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1. Primero que todo hay que describir el accionar del M19 como un acto
despreciable. El incumplimiento por parte del Estado a un acuerdo pactado el 24
de agosto de 1984 en el que aseguraba un cese al fuego, no justificaba la toma
del Palacio de Justicia. Ni esa, ni ninguna otra razón. La respuesta por parte de las
fuerzas armadas fue incluso más deplorable al intentar “establecer de nuevo el
orden” a cualquier costo, atentando también con la vida de personas inocentes.
Sin victimizar al M19 pienso que el dialogo por parte de los militares hubiese
impedido la reacción violenta y con ello la catástrofe y el asesinato de vidas
inocentes. ¡Y es que no encuentro otra forma de proceder porque en medio había
rehenes! Pero se actuó bajo la ideología extendida en el continente
latinoamericano en la época de exterminar cualquier movimiento guerrillero y
comunista. La desaparición y el asesinato de “posibles militantes de esa guerrilla”
atestigua este hecho.
2. Acabar con esta guerrilla a través del indulto fue la forma más “simplista” y
cómoda que se pudo haber negociado. La reinserción en la vida civil y la
participación política resultaba más barata (y menos violenta) para el gobierno y
más asequible para los guerrilleros. Si bien su ideología de una nación
democrática no estaba errada, la forma de accionar y su consecución sí lo era. La
manera lenta y atropellada en que se dio el juicio de los miembros de las fuerzas
armadas demuestra la carencia de un sistema judicial neutral y riguroso. La
presión constante que ejerció lo ciudadanía sobre el caso de los desaparecidos a
que no quedara impune, obligó a que luego de muchos años se hiciera justicia.
Pero una justicia a medias porque el coronel Luis Alfonso Vega solo fue imputado
por la desaparición de dos personas (y no de once); fue apresado en el año 2007
y luego de apenas 8 años de prisión fue absuelto. Con la misma suerte contaron
Iván Ramírez Quintero, Fernando Blanco y Gustavo Arévalo.