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Quememos a las brujas

Luciana Brollo
En el siguiente ensayo voy a trabajar la violencia de género utilizando el
texto “Las cosas que perdimos en el fuego”, de Mariana Enríquez.
Sin dudas, este relato invita a reflexionar sobre algo que da miedo de
verdad. La historia comienza con una mujer que, fruto de los malos tratos, ha
sufrido quemaduras en gran parte de su cuerpo, desfigurando su cara, y se
dedica a mendigar en el subte. Sin saber el porqué, varias mujeres padecen el
mismo destino. A modo de manifestación, crean un canon de belleza.
Según el informe presentando en agosto del 2019 por el Observatorio de
Femicidios del Defensor del Pueblo de la Nación, se cometieron un total de
155 femicidios durante la primera mitad del año. El primero en ser registrado
fue le de Celeste Castillo de 25 años, a sólo 12 horas del año nuevo, asesinada
por su esposo (que luego se suicidó); su crimen abrió una serie de 22
femicidios entre los meses de enero y marzo.
Vivimos en una sociedad violenta que “lucha por los derechos
individuales”, cometiendo el grave error de pensar que dichos derechos son
únicamente los propios y no los de un colectivo social. Por tal motivo, nos
escandalizamos cuando las víctimas de un crimen de género pertenecen a la
clase media y realizan una vida “normal”, parecida a la nuestra. Lo que hace
surgir la identificación propia pensando” me podría haber pasado a mí, o
algún familiar”. Por el contrario, cuando la víctima pertenece a una clase con
mayor nivel de vulnerabilidad o mantenía una vida sexual activa, o realizaba
actividades “arriesgadas”, se critica el atroz hecho haciendo hincapié en su
vida, su círculo y hasta su vestimenta, olvidando poner nuestra mirada en el
agresor y en aquellos que generó su conducta.
Yo me pregunto: ¿qué le van a decir a decir a sus familias?, ¿señora,
cálmese? ¿Está todo en manos de la justicia? ¿Qué manos? ¿Qué justicia?
¿Qué cuento van a elegir ahora? Debería indignarles que no podamos siquiera
caminar, volver a casa, confiar en el otro, que no nos respeten, que pixelen la
cara del femicida mientras escarban en nuestra intimidad después de muertas
como cuervos.
“Ella se drogaba”, “caminaba sola a las cinco de la mañana”, “él la
golpeaba, pero ella siempre volvía”, “pobre campeón, se le fue la mano”.
Siempre culpables, siempre equivocadas, pareciera que nacimos en el lugar y
la hora incorrecta. El gran error de nuestra vida para el mundo es reclamar la
vida misma.
La respuesta a todo está en el propio reflejo social, aquel que como
humanos tanto nos cuesta reconocer. Debemos dejar de alimentar una
sociedad violenta con la pasividad de quien no quiere involucrarse o bien,
lamentablemente, hasta que no quede nadie por quien luchar.

Información requerida: http://www.defensorba.org.ar/micrositios/oug/

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