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Como siempre, los niños lo esperaban en el salón de clases y, por primera vez,
no entró directo a su escritorio. Aquella mañana pasó algo extraño para los
estudiantes. El profesor José Armando se detuvo en la puerta del salón como si
fuese su primera vez y, desde allí, miró a cada niño a sus ojos; después, como
detallando el universo, sonrió y entró a paso lento con la mirada fija en su
escritorio, mientras por sus recuerdos desfilaban tantos años de silenciosa
entrega a algo que aquel día estaba teniendo otro significado.
Los niños aguardaban con una paciencia fingida mientras el profesor José
Armando sacaba de su viejo maletín la lista de asistencia, una libreta verde
oliva con un lomo manoseado y con notas intrincadas, como si fuese la partitura
de una sinfonía que cada día tenía una tonada diferente.
Nuevamente miró a los niños y dibujó una sonrisa, como las que en cada
madrugada se dibujaba en su rostro con gesto de gratitud; su rostro parecía
rejuvenecer y, de manera decidida, volvió a meter en el maletín la vieja libreta…
nunca más la volvió a sacar. Entonces, uno a uno, los fue llamando por el
nombre con el que fueron signados en el bautismo, sin el rigor apretujado de los
apellidos. La paciencia fingida de los niños se fue tornando en un momento
especial que aumentaba, como lo hacía el calor que ceñía las camisas a los
cuerpos para sostenerlos. Luego, haciendo un gesto, comenzó a hablar como si
socavara de lo más hondo de su ser las palabras que los niños escuchaban con
una especial actitud de gozo y gratitud… aquel día comenzó mi esperanza.
En este escenario, la educación es “cada vez menos liberadora y cada vez menos
liberada de las determinaciones políticas,… cada vez más determinada por la ideología
burguesa del éxito económico que no ha permitido una salida de la especie humana,
de una minoría de edad a una mayoría de edad (NOGUERA 2004) y esto ha traído
como consecuencia una pérdida del sentido de lo humano, de lo profundamente y
significativamente humano como lo es la historia, el destino común, los sueños y
esperanzas de cambios sociales.
En este sentido debe ser claro que la educación está llamada a pensarse desde un
nuevo paradigma que construya rutas posibles para superar las fragmentaciones
sociales y proponer una nueva forma de ser sujeto-ciudadano social para un cambio
colectivo, propositivo, basado en una postura crítica de la historia individual y social, en
orden a una cultura con sentido de humanidad.
De este modo, se busca leer la realidad con mayor proximidad a fin de generar rutas de
propuestas que logren la apertura de paradigmas posibles en el marco de una
construcción de nueva ciudadanía con sentido de humanidad a partir de una educación
recuperadora del sentido humano-social.
Seguramente no será una labor de fácil factura y cada vez será “una aventura incierta
que conlleva en sí misma y permanentemente el riesgo de la ilusión y del error”
(MORIN 2005). Una aventura que invita al diálogo con la incertidumbre de lo
adveniente, de lo no predecible, lo que sugiere entonces, una total apertura, pero al
mismo tiempo condiciones para dar sentido de auténtica humanidad a todo lo que el
mundo moderno ha validado tras el deseo insaciable de satisfacer las opciones
individuales, avasallando ante ella lo colectivo, lo fundamental, lo humanizador del
acontecimiento de la vida, incluso la esencia de la educación.
En este sentido, surge como urgencia la recuperación de la educación y de sus
actores, quienes seguramente se ven afectados por una educación que dejó de
pensarse, de aventurarse, de asombrarse, y que sentó el funcionalismo que niega la
condición humana y la humana condición de la relación entre los sujetos en escenarios
educativos. Esta urgencia convoca a una rebeldía emancipadora del pensamiento y de
la vida, que rompa las fronteras y paradigmas que han agotado la dinámica del
asombro desde la experiencia humana, y que permita una apropiación de la historia
presente a partir de los valores fundamentales de la existencia humana y no desde lo
impuesto desde afuera por intereses de una sociedad esclavizante con una lógica
amañada con verdades deformadas e imágenes desvirtuadas de sí misma.
Así, la educación, el lugar de la vida y la esperanza, debe tener un lenguaje que supere
la simple comunicación del conocimiento y se convierta en constructora de lo
fundamental desde el aula, en el entramado de las relaciones humanas. Desde allí, la
vida y voz del maestro y directivos deben posibilitar una recuperación del sentido de la
identidad individual y colectiva.
Entonces, no solo se trata de aprender coherentemente los saberes para dar razón de
ellos en una prueba interna o externa; se trata, sobre todo, de fundar un espacio donde
se evidencie el entorno social en el cual se expresa la vida, tanto del maestro como de
directivos y estudiantes. Igualmente, es un espacio donde hombres y mujeres
aprenden a dialogar sobre sus experiencias de vida, a releer su realidad y a resignificar
la historia con un espíritu libre y valorativo de su propia identidad.
Esto implica asumir con dinamismo que la relación hombre-mundo está forzosamente
acompañada de la relación hombre-hombre, cuya correspondencia está marcada por la
comunicación. Esto es, por la palabra en cuanto acontecimiento de vida que se hace
historia, que se convierte en camino y debe ser interpretada desde la subjetividad como
escenario de construcción de una verdad liberadora y transformadora.
Todo esto no es otra cosa que pensar en clave de alteridad la posibilidad de una
ciudadanía en apertura desde la educación, la cual ha sido escindida por las formas
amañadas y dogmatizadas que no han permitido crecer el espíritu humano y con él su
mundo de vida. Es un retorno a los valores en el contexto de la educación, un volver la
mirada hacia el hombre, pero hacia el hombre que es historia y pensamiento,
esperanza y camino. Este se convierte en un proyecto de realización en el que el
maestro, con sus estudiantes y sus comunidades académicas, construyen nuevos
espacios de reflexión y vivencia. Parten con especial dinamismo hacia la conquista de
nuevos horizontes con el gozo de aquellos que llegan más allá del saber lineal y simple
y que siempre están abiertos a una complejidad que penetra todos los espacios,
incluso aquellos que han sido negados.
En este sentido, la vocación acontece en la vida del maestro, es decir, sucede como
algo nuevo que surge de las circunstancias históricas. Es una experiencia interior que
se relaciona con todo lo que sucede en el tiempo y que moviliza la plenitud de su
humanidad. Por tanto, es preciso descubrirla, desvelarla, reflexionarla y disponerla al
diálogo con la vida en un contexto determinado. De este modo, el maestro, al tener
conciencia de su vocación como tal, tendrá igualmente las condiciones para
comprender las circunstancias históricas en temporalidad, así como las condiciones
para leer e interpretar su sentido de maestro en su tiempo presente.
Esta lectura que el maestro hace de sí mismo le dará razones para contemplarse
desde tres dimensiones inseparables e inherentes a la humana sensibilidad que
supone el saberse llamado a ser maestro.
Él, el maestro, más que ninguno, está llamado a constituirse como nuevo ser humano,
acompañante en un camino de permanente encuentro y de articulación con los
saberes, el mundo de la vida y la grandeza humana. Esto lleva consigo una concepción
prospectiva del mundo y de las relaciones humanas que le permitan vivir con
autenticidad el dar y recibir.
Con esta dimensión del maestro, se posibilita una institución educativa concebible
como el lugar de la vida y la esperanza y, en tal sentido, “la misión de la educación…
es fortalecer las condiciones de posibilidades de la emergencia de una sociedad-
mundo compuesta por ciudadanos protagonistas, consciente y críticamente
comprometidos en la construcción de una civilización planetaria” (MORIN 2003). Esto
es, disponerse con el otro en términos de dinámica humana en un acontecimiento de
vida que exige un nuevo sentido, ardor y entrega a un mundo en crisis que habita el
aula.
AUTORES INVITADOS
MORIN Edgar 1999. Los siete saberes necesarios para la educación del futuro
Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura –
Francia