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Es a partir del suceso antes mencionado que los gobiernos subsecuentes empezarían
a utilizar de manera mucha más activa a las fuerzas de seguridad pública y otros grupos
paramilitares para mantener a raya a la oposición política, dando pie de esta forma al uso de
diversas prácticas —conocidas como crímenes de lesa humanidad— que iban desde el
encarcelamiento ilegal y la persecución política, hasta los secuestros, la tortura,
desapariciones forzadas e inclusive la detención de familiares de los involucrados. Y es que,
toda esta serie de operaciones militares, nunca pretendieron someter a disposición de las
autoridades competentes a aquellos que se consideraban instigadores de la insurrección
popular, sino que estaban directamente diseñados para capturar, torturar y desaparecer
temporal o definitivamente a los detenidos, ejecutándolos extrajudicialmente.
Por otra parte, es importante señalar, que la violencia física no fue la única arma que
se utilizó en contra de los individuos pertenecientes a la oposición, pues parte de su campaña
de persecución involucró la criminalización pública, que señaló a los participantes de la
insurrección como delincuentes, acusándolos incluso de terrorismo y cuestionando la
legitimidad de su movimiento, censurando y manipulando a los medios de comunicación
disponibles para no dejar mal al gobierno en turno.
Curiosamente, pese a que estos sucesos comprenden un período bastante amplio —y
reciente— en la historia de México no suele ser común escuchar hablar acerca del tema, pues
usualmente los únicos acontecimientos que siguen vigentes en la memoria de la sociedad
mexicana son los relacionados con los movimientos estudiantiles, como la masacre de
Tlatelolco, que, pese a ser recordada, tampoco resuena con la importancia que merece en
gran parte de la población, población que en su mayoría únicamente recuerda lo sucedido
cada 2 de octubre, en la celebración del aniversario, sin prestarle mayor atención al tema,
obviando que en realidad nunca existió solución ni justicia por lo sucedido. Y es que, la
masacre de Tlatelolco y la masacre en la Alameda son solo dos acontecimientos en una larga
lista de eventos trágicos y desafortunados que la mayoría de los mexicanos ignora,
permitiendo de esta forma la prolongación de la injusticia al no exigir en conjunto de las
víctimas y sus descendientes la reparación adecuada de los daños.