo y defensivo.
No por casualidad la seguridad privada se convirtió en los últimos años en
uno de los segmentos más exitosos del mercado del miedo. En la actualidad,
sólo en la provincia de Buenos Aires las agencias de seguridad privada (que
pertenecen, en su mayoría, a militares —conocidos represores algunos de
ellos— y ex policías) suman más de 700. Se estima que a nivel nacional
estarían trabajando de custodios privados aproximadamente unos cien mil
hombres, o sea “22 mil más que los que suman la policía Bonaerense y Federal
juntas” (Clarín, 10/09/2002). Sólo sectores de poder adquisitivo alto y muy
pocos de clase media pueden pagar los servicios de este verdadero “ejército
paralelo”.
La brecha urbana ilustra así la creciente fragmentación social, que en sus
antípodas se manifiesta, por un lado, en las ciudadelas fortificadas que habitan
las clases altas y medias-altas y, por el otro, en los ghettos pobres que cobijan a
los excluidos del sistema. Sin embargo, no es menos cierto que entre uno y otro
extremo se insertan los barrios enrejados, donde residen las clases medias y
medias-bajas, cuya tendencia al acantonamiento defensivo es visible en las
cada vez más altas rejas y paredones, acompañados, en algunos casos, de
garitas de vigilancia.
La desigualdad fue de este modo multiplicando sus registros. Convertida en
un valor de cambio, la seguridad se constituyó en un bien caro y preciado, cuya
sola posesión marca fuertes fronteras sociales y, más aun, diferentes categorías
de ciudadanía. Así, los residentes de countries y barrios privados representan el
triunfo de un modelo de ciudadanía restringido, de corte patrimonialista,
montado, por un lado, sobre la figura del ciudadano contribuyente, y por el
otro, sobre la exigencia de autorregulación. Pero, como bien sostiene G.
Améndola (2000), “se autorregulan los que pueden. Y para los que no pueden,
está el Estado.”
En otros términos, en el marco de un modelo de sociedad que ha
mercantilizado el acceso a los bienes básicos —entre ellos la seguridad— existe
una amplia franja de la población que experimenta la disminución de su status
ciudadano. Son entonces aquellos sectores sociales que, en su mayor parte,
viven en barrios enrejados y, en menor medida, en los ghettos pobres, los que
hoy dirigen sus reclamos al Estado. Dichas demandas, que han colocado la
problemática de la (in)seguridad en el ojo de la tormenta, poseen un carácter
legítimo, en tanto y en cuanto reclaman al Estado —actualmente vaciado de
recursos y restringido severamente en sus competencias luego de 15 años de
neoliberalismo— que asuma su función de garantizar la seguridad de manera
integral e igualitaria. Sin embargo, una vez dicho esto, la realidad nos muestra
que en la actualidad estos reclamos tienden a presentar un carácter acotado y
negativo, disociándose de una vocación verdaderamente republicana.
Dos hechos recientes pueden servirnos para ilustrar el avance que hoy
registra en el país esta concepción negativa y defensiva de la seguridad y, al
mismo tiempo, advertirnos acerca de su peligro. El primero es el movimiento (y
la persona) de Juan Carlos Blumberg. Esta figura a quien algunos quisieron
convertir en una suerte de fiscal de la república, pero que rápidamente se
convirtió en un intolerante defensor de políticas de mano dura, encabeza
marchas que, en el origen, eran muy ambivalentes, pues no sólo representaban
una visión punitiva o represiva de la justicia y la seguridad, sino también una
legítima demanda de ciudadanía, colocando el acento en la transparencia y el
buen funcionamiento de las instituciones republicanas.
Sin embargo, como en otros países latinoamericanos (en México y Paraguay
hubo marchas similares), este nuevo movimiento que nuclea el reclamo de
sectores medios y medios-altos perjudicados por el aumento de la “inseguridad
ciudadana”, termina siendo portador de una concepción netamente represiva de
la seguridad, en desmedro de una visión más integral. Estas marchas y
convocatorias, apoyadas e impulsadas por los grandes medios de comunicación
y que interpelan al Estado como responsable de la situación de inseguridad,
han generado una rápida respuesta de parte del poder político a través del
endurecimiento de la legislación penal y de un importante programa de
seguridad que dispone una mayor presencia policial en la vía pública, así como
una depuración de las fuerzas policiales, sobre todo en la conflictiva provincia
de Buenos Aires. De esta manera la evolución que han tenido las convocatorias
y reclamos de Juan Carlos Blumberg nos está indicando el alcance del giro
realizado, al tiempo que nos anticipa algo acerca de la fuerza política que puede
llegar a tener una concepción de la seguridad vaciada de una verdadera
aspiración republicana.
El segundo hecho puede parecer anecdótico pero, en realidad, resulta muy
inquietante. El 15 de septiembre de este año, los vecinos del barrio Parque
Horizonte, situado en el sur de la ciudad de Córdoba, decidieron armarse “para
defenderse de la delincuencia”. La decisión fue tomada luego de que uno de los
vecinos fuera gravemente herido en la vereda de su casa por dos personas que
intentaron robarle su automóvil. La noticia impactó de tal manera en la justicia
que hasta el fiscal federal de la provincia se acercó a “pedirles cordura”,
afirmando que era un error y que “la gente no se puede armar en respuesta a
una situación de violencia”. “Estamos sitiados”, fue una de las respuestas que
dio uno de los vecinos consultados por un medio periodístico. Redoblando la
apuesta, los vecinos adelantaron que se estaban organizando “para hacer
justicia por mano propia” y que, además, estaban evaluando “cerrar las calles
con portones, como si fuera un barrio privado, y controlar a los que entran y
salen” (La Nación, 15/09/2004). Días más tarde, luego de que en una asamblea
barrial el jefe distrital de la policía se comprometiera a poner en marcha un
nuevo operativo de seguridad, los vecinos decidieron tomarse un mes para
evaluar el plan propuesto (La Nación, 22/09/2004).
Así, esta segunda historia nos advierte sobre el peligroso espacio que se
abre cuando el Estado no puede garantizar la seguridad a aquellos sectores que
se encuentran expuestos a las eventuales amenazas que presenta la ciudad
abierta en un contexto de polarización social y aumento de las desigualdades.
En estos casos, pese a la tendencia creciente al enrejamiento, sucede que los
sujetos quedan librados a la sola fuerza del miedo.
2) En segundo lugar, la crisis no potenció solamente la estructura de
temores e incertidumbre, visibles en la demanda de seguridad. El estallido del
modelo de convertibilidad, en diciembre de 2001, hizo posible también que
vastos sectores sociales comprendieran de golpe, como si fuera una revelación,
que la brecha social que se había abierto durante los ‘90 era profundamente
ilegítima. Este cuestionamiento, que trajo aparejada una crítica radical de la
globalización neoliberal en su versión vernácula, estuvo en la base de la
afinidad desarrollada entre las clases medias que se movilizaron durante 2002
y las organizaciones de desocupados que desde hacía años venían trabajando
en sus barrios en la recomposición de los lazos sociales. Lo particular aquí es
que durante 2002 —algunos dirán, apenas un flash— las clases medias
movilizadas a través del cuestionamiento a la representación del sistema
institucional, expresaron un doble reclamo, portador tanto de un fuerte anhelo
de igualdad como de una exigencia de verdadera refundación de las
instituciones republicanas. Pero en una sociedad donde se sacrificaron los
derechos más elementales de las personas en nombre de la salvación de una
minoría, la apelación al igualitarismo apareció dotada de una nueva
radicalidad, y trajo consigo la suspensión de todos los contratos (político, eco-
nómico, social). De igual modo, la demanda de recuperación del Estado, con el
fin de reinventar desde abajo sus instituciones, pronto sufrió las tentativas de
cooptación por parte del sistema institucional, y terminó siendo objeto de una
apropiación ilegítima por aquellos mismos partidos políticos —y aquellos
dirigentes— que fueron responsables de su vaciamiento.
Lo cierto es que muchos de los que habían salido a la calle, primero
impulsados por una demanda de reparación, luego exigiendo participación e
igualdad, optaron por volver a replegarse en el espacio privado. Más aun,
algunos podrán argüir que durante 2002 la demanda de igualdad tendió a
desdibujarse y deslegitimarse, en algunos casos a distorsionarse, pese al
reclamo activo de los actores más excluidos. En realidad, las responsabilidades
de su desdibujamiento remiten a una contienda política por demás compleja, en
un escenario donde intervienen y se entrecruzan activamente el poder
económico, sus voceros políticos y mediáticos, y la política disciplinadora y
represiva del gobierno actual para con los sectores más desfavorecidos.
Asimismo, dichas políticas hoy se ven fortalecidas por la indiferencia y apatía
de los llamados sectores “progresistas”, tanto como por las limitaciones
dogmáticas de ciertos sectores movilizados ligados a los partidos de izquierda
(Svampa, 2004). El horizonte se torna más oscuro si tenemos en cuenta que las
respuestas del gobierno actual, más allá de los ampulosos discursos políticos,
son también parciales y acotadas, en tanto y en cuanto suponen el manteni-
miento de un modelo socioeconómico que está en el origen de tales niveles de
inseguridad y exclusión.
En suma, los hechos más recientes parecen confirmar que la demanda de
seguridad, reducida a una concepción negativa y defensiva, terminó por
imponerse por sobre cualquier anhelo de igualdad.
Muchos pensarán que el legado de la crisis fue el caos, el cataclismo. Pero
eso significaría ver solamente una parte de la realidad. La crisis fue también
portadora de un anhelo de ciudadanía e igualdad que planteó como demanda la
necesidad de refundar la sociedad, de pensar una nueva institucionalidad,
sobre la base de programas verdaderamente abiertos y de principios univer-
sales. Ese legado que afirma de manera contundente que ninguna sociedad con
aspiraciones de integración y de justicia social puede construirse sobre la base
de la exclusión de una parte de ella, nos está diciendo también que ningún
nuevo contrato social puede ser realmente duradero si cuenta con una
concepción de la seguridad que expulsa de su seno todo ideal de igualdad.
BIBLIOGRAFÍA DE CONSULTA
AMÉNDOLA, G. (1997): La ciudad posmoderna, Madrid, Celeste Ediciones.
BALLENT, A. (1998): “Country life: los nuevos paraísos, su historia y sus
profetas”, en Block, 2, mayo.
BECK, U. (1998a): ¿Qué es la globalización?, Buenos Aires, Paidós.
——— (1998b): La sociedad del riesgo, Buenos Aires, Paidós.
BORJA, J. (2000): “La visión ciudadana”, en La fragmentación física de nuestras
ciudades, Memoria del III Seminario Internacional de la Unidad Temática
de Desarrollo Urbano, Malvinas Argentinas, 3 y 4 de agosto de 2000.
——— y CASTELLS, M. (1997): Lo local y lo global. La gestión de las ciudades en
la era de la información, Madrid, Taurus.
BOURDIEU, P. (1979): La distinction. Critique social du jugement, París, Minuit.
(La distinción, Madrid, Taurus, 1998.)
CABRALES BARAJAS, L. F. (2002) (coordinador): Latinoamérica, países abiertos,
ciudades cerradas, Universidad de Guadalajara, Unesco.
COHEN, D. (1997): Riqueza del mundo, pobreza de las naciones, Buenos Aires,
Fondo de Cultura Económica.
DEL CUETO, C. (2004): “Los únicos privilegiados. Estrategias educativas de las
nuevas clases medias”. Tesis de Maestría, Universidad Nacional de
General San Martín, IDAES.
DONZELOT, J. (1999): “La nouvelle question urbaine”, en Esprit, 258, París,
noviembre.
ELIAS, N. (1994): El proceso de la civilización, México, Fondo de Cultura
Económica.
GARCÍA, M. (2004): “La tarea de asistir. Apuntes preliminares sobre la cuestión
«intereclases»”, Instituto de Ciencias, Universidad Nacional de General
Sarmiento, mimeo.
GRAVANO, A. (2003): Antropología de lo barrial. Estudios sobre producción
simbólica de la vida urbana, Buenos Aires, Espacio.
JAURETCHE. A. (1967): El medio pelo en la sociedad argentina, Buenos Aires,
Peña Lillo.
KORIN, M. (2003): Urbanizaciones cerradas. La conformación de un imaginario
mediático, Tesis de Maestría, Universidad Nacional de General San
Martín, IDAES.
LÓPEZ, A. (2004): Consultora Equis, Informe de junio de 2004, en base a cifras
del INDEC.
LASH, S. y URRY, J. (1998): Economías de signo y espacios. Sobre el capitalismo
de la pos-organización, Buenos Aires, Amorrortu.
NAREDO, M. (1998): “Seguridad y Ciudadanía: necesidad de un pacto de
convivencia”, Ponencia presentada en la Jornada “Ciudades más
seguras”. Ministerio de Fomento, España.
NEUFELD, M. R. y CRAVINO, C. (2002): “Entre la hiperinflación y la devaluación:
saqueos y ollas populares en la memoria y trama organizativa de los
sectores populares del Gran Buenos Aires (1989-2001)”, Revista de
Antropología, vol. 44, núm. 2, Univ. de San Pablo, Brasil.
PINÇON, M. y PINÇON-CHARLOT, M. (2000): Sociologie de la bourgeoisie, París, La
Découverte.
PREVOT-SCHAPIRA, M. F. (1999): “Amérique Latine: la ville fragmentée”, en Esprit,
258, noviembre.
SASSEN, S. (1999): La ciudad global. Nueva York, Londres, Tokio, Buenos Aires,
Eudeba.
SENNETT, R. (2000): La corrosión del carácter, Barcelona, Anagrama.
SIMMEL, G. (1977): Filosofía del dinero, Madrid, Instituto de Estudios Políticos.
SVAMPA, M. (2001): Los que ganaron. La vida en los countries y en los barrios
privados, Buenos Aires, Biblos.
——— (2004): “Las organizaciones piqueteras: actualización, balances y
reflexiones (2002-2004)”, en M. Svampa y S. Pereyra, Entre la ruta y el
barrio. La experiencia de las organizaciones piqueteras, Buenos Aires,
Biblos, segunda edición, corregida y actualizada.
TORRES, H. (1998): “Procesos recientes de fragmentación socio-espacial en
Buenos Aires; la suburbanización de las elites”, Seminario de
investigación urbana “El nuevo milenio”, Buenos Aires.
VELÁZQUEZ, M. y ZUNINO SINGH, D. (1999): “¿Hacia una ciudad cerrada?”.
Ponencia presentada en el XXII Congreso de la Asociación
Latinoamericana de Sociología, Universidad de Concepción, Chile, 12-16
octubre de 1999.
VIDAL-KOPPMAN, S. (2001): “Segregación residencial y apropiación del espacio: la
migración hacia las urbanizaciones cerradas del área metropolitana de
Buenos Aires”, en Scripta Nova, Revista Electrónica de Geografía y
Ciencias Sociales, Universidad de Barcelona, N 94 (70)

Suplementos de Countries y Barrios Privados de los diarios La Nación y Clarín.

www.indec.mecon

www.pilar.com.ar

www.pilarcity.com

www.ar.defensayseguridad.com

www.urbanizacion.com

www.grupocountry.com

www.construirydecorar.com

Diarios La Nación, Clarín y Página/12.

Revistas Veintitrés, La Primera y Noticias.


LA AUTORA
Maristella Svampa es Licenciada en Filosofía por la Universidad Nacional de
Córdoba y Doctora en Sociología por la Escuela de Altos Estudios en Ciencias
Sociales (EHESS) de París. Es investigadora-docente en el Instituto de Ciencias
de la Universidad Nacional de General Sarmiento e investigadora del Conicet.
Es profesora de posgrado sobre Teoría social contemporánea y Análisis de los
movimientos sociales en Idaes y Flacso. En el año 2000 obtuvo la cátedra Simón
Bolívar de la Universidad de París III, Nouvelle-Sorbonne, del Instituto de Altos
Estudios en América Latina.
Ha publicado los siguientes libros: El dilema argentino, “Civilización o
Barbarie”. De Sarmiento al revisionismo peronista (1994); La Plaza Vacía. Las
transformaciones del peronismo (1997, con D. Martuccelli); Desde Abajo. La
transformación de las identidades sociales (2000, editora). Los que ganaron. La
vida en los countries y barrios privados (2001) y Entre la ruta y el barrio. La
experiencia de las organizaciones piqueteras (2003, con S. Pereyra).

También podría gustarte