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Pierre Voltaire nació en una familia liberal al norte de Francia. Su familia era creyente,
pero no practicante. Su desempeño como estudiante fue sobresaliente en todas las
materias desde muy niño. A Pierre le gustaban las paradojas. Y llevarle la contraria a
sus padres. Un día, de madrugada, con la mente ebria del rocío dijo:
Y así lo hizo. A la mañana siguiente notificó que había sentido la llamada de Dios. Con
18 tiernos años Pierre Voltaire iba a estudiar para sacerdote católico. Aprobó el
seminario e hizo muchos contactos en Roma. Todo apuntaba que una gran carrera le
esperaba a ese muchacho. En su parroquia en Francia, se hizo notar. Con el dinero de la
iglesia daba subvenciones a los más necesitados. Fue un gran filántropo. Consiguió
calar en la gente joven, se expandió rápido. A los 6 meses media Francia le debía dinero
a Monseñor Pierre, y la otra media le había confiado sus mayores secretos en el
confesionario. Se volvió el número uno en su país y en otros ya empezaban a conocerle
más. Llegó a estar muy claro que ese tipo se convertiría en Papa. Y efectivamente, la
fumata blanca confirmó esa sospecha.
Aún así, desde el Vaticano empezó a tejer redes internacionales. La economía estaba
fatal en ese momento. Así que el Papa Jesucristo Segundo repartió todo el tesoro del
Vaticano entre la población. Hizo que acabara una crisis que llevaba 15 años instaurada.
Todo el mundo quería al Papa. Lo había conseguido. Era la persona más influyente del
mundo. Millones de ciudadanos del mundo se convirtieron al cristianismo. Los
protestantes, ortodoxos y demás iglesias se sometieron ante el Papa. La Iglesia católica
volvió a conseguir el poder que tuvo en tiempos pasados, e incluso más. En un
momento en el que el capitalismo y el comunismo habían caído, el Vaticano fue el
sustento económico. En un mundo en el que la ciencia se había vuelto tan abstracta que
había perdido todo sentido, la religión ofreció una alternativa cómoda. Jesucristo
Segundo llego en un mundo decadente y oscuro y encendió una luz. Resucitó a Dios, o
eso parecía. Pero, un día 25 de diciembre de madrugada, ocurrió la tragedia. El Papa
dio la última Misa del Gallo. La Basílica de San Pedro estaba llena. Todo el mundo
miraba fijamente a Jesucristo Segundo. Se respiraba un ambiente de confusión ¿Por qué
no decía nada? El Papa estaba de pie, mirando fríamente a los feligreses. Al fin, habló.
- Hermanos míos- dijo con tono solemne- Ha llegado el momento de que os diga
la verdad.
- Me temo, hermanos míos, que no hay nada más que hacer. La última esperanza
de nuestra especie fue sólo un chiste malo. Nos hemos gastado todo el tesoro
papal. La economía tampoco sobrevivirá mucho más, pues todo dependía de ese
dinero. Esta es la última misa que jamás se realizará. Señores y señoras, Dios ya
murió hace años, pero hoy ha muerto la Humanidad.
Justo después de decir esto, un rayo cayó sobre la Basílica de San Pedro. El edificio
soporta los rayos en circunstancias normales. Pero este fue el rayo más poderoso que
jamás ha caído sobre la Tierra. Todo el Vaticano empezó a desmoronarse. Pierre
Voltaire, el último Papa, pasó sus últimos momentos riéndose de su propio gran
chiste. La Capilla Sixtina quedó reducida a polvo. El Vaticano, a un montón de
escombros. El mundo se quedó en silencio.
Los líderes mundiales intentaron que el mundo siguiera funcionando, pero fue inútil.
Lo primero en caer fue la economía. Las bolsas de todo el mundo cerraron al cabo
de un mes y medio. Los bancos tardaron seis. Los presidentes de los diversos países
estaban en tremendos desacuerdos, lo único que impedía una tercera guerra mundial
es que nadie podía comprar armas. Las tensiones internacionales fueron cada vez
más grandes, hasta que, 4 años después de la caída papal, la ONU se disolvió. Lo
mismo pasó con la Unión Europea y demás organizaciones. Para este momento ya
había abdicado toda la realeza del mundo, excepto Isabel II de Inglaterra. Esta murió
2 años después de la disolución de las Naciones Unidas, a la edad de 124 años. La
política duró apenas unos meses más. El primero en hablar fue el presidente de
España.
Cuando quedaron disueltos los estados, se congregaron todo tipo de fiestas. Una rave
cada cuatro pueblos, orgías en iglesias. Había suficiente alcohol y drogas en el mundo
como para que toda la población se pasara de juerga unas semanas. Y así ocurrió. La
gente llenaba las calles bailando. No comían, no dormían, solo bailaban y se drogaban.
Como es natural, no duraron mucho. A los cinco días, sólo quedaban diez humanos. La
población bajó en un 99.99%. De esos diez humanos, siete murieron esa noche, por
sobredosis o accidentes estúpidos. Dos se mataron el uno al otro. Y el último, se fue al
bosque y vivió pleno y feliz hasta el fin de sus días, cincuenta años después. Pero eso es
otra historia, que contaré en otro momento.