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Por ello vamos a intentar darle otra vuelta de tuerka (jeje) y abordar el tema
desde diferentes perspectivas. En primer lugar, no me apetece demasiado empezar esta
historia desde el período de entreguerras como si de un libro de Santillana se tratase
esto. No, estás ideas se fueron cosechando poco a poco, a fuego lento durante años,
hasta que finalmente convergieron en una explosión de muerte, destrucción y gilipollez.
Quizás, dentro de las ideas que sirvieron para moldear estas ideologías (sobre todo la
nazi), la más antigua sea el antisemitismo. En toda la historia encontramos que el pueblo
judío se ha visto sometido a numerosas diásporas y exterminio. La primera de estas dos
drásticas medidas ha hecho que este credo se extienda mucho más allá de los límites de
su natal Canaán.
Durante la Edad Media, hasta el siglo XI más o menos, a los judíos no les fue del
todo mal. Hubo más tolerancia religiosa que en la Antigua Mesopotamia o en el imperio
romano. Tanto en reinos musulmanes como en reinos cristianos vivían en relativa paz y
tolerancia. Todo esto empezaría a decaer en la Baja Edad Media. Conversiones forzosas
al cristianismo, Inquisición, diásporas, eran el pan de cada día en un período histórico
encaminado hacia las guerras de religión de la Edad Moderna. Aquí se puede ver dos
cosas: la necesidad de la creación de una identidad nacional (al pasar del feudalismo
súper descentralizado al Absolutismo) y la búsqueda de un enemigo común para unir a
la nación. En algunos países odiaban a los protestantes, en otros a los cristianos, pero
todos tenían en común el antisemitismo.
Y aquí vamos con la segunda idea que los totalitarismos enarbolaron muy a
gusto: el nacionalismo. Cómo he dicho, no es la primera vez que se buscaba una cierta
identidad nacional. Al principio de la Edad Moderna, con el paso al Absolutismo, hubo
algo similar. Este fenómeno también se dio durante el gobierno de Octavio Augusto en
la época romana. De hecho, mitos nacionales de estos dos momentos serían reutilizados
por países como España o Italia sobretodo. Sin embargo, el nacionalismo que tanto
influenciaría a las ideologías autoritarias del siglo XX nació algún siglo después.
Concretamente, en el siglo XVIII. Tras la Crisis del Antiguo Régimen y las
revoluciones sociopolíticas que la acompañaron, hubo que rediseñar el modelo nacional.
Esto se hizo principalmente de dos maneras. En Francia e Inglaterra, los ideales
Ilustrados se extendieron como la pólvora. Universalismo y racionalismo para fomentar
la unión de las personas en pos de objetivos comunes eran rasgos de esta ideología.
También se fomentó la participación de la vida pública por parte del pueblo llano, ya no
existían súbditos sino ciudadanos. La educación universal buscaba, justamente, preparar
a sus ciudadanos para el mantenimiento social.
Sin embargo, ante estas teorías surgieron también otras bastante contrarias. En
Italia y sobretodo en Alemania, no se había pasado por una fase absolutista tan fuerte
como en Francia o España y, prácticamente, se habían mantenido en un federalismo
similar al presente durante el feudalismo. Las diferentes regiones de habla italiana y
germánica empezaron a procesar ideologías pangermánicas y pan-itálicas basadas en el
marco teórico y artístico del Romanticismo. Debía formarse una identidad nacional que
respaldara un nuevo estado, unido y fuerte. Esto se vio respaldado tanto histórica como
literariamente. Un gran ejemplo de esta corriente nacionalista en la academia lo tenemos
con la figura de Heinrich von Treitschke. Treitschke era un historiador alemán que se
dedicó a exaltar y promover ideas nacionalistas. Es famosa su afirmación de que “Soy
antes un patriota que un historiador”. Todo este nacionalismo alemán lo podemos ver
reflejado en Más allá del Bien y del Mal de Friedrich Nietzsche. El filósofo alemán fue
contemporáneo al inicio de este fenómeno. En el libro que mencioné antes, en la sección
octava, Pueblos y patrias, crítica vorazmente el nacionalismo. Dice que un nacionalista
es un ‘cateto atrincherado’.
Otra de las líneas ideológicas más fuerte de los totalitarismos (y este es común a
todos) es el culto al líder. El culto al líder es algo que se lleva haciendo desde que hay
líderes. Hay teorías que afirman que Zeus, Cronos y Urano son antiguos jefes tribales de
la cultura indoeuropea (antecesores de los griegos). La tradición oral, transmitiendo sus
gestas oralmente, acabaría por divinizarlos. También tenemos el ejemplo de los
faraones-dioses del antiguo Egipto. Los emperadores de la Antigua Roma son otro gran
ejemplo. Las crónicas reales de la Edad Media dónde se ensalzaban sus gestas, los
epítetos reales, etc. Los sistemas de castas de la India y el Imperio Hispánico, que
encontraban en su cima al máximo gobernante. Todo esto se vio exponencialmente
mejorado en el siglo XX, gracias a las nuevas tecnologías industriales y el siguiente y
último punto característico de los totalitarismos: la propaganda.
Algo que no se puede negar, es que tanto el mejor publicista del siglo XX como
el mejor filósofo del siglo XX (Goebbels y Heidegger) eran dos nazis hijos de putero.
En concreto, la propaganda fue uno de los inventos más útiles para la opresión y el
ejercicio del poder que han sido creados. El arte siempre se ha puesto al servicio del
poder, véase las catedrales o las obras de arte de los príncipes italianos del
Renacimiento. Pero la propaganda es diferente. Es diferente ya que no se trata de poner
al arte al servicio del poder. El arte en la primera mitad del s. XX era contestatario,
vanguardista. De hecho, los nazis persiguieron a las vanguardias, sobre todo a los
expresionistas, tan comunes en Alemania. Pero la propaganda, más que arte hecho
únicamente en base a las pulsiones artísticas del creador, es diseño. Es casi ingeniería
social. Tiene un fin muy concreto y usa el conocimiento científico (en este caso el de la
psicología) para lograrlo. Además, su propagación, reproducción y visibilidad son
posibles gracias a las tecnologías industriales. El mayor uso de la propaganda fue por
parte de los nazis, pero también lo usaron estadounidenses y soviéticos. Sus teorías e
invenciones fueron decisivas en el desarrollo de la publicidad y el marketing moderno.
Además, fue un gran promotor del cine (cine propagandístico, por supuesto).
En conclusión, los nazis no se sacaron sus ideas del culo. Todo fue una
confluencia de ideas que, con la gasolina de la IGM y los acuerdos de Versalles,
prendieron el fuego de las ideas radicales en la mente de un montón de alemanes.
Muchas de estas ideas llevaban mucho en la sociedad, como el antisemitismo o el culto
al líder. Pero sin la tecnología del siglo XX nunca se pudieron llevar hasta las últimas
consecuencias.