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LA ADMINISTRACIÓN DE LO HUMANO EN EL CONTEXTO EDUCATIVO:

LOS TALENTOS AL SERVICIO DE COEXISTENCIA HUMANA

Aquella mañana, el gallo de la casa del profesor José Armando no anunció el


inicio de la nueva alborada que traía consigo los primeros rayos de un sol
veraniego. En silencio, dejó que
la madrugada siguiera su
curso, abriéndose camino
hacia una mañana como todas
y, al mismo tiempo, vestida
extrañamente en un manto
lechoso de neblina húmeda
que presagiaba un día
abrumador; un día de los que
aferran a los cuerpos las
camisas y las blusas, como
tratando de sostenerlos para
que no desmayen en el intento
de vivir cada día.
Ilustración por mi hijo Daniel Isaac Mejía Parada (cuando tenía 9 años)
El profesor José Armando abrió
sus ojos a las cinco de una
madrugada serena con una mezcla de penumbra y silencio; y como siempre,
dibujó una sonrisa de gratitud. La muerte le había permitido otro día ardiente;
un privilegio que no tuvo el gallo que, por muchos años, despertó al mismo
tiempo que el profesor José Armando, creyendo ser el fiel despertador de su
viejo amigo.

El profesor se incorporó de la cama, dejando en ella la silueta de una historia de


sueños que no se cumplieron y que lentamente se desvanecían con el silencioso
retorno de su viejo colchón. Mientras calentaba agua para el café, se mojó la
cara en el agua fresca de una ponchera escarchada, se miró al espejo con la
paciencia de una andadura silenciosa y, como tratando de encontrarse a sí
mismo, volvió a mirarse y por primera vez vio que solo habían pasado sus años y
que, tras los surcos irónicos de la vida y el brillo de las canas entramadas,
estaban aún las esperanzas y los sueños. En aquel momento, el universo del
profesor quedó suspendido en vilo ante el escenario de una metanoia
conquistada sobre su propia humanidad, fue la sensación profunda de volver a
experimentar el primer amor de un himeneo olvidado. En este punto, el agua
hirviente del café interrumpió este reencuentro dejando en suspenso lo que
habría que procesionar en la humanidad profunda del profesor José Armando.

Preparó el café con la solemnidad de una clase y se tomó su tiempo para


revolverlo, haciendo girar su mano con un movimiento que evocaba sus planas
de caligrafía. Tomando la taza con sus dos manos, se sentó en un viejo taburete
que tenía esculpida en su piel la figura menuda del profesor. Mientras tomaba
el café, miraba a su gallo quieto y en silencio al pie de su ventana y, mientras lo
miraba respetuosamente, pensaba las muchas veces que el gallo acompañaba
con su canto gangoso la sonrisa de gratitud de todas las mañanas.

Luego de un rato, se incorporó y se vistió con su acostumbrada ropa blanca de


pliegues almidonados, refrescó su rostro navegado con colonia con aroma a
agua de azares, tomó su viejo maletín, un maletín con el cuero surcado como el
rostro del profesor José Armando, que guardaba en su interior un inolvidable
olor a lápiz y las hojas amarillentas de escritos con un trazo intachable, como si
en el acto de escribir el tiempo se hubiese detenido en complicidad con sus
pensamientos.

Con paso apresurado, salió para la escuela, dejando tras de sí el rastro de


azares que delataba sus pasos y alentando las esperanzas de aquellos que
sembraron en las manos del profesor la educación de sus hijos.

Como siempre, los niños lo esperaban en el salón de clases y, por primera vez,
no entró directo a su escritorio. Aquella mañana pasó algo extraño para los
estudiantes. El profesor José Armando se detuvo en la puerta del salón como si
fuese su primera vez y, desde allí, miró a cada niño a sus ojos; después, como
detallando el universo, sonrió y entró a paso lento con la mirada fija en su
escritorio, mientras por sus recuerdos desfilaban tantos años de silenciosa
entrega a algo que aquel día estaba teniendo otro significado.

Los niños aguardaban con una paciencia fingida mientras el profesor José
Armando sacaba de su viejo maletín la lista de asistencia, una libreta verde
oliva con un lomo manoseado y con notas intrincadas, como si fuese la partitura
de una sinfonía que cada día tenía una tonada diferente.

Nuevamente miró a los niños y dibujó una sonrisa, como las que en cada
madrugada se dibujaba en su rostro con gesto de gratitud; su rostro parecía
rejuvenecer y, de manera decidida, volvió a meter en el maletín la vieja libreta…
nunca más la volvió a sacar. Entonces, uno a uno, los fue llamando por el
nombre con el que fueron signados en el bautismo, sin el rigor apretujado de los
apellidos. La paciencia fingida de los niños se fue tornando en un momento
especial que aumentaba, como lo hacía el calor que ceñía las camisas a los
cuerpos para sostenerlos. Luego, haciendo un gesto, comenzó a hablar como si
socavara de lo más hondo de su ser las palabras que los niños escuchaban con
una especial actitud de gozo y gratitud… aquel día comenzó mi esperanza.

Ya han pasado muchos años y este recuerdo de siempre me ha acompañado en


silencio, dejando conmigo las huellas de mi vida, como aquel día caluroso que
cambió la vida de todos; el profesor José Armando recreó nuestras vidas y nos
abrió las puertas de senderos insospechados y prohibidos, e hizo posible que las
esperanzas alentadas por el aroma del agua de azares se hicieran realidad.

De muchas maneras, ya desde muchos autores, o de la realidad misma, se evidencia


una crisis de época que ha afectado profundamente a las instituciones que soportan el
hecho social, y entre ellas la institución educativa, de la cual siempre se ha afirmado
que es el lugar de la transformación del mundo. No obstante, la crisis de humanidad
que atraviesa el mundo ha permeado estas instituciones, ha tocado cada rincón de ella
y se ha instalado en el aula fragmentando el acontecimiento humano, tanto en los
estudiantes como en los maestros.

La educación ha disminuido su condición sociotransformadora, toda vez que está


siendo pensada sobre las posibilidades estrictas de la transmisión del conocimiento
como requisito para medir resultados de desempeño. En este sentido, tenemos que
hablar de la ausencia de sujetos comprometidos para el ejercicio de una educación en
clave de humanidad, y en cuyo lugar subsiste un modelo sistemáticamente opuesto al
valor de lo humano.

En este escenario, la educación es “cada vez menos liberadora y cada vez menos
liberada de las determinaciones políticas,… cada vez más determinada por la ideología
burguesa del éxito económico que no ha permitido una salida de la especie humana,
de una minoría de edad a una mayoría de edad (NOGUERA 2004) y esto ha traído
como consecuencia una pérdida del sentido de lo humano, de lo profundamente y
significativamente humano como lo es la historia, el destino común, los sueños y
esperanzas de cambios sociales.

En este sentido debe ser claro que la educación está llamada a pensarse desde un
nuevo paradigma que construya rutas posibles para superar las fragmentaciones
sociales y proponer una nueva forma de ser sujeto-ciudadano social para un cambio
colectivo, propositivo, basado en una postura crítica de la historia individual y social, en
orden a una cultura con sentido de humanidad.

Abordar esta problemática no es solo la búsqueda de estrategias pedagógicas para la


construcción de esta cultura, es, sobre todo, la urgencia de repensar al hombre
disponiéndolo para una civilidad en posibilidad de diálogo humano y creador, con
sentido de respeto por las diferencias a partir de un claro sentido de la alteridad para
acontecernos como personas humanas y transformarnos colectivamente a partir de
una simbólica estética que dé razón de lo humano. De este modo, se estaría haciendo
apropiación de una ruta paradigmática distinta a partir de la educación del ser humano
con la posibilidad de construir comunidad de pensamiento crítico con un alto
compromiso de civilidad, solidaridad y humanismo.

En este punto, no podemos desconocer que se vienen haciendo valiosos y enormes


esfuerzos por mejorar el asunto educativo. No obstante, son esfuerzos que se
constituyen en experiencias significativas, como si la educación toda no lo fuera una
experiencia significativa, quedándose en experiencias aisladas, puntuales, pero que de
algún modo permiten anticiparnos a percibir que es posible repensar la educación y al
hombre desde el aula y formular desde allí una cultura humanizada y humanizadora.

De este modo, se busca leer la realidad con mayor proximidad a fin de generar rutas de
propuestas que logren la apertura de paradigmas posibles en el marco de una
construcción de nueva ciudadanía con sentido de humanidad a partir de una educación
recuperadora del sentido humano-social.

Esto convoca a testimoniar un acontecimiento esperanzador desde la construcción de


lo humano de un sujeto dueño, de un “pensamiento situado en contexto, en
mundanidad planetaria, en multiformidad, devenir, y transformación” (GUARÍN. En
Razones para la racionalidad en Horizonte de complejidad), desde donde es posible
dimensionar un sujeto-ciudadano-humano educable con una enorme capacidad de
coexistencia y en posibilidad de construcción colectiva de una humanidad-ciudad-vital-
universal, para lo cual, la educación, “debe ser un mundo de vida en donde se acude a
la pedagogía con el fin de esclarecer la relación con el otro” (ZAMBRANO 2000),
educar es entender el mundo con el otro para hacerlo posible para todos.

Así, al pensar en la educación como posibilidad de transformación humana, nos


conectamos necesariamente con las figuras de directivos y maestros, quienes están
convocados como artífices y posibilitadores de una educación transformadora desde el
sentido de humanidad. De este modo, cada uno de estos actores educativos está
convocado a asumir posturas de apertura en su forma de vivenciar el mundo, para
convocar desde el aula ese reencantamiento que involucra al otro en el interés de
abordar su mundo con una mirada emancipada y al mismo tiempo emancipadora. Es
decir, la educación se ha de constituir en el espacio para redimensionar la vida de
modo que el hombre, todo el hombre, redescubra su sentido y finalidad asumiendo
posturas en un mundo en donde lo humano, lo profundamente humano, ha quedado
sumido en la banalidad y la superficialidad.

Seguramente no será una labor de fácil factura y cada vez será “una aventura incierta
que conlleva en sí misma y permanentemente el riesgo de la ilusión y del error”
(MORIN 2005). Una aventura que invita al diálogo con la incertidumbre de lo
adveniente, de lo no predecible, lo que sugiere entonces, una total apertura, pero al
mismo tiempo condiciones para dar sentido de auténtica humanidad a todo lo que el
mundo moderno ha validado tras el deseo insaciable de satisfacer las opciones
individuales, avasallando ante ella lo colectivo, lo fundamental, lo humanizador del
acontecimiento de la vida, incluso la esencia de la educación.
En este sentido, surge como urgencia la recuperación de la educación y de sus
actores, quienes seguramente se ven afectados por una educación que dejó de
pensarse, de aventurarse, de asombrarse, y que sentó el funcionalismo que niega la
condición humana y la humana condición de la relación entre los sujetos en escenarios
educativos. Esta urgencia convoca a una rebeldía emancipadora del pensamiento y de
la vida, que rompa las fronteras y paradigmas que han agotado la dinámica del
asombro desde la experiencia humana, y que permita una apropiación de la historia
presente a partir de los valores fundamentales de la existencia humana y no desde lo
impuesto desde afuera por intereses de una sociedad esclavizante con una lógica
amañada con verdades deformadas e imágenes desvirtuadas de sí misma.

Ciertamente, como diría Morin (2005), la "realidad no es evidentemente legible". Hay


velos y columnas de humo que no dejan leerla con claridad, por lo que se requiere
adentrarse en ella a partir de la propia búsqueda aventurada como reacción a las
visiones amañadas y a las formas de leer la historia desde racionalidades
enajenadoras y alienadoras que han desvirtuado en sentido de dignidad histórica del
ser humano.

Así, la educación, el lugar de la vida y la esperanza, debe tener un lenguaje que supere
la simple comunicación del conocimiento y se convierta en constructora de lo
fundamental desde el aula, en el entramado de las relaciones humanas. Desde allí, la
vida y voz del maestro y directivos deben posibilitar una recuperación del sentido de la
identidad individual y colectiva.

No obstante, esto no es un milagro ni el resultado de un deseo mágico; esto se


construye en la medida en que los maestros y directivos posibilitan una educación
basada en la práctica solidaria desde una orientación ética, estética, social, biopolítica
y democrática, así como desde la criticidad del pensamiento. Este enfoque garantiza
un nuevo sujeto para una nueva sociedad. Es decir, maestros y directivos deben poner
al servicio de las más grandes transformaciones educativas, sociales y, por ende,
históricas, sus talentos más altos y nobles. Aquí, no se asume solo la palabra "talento"
como la capacidad o habilidad para ejercer una función; aquí, el talento se entiende
como la necesidad de expresar el peso de la dignidad en el acontecer educativo.

Entonces, no solo se trata de aprender coherentemente los saberes para dar razón de
ellos en una prueba interna o externa; se trata, sobre todo, de fundar un espacio donde
se evidencie el entorno social en el cual se expresa la vida, tanto del maestro como de
directivos y estudiantes. Igualmente, es un espacio donde hombres y mujeres
aprenden a dialogar sobre sus experiencias de vida, a releer su realidad y a resignificar
la historia con un espíritu libre y valorativo de su propia identidad.

Esto implica asumir con dinamismo que la relación hombre-mundo está forzosamente
acompañada de la relación hombre-hombre, cuya correspondencia está marcada por la
comunicación. Esto es, por la palabra en cuanto acontecimiento de vida que se hace
historia, que se convierte en camino y debe ser interpretada desde la subjetividad como
escenario de construcción de una verdad liberadora y transformadora.
Todo esto no es otra cosa que pensar en clave de alteridad la posibilidad de una
ciudadanía en apertura desde la educación, la cual ha sido escindida por las formas
amañadas y dogmatizadas que no han permitido crecer el espíritu humano y con él su
mundo de vida. Es un retorno a los valores en el contexto de la educación, un volver la
mirada hacia el hombre, pero hacia el hombre que es historia y pensamiento,
esperanza y camino. Este se convierte en un proyecto de realización en el que el
maestro, con sus estudiantes y sus comunidades académicas, construyen nuevos
espacios de reflexión y vivencia. Parten con especial dinamismo hacia la conquista de
nuevos horizontes con el gozo de aquellos que llegan más allá del saber lineal y simple
y que siempre están abiertos a una complejidad que penetra todos los espacios,
incluso aquellos que han sido negados.

Solamente una educación centrada en la persona, en el desarrollo de sus


potencialidades y de todas sus capacidades dispuestas para la creatividad, la libertad,
la solidaridad, la comunicación y la socialización, realizada en un ambiente de armonía,
de cooperación y diálogo, permitirá construir una sociedad para la sana convivencia y
la reconstrucción de una identidad perdida tras las bambalinas de máscaras
tragicómicas y de metáforas que difamaron la verdad sobre el hombre, su sentido y su
significado.

Con todo y como ya lo he preludiado, en este contexto problemático de la educación,


emerge la urgencia de repensar al maestro para nuestro tiempo como un sujeto
educador ubicado en el contexto de las nuevas emergencias. Es decir, un maestro-
sujeto-humano que posibilite, desde su palabra y vida, un acontecimiento que
resignifique el devenir educativo en una dinámica de humanidad, en donde todo
converge en favor de la recuperación social y de un nuevo orden de vida.

De este modo, el maestro esperado en el marco de estas emergencias no surge solo


de los saberes pedagógicos y teóricos; también resurge con una condición de vida. En
estos términos, recuperamos el sentido de lo vocacional, lo que supone no solo la
competencia y la experiencia docente sino también la condición de sentirse llamado a
entregarse en una profunda condición de humanidad liberadora para redibujar el
paisaje educativo con el colorido que da sentido a una educación ética, estética y
profundamente humana. Esto es a lo que me refería cuando evocaba el concepto de
talento.

En estos términos, la vocación, el llamado, no puede confundirse con las habilidades,


competencias o la inclinación hacia ciertas actividades. La vocación es un
acontecimiento mistérico, dinámico, dialógico en donde la vida se asume como una
misión inaplazable y que exige respuestas concretas de vida. Esto es poner en apuesta
los talentos.

Normalmente, cuando se habla de vocación, se evoca al acontecer religioso del


llamado que Dios hace a algunos hombres, esperando de ellos una respuesta de vida
que permita asumir, en términos de fidelidad, la transformación de situaciones de crisis
que afectan a una determinada comunidad. En este sentido, la vocación, entendida
desde su acepción griega σινχλεσἰα (sinclesía), corresponde a una condición de
llamado pertinente que exige una respuesta y una entrega innegociable, siendo mucho
más dinámica que la acepción latina "vocare" que hace referencia a un llamado que no
exige, necesariamente, una respuesta.

Así, la condición de vocación σινχλεσἰα es una condición, que igualmente es inherente


al ser del maestro, toda vez que está llamado a entregar su vida en términos vitales y
testimoniales, dando un significado renovador al acontecer educativo.

En este sentido, la vocación acontece en la vida del maestro, es decir, sucede como
algo nuevo que surge de las circunstancias históricas. Es una experiencia interior que
se relaciona con todo lo que sucede en el tiempo y que moviliza la plenitud de su
humanidad. Por tanto, es preciso descubrirla, desvelarla, reflexionarla y disponerla al
diálogo con la vida en un contexto determinado. De este modo, el maestro, al tener
conciencia de su vocación como tal, tendrá igualmente las condiciones para
comprender las circunstancias históricas en temporalidad, así como las condiciones
para leer e interpretar su sentido de maestro en su tiempo presente.

Esta lectura que el maestro hace de sí mismo le dará razones para contemplarse
desde tres dimensiones inseparables e inherentes a la humana sensibilidad que
supone el saberse llamado a ser maestro.

Primero, le permite autocontemplarse como sujeto inmanente, es decir, un sujeto de su


tiempo, capaz de vivir su presente con el riesgo del compromiso y la entrega total e
incondicional, y que no pasa indiferente frente al acontecer luctuoso de cada día, sino
que lo relee y lo permea con su espíritu educador.

Segundo, le permite autocontemplarse como sujeto transparente, es decir, un sujeto


que hace de su ser un acontecimiento vital que puede ser leído por los otros a la luz de
los valores fundamentales de la existencia humana.

Tercero, le permite autocontemplarse como sujeto trascendente, es decir, en capacidad


de visualizar con los otros una civilidad futura construida en el hoy a partir del respeto y
promoción de la dignidad humana.

Él, el maestro, más que ninguno, está llamado a constituirse como nuevo ser humano,
acompañante en un camino de permanente encuentro y de articulación con los
saberes, el mundo de la vida y la grandeza humana. Esto lleva consigo una concepción
prospectiva del mundo y de las relaciones humanas que le permitan vivir con
autenticidad el dar y recibir.

Con esta dimensión del maestro, se posibilita una institución educativa concebible
como el lugar de la vida y la esperanza y, en tal sentido, “la misión de la educación…
es fortalecer las condiciones de posibilidades de la emergencia de una sociedad-
mundo compuesta por ciudadanos protagonistas, consciente y críticamente
comprometidos en la construcción de una civilización planetaria” (MORIN 2003). Esto
es, disponerse con el otro en términos de dinámica humana en un acontecimiento de
vida que exige un nuevo sentido, ardor y entrega a un mundo en crisis que habita el
aula.

Su vida, su palabra, su epifanía, debe generar un reencantamiento del aula y de los


espacios donde se construye en común acuerdo la educación: “La escuela (la
educación en todos sus niveles) debe ser el lugar de la vida, es decir, el lugar de la
alegría y no de la frustración” (ZAMBRANO 2000), una frustración promovida desde la
pérdida de sentido del maestro como sujeto educador, del maestro que asumió el
proyecto educativo como quehacer laboral, sin sentido de entrega y vocación frente a
una misión comprendida como nuevo sacerdocio, por cuanto el norte de la educación
debe orientarse a una reconquista de la fe del hombre en sí mismo y en los otros, en
sus posibilidades, potencialidades y competencias para hacer de este mundo un
mundo de todos. Así y aunque suene romántico, como lo expresa Zambrano en el texto
citado, es un hecho supremamente real y necesario, la vida puede ser simbolizada
como la garante de la propia felicidad y allí, el maestro tiene algo que decir y mucho
que vivir para que la educación sea un acto de humanidad.

AUTORES INVITADOS

GUARÍN. En Razones para la racionalidad en Horizonte de complejidad. 2010.


Documento de trabajo.

MORIN Edgar 1999. Los siete saberes necesarios para la educación del futuro
Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura –
Francia

NOGUERA Ana Patricia. (2004). El reencantamiento del mundo. . Manizales. IDEA

ZAMBRANO LEAL, Armando (2000). La Mirada Al Sujeto Educable. La pedagogía


y la cuestión del otro. Cali. Talleres de Artes Gráficas del Valle.

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